The Driveway {Harry Styles}

En algún lugar más allá de la línea del estado de Nuevo México, después de dos paquetes de Skittles Ácidos, kilómetros sin fin de estática y polvo interestatal, perdí el impulso. Con un reloj sin funcionar, no tenía idea de qué hora era, y el bolso con mi teléfono dentro estaba demasiado lejos para alcanzarlo. Harry estaba roncando, así como lo había estado haciendo durante las últimas horas y no me era útil. Levanté mi peso del asiento, estiré mi pierna izquierda, me incliné hacia adelante y sobre el volante, luego despegué mi vestido de verano húmedo de la espalda. Tenía que ser alrededor de las cinco, pero aun así afuera eran al menos treinta y cinco grados centígrados. Y estaba empezando a ser dolorosamente claro lo mucho que no había considerado detalladamente esto: conducir a través del desierto en agosto, sin aire acondicionado, sin un plan verdadero y con Harry como compañía. Sin mencionar que sólo tenía cuatro días para ir de Texas a California y volver a Austin, todo antes de mi primera clase. Estaba forzándolo.

Me estiré para ver la carretera, esperando por un cartel u otra señal de kilometraje para el siguiente pueblo. Nada. No había estado prestando atención en dónde estábamos porque de acuerdo con el mapa que había estado mirando, estaríamos en la 40 por siempre. El paisaje había cambiado gradualmente desde que cruzamos la frontera. Las tierras planas de cultivo habían dado paso al desierto estéril y rocoso que era lindo a su propia manera, con el cielo azul sin nubes, un olor sorprendentemente fresco del calor y la tierra. Aun así, no tenía idea de dónde estábamos o lo cerca que podríamos estar de algún lugar decente para detenernos. O dónde podríamos dormir. Si Harry conseguía organizarlo, podríamos tomar turnos para conducir en la noche y no tener que preocuparnos en absoluto.

Le di un codazo, suavemente al principio.

—Oye. Despierta. Necesito que busques en el mapa por mí. —Él se lamió los labios y frunció el ceño, pero sus ojos se mantuvieron cerrados. Traté de nuevo, esta vez con un golpe bien dirigido a su hombro—. Harry. Despierta.

Funcionó. Se enderezó y bostezó ruidosamente, frotó las palmas de sus manos contra sus ojos, luego los entrecerró hacia mí, con un ojo todavía medio cerrado.

—¿Qué hora es? —Su voz estaba rasposa de dormir. Se estiró.

—No sé. Revisa mi teléfono. No puedo alcanzar el bolso. —Le hice un gesto hacia sus pies, y él lo agarró, hurgando toscamente hasta que sostuvo mi teléfono.

—Casi las seis, y tienes ocho llamadas perdidas —dijo, dejándolo caer de nuevo. Miró alrededor—. ¿Dónde demonios estamos?

—En algún lugar de Nuevo México. —Agarré el mapa de debajo del asiento e hice lo mejor para ignorar la culpa arrastrándose sobre mí por mentirle a Gina y no devolver las llamadas de Jade—. Toma —dije, empujando el mapa hacia él.

Lo miró sin comprender.

—Eso no va a ayudarnos si no sabes dónde estamos.

—Sé dónde estamos. —Me detuve, mirando alrededor por algún punto de referencia para evitar lucir estúpιda—. Estamos en la Autopista 40, hacia el oeste… —Afortunadamente para mí, el perfil de una señal apareció en la pista, justo en la carretera—, llegando a… Santa Rosa, la Ciudad de los Lagos Naturales. A trece kilómetros. ¿Ves? Míralo. —Empujé el mapa hacia él pero no lo abrió.

—Entonces vamos a detenernos en Santa Rosa. Apuesto a que tienen un lugar para comer.

No quería detenerme ahora que él había sido el que lo sugirió, pero mi estómago se sentía vacío, y estirar mis piernas fuera del auto se sentiría como el cielo, así que puse mi pie sobre el acelerador, y cubrimos los trece kilómetros en menos de cinco minutos. El Pala era prácticamente más viejo que Louis, Harry y yo combinados, pero era rápido. Louis se había asegurado de ello.

Aparcamos en el autoservicio el Comet II, el cual parecía que probablemente había estado en pie desde los viejos días de la Ruta 661. A pesar de que estaba diseñada como una hamburguesería vieja, presumía de ser “La Mejor Comida Mexicana en el Pueblo”, lo que era lo suficientemente bueno para mí. Después de haber ordenado la mitad del menú, la chica en la ventana de entrega pareció sorprendida de ver sólo a dos en el auto. Hice un gesto hacia Harry y susurré falsamente:

—Tiene resaca. Necesita grasa. —Ella se inclinó, así podía ver en el auto, y Harry le dio un asentimiento, encendiendo un sonrojo en su cuello que floreció a sus mejillas.

—Que tengan buena noche. Y buena suerte con esa resaca. —Le guiñó el ojo a Harry, que sonrió de vuelta, sabiendo exactamente el efecto que había tenido en ella. Asqueroso. Salí del autoservicio antes de que pudiera decir algo más, y sumergí mi mano en la bolsa grasosa de nachos.

Él me observó, divertido.

—Nunca fuiste de las que comen como una dama.

Hice crujir un nacho perfectamente salado y demasiado-caliente en mi boca y lo miré.

—He estado conduciendo durante mediodía sin nada que comer. — Tragué y me estiré por mi soda—. Estuviste desmayado, ¿recuerdas? — Tomé un trago largo antes de decir algo peor.

Harry alcanzó algunos nachos.

—Sí, lo sé. Me siento como una mιerda.

Comí otra bocanada de nachos y miré alrededor por un buen lugar. Estuvimos rodando lentamente por la calle principal del pueblo, y miré lo que pude en la penumbra. Era una ciudad desértica pequeña y moderna con retazos de la nostalgia de los cincuenta por todo el lugar. Pasamos el ayuntamiento, el Auto Museo de la Ruta 66, y más de una cantina mexicana.

Harry hizo gestos afuera de la ventana con su cabeza.

—Las señales dice que hay un terreno de camping en ese camino. Podríamos encontrar un lugar para comer.

Hice el giro, y seguimos las señales talladas en madera que eventualmente terminaron en un kiosco vacío con instrucciones de inscripción. Ya que no nos quedaríamos la noche, no me molesté con nada de eso, pero esperaba que hubiera un lugar vacío para descansar por un rato.

Una vez di el primer giro, me di cuenta que íbamos a tener suerte si encontrábamos uno. El terreno de camping estaba lleno con los últimos campistas del verano extendiéndose de un lugar al siguiente. El olor inequívoco a hoguera y parrillada flotaba en la brisa de la noche, junto con los sonidos de risas y niños corriendo salvajes. Dejé el auto a un costado al final del camino del sitio de camping. Tres chicos, probablemente de ocho años, zumbaban en sus bicicletas, gritando uno detrás del otro. Justo antes de que bajaran por un camino lodoso, uno de ellos se giró y gritó:

—¡Lindo auto! —Sonreí. Todo el lugar tenía esa calma de noche veraniega, de la clase donde nadie está preocupado sobre nada excepto disfrutar.

Harry señaló con el dedo.

—Parece vacío por allí. —Vi el lugar que decía, y cuando arranqué hacia allí, él se inclinó para revisar el poste de madera—. Debe ser tu día de suerte.

—Sí, cierto.