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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Wuajajjajja me han encantado los dos capitulos!
Esto cada vez se pone mejor!
Ya me paso por tu oneshoot :3
Siguela babe!
Esto cada vez se pone mejor!
Ya me paso por tu oneshoot :3
Siguela babe!
Pepaa
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Pepaa escribió:Wuajajjajja me han encantado los dos capitulos!
Esto cada vez se pone mejor!
Ya me paso por tu oneshoot :3
Siguela babe!
En un rato la sigo e.e
kasjhdkjahkshkhasdj <3
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Maratón 1/3
Once
Once
Me daba cierta aprensión permitir que la noche siguiente Tracy llevara el coche a casa de Paul, pues temía que la detuviesen por conducir «bajo la influencia de un chico». Se miraba en el espejo retrovisor para comprobar su maquillaje con tanta frecuencia que se diría que estaba conduciendo marcha atrás.
Cuando por fin nos paramos frente a la casa, una hilera de coches se alineaba a lo largo de toda la acera izquierda de la calle. Se escuchaba la música que atronaba desde el interior, lo que me produjo no poca inquietud.
—¿Qué tal estoy? —preguntó Tracy por duodécima vez. Miré por la ventanilla y vi a dos chicas de cuarto de secundaria ataviadas con vaqueros ajustados y diminutas piezas de tela que, según cabía suponer, eran sus respectivos tops. Bajé la vista a mi camiseta de manga larga y mis pantalones de pana tostados, sintiendo cada vez más inseguridad sobre lo que se avecinaba.
Nos bajamos del coche y caminamos hasta la casa. De pronto, un chico salió en tromba por la puerta principal, pegándonos un buen susto, corrió hasta los arbustos y se puso a vomitar.
Paul apareció en el umbral.
—¡Oye, tío! Eso no mola.
Acto seguido, empezó a hacer señas a los demás para que acudieran a mirar.
Tracy se aclaró la garganta, confiando en que Paul se diera cuenta de que había llegado.
Funcionó.
—¡Hola, chicas!
Nos hizo un gesto para que pasáramos, y noté que el corazón me palpitaba con fuerza. La peste a humo de cigarrillos se me metió en la nariz. Mi madre me iba a matar si descubría que olía a tabaco. Y cuando digo «matar», no es en plan metafórico.
Paul agarró al azar un vaso de plástico de la mesa del vestíbulo y dio un prolongado trago.
—Hay un barril en la cocina. Servíos vosotras mismas —decretó. Luego, desapareció entre la masa humana en el salón.
Lancé una mirada a la puerta, con la esperanza de que pudiéramos escapar a toda prisa. Cuando miré hacia atrás, Tracy ya se encaminaba a la cocina.
Vacilé un instante, si bien opté por seguirla a través del gentío. Escudriñé el salón en busca de rostros familiares, pero sólo reconocí a los jugadores de fútbol americano de siempre, y a las animadoras del grupo de Paul. En una esquina se encontraban aquellas dos novatas de la cafetería del instituto, Missy y Ashley. Como era de esperar, los chicos se les pegaban como moscas.
Llegamos a la cocina y nos encontramos con la cola para el barril de cerveza. Tracy se inclinó para hablarme, aunque no conseguí entender lo que me decía por culpa de la música que atronaba en el equipo de estéreo del salón. Entonces, gritó:
—¿Vas a beber? —sacudí la cabeza de atrás adelante.
—De acuerdo, perfecto —repuso ella.
Me alegré al darme cuenta de que a Tracy aún le quedaba una pizca de sentido común.
—En ese caso, te toca conducir.
Pensándolo bien…
La cabeza me daba punzadas al ritmo del golpeteo del bajo. Mientras Tracy aguardaba en la cola para servirse cerveza, traté de desplazarme entre la gente como si me hallara en mi ambiente, aunque me sentía tan fuera de lugar como si estuviera en exposición.
—¡Eh! ¿Quién va a pimplarse una cerveza conmigo? —vociferó Niall al tiempo que efectuaba su entrada en la cocina—. ¡Margarita! —se acercó hasta mí y me rodeó los hombros con el brazo—. Mi querida Margarita ha venido, ¡bien! ¡Ya es hora de que empiece el partyo! —se puso a hacer una imitación de lo que seguramente debía de ser un robot, pero, a todas luces, había bebido demasiado para realizar con éxito cualquier paso de baile.
Louis entró en la cocina y pareció un tanto preocupado al ver que Niall me agarraba.
—Oye, Niall, creo que hay unas chicas de tercero ahí dentro que quieren enterarse de todos los detalles sobre cómo interceptaste ese balón que nos llevó al campeonato regional el año pasado.
Niall salió corriendo y entrechocó las manos con Louis.
—¡Increíble! No quiero desilusionar a las damas —salió de la cocina mientras Louis negaba con la cabeza.
—Me pareció que necesitabas ayuda —explicó.
—Gracias, Niall está… eh…
—Sí, borracho. No paro de decirle que, uno de estos días, lo van a pillar. El entrenador Fredericks nos echaría a patadas del equipo si nos descubriera bebiendo.
Asentí, pero me fijé en que Louis también sujetaba un vaso. ¿Es que iba a tener que llevar a casa en coche a todo el mundo?
—Reconozco que me ha sorprendido un poco que al final hayas decidido a venir —comentó.
—¿Por qué? ¿Soy acaso tan pringada como para no asistir a una absurda fiesta de cerveza? —me sorprendió mi tono, tan a la defensiva.
—No, para nada —Louis colocó las manos en alto—. Lo que pasa es que no me parecía que fuera tu clase de gente. Si te digo la verdad, me alivia encontrarme contigo. Al menos, hay alguien con quien hablar sobre algo que no sean deportes o alcohol o… en fin, ya sabes —estaba convencida de que se refería a la ruptura. Me dedicó una sonrisa a la vez que señalaba su vaso, que contenía un líquido oscuro—. Voy a por otro refresco. ¿Quieres uno?
Asentí, agradecida por no tener que guardar cola para la cerveza para poder charlar con Louis. Se acercó a la encimera y puso hielo en mi vaso mientras Tracy regresaba de la cola y empezaba a beber.
—No doy crédito a la cantidad de chicas que han venido —comentó—. Bueno, deséame suerte. Voy a buscar a Paul —antes de que yo pudiera decir nada, respiró hondo y se plantó en el cuarto de estar.
—¿Te apetece alejarte de este jaleo? —me preguntó Louis a gritos por encima de la música.
Asentí con un gesto. Nos dirigimos al fondo del jardín y nos sentamos bajo un enorme sauce.
—Llevo tiempo queriendo hacerte una pregunta: ¿funcionó aquella lista con tus padres? —preguntó Louis.
—¿Qué lista?
Se pasó los dedos por el pelo.
—«Las diez razones principales por las que Penny necesita un coche».
No me podía creer que se acordara.
—Pues no, la lista no funcionó. Ni siquiera gracias a las perlas que contenía, como la número seis: «Otro lugar donde escuchar música de los Beatles».
—Y dime, ¿con qué frecuencia trabajas en la clínica dental de tu padre? Da la impresión de que siempre que acudo a un reconocimiento, estás allí.
—Bah, no tan a menudo. Unos días a la semana, para ganar un poco de dinero para mis gastos —empecé a tiritar, lamentando no haberme puesto un jersey.
Louis se quitó su cazadora de cuero.
—Toma, ponte esto —cogí la cazadora y me la enfundé; me quedaba enorme, pero abrigaba—. ¿Os lo pasasteis bien Diane y tú la otra noche? —preguntó.
Bajé la mirada al suelo. Hablar con Louis sobre Diane me resultaba violento. Por lo que se veía, ellos dos hablaban un montón, pero ¿cómo era posible? Por norma general, yo fingía que cualquier chico con el que hubiera roto (o que me hubiera plantado) había dejado de existir. Mejor aún, había muerto.
—Sí, eh… ¿Acaso te extraña? —pregunté.
Se quedó mirándome unos instantes.
—Puede sonar raro, ya lo sé, y seguramente pareceré un pringado por lo que voy a decirte; pero, los últimos años, Diane ha sido una parte muy importante de mi vida. No me imagino sin volver a dirigirle la palabra. Por mucho que la gente no lo entienda, seguimos siendo amigos.
—Más te vale tener cuidado; no vayas a provocar los celos de Niall —le dediqué una sonrisa.
Louis se echó a reír.
—Año tras año sigo pensando que Horan se calmará, por fin; pero va empeorando por momentos —negó con la cabeza—. ¿Sabes?, seguramente no debería decírtelo, pero…
—¿Qué? —pregunté, curiosa por el cotilleo que Louis pudiera contarme acerca de Niall.
—¿Has oído hablar de «me la pido»? Los chicos del equipo se piden a las chicas que les gustan, y así ningún otro puede ir detrás de ellas.
—¿Y la chica puede opinar en este asunto? —me interesé. No me debería haber sorprendido que los chicos hicieran algo así, la verdad.
Louis negó con la cabeza.
—Mira: yo mismo no acabo de comprenderlo, ¿sabes?
—Ajá —me alegraba enormemente de no tener que aguantar cosas así nunca más.
—De todas formas, ten cuidado con Niall.
—¿Por qué? Ya sabes, aparte del acoso al que me somete habitualmente.
Louis desplegó sus largas piernas y las estiró junto a mí.
—Bueno, a Niall le gustas un montón y te ha pedido para él. Y cuando algo se le mete en la cabeza puede llegar a ser muy persistente.
«¿Oh?».
«Oh».
«¡Oh, no!».
Me quedé en silencio. Louis me miró con expectación. Traté de no mostrarme demasiado indignada. Era lo último que necesitaba.
—Lo siento —se disculpó—. No te lo debería haber contado.
—Tranquilo —respondí—. Supongo que me lo tendría que haber esperado. ¿Es que queda alguna chica en nuestra clase con la que no haya salido?
Louis sacudió la cabeza en señal de negación.
—Te menosprecias, Bloom.
Solté un gruñido.
—Venga ya… Estamos hablando de Niall. No es más que… ¿Te importa que no hablemos de él?
—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar?
—De cualquier cosa menos de Niall.
Y seguimos hablando de cualquier cosa menos de Niall. Me contó anécdotas de su trabajo de verano como socorrista en la playa. Yo le expliqué mi teoría de que mi madre iba a dejar su empleo para perseguir a Paul McCartney a tiempo completo. Ambos reflexionamos sobre dónde se metería Michael Bergman entre clase y clase, ya que ni Louis ni yo lo veíamos en su taquilla, entre medias de las nuestras. También me enteré de que Louis se asustaba al ver a mi padre, por si se metía en un lío por no limpiarse los dientes con seda dental. (Me guardé el comentario para bromas futuras.)
Entonces, Louis lo echó todo a perder al ponerse a difamar mi manera de ser.
—¡Estás loco! —protesté.
Louis echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Vale, de acuerdo. Entonces, ¿no admites que eres un poco mojigata?
—Para empezar —me defendí—, sólo a un mojigato se le ocurriría semejante calificativo.
—Punto a tu favor —concedió él—. Pero, venga ya, Penny. No te creas que no vi lo que ocurrió el año pasado durante la inspección de taquillas.
«Ah, mierda».
—No sé a qué te refieres —mentí.
Louis se incorporó y nos quedamos mirándonos cara a cara.
—Sí que lo sabes.
Me encogí de hombros.
—En serio, Louis. Quiero decir, con una mojigata como yo…
Se enderezó al máximo.
—De acuerdo, en ese caso, contéstame: ¿escondías alcohol en tu taquilla cuando Braddock se dedicó a inspeccionar la primavera pasada?
«Qué injusto».
—En sentido estricto, no escondía nada en mi taquilla.
—¿De verdad?
—De verdad.
Se quedó mirándome con expresión insolente. Sabía que me había pillado.
—Sí, en el sentido más estricto, yo no lo escondí.
—Pero había alcohol en tu taquilla.
Asentí.
—Sólo porque Michael metió su cazadora en el último momento.
—¿Y por qué hizo eso?
—Porque llevaba una botella de vodka en el bolsillo.
—Y…
Miré a Louis, desconcertada; no había mucho más que decir. Poco antes de las vacaciones de primavera tuvimos una inspección por sorpresa. Michael se dejó llevar por el pánico y escondió su cazadora en mi taquilla. No tuve oportunidad de decir nada, ya que Braddock estaba registrando al milímetro la taquilla de Michael… y, luego, prácticamente pasó de largo por la mía.
—Espera un momento…
Los ojos de Louis empezaron a lanzar destellos.
—¿Lo ves?
—¡Ay, Dios mío! La gente realmente me toma por una mojigata.
—Por eso lo hizo Michael. Sabía que nunca registrarían tu taquilla —se echó a reír a la vez que me daba codazos en el costado.
—Vale, ¿y qué me dices de ti?
Era la hora de la venganza.
—¿Yo? Soy un malote —no fue capaz de mantener una expresión de seriedad.
—Ah, sí. Se me olvidaba. ¿Cuántos malotes hay exactamente en el comité de peloteo de Braddock?
Louis frunció los ojos.
—Comité de Asesoría sobre el Alumnado, si no te importa.
—Ay, perdona. Sé lo difícil que te habrá resultado hacer todos esos méritos para entrar.
Ahogó un grito de forma teatral.
—El objetivo de toda mi vida ha sido pertenecer a ese comité. Ni se te ocurra menospreciarlo.
—Bueno, no pretendía disgustarte. Mmm… —me levanté para empezar a examinar el suelo a nuestro alrededor.
—¿Qué buscas?
—Tu cartera.
Se puso de pie rápidamente y, antes de que me diera cuenta, me había elevado por encima de sus hombros.
—¡Bájame! —chillé.
Se rió mientras, por toda respuesta, me daba vueltas en el aire.
Hasta que me encontré de nuevo con los pies en el suelo, soltando risitas a la vez que recobraba el equilibrio, no vi a Diane, que examinaba la escena que tenía ante los ojos.
—Hola, chicos, eh… —Diane se mostraba lo suficientemente violenta como para que nos bastara a los tres—. Penny, te llevo buscando media hora. Ni siquiera te he visto entrar. Será mejor que pases adentro. Tracy no se encuentra muy bien.
«¡Tracy!».
Yo era una amiga horrible. Me había olvidado por completo de que Tracy estaba dentro de la casa, bebiendo. Le entregué a Louis su cazadora mientras seguíamos a Diane hasta el interior. Nos condujo a un cuarto de baño en la segunda planta, donde Tracy se hallaba tumbada en el suelo alicatado, con un tono verdoso en el semblante.
Me agaché junto a ella y le retiré el pelo de la cara.
—¿Qué hace ésta aquí? —Tracy señaló a Diane.
—Sé amable —empecé a ayudarla a levantarse del suelo.
—Espera —Louis entró, enjuagó su vaso y lo llenó de agua—. Primero va a necesitar esto.
Louis, Diane y yo aguardamos bajo un incómodo silencio lo que parecieron años mientras obligábamos a Tracy a beberse dos vasos de agua. Ella no paraba de lanzar miradas a Diane.
—No la vas a apartar de mí —advirtió, arrastrando las palabras.
Diane se dispuso a contestar, pero Louis la interrumpió.
—Vale, es hora de levantarte y llevarte a casa.
—¡Basta! —Tracy apartó a Louis de un empujón—. No quiero que Paul se entere de que estoy hecha un desastre. Puedo salir por mi propio pie. Primero, me voy a despedir.
Diane me lanzó una mirada extraña que no supe descifrar.
—Tracy, no me parece una buena idea —indicó—. En serio. Más vale que se pregunte qué te ha pasado. Si quieres, puedo decirle que un montón de chicos han querido ligar contigo…
A Tracy le gustó la idea y accedió a marcharse en silencio.
Mientras nos encaminábamos escaleras abajo, vimos a Niall de pie en el sofá, sin camisa y bailando.
—¡Ni hablar, Penny! —exclamó elevando la voz—. ¡No te puedes ir!
Dio un traspié y estuvo a punto de tirarme al suelo. Louis agarró a Niall para estabilizarlo. Mientras tanto, Diane trataba de mantener a Tracy erguida, pero ella no paraba de apartarla a empujones.
Una auténtica pesadilla.
—Margriiita —decía Niall arrastrando las sílabas—. Margriiiita, ¿dónde estabas?
—En el jardín de atrás, hablando conmigo —respondió Louis.
Niall le dio un empujón.
—¡Oye, Tomlinson! Mira, tienes que…, tienes que…, no puedes…
—No he hecho nada, Niall. Cálmate —Louis volvió a agarrarle por los hombros—. Penny y yo somos sólo amigos. Nunca haría nada con ella. Parece mentira que no me conozcas.
Sí, y parecía mentira que yo me hubiera prestado a acudir a aquella fiesta.
Para empeorar las cosas, Missy llegó como un relámpago. Lanzó sus brazos alrededor de Louis y dijo:
—¡Eh, tú, «tío bueno»! Te he estado buscando por todas partes.
Cogí a Tracy de la mano y nos encaminamos hacia el coche. Diane le abrochó el cinturón de seguridad mientras yo ajustaba el espejo retrovisor. Louis llegó corriendo hasta el coche (de alguna manera, se las había arreglado para librarse de las garras de Missy) y dio unos golpecitos en la ventanilla. La bajé.
—Lo siento. No quería darle razones para que se enfadara todavía más.
—No pasa nada —empecé a manipular la radio del coche.
—¿Estás furiosa conmigo?
Respiré hondo. Ignoraba cómo estaba.
—No, estoy perfectamente, de verdad. Esta noche ha sido un completo desastre.
—Ya —repuso él con una nota de suavidad—. Pues yo me lo he pasado bien.
—Me alegro por ti.
Arranqué el motor e iniciamos la marcha.
Cuando por fin nos paramos frente a la casa, una hilera de coches se alineaba a lo largo de toda la acera izquierda de la calle. Se escuchaba la música que atronaba desde el interior, lo que me produjo no poca inquietud.
—¿Qué tal estoy? —preguntó Tracy por duodécima vez. Miré por la ventanilla y vi a dos chicas de cuarto de secundaria ataviadas con vaqueros ajustados y diminutas piezas de tela que, según cabía suponer, eran sus respectivos tops. Bajé la vista a mi camiseta de manga larga y mis pantalones de pana tostados, sintiendo cada vez más inseguridad sobre lo que se avecinaba.
Nos bajamos del coche y caminamos hasta la casa. De pronto, un chico salió en tromba por la puerta principal, pegándonos un buen susto, corrió hasta los arbustos y se puso a vomitar.
Paul apareció en el umbral.
—¡Oye, tío! Eso no mola.
Acto seguido, empezó a hacer señas a los demás para que acudieran a mirar.
Tracy se aclaró la garganta, confiando en que Paul se diera cuenta de que había llegado.
Funcionó.
—¡Hola, chicas!
Nos hizo un gesto para que pasáramos, y noté que el corazón me palpitaba con fuerza. La peste a humo de cigarrillos se me metió en la nariz. Mi madre me iba a matar si descubría que olía a tabaco. Y cuando digo «matar», no es en plan metafórico.
Paul agarró al azar un vaso de plástico de la mesa del vestíbulo y dio un prolongado trago.
—Hay un barril en la cocina. Servíos vosotras mismas —decretó. Luego, desapareció entre la masa humana en el salón.
Lancé una mirada a la puerta, con la esperanza de que pudiéramos escapar a toda prisa. Cuando miré hacia atrás, Tracy ya se encaminaba a la cocina.
Vacilé un instante, si bien opté por seguirla a través del gentío. Escudriñé el salón en busca de rostros familiares, pero sólo reconocí a los jugadores de fútbol americano de siempre, y a las animadoras del grupo de Paul. En una esquina se encontraban aquellas dos novatas de la cafetería del instituto, Missy y Ashley. Como era de esperar, los chicos se les pegaban como moscas.
Llegamos a la cocina y nos encontramos con la cola para el barril de cerveza. Tracy se inclinó para hablarme, aunque no conseguí entender lo que me decía por culpa de la música que atronaba en el equipo de estéreo del salón. Entonces, gritó:
—¿Vas a beber? —sacudí la cabeza de atrás adelante.
—De acuerdo, perfecto —repuso ella.
Me alegré al darme cuenta de que a Tracy aún le quedaba una pizca de sentido común.
—En ese caso, te toca conducir.
Pensándolo bien…
La cabeza me daba punzadas al ritmo del golpeteo del bajo. Mientras Tracy aguardaba en la cola para servirse cerveza, traté de desplazarme entre la gente como si me hallara en mi ambiente, aunque me sentía tan fuera de lugar como si estuviera en exposición.
—¡Eh! ¿Quién va a pimplarse una cerveza conmigo? —vociferó Niall al tiempo que efectuaba su entrada en la cocina—. ¡Margarita! —se acercó hasta mí y me rodeó los hombros con el brazo—. Mi querida Margarita ha venido, ¡bien! ¡Ya es hora de que empiece el partyo! —se puso a hacer una imitación de lo que seguramente debía de ser un robot, pero, a todas luces, había bebido demasiado para realizar con éxito cualquier paso de baile.
Louis entró en la cocina y pareció un tanto preocupado al ver que Niall me agarraba.
—Oye, Niall, creo que hay unas chicas de tercero ahí dentro que quieren enterarse de todos los detalles sobre cómo interceptaste ese balón que nos llevó al campeonato regional el año pasado.
Niall salió corriendo y entrechocó las manos con Louis.
—¡Increíble! No quiero desilusionar a las damas —salió de la cocina mientras Louis negaba con la cabeza.
—Me pareció que necesitabas ayuda —explicó.
—Gracias, Niall está… eh…
—Sí, borracho. No paro de decirle que, uno de estos días, lo van a pillar. El entrenador Fredericks nos echaría a patadas del equipo si nos descubriera bebiendo.
Asentí, pero me fijé en que Louis también sujetaba un vaso. ¿Es que iba a tener que llevar a casa en coche a todo el mundo?
—Reconozco que me ha sorprendido un poco que al final hayas decidido a venir —comentó.
—¿Por qué? ¿Soy acaso tan pringada como para no asistir a una absurda fiesta de cerveza? —me sorprendió mi tono, tan a la defensiva.
—No, para nada —Louis colocó las manos en alto—. Lo que pasa es que no me parecía que fuera tu clase de gente. Si te digo la verdad, me alivia encontrarme contigo. Al menos, hay alguien con quien hablar sobre algo que no sean deportes o alcohol o… en fin, ya sabes —estaba convencida de que se refería a la ruptura. Me dedicó una sonrisa a la vez que señalaba su vaso, que contenía un líquido oscuro—. Voy a por otro refresco. ¿Quieres uno?
Asentí, agradecida por no tener que guardar cola para la cerveza para poder charlar con Louis. Se acercó a la encimera y puso hielo en mi vaso mientras Tracy regresaba de la cola y empezaba a beber.
—No doy crédito a la cantidad de chicas que han venido —comentó—. Bueno, deséame suerte. Voy a buscar a Paul —antes de que yo pudiera decir nada, respiró hondo y se plantó en el cuarto de estar.
—¿Te apetece alejarte de este jaleo? —me preguntó Louis a gritos por encima de la música.
Asentí con un gesto. Nos dirigimos al fondo del jardín y nos sentamos bajo un enorme sauce.
—Llevo tiempo queriendo hacerte una pregunta: ¿funcionó aquella lista con tus padres? —preguntó Louis.
—¿Qué lista?
Se pasó los dedos por el pelo.
—«Las diez razones principales por las que Penny necesita un coche».
No me podía creer que se acordara.
—Pues no, la lista no funcionó. Ni siquiera gracias a las perlas que contenía, como la número seis: «Otro lugar donde escuchar música de los Beatles».
—Y dime, ¿con qué frecuencia trabajas en la clínica dental de tu padre? Da la impresión de que siempre que acudo a un reconocimiento, estás allí.
—Bah, no tan a menudo. Unos días a la semana, para ganar un poco de dinero para mis gastos —empecé a tiritar, lamentando no haberme puesto un jersey.
Louis se quitó su cazadora de cuero.
—Toma, ponte esto —cogí la cazadora y me la enfundé; me quedaba enorme, pero abrigaba—. ¿Os lo pasasteis bien Diane y tú la otra noche? —preguntó.
Bajé la mirada al suelo. Hablar con Louis sobre Diane me resultaba violento. Por lo que se veía, ellos dos hablaban un montón, pero ¿cómo era posible? Por norma general, yo fingía que cualquier chico con el que hubiera roto (o que me hubiera plantado) había dejado de existir. Mejor aún, había muerto.
—Sí, eh… ¿Acaso te extraña? —pregunté.
Se quedó mirándome unos instantes.
—Puede sonar raro, ya lo sé, y seguramente pareceré un pringado por lo que voy a decirte; pero, los últimos años, Diane ha sido una parte muy importante de mi vida. No me imagino sin volver a dirigirle la palabra. Por mucho que la gente no lo entienda, seguimos siendo amigos.
—Más te vale tener cuidado; no vayas a provocar los celos de Niall —le dediqué una sonrisa.
Louis se echó a reír.
—Año tras año sigo pensando que Horan se calmará, por fin; pero va empeorando por momentos —negó con la cabeza—. ¿Sabes?, seguramente no debería decírtelo, pero…
—¿Qué? —pregunté, curiosa por el cotilleo que Louis pudiera contarme acerca de Niall.
—¿Has oído hablar de «me la pido»? Los chicos del equipo se piden a las chicas que les gustan, y así ningún otro puede ir detrás de ellas.
—¿Y la chica puede opinar en este asunto? —me interesé. No me debería haber sorprendido que los chicos hicieran algo así, la verdad.
Louis negó con la cabeza.
—Mira: yo mismo no acabo de comprenderlo, ¿sabes?
—Ajá —me alegraba enormemente de no tener que aguantar cosas así nunca más.
—De todas formas, ten cuidado con Niall.
—¿Por qué? Ya sabes, aparte del acoso al que me somete habitualmente.
Louis desplegó sus largas piernas y las estiró junto a mí.
—Bueno, a Niall le gustas un montón y te ha pedido para él. Y cuando algo se le mete en la cabeza puede llegar a ser muy persistente.
«¿Oh?».
«Oh».
«¡Oh, no!».
Me quedé en silencio. Louis me miró con expectación. Traté de no mostrarme demasiado indignada. Era lo último que necesitaba.
—Lo siento —se disculpó—. No te lo debería haber contado.
—Tranquilo —respondí—. Supongo que me lo tendría que haber esperado. ¿Es que queda alguna chica en nuestra clase con la que no haya salido?
Louis sacudió la cabeza en señal de negación.
—Te menosprecias, Bloom.
Solté un gruñido.
—Venga ya… Estamos hablando de Niall. No es más que… ¿Te importa que no hablemos de él?
—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar?
—De cualquier cosa menos de Niall.
Y seguimos hablando de cualquier cosa menos de Niall. Me contó anécdotas de su trabajo de verano como socorrista en la playa. Yo le expliqué mi teoría de que mi madre iba a dejar su empleo para perseguir a Paul McCartney a tiempo completo. Ambos reflexionamos sobre dónde se metería Michael Bergman entre clase y clase, ya que ni Louis ni yo lo veíamos en su taquilla, entre medias de las nuestras. También me enteré de que Louis se asustaba al ver a mi padre, por si se metía en un lío por no limpiarse los dientes con seda dental. (Me guardé el comentario para bromas futuras.)
Entonces, Louis lo echó todo a perder al ponerse a difamar mi manera de ser.
—¡Estás loco! —protesté.
Louis echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Vale, de acuerdo. Entonces, ¿no admites que eres un poco mojigata?
—Para empezar —me defendí—, sólo a un mojigato se le ocurriría semejante calificativo.
—Punto a tu favor —concedió él—. Pero, venga ya, Penny. No te creas que no vi lo que ocurrió el año pasado durante la inspección de taquillas.
«Ah, mierda».
—No sé a qué te refieres —mentí.
Louis se incorporó y nos quedamos mirándonos cara a cara.
—Sí que lo sabes.
Me encogí de hombros.
—En serio, Louis. Quiero decir, con una mojigata como yo…
Se enderezó al máximo.
—De acuerdo, en ese caso, contéstame: ¿escondías alcohol en tu taquilla cuando Braddock se dedicó a inspeccionar la primavera pasada?
«Qué injusto».
—En sentido estricto, no escondía nada en mi taquilla.
—¿De verdad?
—De verdad.
Se quedó mirándome con expresión insolente. Sabía que me había pillado.
—Sí, en el sentido más estricto, yo no lo escondí.
—Pero había alcohol en tu taquilla.
Asentí.
—Sólo porque Michael metió su cazadora en el último momento.
—¿Y por qué hizo eso?
—Porque llevaba una botella de vodka en el bolsillo.
—Y…
Miré a Louis, desconcertada; no había mucho más que decir. Poco antes de las vacaciones de primavera tuvimos una inspección por sorpresa. Michael se dejó llevar por el pánico y escondió su cazadora en mi taquilla. No tuve oportunidad de decir nada, ya que Braddock estaba registrando al milímetro la taquilla de Michael… y, luego, prácticamente pasó de largo por la mía.
—Espera un momento…
Los ojos de Louis empezaron a lanzar destellos.
—¿Lo ves?
—¡Ay, Dios mío! La gente realmente me toma por una mojigata.
—Por eso lo hizo Michael. Sabía que nunca registrarían tu taquilla —se echó a reír a la vez que me daba codazos en el costado.
—Vale, ¿y qué me dices de ti?
Era la hora de la venganza.
—¿Yo? Soy un malote —no fue capaz de mantener una expresión de seriedad.
—Ah, sí. Se me olvidaba. ¿Cuántos malotes hay exactamente en el comité de peloteo de Braddock?
Louis frunció los ojos.
—Comité de Asesoría sobre el Alumnado, si no te importa.
—Ay, perdona. Sé lo difícil que te habrá resultado hacer todos esos méritos para entrar.
Ahogó un grito de forma teatral.
—El objetivo de toda mi vida ha sido pertenecer a ese comité. Ni se te ocurra menospreciarlo.
—Bueno, no pretendía disgustarte. Mmm… —me levanté para empezar a examinar el suelo a nuestro alrededor.
—¿Qué buscas?
—Tu cartera.
Se puso de pie rápidamente y, antes de que me diera cuenta, me había elevado por encima de sus hombros.
—¡Bájame! —chillé.
Se rió mientras, por toda respuesta, me daba vueltas en el aire.
Hasta que me encontré de nuevo con los pies en el suelo, soltando risitas a la vez que recobraba el equilibrio, no vi a Diane, que examinaba la escena que tenía ante los ojos.
—Hola, chicos, eh… —Diane se mostraba lo suficientemente violenta como para que nos bastara a los tres—. Penny, te llevo buscando media hora. Ni siquiera te he visto entrar. Será mejor que pases adentro. Tracy no se encuentra muy bien.
«¡Tracy!».
Yo era una amiga horrible. Me había olvidado por completo de que Tracy estaba dentro de la casa, bebiendo. Le entregué a Louis su cazadora mientras seguíamos a Diane hasta el interior. Nos condujo a un cuarto de baño en la segunda planta, donde Tracy se hallaba tumbada en el suelo alicatado, con un tono verdoso en el semblante.
Me agaché junto a ella y le retiré el pelo de la cara.
—¿Qué hace ésta aquí? —Tracy señaló a Diane.
—Sé amable —empecé a ayudarla a levantarse del suelo.
—Espera —Louis entró, enjuagó su vaso y lo llenó de agua—. Primero va a necesitar esto.
Louis, Diane y yo aguardamos bajo un incómodo silencio lo que parecieron años mientras obligábamos a Tracy a beberse dos vasos de agua. Ella no paraba de lanzar miradas a Diane.
—No la vas a apartar de mí —advirtió, arrastrando las palabras.
Diane se dispuso a contestar, pero Louis la interrumpió.
—Vale, es hora de levantarte y llevarte a casa.
—¡Basta! —Tracy apartó a Louis de un empujón—. No quiero que Paul se entere de que estoy hecha un desastre. Puedo salir por mi propio pie. Primero, me voy a despedir.
Diane me lanzó una mirada extraña que no supe descifrar.
—Tracy, no me parece una buena idea —indicó—. En serio. Más vale que se pregunte qué te ha pasado. Si quieres, puedo decirle que un montón de chicos han querido ligar contigo…
A Tracy le gustó la idea y accedió a marcharse en silencio.
Mientras nos encaminábamos escaleras abajo, vimos a Niall de pie en el sofá, sin camisa y bailando.
—¡Ni hablar, Penny! —exclamó elevando la voz—. ¡No te puedes ir!
Dio un traspié y estuvo a punto de tirarme al suelo. Louis agarró a Niall para estabilizarlo. Mientras tanto, Diane trataba de mantener a Tracy erguida, pero ella no paraba de apartarla a empujones.
Una auténtica pesadilla.
—Margriiita —decía Niall arrastrando las sílabas—. Margriiiita, ¿dónde estabas?
—En el jardín de atrás, hablando conmigo —respondió Louis.
Niall le dio un empujón.
—¡Oye, Tomlinson! Mira, tienes que…, tienes que…, no puedes…
—No he hecho nada, Niall. Cálmate —Louis volvió a agarrarle por los hombros—. Penny y yo somos sólo amigos. Nunca haría nada con ella. Parece mentira que no me conozcas.
Sí, y parecía mentira que yo me hubiera prestado a acudir a aquella fiesta.
Para empeorar las cosas, Missy llegó como un relámpago. Lanzó sus brazos alrededor de Louis y dijo:
—¡Eh, tú, «tío bueno»! Te he estado buscando por todas partes.
Cogí a Tracy de la mano y nos encaminamos hacia el coche. Diane le abrochó el cinturón de seguridad mientras yo ajustaba el espejo retrovisor. Louis llegó corriendo hasta el coche (de alguna manera, se las había arreglado para librarse de las garras de Missy) y dio unos golpecitos en la ventanilla. La bajé.
—Lo siento. No quería darle razones para que se enfadara todavía más.
—No pasa nada —empecé a manipular la radio del coche.
—¿Estás furiosa conmigo?
Respiré hondo. Ignoraba cómo estaba.
—No, estoy perfectamente, de verdad. Esta noche ha sido un completo desastre.
—Ya —repuso él con una nota de suavidad—. Pues yo me lo he pasado bien.
—Me alegro por ti.
Arranqué el motor e iniciamos la marcha.
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Maratón 2/3
Doce
Doce
El ambiente resultaba un tanto violento a la mañana siguiente. Tracy tenía resaca y se encontraba fatal. Diane había quedado en venir a hablar conmigo, y me daba la impresión de que se trataba de la escena que había presenciado entre Louis y yo.
—Hola, ¿qué tal se encuentra Tracy? —dijo Diane al entrar en mi dormitorio.
—No muy bien. Está en la ducha —hice un gesto en dirección al pasillo—. No podía llevarla a su casa anoche, claro. Conseguí traerla aquí a escondidas.
Diane paseaba la vista a su alrededor.
—¡Vaya! Se me había olvidado lo que mola tu habitación.
Fijé la vista en los pósteres de los Beatles que forraban las paredes, y en el corcho lleno de anuncios y entradas de conciertos. Me figuro que sí, molaba bastante. Más que nada, porque me sentía en casa.
—Bueno, me alegro de tener unos minutos a solas contigo, porque tengo que decirte una cosa —Diane se sentó en mi cama con aspecto nervioso.
—No hay nada entre Louis y yo —solté de sopetón.
—¿Cómo? —repuso Diane.
Empecé a recorrer la habitación de un lado a otro.
—Me sentía fatal al llegar a la fiesta, y Louis me propuso que saliéramos al jardín para alejarnos del barullo; yo me dejé llevar. A ver, es un chico, es decir: el enemigo. Por no añadir que fue él precisamente quien te partió el corazón. Nunca, en serio, nunca haría nada con él.
Diane negó con la cabeza.
—Ya lo sé. Me sorprendió un poco veros a los dos —se echó a reír—. Resultó un tanto violento, pero siempre habéis sido amigos. De lo que te quería hablar, en realidad, era de Tracy. Verás…, anoche vi a Paul besándose con alguien.
«Oh-oh».
—Llegué a la fiesta con Audrey y Pam, y tuve que ir al cuarto de baño. Subí las escaleras y me encontré con él…
Sin lugar a dudas, Tracy iba a matar al mensajero de semejante noticia.
Me tumbé en la cama.
—La cosa se pone fea —advertí a Diane—. Tracy confiaba en que Paul le pidiera salir.
Diane se rebulló, incómoda, y empezó a juguetear con el extremo deshilachado de una almohada.
—¡Ya estoy mucho mejor! —Tracy entró de repente en el cuarto, con una toalla enrollada en la cabeza, y se derrumbó sobre la cama—. Bueno, es hora de decidir qué vamos a hacer, después de que anoche me pusiera en ridículo de la manera más espantosa. Me parece que, ahora, Paul no me va a pedir salir.
Diane y yo intercambiamos miradas, sin saber qué responder.
Tracy parecía exhausta.
—Vale, de acuerdo. Ya lo sé, chicas, y lo siento mucho.
¿Qué sabía exactamente?
—En primer lugar —se giró hacia Diane—, siento haber sido tan borde contigo. He estado tratando de ser una buena amiga, comprensiva. Y lo sé, lo sé…, no debería haber probado la cerveza; pero cedí a la presión del grupo. Me he convertido en la típica adolescente consumidora de alcohol, bla, bla, bla… —Tracy se tapó la cara con las manos—. Por favor, no me digáis que Paul se enrolló con una de esas novatas de tercero.
Diane me miró.
—No, él no…
Tracy se incorporó tan deprisa que tuvo que tumbarse otra vez. Se acurrucó hacia un costado, sujetándose la cabeza con una mano.
—Genial. Pensé que la había fastidiado…
Silencio. Miré a Diane y noté una expresión de pánico en su rostro.
Tracy frunció las cejas.
—Un momento, ¿qué pasa? —nos miró alternativamente—. ¿Qué me estáis ocultando? ¿Es que Paul se lió con alguien anoche?
Diane me miró y yo me encogí de hombros. Quería saber de quién se trataba. Más que nada porque esa chica iba a necesitar custodia preventiva una vez que Tracy se hubiera enterado.
Antes de que Diane pudiera articular palabra, Tracy giró sobre sí misma, se colocó boca abajo y se puso una almohada sobre la cabeza.
—¡Lo sabía! ¿Por qué iba a interesarse por mí?
Le aparté la almohada de un tirón.
—Tracy, no digas tonterías. Te he dicho mil veces que el chico que te consiga se puede dar con un canto en los dientes.
Tracy puso los ojos en blanco.
—Lo que tú digas. Pero quiero salir con Paul. ¿Por qué no le gusto? ¿Es que estoy gorda?
—¡Tracy! ¡Basta ya!
—¿Qué es, entonces? —vi que las lágrimas se le acumulaban en el rabillo del ojo—. Dime de qué se trata y lo cambiaré: el pelo, el color de ojos, la ropa, la forma de ser. ¿Qué es lo que no le gusta de mí?
Diane, vacilante, se acercó a Tracy y le puso una mano en el hombro.
—No es nada de eso. Se trata de algo que no puedes arreglar.
Tracy se sorbió la nariz y se giró para mirarnos.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no eres un chico —repuso Diane—. Me encontré con él y con Kevin Parker. Se estaban besando.
«Oh. Dios. Mío».
Tracy se incorporó y se secó las lágrimas.
—¿Qué? —parecía confundida—. ¿Quién?
Diane se revolvió, incómoda.
—Paul Levine y Kevin Parker.
Tracy bajó la vista al suelo.
—¿Me estás diciendo que los números uno y tres de mi lista se estaban enrollando? ¿Y que Kevin Parker, el deportista superestrella al que he adorado desde hace años, es gay?
Diane se mostró asustada.
—Sólo sé lo que vi.
—Bueno —Tracy negó con la cabeza—. Me figuro que eso lo explica.
Me sentí desconcertada.
—¿Explica qué?
—Que todo el mundo en el instituto haya tenido novio, excepto yo. ¡Hasta el maldito Kevin Parker tiene novio! —Tracy se echó a reír—. Ay, esto no tiene precio. Me estoy quedando sin chicos para preparar una lista, ¡y no digamos para salir con ellos! —la sonrisa de Tracy empezó a desvanecerse—. Soy una pringada.
Traté de protestar, pero Tracy me interrumpió.
—Mi hermano Zayn siempre ha tenido novias. Se lió con una tal Michelle el fin de semana pasado en una estúpida fiesta de alumnos de tercero, y ahora están saliendo. Michael y Michelle —volvió a poner los ojos en blanco—. Me entran ganas de vomitar.
—¿Lo ves, Tracy? Por eso he renunciado a los chicos para siempre —hice el gesto de lavarme las manos—. Ya está. Hay que pasar página. No merece la pena.
Y como si Harry hubiera averiguado que pasar página era mi intención, sonó un mensaje en mi móvil.
Me quedé mirándolo, dubitativa.
Tracy se puso de pie.
—Esto es ridículo —levantó de un golpe la tapa del teléfono y leyó el mensaje—. «Es increíble que seas tan infantil». ¿Habla en serio? Menudo imbécil.
Tracy empezó a pulsar las teclas del móvil.
—¿Qué haces? —espeté, horrorizada—. Bórralo.
—No, le estoy dejando las cosas claras.
El estómago se me contrajo.
Me levanté y traté de arrebatarle el teléfono, pero Tracy pulsó «Enviar» y cerró la tapa.
—Hecho. No pasa nada por mandarle al infierno, ¿verdad?
El móvil empezó a sonar. Era Harry, por descontado. Cuando dejó de sonar, Tracy lo abrió de nuevo y empezó a pulsar teclas.
—Estoy cambiando su nombre por «Capullo», y poniendo su tono y su indicador en silencio. Puede que esto le calle la boca de una vez.
—Gracias —conseguí decir, por fin. ¿Por qué Tracy no era capaz de recuperarse así cuando los chicos la trataban a patadas a ella?
Diane esbozó una sonrisa.
—Verás, Tracy; es evidente que la idea de salir con chicos sólo te produce dolores de cabeza. Es tan absurdo…, conozco a dos chicas del equipo de animadoras que están saliendo con chicos sólo por tener pareja el día de la fiesta de antiguos alumnos —Diane levantó la mirada en mi dirección—. Eh, Penny, ¿y si vamos juntas a la fiesta?
—¿Cómo dices? —yo seguía contemplando el móvil.
—A la fiesta del instituto. Tú y yo, en pareja.
—Ya. ¡Claro! Claro que sí.
—¿Estáis locas? —terció Tracy mientras se levantaba y guardaba el móvil en el cajón de mi escritorio—. A ver, ¿en serio vais a ir juntas a la fiesta?
Volví mi atención a la otra socia de mi club.
—¡Por supuesto! —respondí—. De eso se trata, precisamente. No necesitamos salir con chicos para pasarlo bien.
—¡Ah, me encanta! —Diane se puso de pie y empezó a batir palmas al estilo de las animadoras—. Además, te voy a regalar un ramo de rosas el día de San Valentín. Todos esos idiotas se van a morir de envidia —me lanzó un guiño.
Tracy soltó un gruñido y enterró la cabeza bajo una almohada.
—Tracy, lo siento mucho, de verdad. Sé que lo del club no te hace mucha gracia; pero intenta verlo desde mi punto de vista.
Tracy emergió de debajo de la almohada.
—No es eso —replicó—. Gruño porque me doy por vencida, del todo. ¿Contenta? ¿Está tu club preparado para una tercera socia?
Vacilé. Aunque me apetecía mucho que Tracy se uniera al club, quería que lo hiciera por auténtica convicción, y no porque se sintiera excluida.
—¿Estás segura?
Asintió con un gesto.
—Sí. Además, las cosas no van a cambiar demasiado para mí, si te paras a pensarlo.
Diane dio un abrazo a Tracy… y, para mi asombro, ésta no le propinó un puñetazo en la cara.
Podía tomarse por un comienzo razonablemente bueno, reflexioné.
—¡Por el Club de los Corazones Solitarios! —alargué la mano y Tracy y Diane me imitaron.
—¡Por el Club de los Corazones Solitarios!
Corrí hacia mi equipo de música y puse a los Beatles a todo volumen.
Tracy se acercó hasta mí, bailando.
—Oye, ya que tengo que aparentar que soy uno de los Beatles, ¿me dejas ser Yoko?
Sabía perfectamente cómo provocarme. Me incliné, agarré una almohada de la cama y se la arrojé. Le aterrizó en plena cara.
—¡Eh!
Tracy se puso a perseguirme mientras yo esquivaba sus lanzamientos de almohadas. Diane tardó unos segundos en decidir qué hacer, de modo que Tracy se aprovechó de su indecisión y le lanzó un almohadonazo en pleno estómago. Diane se quedó mirándola, conmocionada.
—Esos pompones tuyos no te van a servir de nada, Monroe —se burló Tracy. Acto seguido, Diane saltó por encima de la silla de mi escritorio y bombardeó a Tracy con un asalto de almohadones, hasta que mi habitación quedó sumida en el caos.
Cuando Diane, por fin, recuperó el aliento, nos dijo:
—Tenéis que admitirlo: con este club no nos vamos a aburrir.
Tracy giró sobre su estómago.
—Y eso que no hemos llegado a los sacrificios de carneros vivos… ni de chicos… todavía.
—Hola, ¿qué tal se encuentra Tracy? —dijo Diane al entrar en mi dormitorio.
—No muy bien. Está en la ducha —hice un gesto en dirección al pasillo—. No podía llevarla a su casa anoche, claro. Conseguí traerla aquí a escondidas.
Diane paseaba la vista a su alrededor.
—¡Vaya! Se me había olvidado lo que mola tu habitación.
Fijé la vista en los pósteres de los Beatles que forraban las paredes, y en el corcho lleno de anuncios y entradas de conciertos. Me figuro que sí, molaba bastante. Más que nada, porque me sentía en casa.
—Bueno, me alegro de tener unos minutos a solas contigo, porque tengo que decirte una cosa —Diane se sentó en mi cama con aspecto nervioso.
—No hay nada entre Louis y yo —solté de sopetón.
—¿Cómo? —repuso Diane.
Empecé a recorrer la habitación de un lado a otro.
—Me sentía fatal al llegar a la fiesta, y Louis me propuso que saliéramos al jardín para alejarnos del barullo; yo me dejé llevar. A ver, es un chico, es decir: el enemigo. Por no añadir que fue él precisamente quien te partió el corazón. Nunca, en serio, nunca haría nada con él.
Diane negó con la cabeza.
—Ya lo sé. Me sorprendió un poco veros a los dos —se echó a reír—. Resultó un tanto violento, pero siempre habéis sido amigos. De lo que te quería hablar, en realidad, era de Tracy. Verás…, anoche vi a Paul besándose con alguien.
«Oh-oh».
—Llegué a la fiesta con Audrey y Pam, y tuve que ir al cuarto de baño. Subí las escaleras y me encontré con él…
Sin lugar a dudas, Tracy iba a matar al mensajero de semejante noticia.
Me tumbé en la cama.
—La cosa se pone fea —advertí a Diane—. Tracy confiaba en que Paul le pidiera salir.
Diane se rebulló, incómoda, y empezó a juguetear con el extremo deshilachado de una almohada.
—¡Ya estoy mucho mejor! —Tracy entró de repente en el cuarto, con una toalla enrollada en la cabeza, y se derrumbó sobre la cama—. Bueno, es hora de decidir qué vamos a hacer, después de que anoche me pusiera en ridículo de la manera más espantosa. Me parece que, ahora, Paul no me va a pedir salir.
Diane y yo intercambiamos miradas, sin saber qué responder.
Tracy parecía exhausta.
—Vale, de acuerdo. Ya lo sé, chicas, y lo siento mucho.
¿Qué sabía exactamente?
—En primer lugar —se giró hacia Diane—, siento haber sido tan borde contigo. He estado tratando de ser una buena amiga, comprensiva. Y lo sé, lo sé…, no debería haber probado la cerveza; pero cedí a la presión del grupo. Me he convertido en la típica adolescente consumidora de alcohol, bla, bla, bla… —Tracy se tapó la cara con las manos—. Por favor, no me digáis que Paul se enrolló con una de esas novatas de tercero.
Diane me miró.
—No, él no…
Tracy se incorporó tan deprisa que tuvo que tumbarse otra vez. Se acurrucó hacia un costado, sujetándose la cabeza con una mano.
—Genial. Pensé que la había fastidiado…
Silencio. Miré a Diane y noté una expresión de pánico en su rostro.
Tracy frunció las cejas.
—Un momento, ¿qué pasa? —nos miró alternativamente—. ¿Qué me estáis ocultando? ¿Es que Paul se lió con alguien anoche?
Diane me miró y yo me encogí de hombros. Quería saber de quién se trataba. Más que nada porque esa chica iba a necesitar custodia preventiva una vez que Tracy se hubiera enterado.
Antes de que Diane pudiera articular palabra, Tracy giró sobre sí misma, se colocó boca abajo y se puso una almohada sobre la cabeza.
—¡Lo sabía! ¿Por qué iba a interesarse por mí?
Le aparté la almohada de un tirón.
—Tracy, no digas tonterías. Te he dicho mil veces que el chico que te consiga se puede dar con un canto en los dientes.
Tracy puso los ojos en blanco.
—Lo que tú digas. Pero quiero salir con Paul. ¿Por qué no le gusto? ¿Es que estoy gorda?
—¡Tracy! ¡Basta ya!
—¿Qué es, entonces? —vi que las lágrimas se le acumulaban en el rabillo del ojo—. Dime de qué se trata y lo cambiaré: el pelo, el color de ojos, la ropa, la forma de ser. ¿Qué es lo que no le gusta de mí?
Diane, vacilante, se acercó a Tracy y le puso una mano en el hombro.
—No es nada de eso. Se trata de algo que no puedes arreglar.
Tracy se sorbió la nariz y se giró para mirarnos.
—¿Qué quieres decir?
—Quiero decir que no eres un chico —repuso Diane—. Me encontré con él y con Kevin Parker. Se estaban besando.
«Oh. Dios. Mío».
Tracy se incorporó y se secó las lágrimas.
—¿Qué? —parecía confundida—. ¿Quién?
Diane se revolvió, incómoda.
—Paul Levine y Kevin Parker.
Tracy bajó la vista al suelo.
—¿Me estás diciendo que los números uno y tres de mi lista se estaban enrollando? ¿Y que Kevin Parker, el deportista superestrella al que he adorado desde hace años, es gay?
Diane se mostró asustada.
—Sólo sé lo que vi.
—Bueno —Tracy negó con la cabeza—. Me figuro que eso lo explica.
Me sentí desconcertada.
—¿Explica qué?
—Que todo el mundo en el instituto haya tenido novio, excepto yo. ¡Hasta el maldito Kevin Parker tiene novio! —Tracy se echó a reír—. Ay, esto no tiene precio. Me estoy quedando sin chicos para preparar una lista, ¡y no digamos para salir con ellos! —la sonrisa de Tracy empezó a desvanecerse—. Soy una pringada.
Traté de protestar, pero Tracy me interrumpió.
—Mi hermano Zayn siempre ha tenido novias. Se lió con una tal Michelle el fin de semana pasado en una estúpida fiesta de alumnos de tercero, y ahora están saliendo. Michael y Michelle —volvió a poner los ojos en blanco—. Me entran ganas de vomitar.
—¿Lo ves, Tracy? Por eso he renunciado a los chicos para siempre —hice el gesto de lavarme las manos—. Ya está. Hay que pasar página. No merece la pena.
Y como si Harry hubiera averiguado que pasar página era mi intención, sonó un mensaje en mi móvil.
Me quedé mirándolo, dubitativa.
Tracy se puso de pie.
—Esto es ridículo —levantó de un golpe la tapa del teléfono y leyó el mensaje—. «Es increíble que seas tan infantil». ¿Habla en serio? Menudo imbécil.
Tracy empezó a pulsar las teclas del móvil.
—¿Qué haces? —espeté, horrorizada—. Bórralo.
—No, le estoy dejando las cosas claras.
El estómago se me contrajo.
Me levanté y traté de arrebatarle el teléfono, pero Tracy pulsó «Enviar» y cerró la tapa.
—Hecho. No pasa nada por mandarle al infierno, ¿verdad?
El móvil empezó a sonar. Era Harry, por descontado. Cuando dejó de sonar, Tracy lo abrió de nuevo y empezó a pulsar teclas.
—Estoy cambiando su nombre por «Capullo», y poniendo su tono y su indicador en silencio. Puede que esto le calle la boca de una vez.
—Gracias —conseguí decir, por fin. ¿Por qué Tracy no era capaz de recuperarse así cuando los chicos la trataban a patadas a ella?
Diane esbozó una sonrisa.
—Verás, Tracy; es evidente que la idea de salir con chicos sólo te produce dolores de cabeza. Es tan absurdo…, conozco a dos chicas del equipo de animadoras que están saliendo con chicos sólo por tener pareja el día de la fiesta de antiguos alumnos —Diane levantó la mirada en mi dirección—. Eh, Penny, ¿y si vamos juntas a la fiesta?
—¿Cómo dices? —yo seguía contemplando el móvil.
—A la fiesta del instituto. Tú y yo, en pareja.
—Ya. ¡Claro! Claro que sí.
—¿Estáis locas? —terció Tracy mientras se levantaba y guardaba el móvil en el cajón de mi escritorio—. A ver, ¿en serio vais a ir juntas a la fiesta?
Volví mi atención a la otra socia de mi club.
—¡Por supuesto! —respondí—. De eso se trata, precisamente. No necesitamos salir con chicos para pasarlo bien.
—¡Ah, me encanta! —Diane se puso de pie y empezó a batir palmas al estilo de las animadoras—. Además, te voy a regalar un ramo de rosas el día de San Valentín. Todos esos idiotas se van a morir de envidia —me lanzó un guiño.
Tracy soltó un gruñido y enterró la cabeza bajo una almohada.
—Tracy, lo siento mucho, de verdad. Sé que lo del club no te hace mucha gracia; pero intenta verlo desde mi punto de vista.
Tracy emergió de debajo de la almohada.
—No es eso —replicó—. Gruño porque me doy por vencida, del todo. ¿Contenta? ¿Está tu club preparado para una tercera socia?
Vacilé. Aunque me apetecía mucho que Tracy se uniera al club, quería que lo hiciera por auténtica convicción, y no porque se sintiera excluida.
—¿Estás segura?
Asintió con un gesto.
—Sí. Además, las cosas no van a cambiar demasiado para mí, si te paras a pensarlo.
Diane dio un abrazo a Tracy… y, para mi asombro, ésta no le propinó un puñetazo en la cara.
Podía tomarse por un comienzo razonablemente bueno, reflexioné.
—¡Por el Club de los Corazones Solitarios! —alargué la mano y Tracy y Diane me imitaron.
—¡Por el Club de los Corazones Solitarios!
Corrí hacia mi equipo de música y puse a los Beatles a todo volumen.
Tracy se acercó hasta mí, bailando.
—Oye, ya que tengo que aparentar que soy uno de los Beatles, ¿me dejas ser Yoko?
Sabía perfectamente cómo provocarme. Me incliné, agarré una almohada de la cama y se la arrojé. Le aterrizó en plena cara.
—¡Eh!
Tracy se puso a perseguirme mientras yo esquivaba sus lanzamientos de almohadas. Diane tardó unos segundos en decidir qué hacer, de modo que Tracy se aprovechó de su indecisión y le lanzó un almohadonazo en pleno estómago. Diane se quedó mirándola, conmocionada.
—Esos pompones tuyos no te van a servir de nada, Monroe —se burló Tracy. Acto seguido, Diane saltó por encima de la silla de mi escritorio y bombardeó a Tracy con un asalto de almohadones, hasta que mi habitación quedó sumida en el caos.
Cuando Diane, por fin, recuperó el aliento, nos dijo:
—Tenéis que admitirlo: con este club no nos vamos a aburrir.
Tracy giró sobre su estómago.
—Y eso que no hemos llegado a los sacrificios de carneros vivos… ni de chicos… todavía.
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Maratón 3/3
Trece
Trece
El lunes por la mañana, traté de coger los libros para la clase de Español lo más rápido posible mientras me preguntaba cómo esquivar a Niall, aun siendo compañeros de conversación.
—¡Horan! —dijo Louis elevando la voz.
«Genial».
Noté que un brazo me rodeaba por los hombros. Levanté la mirada y vi a Niall, sonriéndome.
—Hola, Margarita. El sábado por la noche fue bestial, ¿verdad?
Esbocé una débil sonrisa.
—Aunque, claro, te deberías haber quedado hasta más tarde.
—Sí, desde luego —intervino Louis con una sonrisa irónica—. ¿Es que se perdió gran cosa?
Niall miró al suelo como si, sinceramente, tratase de recordar.
—Ya me parecía a mí —Louis sonrió y me hizo un guiño—. Buena suerte, Penny.
Louis se encaminó hacia su aula, negando con la cabeza.
Niall me seguía abrazando por los hombros y aceleré el ritmo para soltarme.
—¡Eh! Ve más despacio —me agarró por la cintura—. Tu chico aún no se ha recuperado del fin de semana.
—Eh…, tengo que hablar con la señora Coles de…, eh…, cierto asunto, antes de la clase —le aparté la mano de mi cintura y, prácticamente, salí corriendo hacia el aula.
Me pregunté si habría resultado demasiado sutil ponerme una camiseta que dijera: «Gracias por tu interés, pero ya no salgo con chicos».
Sabía que Niall no era un gran aficionado a la lectura, aunque sí solía observar mis camisetas con atención.
—Tengo que hacerte una pregunta un poco rara —me dijo Danielle mientras nos dirigíamos a Biología.
—¿Ah, sí?
—¿Le has pedido alguna vez a alguien que salga contigo?
—No, ¿por qué?
Aminoró la marcha.
—Bueno, me gusta un chico; pero es un poco tímido, y no creo que se atreva a dar el primer paso.
—Ya —de eso me había valido pedirle a Danielle que se apuntara a mi club—. En realidad, no soy la persona más indicada para hablar de chicos. He renunciado a ellos después de…, ya sabes.
—Sí, claro. Lo siento —se mordió el labio inferior.
—Tranquila. ¿Quién es el chico? —pregunté mientras entrábamos en clase.
Danielle señaló al chico que se sentaba en primera fila.
Vi a Liam Payne, de segundo de bachillerato, encorvado en su asiento, con el pelo sobre la cara mientras, frenéticamente, hacía anotaciones en su cuaderno.
—Es un encanto, ¿verdad? —Danielle se sonrojó. Liam levantó la mirada hacia la parte delantera del aula con un gesto de concentración en el semblante.
Aunque yo hubiera estado interesada por los chicos, Liam no era mi tipo, la verdad: melena larga y negra, flaco a más no poder, con camisetas de antiguas bandas de rock. En pocas palabras, convertía en una ciencia el misterioso mundo de los roqueros. Aparte de que fuera la encarnación del diablo (por ser chico y todo eso), parecía apropiado para Danielle, absoluta fanática del punk rock. Era una de mis escasas amigas que entendían la importancia cultural de los Beatles.
—¿Me acompañarías a uno de sus conciertos de los viernes?
No me apetecía ejercer de sujetavelas, pero después de la movida con Tracy en el partido de fútbol de la semana anterior, me venía bien una excusa para no asistir al de aquella semana.
—Claro. Eso sí, Danielle, no voy a ser una buena intermediaria, te lo advierto.
Se echó a reír.
—Vale, pero eres mi colega de concierto. Tienes que venir conmigo. No hace falta que hablemos con ningún chico. Sólo escuchamos la música y, después, nos vamos.
Me sonó a la noche perfecta.
—Entonces, ¿vamos a establecer las reglas para el club antichicos, o qué? —preguntó Tracy durante el almuerzo.
—Se llama Club de los Corazones Solitarios —puntualicé.
—Ajá. ¿Y vamos a tener que llevar camisetas idénticas o cinturones de castidad o algo por el estilo? No puedo esperar a ver ese logotipo.
—Mira, Tracy…
—Yo creo que estaría bien tener normas, o directrices o alguna clase de fórmula ritual —intervino Diane con voz animada, poniendo así freno a lo que podría haber supuesto la primera pelea oficial del club.
Como todavía hacía buen tiempo, habíamos decidido comer en el exterior. Me apoyé sobre un enorme roble mientras comía una manzana.
Tracy se incorporó.
—Por favor, dejadme redactar las normas. ¡Será divertidísimo!
—Perfecto —respondí—. ¿Qué quieres…?
Tracy agarró su cuaderno y empezó a escribir sugerencias. Me recosté otra vez sobre el tronco y cerré los ojos.
—De acuerdo, prepararé un borrador y lo presentaré en nuestra reunión oficial, el sábado por la noche —indicó Tracy con voz lastimera—. ¿Te parece bien, jefa?
¿En qué lío me había metido?
—Eh, chicas, ¿qué pasa? —preguntó Danielle a la vez que ella y Kara se unían a nosotras.
—Hablamos de nuestro nuevo club —repuse yo.
Kara miró el cuaderno de Tracy.
—¿El Club de los Corazones Solitarios?
—Las tres hemos decidido no volver a salir con los idiotas de este instituto… ni de ningún otro, claro —esbocé una sonrisa.
Danielle abrió los ojos como platos.
—Entonces, ¿no estabas de broma cuando me hablaste de renunciar a los chicos?
—¡No!
—Pues no lo entiendo —terció Kara.
—En realidad, no hay mucho que entender —expliqué—. Acabo de terminar con los chicos. Lo único que han hecho es darnos problemas a mis amigas y a mí.
Diane y Tracy asintieron.
—¿Y no vas a volver a salir con ninguno, nunca más?
—Nunca más no; sólo mientras siga en el instituto.
—Ah —Kara bajó la mirada a su botella de agua. Por la forma en la que los chicos como Niall la habían tratado en el pasado, habría sido de esperar que lo entendiera.
Danielle se quedó mirándome.
—¿Me odias por querer ir al concierto?
—No, para nada —le aseguré—. Sólo me refería a que no soy la persona más indicada para animarte a salir con nadie, ya que estoy segura de que Liam debe de ser la encarnación de Satán.
—¿Qué tiene Liam de malo? —replicó Danielle a la defensiva.
—A ver, es un chico…
Tracy intervino.
—Pen, creo que lo han pillado.
—Oye, Tracy —Jen Leonard nos llamó desde el árbol de al lado—. ¿De qué estáis hablando? Si estáis criticando a los tíos, tengo varias historias para vosotras.
Tracy le hizo señas para que se acercara.
—Ven aquí, amiga mía. Deja que Penny, nuestra líder, te enseñe el camino.
—Tracy…
Jen y Amy Miller, ambas compañeras de clase con las que me había relacionado desde primaria, se acercaron. Amigas inseparables, parecían muy diferentes a primera vista. Jen era la deportista, capitana de casi todos los equipos femeninos, mientras que Amy era bastante esnob y, por lo general, llevaba vestidos o chaquetas tipo americana, como si acudiera a trabajar a una oficina en vez de ir al instituto. Tracy, emocionada, les informó con detalle acerca del club. Danielle y Kara permanecieron en silencio durante la explicación. Seguramente se preguntaban en dónde se habían metido.
—Un momento —interrumpió Amy—. Creí que esta mañana, en la clase de Arte, dijiste que ibas a salir de compras, en busca de un vestido para la fiesta de antiguos alumnos. ¿Quién va a ser tu pareja?
—Vamos a ir juntas —expliqué—. Hemos pensado que será mucho más divertido que ir con chicos, que nos dejarán plantadas para hablar de lo que quiera que hablen los tíos.
—De los picores inguinales, por ejemplo —apuntó Tracy con una sonrisa pícara.
Amy y Jen intercambiaron miradas. Entonces, Amy nos miró y dijo:
—A mí me suena genial… ¿Puedo unirme a vosotras?
—¡Amy! —protestó Jen—. ¿En serio piensas dejar de salir con chicos durante los próximos dos años, así, por las buenas?
Amy echó hacia atrás su larga melena oscura y ondulada.
—Por favor, Jen, es una decisión bien fácil. He terminado con los chicos de este instituto, sobre todo después de lo que me hizo Brian Reed en primero de secundaria.
Tracy y yo intercambiamos una mirada de desconcierto.
—¿Qué te hizo Brian? —pregunté.
Amy abrió los ojos de par en par.
—¿Es que no te acuerdas?
Negué con la cabeza.
Amy suspiró.
—Bueno, ha pasado mucho tiempo. Pero siempre me acuerdo porque, desde entonces, los chicos no han cambiado. Me refiero a lo infantiles que son.
—¿Qué pasó? —Kara se sumó a la conversación.
Amy se incorporó.
—Bueno, Brian y yo estábamos saliendo, y utilizo el término «salir» muy a la ligera. De vez en cuando me acompañaba a casa después de clase, y los viernes por la tarde íbamos a los recreativos, donde lo miraba mientras se entretenía con los videojuegos. Un día, sin previo aviso, se acerca a mí durante el almuerzo y, delante de todo el mundo, me suelta: «Lo siento mucho, Amy, pero no te quiero ver. La basura que se tira no se vuelve a recoger». Todos los idiotas de la mesa de los deportistas se quedaron ahí parados, partiéndose de risa.
—Ah, sí. Ya me acuerdo —repuso Diane con voz amable—. A veces, Brian se comporta como un memo integral.
—El trauma me duró el curso entero. Los cretinos de sus amigos me arrojaban basura cuando pasaba cerca de ellos. A día de hoy, sigo sin comprender qué hice para merecerme aquello. Y resulta que, hace poco, Brian tuvo la cara dura de ponerse a hablar conmigo, como si no me hubiera humillado, como si no me hubiera arruinado el curso entero cuando estábamos en primero.
Jen frotó el hombro de Amy.
—No sabía que te siguiera afectando tanto.
—Tenía doce años. Me traumatizó por completo —respondió Amy—. Creedme, lo he superado. Pero aquélla fue la primera de mis experiencias desastrosas con los chicos. Las otras historias no se pueden contar. Me encanta la idea de borrar a esos estúpidos de mi memoria.
Jen, conmocionada, se quedó mirando a Amy.
—Pero…
Amy levantó la mano para callarla.
—Venga ya…, ¡mira quién habla! A ti te han hecho más faenas que a mí.
—No, yo…
—Josh Fuller.
Al oír el nombre de Josh, Jen se desplomó sobre el césped.
—¿Quién es Josh Fuller? —preguntó Diane mientras daba palmaditas a Jen en la rodilla.
Jen se pasó las manos por su corto pelo rubio.
—El chico que me partió el corazón. Este verano, entrenábamos al baloncesto como monitores de tiempo libre y él…
—Le tomó el pelo —concluyó Amy—. Coqueteaba con ella sin parar, la engatusaba, incluso quedaron una vez. De pronto, se acabó. Siguió coqueteando, pero no volvieron a quedar. En cambio, cada semana paseaba por el parque a una chica espectacular y luego le decía a Jen lo estupenda que ella era. Josh…
—Basta —cortó Jen—. Lo han pillado —negó con la cabeza—. Es absurdo, pero la verdad es que no había conocido a ningún chico con el que hubiera encajado tan bien; daba la impresión de que lo tenía todo. Demasiado bueno para ser verdad.
Asentí, pues entendía a la perfección cómo se sentía.
Una oleada de energía me invadió de repente.
—Venga, Jen, únete a nosotras —la animé—. No los necesitamos, ¿verdad?
Jen esbozó una sonrisa.
—Puedes apostar que no.
—¡Perfecto! —Diane movió la cabeza en señal de asentimiento—. Ya somos cinco en el club. ¿Kara? ¿Danielle?
Kara y Danielle se habían pasado en silencio los últimos cinco minutos.
—Mmm, tengo pareja para la fiesta de antiguos alumnos… —respondió Kara, bajando la mirada a su almuerzo, intacto—. Es que…
—No pasa nada —terció Diane.
—Y yo… —Danielle se mostraba visiblemente incómoda—. Lo siento, chicas, es que tengo que…
—Ningún problema —les aseguré—. Entiendo que es mucho pedir. Cuando estéis dispuestas, nosotras estaremos aquí.
Conociendo a los chicos de nuestro instituto, me imaginé que no tardarían mucho en unirse al club.
—¡Horan! —dijo Louis elevando la voz.
«Genial».
Noté que un brazo me rodeaba por los hombros. Levanté la mirada y vi a Niall, sonriéndome.
—Hola, Margarita. El sábado por la noche fue bestial, ¿verdad?
Esbocé una débil sonrisa.
—Aunque, claro, te deberías haber quedado hasta más tarde.
—Sí, desde luego —intervino Louis con una sonrisa irónica—. ¿Es que se perdió gran cosa?
Niall miró al suelo como si, sinceramente, tratase de recordar.
—Ya me parecía a mí —Louis sonrió y me hizo un guiño—. Buena suerte, Penny.
Louis se encaminó hacia su aula, negando con la cabeza.
Niall me seguía abrazando por los hombros y aceleré el ritmo para soltarme.
—¡Eh! Ve más despacio —me agarró por la cintura—. Tu chico aún no se ha recuperado del fin de semana.
—Eh…, tengo que hablar con la señora Coles de…, eh…, cierto asunto, antes de la clase —le aparté la mano de mi cintura y, prácticamente, salí corriendo hacia el aula.
Me pregunté si habría resultado demasiado sutil ponerme una camiseta que dijera: «Gracias por tu interés, pero ya no salgo con chicos».
Sabía que Niall no era un gran aficionado a la lectura, aunque sí solía observar mis camisetas con atención.
—Tengo que hacerte una pregunta un poco rara —me dijo Danielle mientras nos dirigíamos a Biología.
—¿Ah, sí?
—¿Le has pedido alguna vez a alguien que salga contigo?
—No, ¿por qué?
Aminoró la marcha.
—Bueno, me gusta un chico; pero es un poco tímido, y no creo que se atreva a dar el primer paso.
—Ya —de eso me había valido pedirle a Danielle que se apuntara a mi club—. En realidad, no soy la persona más indicada para hablar de chicos. He renunciado a ellos después de…, ya sabes.
—Sí, claro. Lo siento —se mordió el labio inferior.
—Tranquila. ¿Quién es el chico? —pregunté mientras entrábamos en clase.
Danielle señaló al chico que se sentaba en primera fila.
Vi a Liam Payne, de segundo de bachillerato, encorvado en su asiento, con el pelo sobre la cara mientras, frenéticamente, hacía anotaciones en su cuaderno.
—Es un encanto, ¿verdad? —Danielle se sonrojó. Liam levantó la mirada hacia la parte delantera del aula con un gesto de concentración en el semblante.
Aunque yo hubiera estado interesada por los chicos, Liam no era mi tipo, la verdad: melena larga y negra, flaco a más no poder, con camisetas de antiguas bandas de rock. En pocas palabras, convertía en una ciencia el misterioso mundo de los roqueros. Aparte de que fuera la encarnación del diablo (por ser chico y todo eso), parecía apropiado para Danielle, absoluta fanática del punk rock. Era una de mis escasas amigas que entendían la importancia cultural de los Beatles.
—¿Me acompañarías a uno de sus conciertos de los viernes?
No me apetecía ejercer de sujetavelas, pero después de la movida con Tracy en el partido de fútbol de la semana anterior, me venía bien una excusa para no asistir al de aquella semana.
—Claro. Eso sí, Danielle, no voy a ser una buena intermediaria, te lo advierto.
Se echó a reír.
—Vale, pero eres mi colega de concierto. Tienes que venir conmigo. No hace falta que hablemos con ningún chico. Sólo escuchamos la música y, después, nos vamos.
Me sonó a la noche perfecta.
—Entonces, ¿vamos a establecer las reglas para el club antichicos, o qué? —preguntó Tracy durante el almuerzo.
—Se llama Club de los Corazones Solitarios —puntualicé.
—Ajá. ¿Y vamos a tener que llevar camisetas idénticas o cinturones de castidad o algo por el estilo? No puedo esperar a ver ese logotipo.
—Mira, Tracy…
—Yo creo que estaría bien tener normas, o directrices o alguna clase de fórmula ritual —intervino Diane con voz animada, poniendo así freno a lo que podría haber supuesto la primera pelea oficial del club.
Como todavía hacía buen tiempo, habíamos decidido comer en el exterior. Me apoyé sobre un enorme roble mientras comía una manzana.
Tracy se incorporó.
—Por favor, dejadme redactar las normas. ¡Será divertidísimo!
—Perfecto —respondí—. ¿Qué quieres…?
Tracy agarró su cuaderno y empezó a escribir sugerencias. Me recosté otra vez sobre el tronco y cerré los ojos.
—De acuerdo, prepararé un borrador y lo presentaré en nuestra reunión oficial, el sábado por la noche —indicó Tracy con voz lastimera—. ¿Te parece bien, jefa?
¿En qué lío me había metido?
—Eh, chicas, ¿qué pasa? —preguntó Danielle a la vez que ella y Kara se unían a nosotras.
—Hablamos de nuestro nuevo club —repuse yo.
Kara miró el cuaderno de Tracy.
—¿El Club de los Corazones Solitarios?
—Las tres hemos decidido no volver a salir con los idiotas de este instituto… ni de ningún otro, claro —esbocé una sonrisa.
Danielle abrió los ojos como platos.
—Entonces, ¿no estabas de broma cuando me hablaste de renunciar a los chicos?
—¡No!
—Pues no lo entiendo —terció Kara.
—En realidad, no hay mucho que entender —expliqué—. Acabo de terminar con los chicos. Lo único que han hecho es darnos problemas a mis amigas y a mí.
Diane y Tracy asintieron.
—¿Y no vas a volver a salir con ninguno, nunca más?
—Nunca más no; sólo mientras siga en el instituto.
—Ah —Kara bajó la mirada a su botella de agua. Por la forma en la que los chicos como Niall la habían tratado en el pasado, habría sido de esperar que lo entendiera.
Danielle se quedó mirándome.
—¿Me odias por querer ir al concierto?
—No, para nada —le aseguré—. Sólo me refería a que no soy la persona más indicada para animarte a salir con nadie, ya que estoy segura de que Liam debe de ser la encarnación de Satán.
—¿Qué tiene Liam de malo? —replicó Danielle a la defensiva.
—A ver, es un chico…
Tracy intervino.
—Pen, creo que lo han pillado.
—Oye, Tracy —Jen Leonard nos llamó desde el árbol de al lado—. ¿De qué estáis hablando? Si estáis criticando a los tíos, tengo varias historias para vosotras.
Tracy le hizo señas para que se acercara.
—Ven aquí, amiga mía. Deja que Penny, nuestra líder, te enseñe el camino.
—Tracy…
Jen y Amy Miller, ambas compañeras de clase con las que me había relacionado desde primaria, se acercaron. Amigas inseparables, parecían muy diferentes a primera vista. Jen era la deportista, capitana de casi todos los equipos femeninos, mientras que Amy era bastante esnob y, por lo general, llevaba vestidos o chaquetas tipo americana, como si acudiera a trabajar a una oficina en vez de ir al instituto. Tracy, emocionada, les informó con detalle acerca del club. Danielle y Kara permanecieron en silencio durante la explicación. Seguramente se preguntaban en dónde se habían metido.
—Un momento —interrumpió Amy—. Creí que esta mañana, en la clase de Arte, dijiste que ibas a salir de compras, en busca de un vestido para la fiesta de antiguos alumnos. ¿Quién va a ser tu pareja?
—Vamos a ir juntas —expliqué—. Hemos pensado que será mucho más divertido que ir con chicos, que nos dejarán plantadas para hablar de lo que quiera que hablen los tíos.
—De los picores inguinales, por ejemplo —apuntó Tracy con una sonrisa pícara.
Amy y Jen intercambiaron miradas. Entonces, Amy nos miró y dijo:
—A mí me suena genial… ¿Puedo unirme a vosotras?
—¡Amy! —protestó Jen—. ¿En serio piensas dejar de salir con chicos durante los próximos dos años, así, por las buenas?
Amy echó hacia atrás su larga melena oscura y ondulada.
—Por favor, Jen, es una decisión bien fácil. He terminado con los chicos de este instituto, sobre todo después de lo que me hizo Brian Reed en primero de secundaria.
Tracy y yo intercambiamos una mirada de desconcierto.
—¿Qué te hizo Brian? —pregunté.
Amy abrió los ojos de par en par.
—¿Es que no te acuerdas?
Negué con la cabeza.
Amy suspiró.
—Bueno, ha pasado mucho tiempo. Pero siempre me acuerdo porque, desde entonces, los chicos no han cambiado. Me refiero a lo infantiles que son.
—¿Qué pasó? —Kara se sumó a la conversación.
Amy se incorporó.
—Bueno, Brian y yo estábamos saliendo, y utilizo el término «salir» muy a la ligera. De vez en cuando me acompañaba a casa después de clase, y los viernes por la tarde íbamos a los recreativos, donde lo miraba mientras se entretenía con los videojuegos. Un día, sin previo aviso, se acerca a mí durante el almuerzo y, delante de todo el mundo, me suelta: «Lo siento mucho, Amy, pero no te quiero ver. La basura que se tira no se vuelve a recoger». Todos los idiotas de la mesa de los deportistas se quedaron ahí parados, partiéndose de risa.
—Ah, sí. Ya me acuerdo —repuso Diane con voz amable—. A veces, Brian se comporta como un memo integral.
—El trauma me duró el curso entero. Los cretinos de sus amigos me arrojaban basura cuando pasaba cerca de ellos. A día de hoy, sigo sin comprender qué hice para merecerme aquello. Y resulta que, hace poco, Brian tuvo la cara dura de ponerse a hablar conmigo, como si no me hubiera humillado, como si no me hubiera arruinado el curso entero cuando estábamos en primero.
Jen frotó el hombro de Amy.
—No sabía que te siguiera afectando tanto.
—Tenía doce años. Me traumatizó por completo —respondió Amy—. Creedme, lo he superado. Pero aquélla fue la primera de mis experiencias desastrosas con los chicos. Las otras historias no se pueden contar. Me encanta la idea de borrar a esos estúpidos de mi memoria.
Jen, conmocionada, se quedó mirando a Amy.
—Pero…
Amy levantó la mano para callarla.
—Venga ya…, ¡mira quién habla! A ti te han hecho más faenas que a mí.
—No, yo…
—Josh Fuller.
Al oír el nombre de Josh, Jen se desplomó sobre el césped.
—¿Quién es Josh Fuller? —preguntó Diane mientras daba palmaditas a Jen en la rodilla.
Jen se pasó las manos por su corto pelo rubio.
—El chico que me partió el corazón. Este verano, entrenábamos al baloncesto como monitores de tiempo libre y él…
—Le tomó el pelo —concluyó Amy—. Coqueteaba con ella sin parar, la engatusaba, incluso quedaron una vez. De pronto, se acabó. Siguió coqueteando, pero no volvieron a quedar. En cambio, cada semana paseaba por el parque a una chica espectacular y luego le decía a Jen lo estupenda que ella era. Josh…
—Basta —cortó Jen—. Lo han pillado —negó con la cabeza—. Es absurdo, pero la verdad es que no había conocido a ningún chico con el que hubiera encajado tan bien; daba la impresión de que lo tenía todo. Demasiado bueno para ser verdad.
Asentí, pues entendía a la perfección cómo se sentía.
Una oleada de energía me invadió de repente.
—Venga, Jen, únete a nosotras —la animé—. No los necesitamos, ¿verdad?
Jen esbozó una sonrisa.
—Puedes apostar que no.
—¡Perfecto! —Diane movió la cabeza en señal de asentimiento—. Ya somos cinco en el club. ¿Kara? ¿Danielle?
Kara y Danielle se habían pasado en silencio los últimos cinco minutos.
—Mmm, tengo pareja para la fiesta de antiguos alumnos… —respondió Kara, bajando la mirada a su almuerzo, intacto—. Es que…
—No pasa nada —terció Diane.
—Y yo… —Danielle se mostraba visiblemente incómoda—. Lo siento, chicas, es que tengo que…
—Ningún problema —les aseguré—. Entiendo que es mucho pedir. Cuando estéis dispuestas, nosotras estaremos aquí.
Conociendo a los chicos de nuestro instituto, me imaginé que no tardarían mucho en unirse al club.
Dedicado a mis hermosas lectoras y a Zayn Malik. Felices 20, estés donde estés.
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Me encantooooooooooo la maraton!!
Tienes que seguir la nove babe :)
Tienes que seguir la nove babe :)
Pepaa
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Pepaa escribió:Me encantooooooooooo la maraton!!
Tienes que seguir la nove babe :)
mañana sigo :3
Besosssssssssssss xx
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Catorce
Gracias a Dios, Niall Horan era un desastre en las clases de Español.
Llevaba toda la semana tratando de ligar conmigo y pedirme que le acompañara a la fiesta de antiguos alumnos; pero como hablaba tan mal en español, me limitaba a mirarlo, desconcertada, y fingía no saber de qué me estaba hablando. Y como era semejante nulidad en el idioma, se lo creyó.
El jueves por la mañana, justo antes de que sonara el timbre, di comienzo a mi habitual costumbre de coger los libros a toda prisa y salir corriendo del aula.
—¡Eh! Margarita, espera —Niall me agarró del brazo antes de que tuviera oportunidad de lanzarme al pasillo.
—¿Sí? —traté de fingir sorpresa.
—Tengo que hablar contigo —Niall me siguió al pasillo—. Estaba pensando…
El asunto tenía mala pinta.
—… que tú y yo deberíamos, ya sabes, ir juntos a la fiesta.
Se detuvo en mitad del pasillo y me miró. Aunque era bastante más alto que yo y pesaba un montón de kilos más, se mostraba de lo más cohibido. Me hizo sentir tan mal que casi acepté. Casi.
—¡Vaya, Niall! —procuré mostrarme asombrada—. El caso es que ya he hecho planes para la fiesta.
—¿Con quién vas a ir? —en su voz se apreciaba una nota de crispación—. ¿Con Tomlinson?
—¿Con Louis? No, ¿por qué iba a…? Da igual —eso me libró.
—Todas las tías del instituto están deseando que Tomlinson las elija como pareja para la fiesta. Más vale que se lo pida a alguien cuanto antes —se cruzó de brazos con aire impaciente.
—Ya. Bueno, verás, no voy a ir con un chico, sino con unas amigas, nada más.
—¿Y eso por qué? —parecía desconcertado—. Mira, Penny, si no te apetece acompañarme, basta con que me lo digas.
—No, no es eso, de verdad. Ya he…
—Vale —Niall se alejó caminando.
«Bueno, no ha ido tan mal».
A pesar de la reacción de Niall, por primera vez desde mi llegada al instituto esperaba con ilusión la fiesta de antiguos alumnos. Cada vez que me preguntaban con quién iba a ir respondía la verdad, sin importarme que a la gente le extrañara el hecho de que un puñado de chicas acudiera en grupo.
—Eh, forastera, ¿es que ya no te acuerdas de dónde está tu taquilla? —me dijo Louis después de clase.
—Sí, bueno, yo…
—Está bien. Lo entiendo.
Ignoraba por completo a qué se refería. Yo había estado evitando rondar por mi taquilla para no tener que aguantar a Niall.
Seguí sacando los libros, pero Louis no se movió.
—Niall me lo ha contado.
Me giré y apoyé la espalda en la taquilla.
—¿Hasta qué punto me odia?
Louis se desplazó y apoyó la cabeza al lado de la mía.
—No es para tanto. Le dije que de verdad ibas a ir a la fiesta con unas amigas. Lo siento.
—¿Por qué ibas a sentirlo?
Una sonrisa se le extendió por el rostro.
—Bueno, me imagino que volverá a querer ligar contigo una vez que la fiesta haya pasado.
—Entiendo.
—En todo caso, deberías ser tú quien me pidiera disculpas.
—¿Por qué?
Louis abrió su mochila y empezó a meter objetos en su taquilla. Fingía no oírme.
—¡Eh! —le propiné un puntapié en la pierna—. ¿Qué he hecho? Quiero decir, no tengo ni idea de qué me hablas, puesto que soy una mojigata y todo lo demás…
—Habría estado bien que advirtieras a Horan de que no estás en el mercado.
—Qué bien suena: «No estás en el mercado». Ya sé que Niall me ve como un trozo de carne; pero esperaba un poco más de ti —me burlé.
—Me cuesta creer que tenga que enterarme de tus cosas a través de Diane.
—¿Y qué te ha dicho Diane, exactamente?
Se mostró confundido.
—Que vais a ir juntas a la fiesta. ¿Es que hay más?
Negué con la cabeza.
—No, nada más. Eso es todo.
El viernes por la noche asistí con Danielle al concierto de Liam. Nunca me había sentido tan fuera de lugar. Examiné la sala y no vi más que piercings, raya de ojos negra y melenas sucias. La expresión de todos los presentes parecía indicar que preferirían estar en cualquier otro sitio.
Bueno, pues ya tenía algo en común con ellos.
Danielle me agarró del brazo.
—Creo que deberíamos colocarnos delante; no excesivamente cerca, pero a poca distancia.
Nos abrimos camino hasta la parte delantera del taller de coches que hacía las veces de sala de conciertos. Pensé que Liam vería a Danielle sin problemas; sólo había unas treinta personas en total. Danielle metió la mano en su bolso y se aplicó otra capa de pintalabios rojo.
Se produjo un movimiento en la parte delantera a medida que la banda llegaba al escenario: Pete Vaughn, sentado a la batería, empezó a girar las baquetas en el aire; Brian Silverman y Trent Riley efectuaron su entrada con sus respectivos instrumentos: la guitarra y el bajo, y Liam irrumpió con su guitarra. De inmediato, la banda se estrenó con London Calling, de The Clash. Me sorprendió que Liam, tan tímido en clase, dominara el escenario. Se movía al ritmo de la música, manejaba al público a su antojo, y se comportaba como un experimentado profesional. Y la música no estaba nada mal.
La canción terminó y todo el mundo se puso a lanzar ovaciones.
—¡De acuerdo! —Liam agarró el micrófono—. Ya está bien de versiones. Tenemos una nueva canción que vamos a interpretar para vosotros. ¡Venga esos aplausos!
Era la mayor cantidad de palabras que le había escuchado pronunciar nunca.
—Ay, me muero de ganas de escuchar las novedades. Liam escribe las letras de todas las canciones —Danielle se quedó mirándolo como un cachorro enamorado.
Liam empezó a puntear. Su melena negra le caía por los ojos al sacudir la cabeza de atrás adelante. El resto de la banda se unió a él, y me descubrí bailando al ritmo de la música. Había algo intenso en el compás. Miré a mi alrededor y vi que todo el mundo agitaba la cabeza al ritmo del bajo.
Mientras cantaba por el micrófono, su voz me sorprendió: tan clara, tan potente y, en cierta forma, tan hermosa. La letra era mucho más profunda de lo que me habría imaginado.
Liam cerró los ojos y alargó la mano en dirección al público: «Eres la sombra que me persigue, la visión de quien quiero ser…».
A pesar de que Liam era un chico, me empecé a preguntar si habría estado equivocada con respecto a él. No en cuanto a la parte de ser la escoria de la Tierra por el simple hecho de haber nacido varón, sino porque, durante muchos años, lo había desechado sin pensármelo dos veces. ¿Acaso había permitido yo que su aspecto y su timidez eclipsaran lo que, por momentos, iba quedando a la vista?
Liam Payne no era un aspirante a punk. Era un prodigio musical.
Una vez que la banda hubo terminado su última canción, Danielle se giró hacia mí y declaró:
—Las promesas hay que cumplirlas. Podemos irnos.
Nos dispusimos a salir, pero un grupo de gente nos lo impedía. Decidí atajar por un lateral del escenario, entonces me tropecé con el cable de un amplificador.
—¿Estás bien? —una mano me sujetó para que recobrase el equilibrio.
Levanté la mirada.
—Sí, gracias, Liam. Un concierto magnífico.
—Gracias, Penny —respondió con una sonrisa tímida—. Me he puesto un poco nervioso al verte aquí.
«¿En serio?».
—¿En serio?
—Sí —noté que se sonrojaba por detrás de la cortina de pelo—. Verás, te llamas como una canción de la banda de rock más grande de todos los tiempos.
—¡Ah! —solté una carcajada—. Mmm, conoces a Danielle, ¿no? —señalé a mi amiga, que trataba de ocultarse a mis espaldas. Y eso que me había propuesto no ejercer de casamentera.
—Sí, hola —dijo Liam, mirando al suelo.
—Hola —respondió Danielle, también mirando hacia abajo.
—Eh…, ¿así que es aquí donde ensayáis? —pregunté, tratando de que la situación no resultara tan violenta.
Liam asintió con la cabeza.
—Sí, por las noches —no levantó los ojos.
—Ajá. Bueno, qué… interesante.
Danielle me propinó un codazo.
—Mmm, bueno, un placer hablar contigo…
Liam asintió de nuevo y, levantando los ojos un instante, sonrió.
—¡Me voy a morir! —gritó Danielle a medida que abandonábamos el garaje—. Qué vergüenza he pasado. No podía haber mostrado menos interés por mí.
—Es tímido, nada más —le aseguré, sólo convencida a medias de que fuera la razón.
Danielle abrió las puertas de su coche y nos montamos.
—Penny, ¿sabes desde cuándo me gusta Liam?
Negué con la cabeza.
—Desde tercero de secundaria. Dos años. Por fin, decidí que este curso iba a hacer algo al respecto. Está en el último curso, así que el tiempo se agota. Pero salta a la vista que no le importo —Danielle apoyó la cabeza en el volante—. ¡Me da tanta vergüenza!
—No tienes de qué avergonzarte. No necesitas a Liam para…
Me interrumpí. No me apetecía hacer una reconstrucción de nuestro almuerzo de principios de semana.
—¿No lo necesito para qué? —Danielle me miró, expectante.
—No lo necesitas.
Danielle asintió con lentitud.
—Tienes razón. No lo necesito. Ya he desperdiciado demasiado tiempo por su culpa —suspiró—. Oye, ¿queda sitio en tu club para otra socia?
Sonreí.
—Desde luego. ¿Tienes algo que hacer mañana por la noche?
Llevaba toda la semana tratando de ligar conmigo y pedirme que le acompañara a la fiesta de antiguos alumnos; pero como hablaba tan mal en español, me limitaba a mirarlo, desconcertada, y fingía no saber de qué me estaba hablando. Y como era semejante nulidad en el idioma, se lo creyó.
El jueves por la mañana, justo antes de que sonara el timbre, di comienzo a mi habitual costumbre de coger los libros a toda prisa y salir corriendo del aula.
—¡Eh! Margarita, espera —Niall me agarró del brazo antes de que tuviera oportunidad de lanzarme al pasillo.
—¿Sí? —traté de fingir sorpresa.
—Tengo que hablar contigo —Niall me siguió al pasillo—. Estaba pensando…
El asunto tenía mala pinta.
—… que tú y yo deberíamos, ya sabes, ir juntos a la fiesta.
Se detuvo en mitad del pasillo y me miró. Aunque era bastante más alto que yo y pesaba un montón de kilos más, se mostraba de lo más cohibido. Me hizo sentir tan mal que casi acepté. Casi.
—¡Vaya, Niall! —procuré mostrarme asombrada—. El caso es que ya he hecho planes para la fiesta.
—¿Con quién vas a ir? —en su voz se apreciaba una nota de crispación—. ¿Con Tomlinson?
—¿Con Louis? No, ¿por qué iba a…? Da igual —eso me libró.
—Todas las tías del instituto están deseando que Tomlinson las elija como pareja para la fiesta. Más vale que se lo pida a alguien cuanto antes —se cruzó de brazos con aire impaciente.
—Ya. Bueno, verás, no voy a ir con un chico, sino con unas amigas, nada más.
—¿Y eso por qué? —parecía desconcertado—. Mira, Penny, si no te apetece acompañarme, basta con que me lo digas.
—No, no es eso, de verdad. Ya he…
—Vale —Niall se alejó caminando.
«Bueno, no ha ido tan mal».
A pesar de la reacción de Niall, por primera vez desde mi llegada al instituto esperaba con ilusión la fiesta de antiguos alumnos. Cada vez que me preguntaban con quién iba a ir respondía la verdad, sin importarme que a la gente le extrañara el hecho de que un puñado de chicas acudiera en grupo.
—Eh, forastera, ¿es que ya no te acuerdas de dónde está tu taquilla? —me dijo Louis después de clase.
—Sí, bueno, yo…
—Está bien. Lo entiendo.
Ignoraba por completo a qué se refería. Yo había estado evitando rondar por mi taquilla para no tener que aguantar a Niall.
Seguí sacando los libros, pero Louis no se movió.
—Niall me lo ha contado.
Me giré y apoyé la espalda en la taquilla.
—¿Hasta qué punto me odia?
Louis se desplazó y apoyó la cabeza al lado de la mía.
—No es para tanto. Le dije que de verdad ibas a ir a la fiesta con unas amigas. Lo siento.
—¿Por qué ibas a sentirlo?
Una sonrisa se le extendió por el rostro.
—Bueno, me imagino que volverá a querer ligar contigo una vez que la fiesta haya pasado.
—Entiendo.
—En todo caso, deberías ser tú quien me pidiera disculpas.
—¿Por qué?
Louis abrió su mochila y empezó a meter objetos en su taquilla. Fingía no oírme.
—¡Eh! —le propiné un puntapié en la pierna—. ¿Qué he hecho? Quiero decir, no tengo ni idea de qué me hablas, puesto que soy una mojigata y todo lo demás…
—Habría estado bien que advirtieras a Horan de que no estás en el mercado.
—Qué bien suena: «No estás en el mercado». Ya sé que Niall me ve como un trozo de carne; pero esperaba un poco más de ti —me burlé.
—Me cuesta creer que tenga que enterarme de tus cosas a través de Diane.
—¿Y qué te ha dicho Diane, exactamente?
Se mostró confundido.
—Que vais a ir juntas a la fiesta. ¿Es que hay más?
Negué con la cabeza.
—No, nada más. Eso es todo.
El viernes por la noche asistí con Danielle al concierto de Liam. Nunca me había sentido tan fuera de lugar. Examiné la sala y no vi más que piercings, raya de ojos negra y melenas sucias. La expresión de todos los presentes parecía indicar que preferirían estar en cualquier otro sitio.
Bueno, pues ya tenía algo en común con ellos.
Danielle me agarró del brazo.
—Creo que deberíamos colocarnos delante; no excesivamente cerca, pero a poca distancia.
Nos abrimos camino hasta la parte delantera del taller de coches que hacía las veces de sala de conciertos. Pensé que Liam vería a Danielle sin problemas; sólo había unas treinta personas en total. Danielle metió la mano en su bolso y se aplicó otra capa de pintalabios rojo.
Se produjo un movimiento en la parte delantera a medida que la banda llegaba al escenario: Pete Vaughn, sentado a la batería, empezó a girar las baquetas en el aire; Brian Silverman y Trent Riley efectuaron su entrada con sus respectivos instrumentos: la guitarra y el bajo, y Liam irrumpió con su guitarra. De inmediato, la banda se estrenó con London Calling, de The Clash. Me sorprendió que Liam, tan tímido en clase, dominara el escenario. Se movía al ritmo de la música, manejaba al público a su antojo, y se comportaba como un experimentado profesional. Y la música no estaba nada mal.
La canción terminó y todo el mundo se puso a lanzar ovaciones.
—¡De acuerdo! —Liam agarró el micrófono—. Ya está bien de versiones. Tenemos una nueva canción que vamos a interpretar para vosotros. ¡Venga esos aplausos!
Era la mayor cantidad de palabras que le había escuchado pronunciar nunca.
—Ay, me muero de ganas de escuchar las novedades. Liam escribe las letras de todas las canciones —Danielle se quedó mirándolo como un cachorro enamorado.
Liam empezó a puntear. Su melena negra le caía por los ojos al sacudir la cabeza de atrás adelante. El resto de la banda se unió a él, y me descubrí bailando al ritmo de la música. Había algo intenso en el compás. Miré a mi alrededor y vi que todo el mundo agitaba la cabeza al ritmo del bajo.
Mientras cantaba por el micrófono, su voz me sorprendió: tan clara, tan potente y, en cierta forma, tan hermosa. La letra era mucho más profunda de lo que me habría imaginado.
Liam cerró los ojos y alargó la mano en dirección al público: «Eres la sombra que me persigue, la visión de quien quiero ser…».
A pesar de que Liam era un chico, me empecé a preguntar si habría estado equivocada con respecto a él. No en cuanto a la parte de ser la escoria de la Tierra por el simple hecho de haber nacido varón, sino porque, durante muchos años, lo había desechado sin pensármelo dos veces. ¿Acaso había permitido yo que su aspecto y su timidez eclipsaran lo que, por momentos, iba quedando a la vista?
Liam Payne no era un aspirante a punk. Era un prodigio musical.
Una vez que la banda hubo terminado su última canción, Danielle se giró hacia mí y declaró:
—Las promesas hay que cumplirlas. Podemos irnos.
Nos dispusimos a salir, pero un grupo de gente nos lo impedía. Decidí atajar por un lateral del escenario, entonces me tropecé con el cable de un amplificador.
—¿Estás bien? —una mano me sujetó para que recobrase el equilibrio.
Levanté la mirada.
—Sí, gracias, Liam. Un concierto magnífico.
—Gracias, Penny —respondió con una sonrisa tímida—. Me he puesto un poco nervioso al verte aquí.
«¿En serio?».
—¿En serio?
—Sí —noté que se sonrojaba por detrás de la cortina de pelo—. Verás, te llamas como una canción de la banda de rock más grande de todos los tiempos.
—¡Ah! —solté una carcajada—. Mmm, conoces a Danielle, ¿no? —señalé a mi amiga, que trataba de ocultarse a mis espaldas. Y eso que me había propuesto no ejercer de casamentera.
—Sí, hola —dijo Liam, mirando al suelo.
—Hola —respondió Danielle, también mirando hacia abajo.
—Eh…, ¿así que es aquí donde ensayáis? —pregunté, tratando de que la situación no resultara tan violenta.
Liam asintió con la cabeza.
—Sí, por las noches —no levantó los ojos.
—Ajá. Bueno, qué… interesante.
Danielle me propinó un codazo.
—Mmm, bueno, un placer hablar contigo…
Liam asintió de nuevo y, levantando los ojos un instante, sonrió.
—¡Me voy a morir! —gritó Danielle a medida que abandonábamos el garaje—. Qué vergüenza he pasado. No podía haber mostrado menos interés por mí.
—Es tímido, nada más —le aseguré, sólo convencida a medias de que fuera la razón.
Danielle abrió las puertas de su coche y nos montamos.
—Penny, ¿sabes desde cuándo me gusta Liam?
Negué con la cabeza.
—Desde tercero de secundaria. Dos años. Por fin, decidí que este curso iba a hacer algo al respecto. Está en el último curso, así que el tiempo se agota. Pero salta a la vista que no le importo —Danielle apoyó la cabeza en el volante—. ¡Me da tanta vergüenza!
—No tienes de qué avergonzarte. No necesitas a Liam para…
Me interrumpí. No me apetecía hacer una reconstrucción de nuestro almuerzo de principios de semana.
—¿No lo necesito para qué? —Danielle me miró, expectante.
—No lo necesitas.
Danielle asintió con lentitud.
—Tienes razón. No lo necesito. Ya he desperdiciado demasiado tiempo por su culpa —suspiró—. Oye, ¿queda sitio en tu club para otra socia?
Sonreí.
—Desde luego. ¿Tienes algo que hacer mañana por la noche?
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Ayayayai nuestro timido Liam!
Pobre Niall ha sido rechazado nuevamente por Penny jaja!
Siguela babe!
Pobre Niall ha sido rechazado nuevamente por Penny jaja!
Siguela babe!
Pepaa
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Hola Rochi!
¿como estas? yo bien hahehahdgajhs
he llegado nuevamente después de unas vacaciones que me desprogramaron completamente D:
Que lindo es Liam
Y Niall ajsdhlaksdsd morí de la risa xd
Me encantó la maratón :3
Saludos y Abrazos!
¿como estas? yo bien hahehahdgajhs
he llegado nuevamente después de unas vacaciones que me desprogramaron completamente D:
Que lindo es Liam
Y Niall ajsdhlaksdsd morí de la risa xd
Me encantó la maratón :3
Saludos y Abrazos!
Charlie.
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Pepaa escribió:Ayayayai nuestro timido Liam!
Pobre Niall ha sido rechazado nuevamente por Penny jaja!
Siguela babe!
asjdhakjshdakjhksjdhkasjdhs :3
Liam y Niall son tiernos por donde se los vea :')
Mañana sigo :D
Besotessssssss <3
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Charlie. escribió:Hola Rochi!
¿como estas? yo bien hahehahdgajhs
he llegado nuevamente después de unas vacaciones que me desprogramaron completamente D:
Que lindo es Liam
Y Niall ajsdhlaksdsd morí de la risa xd
Me encantó la maratón :3
Saludos y Abrazos!
HOLA :D
Yo estoy bien, gracias por preguntar :3
Espero que la hayas pasado bombaaaaaaaa en tus vacaciones e.e
Liam y Niall, aaaaaaaaaaaw, sin palabras :3
Besotesssssssssssss <3
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Quince
—Chicas, portaos bien —advirtió mi padre el sábado por la noche mientras se enfundaba en el abrigo—. A ver, Penny Lane. Sólo estaremos fuera un par de horas. Nada de chicos.
Me esforcé por no reírme. Si ellos supieran.
Mientras mis padres se acicalaban para salir a cenar, Tracy y yo nos ocupábamos de preparar las provisiones imprescindibles para nuestra primera reunión oficial del Club de los Corazones Solitarios: patatas fritas de bolsa, salsa para mojar, pizza y una selección de comedias románticas.
—No se preocupe, doctor Bloom. Si Paul o Ringo se pasan por aquí, seremos las anfitrionas perfectas —a Tracy le encantaba que mis padres fueran tan poco… normales.
—Gracias, Tracy —respondió mi madre—. Sabemos que lo haréis —me dio un beso en la mejilla y luego se encaminó a la puerta principal.
—¿Por qué fomentas su obsesión? —le pregunté a Tracy.
—Porque te pone de los nervios.
Sonó el timbre (con la melodía de Love Me Do, claro está).
—¡Queda inaugurada la fiesta! —declaró Tracy.
Me había pasado toda la semana esperando la reunión. Nada más que chicas, pasando el rato juntas. Aun así, una parte de mí confiaba en que quizá, sólo quizá, acabara convirtiéndose en algo más importante.
Una vez que Tracy, Diane, Jen, Amy, Danielle y yo nos hubimos instalado en el sótano, cómodamente arrellanadas en los sofás, y empezamos a comer patatas fritas, Tracy se levantó y nos fue entregando una hoja de papel a cada una.
Bajé la mirada y leí: Reglamento oficial del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane.
—¡Eh! —protesté—. El club no es sólo mío…
Tracy me lanzó una patata frita.
—¿Te importa leerlo primero?
Me encantó. De acuerdo, resultaba un tanto melodramático en algunas expresiones (típico de Tracy); pero, en general, funcionaba. Jen se quedó mirando la lista y suspiró.
—Desde que me hablasteis del club, he estado pensando en todas las desgracias que me han ocurrido por culpa de los chicos. Por ejemplo, hace poco me he enterado de que, el curso pasado, tres chicos del equipo de baloncesto se apostaron quién me haría perder la virginidad. ¿Habéis oído algo más absurdo? —Jen puso los ojos en blanco.
—Sí. Por desgracia, Jon Cart tuvo ese privilegio conmigo el año pasado —Amy negó con la cabeza—. Ojalá pudiera recuperar esos cuarenta y cinco segundos de mi vida.
—¿CÓMO? —preguntó Tracy con un alarido. Amy se cubrió la boca. —Sí, odio tener que decíroslo. Pero el caso es que perderla no es muy divertido, que digamos. Tracy se mostró desilusionada.
—No es que yo vaya a enterarme, la verdad —se rodeó el cuerpo con los brazos y, en plan de broma, se enfurruñó—. Maldito club.
—Sí, y para no romper la tradición de que los chicos me tratan fatal sin ningún motivo, al segundo de terminar, literalmente, perdió todo interés por mí.
—Qué típico —coincidió Jen.
—Lo que se ve en la televisión y en las películas es una chorrada. No vi fuegos artificiales, ni me pasó por la cabeza ninguna sinfonía arrebatadora —Amy echó un vistazo a Diane—. Aunque seguro que, en el caso de Louis y tú, hubo velas encendidas y pétalos de rosas.
Diane se sonrojó.
—Mmm, no exactamente.
No estaba yo muy segura de querer enterarme.
—Por favor, dime que al menos había sábanas de seda —insistió Amy.
Diane respondió, pero en voz tan baja que resultaba inaudible.
—Bueno, quizá deberíamos cambiar de tema… —propuse.
Diane paseó la vista por el grupo y sonrió.
—Está bien. Es sólo que… soy virgen.
—¿ERES QUÉ? —chilló Tracy, a la vez que se levantaba de un salto del sofá. Diane se encogió de hombros por toda respuesta.
«Imposible».
Ella y Louis llevaban juntos tanto tiempo que prácticamente estaban casados. Bueno, a lo mejor era verdad eso de que la gente casada no practica el sexo.
—¿En serio? —preguntó Tracy con otro grito.
Diane asintió.
—En serio.
—Guau.
Tras una incómoda pausa, Diane se levantó y se acercó a Tracy.
—Gracias, Tracy —dijo con un travieso brillo en los ojos—. Muchas gracias por haber pensado todo este tiempo que era una zorra de marca mayor.
Tracy se encogió de hombros.
—Oye, sólo estoy aquí para criticar a mis amigas, a ver qué te crees.
—Penny, ¿y si ponemos música para dejar de oír a Tracy? —me propuso Diane con una sonrisa.
—Sí, como si un simple altavoz fuera capaz de callarme —contraatacó Tracy.
Aprobé completamente la sugerencia de Diane. Sabía muy bien qué canción poner a todo volumen.
¿Cuál, si no?
Come Together: juntémonos.
—No tienes que preocuparte por limpiar, en serio —le insistí a Diane una vez que todo el mundo se hubo marchado. Enjuagué unas cuantas latas de refrescos que había que reciclar.
—Es que te quería hacer una pregunta.
Me senté a la mesa de la cocina, a su lado.
Se rebulló, incómoda, en el asiento.
—¿Te parece raro?
—¿El club?
—No, no. El que Louis y yo no…
—Mmm, bueno, yo había supuesto…, ya sabes.
Bajó la mirada al suelo.
—Sí, ya lo sé. Es sólo que… ¿Te puedo decir algo?
Asentí.
—Nunca se lo he contado a nadie, pero una vez lo intentamos. La Nochevieja pasada pensábamos… Lo teníamos todo planeado. Mis padres iban a pasar la noche en la ciudad, así que fuimos a mi habitación después de la fiesta de Niall y, efectivamente, había velas. Y, efectivamente, me regaló rosas… —Diane se echó a reír—. Me figuro que éramos de lo más predecible —su sonrisa se fue desvaneciendo, y se quedó callada unos instantes.
Asentí en señal de comprensión. Me empezaron a asaltar recuerdos de mi embarazosa, mi catastrófica velada con Harry.
—Me acuerdo de que estaba segura con respecto a Louis, de que estaríamos juntos para siempre. Todo resultaba tan romántico, tan perfecto, pero entonces… me asusté. No es que me sintiera un poco inquieta, no. Perdí los nervios por completo. No habíamos llegado muy lejos, aún llevábamos puesta casi toda la ropa; pero me eché a llorar. Louis se incorporó de inmediato y encendió la luz. Parecía tan preocupado que me sentí todavía peor.
»Aún sigo sin entender qué pasó. Me figuro que me entró pánico. Estuvimos tumbados, juntos, hasta la mañana siguiente. Y Louis me abrazaba mientras yo seguía llorando. Después de aquella noche, las cosas entre nosotros cambiaron. Creo que a Louis le preocupaba haber hecho algo mal, de modo que nunca más trató de llegar tan lejos. Ambos estábamos tan avergonzados que no volvimos a hablar del tema. Apenas hicimos nada el último par de meses que estuvimos saliendo. Por eso nos ha resultado fácil seguir siendo amigos, porque eso es lo que hemos acabado siendo, al final… sólo amigos.
Diane se mostró triste unos momentos, y luego levantó la vista para mirarme y esbozó una débil sonrisa.
—Todo el mundo quiere enterarse de qué ha pasado, de por qué la «pareja perfecta» ha roto. Creo que, para nosotros, esa noche fue el principio del fin. No porque fuéramos a practicar el sexo, sino porque ambos nos dimos cuenta de que nos estábamos obligando a algo que ninguno de los dos quería en realidad.
Diane me miró y se encogió de hombros.
—Estoy harta de hacer cosas por otras personas, o porque sea lo que se espera de mí. No pienso volver a repetirlo, nunca más.
—Bien dicho.
Diane me sonrió.
—Hay otra cosa que quiero que sepas.
Me incliné hacia delante, preguntándome qué más podría venir a continuación.
—Después de la temporada de fútbol americano, voy a dejar el grupo de animadoras.
Semejante noticia podría haber supuesto una sorpresa aún mayor que la ruptura con Louis.
—¿De verdad?
—Sí. Además, voy a presentarme al equipo de baloncesto. Y lo hago sólo por mí —se le iluminó la cara, y se notaba que hablaba muy en serio.
—Ay, Diane —me había quedado sin palabras.
La cabeza me estallaba con toda la información acumulada aquella noche. Aunque no era más que nuestra primera reunión oficial, la mayoría del grupo estaba cambiando y un montón de secretos se estaban dando a conocer.
Seguro que, con el tiempo, más secretos saldrían a la luz.
Puede que incluso algunos de los míos.
Me esforcé por no reírme. Si ellos supieran.
Mientras mis padres se acicalaban para salir a cenar, Tracy y yo nos ocupábamos de preparar las provisiones imprescindibles para nuestra primera reunión oficial del Club de los Corazones Solitarios: patatas fritas de bolsa, salsa para mojar, pizza y una selección de comedias románticas.
—No se preocupe, doctor Bloom. Si Paul o Ringo se pasan por aquí, seremos las anfitrionas perfectas —a Tracy le encantaba que mis padres fueran tan poco… normales.
—Gracias, Tracy —respondió mi madre—. Sabemos que lo haréis —me dio un beso en la mejilla y luego se encaminó a la puerta principal.
—¿Por qué fomentas su obsesión? —le pregunté a Tracy.
—Porque te pone de los nervios.
Sonó el timbre (con la melodía de Love Me Do, claro está).
—¡Queda inaugurada la fiesta! —declaró Tracy.
Me había pasado toda la semana esperando la reunión. Nada más que chicas, pasando el rato juntas. Aun así, una parte de mí confiaba en que quizá, sólo quizá, acabara convirtiéndose en algo más importante.
Una vez que Tracy, Diane, Jen, Amy, Danielle y yo nos hubimos instalado en el sótano, cómodamente arrellanadas en los sofás, y empezamos a comer patatas fritas, Tracy se levantó y nos fue entregando una hoja de papel a cada una.
Bajé la mirada y leí: Reglamento oficial del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane.
—¡Eh! —protesté—. El club no es sólo mío…
Tracy me lanzó una patata frita.
—¿Te importa leerlo primero?
REGLAMENTO OFICIAL DEL CLUB DE LOS CORAZONES SOLITARIOS, DE PENNY LANE.
El presente documento expone las normas para las socias del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane. Todas las socias deberán aprobar los términos de este reglamento pues, de lo contrario, su afiliación quedará anulada automáticamente.
1. Todas las socias del club se comprometen a dejar de salir con hombres (o «niños», en el caso de la población masculina del instituto McKinley) durante el resto de su vida escolar. Si las mencionadas socias decidieran reanudar las citas una vez que abandonen el instituto, procederán por su cuenta y riesgo. El incumplimiento de esta norma, la más sagrada, tendrá como consecuencia el 2. Las socias asistirán juntas, como grupo, a todos los eventos destinados a parejas, incluyendo (pero no limitándose a) la fiesta de antiguos alumnos, el baile de fin de curso, celebraciones varias y otros acontecimientos, aun a riesgo de ser tachadas de frikis y de ser objeto de miradas envidiosas por parte de los chicos que, habiendo deseado contar con ellas como pareja explosiva, tienen que conformarse con patéticas aspirantes.
3. Los sábados por la noche se celebrarán las reuniones oficiales del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane. La asistencia es obligatoria. Únicamente se producirán excepciones a causa de emergencias familiares o en los días de pelo en mal estado.
4. Las socias deberán apoyar a sus amigas, a pesar de posibles elecciones equivocadas por parte de éstas en cuanto a ropa, peinado y/o música.
La violación de las normas conlleva la inhabilitación como socia, la humillación pública, los rumores crueles y la posible decapitación.
El presente documento expone las normas para las socias del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane. Todas las socias deberán aprobar los términos de este reglamento pues, de lo contrario, su afiliación quedará anulada automáticamente.
1. Todas las socias del club se comprometen a dejar de salir con hombres (o «niños», en el caso de la población masculina del instituto McKinley) durante el resto de su vida escolar. Si las mencionadas socias decidieran reanudar las citas una vez que abandonen el instituto, procederán por su cuenta y riesgo. El incumplimiento de esta norma, la más sagrada, tendrá como consecuencia el 2. Las socias asistirán juntas, como grupo, a todos los eventos destinados a parejas, incluyendo (pero no limitándose a) la fiesta de antiguos alumnos, el baile de fin de curso, celebraciones varias y otros acontecimientos, aun a riesgo de ser tachadas de frikis y de ser objeto de miradas envidiosas por parte de los chicos que, habiendo deseado contar con ellas como pareja explosiva, tienen que conformarse con patéticas aspirantes.
3. Los sábados por la noche se celebrarán las reuniones oficiales del Club de los Corazones Solitarios, de Penny Lane. La asistencia es obligatoria. Únicamente se producirán excepciones a causa de emergencias familiares o en los días de pelo en mal estado.
4. Las socias deberán apoyar a sus amigas, a pesar de posibles elecciones equivocadas por parte de éstas en cuanto a ropa, peinado y/o música.
La violación de las normas conlleva la inhabilitación como socia, la humillación pública, los rumores crueles y la posible decapitación.
Me encantó. De acuerdo, resultaba un tanto melodramático en algunas expresiones (típico de Tracy); pero, en general, funcionaba. Jen se quedó mirando la lista y suspiró.
—Desde que me hablasteis del club, he estado pensando en todas las desgracias que me han ocurrido por culpa de los chicos. Por ejemplo, hace poco me he enterado de que, el curso pasado, tres chicos del equipo de baloncesto se apostaron quién me haría perder la virginidad. ¿Habéis oído algo más absurdo? —Jen puso los ojos en blanco.
—Sí. Por desgracia, Jon Cart tuvo ese privilegio conmigo el año pasado —Amy negó con la cabeza—. Ojalá pudiera recuperar esos cuarenta y cinco segundos de mi vida.
—¿CÓMO? —preguntó Tracy con un alarido. Amy se cubrió la boca. —Sí, odio tener que decíroslo. Pero el caso es que perderla no es muy divertido, que digamos. Tracy se mostró desilusionada.
—No es que yo vaya a enterarme, la verdad —se rodeó el cuerpo con los brazos y, en plan de broma, se enfurruñó—. Maldito club.
—Sí, y para no romper la tradición de que los chicos me tratan fatal sin ningún motivo, al segundo de terminar, literalmente, perdió todo interés por mí.
—Qué típico —coincidió Jen.
—Lo que se ve en la televisión y en las películas es una chorrada. No vi fuegos artificiales, ni me pasó por la cabeza ninguna sinfonía arrebatadora —Amy echó un vistazo a Diane—. Aunque seguro que, en el caso de Louis y tú, hubo velas encendidas y pétalos de rosas.
Diane se sonrojó.
—Mmm, no exactamente.
No estaba yo muy segura de querer enterarme.
—Por favor, dime que al menos había sábanas de seda —insistió Amy.
Diane respondió, pero en voz tan baja que resultaba inaudible.
—Bueno, quizá deberíamos cambiar de tema… —propuse.
Diane paseó la vista por el grupo y sonrió.
—Está bien. Es sólo que… soy virgen.
—¿ERES QUÉ? —chilló Tracy, a la vez que se levantaba de un salto del sofá. Diane se encogió de hombros por toda respuesta.
«Imposible».
Ella y Louis llevaban juntos tanto tiempo que prácticamente estaban casados. Bueno, a lo mejor era verdad eso de que la gente casada no practica el sexo.
—¿En serio? —preguntó Tracy con otro grito.
Diane asintió.
—En serio.
—Guau.
Tras una incómoda pausa, Diane se levantó y se acercó a Tracy.
—Gracias, Tracy —dijo con un travieso brillo en los ojos—. Muchas gracias por haber pensado todo este tiempo que era una zorra de marca mayor.
Tracy se encogió de hombros.
—Oye, sólo estoy aquí para criticar a mis amigas, a ver qué te crees.
—Penny, ¿y si ponemos música para dejar de oír a Tracy? —me propuso Diane con una sonrisa.
—Sí, como si un simple altavoz fuera capaz de callarme —contraatacó Tracy.
Aprobé completamente la sugerencia de Diane. Sabía muy bien qué canción poner a todo volumen.
¿Cuál, si no?
Come Together: juntémonos.
—No tienes que preocuparte por limpiar, en serio —le insistí a Diane una vez que todo el mundo se hubo marchado. Enjuagué unas cuantas latas de refrescos que había que reciclar.
—Es que te quería hacer una pregunta.
Me senté a la mesa de la cocina, a su lado.
Se rebulló, incómoda, en el asiento.
—¿Te parece raro?
—¿El club?
—No, no. El que Louis y yo no…
—Mmm, bueno, yo había supuesto…, ya sabes.
Bajó la mirada al suelo.
—Sí, ya lo sé. Es sólo que… ¿Te puedo decir algo?
Asentí.
—Nunca se lo he contado a nadie, pero una vez lo intentamos. La Nochevieja pasada pensábamos… Lo teníamos todo planeado. Mis padres iban a pasar la noche en la ciudad, así que fuimos a mi habitación después de la fiesta de Niall y, efectivamente, había velas. Y, efectivamente, me regaló rosas… —Diane se echó a reír—. Me figuro que éramos de lo más predecible —su sonrisa se fue desvaneciendo, y se quedó callada unos instantes.
Asentí en señal de comprensión. Me empezaron a asaltar recuerdos de mi embarazosa, mi catastrófica velada con Harry.
—Me acuerdo de que estaba segura con respecto a Louis, de que estaríamos juntos para siempre. Todo resultaba tan romántico, tan perfecto, pero entonces… me asusté. No es que me sintiera un poco inquieta, no. Perdí los nervios por completo. No habíamos llegado muy lejos, aún llevábamos puesta casi toda la ropa; pero me eché a llorar. Louis se incorporó de inmediato y encendió la luz. Parecía tan preocupado que me sentí todavía peor.
»Aún sigo sin entender qué pasó. Me figuro que me entró pánico. Estuvimos tumbados, juntos, hasta la mañana siguiente. Y Louis me abrazaba mientras yo seguía llorando. Después de aquella noche, las cosas entre nosotros cambiaron. Creo que a Louis le preocupaba haber hecho algo mal, de modo que nunca más trató de llegar tan lejos. Ambos estábamos tan avergonzados que no volvimos a hablar del tema. Apenas hicimos nada el último par de meses que estuvimos saliendo. Por eso nos ha resultado fácil seguir siendo amigos, porque eso es lo que hemos acabado siendo, al final… sólo amigos.
Diane se mostró triste unos momentos, y luego levantó la vista para mirarme y esbozó una débil sonrisa.
—Todo el mundo quiere enterarse de qué ha pasado, de por qué la «pareja perfecta» ha roto. Creo que, para nosotros, esa noche fue el principio del fin. No porque fuéramos a practicar el sexo, sino porque ambos nos dimos cuenta de que nos estábamos obligando a algo que ninguno de los dos quería en realidad.
Diane me miró y se encogió de hombros.
—Estoy harta de hacer cosas por otras personas, o porque sea lo que se espera de mí. No pienso volver a repetirlo, nunca más.
—Bien dicho.
Diane me sonrió.
—Hay otra cosa que quiero que sepas.
Me incliné hacia delante, preguntándome qué más podría venir a continuación.
—Después de la temporada de fútbol americano, voy a dejar el grupo de animadoras.
Semejante noticia podría haber supuesto una sorpresa aún mayor que la ruptura con Louis.
—¿De verdad?
—Sí. Además, voy a presentarme al equipo de baloncesto. Y lo hago sólo por mí —se le iluminó la cara, y se notaba que hablaba muy en serio.
—Ay, Diane —me había quedado sin palabras.
La cabeza me estallaba con toda la información acumulada aquella noche. Aunque no era más que nuestra primera reunión oficial, la mayoría del grupo estaba cambiando y un montón de secretos se estaban dando a conocer.
Seguro que, con el tiempo, más secretos saldrían a la luz.
Puede que incluso algunos de los míos.
Roochi.1D
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Uy. Diane es totalmente distinto a lo que pensaba.
Y chanfles que ame la reunion de chicas ajjaja!
Tienes que seguirla babe!
Y chanfles que ame la reunion de chicas ajjaja!
Tienes que seguirla babe!
Pepaa
Re: Lonely Hearts Club |Louis Tomlinson|
Pepaa escribió:Uy. Diane es totalmente distinto a lo que pensaba.
Y chanfles que ame la reunion de chicas ajjaja!
Tienes que seguirla babe!
Uno nunca es como se piensa :D
La sigo pronto e.e
Besotessssss <3
Roochi.1D
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