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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Natuu! Vie 13 Abr 2012, 5:57 pm

CAPÍTULO 08



¿Cuáles eran los quehaceres diarios de Joe? Muchos. Él lo supervisaba todo.
Mientras _____ diluía el cuajo de cordero para convertir la leche en cuajada, trató de pensar en cuáles eran esos trabajos.
Además de elaborar queso, tenía responsabilidades más discretas como comprar piensos, conseguir buenos sementales para renovar la sangre de la cabaña, llevar el seguimiento de los animales sujetos al programa de mejora genética, vender al mejor precio las diferentes clases de ganado, ejercer de veterinario con todos ellos, dirigir los trabajos de los Ionescu...
_____ resopló. No podía recordar todo lo que, según Doina, Joe hacía para Ignacio y ya no haría para ella. Se agobiaba pensando en quién se iba a ocupar de todo y respiraba con miedo, por si a sus crisis de ansiedad se les ocurría regresar en aquel delicado momento.
Superada por las circunstancias, se preguntaba qué hacía aún allí, metida en un lío tan grande. Después de los apasionados besos de Joe y al saber que no volvería a verlo, había comprendido por qué había ido aplazando el momento de regresar a Madrid: aún no quería encontrarse con Diego, eso era cierto, pero la razón más importante era que le gustaba estar cerca de Joe. Por eso toleraba el agobiante verde, el inquietante silencio; por eso seguía haciendo queso. No soportaba su rudeza y a veces hasta lo odiaba, pero, de un modo inconsciente, había estado buscando su compañía.
Y ahora que todo había cambiado, sentía una acuciante necesidad de marcharse.
Llamaría a Bessolla para pedirle que acelerara la venta de la explotación antes de que todo acabara en la ruina. Pero la urgencia más inmediata era que la leche estaba terminando de cuajar y ella no podía elaborar todo el queso sola. Tendría que llamar a Doina y explicarle la nueva situación.
—Si tú estás de acuerdo, seguiré trabajando aquí. —_____ se giró, sorprendida—. Prometí a tu abuelo que velaría porque todo continuara igual.
No le había escuchado llegar, pero Joe estaba allí, vestido con vaqueros y una camisa de cuadros de diferentes tonos de azul. _____ sintió alivio al verle; todos sus problemas habían desaparecido de golpe. Pero también se llenó de una insana satisfacción al comprobar que él venía rogando; rogándole a ella.
—Él está muerto —le respondió, alzando la cabeza con orgullo—. ¿Debo repetir, palabra por palabra, todo cuanto dije ayer?
Joe apretó la mandíbula hasta que le chirriaron los dientes. Su carácter tranquilo se endemoniaba ante la impertinencia de aquella mujer. Caminó unos pasos. _____ se fijó en que no llevaba puestas las botas de goma. Él, que tan preciso era con las normas para no contaminar el espacio de trabajo, se las estaba saltando todas.
—Ése es el problema, que está muerto y no puedo pedirle que me libere de mi promesa. Pero ayer lo olvidé. —Con las manos en el interior de los bolsillos, alzó los hombros en señal de impotencia—. Quiero saber si puedo continuar aquí como si no me hubiera despedido.
Joe observó la superficie de la leche que cuajaba en el depósito: aquel blanco tembloroso le tranquilizaba. Después miró con firmeza a los ojos de _____.
—Me parece bien —indicó ella, disfrutando de causarle incomodidad, pero cuidando de no excederse para que no se fuera de nuevo—. Puedes quedarte. Olvidaré que te despediste y por supuesto también ignoraré tus ofensas.
Joe sabía que responder con un gracias hubiera sido lo apropiado, pero no estaba dispuesto a rebajarse tanto, no después de entender que a ella le importaba bien poco si se quedaba o no. Volvió a mirar el contenido del depósito para calcular el tiempo que faltaba para comenzar a trabajar.
—De acuerdo —dijo, antes de darle la espalda para salir—. Volveré en una hora.
Ya en el exterior, inspiró como si hasta entonces le hubiera faltado el aire. La libertad le había durado muy poco. Su sentido del deber se había impuesto; su corazón, aun sabiendo que era una locura continuar junto a _____, había claudicado.
Algo suave y familiar se enredó entre sus dedos. Thor celebraba su llegada ofreciéndole el pelaje de su cabeza y solicitándole unas caricias. Joe se la frotó con cariño. Le reconfortaba comprobar que algunas cosas no habían cambiado. Pensó que con un poco de autocontrol y de tiempo, también él volvería a ser el de siempre.


No fue fácil compartir el espacio aquella mañana. Su última discusión no había sido como las demás y ninguno de los dos podía olvidarlo.
Joe se maldecía por su estúpido comportamiento que le había llevado a la delicada situación en la que se encontraba. Necesitaba quedarse allí por Ignacio, por él mismo. Era muy consciente de que, igual que se había tragado su orgullo esa mañana regresando para ponerse bajo sus órdenes, debería seguir haciéndolo si quería evitar enfrentamientos.
Además, estaban los besos con los que la había forzado. No quería recordarlos, por eso evitaba mirarla.
También _____ deseaba paz. El valle era un buen refugio para sus penas, por las que cada vez lloraba menos. Desde que estaba en ese lugar perdido, se había ido sintiendo más fuerte, más segura. No sabía si era porque debía pelear contra las afrentas de Joe, por la distancia que había puesto en su relación con Diego, por sus ganas de salir adelante por sí misma... Daba igual el motivo. Quería seguir allí un tiempo más, y por eso precisaba que también Joe permaneciera en su puesto, velando por todo.
Durante toda la mañana trató de no mirar los largos y delgados dedos de Joe moverse sobre la cuajada. No quería evocarlos cerrados sobre sus muñecas o manteniéndole el rostro inmóvil mientras él insistía en besarla. Pensar en aquel momento la enfurecía. Sin embargo, recordar la suavidad y la ternura con la que él finalizó el beso, la llenaba de inquietud.


—Buenos días, señorita _____ —exclamó Doina al día siguiente, entrando en la quesería mientras se anudaba el delantal—. Tiene nueva compañera de trabajo.
_____ sintió una presión en el pecho y trató de respirar con calma.
Hacía veinticuatro horas que Joe había regresado, y ya había enviado una sustituía. ¿Acaso lo había pensado mejor y al final lo abandonaba todo?
No se atrevía a preguntar para no parecer demasiado interesada. Si Joe no quería trabajar con ella, no iba a ser ella quien pareciera morirse por trabajar con él.
—¿Cómo está Joe? —preguntó, prensando sobre el primer molde que llenaba esa mañana y actuando como si la respuesta no le preocupara demasiado.
—Imagino que bien, señorita _____. Estará en su casa, durmiendo —respondió, comenzando con su tarea.
Durmiendo a las ocho de la mañana. Para _____ ésa era la confirmación de que se había despedido para siempre. Trató de no dejarse dominar por el pánico, al menos hasta tener la seguridad de que la había dejado plantada.
—Se acostaría muy tarde ayer —comentó, con la esperanza de que Doina comenzara a contar lo que sabía.
—¿Tarde dice, señorita _____? —Sonrió ante el sospechoso interés—. Se ha acostado hoy, después de las seis de la mañana. Según me ha contado Mihai, el pobre señor iba roto.
¿Y qué significado tenía la palabra roto para Mihai? ¿Cansado, desesperado, herido...? _____ continuó llenando moldes. No se le ocurría qué preguntar para que la respuesta se adecuara a lo que quería saber.
—Vaya luego a ver los potrillos —dijo Doina en tono cariñoso—. Tienen más grandes las patas que el cuerpo, pero son bonitos.
—¿Potros? —exclamó _____, esperanzada—. ¿Han nacido los potros?
—En eso estamos, señorita. Parece que las yeguas se han puesto de acuerdo para complicarle el descanso al señor Joe.
La presión en el pecho desapareció, y _____ respiró con alivio. Joe se había pasado la noche haciendo de veterinario y ahora estaba, como bien decía Mihai, con el cuerpo roto.
—No sabía que esto de los partos era tan complicado. —Inspiró al sorprenderse realmente preocupada por Joe—. ¿Pierde muchas noches?
—Con las yeguas, no. Suele ir todo bien y se arreglan ellas solas. Las que son malas para parir son las ovejas de raza latxa. Esas sí necesitan ayuda.
—¿No es ésa la raza de las que nosotros tenemos? —consultó, frunciendo el ceño.
—Sí, señorita _____. El queso Roncal no se hace con otra leche. Cuando llegan los partos, por noviembre, el señor Joe pierde muchas noches.
—¿No le ayudan Mihai y los chicos? —preguntó, calculando que para entonces ella ya no estaría allí.
—El señor Joe no quiere. Dice que si todos se pasan la noche danzando, nada funcionará al día siguiente.
_____ suspiró muy bajito. Se sentía feliz. Saber que Joe estaba cuidando de todo le infundía tranquilidad. Imaginarlo durmiendo después de toda la noche haciendo de comadrona de yeguas inexpertas le inspiraba ternura. La combinación de ambas cosas le dibujó una sonrisa tonta que no podía borrar de su rostro.
—¿Sabe cuánto tiempo lleva aquí, señorita _____? —preguntó Doina a la vez que cogía un nuevo molde.
—Creo que unos... —entrecerró los ojos para pensar.
—Dos meses —le confirmó—. Cuando la aconsejé que se instalara en la casa del pueblo, me dijo que sólo estaría unos días.
—Eso creí. Vine con la idea de que ésta sería una estancia fugaz —recordó su llegada en busca de un refugio en su huida.
—Si va a quedarse más tiempo, debería hacerlo en el pueblo. Mis chicos pueden ayudarla a llevar sus cosas.
—No, Doina. Te lo agradezco, pero tengo varios motivos para no hacerlo —dijo convencida—. El primero, porque es posible que me vaya de pronto, de un día para otro. El segundo es que me daría la sensación de que me estoy asentando en este lugar, y eso no lo haría ni loca —rio, imaginando qué haría con sus zapatos de diseño o sus vestidos de fiesta—. Además... —dudó antes de hacer la confidencia—, vine para alejarme de algunas cosas y meditar sin interferencias de ninguna clase. Me estoy dando cuenta de que es bueno hacerlo en un medio tan diferente al mío. Vivo una vida muy cómoda en Madrid, ¿sabes? Una vida a la que me he acostumbrado y ya no valoro. Puede que pasar aquí unos días más, en la incomodidad de la borda en lugar de en una casa corriente, me enseñe el modo de mejorar lo que tengo allí.
—No lo entiendo —confesó Doina—. Me ha hecho usted un lío y ya no sé si le gusta su vida, si la odia, si quiere cambiarla, escapar de ella...
—La adoro —dijo, riendo y apretando sobre su molde lleno—. Tengo una vida perfecta... —arrugó la nariz con gracia—. Bueno, será perfecta cuando regrese y cambie un par de cosas. Por eso estoy alargando mi estancia hasta que encuentre las fuerzas que necesito para hacerlo.
—¿Y no puede encontrarlas en la casa de su abuelo?
—No serían las mismas —dijo mientras acariciaba la tela que cruzaba sobre el recién formado queso—. A grandes males, grandes remedios, solía decir la abuela. Imagino que no has oído hablar de las terapias de choque. Esta es mi particular terapia de choque; vivir de manera opuesta a lo que me gusta.
—Ustedes, los de ciudad, son muy complicados. —Rio, agitando la cabeza y cogiendo más cuajada del tanque—. La vida es más sencilla que todo eso.
—Puede que a veces sea así —reconoció. En ese momento sí lo era. Después del último sobresalto, todo estaba bien y ella volvía a sentir la calma que había ido buscando—. Doina —dijo de pronto—. ¿Tú podrías enseñarme a cocinar?
—¡Qué sorpresa, señorita _____! ¿Al fin va a tirar a la basura toda esa comida precocinada que compra?
—Aún no, Doina. No sabría qué comer si me faltara —bromeó—. Sólo quiero aprender a elaborar platos ricos, y eso me llevará un tiempo.
—Siempre que una chica hermosa entra en la cocina es que quiere impresionar a alguien especial —comentó Doina—. ¿Usted quiere impresionar a un hombre cuando vuelva a Madrid? —preguntó, presintiendo que el hombre en cuestión estaba mucho más cerca.
—Algo parecido —respondió _____, misteriosa—; más o menos parecido.
—Pues tengo algo que servirá. Mis chicos me regalaron un libro de cocina con unas fotos y unas letras muy bonitas —dijo, riendo—, pero con unas recetas muy finas que no alimentan. No sé por qué, pero creo que a usted le gustará.
—Yo tampoco sé por qué, Doina, pero presiento que ese libro es lo que necesito.
_____ continuó llenando moldes, satisfecha. Todo iba bien. Seguía teniendo cerca a Joe, y ella estaba a punto de ojear el primer libro de cocina de su vida.


Al finalizar el trabajo de esa mañana, _____ se acercó a conocer a los recién nacidos. Aquél le pareció un buen momento, con los Ionescu a punto de comer y Joe en su casa, recuperando el sueño perdido.
Encaramada al primer travesaño de la valla, observó con tranquilidad los potrillos. Eran tal y como ella los recordaba y como Doina los había descrito; todo patas, todo belleza, todo ternura. Le gustaban los caballos desde que, dominando su miedo, aprendió a montarlos en el club de hípica del que Diego era socio. También allí había visto algunos pequeños, pero seguía sorprendiéndole que, aún con pocas horas de vida, fueran tan fuertes y se movieran con tanta agilidad.
Disfrutaba del hermoso espectáculo, envuelta en una suave brisa y al calor del sol del mediodía, cuando el saludo cariñoso de Mihai la hizo volverse.
Se quedó sin aire al descubrir que no llegaba solo. Joe estaba parado ante ella, con el cabello húmedo, las mangas de la camisa dobladas hasta los codos y las manos en el interior de los bolsillos del pantalón. La miraba con fijeza, sin burla, con una intención que ella no supo descifrar, pero que la hizo sentirse como si la hubiera sorprendido fisgoneando en sus dominios. Era una sensación extraña que le asaltaba al pensar que él daba a las yeguas su tiempo, su esfuerzo, su experiencia, las ayudaba a parir, y ella llegaba sólo para disfrutar del hermoso milagro.
Le hubiera gustado desaparecer en aquel instante, pero aún tuvo que aguardar unos minutos a que Mihai le hablara de los potrillos que estaban naciendo en libertad, en la sierra.
Mientras escuchaba y respondía con tímidos monosílabos, le costó mantener los ojos apartados de Joe sabiendo que él no la perdía de vista. Por fin, en una pausa de Mihai, ella se disculpó diciendo que aún tenía que preparar su comida.
—Hasta mañana, _____ —exclamó Joe de pronto con un suave y ronco tono.
Ella se atrevió a mirarle antes de responder. Seguía estando serio, sin embargo, sus ojos brillaban, sonreían y parecían estar ofreciendo una tregua; un nuevo comienzo.
—Hasta mañana, Joe —respondió ella, en el mismo tono amigable.
Según se alejaba atravesando el pastizal, un enorme camión se internó en la finca y pasó a su lado. Sonrió al advertir que ése era el motivo por el que Joe había renunciado a una buena parte de su merecido descanso.
A veces podía ser el hombre más déspota y amargo que existía sobre la tierra, pero también era un hombre de principios que se mantenía fiel a sus obligaciones y a su palabra.
Satisfecha, alzando el rostro para respirar de aquel fresco y suave olor a pinos, avanzó por el verde diciéndose que algunos días amanecían y transcurrían de modo casi perfecto. Hasta la borda, con su fachada de piedra y su tejado vertiginosamente inclinado, le pareció que lucía con un apacible y desconocido encanto.


La misma sensación placentera la acompañó al despertar el día siguiente, y evitó aquellos pensamientos que la dirigían a Diego. Sólo una leve inquietud le aleteaba en el estómago: ¿aparecería Joe en la quesería o lo haría Doina?
La duda se le despejó en cuanto la cuajada estuvo cortada en pequeños pedacitos, lista para comenzar a trabajar. Fue Joe quien llegó, puntual como la claridad aparece para completar el día, relajado como pocas veces lo había visto y, en apariencia, con pocas ganas de conversación. Pero esa insignificancia no pudo con el ánimo de _____, que se sentía feliz porque no se respiraba el aire tenso y agobiante de otras veces.
Joe había pensado mucho en el momento en el que la inmovilizó contra la pared y la besó. No recordaba cuántas veces se había llamado estúpido y se había jurado que no volvería a ocurrir. Por eso procuraba no acercarse demasiado, no hablar demasiado, no mirarla demasiado...
También _____ recordaba el forcejeo y, de modo especial, el segundo de los besos; la suavidad que sucedió a la aspereza; la dulzura con la que le lamió los labios, mimando lo que acababa de maltratar. Desde aquel momento, cuando trataba de recordar los besos apasionados de Diego, era ése, violento y tierno que Joe le había dado, el que terminaba ocupando sus pensamientos.
Pero la preocupación de _____ no era que aquello no volviera a suceder. Daba por hecho que no ocurriría. Pensaba que Joe sólo había querido humillarla en medio de la discusión, por lo que no podía imaginar que se alteraba teniéndola cerca. Ni siquiera era consciente de que comenzaba a ocupar más espacio en sus pensamientos que el mismo Diego. Por eso no evitaba acercarse demasiado, hablarle demasiado, mirarle demasiado... Aunque siempre esperaba, con cautela, el mejor momento para comenzar a preguntar.
Le observó apilar los moldes en la prensa y girar con precisión la manivela, y aguardó a que volviera a su lado y cogiera un nuevo molde.
—Creí que fabricábamos queso todo el año —comentó, encajando la tapa sobre el que acababa de llenar—, pero Doina dice que dejaremos de hacerlo en junio.
—Así es —respondió Joe, sin mirarla—. Las ovejas no pueden estar dando leche sin descanso. Queremos que vuelvan a parir hacia noviembre o diciembre. —Ante la expresión confundida de _____, Joe continuó—: Con todo el ganado que tú tienes, podríamos preparar dos rebaños con los que elaborar queso todo el año, pero Ignacio y yo llegamos al acuerdo de hacerlo de este modo.
—¿Qué acuerdo fue ése?
—Cuando decidimos comenzar con esto, él puso una condición: que lo hiciéramos de diciembre a junio. Estaba obsesionado con que yo no llevara la misma vida que él, siempre solo. —Sonrió al recordar sus consejos de experto en fracasos—. Decía que un hombre joven debe divertirse, enamorarse y crear una familia. Quería que yo utilizara el verano para viajar y hacer todo tipo de cosas.
—¿Y las haces? —se interesó, animada por la expresión de dicha de Joe.
—¿Viajar y todo tipo de cosas? —preguntó, riendo—. Sí. Sí que las hago.
«¿Y lo de enamorarte y formar una familia?», estuvo a punto de preguntar. Pero no quiso tentar a su suerte. Le gustaba el Joe amable y no sabía si una indiscreción por su parte podía despertar al Joe odioso y dar al traste con aquella tranquilidad.
—¿Este verano también te irás para hacer todas esas cosas? —preguntó, pensando en que, si él desaparecía, ella haría su maleta y se volvería a Madrid.
Joe detuvo los dedos sobre el paño con el que acababa de cubrir el queso. Lo frotó con suavidad preguntándose cuánto tiempo estaría ella allí, jugando a los ganaderos.
—No tengo planes para este verano —respondió, y la miró, sonriendo con misterio—. Mi intención es no alejarme demasiado de aquí.
A _____ le surgió la duda de si se quedaría cerca para hacerle compañía o porque no se fiaba de ella y quería vigilar que no provocara algún desastre. Pero no le preocupaba la respuesta. Acababa de decidir que también ella pasaría el verano en ese valle.
Cuando terminaron el trabajo, se cambiaron de calzado y se lavaron las manos, Joe abrió la puerta y la sujetó con la espalda para ceder el paso a _____. Ella no pudo negarse. Salió despacio, oteando hacia los lados y respirando aliviada al comprobar que estaban solos. Joe salió tras ella, se humedeció los labios y emitió un fuerte silbido.
_____ se quedó sin aliento. Intentó retroceder, pero Joe le cortaba el paso hacia la quesería y ella temió que acabaría siendo presa del pánico.
—Disculpa —musitó, instándole a que la dejara pasar—. He olvidado algo ahí dentro.
—No has olvidado nada —respondió él, con suavidad—. Quieres irte antes de que aparezcan los mastines.
Lo miró sorprendida. ¿Qué trataba de hacer?, se preguntó. ¿Matarla de un infarto, que la devoraran los perros, que se aterrorizara tanto como para preparar su maleta y salir huyendo hacia Madrid? ¿La dichosa tregua era tan sólo una farsa y seguía insistiendo en deshacerse de ella?
—¡Qué tontería! —consiguió decir sin que le temblara la voz—. ¿Por qué iba a querer hacer eso?
—Porque les tienes terror —aseguró él, con suavidad—. Te ocurre algo parecido con las vacas y las ovejas, ¿no es cierto?
—No lo es —respondió sin dejar de mirar hacia los lados con nerviosismo—. No entiendo de dónde has sacado una idea tan estúpida.
—Les temes porque nunca has convivido con ellos. Y no me estoy mofando, _____ —declaró en el mismo tono amigable—. Entiendo que son enormes, imponen, y no sabes que son inofensivos
—Mi amiga Laura tiene un perro —se defendió con dignidad—. Un yorkshire con muy mal genio. Todo el mundo le teme menos yo.
Él sonrió pensando en la gran bestia que seguramente lucía su sedoso pelaje hasta el suelo y lo peinaban con un moñete adornado con un lacito rojo. Mientras trabajó como veterinario, en Pamplona, había atendido a unos cuantos orgullosos Yorkis.
—He tratado a muchos de esos canijos, y algunos son verdaderas fieras. Si pesaran la mitad que Thor, serían perros asesinos.
—No sé si te estás burlando de mí —dijo, y de pronto sintió que le flaqueaban las piernas al ver a los mastines cruzar veloces el pastizal.
—No lo hago... —La mirada aterrada de _____ le hizo darse la vuelta. Los perros se acercaban y él, con un gesto de la mano, hizo que se detuvieran y se colocaran a su lado.
—Por favor —rogó ella, bajando la voz—. Llévatelos de aquí o apártate y déjame entrar.
—¿Confías en mí? —preguntó, acariciando la cabeza de Thor mientras Obi se mantenía quieto.
—¿Debería hacerlo? —dijo ella, temblando de pies a cabeza.
Joe volvió a sonreír. Ni siquiera él sabía si debería dejarla confiar. Cada día la encontraba más atractiva, más deseable, y ante aquel miedo irracional que ella tenía a los animales, sentía deseos de abrazarla para tranquilizarla.
—Estos perros son muy nobles —respondió con paciencia—. No te atacarán. Tan sólo lo hacen con extraños, pero siempre controlando su fuerza. Son inteligentes, conocen su poder y lo piensan antes de utilizarlo.
—Yo soy una extraña —señaló _____, que no se atrevía ni a pestañear.
—No lo eres, y ellos lo saben —aseguró Joe, sonriendo—. Sólo se te acercan para que los acaricies. Les gusta que les froten las orejas. Prueba a rozarlo —le pidió, señalándole el suave pelaje de Thor.
_____ negó con un enérgico movimiento de cabeza, apretando los dientes para no gritar.
—Está bien —dijo Joe, consciente del mal rato por el que la estaba haciendo pasar—. No los toques hasta que no desees hacerlo, pero deja que los tres te acompañemos hasta la borda —sonrió ante su propia petición—. Puedes caminar a mi lado, despacio, sin prestarles atención, para que compruebes que también ellos te ignoran. —_____ dudó y él bajó la voz—. Por favor. Te prometo que no se te acercarán.
Ella asintió, temblando como un mimbre en un atardecer ventoso.
Con una dulce y alentadora sonrisa, Joe comenzó a caminar manteniendo a los mastines a su derecha. _____ se colocó a su izquierda, respirando muy despacio para que los perros la ignoraran, y escuchando, durante todo el camino, las palabras con las que Joe trató de tranquilizarla.
Alcanzada la borda, ella se apresuró a abrir y, en ese corto instante en el que dio la espalda a las bestias, sintió que un escalofrío mortal le recorría la espina dorsal. Entró como si la persiguiera el mismo diablo. Se volvió hacia Joe a la vez que sujetaba la puerta con la mano, segura de que podría cerrarla en un instante si las fieras la atacaban.
—No ha sido tan terrible —dijo él, con una confortante sonrisa—, ¿o sí?
_____, tras la puerta entreabierta, y pendiente de cualquier movimiento extraño, admitió que no había sido tan malo. Y es que, una vez a salvo, le parecía que el mal rato de caminar junto a los mastines había sido bien recompensado por la compañía y la dulce atención que le había dedicado Joe.


Las súplicas que Diego hacía en silencio, y hasta en voz alta algunas veces, comenzaban a parecerse a las oraciones que jamás habían salido de sus labios o estado en sus pensamientos. Llevaba casi tres meses rogando por que _____ apareciera o al menos le llamara. Ahora, esperando a que Laura le abriera, y mientras escuchaba los ladridos de su insufrible yorkshire, cerraba los ojos para implorar que ella se apiadara y le contara todo lo que sabía.
En cuanto se abrió la puerta, la pequeña fiera comenzó a aullar, como una posesa, dificultando cualquier conversación. Tampoco el silencio y la fría mirada gris de Laura fueron demasiado alentadores.
—Por favor. —Diego la miró con ojos vencidos por la falta de descanso—. Necesito hablar contigo unos minutos.
Laura, que llevaba meses temiendo su visita, no fue capaz de cerrarle la puerta. Apreció que aquél no era el Diego seductor y seguro de sí mismo que arrancaba suspiros a su paso. Su perfecto traje de Armani no le cuadraba los hombros como de costumbre, ni su espalda se erguía con el mismo elegante y atractivo orgullo. Era la imagen de un hombre hundido.
Laura suspiró a la vez que le hacía un gesto para que pasara.
Apenas se internó dos pasos, la yorkshire, que no era más grande que uno de los zapatos de piel italiana de Diego, cerró sus dientes sobre el borde de su pantalón y empleó todas sus energías en arrastrarlo fuera del piso. Diego, acostumbrado a ese espectáculo, continuó avanzando con cuidado de no lastimarla. Tras él, una pequeña «mopa» gris perla con extremidades doradas y un coqueto lazo rojo en lo alto de la cabeza, se deslizaba sacando brillo a un inmaculado suelo de madera.
—Vicky, cariño —exclamó Laura, agachándose para cogerla en brazos.
—No, por favor —suplicó Diego—. Si me suelta el pantalón comenzará a ladrar como una histérica y no nos dejará hablar.
—Pero mientras intenta sacarte de casa está nerviosa —respondió, preocupada.
—También lo estará si me ladra mientras intentamos hablar, y los dos sabemos que no callará mientras yo esté aquí. Prometo que sólo será un momento.
Laura asintió. Su adorada princesa era una fiera que no aceptaba visitas. Por fortuna, su boquita solo alcanzaba a morder los bajos de los pantalones. Eso le bastaba para satisfacer su espíritu de perro guardián del hogar, aunque con su fuerza jamás conseguía arrastrar a nadie hasta el felpudo de bienvenida.
Ya en el salón, con la perrita colgada de la pernera izquierda de su traje, Diego fue breve y directo.
—¿Dónde está _____?
—Te lo he dicho cientos de veces y te lo repetiré cada vez que me preguntes —exclamó Laura, agitando las manos con impotencia—. No sé dónde está.
—Ella no desaparecería sin decírtelo —insistió, afligido—. Ignoro qué te ha contado, pero...
—No me ha contado nada, Diego. Aunque, ya que estás aquí... —Se sentó en uno de los sillones morados, echando hacia atrás su larga melena negra y poniéndose cómoda para escuchar—. ¿Por qué no me cuentas tú qué le hiciste? Algo muy gordo ha tenido que ser, porque lleva meses escondida.
—No le hice nada. —Se sentó frente a ella, con cuidado de no pisar a la pequeña perrita—. Estábamos bien, no teníamos problemas, no discutíamos...
—¿Entonces se marchó porque no soportaba tanta felicidad? —cuestionó ella, con mofa.
Diego resopló, cerrando los ojos. Nunca le había gustado el ordinario sarcasmo de Laura, igual que nunca había aguantado a su malcriada yorkshire, pero ahora se veía obligado a soportar a ambas durante un rato.
—Tú sabes, tan bien como yo, que era feliz —afirmó con segundad—. Hacíamos planes de futuro y sé que te los comentaba.
—Pero algo cambió el último día, que le hizo meter cuatro trapos en su maleta y desaparecer. ¿Qué pasó, Diego? ¿Qué le hiciste?
—¡Nada! —gritó, y se cubrió el rostro con las manos para que no le viera llorar. Unos segundos después se frotaba los párpados con los dedos y volvía a levantar la cabeza—. No hice nada. —La miró a los ojos para convencerla de que no mentía—. Todo iba bien. La última vez que la vi, yo estaba entre sus piernas y ella me decía que me amaba.
—¿Tanto la decepcionaste que no quiere volver a ocupar esa posición? —preguntó en tono hiriente.
—No bromees, Laura. Te he contado esto para que entiendas que entre _____ y yo no ocurrió nada. —Negó con la cabeza y musitó—: Después de tantos años, deberías saber que la amo.
—A veces no basta con eso —dijo ella, suavizando el tono de su voz—. No estoy al tanto de lo que le ocurre a _____, pero desde luego no debe de ser ninguna tontería.
—Dime lo que sepas —insistió Diego, apoyando los brazos en sus rodillas para acercarse más a ella—. Te lo suplico.
—Sólo sé que está bien. De vez en cuando me manda un mensaje para repetírmelo —reveló, señalando su móvil sobre la pequeña mesita de cristal.
Eso quería decir que en algunos momentos lo encendía, pensó Diego. Sólo tenía que descubrir cuándo lo hacía y conseguiría comunicarse con ella.
—¿Cada cuánto tiempo te envía mensajes? —preguntó con la mirada fija en el pequeño aparato. Habría dado cualquier cosa por leer lo que contenía.
—Cuando le parece. No sigue ninguna pauta.
—¿Y cuándo te los manda? —insistió, demasiado ansioso—. Por la noche, por la tarde...
—No entiendo para qué quieres saber todo esto.
—Porque estoy tan mal que cualquier información me sirve. —La miró a los ojos y volvió a preguntar—: ¿Dónde está, por favor? Necesito verla.
—Olvídalo, Diego. Aunque yo llegue a saberlo, no te lo diré si ella no me da permiso.
—Acabaré volviéndome loco —exclamó, cubriéndose el rostro de nuevo y reprimiendo un sollozo.
Laura se levantó, incómoda. Nunca había visto llorar a un hombre, y que el primero fuera el atractivo, distinguido e impecable Diego Pedrosa, la desconcertaba.
—Lo siento —dijo él, de pronto, poniéndose en pie—. Ya te he molestado bastante por hoy. Si hablas con _____... —inspiró para ahuyentar las lágrimas—, dile que la amo, que me muero sin ella.
—No creo que me llame, pero, si lo hace, descuida, que se lo diré.
—Dile que... —cerró los ojos y agitó la cabeza—, que haré cualquier cosa que me pida. Lo que sea.
Laura asintió. Se agachó para arrancar a Vicky de los bajos del pantalón y, en el instante en el que su pequeña tuvo la boca libre, volvió a sus ladridos histéricos que terminaron con la conversación. Con ella en brazos, acompañó a Diego hasta la puerta y le observó alejarse hacia el ascensor. Estaba segura de que no le había dicho toda la verdad, pero, aun así, no pudo evitar sentir lástima al verlo tan destrozado.






















Natuu!!
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por Nani Jonas Vie 13 Abr 2012, 8:18 pm

ai si ojala pasen juntos el verano amo esta novela igual
qe ame la de antes y despues de odiarte espero la sigas
pronto... a natu ayer vi el video qe tienes junto ala sinopsis
es muy bonito lo histe tu?
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Vie 13 Abr 2012, 10:25 pm

jummmmm
diego que le hizo para que se escondiera asi la rayis
sigue!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Sáb 14 Abr 2012, 8:20 am

siguela plis
Nani Jonas
Nani Jonas


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Sáb 14 Abr 2012, 10:48 am

QUE FUE LOQ UE LE HIZO DIEGO A LA RAYIS==

YA SE LLEVAN BN ELLA Y JOE
ME ENCANTA
QUIERO OTRO ESO

PERO UE L A RAYIS COLABORE JAJA
andreita
andreita


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Natuu! Sáb 14 Abr 2012, 8:20 pm

CAPÍTULO 09



Llegado el mes de junio, _____ había aprendido a ignorar a los mastines para que los mastines la ignoraran a ella. Aún se le aceleraba el corazón cuando los tenía cerca, pero sabía que no se lanzarían a devorarla. Atribuía todo el mérito a Joe, que después de cada jornada de trabajo, salía con ella, llamaba a los perros y los cuatro caminaban despacio hasta la borda.
Faltaban dos semanas para que el rebaño subiera a la montaña, pero ya habían secado la leche a las ovejas y dejado de elaborar queso. _____ estaba dispuesta a utilizar una buena parte de su tiempo libre a experimentar con el libro de cocina. Hacía tiempo que había comenzado a practicar. Lo hacía en secreto, por las noches, con recetas sencillas para una cena que casi siempre terminaba carbonizada mientras engañaba el hambre con pan y manzanas. Tenía prisa por aprender. Estaba harta de comer, cada mediodía, los mismos aburridos filetes con ensalada.
Aunque últimamente pensaba poco en Diego, temía que, si tenía demasiado tiempo libre, acabaría dejándose llevar por algún momento de debilidad y llamándole. O lo que sería aún peor, cogiendo su maleta y volviendo a sus brazos. Necesitaba estar ocupada, y no imaginaba con qué pretexto conseguiría que Joe le prestara atención durante el verano si ella no encontraba algo que pudieran compartir.
Aún ideaba el modo de implicarle cuando, tras una tarde en las cámaras, volteando queso, salieron juntos y Joe silbó a los mastines.
—Creo que iré a ver las yeguas y los potros. Es bonito ver a todos los pequeños juntos ahora que los han bajado de la montaña —comentó _____, haciéndose a un lado al ver llegar a Obi y Thor a la carrera.
Joe se preguntó si era prudente acompañarla. Medía con cuidado cada paso que daba para mantener una relación cordial, sin broncas, sin sobresaltos. Necesitaba un mínimo de distancia para no perturbar sus instintos.
Los perros llegaron a su lado y les hizo un gesto para mantenerlos junto a sus piernas. Los acarició pensando que solo sería un momento. Un breve paseo, como el que daban cada día hasta la borda.
—Si te apetece nuestra compañía, a los tres nos gustará ir contigo —bromeó, acariciando la cabeza de Thor.
_____ aceptó y se colocó con rapidez a la izquierda de Joe, alejada de los mastines. Sabía que él los mantendría a su derecha para que ella no tuviera que preocuparse.
—En uno o dos días subiremos esas yeguas a la sierra —dijo Joe mientras caminaban pisando la hierba fresca.
—¿Sube todo el ganado? —preguntó _____, temiendo que no hubiera nada que hacer en la finca y que él sólo pasara allí breves momentos.
—No. Los potros y las terneras se quedan aquí. Además, siempre hay motivos para dejar también algunos adultos —comentó Joe, sin percibir que temía quedarse sola y que se marcharía si eso llegaba a ocurrir.
Continuaron en silencio hasta llegar a los últimos pastos. Las yeguas pacían junto a la cerca, y _____ se subió al primer travesaño y apoyó los brazos en el madero superior. Admiró los potrillos, que crecían a una velocidad sorprendente.
Mirando a las madres primerizas, pensó que aquello era como el club de hípica de Diego, pero en libertad, sin senderos marcados ni límites infranqueables.
—¿Puedo montar una de las yeguas? —inspiró aguardando la respuesta.
—Son ganado para carne —dijo él, mirándola con curiosidad—. No las han montado nunca. Pasan prácticamente todo el año en libertad, pastando donde se les antoja. Aunque no lo parezca, tienen mucho de salvajes.
—Qué lástima —exclamó _____, sin poder ocultar su decepción.
—¿Sabes cabalgar? —preguntó con gesto incrédulo.
—Sí. Diego tiene caballos. Están en un Club de hípica del que es socio. Allí se los cuidan y él puede montarlos cuando quiera. Yo suelo tomar clases los sábados y domingos por la mañana.
Joe se preguntó qué importancia podía tener Diego. Observó los dedos que ella posaba sobre la cerca. Ningún anillo cubría la pálida huella que aún rodeaba su dedo corazón.
De pronto se preguntó qué estaba haciendo. Qué diablos podía importarle con quién compartiera ella su vida.
Furioso con su estupidez, apoyó las manos en el tronco superior de la valla y saltó con agilidad al otro lado. De espaldas a las yeguas, miró hacia los inquietantes ojos verdes de _____.
—Creí que los animales te asustaban.
—Esto es diferente —explicó sin moverse—. La hípica es un deporte que muy pocos tienen la suerte de disfrutar en una ciudad como Madrid.
—¡Ya! —soltó Joe, con ironía—. Resulta muy elegante ir al club, que un chico ensille tu caballo para que tú des unas vueltecitas por el picadero, y después sentarte a intercambiar impresiones con otros jinetes mientras te tomas un vermut antes de ir a comer.
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó, tensando los labios y dilatando los orificios de su nariz.
—Me burlo de una situación que conozco, aunque tú no lo creas —respondió Joe, con las botas hundidas en el abundante pasto y mirándola de frente—. Eso que tú haces los domingos es un pobre sucedáneo de lo que de verdad es montar a caballo y salir a disfrutar de la naturaleza.
—A mí me gusta —musitó _____, alzando la cabeza para mirar al frente, ofendida como una niña pequeña.
Joe la observó, intuyendo que estaba utilizando la arrogancia para ocultar su decepción. Sus ojos se habían apagado, y el entusiasmo con el que hacía un instante miraba las yeguas, había desaparecido.
—A tu abuelo también le gustaba cabalgar —dijo, dejándose vencer por la lástima—. En los establos hay tres caballos de monta.
Los ojos de _____ volvieron a iluminarse. Sintió deseos de gritar, de saltar la cerca y abrazar a Joe para darle las gracias.
—¿Puedo coger uno? —preguntó, casi gritando.
—Son tuyos... —indicó con una sonrisa—, pero no puedes salir sola.
—¿Cómo que no puedo? —exclamó sorprendida—. Te acabo de decir que sé montar.
—Tranquila —aconsejó con suavidad—. Tan sólo digo que podrías perderte. Aquí hay zonas que son verdaderas selvas. —Miró a su alrededor, hacia los lugares inundados de silencio donde juró que jamás la llevaría.
—Puedo cabalgar sin alejarme —aseguró _____.
—No me parece prudente. —Una voz interior le repitió que no era su problema, que la dejara pasear sola, pero cedió a la tentación de acompañarla—. Si quieres, yo podría llevarte por sitios que no imaginas que existan.
—Me encantaría —respondió, emocionada—. Sólo he montado en el club y, aunque es bonito, me lo conozco de memoria.
Joe sonrió. La imaginó trotando una mañana soleada de domingo en un picadero para niñatos y esnobs. Se encaramó a la valla y se sentó a su lado, de espaldas a las yeguas.
—Necesitaríamos todo un día —comentó, animado—. Tendrás que esperar hasta que subamos el ganado a la sierra. —Pensativo, miró hacia el establo de las ovejas—. Mañana comenzamos a esquilar, y eso nos llevará alrededor de dos semanas.
—Pero eso lo hacen profesionales, ¿no?
—Hay quienes los contratan. Aquí lo hacemos entre Mihai, sus hijos y yo. Cuando las hayamos pelado, los chicos las subirán y tú y yo podremos salir a cabalgar.
—Gracias —dijo, disfrutando de su amabilidad y mirándole a los ojos.
Él le respondió con una sonrisa silenciosa.
Un momento después, mientras la observaba alejarse, le asaltaron las dudas. ¿Por qué demonios se había prestado a acompañarla cuando se había jurado que nunca lo haría? Mantener con ella un trato correcto, sin enfrentamientos que le obligaran a despedirse definitivamente, no requería de salidas a caballo.
Le frustró comprender que se saltaba con demasiada facilidad las reglas que él mismo se había impuesto.


Esquilar suponía un trabajo agotador en el que, durante jornadas eternas, se sujetaba y se pelaba, sin descanso, una oveja tras otra, tratando de separar el manto en una sola pieza. A pesar de lo extenuante de la labor, el proceso se vivía como una fiesta en la que todos cooperaban.
A primera hora de la mañana, _____ se quedaba en la borda, cocinando y desesperándose con los fogones. Pocas veces, sus intentos culinarios finalizaban en algo comestible. Después se acercaba a los establos para observar los trabajos y ofrecer agua en cuanto notaba que alguien la necesitaba.
Habían extendido una valla para separar las ovejas ya esquiladas de las que aún aguardaban su turno. Marcel se ocupaba de la locura de ir atrapando animales para acercárselos a su padre y a Joe. Ellos, con unas maquinillas enchufadas a la corriente eléctrica, los iban despojando de la lana que Marcel recogía y apilaba junto a los comederos.
El primer día _____ se limitó a curiosear y repartir botellas de agua y toallas limpias para que se secaran el sudor. El segundo, cuando Traian se unió al grupo con una tercera máquina y a Marcel se le amontonó el trabajo, ayudó a arrastrar los vellones hacia su lugar. Sus gritos y carreras, cada vez que se le acercaba demasiado una oveja, provocaron algunas carcajadas, pero, entre uno y otro sobresalto, ella cumplió con su cometido.
Le sorprendió la habilidad de Joe. Mihai y Traian ataban las patas de sus ovejas para que no se movieran durante el proceso de raparlas. Joe no. El agarraba al animal, lo sentaba en el suelo y le apoyaba la espalda contra sus propias piernas. Se quedaba inmóvil, con las cuatro patas alzadas, mientras Joe comenzaba a pelarle el vientre. Después seguía con la pata trasera para ir separando la lana del costado hasta la espina dorsal. Continuaba por el cuello sin que la oveja hubiera intentado moverse y, sujetándola del morro, le afeitaba la cabeza.
Observando la facilidad y la limpieza con la que lo hacía, parecía sencillo, y hasta la oveja daba la sensación de estar disfrutando. Ni siquiera se movía cuando la tumbaba en el suelo para terminar de desnudarle la espalda. Después la sentaba de nuevo y volvía a apoyarla contra sus piernas para ir descendiendo por el otro costado. En unos cuatro minutos sus ágiles manos la despojaban de la gruesa capa de lana, la soltaba y cogía un nuevo animal que le entregaba Marcel.
A ratos, todos hacían pequeñas pausas durante las, que cruzaban algunos comentarios con _____. Ella disfrutaba de los breves respiros de Joe, pero él sólo se los tomaba si Marcel se retrasaba en acercarle un animal. Esa tarde, ella se alegró cuando, por fin, una oveja escurridiza se le escapó de las manos y le hizo correr por medio establo.
Entonces Joe dejó su máquina y se acercó a coger la toalla con la que ella le esperaba. Se la pasó por el rostro y alzó la barbilla para secarse el sudor del cuello y del torso. _____ no se perdía ni un detalle. Le gustaba contemplar el ritual mientras él mantenía los ojos cerrados y cogía aliento. Sabía de memoria el orden, y esperó con paciencia a que le tocara el turno a la nuca. La observó brillar con minúsculas perlas de sudor mientras él bajaba la cabeza y se las secaba con la toalla. Pensaba que recrearse con una visión tan sensual debía de ser pecado cuando una ráfaga de calor le recorrió el cuerpo hasta dejarla sin respiración.
Carraspeó para recuperar la voz y la compostura.
—Está fresca —dijo, tendiéndole la botella.
El derramó una parte del agua sobre su rostro, dejando que se deslizara por su piel hasta empaparle la camisa. Después bebió despacio, para aplacar su sed. Se secó los labios con el dorso de la mano, y descansó la espalda contra la barrera para mirar hacia Marcel antes de volver a beber.
—¿Qué les haces? —preguntó _____, mirándole el cuello tenso por el que volvía a deslizarse una gota de agua—. Se quedan quietas, como si las hipnotizaras.
—No lo sé —respondió, apoyando la base de la botella contra su muslo y riendo—. No es mía la técnica. Aprendí de un grupo de esquiladores que contrataba Ignacio cuando yo era un adolescente. Eran navarros, pero llevaban años trabajando en Australia. Tardaban dos minutos en esquilar una oveja.
—¿Es eso posible? —preguntó, incrédula.
—Aunque te parezca mentira, es posible. Ganaron muchos concursos en Australia. —Resopló de un golpe seco—. Mientras trabajaban para tu abuelo yo los observaba, y cuando se iban dejaban aquí sus herramientas para continuar al día siguiente. Yo las cogía con cuidado de no estropear nada y practicaba con nuestras inocentes ovejas. —Bebió de nuevo antes de continuar—: Con los años conseguí convencer a Ignacio para que comprara una de esas máquinas, y ya no volvimos a contratar a nadie para que nos hiciera ese trabajo.
—¿Y por qué crees que se quedan quietas?
—Mihai dice que las asusto —señaló, riendo—. Nadie sabe explicarlo. Las ovejas se estresan con el sonido de la máquina y porque las obligamos a hacer algo que no quieren. Imagino que eso, unido al modo en el que las agarro y las coloco contra mis piernas, las asusta y no se atreven a moverse. En realidad no tengo ni idea de qué es lo que las mantiene quietas.
—¿Qué ocurriría si no las pelaran? —interrogó, sintiendo lástima por los animales.
—Pasarían mucho calor durante el verano y al cabo de unos años no podrían ni caminar debido al peso. Todo lo que ves les ha crecido en un solo año.
—Siempre pensé que esto se hacía para vender la lana.
—La mayor parte de las veces, sale más caro esquilarlas y empaquetar la lana que lo que te pagan después por ella. Las esquilamos porque ellas lo necesitan, aunque no se diviertan mucho mientras lo hacemos —concluyó con buen humor.
Joe emitió un silbido para llamar la atención de Marcel y le indicó, con un gesto, que volvía al trabajo.
—¿Por qué lo haces? —preguntó de pronto.
—¿Por qué hago el que? —murmuró _____, sorprendida.
—¿Pasar todas tus horas aquí?
El corazón le dio un vuelco al pensar que estaba estorbando una vez más. Confundida, cerró la mano sobre la valla.
—Si te molesta que esté...
—No —la interrumpió, mirándola a los ojos—, no me molesta, pero dime: ¿por qué lo haces? Eres la dueña. No tienes por qué pasar aquí las horas.
—Lo hago por si puedo ayudar en algo. Por si... —carraspeó, inquieta, y contestó con sinceridad—: Por si necesitas cualquier cosa de mí.
Joe no se esperaba una respuesta así. Tragó saliva, confuso, buscando en esas palabras el motivo por el que, de pronto, su pecho se había inflamado de pronto. Apartó la mirada, reprochándose que fuera tan estúpido; ella solamente le estaba ofreciendo agua y toallas limpias. Eran sus pensamientos los que le traicionaban de forma inconsciente; era su instinto, que le empujaba a mirarla cuando sabía que no debía hacerlo.
Golpeó con dedos impacientes sobre su pantalón mientras Marcel le aguardaba sujetando una oveja. Volvió a mirar a _____ cuando ella se humedecía, nerviosa, los labios con la punta de la lengua.
—Te lo agradezco —murmuró, con una sonrisa torpe—.Volveré —prometió, devolviéndole la botella—. No dejes que se caliente.
_____ le vio alejarse para coger el animal que le sujetaba Marcel, y siguió con la mirada todos los movimientos de sus manos.
Diez minutos después le veía despojarse de la camisa empapada de agua y sudor. Entonces pudo apreciar la tensa elasticidad de sus músculos y el brillo perlado que brotaba de sus poros. Nunca, la transpiración de un hombre, le había resultado tan erótica y excitante.
Dejó de mirarle cuando descubrió, a su lado, la sonrisa burlona de Traían mientras le recordaba que también él estaba sediento, aunque comprendía que para ella se hubiera vuelto invisible.


Durante las dos semanas que duraba la esquila, y del mismo modo en que se reunían para comer en el hogar de los Ionescu, se congregaban también para la cena. Eran días de largas e intensas sobremesas. Sobre todo por las noches, cuando el agotamiento causaba la agradable sensación de haber realizado un buen trabajo. Entonces no había más prisa que la que marcaban el cansancio y la necesidad de dormir.
Esa noche, al finalizar la labor, Mihai y Traían se encargaban de hacer pasar las ovejas por la ordeñadora. _____ y Marcel apilaban los últimos mantos. Doina aguardaba, junto a la valla, a que todos terminaran. Joe, a su lado, limpiaba y ponía a punto los cabezales de las esquiladoras.
—Llevo toda la semana pensando en invitar a la señorita _____ para que cene con nosotros —le comentó Doina, que no dijo nada sobre la comida del mediodía. Sabía que la chica necesitaba experimentar con el libro de cocina.
—¿Y por qué no lo haces? —pregunto él, cepillando con cuidado una de las máquinas.
—Porque no quiero molestarle a usted, señor Joe —dijo, recordando su mirada de censura la única ocasión en la que los convidó a la vez—. Siempre ha dicho que la niña no le caía bien.
—Es tu casa y ella está trabajando como los demás. Creo que se sentiría bien si la incluyeras en el grupo —respondió, colocando la última de las esquiladoras en una caja de cartón.
—¿Qué le ocurre, señor Joe; se está dando cuenta de que es una buena niña?
—No he dicho eso, Doina. —Cerró la caja y la miró—. Creo que es justo que la invites. Eso es todo.
—Me alegra, señor Joe.
—¿Qué es lo que te alegra?
—Que no se le esté endureciendo el corazón, como yo pensaba.
—Doina —exclamó, paciente—. Mi opinión sobre _____ no ha cambiado. —Ella le miró, alzando las cejas—. Bueno, tal vez ha cambiado un poco, pero en tonterías. Sigo pensando que es como un buitre que ha venido a recoger su ración del festín.
—Por algo se empieza, señor Joe. Al final acabará fustigándose. ¿Ésa era la palabra? —preguntó, conteniendo la risa.
—Sí, Doina —respondió, colocando la caja en una balda alta, fuera del alcance del ganado—. Ésa era la palabra. Pero no creo que ese día vaya a llegar nunca.
Volvió la cabeza para mirar a _____, que arrastraba con esfuerzo un vellón mientras reía alguna gracia de Marcel. Joe pensó que con gusto se azotaría mil veces si eso significaba que se había equivocado al juzgarla. Su corazón se aceleró cuando la vio taparse la boca con la mano para que la risa no se le escapara demasiado lejos. Entonces se repitió que daría cualquier cosa por encontrarse en la obligación de fustigarse por el resto de su vida a cambio de descubrir que su equivocación había sido inmensa.


Durante la última semana, ella pasó a compartir las cenas y las sobremesas nocturnas. Comprobó que Joe, cuando estaba relajado, tenía el gran sentido del humor que había creído ver mientras le espiaba a través de la ventana de la borda. Se divertía con las anécdotas sobre el irracional terror de Mihai ante su sangre, pero reía con las mismas ganas cada vez que Traian le convertía, a él, en blanco de las bromas.
_____ apenas si participó de las conversaciones. Disfrutó escuchando y descubriendo la faceta familiar y distendida de Joe durante siete días que se le evaporaron en un suspiro.



Había llegado el momento de subir las ovejas a la sierra de Santa Bárbara. Las habían esquilado, secado la leche y preñado con los mejores sementales. Ahora era el turno de los mastines, que se ocuparían de proteger al ganado durante los meses que se mantendrían fuera de casa.
Joe, sentado en un fardo de heno, junto al establo, los acariciaba y les pasaba el cepillo de púas metálicas por todo el pelaje. _____ terminaba tristemente con un intento de hacer albóndigas con salsa, cuando lo vio desde la ventana de la cocina. Necesitaba un respiro, y nada podía sentarle mejor que pasar un rato con Joe. Con sus zapatillas bien limpias que mantenían un suave y permanente tono grisáceo, salió de la borda para ir a su encuentro.
Joe la vio atravesando los pastos y detuvo el cepillo sobre el fuerte lomo de Thor. Ser consciente de que se acercaba a él fue una sensación nueva que le aceleró el corazón. Estaba hermosa. Con sus vaqueros, una ajustada camiseta azul y su cabello suelto con los esponjosos rizos brillando bajo el calor del sol.
Mirarla le dejaba sin aliento. ¿Por qué tenía que ser tan condenadamente sensual y hermosa?, se preguntaba mientras le acariciaba el cuerpo con los ojos y sentía el placer en los dedos.
Ella llegaba con una sonrisa tras la que ocultaba sus nervios sin saber que a él le ocurría lo mismo.
—¿Qué haces? —preguntó, sentándose en uno de los fardos, atenta de no rozar a las fieras.
—En unas horas los chicos los subirán a la sierra, con las ovejas y el resto del ganado —respondió con una sedosa voz ronca y reiniciando el cepillado sobre el pelaje de Thor—. Les estoy dando instrucciones —bromeó sin mirarla.
En el suelo, dos correas de cuero con pinchos llamaron la atención de _____. Se inclinó para coger una.
—¿Qué es esto? —preguntó, examinándola con cuidado de no lastimarse.
—Son carlancas. —Contempló los dedos que _____ movía con prudencia entre las púas—. Collares de cuero atravesados por pinchos hacia el exterior. Son para Obi y Thor, los protege de los lobos.
—¿Hay lobos ahí arriba, en la sierra? —preguntó ella con preocupación.
—No los hay —respondió Joe, y alzó la mirada para quedarse atrapado por sus sorprendidos ojos verdes—, pero un lobo puede alejarse en una noche de su madriguera, viajar cincuenta kilómetros, atacar un rebaño y estar de regreso para la madrugada. Así que hay que proteger a los mastines para que ellos puedan cuidar del ganado —explicó, incapaz de mirar a ningún otro lado.
—¿Qué pasa si atacan? —continuó preguntando _____. La expectación ante un tema fantástico, digno de películas de terror, no le permitió percibir la turbación de Joe.
—No es probable que ocurra, pero, cuando lo hacen, los mastines los espantan. Algunas veces atacan en manadas y burlan a los perros. —Volvió a prestar atención a Thor, frotándole las orejas—. Los lobos pueden hacer mucho daño. Matan ovejas, pero el resto del rebaño se dispersa, se producen abortos si hay ovejas preñadas, algunas corren hasta despeñarse... Por fortuna, ocurre muy pocas veces.
—Por eso tenemos perros tan grandes como terneros —comentó _____, mirando a los mastines.
Joe rio mientras colocaba la carlanca a Thor y comenzaba a cepillar a Obi.
—¿Sabes cómo los elegimos cuando son cachorros?
—Imagino que se escogen a los más fuertes y fieros —dijo, dejando el collar en el suelo.
—Eso parece lo más lógico, pero no es así. Nos fijamos en dos cosas —dijo, tomando la cabeza de Obi entre las manos para mirarle los pequeños ojos color avellana—: que tengan un cuerpo robusto pero que sean ligeros, como estas dos fieras a las que tú has dejado de temer.
—Bueno. Hemos llegado al acuerdo de ignorarnos, que ya es bastante —aclaró ella, arrugando la nariz—. Gracias a Dios, son muy tranquilos.
—Sí lo son —respondió Joe—. Ése es el otro punto importante. Elegimos los cachorros más tranquilos, más miedosos. Los que desconfían de las cosas y de la gente que no conocen y que, al mismo tiempo, ladran con facilidad. Buscamos cachorros inseguros que dudan antes de dar un paso. Se convierten en adultos más atentos y vigilantes.
—Todo lo contrario de lo que cualquiera podría imaginar—dijo sorprendida. Disfrutaba cuando Joe le contaba curiosidades sobre los mastines, el ganado o el valle.
—Son perros muy especiales. Mansos y nobles, pero muy firmes cuando defienden lo que dejas a su cargo.
—Como el yorkshire de Laura —exclamó, riendo y alzando los pies hasta posarlos sobre el fardo— Se ha impuesto la tarea de proteger el piso como si fuera un perro policía.
—Acabarán gustándote los perros —aventuró a decir Joe, sonriendo con ternura al recordarla temblando ante los mastines.
—Y el ganado, y las montañas, y el silencio, y el infierno verde... —Hizo una pausa, mirando hacia la cima de la Mesa de Los Tres Reyes para decir, con guasa—: Incluso creo que acabarás gustándome tú.
A Joe le gustó escuchar eso, aunque tuvo la sensación de que le faltó añadir «a pesar de lo estúpido, arrogante e insensible que eres a veces». Puso la carlanca a Obi y le acarició la cabeza, pensativo. Nunca le había costado pedir disculpas, pero con ella era diferente. Con ella, desde el principio todo había sido diferente.
—No soy un hombre fácil —confesó, mientras el mastín se tumbaba a sus pies.
—A ratos, sí—dijo ella, riendo, pero sin atreverse a mirarle.
Joe echó la espalda contra la pared del establo y observó las zapatillas que un día fueron blancas. Eran las primeras que habían perdido la altanería. Él pretendía ser el siguiente, aunque era consciente de que su orgullo estaba tan arraigado como el de la propia _____.


Cada día, durante meses, Doina había dejado en la cocina de la borda un pequeño cubo con leche antes de que _____ se levantara. Desde hacía cuatro días, era Joe quien se ocupaba de esa tarea.
Él ya había visto trabajar a _____ elaborando queso a su lado y volteándolo en la cámara. Pero algo se le había movido en el corazón durante los días de la esquila. Mientras rasuraba las ovejas, la había escuchado gritar porque alguna se le acercaba demasiado, y reír relajada con las bromas de los jóvenes Ionescu. También había contemplado, con disimulo, el modo en el que arrastraba vellones y los amontonaba junto a los comederos, o lo dispuesta que estaba a ayudar en todo momento. Incluso la había escuchado decir que estaba allí por si él la necesitaba...
Y una mañana, volvió a olvidar la prudencia de mantenerse a distancia. Cuando Mihai terminó de ordeñar, cedió a la tentación de pedir el cubo a Doina. Le recordó que continuaba vigente la amenaza de desollarla viva si _____ se enteraba de que él le llevaba la leche, más ahora que había decidido facilitársela cada día. Descubrió que visitar la borda cada amanecer, mientras ella dormía, era un pequeño, morboso y sofisticado placer que le agradaba disfrutar.
Se absolvía diciéndose que desde que ella estaba allí, hasta la casa había cambiado, perdiendo la sensación de frío e ingrato olvido. Después de tantos años en los que sólo la visitaba él, unas pocas noches de cada invierno, un corazón volvía a latir entre sus cuatro paredes, y eso la estaba volviendo a llenar de vida.
En su cuarta y grata visita matinal, no le recibió la acostumbrada y dulce fragancia a moras. Una peste a quemado se respiraba en la cocina. En el fregadero, una cazuela con el fondo ennegrecido estaba a remojo con agua jabonosa. Junto al fogón, un libro de recetas confirmaba lo que era ya evidente: _____ intentaba aprender a cocinar, y con penosos resultados.
Se preguntó cuál sería el motivo de aquel empeño. ¿Que él le hubiera dicho que sobreviviría con abrelatas la había herido en su amor propio? Ella era muy orgullosa y él había sido muy ofensivo. La creía muy capaz de obstinarse en cualquier cosa si con ello demostraba estar por encima de quien la había herido. O tal vez se había cansado de jugar a los ganaderos y ahora comenzaba con las cocineras.
De cualquier modo, ella no era tan previsible como la juzgó al conocerla, y eso le agradaba y le asustaba, casi a partes iguales.
Salió, cerrando la puerta con cuidado. Parado bajo la hermosa flor seca en forma de sol, miró hacia las orgullosas cimas de los Pirineos. Tras ellas se adivinaba la llegada de un día limpio y brillante. El día perfecto para enseñar a _____ un poco de magia. Ya no le importaba que ella no supiera verla. Él podía apreciarla por los dos.
Inspiró hondo y emprendió el camino hacia los establos. Tenía que ensillar dos caballos, pero primero quería coger el Land Rover y acercarse a su casa. Mientras, daría tiempo a que _____ se levantara y desayunara.















Respondiendo a tu pregunta, Nani, no yo no hice el video. Lo encontre y me parecio tambien muy bonito y decidí ponerlo (:
Y a Andreita y Julieta, pronto sabrán que hizo Diego jajaja





Natuu!!
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por Nani Jonas Sáb 14 Abr 2012, 10:11 pm

qe bien qe joe y la rayis ya se llevan
mejor yo tambien ya qiero saber qe
hizo diego a la rayis siguela pronto
porfavor
Nani Jonas
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Mensaje por andreita Dom 15 Abr 2012, 9:01 am

jajajaja bueno esperare :9

y ya quiero otro besoooo
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Dom 15 Abr 2012, 5:28 pm

que lindo joe
por fin esta cambiando con las rayis
sigueeeeeeeeeeeeee
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por Nani Jonas Dom 15 Abr 2012, 10:39 pm

siguela plis
Nani Jonas
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Lun 16 Abr 2012, 7:06 pm

donde andas
como puedes ser tan cruel de dejarnos sin cap!!!
nooo siento q muero...ta bn nop..pero si me gusta mucho tu nove y la extraño un monton
sube pronto plissssssssssss
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por andreita Mar 17 Abr 2012, 3:15 pm

quieor beso quiero beso
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Mar 17 Abr 2012, 8:03 pm

que te hicisteeeeeeeeeeeeee
aparece por favor!!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
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Mensaje por Natuu! Miér 18 Abr 2012, 11:05 am

CAPÍTULO 10



Media hora después, y sujetando las bridas de dos magníficos caballos negros, regresaba a la borda y golpeaba la puerta con los nudillos. _____ apareció atándose el cordón de una corta bata de algodón blanco bajo la que asomaban las delicadas puntillas de un liviano camisón rosa. Llegaba con el sueño pegado aún a las pestañas. La visión de Joe, parado ante ella, con vaqueros y un jersey de punto azul marino con una larga cremallera delantera, la despejó con más rapidez de lo que lo hubiera hecho una ducha helada.
Por un instante, él le miró absorto los bucles enmarañados y su cara somnolienta, disfrutando del sensual placer que le provocaba verla despertar. Después dirigió los ojos hacia sus piernas desnudas. Nunca le habían parecido tan largas, rectas y tersas. Se dijo que parecían hechas para turbar la razón; tal vez su razón.
Le dio los buenos días mientras trataba de recuperar la prudencia mirándola a los ojos.
—Teníamos una cita para cabalgar —dijo sonriendo—, y hoy va a hacer un día perfecto.
_____ se preguntó dónde había tenido escondida esa interesante faceta de hombre impulsivo. Miró al cielo, limpio de nubes y niebla, y encogió los dedos de los pies, que se le estaban quedando congelados sobre la baldosa.
—¿Podemos desaparecer durante todo el día sin ningún problema? —preguntó, aun creyendo conocer la respuesta.
—No hay mucho que hacer, y ya he avisado a Mihai que hoy no cuente conmigo —explicó Joe, azotando las riendas sobre la pernera de sus vaqueros.
_____ observó el insistente movimiento de las correas. Le tranquilizó pensar que no era tan duro ni tan seguro de sí mismo como quería aparentar. Suspiró, cerrándose bien la bata sobre el pecho.
—Dame cinco minutos para ducharme y vestirme —respondió, con ojos brillantes de ilusión.


La rapidez de la ducha superó a cualquiera de las que se había dado en sus estresantes mañanas entre su taza de café y su salida hacia la marea de tráfico de Madrid. Desde que estaba en Roncal le había cogido gusto a soñar despierta bajo el chorro de agua caliente. Estaba descubriendo el lado atractivo de la calma y del silencio, de la vida sin reloj y sin móvil, sin tráfico y sin humos, sin citas obligadas y sin prisas; y, sobre todo, de la compañía de Joe.
Pero esta mañana volvió a desayunar con rapidez, aunque lo hizo con un apetitoso tazón de leche que no le dio tiempo a terminar. Dejaba el café negro para su regreso a Madrid, cuando volviera a necesitar estimulantes que la mantuvieran despierta.
Se vistió con sus vaqueros, una camiseta de tirantes por si llegaba a hacer calor, otra de manga larga, encima, por si hacía fresco, y la gruesa sudadera de un chándal. No le convencían demasiado sus zapatillas de loneta, pero era lo más apropiado que tenía para una excursión como la que le aguardaba.
Cuando volvió a salir de la borda, encontró a Joe junto a los caballos, comprobando y ajustando las cinchas. Aún le pidió que le diera un segundo, porque quería coger la cámara de fotos que tenía en el coche.


Cabalgar en libertad fue emocionante para _____. Le bastaron unos minutos para comprobar que Joe tenía razón; la belleza de aquellos parajes era única; recorrerlos a caballo se convertía en una experiencia impagable.
Atravesaron el Valle del Roncal por las zonas más bajas y húmedas. Disfrutaron del paso lento sobre el suelo rocoso; del trote en el interior de los bosques, sorteando pinos y hayas; y del galope, cuando salían a cielo abierto recorriendo frescos pastizales.
_____ se preguntaba si aquella dilatada euforia que sentía se la provocaba la naturaleza exultante, digna morada de duendes y hadas; el sonido de los cascos de su montura mientras el aire le azotaba el rostro; o la turbadora compañía de Joe. Él se mostraba atento y paciente, aflojando el ritmo cuando veía que ella no podía seguirle, deteniéndose para que hiciera fotografías sin riesgo de caerse, contándole curiosidades de los lugares que recorrían. Era ese Joe que había descubierto durante sus largas tardes de tristeza y hastío en la borda.
A media mañana, él le ofreció la posibilidad de almorzar en un pequeño y rústico restaurante de montaña que aseguró le encantaría, o de detenerse en cualquier lugar para comer algo que llevaba en un viejo zurrón de cuero, sujeto a la silla de montar.
Elegir le resultó sencillo. Prefirió satisfacer su curiosidad sobre lo que Joe había preparado.
La parada la hicieron en el Valle de Salazar. Junto al riachuelo que cruza por el centro de un pequeño bosque de hayas.
Mientras aseguraban las bridas de los caballos a las ramas bajas de un árbol, Joe le habló de sus nombres. Zaldizko era el que ella montaba. Su abuelo lo había bautizado así porque el hermoso animal le gustaba tanto como las partidas de mus que él jugaba cada tarde en la taberna. Zaldizko es el naipe que representa al caballo.
—¿Y cómo se llama tu yegua? —preguntó, esperando otro nombre igual de extraño.
—Zoraska —respondió Joe, sonriendo—. Significa locuela, chiflada. Tiene mucho temperamento y a veces da sorpresas. Por eso prefiero montarla yo, que la conozco y la domino.
—Los dos nombres comienzan con S —comentó _____ mientras Joe soltaba el zurrón que llevaba colgado a la montura.
—Con Z —aclaró él—. Suena como una S, pero se escribe con Z. Era la costumbre de tu abuelo —dijo, sacando un mantel verde y extendiéndolo sobre el suelo desnudo, junto a un grueso tronco de haya—. Lo hizo con todos los caballos de monta que tuvo. Pero nunca le pregunté si había algún motivo para eso.
_____ se sentó en un extremo de la tela, mirando con la expectación de una niña al resto de las cosas que él sacaba del zurrón.
—Si yo no viviera con mis padres, sobreviviría gracias a los abrelatas —comentó él, riendo a la vez que quitaba la envoltura de papel de estaño a dos platos de cartón que contenían queso y jamón de Jabugo.
«El gran hombre es, para algunas cosas, tan inútil como yo», pensó _____, observando los perfectos triángulos de queso y la mirada satisfecha de Joe.
—¡Eres un majadero! —dijo, al tiempo que se cubría la boca con los dedos y estallaba en una carcajada.
Él gozó de aquel tintineo casi infantil. Si algo veía en ella que le resultara más atrayente que sus fogosos ojos verdes o que sus esponjosos bucles en los que a veces se imaginaba a sí mismo hundiendo el rostro, era la risa.
Desenvolvió un plato más grande con una jugosa tortilla de patatas sobre la que soltaban su jugo unos pimientos verdes fritos.
—Con los mejores deseos de mi madre —dijo, ceremonioso, y al instante chasqueó los labios al recordar la prisa con la que lo había preparado todo esa mañana. Salió de casa con la sensación de que olvidaba algo. Algo importante.
—Tenemos un problema —señaló, sacando una botella de vino tinto de Navarra—. He traído vino, pero no tenemos vasos.
—O sea que tendremos que beber a morro, como los borrachos —dijo _____, riendo nerviosa.
Joe la miró guardando silencio, disfrutando de nuevo del modo en que ella dejaba escapar la risa y observando los labios con los que compartiría la suavidad del cristal... Inspiró con fuerza y descorchó la botella con cuidado. Se aseguró de que no quedaran restos de corcho y se la ofreció a _____. Le habría gustado poder proporcionarle también un vaso, pero se moría por saborear el rastro que iban a dejar sus labios sobre el vidrio.


Una hora después los dos yacían con la espalda pegada al suelo y la mirada perdida en las hojas ovaladas de las hayas. Ráfagas de sol, penetrando entre el oscilante ramaje, llenaban el bosque de temblorosos claroscuros.
—¿Te he dicho que tenías razón, que esto es precioso? —preguntó _____, mirando el espectáculo de luz y sombras a través del objetivo de su cámara fotográfica.
—Unas cien veces —respondió Joe, riendo y colocando las manos bajo su cabeza.
—Nunca había estado en un bosque de hayas —confesó ella, dejando la cámara a un lado—. En realidad, es la primera vez que estoy en un bosque de verdad. Además, éste se parece a los de los cuentos.
Ella disfrutaba de la naturaleza aunque sólo fuera porque ésta le recordaba a los cuentos, pensó Joe, imaginando qué opinaría si la llevara a otros lugares mucho más especiales; más mágicos.
—Aquí cerca, en este mismo Valle de Salazar, está la selva de Irati —comenzó a contarle—. Es el mayor hayedo de Europa. Da igual la época en la que lo veas porque siempre es hermoso, pero en otoño es impresionante. Te aseguro que nunca has visto tantas gamas de marrones, ocres, rojos... —Inspiró, recordando sensaciones—. Caminar entre esas hayas disfrutando de los colores, los olores y el crujir del manto de hojarasca bajo los pies, es lo más relajante y a la vez estimulante que puedas imaginar.
La vehemencia y la emoción en las palabras de Joe revelaron a _____ que hablaba desde el corazón, que amaba esos bosques y esas tierras.
—Adoras esto, ¿verdad? —preguntó, observando cómo el viento jugaba meciendo las hojas.
—Sí. Aunque, tal vez adorar no sea la palabra.
_____ esperó que continuara, pero él volvió a guardar silencio.
—¿Cuánto tiempo estuviste fuera de Roncal? —le preguntó de pronto, girando la cabeza para mirarle.
—Desde que comencé la carrera hasta que regresé para quedarme, algo más de diez años. Al principio venía muchos fines de semana. Después fui espaciando mis visitas.
—¿Y por qué las espaciabas? —curioseó ella, incorporándose para sentarse sobre la tierra.
—El trabajo, las obligaciones, la vida... —respondió Joe, reacio a contar detalles que a nadie concernían salvo a él.
—Diez años es mucho tiempo —opinó _____—. Echarás en falta muchas cosas de la ciudad.
—¿Y me lo preguntas después de haber visto todo esto? —Miró a su alrededor para decir—: Si te quedas el tiempo suficiente por aquí, puede que llegues a comprender por qué no necesito buscar nada más en ningún otro lugar.
—¿Es que no tienes sueños? —se interesó, como si diera por hecho que para eso estaban las grandes urbes.
—Muchos... No se puede vivir sin sueños. Y tú —dijo, girando el rostro para mirarla—. ¿Tú tienes sueños?
—Algunos —respondió _____—. Pero hay uno muy especial. —Suspiró, manoseando los cordones grisáceos de sus zapatillas—. Mi gran sueño es abrir un lujoso hotel en Aranjuez. He visto hasta la mansión que quiero para mis planes.
—Una casa de ésas tiene que costar mucho dinero —comentó Joe, sin demasiado interés.
—Una fortuna —dijo, riendo—. Pero es que no se trata sólo de eso —explicó, negando con la cabeza—. Es una especie de palacete y, aunque nadie vive en él, las familias importantes no acostumbran deshacerse de ellos.
Joe pensó en lo diferentes que eran sus sueños. Él nunca llegaría a fijarse en ningún palacio ni aspiraría a convertirse en el dueño de un hotel de lujo.
—Cuéntame uno de tus sueños —pidió _____ de pronto—. El que más ansias —añadió, tratando de que su voz no reflejara todo el interés que despertaba su contestación.
Él miró hacia las hojas que se agitaban sobre su cabeza, pensando en todas las metas que se había propuesto alcanzar. No tuvo que ordenarlas por importancia. Tenía muy claro cuál era el valor de cada una.
Inspiró hondo antes de decidirse a compartir con ella el más deseado de todos sus sueños.
—No quisiera morirme sin haberme vuelto loco de amor correspondido —confesó a media voz, para volver a quedarse en silencio.
La respuesta sorprendió a _____ y le erizó la piel. Encogió las piernas y se abrazó a ellas en busca de calor. Nunca había pensado en un sueño como ése. Se preguntó si ese deseo nacía de un corazón sensible, de una decepción, de un amor no correspondido.
—¿Nunca has estado enamorado? —preguntó con suavidad, apoyando el mentón sobre las rodillas.
—Sí. Alguna vez —respondió él, alzando la cabeza y frotándose la nuca antes de volver a recostarla en el suelo.
—El amor es algo complicado —musitó _____, pensando en sí misma y en Diego.
—El amor... —repitió Joe, pensativo—. El amor debe ser algo que te haga perder la razón —susurró—. Algo que te ate para siempre a unos ojos, que no te deje respirar cuando no puedas mirarte en ellos...
—¿De verdad crees que existe un amor así? —preguntó, aturdida por sus palabras.
—Estoy seguro —respondió él, y bajó los párpados para dejarse acariciar por los rayos de sol que fragmentaban las sombras al colarse entre las hojas.


Tras unos minutos de silencio, la respiración de Joe se hizo suave y acompasada y _____ dio por hecho que se había quedado dormido. Le turbaba compartir un acto íntimo en el que no había visto a más hombre que a Diego. Pero no se resistió a la oportunidad de observarlo en ese estado apacible de indefensión.
Consideraba que era atractivo, muy masculino, con unos rasgos dulces y sensuales. Cuando no estaba enojado era la imagen misma de la serenidad. Cuando se enfurecía, su rostro se tensaba y sus ojos castaños juraban hundirte en el infierno.
Pero ahora le parecía un ángel. Un ángel de cabello oscuro y piel dorada que prometía llevarte al paraíso.
Lo enfocó con su cámara. Encuadró su rostro de facciones casi perfectas y, rogando por que el sonido no le despertara, pulsó el disparador.
Joe no se movió, y ella, con una sonrisa satisfecha, se acercó cuanto pudo a la pantallita brillante para observar la fotografía. Amplió hasta que los párpados cerrados de Joe ocuparon todo el visor. Tras observarlos con detenimiento y recrearse en las pestañas, pasó a observar sus gruesos labios, su duro y masculino mentón, sus orejas, pequeñas, sus manos semiocultas bajo la cabeza...
Verdaderamente era un hombre hermoso, pensó mientras apagaba la cámara y la protegía con su funda. Le gustaba su compañía y le agradaba su conversación. Gracias a él, la distancia que ella aún se empeñaba en mantener con Diego no le estaba pesando demasiado.
Lo miró, calculando cuánto tiempo llevaba dormido.
Volvió a observar el modo en que los serpenteantes rayos de sol le acariciaban. Sonrió al ver que su apacible rostro no se inmutaba cuando la luz le descansaba sobre los párpados. Y de pronto reparó en que no escuchaba el sonido de su respiración. Su torso no ascendía y descendía... no respiraba.
Acercó la mano hasta el hombro para oprimirlo con suavidad y comprobar si se movía, pero ni siquiera alcanzó a rozarlo. Se lo pensó mejor y se colocó de rodillas, aproximándose todo cuanto pudo para escuchar mejor el sonido de su respiración.
Ni vio ni oyó nada que la tranquilizara. Retrocedió y miró a su alrededor, nerviosa, arqueando unos dedos sobre otros y suplicando que Joe despertara antes de que ella entrara en una de sus crisis de ansiedad.
Aquel pensamiento le hizo reaccionar. Sin concederse tiempo para arrepentirse, se inclinó sobre él, muy despacio, para verificar si le temblaban sus espesas pestañas o algo oscilaba bajo sus párpados.
Y de pronto, con la rapidez de un felino, Joe alzó la mano y la sujetó por la nuca a la vez que abría sus ojos castaños para clavarlos con firmeza en los suyos.
—¿Qué estás buscando? —susurró, manteniéndola a un palmo de su rostro.
Las mejillas de _____ se incendiaron. A la vergüenza de haber sido descubierta contemplándole, se añadía la confusión de tenerlo cerca y en esa actitud retadora.
—Creí que no respirabas —se disculpó, nerviosa—. Me asusté y quería comprobar si estabas bien —explicó mientras apoyaba las manos en la tierra, a ambos lados del cuerpo de Joe, para sujetarse y no caer sobre él.
Los destellos afilados del sol filtrándose entre los árboles incendiaron a ráfagas el cabello de _____. Joe nunca la había visto tan hermosa, ni tan sorprendida, ni tan a su merced. Y pensó que sería fácil atraerla hasta rozarle los labios. Sujetarla por la nuca para fundirle la boca con la suya. Sería sencillo rodar con ella en los brazos, tumbarla sobre la tierra y besarla mientras acariciaba esas formas que comenzaban a torturarle el pensamiento.
Dejarse llevar sería fácil. Demasiado fácil, demasiado peligroso.
—No vuelvas a acercarte de este modo —ordenó, tratando de aislarse de su suave olor a moras. Pretendiendo no respirar de su cálido y apresurado aliento.
_____ le agarró la mano para apartarla de su nuca. Él tensó los músculos y la sujetó con más fuerza, amenazando con aproximarla más a él si volvía a moverse. Le estaba pidiendo que no se le acercara, pero en el fondo le gustaba sentir el hormigueo que le suscitaba olería y escucharla respirar.
—Sólo quería comprobar que no te ocurría nada —insistió, nerviosa.
—No vuelvas a hacerlo —susurró él, devorándola con los ojos mientras sentía que perdía la voluntad.
Iba a ceder. Iba a atraerla hasta él, iba a besarla, iba a cometer una locura...
Maldijo en silencio la ingenua osadía de _____ que le había agitado los instintos, y a él mismo, que se complacía en martirizarse con ello.
Cerró los ojos, inspirando con fuerza mientras la soltaba.
Pero a _____ le costó reaccionar. Sin la presión que la inmovilizaba desde la nuca, se separó apenas unos centímetros y se quedó observando el rostro tenso de Joe.
Él abrió los ojos y la miró en silencio. Ella pudo ver que no contenían la furia de otros enfados ni la amenaza de sumergirla en el infierno. La mirada de Joe era tensa pero vacilante, arrogante pero insegura. Y _____ se la mantuvo hasta que el calor de sus mejillas amenazó con convertirla en cenizas.
Suspiró sobre su torso inmóvil y se hizo a un lado, cuidando de no rozarle al retirarse. Joe volvió a cerrar los ojos para contener el deseo de estrecharla entre sus brazos y besarla.
Así de confundido se sentía; así de alterados tenía el cuerpo y el pensamiento.
Cuando _____ estuvo lejos, él se puso en pie, despacio, se acercó al mantel, aún extendido, y comenzó a recoger, clavando los dedos con fuerza sobre los platos vacíos.
—Alguien ha tenido que hacerte mucho daño para que reacciones de esta manera conmigo —exclamó ella, sin energía para enojarse—. Siempre que trato de...
—No busques explicaciones complicadas —respondió Joe, sin querer mirarla—. Los dos sabemos que mis motivos se llaman Ignacio —«y está maldita atracción que comienza a volverme loco», se dijo mientras continuaba recogiendo.
_____ levantó su cámara del suelo. Se sentía demasiado confundida, incapaz de explicarse qué acababa de ocurrir en el interior de Joe. Sólo sabía que, una vez más, él intentaba hacerla sentirse culpable.
—¿Estás seguro que no ha habido una mujer que te ha hecho sufrir y ha convertido tu corazón en una roca? —preguntó con un suave cinismo.
Joe soltó el mantel que comenzaba a plegar y se acercó a ella con paso lento y la mirada fija en los confundidos ojos verdes.
—Deja de analizarme —dijo cuando se detuvo a su lado—. Tú y yo sabemos de dónde nacen nuestras diferencias, por eso conocemos el modo de evitarlas. ¿Quieres que sigamos como hasta ahora?
—Por supuesto —respondió ella, alzando la barbilla—. No me gusta discutir.
Joe reparó en que se estaba dejando gobernar por el calor que le bullía en la sangre. Abrir los ojos y verla inclinada sobre su cuerpo, respirando cerca de sus labios, le había despertado los instintos, le había alterado la razón. No podía deshacer lo hecho, ni lo dicho, ni lo sentido... pero aún podía dar marcha atrás y fingir que sólo había estado bromeando.
—A mí tampoco —dijo, con una fascinante sonrisa—. De todos modos, la advertencia de que no vuelvas a acercarte a mí de ese modo no tiene nada que ver con Ignacio —aseguró—. Tú eres una mujer hermosa y yo soy un hombre que responde muy bien a los estímulos.
_____ abrió la boca, sorprendida. Quiso responder, pero el ánimo se le fue incendiando y las palabras se le amontonaron en la mente. Alzó los brazos con una rabiosa impotencia y Joe se le adelantó.
—¿Conoces esos anuncios de coches en los que aseguran que se ponen de cero a cien en siete segundos? —preguntó con guasa, y acercó el rostro para susurrarle, bajito—: Pues yo no necesito tanto tiempo.
_____ dio un paso atrás y lo miró, sin saber cómo reaccionar. No estaba segura de sí debía sentirse ofendida o mandarle a la porra por arrogante y presuntuoso. Comprimió los labios y aleteó la nariz para no estallar.
Los ojos de Joe chispearon divertidos. Le pareció curioso que él se estuviera relajando al mismo ritmo en el que ella se irritaba.
—Confío en que no te enfades por esto —musitó, midiéndole la furia en la intensidad del verde de sus ojos—. No he querido ofenderte.
—¿Y dónde podría encontrar motivos para ofenderme? —dijo con ironía.
—Eso me parecía —soltó con frescura, sonriendo con gesto inocente.
_____ no entendía de qué iba todo aquello. Sentía que Joe estaba jugando con ella, y que, de nuevo, lo hacía sin explicarle ninguna de las normas. Mientras él guardaba el mantel, recogía los desperdicios y los metía en una bolsa de plástico que colocó en el zurrón, _____ lo observó en silencio, esperando que quisiera explicarse.
Cuando no quedó en el suelo ningún rastro de invasión humana, Joe se volvió hacia ella para decir:
—Aún tenemos algunas horas de luz y muchas cosas que me gustaría que vieras —sonrió como si aún les esperara lo mejor del paseo—. Espero que te quede espacio para más fotografías.
_____ le vio montar y tirar de las riendas para que la yegua girara una vez sobre sí misma. Decidió no preguntar sobre lo que acababa de ocurrir. Al fin y al cabo, sólo sería otra de las reacciones de Joe que no llegaría a comprender.





















¡Hola chicas! ¡Volví! (:
Perdón por desaparecerme así, entre a clases el lunes y no he tenido tiempo de tomar la computadora.
Espero poder subir un capítulo por día al menos, yo les aviso.




Natuu!
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por Nani Jonas Miér 18 Abr 2012, 12:29 pm

ai pero qe bobo es joe porqe no beso a la rayis
cuando podia me encanto el cap espero la sigas
pronto plis
Nani Jonas
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 4 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

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