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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Lun 09 Abr 2012, 5:27 pm

waooo me encanta
joe ya le esta gustando la rayis :)
quiero besooo
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Mar 10 Abr 2012, 11:07 am

bueno ya es un progreso a joe empieza a
gustarle la rayis jajaja siguela plis
Nani Jonas
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Mar 10 Abr 2012, 3:09 pm

quieor beso beso beso
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Natuu! Mar 10 Abr 2012, 4:02 pm

CAPÍTULO 06



Las zapatillas de loneta estaban perdiendo su blancura. Si el tiempo era bueno, _____ las lavaba cada dos días y dejaba que se secaran durante toda la tarde al sol. Pero, a pesar del cuidado que ponía, el blanco ya no era el mismo que cuando las usaba sólo para ir al gimnasio.
Esa tarde no tocaba limpieza. Se las puso después de ducharse y vestirse con sus vaqueros y una camisa blanca de manga larga. Antes había comido sola, como todos los días, un filete medio calcinado y una ensalada. No se le daba bien la cocina. Brincaba y gritaba ante el chisporroteo del aceite, y hasta para dar vuelta al filete alargaba los brazos para alejarse del peligro todo cuanto le era posible.
Por eso, cuando Aitana le ofreció las verduras de su huerto, aceptó sin ningún convencimiento, sin pensar en las ensaladas que cualquiera sabía lavar y aliñar, incluso ella, que las adornaba como si las preparara para un concurso. Durante la comida había reparado en que le interesaba que Aitana cultivara lechugas en verano y escarolas en invierno. No sabía cuál de las dos tendría a primeros de mayo, pero pensó que lo averiguaría esa misma tarde.


Aún era temprano cuando se montó en su BMW. Joe todavía no había regresado tras la comida y la familia Ionescu también estaba desaparecida.
Recordando las calles por las que había caminado con Doina, llegó con facilidad hasta el barrio Iriartea, pasó junto a la fuente de piedra y aparcó en la explanada que quedaba frente a la casa de Joe. Antes de bajar del coche se miró en el retrovisor interior. Se ahuecó el cabello y sacó la barra de labios de su bolso para darse un poco de color.
Al llegar a la puerta le temblaban las manos, agarradas con fuerza a la correa de su bolso. No había visto a Joe en todo el trayecto, por lo que imaginó que aún estaría en la casa.
Se armó de valor, pulsó el timbre y esperó unos eternos segundos hasta que la puerta se abrió y apareció Aitana, con su actitud cariñosa de madre que inspiraba tranquilidad.
—Espero no molestar —dijo _____, insegura por la posible presencia de Joe—. Tal vez no es hora de hacer visitas.
—No te preocupes, hija —respondió Aitana—. Ya hemos terminado de comer y ahora íbamos a tomarnos el café. Llegas a tiempo de acompañarnos.
La hizo entrar a un espacioso recibidor de paredes de piedra en la que destacaba la frontal, lisa y pintada en blanco. Aitana le explicó que la escalera de madera que quedaba a su izquierda llevaba a la vivienda. Una puerta en la pared blanca separaba el recibidor del lugar en el que apilaban la leña y las herramientas de labranza.
—Recordé que me ofreciste verduras —dijo _____ con timidez, retorciendo el asa del bolso entre los dedos.
—Estupendo. Primero pasaremos por el huerto —exclamó, avanzando hacia la puerta de enfrente—. Después subiremos a la cocina. Mi marido y mi hijo nos esperarán unos minutos.
El corazón de _____ dio un respingo al escuchar que nombraba a Joe. Confiaba en que él no considerara su presencia como una invasión a su intimidad o algo peor.
Entraron a lo que Aitana llamó «la leñera». Contra una de las paredes de piedra se apilaban gruesos leños cortados en similar medida, lo que les daba un pulcro aspecto de orden. Al otro lado estaban las bicicletas y los utensilios de labranza, y un pozo tallado en piedra, con agua corriente donde lavaban las verduras antes de subirlas a la casa.
Aitana cogió un cubo metálico y un pequeño cuchillo, y cuando atravesaban la puerta que daba al huerto, comentó:
—Justo aquí arriba tenemos la cocina. —«Y ahí estará Joe», pensó _____, preocupada por la actitud que pudiera tener al recibirla aquella tarde.


El huerto resultó ser más grande de lo que ella imaginaba. La mayor parte de la tierra estaba removida a la espera de que se plantaran las verduras de verano. Pasaron junto a un grupo de coles, alineadas en grupos de cuatro, y llegaron a las escarolas, también en perfecta formación y con las hojas plegadas con cintas de esparto. Aitana comentó que las cerraban para mantenerlas tiernas y blancas por dentro.
—Sólo necesito escarolas —dijo _____, un poco avergonzada—. No se me da bien cocinar.
Aitana la miró sujetando el cubo y el cuchillo con el que pensaba separar las verduras de sus troncos.
—A mí me gusta guisar —comentó, satisfecha—. Podría enseñarte, pero creo que no estás por la labor de aprender.
—Te lo agradezco, pero no merece la pena —confirmó _____ con una sonrisa—. No estaré aquí siempre, y en Madrid habitualmente como fuera de casa.
Mientras tanto, padre e hijo conversaban sentados a la mesa de la cocina, ante unas tazas de café, aún vacías. Cosme y Aitana pensaban pasar unos días en Pamplona, en casa de su hijo mayor y su esposa embarazada, y ahora los dos hombres trataban de elegir las fechas más adecuadas.
La espera se alargaba y Cosme, cogiendo la cafetera que Aitana había dejado sobre la mesa, llenó la taza de su hijo y después la suya. Hizo un comentario reprobando la manía de su mujer de ofrecer sus cultivos, y la de las vecinas que acudían a por verduras sin importarles la hora que fuera.
Joe dio un pequeño sorbo a su café y volvió a dejar la taza sobre la mesa, sonriendo al contar las cucharaditas de azúcar que su padre se sirvió en su propia taza. No lo habría hecho de estar Aitana delante. Ella le tenía controlado el azúcar, la sal, el aceite, y le había limitado a dos el número de cigarrillos diarios, aunque él siempre llevaba una cajetilla en el bolsillo de la camisa. A veces se quejaba diciendo que ella había impuesto, en esa casa, su particular dictadura. Pero en el fondo sabía que lo hacía por su bien; él nunca había sabido cuidarse. Joe se tensó de pronto.
Por la puerta abierta del balcón llegaba la voz de su madre junto a otra que conocía muy bien. Mientras Cosme continuaba hablando de posibles fechas, él se levantó con intención de alcanzar la barandilla. Se detuvo en cuanto la vio caminar por el huerto, con sus sacrificadas zapatillas blancas, sus vaqueros ajustados y el cabello suelto.
—Yo tenía razón, ¿no? —preguntó Cosme—. Tu madre está con una de las vecinas.
Pero Joe no le escuchaba. Alzaba la cabeza para que los geranios del balcón no se interpusieran entre sus ojos y _____, en la que tenía puestos todos sus sentidos. La observó caminar, agacharse junto a las escarolas, retirarse el cabello con los dedos, reír... Y por un instante sintió que le faltaba el aire. Inspiró con fuerza mientras su padre insistía y él seguía sin escucharle. Se preguntaba qué era lo que le estaba pasando con la nieta odiada, que ya ni en su casa podía sentirse a salvo de ella.
Cuando las dos mujeres se volvieron en dirección a la casa, Joe se apartó con brusquedad para que no le vieran. En un par de minutos estarían allí, _____ se sentaría a la mesa y su madre le serviría un café. Charlarían y él no sabría hacia dónde mirar ni qué decir.
Llevaba dos meses aguantando su presencia, pero ahora estaba penetrando en su vida y ocupándole el pensamiento. Y él no podía permitir que eso ocurriera.
—Tengo que irme, papá —dijo de pronto. Debía bajar la escalera, abrir el portón y salir antes de que ellas atravesaran la leñera.
—¿A qué tanta prisa, hijo? —preguntó Cosme, extrañado—. Ni tan siquiera te has acabado el café.
—No tengo tiempo —respondió sin detenerse—. Discúlpame con mamá y su visita.
De haber sido capaz de volar, no hubiera descendido la escalera con más rapidez de la que lo hizo, ni hubiera alcanzado y abierto el pasador sin necesitar siquiera detenerse.
Y a la vez que cerraba tras él la puerta que daba a la explanada, se abría la que separaba el recibidor de la leñera.


Al verlo junto a la pared de la segunda nave y frente a los últimos pastizales, cualquiera hubiera podido pensar que se escondía.
Joe, sentado sobre un fardo de paja, cepillaba el pelaje de Thor mientras Obi, tumbado a sus pies, dormitaba al sol del mediodía. La labor de poner orden en aquel pelaje blanco y espeso le ayudaba a pensar con claridad.
Recordaba a _____. El modo en el que ella le había recibido esa mañana en la quesería, con la barbilla alzada, el orgullo herido y la dignidad brillándole en los ojos verdes con los que no había querido mirarle. No había dicho ni una palabra, ni siquiera un buenos días. En cuanto colocó la tapa en el último queso, salió arrancándose el delantal. Cuando él giró la manivela de la prensa, ella ya había desaparecido.
Joe entendía su enfado. La había evitado de forma descarada cuando lo correcto hubiera sido esperarla para tomar un café. Un maldito y simple café que le hubiera evitado algunos problemas.
La noche anterior tuvo que escuchar las recriminaciones de su madre y la cortante crítica de su padre. Esta mañana le había tocado el turno al silencio acusador de la dolida _____.
Él no podía responderles que necesitaba evitarla. Que ella le invadía la mente en demasiadas ocasiones, que no le gustaba lo extraño que eso le hacía sentirse.
—¿No bajas a comer? —preguntó Traian, que llegaba para interrumpirle los pensamientos.
Se sentó a su lado, en otro de los fardos, y se inclinó para acariciar la enorme cabeza de Obi. El perro levantó el hocico para ofrecerle la suavidad del cuello.
—Hoy hemos terminado pronto —respondió Joe, que pudo haber añadido que los dos tuvieron prisa por perderse de vista. Él porque se había sentido incómodo, ella porque aún estaba herida.
—¿Crees que se quedará a vivir aquí? —volvió a preguntar el joven Ionescu.
No era necesario nombrarla para que Joe supiera que hablaba de _____. Se decidió a responder para no conceder una sospechosa importancia a lo que sólo había sido una simple pregunta.
—No lo creo. —Siguió pasando el cepillo por el fuerte lomo de Thor—. Ella ha venido a complicarnos un poco la existencia. Pero se irá. —Respiró hondo—. Y supongo que no tardará demasiado en hacerlo.
Traian frotó las orejas del animal mientras miraba a Joe de reojo.
—Es simpática, ¿verdad?
Joe se preguntó adonde quería llegar el molesto chico con sus preguntas. Comenzaba a dudar que fueran tan inocentes como aparentaban.
—No lo sé —respondió con calma—. No le prestó demasiada atención. Pero tú sí que debes de saber cómo es.
Tendiéndose sobre el fardo, Traían estiró los brazos y se esforzó por no reír. Se mantuvo en silencio hasta que fue capaz de controlarse.
—Tiene miedo a los perros —informó de pronto.
—¡No! —exclamó Joe, mirándolo incrédulo—. Estás bromeando.
—Lo he visto —aseguró Traian, para agregar—: les tiene terror. Si no me crees obsérvala y verás que mira a su alrededor antes de salir de la borda. Lo hace para asegurarse de que las fieras, como ella los llama, no estén a la vista. Cuando se siente segura echa a correr como un corzo.
Joe pensó en la curiosa manía de _____ de salir la última de la quesería. Su miedo a los perros podía ser la respuesta.
—¿Cómo no me di cuenta de eso? —se preguntó en voz alta.
—Es normal —respondió Traian, irónico—. Dices que no le prestas mucha atención, ¿no?
Joe no podía creer que el chico se estuviera burlando de él de aquel modo. Comenzó a sentirse vulnerable y estúpido.
—¿A ti no te están esperando para comer? —preguntó, decidido a terminar con la diversión.
Traian se levantó, riendo, y le dedicó una última caricia al suave cuello de Obi. Según se marchaba, dio dos palmaditas, como de pésame, sobre uno de los hombros de Joe.
El ignoró aquel último gesto de mofa y aún se quedó un buen rato cepillando a los mastines y pensando en el miedo que _____ podía tenerles. Era cierto que todos los días dejaba que él saliera el primero, pero esa mañana había sido diferente. Entre aguardar por temor, o salir por orgullo, ella había escogido el orgullo típico de los Ochoa de Olza.


El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura.
—¡Está apagado, maldita sea! —gritó Diego, arrojando su teléfono sobre la mesa de su despacho—: ella lo apaga para mí.
Con dedos temblorosos, se frotó los párpados cerrados y ahogó un gemido.
Era un hombre fuerte, más bien duro. Había sacrificado muchas cosas para alcanzar la posición que ocupaba. Cada pequeño o gran lujo de los que gozaba cada día, los pagaba con creces con otras renuncias. Incluso en la empresa, a pesar de ser el director, trabajaba más horas que ninguno de los cientos de empleados que estaban a sus órdenes, distribuidos entre las oficinas y la producción.
Diseñaban y fabricaban envases para perfumes, y entre sus clientes se encontraban algunas de las marcas más prestigiosas del país. Durante los últimos años había conseguido hacerse con un tímido mercado en Europa, pero con unas prometedoras perspectivas de crecimiento.
No recordaba haber llorado nunca. Nunca alguien le había importado lo suficiente. Eso había cambiado desde que se dio cuenta de que la desaparición de _____ era algo más que una rabieta, que no iba a dejar que la encontrase, que esta vez podía perderla. Y lloraba, sí. Cuando no podía más y nadie le veía, lloraba como un hombre al que le están alejando de lo único hermoso que posee, lo único hermoso que conoce.
Se levantó, aflojándose el nudo de la corbata. Necesitaba una copa para terminar con el alarmante temblor de sus dedos. Mientras se la bebía, junto al ventanal, pensó que era imposible que nadie supiera su paradero. _____ tenía que estar confiando en alguien, y estaba seguro de que ese alguien era su amiga Laura. Pero ya había perdido la cuenta de las veces que la había llamado suplicándole información; las mismas que ella le había respondido no saber nada nuevo.
Hundido, apoyó la frente contra el cristal y cerró los ojos. La copa estaba vacía, pero los dedos continuaban temblándole casi tanto como le temblaba el alma.




















Natuu! "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 1477071114
Natuu!
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Miér 11 Abr 2012, 11:04 am

qe cabarde es joe mira qe salir
corriendo para no tomarse un
simple cafe con la rayis jajaja
siguela plis
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Natuu! Miér 11 Abr 2012, 4:16 pm

CAPÍTULO 06/2



El momento más seguro para encender el móvil era la madrugada, unas dos horas antes de que saltara la alarma en el reloj de muñeca de Diego y éste comenzara su jornada.
Una vez por semana, _____, aún adormilada, encendía su teléfono y lo ahogaba bajo la almohada hasta que cesaban los pitidos que indicaban las numerosas llamadas perdidas y los mensajes. Después escribía a Laura para que supiera que continuaba estando bien y no se preocupara.
Ésta había sido una de esas madrugadas y, tras enviar el mensaje y desconectar el móvil, _____ comenzó a cavilar sobre su situación y ya no consiguió volver a dormir.
Después de dos meses en Roncal, aún creía que no había llegado el momento de regresar a Madrid para enfrentarse a Diego. A veces pensaba que nunca estaría preparada para ese encuentro. Tampoco terminaba de entender qué hacía ella en un pueblo perdido y rodeado de montañas, bosques y pastizales. Había llegado allí buscando un refugio para unos pocos días, y su maldito orgullo la había hecho quedarse para demostrar, al desabrido Joe, que ella podía hacer cualquier cosa que se propusiera.
Pero el momento de orgullo había pasado hacía tiempo y, tras haber probado su valía elaborando quesos, continuaba en aquel lugar sin civilizar, compitiendo con Joe de un modo absurdo.
Acurrucada bajo las mantas, se dijo que no podía seguir así. Si necesitaba quedarse un tiempo más, para mantenerse lejos de Diego, cambiaría algunas cosas.
Limaría asperezas con Joe, comenzando por lo único que había detectado que a él le enfurecía: Ignacio. Estaba dispuesta a tragar un poco de hiel mientras escuchaba lo maravilloso que había sido el viejo. Como si ella no supiera, de primera mano, la negrura que tuvo siempre su miserable corazón.


Ya habían introducido en los moldes la mitad de la cuajada del depósito, y _____ aún buscaba un buen momento para hablar.
Lo había intentado varias veces, pero al elevar la mirada hasta el perfil absorto de Joe, había tenido que tragar saliva y, junto a ella, se le habían deslizado también las palabras. Ese hombre, con su comportamiento impredecible, la inquietaba. Lo curioso era que le ocurría algo parecido cuando observaba sus manos, grandes y fuertes, llenar los moldes y apretar con los dedos para compactar la cuajada.
Esta vez probó a hablar sin mirarle al rostro ni a nada que le provocara ahogo.
—He estado pensando... —Ya lo había hecho. Ya había dicho las primeras palabras. Ahora sólo tenía que continuar.
Joe la miró sin dejar de apretar sobre su molde lleno. Le resultó agradable escuchar su voz después de los días que ella llevaba sin dirigirle la palabra, aunque fuera él quien se había ganado su silencio.
—Está claro que tú y yo tenemos un problema —continuó _____—. Y deberíamos tratar de solucionarlo.
—No entiendo a qué te refieres —mintió Joe.
—Sí que lo sabes. Al principio no entendía por qué eras tan áspero conmigo. Después deduje que uno de tus motivos podría ser Ignacio —confesó, cerrando el molde y apretando con los dedos sobre la tapa.
Ignacio, y las malditas tierras de las que no quieres deshacerte, pensó Joe, que rogó en silencio que aquello no fuera el inicio de otra discusión.
—_____ —dijo, impaciente y a modo de advertencia—. No creo que éste sea un buen momento para...
—No —interrumpió ella—. No lo es. Por eso quería proponerte algo.
Joe detuvo lo que estaba haciendo y la miró, esperando que se explicara.
—Tú sostienes que Ignacio fue una gran persona. Tal vez yo podría pensar lo mismo si compartieras conmigo algunas cosas. —Joe esperaba la propuesta con recelo—. Me gustaría invitarte a cenar esta noche en mi casa para poder hablar con tranquilidad.
—No creo que esto sea una buena idea. —No podía olvidar su sensata intención de alejarse de ella para evitar la confusión que a veces le causaba.
—Me dijiste que no sabía nada sobre él —insistió _____.
Joe se alejó para colocar en la prensa una hilera de moldes llenos y cerrados. No importaba lo que ella dijera; aquello no era una buena idea. Él no podía decidir que la evitaría y al día siguiente aceptar su invitación a cenar.
Giró la palanca de la prensa y volvió al lado de _____. Ella esperaba una respuesta, pero él cogió un nuevo molde y extendió el trapo mientras valoraba su proposición. Aquello podía ser un homenaje a Ignacio. Si conseguía que su nieta le conociera y llegara a quererlo, sería el mejor regalo que pudiera hacer al viejo, aun después de muerto.
—De acuerdo —dijo, y al aceptar se le aceleró el corazón—. Esta noche hablaremos de Ignacio.


¿Cómo se vestía, una mujer de ciudad, para una cena en una borda de pastores, con un hombre atractivo pero intratable que no perdía ocasión para hostigarla?, se preguntó _____ durante horas. ¿Cómo lo hacía para no parecerle una presumida pretenciosa, y conseguir con ese encuentro un poco de paz?
Cuando se vio con la falda negra de hilo, la camiseta negra de tirantes y la blusa blanca, transparente, _____ ya había probado con todo su vestuario. No tenía un espejo de cuerpo entero donde mirarse, pero al ponerse sus zapatos blancos, estilo bailarina, le pareció que estaba elegante a la vez que sencilla.
Algo parecido le había ocurrido, durante toda la tarde, con la cena. No quería servir nada precocinado, con lo que sus opciones se vieron reducidas a los alimentos fríos. Rasgó sobres, abrió botes y manejó el cuchillo para servir jamón serrano, espárragos de Navarra, taquitos de queso y una primorosa ensalada mixta.
Joe llegó recién duchado, con el cabello aún húmedo y oliendo a jabón. Se había puesto unos vaqueros gastados, una camisa blanca y su parca azul marino que se quitó nada más entrar. Llegaba nervioso porque aquel encuentro implicaba un peligro que sólo él presentía, pero aun así consiguió ofrecer una amigable y relajada sonrisa.
—Si no va con la cena, puedes guardarla para otra ocasión —dijo, tendiéndole una botella de vino tinto de Navarra.
_____ la cogió sin saber qué decir. Realmente, ¿qué vino iba con lo que ella había preparado? Mientras caminaba hacia la cocina, seguida por Joe, pensó que tal vez debería haberle aclarado, aquella misma mañana, a qué tipo de cena le invitaba.
Una hora después, la botella medio vacía descansaba en el centro de la mesa y ellos dos habían picado de todos los platos sin haber sacado el tema de Ignacio.
Joe se impacientaba. Viendo que ella no arrancaría nunca, se decidió a hacerlo él. Cogió otro taco de queso y observó que era un cuadrado perfecto, como si _____ hubiera usado una regla para medir y hacer los cortes.
—¿Qué quieres saber sobre tu abuelo? —preguntó, llevándoselo a la boca.
Ella inspiró con fuerza, llenándose los pulmones y preparándose para escuchar las pretendidas bondades del viejo.
—Me gustaría saber qué tenía para que aún hoy le guardes tanta fidelidad. —No entendía el cariño sin fisuras de un hombre como Joe hacia un ser ruin como Ignacio—. ¿Cómo llegaste a quererlo tanto?
—Imagino que ya sabes que mi hermano y yo nos criamos aquí —comentó él, en una clara referencia a la visita que le habían hecho sus «traidores» padres—. Los primeros recuerdos que tengo de tu abuelo son los de un hombre arisco, amargado. No quería tener críos al lado y yo siempre estaba curioseando alrededor de él y del ganado. —Bajó la mirada hasta su vaso de vino y lo acarició con sus dedos—. Solía echarme con un «maldito niño, vete con tu madre». Pero yo volvía una y otra vez.
_____ confirmó su creencia de que Ignacio era un hombre sin corazón, pero calló y siguió escuchando.
—Yo era muy insistente. Aún lo soy —confesó sonriendo—. Al final no tuvo más remedio que aceptar mi compañía. Por entonces no disponía del ordeño automático. Conseguí que me dejara ordeñar alguna oveja de vez en cuando, echarles de comer, limpiar el establo. —Alzó su mirada brillante hacia _____—. Para cuando me fui a estudiar a Pamplona ya trabajaba mano a mano con él y con mi padre, y ya le quería como si fuera mi propio abuelo.
—¿Y te pagaba por tu trabajo? —preguntó sin ninguna malicia.
Joe cogió el vaso y bebió despacio. La pregunta le había molestado. Quiso creer que la estaba prejuzgando, que no llevaba ninguna segunda intención.
—Yo estaba dispuesto a pagar porque me dejaran hacerlo, pero sí —afirmó con satisfacción—, me pagaba, y eso me vino muy bien para mis años de estudio en Pamplona. —Y sin poder evitar la pregunta que llevaba clavada en el alma, le dijo—: Respóndeme ahora tú: ¿Por qué no viniste?
—No te entiendo —dijo _____, confusa.
—El viejo no merecía morir solo —afirmó él, mirándola a los ojos, y según hablaba sentía que los recuerdos le iban envenenando la sangre—. Si vas a preguntarme si él me pidió que te llamara, la respuesta es no. El nunca pedía, al menos no con palabras. Pero necesitaba verte antes de morir. Por eso hablé con Luciano Bessolla para que me diera tu teléfono; hacía meses que te había localizado a petición de tu abuelo. —Agitó la cabeza sin dejar de mirarla—. Su nieta. Su única nieta y no fuiste capaz de venir ni siquiera a su entierro.
«Era él», pensó _____. El hombre que la llamó para comunicarle que a su abuelo le quedaban días de vida, era él. Recordó que le había impresionado su voz dolorida y cortante, pero no le importó la noticia que le daba.
—El no pertenecía a la familia. En su día así lo decidió la abuela y yo la respeté. —Tragó al ver la frialdad en los ojos de Joe—. La verdad es que no me costó hacerlo, porque Ignacio era un desconocido para mí.
—¿Por qué me mentiste? —insistió, dispuesto a no darle tregua—. Dijiste que vendrías, pero sólo lo hiciste para que yo dejara de importunarte, ¿verdad?
—También tú eras un desconocido —se disculpó ella, pidiéndole con la mirada que la comprendiera—. No habría sido lógico que te explicara mis problemas familiares. No fue mentir ni tampoco miedo a que insistieras. En aquel momento me pareció la mejor respuesta.
—Era un buen hombre —reiteró Joe, incapaz de ver la silenciosa súplica de _____—. Tenía mucho cariño para dar y sólo necesitaba que alguien le abriera su corazón. Le ocurrió también con los chicos de Doina. En cuanto le mostraron cariño se volcó con ellos para darles todo cuanto necesitaban.
—Le resultaba sencillo dar cosas materiales. Le sobraba el dinero —afirmó _____ con suavidad. No quería provocar discusiones. No podía olvidar que la finalidad de aquella cena era limar asperezas.
—Les compraba cosas materiales, es cierto —respondió él—. Les regaló hasta esas motos de trial con las que disfrutan como locos. Pero sobre todo les dio mucho cariño. Más del que puedas imaginar.
«Por supuesto que no lo podía imaginar», pensó ella. No entendía que un hombre que no había sido capaz de dar amor a su esposa y a su hijo, lo hubiera tenido para repartir con los hijos de los demás.
—¿Los quería a ellos tanto como te quiso a ti? —preguntó, convencida de que en el fondo los había utilizado a todos para no vivir en soledad—. ¿De verdad quiso a alguien alguna vez?
Joe se frotó la nuca, cansado. No le gustaban las insinuaciones de _____; le hacían sentirse enfermo. Ella tenía la facultad de lanzarle al abismo de sus dudas y hacerle perder el control.
—¿Por qué te empeñas en medir el cariño? Eso se lleva dentro —dijo, golpeándose el pecho con la palma abierta—. No se ve, pero se siente. Y no se puede medir, igual que no se puede medir el odio.
—Sólo trataba de saber cuánta sinceridad ponía él en sus afectos —se defendió _____—. Y es que sigo sin entender por qué, si tanto te quería, no te incluyó en el testamento.
La palabra «testamento» le llenaba, a Joe, el cuerpo de demonios y el alma de desconfianzas. No pensaba enfadarse, ni gritar, ni salir dando un portazo. Inspiró despacio para contenerse y cogió uno de los trozos de queso.
—El queso no se corta en tacos —dijo con una intencionada prepotencia y mostrándoselo entre los dedos.
—¿Qué?... —musitó la confundida _____.
—Que el queso no se corta en tacos —repitió, y se acomodó contra el respaldo para explicarle con paciencia—: Se separa una cuña, se quitan las cortezas laterales y se va dividiendo en triángulos finos. —Arrojó el trozo sobre los que aún quedaban amontonados—. Después se ponen en un plato, bien ordenados, con las puntas hacia dentro.
—Muchas gracias por la clase teórica —dijo, apretando los labios y aleteando la nariz para controlar su rabia—. Pero no creo que eso tenga tanta importancia como para...
—La tiene, porque has jodido el queso —respondió con calma—. El corte le cambia el sabor. Cuando me invitaste a cenar —dijo sonriendo con malicia mientras veía crecer la furia de _____—, creí que cocinarías, pero entiendo que eso es mucho pedir para alguien como tú. Pero, no te preocupes. Mientras existan los abrelatas estarás salvada.
—¿A qué viene todo esto? —gritó, apretando los puños sobre la mesa.
—¿No querías sinceridad? Te la estoy dando.
Era arrogantemente cínico, pensó _____. Del mismo modo que a veces le agradaba su compañía, ahora contenía las ganas de estamparle en la cara el plato del dichoso queso.
—Eres un prepotente, un imbécil, un maleducado, un... un... —Sentía tanta rabia que no podía pensar en ningún insulto que estuviera a la altura de lo que Joe acababa de hacerle.
—Bien —dijo él, levantándose con tranquilidad de la mesa—. Me voy. Tal vez llegue a tiempo de cenar en casa. Me cuesta mucho conciliar el sueño con el estómago vacío.
—¡No te vas con el estómago vacío! —afirmó, deseando que todo cuanto había comido se le agriara dentro hasta envenenarle.
—¿De veras lo crees? —preguntó con guasa—. Has estado invitada en la casa de Doina. Ya deberías saber lo que es una cena. —Sonrió al coger su parca de una de las sillas para darle después la espalda.
—¡Te odio! —profirió _____ cuando él alcanzaba la puerta.
—Me parece bien. Pero te aconsejo que no trates de medirlo. —Le dedicó una última e irritante sonrisa—. Ya te he dicho que eso es imposible.
En cuanto salió de la borda, la calmada apariencia de Joe se disolvió para dar paso al hombre enfurecido. Necesitaba gritar, y lo hizo cuando montado en su coche se alejó lo suficiente como para no ser oído. Rugió con fuerza, golpeando el volante con los puños. Desahogaba la furia que había contenido ante _____, pero también la que ahora sentía contra sí mismo. Y es que se había comportado como un vulgar cabrón menospreciándola y humillándola sin mostrar ninguna piedad. Se había ensañado por una nimiedad, y ni siquiera había sentido placer al hacerlo.



















Natuu!!
Natuu!
Natuu!


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Miér 11 Abr 2012, 4:32 pm

ESOS DOS NO PIEDRAN DEJAR DE PELAR??? :(
NATU QUEIRO BESOOO
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Miér 11 Abr 2012, 5:41 pm

como qe se pelean mucho no?
yo tambien qiero beso siguela plis
Nani Jonas
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Jue 12 Abr 2012, 10:11 am

siguela porfavor
Nani Jonas
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Jue 12 Abr 2012, 3:59 pm

ese joe es ungamin definitivamente
se enoja por estupideces
es un bruto!!!!!
como la va a tratar asiiiii
yo queiro que diego llegue a buscarla y haga hervir a joe de celos jejeje
sigue
me encanta!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Natuu! Jue 12 Abr 2012, 4:37 pm

CAPÍTULO 07



Durante aquella noche hubo momentos en los que _____ estuvo tentada de preparar su maleta y salir de allí para no regresar nunca más. No veía dónde estaba la compensación al agobio de trabajar, codo con codo, con un hombre que no la soportaba y que le mostraba su rechazo en cuanto tenía ocasión. Pero tampoco le emocionaba la idea de regresar a Madrid y ver a Diego.
Al final, y cuando las primeras luces del nuevo día se colaban a través de la cortina de algodón, el tenaz orgullo de los Ochoa de Olza había tomado varias decisiones.
Se juró que no volvería a Madrid hasta no tener su moral y su estima preparadas para enfrentarse a lo que había dejado atrás. No se iría de Roncal, precisamente, porque Joe no la quería allí y ése le parecía un buen motivo para quedarse. Y, además, aprendería a cocinar porque aquel maldito hombre le había hurgado en su quebradizo amor propio.
Reconfortada por la idea de que tenía por vecina a una buena cocinera, esa mañana llegó a la quesería vestida y perfumada de orgullo, y con la firme intención de no mirar ni hablar a su compañero de trabajo.
A Joe, la noche le había suavizado el sentimiento de culpabilidad. Ya no se recriminaba con tanta dureza por su actitud con _____, y cuando se encontró con un escudo de altanería que hacía que fuera imposible acercarse a ella, casi se alegró de todo cuanto le había dicho la noche anterior.
La primera hora la ignoró. Después, sus ojos fueron buscándole sus manos, suaves y pálidas, que se movían sobre la esponjosa masa blanca; y los dedos, largos y delgados, con la intensa huella de un anillo ausente en el dedo corazón de la mano izquierda. Pensó que eran unos movimientos delicados y sensuales.
Observando sus dedos, los imaginó desatando botones, deslizando cremalleras, deshaciendo obstáculos para alcanzar y moverse sobre una piel de hombre: su propia piel de hombre.
Sacudió la cabeza preguntándose cómo podía ser tan estúpido de caer una y otra vez en el mismo error. Quería evitar que ella le confundiera, pero él, de modo inconsciente, buscaba esa sensación. Era la atracción irracional que convive con las cosas prohibidas, con las que no debes hacer, con las que no debes mirar...
Según avanzaba la mañana, sus buenos propósitos se despedazaban contra ese imán y él se volvía más audaz. La miraba al rostro, al gesto infantil de mordisquearse el labio inferior, a cuando los separaba porque necesitaba emitir un suspiro. Y Joe comprobó que aquella mujer, hermosa y altiva, no necesitaba hacer nada especial para templarle los instintos más primarios.
Se preguntó desde cuándo le interesaban las mujeres orgullosas que se vestían como modelos de revista. Se respondió que era la primera vez que alguien, a quien consideraba superficial y a ratos ni siquiera soportaba, le atraía tanto.
Viendo que _____ ponía la tapa al último molde, dio por sentado que saldría sin despedirse mientras él colocaba en la prensa la tanda con la que concluían la jornada.
Pero se equivocó.
—¿Por qué me miras? —preguntó ella, a la vez que se quitaba el delantal.
Joe sonrió, agitando la cabeza y terminando de ajustar la prensa. Ella tenía ganas de bronca y él descubría que esa actitud desafiante le gustaba.
—Creo que te equivocas. Yo no te he mirado —dijo según pasaba a su lado y salía sin detenerse.
Para _____ fue como un nuevo desprecio y salió tras él, hecha una furia.
—Llevas haciéndolo toda la mañana —insistió, cambiándose de calzado sin preocuparse de anudarse las zapatillas.
Sentado en el banco de listones de acero, Joe ataba los cordones de sus botas con deliberada lentitud. Desde hacía un tiempo le costaba comprender las reacciones que le invadían ante esa mujer. Ahora le confundía el estimulante hormigueo que le recorría el cuerpo, haciéndose más intenso a medida que aumentaba el enojo de _____.
—¡No quiero que me mires! —siguió gritando al tiempo que se acercaba al lavabo para jabonarse las manos—. Eres el hombre más maleducado que conozco. Ayer te invité a cenar y fuiste lo más grosero y estúpido que he visto jamás.
—Eso no era una cena —dijo Joe, y ella le respondió con una risa mordaz.
Terminó de anudar su calzado y se puso en pie, acercándose también hacia el lavabo. Se detuvo junto a la espalda de _____ y se inclinó con cuidado para inspirar el suave y dulce olor a moras de su cuello.
—Hace unos meses te dije que eras una inútil —continuó diciendo Joe, observando cómo un bucle escurrido de su coleta le acariciaba la nuca—. Y salvo alguna pequeñísima excepción, sigo pensando lo mismo.
_____ sintió que se le acercaba demasiado y alzó la cabeza para afrontarlo con dureza en el espejo. Él se incorporó, despacio, manteniéndole la mirada con un gesto divertido, como si hubiera deseado ser sorprendido con la nariz pegada a su cuello.
La ira inflamó el verde de los ojos de _____.
—Eso no es cierto —respondió, apretando los dientes, y se volvió con la toalla en las manos—. Soy tan buena como tú haciendo quesos. Tal vez hasta mejor —le desafió—. Sé mantener la temperatura, preparar el cuajo... Podría hacerlo sin ninguna ayuda. Y gracias a tu apabullante amabilidad, ahora también sé cortarlo como Dios manda —agradeció, sarcástica.
Joe se quedó mirándola con una sonrisa cínica. Tenía que admitir que ella tenía agallas, tanto para trabajar como para enfrentársele. Pero sólo le reconocía ese valor ante sí mismo, siempre y cuando no estuviera furioso con ella.
Observó cómo le irrumpía el color en la pálida piel de sus mejillas y cómo la impotencia le bullía tras el ópalo de sus ojos verdes. Se la veía hermosa cuando la devoraba la rabia.
—No te soporto —volvió a gritar, impotente ante el silencio de Joe—. Odio tenerte cerca y odio que me mires de ese modo en el que lo estás haciendo ahora.
Sin ninguna prudencia, él le colocó los dedos en la cintura y la apartó del lavabo. En el espejo pudo ver cómo se amorataba de furia, y llegó a creer que su rostro acabaría estallando de indignación.
—Tienes la solución a tu terrible problema —afirmó, poniendo las manos bajo el chorro de agua fría—. Lárgate a Madrid o a tu casa del pueblo y no me verás nunca más.
_____, sujetando la toalla, observó la tranquilidad con la que Joe jugueteaba con el agua. Le enfurecía su calma. Le parecía que actuaba como si supiera que iba a salir victorioso, como en casi todas las discusiones que habían mantenido.
—No sueñes que te vaya a regalar ese placer —le respondió, clavando las uñas sobre la felpa blanca y jurándose que él la soportaría hasta que a ella se le antojara.
Pero Joe siguió mostrando una fastidiosa tranquilidad. Ella buscaba provocarle, pensó. Quería desahogar su frustración con una rabieta de niña malcriada. Pues bien; él le concedería la satisfacción de una buena contienda.
—No te gusta la borda pero vives en ella —explicó, con una guasa hiriente—. No te gusto pero te afanas cada día a mi lado. Hay algo que no encaja —la miró, sonriendo con misterio—, ¿no crees?
_____ controló su irritación inhalando con lentitud por la nariz. No pensaba hablarle de los motivos que tenía para esforzarse en trabajar cuando no tenía por qué hacerlo, entre otras razones porque tampoco ella los conocía.
—Me parece que voy comprendiendo —continuó diciendo Joe, que entrecerró los ojos fingiendo pensar—. Por eso estás enfadada conmigo; porque me está costando captar tu juego.
—¿De qué estás hablando? —preguntó ella, cada vez más rabiosa.
—Del juego al que no he sabido seguirte. —Su sonrisa se volvió maliciosa—. Te pido disculpas. No supe entender que haces el sacrificio de vivir en una borda que odias y te has implicado en trabajar todas las mañanas para estar cerca de mí. —_____ abrió la boca para protestar, pero Joe continuó—: Te aburres. Esto no se puede comparar con Madrid y te aburres. —Cerró el grifo y la miró a los ojos—. Te aburres y quieres que yo te entretenga.
—Estás loco —soltó _____, cruzando los brazos para ocultar bajo la felpa sus puños crispados—. Yo no quiero nada de ti.
—¿Entra en tu plan esto de hacerte la dura? —preguntó, sacudiéndose el agua de las manos por no pedirle la toalla—. Eso me gusta. Promete ser un juego entretenido.
Quería humillarla. Necesitaba hacerlo, ya que, por algún motivo absurdo, sentía que estaba dejando de odiarla. Para eso podía haber elegido cualquier opción; cualquier cosa menos ésa. Pero estaba haciendo lo que en el fondo, y de modo inconsciente, deseaba.
La miró, comenzando por las piernas, y ascendió despacio, con descaro. Se detuvo en sus labios y alargó el brazo para rozárselos con los dedos húmedos.
—No te necesito para eso —gritó ella, apartándolo con un manotazo.
Joe lo tomó como una provocación. La sujetó por las muñecas y la arrastró con él hasta encajarla entre su cuerpo y la pared. La toalla cayó a sus pies.
—Está claro el papel que has elegido para mí —dijo, acercándole el rostro hasta que pudo respirar de su aliento—: yo debo entretenerte, divertirte, follarte... y no es necesario que lo haga en ese orden —susurró, bajito—, ¿verdad?
Disfrutó al ver crecer la ira en los ojos de _____, al sentir la fuerza con la que trataba de liberar sus muñecas agitando el cuerpo bajo el suyo. Estaba listo para mofarse una vez más, pero perdió el rumbo y la lucidez cuando la vio abrir la boca para insultarle.
Se lanzó a devorarla como si la hubiera deseado durante siglos. Pero se recreó en la inesperada sedosidad y su lengua no fue lo bastante rápida. Encontró la barrera infranqueable de los labios que _____ comprimía con todas sus fuerzas. Él no se rindió. Saboreó y lamió aquella tensa línea recta mientras descubría las formas redondeadas que se agitaban y luchaban contra su pecho. Cuando ella consiguió apartarle el rostro, Joe apoyó la boca en su mejilla, jadeante. El forcejeo y la suavidad de esos labios que se le negaban lo habían excitado.
—Quítame las manos de encima —ordenó _____, sin girarse—. Quítame tu cuerpo de encima —añadió cuando intentó moverse y se sintió presa entre la pared y los músculos tensos de Joe.
Él le soltó las muñecas y comenzó a separase, pero entonces, ella volteó la cabeza y le miró de frente, limpiándose la boca con un gesto rabioso del dorso de la mano. En sus ojos brillaba un intenso desafío. Sus labios volvían a trazar una fina línea recta que retaba a ser traspasada.
Joe sintió que la sangre le hervía hasta convertirse en vapor oscuro. La poca lucidez que le quedaba se diluyó en rabia, y sólo una idea ocupó su pensamiento; no la dejaría marchar sin haber probado antes a qué sabía su maldito orgullo.
Volvió a apretarse contra su cuerpo y a buscarle la boca con la que ella acababa de despreciarle. _____ intentó apartar el rostro, pero esta vez él la inmovilizó, sujetándoselo entre las manos. Su lengua se movió enloquecida buscando un hueco. Toda la cólera y la fuerza de _____ no bastaron para contenerla. Penetró con fuerza, invadiendo, arrasando, apoderándose de su sabor a dignidad, empapándose de su humedad caliente como si toda ella le perteneciera.
_____ peleó, agitando su cuerpo y empujándole por los hombros, pero él era una roca inamovible.
De pronto la lengua dejó de violentarla.
Se deslizó acariciándole el interior con suavidad y salió con docilidad para lamerle los labios. _____ se sintió confundida y, antes de que pudiera forcejear de nuevo, él se apartó unos centímetros para mirarla. Sus ojos castaños ardían como tizones avivados por el viento caliente del infierno, y respiraba tan agitado como lo hacía ella misma.
—Si vuelves a besarme, te mato —le desafió _____ con simulada y tensa calma. Joe sólo podía mirarla, aturdido. No entendía qué le había incitado a besarla, pero se moría de deseo por volver a hacerlo—. Hablo en serio. —Alzó la barbilla y apretó los dientes—. No te atrevas a tocarme de nuevo.
—Si tanto te desagrado, ¿qué demonios haces aquí? —preguntó con el sonido ronco y lento que surgía de una respiración agitada.
—Si alguien tiene que dar explicaciones, eres tú. —Su boca trazó una sonrisa de triunfo—. ¿O has olvidado que trabajas para mí?
—Te equivocas —dijo Joe, con voz insegura—. Yo trabajo para Ignacio.
—Ignacio está muerto. Todo lo que era de él me pertenece. Puede que hasta tú me pertenezcas —concluyó con intención de humillarlo.
Y lo consiguió.
Sus palabras se clavaron en el centro del amor propio de Joe, que se preguntó qué hacía aún allí. Tras la muerte del viejo no había cambiado su rutina. Continuó haciendo los mismos trabajos, incluso se había implicado en alguno más con el fin de no tener horas vacías. No había dado la importancia adecuada al hecho de que ella era la nueva dueña: ella la que daba las órdenes y él quien obedecía.
—Tienes razón —reconoció con orgullo—, y te agradezco que me lo hayas recordado.
Miró a su alrededor. A la puerta de la quesería, hacia las cámaras, los delantales colgados de las perchas, las botas de goma bajo el banco. Todo lo que había formado parte de su vida durante muchos años. Después miró a _____ con ojos nublados por una dignidad cansada.
—Me voy. No estoy dispuesto a recibir tus órdenes. Si quieres que te firme mi renuncia no tienes más que pedirlo.
—Yo jamás te he dado ni una sola orden —aseguró, altiva.
—Eso demuestra que me voy en el mejor momento —respondió, caminando hacia la salida—. Dos últimas cosas —dijo, deteniéndose junto a la puerta—: mañana mismo separaré mi ganado del tuyo. No te preocupes, porque no pienso llevarme nada que no me pertenezca. Y en cuanto a los negocios que tenemos a medias, ¿tienes algún problema porque lo arregle a través de tu abogado?
—Ningún problema. Yo también lo prefiero así —respondió, y alzó la barbilla mientras él desaparecía.
Al quedarse sola tuvo que sentarse en el banco de listones porque no la sostenían sus piernas. Aún sentía en su boca el sabor de los exaltados besos de Joe, y él acababa de despedirse. No podía pensar con claridad, pero le preocupaba que aquél pudiera ser el inicio de un desastre.
No entendía lo que acababa de ocurrir. La mayor parte del tiempo Joe era rudo con ella y hasta daba la sensación de que la odiaba. Entonces, ¿por qué la había besado de aquel modo?, se preguntaba. ¿Para humillarla? Podía creer que así hubiera sido con su primer beso, incluso con el segundo. Lo que le confundía era aquel final, cuando toda la rudeza de su boca se convirtió en caricia y la miró con ojos turbados y encendidos.
Desconcertada, inspiró por la nariz y exhaló despacio. Lo hizo una y otra vez mientras se imaginaba en unas aguas azules y tranquilas donde no existían las complicaciones.


Cuando Joe llegó a casa, sus padres trabajaban en el huerto. Ponían pequeñas plantas de judías y, al lado de cada una, clavaban una larga estaca a la que se iría sujetando la planta según fuera creciendo. El los observó durante un buen rato desde el balcón de la cocina mientras revivía lo ocurrido con _____.
Desde que la vio llegar, hacía ya dos meses, en su lujoso automóvil, con aquella apariencia perfecta, mirándole con superioridad y orgullo a través de los cristales negros de sus gafas, supo que las cosas entre ellos acabarían mal.
Debería sentirse aliviado porque todo hubiera terminado, pensó. En cuanto se supiera que estaba sin trabajo le lloverían las ofertas y podría permitirse el placer y el lujo de elegir. También podía volver a Pamplona para continuar con la clínica veterinaria que abandonó años atrás. Su ex socio y amigo se lo había pedido muchas veces. Podía hacer con su libertad lo que quisiera. Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?
Porque ella le había vencido.
El abandonaba todo por lo que había luchado durante años, y _____ se quedaba como dueña y señora de algo que ni había amado ni amaría nunca.
Y, por si eso fuera poco, la había besado.
Había actuado como un idiota descerebrado, perdiendo el control ante una mujer hermosa. No se explicaba cómo había caído en algo tan absurdo, qué diabólico instinto le había incitado a besarla. Pero algo, en mitad del beso le había convertido la furia en confusión, y él había comprendido que la atracción que sentía por ella era más grande de lo que imaginaba.
Desde la cazuela de barro arrimada al fuego, el confortante aroma de un sabroso marmitako invadía la cocina. La mesa estaba puesta, aguardando la hora de comer. Joe se había adelantado, llegaba sin apetito y el olor a comida le provocaba náuseas.
Prefería esperar en otro lugar.
Bajó a la leñera y enderezó una de las bicicletas recostadas contra la pared. Se sentó sobre la barra que unía el manillar al sillín, y pisó firme el suelo para mantenerla erguida. Unos minutos después sus padres lo encontraban en la misma posición, pensativo y cabizbajo.
Cosme, con la azada en la mano, y Aitana, con el cubo metálico entre las suyas, preguntaron, con recelo, qué había ocurrido.
—Me he despedido —dijo Joe, fingiendo tranquilidad—. No volveré a trabajar para esa arpía.
Aitana se adelantó unos pasos, frunciendo el ceño.
—Pero, ¿qué ha ocurrido, hijo? ¿Por qué sales con esto de repente?
—Hemos discutido y yo me he despedido. No hay nada más que contar. —Una pregunta en los ojos de su madre le hizo añadir—: No quiero que alguien como ella me dé órdenes.
—Yo apoyo tu decisión —exclamó el padre de pronto—. Puedes trabajar donde te dé la gana. No necesitas que...
—¡Cosme! —le cortó Aitana, volviéndose hacia él—. No le animes en esto. Está donde siempre ha querido estar, y si se va ahora se arrepentirá siempre.
—¿No has oído que la chica le da órdenes? —musitó él, por lo bajito, tratando de no herir el amor propio de Joe—. Nadie puede tratar a mi hijo como si fuera su criado.
—¡Ya basta, Cosme! —repitió, y ella no bajó la voz—. Si vas a calentarle los humos, mejor subes y vas sirviendo la comida.
—Tengamos paz, ¿ok? —pidió Joe con paciencia—. Ella nunca me ha tratado como a un criado, papá. Yo no se lo habría consentido. —Miró a su madre, que continuaba acalorada—. Ni siquiera ha intentado imponerme nada, pero puede hacerlo. Y no esperaré hasta que eso ocurra.
—¡Qué mal compañero de viaje es el orgullo! —exclamó Aitana—. Es normal que...
—No es orgullo, mamá —interrumpió—. No me importa trabajar a las órdenes de cualquiera, pero no de ella. —Negó, agitando la cabeza—. De ella jamás.
—Nunca la has mirado bien —afirmó Aitana—. Esto le pertenece, hijo. Tiene derecho a estar aquí.
—Lo sé. —Se apartó de la bicicleta y la posó contra la pared—. No le niego ese derecho, pero me duele.
—¿Qué te duele más, lo que ella hizo con su abuelo o que se haya convertido en dueña de lo que siempre creíste que llegaría a ser tuyo? —preguntó, mirando a Joe, que se alejaba hacia la puerta.
—Las dos cosas —respondió él, apoyando el hombro en el marco de madera y dejando su mirada vagar por el huerto—. Las dos cosas me hacen daño.
Cosme, que desde la interrupción de su mujer les había observado en silencio, se acercó al fregadero y, mientras se ocupaba de lavar la azada, propuso:
—¿Por qué no hablas con ella? Después de todo el tiempo que lleva aquí, puede que lo haya pensado mejor y ahora quiera vender...
—No trataré con ella sobre esto —respondió Joe, sin moverse—. Ya hablé con su abogado hace meses, cuando me contó que ella lo heredaba todo, y me respondió que no lo pondría en venta. Si no me ha llamado es porque todo continúa igual.
—Siempre has dicho que no te gustan los intermediarios. Que los asuntos se arreglan mejor hablándolos de frente con el interesado —continuó Cosme, sacudiendo el exceso de agua y dejando la azada junto al resto de herramientas—. Dile que estás interesado en...
—No lo haré, papá. Además, aunque quisiera, ya es tarde para eso. —Cogió aire y lo soltó de un fuerte soplido—. Separaré mi ganado, liquidaré los negocios que monté con Ignacio, y cerraré esta etapa de mi vida para comenzar con la siguiente.
—Estoy de acuerdo porque... —La mirada enérgica de Aitana acabó con la frase de Cosme. Cuando estuvo segura de que él no seguiría animando a la rebelión, caminó hacia Joe, que se mantenía inmóvil, con sus ojos castaños clavados en el grupo de escarolas.
—Sabes que tu padre y yo estaremos contigo hagas lo que hagas. Aunque te equivoques. Solo quiero que lo pienses bien. Hiciste una promesa a Ignacio.
—Pero no puedo cumplirla —agitó la cabeza, despacio—. No puedo estar cerca de esa mujer.
Algo en aquellas palabras alertaron el corazón de madre de Aitana. Preocupada, se movió hasta que pudo mirar de frente el rostro de su hijo.
—¿Por qué discutieron? ¿Qué pasó?
—No quieras saberlo —pidió, cerrando los ojos ante el recuerdo de la boca de _____.
Aitana se volvió hacia su marido, que alzó los hombros con impotencia. Cuando Joe se cerraba no había nada que ellos pudieran hacer, salvo esperar a que quisiera confiarse de nuevo. Nunca había sido amigo de compartir penas o problemas.
—Es tu vida, cariño —dijo ella, al fin—. Tal vez te ayude a tomar una decisión el imaginar la explotación de Ignacio dentro de unos años. Si llegas a verla en manos extrañas; o hasta cerrada y abandonada, ¿no te culparás?
Joe se apartó el cabello con los dedos y apoyó la cabeza contra el marco.
—El viejo no debió echar sobre mis hombros una responsabilidad tan grande. No termino de entenderlo —añadió, confundido aún porque dejara toda su herencia a _____.
—Y tú no debiste aceptarla, pero lo hiciste —comentó Cosme, mientras abría la puerta de la leñera para subir a la cocina.
—Las consecuencias de nuestros actos nos acompañarán siempre —dijo Joe en un susurro—, y siempre es demasiado tiempo.
Suspiró, agobiado. No le correspondía cumplir con la última voluntad de Ignacio, sino a su nieta y heredera. Pero estaba claro que el único que había empeñado su palabra era él.
—Anda, cariño. Subamos a comer y ya pensarás con calma lo que vas a hacer —pidió Aitana.
—No tengo apetito—respondió Joe—. Me quedaré aquí un rato más.
—He hecho uno de los guisos que te gustan —informó para tentarlo.
Joe le revolvió el cabello, sonriendo. Ella era una mandona, como bien decía su padre, pero era una mandona tierna que siempre se preocupaba por ellos.
—Guárdame un poco para la noche —pidió, sólo para agradarla—. Ahora necesito un poco de silencio.
Salió al huerto y se sentó en el tronco del viejo roble que su padre había tumbado contra la pared de la casa, a modo de banco. Recostó la espalda contra la piedra caliente por la exposición al sol durante toda la mañana.
Quería dar con una solución. Pensar en su trabajo, en la promesa hecha a Ignacio, en los sueños a los que estaba renunciando. Pero no era dueño de sus pensamientos, que, sin licencia, asaltaban su recuerdo de _____; la tensión de su cuerpo forcejeando contra el suyo, el calor excitante de su aliento, la suave y frágil resistencia de sus labios, el sabor meloso de su boca...
Maldijo, una vez más, el momento en el que se había dejado llevar por los instintos, que le habían complicado la existencia.


















Natuu! ⭐
Natuu!
Natuu!


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Jue 12 Abr 2012, 5:10 pm

no seas cruel
comola dejas ahi
deberias subir otro si?????
Julieta♥
Julieta♥


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Jue 12 Abr 2012, 6:38 pm

anda natu sube un cap mas plis
Nani Jonas
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 3 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Jue 12 Abr 2012, 6:39 pm

wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii pase de pagina
eso merece un cap no?
Nani Jonas
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Mensaje por Nani Jonas Vie 13 Abr 2012, 8:30 am

sigueeeeeeee
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