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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
siiiiiiii awwwwwwwwwwww q tiernos al fin se decidieron yo x momentos casi mato a joe....siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
jonatic&diectioner
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
ai dio qe bello capitulo al fin la rayis le dijo qe lo ama
por un momento crei qe joe no le diria nada pero si lo
izo jajaja amo esta nove qe pena qe ya casi termina
siguela pronto plis
por un momento crei qe joe no le diria nada pero si lo
izo jajaja amo esta nove qe pena qe ya casi termina
siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
yujuuuuuuuuuuu!!!! pase de pag
ahora debes subir cappppp jejejjeje
ahora debes subir cappppp jejejjeje
Julieta♥
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
CAPÍTULO 21
Despertó con una paz que no recordaba haber sentido en mucho tiempo; tal vez nunca. Le envolvía un leve olor a moras mezclado con otro, menos sutil, a sexo. Abrió los ojos, despacio, y se encontró con la atractiva y desnuda espalda de _____ y sus bucles desordenados sobre la almohada.
Recorrió con sus dedos los pequeños huesos que formaban su perfecta columna vertebral, ascendiendo con lentitud desde su cintura hasta el punto más sensible de su nuca.
_____ gimió entre sueños.
Hacía tan sólo unas horas, cuando la luz del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por la ventana, que la había despertado con besos y caricias y habían hecho el amor despacio, de un modo adormilado y perezoso que inflamó cada fibra, conocida y desconocida de su ser, y le había hecho reventar en un orgasmo abrasador.
Se estremeció al recordarlo. La abrazó por la cintura y enterró el rostro entre el revoltijo de bucles dorados para besarle con suavidad la nuca.
La amaba, ¡Dios, cómo la amaba! Por fin, después de meses de tortura, ella había dormido pegada a su pecho y lo haría cada noche, hasta el final de sus días.
Sólo intuía un problema.
Sabía que no podría quitarle las manos de encima ni un momento. Cada minuto desearía acariciarla, besarla, hacerle el amor hasta caer rendido y, aun después, continuar, con pereza, como habían hecho esa noche. Quería morir de extenuación entre sus brazos mientras ella enloquecía de gozo entre los suyos.
Sus manos comenzaron a moverse con suavidad sobre el vientre de _____, quien emitió un gemido ronco.
—Buenos días, mi amor —le susurró él, sobre la nuca.
Ella ronroneó y se encogió para amoldarse al acogedor y tierno nido en el que Joe la envolvía.
—Tengo que levantarme —musitó él, ciñéndola como si no fuera a moverse—, pero no quiero hacerlo. Quiero pasar todo el día aquí, abrazándote y escuchándote gemir.
—¿Y qué te lo impide? —preguntó con voz somnolienta, enredando sus piernas con las largas y fibrosas de él.
—Obligaciones —respondió Joe, deslizándole los labios por el cuello y el hombro.
_____ se giró para mirarle de frente.
Y Joe se quedó sin aire cuando la vio con los ojos verdes revestidos de sueño, dos rizos cruzándole la frente y los labios aún inflamados y enrojecidos a causa de una noche demasiado ardiente.
—Me gusta verte despertar —le susurró con voz ronca y profunda—. No imagino una forma mejor de comenzar el día.
_____ sonrió dichosa. Tomó el rostro de Joe entre las manos y lo acercó para besarle en los labios.
—¿Pensarás lo mismo cuando me veas con el cabello blanco y la cara llena de arrugas? —preguntó mirándole a los ojos.
—Sí —respondió Joe, mordisqueándole el inflamado labio inferior—. Sí, sí, sí. Nunca me cansaré de verte despertar. No entiendo cómo he podido vivir sin ti hasta ahora.
La sonrisa de _____ se convirtió en una suave y relajada carcajada.
—También me gusta tu risa —murmuró Joe, deslizando las manos bajo las sábanas para acariciarle la cadera desnuda.
—¿Hay algo más que te guste de mí? —preguntó con voz mimosa y provocadora, sintiendo que su piel comenzaba a despertar bajo la habilidad de los dedos de Joe.
—Me gustas entera —confesó él con un susurro—. ¡Dios, si me gustas hasta cuando levantas la barbilla con orgullo y aleteas la nariz, llena de furia!
—¿Yo hago eso? —preguntó sorprendida.
—Sí; claro que lo haces. Y en cada uno de esos momentos he deseado comerte a besos.
—Y... ¿podrías demostrarme cómo lo hubieras hecho si yo te hubiera dejado? —preguntó, ronroneándole de nuevo, esta vez junto al oído.
Joe sonrió, olvidándose de todo el trabajo que pensaba hacer esa mañana. La tumbó de espaldas, se acomodó en el cálido refugio entre sus piernas, y la besó en la boca, dispuesto a demostrarle que podía darle cuanto le pidiera.
Cálidos rayos de sol comenzaban a colarse por la ventana, anunciando que la mañana de un nuevo día avanzaba.
_____ cocinó con más ilusión y más mimo que nunca. Preparó una charlota de calabacín con ternera de Navarra, foie y manitas de cerdo. Cocinó por separado las manitas con sus verduras, y la carne junto a las suyas y al vino tinto; lo colocó con cuidado en un molde alternando con capas de foie, y lo dejó todo listo para hornearlo unos minutos justo antes de comer. Después salió de la borda para buscarle. Ya no podía estar lejos de él. Necesitaba verle, tocarle, besarle. Se sentía dichosa. Extendió los brazos para que los rayos del sol le dieran los tardíos buenos días.
Pensó en el ganado que aún pastaría una semana más en las montañas, disfrutando de un otoño benigno. Eso le permitiría retozar en la cama con su hombre hasta bien entrada la mañana. Después llegarían los intempestivos madrugones, pero también las largas jornadas a su lado, en las que volverían a tocar con sus manos la suavidad de la cuajada para elaborar su propio queso.
De pronto lo vio.
El lujoso Mercedes negro se detenía en la cuneta, junto al camino de entrada a la finca. Sintió que el corazón se le escapaba del pecho mientras un temblor le sacudía las entrañas. Con los ojos fijos en el automóvil, esperó hasta verlo descender.
Apareció ajustándose la corbata sobre una de sus elegantes camisas blancas de cuello perfecto. Diego miró a su alrededor, tan desconcertado como cuando ella misma detuvo allí su BMW, ocho meses atrás, en el punto indicado por las coordenadas de su navegador. Cuando sus ojos se encontraron con la figura de _____, se detuvo, respirando con alivio. Abrió la puerta trasera para coger la chaqueta que completaba su distinguido traje azul marino, y se la puso según avanzaba por el camino con paso acelerado.
_____ contuvo la respiración y tiró de los puños de su rebeca hasta que sus dedos desaparecieron bajo las mangas. Paralizada, observó su perfecta estampa de hombre atractivo y triunfador, y el cariño que sentía por él le inflamó de nuevo el corazón.
Aguardó a que estuviera cerca y entró en la borda para que él la siguiera, dirigiéndose hacia la cocina. No quería recibirlo fuera, a la vista de cualquiera que pudiera salir de los establos, en especial de Joe.
Diego entró como un huracán. Sin darle tiempo, la rodeó con sus brazos y la besó en la boca con la pasión que llevaba conteniendo durante meses. La emoción no le dejó apreciar la tibia respuesta de _____.
—Te amo —susurró al tiempo que la abrazaba y la acomodaba en su pecho—. Creí que enloquecía cuando desapareciste, pero ya estamos juntos de nuevo.
—¿A qué has venido? —preguntó _____, confundida.
—¿A qué he...? —Diego se desconcertó ante el frío recibimiento. Aflojó el abrazo para mirarla a los ojos, pero no terminó de soltarla—. He venido a decirte que te amo y a llevarte conmigo —musitó, escudriñando con preocupación en sus ojos verdes—. Pero también he venido a pedirte perdón por lo que hice, o más bien por lo que no hice. Sé que te fallé —reconoció con pesar.
_____ volvió a percibir el mismo dolor que ocho meses atrás. Tenerlo enfrente le avivó la rabia y los recuerdos de aquel infortunado día.
—¡Me sentí tan humillada! —reveló, esperando que él no pretendiera consolarla como había hecho muchas veces en el pasado, pero no en aquella última ocasión.
—También yo me sentí avergonzado —confesó, aun sabiendo que no existían palabras que definieran su ánimo hundido en aquellos momentos—. Nunca me perdonaré no haber estado a la altura que merecías. Sólo espero que tú sí sepas hacerlo —musitó, cogiéndole las manos y besando con suavidad sobre sus dedos.
—Hace tiempo que lo hice, pero las cosas han cambiado en estos meses —dijo _____, a la que la ternura de Diego le destrozaba el corazón.
Y, a él, el miedo a descubrir si aquel cambio le llevaba a perderla, le obligó a cerrar los ojos y a intentar cubrírselos a _____.
—¿Qué ha podido cambiar que tenga importancia? —preguntó con voz melosa—. Yo te amo cada día más.
—Soy yo quien ha cambiado —aseguró, bajando la mirada y tratando de abstraerse de sus caricias.
—Necesitabas que tu hombre viniera a suplicarte perdón y a llevarte en brazos hasta casa —susurró, y sonrió con un amor que llenó de angustia el alma de _____—. Me lo has puesto muy difícil, pero al fin te he encontrado, y aquí estoy porque te quiero con toda mi alma.
—Diego, yo...
La besó con delicadeza en la yema de los dedos, lo que hizo que reparara en una ausencia. El anillo que ella había lucido durante años no estaba. Ni siquiera la huella del lugar en el que había esperado encontrarlo.
—No llevas el solitario que te regalé —observó en voz baja—. Ni el colgante —añadió, rozándole la piel del escote.
La miró con tristeza, esperando una explicación creíble. En realidad estaba dispuesto a creer cualquier cosa que ella le dijese. Todo menos lo que escuchó de sus labios.
—No volveré a llevar esas joyas, Diego —musitó, con el dolor que le provocaban sus propias palabras—. Son símbolos de un amor que ya no siento.
A Diego comenzó a faltarle el aire y supo que no solucionaría el agobio aflojándose el nudo de la corbata. La asfixia se la provocaba el dolor. Toda su valiosa seguridad no le servía en aquel instante. Llevaba meses conviviendo con el temor a perderla, y en este momento ese miedo se hacía más intenso y más real.
—No digas eso —respondió, estrechándola entre sus brazos—. Aún continúas enfadada conmigo, pero me amas, lo sé.
—Te quiero —dijo _____, apoyando la cabeza en su pecho—. Te querré siempre, pero el amor terminó.
—Creo que estás confundiendo las cosas, _____ —susurró con la voz paciente que siempre la había tranquilizado—. Pero es normal después de todo el tiempo que llevamos separados y en el que tú has estado sola, rumiando lo que nos ocurrió.
_____ se apartó y él la miró apenado.
—Es más que eso, y en el fondo lo sabes —dijo, retrocediendo unos pasos.
Diego la miró en silencio, tratando de evaluar si sus palabras surgían del enfado, de la decepción, del desamor... Quiso encontrar amor en sus ojos, y le resultó sencillo: sólo tuvo que cambiarle el nombre al cariño que ella le mostraba.
Buscó en el bolsillo interior de su elegante chaqueta y sacó unos documentos. Los desplegó para tendérselos.
—He dejado a Helena —declaró de pronto, y esperó para gozar de la expresión sorprendida de _____—. Esta es la copia de la demanda de divorcio —insistió, esperando un gesto de alegría que no llegó—. Soy un hombre libre, mi amor.
Ella los miró sin tocarlos. Los folios se agitaban con un ligero temblor. Diego era una marea de nervios, y eso la hacía sufrir.
—¿Qué ha cambiado en estos meses para que hayas hecho lo que llevo años pidiéndote? —le preguntó con una sonrisa triste.
—Que me abandonaste —musitó él, acariciándole el cabello—. Que me he dado cuenta de que tú vales más que todas las riquezas y el poder del mundo. Que no quiero nada si no lo puedo compartir contigo —susurró, deslizando los dedos hacia su nuca.
—Demasiado tarde, Diego —exclamó, agobiada por la responsabilidad de que hubiera renunciado a su vida de lujos por ella—. Cuando el amor muere no existe nada que pueda resucitarlo. Ni siquiera podrá hacerlo este divorcio con el que he soñado durante tanto tiempo.
—Eso no es cierto —dijo, atrayéndola hacia él—. Lo dices por lo que te hice. Sigues castigándome y te juro que lo entiendo. Pero no me digas que no me quieres, porque no puedo creerte.
—No, Diego. No quiero hacerte pagar nada. Has sido demasiado importante en mi vida, por eso quiero ser sincera contigo. —Inspiró ante un incontenible deseo de llorar.
Diego, sin terminar de entender el origen de tanta angustia, trató de consolarla besándola en la mejilla. Ella se apartó. No quería sollozar entre sus brazos mientras le decía que le abandonaba. Pero en algún lado necesitaba desahogar el dolor que le estaba partiendo el alma.
Sin decir una palabra, se alejó hacia su habitación. Diego, observándola salir apenada, contuvo el deseo de ir tras ella para consolarla. Pero la conocía bien. Entendió que en ese momento necesitaba su espacio para llorar sin testigos y recuperarse de la emoción.
Se maldijo por no haber sido capaz de localizarla mucho antes. Tantos meses separados habían hecho mella en _____. Pero la intensa emoción que acababa de ver en sus ojos, hundidos en lágrimas, le hizo albergar la esperanza de que no todo estuviera perdido.
Impaciente, pero confiado, dejó los documentos sobre la mesa. Resopló para tranquilizar a su corazón y se frotó una mano contra la otra. Sus dedos, firmes al acariciar a _____, comenzaban a temblar de nuevo.
Miró a su alrededor sin poder creer que ella hubiera vivido allí. Él se había ocupado, durante años, de que estuviera envuelta en los lujos que merecía. No entendía qué cables se habían cruzado en su preciosa cabecita para haber pasado allí tantos meses. Pero confiaba en devolverle la cordura, como había hecho siempre.
El delicioso olor de la charlota llamó su atención. Se acercó al fogón donde el molde esperaba para un último y breve horneado.
«¿Quién cocina para ti, preciosa?», se preguntó, resistiéndose a creer que fuera ella quien lo hiciera. Lo más complicado que le había visto preparar, además de café y tostadas, era una buena ensalada. Nunca había ocultado que le horrorizaba el chisporroteo del aceite y que huía de la cocina como de la peste.
Pero Diego terminó fijándose en el libro de recetas. Pensó que parecían ser muchas las cosas que habían cambiado en _____. Aún incrédulo, lo cogió en sus manos y comenzó a pasar hojas, como si eso pudiera darle la respuesta.
Y de pronto recibió una información inesperada.
Hacia el centro del recetario encontró la fotografía de un hombre joven, a su entender atractivo, acostado y dormitando en el suelo. Era el secreto que _____ había traído de su visita a la librería en Pamplona, oculto, aquella vez, entre las hojas de una novela.
El corazón le dio un vuelco y crispó los dedos sobre la instantánea.
Celos, acerados como puñales, se le clavaron en las entrañas. La sombra de un doloroso presentimiento le hizo maldecir para sus adentros: aquel tipo era el motivo de la larga ausencia de _____. Se lo dijo la sensación de agobio que le estrechó la tráquea camino a los pulmones.
Volvió a observar la cocina con más detenimiento, buscando la prueba de que aquel hombre vivía allí, junto a la mujer que él amaba. Pero lo que vio ni siquiera pudo identificarlo con ella.
Ofuscado, se grabó el rostro en la retina y dejó la foto en su lugar, cerró el libro y lo colocó como lo había encontrado.
«Justo a tiempo», se dijo al sentirla regresar. Antes de darse la vuelta tomó una gran bocanada de aire esperando que le entibiara los celos, y cuando la vio, más tranquila pero también más distante, contuvo el deseo de abrazarla y recordarle cuánto la amaba.
_____ volvía con la firme decisión de acabar con todo antes de que el dolor volviera a dejarla sin defensas. Para hacerlo con más contundencia, traía, encerrados en su mano, los símbolos del amor que Diego y ella habían compartido.
—Siempre tendrás mi cariño —dijo ella, tendiéndole el anillo y la cadena con el medio corazón—. Pero me has hecho regalos muy valiosos que no puedo conservar.
Diego acusó el inesperado golpe controlando un gemido de dolor. En un instante cruzó por su mente el infierno en el que había vivido los últimos meses sin ella. Se dijo que no podía pasar de nuevo por aquello; _____ era toda su vida.
—Nada de esto es necesario, mi amor. —No cogió las joyas y ella las dejó sobre la mesa—. Todo lo que te regalé te pertenece ocurra lo que ocurra entre nosotros. Pero es que, además, tú y yo no vamos a terminar —afirmó con su acostumbrada seguridad, ahora maltrecha—. Me amas, aunque el orgullo no te deje reconocerlo en este momento.
_____ negó con la cabeza, cerrando los ojos. No había imaginado que decirle adiós le iba a costar tanto. Pero cinco años de relación no se borran en un instante. Guardaba en su memoria demasiados momentos compartidos, demasiados sueños incompletos.
Diego se acercó a ella. _____, adivinando sus intenciones, caminó hacia atrás. Se detuvo cuando alcanzó el borde del fregadero. Él apoyó las manos sobre la encimera, confinándola con su cuerpo y sus brazos.
—Lo que tú y yo hemos vivido no desaparecerá con un enfado, por muy grande que éste sea —le susurró, aproximándose hasta rozarle el rostro con el suyo—. Eras una jovencita inexperta cuando te conocí —susurró con su habilidad de hombre—. Te hice mujer; te enseñé a vivir y a gozar con intensidad cada momento.
—Eso ha quedado muy lejos, Diego —dijo, casi como una súplica.
—No tanto, mi vida —volvió a susurrar—, no tanto, y te lo voy a demostrar.
Estaba seguro de que ella no le rechazaría.
Pensó que querría probarle que hablaba en serio y que sus caricias ya no la afectaban. Pero él sabía cómo calentar ese cuerpo. Lo había hecho en los lugares más inverosímiles. Y ella siempre se había dejado llevar por la pasión olvidándose de dónde estaban o a quién tenían cerca. Era como el interior de un volcán necesitado de fisuras por donde poder estallar, y él dominaba el arte de fundirle la corteza para que surgiera su pasión con la fuerza arrebatadora del magma.
Sin apartar las manos de la encimera, le rozó los labios con los suyos. Primero con delicadeza, dibujándoles el contorno, apresándolos de modo sutil. Suaves toques se convirtieron en un beso lento que masajeaba sus labios secos para humedecerlos y entibiarlos poco a poco.
El deseo de Diego, ocho meses aguardando a la mujer que necesitaba, se tensó ante ese tacto familiar y codiciado, pero el hombre, dueño de la situación, aguantó el empuje y se contuvo, ahogó un gemido y pasó a explorar el interior de la boca que tan bien conocía. Su sabor dulce y adictivo, la suavidad de su lengua que tantos placeres le había dado, el calor que le convertía en un ser primitivo que sólo quería poseerla. Pero ella no se excitó como otras veces. Sintió que se le partía el corazón ante el modo tierno en el que Diego la buscaba, sin embargo, no fue capaz de corresponderle.
Él se apartó cuando la boca de _____ le traspasó un sabor salado. Buscó los adorados ojos verdes y se le contrajo el corazón al ver brotar dos gruesas lágrimas.
—Te amo —susurró, cada vez más desconcertado—. Sabes que te amo sobre todas las cosas. No sé qué deseas que haga para que me perdones, pero sea lo que sea, házmelo saber, porque lo haré. —Le secó las mejillas con las yemas de los dedos—. Regresa conmigo a casa —imploró.
—No puedo hacerlo —dijo, conteniendo nuevas lágrimas—. Te pido que aceptes mi decisión. Como bien has dicho, ahora eres un hombre libre. Disfruta de esa libertad.
—Cambiaría todo lo que soy y todo lo que tengo por conseguirte —le aseguró, sin apartar las manos de su rostro—. Si te has encaprichado con quedarte en este rincón olvidado de Dios y del diablo, dímelo, porque puedo aprender a cuidar vacas, ovejas o lo que sea que haga la gente aquí.
_____ suspiró, mirándole a los ojos. En verdad, Diego había cambiado. No encajaban allí ni él, ni sus trajes exclusivos, ni su modo de vida. Aun así estaba dispuesto a seguirla hasta donde ella quisiera.
Pero todo aquello llegaba demasiado tarde.
—Ni existe ni existirá ninguna posibilidad. Durante el tiempo que llevo lejos de ti... —cerró los ojos, buscando fuerzas—, me he enamorado —confesó, para que entendiera que ése era el final—. Tú fuiste el primero para mí, es cierto, pero él es el hombre que he buscado durante toda mi vida. Lo he encontrado y no voy a perderlo.
El cruel presentimiento de Diego tomó forma de pronto. El maldito sujeto de la fotografía le estaba robando a su _____, si no lo había hecho ya, y él, como un estúpido, le había dejado el terreno libre durante meses. Ahora había alguien sobre el que podía volcar su frustración. Comprimió el estómago para no crispar los dedos con los que aún le acariciaba la mejilla.
Pensó que si daba importancia a aquella confesión, estaba perdido. Le pareció mejor tratarlo como lo que necesitaba que fuera: la distancia que a ella le había enfriado un poco los sentimientos. Sólo tenía que convencerla de que así era, porque después él se encargaría de enamorarla de nuevo. Su corazón albergaba amor suficiente como para conseguirlo.
—No, mi cielo —exclamó, aparentando calma—. Yo soy el hombre de tu vida y tú eres la mujer de la mía.
_____ agitó la cabeza y le miró, pidiendo con los ojos que aceptara que las cosas entre ellos habían cambiado.
—Te daré más tiempo, si eso es lo que quieres —insistió él, como si hablara a una niña pequeña: a su niña pequeña—. Ignoro cuánto necesitarás. No sé cómo de desesperado y hundido necesitas verme para perdonarme del todo. Pero aguardaré.
—Diego, nada cambiará...
—No. No lo digas —pidió, negándose a que le arrancara la esperanza—. No lo digas nunca.
Volvió a sacar algo del socorrido bolsillo de su chaqueta, y suspiró antes de mostrarle la estampa de una fastuosa mansión.
—¿Al menos recuerdas esto? —preguntó, mirándola como si pretendiera entrar en sus pensamientos.
_____ la cogió, recelosa. Era el palacete de Aranjuez. El que juntos habían mirado infinitas veces porque ella soñaba con convertirlo en su gran hotel.
—¿Qué ocurre con él? —preguntó sin entender nada.
—Que es tuyo —respondió, reteniendo todos los gestos de _____—. Éstos son los títulos de propiedad —añadió, sacando los documentos del bolsillo en el que aún aguardaba una cajita con un anillo de compromiso—. Sólo tienes que firmarlos y pasarás a ser la dueña absoluta de ese palacio y sus jardines.
—Pero... —ella miró los papeles sin salir de su asombro—, ¿cómo lo has conseguido?
—No ha sido fácil. —Sin apartar la mirada, dejó las escrituras junto a la demanda de divorcio—. La familia no quería deshacerse del palacio. He tenido que tocar muchas puertas, pedir muchos favores, cobrarme algunos que me debían. —Suspiró profundamente—. Todo vale con tal de verte feliz.
—¿Y el dinero? —preguntó, angustiada—. ¿Cómo vas a pagar esto ahora que no cuentas con la fortuna de Helena?
—No te inquietes por mí —le pidió, conmovido por su preocupación—. Acepté irme sin nada porque lo único que me importaba eras tú. Pero todo cambió de un día para otro. —Sonrió infundiéndole tranquilidad—. Mi ex suegro es un hombre inteligente que no tardó en comprender que me necesita. Al final me salió más que rentable. Mi vida no va a cambiar en ese aspecto.
Recordó su jugada con la multinacional francesa. Se había ocupado de que sólo confiaran en él y de que prefirieran otras ofertas antes de cerrar un trato con una empresa en la que él ya no estuviera presente. No le sorprendió la llamada de su suegro, ni el jugoso acuerdo que le presentó, ni la actitud afable con la que casi le suplicó que continuara al frente de la firma.
—Aun así, no deberías haberlo hecho —musitó, aliviada dentro de su pena.
—Ya —dijo Diego, frotándose la nuca con gesto de cansancio—. Hay muchas cosas que no debería haber hecho en mi vida, pero están ahí, imborrables. —La miró, le rozó unos bucles y se los colocó con lentitud tras la oreja—. Al menos ésta la he hecho por amor. Es tu sueño —le recordó, introduciendo la mano en el bolsillo para rozar con los dedos la pequeña caja—. ¿Vas a renunciar a él? ¿Vas a cambiarlo por esto?
_____ miró a su alrededor, imitando el gesto de Diego, y suspiró, jurándose que jamás, nadie, le haría renunciar a ninguno de sus sueños.
Unos minutos después, Diego salía de la borda.
Se sentía frustrado, pero estaba convencido de que todo era una niñería más de _____. Otra de las muchas a las que él había asistido en sus cinco años de relación. Estaba seguro de que ella le quería y que acabaría entendiéndolo en cuanto su capricho por el sujeto de la fotografía se le hubiera pasado.
Pero era la primera vez que se fijaba en un hombre que no fuera él. Y eso le destrozaba el corazón.
No se resignaba a regresar a Madrid con la simple esperanza de que ella recapacitara. Se había enfrentado a un divorcio en el que a punto había estado de perderlo todo; había utilizado los medios que merecía el más fructífero de los negocios tan sólo para comprarle la mansión; había conducido quinientos kilómetros para verla, para pedirle perdón, para llevársela consigo. No podía rendirse ahora y sentarse a esperar que el destino le fuera propicio.
Miró a su alrededor sin saber bien qué buscaba. Las dos naves de ganado le llamaron la atención. Pensó que tal vez allí encontraría algunas respuestas. Más bien algunas soluciones.
En esos momentos, un nuevo corderito acababa de llegar al mundo ayudado por la experiencia y la ternura de Joe. Arrodillado en el suelo y con la felicidad bien adherida a la piel, se secaba las manos que se había lavado en un cubo de agua y observaba la dedicación con la que la madre lamía la suave lana de su cría. Sus ojos y su boca compartían una sonrisa que nada ni nadie había conseguido borrar durante toda la mañana; ni siquiera las bromas con doble intención del despierto e intrigado Traían. Dijo que le veía demasiado feliz, demasiado extraño, y le pidió, hasta el aburrimiento, que le contara lo que le había ocurrido. Pero Joe sólo había despegado los labios para sonreír. Había disfrutado en silencio de su dicha, esperando con impaciencia el momento de ver a _____ para estrecharla entre sus brazos y comérsela a besos.
Con tanta complacencia y tanto pensamiento apasionado, no escuchó los pasos que se acercaban. No sintió el escrutinio al que le sometió el desconocido para asegurarse que estaba ante el hombre de la fotografía.
—¿Ella te ha hablado de sus sueños? —preguntó Diego, dispuesto a venderle la idea que le convenía, como si de uno de sus clientes se tratara.
Joe se incorporó con la toalla entre las manos y trató de analizar al recién llegado: sus brillantes zapatos pisando el suelo cubierto de paja y su exclusivo traje estaban fuera de lugar. Aunque su gesto de seguridad denotaba que no se encontraba perdido.
Joe le miró con atención, frunciendo el ceño.
—No te esfuerces —aconsejó Diego, con su rutinario tono seguro—. No nos conocemos, aunque hay un detalle que nos une. —Se acercó hasta la valla que le separaba de Joe y los corderos—. Soy el hombre que se preocupa de la felicidad de _____.
Joe inspiró al comprender que estaba ante el último personaje al que hubiera querido ver allí. Se preguntó por qué, después de tanto tiempo, había aparecido precisamente ese día. Justo cuando la felicidad de amar a _____ Beatriz era tan grande que no le cabía en el cuerpo.
—Entiendo —dijo, sin ocultar el malestar que le provocaba verlo—. Tú eres el tipo que necesita tener a dos mujeres para sentirse, al menos, medio hombre.
A Diego le inquietó que _____ le hubiera hablado de algo tan personal. Imaginarlos compartiendo intimidades le envenenó la sangre, pero nada en su semblante o en sus gestos lo delató. Lejos de ella, volvía a ser el hombre que no dejaba traslucir sus sentimientos ni su estado de ánimo.
—No he recorrido quinientos kilómetros para discutir contigo —con ganas hubiera añadido, «con un pastor ignorante». Pero no quería enfadarle cuando presentía que le bastaría con herirle—: He venido para hablar con _____.
—Entonces no entiendo qué haces en los establos. Ella está en la casa —exclamó Joe, crispando los dedos sobre la toalla.
—Lo sé, pero, como ya te he dicho, me preocupa su felicidad. Ignoro cuáles pueden ser las aspiraciones de un pastor —dijo, cuidando de no mostrarse demasiado despectivo—. Puede que todo se reduzca al deseo de pasar toda la vida junto a su ganado, pero _____ tiene otros sueños, y tal vez yo debería contártelos.
Joe sonrió, agitando la cabeza. La sutileza de Diego no le engañaba. Le hablaba como a un pobre inculto al que pretendía menospreciar sin mancharse, y aunque eso le traía sin cuidado, en lo referente a _____ la cosa cambiaba.
—Los conozco —respondió, acercándose a la valla para mirarlo de cerca—. No necesito que me expliques nada sobre ella.
—Esa respuesta no me tranquiliza —exclamó Diego, ocultando la satisfacción que sintió al escucharle—. Si sabes que ella lleva años soñando con su gran hotel; planeando hasta el detalle más insignificante, como el color de las alfombras o el tipo de cristal de las lámparas, y a pesar de eso pretendes retenerla aquí, cuidando de ti mientras te encargas de los animales, no eres el hombre que ella necesita.
Joe casi pudo escuchar el chasquido con el que se le rompió el corazón.
Le había preocupado tanto averiguar si el amor de _____ era solamente suyo y para siempre, que había olvidado preguntarle por lo que ocurriría con su gran sueño. Un dolor demasiado conocido surgió de sus recuerdos, y sintió que el paraíso que había descubierto hacía unas pocas horas comenzaba a oscurecerse.
—Sigo sin entender qué haces aquí ni por qué estamos hablando de esto —dijo con impaciencia. Le urgía quedarse solo para ordenar sus sombríos pensamientos—. Así que dime de una puta vez qué quieres de mí y lárgate.
—Perfecto —exclamó Diego, complacido al vislumbrar el inicio de su desmoronamiento—. Vamos a lo que interesa sin perder tiempo con detalles estúpidos. —Sacudió un polvo inexistente del borde de la valla y apoyó en ella los antebrazos, cruzando los dedos de ambas manos—. Yo le he conseguido ese sueño: le he comprado esa mansión y le he traído los títulos de propiedad a su nombre. —No pudo resistirse a añadir—: Además de una copia de la demanda de mi divorcio.
«Como si eso me preocupara», pensó Joe. Su problema, real e insalvable, era otro. Y tenía que ver con el amor que él sentía por _____; con el amor que _____ sentía por él; con los errores que por amor había cometido en el pasado.
—Estás intentando comprarla —dijo Joe, con una risa amarga—. No lo puedo creer.
—Tú lo llamas comprar; para mí es cuidar de ella, como he hecho siempre.
—Creo que no sabes de lo que _____ es capaz —aseguró, y sus ojos brillaron con admiración—. Puede conseguir cualquier cosa que se proponga, sin ayuda de nadie.
La más que evidente devoción que Joe sentía por _____ avivó el despecho y la saña en el corazón de Diego. Contuvo esos sentimientos mientras se decía que le iba a encantar verlo hundido cuando acabara con él.
—Me parece que no estamos hablando de la misma mujer —dijo, y de momento se contentó con el gesto indignado de Joe—, pero, en cualquier caso, da igual; me gusta consentirla y verla rodeada de lujos. Durante estos años ha tenido todo cuanto ha querido sin que necesitara pedirlo. Ella no ha nacido para vivir en un lugar como éste —y preguntó, cargado de veneno—: ¿O es que no la has mirado bien?
La había mirado. ¡Dios, si la había mirado! Lo había hecho durante meses, y hasta la última fibra de su ser y el último pedacito de su alma se habían quedado prendados de ella para siempre. Pero no iba a explicarle cuánto o cómo la había mirado, ni lo que esperaba recibir de ella o lo que él podía darle.
—Yo no he conducido durante quinientos kilómetros —dijo Joe, con ironía—, pero no voy a discutir esto contigo.
—Estás a la defensiva, y yo no he venido a atacarte —aseguró Diego con calma mientras su interior era un rugido de celos violentos—. Soy un pacífico hombre de negocios, no un macarra que se lía a golpes con el primero que mira a su mujer. Me jode esta situación, lo reconozco —dijo, con un falso aire de aceptada derrota—. Pero es algo que hablaré con ella, no contigo.
—Bonito discurso —opinó Joe, arrojando con rabia la toalla al cubo de agua—. El final perfecto sería que ahora te largaras y me dejaras trabajar.
Diego, viendo que su ataque surtía el efecto esperado, continuó aguijoneando sin ninguna piedad.
—Primero deja que te cuente algo que deberías saber —dijo, ajustándose la corbata y volviendo a colocar los antebrazos en la valla—. La difícil tarea de montar un hotel como el que ella pretende es sólo el comienzo. La clase y el prestigio, en estos negocios, hay que írselos ganando poco a poco, a no ser que dispongas de los contactos adecuados. Yo los tengo —aseguró, esperando que eso le impactara—. Estoy en disposición de llenarle ese hotel con personajes importantes e influyentes durante todos los días del año. Puedo darle mucho más de lo que espera alcanzar, y ella lo sabe.
—El hombre poderoso al que nada se le resiste —ironizó Joe, con el temor y la tristeza opacándole la mirada—. ¿Por qué no me dices de una maldita vez lo que quieres? —lanzó, abriendo la valla para caminar, con paso rápido y firme, hasta detenerse frente a él.
—Quiero una sola cosa, y que la aceptes o no dependerá de cuánto te interese la felicidad de _____.
Joe se mordió la lengua para no decirle que la amaba más de lo que lo había hecho él durante cinco largos años; que no existía nada que no estuviera dispuesto a sacrificar para verla feliz. Pero se negaba a hablar de _____ como si fuera «algo» que ellos dos se pudieran disputar.
—Ella me ha pedido tiempo —continuó diciendo Diego, mintiendo al ver crecer la confusión en Joe—. Le ha ilusionado la mansión, pero dice que necesita pensarlo durante unos días. —Hizo una pausa, preparándose para encajarle el golpe final—. Si ella significa algo para ti, no intervengas, no manipules, hazte a un lado y deja que sea ella quien decida qué quiere hacer con su vida. No le destroces los sueños.
Le estaba dando de pleno en su debilidad; en lo único contra lo que no podía luchar. Le estaba clavando un puñal en la misma hendidura por la que se había desangrado durante años. Ni de haber conocido Diego su funesto pasado le hubiera herido más eficazmente.
—¿Y qué harás tú mientras ella decide? —preguntó con una dolorosa ironía.
—Regresar a Madrid y esperar —respondió con orgullo—. ¿Te atreves tú a hacer lo mismo, o sabes que si no la presionas se te escapará?
—¿A qué juegas? —preguntó Joe, crispado.
—No te entiendo —respondió, alzando una ceja. Su interior ya estaba más tranquilo. El dolor en los ojos de su adversario era intenso, oscuro. Diego respiró con satisfacción sabiendo que ya le había vencido: _____ regresaría a sus brazos.
—Claro que me entiendes —aseguró Joe, apretando los dientes como hubiera hecho el condenado a muerte que se sentía—. Dices que sólo te preocupa la felicidad de _____ y que no quieres hablar de mi relación con ella. Pero en realidad has venido a marcar tu territorio; a advertirme que ella te pertenece y que yo no pinto nada en esto. Me estás diciendo que la olvide porque tú la tienes en exclusiva. Pero _____ no te pertenece a ti ni a mí ni a nadie.
—¿Eso significa que no intentarás influenciar en su decisión? —preguntó, inconmovible y dichoso.
Joe le miró de frente, preguntándose si merecía la pena romperse los dedos estrellándolos contra su cara de insolente prepotencia. Decidió que no, y dejó de escuchar sus palabras. Ni le interesaban ni le herían. Sólo pensaba en _____; en que si la amaba tendría que perderla; en que no dejaría que volviera a ocurrir lo mismo; con ella no.
Sacudió la cabeza y se giró para salir del establo por la puerta trasera.
—No me has respondido —dijo Diego, alzando la voz para que pudiera escucharle.
Joe continuó caminando, más furioso y dolido consigo mismo que con nadie.
—¡Vete al infierno! —masculló, apretando los puños—. Así me harás compañía.
Allí era donde Joe se había hundido de un solo golpe: en el infierno. Salir a galope de la finca para adentrarse en los cerrados bosques de pinos y hayas no le sirvió para escapar de él, porque hacía tiempo que a _____ la tenía metida en la sangre, clavada en su corazón, afianzada en sus pensamientos.
El, que habría luchado hasta las últimas consecuencias para no perderla, estaba siendo vencido por lo único contra lo que no podía luchar: los sueños. Los sueños volvían a cruzarse en su camino, como en una segunda oportunidad para que esta vez pudiera hacer lo correcto, aunque hacer bien las cosas significara perder a la mujer que amaría hasta la muerte.
Quiso cabalgar sin rumbo, pero descubrió que ni siquiera para eso era ya un hombre libre. La inercia, el dolor, tal vez hasta la necesidad de encontrar consuelo donde no lo había, le condujo por la senda que había recorrido junto a _____, meses atrás, la primera vez que ella salió a cabalgar en libertad, fuera de clubes y picaderos.
Su desesperada huida hacia ninguna parte terminó en el interior del bosque, junto al riachuelo, sentado sobre una espesa capa de hojas secas y con la espalda derrumbada sobre el grueso tronco de una haya.
Cerró los ojos para escuchar el sonido del viento y aspirar el olor húmedo del musgo y la hojarasca. Durante años, las sensaciones y el sosiego habían estado unidos a aquel lugar, pero esta vez el aire le llevó la voz y la risa de _____ y su delicado perfume a moras.
¿Qué iba a hacer sin ella?, se preguntó durante horas. ¿Cómo iba a renunciar a tenerla sin morirse de dolor? ¿Qué iba a hacer después, durante el resto de su vida, cuando el martirio de saberla junto a ese otro hombre le fuera arrancando el corazón a pedazos?
Le angustiaba la respuesta.
Sólo pudo llorar, desesperarse y maldecir hasta que se obligó a mantener la calma. Una calma agitada durante la que no consiguió que su corazón dejara de temblar. Una calma breve en la que pensó en lo que podía hacer para ayudar a que _____ cumpliera sus sueños.
Ella le amaba, y él sabía que no bastarían las palabras para alejarla de su lado.
Natuu♥!!
Recorrió con sus dedos los pequeños huesos que formaban su perfecta columna vertebral, ascendiendo con lentitud desde su cintura hasta el punto más sensible de su nuca.
_____ gimió entre sueños.
Hacía tan sólo unas horas, cuando la luz del amanecer apenas comenzaba a filtrarse por la ventana, que la había despertado con besos y caricias y habían hecho el amor despacio, de un modo adormilado y perezoso que inflamó cada fibra, conocida y desconocida de su ser, y le había hecho reventar en un orgasmo abrasador.
Se estremeció al recordarlo. La abrazó por la cintura y enterró el rostro entre el revoltijo de bucles dorados para besarle con suavidad la nuca.
La amaba, ¡Dios, cómo la amaba! Por fin, después de meses de tortura, ella había dormido pegada a su pecho y lo haría cada noche, hasta el final de sus días.
Sólo intuía un problema.
Sabía que no podría quitarle las manos de encima ni un momento. Cada minuto desearía acariciarla, besarla, hacerle el amor hasta caer rendido y, aun después, continuar, con pereza, como habían hecho esa noche. Quería morir de extenuación entre sus brazos mientras ella enloquecía de gozo entre los suyos.
Sus manos comenzaron a moverse con suavidad sobre el vientre de _____, quien emitió un gemido ronco.
—Buenos días, mi amor —le susurró él, sobre la nuca.
Ella ronroneó y se encogió para amoldarse al acogedor y tierno nido en el que Joe la envolvía.
—Tengo que levantarme —musitó él, ciñéndola como si no fuera a moverse—, pero no quiero hacerlo. Quiero pasar todo el día aquí, abrazándote y escuchándote gemir.
—¿Y qué te lo impide? —preguntó con voz somnolienta, enredando sus piernas con las largas y fibrosas de él.
—Obligaciones —respondió Joe, deslizándole los labios por el cuello y el hombro.
_____ se giró para mirarle de frente.
Y Joe se quedó sin aire cuando la vio con los ojos verdes revestidos de sueño, dos rizos cruzándole la frente y los labios aún inflamados y enrojecidos a causa de una noche demasiado ardiente.
—Me gusta verte despertar —le susurró con voz ronca y profunda—. No imagino una forma mejor de comenzar el día.
_____ sonrió dichosa. Tomó el rostro de Joe entre las manos y lo acercó para besarle en los labios.
—¿Pensarás lo mismo cuando me veas con el cabello blanco y la cara llena de arrugas? —preguntó mirándole a los ojos.
—Sí —respondió Joe, mordisqueándole el inflamado labio inferior—. Sí, sí, sí. Nunca me cansaré de verte despertar. No entiendo cómo he podido vivir sin ti hasta ahora.
La sonrisa de _____ se convirtió en una suave y relajada carcajada.
—También me gusta tu risa —murmuró Joe, deslizando las manos bajo las sábanas para acariciarle la cadera desnuda.
—¿Hay algo más que te guste de mí? —preguntó con voz mimosa y provocadora, sintiendo que su piel comenzaba a despertar bajo la habilidad de los dedos de Joe.
—Me gustas entera —confesó él con un susurro—. ¡Dios, si me gustas hasta cuando levantas la barbilla con orgullo y aleteas la nariz, llena de furia!
—¿Yo hago eso? —preguntó sorprendida.
—Sí; claro que lo haces. Y en cada uno de esos momentos he deseado comerte a besos.
—Y... ¿podrías demostrarme cómo lo hubieras hecho si yo te hubiera dejado? —preguntó, ronroneándole de nuevo, esta vez junto al oído.
Joe sonrió, olvidándose de todo el trabajo que pensaba hacer esa mañana. La tumbó de espaldas, se acomodó en el cálido refugio entre sus piernas, y la besó en la boca, dispuesto a demostrarle que podía darle cuanto le pidiera.
Cálidos rayos de sol comenzaban a colarse por la ventana, anunciando que la mañana de un nuevo día avanzaba.
_____ cocinó con más ilusión y más mimo que nunca. Preparó una charlota de calabacín con ternera de Navarra, foie y manitas de cerdo. Cocinó por separado las manitas con sus verduras, y la carne junto a las suyas y al vino tinto; lo colocó con cuidado en un molde alternando con capas de foie, y lo dejó todo listo para hornearlo unos minutos justo antes de comer. Después salió de la borda para buscarle. Ya no podía estar lejos de él. Necesitaba verle, tocarle, besarle. Se sentía dichosa. Extendió los brazos para que los rayos del sol le dieran los tardíos buenos días.
Pensó en el ganado que aún pastaría una semana más en las montañas, disfrutando de un otoño benigno. Eso le permitiría retozar en la cama con su hombre hasta bien entrada la mañana. Después llegarían los intempestivos madrugones, pero también las largas jornadas a su lado, en las que volverían a tocar con sus manos la suavidad de la cuajada para elaborar su propio queso.
De pronto lo vio.
El lujoso Mercedes negro se detenía en la cuneta, junto al camino de entrada a la finca. Sintió que el corazón se le escapaba del pecho mientras un temblor le sacudía las entrañas. Con los ojos fijos en el automóvil, esperó hasta verlo descender.
Apareció ajustándose la corbata sobre una de sus elegantes camisas blancas de cuello perfecto. Diego miró a su alrededor, tan desconcertado como cuando ella misma detuvo allí su BMW, ocho meses atrás, en el punto indicado por las coordenadas de su navegador. Cuando sus ojos se encontraron con la figura de _____, se detuvo, respirando con alivio. Abrió la puerta trasera para coger la chaqueta que completaba su distinguido traje azul marino, y se la puso según avanzaba por el camino con paso acelerado.
_____ contuvo la respiración y tiró de los puños de su rebeca hasta que sus dedos desaparecieron bajo las mangas. Paralizada, observó su perfecta estampa de hombre atractivo y triunfador, y el cariño que sentía por él le inflamó de nuevo el corazón.
Aguardó a que estuviera cerca y entró en la borda para que él la siguiera, dirigiéndose hacia la cocina. No quería recibirlo fuera, a la vista de cualquiera que pudiera salir de los establos, en especial de Joe.
Diego entró como un huracán. Sin darle tiempo, la rodeó con sus brazos y la besó en la boca con la pasión que llevaba conteniendo durante meses. La emoción no le dejó apreciar la tibia respuesta de _____.
—Te amo —susurró al tiempo que la abrazaba y la acomodaba en su pecho—. Creí que enloquecía cuando desapareciste, pero ya estamos juntos de nuevo.
—¿A qué has venido? —preguntó _____, confundida.
—¿A qué he...? —Diego se desconcertó ante el frío recibimiento. Aflojó el abrazo para mirarla a los ojos, pero no terminó de soltarla—. He venido a decirte que te amo y a llevarte conmigo —musitó, escudriñando con preocupación en sus ojos verdes—. Pero también he venido a pedirte perdón por lo que hice, o más bien por lo que no hice. Sé que te fallé —reconoció con pesar.
_____ volvió a percibir el mismo dolor que ocho meses atrás. Tenerlo enfrente le avivó la rabia y los recuerdos de aquel infortunado día.
—¡Me sentí tan humillada! —reveló, esperando que él no pretendiera consolarla como había hecho muchas veces en el pasado, pero no en aquella última ocasión.
—También yo me sentí avergonzado —confesó, aun sabiendo que no existían palabras que definieran su ánimo hundido en aquellos momentos—. Nunca me perdonaré no haber estado a la altura que merecías. Sólo espero que tú sí sepas hacerlo —musitó, cogiéndole las manos y besando con suavidad sobre sus dedos.
—Hace tiempo que lo hice, pero las cosas han cambiado en estos meses —dijo _____, a la que la ternura de Diego le destrozaba el corazón.
Y, a él, el miedo a descubrir si aquel cambio le llevaba a perderla, le obligó a cerrar los ojos y a intentar cubrírselos a _____.
—¿Qué ha podido cambiar que tenga importancia? —preguntó con voz melosa—. Yo te amo cada día más.
—Soy yo quien ha cambiado —aseguró, bajando la mirada y tratando de abstraerse de sus caricias.
—Necesitabas que tu hombre viniera a suplicarte perdón y a llevarte en brazos hasta casa —susurró, y sonrió con un amor que llenó de angustia el alma de _____—. Me lo has puesto muy difícil, pero al fin te he encontrado, y aquí estoy porque te quiero con toda mi alma.
—Diego, yo...
La besó con delicadeza en la yema de los dedos, lo que hizo que reparara en una ausencia. El anillo que ella había lucido durante años no estaba. Ni siquiera la huella del lugar en el que había esperado encontrarlo.
—No llevas el solitario que te regalé —observó en voz baja—. Ni el colgante —añadió, rozándole la piel del escote.
La miró con tristeza, esperando una explicación creíble. En realidad estaba dispuesto a creer cualquier cosa que ella le dijese. Todo menos lo que escuchó de sus labios.
—No volveré a llevar esas joyas, Diego —musitó, con el dolor que le provocaban sus propias palabras—. Son símbolos de un amor que ya no siento.
A Diego comenzó a faltarle el aire y supo que no solucionaría el agobio aflojándose el nudo de la corbata. La asfixia se la provocaba el dolor. Toda su valiosa seguridad no le servía en aquel instante. Llevaba meses conviviendo con el temor a perderla, y en este momento ese miedo se hacía más intenso y más real.
—No digas eso —respondió, estrechándola entre sus brazos—. Aún continúas enfadada conmigo, pero me amas, lo sé.
—Te quiero —dijo _____, apoyando la cabeza en su pecho—. Te querré siempre, pero el amor terminó.
—Creo que estás confundiendo las cosas, _____ —susurró con la voz paciente que siempre la había tranquilizado—. Pero es normal después de todo el tiempo que llevamos separados y en el que tú has estado sola, rumiando lo que nos ocurrió.
_____ se apartó y él la miró apenado.
—Es más que eso, y en el fondo lo sabes —dijo, retrocediendo unos pasos.
Diego la miró en silencio, tratando de evaluar si sus palabras surgían del enfado, de la decepción, del desamor... Quiso encontrar amor en sus ojos, y le resultó sencillo: sólo tuvo que cambiarle el nombre al cariño que ella le mostraba.
Buscó en el bolsillo interior de su elegante chaqueta y sacó unos documentos. Los desplegó para tendérselos.
—He dejado a Helena —declaró de pronto, y esperó para gozar de la expresión sorprendida de _____—. Esta es la copia de la demanda de divorcio —insistió, esperando un gesto de alegría que no llegó—. Soy un hombre libre, mi amor.
Ella los miró sin tocarlos. Los folios se agitaban con un ligero temblor. Diego era una marea de nervios, y eso la hacía sufrir.
—¿Qué ha cambiado en estos meses para que hayas hecho lo que llevo años pidiéndote? —le preguntó con una sonrisa triste.
—Que me abandonaste —musitó él, acariciándole el cabello—. Que me he dado cuenta de que tú vales más que todas las riquezas y el poder del mundo. Que no quiero nada si no lo puedo compartir contigo —susurró, deslizando los dedos hacia su nuca.
—Demasiado tarde, Diego —exclamó, agobiada por la responsabilidad de que hubiera renunciado a su vida de lujos por ella—. Cuando el amor muere no existe nada que pueda resucitarlo. Ni siquiera podrá hacerlo este divorcio con el que he soñado durante tanto tiempo.
—Eso no es cierto —dijo, atrayéndola hacia él—. Lo dices por lo que te hice. Sigues castigándome y te juro que lo entiendo. Pero no me digas que no me quieres, porque no puedo creerte.
—No, Diego. No quiero hacerte pagar nada. Has sido demasiado importante en mi vida, por eso quiero ser sincera contigo. —Inspiró ante un incontenible deseo de llorar.
Diego, sin terminar de entender el origen de tanta angustia, trató de consolarla besándola en la mejilla. Ella se apartó. No quería sollozar entre sus brazos mientras le decía que le abandonaba. Pero en algún lado necesitaba desahogar el dolor que le estaba partiendo el alma.
Sin decir una palabra, se alejó hacia su habitación. Diego, observándola salir apenada, contuvo el deseo de ir tras ella para consolarla. Pero la conocía bien. Entendió que en ese momento necesitaba su espacio para llorar sin testigos y recuperarse de la emoción.
Se maldijo por no haber sido capaz de localizarla mucho antes. Tantos meses separados habían hecho mella en _____. Pero la intensa emoción que acababa de ver en sus ojos, hundidos en lágrimas, le hizo albergar la esperanza de que no todo estuviera perdido.
Impaciente, pero confiado, dejó los documentos sobre la mesa. Resopló para tranquilizar a su corazón y se frotó una mano contra la otra. Sus dedos, firmes al acariciar a _____, comenzaban a temblar de nuevo.
Miró a su alrededor sin poder creer que ella hubiera vivido allí. Él se había ocupado, durante años, de que estuviera envuelta en los lujos que merecía. No entendía qué cables se habían cruzado en su preciosa cabecita para haber pasado allí tantos meses. Pero confiaba en devolverle la cordura, como había hecho siempre.
El delicioso olor de la charlota llamó su atención. Se acercó al fogón donde el molde esperaba para un último y breve horneado.
«¿Quién cocina para ti, preciosa?», se preguntó, resistiéndose a creer que fuera ella quien lo hiciera. Lo más complicado que le había visto preparar, además de café y tostadas, era una buena ensalada. Nunca había ocultado que le horrorizaba el chisporroteo del aceite y que huía de la cocina como de la peste.
Pero Diego terminó fijándose en el libro de recetas. Pensó que parecían ser muchas las cosas que habían cambiado en _____. Aún incrédulo, lo cogió en sus manos y comenzó a pasar hojas, como si eso pudiera darle la respuesta.
Y de pronto recibió una información inesperada.
Hacia el centro del recetario encontró la fotografía de un hombre joven, a su entender atractivo, acostado y dormitando en el suelo. Era el secreto que _____ había traído de su visita a la librería en Pamplona, oculto, aquella vez, entre las hojas de una novela.
El corazón le dio un vuelco y crispó los dedos sobre la instantánea.
Celos, acerados como puñales, se le clavaron en las entrañas. La sombra de un doloroso presentimiento le hizo maldecir para sus adentros: aquel tipo era el motivo de la larga ausencia de _____. Se lo dijo la sensación de agobio que le estrechó la tráquea camino a los pulmones.
Volvió a observar la cocina con más detenimiento, buscando la prueba de que aquel hombre vivía allí, junto a la mujer que él amaba. Pero lo que vio ni siquiera pudo identificarlo con ella.
Ofuscado, se grabó el rostro en la retina y dejó la foto en su lugar, cerró el libro y lo colocó como lo había encontrado.
«Justo a tiempo», se dijo al sentirla regresar. Antes de darse la vuelta tomó una gran bocanada de aire esperando que le entibiara los celos, y cuando la vio, más tranquila pero también más distante, contuvo el deseo de abrazarla y recordarle cuánto la amaba.
_____ volvía con la firme decisión de acabar con todo antes de que el dolor volviera a dejarla sin defensas. Para hacerlo con más contundencia, traía, encerrados en su mano, los símbolos del amor que Diego y ella habían compartido.
—Siempre tendrás mi cariño —dijo ella, tendiéndole el anillo y la cadena con el medio corazón—. Pero me has hecho regalos muy valiosos que no puedo conservar.
Diego acusó el inesperado golpe controlando un gemido de dolor. En un instante cruzó por su mente el infierno en el que había vivido los últimos meses sin ella. Se dijo que no podía pasar de nuevo por aquello; _____ era toda su vida.
—Nada de esto es necesario, mi amor. —No cogió las joyas y ella las dejó sobre la mesa—. Todo lo que te regalé te pertenece ocurra lo que ocurra entre nosotros. Pero es que, además, tú y yo no vamos a terminar —afirmó con su acostumbrada seguridad, ahora maltrecha—. Me amas, aunque el orgullo no te deje reconocerlo en este momento.
_____ negó con la cabeza, cerrando los ojos. No había imaginado que decirle adiós le iba a costar tanto. Pero cinco años de relación no se borran en un instante. Guardaba en su memoria demasiados momentos compartidos, demasiados sueños incompletos.
Diego se acercó a ella. _____, adivinando sus intenciones, caminó hacia atrás. Se detuvo cuando alcanzó el borde del fregadero. Él apoyó las manos sobre la encimera, confinándola con su cuerpo y sus brazos.
—Lo que tú y yo hemos vivido no desaparecerá con un enfado, por muy grande que éste sea —le susurró, aproximándose hasta rozarle el rostro con el suyo—. Eras una jovencita inexperta cuando te conocí —susurró con su habilidad de hombre—. Te hice mujer; te enseñé a vivir y a gozar con intensidad cada momento.
—Eso ha quedado muy lejos, Diego —dijo, casi como una súplica.
—No tanto, mi vida —volvió a susurrar—, no tanto, y te lo voy a demostrar.
Estaba seguro de que ella no le rechazaría.
Pensó que querría probarle que hablaba en serio y que sus caricias ya no la afectaban. Pero él sabía cómo calentar ese cuerpo. Lo había hecho en los lugares más inverosímiles. Y ella siempre se había dejado llevar por la pasión olvidándose de dónde estaban o a quién tenían cerca. Era como el interior de un volcán necesitado de fisuras por donde poder estallar, y él dominaba el arte de fundirle la corteza para que surgiera su pasión con la fuerza arrebatadora del magma.
Sin apartar las manos de la encimera, le rozó los labios con los suyos. Primero con delicadeza, dibujándoles el contorno, apresándolos de modo sutil. Suaves toques se convirtieron en un beso lento que masajeaba sus labios secos para humedecerlos y entibiarlos poco a poco.
El deseo de Diego, ocho meses aguardando a la mujer que necesitaba, se tensó ante ese tacto familiar y codiciado, pero el hombre, dueño de la situación, aguantó el empuje y se contuvo, ahogó un gemido y pasó a explorar el interior de la boca que tan bien conocía. Su sabor dulce y adictivo, la suavidad de su lengua que tantos placeres le había dado, el calor que le convertía en un ser primitivo que sólo quería poseerla. Pero ella no se excitó como otras veces. Sintió que se le partía el corazón ante el modo tierno en el que Diego la buscaba, sin embargo, no fue capaz de corresponderle.
Él se apartó cuando la boca de _____ le traspasó un sabor salado. Buscó los adorados ojos verdes y se le contrajo el corazón al ver brotar dos gruesas lágrimas.
—Te amo —susurró, cada vez más desconcertado—. Sabes que te amo sobre todas las cosas. No sé qué deseas que haga para que me perdones, pero sea lo que sea, házmelo saber, porque lo haré. —Le secó las mejillas con las yemas de los dedos—. Regresa conmigo a casa —imploró.
—No puedo hacerlo —dijo, conteniendo nuevas lágrimas—. Te pido que aceptes mi decisión. Como bien has dicho, ahora eres un hombre libre. Disfruta de esa libertad.
—Cambiaría todo lo que soy y todo lo que tengo por conseguirte —le aseguró, sin apartar las manos de su rostro—. Si te has encaprichado con quedarte en este rincón olvidado de Dios y del diablo, dímelo, porque puedo aprender a cuidar vacas, ovejas o lo que sea que haga la gente aquí.
_____ suspiró, mirándole a los ojos. En verdad, Diego había cambiado. No encajaban allí ni él, ni sus trajes exclusivos, ni su modo de vida. Aun así estaba dispuesto a seguirla hasta donde ella quisiera.
Pero todo aquello llegaba demasiado tarde.
—Ni existe ni existirá ninguna posibilidad. Durante el tiempo que llevo lejos de ti... —cerró los ojos, buscando fuerzas—, me he enamorado —confesó, para que entendiera que ése era el final—. Tú fuiste el primero para mí, es cierto, pero él es el hombre que he buscado durante toda mi vida. Lo he encontrado y no voy a perderlo.
El cruel presentimiento de Diego tomó forma de pronto. El maldito sujeto de la fotografía le estaba robando a su _____, si no lo había hecho ya, y él, como un estúpido, le había dejado el terreno libre durante meses. Ahora había alguien sobre el que podía volcar su frustración. Comprimió el estómago para no crispar los dedos con los que aún le acariciaba la mejilla.
Pensó que si daba importancia a aquella confesión, estaba perdido. Le pareció mejor tratarlo como lo que necesitaba que fuera: la distancia que a ella le había enfriado un poco los sentimientos. Sólo tenía que convencerla de que así era, porque después él se encargaría de enamorarla de nuevo. Su corazón albergaba amor suficiente como para conseguirlo.
—No, mi cielo —exclamó, aparentando calma—. Yo soy el hombre de tu vida y tú eres la mujer de la mía.
_____ agitó la cabeza y le miró, pidiendo con los ojos que aceptara que las cosas entre ellos habían cambiado.
—Te daré más tiempo, si eso es lo que quieres —insistió él, como si hablara a una niña pequeña: a su niña pequeña—. Ignoro cuánto necesitarás. No sé cómo de desesperado y hundido necesitas verme para perdonarme del todo. Pero aguardaré.
—Diego, nada cambiará...
—No. No lo digas —pidió, negándose a que le arrancara la esperanza—. No lo digas nunca.
Volvió a sacar algo del socorrido bolsillo de su chaqueta, y suspiró antes de mostrarle la estampa de una fastuosa mansión.
—¿Al menos recuerdas esto? —preguntó, mirándola como si pretendiera entrar en sus pensamientos.
_____ la cogió, recelosa. Era el palacete de Aranjuez. El que juntos habían mirado infinitas veces porque ella soñaba con convertirlo en su gran hotel.
—¿Qué ocurre con él? —preguntó sin entender nada.
—Que es tuyo —respondió, reteniendo todos los gestos de _____—. Éstos son los títulos de propiedad —añadió, sacando los documentos del bolsillo en el que aún aguardaba una cajita con un anillo de compromiso—. Sólo tienes que firmarlos y pasarás a ser la dueña absoluta de ese palacio y sus jardines.
—Pero... —ella miró los papeles sin salir de su asombro—, ¿cómo lo has conseguido?
—No ha sido fácil. —Sin apartar la mirada, dejó las escrituras junto a la demanda de divorcio—. La familia no quería deshacerse del palacio. He tenido que tocar muchas puertas, pedir muchos favores, cobrarme algunos que me debían. —Suspiró profundamente—. Todo vale con tal de verte feliz.
—¿Y el dinero? —preguntó, angustiada—. ¿Cómo vas a pagar esto ahora que no cuentas con la fortuna de Helena?
—No te inquietes por mí —le pidió, conmovido por su preocupación—. Acepté irme sin nada porque lo único que me importaba eras tú. Pero todo cambió de un día para otro. —Sonrió infundiéndole tranquilidad—. Mi ex suegro es un hombre inteligente que no tardó en comprender que me necesita. Al final me salió más que rentable. Mi vida no va a cambiar en ese aspecto.
Recordó su jugada con la multinacional francesa. Se había ocupado de que sólo confiaran en él y de que prefirieran otras ofertas antes de cerrar un trato con una empresa en la que él ya no estuviera presente. No le sorprendió la llamada de su suegro, ni el jugoso acuerdo que le presentó, ni la actitud afable con la que casi le suplicó que continuara al frente de la firma.
—Aun así, no deberías haberlo hecho —musitó, aliviada dentro de su pena.
—Ya —dijo Diego, frotándose la nuca con gesto de cansancio—. Hay muchas cosas que no debería haber hecho en mi vida, pero están ahí, imborrables. —La miró, le rozó unos bucles y se los colocó con lentitud tras la oreja—. Al menos ésta la he hecho por amor. Es tu sueño —le recordó, introduciendo la mano en el bolsillo para rozar con los dedos la pequeña caja—. ¿Vas a renunciar a él? ¿Vas a cambiarlo por esto?
_____ miró a su alrededor, imitando el gesto de Diego, y suspiró, jurándose que jamás, nadie, le haría renunciar a ninguno de sus sueños.
Unos minutos después, Diego salía de la borda.
Se sentía frustrado, pero estaba convencido de que todo era una niñería más de _____. Otra de las muchas a las que él había asistido en sus cinco años de relación. Estaba seguro de que ella le quería y que acabaría entendiéndolo en cuanto su capricho por el sujeto de la fotografía se le hubiera pasado.
Pero era la primera vez que se fijaba en un hombre que no fuera él. Y eso le destrozaba el corazón.
No se resignaba a regresar a Madrid con la simple esperanza de que ella recapacitara. Se había enfrentado a un divorcio en el que a punto había estado de perderlo todo; había utilizado los medios que merecía el más fructífero de los negocios tan sólo para comprarle la mansión; había conducido quinientos kilómetros para verla, para pedirle perdón, para llevársela consigo. No podía rendirse ahora y sentarse a esperar que el destino le fuera propicio.
Miró a su alrededor sin saber bien qué buscaba. Las dos naves de ganado le llamaron la atención. Pensó que tal vez allí encontraría algunas respuestas. Más bien algunas soluciones.
En esos momentos, un nuevo corderito acababa de llegar al mundo ayudado por la experiencia y la ternura de Joe. Arrodillado en el suelo y con la felicidad bien adherida a la piel, se secaba las manos que se había lavado en un cubo de agua y observaba la dedicación con la que la madre lamía la suave lana de su cría. Sus ojos y su boca compartían una sonrisa que nada ni nadie había conseguido borrar durante toda la mañana; ni siquiera las bromas con doble intención del despierto e intrigado Traían. Dijo que le veía demasiado feliz, demasiado extraño, y le pidió, hasta el aburrimiento, que le contara lo que le había ocurrido. Pero Joe sólo había despegado los labios para sonreír. Había disfrutado en silencio de su dicha, esperando con impaciencia el momento de ver a _____ para estrecharla entre sus brazos y comérsela a besos.
Con tanta complacencia y tanto pensamiento apasionado, no escuchó los pasos que se acercaban. No sintió el escrutinio al que le sometió el desconocido para asegurarse que estaba ante el hombre de la fotografía.
—¿Ella te ha hablado de sus sueños? —preguntó Diego, dispuesto a venderle la idea que le convenía, como si de uno de sus clientes se tratara.
Joe se incorporó con la toalla entre las manos y trató de analizar al recién llegado: sus brillantes zapatos pisando el suelo cubierto de paja y su exclusivo traje estaban fuera de lugar. Aunque su gesto de seguridad denotaba que no se encontraba perdido.
Joe le miró con atención, frunciendo el ceño.
—No te esfuerces —aconsejó Diego, con su rutinario tono seguro—. No nos conocemos, aunque hay un detalle que nos une. —Se acercó hasta la valla que le separaba de Joe y los corderos—. Soy el hombre que se preocupa de la felicidad de _____.
Joe inspiró al comprender que estaba ante el último personaje al que hubiera querido ver allí. Se preguntó por qué, después de tanto tiempo, había aparecido precisamente ese día. Justo cuando la felicidad de amar a _____ Beatriz era tan grande que no le cabía en el cuerpo.
—Entiendo —dijo, sin ocultar el malestar que le provocaba verlo—. Tú eres el tipo que necesita tener a dos mujeres para sentirse, al menos, medio hombre.
A Diego le inquietó que _____ le hubiera hablado de algo tan personal. Imaginarlos compartiendo intimidades le envenenó la sangre, pero nada en su semblante o en sus gestos lo delató. Lejos de ella, volvía a ser el hombre que no dejaba traslucir sus sentimientos ni su estado de ánimo.
—No he recorrido quinientos kilómetros para discutir contigo —con ganas hubiera añadido, «con un pastor ignorante». Pero no quería enfadarle cuando presentía que le bastaría con herirle—: He venido para hablar con _____.
—Entonces no entiendo qué haces en los establos. Ella está en la casa —exclamó Joe, crispando los dedos sobre la toalla.
—Lo sé, pero, como ya te he dicho, me preocupa su felicidad. Ignoro cuáles pueden ser las aspiraciones de un pastor —dijo, cuidando de no mostrarse demasiado despectivo—. Puede que todo se reduzca al deseo de pasar toda la vida junto a su ganado, pero _____ tiene otros sueños, y tal vez yo debería contártelos.
Joe sonrió, agitando la cabeza. La sutileza de Diego no le engañaba. Le hablaba como a un pobre inculto al que pretendía menospreciar sin mancharse, y aunque eso le traía sin cuidado, en lo referente a _____ la cosa cambiaba.
—Los conozco —respondió, acercándose a la valla para mirarlo de cerca—. No necesito que me expliques nada sobre ella.
—Esa respuesta no me tranquiliza —exclamó Diego, ocultando la satisfacción que sintió al escucharle—. Si sabes que ella lleva años soñando con su gran hotel; planeando hasta el detalle más insignificante, como el color de las alfombras o el tipo de cristal de las lámparas, y a pesar de eso pretendes retenerla aquí, cuidando de ti mientras te encargas de los animales, no eres el hombre que ella necesita.
Joe casi pudo escuchar el chasquido con el que se le rompió el corazón.
Le había preocupado tanto averiguar si el amor de _____ era solamente suyo y para siempre, que había olvidado preguntarle por lo que ocurriría con su gran sueño. Un dolor demasiado conocido surgió de sus recuerdos, y sintió que el paraíso que había descubierto hacía unas pocas horas comenzaba a oscurecerse.
—Sigo sin entender qué haces aquí ni por qué estamos hablando de esto —dijo con impaciencia. Le urgía quedarse solo para ordenar sus sombríos pensamientos—. Así que dime de una puta vez qué quieres de mí y lárgate.
—Perfecto —exclamó Diego, complacido al vislumbrar el inicio de su desmoronamiento—. Vamos a lo que interesa sin perder tiempo con detalles estúpidos. —Sacudió un polvo inexistente del borde de la valla y apoyó en ella los antebrazos, cruzando los dedos de ambas manos—. Yo le he conseguido ese sueño: le he comprado esa mansión y le he traído los títulos de propiedad a su nombre. —No pudo resistirse a añadir—: Además de una copia de la demanda de mi divorcio.
«Como si eso me preocupara», pensó Joe. Su problema, real e insalvable, era otro. Y tenía que ver con el amor que él sentía por _____; con el amor que _____ sentía por él; con los errores que por amor había cometido en el pasado.
—Estás intentando comprarla —dijo Joe, con una risa amarga—. No lo puedo creer.
—Tú lo llamas comprar; para mí es cuidar de ella, como he hecho siempre.
—Creo que no sabes de lo que _____ es capaz —aseguró, y sus ojos brillaron con admiración—. Puede conseguir cualquier cosa que se proponga, sin ayuda de nadie.
La más que evidente devoción que Joe sentía por _____ avivó el despecho y la saña en el corazón de Diego. Contuvo esos sentimientos mientras se decía que le iba a encantar verlo hundido cuando acabara con él.
—Me parece que no estamos hablando de la misma mujer —dijo, y de momento se contentó con el gesto indignado de Joe—, pero, en cualquier caso, da igual; me gusta consentirla y verla rodeada de lujos. Durante estos años ha tenido todo cuanto ha querido sin que necesitara pedirlo. Ella no ha nacido para vivir en un lugar como éste —y preguntó, cargado de veneno—: ¿O es que no la has mirado bien?
La había mirado. ¡Dios, si la había mirado! Lo había hecho durante meses, y hasta la última fibra de su ser y el último pedacito de su alma se habían quedado prendados de ella para siempre. Pero no iba a explicarle cuánto o cómo la había mirado, ni lo que esperaba recibir de ella o lo que él podía darle.
—Yo no he conducido durante quinientos kilómetros —dijo Joe, con ironía—, pero no voy a discutir esto contigo.
—Estás a la defensiva, y yo no he venido a atacarte —aseguró Diego con calma mientras su interior era un rugido de celos violentos—. Soy un pacífico hombre de negocios, no un macarra que se lía a golpes con el primero que mira a su mujer. Me jode esta situación, lo reconozco —dijo, con un falso aire de aceptada derrota—. Pero es algo que hablaré con ella, no contigo.
—Bonito discurso —opinó Joe, arrojando con rabia la toalla al cubo de agua—. El final perfecto sería que ahora te largaras y me dejaras trabajar.
Diego, viendo que su ataque surtía el efecto esperado, continuó aguijoneando sin ninguna piedad.
—Primero deja que te cuente algo que deberías saber —dijo, ajustándose la corbata y volviendo a colocar los antebrazos en la valla—. La difícil tarea de montar un hotel como el que ella pretende es sólo el comienzo. La clase y el prestigio, en estos negocios, hay que írselos ganando poco a poco, a no ser que dispongas de los contactos adecuados. Yo los tengo —aseguró, esperando que eso le impactara—. Estoy en disposición de llenarle ese hotel con personajes importantes e influyentes durante todos los días del año. Puedo darle mucho más de lo que espera alcanzar, y ella lo sabe.
—El hombre poderoso al que nada se le resiste —ironizó Joe, con el temor y la tristeza opacándole la mirada—. ¿Por qué no me dices de una maldita vez lo que quieres? —lanzó, abriendo la valla para caminar, con paso rápido y firme, hasta detenerse frente a él.
—Quiero una sola cosa, y que la aceptes o no dependerá de cuánto te interese la felicidad de _____.
Joe se mordió la lengua para no decirle que la amaba más de lo que lo había hecho él durante cinco largos años; que no existía nada que no estuviera dispuesto a sacrificar para verla feliz. Pero se negaba a hablar de _____ como si fuera «algo» que ellos dos se pudieran disputar.
—Ella me ha pedido tiempo —continuó diciendo Diego, mintiendo al ver crecer la confusión en Joe—. Le ha ilusionado la mansión, pero dice que necesita pensarlo durante unos días. —Hizo una pausa, preparándose para encajarle el golpe final—. Si ella significa algo para ti, no intervengas, no manipules, hazte a un lado y deja que sea ella quien decida qué quiere hacer con su vida. No le destroces los sueños.
Le estaba dando de pleno en su debilidad; en lo único contra lo que no podía luchar. Le estaba clavando un puñal en la misma hendidura por la que se había desangrado durante años. Ni de haber conocido Diego su funesto pasado le hubiera herido más eficazmente.
—¿Y qué harás tú mientras ella decide? —preguntó con una dolorosa ironía.
—Regresar a Madrid y esperar —respondió con orgullo—. ¿Te atreves tú a hacer lo mismo, o sabes que si no la presionas se te escapará?
—¿A qué juegas? —preguntó Joe, crispado.
—No te entiendo —respondió, alzando una ceja. Su interior ya estaba más tranquilo. El dolor en los ojos de su adversario era intenso, oscuro. Diego respiró con satisfacción sabiendo que ya le había vencido: _____ regresaría a sus brazos.
—Claro que me entiendes —aseguró Joe, apretando los dientes como hubiera hecho el condenado a muerte que se sentía—. Dices que sólo te preocupa la felicidad de _____ y que no quieres hablar de mi relación con ella. Pero en realidad has venido a marcar tu territorio; a advertirme que ella te pertenece y que yo no pinto nada en esto. Me estás diciendo que la olvide porque tú la tienes en exclusiva. Pero _____ no te pertenece a ti ni a mí ni a nadie.
—¿Eso significa que no intentarás influenciar en su decisión? —preguntó, inconmovible y dichoso.
Joe le miró de frente, preguntándose si merecía la pena romperse los dedos estrellándolos contra su cara de insolente prepotencia. Decidió que no, y dejó de escuchar sus palabras. Ni le interesaban ni le herían. Sólo pensaba en _____; en que si la amaba tendría que perderla; en que no dejaría que volviera a ocurrir lo mismo; con ella no.
Sacudió la cabeza y se giró para salir del establo por la puerta trasera.
—No me has respondido —dijo Diego, alzando la voz para que pudiera escucharle.
Joe continuó caminando, más furioso y dolido consigo mismo que con nadie.
—¡Vete al infierno! —masculló, apretando los puños—. Así me harás compañía.
Allí era donde Joe se había hundido de un solo golpe: en el infierno. Salir a galope de la finca para adentrarse en los cerrados bosques de pinos y hayas no le sirvió para escapar de él, porque hacía tiempo que a _____ la tenía metida en la sangre, clavada en su corazón, afianzada en sus pensamientos.
El, que habría luchado hasta las últimas consecuencias para no perderla, estaba siendo vencido por lo único contra lo que no podía luchar: los sueños. Los sueños volvían a cruzarse en su camino, como en una segunda oportunidad para que esta vez pudiera hacer lo correcto, aunque hacer bien las cosas significara perder a la mujer que amaría hasta la muerte.
Quiso cabalgar sin rumbo, pero descubrió que ni siquiera para eso era ya un hombre libre. La inercia, el dolor, tal vez hasta la necesidad de encontrar consuelo donde no lo había, le condujo por la senda que había recorrido junto a _____, meses atrás, la primera vez que ella salió a cabalgar en libertad, fuera de clubes y picaderos.
Su desesperada huida hacia ninguna parte terminó en el interior del bosque, junto al riachuelo, sentado sobre una espesa capa de hojas secas y con la espalda derrumbada sobre el grueso tronco de una haya.
Cerró los ojos para escuchar el sonido del viento y aspirar el olor húmedo del musgo y la hojarasca. Durante años, las sensaciones y el sosiego habían estado unidos a aquel lugar, pero esta vez el aire le llevó la voz y la risa de _____ y su delicado perfume a moras.
¿Qué iba a hacer sin ella?, se preguntó durante horas. ¿Cómo iba a renunciar a tenerla sin morirse de dolor? ¿Qué iba a hacer después, durante el resto de su vida, cuando el martirio de saberla junto a ese otro hombre le fuera arrancando el corazón a pedazos?
Le angustiaba la respuesta.
Sólo pudo llorar, desesperarse y maldecir hasta que se obligó a mantener la calma. Una calma agitada durante la que no consiguió que su corazón dejara de temblar. Una calma breve en la que pensó en lo que podía hacer para ayudar a que _____ cumpliera sus sueños.
Ella le amaba, y él sabía que no bastarían las palabras para alejarla de su lado.
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
natuuuuuuuu ese diego arggg lo doio enserio!!!!
me cae muy mal
me cae muy mal
andreita
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
ai noooo tenia qe llegar diego a arruinarlo todo
la rayis no puede ser tan tonta como para irse
con el verdad
pobresito joe tan feliz qe estaba la rayis tiene qe
qedarse con el es tan lindo y tierno esqe qe mas
qiere joe es la mejor opcion jajaja
siguela pronto plis
la rayis no puede ser tan tonta como para irse
con el verdad
pobresito joe tan feliz qe estaba la rayis tiene qe
qedarse con el es tan lindo y tierno esqe qe mas
qiere joe es la mejor opcion jajaja
siguela pronto plis
Nani Jonas
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
como odio al enfermo de diego...
q la rayis se quede con joe...
siguelaaaaaaaa
q la rayis se quede con joe...
siguelaaaaaaaa
jonatic&diectioner
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
uusshhh ese diego..como se atreve a manipular asi la situacion...si uno entiende que esta enamorado ye hizo muuchas cosas por la rayis..pero eso no se hace
espero que la rayis luche hasta el final asi joe le diga lo que le diga jummmm
siguela pronto!!!!!
espero que la rayis luche hasta el final asi joe le diga lo que le diga jummmm
siguela pronto!!!!!
Julieta♥
Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]
¡Hola chicas! (:
Estoy en la escuela "estudiando" jaja, cuando regrese a mi casa les subo el otro capítulo, después de ese quedarían solamente dos más.
Y lo sé, yo también odie a Diego, mucho jaja
Pero después lo entendí (:
Bueno, me voy
Natuu♥!
Estoy en la escuela "estudiando" jaja, cuando regrese a mi casa les subo el otro capítulo, después de ese quedarían solamente dos más.
Y lo sé, yo también odie a Diego, mucho jaja
Pero después lo entendí (:
Bueno, me voy
Natuu♥!
Natuu!
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