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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por jonatic&diectioner Jue 03 Mayo 2012, 12:07 pm

nueva lectora..siguela
jonatic&diectioner
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Jue 03 Mayo 2012, 1:13 pm

ai la rayis no puede ser mas tonta
porqe dios es grande como es posible
qe siga rechazando a un hombre como
joe pero nimodo asi es la historia jajaja
siguela pronto plis
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Nani Jonas Vie 04 Mayo 2012, 12:26 pm

siguela plis
Nani Jonas
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http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Vie 04 Mayo 2012, 3:13 pm

en serio joe etsa para comerselo
jajajajaja :)
me encata
queiro que esten jutnos
andreita
andreita


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Natuu! Sáb 05 Mayo 2012, 12:12 am

CAPÍTULO 19



Cuando la puerta se abrió, una anciana de cabello blanco recogido en un moño sobre la nuca, la recibió con gesto bondadoso, y la inquietud de _____ se desvaneció. Sus ojos claros transmitían serenidad. _____ pensó que si la dulzura tuviera nombre de mujer, sería Andrea. No necesitó preguntárselo para saber que era ella, lo supo nada más verla.
Por eso, sus primeras palabras fueron:
—Me llamo _____. Soy la nieta de Ignacio.
No hubo sorpresa en el rostro de la mujer. Pero sí una emoción profunda que humedeció sus ojos, en otro tiempo azul intenso, y que ahora, desgastados con los años, semejaban delicados cristales transparentes.
La invitó a pasar al instante. _____ subió tras ella la escalera que llevaba al piso superior y la siguió hasta una luminosa cocina en la que la ventana daba al río Esca y a la ladera de un monte tapizado de hermosos colores otoñales.
La anciana le ofreció una silla para que se sentara junto a la mesa mientras ella servía café y leche en dos pequeños vasos de cristal. _____ dejó la caja sobre la madera lustrosa y se fijó en los dedos de la anciana, suaves y arrugados, cuando con un ligero temblor colocaron el azucarero de porcelana sobre un pequeño tapete de hilo blanco tejido a ganchillo.
—Te he reconocido nada más abrir la puerta —dijo la mujer, sonriendo al tiempo que tomaba asiento—. Tienes los mismos ojos que tu abuelo.
—No me atrevía a venir —confesó _____, recordando las palabras con las que Joe la había comparado con Ignacio—. Pensé que tal vez no quisiera hablar conmigo.
—¿Y por qué no iba a querer? —preguntó, abriendo mucho sus ojos claros—. No tengo tantas visitas como para andar espantándolas. Pero es que además tú eres la nieta de dos personas a las que siempre he querido mucho.
—Se estará usted preguntado por el motivo de mi visita —dijo _____, complacida ante aquel modo inesperado y cariñoso con el que se refería a su abuela Lucía.
—Pues sí, hija —respondió sin abandonar la sonrisa—. Me tienes intrigada.
—Yo no conocí a Ignacio —reveló, y al hacerlo vio dolor en los ojos de la mujer—. La abuela no quiso volverlo a ver. Y aunque nunca prohibió a papá que lo visitara, él no lo hizo para no disgustarla. Y yo continué con la tradición familiar —dijo, sabiendo que no podía llamarse tradición a algo así—. Considerábamos que mantener contacto con el abuelo era traicionarla.
—Siento escuchar eso, hija. Tu abuelo no merecería su olvido —reprochó, sujetando su vaso de café con leche—. Pero me alegra que ahora quieras saber de él y hayas acudido a mí para esclarecer tu confusión.
—Voy a ser sincera —dijo _____—. Necesito que me cuente lo que ocurrió. He escuchado tantas cosas que ya no sé lo que creer.
—Antes, hay algo que tal vez tú puedas ayudarme a comprender —dijo la anciana—. Ni conociendo como conozco el carácter fuerte de Lucía, ni queriéndola como la quiero, pude entender nunca que abandonase a su marido sin darle ninguna oportunidad.
—Ella se sentía herida —respondió mientras la anciana se llevaba el borde de cristal a los labios—. Descubrió que su esposo la engañaba con su mejor amiga, y ese debe de ser un golpe muy duro.
—Pero no hubo engaño, hija —exclamó dejando el vaso sobre la mesa—. Nos enamoramos sin quererlo. Eso fue todo.
—Eso la abuela nunca lo supo. Creyó que había una relación, y el abuelo no intentó sacarla de su error. Al parecer, él sí sentía que la estaba traicionando.
—Así era Ignacio. Tenía un sentido del deber y de la dignidad muy particular —dijo, pensativa—. Y ya que nombro su dignidad, para ser del todo sincera te diré que sí hubo algo entre nosotros.
_____ sintió una punzada en el corazón. Al final había encontrado a Andrea para descubrir que sí había habido traición; que todos en aquel lugar estaban equivocados; que su abuela siempre tuvo razón.
—Fue cuando decidió que se casaba con Lucía —siguió contando Andrea—. Me citó en el pórtico de la iglesia de San Esteban, al anochecer. Subí la calle sintiéndome culpable, encogida bajo mi abrigo, como si fuera una ladrona. —Suspiró ante los recuerdos del día más importante de su vida—. Creo que a él le ocurrió algo parecido, porque durante los primeros minutos no se atrevió a mirarme. Caminó de un lado a otro, observando desde lo alto las luces del pueblo. —Hizo una pausa para dar un sorbito a su café y volverlo a dejar con dedos temblorosos—. Después me confesó, por primera vez, que me amaba, pero que iba a ser padre y que se casaría con la madre de su hijo.
Del interior del bolsillo del delantal negro, Andrea sacó un arrugado pañuelo de tela con el que se secó la humedad de los ojos. Luego continuó:
—Yo reconocí que también le quería, y que entendía que nunca podría existir algo entre nosotros. Nos abrazamos y nos dimos un beso: el primero y él último —dijo, mientras sus dedos temblorosos plegaban sobre la mesa el pañuelo de hilo—. Fue un beso de despedida que nos terminó de romper el corazón. No volvimos a vernos. Ni tan siquiera cuando Lucía le abandonó.
El alivio que _____ sintió al escucharla, se diluyó ante la emoción intensa que le encogía el corazón.
—Para entonces usted ya estaba casada —comentó, tratando de deshacerse del turbador sentimiento.
—Sí, hija. Yo me casé unos meses después que tus abuelos. Javier llevaba un tiempo pidiéndome matrimonio y yo respondiéndole que no. Pero era un buen hombre —declaró, queriendo explicar los motivos que tuvo para aceptarle—. Cuando comprendí que no amaría a nadie como amaba a Ignacio, decidí casarme con él. Se convirtió en mi refugio.
—Tal vez, si hubiera estado soltera cuando el abuelo se quedó solo... —comenzó a decir _____.
—Nada hubiera cambiado, hija —aseguró Andrea—. La sombra de Lucía era demasiado importante. Lo nuestro nunca tuvo futuro y los dos lo sabíamos. —Sonrió con amargura. Había comprobado que el tiempo no lo curaba todo—. Otra cosa que nunca llegué a entender es cómo se enteró ella de que nos amábamos si no volvimos a coincidir jamás.
—Por las cartas de amor que le escribió el abuelo y que ella descubrió —respondió _____, cogiendo su vaso para probar el café con leche que se le estaba quedando frío.
—Te equivocas, hija —dijo Andrea, agitando levemente la cabeza—. Él no me escribió nunca.
—Lo hizo —respondió _____, sujetando el vaso con las dos manos—, pero no le envió ninguna. Ahora creo que escribía para que las palabras que no podía decir en voz alta no le ahogaran. Yo... —inspiró para aguantar las lágrimas—. Yo comienzo a entenderle. Le ignoré desde niña porque creía que usted y él habían traicionado a mi abuela. Siempre pensé que habían sido amantes.
—¿Amantes? —dijo con una sonrisa triste—. Ignacio nunca me lo habría pedido. Era noble y recto hasta las últimas consecuencias. Yo le amé más por eso.
—Pero podía haber rehecho su vida con otra mujer en lugar de quedarse solo.
—Él no —dijo con orgullo—. Cualquier otro hombre, sí. Yo también lo hice junto a Javier, pero él no —repitió, y suspiró llevándose una mano al corazón—. Es una pena que no lo hayas conocido. Sólo así comprenderías lo que significaba para él la dignidad. Esa que siempre conservó, aunque él creyera que la había perdido al fallar a Lucía.
_____ pensó en las razones que le habían llevado a esa casa y ante esa mujer. Razonó que no todas las confidencias debían permanecer guardadas. La que su abuela le hizo, años atrás, en cierto modo le pertenecía a Andrea.
—Hay algo que la abuela me contó una vez —dijo, suspirando hondo—, y que yo no se lo he repetido a nadie. Pero creo que es justo que se lo diga a usted. —Dio otro sorbo a su café y dejó el vaso sobre la mesa mientras pedía perdón, en silencio, por lo que iba a contar—. No abandonó al abuelo porque tuviera una aventura. Me dijo que esas cosas se podían perdonar con la condición de que no volvieran a repetirse. Se fue por lo que sintió al leer estas cartas —dijo, y empujó la caja para acercársela a la anciana—. Me contó que estaban dictadas por el alma. Que cada palabra escrita en esos papeles contenía más pasión y más verdad que todas las declaraciones de amor que Ignacio le había hecho a ella. —Parpadeó con fuerza para no llorar—. Comprendió que el abuelo nunca la había amado de esa forma y que nunca lo haría. Le odió por eso.
Andrea no se preocupó en secarse las lágrimas que le corrieron por las mejillas mientras miraba la vieja caja de zapatos que encerraba todas las palabras de amor que Ignacio no pudo decirle durante años. Ahora comprendía que nunca había dejado de decírselas, pero en voz muy baja, con el alma, y era ella quien no había sabido escucharlas.
—¿Y tú me traes esas cartas? —preguntó, sin poder contener la emoción—. ¿Por qué?
—Es justo que las tenga la dueña de todas esas palabras hermosas. Seguro que el abuelo sonreirá cuando usted las lea.
—Gracias, hija —respondió la anciana, con más temblores en el corazón que en los dedos—. ¿Cómo voy a pagarte esto?
—Ya lo ha hecho —se sinceró _____—. Me acaba de reconciliar con mi abuelo.
—Me alegro —y una dicha triste le brilló en los ojos—. Por ti y por mí, porque esto es lo único que he podido hacer por él en toda mi vida.
_____ suspiró. Se alegraba de haber tomado la decisión de visitarla, de haberle entregado las cartas, de haber traicionado una confidencia. Tan sólo le apenaba comprender que la falta de comunicación había frustrado un amor tan grande, pero también la hermosa amistad entre Andrea y Lucía.
—La abuela tampoco rehízo su vida —comentó de pronto—. No volvió a enamorarse, o si lo hizo no nos lo contó. Hace casi dos años su corazón se cansó de latir y se fue para siempre —dijo con tristeza.
La piel de Andrea perdió su leve color. Sus ojos se llenaron de lágrimas y se llevó el pañuelo a los labios para ahogar un sollozo.
—Lo lamento, hija —dijo cuando fue capaz de hablar—. No puedes imaginar lo que me duele saber esto. Ella siempre fue mi amiga del alma y lo será hasta que me muera.
—Creo que en el fondo ella pensaba lo mismo de usted —aseguró _____, inspirando con fuerza—. Todo su rencor era para el abuelo. Y es que a alguien tenía que culpar de su desgracia.
—¿Cómo íbamos a imaginar, el día en el que Ignacio comenzó a salir con Lucía, que la vida nos iba a dar un vuelco tan grande a los tres? —exclamó, secándose las lágrimas—. Todo era demasiado bonito... —No pudo continuar. Se le quebró la voz y se quedó en silencio, rozando la caja con los dedos y pensando en aquellos días felices.
—Disculpe si le hago esta pregunta —murmuró _____, mientras sentía que sus mejillas se encendían de vergüenza—. No pretendo ofenderla, pero... ¿ha sido usted feliz?
—¿Junto a Javier? —dijo Andrea, volviendo a la realidad—. Sí, hija. No de la manera como lo habría sido junto a Ignacio, pero he sido feliz. Javier es un buen hombre, trabajador y cariñoso que me ha dado un amor tranquilo. Yo tampoco estaba preparada ni para recibir ni para dar mucho más. Mi corazón siempre estuvo con tu abuelo.
—Ahora comprendo que el suyo también estuvo siempre con usted —musitó en voz baja.
—Si algún día llegas a enamorarte de un hombre de los de verdad —sonrió como si le pareciera sencillo diferenciarlos—, no lo pierdas. Dicen que la vida ofrece segundas oportunidades, pero no siempre es así. Es mejor agarrarse bien a la primera, si descubres que es la que estabas esperando.
—¿Y cómo puedes saber que es la que aguardabas? —preguntó, confiando en que aquel consejo le ordenara la razón que se le enmarañaba cada vez que estaba cerca de Joe.
—Escuchando a tu corazón —respondió Andrea—. Él nunca miente ni se equivoca, aunque a veces tu cabeza quiera hacerte creer que sí —dijo sonriendo, y _____ tuvo la sensación de que le había leído el pensamiento.
Y es que por fin comprendía qué era lo que estaba haciendo mal desde hacía tiempo: aclaraba la confusión que albergaba su alma, con simples y fríos razonamientos; sin escuchar a su corazón...
No escuchaba a su corazón.
Vacíos ya los vasitos del café con leche, Andrea acarició de nuevo la caja antes de dirigirse a _____.
—Ven conmigo, hija —le pidió con cariño—. Quiero que conozcas a alguien.


Era un pequeño saloncito en el que un mirador de madera se asomaba al tramo de río que quedaba entre la presa y el puente romano. Junto a los cristales, una mecedora acunaba suavemente a un anciano que tenía la mirada perdida.
—Es mi marido —dijo Andrea. Él no se movió—. Hace años que padece Alzheimer. Se le ha olvidado hablar, andar, comer... quizás hasta soñar. A veces, durante unos segundos me reconoce, pero, ¡ya te digo!, sólo a veces. —Caminó con lentitud hasta un viejo sofá verde oscuro, junto al mirador, y se dejó caer con cuidado—. Es curioso que lo único que tenga fresco en la memoria sea lo que le resultó más duro de vivir: su trabajo de almadiero. Pero ¡así es la vida! —exclamó, indicándole con la mano que se sentara a su lado.
—Es la segunda vez que escucho nombrar la palabra almadiero —comentó _____, ocupando el espacio junto a Andrea—, pero ignoro en qué consiste ese oficio.
—Era un trabajo para hombres duros y sin miedo —dijo, con un orgullo apenado—. Formaban las almadías juntando troncos y atándolos con lianas y ramas de avellano. Cuando comenzaba el deshielo y las aguas crecían, bajaban, montados sobre las balsas, por rápidos fríos y salvajes. Río abajo vendían la madera y después volvían a casa caminando.
—¿Había leñadores que cortaban la madera y los almadieros eran los que la transportaban? —preguntó con curiosidad.
—No, hija —respondió Andrea—. Mi marido se pasaba desde el inicio del otoño hasta el deshielo, en las montañas, cortando árboles y descortezando troncos. Solía contarme que la nieve y el frío endurecían la madera hasta convertirla en roca.
—Imagino que dormían en bordas, como los pastores —dijo, recordando algunas cosas que le había contado Joe.
—Ellos no tenían tanta suerte. Se acostaban al raso, calentándose con el fuego de las hogueras y con pieles de ovejas.
_____ intentaba imaginarse aquellas duras condiciones. Pero no era capaz de concebir cómo dolía el frío intenso, cómo agarrotaba los músculos y cómo hería las manos. No sabía lo que era trabajar hasta llegar muerto por la noche o no tener el calor suficiente para que el sueño resultara reparador. Miró a Javier, que continuaba absorto y silencioso.
—Después arrastraban los maderos, por peligrosos y traicioneros barrancos, hasta la orilla del río —siguió contando Andrea al ver su silencio.
_____ pensaba en lo frías que eran esas corrientes, como le había explicado Joe. Según él, de existir infiernos de hielo, serían más tibios que esas aguas en invierno. Y eso lo contaba alguien que descendía esos rápidos por diversión, y que no había vivido los riesgos y la dureza extrema de los viajes de los almadieros.
—Imagino que este oficio se terminó cuando surgió el transporte por carretera —dijo al fin, con un profundo suspiro.
—Eso, y la construcción del pantano de Yesa, acabaron con las almadías. Por eso yo viví poco tiempo este oficio tan duro —comentó, recordando sus propias adversidades—. Las mujeres de almadieros pasábamos mucho tiempo haciendo las veces de cabeza de familia.
—¿El abuelo sabía que usted pasaba tantos meses sola? —preguntó, pensando en lo sencillo que hubiera sido que ellos vivieran su amor, aunque hubiera sido a escondidas.
Andrea afirmó con un lento movimiento de cabeza y una sonrisa triste. Ya le había hablado de la honorabilidad de Ignacio. Pensó que no eran necesarias más palabras. Miró con ternura a su esposo, ausente por completo a todo lo que acontecía a su alrededor, incluida la vida misma.
—En estos tiempos, cada primavera, a comienzos de mayo, se celebra un descenso de almadías. Javier lo ve desde el mirador. No imaginas lo feliz que es durante ese tiempo. Se siente más vivo que nunca —suspiró, volviendo la mirada hacia _____—. Y yo, gracias a ti, hija, volveré a sentirme viva cada vez que lea esas cartas —dijo, tomándola de la mano para apretarla con fuerza mientras sus ojos azules volvían a llenarse de lágrimas.
—Nunca se me había ocurrido pensar que la vida aquí pudiera ser tan dura —dijo, mirando con tristeza el balanceo del esposo de Andrea.
—Ésta siempre fue una tierra hermosa, y sigue siéndolo —explicó, sin soltarle la mano—. Pero también es una tierra de oficios duros para hombres de verdad; nobles, fuertes y valientes que cuando aman lo hacen para siempre.
—Estoy comenzando a creer que es cierto que hay algo mágico y especial en estos valles —dijo, admitiendo que así eran los bosques, prados y montañas, y pensando que también los hombres debían de ser como Andrea le contaba; al menos así veía ella a Joe.
Mientras las dos mujeres continuaban haciéndose confidencias, el hombre que ocupaba la mente de _____ la esperaba en el interior del automóvil, escuchando las baladas románticas que emitía la radio de una emisora regional.


Joe había cambiado de dirección para no perder tiempo con maniobras cuando llegara _____. Repasaba y hacía anotaciones en una agenda en la que tenía señaladas unas cuantas fechas, y calculaba cuándo deberían llegar las siguientes partidas de forraje y de pienso que apilarían en los establos.
En cuanto la vio salir de la casa apagó la radio, cerró la agenda, introdujo el bolígrafo en una ranura del lomo y la lanzó al asiento trasero. Arrancó el motor al mismo tiempo que ella tomaba asiento y puso el coche en la carretera, iniciando el regreso hacia Roncal.
—¿Qué tal te ha ido? —preguntó, animado.
No obtuvo respuesta.
La miró para bromear con la posibilidad de que hubiera perdido la lengua en aquella casa, pero la descubrió con los ojos cargados de lágrimas y los labios apretados.
El corazón le dio un vuelco y le golpeó el pecho con la dureza de una roca.
—¿Qué ocurre? —interrogó con inquietud.
Ella giró el rostro hacia el cristal de su ventanilla. No quería que la viera llorar, pero a Joe le resultó evidente que lo hacía.
—¡Dios! —exclamó, sintiéndose atrapado en un tramo de carretera en el que no podía detenerse si no era obstaculizando la circulación.
Aceleró en busca de un recorrido más abierto.
—¿Qué ha pasado?
Y el gemido del llanto fue lo único que obtuvo por respuesta. No llegó a encontrar un espacio más amplio. Se detuvo en una pequeña zona de tierra a su derecha, junto al borde del río.
Se volvió hacia _____ y susurró:
—Dime qué ha pasado —los brazos se le iban hacia ella y tensaba los músculos para no ceder a la tentación de tocarla.
_____ quiso responderle, pero de su boca tan sólo brotó más llanto. Y Joe no pudo soportarlo más. Se inclinó y la guareció entre sus brazos. Con su mano izquierda le presionaba la espalda mientras con la derecha le acariciaba los bucles, sobre la nuca.
—Al menos dime si todo sigue estando bien —susurró, rozándole la frente con los labios.
Ella afirmó con un movimiento de cabeza. Joe la estrechó con más fuerza y suspiró, aliviado.
—¿Te has emocionado con Andrea? —musitó con suavidad.
Ella volvió a indicar que sí. Joe, con los ojos cerrados, inspiró de sus cabellos y se los besó con cuidado para no ser descubierto en ese acto de ternura. La amaba; la amaba con todas las fuerzas de su ser. La amaba; y sabía que para él eso era el principio del fin.
—Llora todo cuanto quieras si eso te hace sentir mejor —le susurró, mientras intentaba contener sus propias lágrimas—. Llorar de emoción nos limpia por dentro.
Al escucharle, el llanto de _____ se hizo más intenso. Se acurrucó contra su pecho para que la abrazara más fuerte. Por fin entendía lo que sentía por él, y eso la asustaba. No había conocido más hombre que a Diego. Desde hacía cinco años él era su amante, su amigo, su protector. Le había prometido que se casarían en cuanto consiguiera el divorcio. Y ella llevaba meses sin estar segura de lo que quería.
Mientras Joe la estrechaba contra su cuerpo y le acariciaba con suavidad la espalda, descubrió que allí era donde su corazón, al que nunca escuchaba, deseaba estar: entre sus brazos.
Comenzó a llorar con más fuerza cuando volvió a pensar en Diego y sus promesas de un futuro que ya no podrían compartir, porque de pronto había comprendido que él era su pasado. Desde hacía meses, aun cuando ella no se había atrevido ni a pensarlo, Diego era pasado.
Joe, sin abrir los ojos, dejó que la ternura le embriagara. Tal vez ésa sería la última vez que la sentiría temblar entre sus brazos, pensó. Y suspiró mientras trataba de grabarse en el alma todo el amasijo de emociones y sentimientos que ella le provocaba.





















Natuu!
Natuu!
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Mensaje por Julieta♥ Sáb 05 Mayo 2012, 9:51 pm

por fin se dio cuenta la rayis de lo que sentia
pero que va a pasar
diego la va a buscar??? noooo ella tiene que quedarse con joe
sigueeeeeeeee
Julieta♥
Julieta♥


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Dom 06 Mayo 2012, 3:40 pm

quiero cappppppppppppppppppppp
Julieta♥
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Dom 06 Mayo 2012, 3:57 pm

omj la rayis ya esta queirendo a joeeee
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por andreita Dom 06 Mayo 2012, 3:57 pm

cuanto queda para el final natu??
sigueee
andreita
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por jonatic&diectioner Lun 07 Mayo 2012, 12:00 pm

siguela...siiiii la rayis se dio cuenta q ama a Joe..siiiiiiiiii
jonatic&diectioner
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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Lun 07 Mayo 2012, 12:05 pm

onde andas!!!!!
queremos cap!!!!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Lun 07 Mayo 2012, 12:08 pm

necesitamos cappppppppp
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por andreita Lun 07 Mayo 2012, 12:35 pm

ola??????????
andreita
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Mensaje por Natuu! Lun 07 Mayo 2012, 4:43 pm

CAPÍTULO 20



Resultaba extraño tenerle en casa a la hora de la cena, pero sobre todo resultaba extraño acostarse sabiendo que él haría otro tanto en la habitación de al lado.
Esta segunda noche la había sentido más turbadora aún que la primera, ya que él la había visto llorar, la había abrazado y le había susurrado palabras tranquilizadoras. Se había sentido protegida entre sus brazos y había comprendido que aquel sentimiento que la había confundido durante meses era amor.
Acurrucada bajo las mantas, había recordado esos momentos de ternura y la emocionante conversación con Andrea, había llorado pensando en su abuelo y se había lamentado de no haberse dado la oportunidad de conocerle.
Se preguntó qué iba a hacer ahora. Que ella amara a Joe no significaba que él la correspondiese. De hecho, no había sido siempre un hombre dulce y atento, y había jugado a confundirla muchas veces.
Pasó media noche derramando lágrimas por su abuelo, y la otra evaporando suspiros por Joe. En dos ocasiones le había escuchado salir de la borda, con sigilo, tal y como le había prometido que haría. Eran las cinco de la mañana cuando lo sintió regresar, abrir la puerta con cuidado, caminar con suavidad por el pasillo y entrar en la habitación. Después de haber percibido el sonido de los muelles de su cama cuando él los aplastó con el peso de su cuerpo, el agotamiento la fue dejando dormida.
Ya no escuchó sus pasos por la mañana, ni el sonido del agua de la ducha, ni el trajín con el que buscó la cafetera hasta recordar que en aquella cocina se hacía el café en puchero.
Mientras se calentaba la leche en una pequeña cazuela, en el fogón, Joe tostó pan en una sartén sin aceite, sacó del frigorífico la mantequilla y la mermelada, y las colocó sobre la mesa. Se le encogió el corazón recordando las lágrimas con las que _____ estalló en el coche y la fuerza con la que se apretaba contra su pecho, necesitada de consuelo.
Acurrucada entre sus brazos, le había pedido que la llevara a la casa del abuelo. Después de todos los meses que llevaba sin mostrar ningún interés, había sentido necesidad de ver dónde había consumido su vida el viejo. Dónde, cincuenta años atrás, el resentimiento de Lucía y el silencio de Ignacio habían cambiado el rumbo de las vidas de tres generaciones.
Él había guardado un respetuoso silencio mientras ella recorría la casa. Nunca sus ojos verdes le habían parecido tan iguales a los de Ignacio. Y es que nunca había visto en ella un dolor tan intenso como el que la abrumó aquella tarde.


Al cabo de una hora, cuando ya anochecía, había llegado a la borda con los ojos enrojecidos y emitiendo intermitentes y pequeños suspiros para evitar nuevos sollozos. Después, sentados a la mesa, cenando unos «cogollos de Tudela con anchoas» que ella había preparado mientras él había puesto los cubiertos, consiguió hacerla sonreír unas cuantas veces. Pero _____ se había empeñado en torturarse con recuerdos y un sentimiento de culpabilidad.
Y había vuelto a hablarle de la herencia.
—Tú no entiendes de remordimientos —le había dicho mientras jugueteaba con el tenedor—. Tú has defendido al abuelo a pesar de que no te incluyó en el testamento.
Él había inspirado al escucharla. ¡Claro que entendía de remordimientos! Los sufría cada vez que pensaba que Ignacio le había traicionado al no nombrarle su heredero. Se negaba a olvidar que siempre fue mucho más que el dueño que daba órdenes a su padre; que se ocupó de que tanto él como su hermano estudiaran y acudieran a la universidad, asegurándose que ninguna obligación estuviera por encima de su preparación para el futuro. Aunque sólo fuera por eso, sentía que le debía una confianza ciega, pero a veces no podía acallar sus dudas.
También padecía otros remordimientos, pero éstos llevaban años clavados en su corazón y no tenían nada que ver con Ignacio.
—Yo le quería —había respondido a la llorosa _____—. Y él a mí también. Sólo tengo motivos para recordarle con cariño.
Ella había mostrado su desacuerdo moviendo la cabeza, antes de responder:
—Yo no necesité motivos para odiarle y apartarlo de mi vida. Sin embargo, tú le diste tu cariño y tu trabajo y no te incluyó en su última voluntad. Ése si es un motivo para renegar de él. Pero tú sigues siendo fiel a su recuerdo.
—No quiero hablar de esto, _____ —había dicho, mirándola a los ojos.
Y había visto su carita de tristeza, agobiada por los remordimientos. Eso le había desarmado y, para tranquilizarla, le había explicado:
—Tú llevas la sangre de Ignacio. Es justo que todo lo que fue suyo te pertenezca. Él lo sabía y por eso hizo lo que debía.
Los ojos de _____ habían brillado llenos de preguntas que no hizo. Él la abrazó, acomodándola en su pecho y diciéndole que no debía sentirse culpable por haber albergado sentimientos que otros le habían inculcado desde niña.
Esperó hasta que ella se acostó, agotada de llorar, pero más tranquila. Entonces, él, con los demonios de la duda y la desconfianza nuevamente despiertos, había salido hacia los establos para soportar sus remordimientos en solitario.
Había atravesado el pastizal repitiéndose que Ignacio no le había traicionado; que debió haber tenido sus motivos. Y había vuelto a preguntarse por qué no había tenido el valor de contárselos antes de su muerte.
Joe sacudió la cabeza para deshacerse de aquellos pensamientos. Ahora quería ocuparse de alegrarle el día a _____, y no de sus inoportunas dudas sobre Ignacio.
Con las manos apoyadas sobre la mesa, comprobó que no faltaba nada... Nada, excepto una flor que, desde el centro, le diera los buenos días cuando se sentara a disfrutar del desayuno. Sonrió pensando en que eso hubiera sido excesivo. No podía despertarla con una flor sin explicarle que la amaba como un loco. Pero cogió de la encimera el vaso con pequeñas campanillas blancas y lo puso junto al azucarero.
Unos minutos después, cuando abrió la puerta de la habitación de la que ya era dueña de su corazón, ese pensamiento y esa sonrisa aún le acompañaban. La ternura le invadió al verla, o más bien al no verla.
Sólo un revoltijo de bucles dorados asomaba bajo las mantas y se esparcía sobre la blancura de la almohada.
—¡Arriba, dormilona! —dijo desde el quicio de la puerta—. Ya ha amanecido hace rato.
El embozo de la sábana se deslizó unos centímetros y aparecieron los ojos adormilados y parte de la nariz de _____.
—¿Qué pasa? —murmuró mientras se preguntaba si aquel hombre no dormía nunca.
—Pasa que va a hacer un día precioso y tú y yo nos vamos a un lugar impresionante, dentro de la selva de Irati.
—¿Lugar impresionante, ahora? —balbuceó frotándose los párpados—. ¿Y cuál es el motivo de algo tan repentino?
Durante un instante Joe la miró en silencio. Pensó que era un privilegio verla despertar, y quería grabarse bien su imagen para recordarla en los tristes amaneceres que viviría cuando se fuera.
—Porque quiero verte sonreír —musitó, apoyando la sien en el marco de la entrada.
_____ perdió el sentido mirándole, y se preguntó cómo había sido capaz de pensar en alejarse de su lado. Él había derrochado cariño para consolarla por la noche, y ahora aparecía para mimarla por la mañana. Sintiéndose dichosa, arrugó las mantas bajándolas hasta el cuello y sonrió mientras se desperezaba.
Su sonrisa templó el corazón de Joe.
—He calentado un poco de leche —dijo, sin apartar la cabeza del marco—. Pero podemos parar en Otxagabía, que es un pueblo precioso que nos queda de camino, para que tomes un café bien cargado, como esos que te gustan.
—Leche está bien —dijo, estirando los brazos hasta agarrarse a los hierros del cabecero—. ¿Y ese pueblo es más bonito que Roncal o Burgui?
Joe contuvo la respiración. Una punzada de deseo le encogió el estómago al verla sujeta a los barrotes. Que ella no fuera consciente del alcance de su gesto, lo hacía aún más sensual y provocador.
—Es diferente —dijo con voz enronquecida—. Pero la verdad es que es muy especial. Te gustará.
—¿Qué ocurrirá si alguna oveja se pone de parto y necesita tu ayuda? —dijo, y de pronto pareció más despejada.
—¿Quieres hacerme un favor? —_____ aceptó en silencio y él continuó—: Deja que sea yo quien me preocupe.
—Vale. Me gusta que me mimen —respondió riendo. Y volvió a estirar los brazos para colocarlos, esta vez, en la barra superior—. ¿Me pongo las botas de Doina? —preguntó, y resopló para apartarse un bucle enredado que le caía sobre el ojo izquierdo.
Joe asintió. No podía hablar sin delatarse. Aún permaneció un instante mirándola como el más rendido de los enamorados. Y es que él era un hombre enamorado que se conformaba con verla dichosa. Por eso quería llevarla esa mañana a uno de los lugares mágicos que conocía, para entregarle un poco de él sin que ella se percatara.
—Te espero en la cocina —murmuró, disimulando su ronquera. Y retrocedió despacio, resistiéndose a alejarse de aquella visión dulce, pecaminosa e inalcanzable.


En el trayecto le explicó que visitarían un lugar conocido como el Paraíso porque hasta hacía pocos años había resultado accesible tan sólo para leñadores, barranqueadores y contrabandistas.
Cuando casi dos horas después aparcaban el coche junto a Orbaizeta y caminaban por la pista forestal, aún sentía la presión en el estómago y el hormigueo en el pecho. _____ hablaba y reía sin parar, y eso le hacía sentirse dichoso.
No sabía que ella ocultaba de ese modo el nerviosismo que le provocaba tenerlo cerca. No podía imaginar que la felicidad que le brillaba en los ojos era porque le miraba con amor.
Abandonaron la pista para continuar hacia la izquierda por un sendero que se adentraba en un frondoso bosque de hayas. El suelo, tapizado de hojas cobrizas, crujía bajo sus pies. Según avanzaban, la niebla que habían visto desde el coche se fue haciendo más densa y más baja.
—¿Y éste es el camino al Paraíso? —bromeó _____, fascinada por la abundante vegetación y el espeso musgo que tapizaba rocas y troncos.
—Alcanzar el Cielo nunca es fácil —dijo él, mirándola a los ojos—. A veces, hasta acercarse resulta imposible. —«¡Si supieras que tú eres mi paraíso inalcanzable...!», susurró sin voz.
Una vieja haya cruzada en medio del camino les hizo detenerse. Joe la sujetó por la cintura para ayudarla a subir al tronco y luego ella saltó con facilidad al otro lado. Cuando él salvó el obstáculo, comentó, con una sonrisa misteriosa:
—Demasiada niebla —y chasqueó los labios con fingida preocupación—. Creo que hemos elegido un mal momento para visitar este lugar.
—A mí me parece precioso —dijo _____, avanzando por el sendero—. Esta humedad blanca que se te pega al cuerpo le da un aire misterioso.
—Por eso lo digo. —La miró, alzando una ceja—. Cuentan que el fantasma de la reina de Navarra, Juana de Labrit, que murió envenenada en París, se aparece por aquí en días de niebla sobrevolando lo que fueron sus dominios. Cuando esto pasa, las gentes de los alrededores optan por quedarse en casa, para evitar que el fantasma o las brujas y lamias que le sirven de compañía los hagan desaparecer.
—No me digas eso —protestó, riendo nerviosa—. Te aseguro que comienzo a dar crédito a todas estas historias de brujas. Es fácil creer en la magia después de ver este paraje.
Joe la vio sobrecogerse y sintió deseos de abrazarla. Cuando se acercó para hacerlo, él mismo temblaba de pies a cabeza, pero no le importó.
—No te preocupes —dijo, estrechándola por los hombros—. La niebla durará muy poco. Cuando lleguemos a la orilla del embalse ya habrá despejado.
—La niebla no me molesta —dijo _____, encogiéndose bajo el cálido contacto—. En realidad me fascina verla entre los árboles y pegada al suelo, tan cerca que parece que la podemos pisar. Esas historias que me cuentas son las que me asustan —aseguró, apretándose más contra él.
—Son sólo leyendas —confesó para tranquilizarla, estrechándola con más fuerza y susurrando muy bajito contra su pelo—: Conozco algunas sobre pastores que se enamoraron de lamias. —Sonrió al sentirla estremecer—. Pero te las contaré en otro momento. Cuando no nos envuelva esta bruma.
—Te lo agradezco —respondió, fingiendo un nuevo temblor para que él la abrazara con más fuerza—. Y no me sueltes hasta que desaparezca.
No pensaba hacerlo.
Quería dejarse embriagar por la turbadora sensación de sentirla bajo su abrazo, de rozarla con los dedos, de apretarla contra su cuerpo. Pretendía tenerla bien cerca de él aun cuando la niebla se disipara y luciera un sol radiante.


Después de haber pasado todo el día juntos, envueltos por el mágico otoño de la selva de Irati, les llegó la noche en la borda, y los dos fueron más conscientes que nunca de la intimidad en la que estaban conviviendo. Por eso, compartir la cena esa noche fue más turbador, mirarse a los ojos se hizo más difícil, y respirar se convirtió en una tarea más fatigosa.
Ése fue uno de los motivos por los que _____ se disculpó, diciendo que estaba muy cansada, y se acostó temprano. El otro, más importante, era que estaba a punto de tomar la decisión más trascendental de su vida, y quería hacerlo con la cabeza fría, aunque sabía que, de cualquier modo, por fin acabaría obedeciendo a su corazón.
Desde la cama, escuchó entrar y salir a Joe. Se sorprendió deseando que en una de esas veces que caminaba encubierto por la oscuridad del pasillo, se detuviera ante su puerta y entrara para besarla como ya había hecho antes.
Ella habría apartado las mantas para abrirle paso hasta su cuerpo y su corazón.
Su amor por Diego ya no era el mismo que la había poseído durante años. Ahora lo sentía como algo suave, tierno y difuso que se parecía más al cariño y al agradecimiento. Era un cambio que se había producido despacio, a lo largo de los meses, pero que ella se había negado a ver. Porque la causa no era la distancia que les separaba, ni el tiempo que llevaban sin verse, era el amor que sentía por Joe.
Era él, su modo de mirarla, de hablarle, de tratarla, su ternura, su forma de vivir; la pasión que ponía hasta en las cosas más simples.
Tras un profundo suspiro, _____ sacó del cajón de la mesilla un anillo de oro blanco con un deslumbrante solitario. El que ocultó de su vista la misma noche que llegó a Roncal. Se lo colocó en el dedo en el que ahora entraba más ajustado y en el que el aire y el sol habían borrado la palidez de su huella.
Ocho meses sin ponérselo era demasiado tiempo.
Alzó la mano para apreciar el centelleo de la piedra, y lo comparó con el brillo del rocío que perlaba las hojas y las flores en las mañanas que Joe la había llevado con él a la cumbre de Santa Bárbara.


Mientras tanto, Joe, sentado en el suelo del establo y apoyando la espalda en un fardo de heno, pensaba en ella.
A pocos pasos, una oveja lamía el cuerpo del cordero al que acababa de traer al mundo, y él los miraba sin verlos.
Su mente repasaba todos los momentos que había vivido con _____. Desde que la vio llegar digna, altiva y odiosa, hasta el instante en el que aquel orgullo comenzó a parecerle atractivo; cuando comenzó a desearla, a admirarla, a amarla... a sentirse desgraciado porque nunca podría tenerla.
Se resistía a regresar a la borda. No podía acostarse en esa cama sabiendo que ella estaba al otro lado de la pared. Le extenuaba mantenerse toda la noche en estado de alerta para escucharla moverse o sentirla respirar. Hasta el suave olor de las sábanas lavadas por sus manos le excitaba, y cada nueva noche que pasaba en ese lecho, era una tortura más lacerante y dolorosa que la anterior.
El sonido de pasos, a su derecha, le hizo girar la cabeza.
La causante de su tormento llegaba con las zapatillas de loneta blanca que casi había olvidado, un camisón por encima de las rodillas y una bata de algodón, también corta. Él contuvo la respiración cuando la vio con los cabellos revueltos y los ojos nublados de sueño.
—¿Qué haces aquí? —le susurró, como si temiera desvelarla—. Deberías estar durmiendo.
—No podía —respondió ella, sentándose en el suelo, a su lado—, y como tardabas en volver, decidí venir a ver qué ocurría.
—No pasa nada. Todo está bien —respondió, apartando los ojos de la dulce y tortuosa visión y respirando despacio, para no embriagarse con su olor.
—¿Has ayudado a nacer a esa «cosita»? —exclamó _____, emocionada al ver al corderillo.
—Si —respondió Joe, levantándose para cogerlo—. Ha costado un poco, pero nadie lo diría viéndolo ahora, ¿verdad? —comentó, volviendo a sentarse junto a _____ para que ella pudiera acariciarlo.
—Tienes un trabajo precioso —dijo mientras deslizaba los dedos por la lana rizada de la cabeza.
—Estoy de acuerdo —respondió Joe, confundido por la admiración que _____ puso en sus palabras—. ¿En qué trabaja él? —preguntó sin mirarla para no parecer demasiado interesado.
—Dirige una empresa propiedad de la familia de su esposa —suspiró profundamente, acariciando las pequeñas y sedosas orejas— Yo soy su secretaria.
—¿Le conociste allí? —preguntó, con los celos mordisqueándole las entrañas.
—Primero descubrí al jefe... —dijo, pero no continuó con el resto de la frase.
Se quedó en silencio, recordando que en muy pocos meses descubrió al hombre que la trataba con devoción y la miraba con deseo. El que la llevaba en sus viajes de trabajo porque decía necesitar de su eficiencia, pero que nunca requería de sus servicios. El que la agasajaba, la hacía sentir importante, hermosa, deseada, única... El que supo meterse poco a poco en su corazón. El que le prometió que por ella dejaría a una mujer a la que no amaba. El que había cumplido todas las promesas que le hizo, excepto ésa.
—Debe de ser un hombre poderoso —dijo Joe, de pronto, apoyando la cabeza en el fardo de heno.
—Es poderoso e influyente y tiene contactos hasta en el infierno —sonrió, agitando la cabeza—. Siempre consigue lo que se propone.
—Y eso te gusta —pareció asegurar, y entonces sí se giró para mirarla—. No habrá nada que desees que él no te pueda dar.
—Creí que me gustaba —respondió, clavando en él sus ojos verdes mientras sus dedos seguían enredándose en la lana—. Hasta que llegué aquí... —suspiró antes de susurrar—: y te conocí.
Joe le mantuvo la mirada, desconcertado, preguntándose si esas palabras significaban lo que daban a entender. Sólo de pensarlo se le espesó el aire. Volvió su atención hacia el cordero que sujetaba entre las manos, recriminándose que pudiera ser tan iluso.
Su silencio no desalentó a _____, que se había levantado de la cama y salido de la borda con las ideas claras y una firme determinación.
—Hay brillos más hermosos que el de los diamantes —musitó, rozando el hocico húmedo y pequeño del recién nacido.
Joe observó el movimiento de sus dedos. La pálida huella del dedo corazón había desaparecido sin que en todos esos meses hubiera lucido ningún anillo. Pero él lo imaginó con un carísimo diamante, símbolo de un amor eterno.
—Dicen que son para siempre —comentó con ironía.
—Y seguro que es cierto —opinó _____—. Pero también son para siempre los destellos del sol entre los árboles, el brillo del rocío por las mañanas... —esperó a que él la mirara, y se le aceleró el corazón al verle levantar con lentitud las pestañas—, el brillo de unos ojos castaños —susurró a media voz.
«... el de unos orgullosos verdes», pensó él, pero no dijo nada. Continuaba sin entender el sentido que tenían las palabras de _____ y no se atrevió a preguntar.
—Deberías ir a acostarte —se escuchó decir a sí mismo—. Cogerás frío. —Soltó al cordero, que se apresuró a reunirse con su madre.
Tenía la esperanza de que _____ se fuera y dejara de confundirle con sus comentarios, seguramente inofensivos, en los que él no dejaba de ver mensajes imprecisos. Pero ella estiró las piernas, al lado de las suyas, y apoyó la espalda contra el fardo.
—He estado pensando en los lugares hermosos a los que me has llevado —dijo, entrecruzando los dedos de las manos para que él no viera que comenzaban a temblarle—, en las curiosas historias que me has contado, en todo lo que he aprendido a tu lado.
Joe recordó la promesa que se hizo, al conocerla, de no llevarla a ningún sitio especial. Pero en algún momento que no recordaba, todo había cambiado. Comenzó a desear su compañía, y a descubrir que los lugares que conocía brillaban con más magia cuando los visitaba con ella.
—Me gusta todo esto —continuó diciendo _____—, y sé, porque me lo has dicho, pero también porque lo presiento, que sólo he visto una parte insignificante de todo lo que... —Suspiró, sintiendo que se le encendían las mejillas—. De todo lo que podríamos recorrer juntos.
Esta vez, ni la inspiración más profunda pudo insuflarle aire a Joe. Sospechó que todas las palabras que le estaban turbando tenían un sentido y llevaban una dirección. _____ quería decirle algo, y él no sabía si estaba preparado para escucharlo.
—Te lo dije —musitó, Joe, ocultando su confusión tras una sonrisa—. La magia está en cada rincón de esta tierra.
—Lo sé. La siento —respondió, acariciándole con la mirada sin importarle que él se diera cuenta—. Está en los lugares y en las personas, y, aunque durante un tiempo me resistí a su embrujo, finalmente me he dejado atrapar.
A Joe se le contrajo el corazón hasta casi desaparecer cuando reparó que ella ya no hablaba de lugares. Los ojos de _____ brillaban más tiernos y cálidos que nunca, y él apartó los suyos, sumido en un gran desconcierto.
—Por eso necesito confesarte mis sentimientos —anunció ella, ilusionada y nerviosa.
Sus temblores se hicieron más intensos. Aun sabiendo que no estaban provocados por el frío, dobló las rodillas y tiró del borde del camisón para bajarlo hasta casi los tobillos.
—Me he enamorado —reveló, casi sin voz, abrazándose a sus piernas para controlar su emoción—. Me he enamorado de ti.
La declaración sacudió las entrañas de Joe, que se tensó para soportar el impacto.
Todo en él se paralizó: su sangre, su corazón, su aliento. Sólo sus pensamientos avanzaron a la velocidad de un rayo para emocionarle, para decirle que había ocurrido lo que no se había atrevido ni a soñar. _____ le amaba, y a él le dominó una sensación de feliz euforia.
Se volvió hacia ella, dispuesto a abrazarla y a decirle que también él la quería, pero sus pensamientos no se detuvieron; le gritaron que ella no era libre, que mantenía una relación larga y, de algún modo, estable; que no podía ilusionarse con algo que carecía de futuro. Se dijo que tal vez ella se había dejado seducir por el lugar, por las emociones, por la novedad... por el capricho; y los caprichos a veces duran lo que tarda en fundirse un suspiro con el aire.
_____ le miraba, ilusionada y expectante, aguardando una respuesta que tardaba demasiado en llegar. Había desnudado su corazón con la esperanza de que él quisiera entregarle el suyo. Esa noche, acostada en su cama, pensando en sus propios sentimientos, los besos y las miradas apasionadas de Joe le habían parecido diferentes, más verdaderas, más sentidas, más propias de un hombre enamorado que de uno que tratara de confundirla.
Pero Joe apoyó la cabeza contra el fardo, cerrando los ojos para acallar el dolor agridulce que le atravesaba el corazón.
Mientras a _____ la sangre se le volvía hielo al creer sentir su rechazo, a él le hervía en un pozo de confusión.
¡Habría sido tan sencillo acariciarla y dejarse llevar!, pero, y después, cuando ella decidiera abandonar todo aquello, incluido a él y regresar a su vida, y tal vez también a Diego, ¿qué le quedaría, salvo el deseo de dormirse una noche y no volver a despertar por la mañana?
Por primera vez, las palabras «me he enamorado de ti» tenían un significado confuso. Por más que pensaba, las cuentas no le salían; ellos seguían siendo tres.
—¿Qué pasa con él? —preguntó, girando la cabeza para mirarla. Ya no le preocupaba que viera en sus ojos la tortura en la que se ahogaba.
—Se lo explicaré —musitó _____, abrazada a sus piernas, con la barbilla sobre las rodillas y convertida en un manojo de incertidumbre.
«Se lo explicaría.» Joe sintió una nueva punzada de dicha y un temblor violento en el corazón. No podía ser todo tan sencillo. Estaba seguro de que en algún punto las cosas no estaban encajando.
—Acabarás marchándote, ¿verdad? —preguntó, con el amasijo de sentimientos danzando en sus ojos castaños—. Mañana, pasado, el mes que viene, dentro de un año... En algún momento te cansarás de todo esto y te irás, ¿no es cierto?
—Había pensado quedarme —confesó ella con un brillo herido—, pero si tú me rechazas yo...
—¿Qué es lo que estoy rechazando, _____?, porque todavía no sé qué me estás ofreciendo. —Agitó la cabeza, cerrando los ojos. Cuando volvió a abrirlos se movió para arrodillarse frente a ella—. Tengo miedo de quererte y... —tragó al sentir que se le quebraba la voz—, y despertar una mañana para descubrir que todo ha sido el sueño de unos días. No quiero tenerte sólo por un tiempo. —Inspiró con fuerza—. Si vas a entrar en mi vida quiero que sea para quedarte, y si no estás segura te pido que...
—Estoy segura —respondió, rozándole la sien con la yema de los dedos y cogiendo aire al ver que la caricia le hacía cerrar los ojos—. Me he enamorado de ti, de lo que haces y de esta tierra que es tuya. No quiero irme, ni ahora ni nunca, pero si no me quieres...
Joe dudó que su corazón pudiera soportar tanta emoción; tanta dicha. Las palabras, llenas de sentimiento de _____, eran lo más hermoso que había soñado escuchar nunca.
—Te amo —susurró, tomándole las manos entre las suyas—. Llevo mucho tiempo ocultando que te amo, que te necesito. Ahora, escuchándote, me siento el hombre más afortunado del mundo, pero me domina un miedo atroz a tenerte para perderte después.
_____ inspiró hondo al comprender que ni su corazón ni su instinto la habían engañado; la ternura y la pasión que había sentido con sus besos y sus caricias fugaces eran reales; Joe la amaba.
La amaba tanto que le atenazaba un miedo que sólo ella podría ahuyentar.
—Entonces dime qué puedo hacer para convencerte de que Diego forma parte de mi pasado —le musitó—, de que te amo y que deseo pasar contigo el resto de mi vida.
Joe bajó la cabeza y apoyó la frente en los puños que cerraba sobre los dedos de _____. Pensó que si no la amara tanto, si no la necesitara con tanta desesperación, todo sería más sencillo. Una decepción de amor no iba a matarle; perderla sí.
Le asustaba quedar a su merced, pero ¿acaso no era eso lo que quería; entregarse a ella para que hiciera con él lo que quisiera, y rezar para que nunca se cansara de amarlo?
Alzó sus esperanzados ojos castaños y los clavó en los verdes de tierno orgullo.
—¿Qué necesitas que haga para demostrarte el amor que siento? —preguntó _____.
—Me bastará con que tú me lo digas —susurró Joe—. Dime que me amas hoy y que me amarás siempre, y no necesitaré más prueba que ésa.
—Te amo —musitó _____, apretándole las manos—. Te amaré toda la eternidad.
Joe inspiró con el alma encharcada en felicidad. Los milagros existían, y acababan de concederle el más hermoso de todos.
—Presiento que todo ese tiempo no nos va a ser suficiente —musitó, tomándole el rostro entre las manos—. Te amo, te amo, te amo —susurró, permitiéndose por fin respirar con alivio.
_____ había dejado de temblar. Ahora era la felicidad la que amenazaba con estallarle en llanto; un llanto dulce y reparador que le nacía de lo más hondo de su alma de mujer enamorada.
Joe cubrió con su boca los labios de _____ y los acarició como si los rozara por primera vez. Le supieron a tarta de manzana y almendras, a lluvia, a besos medio robados medio consentidos... a sal.
Se detuvo para mirarla a los ojos. Lágrimas como perlas de rocío se enredaban en sus pestañas mientras su boca dibujaba una sonrisa de dicha.
—Te quiero con toda mi alma —susurró ella.
Joe le besó los párpados para beber de la humedad salada de su emoción.
—¿Crees que el corazón puede reventar de felicidad? —preguntó Joe al sentir que el suyo se expandía hasta no caberle en el pecho.
—Espero que no —dijo ella sonriendo. De pronto reparó en toda la dicha que albergaba en el suyo y repitió—: ¡Dios mío, espero que no!
Joe la abrazó con fuerza, hundió los dedos entre el esponjoso revoltijo de bucles y susurró con voz entrecortada por la emoción:
—Te necesito, _____. No te alejes nunca; no me dejes nunca.
Ella, acurrucándose junto a su pecho, dejó que nuevas lágrimas le humedecieran el corazón con el sabor tierno de la felicidad.
—No lo haré —murmuró con emoción—. Te amo demasiado.
Joe le besó la frente mientras sus dedos ponían un poco de orden en la maraña de rizos que había acariciado tantas veces en sus pensamientos. Esos en los que, a partir de ese instante, se podría enredar y perder siempre que quisiera.


Joe atravesó el pastizal despacio, deteniéndose a cada paso como si necesitara coger aliento y sólo pudiera encontrarlo en _____.
Ella, arropada por sus fuertes brazos y acurrucada contra su pecho, con la cabeza sobre su corazón, fue escuchando los latidos fuertes y desacompasados que se aceleraban cada vez que se detenía para mirarla a los ojos, para besarla, para susurrarle que la amaba.
Llegados a la borda, él la llevó hasta la habitación. La deslizó con suavidad, pero no la soltó cuando ella alcanzó con los pies el suelo. La abrazó con fuerza, enterrando el rostro en su cabello, y suspiró con el alivio de quien por fin ha alcanzado lo que desea... ha llegado al lugar ansiado.
La besó en la boca con una suavidad que sabía a urgencia, pero buscó sosiego. La había deseado durante tanto tiempo, que tenía miedo de precipitarse, de amarla con prisa y estropear aquel momento mágico con el que había soñado tantas veces.
_____ se apartó un poco para desabotonarle la camisa. Le temblaban los dedos, como si no hubiera soltado cientos de veces las exclusivas y sedosas prendas de Diego. Pensó que era el tacto del mahón lo que le resultaba más fascinante y le ponía nerviosa, ya que bajo ese grueso tejido estaba la piel del hombre que amaba y al que se iba a entregar por primera vez. La primera de todas las que le amaría el resto de su vida.
Deslizó la tela por los hombros y Joe bajó los brazos para dejarla caer al suelo.
Miró a _____ y contuvo la respiración mientras ella le acariciaba el abdomen. Pero la debilidad le hizo cerrar los ojos cuando sintió sus labios sobre su pecho. Un leve roce le dejaba sin fuerzas y le erizaba la piel. Se estremeció al pensar en lo que sentiría al entrar en ella abrazándose a su cuerpo desnudo y escuchándola gemir.
Suspiró mientras la tomaba de nuevo entre sus brazos y la llevaba hasta la cama para tenderla sobre las sábanas revueltas. Él se sentó en el borde, con una de sus piernas doblada sobre el colchón y manteniendo la otra apoyada en el suelo. La miró mientras le desanudaba el cinturón de la bata. _____ vibró ante las gozosas promesas que se leían en sus apasionados ojos castaños, y continuó temblando mientras la desvestía con lenta sensualidad. Primero la bata, después los pequeños botones de su camisón.
Ella le dejó hacer, nerviosa y excitada como si fuera la primera vez.
Cuando la tuvo desnuda, temblorosa e impaciente, Joe se deshizo de sus pantalones y se tendió a su lado. La abrazó para convencerse una vez más de que era real.
—Te amo —susurró _____, enredándose en él con los brazos y las piernas—. Te amo tanto que me asusta.
Tan sólo en sus sueños ella le había dedicado palabras apasionadas, pero ninguna como ésas. Ninguna con esa voz melosa y susurrante que le penetraba por los oídos para alojársele en el corazón, calentándolo hasta casi deshacerlo. Y es que ninguno de sus sueños le había preparado para la sensación de dicha intensa que no le cabía en el pecho.
La besó en la boca con suavidad, casi con devoción, como si tratara de decirle que no temiera nada porque él la protegería siempre. Como si no fuera él quien padecía un miedo fiero a perderla.
_____ le mordisqueó el mentón, sobre la aspereza de su incipiente barba, y le tiró con suavidad del cabello, haciéndole alzar la cabeza. Deslizó los labios por su cuello, que vibraba, tenso, al paso de su agitada respiración. No recordaba haber amado nunca con tanta necesidad y a la vez con tan poca prisa, y esa necesidad de contenerse le avivaba los sentidos.
Joe emitió un gemido que _____ casi pudo atrapar con sus labios a través de su garganta. Él se separó para poder mirarla a los ojos, tomándole el rostro entre las manos.
—Qu'est-ce que tu as qui me rend si fou? —susurró, encendido—. ¿Qué es lo que tienes, que me vuelve loco?
Y buscó la respuesta besándole y lamiéndole la piel. Comenzando por sus labios: único pedacito de ella que había probado y del que siempre ansiaría repetir. La suavidad de su cuello, en el que el olor a moras era más intenso, a punto estuvo de triturarle la voluntad de amarla despacio. Si había lamido una dulzura más suave que ésa, no lo recordaba; pero que ninguna le había hecho arder como ella, estaba seguro.
Y mientras su boca descubría los sabores de la dueña de su alma, sus manos le exploraban sus seductoras formas de mujer. Sentía una nueva y erótica sensibilidad en las yemas de sus dedos, como si a la necesidad de recorrer esa piel no le bastara con el simple tacto. Y es que todo en ella era más intenso, más brutal, más enloquecedor.
Le acarició los senos, pequeños y firmes que le cabían en las palmas de las manos. Sus pulgares se movieron sobre los delicados pezones que se irguieron, endureciéndose como pequeños brotes de acero, y él necesitó sentirlos entre sus labios. Los buscó, y se encontró con el medio corazón de oro que reposaba en el suave sendero entre los pechos, como un guardián silencioso.
Se quedó inmóvil, respirando jadeante junto al noble metal que había observado tantas veces.
Nunca necesitó que ella le dijera que era un regalo de Diego. Medio corazón sólo tiene sentido cuando la parte que lo completa está en poder de la persona amada, y _____ ahora le amaba a él.
La miró a los ojos mientras con dedos poco firmes le soltaba la delicada cadena. Le desprendió la joya con cuidado y la dejó sobre la mesilla.
—Tu es à moi—dijo, con voz entrecortada—. Eres mía; sólo mía.
—Sólo tuya —susurró _____, sin aliento, alzando la cabeza de la almohada para besarle con pasión en la boca.
—Te amo —musitó emocionado—. Te amo más de lo que ningún hombre, ni en esta vida ni en ninguna otra, ha podido amar a una mujer.
La abrazó, estrechándola contra su cuerpo para que sintiera los latidos de su corazón; ese que se descompasaba por ella y que a partir de ese instante latiría sólo por ella. Ese por el que se moría de ganas de entregarle entero y para siempre.
La exploró con la calma que concede la impaciencia. Sus manos y sus labios la recorrieron como un mortal deseoso de complacer y hacer gozar a su diosa. Se grabó en el alma el suave tacto de su piel, cada redondeada curva de su cuerpo, el modo en el que a ella se le iba erizando la piel cuando él la rozaba con su lengua, el sabor húmedo y profundo de su deseo. Sólo cuando la sintió arquearse y gritar de gozo, y abandonarse dulcemente tras un intenso orgasmo, sintió que podía entrar en ella para encenderla de nuevo, hacerla suya y deshacerse de su temor a perderla.
La penetró despacio a la vez que sus manos le acariciaban la piel y su boca se apoderaba de sus senos. Desplegó todos sus sentidos para que volviera a vibrar junto a él, para que se fundiera con su cuerpo mientras la iba haciendo dueña de su alma.
Y en el último momento se alzó para mirarla a los ojos. Le acarició las manos antes de sujetarlas para llevarlas hasta los barrotes del cabecero. _____, calcinándose bajo el fuego de sus ojos castaños, cerró los dedos sobre el hierro forjado sin entender que aquél era el gesto que Joe asociaba al instante en el que la vio despertar, al deseo oculto de observarla dormir, a su necesidad de amarla sin prisa.
Él cubrió las delicadas manos con las suyas... y, en un instante, el resto del mundo desapareció.
Ellos se fundieron en un solo cuerpo, en una sola alma, y sus dos corazones palpitaron con una única y ardorosa pulsación: la que provocaba el gozo de haberse compartido.












Chicas quedan solo cuatro capítulos para que la novela termine (:






Natuu!! :D
Natuu!
Natuu!


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"Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada] - Página 8 Empty Re: "Entre Sueños" (Joe&Tú)[Terminada]

Mensaje por Julieta♥ Lun 07 Mayo 2012, 6:27 pm

por finnnnnnnnnnnnnn
se declararon su amor!!!!!!
ahora solo espero que si Diego llega a buscarla ella le ponga los puntos clarps jummm
sigueeeeeeeeeeee
Julieta♥
Julieta♥


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