Our twenties

Son las 7 de la mañana del martes. Cara me observa a través de las puertas dobles de cristal que dan paso a su vivienda. Tiene el ceño fruncido y la veo soltar un bufido antes de acercarse a abrirme. La espero con los brazos en jarras y una sonrisa sin mostrar los dientes.

—Buenos días, querida jefa —digo en cuanto me abre.
—¿Qué haces aquí tan temprano? —alza ambas cejas, haciéndose a un lado para dejarme pasar.
—Vengo a asegurarme de que te vayas a tiempo al hospital —me encojo de hombros, dejando los zapatos en el pasillo de fuera—. Y que no te vayas con el uniforme del trabajo puesto.

El recibidor de Cara es como sacado de una película indie de Francia. Tiene el suelo de piedra, unos bancos pintados de azul oscuro con ornamentos de flores y líneas curvas. Acompañado de una mesa pequeña que sirve para café. Contra la pared hay un reposa abrigos y la caja que cuelga de la pared donde deja sus llaves. Luego de ahí está la puerta de madera que es la entrada al resto de su hogar, pero me quedo sentada en uno de los bancos y la miro acercarse a mí.

—Eres una atrevida, Flora —Cara rueda los ojos y camina con lentitud a mi lado—. Ya te dije que estoy demasiado vieja para que me estén vigilando.
—Y demasiado terca también —chasqueo la lengua—. Tu doctor me llamó y dijo que la última vez te escapaste antes de tiempo.
—No es mi culpa que la fila sea demasiado larga —Cara se queda parada en su puerta—. Y tengo cosas que hacer.
—Hoy no tienes que preocuparte por eso —cruzo las piernas—. Paco y yo nos encargaremos de todo por hoy, ya te lo dije.
—Pero tú tienes que irte a clases a mitad del día, ¬¿crees que no me sé tu horario? —me señala con el dedo.
—Solo tengo dos clases durante el verano —entrecierro los ojos y miro la hora en mi celular— Tengo tiempo suficiente para hacer el pedido y tomar el bus. Paco lo entrega mañana.
— ¿Acaso se combinaron para troncharme el día? —refunfuña, subiendo los escalones de la entrada— No puedo creerlo.
—Termina de alistarte y así puedo pedirte el uber, e irme en paz a trabajar —sonrío de oreja a oreja cuando me fulmina con la mirada.

Cara entra a la casa y yo me recuesto del banco dejando mi bolso en el suelo. Me entretengo entrando a Pinterest en lo que ella termina de alistarse. La verdad, no conozco a nadie tan terco para ir al médico como ella —tal vez yo. Pero yo no lo necesito. Desde que vivo en la residencia y se convirtió en mi tutora hasta que cumplí los 21, hasta antes cuando pasaba todo rato libre comiendo sus postres… Cara se cansa más rápido y se estresa demasiado cuando tenemos pedidos de postres grandes. Y con su edad, eso nunca trae nada bueno. Eso mismo le digo cuando sale, vestida con camiseta de seda y pantalones anchos y veo que se mete la llave del negocio en los bolsillos.

—Ya te dije que no tienes que pasar por hoy, puedes descansar —frunzo el ceño, poniéndome de pie.
—No necesito descansar.
—Claro que sí, hasta te están saliendo más canas —me da un zape con su cartera—. ¡Oye! Solo digo que no te estreses tanto, no te estás poniendo más joven —me masajeo el brazo.
—Yo me estreso lo que quiera —voltea la cara con un “jum”.

No le respondo, distraída pidiendo el uber para que la lleve desde aquí hasta el Hospital central. Si la dejo, se atreve a irse a pie hasta la parada del bus y luego tener que caminar más. O podría no ir a ningún lado y devolverse a la repostería. El uber indica que está a menos de 5 minutos.

—…seriamente pensando en contratar a alguien más para que nos ayude.

Levanto la mirada rápidamente. Cara está abriendo las puertas de cristal, así que recojo mi bolso y salgo con ella.
—¿Alguien como otro mesero? —inquiero.

Paco está solo desde hace tiempo. De hecho, es el mesero más antiguo de la repostería. Aunque dice que no le molesta, usualmente no tenemos tanto flujo de gente en la repostería —son más los pedidos que otra cosa. A veces sus nietos van a ayudar, aunque prefiero cuando no lo hacen.

—No, para la cocina —me mira de reojo mientras salimos de la Residencia—. Un compañero para ti.

Arrugo la cara y miro el celular, chequeando que el uber está doblando en la esquina. Cara sigue hablando de cómo es mejor trabajar con alguien más en la cocina de forma fija, que nos ayude cuando tenemos muchos pedidos y así podemos trabajar en equipo. Lucho contra mis ganas de hacer cara de asco —aunque creo que no funciona, porque no deja de sonreír.

—No lo veo necesario —me cruzo de brazos—. Digo, puedes tener a alguien contigo y que se turne conmigo —no me atrevo a mencionar nombres, para no darle ideas.
—¿No dijiste que yo tenía que descansar y todo eso? —sonríe de oreja a oreja.
—Usted es una señora demasiado pilla —tuerzo los labios.
—Flora, cuando tu ibas yo ya venía —me da una palmada en el hombro y suelta una risotada—, que no se te olvide.

El uber llega poco tiempo después así que no seguimos discutiendo de eso. Me aseguro de hacerle entender que estaré vigilando el viaje para ver cuando llegue a tiempo y que me llame cuando salga del chequeo. Cara me suelta más bufidos y refunfuños, pero asiente de todas formas.


Emprendo el camino hacia la repostería antes de las 7:30 AM. Solemos abrir a las 9:30, pero hoy tengo unos pedidos de macaroons que la clienta va a pasar a buscar mañana a eso de las 11 y deben quedarse 24 hrs listos antes de poder comerse. Como mi clase es a las 12, es preferible hacerlos temprano y dejarlos listos.

Ando por las calles de piedra que rodean el barrio en dirección sur, donde se puede ver la costa del lago y el resplandor del sol como si fuera más tarde —producto del verano, que amanece más rápido. No hay mucha gente en la calle a esta hora, aunque de todos modos las mañanas de verano son más concurridas porque hay muchos turistas que van a la playa desde temprano o al muelle a pasear por las tiendas y restaurantes.

En poco tiempo llego a la repostería. Tasty Pastry es una de las reposterías más antiguas del pueblo, que Cara construyó con su difunto marido hace más de 20 años. El local se abre paso en una calle angosta de ladrillos sin salida, cernida por dos edificios grandes de dónde vienen muchos clientes.

Camino por la calle en silencio, porque muchos de los demás negocios de frente y oficinas de los lados aún no abren. La parte frontal de la repostería tiene dos filas de mesas de dos, compactas y ornamentales. La fachada es de ladrillos con la base de delante cubierta con madera y pintura color lila. En letras grandes, gruesas y de color morado claro se lee TASTY PASTRY.

Saco mi copia de las llaves y entro a mi segunda casa. El interior es más acogedor que cualquier otra cosa. Con mesas pequeñas de madera de cuatro personas, sillones de estampado antiguo en las paredes de ambos lados y alfombras decorativas. Las paredes de ladrillo siempre me han dado la sensación de estar en un pequeño hueco alejada de la ciudad —igual que todo Galena Town.

Avanzo hasta el mostrador, donde hay exhibidores de cristal con todos los postres clásicos y del día que debo colocar más tarde. Cruzo por debajo de la apertura de madera y enciendo las luces del local, así como encender el aire central del lugar.

Detrás del mostrador hay una ventana con otro mostrador más pequeño que da a la cocina. Y me sorprendo de ver las luces prendidas. Probablemente Paco llegó temprano para ayudarme. Y yo probablemente lo mande a limpiar las mesas —estoy deseando durar varias horas cocinando sola, sin la presencia de nadie.

Junto a el segundo mostrador está la puerta que lleva hasta el otro lado de la repostería. Es un pasillo que conecta todo lo demás. Primero la cocina y el almacén, luego los casilleros antepuestos en la pared, y más detrás están los baños y la oficina de Cara.

—¿Paco, eres tú? —nadie responde.

Abro mi casillero y dejo allí mi bolso y las llaves. Saco mi delantal color lila y meto el celular en el bolsillo, mientras empujo la puerta de la cocina con la cadera. Lo primero que veo son todos los ingredientes y herramientas para los macaroons colocados de forma ordenada encima de una de las mesas de metal.

—Paco, tengo como media hora llamándote desde ahí afuera —indico, rodeando la mesa—, ¬¿qué estás haciendo tirado en el…? Ah, una cucaracha.

Agachado frente al horno no está Paco. Mi paz mental se esfuma como un globo de agua explotándose. Mi plan de pasarme dos horas cocinando en paz, sola y sin ningún tipo de disturbios se derrite como helado bajo el sol.
Marco se pone de pie y se limpia la frente. Al verme, sus labios se tuercen en una mueca e inclina la cabeza.

—Buenos días para ti también —masculla.

No hago nada por disimular la mueca en mi cara. Tiene el delantal puesto, que no hace nada para alegrarme. Es la primera vez que lo veo desde que empieza el verano: se ha dejado crecer los rizos y un poco de barba, y su piel morena parece estar tostada.

—No sabía que las cucarachas hablaban —chasqueo la lengua y voy hacia uno de los estantes—, voy a buscar la escoba para matarla.
—Es demasiado temprano para que empieces a amenazarme —Marco se cruza de brazos—, y yo que vine a ayudarte con el pedido —suspira teatralmente.
—¿Y yo desde cuándo necesito tu ayuda? —alzo una ceja y arrugo la nariz.
—Cara me dijo —se encoge de hombros.
—Ugh —dejo caer la cabeza hacia atrás.

Avanzo hasta el fregadero que hay en la esquina. Marco es uno de mis dolores de cabeza personal desde que empezó a visitar los veranos junto con sus padres. Para el colmo de todo: le sacó el gusto por cocinar de Cara. Así que algunos veranos se quedaba trabajando junto conmigo en la cocina. Él siempre fue un genio cocinando y a mi me costaba horrores, y encima siempre he sido una fuerte competidora —así que desde que se burló de mi la primera vez, pasó a mi lista negra. Sus visitas disminuyeron cuando empezó la universidad, pero supongo que el karma me odia y ya se me acabó el tiempo.

—¿Qué más te dijo? —vuelvo a mirarlo, mientras me lavo las manos.
—Que tu harás los 25 con relleno de chocolate y yo los de crema de mantequilla y vainilla —se acerca para hacer lo mismo—. Podemos hornearlos al mismo tiempo, el espacio es suficiente.
—Ya, a trabajar entonces —ruedo los ojos.
—¿No nos vamos a beber un cafecito primero? —frunce los labios en un puchero— Me levanté demasiado temprano para esto.
—No hubieras venido —entrecierro los ojos—, no me haces falta.
—¿Ves? Hasta tú estás más odiosa de lo normal —me da un apretón en el hombro—. Haré café —se mueve hacia el otro lado de la cocina, a buscar la cafetera.
—Marco-
—¿Qué? Tenemos tiempo para que llegues a clase, tranquila —me sonríe por encima de su hombro.
—¿Cara también te dijo eso?
—No, pero lo vi en los archivos del trabajo.
—A eso se le dice acosar.
—No cuando mi nonna es la dueña.
—Maldita sea —suelto por lo bajo.

Marco suelta una risita y se pone a preparar el café. Me lavo la cara y decido sacar el celular para chequear que Cara esté bien en el hospital. Le envío un mensaje diciéndole que me las voy a cobrar por mandar a Marco sin avisarme.

Me apoyo en la pared de brazos cruzados y le echo un vistazo a Marco. Está esperando a que el café suba, sacando dos tazas de las de empleados de la alacena.

—¿Por qué estás aquí? —muevo uno de mis pies de un lado a otro— ¿No tienes nada que hacer?
—No, de hecho, ya soy libre de la universidad —se gira para mirarme, sonriendo—. Y Cara me amenazó muy creativamente para que deje de vaguear por un día.
—¿Acaso piensas tomarte un año sabático ahora que terminaste? —ruedo los ojos.
—Ojalá —su sonrisa se vuelve algo amarga—, no me puedo dar ese lujo.
—Eso no es un lujo, es perder tiempo —me miro las uñas sin muchas ganas.
—Cierto, workaholic —murmura, volteando la cara.
—¿Me dijiste algo? —me retiro de la pared y avanzo hacia él.
—No dije nada —Marco sube los brazos—. Mira, el café está subiendo-
—Y yo voy a buscar la escoba de verdad.

Después de fastidiar un tiempo y de tomar café, nos ponemos a trabajar en silencio un poco después, solo acompañados con la música de Lizzo de fondo.

Cuando empezamos a mezclar los ingredientes, el tiempo parece detenerse e irse volando al mismo tiempo. Es casi tan bien como cuando estoy sola, excepto cuando a Marco le da por hacer conversación ligera además del “pásame la mantequilla”, “¿tienes la espátula?” “¿terminaste con el procesador de comida?”. Sin embargo, no sé si es por el café o porque todavía está medio durmiendo, pero esta mañana se comporta.

Preparamos todo en silencio. Separar la clara de huevo de la yema y dejarla de lado un momento. Mezclar la harina de almendra con azúcar primero, para luego agregar la clara de huevo y por último el colorante de chocolate en pasta. No tengo aroma alimentario de chocolate, así que decido dejarlo así. Trabajo en la pasta hasta que queda perfecta, que no se sale del bowl aunque lo voltee totalmente. El color es un chocolate pastel.

Terminamos de hacer la pasta casi al mismo tiempo, así que busco las mangas pasteleras para empezar a formar los macaroons. Primero ponemos el papel mantequilla en las bandejas. Según la universidad, deberíamos usar plantillas guías para que el tamaño de todos salga igual —pero ni Marco ni yo tenemos paciencia para eso así que lo hacemos al ojo. Después de dejar caer la bandeja varias veces para que la masa quede bien distribuida y uniforme, verificamos que el tamaño está bien.

Luego es momentos de dejar las bandejas descansar por una hora, para que la masa se quede bien uniforme y no se vaya a volver un desastre a la hora de meterlas al horno.  Empiezo a meter todo lo que no vamos a volver a usar en el fregadero.

—¿Saco todos los materiales para el relleno? —pregunta Marco, aunque de todas formas empieza a hacerlo antes de que yo responda.
—Sí. Voy a buscar más mangas desechables —digo, lavándome las manos.
—¿No piensas fregar eso ahora?
—Cuando acabemos, no importa —hago un gesto con la mano y salgo de la cocina.

Escucho el suspiro de Marco y sonrío, al mismo tiempo que saco el celular para ver en qué está Cara. Solo me mandó un sticker riéndose por lo de Marco, así que guardo el celular luego de preguntarle qué tal todo. Entro al almacén y saco las mangas pasteleras, al menos diez, y así no hay que volver a salir al menos por unos días. Al volver a entrar a la cocina, Marco está fregando los materiales que tiré en el fregadero.

—¿No podías aguantarte? —me cruzo de brazos— Ahora hay que fregar dos veces.
—No puedo estar con tanto reguero —replica, sin mirarme—, me mata la creatividad.
—A ti todo de mata la creatividad —ruedo los ojos y coloco las mangas en la mesa.
—Discúlpame por querer ser ordenado-
—Disculpas no aceptadas.

Veo sus hombros tensarse y encogerse por un breve momento, antes de dejarlos caer. Termina de fregar, se lava las manos y se voltea hacia mí, con una mueca en el rostro.

—¿Vamos a estar así toda la mañana? —inquiere.
—Bueno…tu decidiste venir —me encojo de hombros—, tomaste tu decisión.
—Te estoy ayudando —entrecierra los ojos.
—Estás ayudando a tu abuela, no a mi —pongo los brazos en jarras—. Además, ni pretendas querer hacerlo, tenías como seis meses sin venir para acá mientras Cara estaba perdiendo su tiempo llamándote para ver cómo estabas.

La quijada de Marco se aprieta y se floja varias veces y abre los ojos a todo dar. Me quedo tranquila, esperando su reacción.

—Estaba ocupado con la tesis.
—Díselo a ella, no a mí —alzo ambos brazos al aire—. ¿Podemos empezar a hacer el relleno o no has terminado?

Me mira por un momento y se pasa la mano por el rostro. Cara realmente se pone triste cuando sus nietos no vienen, aunque sea cada dos meses. Sin importar que trate de ocultarlo. Que incluso me hizo enseñarle a hacer videollamadas para poder verles la cara.

—Es mejor hacer el relleno después de que metamos la pasta al horno —dice, desviando la mirada—, para que queden mejor. Podemos adelantar mezclas para brownies o algo así, queda como media hora.

Aprieto los labios y asiento. Me pongo en modo trabajo otra vez. Aunque me de rabia admitirlo, ha hecho más macaroons que yo en la universidad. Así que le hago caso. Mientras pasa el tiempo, preparamos masa para galletas de chispas de chocolate y las dejamos en el congelador para usarlas después. Luego de eso, entramos las bandejas con las pastas de los macaroons en el horno: las suyas de un naranja pastel y las mías de chocolate.

Para el relleno, mezclo la nata con el chocolate y lo muevo todo hasta que queda una masa uniforme, brillante y con vista apetitosa. Los macaroons duran solo unos 17 minutos en el horno, y los ponemos a enfriar en una bandeja de alambres para que se sequen por todos lados. Alrededor de media hora después, estoy concentrada colocando el relleno de los macaroons con la manga cuando Marco empieza a soltar quejidos.

—Marco, están bien así —aprieto los dientes, sin pararme a mirarlo.
—Pero siento que les falta algo, no se —de reojo, veo como se acaricia el mentón—. ¿Y si hago 10 más para probar?
—Si creyera que le faltan algo, ya te lo hubiera dicho —suelto un bufido.
—¿En serio crees que están bien?
—Te dije que si —suelto la manga, ya con todo terminado—. ¿Cuál es tu problema?
—Nada, es que se me ocurrió algo —pone las manos en su cadera—, quiero intentar mezclar otros ingredientes-
—Bueno esos serán para otra cosa —me pongo delante suyo, separándolo de la bandeja—. Este pedido era específico y ya solo falta meterlos en el empaque.
—No mates mi creatividad —suelta con tono cantarín y un puchero de labios.
—No mato nada, estoy siguiendo lo que nos pidieron. Puedes hacer lo que quieras para vender luego —lo agarro por los hombros y le empujo hacia detrás.
—Mi cerebro no funciona así —sonríe, agarrándome los brazos.
—Ese no es mi problema —sonrío de vuelta, sin mostrar los dientes.

Ninguno se suelta por un momento, hasta que lo amenazo con buscar el trapeador y no la escoba esta vez. Marco se encarga de dejar los macaroons en sus empaques y de escribir la dedicatoria en las etiquetas con bordes de flores y el logo de la repostería, mientras yo uso la computadora para anotar que el pedido está listo para ser recogido mañana. Le envío el mensaje a la clienta justo cuando suena la alarma de mi celular. Lo saco de mi bolsillo para apagarla. Hora de irme.

—Tengo que irme si quiero tomar el bus a tiempo —anuncio, mirando la hora—. Tu termina de recoger todo, ¿ok?
—No, recojamos los dos y es más rápido —dice, tecleando en su celular—. Le escribí a Paco que le dejaremos las cajas listas.
—¿Dejaremos? —alzo una ceja.
—Tengo que ir a la universidad —se encoge de hombros—, cosas de la graduación. Te doy un aventón.

Entrecierro los ojos, mirándolo teclear en el celular. Nunca se le dice que no a los aventones, más si me puedo ahorrar pagar el pasaje. Me doy cuenta de que bajó al pueblo solo para ayudarme con este trabajo, pero no digo nada —eso es culpa de Cara, no mía.

—Okay, pero yo pongo la música —asiento.
—Siempre de mandona.
—¿Qué dijiste?
—Nada, nada- ¡Eh, aleja esa espátula!
—¡Respóndeme!

Terminamos de recoger todo y nos turnamos en el baño para cambiarnos la ropa. Me saco toda la ropa y me visto con un romper de jean que me llega hasta la mitad del muslo y una camiseta negra. Marco alza las cejas cuando salgo al pasillo.

—¿Qué me miras? —alzo la barbilla.
—Iba a decir que pareces más joven, pero ya se fue el efecto —sonríe de lado.
—Idiota —murmuro.

Su sonrisa se ensancha al mismo tiempo que me cruza por el lado para meterse al baño. Mi celular empieza a sonar en ese momento, que no tardo en contestar.

—¿Ya saliste del chequeo? —pregunto inmediatamente.
—¿Y el saludo dónde está? —gruñe Cara, escucho personas hablando de fondo— Si, salgo en un momento. Te estoy llamando para que te vayas ya y no vayas a llegar tarde por estar trabajando-
—Ya terminamos —ruedo los ojos y camino hacia la estancia principal de la repostería—. Y gracias por no avisarme, otra vez, eh.
—Vamos, al final te ayudó a acabar más rápido —suelta su risotada de siempre—. Deja de quejarte tanto.
—No me estoy quejando —frunzo el ceño y me siento detrás del mostrador—. Como sea, ¿cómo vas a regresar?
—Elio viene a buscarme, no te preocupes —dice, serenando sus risas—. ¿Dónde está Marco?

Elio es otro de sus nietos. Él me cae mejor que Marco, solo porque lo veo menos.

—Se está cambiando, ¿también le dijiste que me llevara a la universidad? —me cruzo de brazos.
—Claro que no, ¿qué me crees?
—Una vieja traviesa.
—¡Irrespetuosa! —exclama, pero sigue riéndose— Ya, nos vemos más tarde. Que te vaya bien en clases.
—Gracias.

La puerta principal del local se abre y entra el otro empleado de la repostería: Paco Ricci. Es alto, de unos 40 años, con el cabello marrón oscuro casi siempre peinado hacia atrás y su bigote de unos días. Tiene trabajando con Cara desde antes de yo llegar al pueblo, como a los 8 años.

—Buongiorno —me saluda, sonriendo—, ¿no te tienes que ir a clases? Vas a perder el bus.
—Buenos días —le sonrío de vuelta—. Estoy esperando a Marco —ruedo los ojos.
—¿Qué hace él aquí? —suelta exasperado, pero con su lentitud característica, mientras cruza detrás del mostrador.

A diferencia de mí, Paco disfruta de fastidiarlos de vez en cuando. Principalmente en los veranos que se quedaban a ayudar, siempre estaba encima de ellos como un supervisor endemoniado. O mirando de lejos, esperando el mínimo error para sorprenderte y reprenderte al mismo tiempo.

—Me ayudó con el pedido de macaroons —señalo hacia la puerta que divide la cocina—. El pedido está listo, así que mañana se puede entregar sin problemas.
—Perfecto. ¿Y Cara?
—Salió del médico y Elio la va a buscar.

Mientras hablamos, Paco entra y sale por la puerta, tomando su delantal y dejando su bolso en los casilleros. Marco sale por fin del baño con un look totalmente diferente: de joggers pasó a jeans, camiseta azul claro y tenis.

—Hola Paco —saluda, con un gesto de la cabeza.
—Hola niño —Paco lo mira hacia abajo, que es más alto—. Ya no me acordaba de ti, buenos tiempos.
—Qué simpático.
—Siempre.
—Por muy divertido que me parezca esto, tengo clases, así que muévete, Marco —ordeno, recogiendo mi bolso y metiendo el celular en mi bolsillo—. Te veo mañana Paco.

Paco me sonríe y me da un beso en la mejilla, y luego hace una seña hacia Marco con los dedos de “te vigilo”. Vuelvo a darle otro vistazo a Marco de pies a cabeza.

—¿Por qué vas a la universidad cómo si fueras a una entrevista de trabajo? —ladeo la cabeza.

Marco me abre la puerta y me cubro los ojos automáticamente. Ya son alrededor de las 10:30 y el sol está en sus buenas, así que espero que no se haya parqueado demasiado lejos.

—Tenemos un evento de la graduación —se encoje de hombros.


En poco tiempo llegamos a donde estacionó su Nissan negro. Pasamos el camino hablando de su tesis y presentación de proyecto de restaurante, con la música de Lizzo y Megan Thee Stallion de fondo. Antes, cuando solo visitaba a su abuela en verano y en ocasiones especiales, socializaba con él lo necesario y ya está. Para eso vivía con mi mamá y tenía clases de artes marciales en las tardes.

Sin embargo, luego de entrar a la universidad y encontrármelo allí, sumándole las veces que venía a hacer turno en la repostería —es como cuando alguien se vuelve una constancia en tu vida en contra de tu voluntad.  

Al final, termino haciéndole preguntas de todo el proceso para beneficio propio. Según el pénsum, debemos escribir una tesis con mínimo 150 páginas y hacer una presentación de lo que sea escogido para nuestro proyecto (un restaurante, repostería, serie de postres de una cultura o historia,…). Marco se parquea en el estacionamiento más cercano a nuestra facultad, y cuando nos apeamos cada uno va para distintas partes del edificio.

—¿Quieres que te espere? —se detiene antes de irse al lado donde están los salones grandes.
—No, gracias.
—No sé cuánto voy a durar, así que no hay problema —se encoge de hombros.
—Tengo reunión con el asesor de tesis, yo tampoco sé cuánto dure —acomodo mi bolso en mi hombro.
—Oh, cierto, llegaste a la tesis demasiado rápido —me mira de reojo— ¿quién te tocó?
—Kleon —entrecierro los ojos, alejándome varios pasos—. No es mi culpa que te atrasaras para graduarte.
—Eres tú la que tomó demasiadas materias —hace una mueca y arruga la frente—, a veces me preocupas.

Me despido sacándole el dedo de en medio, y Marco hace un gesto de que lo atrapa y lo mete en su bolsillo trasero, guiñándome un ojo.

Las asesorías se dan en pequeños salones de reuniones que hay en la facultad de Gastronomía. Un salón en el segundo piso donde hay una mesa rectangular con una fuente de energía en el centro, desde donde conectamos la computadora para proyectar en una pantalla contra la pared del fondo.

Cuando entro al salón, solo hay uno de mis compañeros allí: Paul Kevelier. Esta recostado en la mesa, su cabello corto y rizado alborotado y ha dejado los lentes tirados en la mesa. Me dejo caer bruscamente a su lado. El estruendo provoca que se levante de un brinco, con los ojos desorientados.

—Aquí no se duerme —sonrío, sacando mi laptop del bolso.

Paul tarda un momento en reaccionar, soltando maldiciones. Se pasa los dedos por la cara, apretando en sus ojos.

—Eres una idiota pesada —me saca el dedo del medio—, ¿y si me da un paro cardiaco?
—Eres demasiado joven para eso.
—¿Aja? Dile eso a las demás víctimas jóvenes de infartos —replica, enfurruñado.
—Exagerado. Te traje brownies —saco un pequeño empaque de plástico transparente—, déjale uno a Jade.

El rostro de Paul se ilumina y sonríe, acentuando sus pómulos. Se coloca los lentes antes de mirarme.

—Perdonada —me arrebata la caja.

Conozco a Paul y a Jade desde la primera clase de la carrera. Ellos ya eran amigos desde el colegio, y luego me uní yo a la ecuación. Más bien me hicieron unir después de nuestra primera practica de cocina juntos. Tres años después y aquí estamos, tratando de graduarnos.

Paul empieza a comerse el brownie sin perder tiempo y saca su laptop, abriendo el archivo para proyectar en la televisión. Hoy debemos presentar el anteproyecto avanzado luego de haber sido aceptado en la facultad para tesis.

—¿Trajiste el impreso? —inquiero, mientras lo veo atragantarse.
—Shi, eshta en mi moschila —indica a su mochila rosa pálido.
—Ya la tengo. ¿Sabes dónde está Jade?

Paul se dedica a masticar antes de contestarme, y cuando abre la boca para responder, alguien abre la puerta del salón de forma brusca. Nos giramos para ver a Jade entrar con presura, su mochila casi cayéndose y el sudor bajándole por su piel oscura.

—¡Hola! No estoy tarde, ¿o sí? —exclama, deteniéndose para apoyar ambas manos en la mesa.

Mira por todo el salón y se da cuenta de que el asesor aún no ha llegado. Automáticamente, se deja caer en una de las sillas al otro lado de Paul.

—Ah, perfecto —se recuesta en la silla, provocando que rechine al reclinarse—. ¿Esos son brownies de Tasty? —estira el brazo hacia la caja.

—Sí —Paul aleja la caja de ella y le dedica una mueca—, pero primero sécate el sudor, gracias.
—¿Qué tal si me lo seco con tus manos, eh? —Jade sonríe, mostrando sus hoyuelos y se le acerca con gesto amenazador.
—Si me tocas, me como tu brownie —Paul se irgue en la silla, acomodándose los lentes—. No estoy jugando.
—No vuelvo a traerles nada si no se ponen serios —los interrumpo, dejando la laptop de lado—. Kleon está por llegar.
—No es mi culpa —empieza Jade.
—Claro que sí-
—¿Quieren que me coma yo el brownie para que se callen? —sonrío, recostándome de la silla.
—¡No! —gritan al mismo tiempo.

El asesor Kleon llega un tiempo después. Es un profesor con el que hemos tomado clase varias veces antes. Uno de los más estrictos de toda la carrera. Te dice las verdades en la cara y con su marcado acento de Europa del norte, todo suena más serio de lo que es.

Una vez llega, con su ropa siempre en tonos azules claros y tonos marrones, y un rostro demasiado serio para ser real, nos indica que le hablemos de nuestro proyecto. Básicamente queremos hacer un proyecto de repostería artesanal, donde se mezclen diferentes dulces típicos de nuestras familias y dándole un toque hogareño para un ambiente familiar canadiense inmigrante. Algo que tenemos en común entre todos nosotros es que nuestras familias son hijos de inmigrantes, así que sería como un pequeño espacio cultural dentro de la diáspora.


Salimos de la asesoría con un dolor de cabeza más. Marco teórico, marco histórico, marco contextual…no sé qué más. Nos falta tanta investigación cuando yo lo único que quiero hacer es ponerme a cocinar y ya está. Mientras avanzamos por el área frente a la facultad, voy anotando en mi celular todo lo que dijo el asesor antes de que se me olvide.

—¡Gabyyy! —chilla Jade, exaltándome.

Saliendo de uno de los salones audiovisuales hay un grupo de estudiantes. Muchos de ellos tienen cargadores de ropa en mano, y me doy cuenta de que es la repartición de togas y birretes para la próxima graduación. Si todo sale bien, en un año puedo estar ahí.

Gabriel se acerca a nosotros con su sonrisa torcida. Es uno de los graduandos, de la misma promoción que Marco. Doy un vistazo rápido a ver si lo encuentro y lo ubico a lo lejos, hablando con su grupo.

—Holaaa, ¿cómo están?
—Queriendo ser tú —Paul pone los brazos en jarras—, ¿era una reunión de graduandos?
—Si, nos dieron las invitaciones también. Miren que fabuloso me veo —se coloca el birrete negro y saca el cuello de su abrigo como si fuera la toga—. Llámenme, licenciado Gabriel de ahora en adelante —sacude su largo cabello rizado de un lado a otro.
—Licenciado payaso te queda mejor —Jade le da un golpe con su cadera.
—Mueres de envidia —Gaby le saca la lengua.
—Secundo ese nombre, Jade.

Marco se acerca al grupo, haciéndome rechinar los dientes y cruzarme de brazos. El día en que no tenga que volver más no llega lo suficientemente rápido para mi gusto.

—Ey, felicidades, Gaby me dijo que sacaron A en su presentación. —dice Jade, dándole un codazo amistoso.

Alzo ambas cejas. Cara me había dicho que le fue bien, pero no que habría obtenido una A. Marco le sonríe y le pasa un brazo por los hombros.

—Pues no es de esperar menos —le guiña un ojo y yo ruedo los ojos—. ¿Sorprendida? —inquiere, mirándome.
—Le doy los créditos a Gaby —lo señalo con el pulgar y sonrío cuando la de Marco se borra—. Ya me tengo que ir, seguimos hablando de la tesis por whatsapp, ¿ok?
—Yo también me largo, Johnnie me espera para comer — dice Paul.

Me despido con un abrazo de mis amigues y agito el brazo para los otros dos. Estoy casi llegando a la salida peatonal cuando Marco me alcanza, maniobrando con sus pertenencias en un brazo para que no se caigan.

—¡Espera! ¿Quieres que te lleve a la estación? —me alcanza y empieza a caminar a mi lado.
—No, voy donde mi mama ahora. Me voy más tarde —lo miro de reojo—, pero gracias.
—Ah, también te puedo dejar ahí —con su mano libre, mueve las llaves de su auto entre sus dedos.

Frunzo el ceño, un poco perdida.

—¿Tienes gasolina de gratis o algo así? —miro de sus llaves a su cara.

Marco se detiene abruptamente por un segundo y luego sigue caminando; y entrecierra los ojos.

—¿Qué? —tuerce los labios— Solo estoy siendo amigable.
—No es normal que hagas eso—sacudo la cabeza—. Eres raro.
—No, tú lo eres.
—Dime qué quieres, Marco —lo fulmino con la mirada.
—¡Nada!

Detengo mi caminata de forma abrupta, me giro hacia él y me cruzo de brazos. No le quito la mirada de encima hasta que se decida a empezar a hablar. Su manzana de adán se mueve varias veces y desvía la mirada un momento. Mi zapato choca con el piso varias veces, mientras espero.

—Bueno... —se lleva la mano libre al cuello—, lo que pasa es que...
—Habla.
—Déjalo. No es nada —suspira con pesadez—. Solo hazme el favor de entregarle estas invitaciones a mi abuela, ¿puedes?

Miro las invitaciones, con papel grueso y textura rugosa, el logo de la universidad y palabras en azul marino y dorado. Las acepto y las meto entre las hojas de mi cuaderno para que no se arruguen.

—Gracias.
—De nada —hago amago de girarme, pero vuelvo a estar frente a él— ¿Eso era todo?

Tarda un momento en responder, pero al final asiente. Su manzana de adán se mueve y las llaves tintinean en su mano. Es un mentiroso, pero allá él.

—Bien. Adiós.
—Pero si te puedo llevar —me interrumpe, agarrándome del brazo.
—Quiero caminar. Sola.
—Ya —rueda los ojos y sonríe—. Te veo el viernes entonces.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Creo que voy a bajar a ayudar en Tasty —su sonrisa se ensancha al mismo tiempo que mí mueca crece.
—Ugh.
—Bye —me da un jalón— ¡Salúdame a Maggie!

Me da un beso rápido en la mejilla y se gira antes de que pueda darle un puntapié. Escucho sus risas alejándose. Suelto un chasquido y me giro, siguiendo con mi camino original por fin.


Abro la puerta de la casa de mi madre y lo primero que veo es a su perro bichón saltar corriendo hasta mis pies, al mismo tiempo que me saco los zapatos. Me quedo quieta por un momento mientras Tullip se mueve de un lado a otro, su pelaje blanco dándole un look como si fuera una bola de nieve rebotando en el piso. A pesar de que a penas lo saludo, Tullip siempre se me tira encima como si verme fuera un premio.

—¿Flora...?

Mi mama sale de la cocina con un delantal de flores puesto. Tiene las rastas castañas envueltas en un moño en la cabeza, amarradas con un paño amarillo con flores y ornamentos. Se limpia las manos antes de venir a darme un abrazo y un beso.

—Traje galletas de la repostería —alzo la funda en mi brazo—, las voy a poner en la nevera.
—Gracias —sonríe de oreja a oreja, marcando sus hoyuelos—. La comida está casi lista, le faltan como 15 minutos.

Me doy cuenta de que tiene maquillaje puesto, así que asumo que ha llegado de trabajar en el hospital. Mama trabaja como enfermera en el hospital de Toronto, a donde la transfirieron hace varios años cuando vivíamos en Galena. Su transferencia coincidió con su esporádico matrimonio con su ultimo novio —un ingeniero que le presentó una de sus amigas. Sin embargo, un año después se divorciaron. Según sus palabras, ya estaba demasiado vieja para desperdiciar su vida con cualquier chusma de hombre que quiera controlarla.

Le ayudo a poner la mesa y nos sentamos a comer arroz con maíz y carne de pescado, más una ensalada de brócoli. Me pregunta sobre la tesis, el trabajo y ella me habla sobre el trabajo y que transfirieron a un nuevo enfermero a su unidad médica.

Mientras conversamos, me fijo que sus ojeras han mejorado, pero siguen presentes. Mama siempre trabajó de madrugada, porque en el día tenía que ocuparse de mí estando en el colegio y comiendo bien. Por eso muchas tardes me las pasé donde Cara, haciendo mi tarea en una esquina de la repostería.

Estoy fregando cuando me pregunta por Cara, y me recuerdo de Marco.

—Cara está bien, terca como siempre —contesto sin voltearme, atenta a mis platos—. Por cierto, Marco te manda saludos.
—¡Ay! Me le mandas saludos —de reojo veo como sonríe con energía— ¿Cómo está? Tiene demasiado tiempo sin ir a visitar a su abuela, creo que hace meses no lo mencionabas —niega con la cabeza—. Eso no es bueno, ¿cómo va a dejarla así cuando sabe que Cara está sola?
—No está sola —digo, más brusco de lo que pretendo. Yo estoy con ella.
—Tú sabes a lo que me refiero —sacude la mano en el aire—. ¿Quieres café?
—Yo lo hago cuando acabe de esto.
—Te iba a mandar de todos modos.

Su sonrisa burlona me hace sonreír y salpicarle agua con espuma. Continuamos hablando de todo y nada y comemos el postre mientras tomamos café. La única regla de que ella me haya dejado quedarme viviendo en Galena años atrás fue prometer venir a comer con ella semanal o varias veces a la semana —siempre y cuando ninguna estuviera muriéndose por el trabajo. A veces me quedaba a dormir algunos fines de semana.

Al principio era más difícil, porque no me quería meter en medio de ella y su nueva pareja —aunque siempre me decía que eso no es posible, que voy primero. Con el tiempo se volvió más tranquilo al ambiente, y ahora tengo la confianza de que, si vuelve a salir con alguien, no voy a estar tan incomoda por dentro. Creo.

Varias veces ha intentado decirme que me vuelva a mudar con ella. Pero de solo pensar en dejar Galena y la repostería…

—¿Vas a venir este fin de semana? —pregunta cuando estoy recogiendo para irme.
—Eso creo, depende de cuanto trabajo tenga. Pero este o el otro —asiento con energía.
—De acuerdo. Pues vete, no quiero que andes sola de noche.
—Te quiero —le doy un corto abrazo y un beso en la mejilla.
—Y yo a ti mi niña.

Le sonrío de oreja a oreja y ella me devuelve su sonrisa, mientras carga a Tullip para que no salga corriendo cuando abro la puerta. Esta oscureciendo cuando llego a la parada de autobús y arranca el camino hacia Galena, y pongo Brooklyn 99 en mi celular para no dormirme en el camino.


El miércoles no tengo clases, así que puedo durar todo el día en la repostería. Esta vez no llego tan temprano como ayer, porque Cara se toma su tiempo tomando té y desayunando antes de que nos podamos ir. Paco ya está limpiando mesas cuando cruzamos por la puerta.

—Hola, Paco —saludo, manteniendo la puerta abierta para que Cara pase.
—Buongiorno bellezze —sonríe desde la mesa de la esquina—, ¿cómo estuvo el médico, Cara?

Cara empieza a soltar bufidos y quejidos de que no deberían hacerla ir al Hospital a su edad. La ignoro y cruzo por detrás del mostrador para dejar mis cosas y ponerme el delantal de uniforme.

—No sé quién es peor, tú o esa niña, que se creen…

El resto de sus palabras se ahoga cuando cierro la puerta. Como siempre, entro mis pertenencias, exceptuando mi celular, en el casillero y me coloco el delantal con rapidez. Entro a la cocina y vuelvo a escuchar a Cara, que se ve desde la apertura de barra interna que conecta la cocina con el mostrador principal.

—Aquí la del problema eres tú, que tienes que ir a chequearte siempre y lo sabes —Paco coloca una mano en su hombro y la ayuda a caminar hasta el mostrador—. El teléfono de la oficina estuvo sonando, creo que era la abogada.
—Si, quedó de llamarme, pero le dije que era después de las 10.

Paco cruza al mostrador y empieza a revisar todo lo que tenemos en el recibidor y si hay que agregar más postres. La rutina es que sacamos todo lo que tiene que venderse más rápido primero para que no se dañe o tener que botarlo, mientras nos encargamos de hacer el inventario y cocinar el resto de los postres.

En ocasiones, hay épocas en las que todo se acaba más rápido y tengo que cocinar a la velocidad de la luz para cuando vengan más personas. Y en esos momentos, forzar a Cara para cocinar en grandes cantidades a mucha rapidez no es lo mejor para ella ni para nadie. Supongo que por eso quiere contratar a alguien a tiempo completo —ya que ahora mismo vengo irregularmente por la universidad.

Podría soportar trabajar con alguien —si lo pone de mi asistente, o algo así.

—¿Qué tenemos para hoy? —inquiero desde mi acogedora cocina, mientras me lavo las manos.
—Se nos acabaron los brownies y las galletas de chispas de chocolate —Paco coloca una libreta con las especificaciones en la barra—, lo idea es hacer esto hoy y si terminas a tiempo, empezar con los rollos de canela.
—¿Cuántos tengo que hacer? —me seco las manos con una toalla— Hoy soy toda tuya hasta las seis.
—Cincuenta o sesenta —Paco se lleva una mano al mentón—, así no tenemos riesgos de que se dañen si son más.

Otra cosa es esa: hay que tener en cuenta que, si cocinamos mucha cantidad de algo, se pueden dañar y es desperdicio para todos. Paco es el experto en saber qué cosa se vende más según la época —conoce demasiado a los clientes de Galena.

—Entendido —hago un saludo militar—. ¿Hay más pedidos? —con un gesto de la cabeza, señalo la caja de macaroons que debe entregarse hoy.
—No, solo enfócate en eso —da un vistazo por arriba de mi cabeza—. Y si Cara te dice que la dejes ayudar, solo ponla a vigilar el horno y ya está. Capisci?
—Si, señor.
—¡Pues a moverlo!

Pongo música movida de fondo, una clase de jazz sin letra que Paco y Cara aguantan —siempre critican mi selección fabulosa de rap. Empiezo a sacar todo lo necesario para empezar con los brownies, que son los que puedo hacer más rápido porque no necesito tanta precisión como para con las galletas.

Me dejo sumir en la rutina. Saco el chocolate fondant, los huevos, la harina, el azúcar, la mantequilla y las nueces. Como toque final, también les ponemos un poco de café soluble descafeinado. Preparo la masa de chocolate fundiendo la mantequilla junto con el fondant, añado la cucharada de café y empiezo a mezclar todo hasta que estoy satisfecha con la textura.

Dejo eso de lado para, en un bowl aparte, separar las yemas de las claras del huevo en uno cada parte. Le agrego el azúcar y la mezclo con las yemas. Al final, ligo el bowl del chocolate junto con el del huevo y el azúcar. En un momento, me detengo para estirar los brazos y el cuello. Este trabajo muchas veces es más consistencia en la fuerza que otra cosa.

Las nueces se agregan junto con la harina, para finalmente añadirle las claras. Al final, se mezcla todo con cuidado de no hacerlo ni muy aguado ni muy espeso. Tarareo la música mientras hago esto, disfrutando de que soy la única en la cocina porque Cara se ha mantenido en su oficina y Paco acomodando el negocio.

El día se me pasa en eso: una serie de pasos ordenados. Pero no es como si fuera aburrido, siguiendo reglas y órdenes. Me embobo con la textura del brownie al momento de meterlo al horno precalentado y cuando termino los primero 25, me como un poco del fondant que me ha sobrado de esa mezcla. Dejo el horno tranquilo y empiezo con la mezcla de los demás.

A veces me quedo tan ensimismada cocinando que no me doy cuenta de lo que pasa alrededor. Incluso se me olvida la música. Solo somos yo, el sonido de la batidora o de la cuchara de madera chocando con el bowl, y los olores que desprende la comida: desde el azúcar hasta la harina y los huevos.

Por eso no me doy cuenta de que es hora de comer hasta que Cara me grita en el oído.

—Ya sé que te gusta cocinar, pero un poco de atención, eh —me sermonea, señalándome con el dedo—. Tengo rato llamándote.
—Perdón —suspiro sin muchas ganas—. ¿Qué quieres que vaya a comprar?

Ya he acabado con los brownies y estaba recogiendo todo: es decir, tirando todo lo que no voy a usar en el fregadero, para sacar más envases para las galletas.

—Nada, ya Paco salió a comprar —Cara sonríe lentamente y se cruza de brazos—. Te toca atender hasta que vuelva.
—Ah, claro- ¡¿qué?!
—Ya me oíste —ladea la cabeza, indicando hacia el mostrador—, muévete.
—¡Pero…!

Cara se voltea, ignorándome. Me quedo boquiabierta hasta que escucho la puerta de su oficina cerrarse. Ugh.

Me lavo las manos y la cara, y salgo de la cocina con los puños apretados. Empiezo a pedirle al universo que no mande clientes hasta que Paco vuelva. O que, si lo hace, que sean personas que pidan lo que quieren y se larguen.

Paco tiene un don nato para atender, aunque tenga una mala actitud a veces —él lo sabe controlar. Cara es la diosa del servicio al cliente, te hace sentir cómo en casa aunque odies a todo el mundo (lo viví). Bueno, igualmente tienen muchísimos años de experiencia. Saber leer la atmósfera, sonreír y lograr que el cliente se vaya feliz mientras al mismo tiempo haga una buena compra. Aunque el mismo cliente muchas veces sea detestable y tenga una actitud de imbécil, indeciso o cualquier derivado de esas.

Yo…no tengo nada de paciencia para esas cosas. La primera vez que Paco me puso a atender mesas con él, le dije a un grupo de tipos que se fueran a lavar la boca antes de venir otra vez al negocio. Él y Cara me sermonearon hasta más no poder y después de ahí no volví a quedarme sola con un cliente. Hasta hace unos años, cuando me obligan a hacer turno detrás de la caja ocasionalmente. “Tengo que aprender”, dicen. Pues no quiero. Mi meta es no salir de la cocina nunca.



Llegamos a la casa y luego de subir las escaleras, saludo a Na Eun que va de camino a su habitación. Han llegado nuevas inquilinas, pero a penas me ha dado tiempo a hacer algunos postres para recibirlas. Me meto a la habitación y encuentro a Reaven bajo las sábanas. Esta semana ha estado algo desanimada y las veces que la veo parece no tener puesto fijo. Me dan ganas de preguntarle si es por el novio que apareció de la nada, pero tampoco quiero meter la pata.

Así que, en vez de eso, después de que me baño, la obligo a bajar conmigo para hacernos cena. Tai entra de la terraza y se nos une al rato. Me fijo en que hay tres chicas allí: Enolah y dos de las chicas nuevas, Andrómeda y Hana. No sé en dónde andarán las demás.

—¿Hicieron algo productivo hoy? —inquiero, mientras saco el empaque de pancakes del estante.
—No sé para qué preguntas —Taianna se mira las uñas con gesto indiferente. Le dedico una mirada fulminante.
—Trabajé algo en el jardín —Reaven se encoge de hombros.
—¿Y eso cómo va?

Reaven nos habla un poco de su jardín y sobre que estuvo leyendo sobre la teoría de que las flores tienen personalidad, pero cambia el tema rápido a otra cosa. Le preguntamos por los estudios en vez de, pero en ese momento suena su celular y vemos como ella tuerce los labios y voltea la pantalla, ignorándolo totalmente.

—¿Es un indeseable? —pregunta Taianna, mientras baja los platos para comer.
—Es mi padre. Y sí, es un indeseable —masculla Reaven, frunciendo el ceño. — ¿Por qué haces pancakes de noche?
—No hay hora para los pancakes —la señalo con la espátula—, no digas idioteces así en mi presencia.
—Discúlpeme, todapoderosa Flora —ella rueda los ojos.
—Te acepto las disculpas si te comes tres.
—¿Estás loca? Eso es demasiado, solo quiero uno —se cruza de brazos—, además, no me gustan tanto, son dulces.
—Esto es baba tras baba, ¿qué clase de gustos tienes?
—Bueno, el novio está bueno, así que… —Taianna sonríe de lado y se encoge de hombros—, tan malo no es.

Reaven suelta una risotada por primera vez en toda la conversación y yo la juzgo con la mirada. No puedo creer que compare a una persona con mis preciados pancakes.

El jueves por la tarde, Cara me aborda cuando estamos regresando de la repostería. Se queda de pie en los escalones de la puerta principal, mirándome seriamente.

—Flora, tengo un favor que pedirte.
—¿Que necesitas? —me pongo derecha de inmediato, soltando el celular.
—Que me acompañes a un lugar.
—Claro —asiento repetidas veces—. A donde sea.
—Bien, ya dijiste que si —se frota las manos y un indicio de sonrisa aparece en su rostro—. Es la graduación de Marco y luego el almuerzo familiar. Es este domingo, y la vestimenta es de-

Me quedo de piedra. ¿Qué acaba de decir? Doy varios pasos hacia atrás, subiendo los brazos y sacudiendo la cabeza. Hasta me río, porque tiene que ser un chiste. Uno muy malo.

—Espera, espera, espera, ¿la graduación de marco? — me rasco la cabeza— ¿De Marco? ¿y por qué tengo que ir?
—serás mi acompañante —dice, con un tono como si todo fuera obvio—. No quiero irme sola en taxi hasta Toronto y volver sola.
—Pero...¿la graduación de Marco? —me apoyo con una de las columnas de la entrada, parezco un radio roto— ¿por qué no le dices a Elio?
—Porque estoy tratando de que escarmiente y dándole comida gratis no es la forma-
—¿Habrá comida gratis? —suelto la columna, olvidándome momentáneamente de lo demás.
—Si, cenaremos en LUCIA’s. Siempre quisiste ir a probar esa comida, ¿verdad?

Miro a Cara con la boca abierta. Ella no disimula para nada su sonrisa de oreja a oreja. ¡Vieja picara! LUCIA’s es uno de los restaurantes de más alto rango en todo Toronto. Su comida es tan exclusiva que reservar es muy tedioso y ni hablar de los precios. Celebridades y políticos son el público común de allí. De solo con ver todas sus fotos y videos en Instagram, se me hace agua la boca. Hasta tienen un piano de cola.

—Eres demasiado buena en este juego —suspiro, mirando hacia el cielo oscureciéndose.
—No es un juego, muchacha —suelta una carcajada—. Entonces nos vamos a las 8:00 am. La ceremonia es a las 9:30 pero quiero buenos asientos.
—Ugh, está bien —me lleno las manos a la cara—. Pero me debes.
—Pide todo lo que quieras ese día, es mi devuelta —se da la vuelta para por fin entrar en la residencia—. Aunque es mi nieto quien va a pagar, claro está —vuelve a reírse.

Dejo los zapatos en el armario y avanzando en medias. Cara se mete a su casa y yo sigo de largo por las escaleras, hasta la mía. Intento no pisar el suelo con demasiada fuerza, pero creo que no lo hago muy bien. La graduación de Marco, como si no fuera suficiente tener que lidiar con él en la repostería ahora que terminó la carrera. Espero que se consiga un trabajo en el otro lado el mundo.

Pienso en LUCIA’s vs aguantar toda una ceremonia de graduación junto con la familia de Marco. Entro a la casa y escucho a algunas de las chicas en la terraza, pero sigo de largo hasta mi habitación, necesitando una muy merecida ducha. Abro la puerta y allí están mis compañeras, mirando una película tiradas en el suelo. No les doy más de un vistazo y tiro mi bolso en la cama con tanta fuerza que rebota y se cae en el suelo.

Lo dejo tirado y voy al armario a buscar mi toalla y cambio de ropa. Tal vez debería ir al gimnasio y dar algunos cuantos golpes…pero si voy a madrugar el domingo, tendré que avanzar la tarea en estos días que quedan antes.

—…¡ora! ¡Flora!

Caigo en cuenta de que me están llamando y salgo del armario. Tai me observa tirada en el suelo, con los brazos detrás de la cabeza y Reaven se abraza las rodillas. Esta última ha estado más callada de lo normal toda la semana. Le pregunté si estaba teniendo problema con sus clases, pero me dijo que no. Luego me callé para no ser metiche —por ahora.

—¿Qué? —mascullo, acordándome de que me estaban llamando.
—¿A quién hay que matar? —inquiere Taianna y con la cabeza indica a mi bolso.
—Marco —siseo.

Vuelvo a meterme al closet para buscar mi ropa interior.

—¿Qué le hiciste a Marco? —cuestiona Tai— porque es un amor.
—Um, ¿Quién es Marco? —ahora es Reaven.
—Una cucaracha —mascullo, al mismo tiempo que Tai le explica que es uno de los nietos de Cara—. Y yo no le hice nada. Pero siempre está metiéndose en todos lados. No termina de desaparecer-
—¿Por qué hay que matarlo? —Tai le pone pausa a Netflix y voltea a mirarme— Dependiendo de tu respuesta, decido si te ayudo o no.
—Cara me pidió que la acompañe a la graduación el domingo.
—¿Y por qué no le dices que busque a otra persona?
—Intenta decirle que no a Cara y luego me cuentas —me cuelgo la toalla en el hombro y pauso en la puerta de la habitación—…además, hay comida gratis.
—Entonces no hay que matar a Marco, ¿o sí?
—¿Te divierte llevarme la contraria? —la miro con los labios fruncidos.
—Deberías saber a estas alturas —me dedica una de sus sonrisas perezosas.

Ruedo los ojos y termino de salir de la habitación. Me meto al baño y duro como cuarenta minutos, con la música a todo volumen y soltando el estrés mojándome la cabeza. Se supone que el domingo lo uso para adelantar investigaciones de la tesis que no me da tiempo a hacer en la semana; pero ahora con esto, tendré que hacerlo en estos días. No quiero que nada se atrase y darle alguna excusa a nuestro asesor para que nos tumbe el chance de graduarnos en un año.

Me quejo de eso cuando estoy preparándome un sándwich para cenar. Le hago uno a Taianna sin queso, mientras pico el jamón imaginándome que es muy parecido a tal nieto de una persona. Ella se ha mantenido sentada en la isla, mirando hacia todos lados y a ninguno —ya estoy acostumbrada. Como llegué tan tarde, casi todas las chicas con las que comparto vivienda han cenado y están repartidas por sus habitaciones, la sala y la terraza.

—No entiendo por qué tiene que ser tan impertinente y-
—Ah, ya sé a quién me recuerdas —me interrumpe la voz suave de Taianna—. Rick cuando se está quejando, entra en un círculo vicioso y —me estudia el rostro, poniéndose una mano en el mentón—…bueno, te falta eructar y la baba, pero esos son detalles menores.

La miro entre boquiabierta y asqueada. Casi se me quema el jamón en la parrilla.

—¿De qué coño hablas? —mascullo, más confundida que otra cosa— ¿Estabas pensando en una serie?
—Pienso muchas cosas —alza ambas cejas.

Suelto maldiciones por lo bajo y continúo con mis sándwiches. Aplasto todo con una cuchara de madera para que queden bien tostados.

—¿Al final es tan malo? —inquiere después de un momento— Marco es bueno cocinando y también tendrás comida gratis el domingo…
—¿Acaso no escuchaste nada de lo que dije? —volteo a mirarla al mismo tiempo que apago la estufa— ¿De qué lado estás?
—Francamente: del de Marco —se encoge de hombros y aprieto los dientes—. Además, no fue él quién te invitó, fue Cara.
—¡Eso es lo peor!

Le paso su sándwich y comemos en silencio. Al final, me quejo solo por quejarme, porque no voy a dejar de trabajar ni voy a dejar de acompañar a Cara. Supongo que es la molestia de siempre: el hecho de que Marco sea una constante en mi vida que no voy a poder evitar, aunque quiera.

Antes no era tan malo. Aguantar a Marco. Supongo que debería haberme acostumbrado a él. Tan pronto como ese pensamiento cruza en mi cabeza, mi cerebro me estampa otra memoria con la fuerza de un martillazo. Una voz aguda e inmadura acompañada de una sonrisa simpática y una risita melodiosa al final:

“Cara no es tu familia, es la mía, así que deja de hacerte la que estás en tu casa que ella solo te tiene pena.”

Sacudo la cabeza y le doy un mordisco más fuerte de lo necesario a mi sándwich. No necesito recordar nada de eso en este momento.


El viernes decidimos hacer noche de películas entre todas. Sale la propuesta por el grupo de WhatsApp, la verdad no recuerdo de parte de quién. Es mejor para conocer algo de las nuevas inquilinas.  Acordamos hacer palomitas entre todas y pedir pollo frito con papas —porque que viva la fritura.

Una vez llego a la casa, escucho a varias de las chicas entre la sala y la cocina. Decido pasar a saludar antes de meterme al baño y sacarme toda la harina del cuerpo. Na Eun y Adrómeda están preparando la mesa de la sala para comer desde allí mientras miramos la tele, Yeon Sun está con Josephine metiendo parte de las palomitas en el microondas.

Sonrío y alzo el brazo, enseñando lo que traigo.

—¡Tengo brownies y cupcakes de cookies and cream y red velvet! —anuncio, poniendo todo en la pequeña mesa—. El paquete verde son los que no tienen lactosa para Taianna, el resto pueden repartírselos como quieran.

Desde que hablo, el resto de las chicas va saliendo de sus habitaciones. Excepto Reaven, que supongo que estará en la habitación o en el jardín. Creo que falta una chica por llegar a la residencia, porque Cara mencionó a tres, ¿o fueron cuatro?

—¡Dulces! —exclama Hana, avanzando por el pasillo— ¿Acaso escuché dulces?
—Yo quiero dos cupcakes —Adrómeda rodea la isla para acercarse.
—No se olviden de mí —interviene Enolah, saliendo de uno de los baños.
—Creo que da a dos para cada una, y una galleta —me llevo una mano al mentón—. El requisito es que me digan a qué saben las galletas, necesito opiniones gráficas.
—Puedes traer todo lo que quieras aquí —Josephine sonríe de lado.
—Eso, no te vamos a desperdiciar nada —Yeon Sun suelta una risotada.
—Ya, ya, solo coman —ruedo los ojos.

Más tarde estamos todas sentadas y tragando felices. Le meto dos piezas de pollo a Reaven aunque me mira mal y me tira otra al plato. Empezamos con 6 underground y luego con Mad Max Fury Road. Me la paso entretenida babeando con Ryan Reynolds, Corey Hawkins y Ben Hardy; y luego con Charlize Theron, Tom Hardy y Zoe Kravitz. ¿Qué les dan a las celebridades que todos son tan hermosos?

—Reaven, come de esto —digo, pasándole uno de los cupcakes, cuando hacemos una pausa para hacer más palomitas.
—Realmente no me gusta ese sabor-
—Mejor, necesito saber si puedo convencer a alguien que no le guste que es bueno —la interrumpo, casi ensuciándola con el suspiro.
—No creo que sea posible —entrecierra los ojos.
—Nada es imposible si trabajas lo suficiente —frunzo el ceño.
—…Tu esfuerzo me casa hasta mí —suspira, rodando los ojos.
—Cómetelo —prácticamente se lo meto en la boca.
—Aigh, estúpida, me vas a ahogar —me agarra de la muñeca para alejarme, pero yo forcejeo devuelta.
—Está bien, se dar primeros auxilios —sonrío sin mostrar los dientes.
—Ese no es el problema. ¿Estás loca?
—Se le fueron varias neuronas de tanto trabajar —apunta Taianna, cruzando por detrás de nosotras con un bowl de palomitas— Deja de intentar ahogarla que caes presa.


Intento descansar el sábado. Intentar siendo palabra clave. Pero los cupcakes de velvet no quedaron tan buenos como los de cookies & cream, así que antes de las 8 estoy tirada en la cocina en todo mi esplendor. Esta vez planeo solo hacer 10, así que no tardaré tanto.

“Saben cómo un cupcake normal, pero con colorante rojo”. Esa no es la reacción que quiero.

Los brazos me duelen un poco, porque esta semana estuve haciendo dos pedidos más antes del viernes. Estoy empezando a hacer la mezcla de leche con el zumo de limón cuando Na Eun entra desde la terraza, donde se la pasa pintando en las mañanas. No es como si dejara que viéramos qué pinta —es como si tuviera un sexto sentido para saber cuándo alguien se está acercando o no.

Me saluda y se prepara un café. Estoy ajustando la temperatura del horno para empezar a precalentar cuando decido preguntarle.

—Oye, ¿qué tengo que hacer para que me enseñes una de tus pinturas? —le doy un vistazo.

Na Eun se queda en silencio. Le da un último sorbo a su café y se pone de pie, con una pequeña sonrisa en el rostro.

—Ya me voy a correr.
—¿Qué? ¡Respóndeme! —me quedo boquiabierta mientras ella se sigue alejando hacia el pasillo.
—¡Suerte con tus postres!

Termina de voltearse y se va a toda prisa. Suelto un bufido y escucho su risa a lo lejos. Algún día.

Continúo haciendo los cupcakes y siento como el estrés se me va del cuerpo como si estuviera horneando mis preocupaciones. Podría hasta aprovechar para ver qué tan lindo queda la toga y el birrete con qué zapatos y así ponerme a pensar en qué ropa fabulosa me pondría para mi graduación a futuro. Además, estaré con Cara, que siempre es entretenida cuando estamos en lugares donde hay mucha gente y no se debe hablar.

Me pasa el tiempo volando y no al mismo tiempo, encerrada en mi burbuja entre la cocina, los alimentos y yo. Hasta que las demás chicas van llegando a desayunar, momento en que estoy organizando los cupcakes para meterlos en la nevera y que se conserven bien.  


El domingo madrugo otra vez, para tomarme mi tiempo lavándome la cabeza para hacerme los finger waves y maquillarme. Al final descarto usar vestido y me pongo un conjunto amarillo pastel de pantalones de talle alto de tela, una blusa blanca y un blazer del mismo color que los pantalones. Lo que me queda es bajar a maquillar a Cara, que tiene ajustado un traje de vestir de blazer y falda color esmeralda. La ceremonia empieza a las 10:30 así que debemos estar allí, aunque sea a las 9 para tomar buenos asientos.

—Trata de no pisotear el suelo como un hipopótamo, que Elio está durmiendo —me indica Cara cuando me abre la puerta.
—Para estar buscando que escarmiente, estás dejándolo dormir muy bien.
—Hoy es domingo, nadie debería hacer nada —refunfuña, caminando por delante de mí.
—¿Entonces no vamos a la graduación?
—Ja, muy chistosa.

La maquillo en más o menos media hora, con algo leve, pero “que resalte lo bella que ya soy”, citando sus palabras. Nos montamos en el uber con camino al teatro donde se realizará la ceremonia con una hora de anticipación.

La ceremonia pasa de lo más aburrido. Entre como cinco discursos de todas las cabezas, el himno nacional y el himno de la universidad y el desfile, no sé cuántas canciones he tarareado en mi cabeza. Solo presto atención al discurso de la cabeza de nuestro decanato, y cuando empiezan finalmente a entregar los títulos.

La familia de Marco se mantiene extrañamente estables, sonriendo y aplaudiendo, con excepción de su hermana que está chillando como loca junto a Cara. Según lo que me contaron, sus dos hermanos mayores no pudieron venir. Tengo mucho tiempo que no los veo, desde hace algunas navidades, pero recuerdo que son más irritantes que Marco —aunque ninguno se mete en la cocina así que por eso me agradan.

Cara me hace tomarle cientos de fotos y grabar todo el momento desde que se levanta del asiento y le entregan el título en el escenario. Mientras avanza para bajarse a su asiento, logra mirar hasta dónde estamos y sonríe tan encantadoramente que hasta yo pauso un momento mi hilo de pensamientos.

El resto de la velada vuelve a pasar como una película. Cara nos entretiene a Alda, la hermana menor de Marco y a mí, apuntando a otros señores mayores y criticando todo de forma cómica. A veces los señores Montelo le piden que haga silencio, a lo que ella contesta: “Ni si quiera en la misa me mandan a callar, no me molesten.”

Cuando es por fin momento del ultimo desfile de despedida, aplaudo con más energía mientras todos los recién graduados salen. Y finalmente, podemos levantarnos y salir para irnos a lo más importante del día: a comer.


Encontramos a Marco tomándose fotos con Gaby y su familia, frente a uno de los posters gigantes de la universidad. Diviso a la hermana menor de Gaby, a la que le falta un año más o menos para entrar a la universidad. Se toma fotos colgada de los brazos de ambos.

—¡Yo también quiero fotos! —exclama Cara, cuando hemos llegado hasta donde están.

Quienes asumo son los padres de Gaby se saludan con los padres de Marco, empezando a hablar de no sé qué cosa (ojalá vayan a comer con nosotros y tendría alguien más con quien hablar).

—¡Flora!

Antes de poder evitarlo, Gaby se me tira encima. Le doy varias palmadas en la espalda y sonrío, dándole chance solo por la ocasión.

—Felicidades —cruzo mirada con Marco, que viene detrás suyo—, a ambos.
—Lo único más sorprendente que me estés felicitando es que estés aquí, ¿cómo paso eso?  —se aleja un poco, pero me sigue agarrando de los hombros.
—Estoy acompañando a Cara —indico con la cabeza hacia la señora.
—Ah, -
—¡Basta de charla! Ven a tirarme fotos con mi nieto recién graduado, después hablas todo lo que quieras.

Cara agarra a Marco y se lo lleva más hacia atrás, donde lo abraza y le reparte besos por toda la cara. Suelto carcajadas mientras saco el celular de mi cartera y siento un poco de alivio porque no tengo ningún tipo de ganas de abrazarlo también.

—¡Cara!
—Cara nada, irrespetuoso —le aprieta un cachete y yo casi me ahogo—. Abrázame y sonríe. Y después vienes tú, Gaby.
—¡Pero claro!

Empiezo otra sesión de fotos improvisada. Marco y Cara, luego se une Gaby y luego sus hermanas menores, Alda y Génesis. Luego varias con las familias de todas juntas. Solo espero que el celular de Cara no se le llene la memoria con todo esto. Estoy enviándole todas a Marco y a Gaby cuando el ultimo viene a pasar un brazo por mis hombros.

—Flora, faltas tu —
—Mis fotos no son gratis, ¿con qué me vas a pagar?
—¡Mentira! También quiero fotos contigo —Cara me señala con el índice—. Gaby, tómame una foto con Marco y Flora.

Toma todo mi autocontrol para no fulminar a Cara con la mirada. Aunque eso no evita que mi descontento sea obvio, a juzgar por la risita de Gaby.

—Vamos, a posar —agarra el celular y me empuja levemente

Me coloco a la izquierda, Marco en el medio y Cara del otro lado. Cuando Cara se pone a darle órdenes a Gaby de que saque su mejor ángulo, Marco inclina la cabeza hacia mí para susurrar en mi oreja.

—Aún estoy esperando mi abrazo —su brazo en mi cintura se vuelve más pesado.
—Cállate y atiende a la foto —digo, forzando la sonrisa.
—¡Voy! —anuncia Gaby.

Un millón de fotos después, por fin estamos de camino al restaurante. Cara y yo nos vamos en el jeep de Marco, (ella delante, por suerte) y en media hora estamos allí. No somos los únicos de la graduación que está allí, pero ya su familia había reservado así que no tengo que hacer un mantra para engañar a mi estómago y que se aguante la comida.


LUCIA’s me deja boquiabierta. Casi tanto para olvidarme con quién estoy y por qué estoy aquí. Desde los escalones de la entrada, de mármol de tonos beige, crema y dorado, hasta el suelo alfombrado del interior —me dan ganas de quitarme los tacones para ver cómo se siente.

Las mesas tienen manteles blancos con bordado dorado, redondas y enormes. Cada silla tiene grabados con el mismo color, y en una sección son marrón oscuro y en la otra, de color negro. La mesera nos va guiando hasta una mesa en una esquina con sillas negras. En cada esquina y cada cierto metro, hay plantas decorativas en jarrones altos de cerámica crema con detalles en diferentes tonos.

El piano de cola negro está en una plataforma en el centro del local, de modo que puede verse desde cada ángulo. Hay una persona tocando música suave, con una copa de agua en los pies.

Desde donde estamos, se puede ver una salida que da al balcón y hacia la parte al aire libre de lugar. Me anoto mentalmente ir más tarde. Lo único que sería mejor para completar todo el recorrido es meterme en las cocinas —pero no quiero correr el riesgo de que me multen.

Adriano y Melina, los padres de Marco, hacen un brindis por su tercer hijo graduándose de la Universidad con honores. Alda dice unas palabras, igual que Cara. Por un momento creo que me harán hablar, así que planeo mi salida estratégica hacia el baño por si las moscas. Para mi fortuna, esto nunca sucede.

En cambio, ordenamos comida —casi se me salen los ojos con lo cara que es toda la comida, así que lloro de felicidad recordando que Cara o Marco es quien paga por hoy. La conversación pasa a un tema más general: trabajos. Interrogan a Cara sobre el restaurante, donde ambas hablamos un poco de lo bien que va el negocio. Le hablan a Alda sobre no trabajar mucho mientras estudia, porque lo único que hace es agotarte.

La comida llega un tiempo después, donde ya casi me termino mi primera copa de vino. Le tomo una foto a la comida, porque sería una idiota si no. Comemos en silencio un buen rato, hasta el padre de Marco decide preguntar algo más.

—Marco, ¿qué has pensado de la oferta de trabajo de los restaurantes…? —cuestiona, agarrando su copa de vino.

A mi derecha, Marco se tensa tanto que parece un cable de tensión. Frunzo los labios y le doy una mirada de reojo, saboreando mi vino tinto. Wao, podría beberme cinco de estas. Botellas. Procuro comer más carne para no salir de aquí borracha y poder seguir bebiendo en paz.

—Tengo unas semanas para decidir, estoy mirando todas mis opciones —masculla Marco, cruzando los dedos por encima de la mesa.
—¿Qué hay que pensar? —Melina suelta una risotada— Es una oportunidad grandiosa.

Marco hace una mueca y Cara carraspea, dejando sus tenedores a un lado por un momento.

—Si tiene tiempo todavía, ¿qué les parece no presionarlo hoy? —sonríe de forma dulce, aunque te da la sensación de que es más una advertencia— A penas acaba de graduarse.
—Eso, déjenlo estar chill por un día —Alda mueve su tenedor en círculos y sonríe.
—Hablando de trabajos, tenemos algo que decirte, madre —anuncia Adriano.
—Sí, ¿qué sucede? —Cara da un pequeño sorbo a su vino, mientras su hijo pone la suya en la mesa.
—Madre, creo que ya es tiempo de que te retires del negocio —le da una mirada firme.

Casi se me cae el tenedor. Volteo para mirar a Adriano tan rápido que me suena el cuello y abro la boca para preguntarle a qué diablos se refiere, pero la mano de Marco me frena, apretándome la rodilla.

Aprieto los labios y esta vez me giro hacia él. Sutilmente sacude la cabeza en negativa, sus oscuros ojos tan serios como un pastel sin nada de decoración. ¿De qué mierda está hablando este señor?

—Como no eres tú quien me manda, junior, yo haré lo que me plazca —responde Cara, sin dejar de saborear su vino y sin prestarle la mínima atención.

No puedo evitar sonreír. Así que me levanto, excusándome para ir al baño. Sería mejor que tuvieran esa discusión en privado; primero porque es un tema muy serio y segundo porque no creo que pueda aguantar quedarme callada ante una idiotez similar.

En vez de ir al baño, salgo al balcón integrado del restaurante. Da la vista a la parte trasera del local, que es un área al aire libre con árboles y flores por todos lados. Me quedo allí un rato sola. La tarde ilumina todo de una manera hermosa, vivída. Como si realmente no estuviéramos en Toronto.

—Gracias por eso.

Marco aparece a mi lado, apoyándose en la baranda del balcón. Inspiró la brisa (la poca que hay) y me giro hacia él.

—Lo hice por Cara —aclaro, con la voz baja.
—Gracias igual.
—¿Alda se quedó allí?
—Se fue al baño. Probablemente se quede usando el celular hasta un buen rato.

Un silencio nos arropa, aunque la bulla del restaurante sigue con nosotros. Me cruzo de brazos y me concentro en las flores, en las personas sentadas en el piso de abajo —más bien, en la comida que los meseros llevan. Siento la mirada de Marco en mí, pero no me muevo ni digo nada.

—Te ves bien —dice, finalmente.
—Lo sé.
—¿Te mataría aceptar un cumplido?
—Gra-cias. ¿Feliz?
—Odiosa —me empuja suavemente con el hombro.

Ruedo los ojos y le doy un vistazo: su corbatín es plateado y trae un traje azul marino. Con los tacones soy un poco más alta que él, lo que me he encargado de recalcar cada segundo que puedo de la velada.

—También te ves bien —suelto después de un momento.
—¡Oh! —se lleva la mano a la boca— ¿Te sientes bien? ¿Acabas de decir eso de verdad?
—No lo dije, estás escuchando voces —me remuevo, alejándome un poco.
—Ah, ¿con que ahora soy loco?
—No, lo eres desde siempre.

Vuelve a transcurrir otro silencio. Abajo hay más personas llegando de la graduación, un grupo como de veinte que se sienta al final del patio.

—Gabi pregunta si vas a ir a beber con nosotros hoy en la noche —Marco apoya los antebrazos en la baranda—. Jade y Paul van.
—Eh, no gracias —lo miro por un momento—. No quiero llegar resacada al trabajo.
—¿Qué tiene de malo salir a beber? —se cruza de brazos— Es un día, pide permiso —cuando no respondo, me sigue puyando— ¿Ya no tomas, acaso?
—Si bebo, pero no contigo —entrecierro los ojos.
Marco se irgue, ahora agarrando la barandilla con las manos e inclina la cabeza hacia mi. Su sonrisa no me gusta para nada.
—Lo hiciste una vez —se me acerca—. Tu cumpleaños 21 cuando celebramos en la casa de Paul, y-
—De esa noche no se habla —lo interrumpo, cruzándome de brazos. Medito si golpearlo con mi bolso.
—¿Por qué no? ¿Porque vomitaste hasta el alma? —su sonrisa se ensancha.
—¿Quieres que te lastime en tu graduación? —me inclino hacia él, cuadrando los hombros— ¿Eso quieres de regalo?

Marco parece que va a decir algo, pero al escucharme, hace corto circuito y me mira con los ojos bien abiertos. Aprieto la quijada.

—¿Me trajiste un regalo?
—Claro que sí, soy una persona decente. No como otros que-
—Dime que es, dime, dime —me agarra de los hombros.

Intento no reírme de su rostro de niño y comienzo a rebuscar en mi bolso. No es la gran cosa realmente. Saco la caja cuadrada y Marco no tarda nada en arruinar el envoltorio para abrirla. Es un juego de dos corbatines y dos pares de medias: uno con estampado de fresas y el otro rosado pálido; las medias son de estampado de pizza y consola.

Marco las mira sonriendo de oreja a oreja y sus ojos oscuros van de mi hacia los regalos varias veces.

—¡Gracias! —dice, acomodando todo en la caja otra vez— Nunca pensé que serias tan detallista.
—Permiso, ¿Acaso no me has visto trabajando? —enarco una ceja, inclinando mi cabeza hacia él.
—Con el trabajo sí, claro —rueda los ojos—, esto es otra cosa —mueve la caja en su mano.
—Si, bueno, como sea —volteo la mirada—, volvamos a la mesa, quiero pedir postre.
—Eres un pozo sin fondo.
—Y eso no te incumbe.

Marco le hace un boomerang a su regalo mientras yo le escribo a mi mama que esta todo bien, mandándole una foto de la vista desde el balcón. Vuelvo a mirar a Marco cuando se ha guardado la caja delgada en el bolsillo de la chaqueta. Sus ojos observan todo el panorama, pero no se detiene en ningún lado lo suficiente como para estar realmente prestando atención.

—¿Eso era lo que ibas a decirme el otro día? —alzo una ceja, buscando su mirada.
—¿Qué-qué cosa? —se gira hacia mí.
—Lo de Gabi.
—Ah, no… —se lleva una mano a la nuca, estirando el cuello—. Es otra cosa —toma varias bocanadas de aire antes de hablar—. Necesito un consejo.
—¿De mí? —creo que las cejas me suben al final de la frente.
—Si, de ti. Das buenos consejos...a veces —se rasca detrás de la oreja—. Y eres demasiado directa como para decirme lo que quiero escuchar.
—Siempre —enarco una ceja—. Pero dime.
—Escuchaste que mi papá dijo que me ofrecieron trabajo en varios restaurantes. Uno de ellos es fuera del país, en Europa —se apoya en la baranda, con el gesto afligido— ¿Qué harías?

Suelto un chasquido e imito su postura, apoyada en la baranda, pero con las manos en vez de los codos y me balanceo un momento en el tacón de mis zapatos altos.

—Eso no importa —suelto, después de un momento—. Lo que importa es lo que tú quieres.
—¿Y si no sé?
—Pues entonces ponte a pensarlo —frunzo el ceño—. Las cosas no caen de la mata. Además, de seguro que sabes qué quieres. Que te dé miedo es otra cosa.

Él se retrae como si le hubiera dado una golpiza. Así que sigo diciéndole cosas, dirigiendo mi cuerpo hacia él.

—Marco, lo que importa es lo que quieres hacer tu —le señalo con el dedo—. No importa lo que te digan que el mundo espera, o lo que esperen tus padres, o lo que tú crees que debes hacer porque es lo correcto —sacudo la cabeza y trato de no hablar tan duro—. Es lo que tú quieras.

Marco se queda callado un momento. Me mira con una expresión entre curiosidad y no sé qué más.

—¿Este es el momento donde nos abrazamos? —pregunta, dando un paso hacia mí.
—Este es el momento donde vas a comprarme postre.

Le dedico una sonrisa y lo rodeo, caminando hacia nuestra mesa otra vez. Cuando nos acercamos, suspiro al ver que ya no están discutiendo. Pero esa relajación se esfuma como vapor al ver qué hay varios meseros alrededor de la mesa y Alda llega corriendo hasta donde nosotros.

—La nonna…—dice, con hipidos—. No sé, estaban discutiendo y -

Marco y yo nos miramos por un segundo. No sé qué me dice, porque busco a Cara automáticamente. Está sentada, con Adriano agarrándole la mano y Melina hablando por el teléfono con un gesto que no es nada bueno. Me falta poco para llegar corriendo hasta la mesa.

—Cara, ¿estás bien? —pregunto a toda carretilla— ¿Cara? ¿Te duele algo?
—Dénle aire por favor —ordena Adriano.

Alguien me agarra de los hombros, porque estoy que me tiro encima de todos —incluyendo la mesa. Cara está pálida y su mirada está desorientada, y murmura cosas que no logro entender por el bullicio. Adriano le repite lo que dice a Melina, supongo que le están diciendo los síntomas a emergencias.

—Si está lo suficientemente estable como para avanzar, podemos irnos ahora al Hospital más cercano —dice Melina, con el celular al oído—. O esperamos la ambulancia.

Cara sacude la cabeza levemente. La ambulancia será. Las manos le están temblando y parece que apenas se puede sostener, respirando mucho más rápido de lo normal. ¿Es un preinfarto? ¿Es la presión? ¿No hay un puto médico aquí?

La ambulancia llega más rápido de lo que pensé. Todo pasa rápido. Logramos avanzar con Cara hasta el vestíbulo; sin embargo, se desploma en uno de los sillones de la entrada. Siento como si mi alma se desplomase con ella. Me tengo que agarrar de una de las columnas.

En ese momento me acuerdo de Elio. Saco el celular y le escribo lo que está pasando con tembleque en todo el cuerpo.  

—¿Flora?

Marco está frente a mí, con Alda a su lado. Miro de él hacia los paramédicos que tratan a Cara. Aprieto el celular en mis dedos, viendo como la ayudan a subirse a la camilla y hablan con los padres de Cara.

—¿Qué?
—Que nos vamos al hospital —sus palabras son lentas, o yo las escucho así—. Dicen que probablemente es baja presión y que necesitan hacerle pruebas y estabilizarla.
—¿Y nos van a dejar a pasar a todos? —me cruzo de brazos, cambiando de peso una y otra vez.
—No, esperaremos fuera —dice Alda, jugando con su celular y sin dejar de mirar a la ambulancia.
—Desde que se estabilice, decidimos que hacer luego —dice Marco.

Asiento y salimos detrás de los paramédicos. Adriano se va en la ambulancia y Alda se va con Melina, para que no vaya sola. Yo sigo a Marco hasta su auto, mientras le escribo a Elio a donde vamos y la situación.

No decimos ni una palabra durante todo el camino. Mi pierna se mueve de arriba hacia abajo y fijo la mirada a la ventana, actuando como el cristal que refleja todo mientras avanzamos. Escucho suspiros y maldiciones de parte de Marco de vez en cuando, porque es de los que nunca se puede quedar callado.

Una vez llegamos a la Emergencia del hospital más cercano, nos estacionamos lo más cerca posible. Los tacones me empiezan a molestar, pero no traje un bolso tan grande como para meter repuestos. Al final, por orden de sus padres, nos quedamos en el vehículo esperando a que la mediquen.


Hora y media después, estamos Cara, Marco y yo en la carretera de camino hacia Galena Town. Cara ha estado sufriendo de baja presión desde hace un tiempo, pero nada más que pocos mareos cuando se le olvida desayunar por estar trabajando. Lo de hoy ha sido totalmente diferente. Le han suministrado una de sus pastillas para dormir para que se le baje el estrés, así que 10 minutos después está durmiendo en el asiento trasero como puede.
Lo único que nos contó Cara es que se estresó por la discusión con sus padres. Así que ella se rehusó a dejar que ellos la lleven a Galena y henos aquí. Mi pierna no ha dejado de moverse como una licuadora desde que emprendimos camino.  

—Ella está bien —Marco no aguanta más de 5 minutos en silencio—. Solo tiene que empezar a tomarse las cosas con calma de ahora en adelante. Mejorar la dieta y el ejercicio.  

Giro mi cabeza hacia él con toda la lentitud del mundo. Doy un vistazo a Cara, con los ojos cerrados y la boca semiabierta. Leves ronquidos se escuchan, así que está tumbada. De todas formas, procuro hablar bajito, no quiero despertarla.

—¿Acaso se te olvida de quién hablamos? A penas va a chequearse al médico cada cuatro meses o algo así, cuando la obligamos —suelto un suspiro—. No es simplemente que va a seguir todo al pie de la letra.
—No asumas las cosas-
—No estoy asumiendo, te lo digo porque lo he vivido. Se va a tomar una semana a lo mucho y luego se va a desesperar —me quedo mirando por la ventana.

Marco no dice más nada, lo que agradezco, porque paciencia no me queda. Música suave es lo único que se escucha en el camino, que es un poco más largo de vuelta por toda la gente que se devuelve los domingos desde Toronto.

Al final, dejamos a Cara con Elio para que la ayude a acostarse y Marco se queda para indicarle lo que les dijo el médico. Yo me retiro y subo las escaleras, aunque una parte de mi quiere quedarse. Me detengo en el descansillo frente a la puerta para tomarme un momento antes de entrar. Dejo los tacones en el suelo y empiezo a escribirle a Paco, para que abra la repostería mañana y contarle lo que ha pasado. Menudo domingo.

Estoy sacando mis llaves para abrir cuando escucho pasos subiendo la escalera. Espero que sea una de las chicas y subo la mirada: pero es Marco, que sube de dos en dos y se detiene frente a mí.

—Qué —guardo el celular en mi bolsillo.
—Quería pedirte disculpas por tener que aguantar todo ese rollo —se lleva una mano a la nuca y tuerce los labios—. Y que-
—No es tu culpa —me cruzo de brazos—, no tienes por qué disculparte.

Creo que el tono me sale más brusco de lo que intento. Marco parece un perro triste.

—Mira, no es tu culpa que Cara esté vieja —ruedo los ojos y suspiro—, y tampoco lo es que ella sea tan terca como la muralla china. Ya la trajiste, sintiéndote mal no arreglas nada—
—Ya, no sé qué me esperaba que dijeras —suelta una sonrisa amarga.
—Yo tampoco —enarco una ceja—. Vete, que todavía te queda toda la noche. A penas son las 6.
—¿Qué me vaya a dónde?
—Es tu graduación. ¿O te vas a quedar cómo un bobo y no vas a disfrutar después de estudiar como un pendejo tantos años? —entrecierro los ojos.
—¿Cómo me voy a ir de joda cuando mi abuela se puso mal?
—¿Vas a sanarla noyendo de joda? —me inclino hacia él, que somos casi del mismo tamaño— ¿Qué crees que te diría Cara?

Se queda en silencio por un momento, como si me examinara con los ojos. Deja salir una de sus sonrisas —es tan risueño que irrita.

—…Tu forma de dar aliento se siente como una golpiza.
—Okay —me agacho para recoger los tacones— ¿Puedo entrar a mi casa ya?
—Sí, perdón-
—No digas perdón.
—Aish, adiós. Gracias por todo.

Me da un apretón en el hombro antes de darse la vuelta y bajar las escaleras. Aprieto los labios y me meto a la casa sin decir nada.


La primera vez que conocí a Marco me dijo que era una intrusa y que Cara lo quería más a el que a mí. Era una niña, así que hice lo lógico: le caí a patadas. Ahora soy una adulta y entiendo que es su familia, que va por encima de todo. Sin embargo, eso no cambia que lo deteste. Lo tolero mejor de lejos, algo que parece casi imposible de lograr. Siempre está, aunque sea después de desaparecer por unos meses o un año. Es como la espinilla irritante que siempre te sale en una temporada específica del año.

Como ahora. Que está dentro de la repostería cuando llego la mañana del martes. Prendiendo las luces y el aire acondicionado. Me quedo mirándolo con cara de desconcierto. Ni siquiera Paco ha llegado, quién es que debería abrir.

—¿Por qué estás aquí? —pregunto, mientras dejo mis cosas en el casillero y paso a la cocina.
—Dijiste que debía venir más, ¿cierto? —dice desde el otro lado de la ventanilla— Ahora decidí quedarme y ayudar a Cara con todo el negocio familiar.
—Si, pero, pero no me refería a-Espera, ¿qué diablos dijiste?

Ay no. ¿Qué karma es este? ¿Acaso lo he escuchado bien? Marco me sonríe de oreja a oreja. Siento como si estuviera entrando a la boca del lobo.  Mis cejas suben hasta el final de mi frente. Me agarro del borde de la mesa.

—Te dije que hicieras lo que querías… —balbuceo, intento entender.
—No te preocupes, la decisión la tome por mí mismo —se cruza de brazos—. Realmente, debí haberla tomado desde antes, pero no quería discutir con mis padres.
—Pero...y.., ugh ¿dónde te vas a quedar?
—El departamento de arriba de la repostería. Lo usaba solo en las vacaciones, pero ya hice los trámites para mudarme.

Yo no me refería a esto. Se supone que debió irse a Europa y volver en la próxima Navidad. No esto. Marco se ve como si me estuviera dando las mejores noticias de todo el año.

—Elio también va a venir a ser camarero y a ayudar con lo administrativo —le pone el Cherry final a todo el postre.

Siento como si estuviera mirando todo mi esfuerzo pasar por delante de mí, escapándose de mis muy seguros brazos y yéndose por el precipicio. Mi espacio seguro. Con sus muros siendo derrumbados a patadas y sin advertencia por un payaso.

—Vuelvo ahora.
—¿A dónde vas?
—A vomitar…o a renunciar. Ambas, no sé.

Escucho su carcajada mientras cierro la puerta de enfrente. Qué mierda está pasando.