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Our twenties
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Re: Our twenties
- Andy:
- Hola Andy! También te debo a ti una disculpas por la tardanza, se la debo a todas la verdad pero aquí voy, preparada con mi mate y tostadas para proseguir a leer tu cap te menciono lo mismo que Gina, que leí las fichas hace meses así que voy un poco a ciegas, pero voy voy voy
Bueno, primero que nada estoy feliz de que Gianna se aleje de esta gente si no le hace bien, que Julia le haya conseguido un lugarcito pa ella y su gatito
Ese es uno de los motivos por los cuales salí rápidamente de Toronto después de la discusión con mi padre, Gaspare Donati es un hombre que se toma muy enserio sus venganzas; destruye a las personas hasta el punto de suplicar clemencia, es un enemigo al que no se debe desafiar y yo lo hice.
Y que padre es medio psicopata que flashea vendetta. Osea, señor, su hija es adulta, dejela en paz y actue como padreBufo y río ante su cinismo, ella no tiene idea sobre los derechos de los trabajadores, no sabe sobre política y no tiene aspiraciones. Solo sabe gastar el dinero de la tarjeta de crédito, viajar por el mundo; seducir a los hombres, ir de fiesta en fiesta y verse bonita en las fotos.
Desde que aparece Fiorella sé que va a ser un dolor de culo para Gianna. La verdad una pesada, no sé porque busca tanta pelea. SI no se soportan ignórense y ya, es mas facil. Pero bueno, no es por nada pero yo quiero la vida de Fiorella JAJAJAJ en mi próxima vida, prometo no ser tan bitch
Me choca que el viejo la defienda a Fiorella cuando las dos son las que estan discutiendo y encima fue ella quien le golpeo. Minimo si vas a meterte regaña a las dos, tampoco era para tanto para que le suelte con que es una deshonra y todo eso. Y eso es lo que me jode del papa, es que Gianna es una deshonra y todo y la quiere obligar a casarse con este Cassio que ni dios le conoce, ósea casela con su otra hija si tanto la quiere y el chico este parece caerle bien. Y pone excusas de que Fiorella no es su hija de sangre. Ya la adopto, hombre, es su hija y no joda
Señor, usted le estaba viendo la pubis o que mierda? CREEPY CREEPY. NO TE CASES GIANNA, HUYE, MI CIELA, HUYEEEECassio camina hacia mí, se detiene y me observa atentamente. Sus ojos recorren cada centímetro de mi cuerpo, evaluando mi rostro; cabello, senos, estómago, pubis y piernas.
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Psicopata este Cassio, además de acosador sexual pprque la besa sin su consentimiento, y el padre también que la quiere obligar a casarse y encima se mete con su carrera, menciona a la madre en un contexto horrible. Señor, me cae pésimo, enserio.
SEÑORA JAJAJAJAJAJAJAJA CALMESE Que igual la entiendo porque una putada que te choquen el auto con todo lo que sale, pero supongo que también viene alterada con todo esto de lo que sucedió con su papa y eso. Y el chico ahí todo "no me mates, please" JAJAJAJAJ— ¡Idiota! —grito enojada caminando hacia él—. ¿Sabes lo costoso que es reparar un automóvil? —empujo su pecho sacando toda mi frustración—. ¿A caso no viste que mi auto iba saliendo por el sendero? —golpeo su pecho nuevamente—. ¡No lo viste, idiota!
Me dio una penita Legolas ahí todo asustado llamando a su mama, el susto que se habrá pegado.
No se bien quien tiene la culpa del choque pero para mi fueron los dos xd ella que no se fijo en el espejo retrovisor y él que no presto mas atención, pero al menos tiene el numero de teléfono jujujujuju
Me sorprende como pasa Gianna de estar molesta a sonrojarse por el atractivo de Logan JAJAJA es que ante todo una no es tonta ni ciega, pues a coquetear se ha dicho— Sí —respondo sintiendo que mis mejillas se sonrojan—. Me dirijo a Galena Town y viviré en el lugar por un tiempo de forma permanente.
Si bien como se conocieron no fue de las mejores formas porque le chocaron el auto y discutieron, espero que se reencuentren pronto en Galena. A Logan le gusto Gianna y él a ella, así que vayan a vivir el romance que aquí yo les leo— Soy veterinario —dice Aiden mientras trata de controlar su risa—. Me gano la vida ayudando a los animales.
Con razón el gato lo ama y traiciona a Gianna xd en verdad tengo un crush por los veterinarios. No sé, como que ya se que te gustan los animales y por eso elegiste tal profesión que yo enamorada, a tus pies baby bueno, prosigo porque me desvio xd
Me muero con Aiden ahí tarándole los perros a Gianna apenas la conoce, después se averguenza y se queda sorprendido cuando Gianna le dice el nombre completo. Que sucede aquí?
Me quede absorta leyendo porque si me detengo a comentar a cada rato pierdo concentración y eso. Pero mira que no me esperaba que Logan fuese fan de Gianna y su trabajo, lo que me pareció raro es que ya estuviera interesado en ella si solo la conoce desde fotos pero bueno, yo estoy enamorada de Min Yoongi y en mi vida voy a tenerle frente a frente, así que aquí estoy envidiando a Logan que si puede conocer a su crush la suerte la tienen pocos, la verdad y uyyyyy que Hank es el mejor amigo jujuju no es el mismo que menciono la amiga de Gianna? Sé que si
El amor a primera vista que experimento Logan me muero xd porque a Gianna también le gusto después de que se calmo un poco y le vio bien, así que bueno, aqui esperando a que esta gente se vuelva a cruzar a ver que pasa. Pero como vi el almuerzo en el restaurante, entonces no tendre que esperar mucho, menos mal
Por cierto, ¿cual es el mal amor que Logan sufrio? Estoy curiosa
Me dio una cosita leer que tiene crisis de ansiedad. Es horrible y espero que algun dia ya no las padezca. Son horribles. Entiendo que por su trabajo se mueve mucho y trata con muchos casos, pero si esta muy estresado tambien tiene que saber darse un tiempo y relajarse. No todo es trabajo, mas si perjudica tu salud mental.— ¡Es amiga de Julia! —grita mientras baila en medio de la cocina.
Antes de que pueda reaccionar a lo que dice, escucho un estruendo que viene desde la entrada del restaurante.
— ¡Gianna! —escucho que Julia grita muy alegre—. ¡Amiga, llegaste!
JAJAJAJAJAJA que cosa. Logan y Hank bien enfrascados en la conversacion, el diciendole que se sintio un idiota por como se comporto con ella y Hank super feliz, me lo imagino tipo "aa que no sabeeeeeeeeeeeeeeees" JAJAJA Y luego Gianna ahí apareciendo. Es tu dia de suerte Logan, yo te dije que se volverían a reencontrar soy adivina, amame
Y uyyyy cuando se quedan mirando vuelan chispas, vuelan chispas de amorrrrrrr, denme amorrrrr
Que bueno que su mama haya dejado algo de dinero para ella, así Gianna pago su universidad y demas. Y que lindo que haya reabierto el restaurante y que Julia le este dando una mano junto con Hank Gianna tiene buenos amigosCuando cumplí 21 años accedí al fideicomiso que mi madre me dejó cuando falleció, su abogado tenía un poder para invertir en el dinero, fui millonaria de la noche a la mañana. No sabía qué hacer con tanto dinero en mis manos; trabajé para pagar la carrera que estudié, pero de lo que sí estaba segura era de abrir nuevamente el restaurante.
— ¡Estoy emocionada, perra! —dice con un tono de voz chillón—. ¡Te he extrañado un montón! —siento que se le forma un nudo en la garganta—. ¡No solo eres mi mejor amiga, eres mi hermana y te he extrañado mucho!
Ay que linda que es Julia. Mi mejor amiga ni un te quiero ni un te extraño, así son despues que una le da tanto amor, pero bueno Ellas ahí reunidas, imagino que ha pasado tiempo desde que se habrán visto. Y es bonito saber que Gianna la siente a ella y a su abuela como familia con la familia de su padre ya necesitaba una nueva que le acompañe y que también cuide de lo que ama, como el restaurante, por ejemplo.— ¡Santo Dio! —exclamo escandalizada mirando a Julia—. ¿Hasta le contaste lo de los strippers?
— ¡No! —Julia se tapa la cara con las manos por vergüenza—. Tenías que acordarte de eso.
AJAJAJJA como meter la pata y mandar a tu amiga al frente por Gianna
Un poco incomodo la parte en que Hank y Julia se comen a besos mientras Gianna y Logan estan ahi como "hola, estamos aquiiii y los clientes también " pero bueno, el amorrrrr. Que cosa que Julia y su abuela esten peleadas porque se fue a vivir con Hank, pero Julia ya es adulta y su abuela tiene que entender que las decisiones las toma ella pese a que no le guste espero que se puedan arreglar entre ellas.
Ah y pobre Logan que Legolas le mordio xd JAJAJA el decide con quien se queda su ama, necesita la aprobación para acercarsele
Respecto a la conversación de Logan y Gianna, me alegro que ella le pidiera disculpas después de que le gritara. Entiendo que el tema de su padre es un tema que la pone mal, pero tiene razon de que no debe tomarlas contra Logan y, bueno, ya le pidio disculpas pero fue lindo que él le dijese que estaba bien y hablaran de otros temas, como para conocerse un poco mejor. Y él que esperaba que le diera el numero jajajaaajja y pues esta bien, sino quiere pasarselo no es obligación
pero si Cara es hermosa como dice Gianna. Amo a esa queen— ¡Sí! —ella contesta alegre mientras se levanta con dificultad de la tumbona—. Soy la Señora Cara Bianchi, pero puedes llamarme Cara —golpea mi hombro izquierdo como si estuviese diciendo un buen chiste—. Si me dices señora haces que me sienta más vieja —toca su rostro con ambas manos con una reacción un poco desconcertada—. ¡Debo hacerme más máscaras faciales!
Me muero con Reaven tan simpatica como siempre y Legolas encantado con Cara y luego con Reaven jujuju Lo que no entiendo es como hay personas que son supersticiosas a veces que creen que los gatos negros dan mala suerte cuando es todo lo contrario, te limpian las energías del hogar. Pero bueno, que bueno que Cara no sea supersticiosa xd
JAJAJ y cuando Reaven se lleva a Legolas a su cuarto. Señora, devuelva el gato que no es suyoTomo mi teléfono para ver mis redes sociales, prefiero ignorarla antes de decir algo malo, vomitar todas mis frustraciones y dar una mala impresión.
No es por mala Gianna, mi ciela, pero ya diste una mala impresión con todo el desorden que hiciste en la habitación JAJAJAJAJAJ ojala que los michis logren llevarse bien para la convivencia de la habitación. Por cierto, estaba pensando que las piedritas es mas higienico y comodo dejarlas en el baño y que los gatos vayan cuando quieran (les tiro esta idea a ti y a Micky porque es complicado tener las piedritas en la habitación con los olores y eso, yo las entiendo ).
Que bueno igual que Gianna hablara con Andrómeda para disculparse y que ambas llegaran a la conclusión de que se esforzaran en la convivencia eso chicas, amense
Por cierto, este hombre Cassio me da tanta repulsión, que sea tan acosador y molesto. Osea señor, consiga a alguien que ame y casese, no moleste a Gianna. En vez de casarse por conveniencia, preocupese en expandir el negocio y ganar mas dinero, insoportable
Mmmmm, no confio en Aiden, la verdad. Sino por qué le pregunta tanto y cosas tan personales? Cuidado Gianna, no te fies de nadie ni porque sea veterinarioLo raro es que Aiden comenzó a hacerme preguntas personales muy misteriosas sobre mi pasado, preguntó dónde vivía; quiénes eran mis padres, dónde había estudiado, entre otras preguntas que me hicieron sentir como si estuviera en un interrogatorio.
Fiorella me parece una pesada y una inmadura porque todo el tiempo esta "tu papa me quiere mas que tu", "eres poca cosa", "te estas comiendo mis sobras". Niña, madura y deja de molestar que suficiente tenemos con el padre pesado para que le sigas dando lata— Es uno de mis tantos ex novios —ella responde de manera arrogante—. Gianna, siempre he pensado que eres insignificante, pero nunca creí que recogerías mis sobras —ríe frívolamente—. Eres tan poca cosa, siempre seré la favorita de papá y tú te quedarás con mis sobras como si fueras una perra buscando comida en la basura.
Me dio cosa Logan ahi todo mal porque la vio a Fiorella. Fue ella entonces que le rompio el corazón? Ahora estoy mas curiosa de que paso entre ellos. NECESITO SABER PARA SACIAR A LA CHISMOSA DE MI INTERIOR!
Andy, creo que es la primera vez que leo algo tuyo que lindo tener esta oportunidad de hacerlo. Me he quedado con muchas dudas y preguntandome que pasara entre Logan y Gianna ahora que Gianna se entero que es el ex de su hermanastra. Se viene el drama y amo el drama
Besitos
Jaeger.
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Re: Our twenties
- ZOE:
- Zoeeee I can't understand rien du rien [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Perdida todo el capítulo, no agarraba ninguna, ni porque me las tiren en la cara las entiendo [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] La peor lectora que puedes desear Pero bueno, dentro de mi propio mundo uní algunos lazos, así que al final creo que encontré el buen camino O eso espero, por lo menos. (Me disculpo de antemano por si ves algunas palabras pegadas, al pc no es que le sirva muy bien el "espacio" )Yuna es super... algo fuera de serie, es como esas personas a las que les pasan tantas cosas, que el primer pensamiento que se registra en el cerebro es que deben ser los protagonistas Ósea a nadie más le pasarían esas cosas Admito, además, que por un momento pensé que el hermano sería él chico y quede super perdidas cuando apareció Taemin, que ni siquiera apareció, porque no contesto la llamada, pienso que fue mi primer error Luego me confundí horrible con la narración de Taemin, literal pensé que estaba narrando el pasado, cuando Yuna recién llegaba a Galena, soy un chiste de persona, lo se Pero el remate de todo, fue que el sueño, pensé que era Taemin y cuando me di cuenta que no era él, quede en blanco Luego pensé que le había llegado la competencia a Taemin, pero era porque no me acordaba que ella tiene un hermano -que fue hasta ese momento que me entere que era el hermano- Pero bueno, por lo menos entendí por donde va todo, o eso espero
Amo Me encanta que se hablen en coreano— Gomawo —respondo con una sonrisa y preparando una cucharada de arroz para bajar la cabeza por lo avergonzada que me siento.
Eun Na asiente y se va a lavar los recipientes en la pila, ¿puede mi compañera ser más dulce? No lo creo.
Acepto que es este capítulo Flora me pareció insufrible— ¿Qué vas a hacer ahora? —pregunta Flora sin ataduras dándome un susto de muerte al aparecer si previo aviso a mis espaldas, de echo llego a soltar un gritito ahogado.—Perdón por interrumpir así, no podía dejarla en la calle —trato de explicarme sin saber muy bien que decir.— Un placer chicas.Por ahora me cae bienMe pongo una taza con el café restante y algo de azúcar, me atrevo a coger uno de ellos, retirar el papel y justo cuando voy a dar un bocado aparece Flora para decirme: —¿Ya has encontrado un nuevo empleo?— No se yo si emborrachándote estás precisamente trabajando en ello.Sé que ella solo quiere ayudar, enserio que si, pero de verdad que toco un fibra sensible
— Supongo que sería Tae Min.Me encanta que ella sepa que es él, pero aún así le agregue el "supongo"— ¿Tan difícil te parece que nos volvamos a ver aquí? —inquirió sabiendo la respuesta— Aquí fue donde nos conocimos.Espera... ¿¡QUE!?— Kim Eun Woo —lo llamé para que me mirara a los ojos.— Vuelve a mencionarla, y te juro que te mato.Ya lo odio
Zoe, me confundí mucho con tu capítulo, espero encontrar respuestas en el próximo capitulo.
Última edición por pandie. el Mar 16 Mar 2021, 5:35 am, editado 1 vez
pera
Re: Our twenties
- MICKY:
Mickyyyyyyyy Me tienes con el alma en la boca, ósea enserio que si, normalmente vengo a leer los capítulos sin leerme las historias o las personalidades de los personajes, siento que dañaría mi visión en cuanto a la lectura, pero es algo completamente mío ; así que me aventure por completo a leer tu capítulo sin esperar absolutamente nada y me sorprendió muchísimo, no me esperaba nada de lo que apareció en el capítulo, literal me lance al vacío y me golpee tremendamente contra el suelo cuando llegué a este .
Empecemos por el hecho de que Andrómeda es el tipo de persona que quieres mucho, pero en algunas ocasiones simplemente quieres descansar de ella; no sé si me hago entender, es como "Súper chévere cuando estamos juntos, pero también es genial cuando no estamos juntos", me dio ese aire de alguien que quiere superar todo y seguir adelante, pero aún así se aferra al pasado y no avanza por lo mismo, seguidamente tengo que decir que Cedric me cayo super mal, no pensé que me pasaría esto con él (porque es un completo bombom, un poquito bajito para mi gusto, pero eso no le quita lo deseable), enserio que las pocas apariciones me fastidiaron, no porque escribas mal o algo por el estilo, de hecho fue una lectura muy amena, es el personaje en sí, no termino de pasármelo, fue como si no me convenciera de quererlo, lastima que Andy lo ame y no quiera botarlo a patadas Por otro lado, Cindy también me cayo mal y Hope si estamos al caso, sorry not sorry— ¡Andrómeda Dagger! ¡Hace exactamente veinte horas que no sé nada de ti! ¿Te parece que es correcto? —grita a través del teléfono. Abro la boca para contestar, pero ella sigue sin dejarme hablar — No, no te das cuenta. Aquí estamos preocupados, nena.
No podía asimilar que estaba ante él. Ante Cedric Callen, el amor de mi vida.
Literal pensé que era alguien x de antes, me sorprendí mucho con la historia de fondo.— Ella es Andy, mi hermanastra — le contesta mientras baja la mirada.
Lo primero que se me paso por la cabeza en este momento, era que Cedric era un vil mentiroso rastreroConocí a Cedric Callen de la forma que nunca esperas conocer al “amor de tu vida”. Vino de la mano de la nueva esposa de mi papá junto a una hermana de mi edad llamada Cindy.
Personalmente también hubiera hecho lo que hizo el papá de Andy, no lo de separarlos tan horriblemente dejando tremenda herida, pero si lo de separarlos, no sé terapia o algo; no estoy de acuerdo con el incesto, tal vez este caso no se consideraría así, pero pienso que todo este pensamiento es por un libro que leí donde moría el hermano por culpa de la hermana, me dolió hasta el alma; así que espero de todo corazón que no mates a ninguno— Por cierto, saca a tu gata callejera mugrosa de esta habitación porque molesta a mi bebé Legolas — esto último lo dice en tono meloso como si estuviera hablando exclusivamente para el gato.
Yo también quería sacar a patadas a Gianna de la residencia, las normas sociales son importantes, más si se convive con otras personas
— ¡Fuera! — grito y cierro la puerta en las narices de Nana.
Amo Aunque le pusieran la puerta en la nariz.— Andy, te perdí mucho tiempo y no puedo perderte otra vez. Por favor, dame el placer de conocerte de nuevo, de conocer a esta Andrómeda adulta. Solo eso… — sus ojos me piden por favor. Suelo ser una persona que piensa demasiado las cosas pero junto a Cedric siempre he sido de lo más impulsiva.
Cedric Callen siempre me ha podido. Creo que esta vez no va a ser la excepción.
Micky en conclusión tengo un serio amor (Andy) odio (Cedric) por ciertos personajes, así que esperare pacientemente a ver como se desenvuelve todo
pera
Re: Our twenties
- Bren :
HOLA BRENDA aquí vengo emocionada a comentar tu capítulo
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Empezamos con el dúo dinámico que son Enolah y Mason AJAJAJAJAJA, es que no podrían ser dos personas que quieren hacer cualquier otra en vez de tener que estar haciendo esto de un matrimonio. Pero es lo que le ha tocado en esta vida (yo feliz porque siempre drama nunca indrama )
AJAJAJAJJAAJJAJAJJAJAAJMe intento enderezar de manera discreta para espabilarme pero con la zapatilla piso su pie debajo de la mesa en un accidente, es obvio que él lo tolera pero no pierde el tiempo en asesinarme fugazmente con su mirada que casi es como si pudiera verlo arder en llamas del enojo.
Amo a Enolah siempre directa: “ni siquiera quería venir” “ya he olvidado todos los nombres” “no me quiero mudar”; we stan a queen que no quiere dejarse mangonear de nadie
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Y quién la culpa al no querer o poder prestar atención a esas cosas es que mira
Y amo cuando Enolah corrige al señor estilo Luke Evans (Aleksei, que no sé todavía si es sospechoso o no), porque, ¿qué le pasa? que se ubique
Definitivamente es sospechoso. ¿Quién con decencia básica dice algo así?━ No esperaba que el hijo de Antoine centrará tan rápido cabeza, mucho menos con usted, considerando que estaban en Vancouver.
REINA, FABULOSA, ESPECTACULAR. Este tipo Gagnon podría irse a comer mierda, ¿qué le sucede? Es un idiota━ Está en lo correcto, señor. Pero como usted sabrá: dos o tres carreras son pan comido para una generación como la mía. Además soy hija de mi padre, no hay mucho que me detenga.
Yo con todo lo que decía Gagnon
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Estos dos, cuando bajan la guardia un momento, podrían llegar a llevarse bien yo aquí imaginándome lo que podría pasar y emocionándome━ Muerdes con fuerza tu labio, así que apuesto a que tienes algo más que decir.━ Me doy cuenta de que lo hago en cuanto lo señala y entonces dejo de hacerlo.
━ Siento su maldita mirada quemándome la nuca.━ Digo entre susurros y Mason voltea sin discreción alguna a comprobar lo que digo, lo que me hace sentir un mini infarto.━ ¡Mason!
━Gagnon siempre ha querido más de lo que puede tener. ━ Señala, levantando una mano a alguien tras de nosotros a modo de despedida. ━ Pero lo hiciste bien.
━ ¿Acaso escuche una pizca de orgullo en tu voz? ━ Me brinda una sonrisa ladina que lo hace lucir joven y no como el amargado al que estaba acostumbrándome.
━ No me hagas cambiar de opinión, cariño. ━
Pero me gusto mucho este diálogo, cómo se va viendo poco a poco (o eso creo), que no es que se odian 100% y que se repelen como agua y aceite.
Aleksei debería ser metido en una caja y que lo manden en barco de carga al fin del mundo
Además, todo este lío de las fotos y mensajes misteriosos me tiene nerviosa. Y me encanta Enolah siendo super directa con lo de la chica que acompañaba a Mason en las fotos y él evadiendo el tema AJAJAJAJAJJAJA cssm: No seas cobarde, cobarde
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]━ ¿Por qué te afecta tanto estar casada?
(…)
━ Ja. ¡Y aunque me pidieras esas cosas no lo haría!
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]━ Para empezar quieres que yo cambié mi vida. ¿Por qué no cambias tu la tuya y te vienes a vivir aquí a Galeana Town? Nadie te pondría un pero si quisieras cambiar aires por tu esposa. ━ Me señalo a mi misma.
AJAJAJAJAJA ES QUE ME ENCANTA
Y bueno sí, en la residencia no podría vivir por obvias razones, pero Enolah sigue teniendo un punto. ¿Por qué es ella la que debe mudarse? No joda
AJAJAJAJAJAJAJAJAJA CARA SIENDO ICÓNICA SIEMPRE AJAJAJAJAJAJAJJAJ━ Una señora con una mirada penetrante tocó mi vidrio con los nudillos mientras esperaba afuera pensando que hacer, me preguntó la razón por la que andaba husmeando y si debería llamar a la policía por ser un acosador.
Mason me pone de los nervios evitando las preguntas una y otra vez. No sé qué coño está pensando que es mejor no decirle si la que está sufriendo todo este acoso es ella, en su número personal. Si sabe algo, debe decirle. Enolah tiene toda la razón. Y encima quiere venir a hacerse el caballero al final con lo del cinturón. Atrás, pendejo Y encima, tener que tomar avión (aunque sea poco tiempo) y luego el viaje en auto debe ser super agotador para Enolah. En conclusión: Mason debe escarmentar el estrés que provoca todo esto no es nada lindo de vivir. Y es completamente válido que Enolah se sienta de esa forma━ El primero, te llegó hace dos semanas. ━ Reclama.
━ ¿Descubriste quién es, verdad?
━ Debes decirme este tipo de cosas.
Me parece muy bonita la relación de Enolah y Hana es como si cada una va a su onda pero también se complementan bien al convivir juntas Y ese momento en que cada una se queda callada y probablemente estresadas con sus vidas, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]━ He ido a Montreal a arreglar unas cosas, sé que luzco extraña, yo tampoco estoy acostumbrada.
(…)
━ No, lo siento. Luces muy bonita.
Y cuando salen ellas con Adrómeda y Enolah dice que van a hacer una locura AJAJAJAJAJAJAJA morida JAJAJAAJAJAJJAJAJ
Es que no hace falta más nada que salir un momento con buena compañía y alcohol para salir del estrés. Por cierto, amo a Yuna tirada en el sillón durmiendo AJAJAJAJJAJA
Espera, ¿se van a meter al lago? JAJAJAJAJAJAJJAJA ME MUERO AJAJAJAJAJAJAJAJAJA y desnudas, AJAJAJAJAJAJAJ ES QUE LAS AMO AJAJAJAJAJAJAJAJJAJAJAJ
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JAJAJJAJAJAJJAJAJAJAJAJ es que no puedo creerlo todavía. Pero es que qué genias, meterse al lago es una buena idea para soltar todo el estrés de golpePor unos minutos nos olvidamos del frío mientras nos lanzamos agua a la cara y nadamos en la oscuridad, tardamos más de lo que hubiéramos imaginado.
La resaca dando duro Y LO DEL DEDO MEÑIQUE QUE DOLOR AJAJAJJAJA AY━¡Ellah! ¿Estás ahí? ━ No del todo. ━ ¿Enolah? ━ Me incorporo de manera lenta sintiendo mi estómago revuelto por haber bebido ayer; golpeó mi dedo meñique del pie con lo que parece un libro de grosor apocalíptico.
━ ¡Mier...━ Lo pateó de coraje haciéndolo a un lado.
Ya te lo dije pero amé el diálogo con Flora AJAJAJAJAJJAA y toda la razón, Mason es un idiota pensando que solo con eso Enolah va a olvidar y perdonar. Amo ccuando lo dejo en la isla y puso que todas pueden comer AJAJAJAJAJA
Yuna yendo a comer automáticamente: me representa AJAJAJAJJA
Qué también le mandó flores pero este chico no tiene vergüenza. Lo que quiere el público es una explicación con lujo de detalles━ Son orquídeas, ¿Tienes idea de lo caras que son? Pero a ti te llegó un ramo.
Enolah metiendo la nota en la trituradora
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AJAJAJAJAJAJAJA por un momento pensé que se trata de Mason ay “podrías lastimar a alguien” Que Enolah le saca la lengua es que no puedo━ ¿Qué pensarías si te dijera que quiero deshacerlo, patearlo, quemarlo, cortarlo, lanzarlo, destruirlo o aplastarlo? Grandísimo… ━ Escuchó a alguien carraspear la garganta.
Mierda.
Enolah debió enviar el mensaje y ponerle completo imbécil al final, porque sí
Yo mirando el gif de la cabecera de la 2da parte
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[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]Podría comenzar a reír histéricamente por haberlo olvidado y no porque no la echara de menos, sino porque una parte de mí se sentía como Wendy Darling, en Peter Pan, obligada a continuar por no saber cómo detenerse.
Mira, que bajón darte cuenta de que se te ha ido todo un mes y de que además, es el cumpleaños de tu madre que ya no está en el mundo; y encima, todo el estrés que ha tenido que manejar en las últimas semanas.
(por cierto, amor eterno a la referencia de Peter Pan)
Adoré mucho esta líneala verdad siempre nos liberaría pero yo no quería ese consuelo.
Mason llegando en el momento indicado y abrazándola todo preocupado yo tratando de no perdonarlo pero mira también me alegra que Enolah no vaya a estar sola en ese momento y esté con alguien que sabe lo que ha pasado.━ ¿Por qué no contestas el teléfono?
━ Mason.
Una de sus manos se posa tras de mi cabello y me acercan a su pecho, su mentón con la barba de algunos días roza mi frente.
ADEMÁS QUE POR UN MOMENTO LA VA A BESAR
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA━ Necesitaba asegurarme de que no estuvieras sola. Quería confirmar que estuvieras bien.
━ No soy tan frágil como Loys cree que soy.
(…)
Al principio creo que va a retroceder.
Luego se sostiene del borde de la bañera blanca y se mete conmigo al agua.
Se trata de un impulso.
Al ser mucho más alto, estira una de sus piernas para acomodarse.
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Bueno, poniéndome seria (a ver si puedo), me encantó mucho este tramo. Cómo Mason termina apoyándola y en este momento por fin se sincera de que estuve super preocupado, y como Enolah es franca con él y no sé, dentro de todo, me pareció un momento de vulnerabilidad a diferentes niveles de ambos y y CUANDO ENOLAH SIENTE EL IMPULSO DE METERLO A LA TINA CON EL Y LA TENSIÓN CUANDO MASON ENTRA AL BAÑO AKDAJAKFKAF
O SEA QUEEEEEEEEEEE
EXCUSE M WHAT━ Mase. ━ Es lo único que sale de mi boca. No sé si le estoy suplicando o sólo es su nombre en mis labios.
Sin decir algo más, sale de la tina y cierra la puerta tras de él.
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QUE
QUE ES ESTO BRENDA
QUÉ. ES. ESTO.
ESTOY MAL, MIRA, DENTRO DE TODO, NO ME ESPERÉ ESTO. QUÉ ESTÁ PASANDOOOO
RETIRO MI PERDÓN, RETIRO MI TODO
[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Bien podría ser que de verdad Mason tiene a alguien más en su vida y todo peroPA QUE SE METIÓ A LA TINA Y SE LE ACERCÓ, SEÑOR? HUBIERAS DEJADO LA BATA AHÍ TIRADA Y TE DEVUELVES, PERO NO
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Estoy em shock, estoy tensa, estoy frustrada. Estaba nerviosa por la emoción y ahora por la frustración porque COMO SE ATREVE
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Necesito que Enolah lo tire por el balcón de la habitación del hotel
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AY ES QUE NO LO SUPERO
Bueno Brenda, amé mucho tu cap, me encantó ver como avanza la vida de Enolah en el pueblo y cómo afronta toda esta nueva vida. Lo del acosador me tiene con los pelos de punta y super mega curiosa por saber quién es. Igual con Mason, que es que quiero ver como sigue evolucionando su dinámica con Enolah, ENCIMA DESPUÉS DE LO ÚLTIMO. Pero Enolah me encanta, como va y te dice que no se va a dejar pisotear y luego se va al lago a botar el estrés y termina resacada, queen
Ya quiero ver como sigue tu historia
hange.
Re: Our twenties
buenas buenas, vengo a dejar comentarios atrasados yep yep
- gina:
- Holaaa gina! que tal?
okey, siempre me lanzo a leer los caps sin leer las fichas porque la verdad me da paja, asi que si alguna vez dije que lo hice... fue mentira PERDÓN. Me gusta sorprenderme y descubrir la personalidad del personajes uwu.Cuando arranco el carro, se escucha a todo volumen mi reproducción de música. La cual consta básicamente de música de anime (...)
SI SOY jashjash que intelectual de haikyuu el op que me encanta es fly high (temazooooo)
excuse me, un lindo hablando *se peina* Así que es el amigo... noooo puede ser esto se torno dramatico. AMO. Encima él no sabe los del divorcio y lo tragico que fue para Joe LLORO(...)Se acerca por mi costado izquierdo y extiende una de sus manos a modo de saludo. ─ Emmet Esrik. Estudié con Gordon los primeros dos semestres de la Carrera de Medicina antes de transferirme a otra Universidad. Convivimos un poco tu y yo en esos tiempos, tal vez por eso te me quedas viendo como si me recordarás de algún lado, ¿o me equivoco?
btw se me hace un sol Emmet, losien to
*ahoga un grito* DIOS QUE TIERNO, UNA OPORTUNIDAD UNA OPORTUNIDAD DALEE─ Pero algo me dice que podríamos serlo y que sería bueno para ambos. Así que, ¿qué dices?
QUÉ(...) Le cuento prácticamente todo lo sucedido con mi ex prometido. Desde que nos conocimos hasta la noche que decidió cortar desde la raíz nuestra relación sin darme una verdadera razón por la cual cancelar todo plan de un futuro juntos. Saco todo, excepto lo de que estaba embarazada esa noche. (...)
COMO
CUANDO
ay no lo creo OSEA nno le dio una razón del porque romper MAN te pasaste, ademas estaba embarazada?? VOY A COMETER UN CRIMEN agarrate gordon
me gusta que tenga kim... es yeonsun verdad?? osea dijo que perdio su empleo en la pescadería y yo lo uní a ella, si no es perdón. Aun así es admirable que pida ayuda, porque le será dificil superar ese amor que calo tan fuerte en ella. VAMOS REINA─ Tú me vas a ayudar.
─ ¿Exactamente con qué?
─ A reencontrarme. O por lo menos a no volverme a perder.
esto es clave en las citas jashjahsj─ Si se pone incomoda la cita y necesitas que te saquen de ahí, me avisas y te marco con una emergencia.
TERMINE!
Me muero como que también plantaron a Emmet, vuelven los instintos asesinos, ¿Quién pudiera plantarlo?? tremendo hombre, es un sol uwu
Siento que me va a gustar la historia y a donde va ir, así que estoy emocionada por saber que pasara uwu
Un placer leerte Gina
- andy:
- Holaaa andy!
wait, te conozco desde hace banda pero nunca tuve la oportunidad de leer algo tuyo, re ¿¿¿???? porque jashjahsa okey okey te mandaste mucha historia así que me prepararé un café y a leer uwu
DELFINA QUE HACES ACA jhajshaj ahre que odiosa eres fiorella ya me cae mal y recien vamos comenzando.— ¡Alguien está en problemas! —canturrea con voz melosa.
A VER COMO ES QUE LA FAMILIA VE ESTO Y LO DEJA PASAR??? OSEA LA ESTA FORZANDO MALDITOOO ugh su familia es de lo peor, gianna es mejor que te alejesÉl extiende su mano, la lleva hasta la parte posterior de mi cabeza y me inclina hasta que mis labios tocan los suyos.(...)
QUEEE señor es su hija "de sangre" que esta haciendo?? QUE CORAJE No puede amenazarla de ese modo. Además es cierto porque no mando a casarse a la mantenida de la hermana lo unico que sabe hacer es... nada— Piensa en lo que dije —susurra en mi oído—. Tengo muchos contactos, tu credibilidad quedará por el suelo, nadie creerá en lo que digas y escribas—ríe ante su comentario—. Puedo hacer que tu vida sea un infierno, desearás estar muerta junto con tu madre.
quien pudiera ser una mascota solo se preocupan por ... nada ah onda mi perro solo come, duerme, hace sus necesidades y ladra ES TODO,, es mi sueño ahreCamino hacia el auto, entro y lo enciendo para continuar con el viaje. Antes de comenzar a conducir observo a Legolas, él está durmiendo, es un gato afortunado del cual a veces siento envidia porque no tiene muchas preocupaciones.
es veterinario me estoy enamorando (más porque es danie sharman el rp cjau) jshajsh me muero porque me recuerda a teen wolf donde el personaje del actor quiere ser veterinario o algo asi? solo me acuerdo que ayuda a un perro a curarse de dolor y casi llora porque fue muy emotivo. Un lindo uwu— Soy veterinario —dice Aiden mientras trata de controlar su risa—. Me gano la vida ayudando a los animales.
COMO acaso me fallan los ojos?? YA LA CONOCIA POR REDES LLORO lo que es la tecnología ahre pero no enserio que hermoso. Logan ahi todo flechado por la bella Gianna. Con razón se le quedo viendo como idiota igual UWU¡Mierda! Acabo de chocar el auto de Gianna Donati, la periodista que admiro y de la que me siento atraído románticamente.
SE PUDRIOOOO lloro es el encuentro con Andrómeda. Tenian los cables cruzados las dos!! no puede serrr obvio que se agarraron a piñas (bueno no literalmente) ASÍ ME LAS IMAGINO JAHSJASAKDe la nada mi compañera comienza a gritar. ¡Qué demonios!¡Ésta chica está loca! ¿Quién se cree que es para venir a gritarme?
Como que ex?? me dejaron SHOOKETH enserio encima de la arpia esta eres grosera fiorella y no me agradas. Se pasó cuando dijo de lo de la sobras. Pobre Logan se tuvo que bancar a esta bruja. Presiento que fiorella fue alguien muy importante para Logan yy obvio el rompimiento le hizo mal. NENE NO TENES QUE SUFRIR POR ESA LLORO— Logan es mi ex novio — Fiorella responde sonriendo con maldad.
Bueno! no lo senti largo como esperaba, fue llevadero. Me encanto!! Che che che este Aiden es medio sospechoso, encima el amigo de Logan mmm alejate de Gianna no lo odio pero veo que intenta meterse en mi ship!
Hasta a siguiente ronda!
14th moon
Re: Our twenties
- holaaaa:
- hola nenas sigo escribiendo los comentarios que me faltan, espero subirlos pronto. Espero que les guste
CAPÍTULO 15.1
mandu. • Flora & Marco
- Miss me with that bullshit (bullshit):
Julio empieza y con ello el verano termina por asentarse, amaneciendo más rápido y el sol parece aumentar la intensidad con el paso de los días. En otra época, estaría planificando para irme a la playa al menos una vez por semana para ejercitarme allí. Y ni hablar de ir a clases de artes marciales, ocasionalmente. Sin embargo, apenas tengo tiempo de correr de vez en cuando por las calles del pueblo una que otra noche, para disipar las ganas de querer tirarme por el muelle por todo lo último que ha pasado.
Después de tener que aguantar medio día un dolor de cabeza horrible, me admito a mí misma que tal vez no fue buena idea pagar mis piques bajándome una botella de vino junto con Taianna. Otra vez.
Me trago uno de los calmantes que Paco me ha traído tras salir a buscar la comida de hoy y salgo de la cocina en dirección hacia de atrás de la repostería, decidida a pasar la última media hora que me queda del almuerzo sola y en paz. Cruzo el pasillo de la repostería, dirigiéndome a la puerta trasera. Al salir, hay una cocina separada del local que sirve como comedor y sala de estar de los empleados.
Avanzo hasta quedar junto a la puerta, y me siento en el contén, quedando de frente a la parte trasera de la repostería. No hay mucho más que los botes de basura y un área relativamente espaciosa cercada por una pared de madera, cuya salida da paso a la calle. Por allí entran los camiones cuando vienen a hacer entregas. Y para mi desgracia, también está el vehículo de Marco estacionado.
Desvío la mirada cuando siento otro punzón en la sien. Me cruzo de brazos y me fijo en las enredaderas que hay por la pared de la repostería. Contra una esquina hay una escalera de espiral pintada de negro, que lleva a un segundo piso: el departamento viejo donde vivía Cara antes de tener la residencia. Donde su querido nieto ha decidido mudarse.
Suelto otro suspiro y cierro los ojos al darme cuenta de que mis pensamientos terminan allí otra vez; para luego chocar la cabeza levemente contra la pared detrás de mí. Estos días, después de que soltara la bomba, han sido más que caóticos. Entre estar pendiente de que Cara no deje su tratamiento de lado y no se le olvide tomar la medicina, también está el hecho de repartir horarios entre Elio, Marco y yo; y no perder la cabeza cuando estamos los tres al mismo tiempo en turno. Que es más veces de lo que me gustaría.
—¿Huyendo de tus compañeros de trabajo?
La voz acentuada y lenta de Paco me hace abrir los ojos. Ha salido de la repostería y avanza hasta detenerse a mi lado, con dos vasos de capuccino en mano. Solo el olor me reconforta.
—Sí. ¿Crees que deba ser más obvia? —me incorporo, aceptando el vaso— Gracias.
—No, nada más falta que los clientes se den cuenta —Paco hace un corte de ojos y da un sorbo a su café—. Cara llamó hace unos minutos.
—¿Qué quiere, volver a la acción? —mascullo luego de empezar a beber.
Paco me da una pequeña sonrisa y sacude la cabeza. Ambos sabemos su ciclo de acción, después de tantos años.
—Sí, pero sabe que no la vamos a dejar —da una inclinación de cabeza, señalando al local—. Ahora tenemos personas más contra ella.
—Ugh.
Paco ignora mi amague de que voy a vomitar al mencionar a tales personas. Sigue tomando café y continúa hablando.
—Me pidió que convoque una reunión con todos, este fin de semana, el domingo —anuncia, y mete su mano libre en el bolsillo—. Creo que incluso vendrá la abogada. Supongo que es para organizar realmente cómo vamos a trabajar de ahora en adelante.
Hago una mueca y termino de tomarme el café de golpe, sea sano o no. Suelto el aire caliente e ignoro el ardor de mi garganta. Paco sigue tomando café a su paso, lento como tortuga y no me hace caso ni le molesta que no le conteste de inmediato.
Con estos días sin Cara en el negocio, todo ha sido más o menos una improvisación tras otra, en lo que se recupera. Usualmente, Paco y yo hacemos malabares para seguir con el negocio lo más normal posible hasta que vuelva. A veces hemos contratado pasantes o substitutos por poco tiempo.
Sin embargo, ahora que Elio y Marco están aquí, es normal que haya ajustes. Y más si van a quedarse permanentemente a ayudarle. Eso no significa que me agrade.
—¿A qué hora? —cuestiono, al final.
—A las 9.
—Está bien.
Me quedo meditando los posibles cambios y aprieto el vaso vacío con más fuerza de la necesaria, y termino ensuciándome los dedos con lo poco de café que quedó. Mientras me lamo los dedos, Paco me da varias palmadas en el hombro.
—Todo va a estar bien —masculla—. Cara no se va a ningún lado, y tú tampoco.
Tiro el vaso al bote de basura.
—Vamos —carraspeo y hago un gesto hacia la puerta—, hay que volver a trabajar.
El resto de la tarde me la paso metida en la cocina, entre los muros donde solo somos los instrumentos, los ingredientes y yo. Los brownies los hago más rápido de lo que me gustaría, y me pierdo batiendo el chocolate y triturando el maní para ponerlo por encima en un toque final.
Por igual, hago un paquete con chocolate negro y leche de almendras. Les pongo más maní a estos para darle un toque crujiente que acompañe el amargo del chocolate, y procuro no pasarme de azúcar para que no empalaguen tanto como los otros.
Como por las cuatro de la tarde, Marco tiene que irse a no sé qué, así que las últimas horas del día me toca ayudar a intentar servir junto con Elio. Intentar siendo la palabra clave.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Taianna cruza por la entrada como un espíritu salido del inframundo. Que esta semana se la ha pasado encerrada en la habitación —aunque eso no es muy alejado de su rutina usual. La cuestión es que nos contó a Reaven y a mí lo que ha pasado con su trabajo. Y de todo lo que me esperé, no concibo que sigue actuando como si nada pasara.
—Por fin te has dignado a salir —la ataco desde que está lo suficientemente cerca para escucharme.
—¿Qué clase de bienvenida es esa para un cliente? —se mofa, dejándose caer con flojera en la mesa más cercana al mostrador.
Estoy terminando de limpiar la repisa mientras ella repasa el menú con los ojos. No sé para qué, si ya debería sabérselo —aunque la memoria de Taianna no tiene límites. Doy un vistazo general al local. Hay dos mesas ocupadas, pero están más al fondo y en sus propias conversaciones. Paco se ha ido por hoy. Tengo luz verde para hablar por un momento.
—¿Ya te decidiste a dejar de ahogarte en tus penas? —inquiero, terminando de limpiar la esquina de cristal.
—Tú no hables, quejica —me mira por encima del menú.
—Seré quejica pero aun así no dejo de trabajar.
—Eso no es tan bueno como crees —chasquea la lengua y se encoge de hombros—. Todas las adicciones son malas, ¿no te lo enseñaron?
Suspiro y tiro el trapo en un cubo en el suelo, que no se vea. Agarro la pequeña libreta del bolsillo de mi delantal, rodeo el mostrador y me acerco a ella. Sus ojos tienen ese aspecto entre cansados y como si estuviera mirando todo tras una muralla.
—¿Vas a ordenar algo que no sea 90% azúcar esta vez? —la miro con una ceja enarcada,
—Esto es una repostería, genio —Taianna no tarda en responderme con el mismo tono—, ¿estás haciendo mala promoción de tu negocio?
Aprieto los labios y le dedico una mirada furibunda, a lo que Tai solo responde alzando las cejas y sonriendo de esa forma floja de siempre. Como si no la han despedido hace unos días, y como si no nos hubiéramos bajado una copa de vino sin cenar poco después.
—¿Qué quieres? —opto por preguntar.
—¿Hay brownies para inmortales como yo?
—Sí, hice esta mañana. ¿Cuántos?
—Sorpréndeme —otra vez la sonrisa—, y ponlos para llevar, por favor.
Me gustaría sacudirla por los hombros y gritarle un par de cosas. Pero le estoy dando unos días más antes de atacarla otra vez. Aunque no sé si eso sea porque no quiero volver a escucharla hablar de Marco y Elio o porque la estoy considerando.
Al final a las dos nos gusta darnos contra el poste varias veces en vez de admitir que no podemos tumbarlo.
Sacudo la cabeza y me meto detrás del mostrador otra vez, para buscar el pedido de Taianna. En lo que busco la espátula y la bolsa para llevar, ella se ha puesto de pie para acercarse a la caja registradora.
—¿Están tus compañeros hoy? —murmura Taianna, colocándose uno de los auriculares otra vez en la oreja.
Justo en ese momento, Elio sale por el pasillo que lleva a la cocina con una bandeja llena en cada mano. Hago un gesto con la cabeza hacia él a modo de respuesta de Taianna. Ella le da una sonrisa ladina y Elio la saluda con una inclinación de cabeza, rápido porque tiene que irse a atender una de las mesas que quedan.
—Marco no está, por suerte —continúo, pasándole sus brownies en un paquete para llevar—. ¿Por qué?
—Solo preguntándome —Tai se lleva una mano a la barbilla—, porque no te ves como si quisieras matar a alguien.
—Soy una profesional, discúlpate —alzo la barbilla.
—¿Y dónde está tu título?
Como soy profesional, no le grito o le tiro el puñetazo que quiero; pero me anoto en la cabeza cobrármelas en la residencia. Taianna se burla abiertamente de mi incapacidad de corresponderle en la repostería y me pasa el dinero con una sonrisa plantada en el rostro.
—Excelente servicio, dama —hace una inclinación torpe y un signo de paz con la mano—, te veo en la noche.
—Tai, en serio —me inclino por la repisa hacia ella—. Aunque sea ve a solearte. Hacer nada en la playa. No es como si estuvieras haciendo mucho encerrada.
—¿Te he dicho que eres malísima dando aliento? —ladea la cabeza y sigue su camino.
Ruedo los ojos. No sé qué me esperé.
Cuando Taianna se da la vuelta, Elio está regresando con las bandejas vacías y cruzan miradas antes de que ella siga de largo hacia la salida. Me pregunto si todavía sigue irritada porque no le recuerde.
Elio, para mi sorpresa, se queda mirando en su dirección por un momento, con las bandejas vacías a medio camino de ponerlas en la repisa. Finalmente desvía su mirada oscura de la figura de Taianna cuando ella dobla la esquina.
Me le acerco, con los brazos cruzados y entrecierro los ojos.
—¿Qué? —masculla, acomodando las bandejas en el mostrador.
Doy un vistazo a nuestro alrededor. Ya casi es hora de cerrar y solo queda una pareja en la esquina más lejana del local, que ya está recogiendo sus cosas. Decido preguntarle antes de que se acerquen.
—¿De verdad no te acuerdas de ella? —me inclino hacia él— ¿Pero sí de mí? ¿Te golpeaste la cabeza? —apoyo la barbilla en una de mis manos.
Elio no reacciona más que con un corte de ojos, dejando más bandejas sucias que hay que fregar con un poco de brusquedad. Ni me inmuto. Me quedo esperando una respuesta. Cuando no me muevo del camino, envuelve las manos en el borde de su delantal por un momento y luego suelta la tela con fuerza.
—Sí —es lo único que dice.
—¿Sí, qué?
—Que si me acuerdo de ella —aprieta los labios—. Pero no le cuentes, ¿está bien?
¿Qué mierda? Lo miro de pies a cabeza, buscando el moretón de donde se ha golpeado. ¿Tal vez debajo del cabello? Lo tiene más largo de lo que recuerdo.
—¿Por qué? —ladeo la cabeza.
—Tengo mis razones —enarca una ceja—. No te preocupes, no es nada malo.
¿Por qué Cara debe tener dos nietos con tan poco sentido común? Dejo caer mis brazos y me encojo de hombros. Le ayudo a recoger cosas, y doy una inclinación de cabeza hacia los últimos clientes que van saliendo. Elio da la vuelta y se mete a la cocina, donde puedo verlo a través del área abierta entre el mostrador y la cocina. Una vez que estamos solos, me volteo hacia él.
—Bien, no le diré — sonrío de lado—, pero me debes una.
—¿Qué, por qué? —alza las cejas.
—Nadie te mandó a contarme —mi sonrisa se ensancha—. Si no quieres que le diga, ahora me debes una. Es tu culpa.
Elio parece que va a decirme una lista de insultos y me fulmina con la mirada de una forma casi intimidante —es decir, si no me acordara de él siendo un fastidioso niño. Entro hacia la cocina y meto un paquete de vasos en el fregadero. Justo cuando abre la boca, escuchamos el crujido de la puerta.
—¿De qué hablan? —Marco acaba de entrar.
—No te incumbe, chismoso —no tardo en responder.
Elio suspira y se pone a fregar, maldiciendo por lo bajo; mientras que Marco se lleva la mano al corazón y se tambalea hacia detrás, como si de verdad lo hubiera golpeado.
—Y yo que vine a ayudarlos a fregar y recoger todo para que cierren más temprano —empieza, con su voz dramática.
—Me vale mier-¡ddgja!
El idiota de Elio me ha cubierto la boca con su manopla toda mojada. Lo fulmino con la mirada y me preparo para darle un codazo y dejarlo sin aire cuando no me deja escapar.
—Ayúdanos y te compro cerveza —dice Elio, sonriendo encantadoramente—. Ignórala-¡Mierda! Eres una salvaje —me suelta y se masajea la costilla.
—¿Has visto las locuras del emperador? —enarco una ceja y subo el dedo índice, para moverlo en su cara— No toques. Apréndetelo.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Cuando llego a la Residencia, me meto en la habitación y Taianna me pregunta por mi cara de gruñón, por un momento se me olvida que no debo decirle a nadie sobre lo de la memoria de Elio y casi termino por contarle. Cambio de tema y me quejo de la tesis —que también me tiene con los nervios de punta.
Reaven entra a la habitación poco después, con mi crop top amarillo de girasoles y unos pantalones de talle alto. Le ha dado con sacarnos ropa en estos últimos días —no es que me importe, mientras lo lave todo. Después de lo que pasó con el perro misterioso, también tenemos el área cerrada cuando no la estamos usando —para evitar otro accidente así.
Cuando salgo de mi ducha, ambas están tiradas en una de las camas, envueltas en sus colchas y mirando un K-drama al que no me importa ponerle pausa. Cuando tengo sus miradas fulminantes y fijas en mi cara, sonrío de lado.
—¿Ya cenaron? —les pregunto.
—¿No podías preguntarnos sin ponerle pausa? —Taianna entrecierra los ojos.
—Exacto…y no, no he cenado —musita Reaven, pasándose una mano por el cabello—. Tampoco quiero comer dulces.
La ignoro, sabiendo que se lo haré comer de todas formas. Aleteo en el aire y vuelvo a darle play en la laptop, para que no vayan a atacarme con las almohadas.
—No haré postres, voy a freír empanadas, tengo antojo —les explico—. Y hay una bolsa con harina de soja que compré hace tiempo que se va a vencer si no la uso.
Reaven, para mi sorpresa, se sienta un poco más derecha y me dedica su atención un momento.
—¿Puedes hacer jamón y queso? —suelta, y luego se encoje— Digo, no es una obligación-
—Te voy a hacer cinco —la interrumpo, sonriendo—. Tú tranquila.
—Cinco es demasiado —frunce el ceño y yo ruedo los ojos.
—Ya, dos. Creo que es la primera vez que pides algo relacionado con la comida —me pongo una mano en la barbilla y miro hacia el techo—. Voy a hacer empanadas más seguido.
—Retiro lo dicho —se apresura a decir Reaven, mirándome como si fuera a envenenarla.
—Lo siento, no te oigo-
—Pues vaya a cocinar —Taianna me interrumpe, señalando hacia la puerta y sin despegar la mirada de la pantalla—, y deje de interrumpirnos.
Le tiro un cojín antes de irme, y Reaven me maldice cuando casi tumbo la laptop de la cama. Salgo de la habitación entre risas antes de que me caigan a palos.
En la sala están Yuna y Josephine tiradas en el sillón, mirando televisión. Creo escuchar a Enolah y a Andrómeda en el balcón y me cruzo con una de las huéspedes más recientes, Gianna, cuando entro a la cocina. La saludo antes de que se vaya a su habitación, murmurando algo sobre la comida de su gato.
Me pongo los audífonos hasta que retumben con música de Nicki Minaj y empiezo a hacer mi labor. Mezclo la harina de soja con sal, y luego de que esté conforme con la consistencia, hago un hueco en el centro para agregar aceite y agua. Procedo a amasar bien durante unos minutos y luego la entro todo en el refrigerador.
Pongo el temporizador, y mientras la masa se enfría, preparo la isla de la cocina con papel de mantequilla para mantener el desastre en lo más mínimo que pueda. Agarro el sartén más grande que tenemos y lo pongo en la estufa. También saco el jamón y el queso para el relleno; y ahí saco otro sartén para no equivocarme con cuáles empanadas tendrán qué.
Una vez la masa está lista, la saco del refrigerador y manos a la obra. Estiro la masa mientras muevo la cabeza al ritmo de “Black Barbies” hasta que estoy conforme con el espesor. Utilizo el cortador de masas para cortar toda la masa en discos. En total me dará para veinte, más o menos.
Agarro el relleno y empiezo a rallar queso en un pequeño espacio. El jamón lo corto con un cuchillo diferente y después de lavarme las manos, para no mezclar nada. Relleno los discos primero con jamón todos, y luego pongo queso a la mayoría. Me lavo las manos otra vez y cierro los discos, haciendo repulgo y la decoración de los bordes con un tenedor.
Una vez tengo las empanadas listas, vierto aceite en los sartenes y pongo el fuego alto. Las empanadas quedan listas tiempo después, y las pincho para poner las de jamón y queso en un bowl y las que solo tienen jamón en otra, que solo son las de Taianna.
Para cuando termino, metiendo todos los utensilios que usé en el fregadero, Enolah y Yeon Sun se meten a la cocina.
—Oh, las iba a llamar —digo, sacándome un audífono—. Hoy servimos empanadas de soja —señalo hacia el bowl más grande—, pueden llamar a las demás.
—Tú te irás al cielo —Yeon Sun hace una reverencia mirando hacia el techo, y no pierde tiempo en tomar asiento.
—Buscaré a las otras —dice Enolah, aunque no se va sin agarrar una para ella, soplándola un poco mientras camina por el pasillo.
Con una servilleta indico cuales son las de Taianna, y en poco tiempo estamos todas metidas en la cocina agarrando empanadas y tomando jugo o refresco —lo que haya en la nevera. No cabemos todas en los taburetes de la isla, así que Hana, Josephine, Andy y Taianna se quedan paradas junto conmigo, cada una apoyándose en algún lugar de la cocina.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
El domingo me levanto después de darle al botón de snooze como cinco veces, terminando por provocar que casi lo tire al otro lado de la habitación. Me freno porque veo los dos bultos debajo de las sábanas de mis compañeras, y me paro de la cama refunfuñando en mi cabeza. Tengo muchas mejores cosas que hacer que ir a una reunión, como ponerme a trabajar en los capítulos iniciales de mi tesis.
Después de ducharme, prepararme y comer algo ligero, bajo las escaleras con las zapatillas en mano. No me esfuerzo para maquillarme y me pongo el primer vestido de flores suelto que encuentro en el closet. Nunca he sido buena para disimular las cosas. Cara me lo hace saber desde que me ve bajando las escaleras.
—Quita esa cara de ogro que tienes —suelta una risita—. ¿No dijiste que querías que descansara más?
—Ni siquiera te voy a responder —suelto un bufido—. ¿Ya te tomaste la pastilla?
—Sí. Y desayuné también, comandante —Cara rueda los ojos y da un manotazo al aire—. No me agobies.
—¡Solo estoy preguntando!
—Porque me tienes tan poca confianza-
—Pues para la salud, sí —pongo los brazos en jarras—. No me mires así, sabes que es con razón-
—Sigue hablando y te voy a poner a ser cajera-
Entrecierro los ojos y hacemos una absurda guerra de miradas. Que solo se interrumpe por la voz grave de Elio, asomándose por la puerta de cristal.
—¿Qué están haciendo? —su tono de voz parece cuestionar nuestro estado mental.
Sale y se queda mirándonos como si fuéramos dos crías, apartándose el pelo de la frente. Tiene pinta de que está entre caerse dormido o dormirse de pie.
Vuelvo a atender a Cara, que tiene una sonrisa de oreja a oreja en la cara. Me cruzo de brazos y desvío la mirada, en silencio.
—¡Ja! Soy la jefa —Cara se regodea, moviendo los hombros.
—¿Podemos irnos? —inquiere Elio, abriendo la puerta principal— O me voy a dormir otra vez.
—Voto por dormir otra vez —alzo un dedo.
—Caminen, par de holgazanes —refuta Cara, tomando la delantera—. Les triplico la edad y tengo más energía que ustedes.
Elio y yo cruzamos una mirada y una mueca, antes de seguirle el camino a Cara. No vaya a ser que se ponga a caminar más rápido de lo que puede y termine con otro malestar. No la corrijo con que mi falta de energía es más falta de motivación, porque no quiero nada que ver con esta reunión y los cambios que supone.
En los días que lleva de tratamiento, hay que reconocer que Cara ha disminuido sus tácticas de terquedad en un gran por ciento. Solo se apareció por la repostería dos días y solo uno tuvimos que sacarla a patadas de la cocina o decirle que deje de estar sirviéndole a la gente. Luego de ahí, ha estado reposando en casa, dando algunas pequeñas caminatas por la cuadra y Elio me dijo que incluso caminaron hasta el lago una tarde.
Elio va junto a ella y yo me quedo un poco más atrás, avanzando por la acera. Su débil pero consistente cojeo no es suficiente para que compre un bastón, por más que hemos insistido. Incluso tiró a la basura uno que le compré hace ya varios meses. Según ella: “todavía me faltan añales para tener que andar semicargada, no me molestes”.
Desvío la mirada de Cara cuando mi celular vibra entre mis dedos y la pantalla se ilumina. Es un mensaje de Marco que me hace soltar un quejido.
“¿Ya vienen?”
“Pregúntale a tu primo” respondo.
Marco no tarda en responder.
“Eso hice y me está ignorando.”
Solo le respondo con un sticker de Bob Esponja tomando té y quito la vibración del celular, que ni recuerdo por qué la puse.
Llegamos a la repostería en poco tiempo. Paco está justo llegando, así que se hace a un lado sujetando la puerta para que pasemos antes que él. En cuanto cruzamos por la puerta, Marco le da un sonoro beso en la mejilla a Cara y se me acerca.
—¿Por qué me ignoraste? —pone los brazos en jarras.
—Te respondí.
—Pero no lo que te pregunté —rueda los ojos.
—No todos obtenemos lo que queremos en esta vida —le doy un apretón en el antebrazo y sigo de largo.
La reunión es corta, por suerte. Nos sentamos en una de las mesas del local, con Cara en la cabeza, y esperamos a que empiece a hablar —aunque creo que Elio se duerme sentado en el momento en que Marco se para a hacer café. Cuando Cara empieza a hablar de las tareas de cada uno, intento que mi cara no se vea muy ogra.
—…Entonces, Elio y Marco van a manejar los aspectos administrativos junto conmigo —anuncia, dejando su taza de lado—. Es decir, que me tienen que reportar cualquier cosa grande, pero son capaces de manejar todo sin tener que estar pidiendo permiso.
Tuerzo los labios y me cruzo de brazos. Intento ignorar el sabor amargo que me provoca tener que ir a ellos cada vez que quiera algo.
—Por ejemplo: los pagos de la residencia y distribución de tareas en la repostería cuando estamos apretados. Los pagos de Tasty lo sigue manejando la contable, pero la pondré en contacto con ustedes —continúa Cara—. ¿Alguna pregunta?
—Sí —Paco deja su taza de café en la mesa—. ¿Vendrías ocasionalmente a supervisar o vas a trabajar de lleno?
—Ambas cosas —Cara sonríe de oreja a oreja—. No me estoy retirando, Paco, ¿qué te pasa? —suelta una risotada—. No se van a librar de mí.
—Pero el punto es que descanses —interviene Marco.
—Puedo descansar como yo quiera —Cara levanta una mano para silenciarlo—. Además, no es que voy a estar cargando sacos de harina-
—¿Estuviste cargando sacos de harina? —Elio abre los ojos lo más posible— Abuela, estás loca-
—No se iban a cargar solos —ella se cruza de brazos y alza la barbilla.
—Y para eso llamas a Paco o a mí —la fulmino con la mirada—. Siempre buscando donde no hay-
—No me sermonees, señorita —me señala con el índice—. No puedo estar voceando por todo el local-
—Lo haces cuando te parece —interrumpe Paco, alzando una ceja y mirándola de brazos cruzados.
—Porque es mí repostería y voceo lo que quiera-
—Okay, okay, vamos a calmarnos —Marco alza ambos brazos en son de paz y se pone de pie—. Abuela, no más levantamientos pesados que no eres luchadora. El resto, estamos de acuerdo con las nuevas reglas. ¿Sí?
Abro la poca, a punto de seguir discutiendo. Casi se siente como antes, cuando éramos pocos y Paco y yo vivíamos jalándonos los pelos con Cara y su terquedad. Pero lo pienso mejor y suspiro —Cara debe descansar e ir soltando poco a poco. Dejo salir aire por la nariz y asiento, en silencio.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Tiempo después, Marco y yo estamos fregando las tazas, la cafetera y limpiando un poco la cocina para empezar la semana bien al día siguiente. Espero poder salir de aquí sin tener que decir nada por un buen rato, pero Marco no es amigo del silencio.
—¿Siempre discuten así? —masculla, mientras enjuaga las tazas.
—¿De qué hablas…? —lo miro de reojo— Ah, sí. No es nada. O sea, nada serio —me encojo de hombros.
—Ah… —desvía la mirada hacia las tazas en sus manos—. Por un momento pensé que era serio.
—La mayoría del tiempo es jugando —le salpico un poco del agua en mis manos—. No es como si de verdad nos enojáramos con Cara. Bueno…sí, pero tu entiendes.
—Ya —suelta una risita—. No me gustan las discusiones.
Aprieto los labios. ¿Por eso se metió antes? Me pregunto por qué me está diciendo estas cosas, pero no indago más, no vaya a ser que me quede aquí más tarde de lo que debo. Me seco las manos y me giro hacia él.
—Acostúmbrate —ladeo la cabeza hacia él—. Así es como funcionamos. Pero nada del otro mundo, tampoco. No es personal.
—Lo que digas…
Me da una sonrisa pequeña y yo decido que es hora de largarme. Se supone que hoy iría a comer con mi mamá y debo apresurarme a tomar el bus antes de que se haga más tarde y ella me deje sin postre por no llegar a tiempo.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
El lunes al medio día, el asesor de nuestra tesis tiene los cojones de dejarnos plantados, después de insistirnos como cosa loca que debemos acabar con el borrón del marco teórico lo más rápido posible. Automáticamente, Paul se devuelve a su departamento a dormir y Jade aprovecha para irse a comer con Gaby. Yo me devuelvo en el bus hacia Galena otra vez, con las ganas de triturar sandías como en esos programas de televisión. Creo que estoy tirando humo por los oídos como en los Looney Tunes.
Estas ganas se convierten en casi acciones cuando llego a Tasty Pastry. Marco no ha llegado y Elio ha ido a buscar la comida, así que Paco me pone a elegir entre ser mesera o quedarme en el mostrador. Elijo el mostrador —mientras menos interactúe hasta que se me baje el instinto asesino, mejor—. Pero el universo parece que quiere burlarse de mí hoy.
Entre las 1 y 3 de la tarde no hay mucha gente, así que me trato de tranquilizar pensando en que Elio va a tomar mi lugar una vez que termine de comer y puedo refugiarme en la cocina. Hasta que entra un señor con la piel roja de tanto tomar sol, una nariz grandísima que arruga como si todo lo que oliera le cayera mal y unos ojos saltones que me fulminan con la mirada cuando me ubica detrás de la caja registradora. Se me activan todas las alertas.
—Buenas tardes, señorita —su voz suena altanera, como si estuviera hablando obligatoriamente—. Tengo una queja, ¿me pregunto si puede atenderme?
Al menos no ha levantado la voz. Inspiro por la nariz intentando que no se me note y apoyo las manos en el borde de la repisa, tratando de ofrecerle una pequeña sonrisa.
—Claro que sí —imito uno de los tonos de voz de Cara, el complaciente—, ¿en qué podemos ayudarle?
—Vine a comprar este bizcocho el sábado —alza un paquete en sus manos y reconozco la bolsa lila de la repostería—, pero ha habido un problema. Está rancio. A lo mejor se equivocaron y-
La imitación de Cara se me esfuma al instante. Arrugo el entrecejo y mis labios se tuercen mientras trato de comprender sus palabras.
—¿Está diciendo que le vendimos algo rancio? —lo interrumpo— Con todo el respeto, señor, a lo mejor lo dejó fuera de la nevera o en algún lugar donde le dio el sol —le explico, señalando el pastel—. Se le indica al momento de comprarlos que no deben quedarse fuera del refrigerio o pueden-
—¿Dices que me lo estoy inventando? —su rostro se contorsiona y se pone más rojo— Le estoy diciendo que está rancio-
—Y no lo dudo. Le he dicho que aquí no le vendimos eso, ¿me comprende? —aprieto el borde de la repisa con los dedos— ¿Acaso lo dejó en el auto, o algo similar?
Sus ojos se abren y se queda mudo, pero carraspea y enmascara su expresión facial cuando se da cuenta de que lo pillé. Abro la boca, indignada. Porque primero me tiro por el muelle antes de vender algo de mala calidad —y en caso de hacerlo, alguno de los demás empleados se daría cuenta.
—Me gustaría hablar con su supervisor, señorita —el hombre se irgue y me mira por encima de la nariz, como si oliera mal—. Está claro que usted no tiene la disposición ni la educación para dirigirse a un cliente que viene con un problema.
Escucho un crack en mi cabeza. En un último intento por cordura, echo un vistazo a Paco, pero está en la parte de atrás de la repostería con una de las señoras del pueblo que hablan hasta por los codos. Cuando vuelvo a mirar hacia delante, el señor está sonriendo sin mostrar los dientes, como si estuviera regodeándose de algo. Al diablo.
—Pues mire, señor cara de cu-hpmh!
La mano de alguien me cubre casi todo el rostro. Mis ojos se quieren salir de sus cuencas cuando veo a Marco a mi lado, dándole una sonrisa de certamen de belleza al cliente.
—Hhpmh!!
Intento deshacerme de su agarre pisándolo, pero Marco no se mueve, sino que con su otro brazo me da un apretón en la cadera. Doy un brinco. Lo voy a asesinar.
El cliente se ve tan perdido que no ha dicho nada.
—Muy buenas tardes, ¿me puede explicar bien su situación? —Marco lo aborda con un tono de voz acaramelado— Le resolveremos el inconveniente lo más rápido posible.
El cliente me dedica una mirada furibunda y asiente. Marco se relaja visiblemente y se despega de mí, dejando mi boca libre. Me da una mirada helada que creo que dice advertencia antes de volver con el señor cara de culo.
—El cheescake que me vendieron sabe a rancio. Estaba pidiendo un cambio con todo mi derecho, pero-
—Ya veo. De acuerdo, denos el cheesecake viejo con la factura y ahora mismo le damos otro. ¿de acuerdo? —Marco se pone a trabajar al instante, sacando otra bolsa de empaque lila y alcanzando la espátula.
—Pero, tienen que-
—Y le agregaremos dos brownies por la leve discusión con el staff, libre de costo. ¿Qué le parece?
—Bueno…está bien —el cliente relaja los hombros.
El señor cara de culo pone la funda arrugada junto con la factura. Marco está ocupado poniendo cheesecake con cuidado dentro del empaque de plástico y luego dentro de la bolsa, haciendo lo mismo con los brownies. Así que tomo el cheesecake rancio, tratando de no fulminar al viejo verde con la mirada.
—Y recuerde no dejarlo fuera de la nevera por más de unas pocas horas o puede ponerse rancio o pasado, ¿entendido? —finaliza Marco, tendiéndole la bolsa nueva al hombre.
—Muy bien —asiente, y luego me da una mirada que me pone alerta de inmediato—. Solo necesitaba eso. Pasen buenas.
Tiro la bolsa vieja a la basura. Ni siquiera me molesto en abrir para verificar nada.
Marco es todo sonrisas y risas de caramelo hasta que el cliente se da la vuelta. Cuando la puerta de la entrada se cierra, observo su espalda tensarse. Su rostro ensombrece y me empuja con suavidad hacia el fondo del mostrador, casi en la puerta para ir hacia la cocina, pero teniendo vista de quien pase por la entrada. Ugh. Le devuelvo la mirada alzando la barbilla, enterrando uno de mis talones en el suelo.
—Tienes que aprender a manejar clientes —hace un gesto hacia la puerta—. Eso pudo convertirse en un escándalo horrible y afectar la repostería. Lo sabes.
Algo de su tono de voz me toca la fibra. Suelto aire con rabia y tuerzo el cuello.
—No es mi culpa —pongo los brazos en jarras—. Fue un mentiroso, él mismo dejo el chessecake en su auto y-
—Claro, pero en el momento en que lo insultas, perdemos todos —me corta, con el rostro tan serio como pocas veces lo he visto—. Y termina dañando toda nuestra reputación.
—Ay sí, ahora es la nuestra —ruedo los ojos.
Marco se pasa una mano por encima de los rizos y resopla. Ignoro la voz diminuta detrás de mi cabeza que me pide que tal vez deba escucharlo un poco.
—Ya me harté —masculla, y señala con el pulgar hacia el mostrador—. Vas a trabajar atendiendo clientes por lo menos dos veces a la semana en diferentes horarios.
—¿Desde cuando eres mi jefe? —alzo las cejas y lucho por no levantar la voz.
—Desde que decidí ayudar a Cara con el negocio —sonríe sin mostrar los dientes—. Así que sí, técnicamente soy tu jefe.
Me quedo mirándolo boquiabierta por un momento. Parpadeo varias veces y cierro la quijada de golpe. Lo agarro por los hombros para quitarlo del medio y empezar a caminar hacia el pasillo.
—No quiero manejar clientes, quiero cocinar.
—Igual es mejor estar preparado para cualquier cosa —suena exasperado, como si lidiara con una niña—. Como lo que acaba de pasar ahora.
—¿Quién eres, mi tutor?
—Debería, sí.
El sonido de las bandejas de metal dando contra el mostrador nos sobresaltan. Paco está mirándonos a ambos como si fuéramos dos molestias con las que tiene que lidiar, aunque me alegra el hecho de que es a Marco a quien asesina con la mirada por más tiempo.
—Creo que ya es suficiente —Paco saca su pequeña libreta del bolsillo de su delantal—. Pueden hablar de la repartición de las tareas cuando no estemos abiertos, ¿qué les parece? —da unos toques con el lapicero en su hoja en blanco.
Asiento y voy a meterme a la seguridad de mi cocina, pero la mirada de Paco me detiene.
—Tú tampoco te salvas —me señala con el lapicero—. Hablamos al final del turno.
Paco pasa de ambos y se devuelve a atender las mesas. Arrugo la nariz y trago audiblemente, ignorando la mirada de Marco sobre mí. Podría tirarle el pilón. Sacudo la cabeza y por fin, soy capaz de irme a la cocina para ahogar toda la frustración en mi proceso. Imagino el rostro del hombre imbécil mientras aplasto la masa sin piedad alguna.
Para cuando estoy haciendo la mezcla de mermeladas para los toppings de los cupcakes, tengo los brazos tensos por el esfuerzo, pero relajados de todo enojo anterior. Tengo un dolor constante en el cuello que intento ignorar mientras hago los postres para el resto del día.
Coloco los bizcochos de forma de cuadrado, todos más pequeños que un vaso de shots, en la bandeja de metal y los meto al horno. Me quedo mirándolos mientras pienso en el estúpido del viejo verde y el idiota de Marco y el cheesecake rancio.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Al final del turno, Elio se queda cerrando junto con Marco. Me despido de ellos con un asentimiento de cabeza y salgo por la puerta delantera, donde me espera Paco, con su bolso en un brazo y la camiseta remangada hasta los codos. Me fijo en que las patillas de su cabello se están volviendo gris, aunque casi no se le nota a menos que te le quedes mirando.
Aprieto los labios e inspiro, avanzando por el suelo de roca y ladrillos mientras deseo hacer el tiempo más lento. Paco señala hacia la izquierda, de camino al muelle.
—Vamos por el camino largo —musita.
—Okay.
Como si pudiera negarme. Cara es un dolor de cabeza, bocona y mandona; pero, aun así, ni siquiera ella me intimida tanto cuando se enoja, no como Paco. Supongo que es porque siempre vivo discutiendo con Cara, y con Paco no.
Caminamos por el sendero que lleva hasta el muelle. Paso los ojos por los diferentes locales que hay, con las personas yendo y viniendo, aprovechando que el sol está menos picante que el resto del día y no hace tanto calor. Juego con los audífonos, dándole vueltas al cable y preguntándome qué sermón me espera.
Paco casi nunca se enoja de verdad. Te sermonea, se burla con una cara de inexpresión, aunque después te ayude. Se exaspera y es tan cínico como nadie, pero conmigo no se enoja de verdad. Excepto dos veces, tal vez tres con esta. Sus ojos marcados con ojeras negras y una profundidad que amedrenta son lo único que me mantienen callada, a pesar de mis ganas de empezar a defenderme como pueda.
Nos detenemos a una esquina de la playa. Ya siento el olor característico del lago invadir mis pulmones, que ayuda a que mis hombros y cuello se relajen. Paco inclina la cabeza hacia mí, ayudando a que note las arrugas de su cara con más profundidad que antes. Me trago el comentario de que también se está poniendo viejo.
—Eso que pasó hoy fue una imprudencia demasiado grande —espeta, con tono de voz neutro—. Sé que no te gusta lidiar con personas, pero podrías haberme llamado o decirle que se esperase un momento.
—Pero yo-
—Necesito que entiendas que está bien defender nuestra integridad como negocio —me interrumpe, sin subir el tono de voz—; pero hay que saber dar boches diplomáticos. Como el que le dio Marco al final, cuando la compra estuvo echa.
La mención de Marco me causa un pinchón molesto y aprieto los dedos sobre el cable de los audífonos. Consciente de la mirada de Paco sobre mí, hago un esfuerzo por aflojar la quijada y asentir.
—Entiendo.
—¿Segura que lo entiendes?
Le corto los ojos, y Paco me regala su sonrisa cínica. Me siento como Flora de 12 años que le tiró una mezcla de harina a Marco, arruinando la mezcla y su cabello rizado de paso. Y el sermón que me dieron Cara y mi madre después.
—No debí insultar al cliente —mascullo entre dientes—, aunque se lo mereciera.
Hay un silencio entre ambos, en que la brisa mueve nuestros bolsos y el cabello que le cae a Paco en la frente.
—¿Y qué más? —insiste.
—No debo manejar clientes que vengan a quejarse —decido meter los audífonos en mi bolso—, por el bien de todos.
Esta vez, la sonrisa de Paco tiene menos filo, y pasa una mano por mi corto cabello.
—Vas a ser camarera conmigo los días que te toque, así te enseño —anuncia, dándole un vistazo a su reloj—. Ya vete a casa. Y trata de ser menos dura con ellos, suficiente tienen conmigo.
Ruedo los ojos y suelto un bufido, pero sé que es verdad. Paco aprovecha cada oportunidad que tiene para poner nerviosos a Marco y a Elio. Asustándolos cuando tienen que llevar órdenes para ver si no se han confundido de mesa es un ejemplo.
—Sí, señor.
Paco se despide con un beso en mi frente y se va hacia el lado contrario, caminando en dirección hacia la pescadería. Giro sobre mis talones y me devuelvo por donde vinimos, un poco más liberada de todo. Cuando vuelvo a pasar por la repostería y veo las luces del segundo piso encendidas, me quedo mirando por más tiempo el edificio.
¿Tal vez no debí ser tan brusca con él?
Casi de inmediato, sacudo la cabeza, pateando esa atrocidad fuera de mi mente. Saco los audífonos para ahogar pensamientos bobos como ese para tararear la música de Beyoncé. Mucho mejor. Alargo mis pasos y sigo caminando en dirección a la Residencia.
El viernes desayuno temprano con Reaven. Ella con cara de que no sabe para qué se levantó y yo meditando tomarme dos cafés más antes de ir a trabajar, arriesgándome a que me dé algo por exagerada con la cafeína.
En la noche, seguimos con nuestra maratón de Friends con todas las chicas, ordenamos pollo para comer y paso la noche entera riéndome del sarcasmo inigualable de Chandler. Después, Friends pasa a música de fondo y nos entretenemos jugando jenga hasta que el sueño va a tomando una por una.
Última edición por mandu. el Vie 26 Mar 2021, 6:19 am, editado 2 veces
hange.
Re: Our twenties
CAPÍTULO 15.2
mandu. • Flora & Marco
- Ay, bitch, I'm a problem nobody solvin'
You can keep hating, I'm poppin' regardless:
El sábado me levanto con la nostalgia arropándome, después de soñar con uno de los veranos después de que empecé a quedarme metida con Cara. Conozco Tasty Pastry casi tanto como conozco mi closet. Mi mamá tenía turnos en el hospital hasta pasadas las 5 PM, así que los días que no estaba en actividades extracurriculares, estaba metida en la repostería, bajo el cuidado de Cara. Pero no me dejaba estar quieta y sentada. Después de hacer la tarea, me decía que le ayudara a decorar postres, a mezclar mermeladas y a hacer galletas. En un principio, era demasiado tedioso. Sin embargo, pronto se convirtió en rutina. Era divertido estar haciendo algo con ella en las tardes, en vez de estar sola mirando hacia fuera mientras me enojaba con la tarea.
Los veranos era más divertido, porque podía venir desde temprano para no quedarme sola en la casa. Taianna se nos unía esporádicamente y nos divertíamos un montón haciendo como que sabíamos cocinar. Construir algo delicioso a partir de un par de ingredientes como harina, azúcar, mantequilla y un horno funcional.
Mi diversión empezó a volverse más un camino de altos y bajos cuando se unieron sus nietos. Todo se volvía más desastroso y Taianna y Marco siempre terminaban haciéndome explotar. Pero supongo que no todo fue tan malo, si aquí sigo.
El tintineo de la puerta principal me saca de mi ensoñación. No me muevo, porque sé que no es un cliente —de reojo, veo como comienza a acercarse hacia mí.
—¿Qué estás pensando tan profundamente?
Marco aparece a mi lado, apoyando la cadera contra el mostrador y mirándome con una ceja enarcada. Pasar de verlo cada cierto mes a casi todos los días es cómo descubrir un bicho en tu habitación que tiene siglos allí, sin que te dieras cuenta. Correr y chocar con una pared de cristal que nunca viste hasta muy tarde.
—Que, si sigo atendiendo gente, voy a tirarle algo a alguien —lo miro de reojo. Preferiblemente, quiero que él sea ese alguien.
—Pues procura que los demás clientes no te escuchen decir eso —me da una palmada en el hombro, sonriendo—, porque vas a seguir atendiendo gente.
Rechino los dientes y ruedo el hombro para que me suelte. Marco se mete a la cocina, dejándome sola al frente. Paco está al otro lado de la repostería, terminando de limpiar mesas. Es fin de semana y las personas empiezan a llegar más tarde —a pesar de ser verano, las personas no pierden su costumbre de levantarse más tarde los fines de semana. Por eso me sorprendo cuando la puerta tintinea antes de las 10:30 am.
Pero sonrío porque es Paul. Tiene su cabello crespo más recortado en los lados desde la última vez que lo vi. Viene agarrado de manos con un chico de piel oscura y cabello trenzado hasta la base del cuello. Si no me equivoco es Neil, a quién nos presentó hace un par de meses.
—Bienvenidos a Tasty Pastry —anuncio.
Paul me da una mirada de pies a cabeza, sonriendo de lado, con un brillo demasiado travieso para ser simpático. Son los únicos en la tienda tan temprano, así que no me importaría tirarle mi libreta.
—No me puedo creer que estés atendiendo-
—No me hagas cambiar de humor, Paul —lo interrumpo— ¿Qué hacen aquí tan temprano?
Ambos viven cerca de la universidad en Toronto, con dos personas más. Se sientan en una mesa cerca del mostrador y yo salgo a atenderlos. Ante mi pregunta, se miran y sueltan una carcajada como quien tiene un chiste interno.
—¿Que? —pregunto, por si me perdí de algo.
—Te escribí anoche y le aposté a Neil a que no leerías mi mensaje —me mira con un aire de suficiencia.
—Y que a veces tardas días en contestar —agrega Neil.
Alzo las cejas, pensando en el celular que deje tirado en el fondo de mi mochila. Anoche volví demasiado harta después de haber tenido que atender por medio turno. Solo tuve las ganas de llamar a mi mamá para avisarle que iría el domingo a comer con ella y más nada, lo demás lo pasé conviviendo con las demás inquilinas.
—Es verdad —admito, rascándome la oreja— Podrías haberme llamado. ¿Que decía?
—Vine a tomar fotos para el Marco Teórico —explica Paul.
—Ah, cierto.
Después de pedir disculpas por dejarnos plantados, nuestro asesor había pedido que siguiéramos de lleno con el contenido, tanto escrito como visual. Para recuperar tiempo perdido. El hobbie de Paul es tomar fotos, así que le dejamos toda esa parte a él.
—Y de paso le muestro el pueblo a Neil, que nunca ha venido —inclina la cabeza hacia su pareja.
—Oh. ¡Bienvenido a Galena, entonces! —le sonrío en grande— Asegúrate de que te enseñe el puerto en el atardecer, es demasiado bonito. Cualquier cosa que quieras saber dónde estén, solo llámenme.
—Gracias, Flora —Neil me guiña un ojo.
Paul también me da una sonrisa apreciativa. Hace poco se volvieron serios y a pesar de no haber pasado mucho tiempo con él, me agrada. Desde luego me cae mucho mejor que su ex-novia.
La puerta tintinea otra vez y evito soltar un gruñido en voz baja. Atender a personas que conozco es más fácil que lidiar con desconocidos-conocidos —que todo el mundo se conoce en este pueblo, eso no quiere decir que me caigan bien.
—Cuando sepan que van a pedir, me llaman. Tengo que ir a otra mesa.
Los dejo solos y paso a los recién llegados. Intento ignorar las ganas de salir corriendo y ponerme a hacer postres. Cuando regreso a su mesa, Paul me da varios toques en el codo y señala con un gesto hacia el mostrador.
—¿Ese es Marco?
Marco ha salido a llenar la vitrina con brownies y blondies recién hechos. Tiene el delantal puesto y un gorro de cocina con patrón de lilas atado en la cabeza.
—Lamentablemente, sí —vuelvo a mirar a Paul.
—Gaby me dijo que se mudó de repente por asuntos familiares —Paul se ajusta los lentes—, no pensé que se refería a esto.
Marco escoge ese momento para cruzar el mostrador, mirando hacia nuestra dirección con una sonrisa.
—Ojalá hubiera sido por otra cosa, y a Oceanía preferiblemente —ruedo los ojos.
—¿Qué estás diciendo? No te escuché bien —pregunta el susodicho, acercándose.
Le respondo torciendo los ojos. Me rodea para saludar a Paul y a Neil, poniéndose a la orden con esa sonrisa que usa para encantar a los clientes.
—¿Flora los está atendiendo bien? —inquiere después, mirándome de reojo— Tiene problemas para ser buena camarera —se ríe de su propio mal chiste.
Lo ataco con mi lapicero, dando varios punchones en sus costillas. Bien podría darle un puñetazo, pero no quiero arriesgarme a que los clientes me vean. Paul apoya su mentón en su puño y sus ojos brillan detrás del cristal de sus lentes.
—¿Qué clase de problemas? —inquiere, con una sonrisa— Porque a nosotros nos pinta como que es la empleada perfecta.
—Porque lo soy-
—Cuánta humildad —me pincha Marco.
—Tú no hables, que eres peor-
—¿Qué es esto, un aula de secundaria? —la voz de Paco nos interrumpe.
Nos quedamos tiesos, como si sí estuviéramos en el curso y él fuera el profesor que se nos ha acercado a paso silencioso de tortuga a sermonearnos. Me giro un poco y su mirada oscura y seria lo dice todo. Le da unos toques a Marco con su libreta.
— Marco, ¿estás fastidiando a Flora cuando sabes que le cuesta ser mesera? —murmura, y cuando Marco empalidece y se pone tieso, me aguanto la risa.
—Eh… ¿no? —murmura, levantando un hombro.
—Vete a atender a la pareja que recién llegó —le ordena, y luego me da una mirada no muy alegre, así que enmascaro mi diversión—. Elio se comporta más que ustedes dos.
Lo miro con la boca abierta y tartamudeo. ¿Cómo se atreve a compararme con Elio? Marco se despide con una risotada y yo sigo mirando a Paco, sin creérmelo. No dice nada, me sonríe sin mostrar los dientes y toma el lugar detrás del mostrador. No le doy el gusto por contestar, sabiendo que solo está fastidiando. Ambos nietos de Cara son igual de desastrosos, en diferentes formas.
Termino por servirle a Paul y a Neil. Cuando llega el momento de irse a tomar fotos, me despido de ellos con una sonrisa, y les entrego brownies por la casa sin que Paco se de cuenta.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Hay domingos que hacemos una limpieza total en la repostería. Toca en la tercera semana de julio, y ese día llego más temprano de lo normal. Todo para hacer bocadillos que podamos comer al momento de tomar un break. Esa es la excusa que pongo en mi cabeza, realmente solo quiero usar la mermelada de chocolate que Jade me compró.
Ese domingo, para mi sorpresa, Marco ya está allí y limpiando. Que nunca llega temprano, aunque viva encima del trabajo, literalmente. Van dos veces que me quedo extrañada cuando lo encuentro y ya está allí.
Se encuentra de espaldas a la puerta, bailando Crazy in Love de Beyoncé mientras trapea el suelo. Lleva bermudas y una franela que deja en vista sus tatuajes, además de tener una bandana de flores amarrado en el cuello y guantes amarillos en cada mano. Como la música está altísima, no me escucha. Así que lo grabo al menos 30 segundos antes de que se dé cuenta que estoy parada junto a la vitrina.
Suelta el trapeador en el cubo y con su celular, baja un poco la música, para mirarme de pies a cabeza con una especie de desafío mezclado con curiosidad.
—¿Estabas disfrutando el espectáculo? —me sonríe, enarcando una ceja.
Borro toda diversión de mi rostro y lo miro con una sonrisa llena de maldad.
—Estoy recopilando armamento para la posteridad, más bien —le corrijo, y me abro paso hacia los casilleros.
—Sísi, síguete diciendo esa excusa —escucho el trapeador moverse.
Le saco el dedo de en medio sin voltearme y escucho su carcajada sonora al mismo tiempo que se cierra la puerta. Meto mis cosas en el casillero y voy hasta uno de los armarios casi al final del pasillo, en el que tenemos guardado materiales para limpieza. Me pongo guantes amarillos y me saco los tenis para ponerme chanclas.
Al salir, dejo el celular y audífonos encima de una de las mesas —cualquier cosa, si no me gusta la música que pone Marco, le quito el celular y la cambio. Busco un cubo para echarle agua y detergente, para empezar a pasarle con un paño a las repisas y ventanas de cristal.
(…)
Elio y Paco llegan un rato después. Paco se une a mi limpiando las mesas, y Elio parece que quiere quedarse dormido encima del mostrador. Pero se pega un susto cuando Paco le tira un pañuelo y un spray que casi le caen en la cara, y le ordena se ponga a limpiar las ventanas del local. No disimulo mi risotada.
Pasa un tiempo el hambre me ataca y recuerdo los bocadillos y la mermelada de chocolate que metí en la heladera.
—Iré a hacer café y bocadillos, ya me dio hambre —anuncio, solo dirigiéndome a Paco.
Me saco los guantes y los dejo tirados en el borde del cubo.
—¡Espera! Yo lo hago.
Marco me habla desde donde está: subido en una silla, tratando de quitar polvo de las esquinas del techo. Lo miro como el idiota que es y lo señalo.
—Ya estás ocupado con eso.
Hace amague de bajarse de la silla, pero no le hago caso. Cruzo a la cocina antes de que pueda llegar. Y entiendo inmediatamente por qué no me quiso dejar entrar. Atada a una de las patas de la isla en el centro, hay una correa, y de la correa está atado un cachorro dálmata. Mordisqueando un juguete en forma de hueso que suelta chirridos cada vez que lo muerde o lo aplasta.
No tengo mucho tiempo allí cuando Marco aparece del otro lado de la pared y la ventana. Supongo que no ha entrado en la cocina para poner una protección, porque ahora mismo solo me imagino cayéndole a palos con la escoba.
—Marco —mi tono de voz suena como la advertencia de una bomba.
—¿Qué pasa? —sonríe de oreja a oreja, poniendo una cara como si fuera un niño inocente.
Chasqueo la lengua y miro del perro hacia él, que sigue atendiendo a su juguete sin ninguna preocupación. Me inclino hacia Marco y señalo hacia el cachorro.
—¿Por qué hay un perro en la cocina? —inspiro con lentitud.
Marco empalidece y su manzana de Adán se mueve, solo un poco. Abre la boca y se queda en silencio unos pocos segundos en los que mi paciencia se va esfumando.
—Eh… ese no es mi perro —mira a todos lados menos a mi cara—. Te equivocas.
Vuelvo a bajar la mirada y el perro ahora está erguido, moviendo la colita con energía y oliendo en mi dirección. Entrecierro los ojos y me agacho para mirarle el collar, cuidando que no me toque. Es verde pastel, delante tiene Pongo con letras gruesas y detrás los datos del dueño.
Cuando me pongo de pie, Marco está enrollando sus manos rápidamente y parece como si quisiera entrar, pero no se atreve. Coloco los brazos en jarras y con la barbilla, indico al cachorro.
—En su collar dice que, si se pierde, por favor devolverlo a Marco Montelo —mi voz suena con una calma que no siento para nada—. ¿Te suena ese nombre? ¿Quieres que llame a ese número para verificar?
—Uh…
—Espera —entrecierro los ojos y doy un paso hacia él—¿Fue este el perro que hizo el desastre en la residencia? ¿La otra noche?
Una pausa y su rostro empalidece, como si lo hubiera atrapado haciendo un crimen. Veo su manzana de adán moverse y lucha por mantener una expresión neutral, pero no puede; al final alza ambos brazos y junta las manos en forma de súplica.
—¡Fue sin querer!
Por un momento tengo una visión donde estoy yo volándome por la pared y terminando encima suyo, dándole una tacleada digna de lucha libre. Sin embargo, me he quedado boquiabierta, dejando caer los brazos. Marco dice un montón de perdón y lo siento que me entran por un oído y me salen por el otro.
—De verdad no pensé que fuera a hacer algo así —insiste, haciendo gestos exagerados con las manos—, nunca había hecho eso y yo solo-
—¿Es en serio? —lo interrumpo y mi voz sale como un grito— ¡Cagó en toda nuestra ropa!
—¡Es un bebé! —chilla Marco— Aun lo estoy entrenando y –
—¡Pues no lo dejes solo si no se sabe comportar! ¡Y limpia el desastre que hace!
—De hecho, yo no me enteré hasta después que pasó —Marco se rasca la nuca y desvía la mirada—. Lo dejé un momento porque iba a ir a comprar algo y cuando regresé, Cara me contó todo. Ya era demasiado tarde para-
—No quiero volver a ver ese perro en el área de lavado nunca más, ¿entendiste? —lo señalo con el dedo y me pego a la mesa— Y edúcalo.
—Se llama Pongo-
—Y si Pongo vuelve a cagar toda nuestra ropa, te voy a bañar con ella.
—No lo culpes —Marco hace un puchero—, es un bebé...
—Te culpo a ti, Marco.
Pongo se me acerca y da unos lenguetazos contra mi zapato y mi tobillo. Ruedo los ojos y lo ignoro, junto con su dueño, dándome la vuelta para buscar mi delantal y comenzar con los bocadillos.
—No te voy a dar de mis galletas por sabio —siseo. Todavía tengo pesadillas con el olor a mierda.
—¡Qué cruel!
Le saco el dedo de en medio, sin girarme. También le envío un mensaje de voz a Cara, enojada porque no me contó que sabía de quien era el perro que cagó en toda nuestra ropa. Ella tiene el descaro de responderme que no quería que le hiciera un show, como ahora; me quedo tan indignada que no le respondo más.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Después de que terminamos la limpieza, Marco me pregunta si me quiero quedar a comer con ellos, pero declino. Mi madre me espera en Toronto. Camino hacia la estación de bus con la mochila que pesa un montón: cambios de ropa, laptop y apuntes de la universidad. Cuando llego, son casi las 12 de la tarde, y a penas me lavo las manos antes de sentarme a llenarme la comida. Víveres con huevo y bacon.
Mamá me habla del trabajo. Cómo los pacientes que más tienen que quedarse descansando son unos tercos de mierda que le hacen el trabajo más difícil. Trabaja de pediatra de niños y adultos. Usualmente, los adultos dan más problemas que los niños, porque nadie los obliga a hacer nada. También me habla de ella y Rosie, su compañera y colega, que quieren ir a Galena para pasar unos días libres.
—Eso estaría bien —mascullo, tragando comida—. Así visitas a Cara, que pregunta por ti a cada rato.
—También. Y hablé con Paco hace poco, preguntándole cómo vas en el trabajo —me dedica una mirada con un brillo que me pone a la defensiva—. Con todos los cambios y eso.
—¿Y eso qué significa? —la señalo con el tenedor— Soy perfectamente capaz de manejar los cambios-
—Me llamaste insultando a toda la descendencia de Cara, menos a ella —me corta, enarcando una ceja y enrollando los dedos en sus rastas—. A mí no me engañas.
Suelto un bufido y decido seguir comiendo. Mamá me dedica una sonrisa torcida y pequeña. Solo espero que no le haya dicho del encontrón con el viejo verde. Me meto más comida en la boca.
Mamá se levanta de la mesa y se pone a preparar café cuando ve que me falta poco para acabar. De paso, enciende una de las velas aromáticas con olor a sandía que compró hace un mes. Me hace otra pregunta luego de un rato.
—¿Cómo va la tesis?
—Estoy harta y me quiero tirar del balcón de la residencia —los platos resuenan cuando dejo caer la cabeza contra la mesa—. La semana pasada el asesor no fue y no tuvo la decencia de avisar antes.
—¿Y pasó una emergencia o algo así?
—No dijo —chasqueo la lengua—. Me tiene cansada.
—Bueno, tienes que terminarla de todos modos —siento su mano en mi cabeza—. Por ti, no por él. Por más idiota que sea.
Después de tomar café y charlar un rato más, me meto al baño para alistarme y salir nuevamente, esta vez donde Jade.
Los únicos días donde podemos trabajar de lleno en la tesis son los fines de semana. Yo me encargo de recopilar información junto con Jade, y ella corrige todo para que se vea más organizado. Al final corregimos entre los tres y cada uno pone su aporte en lo que encuentre.
El domingo por la tarde quedamos de juntarnos en el departamento de Jade para continuar con la tesis. Una gran parte la hacemos online o cuando nos vemos en la universidad, pero preferimos juntarnos los días que estamos libres de trabajo y clases. La razón lógica sería para llevar todo de la mejor forma, pero realmente es para comer y quejarnos de la tesis y de la universidad en general.
Jade vive en un complejo de departamentos en la zona universitaria. Solía vivir con Marco y Gaby antes de que a Marco le diera el ataque de mudarse. Toco el timbre de la puerta de caoba y espero a que Jade me abra. Me da la bienvenida con su pijama de conejos, su cabello corto bajo el gorro de satín que le regalé la Navidad pasada y el cepillo de dientes en su boca.
—Son casi las dos de la tarde —entrecierro los ojos, mirándola de pies a cabeza—. Dijiste que estuviera aquí a las 12, te di más de una hora y ¿ni siquiera así estás lista?
—Perdóname por no ser una completa loca —su voz no se entiende mucho por la pasta—, ¿quieres que te escupa encima?
—Déjame entrar —ruedo los ojos.
Ella me sonríe con todo y pasta entre los dientes y se hace a un lado. Dejo los zapatos junto a la puerta y avanzo hacia el comedor, que usamos como mesa de estudio desde que Jade nos presentó a Gabriel. Jade cierra la puerta y se mete al baño para seguir con su rutina, mientras empiezo a preparar todo como si fuera mi estación de trabajo. Abro mi laptop, saco mi carpeta de la universidad con todas las anotaciones y post-it de los comentarios que dijo el asesor la última sesión. Agarro uno de los cojines del sofá para ponerlo contra mi espalda.
Minutos después, Jade se une, sin pasta en la cara y con su laptop entre sus manos. Se deja caer en el sofá frente al comedor y empieza a teclear.
—¿Cuándo me ibas a contar que Marco se mudó a Galena? —dice, dejando la laptop en la pequeña mesa de café.
—Tú sales con su mejor amigo, ¿por qué no te lo dijo él? —arrugo la cara.
—Fue Gaby quien me dijo —asiente y suelta un bostezo—. Pero me sorprende no haberte escuchado quejándote como la cascarrabias que eres-
Jade da un salto hacia atrás, evitando el cojín que arrojo hacia ella. Suelto un bufido y vuelvo a la laptop, tratando de terminar el capítulo del marco teórico de una vez y por todas.
—Al parecer, tuvo un cambio de corazón y decidió que quiere ayudar a Cara a hacerse cargo del restaurante —explico, apretando los dientes—. No quiero hablar de eso, suficiente tengo con verlo todos los días.
—Gaby dijo que se mudó solo —Jade me ignora, mientras prepara café—. Pensé que se mudaría con Cara.
La miro de golpe, dejando de teclear. De solo pensarlo...no me imagino tener que aguantar esa tortura. Me estremezco. Jade se ríe de mi cara horrorizada.
—Deja de joder —ruedo los ojos—. ¿Terminaste el capítulo con la historia de los postres?
—Me falta poco, y las fotos que tiene que traer Paul —dice, tirándose al suelo frente a su laptop— ¿Dónde está, además? Ya está tarde.
—No hables —resoplo—. Tu siempre estás tarde.
—¡Hoy no!
—Porque estamos en tu departamento —enarco una ceja y le doy un vistazo a mi celular—. Pero dijo que llega en 10 minutos.
—Ya, acabo de verlo —agita su celular entre sus manos—. Gaby dijo que va a traer pizza para más tarde.
—Bien por mí.
Cuando Paul llega, ponemos lo-fi de fondo y cada uno se tira en un rincón de la sala comedor a trabajar. Trabajamos como por dos horas en silencio. Solo haciendo pausas para comentar algunas cosas, buscar agua, ir al baño o cambiar de música. A eso de las cuatro, Paul se levanta de la mesa y se deja caer en el sillón dramáticamente, con una mano en la cabeza.
—Estoy harto —llorisquea—. Mi cerebro no puede más. Siente mi frente, Jade, ¿me estoy quemando?
Jade estira su mano su dejar de leer en la computadora y en vez de sentir su frente, le jala uno de sus buches con fuerza. Ruedo los ojos.
—¡Suelta, asesina!
—Vamos a pausar cuando venga la comida —digo, estirando los brazos—, párate.
—Oblígame —Paul me saca la lengua.
Dejo de estirarme para mirarlo con una ceja alzada. Nunca incapaz de decirle que no a un reto, me levanto echando la silla hacia atrás con fuerza y sonrío cuando Paul se queda tieso, mirándome como si fuera a matarlo.
—¡Retiro lo dicho! —chilla, incorporándose y agarrando un cojín para usarlo como escudo.
—Lo siento, no hablo ese idioma —rodeo la mesa para acotar el camino hacia él.
Agarro otro cojín y justo cuando voy a atacarlo con él, Paul suelta un chillido exagerado que me hace reír como una loca. Jade se agacha y se echa a un lado, protegiendo su computadora. Empezamos una guerra de cojines en la que yo trato de aplastarlo, cuando Paul fácilmente me saca una cabeza.
—¡Yo también quiero! —exclama Jade, con un cojín en cada mano.
Paul sonríe de felicidad hasta que Jade y yo nos unimos para caerle encima a él, y se deja caer en el sillón, abrazando sus piernas.
—¡Esto es abuso!
Así nos encuentra Gaby cuando entra al departamento, con cuatro cajas de pizza y un six pack en manos. Pasamos el resto de la tarde tratando de volver a continuar en la tesis, pero no es hasta la noche que logramos volver a estar concentrados. Gaby se mete en su habitación a jugar videojuegos y nos deja trabajar tranquilos.
Llego a mi casa —la de mi madre—, casi a las dos de la madrugada. Preparada de antemano, había pedido permiso en el restaurante la semana pasada, así que apago la alarma de mi celular y solo dejo las de la asesoría a las 10. Caigo en la cama como una momia, con la cabeza pesada y los ojos ardiendo.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Me levanto espantada por el tono de llamada de mi celular. ¿Por qué coño no lo puse en silencio?
Suelto un gruñido y abro un ojo para mirar la pantalla. Leo el nombre de Marco con la visión borrosa y dejo salir otro quejido. Contemplo tirar el teléfono y seguir durmiendo, pero deslizo el dedo por el ícono de contestar y lo dejo caer encima de mi cara.
—¿Qué?
Mi tono suena brusco, grave y ronco —como un tractor dañado.
—Eh...¿Flora?
—Umjú —arpieto los ojos, queriendo desaparecer debajo de la almohada.
—¿Está todo bien? —escucho su voz que parece preocupada o algo así.
¿Qué demonios? Suelto más quejidos por lo bajo y me aprieto la nariz.
—¿Para eso llamaste?
—Hoy es lunes, son las 8 y no has llegado...
Voy a matar a Elio. Suelto maldiciones y un suspiro con fuerza.
—Pedí un permiso, día libre —el sueño no me deja decir bien lo que pienso.
—¿Cómo que pediste un -
—Elio sabe. Cosas de la uni —abro un ojo para ubicar el botón de cerrar—. Pregúntale.
—Pero-
—Adiós.
Le tranco y me tapo la cabeza con la almohada. No tardo en dormirme otra vez.
Cuando logro levantarme horas después, hay un mensaje de Marco en mi celular. Solo contesto a mamá y a Cara y meto el celular en mi bolso, mientras camino hacia el salón de asesoría. Esta vez, para nuestra grata sorpresa, el asesor está allí primero que nosotros, con sus lentes enormes puestos y su corbata azul de hospital con patrón de nubes.
Paul le da su Tablet para que pueda ver el PDF que tenemos hasta ahora. Revisa todo el documento con ojos entrecerrados —no sé si es porque no ve bien a pesar de tener lentes o si es porque todo le parece mal. Aguardamos en silencio mientras repasa las páginas del pdf con gestos y comentarios de “hmmm”, “ajá”, “ehh”, “bien”, tratando de descifrar qué significa cada uno.
Cuando termina, le devuelve la Tablet a Paul y cruza los dedos por encima de la mesa.
—En teoría, todo parece bien —inicia, dando una mirada a cada uno—. No veo que falte información sobre los métodos de investigación o en el marco teórico, pero se les está olvidando el contexto histórico —señala la tableta—. Por ejemplo, la inmigración de sus ancestros y lo que conlleva eso culturalmente hablando, gastronómicamente hablando.
—¿Habría que investigar sobre nuestras familias en específico o algo general? —cuestiona Jade, mordisqueando su lapiz— Porque no tengo idea si tenemos esa información.
—Puede ser general —aletea su mano en el aire—. Lo que importa es tener el contexto de esta gastronomía que traen en conjunto, para entender el porqué de todo.
—Eso significa que hay que meter contexto de la gastronomía de aquí, generalmente —agrego yo—, o solo la que queramos.
—La que prefieran —frunce el ceño y le da otra repasada a la justificación—. También denle una repasada a la justificación. Suena bien, pero solo eso. Busquen más impacto.
Junto las cejas, anotando eso en mi cuaderno. ¿Más impacto de qué? El impacto es cuando cocinemos y la gente se muera por lo rico que sabe.
—¿Algo más personal? —inquiere Paul, inclinándose en la mesa— ¿No hay problema con el lenguaje?
—No, por eso no se preocupen —inspira, devolviéndole la tableta—. A pesar de lo que digan en seminario, cada carrera tiene su metodología de evaluación. En Gastronomía no nos interesa un lenguaje formal y científico, frío. La Gastronomía no tiene nada que ver con eso, ya lo saben —nos indica, acomodando sus lentes—. Así que tienen rienda suelta.
Tras más preguntas y correcciones por parte de Kleon, la asesoría termina y nos despedimos para vernos la semana próxima. Esta vez el dolor de cabeza que tengo al acabar no es tan grande, aunque está presente. A lo mejor es porque olvidé tomar café antes de salir.
Camino detrás de Jade y Paul, mirando el sol de verano visible por encima de los edificios. Para mi sorpresa, Marco está sentado en los bancos azules entre los edificios universitarios. Me pregunto qué habrá pasado para que tenga que venir a la universidad después de graduarse. Yo no puedo esperar a ese día para no volver a poner un pie en este lugar por el resto de mi vida.
Jade lo ve y chilla su nombre, acercándose hacia él. Ruedo los ojos y la sigo, con Paul a mi lado, que no deja de teclear en su celular.
—¿Qué estás haciendo aquí? —Jade lo saluda con un beso en la mejilla y se sienta a su lado en el banco.
—Eh, vine a buscar una copia de mi título —señala hacia la dirección general de la oficina administrativa—. Hey —agita la mano hacia Paul y yo.
Le devuelvo el saludo con un asentimiento de cabeza, sin evitar acordarme como me levantó esta mañana. Paul le sonríe sin levantar los ojos de su celular. Me fijo en el folder que está en el regazo de Marco y me cruzo de brazos, esperando a que termine la charla para irnos.
—Aaaaah, ciero. Gaby dijo que viene en un par de días —Jade sonríe con suavidad—, siempre tan vago.
—Tal para cual —Marco le da un empujón leve.
—¡Idiota! No fastidies.
Empiezan un juego de empujones y risas hasta que Jade le da un codazo demasiado fuerte y Marco casi termina llorando, lo que me hace sonreír. La pantalla de mi celular se enciende y lo saco del bolso para ver el mensaje de mamá diciendo que la comida estará en poco tiempo, que mueva el culo.
—Ya me voy —anuncio, metiendo el celular en mi bolso—. Nos vemos en la semana.
Me despido con un movimiento de manos y me doy la vuelta hacia la salida peatonal más cercana. Estoy poniéndome los audífonos cuando escucho alguien corriendo hasta que sus pasos se detienen a mi lado. Y claro, es Marco, con su folder en mano y llaves tintineando.
—¿Vas a tu casa? —sonríe emocionado.
Entrecierro los ojos, pero no soy lo suficientemente rápida para contestarle que no. La sonrisa de Marco se agranda y se acerca para sacarme el bolso de la computadora.
—¿Qué haces? —me detengo y doy un paso hacia atrás.
—Te acompaño —me explica—. Cara le mandó unas galletas a Maggie.
—¿Y por qué no se las mandó conmigo? —frunzo los labios— Soy la hija.
—Qué se yo —se encoge de hombros—. Pregúntale tú.
Ruedo los ojos y le tiendo el bolso, que pesa más de lo que me gusta admitir. Marco se voltea y con paso animado camina hasta su vehículo.
Le escribo a mamá avisándole que voy con el bufón, pero en vez de reaccionar como quiero, se alegra y dice que mientras más, mejor. Chasqueo la lengua y sigo a Marco. El trayecto es menos de 10 minutos, pero aun así conecto mi celular en el radio y pongo a Megan Thee Stallion a todo volumen.
—¿Cómo te fue con el asesor? —cuestiona, cuando va saliendo del parqueo.
—No hablemos. Escuchemos el rap —cierro los ojos.
—Eres tan difícil —lo escucho suspirar con energía.
Llegamos al departamento en poco tiempo. Tanto mamá como Tullip se vuelven locos con Marco, y más aún cuando ve las galletas de avena con canela que ha mandado Cara. Le entrega el pequeño paquete con un listón lavanda y mamá le agradece con un abrazo y apretón de mejillas —para fastidio de él.
Comemos tortilla francesa con arroz y aguacate, uno de mis platos preferidos de mamá. Me concentro en comer más que en la conversación, pero aún así presto atención ocasional cuando mamá le pregunta sobre su graduación y sobre haberse mudado a Galena y toda la mierda. Marco le habla emocionado sobre sus planes antes de graduarse.
—Recuerdo que Cara mencionó que te gustaría trabajar en otro país en el algún momento —dice mamá, picando otro pedazo de aguacate—. ¿Cambiaste de parecer?
—Bueno… —Marco se toma un momento en contestar.
A pesar de que por su trabajo estuvo menos por la repostería, mamá se pasaba cada vez que podía, usualmente fines de semana. En uno de esos veranos conoció a los nietos de Cara, de los que la vieja hablaba cada vez que alguien le daba la oportunidad (o no) —en realidad, todavía lo hace.
—Tuve una especie de epifanía —contesta Marco al final y me da una mirada fugaz, para volver a mirar a mamá—. Y sí que quiero probar en otro país, pero tal vez en unos años.
Decido no mirarlo, enfocada en echarle sal a mi aguacate y haciéndole muecas a Tullip. El pobre está moviendo su pequeña cola, mientras nos mira comer con ojos de borrego.
—Suena bien —musita mamá, sonriendo levemente—. A ver si te llevas a Flora de paso.
—No gracias —clavo el tenedor en el aguacate con más fuerza de la necesaria—, no me gustan los aviones.
—¿Le tienes miedo a las alturas? —inquiere Marco, inclinándose hacia mí.
—Dije aviones —entrecierro los ojos.
—Sí, si le tiene miedo.
Fulmino a mi madre con la mirada, pero ambos me ignoran. Ella empieza a contarle como me pongo cada vez que tengo que ir a un edificio con pisos muy altos, o cómo me colgué de ella la última vez que viajamos en avión.
—Tenías que haberla visto, parecía una bebé temiendo por su vida —se ríe mamá, y me da un apretón en el antebrazo.
—¿Y se puso a llorar? —Marco parece tan entretenido como si estuviera mirando uno de esos videos de juegos que ve en su tiempo libre en el trabajo.
—Siempre llora, aunque se esconda para que no la vean.
—Qué tierna.
Ambos estiran un brazo, directo a mis cachetes. Me pongo de pie antes de que puedan atacarme y estirarme la cara como un payaso.
—No toquen —rebufo, levantando mi plato y provocando sus risas—. Me alegro de que estén divirtiéndose —ruedo los ojos.
Empiezo a mover los platos al fregadero, solo para escapar de su conversación. Pero Marco, siempre Marco, se pone de pie al instante y agarra el plato de mamá en el proceso.
—Te ayudo a fregar —dice, caminando detrás de mí.
—No es necesario —le saco los platos de la mano—. Sigue hablando con ma, dijo que tenía que contarte algo.
—Pero sí puedes colar café —mamá alza las cejas y sonríe de lado.
Marco hace una reverencia y después de indicarle donde está el café y la greca, se pone a trabajar. Mientras está en eso, yo friego y mi madre le da sobras a Tullip —a pesar de lo mucho que le discuto para que no lo haga.
Nos quedamos en la sala, yo tirada en el sillón individual con los pies encima de la mesa. Mamá y Marco se sientan en el sillón más grande, con el café para todos en la pequeña mesa. Participo en la conversación a medias, pero uso ese tiempo para responderle a las personas que he dejado de lado después del desastre de semanas atrás.
Una de ellas siendo mi instructora de artes marciales, que me sermoneó hace una semana que si quiero que me parta el culo por haber dejado de asistir por tanto tiempo. Me disculpo y le digo que la extraño —y realmente extraño golpear personas invisibles, no lo voy a negar—, pero que la tesis y el trabajo me consumen. Contesto unos mensajes del grupo que tengo con Paul y Jade, y le mando una foto a Cara de Marco riéndose con mi madre y le pregunto por qué no mandó las galletas conmigo. Su respuesta: “porque yo hago lo que yo quiera”.
No pienso mucho en porqué un “voy a pasar a dejarle galletas a tu madre” se ha convertido en un almuerzo y merienda entre todos. No hasta que dan las seis, que mamá tiene que prepararse para el turno nocturno en el hospital y nosotros tenemos que irnos a Galena.
Me despido de ella con un abrazo y un beso en la mejilla, al igual que Marco. Nos amenaza con que volvamos pronto (yo sé que voy a volver, y me frustra que se lo diga a él) y en poco tiempo estamos tomando la carretera devuelta a Galena. Esta vez dejo que Marco ponga la música que quiera y por primera vez, se queda en silencio por tanto tiempo que me duermo. Y no es hasta que su voz me saca de la ensoñación que me percato de lo cansada que estoy.
—¿Qué dijiste? —me estrujo los ojos, sentándome bien.
Me percato de que ya estamos entrando a Galena. Estiro el cuello y los brazos como puedo.
—¿Por qué me odias?
Volteo a mirar a Marco, parpadeando tontamente. Me mira de reojo, pero se mantiene enfocado en conducir. Tiene el cuello tenso, pero el asiento cruje cuando se remueve.
—No te odio —me encojo de hombros.
—Flora —esta vez sí me mira, con reproche, como si acabara de decirle una bobería.
—¿Qué te importa? —me cruzo de brazos.
Tarda un momento en responder y yo desvío la mirada. Empiezo a mover mi rodilla de arriba abajo y me muerdo las ganas de decirle que acelere para que terminemos de llegar a la residencia de una buena vez.
—Si vamos a trabajar juntos de ahora en adelante, no quiero estar con un conflicto a cada rato —suspira—. No es bueno para nadie.
Siento como si el sueño que tengo encima se me esfuma, reemplazado por unas ganas de soltarle unos cuantos coñazos.
—Si te odiara, no me habría quedado dormida en un viaje en auto contigo —señalo, rodando los ojos.
—¿Entonces cuál es tu problema? —alza un poco la voz.
—Solo no me molestes, ¿está bien? —ofrezco. Realmente no es tan difícil.
—La que se opone a todo eres tú —refuta, apretando los dedos sobre el volante—. Pensé que querías que apoyáramos a Cara.
—No me opongo a que apoyen a Cara —enarco una ceja.
—¿Entonces?
Detiene el vehículo frente a la residencia. Aún no ha oscurecido por completo, todavía no son las 9. Aprieto los dedos sobre mis brazos y me rehúso a devolverle la mirada, aunque la suya me esté clavando dagas en un lado de la cara. Abro la boca y la cierro varias veces, pero al final no digo nada. Sacudo la cabeza y desabrocho mi cinturón.
—Gracias por traerme —le doy una mirada rápida—. Nos vemos.
—¿No me vas a responder? —suena casi como si le hubiera golpeado.
—Que tu preguntes no significa que yo tenga que contestar.
Esta vez sí lo miro con fijeza, esperando que entienda. Marco me la devuelve, con el ceño fruncido y observo su quijada tensarse. La mano que sigue agarrando el volante se aprieta cada vez más.
—Eres un dolor de cabeza —me sonríe, a pesar de su postura rígida.
—Veo que entiendes como me siento contigo —abro la puerta y salgo de un salto—. ¡Bye!
hange.
Re: Our twenties
- GINA <3:
Ginaa!! Por fin estoy haciendo tu comentario, me he demorado horrores, de hecho quería subirlo a principio de semana, me ocupe horrible y no terminaba de hacerlo, pero por fin, casi al final de mis cortas "vacaciones" lo subo .
Soy culpable de leer las fichas cuando todas las subimos, así que luego no las leo para empezar los capítulos, la mayoría de las veces voy a siegas (porque se me olvidan las cosas), pienso que es una manera de sorprenderme mientras leo, o una excusa muy pobre para mi constante pereza y falta de tiempo; Me engañe sola desde el inicio, ni siquiera me acordaba que el amor de Joe sería Emmet (el cual esta al principio en la cabecera) y como una tonta pensé que era Gordon me disculpo con Joe .
Ahora bien, ame a Joe, definitivamente es la compañera de cuarto perfecta, (te has dado cuenta que ese cuarto esta re-bomba? Kim, Na Eun, Joe) es un alma fracturada, seis años no se olvidan tan fácil, pero siento que va hacia el camino correcto a partir de aquí, no tanto que Emmet la ayude al juntarse, aunque obvio se ayudarán así, ósea Joe no necesita a otra persona para remplazar a Gordon, porque ella es una mujer muy capaz de superar las cosas, no se si solo me transmite eso a mi, o me confundí entre líneas, el punto es que desde aquí en adelante se vienen cosas interesantes para Joe.
En cuanto a Emmet, el hombre que todas queremos, quien en su sano juicio lo deja en el altar? La mujer tiene que estar mal de la cabeza, él es perfecto y si le agregamos que es medico y lo disfruta Aparte que tiene la capacidad de tener una relación, un equilibrio entre su carrera y su vida amorosa, o eso me dio a entender el que se fuera a casar No será que la descerebrada y Gordon se fugaron juntos ?Antes de añadir algo más, aparece en mi campo visual un Médico. Medirá, si mi cálculo no sale mal, uno con noventa. Mata de cabellos negros peinado acorde a la profesión, hacia atrás pero levemente elevado, dándole volumen, ni muy retacado ni muy flojo. Facciones maduras pero a la vez delicadas, y unos ojos tan negros como una noche despejada sin nubes alrededor, como cuando no sabes si te llama más la atención la luz de la luna o la oscuridad del espacio. Pero hay algo en sus ojos que realmente me atrae como un imán, esferas que juraría haber visto antes en mi vida
ESE HOMBRE Y SUS ENTRADAS NOS MATARÁN!!!
Lo amo, me declaro fan #1 de Emmet
Espera... que?Saco todo, excepto lo de que estaba embarazada esa noche.
Tampoco entiendo muy bien que alguien dejará plantado a Emmet¿En serio a este hombre dejaron plantado en el altar?
Joe y Emmet sentados debajo de un árbol... No me sé el resto de la canción, pero al punto que quiero llegar es que vana terminar juntos 100% segura, mi amante de lo cliché interior me lo dice, ya los dos están montados en el tren del amor, el cual no tiene boleto de retorno .
pera
Re: Our twenties
Hola nenis en estos días me pongo a hacer comentarios de sus capítulos ya que por fin ando laptop
Atenea.
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Re: Our twenties
CAPÍTULO 16.
betty • taianna & elio.
- make your fingers soft and light:
- —No estás en Toronto.
A favor de mi madre, diré que suele tomarle cerca de tres meses darse cuenta cuándo no estoy en casa. Como aquella vez que pasé el verano en Finlandia y se percató ya a mi regreso. Que haya notado mi ausencia a unas semanas de haberme ido incluso me conmueve.
—¿Qué te ha dado la pista esta vez? —pregunto al tiempo que me balanceo en la silla giratoria—. ¿La nevera llena? No, espera, si para eso tendría que preocuparte si me alimento. —Chasqueo la lengua—. ¡Ya sé! Has entrado a mi habitación sin permiso y al no encontrarme en la cama con…
—Elio, ahórrate el sarcasmo. —Rechina los dientes. Aguardo a que prosiga, mordiéndome la sonrisa—. ¿Dónde estás?
—Lo sabes, te avisé antes de irme.
Esto es lo que tendría que haberle dado la pista; que se lo dije. Sin embargo, a estas alturas, sé que no hace ni el mínimo esfuerzo por escucharme. Y, en consecuencia, yo utilizo el máximo del mío para recordárselo.
—He estado muy ocupada estas semanas.
Ruedo los ojos.
—Estoy en Galena. —Cedo al fin—. He venido a ayudar a la abuela. ¿Te suena? Pequeña, cascarrabias y endemoniada.
—Es mi madre, claro que me acuerdo de ella —responde a la defensiva.
—No tanto como para preguntar si está mejor —ataco. Sin ironías que valgan. Tardó días en responder el mensaje en el que le conté que había acabado en el hospital. Tampoco ha llamado ni se hecho un hueco en su apretada agenda para visitarla.
—¿Y en qué se supone que vas a ayudar tú?
Casi puedo visualizar la mueca escéptica en sus labios. Mi mano se cierra en torno al borde del escritorio. A pesar de la amargura enredada en mis costillas y el impulso mecánico por desmentirla, me contengo. Se supone que he desertado de esta lucha. Y, tampoco es que posea argumentos para rebatir.
—Al menos estoy aquí y me preocupo. No es que puedas decir lo mismo —reprocho, aflojando la fuerza con la que me aferro al escritorio. Está bien, quizás debo practicar un poco más el arte de que me sude un cojón su machaque.
—Veremos lo que te dura. Ya sabemos que la constancia no es una de tus cualidades. —Por supuesto, aunque yo quiera que no me importe, es complicado cuando ella sigue aprovechando cualquier ocasión que tiene para recordarme que soy un bueno para nada. «Ah, el amor incondicional de una madre».
—¿Necesitas algo más?
—Si planeas quedarte mucho tiempo, ven a buscar a tu perro.
Me reclino en el asiento, suspirando. Convencer a la abuela para que me permita traer a Verne está siendo más complicado que convencerla de que guarde reposo. No me preocupa en exceso que siga en casa porque, a pesar de la molestia en la voz de mi madre, sé que le tiene cariño. La he visto acariciarlo y darle comida en varias ocasiones. Su único problema con el animal es que es mío. Y pierde el culo por desaprobar todo lo referente a mí.
—De acuerdo.
Se instaura el silencio. Y, como en todos ellos, espero —por mucho que me joda—. Lo mismo que llevo esperando desde niño; cuando me quedaba despierto a que mis padres llegaran a casa. Lo mismo por lo que me esforcé en ser el primero de la clase. Por lo que procuré ser el niño perfecto durante años. Espero por la razón por la que me fui al extremo opuesto cuando vi que ser el niño obediente y excelente no funcionó. Aguardo por unas migajas de su atención, como un mendigo.
—Adiós. —Corta la llamada sin más preámbulos.
Esto también debo practicarlo más. Dejar de esperar en cada silencio que compartimos.
Me sacudo de encima el nubarrón que ha provocado la conversación y agarro el post-it donde he apuntado el pedido que estaba tomando antes que llamara. Pongo rumbo a la cocina, de donde emerge un murmullo de voces exaltadas. Sé bien a quiénes pertenecen antes de cruzar la puerta.
—¡Las recetas están para algo! Si te quieres poner artístico te compras un libro para colorear. —Llego para ver cómo Flora le arranca a mi primo la espátula de la mano.
—El arte está en todas partes —apostilla Marco teatral, realizando un gesto con la mano que abarca la dimensión de la cocina.
—Mi puño va a hacer una obra de arte en tu cara si no te callas —masculla, sin siquiera mirarlo, concentrada en remover la masa.
Las discusiones de este par son como teletransportarse a los veranos de mi infancia. Me hace pensar en lo diferente que es todo, a pesar de que hay rutinas que no se han alterado. Recuerdo con nostalgia y arrepentimiento por no permitirme disfrutarlos. Con rechazo por el Elio que los vivió. Pero también con un poco de alivio, porque ya no soy el niño repelente, malhumorado y reprimido de aquellos tiempos. El de ahora no es que sea mucho mejor, porque con veinticuatro años mis mayores logros han sido gastar el dinero de mis padres, romper el récord de «Quién puede beber más chupitos antes de desmayarse» en un bar de poca monta de Toronto y mantener a mi perro con vida. No hay mucho de lo que enorgullecerse.
Marco continúa insistiendo en que no sea tan rígida. Yo me acerco a mi abuela, quien se encuentra sentada en la isla de la cocina, bebiendo té sin perder de vista a los otros dos, con una sonrisa divertida acentuando sus arrugas.
—¿Por quién apuestas? —me pregunta cuando al sentarme a su lado.
—Flora. Nadie puede contra ella. —La abuela asiente, de acuerdo conmigo.
Marco capta nuestra conversación y se gira hacia nosotros. Expresión dolida, las manos en las caderas y la boca abierta en una mueca incrédula. Reprimo la risa al ver que también tiene la nariz llena de harina.
—¡Dónde está la lealtad en esta familia! —exclama.
—En el ganador.
«Y en el miedo que da Flora, también», pienso para mí. Su estado natural ya es de por sí intimidatorio y torna a aterrorizador si osas cruzarte en su camino. Por lo que intento no hacerlo. Aunque Flora siempre termina por encontrar un motivo para gritarme, claro. No está especialmente feliz porque hayamos venido a Galena. Al final, ha sido ella quien ha estado con Cara durante todos estos años. Es comprensible que no le haga un pelo de gracia que de un día para otro aparezcamos mi primo y yo a interferir.
—Ya, dejaos de discutir y poneos a trabajar. —Los despacha la abuela con la mano—. No me obliguéis a hacerlo yo misma.
—Tú quédate quieta. —Interviene Flora con una ceja alzada en advertencia—. Que para empezar ni siquiera tendrías que estar aquí.
—Ya te dije que hago lo que quiero, niña insolente —bisbisea por lo bajo antes de dar otro sorbo a su té.
—Hablando de trabajo —digo, recordando a qué he venido—. Hay un nuevo pedido. —Coloco el post-it en la encimera—. Es para la semana que viene. También lo he apuntado en el ordenador y al lado del horario.
Estallan risas de distintas tonalidades tras mis palabras. Pueden reírse de mi paranoia cuanto deseen. Mejor la precaución extrema que recibir miradas de decepción en el futuro por meter la pata. Servir mesas y tomar pedidos no son tareas complicadas en sí. Pero yo tengo un don innato para cagarla en lo más sencillo. He venido a Galena a ayudar y cuidar de mi abuela. No sé si estoy haciendo lo primero y lo segundo si lo estoy haciendo bien. De lo único que puedo asegurarme es de, al menos, no entorpecer ni traer problemas a nadie.
—Tatúatelo, es más efectivo. —Pincha Marco, en venganza por alinearme en su contra.
Flora se acerca a la encimera para recoger el post-it antes de colgarlo en la pizarra donde tiene el resto de pedidos. Justo después, aparece Paco.
—Se acabó la hora del té —habla, cruzado de brazos mientras se apoya en el marco de la puerta. En su forma de expresa que necesita ayuda fuera.
—Tenemos que acabar esto. —Se excusa mi primo con rapidez, señalando los pasteles a medio hacer. Encantado de librarse.
—Por favor, sal de mi cocina. —Flora no desaprovecha la oportunidad de hacerle ver que sobra.
—Voy…
Mi abuela hace el intento de bajar de la silla. La bloqueo con el brazo, a lo que ella me da un tortazo en el hombro. Si continuo entrometiéndome en su camino, cualquier día de estos su mano acabará. También sé que llegará un momento en el que por mucho que intentemos que repose, nos mandará a todos a tomar vientos y recuperará su rutina de trabajo. Por ahora no batalla mucho porque se llevó un buen susto, aunque se niegue a reconocerlo.
Paco posa sus ojos en mí: la nariz arrugada como si acabara de oler algo apestoso, al percatarse que soy su única opción. Planto una sonrisa ladina e ignoro la caída en picado que sufre mi autoestima.
—¿Algún voluntario con el que la vajilla no peligre? —insiste, sus ojos aviesos aún escrutando los míos.
—Oye, que hoy todavía no he roto nada —me quejo indignado. La abuela suelta una risita.
—Encontrarás la manera.
Mi reacción primordial es girarme hacia Cara para acusarlo. Igual a cuando era un crío y Paco se metía conmigo. Luego caigo en la cuenta que he crecido. A parte, por bestia que sea el hombre, no está mintiendo. Soy un puñetero desastre. No llevo aquí ni una semana y me las he ingeniado para romper diez platos y unas doce tazas de café. Darle la razón a mi madre me produce ganas de convulsionar en el suelo durante horas. Pero la tiene. ¿En qué se supone que voy a ayudar? ¿Qué diferencia marca mi presencia? Ninguna. Estoy aquí ocupando espacio. Cualquiera puede tomar pedidos, la residencia no da tanto trabajo como para que Marco tenga problemas para gestionarla solo y Flora puede cuidar de la abuela. Total, ya lo hacía antes.
—Gracias por la motivación. —ironizo en su lugar, tirándole un beso. Acallo así todas mis dudas, que siempre encuentran un hueco para visitarme.
Paco gira sobre sus pies después de indicarme con un gesto de barbilla que vaya con él. Los nervios traspasan mi fachada y mis piernas se mueven torpes. En el pasillo empiezo a repetirme mis frases motivacionales: «No la cagues. No seas un estorbo. Finge que sabes lo que haces hasta que sepas lo que haces».[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Nadie posee el talento de contener a Cara Bianchi durante mucho rato. Con el transcurso de la mañana, se cansa de dar órdenes desde la silla y empieza a realizar intentos por entrar en acción. A medio día la arrastro fuera del Tasty Pastry entre quejas y amenazas, con la promesa de que regresará tras echarse una cabezada. Se dedica a refunfuñar durante el camino, asegurándose de enterrar bien las uñas en mi antebrazo en venganza por obligarla a marcharse. La dejo ser. Pues prefiero que saque la frustración a que se le acumule dentro y por lo que sea le dé otro ataque.
Llegar a casa nos lleva su tiempo. La abuela se detiene a saludar a todo el que nos cruzamos: que viene a ser todo el pueblo. Los locales están a rebosar de personas refugiadas del calor bajo las sombrillas de las terrazas. Contra las fachadas pedregosas estallan el choque de vasos, voces y las risas. Huele a flores, comida, agua dulce y tierra seca. Si cerrara los ojos ahora, este escenario también podría teletransportarme al pasado.
Las vacaciones obligaban a mis padres a ocuparse de mí. Su forma de continuar eludiendo sus responsabilidades era enviarme aquí para que la abuela me cuidara. Al contrario que en otras ocasiones, no me molestaba que se desentendieran —no tanto—. Era el único momento del año en el que podía ver a Cara, aparte de en fechas señaladas. Como digo, no supe apreciar esos años. Pasaba la mayoría del tiempo estudiando y leyendo. Pero aun así acabé conociendo la Galena veraniega como la palma de mi mano. Exploré todas sus playas, campos y recovecos. Esos tiempos se han quedado a vivir en mi memoria y, todavía hoy, cuando me creo escritor y pienso que esta vez sí que acabaré algo este pueblo acaba manifestándose en mis palabras de diversas maneras.
Nunca he llegado a considerarlo mi hogar, pero cuando me tocaba volver a Toronto lo hacía con cierta amargura. Pues aquí no me sentía tan fuera solo. Al haber regresado tras casi diez años, la sensación es distinta. Me siento como un gigante que si da un paso en falso arrasará con todo. Un extraño, un intruso que a la que pone un pie en la calle sufre el impulso de caminar hasta «Está usted saliendo de Galena Town. ¡Buen viaje!», antes de tener la oportunidad de fastidiarlo.
«Veremos lo que te dura. Ya sabemos que la constancia no es una de tus cualidades». Me sale un resoplido de lo más hondo de cuerpo.
—Al menos ten la decencia de dejar que me queje.
Parpadeo, aterrizando en el presente al escuchar su voz. La abuela enarca la ceja, los labios estirados y la barbilla alzada.
—Lo siento. —Sacudo la cabeza—. Continúa. —Hago ver como que no ha sucedido nada con una sonrisa. Sin embargo, mi abuela, que es medio bruja, no me la compra.
—Has hablado con uno de tus padres. —Su expresión se dulcifica.
—Sí. Con mamá.
—¿Qué quería?
—Digamos que usa la misma técnica de motivación que Paco.
La abuela menea la cabeza.
—Te quieren, Elio. Aunque sus acciones no te lo demuestren —me asegura. Como cuando era niño y la llamaba llorando, suplicándole que me permitiera mudarme con ella.
El amor es una gran excusa para justificarse. Lo usamos de alfombra bajo la que esconder la porquería que nos da pereza limpiar. Pero cuanta más se acumula, más a la vista queda y más complicado es ocultarla.
—No hace falta que me consueles, estoy acostumbrado. Y si me quieren o no, ya no importa. Me basta contigo. —Le doy un codazo suave, intentando aligerar el ambiente. Pero el retorcijón en mi estómago manda el intento al más allá. Carraspeo—. Perdona por…
—¡Si te disculpas una vez más duermes en el porche! —Abro la boca para terminar de todas formas, a lo que ella me chista—. Me gusta que estés aquí. Pero no tenías por qué venir, ni culparte por no haberlo hecho antes. Estabas viviendo tu vida, tal como prometiste.
Ese es el problema, ambos sabemos que no estaba viviendo mi vida. Sino enzarzado en una pelea eterna con mis padres. También sabemos que ha sido la vergüenza la que me ha mantenido alejado de Galena y de Cara estos años. Puede asegurar cuanto desee que las disculpas están de más, pero la culpabilidad persiste. Existe por diversas razones, como no haber cumplido su promesa. En especial, por haberla descuidado. A la única persona que no me ha hecho sentir como una carga, ni un despojo inútil. Estaba tan ensimismado en mi ombligo, que no me fijé en el deterioro de su salud y no fue hasta que la recogí del hospital después que le diera la bajada de tensión que me di cuenta del nieto de mierda que he sido. Y nunca podré compensarlo, pero intentaré asegurarme de no volver a ser un nieto de mierda.
—Genial, porque no pienso irme a ninguna parte. —Le prometo, aunque una parte de mí protesta y me advierte que no haga declaraciones que no sé si cumpliré.
—Por desgracia —resopla. La abrazo por los hombros y empiezo a darle besos en la mejilla, solo para molestarla, ya que no disfruta en exceso las muestras de cariño—. ¡Suéltame, pegajoso!
En el patio de la residencia encontramos a tres de las inquilinas. Todavía no asocio sus caras a ningún nombre y no conozco a la mayoría. Le pedí a Taianna que si surgía algún problema las mandara conmigo y no con Cara. Pero quizás debería haber subido a presentarme.
Una de ellas está ocupada podando una planta, con gesto pragmático. La segunda, pelirroja, se encuentra sentada sobre un cojín, el portátil apoyado en sus piernas cruzadas. La última no es otra que Taianna Favro: mi compañera de exploración en los veranos de la infancia. Está despatarrada sobre una toalla y los ojos cubiertos por unas gafas de sol con la montura de color rosa fucsia y pedrería que refleja los rayos de sol.
Es la primera vez que nos cruzamos de frente desde nuestro encontronazo. Alguna que otra noche la he visto asomada a la terraza, fumando, mientras yo hacía lo mismo sentado en las escaleras del porche. Pero eso ha sido todo.
—¿Ya te han echado? —pregunta a mi abuela por encima de los cristales de las gafas, sosteniendo el cuerpo por los codos. Las otras dos chicas la saludan con más educación.
Cara se aparta de mí, yergue la espalda y la apunta con el abanico, dispuesta a atizarla. Por instinto, mi mano se extiende para detenerla. Pues nunca se sabe con el temperamento que tiene. Taianna se limita a reírse satisfecha por la provocación. Siempre ha sido puñetera. A continuación, me lanza una mirada deliberada y altanera, de quien posee información privilegiada, ajena a que yo también la poseo. Me esfuerzo por no reír.
—Vas a quemarte. —Le digo.
—Así práctico para cuando vaya al Infierno. —Se deja caer de nuevo en la toalla con un suspiro, extendiendo sus brazos larguiruchos a los lados.
—Te voy a mandar antes de tiempo por irrespetuosa. —Interfiere mi abuela, ya subiendo los escalones del porche. Taianna suelta una sonrisa perezosa.
«No ha cambiado nada», medito antes de reunirme con la abuela en la puerta de entrada. Cuando está peleándose con la cerradura de casa, me dedica una mirada por encima del hombro.
—Taianna aún no ha pagado el alquiler de este mes —me informa—. Suelo darle dos semanas de margen. Estate atento si se pasa de fecha.
—¿Por qué? ¿No tiene dinero? —pregunto de inmediato, quizás con demasiada curiosidad.
Cara suelta una risita al tiempo que abre la puerta. No me responde hasta que no estamos en la antesala y ha colocado el bolso en el banco.
—Qué va. —Niega, con desaprobación cariñosa—. Pero está intentando convencerse de que este no es su sitio.
Tras esta declaración ambigua, se marcha al salón y me deja sin tener ni idea a qué se refiere. He de reconocer que Taianna es la última persona a la que esperaba encontrar en Galena. De niños, siempre se comportaba como si estuviera preparada para salir huyendo en cuanto le dieran la oportunidad. Pero mejor que nadie sé que la vida da muchas vueltas. Y no puedo evitar preguntarme qué vueltas ha dado la suya para continuar en este pueblo que tanto aborrecía.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Un par de días después tenemos una reunión en el Tasty Pastry para establecer el reparto de tareas. Mis pronósticos se cumplen y, para preocupación de todos: la abuela determina que el reposo ha terminado. Marco y yo quedamos al cargo de los aspectos administrativos bajo la supervisión esporádica de Cara. Al tiempo que ayudamos en la cafetería. Mi primo repartido entre la cocina y el salón. Yo en el papel de camarero a media jornada —ante esto, Paco suelta un gañido de temor— al cargo de los pedidos y la gestión de la residencia junto con la abuela. Flora y Paco quedan en sus puestos habituales, aunque la primera tendrá que atender mesas de vez en cuando.
Conocer mi papel y saber a qué tengo que limitarme me da cierta tranquilidad. Y, al mismo tiempo, genera tanto estrés que igual el que sufre la siguiente subida de tensión soy yo. Me paso los días temiendo la ocasión en la que me mande una metedura de pata irremediable. Convencido de que no podré eludir ese día.
—Voy a hacerte una pregunta —anuncia Flora a la que trae la siguiente tanda de tazas. Es viernes por la tarde y estamos recogiendo tras el cierre. Se apoya en el fregadero, con una mano sobre la cadera.
—Tú dirás.
—¿Por qué estás fingiendo que no te acuerdas de Tai?
—Ya te dije que no era nada malo.
Me aparto el pelo de la cara con el antebrazo, ya que tengo los guantes puestos. Continúo fregando, pensando que la conversación ha finalizado. Iluso, como si no conociera a Flora.
—Respuesta incorrecta.
Suspiro.
El otro día tendría que haberme quedado callado y no confesarle que mi amnesia es falsa. Para empezar, no tendría que haber mentido. Pero estaba en pelotas e intentando procesar la situación por habérmela cruzado de esa guisa y tan de repente. La manera en la que reaccionó Taianna, desvergonzada, picajosa y desafiante, fue muy de la niña que yo recordaba. Hizo que me sintiera muy cerca del Elio de antes y no disfruté para nada la reminiscencia, ni el reconocimiento en sus pupilas. Así que fingí que no sabía quién era. Fue una gilipollez, pero ese es el departamento donde destaco: las decisiones estúpidas.
—No he urdido un plan maestro para engañarla, de verdad. —Trato de convencerla sin entrar en detalles—. Ni siquiera planeo volver a retomar la relación con Taianna.
Lo cual es verdad. Mantener una mentira requiere compromiso y no me siento orgulloso de haberlo hecho. Cierto es que me da cierta curiosidad saber de su versión adulta, pero no es que vaya a acercarme a averiguarlo. Además, en esencia no difiere mucho de la niña que yo conocí. Sigue teniendo esa expresión ambigua, el aire de pereza hacia el resto y la personalidad picante.
—Más te vale. —Acompaña la advertencia de una colleja.
—Esto debería considerarse mobbing.
—¿Vas a quejarte a la jefa? Porque le caigo mejor que tú —dice con tono cantarín antes de salir fuera del mostrador.
(...)
Terminamos de recoger dos horas más tarde. Me cambio de ropa en el baño y una vez fuera llamo a Beltrán. Mientras espero a que atienda, me masajeo el cuello. Quién iba a pensar que fregar los platos cansaría tanto. Pero, en cierta parte, disfruto del dolor en mis músculos. Una consecuencia molesta de la productividad.
—¿Cómo vas? —pregunto al escuchar el chasquido de la línea.
—Sobre eso…, he quedado con mi novia —responde con culpabilidad impostada, entre la que se adivina un tono alegre.
Me dejo caer contra la fachada de la cafetería, poniendo los ojos en blanco. No sé para qué sigo fiándome de su palabra. En estos años siendo su amigo ya tendría que haber escarmentado y aprender que es bastante probable que Beltrán se raje de los planes a última hora porque ha encontrado algo mejor que hacer.
—Voy a quitarte la taza de buen amigo.
—Nunca me has regalado una.
—Exacto.
Cualquier otro día me traería sin cuidado que me dejara tirado. Pero esta noche necesito salir y aliviar el estrés. Deshacerme de la preocupación constante y moverme en un espacio donde me siento seguro. En un bar, bebiendo, rodeado de gente que no me conoce ni espera nada de mí.
—¿Debo recordarte la vez que me dejaste tirado por Bruno?
—Ah, Bruno, uno de mis mejores polvos. Tú también te habrías dejado tirado a ti mismo por él. —Suspiro con ensoñación, esperando encontrar a una versión de Bruno esta noche.
—Entenderás por qué he decidido declinar tu plan y quedarme con ella. —Resoplo, la diferencia es que fue él quien propuso que saliéramos hoy—. Pero te lo compensaré, podemos…
—No tienes nada que compensar. Disfruta con tu novia. Nos vemos otro día —Le corto, antes de que empiece a comerme la oreja.
Me quedo con el móvil en la mano. Lo último que me apetece es marcharme a casa a ver Dexter con la abuela. Entre mis opciones, está la de coger un Uber a Toronto y reunirme con mis conocidos. Pero el miedo de que, si me marcho quizás no vuelva, me retiene. También podría salir por Galena por mi cuenta, al final siempre acabo encontrando a alguien con quien pasar la noche. Esta idea despierta la soledad que vive enredada en mis costillas y me hace sentir como un mendigo desesperado por compañía. Imagino lo que deben pensar los posibles desconocidos a los que me arrejuntaré; «¿Por qué está solo?» «¿Por qué no tiene a nadie con pasar el rato?». Así que también la desecho.
—Hasta mañana. —Se despide Marco sin detenerse cuando sale de la cafetería.
—¡Espera! —Por instinto, extiendo la mano para agarrarlo por el cuello de la camisa. La gravedad lo lanza contra mi cuerpo. Se gira, recolocándose la prenda y dando un paso atrás.
—Beltrán se ha rajado y quieres que vaya contigo —adivina, cruzado de brazos—. Me honra ser tu segundo plato. —El muy dramático, le dije que si quería venir con nosotros. Pero se negó porque le toca abrir la cafetería mañana.
—Quiero pasar tiempo de calidad con mi primo favorito.
—¿No era Alda?
—Si vienes ya no será así. —Lo chantajeo, moviendo las cejas, como si ese puesto fuera algo que de verdad le interesara. Suspiro al ver que, por supuesto, no le convence—. Venga, no te hagas de rogar. Hace mucho que no salimos juntos.
Marco y yo no tenemos una relación cercana. El mayor lapso de tiempo que pasamos juntos fue durante los veranos de nuestra infancia, durante las dos semanas que Marco venía a Galena. Fuera de eso nos encontrábamos en compromisos familiares y alguna quedada esporádica al año. En los últimos años a penas nos hemos visto, cada uno ocupado con su vida. Pero nos llevamos bien y cuando nos reunimos no hay incomodidad. Es la ventaja de no tener lazos demasiados profundos con una persona. No tiene mayor repercusión en ninguna de las partes perder el contacto. Y luego se recupera como si solo hubiera pasado un día desde la última vez que os visteis.
—Eso porque me tienes abandonado. —Dibuja un mohín con los labios. Le apasiona sacarme de quicio. Ambos sabemos que nunca pone mucha resistencia cuando se trata de salir de fiesta.
—Piensa en que mañana tienes que pasar cinco horas a solas con Paco. —Canturreo, cambiando de táctica.
—Invitas tú —me hace una llave por el cuello y echamos a caminar en dirección a los bares. Acepto la condición con placer. Nunca digo que no a aumentar los ceros en el extracto bancario de mis queridos padres.
Pasamos una media hora recorriendo las calles en busca de uno que le guste a Marco, aunque yo me hubiera metido en cualquiera. Mientras sirvan alcohol, todo lo demás me trae sin cuidado.
—¡Aquí!
Finalmente se detiene en uno que se encuentra fuera de la zona de pubs. Aunque la fachada está llena de gente con las frentes perladas de sudor, copas en mano y cigarrillos entre los dedos. Del local emana música y por lo que se aprecia a través de las ventanas, parece bastante concurrido.
Antes que Marco me arrastre dentro, me da tiempo a leer el nombre del local.
«Monet».[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
De haberme preguntado cómo me sentiría si ocurría, mi respuesta habría sido: devastada. Me imaginaba enloqueciendo, gritando y llorando como jamás lo he hecho por haber perdido mi trabajo. Por verme arrastrada de nuevo al punto de partida. Cada aliento que he tomado desde los diecinueve años ha estado destinado a evitarlo. Primero, dejándome el culo en la galería y, después, escondiéndome tras un puñado de mentiras.
Esperaba algo más por mi parte.
Cuando Jonah se alejó por la calle esa mañana entré de nuevo al Monet, donde papá me esperaba con otro vaso de limoncello. Me lo bebí y regresé a la residencia. Flora y Reaven estaban en la habitación y yo, que suelo esperar una eternidad antes hablar de las cosas que me ocurren, si es que llego a hacerlo, lo solté sin preámbulos; «Acaban de despedirme». A continuación, me tiré en la cama con Reaven, donde pasamos el resto del día mirando k-dramas mientras nos atiborrábamos a cigarrillos y café.
He estado atenta, aguardando. Por el crujido del papel al rasgarse, el retumbar del cristal cuando se estrella contra el suelo; un detonante en mi interior que me avisara de que estaba a punto de estallar. Nada. Salvo un alivio inesperado y sorprendente. No sé si porque estaba cansada de tantos años de esfuerzo o porque ya no debo fingir que todo marcha bien. Porque mis lágrimas y mi dolor acostumbran a ser pinceladas, tinta y picar en el mármol. O, porque, al final, los críticos tenían razón y estoy vacía por dentro.
En realidad, poco importa. Llorar no me devolverá lo que he perdido. Y si estoy vacía, mejor: más espacio para rellenarlo con alcohol.
A la séptima noche tras mi despido, abandono mi morada en busca de este. Recorro el pueblo sin rumbo fijo durante un rato. En estos días solo he salido a por comida un par de ocasiones y al mercado con Reaven. La caminata me sirve para ejercitar los músculos entumecidos de tantos días encomiada a la honorable misión de transformarme en un vegetal.
La temporada de verano ha empezado oficialmente y las calles están repletas de residentes camuflados entre turistas que se mueven en busca de actividad nocturna. Bien en bares o en el mismo puerto, con sus puestos de comida variada y el parque de diversiones. Rato después, sin percatarme, termino en la puerta del Monet. La casualidad irónica remarcando que todos mis caminos acaban en él. Me debato unos segundos antes de decidir entrar. Pero sin trabajo, no puedo darme el lujo de gastar dinero y aquí, al menos, todo es gratis. Por lo que acaba entrando.
La cafetería se transforma por las noches. Cambian la iluminación a una más sofisticada y sugerente. Que convierte en misterioso el impresionismo de las obras de Monet reproducidas en las paredes. Ponen música que va desde el jazz, pasa por el reguetón y puede acabar en los grandes éxitos de Laura Pausini o Shakira, dependiendo de cuál de mis padres esté a cargo de la playlist ese noche. Aún es relativamente temprano y no hay mucha gente, solo unas pocas mesas están ocupadas. De momento, resuena más la música que las voces. Me dirijo a la barra y me subo a uno de los taburetes del centro.
—Taianna, ¿has venido a echar una mano? —Saluda Antoni desde el otro lado, que sirve cerveza en una jarra.
Es el chico por el que me sustituyeron cuando me fui. Al contrario que yo, ama el oficio. Está estudiando un grado de Restauración que compagina con su trabajo aquí. Con su encanto natural se echa a todos los clientes al bolsillo y, además, los Dioses le obsequiaron el don de aguantar a mi querida madre.
—Así es, estoy aquí para ayudaros a acabar con el stock de tequila —replico, levantando los labios hacia arriba, en una sonrisa falsa.
—Entendido. —Ríe y se marcha con la cerveza. Al regresar, agarra la botella de tequila junto a un vaso de chupito y me sirve. Sin limón ni sal, como a mí me gusta.
—Deja la botella —ordeno, tras acabar con la primera la ración en segundos. Se me llenan los ojos de lágrimas por la picazón del alcohol.
—Pero…
—Haz lo que te dice.
Mi padre emerge desde la cocina. Viste su atuendo de noche, camisa negra remetida dentro del pantalón, que cada día le aprieta más pero que se emperra en vestir de todos modos. Interpreta lo que él considera un guiño cómplice; contorsionar el lado izquierdo de la cara sin que el ojo llegue a cerrarse. Antoni atiende la orden, me devuelve la botella y se marcha a atender a un grupo de jóvenes que acaban de entrar. Me sirvo el segundo chupito y brindo en dirección a papá antes de engullirlo. Él se coloca frente a mí, los brazos apoyados en la barra, el cuello encogido y hombros salientes. Me regala una sonrisa cálida, pero yo noto que está intentando entender por qué tengo tanta necesidad de tequila.
—Cargaré a tu seguro médico el trasplante de hígado —bromeo para salir del paso.
—Parece que lo necesitas. ¿Fue bien el otro día con Joe?
Y aquí va el tercer chupito.
—Jonah…, sí, todo bien. —Toso y parpadeo para deshacer la nueva remesa de lágrimas—. Solo quería discutir unos asuntos de mi próxima exposición —murmuro de carrerilla, sin convicción e incapaz de mirarlo a los ojos.
—Matty dice que has estado trabajando sin descanso.
Martina me llamó hace un par de días para que viniera a trabajar, aún le quedaba un examen final y necesitaba estudiar. No solo no se disculpó por cómo reaccionó la otra vez, sino que le ha traído sin cuidado que le pidiera que dejara de recurrir a mí en busca de favores. Y a pesar de todo, de que no sepa ver sus errores y del poco respeto que tiene por lo que hago —hacía—, cuando escuché su voz lo primero que quise hacer fue contárselo. Ansié su consuelo, sus abrazos roba alientos y la manera en la que siempre me acaricia el pelo cuando estoy triste. Hasta que caí en la cuenta de que lo único que obtendría de mi hermana sería alegría mal disimulada. Lo que para mí supone el fin del mundo, para Martina es la contestación a sus plegarias. Así que me tragué el impulso y le dije que estaba ocupada con mi proyecto.
Me ocurre lo mismo ahora, delante de papá. Quisiera que me abrazara y me dijera que todo irá bien, como cuando era niña y me ponía tiritas en las rodillas rasgadas. Después de todo, no sirve de nada seguir alargando la mentira. En algún momento tendré que decirles que me han despedido. Empezar a plantearme qué hago con mi vida a partir de ahora. Sin embargo, al cruzar ese puente solo me esperan «te lo dije» y un futuro que no deseo. Prefiero aferrarme al limbo de la mentira un poco más.
—Sí. —El chupito consiguiente baja amargo por mi garganta.
Papá me da otra sonrisa, esta vez comprensiva. Desde luego, no es algo que haya demostrado tener, nadie en mi familia. Nunca han hecho el mínimo esfuerzo por entenderme. Para ellos es más sencillo intentar cambiarme por una versión manejable y acorde a sus necesidades.
—Disfruta de tu noche libre, entonces —me revuelve el pelo, medio deshaciendo el moño con el que me he peinado, antes de irse al lado opuesto de la barra a atender clientes.
En cuanto me quedo sola, vuelvo a colocarme los auriculares en las orejas aislándome de lo que ocurre a mi alrededor antes de servirme más alcohol. Así pasa una hora. Voy diluyendo las desilusiones y cobardías en el tequila. Con ABBA preguntándome «por qué», no lo suficiente alto para opacar del todo la música tecno, ni al mundo en general. El Monet se abarrota con el transcurrir de los minutos. Pronto empiezo a notar la presencia cercana de otros cuerpos y el aire sofocado. Me planteo esconderme en la buhardilla con mi botella. No disfruto en exceso de los sitios concurridos cuando no estoy con el ánimo para tener compañía.
Antes de que pueda moverme, unas manos desconocidas me cubren los ojos, sin llegar a tocarme. Me recorre un escalofrío que alienta mi desastroso humor.
—Tienes dos segundos para soltarme antes que rompa esta botella en tu cabeza —grito para hacerme oír entre el alboroto. Agarrando dicha botella por el cuello.
Las manos desaparecen de inmediato. Me giro sobre el taburete, con la visión borrosa y el cuerpo como si estuviera subida a una montaña rusa —momento en el que me doy cuenta de lo borracha que estoy— para decirle de todo a quien sea que se haya acercado a mí.
—Vaya, qué poco te alegra de verme —Marco cruza los brazos sonriendo en grande.
Mi estado de ánimo se transforma de inmediato. La desidia desaparece y se instala la euforia del alcohol. Bajo los auriculares a mi cuello a la que me nace una sonrisa honesta por primera vez en todo el día.
—¡Marco! —Exclamo, casi cayéndome del taburete, por lo que mi amigo tiene que sostenerme por los hombros para equilibrarme.
Entonces, veo su acompañante medio camuflado en la semioscuridad y el resto de clientes: Elio Barone. Nos mantenemos la mirada, como en las escasas ocasiones en las que nos hemos cruzado esta semana.
—Elio. — Estiro la espalda y lo saludo con falsa solemnidad.
—Taianna.
Cuando se sitúa al lado de Marco, lo observo de arriba abajo. Lleva unos vaqueros ajustados que se pegan a sus piernas largas. Contrasta con una camisa blanca holgada que realza el moreno de su piel; parte de ella arremetida en la cinturilla del pantalón y medio abierta, dejando al descubierto su pecho y la curva opuesta que describen sus pectorales. Asciendo hasta su rostro y me reencuentro con sus ojos rasgados, atentos a los míos. «Qué bueno está el puñetero».
—Me alegra ver que has decidido ponerte pantalones —añado, apoyando los codos en la barra. Ríe por mi comentario y me apunto un tanto al ver el leve rubor en sus mejillas.
—Y yo de que no le hayas abierto la cabeza a mi primo. —Le da una palmada en la espalda al susodicho.
—De qué habla —pregunta, alternando la vista entre ambos, curioso.
Elio niega, para que lo deje correr. Por mi parte, vuelvo a girarme en el asiento. Me impulso sobre la superficie de la barra y me subo encima a riesgo de partirme la crisma. En los escasos segundos que tardo en saltar, escucho varios gritos de aceptación a mi espalda que piensan que voy a ponerme a bailar. Se me quejan las rodillas cuando aterrizo al otro lado.
—Tenemos puerta, lo sabes ¿no? —Chilla Antoni en mi oreja al pasar por mi lado con una bandeja llena de cócteles. Me encojo de hombros. El alcohol también ha borrado la lógica.
Me doy la vuelta para encontrarme con Marco y Elio, que se han sentado en los taburetes. El segundo me observa como si se me hubiera cruzado el cable, con la cabeza ladeada.
—No me mires así, mis padres son los dueños del local —aclaro señalando a papá, que me saluda con la mano desde la cabina del DJ—. Decidme qué queréis.
Les sirvo sus copas con torpeza. Incapaz de enfocar bien la vista y el cuerpo adormilado, atendiendo las órdenes que le manda mi cerebro como puede. Tras pasárselas, vuelvo a impulsarme para subirme a la barra; esta vez me siento sobre ella y me arrastro al otro lado. Me quedo sentada sobre ella, con las piernas colgando, en medio de mis inesperados acompañantes. Elio vuelve a mirarme como si se me hubiera caído un tornillo y le dedico una sonrisa amplia.
Pronto se ponen a hablar entre ellos y desconecto. Recupero mi botella de tequila y sin molestarme en usar el vaso, comienzo a beber a tragos pequeños. Aquí sentada respiro con más facilidad, gracias a la frescura del aire acondicionado. Tomo bocanadas de aire profundas. Consigo despejar un poco la cabeza mientras observo a la variedad de clientes bailar, gritar y darse el lote en las esquinas del Monet entre el parpadeo de las luces. Noto un pinchazo en el pecho y mi humor ensombrecerse de nuevo al pensar que esta es la panorámica que me espera a partir de ahora. Que mi estancia en Galena no es pasajera.
Dispuesta a distraerme, aguzo el oído para acoplarme a la conversación de Elio y Marco. Se están quejando de la situación en la cafetería y la cabezonería de su abuela. Cuando el nombre de mi mejor amiga toca los labios de Marco como próximo objetivo de la queja, intervengo:
—¡Eh! Cuidado con lo que decís de mi cascarrabias.
Adoro meterme con ella y posicionarme en su contra cuando está delante. Pero esto es así, el bullying solo se lo hago yo, nadie más. Marco fija la vista en la botella que enarbolo entre los dos. Amaga por quitármela, pero le propino un manotazo con la otra antes de abrazármela al pecho.
—Solo iba a mencionar lo mucho que disfruta trabajar de mi presencia.
—¿Sois amigas? —pregunta Elio después de reírse con incredulidad de lo que dicho Marco. Se aparta el pelo de la frente, que vuelve a caer sobre ella un segundo después, enredándose en sus pestañas.
—Cómo que… —Su primo se echa para atrás y lo escruta patidifuso.
—Ah, sí —intervengo rodando los ojos—. Elio se ha olvidado de mí.
A Marco se le escapa una carcajada recelosa. Al ver que no estamos tomándole el pelo y que Elio encoge los hombros con gesto culpable —al menos tiene la decencia de sentirse así—, se pone serio.
—Si te pasabas los días detrás de ella cuando éramos niños. ¿En serio no te acuerdas? —Lo mira con los ojos entrecerrados, buscando signos de demencia senil temprana—¿Ni de que te solía estampar tartas caducadas en la cara mientras leías?
Reprimo la risa al acordarme de ese suceso. Visualizo la escena, la necesidad picante de molestarlo que me invadía cada vez que lo veía tan tranquilo y concentrado. Cómo acababa persiguiéndome por el Tasty Pastry lleno de tarta y yo iba a esconderme detrás de las faldas de Cara. Quien nos castigaba a los dos por armar jaleo.
Elio aprieta los labios, carraspea y bebe de su copa, desviando la vista.
—No me suena —responde a continuación.
—¡Venga ya! —exclama Marco, aún incrédulo.
Es difícil de creer. ¿Cómo es posible que se acuerde de todos menos de mí? Por un momento sopeso la posibilidad de que me esté vacilando. Pero la desecho, ya que tendría aún menos sentido. ¿Qué sacaría de ello? Sea como sea, me jode ver que soy tan irrelevante y fácil de olvidar. Me lleva a pensar en mi carrera. En que, en unos meses el nombre de Taianna Favro no significará nada. En unos años, las personas que compraron mis obras las verán en sus casas y la firma de la esquina les resultará desconocida. Esa parte de mí irá borrándose hasta que no quede instancia de que, durante un tiempo, fui lo que más amaba en el mundo. Y, por una parte, deseo que ocurra y sea como si nunca hubiera existido. Por la otra, si desaparece... ¿Qué me queda? Toda mi vida está basada en pintar.
—Puedo refrescarte la memoria. —Señalo al expositor, donde hay varias tartas. La voz me sale brusca y alterada, en consonancia con el maremoto que se ha desatado en mi estómago.
—Nah, si pasábamos tanto tiempo juntos como decís acabaré acordándome —rechaza con voz amable.
Resoplo, cerrando las manos en el cuello de la botella. Da rabia que no siga siendo el mismo cabeza de huevo con orejas de soplillo que tenía la mecha corta. Que no quede vestigio alguno de su pedantería. Ahora me vendría de perlas el niño repelente que sucumbía a mis provocaciones y no rechazaba la oportunidad de una pelea. Podría descargar todas mis frustraciones con él, igual que en el pasado. Gritarle como quien golpea un saco de boxeo. Pero tengo que conformarme con esta versión descafeinada y simpática que no le pega nada.
—Qué aburrido te has vuelto —refunfuño desilusionada como una cría. Nada como el alcohol para cambiar de emoción en cuestión de segundos.
Me bajo de la barra de un salto y me marcho a la pista. Con intención de bailar sobre todos los pensamientos que se niegan a desaparecer.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
La noche transcurre entre canciones, más alcohol y unas cuantas insistencias de mi padre porque beba agua. Sé que mañana me arrepentiré de saltarme su consejo. Ahora, sin embargo, todo me trae sin cuidado. Precisamente lo que buscaba, beber hasta olvidar los motivos por los que quería emborracharme.
—¡No te vayas!
—Taianna…
Marco intenta zafarse de mis brazos, tosiendo por el humo de mi cigarrillo, que le da en toda la cara. Estoy agarrada a él cual koala intentando retenerlo. Nos encontramos en la parte del Monet, donde el resto de clientes no puede acceder y nuestras voces reverberan en el callejón desierto.
—Todavía es pronto. —Lloriqueo, saltando sobre mis talones, cuando Marco logra apartarme de su cuerpo.
—Son la cuatro de la mañana y entro a trabajar a las seis —suspira con una mueca de disgusto, bamboleándose ligeramente de lado a lado. Está casi tan borracho como yo y me sorprende que conserve cierto sentido común.
—Aguafiestas.
—Tienes a Elio. —Bufo. Marco se ríe como si acabara de contarle el chiste más divertido el mundo.
—Nos vemos —me revuelve el pelo y se marcha antes de que tenga oportunidad de retenerlo por segunda vez.
—¡Traidor! —grito con las manos alrededor de la boca imitando un altavoz.
Me termino el cigarrillo y regreso dentro, con el ánimo desinflado tras perder a mi compañero preferido de borrachera. El Monet ya no está tan concurrido como antes. Las personas que quedan están medio muertas en las mesas y la pista de baile solo está ocupada por un par de grupos que cantan a todo pulmón por Laura Paussini.
Yo misma pierdo parte de la energía. Con un ligero dolor de cabeza y los ojos secos. Debería marcharme a casa ahora que conservo el mínimo de sensatez. Sin embargo, regreso a la barra y me siento al lado de Elio. Se halla encorvado, sujetándose la cabeza con una mano y la otra moviéndose veloz sobre la página de una libreta. Sonrío para mis adentros. Le pega lo de escribir. Claro que, quizás, solo está haciendo la lista de la compra. No tengo ni idea a qué se dedica. Ni si ha renunciado a algún trabajo por venir a Galena a ayudar a Cara.
Estiro el cuello cuanto me es posible para cotillear. Entrecierro los ojos, intentando enfocar la mirada y que su caligrafía deje de parecer jeroglíficos danzantes sobre la página.
—¿Necesitas algo? —inquiere sin girarse hacia mí. Inclina el lado derecho del cuerpo para ocultarme del todo la libreta.
—No, nada —carraspeo, un tanto avergonzada. Pues conozco bien el recelo y el rechazo cuando alguien pretende echar un vistazo a algo que estoy creando—. ¿Por qué te pones a escribir aquí?
Elio baja la mano y gira el cuello para mirarme. Tiene los ojos empañados y las pupilas dilatadas por el ron. Creo que ha bebido incluso más que yo y eso que le llevaba una botella de ventaja. Hace un gesto hacia mi cuello con la cabeza, los labios contorsionados en una sonrisa.
—¿Por qué usas auriculares en una discoteca? —Bajo la mirada al cuello, donde descansa una de mis más preciadas posesiones. No soporto los ruidos de fondo, el murmullo de los cuchicheos ni las voces ajenas. Ni mucho menos el silencio. Así que siempre tengo los auriculares a mano.
—Es un café-lounge —aclaro—. Pero touché.
No dice nada más y vuelve a centrarse en su libreta. Me repito que debería irme, ya que el sueño empieza a apoderarse de mí. Pero no quiero regresar a mi vida aún. Así que, en su lugar, me dedico a estudiar a Elio.
Lo hago desde la dicotomía del recuerdo y el hombre adulto que desconozco. El otro día estaba tan concentrada en no fijarme en su pene que no tuve la oportunidad de estudiarlo en profundidad. Miro a los demás al detalle, los estudio como si pretendiera dibujarlos, aunque casi nunca se da el caso. Pero Elio es de los que pasaría la criba de si merece la pena invertir horas y días en tratar de capturar su esencia en un lienzo. Empiezo a verlo en colores: los que usaría para colorearlo, cuáles tendría que mezclar para obtener el tono acaramelado de su piel...
Tiene belleza artística. Dan ganas de enmarcarlo y colgarlo en la pared de lo guapo que es. Las facciones tan simétricas, la barbilla marcada en perfecto contraste con la delicadeza del resto de su rostro. De todo el conjunto, sus ojos se llevan la palma. La forma rasgada y la delineación natural de estos crean una mirada poderosa, hechizante e intimidante. Aunque densa y compacta, como arenas movedizas. De esas que esconden mucho bajo la superficie y son difíciles de descifrar. Mi mano sufre un espasmo ante el impulso de dibujarlos, descifrarlos y entenderlos de nuevo a través de mis dibujos. O, puede que lo que suceda es que me haya acalorado un pelín de más de tanto observarlo. Es ofensivo que sea tan atractivo y que esté tan cerca y yo tan borracha como para atender al sentido común. Que, escandalizado, intenta recordarme quién es el chico atractivo que tengo delante.
—¿Seguro que no quieres nada?
Cierra la libreta y, esta vez, gira todo el cuerpo hasta quedar en paralelo a la barra; nuestras rodillas se tocan. Apoya la mejilla en la mano, los largos dedos tamborileando en la sien. Una mirada larga y tentativa. Del mismo tipo que me ha lanzado según avanzaba la noche. Acompañada de la cercanía exagerada de su cuerpo mientras bailábamos. Sin llegar a ser invasiva, pero con intenciones claras. Que yo he ignorado como si pertenecieran a mi imaginación.
—Me fijaba en que ya no tienes orejas de soplillo. — Estiro los labios hacia abajo con indiferencia. Fingiendo que no lo estaba analizando como él piensa. Repaso el borde del vaso con el dedo, mirándolo de reojo, sonriendo.
—Nunca he tenido orejas de soplillo —murmura ofendido, cruza los brazos y forma un mohín con la boca que acaba con su expresión intimidante. Los dos sabemos que es mentira y que esconderlas era la razón de que llevara el pelo largo—. Y es incómodo que hagas estas comparaciones sin que yo sepa nada de ti.
Sin embargo, no se muestra en absoluto. Inclina el torso hacia mí, ocupando el espacio entre nuestros taburetes. Percibo el olor fresco de su colonia, entremezclado con el del alcohol y la nicotina, que me provoca un tirón en el bajo vientre.
—No es mi problema que tengas mala memoria —respondo en voz baja, sin apenas mover los labios.
Ahora que lo pienso, me viene de perlas que no me recuerde. A mí narcisismo le sienta como una patada su falta de memoria, pero es mejor. Elio me conocía demasiado. Y, si bien él ha sufrido una metamorfosis de 360º, en esencia, yo sigo siendo la del pasado. Con los mismos miedos e inquietudes de los ocho años, solo que magnificados. Si no me hubiera olvidado, en lugar de estar aquí coqueteando probablemente habría salido corriendo en dirección opuesta nada más verlo.
—Refréscamela, entonces. —Planta una sonrisa ladeada tan disimulada que podría ser un efecto óptico de las sombras y luces del local. Pero la insinuación en su voz es inconfundible.
Batallo por enfocar la vista y procesar pensamientos, con centellas en mi cerebro que los fulminan antes de formarse. El cosquilleo en la mano se propaga por mi cuerpo, electrificado y tenso, igual que el aire que nos rodea; de pronto sobrecargado como en el prólogo de una tormenta. El cambio de ambiente tan repentino que soy incapaz de cuestionarlo. Mi vista al final se enfoca. En los labios de Elio; que llaman a los míos.
Cuando ya estoy tan cerca que siento su respiración en la piel, la sensatez me pega una bofetada. «Estate quieta». Me doy cuenta de que mis manos están apoyadas en sus rodillas y de lo que he estado a punto de hacer. Carraspeo y me echo hacia atrás con brusquedad, casi espantada. Elio imita mi gesto, también medio desconcertado. Se rasca el lateral del cuello y aparta la mirada.
La necesidad de salir del paso y olvidar este momento de intoxicación me conduce a decir la primera tontería que se me pasa por la cabeza.
—De acuerdo, voy a contarte algo de mí. —Mi lengua se desliga de mi cerebro y toma el control. Ignorando las amenazas de este. «Cállate». «¿Qué estás haciendo?». «Vete a casa»—. Lo más importante, a la altura de todos los recuerdos que yo tengo de ti. Pero si se lo dices a alguien…
—¿Tendrás que matarme? —bromea. Al recolocarse en el asiento se resbala y a punto está de caerse. Me nace una carcajada. Elio hace como que no ha sucedido nada.
—Peor, te la corto. —Señalo a su entrepierna.
—Me parece justo. ¿Cuál es ese secreto? —Apoya las manos sobre sus muslos, aguardando como si fuera a descubrirle una maravilla.
«Cierra la maldita boca, Taianna».
Por el rabillo del ojo pillo la silueta de mi padre recogiendo los vasos vacíos de la barra. Utilizo la última migaja de coherencia que me resta para pronunciar las siguientes palabras en voz baja:
—Soy una farsante y una mentirosa. —Un retorcijón en el estómago. Acto seguido empiezo reír sin control, sobresaltando a Elio. Me seco las lágrimas y respiro cuando se me pasa el ataque—. ¿Sabes por qué? —No le doy tiempo a responder—. Porque me echaron de la galería en la que trabajaba pero sigo haciendo creer a todo el mundo que he vuelto a Galena para trabajar en mi próxima exposición.
Elio me mira sin decir nada, el pragmatismo en sus ojos extrapolado al resto de su expresión. Y como no quiero que hable, ni llegar a leer en su mirada lo que ya vive en mi cabeza, cometo la siguiente tontería.
—Ya lo verás.
Salto del taburete y falta poco para caerme de boca. Aún con los pies medio enredados empiezo a andar hacia la parte trasera del Monet. Sin siquiera comprobar que Elio me sigue. Sin cuestionarme lo que voy a hacer, siguiendo un instinto repentino que mueve mis piernas hacia el piso de arriba, con el crujido de los escalones acompañándome a cada escalón. Tengo que apoyarme en las paredes para no caerme. Llego a la antesala de la buhardilla sin aire. Y el poco que me queda desaparece de mis pulmones al visualizar mi puerta. Brillando entre los rectángulos de polvo que crea la luz filtrada de la luna.
—¿Qué quieres enseñarme? ¿Cadáveres? —Me sobresalto al escuchar a Elio a mi espalda. Sonrío para mí, no va muy desencaminado.
Camino hacia la puerta con determinación, sacándome del cuello la cadena con la llave que la abre. Sin escuchar la voz que me suplica que me detenga. No me lo pienso y la introduzco en la cerradura, haciéndola girar. Y ese es el problema, que no pienso. Que no me pregunto por qué estoy haciendo esto. Ni por qué he decidido enseñárselo a un desconocido no tan desconocido. Esta noche era para olvidar, no para sabotearme a mí misma.
Antes si quiera de entrar, me llega el olor a pintura y arcilla seca; se me empequeñecen los pulmones. «Date la vuelta». Camino con pisadas bruscas hasta detenerme en el centro de la estancia. Miro las paredes repletas de dibujos. Las esculturas amontonadas y los lienzos cubiertos con sábanas. Giro sobre mí misma, mirando a todas partes, buscando encontrar la seguridad, el cobijo y la confianza que solía brindarme este lugar. Casi espero sufrir una catarsis y que el bloqueo cese, que todo vuelva a ser como antes y despertarme de la pesadilla del último año. Me busco a mí. En cambio, solo encuentro vacío, silencio y frío. Porque esto es una tumba y yo soy una profanadora. Porque no sé en qué momento dejé de ser esa chica, ni dónde narices se ha metido. Pero ya no está y no sé quién está ocupando su lugar. Lucho por no llamarla a gritos y pedirle que regrese, que ya está bien.
—Eres artista.
Me doy la vuelta. Elio está en la entrada mirando a todas partes, asombrado. Su afirmación es como una descarga eléctrica que abandona un temblor en mi cuerpo.
—Ya no. No estoy segura de haberlo sido nunca. —Otra risa, esta maniaca, que me duele en las cuerdas vocales—. Pero aun así miento y finjo que sí lo soy.
Elio se reúne conmigo en el centro del estudio. La escasa luz que se cuela por los ventanales del techo le impacta en el rostro. Sus ojos vidriosos por el alcohol, donde puedo verme con claridad. Muy pequeña, diminuta.
—Todos mentimos para protegernos —murmura, los ojos pegados a mis labios y, otra vez, demasiado cerca.
En esta ocasión agradezco la invasión de espacio. Necesito una distracción. Algo que me permita frenar el dolor y haga callar a los fantasmas. Que borre este vacío que no deja que respire. Y con esa necesidad, rompo la distancia y lo beso. Elio me da acceso a su boca de inmediato. Sabe a ron, tequila y nicotina. Lo beso con rabia y propósito. Buscando el placer momentáneo que anule todo lo demás. No dejo de hacerlo ni cuando empezamos a quitarnos la ropa con torpeza. Solo paro en el lapso de tiempo en el que lo empujo contra el colchón polvoriento en el que solía dormir. Y los solía ser provocan que ni siquiera me cuestione lo que estoy a punto de hacer ni con quién, porque necesito huir de ellos. Me siento a horcajadas sobre él. En busca de más besos. No mucho rato después, acaban acompañados por estocadas rápidas y rítmicas. Que logran el propósito de hacerme olvidar a través del placer momentáneo. Olvidar incluso que mañana, voy a tener que afrontar las consecuencias.
Última edición por betty. el Sáb 19 Jun 2021, 8:30 am, editado 2 veces
indigo.
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Re: Our twenties
CAPÍTULO 16.02
betty • taianna & elio.
- let your body be the velvet of the night:
Al segundo que recupero la consciencia sé que esta será una de mis peores resacas. Mi cerebro se convierte en una bola de demolición que me azota las paredes del cráneo en un intento por abrirse paso al exterior. Por no mencionar la masa de náuseas en la base de la garganta. «Mira el lado bueno, tienes la ropa interior puesta», me consuelo. Al menos voy a ahorrarme el proceso incómodo de buscarla. Abro los ojos para averiguar dónde estoy y a quién pertenecen los ronquidos que me llegan por la izquierda. Ruego porque acabara con algún turista y no con alguien del pueblo. Gruño. Cómo odio las mañanas de después.
La cosa empeora cuando logro enfocar la vista y me encuentro con el familiar techo de vigas descubiertas y el olor a acrílico y arcilla. El pánico empieza a cundir al incorporarme y reconocer el espacio como mi estudio. «Cómo narices he terminado aquí». El pánico alcanza su punto álgido cuando giro la cabeza y veo que el dueño de los ronquidos no es otro que Elio.
Entonces, fogonazos caóticos de anoche estallan en mi cabeza. Me pongo de pie de un salto, preparada para correr a esconderme al otro lado del planeta. Localizo mi camiseta colgando de un caballete vacío y los pantalones arrugados a los pies del colchón, junto a la ropa de Elio. Noto un pinchazo en el pecho. «Estúpida. Estúpida. Estúpida». Continúo insultándome mientras me visto con torpeza, las manos temblando y la respiración entrecortada. Mantengo los ojos pegados al suelo, tratado de ignorar mis creaciones: que vuelcan el peso de su existencia sobre mi cuerpo.
Tardo un momento en reunir el valor de despertar a Elio. Pero la necesidad de salir de aquí es mayor que mi reticencia a enfrentarlo. Recojo su ropa del suelo y rodeo el colchón hasta posicionarme a su lado. Entre el pánico surge un poco de alivio cuando veo el preservativo en la papelera.
—¡Despierta! —Le tiro la ropa encima. Ni se inmuta. Se me escapa un gañido lastimeros de la garganta—. ¡Elio!
Nada. Me inclino y lo agarro por la muñeca, repitiendo su nombre sin descanso. Tiro de él para incorporarlo. Acabo cayéndome de culo en el suelo. Para ser un fideo pesa como un bloque de cemento. Logro incorporarlo, pero sigue dormido, gruñendo por toda reacción.
—¡Que te despiertes! —Lo sacudo por los hombros.
—Joder, abuela… —lloriquea, al fin despierto. Se frota el rostro para desperezarse. Levanta la cabeza con asquerosa lentitud y se toma su tiempo para entreabrir un poco los ojos.
Sufre un espasmo al comprobar que no soy Cara. Acoplándose al cese de latidos en mi pecho.
—Sorpresa —digo.
Arruga la frente desorientado. Hasta que la realización lo azota y parece acordarse de lo que ocurrió anoche. Se agarra la cabeza y suelta un suspiro lánguido. Mi corazón se desboca al recordar una segunda vez que cometí la estupidez de contarle mi secreto, traerlo aquí y, para rematar, acostarme con él.
Me mira de reojo, aun sujetándose la cabeza. Entro en estado de alarma de nuevo. Me incorporo del suelo y tiro de la sábana para destaparlo. Tirita cuando su cuerpo entra en contacto con el aire.
—Tienes que irte. Mueve el culo —ordeno, señalando su ropa con un gesto de cabeza.
—Buenos días a ti también. —Hace un mohín, sin moverse.
—¿Estás sordo? ¡Vamos! —me sale voz de pito, que acompaño con una patada al colchón.
—Muevo el culo, tranquila. No hay necesidad de recurrir a la violencia. —Se levanta entre quejidos. De pie sobre el colchón se estira, los brazos por encima de la cabeza, al tiempo que bosteza sonoramente.
A pesar de la situación, me tomo unos minutos para observarlo. La luz del día incidiendo en sus músculos tensados y la línea de sus caderas, que va a perderse bajo su ropa interior. Una nueva remesa de fogonazos me ataca. «En qué estabas pensando».
—¿Disfrutando de las vistas? —bromea con alegría, peleándose con la pernera de los vaqueros.
—Si te empeñas en el exhibicionismo —replico, con ganas de estrujarlo por el cuello. Menea la cabeza sonriendo y empieza a abotonarse la camisa—. Date prisa.
Bajo la vista a mis zapatillas, apretando los codos contra las costillas. Las paredes del estudio cada vez más empequeñecidas sobre mí. Al levantarla de nuevo, veo a Elio mirando con detenimiento uno de los murales de la pared. Imagino lo que debe estar pensando de mí y se mezcla con los recuerdos del numerito que monté anoche. Empiezo a sentirme expuesta y acorralada. Me subo al colchón y lo empujo por la espalda en dirección a la salida. Antes de que tenga oportunidad de decir algo al respecto.
—¡Qué mosca te ha picado! —exclama, intentando zafarse.
A trompicones, logro sacarlo al descansillo. Cierro la puerta con tanta fuerza que me retumba el brazo y casi me estalla la cabeza. Respiro hondo, apoyando la espalda contra esta. A pesar de estar fuera no logro calmarme. Si acaso, el peso de lo que he hecho se hace más intenso. Me cubro el rostro con las manos queriendo desaparecer.
—¿Estás bien?
—De maravilla.
Abro los ojos, con puntos negros en la visión. Elio se encuentra en medio del descansillo con las manos en las caderas, escrutándome. Debe estar pensando en lo patética que resulto. Una patética mentirosa que solo busca proteger su orgullo porque es cuanto le queda.
—Necesito mis zapatillas. —Gesticula con la barbilla hacia la puerta. Su tono es cuidadoso, como si yo fuera una desequilibrada. Entre mi comportamiento de anoche y el de ahora, no me extraña que piense así.
Entro otra vez, cerrando la puerta a mi espalda. Lo hago rápido, con la cabeza gacha. Vuelva a salir un segundo más tarde y le lanzo las zapatillas a los pies. Al fin, echo llave al estudio. Lo que hace que me sienta como la cáscara de un huevo; rota, vacía y en lo más bajo de la papelera. Mientras todo lo que me daba valor yace volcado tras esta puerta azul, irrecuperable.
—Taianna.
—Me marcho. Sal por la puerta de atrás para que no te vea nadie.
Doy un paso hacia las escaleras, pero Elio me corta el paso. Sin pretenderlo, me encojo sobre mí misma. Él se da cuenta y pone un poco de distancia.
—Oye, si estás así por lo de ayer… —Mis ojos están a punto de abandonar las cuencas y se me dispara el pulso. Elio se aparta el pelo del rostro, atento a mis reacciones—. No paré por que tú…, quiero decir…
Me relajo al entender que piensa que estoy comportándome así porque nos hemos acostado y cree que pudo hacer algo inadecuado. De no ser por la situación, hasta me detendría a pensar en los inusual que es que un tío muestre decencia.
—Son cosas que pasan. Ninguno estaba en sus cabales. —Asiente, con los hombros tensos—. Y fui yo la que se te tiró encima ¿Quién se aprovechó de quién? —Me apresuro a añadir, intentado disipar sus temores.
—Vale. —Suelta aire, aliviado—. Respecto a lo que me constaste…
Vuelvo al estado de alarma. Con lo bien que íbamos. Por qué no ha podido olvidarse de esa parte.
—¡Adiós!
Esquivo su cuerpo y salgo corriendo escaleras abajo sin darle oportunidad de retenerme por segunda vez.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
La habitación está a oscuras. Mis compañeras todavía dormidas. En lugar de irme a la ducha para deshacerme del sudor pegajoso por la carrera, me acuesto al lado de Flora en la cama. Le paso el brazo y la pierna por encima, buscando deshacerme del temblor inseguro que me acompaña desde que he abierto los ojos.
—Qué. Estás. Haciendo —dice entre dientes, la voz ronca y dormida. Su crispación se traspasa a mi cuerpo.
—La he cagado. —Me acurruco más contra ella.
—Largo.
Sin ninguna consideración, me pega un empujón que me manda al suelo. Hago una mueca de dolor al sentir que mi cerebro bailar dentro del cráneo y las náuseas ascendiendo a causa del impacto. Ruedo hasta quedar de espaldas. Estiro los brazos a los lados y me quedo ahí tirada, con el pulso latiéndome con fuerza en todo el cuerpo. Las baldosas frías aliviando un poco la resaca.
Permanezco así un rato, en estado de duermevela. Cuando abro los ojos de nuevo, veo a mi mejor amiga. Tiene medio rostro aplastado en la almohada. El ojo que no está oculto me escruta con expectación. Porque el cotilleo por encima de todo.
Me siento en el suelo, apoyando la espalda en la mesilla de noche. En este lapso, Reaven se despierta, también se incorpora sobre el colchón y murmura un galimatías que suena como «por qué estás ahí tirada».
—Empieza a cantar —exige Flora.
Bajo la vista, juego con mis dedos un momento antes de animarme a hablar.
—Me ha acostado con Elio. —A la que las palabras emergen, a mi cabeza acuden los recuerdos; sus labios, el peso de su cuerpo, el contacto de nuestras pieles… Sacudo la cabeza para deshacerlos. «Quién te manda, Taianna».
—¿Ese quién era? Me suena —habla Reaven, confundida. Ruedo los ojos, realmente tiene mala memoria.
—El nieto de Cara, lo conociste la semana pasada.
—Ah —asiente al acordarse. Aunque está recién levantada, se advierte el cambio que ha sufrido en estos días. Está más animada y más presente, no tan sumida en sí misma. Ni tan cansada que pareciera que lleva años sin dormir. Como prueba, ladea una sonrisa traviesa—. Bien por ti.
Hago una mueca de disgusto que acompaña a la inquietud que se ha empeñado en enredarse en mi pecho. Busco la reacción de Flora; se ha tumbado sobre el costado y se sostiene la cabeza con la mano. Me observa sin ninguna expresión, pero atenta. Me quedo esperando a que empiece a regañarme y me confirme que he sido una estúpida.
—¿Hay alguna razón por la que no debías hacerlo? —inquiere.
—¿Ha sido el peor sexo de tu vida? —añade Reaven justo después. Indagando por otro lado.
—¡Que es Elio! —exclamo alterada. De no ser por la resaca, comenzaría a darme de cabezazos contra la mesilla.
Flora chasca la lengua. Parece dispuesta a darme un pisotón que me mande al piso de abajo. Casi deseo que lo haga, a ver si el impacto me deja inconsciente durante un año.
—Eso qué significa. ¿No querías? —Da un respingo y su actitud cambia, a una de alerta—. ¿Te…?
—No, no. Claro que no —desmiento de inmediato, al comprender lo que está insinuando.
—¿Entonces? —continúa indagando, cada vez más espabilada—. Nunca le das tanta importancia a estas cosas. ¿Qué más da que anoche fuera Elio? No es que vayas a repetirlo.
Así es, jamás le doy importancia. Es básicamente mi modus operandi. Las relaciones exigen un compromiso y energía que yo no tengo. Todos mis amoríos han sido novios de temporada que al término de las vacaciones de verano se marchaban de Galena. Mi último intento de relación romántica fue hace más de dos años con Dante. Un artista de mi misma galería que cuanto quería era usarme de musa. Pero yo estaba más ocupada siendo la mía propia, más determinada a tener éxito en mi primera exposición que en cumplir sus delirios de artista mediocre, así que a penas duramos dos meses. No me salía rentable aguantar sus taras solo por el sexo. Desde entonces, mis relaciones sexuales surgen de esta manera. Cualquier tío, en cualquier bar o discoteca; que me ayude a despejar la cabeza, liberar el estrés y me proporcione un rato de placer. Al día siguiente, cada uno por su lado. Es lo que buscaba anoche cuando besé a Elio, deshacerme del peso que yo misma me había provocado al ir al estudio.
No es esa parte la que me tiene en este estado. Sino los instantes que lo precedieron. Que, por alguna razón incomprensible; creí oportuno confesarle mi secreto y mostrarle mi estudio —aun cuando no había sido capaz de poner un pie dentro en meses—, donde almaceno mi alma, prácticamente. Lo que me tiene así es que me siento como si me hubiera arrancado la piel a tiras para que Elio pudiera ver lo que escondo dentro.
—A no ser que para él no fuera el peor sexo de su vida —comenta Reaven, divertida.
La duda cuelga en la habitación oscura, mis compañeras esperando por que cuente de una vez el por qué. Noto cómo empiezo a compartimentarme ante la perspectiva de sincerarme; las emociones siendo arrastradas a mi interior. Desaparecen la inquietud y la incomodidad. La calma llega por fin. Regreso al estado impasible en el que me siento cómoda y protegida.
—Estábamos los dos borrachos. Dudo que se acuerde de mucho —desmiento.
—Sigo sin entender porque me has despertado para esto —refunfuña Flora antes de tumbarse sobre su estómago y subir la sábana hasta su cabeza.
—Tanto k-drama comienza a afectarme, al parecer. Estaba exagerando.
Me levanto para marcharme al baño y deshacerme de todos los acontecimientos de año.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Mi rutina continúa igual durante la semana siguiente. Decido poner distancia con el alcohol a no ser que sea una botella de vino con Flora en la terraza de la residencia en la madrugada. La única alteración es que decido hacerle caso y algunas tardes voy al lago a nadar. Si bien no sirve de mucho, al menos ayuda a que no se me atrofien los músculos por el sedentarismo de estas semanas.
Hoy, después de una hora de natación, me acerco al Tasty Pastry a por algo de azúcar. En primera instancia pienso en cambiarlo por el Monet, por la posibilidad de encontrarme con Elio. No lo he visto desde que lo expulsé a patadas esa mañana y quiero que siga siendo así. Pero entre un encontronazo con él y la voz de cotorra de mi madre acribillándome, prefiero uno con Elio.
Al ser entre semana la cafetería está tranquila. Aunque más llena de lo que estaría en invierno, debido a los turistas. Flora se encuentra al otro lado del mostrador colocando tartaletas en el expositor con expresión concienzuda.
—Se nos ha acabado todo —me saluda.
Oteo la pastelería antes de responder. Me relajo un tanto al solo ver a Paco entre las mesas y me siento en el taburete frente a Flora.
—Para ser pastelera no haces más que boicotearte.
—Intento evitar que te dé un coma diabético.
—[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] —Apoyo las manos bajo la barbilla y pestañeo con ternura. Para un segundo después ponerme seria—: Dame comida.
—No nos queda. —Abandona la bandeja vacía en la barra al terminar de colocar los productos—. ¿Quieres un té verde? Es bueno para la digestión.
Arrugo la nariz ante la sugerencia. El té es como beber agua agria.
—Por favor, necesito recuperar energía. —Me señalo el pelo mojado y la toalla que llevo colgada al cuello.
Flora ladea la cabeza, me observa con deliberación, dándose toquecitos en la barbilla con el índice. Debe estar decidiendo si me da lo que pido o agarra la escoba y me barre hacia la salida —una escena recurrente, para desgracia mía y deleite suyo—.
—De acuerdo, tarta de limón a cambio de que te apuntes al concurso. —«¿De qué habla?». Flora lee la pregunta en mi expresión y pone los ojos en blanco—. El de arte, tarada.
Se me crispa el vello. La conversación va a tomar un rumbo que no me va a venir bien. A Flora se le ha acabado la cortesía y, desde hace unos días, no hace más que presionarme para que salga de la cama y empiece a hacer algo con mi vida.
—¿Por qué debería participar? —pregunto, genuina. De todas las cosas que podrían ayudarme un estúpido concurso de pueblo no es una de ellas.
—No sé, a lo mejor, ¿para arreglar tu situación? —Ironiza con un resoplido—. Tu mayor problema es que estás bloqueada. Empieza por ahí.
—Ya, la tarta de limón no merece tanto esfuerzo —reniego, tirando de las esquinas de la toalla.
—Taianna…
—¡Qué! —grito sobresaltándola. La respiración agitada en el pecho y un enfado exagerado que se me escapa por la boca—. Digamos que me apunto y consigo volver a pintar, ¿de qué serviría? No me devolverá mi trabajo.
En lugar de chillarme por haberlo hecho yo primero, Flora respira hondo y se inclina sobre la barra con calma. Lo que es peor. Me muerdo el labio, intentando calmarme.
—Hay más galerías. O puedes vender tu arte por internet, como solías hacer. Pero deja de lamentarte y comportarte como si estuvieras condenada.
—Nadie va a querer contratarme tras mi última exposición, Flora.
No solo eso. Está lo que dijeron los críticos. Que mis obras están tan vacías como yo, que han dejado de transmitir emociones. ¿Para qué voy a seguir intentándolo? ¿De qué me sirve recuperar la inspiración? Aunque consiga que me contraten en otra galería, me he quedado sin nada que decir y el resultado será el mismo. Intento tras intento. Hasta que los fracasos me hagan entender que soy una artista mediocre que tuvo un golpe de suerte.
—Entonces, te rindes sin más —ataca Flora, con tal decepción en la voz que se me pega en la piel como agujas.
—¿Sin más?
—Me has escuchado. —Encoge los hombros y se mordisquea el labio. Pero recupera la dureza de inmediato—. Sé que ha sido un golpe duro lo que ocurrió con la exposición y que te ha acarreado otros problemas. De verdad que lo entiendo. Pero no todo va a ser fácil o como quieres en tu vida. Acéptalo.
Después de semanas, resulta que Flora es el detonante. El sonido del papel al rasgarse y el cristal estallado contra el suelo. Las lágrimas se me acumulan en las pupilas y se me estrecha la garganta. Vuelvo todo mi esfuerzo en combatirlo. «No seas idiota. Llorar no solucionará nada». Pero no está funcionando y cada segundo me sofoco más. Voy a ponerme a llorar en cualquier momento. A Flora se le suaviza la expresión al fijarse en mí. Es el deje de pena lo que hace que la rabia se sobreponga al dolor.
—Curioso que me lo digas tú.
Flora se echa hacia atrás. Sus facciones adquieren su careta más feroz y de no ser porque estoy furiosa con ella por sacar todo a colación y no dejarme tranquila, me temblarían las piernas.
—Vete a la mierda —escupe. Agarra la bandeja vacía y empieza a caminar hacia el almacén.
—¡Encantada! —grito, negándome a que tenga la palabra final.
—¡Ya estás tardando! —Me la devuelve. Porque ni eso va a concederme.
Salgo del Tasty Pastry frustrada, indignada y con ganas de tirarme de los pelos. «Maldita Flora. Yo que solo quería algo de comer».[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Al día siguiente me acerco a casa de Cara a pagar el alquiler. Algo que no podré hacer dentro de dos meses. Flora es un vendaval maleducado y metomentodo, pero lleva razón en que no puedo quedarme lamentándome para el resto de mi vida. Por lo menos necesito encontrar un trabajo para mantenerme mientras decido qué hago.
Llamo al timbre, apartando la crisis existencial para más adelante. Cara me grita que entre. De camino al salón escucho el ruido de una conversación. Me tenso, consciente de que una de esas voces pertenece a Elio. Recuerdo mi metedura de pata abrasada por la vergüenza ajena. «Quién te manda, de verdad».
Me detengo en la entrada sin hacer notar mi presencia. Abuela y nieto están sentados en la mesa desayunando. Cara lleva un turbante enrollado en la cabeza y una bata de seda que le dan la apariencia de madame de burdel. Elio viste una camiseta ancha, la tela desgastada y casi transparente. Se sujeta parte del pelo con media coleta, algunos mechones sueltos sobre la frente.
—Por favor. Por favor. Por favor… —cantalea suplicante. Las manos agarradas delante del pecho en forma de plegaria.
Cara lo ignora, unta mantequilla en su tostada y la tensión en su boca es la única muestra de que lo está escuchando.
—No.
—¡Pero si es muy bueno! —exclama Elio, sin rendirse, arrastrando la silla para quedar más cerca de su abuela—. Duerme la mayor parte del día, no ladra y hace caso a todo lo que le dices.
La mujer muerde la tostada y mastica con lentitud, sin molestarse en responder. Sonrío. Mira que es puñetera. Ladea la cabeza para mirarlo, lo empuja por la frente para que se aparte y deje de invadir su espacio personal.
—No como tú —apostilla, elevando una ceja.
—Exacto, te va a molestar menos que yo. —Le sigue el juego, plantando una sonrisa compradora.
—Eso no es muy complicado… —medita con la vista fija en un punto detrás de Elio—. No quiero otro incidente como el de la lavandería—. Se me revuelve el estómago al recordar el desastre de la ropa untada en excrementos de hace un par de días.
—Mi perro tiene modales, no como el de Marco —replica con voz de padre orgulloso—. Entonces, ¿me dejas? —recurre a una voz melosa y de niño bueno, incluso forma un mohín con los labios.
Cara finge que no se ve afectada por su interpretación, pero desde mi posición veo cómo sus bordes se ablandan. Asiente, poniendo los ojos en blanco. Elio por poco pega un grito de la emoción. Se le tira encima y empieza a darle besos sonoros en la mejilla.
—¡Quita! —Al principio, la señora se revuelve con la nariz arrugada por el disgusto. Pero al final se deja besar y apoya una mano sobre el codo de Elio.
—Gracias.
Termina por apoyar la cabeza en su hombro, con una sonrisa enorme que le rellena las mejillas, convierte sus ojos en dos rendijas y saca arrugas en la comisura de los mismos: lo hace parecer más pequeño, casi como un niño, aunque ese Elio solo tenía sonrisas problemáticas y egocéntricas.
La escena es enternecedora y hace que eche de menos a Martina, incluso a mis padres. Me recuerda que nuestra relación está llena de condiciones, de rechazo y falta de aceptación. Todas estas cosas que me impiden abrazarlos así, de la forma que está haciendo Elio con Cara.
—Hay una condición —añade Cara, dándole unas palmaditas en la cabeza. Elio se incorpora, la mandíbula tensa y el puño cerrado sobre la mesa—. El perro viene a cambio de que no insistas más para que me compre un bastón.
—Vale. —Encoge los hombros con indiferencia, perdiendo la tensión repentina—. Aunque no puedo asegurar que el resto deje de hacerlo. —Cara intenta darle una bofetada, pero Elio la ve y se levanta de un salto para esquivarla, riéndose.
—¿Tú qué vienes a pedir?
Me sobresalto cuando la mujer se dirige a mí. Cruzo una mirada involuntaria con Elio, que ahora está colocado a la espalda de Cara, aparto la vista de inmediato.
—Te traigo el alquiler.
Le tiendo el sobre a Cara una vez me acerco a la mesa. Me tiembla la mano cuando extiendo el brazo. Lo escondo entre las costillas, apretando con fuerza, intentando serenarme y convencerme de que no es para tanto. Con suerte, Elio también tiene problemas de memoria a corto plazo y ha olvidado lo que le conté esa noche. Aunque no voy a quedarme a comprobarlo, igual que no me quedé el otro día.
—Adiós.
—Espera. —Me detiene Cara, cuando ya me he girado hacia la salida. Hincho las aletas de la nariz para detener el resoplido de frustración—. ¿Por qué no acompañas a Elio a por su perro? Y ya que vais recogéis el pedido de la pastelería. Llamaré al proveedor para avisarle.
Comparto una mira fugaz con Elio a la que me doy la vuelta, no me da tiempo a leer su expresión. Escruto a Cara, preguntándome por qué ha decidido echarme al foso de los leones sin venir a cuento. La mujer se limita a sonreír, removiendo el contenido de su taza con la cuchara.
—Iba a ir con Marco —rebate Elio. Vuelvo a mirarlo, si se opone a la idea o no, no soy capaz de leerlo en su expresión.
—Él trabaja. Taianna está libre.
—En realidad…
—Pasarte el día tomando el sol en el jardín no es una ocupación. —Me corta con su ataque. ¿Por qué se oponen tanto a la idea de tomar el sol?
—Abuela.
—¿Vais a llevar la contraria a una anciana enferma? —Utiliza una voz frágil y aguda. «Menuda manipuladora está hecha».
—Eres anciana y enferma para lo que te conviene —mascullo entre dientes, mirándome los pies, con los puños apretados contra el costado.
—Así recuperáis el tiempo perdido.
«Si tú supieras…». Por inercia, subo la vista a Elio, que continúa tras la silla; aferrado al respaldo con los nudillos blancos y mirando a su abuela. Librarse de los mandatos de Cara es algo así como intentar no estrellarte contra una pared cuando vas a cien kilómetros por hora y dicha pared está a solo dos metros. Bien podría marcharme y lidiar con las consecuencias de desobedecerla otro día. Sin embargo, lo que me gustaría de verdad es dejar de sentirme como una niña asustada e insegura por una decisión absurda que tomé estando borracha. Si sigo evitando a Elio y dando rienda suelta a estos sentimientos, irán a más, en lugar de desparecer. Y no me gusta nada la perspectiva de convertirme en un manojo de nervios cada vez que me lo cruce.
—Te espero fuera.
Digo, tirándome al foso de los leones por cuenta propia.
Elio no tarda mucho en reunirse conmigo fuera de la residencia. Se cambia el pijama por una camiseta de lo que creo que es un anime y unos pantalones cortos de chándal. Le informo de que tengo que ir al Monet a por el coche y emprendemos el camino en silencio. Yo voy unos pasos por delante de él, no queriendo caminar a su lado y con las ganas de salir huyendo patentes. Mi arranque de valentía no ha servido de mucho y la inseguridad no ha hecho más que aumentar. Casi espero que, de un segundo a otro, Elio me señale con el dedo y me llame patética o algo por el estilo. Me enciendo un cigarrillo para ocultar con nicotina todas mis emociones.
—Lo siento. —Se disculpa al acoplarse a mi paso. Mi corazón da una voltereta de puro nervio y yo tomo una calada más profunda, notando el ardor en mi pecho—. No sé qué le ha entrado…
—Da igual —aseguro, estirando la espalda al notar que mi cuerpo empieza a encorvarse sobre sí mismo. Hago un gesto de indiferencia con los labios, más para engañarme a mí que a él.
Dioses, cómo odio haberme puesto en esta situación. Encima con Elio. No podría haberme sincerado con un turista desconocido al que no me hubiera cruzado nunca más. No, tenía que ser con mi vecino.
—Va a ser difícil evitarme en el mismo coche.
Se me cierra el estómago.
—Quién dice que te estoy evitando. No te des tanta importancia —farfullo con demasiada rapidez y la voz excesivamente aguda. «Bien jugado, Taianna».
—Ayer salí de casa y corriste a esconderte en la lavandería para no cruzarte conmigo. Me remito a los hechos.
—Es que se me olvidó el móvil —miento, apretando los labios.
—Venías de la calle.
«Mierda». ¿Adónde se ha ido mi destreza para enmascarar mis emociones?
—En serio, ¿por qué me rehúyes? ¿Tan malo soy en la cama? —Se lleva una mano al corazón.
Ruedo los ojos, se ve que el dramatismo corre en la familia. Pero que esté haciendo el payaso, no sea un gilipollas integral en busca de inflar su ego masculino y que, sobre todo, no haya mencionado nada respecto a lo que le dije, desata varios de los nudos en mi pecho. Me doy cuenta que he estado juzgándolo en base a mis inseguridades. No ha dado indicio alguno de querer burlarse por la escena que monté y que siendo bastante considerado.
—No es eso. —Al ver que su sonrisa adquiere un deje coqueto, por lo que implica lo que he dicho, añado—: A penas me acuerdo, no te emociones.
Giramos por la calle que conduce al Monet. Elio no responde de inmediato, recorremos medio trecho antes de que hable otra vez.
—Taianna, no se lo voy a contar a nadie. —«Por qué poco». Sus palabras provocan que me lata el pulso en todo el cuerpo. Pero me mantengo impasible o, al menos eso creo. Elio continúa hablando—: No es asunto mío. Además, conozco a cuatro gatos en este pueblo, ¿a quién iba a decírselo?
Para no acordarse de mí, me lee con una destreza que ya les gustaría a las personas que sí me conocen. Siempre andan quejándose de lo cerrada que les resulto. Por eso me dan ganas de fingir que no sé de lo que está hablando y hacer como que el alcohol ha borrado ese recuerdo. No sé si quiero que Elio vuelva a conocerme en tanta profundidad como antes. Pero también estoy harta de recurrir a la mentira cada vez que tengo ocasión.
—Vale —respondo al fin. Confirmando todas sus suposiciones pero sin dar pie a hablar de ellas.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
—¿Cómo nos conocimos?
Hasta el momento hemos viajado en silencio. La radio y el GPS por único ruido. No ha sido incómodo, sin embargo. Nuestra conversación ha logrado despejar mis tormentas. Confirmando que esa era la razón por la que me sentía así. No tanto que pudiera juzgarme, sino que se lo fuera a decir a alguien y ese alguien a otro, hasta que llegara a oídos de mi familia.
—En el Tasty Pastry.
Acto seguido explayo la explicación. Contándole que solía ir a pasar tiempo con Flora a la cafetería en verano. Pero no le hablo de los momentos que pasábamos solos por Galena, de las veces en las que no discutíamos y hablábamos, pues revelaría muchos detalles acerca de mí. Le lanzo miradas de reojo, a ver si la información le despierta la memoria. Pero su rostro se mantiene sin expresión, la vista clavada en la carretera. Utilizo su amnesia como una ventaja:
—Eras un grano en el culo, siempre andabas persiguiéndome e intentabas llamar mi atención. Estabas un pelín obsesionado conmigo —suspiro de manera exagerada—. Y hacías todo lo que te pedía para ganarte mi respeto—. Añado, inflando el pecho.
—Ya lo dudo. —Se ríe.
Bueno, veo que la ingenuidad no es una de las cualidades nuevas que ha adquirido. En base a lo poco que lo he tratado, tampoco advierto tantas diferencias. Es más bien una diferencia que marca un cambio brutal. Y es que ya no parece que camine con un palo metido en el culo. Se ha soltado. Está más relajado y risueño. Ya no frunce el ceño cada dos minutos, ni se muestra tenso ni enfadado con el mundo, por lo que se muestra más amable.
Lo que me lleva a meditar de nuevo en que yo continuo igual. Veo a los demás evolucionar, crecer y cumplir sus metas y me siento inútil, rezagada. Porque no he sido capaz de conversar mi trabajo y, en lugar de avanzar, estoy retrocediendo.
—No te acuerdas. —Encojo los hombros, cambiando de marcha y de humor. Negándome a sumergirme en el bucle de costumbre—. Así que tienes que fiarte de mi palabra.
—Flora me ha contado que eras tú la que venía a mí.
Puñetera Flora. Lo miro atónita y la sonrisa triunfal que me lanza, medio acostado contra la puerta, hace que me hierva la sangre.
—Miente. Ya escuchaste lo que dijo tu primo.
El silencio regresa al vehículo y se mantiene hasta que llegamos a Toronto. El cambio en el paisaje, de bosques de pinos y praderas a asfalto y edificios de vértigo, además del ruido metropolitano en un principio me resulta abrumador. Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que estuve en Toronto que me he desacostumbrado.
—Tiene razón —comenta Elio de pronto, recolocándose en el respaldo.
—¿Disculpa? —respondo distraída, centrada en conducir. Desde que me saqué el carnet habré cogido el coche unas cinco veces. Y, todo bien mientras estoy en la autopista. Pero ahora que me encuentro rodeada de vehículos tengo la impresión de que voy a acabar chocando con todo el mundo.
—Sobre el concurso. Podría ayudarte.
Tardo un segundo en procesar que está refiriéndose a la discusión que tuve ayer con mi mejor amiga. Aprovechando que el semáforo está en rojo, me giro y antes de que reaccione, le retuerzo la carne del brazo.
—¡Auch! —Grita, apartando la mano, atónito.
—Esto te pasa por cotilla —bisbiseo de vuelta al volante— ¿A ti no te han enseñado que es de mala educación escuchar conversaciones ajenas?
—No lo hice a propósito. —Aparto la vista de la carretera un segundo y, en esta ocasión, le pego una toba en la sien—. ¡En serio! —exclama indignado y agudo. Se pega todo lo que puede a la puerta—. Estaba llenando los servilleteros en el suelo detrás de la barra y os escuché.
«¿Quién no os escuchó?». No es que fuéramos precisamente discretas.
—Podrías haberte levantado y ahorrarnos la discusión.
Me ataca la desdicha por haber discutido con Flora. Cierto es que nos pasamos el día así, pero esta ha sido una pelea seria. Anoche, cuando volvió a casa nos aplicamos la ley de hielo. Convertimos la noche de juegos en una vendetta contra la otra. Nos pusimos tan insoportables que nuestras compañeras terminaron por echarnos de la partida. Al final, después de gruñirnos y unas cuantas miradas asesinas, Flora se fue a cocinar y yo acabé en la terraza. Hemos llegado a estar semanas sin hablarnos. Pero en este momento, no contar con ella tiene muchas más repercusiones. Claro que no por ello seré yo quien entierre el hacha de guerra.
—Tiene razón —repite Elio.
—Has prometido no mencionar el tema.
—Te he dicho que no se lo contaría a nadie, en realidad.
—Si te aburres juega al veo veo, pero no me des por saco a mí —replico en un tono que espero, resulte amenazante y haga que se calle.
—Veo veo que no pierdes nada por intentarlo.
Me explotan los vasos sanguíneos en la cara de la rabia. Lo de tocapelotas no lo ha perdido. Intento pegarle de nuevo. Esta vez Elio está preparado y atrapa mi mano antes de que toque su cabeza. Me suelto de su agarre de inmediato y la regreso al volante.
¿Qué tengo que perder? La poca autoestima que me queda, para empezar. Revivir el año infernal que he pasado intentando sacar algo de dentro. Tener que escuchar las voces de los críticos en mi cabeza en cada uno de esos intentos. Permitirme ilusionarme y que la segunda caída sea aún más dolorosa.
—Todo.
Lo condenso todo en esa palabra, que pronuncio más para mí misma. Giro la cabeza retándolo a que añada algo más. Pero se limita a analizarme con una mirada entre comprensiva y curiosa. En vez de la lástima que esperaba encontrar en ella.
La conversación muere definitivamente. Pero lucha por reproducirse en mi cabeza, para que le preste atención. Me concentro en seguir las indicaciones del GPS. Cuando llegamos al vecindario de Lawrence Park, anuncia que he llegado a mi destino. Elio toma el relevo de la máquina y dice que él me guiará a partir de ahora. Se ha incorporado sobre el asiento, inclinado hacia el salpicadero, con el cinturón tirante. Advierto el cambio en su actitud, tenso de pronto. Según va guiándome con voz monótona y grave, observo los alrededores. Se nota el poder monetario de los inquilinos de este lugar hasta en la forma en la que están podados los setos. Por si las casas de diseño no fueran indicación suficiente.
Era evidente que sus padres tenían dinero. La ropa de marca con la que vestía, que cada verano apareciera con la consola del momento acompañada de casi todos los videojuegos del mercado y que el propio Elio fuera un tanto repipi, lo demostraba. Pero no imaginaba que tuvieran tanto. Lawrence Park es uno de los sitios más exclusivos de la ciudad. Tienes que nadar en dinero para permitirte el costo de una vivienda aquí.
Me pide que pare en el final de una calle sin salida. Frente a una casa de tres pisos. Llena de ventanales de gran altura, con el tejado plano y estructura moderna. En el camino de entrada hay un hombre de mediana edad regando el césped. Levanta la vista al escuchar el motor. Hace una visera sobre la frente para taparse el sol y ver quiénes somos. Mueve la mano que no sujeta la manguera con efusividad al reconocer a Elio. Mi acompañante devuelve el gesto más calmado. Sujeta la manilla de la puerta y parece dubitativo de apearse. Tras un suspiro y menear la cabeza, como si quisiera sacudirse algo de encima, abre la puerta.
—Espera aquí. No tardo.
Apago el motor y me saco el cinturón. Bajo la ventana para no asfixiarme y me enciendo un cigarrillo. Entre tanto, Elio alcanza al hombre y este abandona la manguera a sus pies para darle un abrazo. Imagino que será su padre. Recuerdo entonces que cuando éramos niños la relación con sus progenitores perdía aceite por varias partes. Elio solía quejarse de que casi no los veía, que se pasaba el día entre niñeras y que por eso estudiaba tanto, incluso en vacaciones. Pensaba que así le prestarían más atención. Parecía afectarle bastante este asunto. También recuerdo que intentaba convencerlo de las ventajas de la independencia, ya que mis padres tampoco pasaban demasiado tiempo conmigo. La diferencia era que yo disfrutaba de la soledad y Elio la aborrecía.
Se muestra bastante contento abrazando al señor, así que supongo que todo eso ha quedado atrás. Al separarse camina hacia la entrada y desaparece en el interior. Me entretengo en Twitter mientras aguardo a que regrese. Pierdo la noción del tiempo leyendo las peleas entre los fanáticos de los artistas. Un ruido estruendoso casi hace que se me escape el móvil de las manos y me arranca del trance.
Levanto la vista creyendo que, como mínimo, ha caído una bomba. Pero solo veo a Elio de vuelta al coche, su padre ha desaparecido del jardín. Va con una bolsa de deporte al hombro y una cama para perro bajo el brazo. Dicho perro corretea a su lado; una bola peluda, blanca como un copo de nieve, con las orejas puntiagudas y el hocico alargado. Parece simpático y sonrío porque al fin habrá un animal en la residencia que no me aterroriza ni me da alergia.
No es hasta que Elio está a un par de metros que puedo ver la expresión de su rostro. Que lleva una señal de «peligro, abortad misión» gigantesca. Los ojos intimidades, los labios contorsionados en una mueca de disgusto y asco. No sé qué mosca le habrá picado ahí dentro, pero me guardo de hacer ningún comentario al respecto al ver la brusquedad con la que cierra el maletero después de echar las cosas dentro. Voy siguiendo sus movimientos a través del espejo retrovisor, curiosa. ¿Habrá discutido con su padre?
Abre la puerta trasera y chasca la lengua. Lo escucho tomar una gran bocanada de aire antes de hablar:
—Luego te limpio el coche, se me ha olvidado traer algo para que no lo deje lleno de pelos. —Para la apariencia que tiene, se lo escucha bastante tranquilo. Contenido, más bien. Como si no quisiera pagar conmigo lo que sea que lo ha puesto así.
—Es el de mi cuñado, puede rebozarse cuanto quiera —respondo con jovialidad al pensar en la cara de Patrick cuando vea los asientos negros llenos de pelo blanco.
Cruzamos una mirada momentánea por el espejo retrovisor. Elio se limita a asentir y le indica al perro que suba. Mientras le pone el cinturón, el animal se entretiene lamiéndole cara y dándole cabezazos en el brazo para llamar su atención, con algún que otro lloriqueo exaltado de por medio. Las carantoñas de su perro parecen tener efecto en Elio, pues afloja los músculos del cuello y eleva un tanto los labios antes de acariciarlo y hundir la cara en su pelaje. Se sube a mi lado unos segundos después, un poco más relajado, pero todavía tenso. Suelta otro suspiro antes de meter la dirección del mercado en el GPS. Pongo rumbo hacia allí sin terciar palabra.
Durante el trayecto procuro ignorar que mi acompañante ha tornado al Grinch. Pero la verdad es que, a pesar de aborrecer los cotilleos, yo misma soy una cotilla. Mentiría si dijera que no me muero por saber qué lo ha puesto así. Además, su humor se extrapola en el espacio y empiezo a sentir como si estuviera dentro de una olla a presión que está a punto de empezar a chillar.
—Tu padre parece simpático —hablo al detenerme a la entrada de una rotonda. Cuando la incomodidad se vuelve asfixiante.
Elio da un respingo cuando lo saco de sus pensamientos. Me mira escéptico, la frente llena de arrugas, como si estuviera hablando extraterrestre. Los labios se le curvan con sarcasmo.
—Steven es el señor que se ocupa de la casa —explica.
—Parece simpático —repito, metiéndome en la rotonda.
—Lo es. Ya quisiera mi padre ser como él —añade, la voz repleta de amargura y malicia.
Se ve que he asumido demasiado rápido que la relación con sus padres ha mejorado. Mi vena cotilla quiere seguir indagando en el asunto. Pero si insisto más estaría siendo intrusiva y soy la primera que odia que se metan en mis asuntos cuando no les invito a ello.
Al llegar al mercado, Elio vuelve a mostrarse como su versión simpática y encantadora. Se dedica a alagar al proveedor mientras este carga el pedido en el maletero y, cuando Elio le menciona que la mercancía es buena pero que su abuela está pensando en recurrir a otra tienda con los precios más bajos, está tan encantado con los cumplidos que le rebaja el precio sin pestañear. Menudo engatusador. Me habría venido de perlas tenerlo a mano durante mis exposiciones. Porque a mí lo de relacionarme con extraños y endulzarles los oídos para que compraran mis obras se me daba de pena.
Ya de vuelta a Galena, cuando estamos a mitad de camino. Elio decide entretenerse sacándome de quicio:
—Volviendo a lo del concurso… —empieza tentativo.
—Si acabas la frase te tiro por la ventana y después me voy a Alaska con tu perro.
—Por qué a Alaska.
—No sé, ¿no es el destino típico cuando quieres darte a la fuga? —Hago crujir el cuello, agarrotada de tantas horas al volante.
Pienso que lo he distraído de la conversación inicial. Soy una ilusa, claro. Porque en cuanto me callo regresa a la carga.
—Antes has dicho que lo perdías todo y…
—Me caes mejor cuando estás enfurruñado. —interrumpo. «¿Por qué tanto interés en que me apunte al concurso?» añado para mis adentros.
—…no es por hundirte más en la miseria, pero ahora mismo no tienes mucho.
—Soy consciente, gracias —digo entre dientes. Y a pesar de serlo, escucharlo de una voz ajena provoca que quiera protestar y llevar la contraria. Demostrar que se equivoca—. No tengo la fuerza mental para seguir este círculo vicioso en el que intento pintar y no puedo. Es agotador. —Pero esta es la verdad. Que estoy cansada y lo que me apetece es quedarme a hibernar en la miseria que menciona.
—Apúntate. Te ayudará tener algo que te motive, pero no te agobie tanto como una fecha de entrega. Si recuperas tu inspiración entonces verás que puedes seguir haciéndolo. Y, si no, le das un cierre y te olvidas del asunto para siempre.
—Que consiga dibujar de nuevo no significa que valga para ello.
Es lo que parecen olvidar. Al menos Flora, de Elio no puedo decir lo mismo porque no conoce bien toda la historia e imagino que solo está haciendo esto de cotilla. No sé qué nos pasa a los humanos que, aunque realidad nos importe tres pimientos, queremos saber de todas formas.
—Primero tienes que averiguar si puedes y después ya decides. Nadie te está obligando a que sigas dedicándote al arte.
—Haces que suene fácil. —Lo peor es que planteado así, me lo empiezo a creer. Será porque al contrario que mi mejor amiga no me está atacando, ni dando a entender que soy una cobarde si no lo hago.
—Es fácil, eres tú que buscas complicarlo para no hacerlo.
—¿Por qué te importa lo que haga? ¿Me has cogido cariño tan pronto?
—Podría ayudarte, si quieres. A encontrar tu inspiración —responde evadiendo mis preguntas.
Me entra la risa floja. Ya sé que debería parar de compararlo con el Elio que habita mis recuerdos, pero es que no deja de sorprenderme que haya cambiado tanto.
—Claro, por qué no. —Le sigo el juego, consciente que no lo dice en serio.
—¿Te vas a apuntar, entonces? —Lo miro y veo que tiene los ojos abiertos de par en par, entre incrédulo y emocionado.
—Ni de coña. —Me hace burla al ver que estaba vacilándolo.
Poco después de que nos callemos, empiezo a meditar sobre lo que ha dicho. Quizás sí que lo estoy complicando y lo del concurso no es tan descabellado: una oportunidad para encauzar mi vida otra vez. Pero cuando me visualizo delante de un lienzo, blanco y vacío, recuerdo que es así como estoy yo y que no voy a conseguir nada.
Última edición por betty. el Sáb 19 Jun 2021, 9:58 am, editado 2 veces
indigo.
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Re: Our twenties
CAPÍTULO 16.03
betty • taianna & elio
- touch my soul, you know how:
Los lunes es el día de descanso en el Monet y mi familia tiene la costumbre de reunirse a comer. Papá cocina su especialidad; ñoquis con salsa de setas. Que acompañamos de carne asada a la barbacoa y alcohol. Solía ser mi día favorito de la semana mientras crecía. Tras la pelea, fui perdiendo el apego que le tenía y, en la actualidad, toda excusa es buena para escaquearme.
Esta es la primera a la que acudo en más de un mes. En contra de mi voluntad, he de decir. Mamá se ha presentado en la residencia a primera hora del día y me ha arrastrado fuera de la cama. Antes que me diera cuenta de lo que ocurría, ya estaba en el coche de camino al supermercado para comprar la carne para la barbacoa.
—¿Has hablado con mamá?
Al abrir los ojos, encuentro a Jasón sentado al borde de la piscina, pataleando con calma en el agua. Bajo del sillón hinchable en el que he pasado toda la mañana flotando y tomando el sol. El agua hace que tirite por el contraste de mi piel caliente y su temperatura.
Voy a sentarme a su lado. Sus ojos de cervatillo aguardan por la respuesta, deslumbrantes de ilusión mal disimulada. Que voy a matar en cuanto abra la boca. Me invade el arrepentimiento. He estado tan sumida en mis problemas que he tenido a mi sobrino desatendido —a excepción de algunos mensajes que le he enviado— y olvidado por completo su petición.
—Aún no.
—Tienes que hablar pronto con ella. Porque sino, no van a darme plaza en el colegio nuevo —suplica, exaltado, dando patadas más intensas en el agua.
Hay tanta ansiedad en su voz que casi la noto en mi cuerpo, acoplada a la mía propia porque depende de mí para convencer a Martina. Y, aunque lo intente, sé bien que la probabilidad de victoria está bajo cero. Pero lo que me preocupa ahora es que Jasón parece desesperado, como si su felicidad dependiera de cambiarse de colegio.
—Jasón, ¿por qué quieres cambiarte de colegio?
—Para conocer gente nueva, te lo dije —bisbisea con la barbilla contra el pecho.
—Está muy bien que quieras conocer gente nueva si no encajas con la de aquí. —Le reafirmo. Acto seguido, le agarro por la barbilla y alzo su rostro. Sus ojos nerviosos, buscando evitar los míos—. Solo que me da la impresión de que hay otro motivo. No te voy a obligar a contármelo si no quieres. Pero espero que sepas que puedes hacerlo.
Necesito que comprenda que puede acudir a mí y contarme lo que sea. Cuando te sientes solo e incomprendido, optas por encerrarte en tus huesos. Dejas de comunicarte porque expresarte carece de sentido si no van a hacer el esfuerzo por entenderte. Empiezas a dar explicaciones superfluas, desacertadas, de por qué haces o quieres algo, escondiendo el origen. Te mudas a la soledad, donde no hay nadie para escucharte, pero tampoco para juzgarte. No quiero que Jasón se sienta solo estando a mi lado. Quiero que confíe en mí, que sepa que siempre estaré de su parte. Pero no sé hasta que punto es contraproducente insistir, con la posibilidad de que se cierre más porque sienta que es su obligación contármelo.
Así que aguardo, esperanzada porque lo haya entendido y me cuente el verdadero motivo por el que quiere cambiarse de colegio y si está relacionado con que haya renunciado a lo que más le gusta en el mundo.
Jasón se mordisquea el labio. En ese lapso en el que dudas si ser vulnerable, confiar o recurrir a la protección del silencio. Le revuelvo el pelo, sonrío y asiento para animarlo.
—Tengo un amigo en ese colegio. Lo he conocido por Fornite —explica de carrerilla, como si estuviera confesando un pecado —¡No se lo digas a mamá, por favor! Se va a enfadar si se entera que hablo con gente por Internet.
Parpadeo, desprevenida por sus razones. Pero me aseguro de mantener la expresión neutra, sin darle indicios de que lo estoy juzgando. Porque lo peor no está en las palabras, sino en los gestos y acciones. Si lee algo erróneo en mi manera de comportarme, da igual lo que le diga después. Lo que haces siempre prevalece sobre lo que dices.
—Tranquilo. —Lo calmo, rota porque le cause tanto nerviosismo hablar. Después, decido ser adulta—. ¿Estás seguro que es de tu edad? Tienes que tener cuidado con quién hablas.
—Sí, no soy idiota —resopla, poniendo los ojos en blanco. En ese gesto lo veo tan mayor y tan forjado que siento el puñetazo de la añoranza. —Mira.
Se estira hacia la tumbona que queda a su espalda, de donde recoge el teléfono. Abre el buscador y teclea un nombre de usuario. Se inclina hacia mí para enseñarme la pantalla. Es el perfil de Instagram de un niño de su edad. Hay fotos variadas del chico, con sus padres, un gato y, las que llaman mi atención: fotografías en las que solo se ven sus manos de uñas pintadas con diseños creativos y alucinantes. Jasón trata de ocultarlas pasando el dedo por la pantalla con rapidez.
—Se llama Milo e iríamos al mismo curso.
Y añade que la cuenta la manejan sus padres, porque es menor de catorce. Como para asegurarme que no es un delincuente, antes de bloquear el teléfono. Clava la vista en las ondas del agua. Me dedica una mirada de reojo, esperando a que hable.
Reordeno un poco mis pensamientos antes de decir nada.
—A lo mejor, si se lo contamos a tu madre, es más receptiva a que dejar que te cambies. —Jasón alza la cabeza con pánico—. Te lo estoy sugiriendo, no se lo voy a decir si no me das permiso —aseguro.
—Primero inténtalo sin hablarle de Milo.
Asiento. Aunque piense que es la información que necesita mi hermana para que no reciba la noticia como un capricho infantil sino un cambio para la felicidad de su hijo. Necesita rodearse de personas con quien comparta aficiones y no se sienta un bicho raro por ellas. Sentirse aceptado y sin creer que debe amoldarse a los demás. Necesita a Milo como yo necesité a Flora mientras crecía. Alguien con quien sentirte tú sin pensar que van a juzgarte. Aunque espero que Milo no sea tan cascarrabias y bruto como lo es Flora.
—Está bien. —Le doy un abrazo de lado que no dura mucho porque en ese momento, la voz de mi padre nos grita desde el porche que vayamos a comer. Tras incorporarme, le doy un toquecito con el pie para llamar su atención—: Me gustan sus uñas, por cierto.
Jasón enrojece un poco, con una mirada tímida. Pero veo la sombra de una sonrisa en sus labios.
Lo espero a que se levante y juntos vamos hacia el porche. Mis padres están frente a la barbacoa, sacando la carne de la parrilla. Martina coloca los vasos en la mesa, ya repleta de comida y bebida. Mi estómago ruge y salivo por la anticipación. Sin embargo, mi apetito desciende varios escalones al ver a Patrick sentado en ella.
Su imagen es como una arcada imprevista. Además de penosa. Era el chico popular que vivió su época dorada en el instituto, donde las personas lo idolatraban por ser guapo. De la clase que se le sube a la cabeza y piensan que seguirán recibiendo el mismo trato durante el resto de su vida. Patrick tiene veintisiete años, pero aún viste con orgullo su chaqueta del equipo de fútbol como prueba de su caché y se comporta como un adolescente petulante que espera que las personas lo favorezcan por ser el rey del baile.
Ya desde el comienzo, lo aborrecí. Llegó a nuestras vidas con la misma chaqueta y actitud de triunfador hace diez años. Se presentó como Míster Perfecto, el nuero de ensueño. Con mis padres le funcionó la fachada durante un tiempo, pero yo no me la tragué. Era narcisista, manipulador y te trataba como si estuviera por encima de ti. Nunca comprendí qué vio mi hermana en él, pero pensé que el hechizo acabaría por romperse y se daría cuenta que no iba a ninguna parte con ese pelele. Pero, sorpresa, se quedó embarazada. En un primer momento, Martina no quiso tener al bebé. Hasta que Míster Perfecto se transformó en Míster Promesas y la convenció. Le vendió la moto de la familia feliz. Patrick ya se había graduado, así que buscaría un trabajo para que ella pudiera acabar los estudios y después ir a la universidad y cuidaría del bebé cuando naciera para que no tuviera que renunciar a sus sueños. Culminó sus promesas con una propuesta de matrimonio.
No culpo a Martina por las decisiones que tomó con dieciséis años. Quién no se ha enamorado del príncipe gilipollas antes de darse cuenta que solo era gilipollas. Sin embargo, diez años después, con todas esas promesas rotas, no entiendo por qué continúa con Patrick. No hay nadie que esté más harta de él que mi hermana. Por qué sigue esperando que cambie y se comprometa. Por qué no lo manda a la mierda de una vez por todas y se libera de la carga que supone.
Y, de paso, nos ahorra al resto tener que aguantarlo.
—Taianna, guapa, tráeme una cerveza —exige desde la silla. Las piernas abiertas a todo lo que dan y una sonrisa venenosa que dan ganas de mellar.
—No.
Entro a la cocina a por una cerveza para mí. Consciente de que Martina viene detrás de mí lista con el sermón preparado. Al cerrar la nevera, la veo apoyada en la isla de la cocina, los brazos cruzados y expresión desilusionada.
—Entiendo que no te cae bien. Pero no es necesario ser tan hostil.
Doy un trago a la cerveza antes de responder. Me sereno y me recuerdo que no merece la pena iniciar otra pelea con mi hermana por ese despojo humano. Después de todo, seguimos enzarzadas en la última de ellas.
—Pues que no me hable en ese tono paternalista. —Es lo que siempre me ha molestado de él, que se dirija a mí como si fuera una niña pequeña a la que engatusar el oído con cumplidos para que haga lo que él desea.
—Habla así a todo el mundo.
—Habla así a las mujeres.
—¿Qué te pasa, Taianna? —suspira, dejando caer los brazos a los costados, al escuchar el tono hostil que no he logrado reprimir—. Llevas semanas desaparecida, a penas respondes a mis llamadas y te comportas como si te hubiéramos hecho algo terrible.
—Y no tienes ni idea de por qué no respondo a tus llamadas.
En cierta parte, es cierto, no tiene ni idea de que teniéndola delante lo único que quiero es contarle por lo que estoy pasando. Darme cuenta constantemente que a causa de mis decisiones algo se ha roto entre nosotras y nos ha dejado en orillas distintas, es doloroso. Ahora aún más, pues he perdido el trabajo por el que nuestra relación está en estos términos y me carcome el remordimiento. Tal vez debería haberla escuchado, quedarme en Galena y relegar el arte a un mero pasatiempo.
—Si es por lo de la otra vez, lo siento. No debería haberme puesto así. —Se disculpa, sin sostenerme la mirada.
Me pilla desprevenida. Jamás pide perdón porque está segura de que lleva razón al enfadarse. Es mi culpa, por lo general. En su cabeza estoy obligada a ser quien mis padres y ella necesitan. No lo que yo quiero o necesito.
—Está bien. —Acepto la disculpa, creyendo que es un gran avance. Que quizás está empezando a ver las cosas desde mi perspectiva.
—Aunque eres una egoísta. Estando aquí, no te cuesta nada echarme una mano —ataca con su expresión neutra—. Si te encanta estar con Jasón.
La cerveza nunca ha sabido tan amarga como ahora y bulle junto a mi sangre. Casi me entran ganas de reír. Sí, por supuesto que esto es mi culpa. Por seguir esperando un imposible. Se ve que es mi especialidad, aferrarme a imposibles y luego lamentarme porque no sucedan.
—Lo que tú digas, Martina —sonrío sin emociones. Ella frunce el ceño, descolocada por mi falta de beligerancia. Sin interpretarlo por lo que es, simple agotamiento.
Desde la pelea, la táctica de supervivencia que empleo en las comidas familiares consiste en emborracharme y pasar desapercibida, como si no estuviera aquí. Funciona la mayoría de veces. Hoy en especial, tras la conversación con Martina, tengo pocas ganas de ser persona. Pero resulta complicado mantenerme al margen de las conversaciones cuando Patrick se empeña en hacer alarde de su idiotez.
—Cuidado, Félix. Ahora que va a judo puede dejarte en el suelo casi sin esfuerzo. —Alardea después que mi padre se ría porque Jasón no ha podido descorchar una botella de vino. Patrick da una palmada y se incorpora en la silla—. Venga, campeón, enséñale al abuelo lo que has aprendido.
Señala a su hijo como si fuera su animal de pelea favorito. Al que ahora hace caso porque ha empezado a hacer actividades viriles y ya no lo avergüenza. Encantado porque ahora es normal.
—No me apetece —murmura Jasón, bajando la vista a su regazo, claramente incomodado. Mi mano se cierra con fuerza descomunal alrededor del cuchillo.
—Los hombres tienen que aprender a hacerse respetar. —Chasca la lengua y saca pecho para darle intensidad a sus siguientes palabras—. Tienes que dejar claro que no pueden mofarse de ti.
—Patrick, te ha dicho que no. —Lo corta Martina, dedicándole una mirada feroz. Él suspira, como un niño al que han privado de diversión.
—Estoy educando a nuestro hijo.
Me río a carcajada limpia. Todas las miradas de la mesa se centran en mí. Todas incomodadas, salvo la de Patrick. Que sonríe creyendo que mi risa está a su favor.
—Tú que eres tan hombre—Realizo unas comillas en el aire al pronunciar la última palabra—, ¿no deberías asegurar también el sustento de tu familia? Acorde a tu definición cavernícola, claro.
Patrick se tensa cual depredador al comprender que estaba mofándome de él.
—Les he dado una casa. —Se jacta, entrelazando las manos sobre el estómago.
Otra de las cualidades del guapo popular es su familia rica. Sus padres son dueños de varias granjas en el pueblo y están forrados. Decidieron darle una de sus casas cuando vieron que su hijo no era capaz de conservar ningún trabajo porque prefería irse de fiesta con sus amigos y que llevaba cuatro años viviendo en casa de sus suegros. Por lo que me ha contado Martina, también le pasan dinero todos los meses. Que se gasta en más fiestas, por supuesto. A pesar que él asegura invertirlo en negocios que empezarán a dar sus frutos en unos años.
—Tus padres te regalaron una casa, que se mantiene con el trabajo de mi hermana. —La señalo—. Porque de lo contrario, seguirías en esta, gorroneando lo que pudieras.
—Por lo menos estoy aquí —contraataca.
—¿Desperdiciando oxígeno, dices?
—¡Ya basta! ¡Los dos! —interviene Martina cuando hago amagos por levantarme de la silla y tirarme al cuello de su marido.
Nos lanzamos dardos con los ojos unos segundos más. La mesa se carga de incomodidad y solo se escucha la rabio de fondo. Mi padre, que no soporta estas situaciones, decide usarme a mí como excusa para salvar la velada:
—¿Qué tal vas con la obra, cielo? No nos has contado mucho.
Ni una vez, en los dos años que estuve en la galería, se dignó a preguntarme cómo me estaba yendo. Y ahora que me han despedido decide que es un buen momento para preocuparse.
—Bien.
—Vas a marcharte pronto, ¿no es así? —Patrick, antes de que mi hermana lo mande callar de nuevo.
Cuanto más alargue la farsa, más difícil me va a resultar confesar la verdad. Pero esta no es ni de lejos la ocasión para sincerarme. Antes me ahogo a mí misma en la piscina que ponerme en evidencia delante de Patrick.
—He decidido alargar mi estancia unos meses más. —«Indefinidamente», añade mi cabeza.
—Ya que vas a quedarte, estaría bien que hagas tiempo para trabajar en el Monet. Así mamá y papá pueden descansar un poco y se olvidan de la idea de jubilarse. —Suelta Martina en tono casual, limpiándose los labios con la servilleta.
—¿Vais a jubilaros?
—Bueno… —Papá se arrasca el cuello con la frente llena de arrugas—. Nos han llegado grandes ofertas para comprar el local o traspasarlo.
Bebo de mi copa de vino, preparándome para lo que viene a continuación.
—Pero no nos sentimos cómodos dejando el negocio familiar a unos desconocidos. —Lloriquea mi madre, mirándome con ojos de cordero—. ¡Sería maravilloso que te quedaras y lo llevarais juntas!
—Prefiere jugar a ser artista. —Mi hermana, que ha decidido utilizarme como su saco de boxeo en el día de hoy.
—Podrías renunciar a la galería que, de todas formas, no sabes cuánto va a durarte. Las modas cambian constantemente y puedes dejar de interesar de un día para otro. Ojalá que no, pero así son estas cosas. —De nuevo mamá, que finge que preocuparse por mi futuro—. En el Monet tienes la permanencia asegurada.
Hemos tenido esta conversación tantas veces que me sé el guion de memoria. Estoy más que curtida. Sé que no respetan mis decisiones, que me guardan rencor por marcharme y que piensan que soy una caprichosa. Que seguirán en su cruzada por convencerme hasta que acepte. Esta vez, sus críticas caen sobre mí con peso de plomo porque no tengo argumentos para rebatirlas.
—Me marcho. —No puedo llevarles la contraria, pero me niego a darles la razón.
—Ya se ha ofendido. Encima que me preocupo de tu futuro. —recrimina mamá, que tampoco es nuevo. Ser una desagradecida es una de mis cualidades más brillantes, según ella.
—Cielo, si no has terminado.
—Taianna.
Los ignoro a los tres y entro dentro para recoger mis cosas. Con el único propósito de salir huyendo de esta maldita casa. Pero una vez fuera continúo sintiéndome atrapada, porque no es que pueda ir muy lejos.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Termino en la puerta del centro cultural. Lo que es lógico. Es aquí donde venía a refugiarme en el pasado cuando me veía saturada por mis padres, las costumbres son difíciles de matar. Nada más poner un pie dentro me siento protegida, en paz y se marcha la nube negra que he arrastrado desde que salí de su casa. A esta hora está vacío, ya que las actividades comienzan a partir de las cuatro. Permanezco en la puerta, sin saber qué hacer, pues lo que me ha traído hasta aquí ha sido el subconsciente.
—¡Taianna!
Me saluda Billy, el recepcionista, desde el mostrador. Me reúno con él allí, observando las arrugas en su rostro y el brillo de sus ojos azules, tan familiares. Lo conozco desde los siete años. Como Martina y yo teníamos horarios distintos en las extraescolares, solía esperarla con Billy, quien me invitaba a merendar y me dejaba jugar al comecocos en su ordenador.
—¿Qué tal todo? Pensé que a estas alturas estarías disfrutando de la jubilación. —Me estiro sobre el mostrador para darle un abrazo torpe. Me invade su característico olor a naftalina y limón.
—Ya me gustaría a mí —responde con voz tronante, dándose palmaditas en la barriga tras separarnos—. Dime, ¿qué haces aquí? Ya te hacía de vuelta en Toronto.
La sonrisa me tiembla. Vine a verlo cuando regresé un año atrás. Por supuesto, le vendí la misma historia que al resto. En mi defensa, por aquel entonces estaba convencida de que no seguiría en Galena a estas alturas.
—He decidido alargar mi estancia un poco más. —Ahora no tengo excusa, claro. Salvo que soy una embustera y me da vergüenza decir la verdad.
—¡Eso es maravilloso! Ven algún otro día a verme. Así cotilleamos un rato, como cuando eras niña. —Su mano venosa deposita unos toquecitos en la mía.
—Claro, Billy, me encantaría. —«Vamos a tener innumerables ocasiones para cotillear. Porque es más probable que te jubiles antes que yo vuelva a salir de Galena», pienso con ironía amarga. —¿Está Maia? —pregunto por mi profesora de arte. A la que todavía no me he atrevido a ver.
—Hoy no tiene clases —niega con una sonrisa de disculpa—. Pásate cualquier otro día de la semana. Le diré que has venido.
Asiento, distraída, pues mis ojos han ido a parar al poster que anuncia el concurso cultural. De pronto, de lo más atractivo. Pienso en la comida con mi familia y en el futuro que me aguarda. En Patrick oprimiendo a Jasón, en Martina no haciendo nada al respecto y que no puedo darle a mi sobrino lo que necesita porque mi mejor baza para convencer a Martina de cambiarlo de colegio era que yo estuviera en Toronto. Pienso en mis padres insistiendo sin descanso por encerrarme en el Monet, que seguirán presionando hasta que acepte por agotamiento y que tienen todas las papeletas de lograrlo dada la situación.
—¿Te interesa? —inquiere Billy, al seguir la trayectoria de mi mirada—. La inscripción es online, a través de la página del ayuntamiento. Aunque tú ya eres una artista profesional, ¡no lo necesitas! —exclama con una risa de pecho, sonora y reverberante.
No tengo la más remota idea de lo que soy, ni si volveré a ser la de antes, por mucho que me empeñe. Lo único que sé a ciencia cierta es que no quiero convertirme en el comodín de mis padres ni el salvavidas de Martina. Ni mucho menos que Jasón se sienta atrapado como yo. Rodeado de personas que no lo comprenden y lo juzgan porque no sigue la norma.
—Nos vemos otro día.
Me despido de Billy ya caminando hacia la salida, con la urgencia moviendo mis pies.
Cuando llego a casa no encuentro a ninguna de mis compañeras en las salas comunes. Me dirijo a mi habitación con la misma premura con la que he abandonado el centro cultural y venido hacia aquí. Pero ni Reaven ni Flora están allí. Finalmente, las encuentro en la terraza. Flora está con la Tablet en las piernas, su portátil a un lado y varios papeles rodeándola cual círculo de invocación. Reaven, por su parte, está tumbada de lado, dándome la espalda. Aparto las tazas vacías a una esquina de la mesa y me siento en el centro, con las rodillas encogidas sobre el pecho y la barbilla apoyada en la cúspide. Mi mejor amiga alza la mirada un segundo, al verme frente a ella, un poco desconcertada bajo la indignación que aún la acompaña. Aunque me joda ser yo la primera en tragarse el orgullo y dar el primer paso, ahora mismo la necesito.
—Sé que quieres ayudarme, pero la mayoría de las veces más que eso, parece que me estás atacando por la forma que tienes de decir las cosas.
—No puedes esperar que sepa cómo te afecta lo que te digo si, para empezar, no me dices cómo te sientes. No soy adivina —replica de inmediato, abandonando la Tablet al costado.
Este es nuestro sistema para dejar atrás las peleas. Le decimos a la otra lo que nos ha llevado a enfadarnos y solucionado. No volvemos a tratar el asunto. Quizás es infantil y sería más saludable pedirnos perdón. Pero es lo que nos funciona a nosotras y no será un sistema tan malo si después de diecisiete años todavía nos hablamos.
—Aunque tienes razón, por desgracia —mascullo, apretándome más las rodillas al pecho.
—Lo sé.
Levanta los brazos por encima de la cabeza para estirarse, bostezando sonoramente. La mueca triunfal y satisfecha que nace a continuación me da ganas de recular y decirle que estaba tomándole el pelo.
—Creo que lo del concurso no es tan descabellado. —Desbloqueo el móvil y se lo tiendo, con la página de inscripción abierta, que he buscado de camino a la residencia.
—Vas a inscribirte. —Flora se concentra en la pantalla, imagino que leyendo las bases del concurso.
Las reproduzco en mi cabeza, memorizadas de tantas veces que las he leído.
Los participantes podrán presentar cualquier pieza de arte, desde un cuadro hasta una tarta, pasando por escritos literarios y artesanías; la única condición es que debe ser artístico. Solo se aceptarán obras acabadas. El participante quedará inmediatamente descalificado si se descubre que su pieza contiene plagio total o parcial de otra obra. Las piezas serán valoradas por jueces profesionales —empleados del centro cultural—. Los participantes tienen hasta el día 30 de noviembre para enviar sus creaciones o, por defecto, comunicar al centro su localización en caso de que no sea posible su traslado. El ganador del concurso se anunciará el día 17 de diciembre en la página del ayuntamiento. ¡Suerte!
De apuntarme, tendría cuatro meses. Tener una fecha de entrega casi me produce estrés postraumático al recordar lo que ha ocurrido este año. Pero ese no es el objetivo, no se trata de llegar a entregar una pieza al concurso, sino volver a dibujar y esculpir. Nada más. Recuerdo lo que me dijo Elio, que, si lo logro, tampoco estoy obligada a seguir dedicándome a lo mismo. Que si hago esto es por mí. Por la chica que ha desaparecido y tanto añoro.
—Sí. —El corazón me protesta a golpes en el pecho, reculo—: Puede ser… —Flora alza la ceja y yo resoplo, frustrada. Me muerdo el labio, buscando las palabras para explicárselo en la medida de lo posible—. Todavía no sé si va a beneficiarme o hundirme más en la mierda, sinceramente.
—Apúntate —interviene Reaven de súbito, sobresaltándonos a ambas. Se ha sentado en el sillón y nos mira sin expresión. Desaparecida su versión de las últimas semanas—. Si después te sientes incómoda y quieres abandonar, puedes hacerlo. Es lo que me dijiste con lo del trabajo de modelo—. Recuerda, utilizando mis propios consejos contra mí.
—Ahí lo tienes —concuerda Flora y me devuelve el teléfono—. Venga, rellena la inscripción. Solo quedan dos días para que finalice el proceso.
Me quedo observando, con un abismo abierto en el pecho, la línea en la que tengo que escribir mi nombre. Aún indecisa, confundida. «¿Para qué?», me pregunto una vez más. No quiero convertirme en una de esas personas que se aferran a un sueño por pura cabezonería y un día se levantan dándose cuenta de que han desperdiciado años intentando cumplir una meta para la que no sirven. Eso es lo que me está diciendo mi cabeza ahora mismo, la experiencia ya me ha demostrado que no valgo y que estos años fueron un golpe de suerte. Para acallarla, abro un cajón en mi cerebro un tanto más esperanzador. Donde está la voz de Jonah asegurando que soy de las buenas a pesar de haberla cagado; ahí también está el recuerdo del día que me contactó para contratarme. Donde guardo las exposiciones que sí fueron un éxito y las críticas positivas. Pero, sobre todo, donde vive el estallido de miles de colores mezclándose en el lienzo, el rasgar del carboncillo en el cuaderno y el picar rítmico en el mármol y la arcilla entre mis dedos. Y por un segundo casi la noto, esa necesidad maniaca por crear, crear y crear. Porque me gustaba y me hacía feliz.
Rememoro las veces en las que he empezado un cuadro con una idea predeterminada y el resultado terminó siendo algo distinto a lo planeado. En ocasiones, el resultado fue peor y desastroso. Otras, acabó convirtiéndose en algo mucho mejor de lo que había imaginado. El miedo me ha llevado a convencerse de que apuntarme al concurso solo acabará en desastre. Pero lo cierto es que no sé qué va a ocurrir. Y eso nunca me ha frenado antes, aunque siempre haya habido espacio para un poco de miedo y dudas. Lo único que me importaba de verdad era el proceso, no el resultado.
Exactamente lo que importa ahora. Pensando así, relleno la inscripción y la envío. Para mi sorpresa, el abismo de mi pecho se allana. Respiro hondo, cansada como si hubiera corrido una maratón.
—Ya está —informo a mis compañeras.
—Bien, ahora no lo fastidies —dice Flora, de nuevo concentrada en su tesis. Mi mejor amiga, señoras y señores, antes muerta que decirme que he hecho algo bien.
—¿Un cigarrillo para celebrarlo? —Le ofrezco a Reaven, sentándome a su lado, pero no demasiado cerca para incomodarla. Mi compañera asiente sin entusiasmo.
—Por el concurso, supongo —dice tras encendérselo.
—Mejor porque no pierda la cabeza en el proceso —corrijo.[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Pasado el momento cuento de hadas y polvos mágicos que me embargó ayer, empiezo a ser práctica. El concurso a día de hoy no es más que un oasis. Mis problemas no han desaparecido tras inscribirme. El más apremiante de ellos es que necesito un trabajo. Ese, por suerte, tiene fácil solución. En teoría, pues puede acarrearme otros tantos.
Llego al Monet a mediodía, sabiendo que es una hora baja de clientela. Mis padres están tomando café en la barra. Cuando me ven, el instinto me suplica que corra en dirección opuesta, pero lo ignoro y camino con paso decidido hacia ellos.
—Necesito hablar con vosotros —anuncio sin irme por las ramas. Para no darle oportunidad al arrepentimiento.
Mis padres comparten una mirada fugaz, un tanto desconcertados. Ayer me fui a mitad de la comida y hoy aparezco como si nada.
—Tú dirás, cielo. —Me anima mi padre, con una sonrisa que le rellena aún más las mejillas.
—No podemos prestarte dinero —dice mamá por encima de él. Como si alguna vez le hubiera pedido dinero.
Arrastro un taburete y me siento en medio de los dos.
—Veréis… —comienzo.
Mamá abre los ojos con espanto y se lleva una mano al pecho, mientras que con la otra le da tortazos a mi padre en el brazo. Frunzo el ceño, buscando en el local la razón por la que se ha puesto así, pero no hay nada fuera de lo común. «¿Qué tornillo se le habrá soltado ahora?».
—¡Dios mío! ¡Félix, que está embarazada! —exclama con la voz más aguda que una sirena. Tan alto que casi noto los ojos de los pocos clientes que hay pegados a mi nuca.
—¿Es verdad? —indaga papá, agarrando a su mujer por el brazo y mirándome el estómago como si llevara una bomba pegada en él.
—¡No estoy embarazada! —grito tan alto como puedo, para que les llegue a las cotorras y no se les ocurra ir diciendo por ahí lo contrario—. ¿Por qué siempre piensas que he metido la pata cuando quiero contarte algo?
—Ay, hija, es que traías una cara. —Se defiende ella, rodando los ojos. Mientras que mi padre suelta un silbido de alivio—. Y has estado un poco volátil estos días.
—De qué querías hablar, ya sabes que puedes contarnos lo que quieras. —«Ya, claro», pienso para mí, cuando papá me da unos toquecitos de ánimo en la rodilla.
Hago oídos sordos al comentario de mamá y me decido a hablar del motivo por el que he venido aquí.
—Ayer os dije que voy a quedarme unos meses más en Galena. Hasta enero, concretamente. —Esto lo añado ahora que sé cuándo termina el concurso—. He pensado que mientras tanto, podría volver a trabajar aquí.
Ya sé, es como si me sacrificara a mí misma en un rito satánico. Pero trabajar en el Monet es mi mejor opción. El sueldo es bueno y, si bien mi madre es una rata, papá siempre añade un extra a fin de mes. Por otro lado, si buscara trabajo en otro establecimiento tendría que soportar a toda mi familia diciéndome constantemente que los he traicionado por irme con la competencia. De esta forma, los mantengo contentos y no tendré que aguantar sus insistencias hasta que me marche. Porque, pase lo que pase, no voy a quedarme en Galena cuando finalice el concurso. Este pueblo nunca ha sido mi sitio y, aunque no tenga nada a lo que volver en Toronto, allí no tendré que aguantar ningún drama familiar mientras decido qué hacer. Además, estando en la ciudad, será más fácil convencer a Martina para que permita a Jasón cambiarse de colegio. Pero esa es una pelea para otro día.
—Sabía yo que entrarías en razón. Qué mejor trabajo que el negocio familiar. ¡Verás cuando se entere tu hermana, lo contenta que va a ponerse!
Mamá se transforma en una ardilla hasta arriba de azúcar, botando sobre su taburete. Y, no sé en qué clase de persona me convierte, pero no siento pena alguna por devolverla a la tierra.
—Tengo condiciones —aclaro.
—Sí, sí, lo que sea. —Me despacha, con un brillo malicioso en los iris. Apuesto a que está pensando en el diseño de la cadena con la que piensa atarme detrás de la barra.
—Primero, esto es solo hasta que me marche. No quiero dramas innecesarios cuando llegue el día, ¿lo entendéis? —Hablo lento, con claridad, como si tuvieran problemas de comprensión. Ambos asienten, mamá con un repentino tic en el párpado derecho—. Tengo que seguir trabajando en mi proyecto, así que solo puedo ofreceros media jornada y yo decido los horarios que más me convienen.
Sé que soy una caradura, porque no tengo nada que hacer. Pero si trabajo la jornada completa voy a volverme loca y se supone que debo darme un espacio para buscar mi inspiración y superar el bloqueo. Aunque no tenga idea de cómo. Esa también es una batalla para otro día.
—La niña esta —rechista mi madre, poniendo los ojos en blanco—. A ver si te piensas que en otra parte puedes tener tantos privilegios.
—Eso qué significa, ¿no vas a contratarme, mami? —La pico.
—A mí me parece bien. Con Taianna aquí tendremos más tiempo libre —interviene papá antes que comencemos una discusión. Mira a mamá esperando su confirmación.
—¡Bienvenida de vuelta! —exclama bajándose del taburete. Se coloca a mi lado, me aprieta el hombro y, como si estuviera amenazándome, dice—: Ya verás que no querrás irte de nuevo.
Me recorre un escalofrío por la columna. «En la que te has metido tú sola, guapa», me regaño.
—Esta señora escucha lo que le conviene —Mascullo, viendo cómo se marcha a recoger una de las mesas, con sus tacones rojos repiqueteando.
—Déjala en su burbuja —ríe mi padre, con cariño. También se levanta de la silla y da una palmada—. Te hago un café y nos ponemos a planear tus horarios, ¿qué te parece?
—Vale.
La siguiente hora la pasamos así. Hablando de mis horarios para las tres próximas semanas. Cuando salgo por la puerta para marcharme a casa, acude una pregunta a mi cabeza: ¿Y ahora qué?[Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
El y ahora qué persiste durante el resto del día. Me priva del sueño y me tiene dando vueltas en la cama hasta el amanecer. Mi vida se ha ordenado un tanto en comparación a cómo estaba hace unos días. Pero todavía no sé cómo voy a motivarme para sumergirme en la pesadilla que va a ser intentar superar este bloqueo. Me conozco, lo más posible es que termine por no hacer nada. Empezaré diciéndome que aún me queda tiempo, ese tiempo correrá y cuando noviembre me dé una bofetada en la cara ya no tendré nada que hacer. Como la última vez.
Me marcho a la cocina a prepararme un café que frene el bucle de una vez. Después de servirme un tanque, desciendo los escalones hasta el piso de abajo, con intención de sentarme en el porche. Allí me encuentro a Verne, el perro de Elio, sentando al pie de las escaleras meneando el rabo. Desde que lo trajo a penas se mueve de ese lugar. Me hace gracia porque parece un señor mayor, nada más le falta la camisa de leñador remetida por debajo de un pantalón de chándal.
Me siento al lado del animal y le rasco detrás de las orejas mientras bebo. El rojo del amanecer, vertido como pintura sobre la superficie del lago me reconforta. Igual que la frescura de la madrugada y los primeros rayos de sol sobre mi rostro. Respiro hondo, el olor a café mezclado con la dulzura de las flores del jardín de Reaven.
Por unos segundos, me planteo ir a la habitación a por el cuaderno de dibujo y empezar pintando algo que ya existe y no requiere mucha imaginación. Al final, el vuelco que me da el corazón desecha la idea. Suspiro. Así no voy a conseguir nada. Ese es parte del problema, que al final no me espera nada. Superar el bloqueo como tal debería ser motivación suficiente, pero no es así. Rechazo de manera automática ponerme delante de una página en blanco.
Como la cafeína va a imposibilitar dormirme decido dar un paseo por los alrededores. Aunque debería irme a la cama porque empiezo a trabajar oficialmente esta tarde y la experiencia ya va a ser de por sí traumática —me toca con mi madre—, no quiero imaginarme sin haber pegado ojo. Coloco la taza en la barandilla y empiezo a caminar. No es hasta que alcanzo la linde del jardín que me doy cuenta que Verne me ha seguido.
—Vete a tu sitio. —Señalo al porche. Verne se limita a mirarme con la cabeza ladeada. Se lo repito unas cuantas veces, pero me ignora. Suspiro, de tal dueño tal perro—. Vale, pero si te das a la fuga negaré haberte visto.
Comienzo a caminar de nuevo, a lo que el perro ladra y trota con entusiasmo por delante de mí. Rodeo el vecindario en dirección al campo que queda cerca de la residencia. Una zona prácticamente desolada, pues las granjas y las fincas se reparten en la zona este del pueblo. Esta la ocupan paseantes y deportistas, más que nada. Me encuentro a varios de esta clase al llegar. Verne se sale del camino de tierra para corretear entre los trigales. Por mi parte, me siento en una roca a observar cómo se revuelca.
La pregunta que me atormenta desde ayer regresa para un nuevo asalto. Me masajeo las sienes, tensa por la falta de sueño y esta cuestión. ¿Qué puedo usar? ¿Qué puede motivarme y no agobiarme al mismo tiempo? «Si necesitas ayuda…», las palabras de Jonah acuden a mi memoria en forma de respuesta. Cómo no se me ha ocurrido antes. Desoigo la parte de mí que me dice que no abuse y que probablemente solo se ofreció para consolarme porque acababa de despedirme y busco su nombre en la agenda.
Tarda cuatro tonos en responder.
—Taiana, ¿qué tal? —Su voz no esclarece si se alegra o lamenta tener noticias mías.
—Necesito pedirte un favor —balbuceo como si alguien hubiera tirado de las palabras. «Los modales, Taianna»—. Digo, hola, ¿qué tal va? Necesito pedirte un favor —repito, el corazón latiendo en el bajo de la garganta. Intuyo el suspiro que va a salir de su boca y me apresuro a añadir—. Antes de que me mandes a tomar vientos, escúchame y ya después me mandas.
—De qué se trata —responde, acompañado por el ruido de fondo del microondas. Debe estar preparándose para ir a trabajar.
La bocanada de aire que tomo se enreda en mis costillas. Le explico lo del concurso de arte sin entrar en detalle.
Después, expongo el motivo de mi llamada; que, si consigo sacar algo adelante, venga a verlo. Esta es la motivación que necesito, un poco de esperanza. Que al final del camino exista la posibilidad de recuperar lo que he perdido si aún lo deseo. Aunque también esté metiendo en juego la posibilidad de experimentar un nuevo rechazo, pero ya lo tenía en cuenta. Si no consigo nada la hostia me la daré igual, así que no supone una gran diferencia.
—Eso sería —concluyo, mordisqueándome el pellejo del pulgar. «Por favor, di que sí. Por favor…»
—No puedo prometerte nada más —aclara.
Es cuanto necesito. No promesas de que si le gusta volverá a contratarme, porque en lugar de motivarme, añadiría presión. Como si tuviera que cumplir una nueva fecha de entrega.
—No te estoy pidiendo más —aseguro—.Y te invitaré a comer, así el viaje no será una pérdida de tiempo.
—De acuerdo. Mándame la fecha.
Realizo un gesto de triunfo con el brazo.
—Gracias, Jonah.
—Mucha mierda.
Cuando finaliza la llamada, me quedo mirando la pantalla con una sonrisa. El alivio bañando mi interior como el sol de la mañana baña mi piel. Noto que recupero el control después de lo que parecen años. Esto no soluciona mis problemas ni asegura que mi vida vaya a arreglarse. Pero me da opciones y ya no me siento tan atrapada.
Sin embargo, no me da tiempo a disfrutarlo porque así de la nada, a Verne lo posee el correcaminos y pasa como un borrón blanco por mi lado. Antes de poder reaccionar, lo veo desaparecer hacia el pueblo.
—Me cago en…
Echo a correr detrás de él, aunque lo he perdido de vista. Casi arrollo a una pareja anciana cuando giro la calle de vuelta a mi vecindario. Voy mirando a los lados, mientras lo llamo a gritos, sin disminuir la velocidad. «Va a matarme», pienso a la que me imagino teniendo que ir a casa de Cara y decirle a Elio que he perdido a su perro. Paso por delante de la residencia sin detenerme. Por suerte, mi visión periférica capta una mancha blanca. Me detengo y reculo. Me embarga el alivio cuando veo al perro en el porche en compañía de su dueño. Privada de aire, con el sudor cayendo por mis sienes y las piernas bombeando de cansancio, me dirijo hacia la casa. Me abrazo a la columna en lo alto de las escaleras, pensando que voy a desmayarme de un momento a otro.
—¿Vienes de un Apocalipsis?
Me recibe con una sonrisa suspicaz y llena de sueño, sentado en el suelo y el perro tumbado a su lado, con el hocico sobre su regazo. A quien lanzo un gruñido digno de los de su raza.
—Tu endemoniado chucho —replico sin aliento, arrastrándome por la columna hasta sentarme en el suelo—. Ha salido corriendo de repente.
—Culpa mía. Suele irse por su cuenta a pasear, así que he silbado para que volviera —explica, soltando un bostezo.
Asiento. Los siguientes minutos los dedico a recuperar el aliento. Elio se echa hacia atrás sosteniéndose con los brazos. Tiene la mirada adormilada, los ojos entrecerrados por los rayos de sol y el pelo revuelto. Ni recién levantado pierde belleza el asqueroso. Si acaso se le potencia, hay personas que te dan su mejor cara al despertar. Luego estoy yo, sudando a mares, con el pelo sucio y muy posiblemente, con manchas de café en el rostro. Otras personas deberíamos tener prohibido socializar al despertarnos.
—¿Te has apuntado ya al concurso? —pregunta de pronto, de lo más serio.
No han sido muchas las ocasiones en que nos hemos cruzado desde el viaje a Toronto de hace tres días. Sin embargo, cada vez que lo veo por la residencia me suelta esa pregunta. Consciente de que el asunto me saca de quicio.
—Me he apuntado. —Arquea las cejas de la impresión—. ¿Vas a ayudarme? —añado al recordar lo que me dijo. Solo para hacerle pasar por el mal trago de tener que negarse y confesar que no hablaba en serio.
—Si quieres. —Busco en su expresión señales de que trata de tomarme el pelo. Sin embargo, me mira impasible, esperando mi respuesta.
—Elio, era broma —confieso reprimiendo la risa. Todavía decidiendo si me está tomando el pelo o es más inocente de lo que aparenta.
—Yo hablo en serio. —Encoge los hombros, como si fuera obvio.
—Por qué lo harías. —Ya fue raro que sacara el tema del concurso y pusiera cierto empeño en convencerme para participar.
—¿A caso importa? Es gratis, no la cuestiones.
—Importa porque eres un desconocido. —No es del todo correcto, pero han pasado trece años y él ni siquiera me recuerda—. Si lo que quieres es convertirme en tu obra de caridad para subirte el ego, olvídalo.
—Menuda imagen tienes de mí. —Se ríe—. Y sí nos conocemos, desde hace mucho tiempo. A parte, los amigos se ayudan entre sí—. Remarca sus palabras finales, una cita de las mías del día que nos reencontramos. Su risa termina en una sonrisa ladeada y petulante. En mi interior se desata la irritación y me entran ganas de patearlo.
—Quién dice que éramos amigos.
—Flora.
Voy a tener unas palabras con mi mejor amiga, a ver qué información anda divulgando.
—Veo que soy un tema de conversación recurrente entre vosotros —comento con una mano en el pecho, fingiendo que me siento halagada.
—Me da curiosidad, es todo —reafirma—. Y en Galena no hay mucho que hacer.
No me lo trago. A la que habla, le tiembla el labio superior y es un gesto que de pequeño siempre hacía cuando no era del todo honesto.
—¿Por qué? —insisto.
Elio no responde de inmediato. Acerca la mano al lomo de Verne y comienza a acariciarlo con movimientos lentos y concienzudos. Agacha la cabeza, el pelo tapando su rostro.
—Para que vuelvas a ser tú. —Su voz es tan decaída que estoy segura de que no lo he escuchado bien y mi cerebro ha interpretado mal sus palabras.
—Repítelo —exijo, nerviosa, las pulsaciones se me tropiezan y siento un vuelco en el corazón.
Lo repite. En esta ocasión, más claro y mirándome a los ojos: «Para que vuelvas a ser tú», sin malinterpretaciones que valgan. Mi cerebro desata un recuerdo. Con este mismo porche por escenario y versiones pequeñas de nosotros:
—¿Por qué pintas?
—En Carnaval te disfrazas para ser otra persona. Cuando yo pinto no tengo que disfrazarme de nadie. Soy Taianna.
—Vaya tontería.
El recuerdo, sus palabras, me pillan desprevenida y me dejan descolocada. Pero guardo la compostura porque está mirándome. ¿Cómo puede saberlo si no se acuerda? ¿Se habrá quedado almacenado en su subconsciente?
—¿Estás seguro de que no te acuerdas de nada? —inquiero a pesar de todo, con un deje de desconfianza en la voz.
—Fue la impresión que me dio la otra noche en el estudio —explica, devolviéndome la mirada.
Analizo su expresión, buscado más tic, pero no encuentro ninguno. Me muestro sin afección, como si no supiera de lo que me está hablando. No le voy a dejar ver que me ha pillado la sintonía en cuestión de días —yo misma trato de ignorarlo—. Es una cuestión de orgullo, porque a mí Elio me resulta confuso, diferente y familiar a partes iguales. Ahora mismo es como una mezcla de colores difusa.
Mentiría si dijera que parte de mí no quiere separarlos y averiguar cuál es su paleta a día de hoy. Me encuentro con las ganas repentinas de recuperar esos veranos simplones. En los que no existía esta brecha insalvable con mi familia. En los que todavía no había perdido el rumbo y seguía siendo yo. Y Elio conocía a esa chica, aunque la haya olvidado. Así que, quizás, no es tan mala idea que me ayude a recuperarla. Pasar tiempo con él como si no lleváramos más de diez años sin vernos.
—Está bien, acepto tu ayuda —cedo, quizás sin pensarlo en profundidad y desde un lado práctico—. Después de todo, necesito a alguien que me guíe un poco. No tengo ni la más remota idea por dónde empezar.
—Ahora me siento un poco presionado —comenta, arrugando la nariz.
Me levanto del suelo, sacudiéndome la camiseta.
—No haberte ofrecido.
Entro en casa dispuesta a dormir un rato antes de tener que ir a trabajar. Esperando que, al despertarme, no me arrepienta de mis decisiones más recientes. Apuntarme al concurso, trabajar en el Monet y abrirle la puerta a Elio para que vuelva a entrar en mi vida.
indigo.
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Re: Our twenties
- ANDY:
- Andy Me he demorado un motón para hacer el cometario de tu capítulo, me disculpo por eso Últimamente no he tenido tiempo para entrar al foro y leer los capítulos, de hecho en estos momentos estoy robando un poco de mi propio tiempo; acepto que leí la primera parte del capítulo hace como una semana, pero entre a parciales y hasta ahora leo las partes que me faltabanGianna no me ha caído muy bien de primera mano, lo lamento Pero es que no termino de pasar la actitud que muestra a penas conoce a alguien, sé que es por desconfiada, pero aún así no la termino de pasar, aunque es más que evidente que eso cambia cuando ya conoce más a las personas, de hecho se vuelve alguien muy tratable , Por otra parte lo que quiere hacerle el papá no me parece, ella es completamente libre de escoger con quien estar, no importa que él sea el papá, Gianna es una mujer independiente que puede hacer lo que quiera, además que la madrastra y Fiorella son horribles, que personas tan desagradables Un asco por completo.Logan por otra parte, parece un fanboy Literal en todo el sentido de la palabra, es como un niño al que le dan el juego favorito y no sabe como reaccionar; me impresiono mucho que conociera a Gianna y fuera su amor platónico; pero lo que más me sorprendió de Logan es que sea el ex de Fiorella, que le vio a esa mujer (?
Parece una niña pequeña [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen] Ya creciste querida— ¡Papi ella comenzó! —exclama Fiorella con voz de niña mimada—. Nunca ha tolerado que sea la hija favorita.
La están vendiendo como ganado y ese Cassio es horrible, como puede aceptar algo así (?— Que bella es mi futura esposa —Cassio dice con aires de arrogancia.
Legolas me encanta— ¡Miau! ¡Miau! ¡Miau! —Legolas maúlla fuertemente.
— ¡Estoy bien! —respondo exasperada por sus maullidos—. ¡Las personas van a pensar que te estoy maltratando!
Leerlo ahora desde la perspectiva de Gianna me hace rodar aún más los ojos, la verdad es que mis compañeras de cuarto han sido geniales, no sé que llegaría a hacer si me toca alguien como Gianna, tal vez quedariaa sin cabello por estármelo halando— ¿Qué es esto? —ella pregunta en voz baja.
— ¿Qué no es obvio? —pregunto en tono sarcástico—. Al parecer soy tu compañera de habitación, Gianna.
Me encanta cuando Na Eun aparece en cualquier capítuloNana es una chica agradable, es un poco tímida, pero me cae bien.— Logan es mi ex novio — Fiorella responde sonriendo con maldad.Andy ya quiero saber que va a pasar con Gianna y Logan, siento que va a haber mucho drama en esta historia .
pera
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