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"El Rescate" (Joe&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 20
Cuando _____ se despertó, a la mañana siguiente, se dio cuenta de que estaba sola. Las sábanas del lado de Joseph estaban apartadas y no se veía ni rastro de su ropa. Miró la hora: faltaban pocos minutos para las siete. Extrañada, se puso una bata corta de seda y comprobó el resto de la casa antes de echar un vistazo por la ventana.
La camioneta de Joseph había desaparecido.
Ceñuda, _____ volvió a mirar en la mesilla: ni una nota. Tampoco en la cocina.
Kyle, que la había oído caminar por la casa, se asomó tímidamente fuera de su habitación mientras ella se dejaba caer en el sofá e intentaba hallar una explicación.
—«Oha, ama» —murmuró con los ojos medio cerrados.
Justo cuando estaba a punto de responderle, _____ oyó el motor del vehículo de Joseph que se acercaba por el camino.
Un minuto más tarde, cargado con una bolsa de comestibles, Joseph abría despacio la puerta de entrada, como si temiera despertar a los habitantes de la casa.
—¡Oh! Hola —los saludó en voz baja cuando los vio—. No pensaba que estuvieran despiertos tan pronto.
—«¡Oha, Joe!» —exclamó Kyle, súbitamente despierto.
_____ se cerró la bata.
—¿Adónde has ido?
—Fui a la tienda.
—¿A estas horas?
Joseph cerró la puerta tras él y entró en el salón.
—Abren a las seis.
—¿Por qué hablas en susurros?
—Pues... no lo sé.
Se echó a reír y su voz recobró el tono normal.
—Siento haber desaparecido esta mañana, pero tenía un enorme agujero en el estómago.
_____ le lanzó una mirada interrogadora.
—En cualquier caso, como ya estaba levantado, me pareció que sería una buena idea prepararles un desayuno como Dios manda: huevos, beicon, tortitas y todo lo demás.
—Cómo, ¿no te gustan mis Cheerios? —preguntó ella sonriendo.
—Me encantan tus Cheerios, pero hoy es un día especial.
—¿Y por qué es tan especial?
Joseph miró a Kyle y vio que éste tenía los ojos puestos en los juguetes que había en el rincón. Denise los había apilado cuidadosamente antes de marcharse, y el niño parecía dispuesto a corregir el error sin pérdida de tiempo. Cuando estuvo seguro de que no les prestaba atención, Joseph se limitó a alzar las cejas.
—¿No lleva usted nada bajo esa ropa, señorita Holton? —murmuró, fingiendo un tono lascivo.
—¿No te gustaría averiguarlo? —replicó ella pícaramente.
Joseph depositó la bolsa con comida encima de la mesa y la rodeó con los brazos mientras su mano le recorría la espalda y llegaba un poco más abajo.
—Me parece que lo acabo de descubrir —repuso él con complicidad.
_____ pareció momentáneamente incómoda y miró de reojo a Kyle.
—Déjalo —pidió ella, no muy convencida—. Kyle está delante.
Joseph asintió y se separó de ella guiñándole un ojo. El niño seguía plenamente absorto en sus juguetes.
—Bien, hoy es un día especial por una razón evidente —dijo despreocupadamente mientras recogía las vituallas—. Pero lo que es más; después de que les haya preparado un desayuno que se chuparan los dedos, pienso llevalos a ti y a Kyle a la playa.
—Pero... hoy tengo que trabajar con él y, después, me espera el restaurante por la noche.
Mientras pasaba a su lado camino de la cocina se inclinó hacia ella y le susurró al oído, como si compartiera un secreto:
—Lo sé. Y yo tengo que ir a casa de Mitch para repararle el tejado. Pero estoy dispuesto por una vez a hacer novillos si tú también lo estás.
—Pero si me he tomado el día libre en la ferretería —protestó Mitch medio en broma—. No puedes dejarme plantado ahora que acabo de vaciar el garaje.
Vestido con unos vaqueros y una vieja camisa, estaba esperando a que Joseph apareciera cuando sonó el teléfono.
—Bueno, pues vuelve a poner todo en su sitio —contestó Joseph jovialmente—. Ya te he dicho que hoy no va a poder ser.
Mientras hablaba por teléfono, removía el beicon en la chisporroteante sartén. El aroma llenaba toda la casa. _____ estaba a su lado, aún con la bata de seda, llenando de café molido el filtro de la cafetera. Cada vez que la miraba, Joseph deseaba que Kyle pudiera esfumarse una hora más o menos. Le costaba poner los cinco sentidos en la conversación.
—Pero ¿qué pasa si llueve?
—¿No me dijiste que aún no tenías goteras? Por eso lo has ido retrasando.
—¿Cuatro cucharadas o seis? —preguntó _____.
Apartando el auricular, Joseph respondió:
—Pon ocho. Adoro el café.
—¡Oye! ¿Quién hay ahí? —preguntó Mitch, que, de repente, lo vio todo claro—. ¡Eh! ¿Estás con _____?
Le lanzó una mirada de admiración a ella.
—No es que sea asunto tuyo, pero has acertado.
—Así que has pasado toda la noche con ella, ¿verdad?
—¿Qué clase de pregunta es ésa?
_____, que sabía exactamente lo que Mitch estaba diciendo al otro lado de la línea, sonrió.
—Viejo zorro...
—Escucha, en cuanto a tu tejado... —interrumpió Joseph para desviar la conversación.
—¡Bah!, no te preocupes por eso —repuso Mitch, súbitamente comprensivo—. Pásatelo bien. Ya era hora que encontraras a alguien...
—Ok, Mitch, adiós —dijo Joseph interrumpiéndolo y colgando mientras su amigo seguía hablando.
_____ sacó un huevo de la bolsa y se lo mostró a Joseph.
—¿Revuelto? —preguntó.
—Con el aspecto que tienes, ¿cómo quieres que no esté revuelto?
—¡Qué bobo eres! —repuso, entornando los ojos.
Dos horas más tarde se hallaban en la playa, cerca de Nags Head, sentados sobre una manta. Joseph aplicaba crema solar a _____ en la espalda, mientras Kyle se dedicaba a cavar en la arena con su pala de plástico y a llevársela de un lado a otro. Ninguno de los dos tenía la menor idea de lo que el chico pretendía ni de lo que pensaba, pero era evidente que se lo estaba pasando en grande.
Las caricias de Joseph mientras aplicaba la crema despertaron en _____ los recuerdos de la noche anterior.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —planteó.
—Claro.
—Anoche..., después de que... Bueno, de...
—¿Después de bailar nuestro tango horizontal...? —sugirió él.
_____ le dio un codazo.
—¡Por favor, no hagas que suene tan romántico! —protestó; pero Joseph soltó una carcajada y ella no pudo contener una leve sonrisa—. A ver, a lo que me refería —añadió tras recobrar la compostura— es que después te quedaste muy callado, como si estuvieras triste o algo parecido.
Joseph asintió, mirando hacia el horizonte. _____ creyó que iba a contestarle, pero él no dijo palabra. Así que, mientras miraba las olas que rompían en la playa, hizo acopio de valor.
—Dime, ¿fue porque lamentabas lo sucedido?
—No —repuso Joseph en voz baja, poniéndole un poco más de loción—. No fue eso en absoluto.
—Entonces, ¿qué fue?
Sin responder directamente, Joseph dejó que sus ojos vagasen por el mar.
—¿Te acuerdas de cuando eras pequeña y llegaba la Navidad? ¿Te acuerdas de que a veces la ilusión con la que la esperabas era incluso superior a la que te producía el hecho de abrir los juguetes?
—Sí.
—Pues a eso me refiero. Había soñado muchas veces con cómo sería ese momento...
Hizo una pausa para intentar hallar las palabras que le permitieran explicarse lo mejor posible.
—¿Así que la ilusión fue mejor que la realidad en sí? —preguntó ella.
—No. No —se apresuró a asegurar Joseph—. Te equivocas. Fue exactamente lo contrario. Anoche fue maravilloso. Tú fuiste maravillosa. Todo fue tan perfecto que... Creo que lo que me puso triste fue pensar que nunca más volvería a tener una primera vez como ésa contigo.
Dicho eso, Joseph se sumió nuevamente en el silencio. Mientras _____ meditaba aquellas palabras se dio cuenta de que él tenía la mirada extrañamente perdida, así que prefirió dejar correr el asunto y se recostó contra él, dejándose confortar por el abrazo con el que la rodeó.
Permanecieron de aquel modo largo rato, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
Más tarde, cuando el sol empezó a declinar, recogieron sus cosas y se dispusieron a regresar a casa. Joseph llevaba la manta, las toallas y la cesta de la merienda, mientras Kyle iba delante, rebozado de arena, corriendo entre las dunas con el cubo y la pala. A lo largo del camino, brillaba una alfombra de florecillas amarillas y naranja. _____ se agachó, arrancó una y se la llevó a la nariz; acto seguido, se la entregó a Joseph.
—Por aquí las llamamos flores de Jobell —dijo éste mientras miraba a _____. Luego, levantó el dedo en señal de fingido reproche—. ¿No sabe usted, señorita, que está prohibido arrancar las flores de las dunas? Nos protegen de los huracanes.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Entregarme a la policía?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Pero te voy a obligar a que escuches la leyenda de por qué se les puso ese nombre.
_____ se apartó un mechón de cabello que revoloteaba, empujado por el viento.
—¿Otra historia como la del Árbol del Trago?
—Más o menos; pero ésta es más romántica.
_____ se le acercó.
—Vamos, cuéntamela.
Él hizo girar la flor entre los dedos, y los pétalos parecieron fundirse en una sola mancha de color.
—Las flores de Jobell se llaman así por Kevin Bell, un tipo que vivió en esta isla hace mucho tiempo. Según se dice, Kevin se había enamorado de una mujer, pero ella acabó casándose con otro. Él, con el corazón destrozado, se trasladó a los Outer Banks, decidido a llevar una vida de ermitaño. Sin embargo, la primera mañana en su nuevo hogar, vio a una mujer que caminaba por la playa, delante de su casa, y que parecía tremendamente triste y sola. A partir de aquel momento, la vio todos los días a la misma hora, hasta que al final fue a su encuentro. No obstante, cuando la mujer se dio cuenta, salió corriendo. Kevin estaba convencido de que la había asustado de verdad, pero la volvió a ver a la mañana siguiente. En esa ocasión, ella no huyó cuando él se le aproximó. Kevin quedó inmediatamente impresionado por su belleza. Aquel día hablaron hasta que anocheció, y también los días que siguieron, hasta que se enamoraron. Sorprendentemente, al tiempo que Kevin se enamoraba, un parterre de flores empezó a crecer en la parte trasera de su casa, flores que nunca se habían visto por aquellos parajes. A medida que su amor se fue haciendo más fuerte, el parterre se fue extendiendo y, cuando llegó el verano, se había convertido en un océano de color. Fue allí donde Kevin se arrodilló y le pidió a la mujer que se casara con él. Ella aceptó, pero, extrañamente, retrocedió cuando él arrancó un ramillete de flores y se lo ofreció. Después de la boda le explicó las razones: «Estas flores —le dijo— son el símbolo viviente de nuestro amor; si las flores mueren, nuestro amor también morirá.» Por algún motivo, aquellas palabras impresionaron a Kevin, que en el fondo de su corazón tuvo la segundad de que eran lo más cierto que había oído en su vida. Así pues, plantó las flores por toda la playa donde había visto a su mujer por primera vez y más tarde por todos los Outer Banks, como testimonio de lo mucho que la quería. Año tras año, a medida que las flores se extendían, el amor de los esposos se fue haciendo más intenso.
Cuando hubo concluido, Joseph se agachó y arrancó un ramillete que le entregó a _____.
—Me gusta esa historia —dijo ella.
—Y a mí.
—Pero ¿no acabas de violar la ley?
—Claro. Pero es que así cada uno tendrá algo para mantener al otro en el buen camino.
—¿Como la confianza?
—Eso, también —dijo Joseph, besándola en la mejilla.
Aquella noche, Joseph la acompañó al restaurante; pero Kyle no se quedó con ella porque él se había ofrecido para cuidar al chico en casa de _____.
—Nos divertiremos. Jugaremos a la pelota, veremos una película y prepararemos palomitas.
Tras rezongar y protestar un rato, _____ acabó aceptando, y él la dejó en Eights poco antes de las siete. Mientras daban media vuelta, le guiñó un ojo a Kyle.
—Muy bien, hombrecito. Primero pararemos en mi casa: si vamos a ver una peli necesitaremos un aparato de vídeo.
—«E conduse» —repuso Kyle con entusiasmo, y Joseph, que ya empezaba a estar acostumbrado al especial vocabulario del chico, se echó a reír.
—Y aún nos quedará otra cosa por hacer, ¿ok?
Kyle se limitó a asentir, aparentemente satisfecho sólo con no tener que quedarse en Eights. Joseph cogió su teléfono móvil y marcó un número con la esperanza de que al tipo a quien llamaba no le importara hacerle un favor.
A medianoche, Joseph metió a Kyle en la camioneta y fue a recoger a _____. El chico se despertó sólo un momento, cuando su madre subió al vehículo; luego se acurrucó en su regazo, como tenía por costumbre, y se quedó dormido. Quince minutos más tarde, todos estaban en la cama: Kyle, en su cuarto, y _____ y Joseph, en el de ella.
—He estado pensando en lo que dijiste antes —había comentado _____ mientras se quitaba el vestido amarillo de trabajo.
A Joseph le fue difícil concentrarse cuando lo vio caer.
—¿Qué fue lo que dije? —preguntó.
—Sí, lo de que estabas triste porque nunca más volvería a ser como la primera vez.
—¿Y?
Vestida solo con el sujetador y las bragas, _____ se le acercó y se frotó contra él.
—Pues que si conseguimos que ahora sea incluso mejor que antes, puede que recobres la ilusión.
Joseph notó el cuerpo de _____ deslizándose contra el suyo.
—Y eso, ¿cómo se logra?
—Si hacemos que la última vez sea siempre la mejor, conseguiremos que esperes con impaciencia la próxima.
Joseph la rodeó con los brazos mientras notaba cómo el deseo se apoderaba de él.
—¿Crees que funcionará?
—No tengo ni idea —respondió ella desabrochándole la camisa—, pero me encantaría averiguarlo.
Joseph, tal como lo había hecho la noche anterior, salió sigilosamente de la habitación cuando faltaba poco para que amaneciera, pero esta vez se dirigió al sofá. No quería que Kyle los viera acostados juntos, así que se tumbó allí y dormitó unas horas, hasta que el chico y su madre despertaron, cerca de las ocho. Hacía mucho tiempo que Kyle no se levantaba tan tarde.
_____ miró la habitación a su alrededor e inmediatamente comprendió el motivo. Por el aspecto de la sala, era evidente que Joseph y Kyle se habían quedado despiertos hasta tarde: la tele no estaba en su sitio porque la habían movido para conectar un aparato de vídeo del que salía un manojo de cables; sobre la mesa había dos vasos medio vacíos junto a unas latas abiertas de Sprite, mientras que el suelo y el sofá estaban regados de migas de palomitas. Encima de la pantalla del televisor había dos películas sobre sus respectivas cajas abiertas: El rey León y Los rescatadores.
_____ puso los brazos en jarras mientras contemplaba aquel desorden.
—Cuando llegamos anoche no me di cuenta de la juerga que han corrido. Parece que la pasaron de miedo, ¿no?
Joseph se incorporó en el sofá frotándose los ojos.
—Fue divertido.
—Seguro —gruñó _____.
—Pero ¿a que no has visto la otra cosa que hemos hecho?
—¿Te refieres a algo aparte de ponerlo todo perdido de palomitas de maíz?
Joseph rió.
—Vamos, déjame que te lo enseñe. Después limpiaré esto en un minuto.
Se levantó estirando los brazos por encima de la cabeza.
—Kyle —llamó—, ven tú también. Vamos a enseñarle a tu madre lo que hicimos anoche.
Para sorpresa de _____, el niño pareció comprender las palabras de Joseph y lo siguió obedientemente hacia la puerta de atrás. Joseph la abrió, invitó a _____ a que saliera y le hizo un gesto para mostrarle el jardín a ambos lados de la entrada.
Cuando ella contempló la escena se quedó boquiabierta.
Toda la parte de atrás de la casa era un gran plantel de flores de Jobell.
—¿Lo hiciste tú? —preguntó.
—No lo hice solo. Kyle me ayudó —contestó él con un deje de orgullo en la voz al verla complacida.
—Esto es maravilloso —murmuró _____.
Era la medianoche pasada y hacía rato que ella había finalizado su turno en Eights. Durante la semana anterior, _____ y Joseph se habían visto casi todos los días. El 4 de julio se fueron a pasear en la vieja lancha de Joseph, que éste había reconstruido, y por la tarde, para deleite de Kyle, organizaron su propia exhibición de fuegos artificiales. Luego, fueron a merendar a la orilla del Chowan y recogieron almejas en la playa. Para _____ había sido un momento de aquellos que jamás había creído que pudiera hacerse realidad, mejor que el mejor de los sueños.
Aquella noche, como tantas últimas, yacía desnuda con Joseph a su lado. Él tenía las manos llenas de aceite, y el contacto de sus dedos deslizándosele sobre la resbaladiza piel le resultaba insoportablemente placentero.
—Eres una preciosidad —murmuró Joseph.
—No podemos seguir haciendo esto —gruñó ella.
—¿Haciendo qué? —preguntó él, mientras deslizaba los nudillos por su zona lumbar y relajaba luego la presión.
—Quedarnos despiertos hasta tan tarde todas las noches. Está acabando conmigo.
—Pues para ser una mujer moribunda, no tienes mal aspecto.
—No he dormido más de cuatro horas desde el pasado fin de semana.
—Eso es porque no puedes quitarme las manos de encima.
Con los ojos entrecerrados, _____ sonrió levemente. Joseph se inclinó y la besó entre los hombros.
—¿Quieres que lo deje para que puedas descansar? —preguntó, reanudando el masaje.
—Aún no —ronroneó ella—. Te dejaré que acabes.
—Conque utilizándome, ¿eh?
—Si te parece bien...
—Me lo parece.
—¡Explícame qué pasa con _____! —dijo Mitch—. Melissa me ha ordenado que no te deje en paz hasta que me lo cuentes todo, con pelos y señales.
Era lunes y se hallaban en casa de Mitch, ocupados en la reparación del tejado que con tanta habilidad Joseph había aplazado. El sol era ardiente, y los dos se habían quitado la camisa mientras empleaban sendas palanquetas para arrancar una a una las tablas torcidas. Joseph se secó el rostro con el pañuelo.
—Poca cosa.
Mitch esperó a que su amigo prosiguiera, pero éste no dijo nada más.
—¿Eso es todo? —bufó—. ¿Un simple «poca cosa»?
—¿Qué quieres que te explique?
—Todo. Tú empieza a contar y ya te pararé yo si hay algo que se me escapa.
Joseph miró a su alrededor a hurtadillas, como si temiese que alguien pudiera estar escuchándolos.
—¿Puedes guardar un secreto?
—¡Pues claro!
Joseph se le acercó.
—¡Pues yo también! —contestó, guiñándole un ojo.
Mitch estalló en una carcajada.
—Así que piensas guardártelo todo para ti, ¿eh?
—No sabía que tenía la obligación de contártelo todo —replicó, fingiendo estar indignado—. No sé por qué había creído que mis asuntos sólo me concernían a mí.
Mitch negó con la cabeza.
—Mira, eso díselo a otros. Tal como me lo imagino, acabarás explicándomelo tarde o temprano, así que es mejor que sea cuanto antes.
Joseph miró a su amigo con una sonrisa satisfecha.
—Conque eso piensas, ¿eh?
—No es que lo piense, es que lo sé —contestó Mitch mientras arrancaba un clavo del techo—. Además, como te he advertido, Melissa no piensa dejarte escapar con vida hasta que lo sepa todo. Créeme, tiene una puntería fabulosa lanzando sartenes.
Joseph se rió de buena gana.
—Bien, puedes decirle a Melissa que a _____ y a mí nos va muy bien.
Mitch agarró un listón de madera con las manos enguantadas y tiró de él hasta que lo partió en dos; a continuación lo arrojó a un lado y la emprendió contra la otra mitad.
—¿Y? —preguntó.
—¿Y qué?
—Pues que si te hace feliz.
Joseph tardó un momento en contestar.
—Sí. Realmente, sí —repuso al final y, sin dejar de trabajar, buscó las palabras adecuadas—. La verdad es que nunca he conocido a otra como ella.
Mitch tomó un trago de la jarra de agua con hielo mientras aguardaba que su amigo prosiguiera.
—Me refiero a que lo tiene todo —añadió Joseph mientras arrancaba más clavos y los tiraba—. Es guapa, es inteligente, tiene encanto, me hace reír... Y deberías ver cómo se porta con su hijo. Es tan paciente, tan amorosa... De verdad, se trata de una persona muy especial.
—Todo eso suena fantástico —dijo Mitch, impresionado.
—Es que ella lo es.
De repente, Mitch lo agarró por el hombro y lo zarandeó.
—Entonces, ¿puedes explicarme lo que hace con un tipejo como tú? —bromeó entre risas.
—Si te digo la verdad, no tengo ni idea —contestó Joseph muy serio.
Mitch dejó la jarra de agua en el suelo.
—¿Puedo darte un consejo?
—No sé cómo podría impedírtelo.
—No podrías. En estos asuntos soy como Helena Francis.
Joseph siguió trabajando en el tejado, echándole mano a otro listón.
—Pues no te cortes.
Mitch se puso a la defensiva en previsión de la reacción de su amigo.
—Mira, si es todo lo que has dicho que es y además te hace feliz, por favor, esta vez no lo estropees.
Joseph se detuvo en seco.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Tú ya sabes cómo funcionas en estos asuntos. ¿Te acuerdas de Valerie? ¿Te acuerdas de Lori? Puede que tú no, pero yo sí. Empiezas a salir con ellas, les largas todo tu encanto, les dedicas todo tu tiempo y tus atenciones hasta que se enamoran perdidamente de ti y, entonces... ¡plaf!, se acabó.
—No sabes lo que estás diciendo.
Mitch observó que la boca de su amigo se transformaba en una amarga línea.
—¿Crees que no? A ver, dime en qué estoy equivocado.
Aunque a regañadientes, Joseph meditó las palabras de Mitch.
—Ellas no eran como _____ —contestó lentamente—. Y yo también soy diferente: he cambiado desde entonces.
Mitch alzó las manos en un gesto para interrumpirlo.
—No es a mí a quien tienes que convencer. Como se suele decir: no mates al mensajero. Si te digo todo esto es para que no tengas que arrepentirte más tarde.
Joseph negó en silencio con la cabeza. Durante unos minutos, ambos trabajaron en silencio.
—¿Sabes que eres peor que un grano en el culo? —exclamó Joseph al final.
Mitch cogió un puñado de clavos.
—Sí. Lo sé. Melissa también me lo recuerda a menudo, así que no me lo tomo como algo personal. Es sólo mi forma de ser.
—Bueno, ¿han acabado ya el tejado?
Joseph hizo un gesto afirmativo. Faltaban unas cuantas horas para que _____ empezara su turno en el restaurante y él jugueteaba con una cerveza. Estaban sentados en los escalones del porche mientras Kyle se entretenía con sus camiones en el jardín. Sin que pudiera evitarlo, sus pensamientos volvían una y otra vez a lo que su amigo le había dicho. Sabía que había mucho de cierto en sus palabras, pero aun así lamentaba que hubiera sacado el tema. Le remordía la conciencia como un mal recuerdo.
—Sí —contestó—. Ya está hecho.
—¿Fue más trabajoso de lo que habían pensado? —preguntó _____.
—No. La verdad es que no. ¿Por qué?
—Porque pareces ido.
—Lo siento. Puede que esté un poco cansado ―_____ lo estudió.
—¿Estás seguro de que no es más que eso? ― Joseph se llevó la lata a los labios y bebió un largo trago.
—Supongo.
—¿Supones?
Dejó la cerveza en el peldaño.
—Bueno..., es que Mitch me ha dicho que...
—¿Qué?
—¡Bah! Cosas, sólo cosas —respondió sin querer darle más vueltas al asunto, pero _____ percibió la preocupación en sus ojos.
—¿Cómo qué?
Él respiró profundamente al tiempo que se preguntaba si valía la pena que contestara.
—Me dijo que si yo iba en serio contigo, no debería estropearlo esta vez.
_____ contuvo el aliento ante la brusquedad de aquellas palabras y se preguntó qué motivo había tenido Mitch para hacerle a su amigo semejante comentario.
—¿Y tú qué le contestaste?
—Le dije que no tenía ni idea de lo que decía —repuso Joseph haciendo un gesto negativo.
—Bueno, pero... —Denise vaciló—, ¿la tiene?
—No. Claro que no.
—Entonces, ¿por qué te incomoda tanto?
—Porque me fastidia que piense que la voy a fastidiar. No sabe nada de ti, ni de nosotros como pareja; y tampoco sabe nada de lo que siento, ¡maldita sea!
_____ lo miró de soslayo, bajo los rayos del sol moribundo.
—¿Y qué sientes?
Joseph la cogió de la mano.
—¿No lo sabes? —preguntó—. ¿No lo he dejado lo bastante claro todavía?
La camioneta de Joseph había desaparecido.
Ceñuda, _____ volvió a mirar en la mesilla: ni una nota. Tampoco en la cocina.
Kyle, que la había oído caminar por la casa, se asomó tímidamente fuera de su habitación mientras ella se dejaba caer en el sofá e intentaba hallar una explicación.
—«Oha, ama» —murmuró con los ojos medio cerrados.
Justo cuando estaba a punto de responderle, _____ oyó el motor del vehículo de Joseph que se acercaba por el camino.
Un minuto más tarde, cargado con una bolsa de comestibles, Joseph abría despacio la puerta de entrada, como si temiera despertar a los habitantes de la casa.
—¡Oh! Hola —los saludó en voz baja cuando los vio—. No pensaba que estuvieran despiertos tan pronto.
—«¡Oha, Joe!» —exclamó Kyle, súbitamente despierto.
_____ se cerró la bata.
—¿Adónde has ido?
—Fui a la tienda.
—¿A estas horas?
Joseph cerró la puerta tras él y entró en el salón.
—Abren a las seis.
—¿Por qué hablas en susurros?
—Pues... no lo sé.
Se echó a reír y su voz recobró el tono normal.
—Siento haber desaparecido esta mañana, pero tenía un enorme agujero en el estómago.
_____ le lanzó una mirada interrogadora.
—En cualquier caso, como ya estaba levantado, me pareció que sería una buena idea prepararles un desayuno como Dios manda: huevos, beicon, tortitas y todo lo demás.
—Cómo, ¿no te gustan mis Cheerios? —preguntó ella sonriendo.
—Me encantan tus Cheerios, pero hoy es un día especial.
—¿Y por qué es tan especial?
Joseph miró a Kyle y vio que éste tenía los ojos puestos en los juguetes que había en el rincón. Denise los había apilado cuidadosamente antes de marcharse, y el niño parecía dispuesto a corregir el error sin pérdida de tiempo. Cuando estuvo seguro de que no les prestaba atención, Joseph se limitó a alzar las cejas.
—¿No lleva usted nada bajo esa ropa, señorita Holton? —murmuró, fingiendo un tono lascivo.
—¿No te gustaría averiguarlo? —replicó ella pícaramente.
Joseph depositó la bolsa con comida encima de la mesa y la rodeó con los brazos mientras su mano le recorría la espalda y llegaba un poco más abajo.
—Me parece que lo acabo de descubrir —repuso él con complicidad.
_____ pareció momentáneamente incómoda y miró de reojo a Kyle.
—Déjalo —pidió ella, no muy convencida—. Kyle está delante.
Joseph asintió y se separó de ella guiñándole un ojo. El niño seguía plenamente absorto en sus juguetes.
—Bien, hoy es un día especial por una razón evidente —dijo despreocupadamente mientras recogía las vituallas—. Pero lo que es más; después de que les haya preparado un desayuno que se chuparan los dedos, pienso llevalos a ti y a Kyle a la playa.
—Pero... hoy tengo que trabajar con él y, después, me espera el restaurante por la noche.
Mientras pasaba a su lado camino de la cocina se inclinó hacia ella y le susurró al oído, como si compartiera un secreto:
—Lo sé. Y yo tengo que ir a casa de Mitch para repararle el tejado. Pero estoy dispuesto por una vez a hacer novillos si tú también lo estás.
—Pero si me he tomado el día libre en la ferretería —protestó Mitch medio en broma—. No puedes dejarme plantado ahora que acabo de vaciar el garaje.
Vestido con unos vaqueros y una vieja camisa, estaba esperando a que Joseph apareciera cuando sonó el teléfono.
—Bueno, pues vuelve a poner todo en su sitio —contestó Joseph jovialmente—. Ya te he dicho que hoy no va a poder ser.
Mientras hablaba por teléfono, removía el beicon en la chisporroteante sartén. El aroma llenaba toda la casa. _____ estaba a su lado, aún con la bata de seda, llenando de café molido el filtro de la cafetera. Cada vez que la miraba, Joseph deseaba que Kyle pudiera esfumarse una hora más o menos. Le costaba poner los cinco sentidos en la conversación.
—Pero ¿qué pasa si llueve?
—¿No me dijiste que aún no tenías goteras? Por eso lo has ido retrasando.
—¿Cuatro cucharadas o seis? —preguntó _____.
Apartando el auricular, Joseph respondió:
—Pon ocho. Adoro el café.
—¡Oye! ¿Quién hay ahí? —preguntó Mitch, que, de repente, lo vio todo claro—. ¡Eh! ¿Estás con _____?
Le lanzó una mirada de admiración a ella.
—No es que sea asunto tuyo, pero has acertado.
—Así que has pasado toda la noche con ella, ¿verdad?
—¿Qué clase de pregunta es ésa?
_____, que sabía exactamente lo que Mitch estaba diciendo al otro lado de la línea, sonrió.
—Viejo zorro...
—Escucha, en cuanto a tu tejado... —interrumpió Joseph para desviar la conversación.
—¡Bah!, no te preocupes por eso —repuso Mitch, súbitamente comprensivo—. Pásatelo bien. Ya era hora que encontraras a alguien...
—Ok, Mitch, adiós —dijo Joseph interrumpiéndolo y colgando mientras su amigo seguía hablando.
_____ sacó un huevo de la bolsa y se lo mostró a Joseph.
—¿Revuelto? —preguntó.
—Con el aspecto que tienes, ¿cómo quieres que no esté revuelto?
—¡Qué bobo eres! —repuso, entornando los ojos.
Dos horas más tarde se hallaban en la playa, cerca de Nags Head, sentados sobre una manta. Joseph aplicaba crema solar a _____ en la espalda, mientras Kyle se dedicaba a cavar en la arena con su pala de plástico y a llevársela de un lado a otro. Ninguno de los dos tenía la menor idea de lo que el chico pretendía ni de lo que pensaba, pero era evidente que se lo estaba pasando en grande.
Las caricias de Joseph mientras aplicaba la crema despertaron en _____ los recuerdos de la noche anterior.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —planteó.
—Claro.
—Anoche..., después de que... Bueno, de...
—¿Después de bailar nuestro tango horizontal...? —sugirió él.
_____ le dio un codazo.
—¡Por favor, no hagas que suene tan romántico! —protestó; pero Joseph soltó una carcajada y ella no pudo contener una leve sonrisa—. A ver, a lo que me refería —añadió tras recobrar la compostura— es que después te quedaste muy callado, como si estuvieras triste o algo parecido.
Joseph asintió, mirando hacia el horizonte. _____ creyó que iba a contestarle, pero él no dijo palabra. Así que, mientras miraba las olas que rompían en la playa, hizo acopio de valor.
—Dime, ¿fue porque lamentabas lo sucedido?
—No —repuso Joseph en voz baja, poniéndole un poco más de loción—. No fue eso en absoluto.
—Entonces, ¿qué fue?
Sin responder directamente, Joseph dejó que sus ojos vagasen por el mar.
—¿Te acuerdas de cuando eras pequeña y llegaba la Navidad? ¿Te acuerdas de que a veces la ilusión con la que la esperabas era incluso superior a la que te producía el hecho de abrir los juguetes?
—Sí.
—Pues a eso me refiero. Había soñado muchas veces con cómo sería ese momento...
Hizo una pausa para intentar hallar las palabras que le permitieran explicarse lo mejor posible.
—¿Así que la ilusión fue mejor que la realidad en sí? —preguntó ella.
—No. No —se apresuró a asegurar Joseph—. Te equivocas. Fue exactamente lo contrario. Anoche fue maravilloso. Tú fuiste maravillosa. Todo fue tan perfecto que... Creo que lo que me puso triste fue pensar que nunca más volvería a tener una primera vez como ésa contigo.
Dicho eso, Joseph se sumió nuevamente en el silencio. Mientras _____ meditaba aquellas palabras se dio cuenta de que él tenía la mirada extrañamente perdida, así que prefirió dejar correr el asunto y se recostó contra él, dejándose confortar por el abrazo con el que la rodeó.
Permanecieron de aquel modo largo rato, cada uno perdido en sus propios pensamientos.
Más tarde, cuando el sol empezó a declinar, recogieron sus cosas y se dispusieron a regresar a casa. Joseph llevaba la manta, las toallas y la cesta de la merienda, mientras Kyle iba delante, rebozado de arena, corriendo entre las dunas con el cubo y la pala. A lo largo del camino, brillaba una alfombra de florecillas amarillas y naranja. _____ se agachó, arrancó una y se la llevó a la nariz; acto seguido, se la entregó a Joseph.
—Por aquí las llamamos flores de Jobell —dijo éste mientras miraba a _____. Luego, levantó el dedo en señal de fingido reproche—. ¿No sabe usted, señorita, que está prohibido arrancar las flores de las dunas? Nos protegen de los huracanes.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Entregarme a la policía?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Pero te voy a obligar a que escuches la leyenda de por qué se les puso ese nombre.
_____ se apartó un mechón de cabello que revoloteaba, empujado por el viento.
—¿Otra historia como la del Árbol del Trago?
—Más o menos; pero ésta es más romántica.
_____ se le acercó.
—Vamos, cuéntamela.
Él hizo girar la flor entre los dedos, y los pétalos parecieron fundirse en una sola mancha de color.
—Las flores de Jobell se llaman así por Kevin Bell, un tipo que vivió en esta isla hace mucho tiempo. Según se dice, Kevin se había enamorado de una mujer, pero ella acabó casándose con otro. Él, con el corazón destrozado, se trasladó a los Outer Banks, decidido a llevar una vida de ermitaño. Sin embargo, la primera mañana en su nuevo hogar, vio a una mujer que caminaba por la playa, delante de su casa, y que parecía tremendamente triste y sola. A partir de aquel momento, la vio todos los días a la misma hora, hasta que al final fue a su encuentro. No obstante, cuando la mujer se dio cuenta, salió corriendo. Kevin estaba convencido de que la había asustado de verdad, pero la volvió a ver a la mañana siguiente. En esa ocasión, ella no huyó cuando él se le aproximó. Kevin quedó inmediatamente impresionado por su belleza. Aquel día hablaron hasta que anocheció, y también los días que siguieron, hasta que se enamoraron. Sorprendentemente, al tiempo que Kevin se enamoraba, un parterre de flores empezó a crecer en la parte trasera de su casa, flores que nunca se habían visto por aquellos parajes. A medida que su amor se fue haciendo más fuerte, el parterre se fue extendiendo y, cuando llegó el verano, se había convertido en un océano de color. Fue allí donde Kevin se arrodilló y le pidió a la mujer que se casara con él. Ella aceptó, pero, extrañamente, retrocedió cuando él arrancó un ramillete de flores y se lo ofreció. Después de la boda le explicó las razones: «Estas flores —le dijo— son el símbolo viviente de nuestro amor; si las flores mueren, nuestro amor también morirá.» Por algún motivo, aquellas palabras impresionaron a Kevin, que en el fondo de su corazón tuvo la segundad de que eran lo más cierto que había oído en su vida. Así pues, plantó las flores por toda la playa donde había visto a su mujer por primera vez y más tarde por todos los Outer Banks, como testimonio de lo mucho que la quería. Año tras año, a medida que las flores se extendían, el amor de los esposos se fue haciendo más intenso.
Cuando hubo concluido, Joseph se agachó y arrancó un ramillete que le entregó a _____.
—Me gusta esa historia —dijo ella.
—Y a mí.
—Pero ¿no acabas de violar la ley?
—Claro. Pero es que así cada uno tendrá algo para mantener al otro en el buen camino.
—¿Como la confianza?
—Eso, también —dijo Joseph, besándola en la mejilla.
Aquella noche, Joseph la acompañó al restaurante; pero Kyle no se quedó con ella porque él se había ofrecido para cuidar al chico en casa de _____.
—Nos divertiremos. Jugaremos a la pelota, veremos una película y prepararemos palomitas.
Tras rezongar y protestar un rato, _____ acabó aceptando, y él la dejó en Eights poco antes de las siete. Mientras daban media vuelta, le guiñó un ojo a Kyle.
—Muy bien, hombrecito. Primero pararemos en mi casa: si vamos a ver una peli necesitaremos un aparato de vídeo.
—«E conduse» —repuso Kyle con entusiasmo, y Joseph, que ya empezaba a estar acostumbrado al especial vocabulario del chico, se echó a reír.
—Y aún nos quedará otra cosa por hacer, ¿ok?
Kyle se limitó a asentir, aparentemente satisfecho sólo con no tener que quedarse en Eights. Joseph cogió su teléfono móvil y marcó un número con la esperanza de que al tipo a quien llamaba no le importara hacerle un favor.
A medianoche, Joseph metió a Kyle en la camioneta y fue a recoger a _____. El chico se despertó sólo un momento, cuando su madre subió al vehículo; luego se acurrucó en su regazo, como tenía por costumbre, y se quedó dormido. Quince minutos más tarde, todos estaban en la cama: Kyle, en su cuarto, y _____ y Joseph, en el de ella.
—He estado pensando en lo que dijiste antes —había comentado _____ mientras se quitaba el vestido amarillo de trabajo.
A Joseph le fue difícil concentrarse cuando lo vio caer.
—¿Qué fue lo que dije? —preguntó.
—Sí, lo de que estabas triste porque nunca más volvería a ser como la primera vez.
—¿Y?
Vestida solo con el sujetador y las bragas, _____ se le acercó y se frotó contra él.
—Pues que si conseguimos que ahora sea incluso mejor que antes, puede que recobres la ilusión.
Joseph notó el cuerpo de _____ deslizándose contra el suyo.
—Y eso, ¿cómo se logra?
—Si hacemos que la última vez sea siempre la mejor, conseguiremos que esperes con impaciencia la próxima.
Joseph la rodeó con los brazos mientras notaba cómo el deseo se apoderaba de él.
—¿Crees que funcionará?
—No tengo ni idea —respondió ella desabrochándole la camisa—, pero me encantaría averiguarlo.
Joseph, tal como lo había hecho la noche anterior, salió sigilosamente de la habitación cuando faltaba poco para que amaneciera, pero esta vez se dirigió al sofá. No quería que Kyle los viera acostados juntos, así que se tumbó allí y dormitó unas horas, hasta que el chico y su madre despertaron, cerca de las ocho. Hacía mucho tiempo que Kyle no se levantaba tan tarde.
_____ miró la habitación a su alrededor e inmediatamente comprendió el motivo. Por el aspecto de la sala, era evidente que Joseph y Kyle se habían quedado despiertos hasta tarde: la tele no estaba en su sitio porque la habían movido para conectar un aparato de vídeo del que salía un manojo de cables; sobre la mesa había dos vasos medio vacíos junto a unas latas abiertas de Sprite, mientras que el suelo y el sofá estaban regados de migas de palomitas. Encima de la pantalla del televisor había dos películas sobre sus respectivas cajas abiertas: El rey León y Los rescatadores.
_____ puso los brazos en jarras mientras contemplaba aquel desorden.
—Cuando llegamos anoche no me di cuenta de la juerga que han corrido. Parece que la pasaron de miedo, ¿no?
Joseph se incorporó en el sofá frotándose los ojos.
—Fue divertido.
—Seguro —gruñó _____.
—Pero ¿a que no has visto la otra cosa que hemos hecho?
—¿Te refieres a algo aparte de ponerlo todo perdido de palomitas de maíz?
Joseph rió.
—Vamos, déjame que te lo enseñe. Después limpiaré esto en un minuto.
Se levantó estirando los brazos por encima de la cabeza.
—Kyle —llamó—, ven tú también. Vamos a enseñarle a tu madre lo que hicimos anoche.
Para sorpresa de _____, el niño pareció comprender las palabras de Joseph y lo siguió obedientemente hacia la puerta de atrás. Joseph la abrió, invitó a _____ a que saliera y le hizo un gesto para mostrarle el jardín a ambos lados de la entrada.
Cuando ella contempló la escena se quedó boquiabierta.
Toda la parte de atrás de la casa era un gran plantel de flores de Jobell.
—¿Lo hiciste tú? —preguntó.
—No lo hice solo. Kyle me ayudó —contestó él con un deje de orgullo en la voz al verla complacida.
—Esto es maravilloso —murmuró _____.
Era la medianoche pasada y hacía rato que ella había finalizado su turno en Eights. Durante la semana anterior, _____ y Joseph se habían visto casi todos los días. El 4 de julio se fueron a pasear en la vieja lancha de Joseph, que éste había reconstruido, y por la tarde, para deleite de Kyle, organizaron su propia exhibición de fuegos artificiales. Luego, fueron a merendar a la orilla del Chowan y recogieron almejas en la playa. Para _____ había sido un momento de aquellos que jamás había creído que pudiera hacerse realidad, mejor que el mejor de los sueños.
Aquella noche, como tantas últimas, yacía desnuda con Joseph a su lado. Él tenía las manos llenas de aceite, y el contacto de sus dedos deslizándosele sobre la resbaladiza piel le resultaba insoportablemente placentero.
—Eres una preciosidad —murmuró Joseph.
—No podemos seguir haciendo esto —gruñó ella.
—¿Haciendo qué? —preguntó él, mientras deslizaba los nudillos por su zona lumbar y relajaba luego la presión.
—Quedarnos despiertos hasta tan tarde todas las noches. Está acabando conmigo.
—Pues para ser una mujer moribunda, no tienes mal aspecto.
—No he dormido más de cuatro horas desde el pasado fin de semana.
—Eso es porque no puedes quitarme las manos de encima.
Con los ojos entrecerrados, _____ sonrió levemente. Joseph se inclinó y la besó entre los hombros.
—¿Quieres que lo deje para que puedas descansar? —preguntó, reanudando el masaje.
—Aún no —ronroneó ella—. Te dejaré que acabes.
—Conque utilizándome, ¿eh?
—Si te parece bien...
—Me lo parece.
—¡Explícame qué pasa con _____! —dijo Mitch—. Melissa me ha ordenado que no te deje en paz hasta que me lo cuentes todo, con pelos y señales.
Era lunes y se hallaban en casa de Mitch, ocupados en la reparación del tejado que con tanta habilidad Joseph había aplazado. El sol era ardiente, y los dos se habían quitado la camisa mientras empleaban sendas palanquetas para arrancar una a una las tablas torcidas. Joseph se secó el rostro con el pañuelo.
—Poca cosa.
Mitch esperó a que su amigo prosiguiera, pero éste no dijo nada más.
—¿Eso es todo? —bufó—. ¿Un simple «poca cosa»?
—¿Qué quieres que te explique?
—Todo. Tú empieza a contar y ya te pararé yo si hay algo que se me escapa.
Joseph miró a su alrededor a hurtadillas, como si temiese que alguien pudiera estar escuchándolos.
—¿Puedes guardar un secreto?
—¡Pues claro!
Joseph se le acercó.
—¡Pues yo también! —contestó, guiñándole un ojo.
Mitch estalló en una carcajada.
—Así que piensas guardártelo todo para ti, ¿eh?
—No sabía que tenía la obligación de contártelo todo —replicó, fingiendo estar indignado—. No sé por qué había creído que mis asuntos sólo me concernían a mí.
Mitch negó con la cabeza.
—Mira, eso díselo a otros. Tal como me lo imagino, acabarás explicándomelo tarde o temprano, así que es mejor que sea cuanto antes.
Joseph miró a su amigo con una sonrisa satisfecha.
—Conque eso piensas, ¿eh?
—No es que lo piense, es que lo sé —contestó Mitch mientras arrancaba un clavo del techo—. Además, como te he advertido, Melissa no piensa dejarte escapar con vida hasta que lo sepa todo. Créeme, tiene una puntería fabulosa lanzando sartenes.
Joseph se rió de buena gana.
—Bien, puedes decirle a Melissa que a _____ y a mí nos va muy bien.
Mitch agarró un listón de madera con las manos enguantadas y tiró de él hasta que lo partió en dos; a continuación lo arrojó a un lado y la emprendió contra la otra mitad.
—¿Y? —preguntó.
—¿Y qué?
—Pues que si te hace feliz.
Joseph tardó un momento en contestar.
—Sí. Realmente, sí —repuso al final y, sin dejar de trabajar, buscó las palabras adecuadas—. La verdad es que nunca he conocido a otra como ella.
Mitch tomó un trago de la jarra de agua con hielo mientras aguardaba que su amigo prosiguiera.
—Me refiero a que lo tiene todo —añadió Joseph mientras arrancaba más clavos y los tiraba—. Es guapa, es inteligente, tiene encanto, me hace reír... Y deberías ver cómo se porta con su hijo. Es tan paciente, tan amorosa... De verdad, se trata de una persona muy especial.
—Todo eso suena fantástico —dijo Mitch, impresionado.
—Es que ella lo es.
De repente, Mitch lo agarró por el hombro y lo zarandeó.
—Entonces, ¿puedes explicarme lo que hace con un tipejo como tú? —bromeó entre risas.
—Si te digo la verdad, no tengo ni idea —contestó Joseph muy serio.
Mitch dejó la jarra de agua en el suelo.
—¿Puedo darte un consejo?
—No sé cómo podría impedírtelo.
—No podrías. En estos asuntos soy como Helena Francis.
Joseph siguió trabajando en el tejado, echándole mano a otro listón.
—Pues no te cortes.
Mitch se puso a la defensiva en previsión de la reacción de su amigo.
—Mira, si es todo lo que has dicho que es y además te hace feliz, por favor, esta vez no lo estropees.
Joseph se detuvo en seco.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Tú ya sabes cómo funcionas en estos asuntos. ¿Te acuerdas de Valerie? ¿Te acuerdas de Lori? Puede que tú no, pero yo sí. Empiezas a salir con ellas, les largas todo tu encanto, les dedicas todo tu tiempo y tus atenciones hasta que se enamoran perdidamente de ti y, entonces... ¡plaf!, se acabó.
—No sabes lo que estás diciendo.
Mitch observó que la boca de su amigo se transformaba en una amarga línea.
—¿Crees que no? A ver, dime en qué estoy equivocado.
Aunque a regañadientes, Joseph meditó las palabras de Mitch.
—Ellas no eran como _____ —contestó lentamente—. Y yo también soy diferente: he cambiado desde entonces.
Mitch alzó las manos en un gesto para interrumpirlo.
—No es a mí a quien tienes que convencer. Como se suele decir: no mates al mensajero. Si te digo todo esto es para que no tengas que arrepentirte más tarde.
Joseph negó en silencio con la cabeza. Durante unos minutos, ambos trabajaron en silencio.
—¿Sabes que eres peor que un grano en el culo? —exclamó Joseph al final.
Mitch cogió un puñado de clavos.
—Sí. Lo sé. Melissa también me lo recuerda a menudo, así que no me lo tomo como algo personal. Es sólo mi forma de ser.
—Bueno, ¿han acabado ya el tejado?
Joseph hizo un gesto afirmativo. Faltaban unas cuantas horas para que _____ empezara su turno en el restaurante y él jugueteaba con una cerveza. Estaban sentados en los escalones del porche mientras Kyle se entretenía con sus camiones en el jardín. Sin que pudiera evitarlo, sus pensamientos volvían una y otra vez a lo que su amigo le había dicho. Sabía que había mucho de cierto en sus palabras, pero aun así lamentaba que hubiera sacado el tema. Le remordía la conciencia como un mal recuerdo.
—Sí —contestó—. Ya está hecho.
—¿Fue más trabajoso de lo que habían pensado? —preguntó _____.
—No. La verdad es que no. ¿Por qué?
—Porque pareces ido.
—Lo siento. Puede que esté un poco cansado ―_____ lo estudió.
—¿Estás seguro de que no es más que eso? ― Joseph se llevó la lata a los labios y bebió un largo trago.
—Supongo.
—¿Supones?
Dejó la cerveza en el peldaño.
—Bueno..., es que Mitch me ha dicho que...
—¿Qué?
—¡Bah! Cosas, sólo cosas —respondió sin querer darle más vueltas al asunto, pero _____ percibió la preocupación en sus ojos.
—¿Cómo qué?
Él respiró profundamente al tiempo que se preguntaba si valía la pena que contestara.
—Me dijo que si yo iba en serio contigo, no debería estropearlo esta vez.
_____ contuvo el aliento ante la brusquedad de aquellas palabras y se preguntó qué motivo había tenido Mitch para hacerle a su amigo semejante comentario.
—¿Y tú qué le contestaste?
—Le dije que no tenía ni idea de lo que decía —repuso Joseph haciendo un gesto negativo.
—Bueno, pero... —Denise vaciló—, ¿la tiene?
—No. Claro que no.
—Entonces, ¿por qué te incomoda tanto?
—Porque me fastidia que piense que la voy a fastidiar. No sabe nada de ti, ni de nosotros como pareja; y tampoco sabe nada de lo que siento, ¡maldita sea!
_____ lo miró de soslayo, bajo los rayos del sol moribundo.
—¿Y qué sientes?
Joseph la cogió de la mano.
—¿No lo sabes? —preguntó—. ¿No lo he dejado lo bastante claro todavía?
Nat♥!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
como la dejas ahi aaaaaaaaaaaaaaaaa porfavor sube mas
necesito otro cap anda plis siguela
necesito otro cap anda plis siguela
Nani Jonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
jummm que siente joe?
la quiere
cierto?
epero esepro
que no la haga sufiri
la quiere
cierto?
epero esepro
que no la haga sufiri
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 21
El verano desencadenó toda su furia a mediados de julio, y las temperaturas subieron hasta sobrepasar la máxima del siglo. Luego, empezaron a descender. Hacia finales de mes, el huracán Belle rozó la costa de Carolina del Norte antes de adentrarse en el mar. A principios de agosto, el huracán Dalila hizo lo mismo; un par de semanas más tarde empezó un período de sequía, y las cosechas no tardaron en agostarse.
Septiembre empezó con la llegada de un desacostumbrado frente frío —algo que hacía veinte años que no ocurría—, así que la gente sacó los vaqueros y las cazadoras. Una semana después sobrevino otra ola de calor, así que todos devolvieron las prendas de abrigo a los armarios, con la esperanza de no tener que recurrir a ellas en un par de meses.
Al contrario que el clima, la relación entre _____ y Joseph permaneció estable durante todo aquel tiempo. Instalados en una rutina, pasaban juntos la mayor parte de las tardes (para evitar las horas más calurosas del día, los operarios de Joseph empezaban a trabajar de madrugada y terminaban la jornada antes de las dos del mediodía), y él solía dejarla en el restaurante siempre que le era posible. De vez en cuando, iban a cenar a casa de Denise o bien ésta se quedaba haciendo de canguro de Kyle mientras los dos disfrutaban de un poco de tiempo para ellos solos.
En aquellos tres meses, _____ fue apreciando cada vez más la pequeña ciudad de Edenton. Joseph, naturalmente, se mantuvo ocupado en el papel de guía, enseñándole los lugares que valía la pena ver por los alrededores, saliendo a pasear en barca y por la playa. Con el tiempo, _____ llegó a ver Edenton como lo que era en realidad: un lugar en el que la gente funcionaba según sus propias costumbres, lentamente; cuya forma de vida giraba en torno a la educación de los hijos y en asistir a los oficios religiosos de los domingos; a la pesca y a la labranza de los fértiles campos. Un lugar donde la palabra «hogar» todavía significaba algo. De vez en cuando, _____ se sorprendía a sí misma mirando a Joseph mientras él estaba en la cocina con una taza de café en la mano, y preguntándose si le parecería el mismo en un lejano futuro, cuando tuviera el cabello gris.
Ella esperaba con ilusión todo lo que hacían juntos. Una cálida noche de finales de julio él la había llevado a bailar a Elisabeth City, otra de las cosas que ella no había hecho en años. Joseph la había guiado con sorprendente elegancia por la sala al ritmo de la orquesta country local, y ella se dio cuenta entonces de que las mujeres lo encontraban atractivo —una había llegado incluso a sonreírle—, y no pudo evitar una punzada de celos por mucho que Joseph no hubiera notado nada. Al contrario, no había dejado de sujetarla fuertemente y de mirarla como si ella fuera la única mujer sobre la tierra. Más tarde, mientras devoraban unos bocadillos en la cama y fuera se desencadenaba una tormenta, Joseph la había atraído hacia sí y le había susurrado: «Esto es todo lo que se puede desear.»
También Kyle mejoró espectacularmente bajo su atención. Empezó a adquirir seguridad con el lenguaje y a hablar con más frecuencia, aunque la mayoría de sus frases no tuvieran mucho sentido. También dejó de murmurar cuando tenía que enfrentarse a frases con muchas palabras. Para finales de verano ya había aprendido a golpear la pelota desde el tee, y su habilidad para lanzarla había mejorado de forma notable. Joseph dispuso unas improvisadas bases en el jardín e intentó inculcarle las reglas básicas del béisbol, pero Kyle no le hizo ni caso: lo único que quería era divertirse.
Sin embargo, por muy idílico que fuera el panorama, había momentos en los que _____ percibía en Joseph un desasosiego que le costaba definir. Tal como había sucedido la primera noche que habían pasado juntos, a veces, después de hacer el amor, se apoderaba de él cierta melancolía y adoptaba una actitud distante e impenetrable. Aunque no por ello dejaba de acariciarla y de abrazarla, _____ no podía evitar percibir en él algo que la incomodaba, algo oscuro y desconocido que hacía que Joseph le pareciera más viejo y cansado. En ocasiones, incluso había llegado a asustarse; aunque cuando llegaba la mañana se recriminaba el haberse dejado arrastrar por su imaginación.
A últimos de agosto, Joseph se marchó de la ciudad para ayudar durante tres días en la extinción de un importante incendio que se había declarado en los bosques Croatan, unas tareas aún más peligrosas a causa de los calores estivales. A _____ le costó conciliar el sueño en su ausencia; estaba preocupada y no dejaba de llamar a Denise; ambas pasaban horas colgadas del teléfono. Al final acabó siguiendo el curso de los acontecimientos por las informaciones de los periódicos y de la televisión, en un vano intento de localizar a Joseph entre la multitud de rostros que aparecían en la pantalla. Cuando Joseph regresó a Edenton, fue directamente a casa de _____. Ella le había pedido a Ray que le diera la noche libre, pero Joseph estaba agotado y se quedó dormido en el sofá nada más ponerse el sol. Creyendo que descansaría hasta la mañana siguiente, _____ lo cubrió con una manta, pero a medianoche él se levantó y fue hasta la cama. Nuevamente le temblaban las manos, pero en aquella ocasión los temblores le duraron horas. Joseph se negó a hablar de lo sucedido y _____, preocupada, lo estrechó en sus brazos hasta que consiguió que se durmiera de nuevo. No obstante, ni siquiera en el sueño los demonios que acosaban a Joseph lo dejaron descansar. Moviéndose y agitándose sin cesar, murmuraba frases inconexas y carentes de sentido en las que _____ percibía los ecos del miedo.
A la mañana siguiente, él se disculpó tímidamente, pero no le ofreció explicación alguna. Ella no las necesitaba. De alguna manera sabía que no eran sólo los recuerdos del incendio los que lo atormentaban: era otra cosa, algo desnudo y siniestro que luchaba por salir a la superficie.
Recordaba lo que su madre le había contado acerca de los hombres que guardan celosamente sus secretos y de las dificultades que eso acarrea a las mujeres que los aman. _____ sabía por instinto la verdad de aquellas palabras, pero le resultaba difícil conciliarla con el amor que sentía hacia Joseph Jonas. Amaba su olor, amaba el áspero contacto de sus manos sobre su cuerpo y las arrugas que se formaban alrededor de los ojos cuando reía; amaba el modo como la miraba cuando ella se iba a trabajar, apoyado contra la camioneta, con las piernas cruzadas. Amaba todo de él.
A veces se sorprendía soñando despierta con el día que saldría de la iglesia de su brazo. Podía rechazar la idea, podía hacer caso omiso y repetirse una y mil veces que ninguno de los dos estaba preparado para tomar semejante decisión, lo cual no dejaba de ser hasta cierto punto verdad, ya que no llevaban mucho tiempo juntos. Esperaba tener la sensatez de decírselo. No obstante..., sabía que no serían ésas sus palabras; tenía la plena certeza de que si él se lo pedía, ella le contestaría que sí, sí y cien veces sí.
En sus ensoñaciones, sólo deseaba que Joseph pensara igual.
—Pareces nerviosa —comentó Joseph, estudiando el reflejo de _____ en el espejo.
Se hallaba de pie en el baño, mientras ella acababa de retocarse el maquillaje.
—¡Estoy nerviosa!
—Pero si sólo se trata de Mitch y Melissa. No hay motivos para que te pongas así.
Sosteniendo dos pendientes distintos cerca de la oreja, _____ dudó entre el aro y el botón.
—Para ti, puede. Tú los conoces; pero yo sólo los he visto una vez, de eso hace tres meses y tampoco tuvimos ocasión de hablar mucho. ¿Qué pasará si les causo mala impresión?
—No te preocupes, no se la causarás —contestó _____, dándole un leve apretón en el brazo.
—Pero ¿y si se la causo?
—A ellos no les importará. Ya lo verás.
_____ descartó las esclavas y se puso los botones.
—De acuerdo, pero no estaría tan nerviosa si me hubieras llevado a verlos antes. Has tardado un montón en empezar a presentarme a tus amigos.
Joseph alzó las manos en un gesto a la defensiva.
—A mí no me eches la culpa. Eres tú quien trabaja seis noches a la semana. Lo lamento si resulta que te quiero para mí solo la única noche que tienes libre.
—Sí, pero...
—Pero ¿qué?
—Pues que empezaba a preguntarme si te molestaba que te vieran conmigo.
—No seas ridícula. Te aseguro que mis motivos son plenamente egoístas: soy avaro cuando se trata de compartir mí tiempo contigo.
—¿Eso es algo por lo que voy a tener que preocuparme en el futuro? —preguntó ella, mirándolo de reojo.
Joseph contestó con una sonrisa taimada.
—Eso dependerá de si sigues teniendo que trabajar seis noches a la semana.
Ella acabó de ajustarse los pendientes y suspiró.
—Bueno, no creo que dure mucho. Pronto habré ahorrado lo suficiente para comprarme un coche, y entonces, créeme, le suplicaré a Ray que me reduzca los turnos.
Joseph se le acercó por detrás y la rodeó con los brazos mientras la miraba en el espejo.
—Hum. ¿Te he dicho ya que tienes un aspecto fantástico?
—Estás cambiando de tema.
—Lo sé, pero mírate: estás guapísima.
Después de contemplarse por última vez, _____ se dio la vuelta.
—¿Lo bastante para ir a cenar a casa de tus amigos?
—Estás estupenda —repuso él con franqueza—, pero aunque no fuera así te querrían lo mismo.
Media hora más tarde, Joseph, _____ y Kyle caminaban hacia la puerta principal de casa de Mitch. En ese instante, éste apareció rodeando la casa y con una cerveza en la mano.
—¡Eh! Hola a todos. Me alegro de verlos. Vengan por aquí. La pandilla está ahí detrás.
Los tres lo siguieron a través del arco de entrada, al lado de los columpios y las azaleas.
Melissa estaba sentada frente a la mesa exterior viendo cómo sus cuatro hijos se tiraban al agua y chapoteaban entre gritos y chillidos. La piscina había sido instalada el verano anterior, después de que hubieran descubierto más de una vez las huellas de los mocasines de sus hijos cerca del río. Como solía decir Mitch: «Nada como una serpiente venenosa para quitarle a uno las ganas de zambullirse en la madre naturaleza.»
—Hola, chicos —saludó Melissa—. Gracias por haber venido.
Joseph le dio un fuerte abrazo y un leve beso en la mejilla.
—Ustedes dos ya se conocen, ¿no es así? —preguntó.
—Sí, nos vimos en el festival —dijo Melissa con naturalidad—, pero de eso hace mucho. Además, ese día te encuentras con tanta gente... Qué tal, _____, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —repuso ella, todavía nerviosa.
Mitch señaló la nevera.
—Eh, pareja, ¿les apetece una cerveza?
—Me parece estupendo —contestó Joseph—. _____, ¿quieres tú?
—Sí, por favor.
Mientras Joseph sacaba las bebidas, Mitch fue hacia la mesa y ajustó la sombrilla para que el sol no les diera de lleno. Melissa se había vuelto a sentar y _____ la imitó. Durante todo ese rato, Kyle, que llevaba puesto el traje de baño y una camiseta, se mantuvo pegado a su madre, jugueteando tímidamente con la toalla que tenía colgada del cuello. Melissa se inclinó hacia él.
—Hola, Kyle, ¿cómo estás?
Kyle no respondió.
—Kyle, contesta: «Estoy bien, gracias» —le dijo _____.
—«Toy ben, asias.»
Melissa sonrió.
—¡Estupendo! ¿Te apetece darte un remojón con los chicos? Me parece que te han estado esperando todo el día.
Kyle la miró y, luego, a su madre.
—¿Quieres nadar? —le preguntó _____, planteando la pregunta de otra manera. Kyle asintió entusiasmado.
—«¡I!»
—Muy bien, pero ve con cuidado.
_____ le quitó la toalla mientras el chico se acercaba a la piscina.
—¿Usa flotador? —preguntó Melissa.
—No. Sabe nadar. Aunque debo vigilarlo, naturalmente.
Kyle llegó al borde y se metió. El agua le llegaba a las rodillas. Se agachó y empezó a salpicar, como si comprobara que estuviera a su gusto. Acto seguido, sonrió encantado y se puso a dar brazadas. _____ y Melissa lo observaron.
—¿Cuántos años tiene?
—Cumplirá cinco dentro de unos meses.
—¡Ah!, pues igual que Judd —comentó Melissa señalando hacia el otro extremo de la piscina—. Es aquel que se agarra al borde del trampolín.
_____ lo vio: tenía la misma altura que Kyle y llevaba el pelo cortado a cepillo. Los cuatro hijos de Melissa se lo estaban pasando en grande saltando, chapoteando y gritando.
—¿Son tuyos los cuatro? —preguntó _____, sorprendida.
—Por el momento. Si quieres llevarte uno a casa, no tienes más que decírmelo. Te dejaré escoger y todo.
_____ rió y notó que empezaba a sentirse a gusto.
—¿Te dan mucha guerra?
—Son chicos. Ya se sabe, les sale la energía por las orejas.
—¿Y cuántos años tienen?
—Diez, ocho, seis y cuatro.
—Mi mujer tenía un plan —intervino Mitch, que se estaba entreteniendo en arrancarle la etiqueta a su cerveza—. Cada dos años, el día de nuestro aniversario de boda, me permitía acostarme con ella, independientemente de si le apetecía o no.
Melissa entornó los ojos con expresión compasiva.
—No lo escuches. Sus habilidades como conversador no son para la gente civilizada.
Joseph regresó con las bebidas y abrió la cerveza de _____ antes de entregársela. Él ya había empezado la suya.
—A ver, ¿de qué va el tema?
—Hablamos de nuestra vida sexual —contestó Mitch muy serio, y Melissa le dio un codazo.
—Ve con cuidado, bocazas. ¿No ves que hoy tenemos invitados? No querrás causarles una mala impresión, ¿verdad?
Mitch se inclinó hacia _____.
—Oye, ¿no te estaré impresionando desfavorablemente?
Ella sonrió. Aquella pareja le caía cada vez mejor.
—No. En absoluto.
—¿Lo ves, cariño? Te lo había dicho —exclamó Mitch triunfalmente.
—Mitch, _____ te lo ha dicho porque la has puesto en un compromiso. Ahora déjala en paz, ¿quieres? Estábamos en una conversación perfectamente normal cuando metiste las narices.
—Bueno, yo...
Aquello fue todo lo que Mitch pudo decir antes de que su mujer lo hiciera callar.
—No sigas.
—Es que...
—¿Te apetece dormir en el sofá esta noche?
Las cejas de Mitch subieron y bajaron varias veces.
—¿Es una promesa?
Ella lo miró de la cabeza a los pies.
—Lo es ahora.
Todos se echaron a reír, y Mitch se acercó y recostó la cabeza sobre el hombro de su esposa.
—Lo siento mucho, cariño —dijo, poniendo cara de carnero degollado.
—No basta con eso —contestó ella fingiendo altivez.
—¿Y si te prometo lavar los platos...?
—Hoy cenamos con platos de cartón.
—Ya lo sé. Por eso me ofrezco.
—¿Y por qué no nos dejan en paz los dos y se van a limpiar la parrilla o algo parecido?
—Pero si acabo de llegar —se quejó Joseph—. ¿Por qué debo marcharme?
—Porque la parrilla está hecha un asco.
—¿En serio? —preguntó Mitch.
—Vamos. Largo de aquí —dijo Melissa dándole un papirotazo, como si espantara una mosca del plato—. Déjenos para que podamos tener una agradable conversación entre mujeres.
Mitch se volvió hacia su amigo.
—Hombre, no nos quieren.
—Sí. Creo que tienes razón.
Melissa murmuró en tono de conspiración:
—Estos dos tendrían que haberse dedicado a construir cohetes. No se les escapa una.
Mitch, bromeando, hizo ver que se quedaba boquiabierto.
—Hombre, creo que nos acaban de insultar.
—Sí. Creo que tienes razón —repitió Joseph.
—¿Ves a lo que me refiero? —le dijo Melissa a _____, como si acabara de demostrar lo cierto de su teoría—. En serio, constructores de cohetes.
—¡Vámonos! —exclamó Mitch haciéndose el ofendido—. No tenemos por qué aguantar esto. Nosotros somos mejores.
—Eso: sean mejores y limpien bien la parrilla.
Mitch y Joseph se levantaron de la mesa y se alejaron entre las carcajadas de las mujeres.
—¿Cuánto tiempo llevas casada?
—Doce años, pero me parece que hubieran sido veinte —contestó Melissa guiñándole un ojo.
De repente, _____ tuvo la sensación de que la conocía de toda la vida.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó.
—En una fiesta, en la universidad. La primera vez que lo vi, Mitch estaba haciendo equilibrios con una botella de cerveza sobre la frente al tiempo que intentaba cruzar la habitación. Había apostado cincuenta pavos a que lo conseguiría.
—¿Y lo consiguió?
—No. Acabó empapado de la cabeza a los pies, pero era evidente que no se tomaba a sí mismo demasiado en serio. Después de la clase de tipos con los que yo había salido, él me pareció justo lo que andaba buscando. Empezamos a salir y al cabo de unos años nos casamos.
Le lanzó a su marido una mirada cargada de afecto.
—Es un buen hombre —dijo—. Creo que lo voy a conservar.
—¿Cómo fueron las cosas por Croatan?
El día en que Nick pidió voluntarios para luchar contra el fuego, sólo Joseph levantó la mano. En cambio, Mitch se limitó a negar con un gesto de la cabeza cuando su amigo le preguntó si lo acompañaría.
Lo que Joseph ignoraba era que Mitch estaba al tanto de lo ocurrido en los bosques; que Nick lo había llamado y le había contado en tono confidencial que Joseph había estado a punto de morir al verse rodeado de repente por las llamas y que, de no haber sido por un afortunado cambio en la dirección del viento que disipó el humo y le permitió ver una vía de escape, habría perecido calcinado allí mismo. Aquel último coqueteo de Joseph con la muerte no había sorprendido ni un ápice a Mitch.
Joseph bebió un sorbo de cerveza mientras su rostro se ensombrecía con el recuerdo.
—La verdad es que a ratos la cosa estuvo fea. Ya sabes cómo son los incendios. Por suerte, nadie salió herido.
«Eso, por suerte, otra vez», se dijo.
—¿Y nada más?
—Nada —respondió, evitando cualquier mención al peligro—. Pero ojalá hubieras venido. No íbamos sobrados de hombres, precisamente.
Mitch hizo un gesto negativo mientras recogía el rascador y empezaba a frotar la parrilla.
—No, gracias. Eso es para ustedes, los jóvenes. Me estoy volviendo viejo para esa clase de aventuras.
—Yo soy mayor que tú, Mitch.
—Eso es cierto si lo consideras en términos cronológicos; pero, comparado contigo, soy un viejo: tengo progenie.
—¿Progenie?
—Sí. Una palabra de esas que salen en los crucigramas. Quiere decir que tengo hijos.
—Ya sé lo que quiere decir.
—Entonces, también sabrás que ya no puedo levantarme, así sin más, y desaparecer. Ahora que los chicos están empezando a hacerse mayores, no es justo para Melissa que me largue y me meta en asuntos como ése. Mira, si se hubiera tratado de algún incidente en Edenton, habría sido diferente; pero ya no quiero ir arriesgando el pellejo por esos mundos de Dios. La vida es demasiado corta para eso.
Joseph cogió un trapo y se lo entregó a su amigo para que limpiara el rascador.
—Así que sigues pensando en dejarlo, ¿eh?
—Sí. Continuaré unos cuantos meses y ya está.
—¿No te arrepentirás?
—En absoluto. —Hizo una pausa antes de proseguir—. ¿Sabes?, tú también podrías estudiar la posibilidad de dejarlo —dijo como si le quitara importancia.
—Yo no tengo intención de abandonar, Mitch —repuso Joseph, descartando la idea de inmediato—. No soy como tú y no tengo miedo de lo que pueda suceder.
—Pues deberías.
—Así es como lo ves tú.
—Quizá —respondió Mitch con calma—. Pero es la verdad. Si de verdad te interesan _____ y Kyle, deberías empezar a ponerlos a ellos por delante, como hago yo con los míos. Lo que hacemos es peligroso, independientemente de las precauciones que tomemos, y ése es un riesgo que no debemos correr. En varias ocasiones, hemos tenido más suerte de la normal.
Hizo una pausa y dejó la herramienta a un lado. Luego miró a Joseph a los ojos.
—Tú sabes lo que significa crecer sin padre. ¿Te gustaría que fuera eso lo que le ocurriera a Kyle?
Joseph se envaró y exclamó:
—¡Maldita sea, Mitch...!
El otro levantó las manos para interrumpirlo.
—Déjame decirte algo antes de que empieces a ponerme verde. Desde aquella noche en el puente, y ahora en Croatan, sí, ya ves que estoy enterado, y no creas que me da buen rollo... Joseph, escúchame, un héroe muerto sigue estando muerto. —Tosió para aclararse la garganta—. Mira, no sé... es como si con los años te empeñaras en desafiar al destino cada vez más. Es como si persiguieras algo..., y a veces me da miedo.
—No tienes que preocuparte por mí.
Mitch lo miró fijamente y le puso una mano en el hombro.
—Siempre me preocupo por ti, Joseph. Eres como mi hermano.
—¿De qué crees que están hablando? —preguntó _____ mientras observaba a los dos hombres desde la mesa. Había visto que Joseph cambiaba de actitud y se ponía repentinamente en guardia. Melissa también se había fijado.
—¿Esos dos? Probablemente, del Cuerpo de bomberos. Mitch va a dejar el voluntariado a final de año. Supongo que le está diciendo a Joseph que haga lo mismo.
—Pero Joseph disfruta prestando ese servicio.
—Mira, no sé si disfruta; lo que sí sé es que lo hace porque se siente obligado.
—¿Cómo dices?
Melissa vio que _____ la contemplaba con perplejidad.
—Sí... Por su padre.
—¿Su padre?
—¿No te lo ha explicado? —preguntó Melissa cautelosamente.
—No. —De repente, _____ sintió miedo por lo que le iban a decir—. Sólo me contó que su padre había muerto cuando él era todavía un niño.
Melissa asintió. Los labios le formaban una prieta línea.
—¿Qué sucede? —preguntó _____, dominada por la ansiedad.
La otra suspiró mientras dudaba si proseguir o no.
—¡Por favor, dímelo!
—El padre de Joseph murió en un incendio —dijo Melissa finalmente.
Cuando escuchó aquellas palabras, _____ sintió que una mano helada le recorría la espalda.
Joseph se había llevado el rascador para limpiarlo con la manguera y cuando regresó vio que su amigo sacaba otras dos cervezas. Mitch abrió una mientras Joseph se acercaba sin decir palabra.
—Oye, _____ es francamente guapa.
Joseph dejó el rascador en la parrilla.
—Sí. Lo sé.
—Y tiene un hijo muy guapo. Parece un buen chico.
—Sí. Lo sé.
—Creo que se te parece.
—¿Qué?
—Tranquilo. Era sólo para comprobar si me estabas escuchando —dijo Mitch con una sonrisa—. Parecías un poco perdido. —Se acercó—. Escucha Joseph, lamento lo que te he dicho. No pretendía molestarte.
—No me has molestado —mintió.
Mitch le entregó la otra cerveza.
—Eso no hay quien se lo crea. De todos modos, alguien tiene que mantenerte por el camino recto.
—¿Y ese alguien has de ser tú?
—Naturalmente. Soy el único que puede hacerlo.
—De verdad, Mitch, no hace falta que seas tan modesto —respondió Joseph con ironía.
Mitch puso cara de sorpresa.
—¿De verdad crees que estoy bromeando? ¿Cuánto tiempo hace que te conozco, treinta años quizá? Yo diría que eso me da derecho a decirte lo que pienso de vez en cuando sin que deba preocuparme de si te parece bien o no. Lo que te dije lo dije muy en serio. No lo de que abandonaras el cuerpo, porque sé que no lo harás, pero sí lo de que debes ser más prudente en el futuro... ¿Ves? —Mitch se señaló la calva—. En su momento, todo esto estuvo cubierto de pelo y todavía lo estaría si no fueras un maldito temerario. Cada vez que te juegas el cuello noto que mis queridos pelos se suicidan en masa arrojándose al vacío y estrellándose sobre mis hombros. Si escuchas atentamente, incluso podrás oír sus gritos mientras caen. ¿Tienes idea de lo que significa quedarse calvo? ¿Tener que embadurnarte la coronilla siempre que sales al sol? ¿Que te salgan manchas donde antes te hacías la raya? Nada de todo eso te fortalece el ego, ¿sabes? Así que me lo debes.
Joseph rió a su pesar.
—Y yo que creía que era hereditario.
—No, chico. Es por ti.
—Estoy conmovido.
—Ya puedes. No tengo intención de quedarme calvo por culpa de cualquiera.
—De acuerdo —suspiró Joseph—. A partir de ahora intentaré tener más cuidado.
—Estupendo, porque dentro de poco yo no estaré ahí para echarte un cable.
—¿Cómo van esas brasas? —preguntó Melissa.
Mitch y Joseph estaban ante la barbacoa, y los niños ya habían empezado a comer: Mitch había asado las salchichas primero, y los cinco estaban sentados a la mesa. _____, que había llevado la comida de Kyle (macarrones con queso) en un recipiente aparte, se la había puesto en el plato. Después de haber estado bañándose durante horas, el chico estaba hambriento.
—Faltan diez minutos —dijo Mitch por encima del hombro.
—¡Yo también quiero macarrones con queso! —protestó el hijo pequeño de Melissa cuando vio que Kyle comía algo diferente de los demás.
—Cómete tus salchichas —respondió su madre.
—Pero, mamá...
—Cómete tus salchichas primero —repitió ella—. Si después aún tienes hambre, te prepararé unos pocos, ¿ok?
Melissa sabía que al pequeño no le quedaría apetito, pero su respuesta fue suficiente para que el niño dejara de protestar.
Cuando las dos mujeres lo tuvieron todo bajo control, se alejaron de la mesa y se sentaron al lado de la piscina.
Desde que se había enterado de lo del padre de Joseph, _____ no había dejado de atar cabos en su mente, y Melissa no tuvo dificultad en adivinarle los pensamientos.
—¿Piensas en Joseph? —preguntó.
_____ sonrió tímidamente, avergonzada por el hecho de que se le notara tanto.
—Sí.
—¿Cómo van las cosas entre ustedes?
—Habría dicho que francamente bien, pero ahora ya no estoy tan segura.
—¿Lo dices porque no te ha contado lo de su padre? Bueno, pues te confesaré un secreto: Joseph no habla de ese asunto con nadie, nunca; ni conmigo, ni con sus amigos; ni siquiera con Mitch.
_____ pensó en aquello sin saber qué contestar.
—Eso hace que me sienta mejor —dijo, y tras una pausa, añadió—: eso creo, al menos.
Melissa puso a un lado el vaso de té frío. Como _____, había dejado de beber cerveza después de la segunda botella.
—¿Verdad que cuando quiere puede ser encantador? Además, es muy guapo.
_____ se reclinó en su asiento.
—Sí. Lo es.
—¿Cómo se porta con Kyle?
—Kyle lo adora. Últimamente incluso diría que prefiere a Joseph antes que a mí. Cuando están juntos, no sé cuál de los dos parece más niño.
—A Joseph siempre se le han dado bien los niños. A los míos les pasa lo mismo: a veces lo llaman para que venga a jugar con ellos.
—¿Y él viene?
—A veces, aunque va a menos. Te lo has quedado todo para ti.
—Lo siento.
Melissa hizo un gesto quitándole importancia.
—No lo sientas. Me alegro por él y por ti. Empezaba a preguntarme si no iba a encontrar a nadie. Tú eres la primera chica que nos ha presentado en años.
—O sea, que ha habido otras...
Melissa sonrió con ironía.
—¿Tampoco te ha hablado de ellas?
—Para nada.
—¡Pues qué suerte que hayas venido a esta casa! —contestó Melissa en tono confidencial.
_____ rió.
—¿Qué quieres saber?
—¿Cómo eran?
—Muy diferentes de ti, de eso puedes estar segura.
—¿En serio?
—En serio. Tú eres mucho más atractiva y además tienes un hijo.
—¿Qué pasó con ellas?
—Mira, no te lo sabría decir. Joseph tampoco explica mucho. Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí el porqué.
—Caramba, no sabes cómo me anima saberlo.
—¡Oh! No quiero que pienses que eso es lo que va a suceder contigo. Tú le gustas más que las otras, mucho más diría yo. Lo veo por la forma en que te mira.
_____ rogó para que Melissa estuviera en lo cierto.
—A veces... —Hizo una pausa porque no sabía exactamente cómo expresarlo.
—A veces te asusta lo que pueda estar pensando. ¿Es eso?
_____ la contempló, sorprendida por la agudeza de la deducción. Melissa prosiguió.
—A pesar de que Mitch y yo llevamos mucho tiempo juntos, todavía no conozco todo lo que le hace vibrar. A este respecto, a veces se parece a Joseph. No obstante, al final las cosas han funcionado porque los dos lo hemos querido así. Mientras ustedes puedan mantener ese espíritu, serán capaces de enfrentarse a lo que sea.
De repente, una pelota de playa pasó volando y golpeó a Melissa en la frente. Se oyeron unas risas que procedían de la mesa de los niños.
La mujer puso cara de resignación, pero no les hizo el menor caso.
—Cómo te decía —prosiguió—, hasta es posible que consigan echar al mundo a cuatro fieras como las mías.
—No sé si me veo con ánimos.
—Claro que sí. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es levantarte temprano, coger el periódico y leerlo despacio mientras te tomas unos cuantos cócteles de tequila.
_____ soltó una risita.
—No. En serio, ¿nunca has pensado en tener más hijos?
—Pocas veces.
—¿A causa de Kyle? —preguntó Melissa, a quien _____ había explicado un rato antes los problemas de lenguaje de su hijo.
—No es sólo por eso, sino también porque no creo que sea algo que una pueda sobrellevar sola.
—Pero ¿y si estuvieras casada?
Al cabo de un instante, _____ sonrió.
—Entonces sería diferente. Quizá sí.
Melissa asintió.
—¿Crees que Joseph sería buen padre?
—Estoy convencida.
—Y yo —coincidió Melissa—. ¿Nunca lo han hablado?
—¿Casarnos? No. Ni siquiera lo ha mencionado.
—Hum. Veré si puedo enterarme de lo que piensa.
—No hace falta que te molestes —replicó _____ ruborizándose.
—Es que me interesa. Tengo tanta curiosidad como tú; pero no te preocupes: seré sutil, tanto que ni se dará cuenta de por dónde voy.
—A ver, Joseph, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?
A _____ estuvo a punto de caérsele el tenedor de la boca; y Joseph, que estaba a mitad de un trago, dio un respingo, se atragantó y consiguió que la bebida se le fuera por el sitio equivocado. Tosió ruidosamente y se tapó la boca con la servilleta; tenía los ojos llorosos.
—¿Cómo has dicho?
Los cuatro estaban dando cuenta de la cena: filetes, ensalada verde, patatas asadas con queso y pan de ajo. Habían comido y bebido entre bromas y risas y estaban a medio terminar cuando Melissa soltó el bombazo. _____ notó que se ponía colorada como un tomate mientras la anfitriona proseguía como si tal cosa.
—Me refiero a que... Mírala, es una muñeca y, además, inteligente. No se presentan muchas como ella todos los días.
Aunque el comentario había sido hecho en broma, Joseph se puso en guardia.
—Lo cierto es que no lo he pensado —respondió a la defensiva.
Melissa le apoyó la mano en el brazo para tranquilizarlo mientras reía de buena gana.
— Joseph, de verdad, no tienes que responderme: estaba bromeando. Sólo quería ver la cara que ponías. Has abierto unos ojos grandes como platos.
—Eso ha sido porque me estaba ahogando —protestó él.
—Lo siento —dijo Melissa con amabilidad—, pero no he podido resistir la tentación. Es tan fácil cazarte... Igual que a Bozo.
—¿Estás hablando de mí, cariño? —terció Mitch para aliviar la evidente turbación de su amigo.
—¿Quién más te llama Bozo?
—Excepto tú y mis otras tres esposas, nadie realmente.
—Hum... Está bien. De otro modo me sentiría celosa.
Melissa se inclinó y le dio un rápido beso a su marido en la mejilla.
—¿Se portan así siempre? —le susurró _____ a Joseph con la esperanza de que no se le ocurriera pensar que había sido ella la responsable de la pregunta de Melissa.
—Desde el día en que los conocí —contestó él, pero era evidente que tenía la cabeza en otra parte.
—¡Eh! Nada de cuchicheos a nuestras espaldas —protestó Melissa, que, acto seguido, se volvió hacia su invitada y encarriló la conversación por terrenos menos comprometedores—. _____, cuéntame algo de Atlanta. Nunca he estado allí.
_____ suspiró mientras Melissa la miraba a los ojos con una imperceptible y traviesa sonrisa. El guiño fue tan leve que ni Joseph ni Mitch se percataron.
A pesar de que la conversación entre las dos mujeres transcurrió con normalidad durante la hora siguiente, contando con las oportunas intervenciones de Mitch, _____ se percató de que Joseph casi no abrió la boca.
—¡Te atraparé! —gritó Mitch mientras perseguía a su hijo Judd, que lanzaba agudos chillidos en los que se mezclaban el miedo y la diversión.
—¡Ya casi has llegado a la base! —aulló Joseph.
Judd bajó la cabeza y cargó hacia delante mientras su padre, perdida la carrera, aminoraba. El chico alcanzó la base y se reunió con los demás.
Había pasado una hora desde la cena, el sol se había puesto, y Mitch y Joseph estaban jugando a pillar con los chicos, en la parte delantera de la casa.
Mitch, con los brazos en las caderas y entre resoplidos, contempló a los cinco chicos, que estaban a pocos metros de distancia los unos de los otros.
—¡No puedes alcanzarme, papá! —se burló Cameron poniendo los pulgares en los oídos y agitando las manos.
—¡A que no me coges! —añadió Will, sumándose a su hermano.
—¡Tienen que salir de la base! —exclamó Mitch inclinándose y apoyando las manos sobre las rodillas.
Cameron y Will aprovecharon el instante de debilidad y salieron corriendo en direcciones opuestas.
—¡Vamos, papá! —llamó Will alegremente.
—¡Muy bien! ¡Tú te lo has buscado! —soltó Mitch, haciendo un esfuerzo para estar a la altura del desafío. Corrió tras su hijo y pasó al lado de Kyle y Joseph, que estaban a salvo en su posición.
—¡Corre, papá, corre! —lo provocó Will, sabiendo que era lo bastante ágil para mantenerse fuera de su alcance.
Mitch persiguió a sus hijos, uno tras otro, durante los siguientes cinco minutos. Por su parte, Kyle, que había tardado un poco en comprender los rudimentos del juego, captó cómo funcionaba y no tardó en sumarse, mientras Mitch corría de un lado a otro por el jardín. Éste, tras unos cuantos intentos más, fue hacia Joseph.
—¡Necesito tiempo muerto! —jadeó mientras aspiraba grandes bocanadas de aire.
—Pues entonces tendrás que atraparme —contestó haciéndose a un lado y poniéndose fuera del alcance de su amigo.
Luego, lo dejó sufrir un rato más, hasta que Mitch ya no pudo con su alma. Entonces fue hasta el centro del corro y se dejó atrapar. Mitch se encorvó mientras intentaba recobrar el aliento.
—Corren más de lo que parece y cambian de dirección con la agilidad de un conejo —balbuceó.
—Ésa es la impresión que uno tiene cuando es viejo como tú —contestó Joseph —. Pero si estás en lo cierto, te alcanzare a ti.
—Estás loco si crees que voy a salir de la base. Pienso quedarme aquí a descansar un rato.
—¡Vamos! —le gritó Cameron a Joseph para que reanudara el juego—. ¡A que no me alcanzas!
Joseph se frotó las manos.
—¡Muy bien! ¡Allá voy! —anunció, y dio una gran zancada hacia ellos.
Los chicos huyeron despavoridos en todas direcciones entre risas y chillidos. No obstante, la aguda vocecita de Kyle destacó entre las demás e hizo que Joseph se detuviera repentinamente.
—«¡Amos, apa!» —gritaba—. «Amos, apa.»
«¡Papá!»
Joseph se quedó mirando al chico, y Mitch, que no se había percatado de la reacción de su amigo, exclamó:
—¡Caramba, Joseph! ¿Acaso te has olvidado de contarme algo?
Pero Joseph no contestó.
—Acaba de llamarte papá —añadió Mitch, como si Joseph no se hubiera dado cuenta.
Sin embargo, éste apenas oyó el comentario. Estaba perdido en sus pensamientos y una sola palabra ocupaba su mente.
«Papá.»
Aunque sabía que Kyle se limitaba a imitar a los otros niños, como si llamarlo así formara parte del juego, no pudo evitar recordar la broma de Melissa: «A ver, Joseph, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?»
—Aquí la Tierra llamando a Joseph. ¿Me recibes, gran papá? —remedó Mitch, que apenas podía contener la risa.
Por fin, Joseph dio media vuelta y le clavó la mirada.
—Mitch, cállate.
—Claro que sí..., papá.
Joseph dio un paso hacia los chicos.
—Escuchen, muchachos: yo no soy el padre de Kyle —declaró como si se lo estuviera diciendo a sí mismo.
—Todavía no —murmuró Mitch, para el cuello de su camisa.
Pero Joseph lo oyó con la misma claridad con la que había escuchado las palabras de Kyle.
—Qué, niños, ¿se han divertido? —preguntó Melissa a los chicos cuando éstos regresaron, empujando la puerta principal, tan agotados como para dejar el juego por esa noche.
—Le dimos una paliza. Papá se está volviendo un carcamal —explicó Cameron.
—Eso no es verdad —protestó Mitch a la defensiva mientras los acompañaba—. Te permití que llegaras a tu base.
—Sí, papá.
—Les he dejado unos vasos con zumo de fruta en el salón. Por favor, no lo tiren todo —dijo Melissa mientras trotaban ante ella.
Mitch se acercó para darle un beso, pero ella se retiró haciendo una mueca.
—Ni lo pienses hasta que te hayas duchado. ¡Marrano!
—¿Éste es mi premio por entretener a los chicos?
—No, eso es lo que hay que decirte cuando apestas.
Él soltó una carcajada y salió al patio de atrás a buscar una cerveza en la nevera.
Joseph entró el último, precedido de Kyle. El chico fue a reunirse con los demás en el salón.
—¿Qué tal lo ha hecho? —preguntó _____.
—Bien —repuso Joseph llanamente—. Creo que se ha divertido.
_____ lo observó con atención: era evidente que algo lo preocupaba.
—¿Estás bien?
Joseph desvió la mirada.
—Sí —contestó—. Estoy bien.
Y sin añadir palabra, salió fuera y se reunió con Mitch.
Cuando empezó a caer la noche, _____ se ofreció para ayudar a Melissa a recoger los restos de la cena. Los pequeños estaban viendo una película, despatarrados en la sala, mientras Joseph y Mitch ponían en orden la barbacoa.
_____ estaba remojando un poco la cubertería antes de meterla en el lavaplatos. Desde donde estaba podía ver a los dos hombres, fuera. Los contempló un rato y sus manos se inmovilizaron bajo el chorro de agua.
—Un penique por tus pensamientos —le dijo Melissa, sobresaltándola.
_____ hizo un gesto de duda con la cabeza mientras seguía fregando.
—No estoy segura de que baste con uno.
Melissa cogió unas cuantas tazas vacías y las depositó en el fregadero.
—Escucha, lo siento si te he puesto en evidencia durante la cena.
—No. No es eso. Al fin y al cabo hiciste una broma cuando todos estábamos pasándolo bien.
—Pero, a pesar de todo, estás preocupada.
—No lo sé... —Miró a Melissa—. Sí, puede que un poco. Joseph ha estado tan callado el resto de la noche...
—Yo no le daría demasiada importancia —repuso Melissa mientras observaba cómo Joseph guardaba las sillas en el patio de atrás—. Sé que se preocupa por ti de verdad. Siempre que te mira es como si se iluminara por dentro, incluso después de que le gastara esa broma pesada.
—Lo sé —replicó _____ asintiendo con la cabeza. No obstante, se preguntó por qué razón aquella respuesta no le parecía suficiente. Cerró el recipiente hermético con la tapa.
—¿Mitch no te ha dicho nada acerca de algo que haya podido pasar mientras jugaban en el jardín con los niños?
Melissa la miró, extrañada.
—No. ¿Por qué?
_____ metió el resto de ensalada en la nevera.
—Por nada. Simple curiosidad.
«Papá.»
«A ver, Joseph, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?»
Mientras jugueteaba con la cerveza, aquellas palabras no dejaban de resonar en su cerebro.
—¡Eh! ¿A qué viene ese aspecto tan mustio? —preguntó Mitch al tiempo que llenaba una gran bolsa de basura con los restos de la mesa.
Joseph se encogió de hombros.
—Estoy preocupado. Eso es todo.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—¡Bah! Cosas del trabajo. Estaba pensando en todo lo que tengo que hacer mañana —contestó Joseph, diciendo una verdad a medias—. Desde que paso tanto tiempo con _____ tengo el negocio un poco abandonado. Debo volver a meterme en él.
—¿No has estado yendo todos los días?
—Sí. Pero no siempre me he quedado la jornada completa. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Empiezas a descuidar los asuntos y en un abrir y cerrar de ojos los problemas se amontonan.
—¿Puedo ayudarte en algo? ¿Quieres que revise los pedidos y esas cosas?
Joseph hacía todos sus encargos de material a la tienda del padre de Mitch.
—No. En serio. Pero es mejor que me apresure a resolver el papeleo. Si hay algo que he aprendido es que cuando las cosas se tuercen, se tuercen muy deprisa.
Mitch vaciló mientras echaba un vaso de cartón a la basura. Tenía una desagradable sensación de déjà vu.
La última vez que le había oído aquella frase en boca de Joseph había sido cuando éste salía con Lori.
Media hora más tarde, Joseph y _____ regresaban a casa con Kyle sentado entre ellos, una escena que habían repetido multitud de ocasiones. Sin embargo, en aquel momento y por primera vez, en la camioneta se respiraba un ambiente de tensión que ninguno de los dos acertaba a explicar fácilmente. Pero era tan palpable como el silencio en el que Kyle se había quedado dormido.
Para _____ era una sensación extraña. No dejaba de pensar en todo lo que Melissa le había dicho y las palabras danzaban en su cabeza como un yoyó. No le apetecía hablar, y según parecía, a Joseph tampoco. Él se había mantenido distante, y su actitud no hacía más que reafirmar los sentimientos de _____. Lo que se suponía que debía haber sido una agradable cena con unos amigos se había convertido en otra cosa mucho más importante. _____ estaba segura de ello.
De acuerdo, había faltado poco para que Joseph se ahogara con el comentario de Melissa acerca de sus intenciones respecto al matrimonio, pero semejante pregunta habría desencajado al más pintado, especialmente si se la planteaban con la «delicadeza» de Melissa, ¿o no? Intentó convencerse con aquel punto de vista, pero cuanto más lo pensaba, más dudas tenía. Tres meses no es mucho tiempo cuando se es joven, pero ellos ya no eran niños: _____ se acercaba a los treinta, y Joseph era seis años mayor. Los dos habían tenido la oportunidad de madurar, de darse cuenta del punto en que se hallaban sus vidas y pensar lo que querían hacer con ellas. Si las intenciones de Joseph con respecto al futuro de ellos dos como pareja no eran tan serias como aparentaban, entonces, ¿a qué obedecía todo el cortejo de aquellos meses?
«Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí por qué», recordó.
Aquello también la preocupaba. Si Melissa nunca había comprendido lo que había sucedido con las anteriores relaciones de Joseph, probablemente Mitch tampoco. ¿Quería decir eso que Joseph también lo ignoraba?
Y si así era, ¿significaba que a ella le aguardaba el mismo final?
_____ sintió que se le formaba un nudo en el estómago y miró a Joseph de reojo. Él se dio cuenta y se volvió, en apariencia ajeno a las preocupaciones de ella. Al otro lado de la ventanilla, los árboles de los márgenes pasaban tan deprisa que parecían una masa borrosa.
—¿Te has divertido esta noche?
—Sí —respondió en voz baja—. Me gustan tus amigos.
—¿Qué tal con Melissa?
—Nos hemos entendido bien.
—Probablemente te habrás dado cuenta de que tiene la costumbre de decir lo primero que le pasa por la cabeza sin que le importe lo absurdo que pueda resultar. A veces es mejor no hacerle mucho caso.
Aquel comentario no contribuyó a tranquilizarla. Kyle se movió inquieto en su regazo, y _____ se preguntó por qué las cosas que Joseph se había callado parecían cobrar, de repente, más importancia que las que sí le había dicho.
«¿Quién eres, Joseph Jonas? —se preguntó—. ¿Realmente te conozco? Y, lo más importante, ¿qué hacemos ahora?»
Sabía que él no despejaría ninguno de aquellos interrogantes, así que respiró hondo y se esforzó por que su voz sonara tranquila.
— Joseph..., ¿por qué no me has contado lo de tu padre?
Los ojos de él reaccionaron con sorpresa.
—¿Mi padre?
—Sí. Melissa me ha explicado que murió en un incendio —aclaró ella mientras veía cómo las manos de Joseph aferraban con más fuerza el volante.
—¿Cómo salió el tema? —preguntó él en otro tono.
—No lo sé. Simplemente salió.
—¿Fue idea tuya o de ella?
—¿Y eso qué importa? La verdad es que no lo recuerdo.
Joseph no contestó. Tenía los ojos fijos en la carretera. _____ aguardó hasta que se dio cuenta de que él no tenía intención de responder.
—¿Te hiciste bombero por tu padre?
Negó vigorosamente y soltó un suspiro.
—Mira, prefiero no hablar de este asunto.
—Quizá yo pueda ayudarte...
—No puedes —replicó él, interrumpiéndola—. Además, no es cosa tuya.
—¿Que no es cosa mía? —estalló _____, que no acababa de creerlo—. Pero ¿de qué estás hablando? Tú me interesas, Joseph, y me preocupo por ti. Me duele pensar que no confías en mí lo bastante para explicarme lo que te preocupa.
—No hay nada que me preocupe —repuso—. Es sólo que no me gusta hablar de mi padre.
_____ se dio cuenta de que podría presionarlo, pero que eso no la conduciría a ninguna parte.
El silencio volvió a apoderarse de la cabina. Sin embargo, en aquella ocasión, estaba teñido de temor. Así se mantuvo hasta que llegaron a casa.
Joseph depositó a Kyle en la cama y fue al salón a esperar a que _____ acabara de ponerle el pijama. Cuando ella salió del cuarto del niño, se dio cuenta de que Joseph no se había acomodado y que permanecía de pie, cerca de la puerta, como si la aguardara para despedirse.
—¿No te vas a quedar? —preguntó ella, sorprendida.
Él negó con la cabeza.
—No puedo. Mañana tengo un día muy ocupado.
Aunque lo dijo sin el más leve rastro de acritud, sus palabras no hicieron que ella se sintiera mejor. Joseph agitó el llavero, y _____ atravesó la sala y se le acercó.
—¿Estás seguro?
—Sí. Lo estoy.
Ella le cogió la mano.
—¿Hay algo que te angustia?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Nada.
_____ aguardó por si él añadía algo más, pero Joseph no dijo palabra.
—De acuerdo. ¿Nos veremos mañana?
Él se aclaró la garganta antes de contestar.
—Lo intentaré, pero tengo un día muy apretado. No sé si tendré tiempo de acercarme.
_____ lo contempló, intrigada.
—¿Ni siquiera para almorzar?
—Veré lo que puedo hacer, aunque no te lo prometo.
Sus miradas se encontraron, pero Joseph apartó los ojos enseguida.
—¿Podrás venir para acompañarme al trabajo mañana por la noche?
Durante un breve instante, _____ tuvo la impresión de que no le había gustado que le hiciera aquella pregunta.
¿Había sido cosa de su imaginación?
—Sí, claro. Te acompañaré —respondió él finalmente. Luego le dio un leve beso y se encaminó hacia su camioneta sin volver la vista atrás.
Septiembre empezó con la llegada de un desacostumbrado frente frío —algo que hacía veinte años que no ocurría—, así que la gente sacó los vaqueros y las cazadoras. Una semana después sobrevino otra ola de calor, así que todos devolvieron las prendas de abrigo a los armarios, con la esperanza de no tener que recurrir a ellas en un par de meses.
Al contrario que el clima, la relación entre _____ y Joseph permaneció estable durante todo aquel tiempo. Instalados en una rutina, pasaban juntos la mayor parte de las tardes (para evitar las horas más calurosas del día, los operarios de Joseph empezaban a trabajar de madrugada y terminaban la jornada antes de las dos del mediodía), y él solía dejarla en el restaurante siempre que le era posible. De vez en cuando, iban a cenar a casa de Denise o bien ésta se quedaba haciendo de canguro de Kyle mientras los dos disfrutaban de un poco de tiempo para ellos solos.
En aquellos tres meses, _____ fue apreciando cada vez más la pequeña ciudad de Edenton. Joseph, naturalmente, se mantuvo ocupado en el papel de guía, enseñándole los lugares que valía la pena ver por los alrededores, saliendo a pasear en barca y por la playa. Con el tiempo, _____ llegó a ver Edenton como lo que era en realidad: un lugar en el que la gente funcionaba según sus propias costumbres, lentamente; cuya forma de vida giraba en torno a la educación de los hijos y en asistir a los oficios religiosos de los domingos; a la pesca y a la labranza de los fértiles campos. Un lugar donde la palabra «hogar» todavía significaba algo. De vez en cuando, _____ se sorprendía a sí misma mirando a Joseph mientras él estaba en la cocina con una taza de café en la mano, y preguntándose si le parecería el mismo en un lejano futuro, cuando tuviera el cabello gris.
Ella esperaba con ilusión todo lo que hacían juntos. Una cálida noche de finales de julio él la había llevado a bailar a Elisabeth City, otra de las cosas que ella no había hecho en años. Joseph la había guiado con sorprendente elegancia por la sala al ritmo de la orquesta country local, y ella se dio cuenta entonces de que las mujeres lo encontraban atractivo —una había llegado incluso a sonreírle—, y no pudo evitar una punzada de celos por mucho que Joseph no hubiera notado nada. Al contrario, no había dejado de sujetarla fuertemente y de mirarla como si ella fuera la única mujer sobre la tierra. Más tarde, mientras devoraban unos bocadillos en la cama y fuera se desencadenaba una tormenta, Joseph la había atraído hacia sí y le había susurrado: «Esto es todo lo que se puede desear.»
También Kyle mejoró espectacularmente bajo su atención. Empezó a adquirir seguridad con el lenguaje y a hablar con más frecuencia, aunque la mayoría de sus frases no tuvieran mucho sentido. También dejó de murmurar cuando tenía que enfrentarse a frases con muchas palabras. Para finales de verano ya había aprendido a golpear la pelota desde el tee, y su habilidad para lanzarla había mejorado de forma notable. Joseph dispuso unas improvisadas bases en el jardín e intentó inculcarle las reglas básicas del béisbol, pero Kyle no le hizo ni caso: lo único que quería era divertirse.
Sin embargo, por muy idílico que fuera el panorama, había momentos en los que _____ percibía en Joseph un desasosiego que le costaba definir. Tal como había sucedido la primera noche que habían pasado juntos, a veces, después de hacer el amor, se apoderaba de él cierta melancolía y adoptaba una actitud distante e impenetrable. Aunque no por ello dejaba de acariciarla y de abrazarla, _____ no podía evitar percibir en él algo que la incomodaba, algo oscuro y desconocido que hacía que Joseph le pareciera más viejo y cansado. En ocasiones, incluso había llegado a asustarse; aunque cuando llegaba la mañana se recriminaba el haberse dejado arrastrar por su imaginación.
A últimos de agosto, Joseph se marchó de la ciudad para ayudar durante tres días en la extinción de un importante incendio que se había declarado en los bosques Croatan, unas tareas aún más peligrosas a causa de los calores estivales. A _____ le costó conciliar el sueño en su ausencia; estaba preocupada y no dejaba de llamar a Denise; ambas pasaban horas colgadas del teléfono. Al final acabó siguiendo el curso de los acontecimientos por las informaciones de los periódicos y de la televisión, en un vano intento de localizar a Joseph entre la multitud de rostros que aparecían en la pantalla. Cuando Joseph regresó a Edenton, fue directamente a casa de _____. Ella le había pedido a Ray que le diera la noche libre, pero Joseph estaba agotado y se quedó dormido en el sofá nada más ponerse el sol. Creyendo que descansaría hasta la mañana siguiente, _____ lo cubrió con una manta, pero a medianoche él se levantó y fue hasta la cama. Nuevamente le temblaban las manos, pero en aquella ocasión los temblores le duraron horas. Joseph se negó a hablar de lo sucedido y _____, preocupada, lo estrechó en sus brazos hasta que consiguió que se durmiera de nuevo. No obstante, ni siquiera en el sueño los demonios que acosaban a Joseph lo dejaron descansar. Moviéndose y agitándose sin cesar, murmuraba frases inconexas y carentes de sentido en las que _____ percibía los ecos del miedo.
A la mañana siguiente, él se disculpó tímidamente, pero no le ofreció explicación alguna. Ella no las necesitaba. De alguna manera sabía que no eran sólo los recuerdos del incendio los que lo atormentaban: era otra cosa, algo desnudo y siniestro que luchaba por salir a la superficie.
Recordaba lo que su madre le había contado acerca de los hombres que guardan celosamente sus secretos y de las dificultades que eso acarrea a las mujeres que los aman. _____ sabía por instinto la verdad de aquellas palabras, pero le resultaba difícil conciliarla con el amor que sentía hacia Joseph Jonas. Amaba su olor, amaba el áspero contacto de sus manos sobre su cuerpo y las arrugas que se formaban alrededor de los ojos cuando reía; amaba el modo como la miraba cuando ella se iba a trabajar, apoyado contra la camioneta, con las piernas cruzadas. Amaba todo de él.
A veces se sorprendía soñando despierta con el día que saldría de la iglesia de su brazo. Podía rechazar la idea, podía hacer caso omiso y repetirse una y mil veces que ninguno de los dos estaba preparado para tomar semejante decisión, lo cual no dejaba de ser hasta cierto punto verdad, ya que no llevaban mucho tiempo juntos. Esperaba tener la sensatez de decírselo. No obstante..., sabía que no serían ésas sus palabras; tenía la plena certeza de que si él se lo pedía, ella le contestaría que sí, sí y cien veces sí.
En sus ensoñaciones, sólo deseaba que Joseph pensara igual.
—Pareces nerviosa —comentó Joseph, estudiando el reflejo de _____ en el espejo.
Se hallaba de pie en el baño, mientras ella acababa de retocarse el maquillaje.
—¡Estoy nerviosa!
—Pero si sólo se trata de Mitch y Melissa. No hay motivos para que te pongas así.
Sosteniendo dos pendientes distintos cerca de la oreja, _____ dudó entre el aro y el botón.
—Para ti, puede. Tú los conoces; pero yo sólo los he visto una vez, de eso hace tres meses y tampoco tuvimos ocasión de hablar mucho. ¿Qué pasará si les causo mala impresión?
—No te preocupes, no se la causarás —contestó _____, dándole un leve apretón en el brazo.
—Pero ¿y si se la causo?
—A ellos no les importará. Ya lo verás.
_____ descartó las esclavas y se puso los botones.
—De acuerdo, pero no estaría tan nerviosa si me hubieras llevado a verlos antes. Has tardado un montón en empezar a presentarme a tus amigos.
Joseph alzó las manos en un gesto a la defensiva.
—A mí no me eches la culpa. Eres tú quien trabaja seis noches a la semana. Lo lamento si resulta que te quiero para mí solo la única noche que tienes libre.
—Sí, pero...
—Pero ¿qué?
—Pues que empezaba a preguntarme si te molestaba que te vieran conmigo.
—No seas ridícula. Te aseguro que mis motivos son plenamente egoístas: soy avaro cuando se trata de compartir mí tiempo contigo.
—¿Eso es algo por lo que voy a tener que preocuparme en el futuro? —preguntó ella, mirándolo de reojo.
Joseph contestó con una sonrisa taimada.
—Eso dependerá de si sigues teniendo que trabajar seis noches a la semana.
Ella acabó de ajustarse los pendientes y suspiró.
—Bueno, no creo que dure mucho. Pronto habré ahorrado lo suficiente para comprarme un coche, y entonces, créeme, le suplicaré a Ray que me reduzca los turnos.
Joseph se le acercó por detrás y la rodeó con los brazos mientras la miraba en el espejo.
—Hum. ¿Te he dicho ya que tienes un aspecto fantástico?
—Estás cambiando de tema.
—Lo sé, pero mírate: estás guapísima.
Después de contemplarse por última vez, _____ se dio la vuelta.
—¿Lo bastante para ir a cenar a casa de tus amigos?
—Estás estupenda —repuso él con franqueza—, pero aunque no fuera así te querrían lo mismo.
Media hora más tarde, Joseph, _____ y Kyle caminaban hacia la puerta principal de casa de Mitch. En ese instante, éste apareció rodeando la casa y con una cerveza en la mano.
—¡Eh! Hola a todos. Me alegro de verlos. Vengan por aquí. La pandilla está ahí detrás.
Los tres lo siguieron a través del arco de entrada, al lado de los columpios y las azaleas.
Melissa estaba sentada frente a la mesa exterior viendo cómo sus cuatro hijos se tiraban al agua y chapoteaban entre gritos y chillidos. La piscina había sido instalada el verano anterior, después de que hubieran descubierto más de una vez las huellas de los mocasines de sus hijos cerca del río. Como solía decir Mitch: «Nada como una serpiente venenosa para quitarle a uno las ganas de zambullirse en la madre naturaleza.»
—Hola, chicos —saludó Melissa—. Gracias por haber venido.
Joseph le dio un fuerte abrazo y un leve beso en la mejilla.
—Ustedes dos ya se conocen, ¿no es así? —preguntó.
—Sí, nos vimos en el festival —dijo Melissa con naturalidad—, pero de eso hace mucho. Además, ese día te encuentras con tanta gente... Qué tal, _____, ¿cómo estás?
—Bien, gracias —repuso ella, todavía nerviosa.
Mitch señaló la nevera.
—Eh, pareja, ¿les apetece una cerveza?
—Me parece estupendo —contestó Joseph—. _____, ¿quieres tú?
—Sí, por favor.
Mientras Joseph sacaba las bebidas, Mitch fue hacia la mesa y ajustó la sombrilla para que el sol no les diera de lleno. Melissa se había vuelto a sentar y _____ la imitó. Durante todo ese rato, Kyle, que llevaba puesto el traje de baño y una camiseta, se mantuvo pegado a su madre, jugueteando tímidamente con la toalla que tenía colgada del cuello. Melissa se inclinó hacia él.
—Hola, Kyle, ¿cómo estás?
Kyle no respondió.
—Kyle, contesta: «Estoy bien, gracias» —le dijo _____.
—«Toy ben, asias.»
Melissa sonrió.
—¡Estupendo! ¿Te apetece darte un remojón con los chicos? Me parece que te han estado esperando todo el día.
Kyle la miró y, luego, a su madre.
—¿Quieres nadar? —le preguntó _____, planteando la pregunta de otra manera. Kyle asintió entusiasmado.
—«¡I!»
—Muy bien, pero ve con cuidado.
_____ le quitó la toalla mientras el chico se acercaba a la piscina.
—¿Usa flotador? —preguntó Melissa.
—No. Sabe nadar. Aunque debo vigilarlo, naturalmente.
Kyle llegó al borde y se metió. El agua le llegaba a las rodillas. Se agachó y empezó a salpicar, como si comprobara que estuviera a su gusto. Acto seguido, sonrió encantado y se puso a dar brazadas. _____ y Melissa lo observaron.
—¿Cuántos años tiene?
—Cumplirá cinco dentro de unos meses.
—¡Ah!, pues igual que Judd —comentó Melissa señalando hacia el otro extremo de la piscina—. Es aquel que se agarra al borde del trampolín.
_____ lo vio: tenía la misma altura que Kyle y llevaba el pelo cortado a cepillo. Los cuatro hijos de Melissa se lo estaban pasando en grande saltando, chapoteando y gritando.
—¿Son tuyos los cuatro? —preguntó _____, sorprendida.
—Por el momento. Si quieres llevarte uno a casa, no tienes más que decírmelo. Te dejaré escoger y todo.
_____ rió y notó que empezaba a sentirse a gusto.
—¿Te dan mucha guerra?
—Son chicos. Ya se sabe, les sale la energía por las orejas.
—¿Y cuántos años tienen?
—Diez, ocho, seis y cuatro.
—Mi mujer tenía un plan —intervino Mitch, que se estaba entreteniendo en arrancarle la etiqueta a su cerveza—. Cada dos años, el día de nuestro aniversario de boda, me permitía acostarme con ella, independientemente de si le apetecía o no.
Melissa entornó los ojos con expresión compasiva.
—No lo escuches. Sus habilidades como conversador no son para la gente civilizada.
Joseph regresó con las bebidas y abrió la cerveza de _____ antes de entregársela. Él ya había empezado la suya.
—A ver, ¿de qué va el tema?
—Hablamos de nuestra vida sexual —contestó Mitch muy serio, y Melissa le dio un codazo.
—Ve con cuidado, bocazas. ¿No ves que hoy tenemos invitados? No querrás causarles una mala impresión, ¿verdad?
Mitch se inclinó hacia _____.
—Oye, ¿no te estaré impresionando desfavorablemente?
Ella sonrió. Aquella pareja le caía cada vez mejor.
—No. En absoluto.
—¿Lo ves, cariño? Te lo había dicho —exclamó Mitch triunfalmente.
—Mitch, _____ te lo ha dicho porque la has puesto en un compromiso. Ahora déjala en paz, ¿quieres? Estábamos en una conversación perfectamente normal cuando metiste las narices.
—Bueno, yo...
Aquello fue todo lo que Mitch pudo decir antes de que su mujer lo hiciera callar.
—No sigas.
—Es que...
—¿Te apetece dormir en el sofá esta noche?
Las cejas de Mitch subieron y bajaron varias veces.
—¿Es una promesa?
Ella lo miró de la cabeza a los pies.
—Lo es ahora.
Todos se echaron a reír, y Mitch se acercó y recostó la cabeza sobre el hombro de su esposa.
—Lo siento mucho, cariño —dijo, poniendo cara de carnero degollado.
—No basta con eso —contestó ella fingiendo altivez.
—¿Y si te prometo lavar los platos...?
—Hoy cenamos con platos de cartón.
—Ya lo sé. Por eso me ofrezco.
—¿Y por qué no nos dejan en paz los dos y se van a limpiar la parrilla o algo parecido?
—Pero si acabo de llegar —se quejó Joseph—. ¿Por qué debo marcharme?
—Porque la parrilla está hecha un asco.
—¿En serio? —preguntó Mitch.
—Vamos. Largo de aquí —dijo Melissa dándole un papirotazo, como si espantara una mosca del plato—. Déjenos para que podamos tener una agradable conversación entre mujeres.
Mitch se volvió hacia su amigo.
—Hombre, no nos quieren.
—Sí. Creo que tienes razón.
Melissa murmuró en tono de conspiración:
—Estos dos tendrían que haberse dedicado a construir cohetes. No se les escapa una.
Mitch, bromeando, hizo ver que se quedaba boquiabierto.
—Hombre, creo que nos acaban de insultar.
—Sí. Creo que tienes razón —repitió Joseph.
—¿Ves a lo que me refiero? —le dijo Melissa a _____, como si acabara de demostrar lo cierto de su teoría—. En serio, constructores de cohetes.
—¡Vámonos! —exclamó Mitch haciéndose el ofendido—. No tenemos por qué aguantar esto. Nosotros somos mejores.
—Eso: sean mejores y limpien bien la parrilla.
Mitch y Joseph se levantaron de la mesa y se alejaron entre las carcajadas de las mujeres.
—¿Cuánto tiempo llevas casada?
—Doce años, pero me parece que hubieran sido veinte —contestó Melissa guiñándole un ojo.
De repente, _____ tuvo la sensación de que la conocía de toda la vida.
—¿Cómo se conocieron? —preguntó.
—En una fiesta, en la universidad. La primera vez que lo vi, Mitch estaba haciendo equilibrios con una botella de cerveza sobre la frente al tiempo que intentaba cruzar la habitación. Había apostado cincuenta pavos a que lo conseguiría.
—¿Y lo consiguió?
—No. Acabó empapado de la cabeza a los pies, pero era evidente que no se tomaba a sí mismo demasiado en serio. Después de la clase de tipos con los que yo había salido, él me pareció justo lo que andaba buscando. Empezamos a salir y al cabo de unos años nos casamos.
Le lanzó a su marido una mirada cargada de afecto.
—Es un buen hombre —dijo—. Creo que lo voy a conservar.
—¿Cómo fueron las cosas por Croatan?
El día en que Nick pidió voluntarios para luchar contra el fuego, sólo Joseph levantó la mano. En cambio, Mitch se limitó a negar con un gesto de la cabeza cuando su amigo le preguntó si lo acompañaría.
Lo que Joseph ignoraba era que Mitch estaba al tanto de lo ocurrido en los bosques; que Nick lo había llamado y le había contado en tono confidencial que Joseph había estado a punto de morir al verse rodeado de repente por las llamas y que, de no haber sido por un afortunado cambio en la dirección del viento que disipó el humo y le permitió ver una vía de escape, habría perecido calcinado allí mismo. Aquel último coqueteo de Joseph con la muerte no había sorprendido ni un ápice a Mitch.
Joseph bebió un sorbo de cerveza mientras su rostro se ensombrecía con el recuerdo.
—La verdad es que a ratos la cosa estuvo fea. Ya sabes cómo son los incendios. Por suerte, nadie salió herido.
«Eso, por suerte, otra vez», se dijo.
—¿Y nada más?
—Nada —respondió, evitando cualquier mención al peligro—. Pero ojalá hubieras venido. No íbamos sobrados de hombres, precisamente.
Mitch hizo un gesto negativo mientras recogía el rascador y empezaba a frotar la parrilla.
—No, gracias. Eso es para ustedes, los jóvenes. Me estoy volviendo viejo para esa clase de aventuras.
—Yo soy mayor que tú, Mitch.
—Eso es cierto si lo consideras en términos cronológicos; pero, comparado contigo, soy un viejo: tengo progenie.
—¿Progenie?
—Sí. Una palabra de esas que salen en los crucigramas. Quiere decir que tengo hijos.
—Ya sé lo que quiere decir.
—Entonces, también sabrás que ya no puedo levantarme, así sin más, y desaparecer. Ahora que los chicos están empezando a hacerse mayores, no es justo para Melissa que me largue y me meta en asuntos como ése. Mira, si se hubiera tratado de algún incidente en Edenton, habría sido diferente; pero ya no quiero ir arriesgando el pellejo por esos mundos de Dios. La vida es demasiado corta para eso.
Joseph cogió un trapo y se lo entregó a su amigo para que limpiara el rascador.
—Así que sigues pensando en dejarlo, ¿eh?
—Sí. Continuaré unos cuantos meses y ya está.
—¿No te arrepentirás?
—En absoluto. —Hizo una pausa antes de proseguir—. ¿Sabes?, tú también podrías estudiar la posibilidad de dejarlo —dijo como si le quitara importancia.
—Yo no tengo intención de abandonar, Mitch —repuso Joseph, descartando la idea de inmediato—. No soy como tú y no tengo miedo de lo que pueda suceder.
—Pues deberías.
—Así es como lo ves tú.
—Quizá —respondió Mitch con calma—. Pero es la verdad. Si de verdad te interesan _____ y Kyle, deberías empezar a ponerlos a ellos por delante, como hago yo con los míos. Lo que hacemos es peligroso, independientemente de las precauciones que tomemos, y ése es un riesgo que no debemos correr. En varias ocasiones, hemos tenido más suerte de la normal.
Hizo una pausa y dejó la herramienta a un lado. Luego miró a Joseph a los ojos.
—Tú sabes lo que significa crecer sin padre. ¿Te gustaría que fuera eso lo que le ocurriera a Kyle?
Joseph se envaró y exclamó:
—¡Maldita sea, Mitch...!
El otro levantó las manos para interrumpirlo.
—Déjame decirte algo antes de que empieces a ponerme verde. Desde aquella noche en el puente, y ahora en Croatan, sí, ya ves que estoy enterado, y no creas que me da buen rollo... Joseph, escúchame, un héroe muerto sigue estando muerto. —Tosió para aclararse la garganta—. Mira, no sé... es como si con los años te empeñaras en desafiar al destino cada vez más. Es como si persiguieras algo..., y a veces me da miedo.
—No tienes que preocuparte por mí.
Mitch lo miró fijamente y le puso una mano en el hombro.
—Siempre me preocupo por ti, Joseph. Eres como mi hermano.
—¿De qué crees que están hablando? —preguntó _____ mientras observaba a los dos hombres desde la mesa. Había visto que Joseph cambiaba de actitud y se ponía repentinamente en guardia. Melissa también se había fijado.
—¿Esos dos? Probablemente, del Cuerpo de bomberos. Mitch va a dejar el voluntariado a final de año. Supongo que le está diciendo a Joseph que haga lo mismo.
—Pero Joseph disfruta prestando ese servicio.
—Mira, no sé si disfruta; lo que sí sé es que lo hace porque se siente obligado.
—¿Cómo dices?
Melissa vio que _____ la contemplaba con perplejidad.
—Sí... Por su padre.
—¿Su padre?
—¿No te lo ha explicado? —preguntó Melissa cautelosamente.
—No. —De repente, _____ sintió miedo por lo que le iban a decir—. Sólo me contó que su padre había muerto cuando él era todavía un niño.
Melissa asintió. Los labios le formaban una prieta línea.
—¿Qué sucede? —preguntó _____, dominada por la ansiedad.
La otra suspiró mientras dudaba si proseguir o no.
—¡Por favor, dímelo!
—El padre de Joseph murió en un incendio —dijo Melissa finalmente.
Cuando escuchó aquellas palabras, _____ sintió que una mano helada le recorría la espalda.
Joseph se había llevado el rascador para limpiarlo con la manguera y cuando regresó vio que su amigo sacaba otras dos cervezas. Mitch abrió una mientras Joseph se acercaba sin decir palabra.
—Oye, _____ es francamente guapa.
Joseph dejó el rascador en la parrilla.
—Sí. Lo sé.
—Y tiene un hijo muy guapo. Parece un buen chico.
—Sí. Lo sé.
—Creo que se te parece.
—¿Qué?
—Tranquilo. Era sólo para comprobar si me estabas escuchando —dijo Mitch con una sonrisa—. Parecías un poco perdido. —Se acercó—. Escucha Joseph, lamento lo que te he dicho. No pretendía molestarte.
—No me has molestado —mintió.
Mitch le entregó la otra cerveza.
—Eso no hay quien se lo crea. De todos modos, alguien tiene que mantenerte por el camino recto.
—¿Y ese alguien has de ser tú?
—Naturalmente. Soy el único que puede hacerlo.
—De verdad, Mitch, no hace falta que seas tan modesto —respondió Joseph con ironía.
Mitch puso cara de sorpresa.
—¿De verdad crees que estoy bromeando? ¿Cuánto tiempo hace que te conozco, treinta años quizá? Yo diría que eso me da derecho a decirte lo que pienso de vez en cuando sin que deba preocuparme de si te parece bien o no. Lo que te dije lo dije muy en serio. No lo de que abandonaras el cuerpo, porque sé que no lo harás, pero sí lo de que debes ser más prudente en el futuro... ¿Ves? —Mitch se señaló la calva—. En su momento, todo esto estuvo cubierto de pelo y todavía lo estaría si no fueras un maldito temerario. Cada vez que te juegas el cuello noto que mis queridos pelos se suicidan en masa arrojándose al vacío y estrellándose sobre mis hombros. Si escuchas atentamente, incluso podrás oír sus gritos mientras caen. ¿Tienes idea de lo que significa quedarse calvo? ¿Tener que embadurnarte la coronilla siempre que sales al sol? ¿Que te salgan manchas donde antes te hacías la raya? Nada de todo eso te fortalece el ego, ¿sabes? Así que me lo debes.
Joseph rió a su pesar.
—Y yo que creía que era hereditario.
—No, chico. Es por ti.
—Estoy conmovido.
—Ya puedes. No tengo intención de quedarme calvo por culpa de cualquiera.
—De acuerdo —suspiró Joseph—. A partir de ahora intentaré tener más cuidado.
—Estupendo, porque dentro de poco yo no estaré ahí para echarte un cable.
—¿Cómo van esas brasas? —preguntó Melissa.
Mitch y Joseph estaban ante la barbacoa, y los niños ya habían empezado a comer: Mitch había asado las salchichas primero, y los cinco estaban sentados a la mesa. _____, que había llevado la comida de Kyle (macarrones con queso) en un recipiente aparte, se la había puesto en el plato. Después de haber estado bañándose durante horas, el chico estaba hambriento.
—Faltan diez minutos —dijo Mitch por encima del hombro.
—¡Yo también quiero macarrones con queso! —protestó el hijo pequeño de Melissa cuando vio que Kyle comía algo diferente de los demás.
—Cómete tus salchichas —respondió su madre.
—Pero, mamá...
—Cómete tus salchichas primero —repitió ella—. Si después aún tienes hambre, te prepararé unos pocos, ¿ok?
Melissa sabía que al pequeño no le quedaría apetito, pero su respuesta fue suficiente para que el niño dejara de protestar.
Cuando las dos mujeres lo tuvieron todo bajo control, se alejaron de la mesa y se sentaron al lado de la piscina.
Desde que se había enterado de lo del padre de Joseph, _____ no había dejado de atar cabos en su mente, y Melissa no tuvo dificultad en adivinarle los pensamientos.
—¿Piensas en Joseph? —preguntó.
_____ sonrió tímidamente, avergonzada por el hecho de que se le notara tanto.
—Sí.
—¿Cómo van las cosas entre ustedes?
—Habría dicho que francamente bien, pero ahora ya no estoy tan segura.
—¿Lo dices porque no te ha contado lo de su padre? Bueno, pues te confesaré un secreto: Joseph no habla de ese asunto con nadie, nunca; ni conmigo, ni con sus amigos; ni siquiera con Mitch.
_____ pensó en aquello sin saber qué contestar.
—Eso hace que me sienta mejor —dijo, y tras una pausa, añadió—: eso creo, al menos.
Melissa puso a un lado el vaso de té frío. Como _____, había dejado de beber cerveza después de la segunda botella.
—¿Verdad que cuando quiere puede ser encantador? Además, es muy guapo.
_____ se reclinó en su asiento.
—Sí. Lo es.
—¿Cómo se porta con Kyle?
—Kyle lo adora. Últimamente incluso diría que prefiere a Joseph antes que a mí. Cuando están juntos, no sé cuál de los dos parece más niño.
—A Joseph siempre se le han dado bien los niños. A los míos les pasa lo mismo: a veces lo llaman para que venga a jugar con ellos.
—¿Y él viene?
—A veces, aunque va a menos. Te lo has quedado todo para ti.
—Lo siento.
Melissa hizo un gesto quitándole importancia.
—No lo sientas. Me alegro por él y por ti. Empezaba a preguntarme si no iba a encontrar a nadie. Tú eres la primera chica que nos ha presentado en años.
—O sea, que ha habido otras...
Melissa sonrió con ironía.
—¿Tampoco te ha hablado de ellas?
—Para nada.
—¡Pues qué suerte que hayas venido a esta casa! —contestó Melissa en tono confidencial.
_____ rió.
—¿Qué quieres saber?
—¿Cómo eran?
—Muy diferentes de ti, de eso puedes estar segura.
—¿En serio?
—En serio. Tú eres mucho más atractiva y además tienes un hijo.
—¿Qué pasó con ellas?
—Mira, no te lo sabría decir. Joseph tampoco explica mucho. Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí el porqué.
—Caramba, no sabes cómo me anima saberlo.
—¡Oh! No quiero que pienses que eso es lo que va a suceder contigo. Tú le gustas más que las otras, mucho más diría yo. Lo veo por la forma en que te mira.
_____ rogó para que Melissa estuviera en lo cierto.
—A veces... —Hizo una pausa porque no sabía exactamente cómo expresarlo.
—A veces te asusta lo que pueda estar pensando. ¿Es eso?
_____ la contempló, sorprendida por la agudeza de la deducción. Melissa prosiguió.
—A pesar de que Mitch y yo llevamos mucho tiempo juntos, todavía no conozco todo lo que le hace vibrar. A este respecto, a veces se parece a Joseph. No obstante, al final las cosas han funcionado porque los dos lo hemos querido así. Mientras ustedes puedan mantener ese espíritu, serán capaces de enfrentarse a lo que sea.
De repente, una pelota de playa pasó volando y golpeó a Melissa en la frente. Se oyeron unas risas que procedían de la mesa de los niños.
La mujer puso cara de resignación, pero no les hizo el menor caso.
—Cómo te decía —prosiguió—, hasta es posible que consigan echar al mundo a cuatro fieras como las mías.
—No sé si me veo con ánimos.
—Claro que sí. Es fácil. Todo lo que tienes que hacer es levantarte temprano, coger el periódico y leerlo despacio mientras te tomas unos cuantos cócteles de tequila.
_____ soltó una risita.
—No. En serio, ¿nunca has pensado en tener más hijos?
—Pocas veces.
—¿A causa de Kyle? —preguntó Melissa, a quien _____ había explicado un rato antes los problemas de lenguaje de su hijo.
—No es sólo por eso, sino también porque no creo que sea algo que una pueda sobrellevar sola.
—Pero ¿y si estuvieras casada?
Al cabo de un instante, _____ sonrió.
—Entonces sería diferente. Quizá sí.
Melissa asintió.
—¿Crees que Joseph sería buen padre?
—Estoy convencida.
—Y yo —coincidió Melissa—. ¿Nunca lo han hablado?
—¿Casarnos? No. Ni siquiera lo ha mencionado.
—Hum. Veré si puedo enterarme de lo que piensa.
—No hace falta que te molestes —replicó _____ ruborizándose.
—Es que me interesa. Tengo tanta curiosidad como tú; pero no te preocupes: seré sutil, tanto que ni se dará cuenta de por dónde voy.
—A ver, Joseph, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?
A _____ estuvo a punto de caérsele el tenedor de la boca; y Joseph, que estaba a mitad de un trago, dio un respingo, se atragantó y consiguió que la bebida se le fuera por el sitio equivocado. Tosió ruidosamente y se tapó la boca con la servilleta; tenía los ojos llorosos.
—¿Cómo has dicho?
Los cuatro estaban dando cuenta de la cena: filetes, ensalada verde, patatas asadas con queso y pan de ajo. Habían comido y bebido entre bromas y risas y estaban a medio terminar cuando Melissa soltó el bombazo. _____ notó que se ponía colorada como un tomate mientras la anfitriona proseguía como si tal cosa.
—Me refiero a que... Mírala, es una muñeca y, además, inteligente. No se presentan muchas como ella todos los días.
Aunque el comentario había sido hecho en broma, Joseph se puso en guardia.
—Lo cierto es que no lo he pensado —respondió a la defensiva.
Melissa le apoyó la mano en el brazo para tranquilizarlo mientras reía de buena gana.
— Joseph, de verdad, no tienes que responderme: estaba bromeando. Sólo quería ver la cara que ponías. Has abierto unos ojos grandes como platos.
—Eso ha sido porque me estaba ahogando —protestó él.
—Lo siento —dijo Melissa con amabilidad—, pero no he podido resistir la tentación. Es tan fácil cazarte... Igual que a Bozo.
—¿Estás hablando de mí, cariño? —terció Mitch para aliviar la evidente turbación de su amigo.
—¿Quién más te llama Bozo?
—Excepto tú y mis otras tres esposas, nadie realmente.
—Hum... Está bien. De otro modo me sentiría celosa.
Melissa se inclinó y le dio un rápido beso a su marido en la mejilla.
—¿Se portan así siempre? —le susurró _____ a Joseph con la esperanza de que no se le ocurriera pensar que había sido ella la responsable de la pregunta de Melissa.
—Desde el día en que los conocí —contestó él, pero era evidente que tenía la cabeza en otra parte.
—¡Eh! Nada de cuchicheos a nuestras espaldas —protestó Melissa, que, acto seguido, se volvió hacia su invitada y encarriló la conversación por terrenos menos comprometedores—. _____, cuéntame algo de Atlanta. Nunca he estado allí.
_____ suspiró mientras Melissa la miraba a los ojos con una imperceptible y traviesa sonrisa. El guiño fue tan leve que ni Joseph ni Mitch se percataron.
A pesar de que la conversación entre las dos mujeres transcurrió con normalidad durante la hora siguiente, contando con las oportunas intervenciones de Mitch, _____ se percató de que Joseph casi no abrió la boca.
—¡Te atraparé! —gritó Mitch mientras perseguía a su hijo Judd, que lanzaba agudos chillidos en los que se mezclaban el miedo y la diversión.
—¡Ya casi has llegado a la base! —aulló Joseph.
Judd bajó la cabeza y cargó hacia delante mientras su padre, perdida la carrera, aminoraba. El chico alcanzó la base y se reunió con los demás.
Había pasado una hora desde la cena, el sol se había puesto, y Mitch y Joseph estaban jugando a pillar con los chicos, en la parte delantera de la casa.
Mitch, con los brazos en las caderas y entre resoplidos, contempló a los cinco chicos, que estaban a pocos metros de distancia los unos de los otros.
—¡No puedes alcanzarme, papá! —se burló Cameron poniendo los pulgares en los oídos y agitando las manos.
—¡A que no me coges! —añadió Will, sumándose a su hermano.
—¡Tienen que salir de la base! —exclamó Mitch inclinándose y apoyando las manos sobre las rodillas.
Cameron y Will aprovecharon el instante de debilidad y salieron corriendo en direcciones opuestas.
—¡Vamos, papá! —llamó Will alegremente.
—¡Muy bien! ¡Tú te lo has buscado! —soltó Mitch, haciendo un esfuerzo para estar a la altura del desafío. Corrió tras su hijo y pasó al lado de Kyle y Joseph, que estaban a salvo en su posición.
—¡Corre, papá, corre! —lo provocó Will, sabiendo que era lo bastante ágil para mantenerse fuera de su alcance.
Mitch persiguió a sus hijos, uno tras otro, durante los siguientes cinco minutos. Por su parte, Kyle, que había tardado un poco en comprender los rudimentos del juego, captó cómo funcionaba y no tardó en sumarse, mientras Mitch corría de un lado a otro por el jardín. Éste, tras unos cuantos intentos más, fue hacia Joseph.
—¡Necesito tiempo muerto! —jadeó mientras aspiraba grandes bocanadas de aire.
—Pues entonces tendrás que atraparme —contestó haciéndose a un lado y poniéndose fuera del alcance de su amigo.
Luego, lo dejó sufrir un rato más, hasta que Mitch ya no pudo con su alma. Entonces fue hasta el centro del corro y se dejó atrapar. Mitch se encorvó mientras intentaba recobrar el aliento.
—Corren más de lo que parece y cambian de dirección con la agilidad de un conejo —balbuceó.
—Ésa es la impresión que uno tiene cuando es viejo como tú —contestó Joseph —. Pero si estás en lo cierto, te alcanzare a ti.
—Estás loco si crees que voy a salir de la base. Pienso quedarme aquí a descansar un rato.
—¡Vamos! —le gritó Cameron a Joseph para que reanudara el juego—. ¡A que no me alcanzas!
Joseph se frotó las manos.
—¡Muy bien! ¡Allá voy! —anunció, y dio una gran zancada hacia ellos.
Los chicos huyeron despavoridos en todas direcciones entre risas y chillidos. No obstante, la aguda vocecita de Kyle destacó entre las demás e hizo que Joseph se detuviera repentinamente.
—«¡Amos, apa!» —gritaba—. «Amos, apa.»
«¡Papá!»
Joseph se quedó mirando al chico, y Mitch, que no se había percatado de la reacción de su amigo, exclamó:
—¡Caramba, Joseph! ¿Acaso te has olvidado de contarme algo?
Pero Joseph no contestó.
—Acaba de llamarte papá —añadió Mitch, como si Joseph no se hubiera dado cuenta.
Sin embargo, éste apenas oyó el comentario. Estaba perdido en sus pensamientos y una sola palabra ocupaba su mente.
«Papá.»
Aunque sabía que Kyle se limitaba a imitar a los otros niños, como si llamarlo así formara parte del juego, no pudo evitar recordar la broma de Melissa: «A ver, Joseph, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?»
—Aquí la Tierra llamando a Joseph. ¿Me recibes, gran papá? —remedó Mitch, que apenas podía contener la risa.
Por fin, Joseph dio media vuelta y le clavó la mirada.
—Mitch, cállate.
—Claro que sí..., papá.
Joseph dio un paso hacia los chicos.
—Escuchen, muchachos: yo no soy el padre de Kyle —declaró como si se lo estuviera diciendo a sí mismo.
—Todavía no —murmuró Mitch, para el cuello de su camisa.
Pero Joseph lo oyó con la misma claridad con la que había escuchado las palabras de Kyle.
—Qué, niños, ¿se han divertido? —preguntó Melissa a los chicos cuando éstos regresaron, empujando la puerta principal, tan agotados como para dejar el juego por esa noche.
—Le dimos una paliza. Papá se está volviendo un carcamal —explicó Cameron.
—Eso no es verdad —protestó Mitch a la defensiva mientras los acompañaba—. Te permití que llegaras a tu base.
—Sí, papá.
—Les he dejado unos vasos con zumo de fruta en el salón. Por favor, no lo tiren todo —dijo Melissa mientras trotaban ante ella.
Mitch se acercó para darle un beso, pero ella se retiró haciendo una mueca.
—Ni lo pienses hasta que te hayas duchado. ¡Marrano!
—¿Éste es mi premio por entretener a los chicos?
—No, eso es lo que hay que decirte cuando apestas.
Él soltó una carcajada y salió al patio de atrás a buscar una cerveza en la nevera.
Joseph entró el último, precedido de Kyle. El chico fue a reunirse con los demás en el salón.
—¿Qué tal lo ha hecho? —preguntó _____.
—Bien —repuso Joseph llanamente—. Creo que se ha divertido.
_____ lo observó con atención: era evidente que algo lo preocupaba.
—¿Estás bien?
Joseph desvió la mirada.
—Sí —contestó—. Estoy bien.
Y sin añadir palabra, salió fuera y se reunió con Mitch.
Cuando empezó a caer la noche, _____ se ofreció para ayudar a Melissa a recoger los restos de la cena. Los pequeños estaban viendo una película, despatarrados en la sala, mientras Joseph y Mitch ponían en orden la barbacoa.
_____ estaba remojando un poco la cubertería antes de meterla en el lavaplatos. Desde donde estaba podía ver a los dos hombres, fuera. Los contempló un rato y sus manos se inmovilizaron bajo el chorro de agua.
—Un penique por tus pensamientos —le dijo Melissa, sobresaltándola.
_____ hizo un gesto de duda con la cabeza mientras seguía fregando.
—No estoy segura de que baste con uno.
Melissa cogió unas cuantas tazas vacías y las depositó en el fregadero.
—Escucha, lo siento si te he puesto en evidencia durante la cena.
—No. No es eso. Al fin y al cabo hiciste una broma cuando todos estábamos pasándolo bien.
—Pero, a pesar de todo, estás preocupada.
—No lo sé... —Miró a Melissa—. Sí, puede que un poco. Joseph ha estado tan callado el resto de la noche...
—Yo no le daría demasiada importancia —repuso Melissa mientras observaba cómo Joseph guardaba las sillas en el patio de atrás—. Sé que se preocupa por ti de verdad. Siempre que te mira es como si se iluminara por dentro, incluso después de que le gastara esa broma pesada.
—Lo sé —replicó _____ asintiendo con la cabeza. No obstante, se preguntó por qué razón aquella respuesta no le parecía suficiente. Cerró el recipiente hermético con la tapa.
—¿Mitch no te ha dicho nada acerca de algo que haya podido pasar mientras jugaban en el jardín con los niños?
Melissa la miró, extrañada.
—No. ¿Por qué?
_____ metió el resto de ensalada en la nevera.
—Por nada. Simple curiosidad.
«Papá.»
«A ver, Joseph, ¿vas a casarte con esta preciosidad o no?»
Mientras jugueteaba con la cerveza, aquellas palabras no dejaban de resonar en su cerebro.
—¡Eh! ¿A qué viene ese aspecto tan mustio? —preguntó Mitch al tiempo que llenaba una gran bolsa de basura con los restos de la mesa.
Joseph se encogió de hombros.
—Estoy preocupado. Eso es todo.
—¿Preocupado? ¿Por qué?
—¡Bah! Cosas del trabajo. Estaba pensando en todo lo que tengo que hacer mañana —contestó Joseph, diciendo una verdad a medias—. Desde que paso tanto tiempo con _____ tengo el negocio un poco abandonado. Debo volver a meterme en él.
—¿No has estado yendo todos los días?
—Sí. Pero no siempre me he quedado la jornada completa. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Empiezas a descuidar los asuntos y en un abrir y cerrar de ojos los problemas se amontonan.
—¿Puedo ayudarte en algo? ¿Quieres que revise los pedidos y esas cosas?
Joseph hacía todos sus encargos de material a la tienda del padre de Mitch.
—No. En serio. Pero es mejor que me apresure a resolver el papeleo. Si hay algo que he aprendido es que cuando las cosas se tuercen, se tuercen muy deprisa.
Mitch vaciló mientras echaba un vaso de cartón a la basura. Tenía una desagradable sensación de déjà vu.
La última vez que le había oído aquella frase en boca de Joseph había sido cuando éste salía con Lori.
Media hora más tarde, Joseph y _____ regresaban a casa con Kyle sentado entre ellos, una escena que habían repetido multitud de ocasiones. Sin embargo, en aquel momento y por primera vez, en la camioneta se respiraba un ambiente de tensión que ninguno de los dos acertaba a explicar fácilmente. Pero era tan palpable como el silencio en el que Kyle se había quedado dormido.
Para _____ era una sensación extraña. No dejaba de pensar en todo lo que Melissa le había dicho y las palabras danzaban en su cabeza como un yoyó. No le apetecía hablar, y según parecía, a Joseph tampoco. Él se había mantenido distante, y su actitud no hacía más que reafirmar los sentimientos de _____. Lo que se suponía que debía haber sido una agradable cena con unos amigos se había convertido en otra cosa mucho más importante. _____ estaba segura de ello.
De acuerdo, había faltado poco para que Joseph se ahogara con el comentario de Melissa acerca de sus intenciones respecto al matrimonio, pero semejante pregunta habría desencajado al más pintado, especialmente si se la planteaban con la «delicadeza» de Melissa, ¿o no? Intentó convencerse con aquel punto de vista, pero cuanto más lo pensaba, más dudas tenía. Tres meses no es mucho tiempo cuando se es joven, pero ellos ya no eran niños: _____ se acercaba a los treinta, y Joseph era seis años mayor. Los dos habían tenido la oportunidad de madurar, de darse cuenta del punto en que se hallaban sus vidas y pensar lo que querían hacer con ellas. Si las intenciones de Joseph con respecto al futuro de ellos dos como pareja no eran tan serias como aparentaban, entonces, ¿a qué obedecía todo el cortejo de aquellos meses?
«Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí por qué», recordó.
Aquello también la preocupaba. Si Melissa nunca había comprendido lo que había sucedido con las anteriores relaciones de Joseph, probablemente Mitch tampoco. ¿Quería decir eso que Joseph también lo ignoraba?
Y si así era, ¿significaba que a ella le aguardaba el mismo final?
_____ sintió que se le formaba un nudo en el estómago y miró a Joseph de reojo. Él se dio cuenta y se volvió, en apariencia ajeno a las preocupaciones de ella. Al otro lado de la ventanilla, los árboles de los márgenes pasaban tan deprisa que parecían una masa borrosa.
—¿Te has divertido esta noche?
—Sí —respondió en voz baja—. Me gustan tus amigos.
—¿Qué tal con Melissa?
—Nos hemos entendido bien.
—Probablemente te habrás dado cuenta de que tiene la costumbre de decir lo primero que le pasa por la cabeza sin que le importe lo absurdo que pueda resultar. A veces es mejor no hacerle mucho caso.
Aquel comentario no contribuyó a tranquilizarla. Kyle se movió inquieto en su regazo, y _____ se preguntó por qué las cosas que Joseph se había callado parecían cobrar, de repente, más importancia que las que sí le había dicho.
«¿Quién eres, Joseph Jonas? —se preguntó—. ¿Realmente te conozco? Y, lo más importante, ¿qué hacemos ahora?»
Sabía que él no despejaría ninguno de aquellos interrogantes, así que respiró hondo y se esforzó por que su voz sonara tranquila.
— Joseph..., ¿por qué no me has contado lo de tu padre?
Los ojos de él reaccionaron con sorpresa.
—¿Mi padre?
—Sí. Melissa me ha explicado que murió en un incendio —aclaró ella mientras veía cómo las manos de Joseph aferraban con más fuerza el volante.
—¿Cómo salió el tema? —preguntó él en otro tono.
—No lo sé. Simplemente salió.
—¿Fue idea tuya o de ella?
—¿Y eso qué importa? La verdad es que no lo recuerdo.
Joseph no contestó. Tenía los ojos fijos en la carretera. _____ aguardó hasta que se dio cuenta de que él no tenía intención de responder.
—¿Te hiciste bombero por tu padre?
Negó vigorosamente y soltó un suspiro.
—Mira, prefiero no hablar de este asunto.
—Quizá yo pueda ayudarte...
—No puedes —replicó él, interrumpiéndola—. Además, no es cosa tuya.
—¿Que no es cosa mía? —estalló _____, que no acababa de creerlo—. Pero ¿de qué estás hablando? Tú me interesas, Joseph, y me preocupo por ti. Me duele pensar que no confías en mí lo bastante para explicarme lo que te preocupa.
—No hay nada que me preocupe —repuso—. Es sólo que no me gusta hablar de mi padre.
_____ se dio cuenta de que podría presionarlo, pero que eso no la conduciría a ninguna parte.
El silencio volvió a apoderarse de la cabina. Sin embargo, en aquella ocasión, estaba teñido de temor. Así se mantuvo hasta que llegaron a casa.
Joseph depositó a Kyle en la cama y fue al salón a esperar a que _____ acabara de ponerle el pijama. Cuando ella salió del cuarto del niño, se dio cuenta de que Joseph no se había acomodado y que permanecía de pie, cerca de la puerta, como si la aguardara para despedirse.
—¿No te vas a quedar? —preguntó ella, sorprendida.
Él negó con la cabeza.
—No puedo. Mañana tengo un día muy ocupado.
Aunque lo dijo sin el más leve rastro de acritud, sus palabras no hicieron que ella se sintiera mejor. Joseph agitó el llavero, y _____ atravesó la sala y se le acercó.
—¿Estás seguro?
—Sí. Lo estoy.
Ella le cogió la mano.
—¿Hay algo que te angustia?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Nada.
_____ aguardó por si él añadía algo más, pero Joseph no dijo palabra.
—De acuerdo. ¿Nos veremos mañana?
Él se aclaró la garganta antes de contestar.
—Lo intentaré, pero tengo un día muy apretado. No sé si tendré tiempo de acercarme.
_____ lo contempló, intrigada.
—¿Ni siquiera para almorzar?
—Veré lo que puedo hacer, aunque no te lo prometo.
Sus miradas se encontraron, pero Joseph apartó los ojos enseguida.
—¿Podrás venir para acompañarme al trabajo mañana por la noche?
Durante un breve instante, _____ tuvo la impresión de que no le había gustado que le hiciera aquella pregunta.
¿Había sido cosa de su imaginación?
—Sí, claro. Te acompañaré —respondió él finalmente. Luego le dio un leve beso y se encaminó hacia su camioneta sin volver la vista atrás.
Chicas ahora nos les puedo subir el maraton, pero aquí les dejo un capítulo largo (:
Nat♥!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
ola soy nueva lectora y me fasina tu nove
estare esperando ese maraton ojala sea
pronto SIGUELA
estare esperando ese maraton ojala sea
pronto SIGUELA
DanyelitaJonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
pero qe le pasa a joe porqe se porta asi y kyle tan lindo
qe lo llamo papa jajaja gracias por subir el cap
siguela
qe lo llamo papa jajaja gracias por subir el cap
siguela
Nani Jonas
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