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"El Rescate" (Joe&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
porque se esta anemorando!!!!!!!!!!!!!!
jajaja sera??
eso espero
sigue natu
jajaja sera??
eso espero
sigue natu
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 15
Afortunadamente, el domingo resultó más fresco que el día anterior. Una capa de nubes calinosas cubrió el cielo e impidió que el sol descargara toda su furia. La brisa del atardecer empezaba a soplar justo cuando Joseph apareció en el camino, al volante de su camioneta que se bamboleaba sobre los baches y salpicaba fragmentos de grava. Eran las seis de la tarde. _____, vestida con unos vaqueros descoloridos y una camisa de manga corta, salió al porche justo en el momento en que él se apeaba del vehículo.
Abrigaba la esperanza de que no se le notaran los nervios que la atenazaban. Aquélla era su primera cita en mucho tiempo, tanto que le parecía que había pasado una eternidad desde la última. Sin embargo, dado que Kyle iba a ir con ellos, _____ se resistía a considerarlo con propiedad una cita. A pesar de todo, se sentía como si lo fuera. Había tardado más de media hora en encontrar algo adecuado para ponerse y aun así no estaba segura de haber acertado. Cuando vio que Joseph también llevaba vaqueros suspiró aliviada.
—¡Hola! —saludó él—. Espero no llegar tarde.
—No, ni mucho menos —respondió—. Llegas justo a la hora.
Joseph se pasó la mano por la mejilla.
—¿Dónde está Kyle?
—Está dentro todavía. Espera, que iré a buscarlo.
_____ tardó apenas un minuto en regresar, lista para marcharse. Mientras ella cerraba la puerta de entrada, Kyle salió corriendo por el jardín.
—«¡Oha, Joe!» —exclamó.
Él mantuvo la puerta del coche abierta y lo ayudó a que se encaramara, tal como había hecho el día anterior.
—¡Eh, Kyle, ¿qué es lo que más te apetece de la feria?
—«¡E amión ontuo!» —contestó alegremente. Luego trepó al asiento, se sentó tras el volante e intentó girarlo a un lado y otro sin conseguirlo.
_____ escuchó cómo su hijo imitaba los sonidos de un motor.
—Se ha pasado todo el día hablando de tu camioneta —explicó a Joseph—. Esta mañana ha encontrado una miniatura que se le parece y aún no la ha soltado.
—¿Y su avión?
—El avión fue ayer. Hoy toca camioneta.
Joseph hizo un gesto hacia la cabina.
—¿Te parece bien si lo dejo que conduzca otra vez?
—No creo que tenga intención de permitirte lo contrario.
Cuando la ayudó a subir al asiento, ella percibió un leve aroma a colonia. No se trataba de un perfume sofisticado, seguramente era algo comprado en el supermercado local, pero se sintió conmovida por el detalle.
Kyle se hizo a un lado para dejar sitio a Joseph y saltó sobre su regazo tan pronto como éste se hubo instalado tras el volante. _____ hizo un gesto de resignación, como si dijera: «Ya te lo advertí.»
Joseph sonrió y puso el coche en marcha.
—Muy bien, hombrecito. ¡Nos vamos!
Conduciendo muy despacio, repitieron las eses del día anterior, dando saltos por el césped mientras pasaban entre los árboles, antes de salir a la carretera. Entonces, Kyle regresó a su sitio, satisfecho, y Joseph tomó el volante y enfiló hacia la ciudad.
Apenas tardaron unos minutos en recorrer el camino hasta la feria, pero Joseph los pasó explicándole a Kyle el significado de los diferentes aparatos que había en la cabina —el radiotransmisor, la radio, los interruptores del salpicadero— y, aunque se dio cuenta de que el chico no le entendía, no por ello desistió.
No obstante, a _____ le pareció que él le hablaba más despacio que antes y que utilizaba palabras menos complicadas. No sabía si era debido a la conversación que habían tenido o si Joseph estaba simplemente adaptándose al ritmo del niño. En cualquier caso, se sintió agradecida por el detalle.
Se acercaron al centro y se metieron en una de las calles laterales para aparcar. A pesar de que era la última noche del festival, no había demasiadas aglomeraciones y hallaron un espacio cerca de la vía principal.
Mientras caminaban hacia las atracciones, _____ reparó en que los tenderetes de los vendedores ambulantes estaban casi vacíos y que sus propietarios parecían cansados y ansiosos por desmontarlos y marcharse, cosa que alguno de ellos ya estaba haciendo.
A pesar de todo, la feria seguía funcionando a toda marcha, ya que muchos niños y sus padres habían ido con la intención de aprovechar hasta el último minuto. Al día siguiente, los feriantes harían las maletas y partirían hacia otra ciudad.
—Bueno, Kyle, ¿qué es lo que más te apetece? —le preguntó su madre.
El niño señaló inmediatamente el columpio mecánico, una atracción en la que cada niño ocupaba un asiento adosado a un aro que giraba sobre una plataforma que a su vez se movía hacia adelante y hacia atrás. Los chicos chillaban de miedo y de placer, y Kyle los contemplaba, hipnotizado.
—«E un lumpio.»
—¿Quieres subir ahí? —quiso saber _____.
—«Lumpio» —contestó, asintiendo vigorosamente.
—Di: «Quiero subir al columpio.»
—«Ero subí a lumpio» —murmuró.
—Perfecto.
_____ divisó la taquilla y se metió la mano en el bolsillo en busca de los billetes de las propinas de la noche anterior. Sin embargo, Joseph la vio y levantó una mano para detenerla.
—Es cosa mía. Fui yo quien dijo que viniéramos, ¿te acuerdas?
—Pero Kyle...
—También lo invité a él.
Después de que Joseph comprara los billetes, aguardaron su turno en la cola. La atracción se detuvo y la gente bajó. Joseph le entregó los billetes a un hombre que parecía recién salido de un tugurio —tenía las manos negras de grasa, los antebrazos cubiertos de tatuajes, y le faltaba uno de los dientes de delante— y que los rasgó en dos antes de tirarlos dentro de una caja cerrada con llave.
—¿Es segura la atracción? —preguntó _____.
—Pasó la inspección ayer —respondió el fulano, mecánicamente.
Sin duda era la respuesta que daba a todos los padres, pero no sirvió para que ella se sintiera más tranquila. Algunas partes del columpio mecánico parecían haber sido ensambladas con grapas.
Inquieta, _____ acompañó a Kyle hasta su lugar, lo ayudó a sentarse y le ajustó la barra de seguridad mientras Joseph esperaba al otro lado de la puerta de acceso.
—«E u lumpio» —repitió Kyle cuanto estuvo listo.
—Sí, lo es —contestó su madre, poniéndole las manos sobre la barra—. Ahora sujétate fuerte y no te sueltes.
Kyle respondió con una carcajada de placer.
—En serio. Cógete muy fuerte —insistió ella, muy seria.
Kyle apretó la barra con las manos.
_____ salió de la atracción y se reunió con Joseph mientras rogaba para que Kyle le hiciera caso. El aparato se puso en marcha enseguida y fue cogiendo velocidad. A la segunda vuelta, los columpios tomaron impulso y empezaron a oscilar, llevados por la inercia.
_____ no le quitaba los ojos de encima a Kyle. Era imposible no oír que se reía como un loco entre balanceo y balanceo. Cuando volvió a pasar, ella se dio cuenta de que sujetaba firmemente el arco de seguridad y dejó escapar un suspiro de alivio.
—Pareces sorprendida —dijo Joseph, inclinándose para hacerse oír por encima del estruendo.
—Es que lo estoy —contestó—. Es la primera vez que Kyle sube en una atracción.
—¿No lo has llevado nunca a una feria?
—No. Nunca había pensado que estuviera preparado.
—¿Porque le cuesta hablar?
—En parte —repuso mirándolo—. Hay muchas cosas de Kyle que ni yo misma entiendo.
_____ dudó cuando vio la expresión de la mirada de él. Entonces, de repente, deseó más que ninguna otra cosa que Joseph entendiera a Kyle; deseó que comprendiera cómo habían sido aquellos cuatro años y medio de su vida, y, sobre todo, deseó que la comprendiera a ella.
—Me refiero a que... —empezó a decir en voz baja—. Imagínate un mundo donde nada puede ser explicado y donde todo se ha de aprender por experiencia directa. Así es el mundo de Kyle en estos momentos. La gente suele pensar en el lenguaje como una simple herramienta para conversar, pero para los niños es mucho más que eso. Ellos aprenden el mundo mediante las palabras, aprenden que los fogones de la cocina están calientes y queman sin necesidad de tocarlos; aprenden, sin que un coche tenga que atropellados, que cruzar la calle es peligroso. Dime, ¿cómo se le enseña todo eso a un niño que no tiene la facultad para entender lo que se le dice? Si Kyle no puede captar el concepto de peligro, ¿cómo voy a mantenerlo a salvo? Escucha, la noche en que se perdió en las marismas, el día del accidente, tú mismo dijiste que cuando lo encontraste no parecía estar asustado.
_____ miró a Joseph con semblante profundamente serio y prosiguió.
—Tiene sentido, ¿sabes?, al menos para mí. Yo nunca me he metido con él en un pantano, nunca le he enseñado lo que es una serpiente o lo que le puede ocurrir si se encuentra atrapado y no puede salir. Es por eso, porque nunca lo ha conocido, que no sabe de qué ha de tener miedo. Ya sé que si llevo el argumento un poco más lejos y tengo en cuenta todos los peligros posibles, y el hecho de que debo enseñárselos literalmente en lugar de simplemente explicárselos, tendré que aceptar que es un trabajo imposible. A veces siento que nado a contracorriente. No podría contarte la cantidad de ocasiones que Kyle ha bordeado el peligro: que si trepa muy alto y quiere saltar; que si pasea con la bicicleta demasiado cerca de la carretera; que si se extravía, que si un perro... Todos los días pasa algo nuevo.
_____ cerró los ojos un instante, como si reviviera aquellas experiencias una a una.
—Pero, lo creas o no, eso es apenas una parte de mis preocupaciones —prosiguió—. La mayor parte del tiempo sólo me angustio por cosas normales: por si podrá hablar con fluidez algún día, si podrá ir a un colegio como los demás, si hará amigos, si la gente lo aceptará o si deberé trabajar con él el resto de mis días... Ésos son los asuntos que me quitan el sueño por la noche.
Hizo una pausa. Luego, las palabras le brotaron más lentamente, y en cada sílaba había un resto de amargura.
—Pero no me gustaría que pensaras que me arrepiento de haber tenido a Kyle, porque no es así. Lo quiero con todo mi corazón y siempre lo querré. Es que...
_____ contempló la atracción con la mirada vidriosa.
—Es sólo que no esperaba que educar a mi hijo se convirtiera en lo que se ha convertido.
—Lo siento... No me había dado cuenta —murmuró Joseph.
Ella no respondió. Parecía perdida en sus reflexiones. Finalmente, suspiró y lo miró a los ojos.
—Lo lamento. No debería haberte dicho todo esto.
—No. Me alegro de que lo hayas hecho.
Como si intuyera que había ido un poco demasiado lejos, le ofreció una arrepentida sonrisa.
—Seguramente, te habrá parecido un discurso muy poco optimista, ¿verdad?
—No tanto —mintió él.
A la luz del crepúsculo, _____ tenía un aspecto radiante. Ella extendió la mano y le tocó el brazo. Su tacto era cálido y suave.
—Se nota que no se te da bien mentir. ¿Sabes?, será mejor que sigas diciendo la verdad. Sé que te he pintado un cuadro muy poco alegre, pero ése es el lado oscuro de mi vida. No te he hablado del bueno.
Joseph alzó las cejas en un gesto de sorpresa.
—Pero ¿cómo? ¿Hay un lado bueno? —preguntó, provocándole una avergonzada sonrisa.
—La próxima vez que se me ocurra abrirte mi corazón, recuérdame que debo parar, ¿ok?
A pesar de que _____ había hecho el comentario a la ligera, en su voz había un punto de ansiedad. Joseph tuvo la sospecha de que él era la primera persona con la que ella se había confesado y supo que no era el momento de hacer bromas.
La atracción se detuvo bruscamente, y el columpio dio unas cuantas vueltas antes de detenerse. Kyle gritaba de gusto en su asiento y tenía una expresión de deleite mientras seguía balanceando las piernas.
—«¡Oluuumpio!»
—¿Quieres subir otra vez? —preguntó su madre.
—«¡Í!» —asintió con vehemencia.
No había demasiada gente esperando en la cola, así que el hombre de las entradas hizo un gesto indicando que Kyle se quedara dónde estaba. Joseph le entregó el billete y regresó junto a _____.
Cuando la máquina se puso en marcha de nuevo, vio que ella miraba atentamente a su hijo.
—Me parece que le gusta —comentó _____, orgullosamente.
—Creo que tienes razón.
Joseph apoyó los codos sobre la barandilla, lamentando todavía la broma anterior.
—Vamos. Háblame del lado bueno —dijo despacio.
El columpio dio dos vueltas completas y _____ saludó con la mano a Kyle cada vez que pasó ante ellos. Luego respondió a Joseph.
—¿De verdad te interesa?
—Sí. Me interesa.
_____ vaciló. ¿Qué estaba haciendo? ¿Confiando los secretos de su hijo a un desconocido? ¿Hablando en voz alta de cosas de las que nunca había hablado? Se sentía como un peñasco en precario equilibrio al borde de un precipicio. Sin embargo, de alguna manera, quería acabar lo que había empezado.
Se aclaró la garganta.
—Está bien. Lo bueno... —Miró brevemente a Joseph y se lanzó—. Lo bueno es que Kyle está mejorando. A veces no lo parece y a veces soy yo la que no me doy cuenta, pero es cierto: mejora lentamente, pero mejora. El año pasado apenas tenía un vocabulario de unas veinte palabras. Ahora, pasa del centenar e incluso encadena oraciones de cuatro palabras o más. La mayor parte de las ocasiones consigue hacerse entender. Me dice cuándo tiene hambre, cuándo está cansado, lo que le apetece comer. Todo esto es nuevo para él. Lo ha venido haciendo desde los últimos meses.
Inspiró profundamente para no dejarse arrastrar por las emociones.
—Compréndelo... Kyle se esfuerza tanto todos los días... Mientras los otros niños están jugando fuera, él tiene que sentarse en su silla y mirar los libros llenos de dibujos e intentar averiguar qué palabra corresponde con las imágenes. Tarda horas en aprender cosas que otros captan en cuestión de minutos.
Ella se detuvo y lo contempló con actitud casi desafiante.
—Pero ¿sabes?, sigue intentándolo, esforzándose, día tras día, palabra a palabra, concepto a concepto. Y no se queja, no llora, simplemente insiste. Si supieras lo mucho que debe aplicarse para comprender ciertas cosas, lo mucho que se esfuerza en complacer a la gente, lo mucho que desea caer bien a los demás... Y todo, para que los demás no le hagan ni caso...
Sentía un nudo que le atenazaba la garganta y respiró pesadamente, en un intento de mantener la compostura.
—No te imaginas lo lejos que ha llegado. Hace muy poco que lo conoces, pero si supieras dónde empezó y todos los obstáculos que ha conseguido superar, estarías tan orgulloso de él...
A pesar de sus esfuerzos, los ojos se le inundaron de lágrimas.
—Y sabrías lo que yo sé: que Kyle tiene mejor corazón y más coraje que cualquier otro niño que yo haya conocido. Sabrías que es el chico más maravilloso que una madre pudiera desear. Sabrías que, a pesar de todo, Kyle es lo más estupendo que me ha sucedido en esta vida. ¡Él es el lado bueno de mi vida!
Tras tantos años guardando aquellas palabras, tras tantos años deseando poder decírselas a alguien, todos sus sentimientos, los buenos y los malos, fue un alivio indescriptible poder sacarlo fuera. Se sintió profundamente satisfecha de haberlo hecho y deseó de todo corazón que Joseph pudiera, de alguna manera, entenderlo.
Incapaz de decir nada, él se vio obligado a hacer un esfuerzo para tragar la pelota que se le había formado en la garganta. Haber escuchado a _____ hablar de su hijo de aquel modo, con aquel miedo y con aquel amor, hizo de su gesto algo natural.
Sin decir palabra, le cogió la mano y la tomó entre las suyas. Fue una sensación extraña, como un placer olvidado.
Ella no la retiró y con su mano libre se limpió las lágrimas del rostro. Parecía agotada, pero seguía desafiante y hermosa.
—Eso ha sido lo más bonito que he oído en mi vida —dijo él.
Cuando Kyle gritó que quería un tercer viaje en el columpio, Joseph tuvo que soltar a _____ para entregarle otro billete al tipo de la entrada. Al regresar junto a ella, la intensidad del momento se había desvanecido: estaba apoyada con los codos en la barandilla, y él prefirió dejarlo correr. No obstante, de pie a su lado, todavía podía percibir en su mano el duradero contacto de la de ella.
Pasaron otra hora en la feria. Montaron los tres en la noria, apretujados en el mismo asiento, mientras Joseph les mostraba algunos de los lugares que se podían divisar desde aquella altura; y luego, en el pulpo, una cosa que se retorcía, subía y bajaba vertiginosamente y de la que Kyle no se quiso apear.
Luego se acercaron a la zona donde estaban los juegos de azar:
«Pinche tres globos con tres dardos y gane un premio.» «Acierte en los cestos y llévese otra cosa.»
Los buhoneros de los puestos llamaban a la gente para que probara, pero Joseph pasó de largo y se dirigió a la zona de tiro. Gastó los primeros balines en averiguar en qué condiciones se hallaba la mira de la escopeta y a continuación empezó a acertar en las dianas. Hizo dieciséis tantos seguidos y cambió los puntos por más balines para tener opción a los mejores premios. Al final, consiguió ganar un oso panda de peluche que era casi tan grande como Kyle. El vendedor se lo entregó a regañadientes.
_____ disfrutó con cada segundo. Era tan gratificante ver a Kyle intentando cosas nuevas y pasándolo en grande... Además, una tarde en la feria suponía para ella un cambio bienvenido con respecto al mundo en el que vivía cotidianamente; tanto, que a ratos se había sentido como si no fuera ella misma, como si no se reconociera.
A medida que el crepúsculo avanzaba, las bombillas de colores se fueron encendiendo y, mientras el cielo se iba poniendo más y más oscuro, un cierto frenesí pareció apoderarse de la gente, como si todos supieran que aquella alegría estaba a punto de acabar.
Todo parecía encajar exactamente en el sitio, tal como debía ser, tal como _____ apenas se había atrevido a desear que fuera.
O incluso mejor, si es que eso era posible.
Cuando volvieron a casa, _____ le sirvió un vaso de leche a Kyle y lo acompañó al dormitorio, donde dejó el enorme panda apoyado contra un rincón para que él pudiera verlo. Luego, lo ayudó a ponerse el pijama; por último, lo acompañó en sus oraciones y le dio su leche.
A Kyle se le cerraban los párpados.
Apenas había acabado de leerle un cuento, ya dormía profundamente. _____ se deslizó fuera del cuarto y dejó la puerta entreabierta.
Joseph la estaba esperando en la cocina, repantigado en una de las sillas, ante la mesa.
—Ha caído como un tronco —dijo ella.
—¡Qué rápido!
—Ha sido un gran día para él. Nunca se va a la cama tan tarde.
La cocina estaba iluminada por una solitaria bombilla —la otra se había fundido la semana anterior—, y _____ deseó haberla cambiado, porque le pareció que la pequeña habitación resultaba de repente demasiado oscura, demasiado íntima. No quería agobios, así que hizo la pregunta de rigor:
—¿Te apetece tomar algo?
—Me tomaré una cerveza si tú me acompañas.
—Me parece que mi nevera no da para tanto.
—¿Qué tienes?
—Té frío.
—¿Algo más?
—Agua —contestó haciendo un gesto de resignación.
Joseph no pudo evitar una sonrisa.
—El té me va bien.
_____ sirvió dos vasos y le entregó uno. Le habría gustado tener algo más fuerte, algo que pudiera aplacar su nerviosismo.
—Aquí dentro hace calor. ¿Qué tal si nos sentamos en el porche? —propuso.
—Claro.
Salieron al exterior y se acomodaron en las mecedoras. _____ escogió la más próxima a la puerta, por si Kyle se despertaba.
—Aquí se está bien —comentó Joseph, poniéndose cómodo.
—¿A qué te refieres?
—A esto de estar aquí fuera. Me siento como en un episodio de Los Walton.
_____ rió y notó que parte de su turbación se desvanecía.
—¿No te gusta sentarte en el porche?
—Claro que sí, pero es que no lo hago a menudo. Es una de esas cosas para las que parece que nunca me queda tiempo.
—¿Y eso lo dice el clásico tipo sureño? —preguntó _____ usando las mismas palabras con las que él se había descrito la noche anterior—. Siempre he pensado que a un tipo como tú le gustaría sentarse en su porche, con un banjo, tocando canción tras canción mientras su perro dormita a sus pies.
—¿Con mis cuates, una jarra de alcohol casero y una escupidera tirada por ahí? —preguntó Joseph, fingiendo un fuerte acento sureño.
—Naturalmente —sonrió ella, con malicia.
Él hizo un gesto con la cabeza.
—Si no supiera que eres del sur, diría que me estás insultando.
—Pero como soy de Atlanta...
—Por esta vez lo dejaré pasar. —Sus labios se curvaron en una leve sonrisa—. Dime, ¿qué es lo que más echas de menos de la gran ciudad?
—Pocas cosas. Supongo que si fuera más joven y no tuviera a Kyle, este lugar me pondría de los nervios. Pero la verdad es que no necesito grandes centros comerciales, restaurantes de moda o museos. Hubo un tiempo en que todo eso era importante para mí, incluso cuando me trasladé a vivir aquí y aunque estuvieran fuera de mi alcance.
—¿Echas de menos a tus amigos?
—A veces sí. Intento mantener el contacto, llamadas telefónicas, cartas y todo eso. Pero ¿y tú? ¿Nunca has sentido el impulso de hacer las maletas y largarte a otro sitio?
—La verdad es que no. Aquí soy feliz. Además, no me gusta la idea de dejar sola a mi madre.
_____ asintió.
—De haber vivido la mía, no sé si me habría mudado... No lo creo.
Joseph se encontró de repente pensando en su padre.
—Yo diría que has tenido una vida muy agitada —dijo él.
—Sí. A veces creo que demasiado.
—Pero sigues adelante.
—No tengo más remedio. Hay alguien que depende de mí.
Unos repentinos maullidos, como los de un gato, interrumpieron la conversación, y dos mapaches salieron de entre los árboles, atravesaron el jardín y corretearon cerca de la luz del porche. _____ se levantó para verlos mejor. Joseph se acercó a la baranda y escrutó la oscuridad. Los animales se detuvieron y miraron a aquellos humanos que los observaban desde la casa; luego, reanudaron la marcha y desaparecieron.
—Pasan por aquí casi todas las noches. Creo que buscan comida.
—Seguramente. Eso, o tu basura.
_____ hizo un gesto afirmativo.
—Cuando me instalé aquí, pensé que se trataba de perros, pero una noche pillé a esos dos con las manos en la masa. Al principio no sabía qué eran.
—¿Nunca habías visto un mapache?
—Claro que sí, pero no en mitad de la noche, husmeando en un cubo de basura y, desde luego, no bajo mi propio porche. Mi apartamento de Atlanta no tenía un problema de animales salvajes. Arañas, puede; pero depredadores no.
—Suena como aquella historia del ratón de ciudad que se mete por error en un camión que lo deja tirado en pleno campo.
—Créeme, a veces me siento exactamente igual.
La brisa de la noche le agitaba el cabello, y Joseph volvió a sorprenderse por la belleza de _____.
—Y dime, ¿cómo fue tu vida? Me refiero a crecer en Atlanta y todo eso.
—Seguramente, un poco como la tuya.
—¿A qué te refieres? —preguntó él, intrigado.
Ella lo miró a los ojos y habló despacio, como si sus palabras fueran una revelación.
—A que los dos fuimos hijos únicos que se criaron con madres viudas que habían nacido en Edenton.
Joseph sintió una repentina punzada de miedo. _____ prosiguió.
—Ya sabes cómo es. Te sientes diferente porque todos los demás tienen padre y madre, aunque estén divorciados. Es como si crecieras sabiendo que te falta algo importante que los otros poseen, aunque no sepas exactamente de qué se trata. Recuerdo haber oído a mis amigas quejarse de que sus padres no las dejaban salir hasta tarde o que no les gustaban sus novios. Eso me ponía furiosa porque ellas eran incapaces de apreciar lo que tenían. ¿Sabes a lo que me refiero?
Joseph asintió. Acababa de darse cuenta de lo mucho que compartían.
—Aparte de esto, mi vida fue muy normal. Viví con mi madre, fui a un colegio católico, salí con mis amigos, acudí a los bailes de graduación y me preocupé por todas y cada una de las espinillas que me salieron, porque estaba segura de que con aquel aspecto no le gustaría a nadie.
—¿Tú a eso lo llamas normal?
—Lo es si eres una chica.
—Yo nunca me preocupé por esas cosas.
_____ le lanzó una mirada de soslayo.
—Es que a ti no te educó mi madre.
—No. Pero aun así, la mía se ha ido ablandando con los años. Era bastante más estricta cuando yo era pequeño.
—Me contó que siempre estabas metiéndote en problemas.
—Y yo imagino que tú debías de ser la niña perfecta.
—Lo intentaba —respondió _____ alegremente.
—¿Y no lo eras?
—No. Lo cual demuestra que yo fui mejor que tú en eso de engañar a mamá.
Él se rió.
—Me alegro de escuchar eso. Si hay algo que no puedo soportar es la perfección.
—Especialmente cuando se trata de los demás, ¿verdad?
—Verdad.
Se produjo una pequeña pausa en la conversación antes de que Joseph hablara de nuevo.
—¿Te importa si te hago una pregunta? —dijo casi con cautela.
—Depende de la pregunta —respondió ella, intentando no ponerse a la defensiva.
Joseph volvió la cabeza e hizo ver que contemplaba el jardín en busca de los mapaches.
—¿Dónde está el padre de Kyle? —preguntó al cabo de un momento.
_____ había estado esperando aquella pregunta.
—No está. Lo cierto es que prácticamente no lo conozco. Se suponía que Kyle no iba a suceder.
—¿Sabe que tiene un hijo?
—Sí. Lo llamé cuando me di cuenta de que estaba embarazada. Él fue muy claro: no quiso saber nada del niño.
—¿Lo ha visto alguna vez?
—No.
Joseph frunció el entrecejo.
—¿Cómo puede no interesarse por su propio hijo?
_____ se encogió de hombros.
—No lo sé.
—¿Te gustaría que estuviera cerca?
—¡Dios mío, no! —dijo ella rápidamente—. Al menos, no él. Entiéndeme, me habría gustado que Kyle tuviera un padre, pero no alguien así. Además, si Kyle tuviera un padre, un padre de verdad, no simplemente alguien que se hace llamar de esa manera, eso querría decir que esa persona también tendría que ser mi marido.
Joseph asintió, comprendiendo el sentido de aquellas palabras.
—Pero, a ver, señor Jonas, ahora le ha llegado el turno a usted —añadió _____, dándose la vuelta para mirarlo—. Yo te he contado toda mi vida, pero tú no me has correspondido. Háblame de ti.
—Ya lo sabes casi todo.
—Si no me has explicado nada...
—Te he contado que soy contratista.
—Y yo que soy camarera.
—Y ya sabías que soy bombero voluntario.
—Eso lo supe nada más conocerte. No vale.
—Pero es que no hay mucho más —protestó, alzando las manos en gesto de rendición—. ¿Qué quieres que te explique?
—¿Puedo preguntarte lo que quiera?
—Adelante.
—Conforme entonces.
_____ pareció meditar durante unos segundos. Luego lo miró y le dijo:
—Háblame de tu padre.
Sus palabras lo pillaron desprevenido. No había esperado semejante pregunta y se percató de que se ponía en guardia, como si no quisiera responder. Sin duda, habría podido despachar el asunto con alguna respuesta sencilla, unas cuantas frases sin demasiado sentido. No obstante, durante un rato se mantuvo en silencio.
La noche parecía vibrar con los sonidos de las ranas, los insectos y el susurro de las hojas. Había salido la luna y asomaba por encima de la línea de los árboles. En la lechosa claridad se podía distinguir de vez en cuando el vuelo de algún murciélago.
_____ tuvo que acercarse para poder escuchar las palabras de Joseph.
—Mi padre murió cuando yo tenía nueve años.
Ella lo observó atentamente. Él hablaba despacio, como si tuviera que poner orden en sus pensamientos. En su rostro se podía leer la reticencia.
—Pero es que era más que un padre: era mi mejor amigo. —Vaciló—. Ya sé que suena raro. Me refiero a que yo no era más que un niño y él un adulto. Sin embargo, a pesar de todo, lo consideraba mi mejor amigo. Éramos inseparables. Tan pronto como daban las cinco, yo salía de la casa y me sentaba en los escalones de la entrada a esperar que apareciera con su camioneta por el camino. Mi padre trabajaba en un aserradero. En cuanto abría la puerta del coche, yo echaba a correr hacia él y me arrojaba en sus brazos. Era fuerte y ni siquiera cuando crecí me dijo que dejara de hacerlo. Yo lo abrazaba y suspiraba. Mi padre trabajaba duramente, así que incluso en invierno podía oler el sudor y el serrín que le impregnaban la ropa. Me llamaba «hombrecito».
_____ hizo un gesto de asentimiento.
—Mi madre siempre esperaba dentro mientras él me preguntaba qué había hecho durante el día o cómo me había ido en el colegio, y yo me ponía a hablar a toda velocidad, intentando contarle todo lo que se me ocurría antes de que entráramos en casa. Pero, a pesar de que debía de estar cansado y con ganas de ver a mi madre, nunca me metía prisa. Me permitía que le dijera todo lo que me pasaba por la cabeza y sólo me dejaba en el suelo cuando me callaba. Entonces recogía su fiambrera vacía, me tomaba de la mano y nos metíamos en casa.
Joseph tragó saliva, mientras hacía un esfuerzo por recordar sólo las cosas agradables.
—Solíamos ir a pescar juntos todos los fines de semana. Apenas puedo recordar cuándo empezamos a hacerlo, de lo pequeño que era, quizá más pequeño incluso que Kyle. Salíamos en nuestra barca y nos pasábamos horas sentados. A veces me contaba historias. Era como si conociera cientos de ellas. Y si no, respondía a mis preguntas lo mejor que podía, a todas, sin importar cuáles fueran. Él no había ido a la universidad, pero era muy hábil para explicar cosas, y cuando no sabía algo, me lo decía tan tranquilamente. No era la clase de persona que siempre quiere tener razón.
_____ estuvo a punto de tocarlo, pero Joseph parecía absorto por completo en sus recuerdos, cabizbajo.
—Nunca vi que se enfadara ni que levantara la voz a nadie. Cuando yo hacía travesuras, le bastaba con mirarme y decirme: «Ya está bien, hijo. Déjalo ya.» Y yo paraba en el acto porque sabía que lo estaba decepcionando. Me doy cuenta de que puede parecer raro, pero supongo que no quería defraudarlo.
Cuando hubo acabado, Joseph aspiró larga y profundamente.
—Debía de ser un hombre estupendo —dijo _____, que se había dado cuenta de que acababa de tropezar con algo importante de la vida de Joseph, si bien todavía desconocía su profundidad y alcance.
—Sí. Lo era.
Aunque _____ tuvo la impresión de que todavía quedaba mucho de qué hablar, el tono de la voz de Joseph dejó bien claro que él no deseaba seguir charlando del asunto. Ambos permanecieron en silencio largo rato mientras escuchaban los coros de los grillos.
—¿Cuántos años tenías tú cuando murió tu padre? —preguntó él finalmente para romper el silencio.
—Cuatro.
—¿Te acuerdas de él como yo del mío?
—No, no como tú. Conservo imágenes de situaciones, como cuando me contaba cuentos antes de dormir o las cosquillas de su bigote al darme un beso de buenas noches. Siempre me ponía contenta cuando él estaba. Incluso ahora no pasa un día sin que desee poder retroceder en el tiempo y cambiar lo que sucedió.
Al escuchar aquellas palabras, Joseph la contempló con expresión de sorpresa, consciente de que _____ acababa de dar en el clavo. Con un par de frases había explicado la esencia misma de lo que él había intentado en vano transmitirles a Valerie y a Lori. Pero, por mucho que hubieran escuchado, no habrían podido entenderlo realmente. Les habría sido imposible: ninguna de las dos se había despertado jamás con la terrible certeza de que habían olvidado para siempre el sonido de la voz de sus padres; ninguna de las dos había atesorado nunca una fotografía como único medio para recordar; ninguna de las dos había experimentado la necesidad de cuidar de una losa de granito que descansaba a la sombra de un sauce.
Todo lo que Joseph sabía era que por fin había encontrado a alguien en cuya voz podía escuchar el eco de sus propias angustias. Por segunda vez aquella noche, la tomó de la mano.
Permanecieron así, cogidos y en silencio, con los dedos ligeramente entrelazados y temerosos de que cualquier palabra que pronunciaran pudiera quebrar la magia de aquel instante. En el cielo flotaban las perezosas nubes, plateadas bajo la luz de la luna. A su lado, _____ observó cómo las sombras jugaban con las facciones de Joseph mientras se sentía ligeramente confusa. En su mandíbula vio una pequeña cicatriz en la que no había reparado anteriormente, y otra en su dedo anular, como una quemadura que hubiera sanado hacía mucho. Si él se dio cuenta de que lo examinaba, no lo demostró: se limitó a contemplar el paisaje de la pequeña propiedad.
El aire nocturno había refrescado, y el soplo de la brisa marina había dejado un rastro de quietud. _____ sorbió su té mientras escuchaba el zumbido de los insectos que volaban en torno a la luz del porche. Las cigarras cantaban en las ramas de los árboles. Podía sentir que la noche se estaba acabando, que estaba casi terminada.
Joseph apuró su bebida y dejó el vaso en la barandilla con un tintineo de los cubitos de hielo.
—Creo que debería irme. Mañana me espera un madrugón.
—Claro.
Sin embargo, permaneció inmóvil en el sitio unos instantes más, sin decir nada. Por alguna razón seguía acordándose del aspecto de _____ cuando le había confesado todos sus miedos respecto a Kyle: su expresión desafiante, la intensa emoción que la había invadido al hablar. Denise se había preocupado en muchas ocasiones por él, pero ¿acaso se había acercado siquiera a lo que _____ debía sufrir todos los días? No era equiparable.
Le había emocionado comprobar que aquellos temores sólo habían servido para fortalecer el amor de _____ hacia su hijo. Era normal que hallara hermosa semejante demostración de amor incondicional y puro frente a las adversidades. ¿A quién no se lo parecería? Pero había algo más, algo más profundo: un punto de comunión que nunca había encontrado con ninguna otra persona.
«Incluso ahora no pasa un día sin que desee poder retroceder en el tiempo y cambiar lo que sucedió.»
¿Cómo podía haberlo sabido ella?
El aura de su oscuro cabello parecía envolverla en el misterio.
Por fin, Joseph se apartó de la barandilla.
—Eres una gran madre, _____. —Se resistía a soltar su delicada mano—. Y aunque resulte duro, aunque no sea lo que tú esperabas, no puedo evitar creer que todo sucede porque hay una razón para ello. Kyle necesitaba a alguien como tú.
La joven asintió.
A regañadientes, Joseph le dio la espalda al porche, le dio la espalda a los pinos y a los robles, le dio la espalda a sus propios sentimientos. El suelo de madera crujió mientras bajaba los escalones con _____ a su lado.
Ella lo miró y él estuvo a punto de besarla.
Bajo la pálida luz del porche, le había parecido que los ojos de la joven brillaban con secreta intensidad. Pero, a pesar de la situación, Joseph no tuvo la certeza de que un beso fuera lo que _____ esperaba de él, y se contuvo en el último momento. La noche ya había sido memorable sin que tuviera que suceder nada más; la más memorable que había vivido en mucho tiempo. Aquello era algo que no quería estropear.
Dio un pequeño paso atrás, como si no quisiera agobiarla.
—He pasado una velada maravillosa —dijo.
—Yo también —contestó ella.
Finalmente, le soltó la mano y añoró su contacto cuando se separó. Quería decirle que había visto dentro de ella algo especial, algo increíblemente único, algo que en otro tiempo había buscado y perdido la esperanza de hallar. Habría querido decirle todo aquello, pero no pudo.
Sonrió levemente, dio media vuelta y se alejó bajo los oblicuos rayos de la luna, hacia la oscuridad de su camioneta.
Bajo el porche, _____ se despidió agitando la mano mientras Joseph enfilaba hacia la carretera con los faros brillando en la distancia. Oyó que se detenía en el cruce y esperaba a que un coche solitario se acercara y acabara de pasar. La camioneta giró en dirección a la ciudad.
Cuando él se hubo marchado, subió al dormitorio y se sentó en la cama. En la mesilla había una pequeña lámpara de lectura, una foto de Kyle de bebé y un vaso de agua medio vacío que se había olvidado de bajar a la cocina aquella mañana.
Suspirando, abrió el cajón. En el pasado había contenido revistas y libros, pero en aquellos momentos estaba vacío a excepción de una pequeña botella de perfume que su madre le había regalado unos meses antes de morir. Había sido un obsequio de cumpleaños, envuelto en papel dorado y atado con una cinta. Había usado casi la mitad en las semanas inmediatas, pero tras el fallecimiento de su madre no lo había vuelto a tocar. Lo conservaba como un recuerdo; sin embargo, en aquel instante, lo que le recordaba era lo mucho que hacía que no se perfumaba. Incluso aquella noche se había olvidado de hacerlo.
Era madre. Por encima de cualquier otra cosa, se definía como madre. Sin embargo, por mucho que quisiera negarlo, también era mujer; y tras muchos años de haberlo mantenido enterrado, aquél era un sentimiento que reclamaba su atención.
Sentada en el dormitorio y contemplando el frasco, sintió que la invadía una incierta inquietud. Había algo en su interior que le hacía anhelar que la desearan, que la protegieran y la cuidaran, que la escucharan y la aceptaran sin juzgarla; que la amaran.
Apagó la luz y salió al pasillo con los brazos cruzados sobre el pecho. Kyle dormía profundamente. En el calor de la habitación había apartado las sábanas y se había destapado. Encima del escritorio, un oso de peluche emitía luz y una música que inundaba el cuarto y se repetía monótonamente. Era su luz de vela desde que había nacido. La apagó, fue hasta la cama, deshizo el lío de cobertores y tapó a su hijo. Kyle se acurrucó. Ella lo besó en la mejilla, en aquella piel tersa y suave, y salió de la habitación.
La cocina estaba silenciosa. Fuera, podía escuchar el canto veraniego de los grillos. Se asomó a la ventana. Las hojas de los árboles brillaban bajo el resplandor de la luna y permanecían inmóviles. El cielo estaba poblado de estrellas que se extendían hasta el infinito. Sonrió y las contempló largamente, mientras pensaba en Joseph Jonas.
Abrigaba la esperanza de que no se le notaran los nervios que la atenazaban. Aquélla era su primera cita en mucho tiempo, tanto que le parecía que había pasado una eternidad desde la última. Sin embargo, dado que Kyle iba a ir con ellos, _____ se resistía a considerarlo con propiedad una cita. A pesar de todo, se sentía como si lo fuera. Había tardado más de media hora en encontrar algo adecuado para ponerse y aun así no estaba segura de haber acertado. Cuando vio que Joseph también llevaba vaqueros suspiró aliviada.
—¡Hola! —saludó él—. Espero no llegar tarde.
—No, ni mucho menos —respondió—. Llegas justo a la hora.
Joseph se pasó la mano por la mejilla.
—¿Dónde está Kyle?
—Está dentro todavía. Espera, que iré a buscarlo.
_____ tardó apenas un minuto en regresar, lista para marcharse. Mientras ella cerraba la puerta de entrada, Kyle salió corriendo por el jardín.
—«¡Oha, Joe!» —exclamó.
Él mantuvo la puerta del coche abierta y lo ayudó a que se encaramara, tal como había hecho el día anterior.
—¡Eh, Kyle, ¿qué es lo que más te apetece de la feria?
—«¡E amión ontuo!» —contestó alegremente. Luego trepó al asiento, se sentó tras el volante e intentó girarlo a un lado y otro sin conseguirlo.
_____ escuchó cómo su hijo imitaba los sonidos de un motor.
—Se ha pasado todo el día hablando de tu camioneta —explicó a Joseph—. Esta mañana ha encontrado una miniatura que se le parece y aún no la ha soltado.
—¿Y su avión?
—El avión fue ayer. Hoy toca camioneta.
Joseph hizo un gesto hacia la cabina.
—¿Te parece bien si lo dejo que conduzca otra vez?
—No creo que tenga intención de permitirte lo contrario.
Cuando la ayudó a subir al asiento, ella percibió un leve aroma a colonia. No se trataba de un perfume sofisticado, seguramente era algo comprado en el supermercado local, pero se sintió conmovida por el detalle.
Kyle se hizo a un lado para dejar sitio a Joseph y saltó sobre su regazo tan pronto como éste se hubo instalado tras el volante. _____ hizo un gesto de resignación, como si dijera: «Ya te lo advertí.»
Joseph sonrió y puso el coche en marcha.
—Muy bien, hombrecito. ¡Nos vamos!
Conduciendo muy despacio, repitieron las eses del día anterior, dando saltos por el césped mientras pasaban entre los árboles, antes de salir a la carretera. Entonces, Kyle regresó a su sitio, satisfecho, y Joseph tomó el volante y enfiló hacia la ciudad.
Apenas tardaron unos minutos en recorrer el camino hasta la feria, pero Joseph los pasó explicándole a Kyle el significado de los diferentes aparatos que había en la cabina —el radiotransmisor, la radio, los interruptores del salpicadero— y, aunque se dio cuenta de que el chico no le entendía, no por ello desistió.
No obstante, a _____ le pareció que él le hablaba más despacio que antes y que utilizaba palabras menos complicadas. No sabía si era debido a la conversación que habían tenido o si Joseph estaba simplemente adaptándose al ritmo del niño. En cualquier caso, se sintió agradecida por el detalle.
Se acercaron al centro y se metieron en una de las calles laterales para aparcar. A pesar de que era la última noche del festival, no había demasiadas aglomeraciones y hallaron un espacio cerca de la vía principal.
Mientras caminaban hacia las atracciones, _____ reparó en que los tenderetes de los vendedores ambulantes estaban casi vacíos y que sus propietarios parecían cansados y ansiosos por desmontarlos y marcharse, cosa que alguno de ellos ya estaba haciendo.
A pesar de todo, la feria seguía funcionando a toda marcha, ya que muchos niños y sus padres habían ido con la intención de aprovechar hasta el último minuto. Al día siguiente, los feriantes harían las maletas y partirían hacia otra ciudad.
—Bueno, Kyle, ¿qué es lo que más te apetece? —le preguntó su madre.
El niño señaló inmediatamente el columpio mecánico, una atracción en la que cada niño ocupaba un asiento adosado a un aro que giraba sobre una plataforma que a su vez se movía hacia adelante y hacia atrás. Los chicos chillaban de miedo y de placer, y Kyle los contemplaba, hipnotizado.
—«E un lumpio.»
—¿Quieres subir ahí? —quiso saber _____.
—«Lumpio» —contestó, asintiendo vigorosamente.
—Di: «Quiero subir al columpio.»
—«Ero subí a lumpio» —murmuró.
—Perfecto.
_____ divisó la taquilla y se metió la mano en el bolsillo en busca de los billetes de las propinas de la noche anterior. Sin embargo, Joseph la vio y levantó una mano para detenerla.
—Es cosa mía. Fui yo quien dijo que viniéramos, ¿te acuerdas?
—Pero Kyle...
—También lo invité a él.
Después de que Joseph comprara los billetes, aguardaron su turno en la cola. La atracción se detuvo y la gente bajó. Joseph le entregó los billetes a un hombre que parecía recién salido de un tugurio —tenía las manos negras de grasa, los antebrazos cubiertos de tatuajes, y le faltaba uno de los dientes de delante— y que los rasgó en dos antes de tirarlos dentro de una caja cerrada con llave.
—¿Es segura la atracción? —preguntó _____.
—Pasó la inspección ayer —respondió el fulano, mecánicamente.
Sin duda era la respuesta que daba a todos los padres, pero no sirvió para que ella se sintiera más tranquila. Algunas partes del columpio mecánico parecían haber sido ensambladas con grapas.
Inquieta, _____ acompañó a Kyle hasta su lugar, lo ayudó a sentarse y le ajustó la barra de seguridad mientras Joseph esperaba al otro lado de la puerta de acceso.
—«E u lumpio» —repitió Kyle cuanto estuvo listo.
—Sí, lo es —contestó su madre, poniéndole las manos sobre la barra—. Ahora sujétate fuerte y no te sueltes.
Kyle respondió con una carcajada de placer.
—En serio. Cógete muy fuerte —insistió ella, muy seria.
Kyle apretó la barra con las manos.
_____ salió de la atracción y se reunió con Joseph mientras rogaba para que Kyle le hiciera caso. El aparato se puso en marcha enseguida y fue cogiendo velocidad. A la segunda vuelta, los columpios tomaron impulso y empezaron a oscilar, llevados por la inercia.
_____ no le quitaba los ojos de encima a Kyle. Era imposible no oír que se reía como un loco entre balanceo y balanceo. Cuando volvió a pasar, ella se dio cuenta de que sujetaba firmemente el arco de seguridad y dejó escapar un suspiro de alivio.
—Pareces sorprendida —dijo Joseph, inclinándose para hacerse oír por encima del estruendo.
—Es que lo estoy —contestó—. Es la primera vez que Kyle sube en una atracción.
—¿No lo has llevado nunca a una feria?
—No. Nunca había pensado que estuviera preparado.
—¿Porque le cuesta hablar?
—En parte —repuso mirándolo—. Hay muchas cosas de Kyle que ni yo misma entiendo.
_____ dudó cuando vio la expresión de la mirada de él. Entonces, de repente, deseó más que ninguna otra cosa que Joseph entendiera a Kyle; deseó que comprendiera cómo habían sido aquellos cuatro años y medio de su vida, y, sobre todo, deseó que la comprendiera a ella.
—Me refiero a que... —empezó a decir en voz baja—. Imagínate un mundo donde nada puede ser explicado y donde todo se ha de aprender por experiencia directa. Así es el mundo de Kyle en estos momentos. La gente suele pensar en el lenguaje como una simple herramienta para conversar, pero para los niños es mucho más que eso. Ellos aprenden el mundo mediante las palabras, aprenden que los fogones de la cocina están calientes y queman sin necesidad de tocarlos; aprenden, sin que un coche tenga que atropellados, que cruzar la calle es peligroso. Dime, ¿cómo se le enseña todo eso a un niño que no tiene la facultad para entender lo que se le dice? Si Kyle no puede captar el concepto de peligro, ¿cómo voy a mantenerlo a salvo? Escucha, la noche en que se perdió en las marismas, el día del accidente, tú mismo dijiste que cuando lo encontraste no parecía estar asustado.
_____ miró a Joseph con semblante profundamente serio y prosiguió.
—Tiene sentido, ¿sabes?, al menos para mí. Yo nunca me he metido con él en un pantano, nunca le he enseñado lo que es una serpiente o lo que le puede ocurrir si se encuentra atrapado y no puede salir. Es por eso, porque nunca lo ha conocido, que no sabe de qué ha de tener miedo. Ya sé que si llevo el argumento un poco más lejos y tengo en cuenta todos los peligros posibles, y el hecho de que debo enseñárselos literalmente en lugar de simplemente explicárselos, tendré que aceptar que es un trabajo imposible. A veces siento que nado a contracorriente. No podría contarte la cantidad de ocasiones que Kyle ha bordeado el peligro: que si trepa muy alto y quiere saltar; que si pasea con la bicicleta demasiado cerca de la carretera; que si se extravía, que si un perro... Todos los días pasa algo nuevo.
_____ cerró los ojos un instante, como si reviviera aquellas experiencias una a una.
—Pero, lo creas o no, eso es apenas una parte de mis preocupaciones —prosiguió—. La mayor parte del tiempo sólo me angustio por cosas normales: por si podrá hablar con fluidez algún día, si podrá ir a un colegio como los demás, si hará amigos, si la gente lo aceptará o si deberé trabajar con él el resto de mis días... Ésos son los asuntos que me quitan el sueño por la noche.
Hizo una pausa. Luego, las palabras le brotaron más lentamente, y en cada sílaba había un resto de amargura.
—Pero no me gustaría que pensaras que me arrepiento de haber tenido a Kyle, porque no es así. Lo quiero con todo mi corazón y siempre lo querré. Es que...
_____ contempló la atracción con la mirada vidriosa.
—Es sólo que no esperaba que educar a mi hijo se convirtiera en lo que se ha convertido.
—Lo siento... No me había dado cuenta —murmuró Joseph.
Ella no respondió. Parecía perdida en sus reflexiones. Finalmente, suspiró y lo miró a los ojos.
—Lo lamento. No debería haberte dicho todo esto.
—No. Me alegro de que lo hayas hecho.
Como si intuyera que había ido un poco demasiado lejos, le ofreció una arrepentida sonrisa.
—Seguramente, te habrá parecido un discurso muy poco optimista, ¿verdad?
—No tanto —mintió él.
A la luz del crepúsculo, _____ tenía un aspecto radiante. Ella extendió la mano y le tocó el brazo. Su tacto era cálido y suave.
—Se nota que no se te da bien mentir. ¿Sabes?, será mejor que sigas diciendo la verdad. Sé que te he pintado un cuadro muy poco alegre, pero ése es el lado oscuro de mi vida. No te he hablado del bueno.
Joseph alzó las cejas en un gesto de sorpresa.
—Pero ¿cómo? ¿Hay un lado bueno? —preguntó, provocándole una avergonzada sonrisa.
—La próxima vez que se me ocurra abrirte mi corazón, recuérdame que debo parar, ¿ok?
A pesar de que _____ había hecho el comentario a la ligera, en su voz había un punto de ansiedad. Joseph tuvo la sospecha de que él era la primera persona con la que ella se había confesado y supo que no era el momento de hacer bromas.
La atracción se detuvo bruscamente, y el columpio dio unas cuantas vueltas antes de detenerse. Kyle gritaba de gusto en su asiento y tenía una expresión de deleite mientras seguía balanceando las piernas.
—«¡Oluuumpio!»
—¿Quieres subir otra vez? —preguntó su madre.
—«¡Í!» —asintió con vehemencia.
No había demasiada gente esperando en la cola, así que el hombre de las entradas hizo un gesto indicando que Kyle se quedara dónde estaba. Joseph le entregó el billete y regresó junto a _____.
Cuando la máquina se puso en marcha de nuevo, vio que ella miraba atentamente a su hijo.
—Me parece que le gusta —comentó _____, orgullosamente.
—Creo que tienes razón.
Joseph apoyó los codos sobre la barandilla, lamentando todavía la broma anterior.
—Vamos. Háblame del lado bueno —dijo despacio.
El columpio dio dos vueltas completas y _____ saludó con la mano a Kyle cada vez que pasó ante ellos. Luego respondió a Joseph.
—¿De verdad te interesa?
—Sí. Me interesa.
_____ vaciló. ¿Qué estaba haciendo? ¿Confiando los secretos de su hijo a un desconocido? ¿Hablando en voz alta de cosas de las que nunca había hablado? Se sentía como un peñasco en precario equilibrio al borde de un precipicio. Sin embargo, de alguna manera, quería acabar lo que había empezado.
Se aclaró la garganta.
—Está bien. Lo bueno... —Miró brevemente a Joseph y se lanzó—. Lo bueno es que Kyle está mejorando. A veces no lo parece y a veces soy yo la que no me doy cuenta, pero es cierto: mejora lentamente, pero mejora. El año pasado apenas tenía un vocabulario de unas veinte palabras. Ahora, pasa del centenar e incluso encadena oraciones de cuatro palabras o más. La mayor parte de las ocasiones consigue hacerse entender. Me dice cuándo tiene hambre, cuándo está cansado, lo que le apetece comer. Todo esto es nuevo para él. Lo ha venido haciendo desde los últimos meses.
Inspiró profundamente para no dejarse arrastrar por las emociones.
—Compréndelo... Kyle se esfuerza tanto todos los días... Mientras los otros niños están jugando fuera, él tiene que sentarse en su silla y mirar los libros llenos de dibujos e intentar averiguar qué palabra corresponde con las imágenes. Tarda horas en aprender cosas que otros captan en cuestión de minutos.
Ella se detuvo y lo contempló con actitud casi desafiante.
—Pero ¿sabes?, sigue intentándolo, esforzándose, día tras día, palabra a palabra, concepto a concepto. Y no se queja, no llora, simplemente insiste. Si supieras lo mucho que debe aplicarse para comprender ciertas cosas, lo mucho que se esfuerza en complacer a la gente, lo mucho que desea caer bien a los demás... Y todo, para que los demás no le hagan ni caso...
Sentía un nudo que le atenazaba la garganta y respiró pesadamente, en un intento de mantener la compostura.
—No te imaginas lo lejos que ha llegado. Hace muy poco que lo conoces, pero si supieras dónde empezó y todos los obstáculos que ha conseguido superar, estarías tan orgulloso de él...
A pesar de sus esfuerzos, los ojos se le inundaron de lágrimas.
—Y sabrías lo que yo sé: que Kyle tiene mejor corazón y más coraje que cualquier otro niño que yo haya conocido. Sabrías que es el chico más maravilloso que una madre pudiera desear. Sabrías que, a pesar de todo, Kyle es lo más estupendo que me ha sucedido en esta vida. ¡Él es el lado bueno de mi vida!
Tras tantos años guardando aquellas palabras, tras tantos años deseando poder decírselas a alguien, todos sus sentimientos, los buenos y los malos, fue un alivio indescriptible poder sacarlo fuera. Se sintió profundamente satisfecha de haberlo hecho y deseó de todo corazón que Joseph pudiera, de alguna manera, entenderlo.
Incapaz de decir nada, él se vio obligado a hacer un esfuerzo para tragar la pelota que se le había formado en la garganta. Haber escuchado a _____ hablar de su hijo de aquel modo, con aquel miedo y con aquel amor, hizo de su gesto algo natural.
Sin decir palabra, le cogió la mano y la tomó entre las suyas. Fue una sensación extraña, como un placer olvidado.
Ella no la retiró y con su mano libre se limpió las lágrimas del rostro. Parecía agotada, pero seguía desafiante y hermosa.
—Eso ha sido lo más bonito que he oído en mi vida —dijo él.
Cuando Kyle gritó que quería un tercer viaje en el columpio, Joseph tuvo que soltar a _____ para entregarle otro billete al tipo de la entrada. Al regresar junto a ella, la intensidad del momento se había desvanecido: estaba apoyada con los codos en la barandilla, y él prefirió dejarlo correr. No obstante, de pie a su lado, todavía podía percibir en su mano el duradero contacto de la de ella.
Pasaron otra hora en la feria. Montaron los tres en la noria, apretujados en el mismo asiento, mientras Joseph les mostraba algunos de los lugares que se podían divisar desde aquella altura; y luego, en el pulpo, una cosa que se retorcía, subía y bajaba vertiginosamente y de la que Kyle no se quiso apear.
Luego se acercaron a la zona donde estaban los juegos de azar:
«Pinche tres globos con tres dardos y gane un premio.» «Acierte en los cestos y llévese otra cosa.»
Los buhoneros de los puestos llamaban a la gente para que probara, pero Joseph pasó de largo y se dirigió a la zona de tiro. Gastó los primeros balines en averiguar en qué condiciones se hallaba la mira de la escopeta y a continuación empezó a acertar en las dianas. Hizo dieciséis tantos seguidos y cambió los puntos por más balines para tener opción a los mejores premios. Al final, consiguió ganar un oso panda de peluche que era casi tan grande como Kyle. El vendedor se lo entregó a regañadientes.
_____ disfrutó con cada segundo. Era tan gratificante ver a Kyle intentando cosas nuevas y pasándolo en grande... Además, una tarde en la feria suponía para ella un cambio bienvenido con respecto al mundo en el que vivía cotidianamente; tanto, que a ratos se había sentido como si no fuera ella misma, como si no se reconociera.
A medida que el crepúsculo avanzaba, las bombillas de colores se fueron encendiendo y, mientras el cielo se iba poniendo más y más oscuro, un cierto frenesí pareció apoderarse de la gente, como si todos supieran que aquella alegría estaba a punto de acabar.
Todo parecía encajar exactamente en el sitio, tal como debía ser, tal como _____ apenas se había atrevido a desear que fuera.
O incluso mejor, si es que eso era posible.
Cuando volvieron a casa, _____ le sirvió un vaso de leche a Kyle y lo acompañó al dormitorio, donde dejó el enorme panda apoyado contra un rincón para que él pudiera verlo. Luego, lo ayudó a ponerse el pijama; por último, lo acompañó en sus oraciones y le dio su leche.
A Kyle se le cerraban los párpados.
Apenas había acabado de leerle un cuento, ya dormía profundamente. _____ se deslizó fuera del cuarto y dejó la puerta entreabierta.
Joseph la estaba esperando en la cocina, repantigado en una de las sillas, ante la mesa.
—Ha caído como un tronco —dijo ella.
—¡Qué rápido!
—Ha sido un gran día para él. Nunca se va a la cama tan tarde.
La cocina estaba iluminada por una solitaria bombilla —la otra se había fundido la semana anterior—, y _____ deseó haberla cambiado, porque le pareció que la pequeña habitación resultaba de repente demasiado oscura, demasiado íntima. No quería agobios, así que hizo la pregunta de rigor:
—¿Te apetece tomar algo?
—Me tomaré una cerveza si tú me acompañas.
—Me parece que mi nevera no da para tanto.
—¿Qué tienes?
—Té frío.
—¿Algo más?
—Agua —contestó haciendo un gesto de resignación.
Joseph no pudo evitar una sonrisa.
—El té me va bien.
_____ sirvió dos vasos y le entregó uno. Le habría gustado tener algo más fuerte, algo que pudiera aplacar su nerviosismo.
—Aquí dentro hace calor. ¿Qué tal si nos sentamos en el porche? —propuso.
—Claro.
Salieron al exterior y se acomodaron en las mecedoras. _____ escogió la más próxima a la puerta, por si Kyle se despertaba.
—Aquí se está bien —comentó Joseph, poniéndose cómodo.
—¿A qué te refieres?
—A esto de estar aquí fuera. Me siento como en un episodio de Los Walton.
_____ rió y notó que parte de su turbación se desvanecía.
—¿No te gusta sentarte en el porche?
—Claro que sí, pero es que no lo hago a menudo. Es una de esas cosas para las que parece que nunca me queda tiempo.
—¿Y eso lo dice el clásico tipo sureño? —preguntó _____ usando las mismas palabras con las que él se había descrito la noche anterior—. Siempre he pensado que a un tipo como tú le gustaría sentarse en su porche, con un banjo, tocando canción tras canción mientras su perro dormita a sus pies.
—¿Con mis cuates, una jarra de alcohol casero y una escupidera tirada por ahí? —preguntó Joseph, fingiendo un fuerte acento sureño.
—Naturalmente —sonrió ella, con malicia.
Él hizo un gesto con la cabeza.
—Si no supiera que eres del sur, diría que me estás insultando.
—Pero como soy de Atlanta...
—Por esta vez lo dejaré pasar. —Sus labios se curvaron en una leve sonrisa—. Dime, ¿qué es lo que más echas de menos de la gran ciudad?
—Pocas cosas. Supongo que si fuera más joven y no tuviera a Kyle, este lugar me pondría de los nervios. Pero la verdad es que no necesito grandes centros comerciales, restaurantes de moda o museos. Hubo un tiempo en que todo eso era importante para mí, incluso cuando me trasladé a vivir aquí y aunque estuvieran fuera de mi alcance.
—¿Echas de menos a tus amigos?
—A veces sí. Intento mantener el contacto, llamadas telefónicas, cartas y todo eso. Pero ¿y tú? ¿Nunca has sentido el impulso de hacer las maletas y largarte a otro sitio?
—La verdad es que no. Aquí soy feliz. Además, no me gusta la idea de dejar sola a mi madre.
_____ asintió.
—De haber vivido la mía, no sé si me habría mudado... No lo creo.
Joseph se encontró de repente pensando en su padre.
—Yo diría que has tenido una vida muy agitada —dijo él.
—Sí. A veces creo que demasiado.
—Pero sigues adelante.
—No tengo más remedio. Hay alguien que depende de mí.
Unos repentinos maullidos, como los de un gato, interrumpieron la conversación, y dos mapaches salieron de entre los árboles, atravesaron el jardín y corretearon cerca de la luz del porche. _____ se levantó para verlos mejor. Joseph se acercó a la baranda y escrutó la oscuridad. Los animales se detuvieron y miraron a aquellos humanos que los observaban desde la casa; luego, reanudaron la marcha y desaparecieron.
—Pasan por aquí casi todas las noches. Creo que buscan comida.
—Seguramente. Eso, o tu basura.
_____ hizo un gesto afirmativo.
—Cuando me instalé aquí, pensé que se trataba de perros, pero una noche pillé a esos dos con las manos en la masa. Al principio no sabía qué eran.
—¿Nunca habías visto un mapache?
—Claro que sí, pero no en mitad de la noche, husmeando en un cubo de basura y, desde luego, no bajo mi propio porche. Mi apartamento de Atlanta no tenía un problema de animales salvajes. Arañas, puede; pero depredadores no.
—Suena como aquella historia del ratón de ciudad que se mete por error en un camión que lo deja tirado en pleno campo.
—Créeme, a veces me siento exactamente igual.
La brisa de la noche le agitaba el cabello, y Joseph volvió a sorprenderse por la belleza de _____.
—Y dime, ¿cómo fue tu vida? Me refiero a crecer en Atlanta y todo eso.
—Seguramente, un poco como la tuya.
—¿A qué te refieres? —preguntó él, intrigado.
Ella lo miró a los ojos y habló despacio, como si sus palabras fueran una revelación.
—A que los dos fuimos hijos únicos que se criaron con madres viudas que habían nacido en Edenton.
Joseph sintió una repentina punzada de miedo. _____ prosiguió.
—Ya sabes cómo es. Te sientes diferente porque todos los demás tienen padre y madre, aunque estén divorciados. Es como si crecieras sabiendo que te falta algo importante que los otros poseen, aunque no sepas exactamente de qué se trata. Recuerdo haber oído a mis amigas quejarse de que sus padres no las dejaban salir hasta tarde o que no les gustaban sus novios. Eso me ponía furiosa porque ellas eran incapaces de apreciar lo que tenían. ¿Sabes a lo que me refiero?
Joseph asintió. Acababa de darse cuenta de lo mucho que compartían.
—Aparte de esto, mi vida fue muy normal. Viví con mi madre, fui a un colegio católico, salí con mis amigos, acudí a los bailes de graduación y me preocupé por todas y cada una de las espinillas que me salieron, porque estaba segura de que con aquel aspecto no le gustaría a nadie.
—¿Tú a eso lo llamas normal?
—Lo es si eres una chica.
—Yo nunca me preocupé por esas cosas.
_____ le lanzó una mirada de soslayo.
—Es que a ti no te educó mi madre.
—No. Pero aun así, la mía se ha ido ablandando con los años. Era bastante más estricta cuando yo era pequeño.
—Me contó que siempre estabas metiéndote en problemas.
—Y yo imagino que tú debías de ser la niña perfecta.
—Lo intentaba —respondió _____ alegremente.
—¿Y no lo eras?
—No. Lo cual demuestra que yo fui mejor que tú en eso de engañar a mamá.
Él se rió.
—Me alegro de escuchar eso. Si hay algo que no puedo soportar es la perfección.
—Especialmente cuando se trata de los demás, ¿verdad?
—Verdad.
Se produjo una pequeña pausa en la conversación antes de que Joseph hablara de nuevo.
—¿Te importa si te hago una pregunta? —dijo casi con cautela.
—Depende de la pregunta —respondió ella, intentando no ponerse a la defensiva.
Joseph volvió la cabeza e hizo ver que contemplaba el jardín en busca de los mapaches.
—¿Dónde está el padre de Kyle? —preguntó al cabo de un momento.
_____ había estado esperando aquella pregunta.
—No está. Lo cierto es que prácticamente no lo conozco. Se suponía que Kyle no iba a suceder.
—¿Sabe que tiene un hijo?
—Sí. Lo llamé cuando me di cuenta de que estaba embarazada. Él fue muy claro: no quiso saber nada del niño.
—¿Lo ha visto alguna vez?
—No.
Joseph frunció el entrecejo.
—¿Cómo puede no interesarse por su propio hijo?
_____ se encogió de hombros.
—No lo sé.
—¿Te gustaría que estuviera cerca?
—¡Dios mío, no! —dijo ella rápidamente—. Al menos, no él. Entiéndeme, me habría gustado que Kyle tuviera un padre, pero no alguien así. Además, si Kyle tuviera un padre, un padre de verdad, no simplemente alguien que se hace llamar de esa manera, eso querría decir que esa persona también tendría que ser mi marido.
Joseph asintió, comprendiendo el sentido de aquellas palabras.
—Pero, a ver, señor Jonas, ahora le ha llegado el turno a usted —añadió _____, dándose la vuelta para mirarlo—. Yo te he contado toda mi vida, pero tú no me has correspondido. Háblame de ti.
—Ya lo sabes casi todo.
—Si no me has explicado nada...
—Te he contado que soy contratista.
—Y yo que soy camarera.
—Y ya sabías que soy bombero voluntario.
—Eso lo supe nada más conocerte. No vale.
—Pero es que no hay mucho más —protestó, alzando las manos en gesto de rendición—. ¿Qué quieres que te explique?
—¿Puedo preguntarte lo que quiera?
—Adelante.
—Conforme entonces.
_____ pareció meditar durante unos segundos. Luego lo miró y le dijo:
—Háblame de tu padre.
Sus palabras lo pillaron desprevenido. No había esperado semejante pregunta y se percató de que se ponía en guardia, como si no quisiera responder. Sin duda, habría podido despachar el asunto con alguna respuesta sencilla, unas cuantas frases sin demasiado sentido. No obstante, durante un rato se mantuvo en silencio.
La noche parecía vibrar con los sonidos de las ranas, los insectos y el susurro de las hojas. Había salido la luna y asomaba por encima de la línea de los árboles. En la lechosa claridad se podía distinguir de vez en cuando el vuelo de algún murciélago.
_____ tuvo que acercarse para poder escuchar las palabras de Joseph.
—Mi padre murió cuando yo tenía nueve años.
Ella lo observó atentamente. Él hablaba despacio, como si tuviera que poner orden en sus pensamientos. En su rostro se podía leer la reticencia.
—Pero es que era más que un padre: era mi mejor amigo. —Vaciló—. Ya sé que suena raro. Me refiero a que yo no era más que un niño y él un adulto. Sin embargo, a pesar de todo, lo consideraba mi mejor amigo. Éramos inseparables. Tan pronto como daban las cinco, yo salía de la casa y me sentaba en los escalones de la entrada a esperar que apareciera con su camioneta por el camino. Mi padre trabajaba en un aserradero. En cuanto abría la puerta del coche, yo echaba a correr hacia él y me arrojaba en sus brazos. Era fuerte y ni siquiera cuando crecí me dijo que dejara de hacerlo. Yo lo abrazaba y suspiraba. Mi padre trabajaba duramente, así que incluso en invierno podía oler el sudor y el serrín que le impregnaban la ropa. Me llamaba «hombrecito».
_____ hizo un gesto de asentimiento.
—Mi madre siempre esperaba dentro mientras él me preguntaba qué había hecho durante el día o cómo me había ido en el colegio, y yo me ponía a hablar a toda velocidad, intentando contarle todo lo que se me ocurría antes de que entráramos en casa. Pero, a pesar de que debía de estar cansado y con ganas de ver a mi madre, nunca me metía prisa. Me permitía que le dijera todo lo que me pasaba por la cabeza y sólo me dejaba en el suelo cuando me callaba. Entonces recogía su fiambrera vacía, me tomaba de la mano y nos metíamos en casa.
Joseph tragó saliva, mientras hacía un esfuerzo por recordar sólo las cosas agradables.
—Solíamos ir a pescar juntos todos los fines de semana. Apenas puedo recordar cuándo empezamos a hacerlo, de lo pequeño que era, quizá más pequeño incluso que Kyle. Salíamos en nuestra barca y nos pasábamos horas sentados. A veces me contaba historias. Era como si conociera cientos de ellas. Y si no, respondía a mis preguntas lo mejor que podía, a todas, sin importar cuáles fueran. Él no había ido a la universidad, pero era muy hábil para explicar cosas, y cuando no sabía algo, me lo decía tan tranquilamente. No era la clase de persona que siempre quiere tener razón.
_____ estuvo a punto de tocarlo, pero Joseph parecía absorto por completo en sus recuerdos, cabizbajo.
—Nunca vi que se enfadara ni que levantara la voz a nadie. Cuando yo hacía travesuras, le bastaba con mirarme y decirme: «Ya está bien, hijo. Déjalo ya.» Y yo paraba en el acto porque sabía que lo estaba decepcionando. Me doy cuenta de que puede parecer raro, pero supongo que no quería defraudarlo.
Cuando hubo acabado, Joseph aspiró larga y profundamente.
—Debía de ser un hombre estupendo —dijo _____, que se había dado cuenta de que acababa de tropezar con algo importante de la vida de Joseph, si bien todavía desconocía su profundidad y alcance.
—Sí. Lo era.
Aunque _____ tuvo la impresión de que todavía quedaba mucho de qué hablar, el tono de la voz de Joseph dejó bien claro que él no deseaba seguir charlando del asunto. Ambos permanecieron en silencio largo rato mientras escuchaban los coros de los grillos.
—¿Cuántos años tenías tú cuando murió tu padre? —preguntó él finalmente para romper el silencio.
—Cuatro.
—¿Te acuerdas de él como yo del mío?
—No, no como tú. Conservo imágenes de situaciones, como cuando me contaba cuentos antes de dormir o las cosquillas de su bigote al darme un beso de buenas noches. Siempre me ponía contenta cuando él estaba. Incluso ahora no pasa un día sin que desee poder retroceder en el tiempo y cambiar lo que sucedió.
Al escuchar aquellas palabras, Joseph la contempló con expresión de sorpresa, consciente de que _____ acababa de dar en el clavo. Con un par de frases había explicado la esencia misma de lo que él había intentado en vano transmitirles a Valerie y a Lori. Pero, por mucho que hubieran escuchado, no habrían podido entenderlo realmente. Les habría sido imposible: ninguna de las dos se había despertado jamás con la terrible certeza de que habían olvidado para siempre el sonido de la voz de sus padres; ninguna de las dos había atesorado nunca una fotografía como único medio para recordar; ninguna de las dos había experimentado la necesidad de cuidar de una losa de granito que descansaba a la sombra de un sauce.
Todo lo que Joseph sabía era que por fin había encontrado a alguien en cuya voz podía escuchar el eco de sus propias angustias. Por segunda vez aquella noche, la tomó de la mano.
Permanecieron así, cogidos y en silencio, con los dedos ligeramente entrelazados y temerosos de que cualquier palabra que pronunciaran pudiera quebrar la magia de aquel instante. En el cielo flotaban las perezosas nubes, plateadas bajo la luz de la luna. A su lado, _____ observó cómo las sombras jugaban con las facciones de Joseph mientras se sentía ligeramente confusa. En su mandíbula vio una pequeña cicatriz en la que no había reparado anteriormente, y otra en su dedo anular, como una quemadura que hubiera sanado hacía mucho. Si él se dio cuenta de que lo examinaba, no lo demostró: se limitó a contemplar el paisaje de la pequeña propiedad.
El aire nocturno había refrescado, y el soplo de la brisa marina había dejado un rastro de quietud. _____ sorbió su té mientras escuchaba el zumbido de los insectos que volaban en torno a la luz del porche. Las cigarras cantaban en las ramas de los árboles. Podía sentir que la noche se estaba acabando, que estaba casi terminada.
Joseph apuró su bebida y dejó el vaso en la barandilla con un tintineo de los cubitos de hielo.
—Creo que debería irme. Mañana me espera un madrugón.
—Claro.
Sin embargo, permaneció inmóvil en el sitio unos instantes más, sin decir nada. Por alguna razón seguía acordándose del aspecto de _____ cuando le había confesado todos sus miedos respecto a Kyle: su expresión desafiante, la intensa emoción que la había invadido al hablar. Denise se había preocupado en muchas ocasiones por él, pero ¿acaso se había acercado siquiera a lo que _____ debía sufrir todos los días? No era equiparable.
Le había emocionado comprobar que aquellos temores sólo habían servido para fortalecer el amor de _____ hacia su hijo. Era normal que hallara hermosa semejante demostración de amor incondicional y puro frente a las adversidades. ¿A quién no se lo parecería? Pero había algo más, algo más profundo: un punto de comunión que nunca había encontrado con ninguna otra persona.
«Incluso ahora no pasa un día sin que desee poder retroceder en el tiempo y cambiar lo que sucedió.»
¿Cómo podía haberlo sabido ella?
El aura de su oscuro cabello parecía envolverla en el misterio.
Por fin, Joseph se apartó de la barandilla.
—Eres una gran madre, _____. —Se resistía a soltar su delicada mano—. Y aunque resulte duro, aunque no sea lo que tú esperabas, no puedo evitar creer que todo sucede porque hay una razón para ello. Kyle necesitaba a alguien como tú.
La joven asintió.
A regañadientes, Joseph le dio la espalda al porche, le dio la espalda a los pinos y a los robles, le dio la espalda a sus propios sentimientos. El suelo de madera crujió mientras bajaba los escalones con _____ a su lado.
Ella lo miró y él estuvo a punto de besarla.
Bajo la pálida luz del porche, le había parecido que los ojos de la joven brillaban con secreta intensidad. Pero, a pesar de la situación, Joseph no tuvo la certeza de que un beso fuera lo que _____ esperaba de él, y se contuvo en el último momento. La noche ya había sido memorable sin que tuviera que suceder nada más; la más memorable que había vivido en mucho tiempo. Aquello era algo que no quería estropear.
Dio un pequeño paso atrás, como si no quisiera agobiarla.
—He pasado una velada maravillosa —dijo.
—Yo también —contestó ella.
Finalmente, le soltó la mano y añoró su contacto cuando se separó. Quería decirle que había visto dentro de ella algo especial, algo increíblemente único, algo que en otro tiempo había buscado y perdido la esperanza de hallar. Habría querido decirle todo aquello, pero no pudo.
Sonrió levemente, dio media vuelta y se alejó bajo los oblicuos rayos de la luna, hacia la oscuridad de su camioneta.
Bajo el porche, _____ se despidió agitando la mano mientras Joseph enfilaba hacia la carretera con los faros brillando en la distancia. Oyó que se detenía en el cruce y esperaba a que un coche solitario se acercara y acabara de pasar. La camioneta giró en dirección a la ciudad.
Cuando él se hubo marchado, subió al dormitorio y se sentó en la cama. En la mesilla había una pequeña lámpara de lectura, una foto de Kyle de bebé y un vaso de agua medio vacío que se había olvidado de bajar a la cocina aquella mañana.
Suspirando, abrió el cajón. En el pasado había contenido revistas y libros, pero en aquellos momentos estaba vacío a excepción de una pequeña botella de perfume que su madre le había regalado unos meses antes de morir. Había sido un obsequio de cumpleaños, envuelto en papel dorado y atado con una cinta. Había usado casi la mitad en las semanas inmediatas, pero tras el fallecimiento de su madre no lo había vuelto a tocar. Lo conservaba como un recuerdo; sin embargo, en aquel instante, lo que le recordaba era lo mucho que hacía que no se perfumaba. Incluso aquella noche se había olvidado de hacerlo.
Era madre. Por encima de cualquier otra cosa, se definía como madre. Sin embargo, por mucho que quisiera negarlo, también era mujer; y tras muchos años de haberlo mantenido enterrado, aquél era un sentimiento que reclamaba su atención.
Sentada en el dormitorio y contemplando el frasco, sintió que la invadía una incierta inquietud. Había algo en su interior que le hacía anhelar que la desearan, que la protegieran y la cuidaran, que la escucharan y la aceptaran sin juzgarla; que la amaran.
Apagó la luz y salió al pasillo con los brazos cruzados sobre el pecho. Kyle dormía profundamente. En el calor de la habitación había apartado las sábanas y se había destapado. Encima del escritorio, un oso de peluche emitía luz y una música que inundaba el cuarto y se repetía monótonamente. Era su luz de vela desde que había nacido. La apagó, fue hasta la cama, deshizo el lío de cobertores y tapó a su hijo. Kyle se acurrucó. Ella lo besó en la mejilla, en aquella piel tersa y suave, y salió de la habitación.
La cocina estaba silenciosa. Fuera, podía escuchar el canto veraniego de los grillos. Se asomó a la ventana. Las hojas de los árboles brillaban bajo el resplandor de la luna y permanecían inmóviles. El cielo estaba poblado de estrellas que se extendían hasta el infinito. Sonrió y las contempló largamente, mientras pensaba en Joseph Jonas.
Natuu!(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 16
Dos días después, al atardecer, Joseph estaba sentado en la cocina de su casa, ocupado con el papeleo, cuando recibió la llamada. Se había producido un accidente en el puente entre un automóvil y un camión cisterna que transportaba gasolina.
Un instante después, tras haber cogido las llaves, Joseph salía a toda prisa. A los cinco minutos, era uno de los primeros en presentarse en el lugar del accidente. No tardó en escuchar las sirenas del camión de bomberos que se aproximaba.
Mientras detenía su camioneta, Joseph se preguntó si llegarían a tiempo. Se apeó a toda prisa, sin molestarse en cerrar la portezuela, y miró a su alrededor. El tráfico se había detenido en ambas direcciones a los dos lados del puente, y los conductores estaban fuera de sus coches contemplando el horrible espectáculo.
La cabina del camión cisterna se había empotrado en la parte trasera de un Honda y la había destrozado por completo antes de aplastarse contra la red de cables que formaba el lateral del puente. En la confusión del choque, el conductor de la cisterna había girado el volante al tiempo que bloqueaba los frenos, y el remolque había dado un latigazo, se había cruzado en la calzada y cortaba la circulación en ambos sentidos.
El coche, aplastado en la parte delantera de la cabina, colgaba en el vacío sobre sus neumáticos reventados, igual que la tabla de un trampolín, y se balanceaba inclinado precariamente. A causa del topetazo contra uno de los cables, tenía el techo desgarrado, como una lata abierta a medias. Lo único que impedía que cayera al río que corría unos veinticinco metros más abajo era el propio peso de la cabina del camión, y ésta parecía cualquier cosa menos estable. Además, el motor humeaba intensamente y derramaba sobre el Honda sus líquidos, que cubrían la carrocería con una capa brillante y viscosa.
Cuando Mitch divisó a Joseph se le acercó corriendo para informarle brevemente y fue directamente al grano.
—El conductor del camión está bien, pero el del coche sigue dentro. No sabemos si es hombre o mujer. En cualquier caso, se ha desplomado sobre el volante.
—¿Qué hay del tanque cisterna?
—Lleno en tres cuartas partes.
«Un motor humeante que gotea encima del coche...»
—Si la cabina explota, ¿estallará también el remolque?
—El conductor dice que eso no debe suceder si el forro interior no se ha dañado en el accidente. No he visto ninguna grieta, pero no puedo estar seguro.
Joseph miró a la multitud en torno a él. Una descarga de adrenalina le corría por las venas.
—Hemos de sacar a toda esta gente de aquí.
—Lo sé. Pero están parachoques contra parachoques. Yo acabo de llegar y no he tenido tiempo de hacer nada.
Llegaron dos camiones de bomberos más: el de la bomba de agua y el de la escalera mecánica, con sus luces destellando. Siete hombres vestidos con trajes ignífugos se apearon antes incluso de que los vehículos se detuvieran y se hicieron rápidamente con la situación, gritando órdenes y yendo por las mangueras.
Como se habían presentado en el lugar del siniestro sin haber pasado antes por el Parque de bomberos, Joseph y Mitch corrieron a ponerse los trajes ignífugos que sus compañeros habían llevado para ellos y se los colocaron encima de la ropa, con la facilidad que da la práctica.
También se presentó Cari Huddle, así como dos oficiales de policía de Edénton. Tras una rápida consulta dirigieron su atención a los coches que estaban detenidos en la carretera. Sacaron un megáfono y empezaron a ordenar a los mirones que regresaran a sus vehículos y abandonaran la zona. Los dos oficiales —en Edenton iba cada uno en un vehículo separado— fueron en direcciones opuestas hacia el final de las hileras de coches aparcados. El último fue el primero en recibir la orden.
—Señor, debe usted dar media vuelta. Tenemos un grave problema en el puente.
—¿A qué distancia?
—A un kilómetro.
El conductor vaciló, como si dudara de la necesidad de todo aquello.
—¡Dé la vuelta ya! —ladró el agente.
Joseph calculó que unos quinientos metros eran distancia suficiente para una zona de seguridad. No obstante, tardarían un rato en despejar el área de coches.
Entre tanto, el motor del camión había empezado a humear con más intensidad.
En circunstancias normales, los bomberos conectaban sus mangueras a la red de agua para disponer así de toda la que pudieran necesitar; sin embargo, en medio del puente no había ninguna conexión, así que el coche bomba iba a ser su única fuente de agua. Contenía la suficiente para apagar la cabina si se incendiaba; pero si la cisterna llegaba a estallar, no sería bastante para controlar el fuego.
Controlar las llamas iba a ser decisivo, aunque el rescate del conductor del Honda era la prioridad que estaba en la mente de todos.
¿Cómo podrían llegar hasta él? Todos expusieron sus ideas al tiempo que se preparaban para lo inevitable. ¿Trepar por la carrocería para llegar hasta él? ¿Extender la escalera y arrastrarse por ella? ¿Tirarle un cable?
No importaba cuál fuera la decisión, el problema seguía siendo el mismo: todos tenían miedo de añadir más peso al vehículo. Ya era de por sí un milagro que siguiera aguantando. Cualquier sacudida podía hacerlo caer. Cuando el chorro de agua golpeó la cabina del camión, todos vieron cómo sus miedos se hacían realidad.
El chorro roció con violencia el humeante motor y a continuación se precipitó por el destrozado parabrisas del coche a un ritmo de casi dos mil litros por minuto. Allí, por efecto de la gravedad, el agua se acumuló en el morro del Honda y al cabo de unos instantes empezó a brotar de la parrilla delantera. El vehículo se inclinó, al tiempo que levantaba la cabina del camión. Luego, volvió a enderezarse. Los bomberos que manejaban la manguera vieron que el destrozado vehículo estaba a punto de precipitarse al vacío y sin perder un segundo desviaron el chorro antes de cortarlo. Estaban blancos como el papel.
El agua seguía manando de la parte frontal del coche, pero no había habido ni un movimiento por parte del pasajero.
—Vamos a usar la escalera del camión —urgió Joseph—. La extenderemos por encima y usaremos el cable para sacar a quien haya dentro.
El coche seguía balanceándose.
—Puede que no nos aguante a los dos —dijo Nick, rápidamente. Como jefe, era el único empleado a tiempo completo del Cuerpo de bomberos y el responsable de conducir uno de los camiones. En situaciones de crisis solía ejercer una influencia tranquilizadora.
Era evidente que tenía cierta razón, porque, a causa del ángulo de los restos y la estrechez del puente, la escalera y el gancho no podrían extenderse en la posición más adecuada. El camión que la llevaba sólo podía estacionar en un lado, y eso lo forzaba a desplegar la escalera en diagonal sobre el coche, de manera que quedaría un trecho de unos siete metros en voladizo. No es que fuera mucho, pero puesto que debía quedar desplegada horizontalmente, pondría a prueba los límites de seguridad.
Si se hubiera tratado de un vehículo escalera nuevo, seguramente no habría habido problema, pero el de Edenton era uno de los más antiguos del estado y había sido adquirido con la idea de que el edificio más alto de la ciudad no tenía más de tres pisos. La escalera no había sido pensada para ser usada en una situación como la que estaban afrontando.
—¿Qué alternativa tenemos? Puedo ir y estar de regreso antes de que te hayas dado cuenta —aseguró Joseph.
Nick ya había supuesto que se iba a presentar voluntario. Doce años atrás, durante el segundo año de Joseph con el cuerpo, Nick le había preguntado por qué era siempre el primero en ofrecerse para las tareas más arriesgadas. Aunque los riesgos formaban parte de la profesión, los innecesarios eran otro asunto, y Joseph lo había sorprendido al comportarse como una persona que tiene algo por demostrar. Nick no quería a gente así; no porque desconfiara de la eficacia de Joseph, sino porque no deseaba tener que arriesgar la vida rescatando a alguien que desafiaba el peligro innecesariamente.
Sin embargo, Joseph se lo había explicado con absoluta sencillez:
—Mi padre murió cuando yo tenía nueve años, así que sé lo que significa para un niño crecer solo. Es algo que no quiero que le suceda a ninguno.
Tampoco se trataba de que sus compañeros no se arriesgaran; todos lo hacían cuando era necesario y lo aceptaban como una parte más de su trabajo. Todos sabían lo que podía suceder, y en docenas de ocasiones habían declinado la oferta de Joseph.
Pero aquella vez...
—Está bien —repuso Nick, tajante—, tienes razón, Joseph. Pongámonos manos a la obra.
Lo primero fue colocar el vehículo escalera en la posición adecuada haciéndolo retroceder hasta que quedó en la mediana. Una vez allí, el conductor tuvo que hacer tres maniobras hasta que pudo situarse en el lugar correcto. Se tardó siete minutos en completar los preparativos.
Durante ese tiempo, el motor del camión accidentado había seguido humeando, y pequeñas llamas empezaron a aparecer y a lamer la carrocería del coche. El fuego parecía hallarse peligrosamente cerca del remolque de gasolina, pero las mangueras habían quedado descartadas y no podían acercarse con los extintores de mano lo suficiente para que se notara la diferencia.
El reloj corría en su contra y todo lo que podían hacer era contemplar el desastre.
Mientras colocaban el vehículo escalera en posición, Joseph se procuró toda la cuerda que podía necesitar y sujetó un extremo a su arnés. Cuando todo estuvo listo, se encaramó a la escalera y ató la otra punta a uno de los últimos peldaños. Un cable, mucho más largo y a cuyo extremo había un gancho del que colgaba un arnés acolchado, fue depositado también sobre la escalera. Tan pronto como Joseph consiguiera colocárselo al conductor del Honda, podrían recogerlo e izarlo fuera del coche.
La escalera empezó a desplegarse mientras Joseph yacía tumbado boca abajo e intentaba concentrarse.
«Mantén el equilibrio... —se decía—. Permanece tan atrás como puedas... Cuando llegue el momento, agáchate rápidamente pero con cuidado... No toques el coche...»
Pero no podía dejar de pensar en el conductor del Honda. ¿Estaba atrapado? ¿Podría moverlo sin arriesgarse a causarle daños adicionales? ¿Cómo iba a sacarlo sin que el coche se desplomara?
El armazón de metal siguió extendiéndose mientras se acercaba al automóvil siniestrado. Todavía faltaban unos cuatro metros para llegar y Joseph ya podía percibir cómo el artefacto crujía y oscilaba como un viejo granero azotado por una tormenta.
Tres metros. Estaba lo bastante cerca para poder alcanzar con el brazo las llamas que surgían del motor del camión.
Dos metros.
Joseph podía notar su calor y vio cómo lamían la aplastada parte trasera del Honda. La escalera empezó a oscilar ligeramente.
Un metro. Se hallaba prácticamente encima del coche y se acercaba poco a poco al parabrisas delantero.
Entonces, la estructura se detuvo bruscamente. Tumbado todavía boca abajo, Joseph se dio la vuelta para comprobar si había sucedido algo; pero, por la expresión de sus compañeros, se percató de que el artefacto había llegado tan lejos como había podido y que a partir de ese momento le tocaba a él moverse.
Todo el armazón se cimbreó mientras deshacía la cuerda que tenía ligada al arnés. Sujetando el destinado al conductor con la otra mano, empezó a reptar centímetro a centímetro hacia los peldaños finales que iba a utilizar para descolgarse y llegar hasta el automóvil.
A pesar del caos que lo rodeaba, le llamó la atención la belleza del anochecer. Como en un sueño, el cielo se había despejado, y las estrellas, la luna y las delgadas nubes brillaban ante él. A sus pies, el río parecía más negro que la tinta. Pudo oír sus propios jadeos a medida que avanzaba y los latidos de su corazón. La escalera temblaba y se agitaba al menor movimiento.
Se arrastró como un soldado por la hierba, aferrándose a los fríos barrotes de la escala metálica. Tras él, los últimos coches se alejaban del puente. En un silencio de muerte, escuchó claramente el crepitar de las llamas bajo la cabina del camión. Sin previo aviso, el coche empezó a oscilar.
El morro se inclinó ligeramente y se detuvo. Luego, cayó un poco más antes de equilibrarse. No había el menor soplo de viento. Entonces lo escuchó. En una décima de segundo oyó un débil gemido, apagado y casi imposible de descifrar.
—¡No se mueva! —gritó Joseph inmediatamente.
El lamento se hizo más intenso, y el Honda se balanceó sensiblemente.
—¡No se mueva! —repitió aún más alto.
Su voz era el único sonido en la oscuridad y tenía un toque de desesperación. El resto era quietud absoluta. Un murciélago pasó aleteando cerca de él.
Volvió a escuchar el gemido y el morro del vehículo se inclinó hacia el río antes de estabilizarse.
Joseph se movió con rapidez. Aseguró su cuerda en el último peldaño con un nudo marinero y, sujeto por el arnés, se deslizó entre los escalones con la mayor agilidad posible. La escalera se meneó como la tabla de un trampolín, crujiendo y bamboleándose como si estuviera a punto de partirse en dos. Joseph se aferró firmemente en la mejor posición que pudo, como si estuviera en un columpio; a continuación, mientras se cogía de la cuerda con una mano, intentó alcanzar al conductor con la otra mientras iba comprobando gradualmente la resistencia de la escalera.
Se introdujo por el parabrisas hacia el salpicadero y se dio cuenta de que estaba demasiado alto, pero tuvo la oportunidad de ver a la persona a la que estaba intentando salvar. Se trataba de un muchacho de unos veinte años, más o menos de su estatura y corpulencia, que al parecer estaba semiconsciente y se debatía entre los restos haciendo que el coche oscilara. Joseph comprendió que aquellos gestos eran un arma de doble filo: por una parte, significaban que podría sacarlo del habitáculo sin temor a causarle una lesión en la columna; por otra, podían provocar la caída definitiva del vehículo.
Pensando a toda velocidad, Joseph alcanzó el arnés acolchado que había dejado en la escalera para acercárselo al joven. Con aquel repentino movimiento, la escalera se puso a saltar arriba y abajo, y el cable se tensó.
—¡Suelten más cable! —gritó.
Un instante más tarde, notó que aflojaba la tensión y el arnés empezó a bajar. Cuando lo tuvo en posición, gritó a sus compañeros que ya era suficiente. Abrió uno de los extremos para intentar colocárselo al hombre y cerrarlo de nuevo.
Se inclinó, pero comprobó con frustración que no podía llegar hasta él. Apenas le faltaba un metro.
—¿Puede oírme? —le gritó—. Por favor, si entiende lo que le digo, respóndame.
De nuevo sonó el mismo gemido que antes y el conductor se movió. Era evidente que, como mucho, estaba semiconsciente.
En aquel instante, las llamas de debajo de la cabina se intensificaron.
Apretando los dientes, Joseph aferró la cuerda lo más abajo que pudo y se inclinó de nuevo hacia el joven. Llegó más cerca, casi al borde del salpicadero, pero el conductor estaba todavía fuera de su alcance.
Joseph oyó que sus compañeros lo llamaban desde el puente.
—¿Puedes sacarlo de ahí? —gritó Nick.
Joseph sopesó la situación. La parte frontal del vehículo no parecía haber sufrido daños, y el hombre estaba medio recostado en el asiento, medio tumbado en el suelo, sin el cinturón de seguridad, encajado, pero con aspecto de poder ser izado a través del agujero del techo. Joseph ahuecó su mano libre a modo de altavoz para hacerse oír.
—Creo que sí. El parabrisas está hecho añicos y el techo medio abierto. Tiene sitio para incorporarse y no veo que nada lo sujete o lo tenga aprisionado.
—¿Puedes llegar hasta él?
—Todavía no —contestó—. Estoy cerca, pero no alcanzo a colocarle el arnés. Está medio inconsciente.
—Haz lo que puedas y apresúrate —le llegó la preocupada voz de Nick—. Desde aquí parece que el fuego del motor del camión está empeorando.
Pero Joseph ya lo sabía. La cabina de la cisterna irradiaba un intenso calor, y escuchó unos extraños sonidos, como si algo saltara en su interior. Las gotas de sudor le caían por la cara.
Sujetándose mejor, aferró nuevamente la cuerda y se estiró tanto como pudo. Esa vez, sus dedos rozaron el brazo del joven a través del parabrisas. La escalera oscilaba sin cesar, y Joseph aprovechaba cada ocasión en que ésta alcanzaba el punto más bajo. Le faltaban sólo centímetros.
De repente, como en una pesadilla, escuchó el rugido de una llamarada cuando una explosión de fuego brotó del motor hacia él. Se cubrió instintivamente el rostro con las manos mientras las llamas retrocedían.
—¿Estás bien? —gritó Nick.
—¡Sí, estoy bien!
Se había acabado el tiempo para hacer planes y para discutir alternativas.
Joseph cogió el cable y se lo acercó. Alargando el pie, consiguió meterlo en el gancho del que colgaba el arnés; luego, apoyó todo su peso en él y, levantándose ligeramente, se soltó del suyo y de la cuerda que lo sostenía.
Agarrándose para salvar su vida y apoyado sólo en un pie, bajó las manos y se puso casi en cuclillas. En ese momento estaba lo bastante bajo para llegar hasta el hombre. Soltó una mano y agarró el arnés de seguridad para el conductor. Iba a tener que colocárselo al joven alrededor del pecho y por debajo de los brazos.
La escalera se movía frenéticamente, y el fuego empezaba a lamer el techo del Honda a escasos centímetros de su cabeza. Gotas de sudor le corrían por el rostro y le entorpecían la visión. Sintió una descarga de adrenalina.
—¡Despiértese! —gritó—. Tiene usted que ayudarme para que podamos salir los dos de aquí.
El conductor gimió y parpadeó. Aquello no era suficiente. Las llamas se acercaban.
Joseph agarró violentamente al hombre y lo zarandeó.
—¡Ayúdeme, maldita sea!
El conductor pareció despertar, como impulsado por un repentino instinto de supervivencia, y levantó la cabeza.
—¡Póngase el arnés debajo de los brazos!
No pareció entenderlo, pero estaba en una posición que le permitió a Joseph deslizarle una de las correas por debajo de un brazo. Ya tenía uno. Siguió gritando:
—¡Ayúdeme! ¡Despierte! ¡Ya casi no nos queda tiempo!
El incendio rugía cada vez con más fuerza, y la escalera amenazaba con partirse.
El hombre movió la cabeza, no mucho y tampoco lo suficiente. Su otro brazo, pillado entre el volante y el cuerpo, parecía aprisionado. Sin preocuparse ya por las consecuencias, Joseph le dio un fuerte tirón que lo hizo desplazarse de lado. La escalera se inclinó peligrosamente, al igual que el coche, cuyo morro apuntó hacia el río.
Sin embargo, de algún modo, el tirón fue suficiente. El hombre abrió los ojos y forcejeó para salir del asiento. El Honda se balanceaba sin control.
Joseph le ayudó a colocarse el arnés de seguridad y se lo ajustó fuertemente. Con una mano sudorosa afirmó el mosquetón en el cable.
—¡Lo vamos a sacar ahora! ¡No nos queda tiempo! —le dijo.
El otro cayó de nuevo inconsciente. Sin embargo, el camino estaba por fin despejado.
—¡Súbanlo! —gritó Joseph a sus compañeros—. ¡Está a salvo!
Luego trepó por el cable hasta colocarse erguido.
Los bomberos empezaron a enrollar el cable muy despacio por temor a que una sacudida pudiera afectar a la escalera. A pesar de todo, en lugar de ver ascender al conductor, Joseph tuvo la impresión de que era la escalera la que cedía.
Sí, cedía.
«¡Oh, mierda», se dijo.
La vio a punto de doblarse, pero entonces empezaron a subir, centímetro a centímetro. Con una lentitud de pesadilla, el cable se detuvo y la escalera descendió un poco más. Joseph se dio cuenta en el acto de que aquel viejo armazón no podría sostenerlos a los dos.
—¡Paren! —gritó—. ¡La escalera va a partirse!
Tenía que desasirse del cable y de la escalera. Tras asegurarse de que el hombre no se quedaría atascado, trepó hasta alcanzar los peldaños de la escala metálica; con mucho cuidado, retiró el pie del gancho y dejó que las piernas le colgaran libremente mientras rezaba para que ninguna sacudida partiera la estructura. Lentamente empezó a avanzar, como un niño que jugara colgado de los barrotes del laberinto en un parque. Uno, dos, tres, cuatro... El coche ya no estaba bajo sus pies, pero todavía podía notar cómo la escalera se inclinaba.
Fue entonces cuando vio que las llamas se avivaban a medida que se acercaban al depósito de gasolina. Había visto antes motores incendiados, y su experiencia le decía que aquél estaba a punto de estallar.
Miró hacia el puente y, como si fuera a cámara lenta, vio a los bomberos, a sus amigos, que le hacían gestos frenéticos con los brazos para que se apresurara y le gritaban que se pusiera a salvo antes de que el camión explotara.
Sin embargo, Joseph sabía que no había forma de que consiguieran rescatarlos a él y al conductor antes de la explosión.
—¡Sáquenlo de ahí! —chilló a pleno pulmón—. ¡Tienen que sacarlo ya!
Colgado sobre el río, se soltó de la escalera y cayó. La negrura de la noche lo devoró instantáneamente.
La corriente estaba veinticinco metros más abajo.
—¡Eso ha sido lo más estúpido, la mayor insensatez que te he visto hacer desde que nos conocemos! —le dijo Mitch con rotundidad.
Habían transcurrido quince minutos y se encontraban sentados en la orilla del Chowan.
—Lo digo en serio. He visto a mucha gente arriesgarse tontamente, ¡pero tú te llevas el primer premio!
—Pero conseguimos sacar a ese tipo, ¿no? —se defendió Joseph.
Estaba empapado y había perdido una bota mientras nadaba hacia la orilla. Una vez pasado el peligro, una vez disipado el efecto de la adrenalina, notaba que el cuerpo se le deslizaba hacia un estado de agotado adormecimiento. Se sentía como si no hubiera dormido durante días, tenía los músculos como de goma, y las manos le temblaban incontrolablemente.
Gracias a Dios, sus compañeros se ocupaban en esos momentos del accidente, porque él se hallaba demasiado exhausto para intervenir. A pesar de que el motor había explotado, la cisterna había resistido, y los bomberos estaban en condiciones de poder dominar el incendio.
—No tenías por qué haberte soltado. Habrías podido llegar.
A pesar de aquellas palabras, Mitch no estaba del todo seguro de tener razón.
Inmediatamente después de que Joseph se soltara, sus compañeros se habían despabilado y habían rebobinado el cable a toda prisa. Sin el peso de Joseph, la escalera tenía la resistencia suficiente para que pudieran sacar al conductor a través del parabrisas. Tal como Joseph había previsto, lo izaron sin causarle un arañazo. Una vez fuera, la escalera giró y se replegó hacia el puente justo a tiempo, antes de que el camión estallara escupiendo llamaradas en todas direcciones. Entonces, los restos del coche quedaron libres y se precipitaron al río, tras Joseph. Éste, que ya había previsto que aquello sucedería, no había dejado de nadar furiosamente para ponerse a salvo. Aun así, los restos del Honda cayeron cerca de él, muy cerca.
En el instante en que entró en la corriente, la presión lo había succionado durante varios segundos y lo había mantenido hundido unos cuantos más. Había dado vueltas y girado bajo el agua como un trapo en la lavadora, pero finalmente logró salir a la superficie y respirar unas bocanadas de aire. Al emerger, gritó a sus compañeros que se encontraba bien y lo volvió a hacer después de que el montón de chatarra se precipitara en el agua y no lo aplastara por poco. Cuando por fin alcanzó la ribera, estaba mareado y aturdido a causa de la violencia de los acontecimientos. Entonces fue cuando las manos empezaron a temblarle.
Nick no supo si palidecer a causa de la caída de Joseph o por el alivio de ver que todo había acabado bien y que el conductor estaba sano y salvo. Envió al amigo de Joseph a buscarlo.
Mitch lo había encontrado sentado en el barro, abrazándose las rodillas y con la frente apoyada sobre ellas. No se había movido desde que había dado con él.
—No tendrías que haber saltado —añadió Mitch ante el silencio de su amigo.
Joseph levantó la cabeza y se secó el agua de la cara.
—Parecía peligroso —contestó inexpresivamente.
—Eso es porque era peligroso. Pero lo que de verdad me preocupaba era el coche que se precipitó detrás de ti. Podía haberte aplastado...
«Ya lo sé», pensó.
—Por eso nadé bajo el puente —replicó.
—Pero ¿y si hubiera caído unas décimas de segundo antes? ¿Qué habría pasado si el camión hubiera estallado antes? ¿Y si te hubieras golpeado con algún objeto sumergido? ¡Por el amor de Dios!
Y sí...
«Estaría muerto», se dijo.
Meneó la cabeza, aturdido. Sabía que debería responder de nuevo a todas esas preguntas cuando Nick se las planteara en serio.
—No sabía qué otra cosa podía hacer —repuso.
Mitch lo contempló con aire preocupado, mientras percibía la incomodidad en su voz. Había visto otras veces aquella actitud de estupor en gente que se daba cuenta de repente de que era afortunada de seguir con vida. Se dio cuenta del temblor de las manos de Joseph y le dio unas palmadas de ánimo en la espalda.
—Vamos. Me alegro de que no te haya ocurrido nada.
Joseph asintió. Demasiado exhausto para responder.
Un instante después, tras haber cogido las llaves, Joseph salía a toda prisa. A los cinco minutos, era uno de los primeros en presentarse en el lugar del accidente. No tardó en escuchar las sirenas del camión de bomberos que se aproximaba.
Mientras detenía su camioneta, Joseph se preguntó si llegarían a tiempo. Se apeó a toda prisa, sin molestarse en cerrar la portezuela, y miró a su alrededor. El tráfico se había detenido en ambas direcciones a los dos lados del puente, y los conductores estaban fuera de sus coches contemplando el horrible espectáculo.
La cabina del camión cisterna se había empotrado en la parte trasera de un Honda y la había destrozado por completo antes de aplastarse contra la red de cables que formaba el lateral del puente. En la confusión del choque, el conductor de la cisterna había girado el volante al tiempo que bloqueaba los frenos, y el remolque había dado un latigazo, se había cruzado en la calzada y cortaba la circulación en ambos sentidos.
El coche, aplastado en la parte delantera de la cabina, colgaba en el vacío sobre sus neumáticos reventados, igual que la tabla de un trampolín, y se balanceaba inclinado precariamente. A causa del topetazo contra uno de los cables, tenía el techo desgarrado, como una lata abierta a medias. Lo único que impedía que cayera al río que corría unos veinticinco metros más abajo era el propio peso de la cabina del camión, y ésta parecía cualquier cosa menos estable. Además, el motor humeaba intensamente y derramaba sobre el Honda sus líquidos, que cubrían la carrocería con una capa brillante y viscosa.
Cuando Mitch divisó a Joseph se le acercó corriendo para informarle brevemente y fue directamente al grano.
—El conductor del camión está bien, pero el del coche sigue dentro. No sabemos si es hombre o mujer. En cualquier caso, se ha desplomado sobre el volante.
—¿Qué hay del tanque cisterna?
—Lleno en tres cuartas partes.
«Un motor humeante que gotea encima del coche...»
—Si la cabina explota, ¿estallará también el remolque?
—El conductor dice que eso no debe suceder si el forro interior no se ha dañado en el accidente. No he visto ninguna grieta, pero no puedo estar seguro.
Joseph miró a la multitud en torno a él. Una descarga de adrenalina le corría por las venas.
—Hemos de sacar a toda esta gente de aquí.
—Lo sé. Pero están parachoques contra parachoques. Yo acabo de llegar y no he tenido tiempo de hacer nada.
Llegaron dos camiones de bomberos más: el de la bomba de agua y el de la escalera mecánica, con sus luces destellando. Siete hombres vestidos con trajes ignífugos se apearon antes incluso de que los vehículos se detuvieran y se hicieron rápidamente con la situación, gritando órdenes y yendo por las mangueras.
Como se habían presentado en el lugar del siniestro sin haber pasado antes por el Parque de bomberos, Joseph y Mitch corrieron a ponerse los trajes ignífugos que sus compañeros habían llevado para ellos y se los colocaron encima de la ropa, con la facilidad que da la práctica.
También se presentó Cari Huddle, así como dos oficiales de policía de Edénton. Tras una rápida consulta dirigieron su atención a los coches que estaban detenidos en la carretera. Sacaron un megáfono y empezaron a ordenar a los mirones que regresaran a sus vehículos y abandonaran la zona. Los dos oficiales —en Edenton iba cada uno en un vehículo separado— fueron en direcciones opuestas hacia el final de las hileras de coches aparcados. El último fue el primero en recibir la orden.
—Señor, debe usted dar media vuelta. Tenemos un grave problema en el puente.
—¿A qué distancia?
—A un kilómetro.
El conductor vaciló, como si dudara de la necesidad de todo aquello.
—¡Dé la vuelta ya! —ladró el agente.
Joseph calculó que unos quinientos metros eran distancia suficiente para una zona de seguridad. No obstante, tardarían un rato en despejar el área de coches.
Entre tanto, el motor del camión había empezado a humear con más intensidad.
En circunstancias normales, los bomberos conectaban sus mangueras a la red de agua para disponer así de toda la que pudieran necesitar; sin embargo, en medio del puente no había ninguna conexión, así que el coche bomba iba a ser su única fuente de agua. Contenía la suficiente para apagar la cabina si se incendiaba; pero si la cisterna llegaba a estallar, no sería bastante para controlar el fuego.
Controlar las llamas iba a ser decisivo, aunque el rescate del conductor del Honda era la prioridad que estaba en la mente de todos.
¿Cómo podrían llegar hasta él? Todos expusieron sus ideas al tiempo que se preparaban para lo inevitable. ¿Trepar por la carrocería para llegar hasta él? ¿Extender la escalera y arrastrarse por ella? ¿Tirarle un cable?
No importaba cuál fuera la decisión, el problema seguía siendo el mismo: todos tenían miedo de añadir más peso al vehículo. Ya era de por sí un milagro que siguiera aguantando. Cualquier sacudida podía hacerlo caer. Cuando el chorro de agua golpeó la cabina del camión, todos vieron cómo sus miedos se hacían realidad.
El chorro roció con violencia el humeante motor y a continuación se precipitó por el destrozado parabrisas del coche a un ritmo de casi dos mil litros por minuto. Allí, por efecto de la gravedad, el agua se acumuló en el morro del Honda y al cabo de unos instantes empezó a brotar de la parrilla delantera. El vehículo se inclinó, al tiempo que levantaba la cabina del camión. Luego, volvió a enderezarse. Los bomberos que manejaban la manguera vieron que el destrozado vehículo estaba a punto de precipitarse al vacío y sin perder un segundo desviaron el chorro antes de cortarlo. Estaban blancos como el papel.
El agua seguía manando de la parte frontal del coche, pero no había habido ni un movimiento por parte del pasajero.
—Vamos a usar la escalera del camión —urgió Joseph—. La extenderemos por encima y usaremos el cable para sacar a quien haya dentro.
El coche seguía balanceándose.
—Puede que no nos aguante a los dos —dijo Nick, rápidamente. Como jefe, era el único empleado a tiempo completo del Cuerpo de bomberos y el responsable de conducir uno de los camiones. En situaciones de crisis solía ejercer una influencia tranquilizadora.
Era evidente que tenía cierta razón, porque, a causa del ángulo de los restos y la estrechez del puente, la escalera y el gancho no podrían extenderse en la posición más adecuada. El camión que la llevaba sólo podía estacionar en un lado, y eso lo forzaba a desplegar la escalera en diagonal sobre el coche, de manera que quedaría un trecho de unos siete metros en voladizo. No es que fuera mucho, pero puesto que debía quedar desplegada horizontalmente, pondría a prueba los límites de seguridad.
Si se hubiera tratado de un vehículo escalera nuevo, seguramente no habría habido problema, pero el de Edenton era uno de los más antiguos del estado y había sido adquirido con la idea de que el edificio más alto de la ciudad no tenía más de tres pisos. La escalera no había sido pensada para ser usada en una situación como la que estaban afrontando.
—¿Qué alternativa tenemos? Puedo ir y estar de regreso antes de que te hayas dado cuenta —aseguró Joseph.
Nick ya había supuesto que se iba a presentar voluntario. Doce años atrás, durante el segundo año de Joseph con el cuerpo, Nick le había preguntado por qué era siempre el primero en ofrecerse para las tareas más arriesgadas. Aunque los riesgos formaban parte de la profesión, los innecesarios eran otro asunto, y Joseph lo había sorprendido al comportarse como una persona que tiene algo por demostrar. Nick no quería a gente así; no porque desconfiara de la eficacia de Joseph, sino porque no deseaba tener que arriesgar la vida rescatando a alguien que desafiaba el peligro innecesariamente.
Sin embargo, Joseph se lo había explicado con absoluta sencillez:
—Mi padre murió cuando yo tenía nueve años, así que sé lo que significa para un niño crecer solo. Es algo que no quiero que le suceda a ninguno.
Tampoco se trataba de que sus compañeros no se arriesgaran; todos lo hacían cuando era necesario y lo aceptaban como una parte más de su trabajo. Todos sabían lo que podía suceder, y en docenas de ocasiones habían declinado la oferta de Joseph.
Pero aquella vez...
—Está bien —repuso Nick, tajante—, tienes razón, Joseph. Pongámonos manos a la obra.
Lo primero fue colocar el vehículo escalera en la posición adecuada haciéndolo retroceder hasta que quedó en la mediana. Una vez allí, el conductor tuvo que hacer tres maniobras hasta que pudo situarse en el lugar correcto. Se tardó siete minutos en completar los preparativos.
Durante ese tiempo, el motor del camión accidentado había seguido humeando, y pequeñas llamas empezaron a aparecer y a lamer la carrocería del coche. El fuego parecía hallarse peligrosamente cerca del remolque de gasolina, pero las mangueras habían quedado descartadas y no podían acercarse con los extintores de mano lo suficiente para que se notara la diferencia.
El reloj corría en su contra y todo lo que podían hacer era contemplar el desastre.
Mientras colocaban el vehículo escalera en posición, Joseph se procuró toda la cuerda que podía necesitar y sujetó un extremo a su arnés. Cuando todo estuvo listo, se encaramó a la escalera y ató la otra punta a uno de los últimos peldaños. Un cable, mucho más largo y a cuyo extremo había un gancho del que colgaba un arnés acolchado, fue depositado también sobre la escalera. Tan pronto como Joseph consiguiera colocárselo al conductor del Honda, podrían recogerlo e izarlo fuera del coche.
La escalera empezó a desplegarse mientras Joseph yacía tumbado boca abajo e intentaba concentrarse.
«Mantén el equilibrio... —se decía—. Permanece tan atrás como puedas... Cuando llegue el momento, agáchate rápidamente pero con cuidado... No toques el coche...»
Pero no podía dejar de pensar en el conductor del Honda. ¿Estaba atrapado? ¿Podría moverlo sin arriesgarse a causarle daños adicionales? ¿Cómo iba a sacarlo sin que el coche se desplomara?
El armazón de metal siguió extendiéndose mientras se acercaba al automóvil siniestrado. Todavía faltaban unos cuatro metros para llegar y Joseph ya podía percibir cómo el artefacto crujía y oscilaba como un viejo granero azotado por una tormenta.
Tres metros. Estaba lo bastante cerca para poder alcanzar con el brazo las llamas que surgían del motor del camión.
Dos metros.
Joseph podía notar su calor y vio cómo lamían la aplastada parte trasera del Honda. La escalera empezó a oscilar ligeramente.
Un metro. Se hallaba prácticamente encima del coche y se acercaba poco a poco al parabrisas delantero.
Entonces, la estructura se detuvo bruscamente. Tumbado todavía boca abajo, Joseph se dio la vuelta para comprobar si había sucedido algo; pero, por la expresión de sus compañeros, se percató de que el artefacto había llegado tan lejos como había podido y que a partir de ese momento le tocaba a él moverse.
Todo el armazón se cimbreó mientras deshacía la cuerda que tenía ligada al arnés. Sujetando el destinado al conductor con la otra mano, empezó a reptar centímetro a centímetro hacia los peldaños finales que iba a utilizar para descolgarse y llegar hasta el automóvil.
A pesar del caos que lo rodeaba, le llamó la atención la belleza del anochecer. Como en un sueño, el cielo se había despejado, y las estrellas, la luna y las delgadas nubes brillaban ante él. A sus pies, el río parecía más negro que la tinta. Pudo oír sus propios jadeos a medida que avanzaba y los latidos de su corazón. La escalera temblaba y se agitaba al menor movimiento.
Se arrastró como un soldado por la hierba, aferrándose a los fríos barrotes de la escala metálica. Tras él, los últimos coches se alejaban del puente. En un silencio de muerte, escuchó claramente el crepitar de las llamas bajo la cabina del camión. Sin previo aviso, el coche empezó a oscilar.
El morro se inclinó ligeramente y se detuvo. Luego, cayó un poco más antes de equilibrarse. No había el menor soplo de viento. Entonces lo escuchó. En una décima de segundo oyó un débil gemido, apagado y casi imposible de descifrar.
—¡No se mueva! —gritó Joseph inmediatamente.
El lamento se hizo más intenso, y el Honda se balanceó sensiblemente.
—¡No se mueva! —repitió aún más alto.
Su voz era el único sonido en la oscuridad y tenía un toque de desesperación. El resto era quietud absoluta. Un murciélago pasó aleteando cerca de él.
Volvió a escuchar el gemido y el morro del vehículo se inclinó hacia el río antes de estabilizarse.
Joseph se movió con rapidez. Aseguró su cuerda en el último peldaño con un nudo marinero y, sujeto por el arnés, se deslizó entre los escalones con la mayor agilidad posible. La escalera se meneó como la tabla de un trampolín, crujiendo y bamboleándose como si estuviera a punto de partirse en dos. Joseph se aferró firmemente en la mejor posición que pudo, como si estuviera en un columpio; a continuación, mientras se cogía de la cuerda con una mano, intentó alcanzar al conductor con la otra mientras iba comprobando gradualmente la resistencia de la escalera.
Se introdujo por el parabrisas hacia el salpicadero y se dio cuenta de que estaba demasiado alto, pero tuvo la oportunidad de ver a la persona a la que estaba intentando salvar. Se trataba de un muchacho de unos veinte años, más o menos de su estatura y corpulencia, que al parecer estaba semiconsciente y se debatía entre los restos haciendo que el coche oscilara. Joseph comprendió que aquellos gestos eran un arma de doble filo: por una parte, significaban que podría sacarlo del habitáculo sin temor a causarle una lesión en la columna; por otra, podían provocar la caída definitiva del vehículo.
Pensando a toda velocidad, Joseph alcanzó el arnés acolchado que había dejado en la escalera para acercárselo al joven. Con aquel repentino movimiento, la escalera se puso a saltar arriba y abajo, y el cable se tensó.
—¡Suelten más cable! —gritó.
Un instante más tarde, notó que aflojaba la tensión y el arnés empezó a bajar. Cuando lo tuvo en posición, gritó a sus compañeros que ya era suficiente. Abrió uno de los extremos para intentar colocárselo al hombre y cerrarlo de nuevo.
Se inclinó, pero comprobó con frustración que no podía llegar hasta él. Apenas le faltaba un metro.
—¿Puede oírme? —le gritó—. Por favor, si entiende lo que le digo, respóndame.
De nuevo sonó el mismo gemido que antes y el conductor se movió. Era evidente que, como mucho, estaba semiconsciente.
En aquel instante, las llamas de debajo de la cabina se intensificaron.
Apretando los dientes, Joseph aferró la cuerda lo más abajo que pudo y se inclinó de nuevo hacia el joven. Llegó más cerca, casi al borde del salpicadero, pero el conductor estaba todavía fuera de su alcance.
Joseph oyó que sus compañeros lo llamaban desde el puente.
—¿Puedes sacarlo de ahí? —gritó Nick.
Joseph sopesó la situación. La parte frontal del vehículo no parecía haber sufrido daños, y el hombre estaba medio recostado en el asiento, medio tumbado en el suelo, sin el cinturón de seguridad, encajado, pero con aspecto de poder ser izado a través del agujero del techo. Joseph ahuecó su mano libre a modo de altavoz para hacerse oír.
—Creo que sí. El parabrisas está hecho añicos y el techo medio abierto. Tiene sitio para incorporarse y no veo que nada lo sujete o lo tenga aprisionado.
—¿Puedes llegar hasta él?
—Todavía no —contestó—. Estoy cerca, pero no alcanzo a colocarle el arnés. Está medio inconsciente.
—Haz lo que puedas y apresúrate —le llegó la preocupada voz de Nick—. Desde aquí parece que el fuego del motor del camión está empeorando.
Pero Joseph ya lo sabía. La cabina de la cisterna irradiaba un intenso calor, y escuchó unos extraños sonidos, como si algo saltara en su interior. Las gotas de sudor le caían por la cara.
Sujetándose mejor, aferró nuevamente la cuerda y se estiró tanto como pudo. Esa vez, sus dedos rozaron el brazo del joven a través del parabrisas. La escalera oscilaba sin cesar, y Joseph aprovechaba cada ocasión en que ésta alcanzaba el punto más bajo. Le faltaban sólo centímetros.
De repente, como en una pesadilla, escuchó el rugido de una llamarada cuando una explosión de fuego brotó del motor hacia él. Se cubrió instintivamente el rostro con las manos mientras las llamas retrocedían.
—¿Estás bien? —gritó Nick.
—¡Sí, estoy bien!
Se había acabado el tiempo para hacer planes y para discutir alternativas.
Joseph cogió el cable y se lo acercó. Alargando el pie, consiguió meterlo en el gancho del que colgaba el arnés; luego, apoyó todo su peso en él y, levantándose ligeramente, se soltó del suyo y de la cuerda que lo sostenía.
Agarrándose para salvar su vida y apoyado sólo en un pie, bajó las manos y se puso casi en cuclillas. En ese momento estaba lo bastante bajo para llegar hasta el hombre. Soltó una mano y agarró el arnés de seguridad para el conductor. Iba a tener que colocárselo al joven alrededor del pecho y por debajo de los brazos.
La escalera se movía frenéticamente, y el fuego empezaba a lamer el techo del Honda a escasos centímetros de su cabeza. Gotas de sudor le corrían por el rostro y le entorpecían la visión. Sintió una descarga de adrenalina.
—¡Despiértese! —gritó—. Tiene usted que ayudarme para que podamos salir los dos de aquí.
El conductor gimió y parpadeó. Aquello no era suficiente. Las llamas se acercaban.
Joseph agarró violentamente al hombre y lo zarandeó.
—¡Ayúdeme, maldita sea!
El conductor pareció despertar, como impulsado por un repentino instinto de supervivencia, y levantó la cabeza.
—¡Póngase el arnés debajo de los brazos!
No pareció entenderlo, pero estaba en una posición que le permitió a Joseph deslizarle una de las correas por debajo de un brazo. Ya tenía uno. Siguió gritando:
—¡Ayúdeme! ¡Despierte! ¡Ya casi no nos queda tiempo!
El incendio rugía cada vez con más fuerza, y la escalera amenazaba con partirse.
El hombre movió la cabeza, no mucho y tampoco lo suficiente. Su otro brazo, pillado entre el volante y el cuerpo, parecía aprisionado. Sin preocuparse ya por las consecuencias, Joseph le dio un fuerte tirón que lo hizo desplazarse de lado. La escalera se inclinó peligrosamente, al igual que el coche, cuyo morro apuntó hacia el río.
Sin embargo, de algún modo, el tirón fue suficiente. El hombre abrió los ojos y forcejeó para salir del asiento. El Honda se balanceaba sin control.
Joseph le ayudó a colocarse el arnés de seguridad y se lo ajustó fuertemente. Con una mano sudorosa afirmó el mosquetón en el cable.
—¡Lo vamos a sacar ahora! ¡No nos queda tiempo! —le dijo.
El otro cayó de nuevo inconsciente. Sin embargo, el camino estaba por fin despejado.
—¡Súbanlo! —gritó Joseph a sus compañeros—. ¡Está a salvo!
Luego trepó por el cable hasta colocarse erguido.
Los bomberos empezaron a enrollar el cable muy despacio por temor a que una sacudida pudiera afectar a la escalera. A pesar de todo, en lugar de ver ascender al conductor, Joseph tuvo la impresión de que era la escalera la que cedía.
Sí, cedía.
«¡Oh, mierda», se dijo.
La vio a punto de doblarse, pero entonces empezaron a subir, centímetro a centímetro. Con una lentitud de pesadilla, el cable se detuvo y la escalera descendió un poco más. Joseph se dio cuenta en el acto de que aquel viejo armazón no podría sostenerlos a los dos.
—¡Paren! —gritó—. ¡La escalera va a partirse!
Tenía que desasirse del cable y de la escalera. Tras asegurarse de que el hombre no se quedaría atascado, trepó hasta alcanzar los peldaños de la escala metálica; con mucho cuidado, retiró el pie del gancho y dejó que las piernas le colgaran libremente mientras rezaba para que ninguna sacudida partiera la estructura. Lentamente empezó a avanzar, como un niño que jugara colgado de los barrotes del laberinto en un parque. Uno, dos, tres, cuatro... El coche ya no estaba bajo sus pies, pero todavía podía notar cómo la escalera se inclinaba.
Fue entonces cuando vio que las llamas se avivaban a medida que se acercaban al depósito de gasolina. Había visto antes motores incendiados, y su experiencia le decía que aquél estaba a punto de estallar.
Miró hacia el puente y, como si fuera a cámara lenta, vio a los bomberos, a sus amigos, que le hacían gestos frenéticos con los brazos para que se apresurara y le gritaban que se pusiera a salvo antes de que el camión explotara.
Sin embargo, Joseph sabía que no había forma de que consiguieran rescatarlos a él y al conductor antes de la explosión.
—¡Sáquenlo de ahí! —chilló a pleno pulmón—. ¡Tienen que sacarlo ya!
Colgado sobre el río, se soltó de la escalera y cayó. La negrura de la noche lo devoró instantáneamente.
La corriente estaba veinticinco metros más abajo.
—¡Eso ha sido lo más estúpido, la mayor insensatez que te he visto hacer desde que nos conocemos! —le dijo Mitch con rotundidad.
Habían transcurrido quince minutos y se encontraban sentados en la orilla del Chowan.
—Lo digo en serio. He visto a mucha gente arriesgarse tontamente, ¡pero tú te llevas el primer premio!
—Pero conseguimos sacar a ese tipo, ¿no? —se defendió Joseph.
Estaba empapado y había perdido una bota mientras nadaba hacia la orilla. Una vez pasado el peligro, una vez disipado el efecto de la adrenalina, notaba que el cuerpo se le deslizaba hacia un estado de agotado adormecimiento. Se sentía como si no hubiera dormido durante días, tenía los músculos como de goma, y las manos le temblaban incontrolablemente.
Gracias a Dios, sus compañeros se ocupaban en esos momentos del accidente, porque él se hallaba demasiado exhausto para intervenir. A pesar de que el motor había explotado, la cisterna había resistido, y los bomberos estaban en condiciones de poder dominar el incendio.
—No tenías por qué haberte soltado. Habrías podido llegar.
A pesar de aquellas palabras, Mitch no estaba del todo seguro de tener razón.
Inmediatamente después de que Joseph se soltara, sus compañeros se habían despabilado y habían rebobinado el cable a toda prisa. Sin el peso de Joseph, la escalera tenía la resistencia suficiente para que pudieran sacar al conductor a través del parabrisas. Tal como Joseph había previsto, lo izaron sin causarle un arañazo. Una vez fuera, la escalera giró y se replegó hacia el puente justo a tiempo, antes de que el camión estallara escupiendo llamaradas en todas direcciones. Entonces, los restos del coche quedaron libres y se precipitaron al río, tras Joseph. Éste, que ya había previsto que aquello sucedería, no había dejado de nadar furiosamente para ponerse a salvo. Aun así, los restos del Honda cayeron cerca de él, muy cerca.
En el instante en que entró en la corriente, la presión lo había succionado durante varios segundos y lo había mantenido hundido unos cuantos más. Había dado vueltas y girado bajo el agua como un trapo en la lavadora, pero finalmente logró salir a la superficie y respirar unas bocanadas de aire. Al emerger, gritó a sus compañeros que se encontraba bien y lo volvió a hacer después de que el montón de chatarra se precipitara en el agua y no lo aplastara por poco. Cuando por fin alcanzó la ribera, estaba mareado y aturdido a causa de la violencia de los acontecimientos. Entonces fue cuando las manos empezaron a temblarle.
Nick no supo si palidecer a causa de la caída de Joseph o por el alivio de ver que todo había acabado bien y que el conductor estaba sano y salvo. Envió al amigo de Joseph a buscarlo.
Mitch lo había encontrado sentado en el barro, abrazándose las rodillas y con la frente apoyada sobre ellas. No se había movido desde que había dado con él.
—No tendrías que haber saltado —añadió Mitch ante el silencio de su amigo.
Joseph levantó la cabeza y se secó el agua de la cara.
—Parecía peligroso —contestó inexpresivamente.
—Eso es porque era peligroso. Pero lo que de verdad me preocupaba era el coche que se precipitó detrás de ti. Podía haberte aplastado...
«Ya lo sé», pensó.
—Por eso nadé bajo el puente —replicó.
—Pero ¿y si hubiera caído unas décimas de segundo antes? ¿Qué habría pasado si el camión hubiera estallado antes? ¿Y si te hubieras golpeado con algún objeto sumergido? ¡Por el amor de Dios!
Y sí...
«Estaría muerto», se dijo.
Meneó la cabeza, aturdido. Sabía que debería responder de nuevo a todas esas preguntas cuando Nick se las planteara en serio.
—No sabía qué otra cosa podía hacer —repuso.
Mitch lo contempló con aire preocupado, mientras percibía la incomodidad en su voz. Había visto otras veces aquella actitud de estupor en gente que se daba cuenta de repente de que era afortunada de seguir con vida. Se dio cuenta del temblor de las manos de Joseph y le dio unas palmadas de ánimo en la espalda.
—Vamos. Me alegro de que no te haya ocurrido nada.
Joseph asintió. Demasiado exhausto para responder.
Nataly(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
joe esta loco
enserio
se creyo superman o que?? jajaja
sigue me encata cuando hay beso?
enserio
se creyo superman o que?? jajaja
sigue me encata cuando hay beso?
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 17
Aquella misma noche, cuando la situación en el puente quedó controlada, Joseph se metió en su camioneta y regresó a casa. Tal como había sospechado, Nick le había hecho las mismas preguntas que Mitch y había añadido unas cuantas de su propia cosecha, para repasar cuidadosamente todas y cada una de las decisiones de su subordinado y de las razones que lo habían llevado a tomarlas. Aunque aquélla había sido la vez que Joseph había visto más enfadado a su jefe, hizo lo que pudo para convencerlo de que no había obrado imprudentemente.
—Mira, no tenía ganas de saltar, pero si no lo hubiera hecho, ni el conductor ni yo habríamos salido con vida —le dijo.
Nick no tuvo respuesta para aquello.
Las manos de Joseph habían dejado de temblar y, poco a poco, todo su sistema nervioso volvía a la normalidad. No obstante, se sentía exhausto y tiritaba mientras recorría las silenciosas carreteras rurales de regreso al hogar.
Unos minutos después, subía los agrietados peldaños de cemento de la pequeña vivienda que él llamaba su hogar. Con las prisas por marcharse había dejado las luces encendidas, así que la casa le dio la bienvenida con un ambiente acogedor: los papeles seguían esparcidos sobre la mesa, al lado de la calculadora encendida; el hielo del vaso de agua se había derretido y en el salón se oía el ruido de fondo del televisor. El partido había terminado y en la tele estaban emitiendo noticias.
Dejó las llaves en la encimera de la cocina y fue quitándose la camisa mientras se dirigía a la pequeña galería donde estaban la secadora y la lavadora. Abrió la tapa de esta última y arrojó la prenda. Luego, se descalzó, añadió el pantalón, los calcetines, los calzoncillos y, por último, el detergente. Puso el electrodoméstico en marcha, cogió de la secadora una toalla que se ató a la cintura y se dirigió al baño, donde se dio una rápida ducha caliente para quitarse la mugre de encima. A continuación, se pasó un cepillo por el cabello y fue apagando todas las luces de la casa antes de meterse en la cama.
Lo hizo a regañadientes. Quería dormir, necesitaba dormir; pero, a pesar del agotamiento, sabía que no podría conciliar el sueño. Al contrario, nada más cerrar los ojos, las imágenes de las horas previas empezaron a desfilar por su mente. Casi como si de una película se tratara, algunas pasaban a toda velocidad y otras lo hacían hacia atrás. Sin embargo, eran siempre diferentes de lo que había sucedido en realidad. Las suyas no eran imágenes de éxito, sino de pesadilla.
Secuencia tras secuencia, fue contemplando cómo las cosas salían mal.
Se vio a sí mismo intentando alcanzar al conductor justo en el momento en que sonaba un crujido y notaba la espantosa sacudida de la escalera que se partía y los enviaba directos a la muerte.
Contempló con espanto el rostro de la víctima, contorsionado por el horror mientras extendía la mano en busca de ayuda y el coche se despeñaba sin remisión, puente abajo.
Notó cómo su mano sudorosa resbalaba del cable al que se sujetaba y cómo él se precipitaba hacia el río y hacia la muerte.
Escuchó que el motor del camión estallaba mientras él sujetaba el arnés de seguridad y notó que la explosión lo despedazaba, lo abrasaba y le arrancaba la vida.
Revivió la pesadilla que lo había martirizado desde que era pequeño.
Abrió los ojos de repente. Las manos volvían a temblarle y tenía la garganta seca. Mientras jadeaba, notó una descarga de adrenalina que casi le provocó espasmos de dolor.
Volvió la cabeza y contempló el reloj de la mesilla. Los rojos dígitos le indicaron que eran casi las once y media.
Sabía que no se podría dormir, así que encendió la lámpara y empezó a vestirse. No entendía por qué lo hacía, todo lo que sabía era que tenía la necesidad de hablar con alguien. No con Mitch ni con Melissa. Tampoco con su madre.
Tenía que hablar con _____.
El aparcamiento de Eights estaba prácticamente vacío cuando llegó y había un único coche en una esquina. Detuvo su camioneta cerca del acceso y comprobó la hora. Faltaban diez minutos para que el restaurante cerrara.
Empujó la puerta de entrada y oyó que el tañido de una campanilla indicaba su llegada. El lugar estaba tal como lo recordaba: un mostrador, donde solían sentarse la mayoría de los camioneros que acudían temprano, corría a lo largo de la pared del fondo; había una docena de mesas cuadradas en medio de la sala, bajo las aspas de un gran ventilador, y a derecha e izquierda de la puerta estaban dispuestos unos reservados, tres a cada lado, con sus tapicerías de vinilo rojo tachonado. A pesar de lo tarde que era, el sitio todavía olía a beicon.
Vio a Ray al otro lado de la barra, atareado con la limpieza. El hombre levantó la vista cuando escuchó el tintineo de la campanilla y reconoció a Joseph al instante. Agitó un trapo grasiento en señal de bienvenida.
—¡Hombre, Joseph! ¡Cuánto tiempo! ¿Vienes a comer?
—¿Eh...? ¡Oh, no, Ray! Gracias —dijo mientras miraba a su alrededor.
Ray hizo un gesto negativo con la cabeza mientras sonreía para sí mismo.
—No sé por qué, pero ya me parecía que no tenías hambre —comentó con picardía—. _____ saldrá dentro de un minuto. Está recogiendo los cacharros de cocina. ¿Has venido para acompañarla a casa?
Joseph tardó unos segundos en responder y los ojos de Ray chispearon.
—¿Crees que eres el primero que aparece por aquí a estas horas de la noche con expresión de cachorro desvalido? Vienen un par como tú cada semana en busca de lo mismo. Camioneros, motoristas, incluso hombres casados. —Sonrió—. Realmente tiene algo especial, ¿eh? Es bonita como una flor. Pero no te preocupes, todavía no ha dicho que sí a ninguna proposición.
—Yo..., no... —balbuceó Joseph, que, de repente, no sabía qué decir.
—Pues claro que sí —contestó Ray guiñándole un ojo. A continuación bajó la voz y añadió—: Como te he dicho, no te preocupes. Tengo el presentimiento de que a ti va a decirte que sí. Iré a avisarla de que has llegado.
Joseph sólo pudo contemplar cómo Ray se daba la vuelta y desaparecía. Casi inmediatamente, _____ salió de la cocina a través de una puerta batiente.
—¡Joseph! —exclamó sorprendida.
—Hola —contestó él tímidamente.
—¿Qué haces por aquí? —le preguntó mientras se le acercaba sonriendo.
—Quería verte —repuso él en voz baja, sin saber exactamente qué más añadir.
Mientras ella se aproximaba, Joseph la contempló. Llevaba un manchado delantal de trabajo encima de un vestido de color amarillo, con cuello de pico y de manga corta, abotonado tan arriba como era posible; la falda le llegaba justo por debajo de la rodilla. Iba calzada con unas cómodas zapatillas de deporte blancas para evitar que los pies le dolieran. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y tenía el rostro reluciente de sudor y de la grasa del ambiente de la cocina.
Estaba preciosa.
Ella se dio cuenta de la apreciativa mirada, pero en cuanto estuvo cerca se percató de que había algo en los ojos de Joseph, algo que no había visto hasta entonces.
—¿Te encuentras bien? —preguntó—. Parece que te hubieras tropezado con un fantasma.
—No estoy muy seguro —murmuró él casi para sus adentros.
Ella lo contempló, preocupada; luego, volvió la cabeza y preguntó por encima del hombro.
—Ray, ¿te importa si nos sentamos un momento?
Ray continuó limpiando la plancha mientras hablaba y respondió como si no hubiera reparado en la presencia de Joseph:
—Tómate el tiempo que quieras, cariño. Además, ya casi he terminado.
_____ miró a Joseph.
—¿Quieres sentarte?
Joseph había ido hasta allí exactamente para eso, pero los comentarios de Ray lo habían alterado. En lo único en que podía pensar era en los hombres que iban al restaurante a propósito para ver a _____.
—Quizá no debería haber venido —dijo.
Pero ella, como si supiera exactamente cuál era la respuesta adecuada, sonrió.
—Me alegro de que lo hayas hecho —repuso suavemente—. ¿Qué ha ocurrido?
Joseph permaneció en silencio mientras se daba cuenta de que la situación lo desbordaba: el leve aroma del champú de _____; el deseo de estrecharla entre sus brazos y relatarle lo sucedido aquella noche; el despertar de hacía un rato; lo mucho que necesitaba que ella lo escuchara...
«Los hombres que vienen hasta aquí para verla...»
Por encima de cualquier otra cosa, aquella idea borró todo el drama del día. No era que tuviera motivos para estar celoso —después de todo, Ray ya le había dicho que ella los había despachado—, entre otras razones, porque no había nada entre ellos dos. No obstante, aquel pensamiento se apoderó de él. ¿Qué hombres? ¿Quiénes querían acompañarla a casa? Deseaba saberlo, pero aquél no era el lugar para preguntárselo.
—Será mejor que me marche —dijo moviendo la cabeza—. No debería estar aquí. Tú todavía tienes trabajo.
—No —respondió muy seria _____, que ya había notado que algo lo preocupaba—. Esta noche ha ocurrido algo ¿Qué ha sido?
—Quería hablar contigo —contestó él, llanamente.
—¿Sobre qué?
Los ojos de ella buscaron los de él. Aquellos ojos tan maravillosos. ¡Dios, qué guapa era!
Joseph tragó saliva. Tenía la mente hecha un mar de confusión.
—Esta noche ha habido un accidente en el puente.
_____ asintió sin saber adónde quería él ir a parar.
—Lo sé. Creo que por eso hemos tenido una tarde tan tranquila. Como el tráfico estaba cortado, casi nadie ha podido llegar al restaurante. ¿Estabas tú en el lugar del accidente?
Joseph asintió.
—He oído que fue terrible. ¿Lo fue tanto?
Él asintió de nuevo.
_____ extendió la mano y le acarició el brazo para interrumpirlo.
—Espera un momento, ¿quieres? —le rogó—. Déjame ver qué falta por hacer antes de que cerremos.
Se alejó, deshaciendo el contacto, y se metió en la cocina. Joseph permaneció en el restaurante, a solas con sus pensamientos durante un rato, hasta que ella reapareció. Para su sorpresa, fue directamente a la puerta y le dio la vuelta al cartel de «Abierto». Eights estaba cerrado.
—Toda la cocina está recogida —explicó—. Me quedan un par de cosas que hacer y estaré lista. ¿Por qué no me esperas? Así podríamos charlar en casa.
Joseph llevó a Kyle hasta la camioneta. El chico descansaba la cabeza sobre su hombro y, una vez dentro, se acurrucó con _____ sin despertarse en ningún momento.
Cuando llegaron a la vivienda, repitieron el proceso a la inversa: Joseph lo tomó de brazos de ella, lo llevó hasta el dormitorio y lo metió en la cama. _____ lo tapó inmediatamente con el cobertor; antes de que salieran, encendió el oso luminoso y una suave música invadió la habitación. Dejaron la puerta entreabierta y se escabulleron fuera del cuarto.
Bajaron a la sala, y _____ encendió las luces mientras Joseph se acomodaba en el sofá. Tras una pequeña vacilación, ella se sentó a su lado, en el sillón contiguo.
Ninguno de los dos había dicho nada durante el trayecto por miedo a despertar a Kyle; pero en cuanto estuvieron cómodos, _____ fue directamente al grano.
—Dime, ¿qué ha pasado esta noche en el puente? —preguntó.
Joseph se lo explicó todo: los detalles del rescate; las preguntas de Mitch y de Nick; las imágenes que no habían dejado de atormentarlo unas horas más tarde. _____ lo escuchó todo sin apartar la mirada. Cuando Joseph hubo concluido, ella se inclinó en su asiento.
—Tú lo salvaste.
—No lo hice yo solo, lo hicimos todos —repuso él automáticamente para borrar cualquier distinción.
—Sí, pero ¿cuántos de ellos se arriesgaron a trepar por la escalera? ¿Cuántos de ellos tuvieron que soltarse para que ésta no se partiera?
Joseph no contestó, y _____ se levantó y fue a sentarse a su lado.
—Te has comportado como un héroe —dijo sonriendo levemente—. Igual que cuando Kyle se perdió.
—No lo soy. De verdad que no —contestó él, mientras las imágenes del pasado le volvían a la memoria.
—Sí que lo eres —replicó ella tomándole la mano.
Durante los siguientes minutos, charlaron de cosas sin importancia y su conversación divagó. Al final, Joseph le preguntó acerca de los pretendientes que insistían en acompañarla a casa, y ella se puso a reír mientras entornaba los ojos y le explicaba que era algo que formaba parte del trabajo.
—Cuanto más agradable soy, mejores son las propinas. Lo que pasa es que siempre hay quien lo malinterpreta.
La intrascendente charla resultó relajante, y _____ hizo lo que pudo para mantener la mente de Joseph apartada del accidente. Recordaba que, de pequeña, cuando tenía pesadillas, su madre hacía lo mismo: la distraía hablándole de otras cosas hasta que ella se tranquilizaba.
También pareció funcionar con Joseph. Poco a poco, éste empezó a espaciar sus comentarios y a dar cabezadas. Los ojos se le fueron abriendo y cerrando lentamente, abriendo y cerrando, y su respiración se hizo más profunda a medida que las tensiones del día empezaron a cobrarse su tributo.
_____ le sostuvo la mano todo el rato mientras contemplaba cómo el sueño se apoderaba de él. Luego, se levantó y fue a buscar otra manta a su dormitorio. Cuando le dio un golpecito en el hombro, Joseph se tumbó sin decir palabra, y ella pudo taparlo sin dificultad.
Medio dormido, murmuró algo acerca de que debía marcharse; pero _____ le susurró que todo estaba bien.
—Duerme tranquilo —murmuró al tiempo que apagaba la lámpara.
Subió a acostarse y se puso el pijama. Se deshizo la cola de caballo, se cepilló los dientes y se limpió el sudor del rostro. Luego, se deslizó entre las sábanas y cerró los ojos.
Lo último que recordó antes de dormirse fue que Joseph Jonas dormía en el salón.
—¡Oha, Joe! —exclamó Kyle alegremente.
Joseph abrió los ojos y parpadeó ante la luz de la mañana que entraba a chorros a través de la ventana. Se apartó el sueño de los ojos frotándoselos con el dorso de la mano y vio a Kyle, que lo miraba desde muy cerca, con el apelmazado cabello completamente despeinado. Tardó un segundo en darse cuenta de dónde se encontraba.
Kyle dio un paso atrás, sonriendo. Joseph se incorporó, se pasó las manos por el pelo y miró su reloj: eran poco más de las seis. La casa estaba en silencio.
—Buenos días, Kyle, ¿cómo estás?
—«E etá omido.»
—¿Dónde está tu madre?
—«E etá omido en ofá.»
Joseph se puso en pie, notando la rigidez de sus miembros. El hombro le dolía como solía hacerlo todas las mañanas cuando despertaba.
—Y que lo digas —respondió.
Estiró los brazos y bostezó.
—Buenos días —oyó que una voz decía a sus espaldas. Miró por encima del hombro y vio que _____ salía del cuarto, vestida con un pijama rosa y calcetines.
—Buenos días —contestó dándose la vuelta—. Supongo que anoche me quedé dormido sin darme cuenta.
—Estabas cansado.
—Lo siento.
—No te preocupes —dijo ella.
Kyle se había ido a un rincón de la sala y estaba jugando con sus juguetes. _____ se le acercó y le dio un beso en la cabeza.
—Buenos días, cariño.
—«Beños ías.»
—¿Tienes hambre?
—«O.»
—¿Quieres un yogur?
—«O.»
—¿Quieres seguir jugando con tus juguetes?
Kyle asintió, y _____ se volvió hacia Joseph.
—Y tú, ¿cómo vas de apetito?
—No quiero que tengas que cocinar nada especial para mí.
—Sólo pensaba ofrecerte unos Cheerios —repuso, provocándole una sonrisa. Se ajustó la chaqueta del pijama—. ¿Has dormido bien?
—Como un tronco. Gracias por lo de anoche. Fuiste más que paciente conmigo.
_____ hizo un gesto, restándole importancia. Parpadeó bajo la luz de la mañana; su cabello, largo y enmarañado, le acariciaba los hombros.
—¿Para qué están los amigos, si no?
Incómodo por alguna razón, Joseph se agachó, recogió el cobertor y empezó a doblarlo con cuidado, agradecido por tener algo que hacer. Se sentía fuera de lugar en casa de _____, tan temprano. Ella se le acercó.
—¿Estás seguro de que no quieres quedarte a desayunar? Tengo media caja de cereales.
Joseph dudó.
—¿Y leche? —preguntó finalmente.
—No, aquí nos tomamos los cereales con agua —contestó _____, muy seria.
Él la miró como si no supiera si debía creerla o no. Cuando ella soltó una carcajada, su risa sonó melodiosa.
—Claro que tenemos leche, bobo.
—¿Bobo?
—Es un apelativo cariñoso. Quiere decir que me gustas —le dijo guiñándole un ojo.
Joseph encontró aquellas palabras inesperadamente agradables.
—En ese caso, me quedaré de buena gana.
—¿Qué tienes previsto hacer hoy? —preguntó Joseph.
Habían terminado de desayunar y _____ lo estaba acompañando hasta la puerta. Él aún debía ir a su casa para cambiarse de ropa antes de reunirse con sus operarios.
—Lo de costumbre. Trabajaré con Kyle durante unas cuantas horas. Luego, no estoy segura. Dependerá un poco de lo que le apetezca: jugar en el jardín, dar una vuelta en bici, lo que sea. Por la noche volveré al trabajo.
—¿A servir otra vez a esa panda de tipos lascivos?
—Mira, esta nena tiene un montón de facturas por pagar —contestó con un punto de coquetería—. Además, no son todos tan malos. La verdad es que el de ayer por la noche era bastante agradable; tanto que le permití que pasara la noche en mi casa.
—¡Vaya! Conque un conquistador, ¿eh?
—La verdad es que no. Resulta que me dio tanta pena que no tuve coraje para ponerlo de patitas en la calle.
—¡Ay!
Cuando llegaron a la puerta _____ se apoyó en él y le dio un golpecito amistoso.
—Sabes que estoy bromeando.
—Eso espero.
El cielo estaba limpio de nubes y el sol asomaba en el este por encima de los árboles mientras ellos salían al porche.
—Bueno, yo... Escucha, gracias por lo de anoche.
—Ya me has dado las gracias antes, ¿te acuerdas?
—Lo sé —dijo Joseph con firmeza—, pero quería dártelas de nuevo.
Se quedaron en el sitio sin moverse, hasta que _____ se le acercó con la mirada fija en el suelo; luego, levantó la vista hacia él, ladeando ligeramente la cabeza. Se aproximó y pudo ver la sorpresa que aparecía en los ojos de Joseph cuando lo besó suavemente en los labios.
No fue más que un roce, pero él no pudo evitar quedarse contemplándola mientras pensaba en lo hermosa que era.
—Me alegro de que fuera a mí a quien recurrieras —dijo _____.
Allí, en el porche, vestida con un pijama y con el cabello revuelto, tenía un aspecto soberbio.
—Mira, no tenía ganas de saltar, pero si no lo hubiera hecho, ni el conductor ni yo habríamos salido con vida —le dijo.
Nick no tuvo respuesta para aquello.
Las manos de Joseph habían dejado de temblar y, poco a poco, todo su sistema nervioso volvía a la normalidad. No obstante, se sentía exhausto y tiritaba mientras recorría las silenciosas carreteras rurales de regreso al hogar.
Unos minutos después, subía los agrietados peldaños de cemento de la pequeña vivienda que él llamaba su hogar. Con las prisas por marcharse había dejado las luces encendidas, así que la casa le dio la bienvenida con un ambiente acogedor: los papeles seguían esparcidos sobre la mesa, al lado de la calculadora encendida; el hielo del vaso de agua se había derretido y en el salón se oía el ruido de fondo del televisor. El partido había terminado y en la tele estaban emitiendo noticias.
Dejó las llaves en la encimera de la cocina y fue quitándose la camisa mientras se dirigía a la pequeña galería donde estaban la secadora y la lavadora. Abrió la tapa de esta última y arrojó la prenda. Luego, se descalzó, añadió el pantalón, los calcetines, los calzoncillos y, por último, el detergente. Puso el electrodoméstico en marcha, cogió de la secadora una toalla que se ató a la cintura y se dirigió al baño, donde se dio una rápida ducha caliente para quitarse la mugre de encima. A continuación, se pasó un cepillo por el cabello y fue apagando todas las luces de la casa antes de meterse en la cama.
Lo hizo a regañadientes. Quería dormir, necesitaba dormir; pero, a pesar del agotamiento, sabía que no podría conciliar el sueño. Al contrario, nada más cerrar los ojos, las imágenes de las horas previas empezaron a desfilar por su mente. Casi como si de una película se tratara, algunas pasaban a toda velocidad y otras lo hacían hacia atrás. Sin embargo, eran siempre diferentes de lo que había sucedido en realidad. Las suyas no eran imágenes de éxito, sino de pesadilla.
Secuencia tras secuencia, fue contemplando cómo las cosas salían mal.
Se vio a sí mismo intentando alcanzar al conductor justo en el momento en que sonaba un crujido y notaba la espantosa sacudida de la escalera que se partía y los enviaba directos a la muerte.
Contempló con espanto el rostro de la víctima, contorsionado por el horror mientras extendía la mano en busca de ayuda y el coche se despeñaba sin remisión, puente abajo.
Notó cómo su mano sudorosa resbalaba del cable al que se sujetaba y cómo él se precipitaba hacia el río y hacia la muerte.
Escuchó que el motor del camión estallaba mientras él sujetaba el arnés de seguridad y notó que la explosión lo despedazaba, lo abrasaba y le arrancaba la vida.
Revivió la pesadilla que lo había martirizado desde que era pequeño.
Abrió los ojos de repente. Las manos volvían a temblarle y tenía la garganta seca. Mientras jadeaba, notó una descarga de adrenalina que casi le provocó espasmos de dolor.
Volvió la cabeza y contempló el reloj de la mesilla. Los rojos dígitos le indicaron que eran casi las once y media.
Sabía que no se podría dormir, así que encendió la lámpara y empezó a vestirse. No entendía por qué lo hacía, todo lo que sabía era que tenía la necesidad de hablar con alguien. No con Mitch ni con Melissa. Tampoco con su madre.
Tenía que hablar con _____.
El aparcamiento de Eights estaba prácticamente vacío cuando llegó y había un único coche en una esquina. Detuvo su camioneta cerca del acceso y comprobó la hora. Faltaban diez minutos para que el restaurante cerrara.
Empujó la puerta de entrada y oyó que el tañido de una campanilla indicaba su llegada. El lugar estaba tal como lo recordaba: un mostrador, donde solían sentarse la mayoría de los camioneros que acudían temprano, corría a lo largo de la pared del fondo; había una docena de mesas cuadradas en medio de la sala, bajo las aspas de un gran ventilador, y a derecha e izquierda de la puerta estaban dispuestos unos reservados, tres a cada lado, con sus tapicerías de vinilo rojo tachonado. A pesar de lo tarde que era, el sitio todavía olía a beicon.
Vio a Ray al otro lado de la barra, atareado con la limpieza. El hombre levantó la vista cuando escuchó el tintineo de la campanilla y reconoció a Joseph al instante. Agitó un trapo grasiento en señal de bienvenida.
—¡Hombre, Joseph! ¡Cuánto tiempo! ¿Vienes a comer?
—¿Eh...? ¡Oh, no, Ray! Gracias —dijo mientras miraba a su alrededor.
Ray hizo un gesto negativo con la cabeza mientras sonreía para sí mismo.
—No sé por qué, pero ya me parecía que no tenías hambre —comentó con picardía—. _____ saldrá dentro de un minuto. Está recogiendo los cacharros de cocina. ¿Has venido para acompañarla a casa?
Joseph tardó unos segundos en responder y los ojos de Ray chispearon.
—¿Crees que eres el primero que aparece por aquí a estas horas de la noche con expresión de cachorro desvalido? Vienen un par como tú cada semana en busca de lo mismo. Camioneros, motoristas, incluso hombres casados. —Sonrió—. Realmente tiene algo especial, ¿eh? Es bonita como una flor. Pero no te preocupes, todavía no ha dicho que sí a ninguna proposición.
—Yo..., no... —balbuceó Joseph, que, de repente, no sabía qué decir.
—Pues claro que sí —contestó Ray guiñándole un ojo. A continuación bajó la voz y añadió—: Como te he dicho, no te preocupes. Tengo el presentimiento de que a ti va a decirte que sí. Iré a avisarla de que has llegado.
Joseph sólo pudo contemplar cómo Ray se daba la vuelta y desaparecía. Casi inmediatamente, _____ salió de la cocina a través de una puerta batiente.
—¡Joseph! —exclamó sorprendida.
—Hola —contestó él tímidamente.
—¿Qué haces por aquí? —le preguntó mientras se le acercaba sonriendo.
—Quería verte —repuso él en voz baja, sin saber exactamente qué más añadir.
Mientras ella se aproximaba, Joseph la contempló. Llevaba un manchado delantal de trabajo encima de un vestido de color amarillo, con cuello de pico y de manga corta, abotonado tan arriba como era posible; la falda le llegaba justo por debajo de la rodilla. Iba calzada con unas cómodas zapatillas de deporte blancas para evitar que los pies le dolieran. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y tenía el rostro reluciente de sudor y de la grasa del ambiente de la cocina.
Estaba preciosa.
Ella se dio cuenta de la apreciativa mirada, pero en cuanto estuvo cerca se percató de que había algo en los ojos de Joseph, algo que no había visto hasta entonces.
—¿Te encuentras bien? —preguntó—. Parece que te hubieras tropezado con un fantasma.
—No estoy muy seguro —murmuró él casi para sus adentros.
Ella lo contempló, preocupada; luego, volvió la cabeza y preguntó por encima del hombro.
—Ray, ¿te importa si nos sentamos un momento?
Ray continuó limpiando la plancha mientras hablaba y respondió como si no hubiera reparado en la presencia de Joseph:
—Tómate el tiempo que quieras, cariño. Además, ya casi he terminado.
_____ miró a Joseph.
—¿Quieres sentarte?
Joseph había ido hasta allí exactamente para eso, pero los comentarios de Ray lo habían alterado. En lo único en que podía pensar era en los hombres que iban al restaurante a propósito para ver a _____.
—Quizá no debería haber venido —dijo.
Pero ella, como si supiera exactamente cuál era la respuesta adecuada, sonrió.
—Me alegro de que lo hayas hecho —repuso suavemente—. ¿Qué ha ocurrido?
Joseph permaneció en silencio mientras se daba cuenta de que la situación lo desbordaba: el leve aroma del champú de _____; el deseo de estrecharla entre sus brazos y relatarle lo sucedido aquella noche; el despertar de hacía un rato; lo mucho que necesitaba que ella lo escuchara...
«Los hombres que vienen hasta aquí para verla...»
Por encima de cualquier otra cosa, aquella idea borró todo el drama del día. No era que tuviera motivos para estar celoso —después de todo, Ray ya le había dicho que ella los había despachado—, entre otras razones, porque no había nada entre ellos dos. No obstante, aquel pensamiento se apoderó de él. ¿Qué hombres? ¿Quiénes querían acompañarla a casa? Deseaba saberlo, pero aquél no era el lugar para preguntárselo.
—Será mejor que me marche —dijo moviendo la cabeza—. No debería estar aquí. Tú todavía tienes trabajo.
—No —respondió muy seria _____, que ya había notado que algo lo preocupaba—. Esta noche ha ocurrido algo ¿Qué ha sido?
—Quería hablar contigo —contestó él, llanamente.
—¿Sobre qué?
Los ojos de ella buscaron los de él. Aquellos ojos tan maravillosos. ¡Dios, qué guapa era!
Joseph tragó saliva. Tenía la mente hecha un mar de confusión.
—Esta noche ha habido un accidente en el puente.
_____ asintió sin saber adónde quería él ir a parar.
—Lo sé. Creo que por eso hemos tenido una tarde tan tranquila. Como el tráfico estaba cortado, casi nadie ha podido llegar al restaurante. ¿Estabas tú en el lugar del accidente?
Joseph asintió.
—He oído que fue terrible. ¿Lo fue tanto?
Él asintió de nuevo.
_____ extendió la mano y le acarició el brazo para interrumpirlo.
—Espera un momento, ¿quieres? —le rogó—. Déjame ver qué falta por hacer antes de que cerremos.
Se alejó, deshaciendo el contacto, y se metió en la cocina. Joseph permaneció en el restaurante, a solas con sus pensamientos durante un rato, hasta que ella reapareció. Para su sorpresa, fue directamente a la puerta y le dio la vuelta al cartel de «Abierto». Eights estaba cerrado.
—Toda la cocina está recogida —explicó—. Me quedan un par de cosas que hacer y estaré lista. ¿Por qué no me esperas? Así podríamos charlar en casa.
Joseph llevó a Kyle hasta la camioneta. El chico descansaba la cabeza sobre su hombro y, una vez dentro, se acurrucó con _____ sin despertarse en ningún momento.
Cuando llegaron a la vivienda, repitieron el proceso a la inversa: Joseph lo tomó de brazos de ella, lo llevó hasta el dormitorio y lo metió en la cama. _____ lo tapó inmediatamente con el cobertor; antes de que salieran, encendió el oso luminoso y una suave música invadió la habitación. Dejaron la puerta entreabierta y se escabulleron fuera del cuarto.
Bajaron a la sala, y _____ encendió las luces mientras Joseph se acomodaba en el sofá. Tras una pequeña vacilación, ella se sentó a su lado, en el sillón contiguo.
Ninguno de los dos había dicho nada durante el trayecto por miedo a despertar a Kyle; pero en cuanto estuvieron cómodos, _____ fue directamente al grano.
—Dime, ¿qué ha pasado esta noche en el puente? —preguntó.
Joseph se lo explicó todo: los detalles del rescate; las preguntas de Mitch y de Nick; las imágenes que no habían dejado de atormentarlo unas horas más tarde. _____ lo escuchó todo sin apartar la mirada. Cuando Joseph hubo concluido, ella se inclinó en su asiento.
—Tú lo salvaste.
—No lo hice yo solo, lo hicimos todos —repuso él automáticamente para borrar cualquier distinción.
—Sí, pero ¿cuántos de ellos se arriesgaron a trepar por la escalera? ¿Cuántos de ellos tuvieron que soltarse para que ésta no se partiera?
Joseph no contestó, y _____ se levantó y fue a sentarse a su lado.
—Te has comportado como un héroe —dijo sonriendo levemente—. Igual que cuando Kyle se perdió.
—No lo soy. De verdad que no —contestó él, mientras las imágenes del pasado le volvían a la memoria.
—Sí que lo eres —replicó ella tomándole la mano.
Durante los siguientes minutos, charlaron de cosas sin importancia y su conversación divagó. Al final, Joseph le preguntó acerca de los pretendientes que insistían en acompañarla a casa, y ella se puso a reír mientras entornaba los ojos y le explicaba que era algo que formaba parte del trabajo.
—Cuanto más agradable soy, mejores son las propinas. Lo que pasa es que siempre hay quien lo malinterpreta.
La intrascendente charla resultó relajante, y _____ hizo lo que pudo para mantener la mente de Joseph apartada del accidente. Recordaba que, de pequeña, cuando tenía pesadillas, su madre hacía lo mismo: la distraía hablándole de otras cosas hasta que ella se tranquilizaba.
También pareció funcionar con Joseph. Poco a poco, éste empezó a espaciar sus comentarios y a dar cabezadas. Los ojos se le fueron abriendo y cerrando lentamente, abriendo y cerrando, y su respiración se hizo más profunda a medida que las tensiones del día empezaron a cobrarse su tributo.
_____ le sostuvo la mano todo el rato mientras contemplaba cómo el sueño se apoderaba de él. Luego, se levantó y fue a buscar otra manta a su dormitorio. Cuando le dio un golpecito en el hombro, Joseph se tumbó sin decir palabra, y ella pudo taparlo sin dificultad.
Medio dormido, murmuró algo acerca de que debía marcharse; pero _____ le susurró que todo estaba bien.
—Duerme tranquilo —murmuró al tiempo que apagaba la lámpara.
Subió a acostarse y se puso el pijama. Se deshizo la cola de caballo, se cepilló los dientes y se limpió el sudor del rostro. Luego, se deslizó entre las sábanas y cerró los ojos.
Lo último que recordó antes de dormirse fue que Joseph Jonas dormía en el salón.
—¡Oha, Joe! —exclamó Kyle alegremente.
Joseph abrió los ojos y parpadeó ante la luz de la mañana que entraba a chorros a través de la ventana. Se apartó el sueño de los ojos frotándoselos con el dorso de la mano y vio a Kyle, que lo miraba desde muy cerca, con el apelmazado cabello completamente despeinado. Tardó un segundo en darse cuenta de dónde se encontraba.
Kyle dio un paso atrás, sonriendo. Joseph se incorporó, se pasó las manos por el pelo y miró su reloj: eran poco más de las seis. La casa estaba en silencio.
—Buenos días, Kyle, ¿cómo estás?
—«E etá omido.»
—¿Dónde está tu madre?
—«E etá omido en ofá.»
Joseph se puso en pie, notando la rigidez de sus miembros. El hombro le dolía como solía hacerlo todas las mañanas cuando despertaba.
—Y que lo digas —respondió.
Estiró los brazos y bostezó.
—Buenos días —oyó que una voz decía a sus espaldas. Miró por encima del hombro y vio que _____ salía del cuarto, vestida con un pijama rosa y calcetines.
—Buenos días —contestó dándose la vuelta—. Supongo que anoche me quedé dormido sin darme cuenta.
—Estabas cansado.
—Lo siento.
—No te preocupes —dijo ella.
Kyle se había ido a un rincón de la sala y estaba jugando con sus juguetes. _____ se le acercó y le dio un beso en la cabeza.
—Buenos días, cariño.
—«Beños ías.»
—¿Tienes hambre?
—«O.»
—¿Quieres un yogur?
—«O.»
—¿Quieres seguir jugando con tus juguetes?
Kyle asintió, y _____ se volvió hacia Joseph.
—Y tú, ¿cómo vas de apetito?
—No quiero que tengas que cocinar nada especial para mí.
—Sólo pensaba ofrecerte unos Cheerios —repuso, provocándole una sonrisa. Se ajustó la chaqueta del pijama—. ¿Has dormido bien?
—Como un tronco. Gracias por lo de anoche. Fuiste más que paciente conmigo.
_____ hizo un gesto, restándole importancia. Parpadeó bajo la luz de la mañana; su cabello, largo y enmarañado, le acariciaba los hombros.
—¿Para qué están los amigos, si no?
Incómodo por alguna razón, Joseph se agachó, recogió el cobertor y empezó a doblarlo con cuidado, agradecido por tener algo que hacer. Se sentía fuera de lugar en casa de _____, tan temprano. Ella se le acercó.
—¿Estás seguro de que no quieres quedarte a desayunar? Tengo media caja de cereales.
Joseph dudó.
—¿Y leche? —preguntó finalmente.
—No, aquí nos tomamos los cereales con agua —contestó _____, muy seria.
Él la miró como si no supiera si debía creerla o no. Cuando ella soltó una carcajada, su risa sonó melodiosa.
—Claro que tenemos leche, bobo.
—¿Bobo?
—Es un apelativo cariñoso. Quiere decir que me gustas —le dijo guiñándole un ojo.
Joseph encontró aquellas palabras inesperadamente agradables.
—En ese caso, me quedaré de buena gana.
—¿Qué tienes previsto hacer hoy? —preguntó Joseph.
Habían terminado de desayunar y _____ lo estaba acompañando hasta la puerta. Él aún debía ir a su casa para cambiarse de ropa antes de reunirse con sus operarios.
—Lo de costumbre. Trabajaré con Kyle durante unas cuantas horas. Luego, no estoy segura. Dependerá un poco de lo que le apetezca: jugar en el jardín, dar una vuelta en bici, lo que sea. Por la noche volveré al trabajo.
—¿A servir otra vez a esa panda de tipos lascivos?
—Mira, esta nena tiene un montón de facturas por pagar —contestó con un punto de coquetería—. Además, no son todos tan malos. La verdad es que el de ayer por la noche era bastante agradable; tanto que le permití que pasara la noche en mi casa.
—¡Vaya! Conque un conquistador, ¿eh?
—La verdad es que no. Resulta que me dio tanta pena que no tuve coraje para ponerlo de patitas en la calle.
—¡Ay!
Cuando llegaron a la puerta _____ se apoyó en él y le dio un golpecito amistoso.
—Sabes que estoy bromeando.
—Eso espero.
El cielo estaba limpio de nubes y el sol asomaba en el este por encima de los árboles mientras ellos salían al porche.
—Bueno, yo... Escucha, gracias por lo de anoche.
—Ya me has dado las gracias antes, ¿te acuerdas?
—Lo sé —dijo Joseph con firmeza—, pero quería dártelas de nuevo.
Se quedaron en el sitio sin moverse, hasta que _____ se le acercó con la mirada fija en el suelo; luego, levantó la vista hacia él, ladeando ligeramente la cabeza. Se aproximó y pudo ver la sorpresa que aparecía en los ojos de Joseph cuando lo besó suavemente en los labios.
No fue más que un roce, pero él no pudo evitar quedarse contemplándola mientras pensaba en lo hermosa que era.
—Me alegro de que fuera a mí a quien recurrieras —dijo _____.
Allí, en el porche, vestida con un pijama y con el cabello revuelto, tenía un aspecto soberbio.
Natuu!(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 18
Aquel mismo día, más tarde y a petición del propio Joseph, _____ le enseñó el diario de Kyle.
Sentada en la cocina, a su lado, fue pasando las páginas mientras las comentaba de vez en cuando. Cada hoja tenía anotados los objetivos que se había marcado, las palabras específicas y las frases que Kyle debía pronunciar, así como las observaciones posteriores.
—¿Lo ves? No es más que un archivo de todo lo que hacemos. Eso es todo.
Joseph volvió a la primera página, en cuya cabecera sólo figuraba una palabra: «manzana». Más abajo empezaban las anotaciones de _____, que se prolongaban en el reverso. Era la descripción de cómo había transcurrido el primer día que había trabajado con Kyle.
—¿Me permites? —preguntó.
Ella asintió, y Joseph empezó a leer despacio, empapándose de cada palabra. Cuando hubo acabado, la miró.
—¿Cuatro horas?
—Sí.
—¿Cuatro horas para pronunciar la palabra «manzana»?
—De hecho, no la pronunció de forma completamente correcta, ni siquiera al final de la sesión. Pero fue suficiente para que yo pudiera entender lo que quería decirme.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Me limité a trabajar con él hasta que la pronunció.
—Pero ¿cómo sabías que funcionaría?
—No lo sabía. Al menos, no al principio. Había estudiado un montón de cosas acerca del problema de Kyle y de las distintas formas que había para trabajar con chicos como él; había leído los programas que algunas universidades habían puesto en marcha; había estudiado a fondo las distintas terapias del lenguaje y los efectos que producían. Sin embargo, nada de lo que había pasado por mis manos describía con precisión la dolencia de Kyle. La mayor parte de los textos hacía referencia a casos de chicos diferentes. A pesar de todo, hay dos libros —Niños con retraso en el habla, de Thomas Sowell, y Déjame escuchar tu voz, de Catherine Maurice— que se acercaban bastante. El libro de Sowell fue el primero que me descubrió que no estaba sola ante el problema, que hay muchos niños que tienen dificultades para hablar aunque no sufran ninguna dolencia. El de Maurice, aunque se refiere básicamente a los autistas, me dio una idea de cómo podía enseñar a Kyle.
—¿Y cómo lo haces?
—Uso un programa de modificación del comportamiento, uno que diseñaron los de la Universidad de California en Los Ángeles. Habían tenido éxito con los niños autistas premiándoles las conductas positivas y castigando las negativas. Yo me limité a adaptar el tratamiento para el habla, ya que es el único problema de Kyle. En esencia, cuando Kyle dice lo que le pido que diga, recibe a cambio una golosina. Si no lo hace, se queda sin ella; y si no quiere intentarlo o se pone tozudo, lo regaño. Cuando le enseñé la palabra «manzana», le mostré una imagen de esa fruta y le repetí el nombre varias veces. Cada vez que emitía algún sonido, le daba un trocito de golosina. Después de eso, se lo daba si el sonido era correcto, aunque no fuera la palabra completa. Así fui avanzando hasta que al final sólo lo premiaba cuando conseguía articular la palabra entera.
—¿Y para conseguir eso tardaste cuatro horas?
_____ asintió.
—Sí. Cuatro largas e interminables horas. Lloró y pataleó y no dejó de intentar bajarse de su sillita. Llegó a gritar como si le estuviera clavando alfileres. Si alguien nos hubiera oído en aquel momento, habría dicho que yo estaba torturando a mi hijo. Creo que pronuncié la palabra «manzana» unas quinientas o seiscientas veces. La repetí y la repetí hasta que nos hartamos. Fue terrible, realmente terrible para los dos. Pensé que nunca se acabaría; pero ¿sabes una cosa?...
_____ se le acercó.
—Cuando al final la pronunció correctamente, todos aquellos malos momentos quedaron olvidados de golpe. Toda la frustración, la ira y el miedo que ambos habíamos sentido se desvanecieron. Me acuerdo perfectamente de lo emocionada que estaba. No te lo puedes ni imaginar. Me puse a llorar y le hice repetir la maldita palabra una docena de veces antes de convencerme de que realmente la sabía pronunciar. Aquélla fue la primera vez que tuve la plena certeza de que Kyle podía aprender. Lo había conseguido yo sola, con mis propios medios, y no te puedo explicar lo que significó para mí tras todo lo que los médicos me habían llegado a pronosticar.
_____ meneó la cabeza con un gesto de incredulidad al recordar aquel día.
—Después de eso, seguimos intentándolo con nuevas palabras, de una en una, hasta que las fue aprendiendo todas. Llegó un momento en que Kyle podía decir el nombre de cualquier tipo de flor, árbol, coche o avión. Su vocabulario era extensísimo, aunque todavía no era capaz de entender para qué servía el lenguaje. Así fue como empezamos con las combinaciones de dos palabras, como «camión azul» o «árbol grande». Creo que eso lo ayudó a captar lo que yo intentaba enseñarle: que las palabras son el modo mediante el cual las personas se comunican. Tras unos cuantos meses, Kyle podía repetir casi cualquier cosa que yo dijera, así que empecé a enseñarle lo que significaban las preguntas.
—¿Y eso fue difícil?
—Todavía es difícil; más difícil que enseñarle palabras, porque ahora debe intentar descifrar los cambios de entonación, captar el significado de la pregunta y responderla adecuadamente. Todo eso le cuesta mucho. Nos hemos pasado los últimos meses practicando. Al principio, las preguntas planteaban todo un conjunto de nuevos desafíos, porque Kyle pretendía repetir lo mismo que yo le planteaba. Si le mostraba un dibujo de una manzana y le decía: «¿Qué es esto?», él me respondía. «¿Qué es esto?» Si yo le decía: «Di "esto es una manzana"», él me contestaba: «Di "esto es una manzana".» Al final opté por plantear la pregunta en voz baja y dar la respuesta en voz alta, confiando en que captara lo que pretendía enseñarle; pero durante una larga temporada se limitó a murmurar la pregunta y a repetir la respuesta con mi misma entonación y palabras. Tardé semanas en lograr que sólo dijera la respuesta. Naturalmente, siempre que lo conseguía, yo le daba su premio.
Joseph asintió. Estaba empezando a hacerse una idea de la dificultad que entrañaba aquello.
—Has debido de tener la paciencia de una santa.
—No siempre.
—Pero hacer todo eso día tras día...
—Era necesario. Además, mira lo lejos que ha llegado.
Joseph hojeó el diario hacia el final. De una página casi vacía con una única palabra en ella, las notas de _____ pasaban a ocupar tres y hasta cuatro hojas.
—Ha progresado mucho —reconoció Joseph.
—Sí, lo ha hecho. Pero todavía le queda un largo camino por recorrer. Se las arregla con preguntas con «qué» y «quién», pero todavía le cuesta comprender el significado de «por qué» y «cómo». Por otra parte, aún no sabe mantener una conversación y se limita a pequeñas afirmaciones. También tiene problemas para construir frases. Por ejemplo, sabe qué quiero decir cuando le pregunto «¿dónde está tu coche?»; pero si le digo «¿dónde has puesto tu coche?», todo lo que consigo es una mirada vacía como respuesta. Éstas son las cosas que hacen que me alegre de haber escrito el diario. Siempre que Kyle tiene un mal momento, y los tiene bastante a menudo, lo abro y recuerdo todos los retos que ha superado hasta ahora. Algún día, cuando esté mejor, se lo entregaré. Me gustaría que lo leyera y que supiera lo mucho que lo quiero.
—Eso ya lo sabe.
—Sí, pero en alguna ocasión me gustaría escuchar de sus labios que él también me quiere.
—¿No te lo dijo el otro día, cuando lo acostaste?
—No. Kyle nunca me ha dicho semejante cosa.
—¿Y no has intentado enseñárselo?
—No.
—¿Por qué?
—Porque quiero que me sorprenda el día en que le salga de dentro.
Durante la semana y media siguiente, Joseph pasó cada vez más tiempo en casa de _____. Iba siempre después de comer, cuando sabía que ella ya habría terminado de trabajar con Kyle. Unas veces se quedaba una hora más o menos; otras, un poco más. Un par de tardes jugó con él a lanzarle la pelota mientras _____ los contemplaba desde el porche, y al día siguiente le enseñó a golpearla con un pequeño bate y un tee que él mismo había usado de niño. Tras cada swing, Joseph volvía a colocar la bola en el tee y seguía animándolo para que volviera a intentarlo. Para cuando Kyle ya no pudo más, Joseph estaba empapado de sudor. _____ le entregó un vaso de agua y lo besó por segunda vez.
El domingo, una semana después de la feria, Joseph los llevó a Kitty Hawk, donde pasaron todo el día en la playa. Les enseñó el lugar donde Orville y Wilbur Wright habían realizado su histórico vuelo en 1903, y pudieron leer los detalles de la hazaña en un monumento que había sido erigido para conmemorarla. Compartieron una merienda y jugaron con las olas mientras caminaban por la playa y sobre ellos revoloteaban las golondrinas. Por la tarde, _____ y Joseph construyeron castillos de arena y Kyle se lo pasó en grande derruyéndolos; gruñía como si fuera Godzilla y pateaba los montones de arena en cuanto ellos los moldeaban.
En el camino de regreso, hicieron una parada en una granja y compraron unas mazorcas. Mientras Kyle devoraba sus macarrones, Joseph se quedó a cenar en casa de _____ por primera vez. El viento, el sol y la playa habían dejado a Kyle agotado, así que se quedó dormido tan pronto como hubo acabado la cena. Joseph y _____ estuvieron charlando en la cocina hasta casi la medianoche. Luego, cuando se despidieron, se besaron de nuevo, y Joseph la estrechó entre sus brazos.
Unos días más tarde, él le prestó la camioneta para que pudiera ir de recados al centro. Cuando _____ regresó se encontró las puertas de los armarios de la cocina arregladas.
—Espero que no te importe —le había dicho él, que aún se preguntaba si no habría traspasado alguna invisible frontera.
—¡Claro que no! —exclamó ella, batiendo palmas—; pero, ya que estás, ¿no podrías hacer algo con el grifo del fregadero?
Media hora más tarde, el goteo había desaparecido.
En los momentos que pasaban a solas, Joseph se sorprendía al quedarse embobado ante la sencilla belleza y el encanto de _____. Sin embargo, también había ocasiones en las que podía apreciar las huellas que los sacrificios que había tenido que hacer por su hijo le habían dejado en el rostro. Era una expresión parecida a la fatiga, como la de un guerrero tras una larga batalla en las praderas; una expresión que lo llenaba de una admiración que le costaba expresar con palabras. Tenía la impresión de que _____ pertenecía a una clase de personas que estaba en vías de desaparecer: ella era todo lo contrario de los que se entregaban a las prisas en busca de la satisfacción personal y de la autoestima. Joseph pensaba que había demasiada gente que sólo creía en el trabajo como forma de conseguir esas cosas, no en la paternidad, y que, para muchos, el hecho de tener hijos tenía poco que ver con educarlos. Cuando se lo comentó a _____, ésta se limitó a desviar la mirada y a contestar:
—Sí. Antes yo también pensaba así.
El miércoles de la semana siguiente, Joseph invitó a Kyle y _____ a su casa. Su vivienda se parecía a la de _____ en ciertos aspectos: era antigua y se levantaba en medio de una gran parcela de terreno. Sin embargo, la de Joseph había sido rehabilitada varias veces, antes y después de que él la comprara. A Kyle le entusiasmó el cobertizo para las herramientas que había en la parte de atrás. Cuando señaló el pequeño tractor, que en realidad era una máquina cortacésped, Joseph lo montó en ella y le dio un paseo sin poner en marcha las aspas. Al igual que cuando había conducido la camioneta, Kyle estaba radiante mientras zigzagueaban por el jardín.
Viéndolos juntos, _____ se percató de que la primera impresión de timidez que le había producido Joseph no era exacta, aunque estaba convencida de que era reservado. A pesar de que habían charlado en muchas ocasiones de su trabajo como voluntario en el Cuerpo de bomberos, Joseph se mostraba siempre muy callado con respecto a su padre y nunca había vuelto a mencionarlo tras aquella noche en el porche. Tampoco le había contado una palabra acerca de las mujeres que había conocido antes que a ella, ni siquiera de pasada. No era algo a lo que _____ diera importancia, pero le causaba cierta perplejidad.
Sin embargo, tenía que admitir que se sentía atraída por él. Joseph había aparecido en su vida cuando menos lo esperaba y de la manera más sorprendente. De hecho, se había convertido en algo más que un amigo. A pesar de todo, por las noches, cuando yacía bajo las sábanas y el renqueante ventilador, se sorprendía a sí misma esperando y rezando para que todo aquello no fuera un sueño.
—¿Cuánto rato más? —preguntó _____.
Joseph la había sorprendido llevándole una vieja máquina de hacer helados, completa y con todos los ingredientes necesarios. En aquel momento, él estaba dando vueltas a la manivela y sudando copiosamente mientras la crema se espesaba despacio.
—Cinco minutos. Quizá diez. ¿Por qué? ¿Acaso tienes hambre?
—Nunca he probado un helado casero.
—¿Pretendes reclamar su propiedad? Si es así, te cedo la manivela un rato.
Ella alzó las manos.
—No, gracias. Es más divertido ver cómo lo haces tú.
Joseph asintió con gesto abatido y se hizo el mártir fingiendo que luchaba contra un manubrio gigantesco. _____ se rió mientras él se secaba el sudor con el dorso de la mano.
—¿Tienes pensado hacer algo el sábado por la noche?
Ella esperaba aquella pregunta.
—La verdad es que no.
—¿Te gustaría que fuéramos a cenar?
_____ se encogió de hombros.
—Claro, pero ya sabes cómo es Kyle, no le gusta casi nada de lo que sirven por ahí.
Joseph tragó saliva y siguió dando vueltas a la heladera. Sus miradas se cruzaron.
—Estaba pensando en que fuéramos tú y yo. Sin Kyle esta vez. Mi madre me ha asegurado que estaría encantada de quedarse a cuidarlo.
Ella vaciló.
—No sé cómo se portará con ella. Tu madre apenas lo conoce.
—¿Y qué tal si te recojo cuando Kyle ya esté dormido? Puedes acostarlo. Te prometo que no nos iremos hasta que estés segura de que todo va bien.
Al final, incapaz de disimular su satisfacción, _____ cedió.
—Realmente has pensado en todo, ¿verdad?
—No quería darte la oportunidad de que dijeras que no.
Ella sonrió y se acercó hasta que sus rostros estuvieron casi juntos.
—En ese caso, me encantaría ir —replicó.
Denise llegó a las siete y media, unos minutos después de que _____ hubiera metido a Kyle en la cama. Ésta había procurado que pasara el día haciendo cosas fuera, con la esperanza de que se cansara y se durmiera lo antes posible. Habían ido hasta el centro en bicicleta, jugado en el parque y, luego, en casa, en la parte trasera del jardín. El día había sido caluroso y húmedo, la clase de día que agota, y Kyle empezó bostezar justo antes de la cena. Después de bañarlo y ponerle el pijama, _____ le leyó tres cuentos en el dormitorio mientras él bebía su vaso de leche con los ojos medio cerrados. Cuando corrió las cortinas —fuera aún había luz— y se escabulló por la puerta, Kyle dormía profundamente.
Se dio una ducha y se depiló las piernas. A continuación, envuelta en una toalla, pensó en lo que se podía poner. Joseph le había dicho que pensaba llevarla a Fontana, un restaurante encantador y muy tranquilo del centro. Cuando ella le había preguntado cómo debía vestirse, él le contestó que no se preocupara, lo cual no le sirvió de ninguna ayuda.
Al final optó por un sencillo vestido de cóctel negro que era apropiado para casi cualquier ocasión. Hacía años que no se lo ponía, y seguía envuelto con el mismo plástico de la tintorería de Atlanta. Apenas podía recordar cuál había sido la última vez que lo había llevado, pero se sintió complacida cuando comprobó que todavía le quedaba bien. A continuación se puso unos zapatos de tacón bajo. Por un momento pensó en ponerse medias negras, pero lo descartó de inmediato: era una noche demasiado calurosa. Además, ¿quién llevaba medias negras en Edenton si no era porque iba a un funeral?
Después de secarse y moldearse el cabello se puso un poco de maquillaje y sacó el frasco de perfume que guardaba en la mesilla de noche. Una gota en el cuello, otra en el pelo y un toque en las muñecas, que se frotó una contra la otra, fueron suficiente. En la cómoda tenía un pequeño joyero con algunas baratijas del que sacó un par de pendientes en forma de aro.
De pie ante el espejo del cuarto de baño, se contempló, satisfecha con su aspecto. Estaba bien, ni mucho ni poco. Lo justo. Fue en ese momento cuando oyó que Denise llamaba a la puerta. Joseph apareció dos minutos más tarde.
El Fontana llevaba más de una década funcionando como restaurante. Lo dirigían sus propietarios, una pareja suiza de mediana edad que había llegado a Edenton procedente de Nueva Orleans en busca de una vida menos ajetreada y de paso habían llevado con ellos un toque de elegancia a la ciudad.
Con una iluminación discreta y un servicio de primera clase, era el lugar preferido por las parejas que celebraban aniversarios o compromisos. El sitio se había hecho definitivamente famoso desde que había aparecido en un artículo de la revista Southern Living.
Joseph y _____ estaban sentados a una de las mesas del rincón. Él jugueteaba con un vaso de whisky con soda mientras ella bebía pequeños sorbos de vino blanco.
—¿Has estado aquí otras veces? —preguntó _____ al tiempo que estudiaba la carta.
—Unas cuantas. Pero hacía tiempo que no venía.
Tras años de comidas y cenas a base de un solo plato, _____ hojeó las páginas, incómoda ante la cantidad de sugerencias.
—¿Qué me recomiendas?
—La verdad es que todo. El corre de cordero es una especialidad de la casa. Pero los filetes y el marisco también valen la pena.
—Eso no me ayuda a elegir.
—Pero es la verdad. Pidas lo que pidas, te gustará.
Mientras estudiaba la lista de entrantes, _____ jugueteó con un mechón de cabello, y Joseph la contempló, fascinado y divertido al mismo tiempo.
—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?
—Sólo dos veces —replicó ella aparentando indiferencia—. Pero no te sientas obligado a callarte. Te aseguro que no me importa.
—¿De verdad?
—No cuando el comentario me lo hace un hombre tan mal vestido como tú.
—¿Mal?
_____ le guiñó un ojo.
—En este caso, «mal» quiere decir lo mismo que «bobo».
La cena fue maravillosa en todos los sentidos: la comida era una delicia, y el entorno, innegablemente romántico. Después de los postres, Joseph le tomó la mano y ya no se la soltó.
A medida que avanzaba la noche fueron explicándose sus vidas respectivas: Joseph le explicó el tiempo que llevaba como voluntario y los peores incendios y desastres en los que había participado; también le habló de Mitch y de Melissa, los dos amigos con los que había compartido aquellas experiencias. _____ le relató su época de universidad, las anécdotas de sus primeros años como profesora y lo absolutamente novata que se sintió el primer día que pisó un aula llena de alumnos.
Para ambos, aquella velada marcó el comienzo de su relación como pareja. También fue la primera ocasión en la que Kyle no surgió en la conversación.
Cuando después de cenar salieron a la calle desierta, _____ se dio cuenta de lo diferente que parecía la vieja ciudad por la noche, como si fuera un lugar perdido en el tiempo. Aparte del Fontana y de un bar de una esquina, todo lo demás estaba cerrado. Caminaron a lo largo de las fachadas de ladrillo que el tiempo había cuarteado y pasaron por delante de la tienda de un anticuario y de una galería de arte.
En la quietud de la noche, ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar. Al cabo de unos minutos llegaron al puerto, y _____ divisó los barcos amarrados a los pantalanes. Había de todos los tipos, grandes y pequeños, nuevos y antiguos, y abarcaban desde veleros de madera hasta yates de motor. Unos cuantos estaban iluminados por dentro, pero el único sonido que se escuchaba era el del agua que golpeaba contra el muelle.
Apoyándose en la barandilla que bordeaba el paseo, Joseph tosió levemente y tomó la mano de _____.
—¿Sabías que Edenton fue uno de los primeros puertos del sur? —explicó—. Aunque la ciudad no era más que un pequeño núcleo de casas, los mercantes solían detenerse aquí, ya fuera para vender sus mercancías o para cargar provisiones. ¿Puedes ver los balcones que coronan aquellos edificios? —Señaló hacia un grupo de casas antiguas, y _____ asintió—. En la época de las colonias, la navegación era muy peligrosa, y las esposas de los marineros solían pasear por allí mientras esperaban ver regresar los barcos de sus maridos. No obstante, los naufragios eran tan frecuentes que el lugar acabó siendo conocido como el Paseo de las Viudas. Sin embargo, cuando los navíos llegaban a Edenton, y no importaba lo largo que hubiera sido el viaje, no entraban directamente en el puerto, sino que anclaban en medio de la bahía, y las mujeres que los aguardaban en los balcones tenían que hacer esfuerzos para distinguir a sus esposos entre las tripulaciones.
—¿Y por qué se quedaban en la bahía?
—Porque cerca de aquí había un gran ciprés solitario. Era una de las marcas que usaban los barcos para saber que habían llegado a Edenton, especialmente si era la primera vez. No había otro árbol como aquél en toda la Costa Este. Normalmente, los cipreses crecen cerca de las orillas, pero aquél se erguía a unos ciento cincuenta metros del mar. Era como un monumento por lo fuera de lugar que estaba. El caso es que los barcos tomaron la costumbre de detenerse frente a aquel árbol siempre que se disponían a entrar en puerto; entonces arriaban un bote y unos cuantos marineros remaban e iban a depositar una botella de ron al pie del tronco como señal de agradecimiento por haber regresado con vida. Y no sólo eso: siempre que un navío zarpaba, la tripulación se reunía en torno al ciprés y bebía un trago de ron a la salud del árbol con la esperanza de tener un viaje próspero y seguro. Por eso lo llamaban el Árbol del Trago.
—¿De verdad?
—Completamente. La ciudad rebosa de leyendas acerca de las tripulaciones que no se detuvieron para tomar el trago de rigor y que desaparecieron en el mar. Se consideraba mala suerte no hacerlo y sólo los imprudentes se atrevían a hacer caso omiso de la superstición. Los que así obraban lo hacían bajo su propia responsabilidad.
—¿Y qué sucedía si no quedaba ron al pie del ciprés cuando un barco se hacía a la mar? ¿Acaso no salían?
—Según se cuenta, semejante cosa nunca sucedió.
Joseph se volvió hacia el agua y el tono de su voz cambió.
—Recuerdo que mi padre me contaba esta historia cuando yo era pequeño. Me llevaba al lugar exacto donde había estado el árbol y me la explicaba con todo lujo de detalles.
_____ sonrió.
—¿Sabes más cosas sobre Edenton?
—Unas cuantas.
—¿Alguna historia de fantasmas?
—Claro que sí. Todas las ciudades antiguas de Carolina del Norte tienen su historia de fantasmas. En Halloween, mi padre solía sentarse conmigo y mis amigos, después de que hubiéramos ido de casa en casa pidiendo caramelos, y nos contaba la historia de Brownrigg Mili. Va de una bruja, y es perfecta para amedrentar a los niños: hay ciudadanos aterrorizados, conjuros diabólicos, muertes misteriosas, incluso un gato de tres patas. Cuando mi padre acababa, estábamos demasiado asustados para conciliar el sueño. Era un artista contando historias increíbles.
_____ meditó sobre lo diferente que era vivir en una ciudad pequeña comparado con su infancia en Atlanta.
—Eso debía de ser fantástico.
—Lo era... Si quieres, un día puedo hacer lo mismo con Kyle.
—Dudo que entendiera tu relato.
—Puede que le cuente aquella del monstruoso camión encantado del condado de Chowan.
—¡Vamos ya! No existe tal cosa.
—Lo sé; pero siempre puedo inventármelo.
_____ le apretó la mano levemente.
—¿Cómo es que nunca has tenido hijos? —le preguntó.
—No pertenezco al sexo adecuado.
—Ya sabes a lo que me refiero, bobo. Serías un padre estupendo.
—No lo sé. Simplemente, no los he tenido. Eso es todo.
—¿Nunca te ha apetecido?
—Sí, alguna vez.
—Entonces, deberías.
—Ahora empiezas a parecerte a mi madre.
—Ya sabes lo que dicen: «Las grandes mentes piensan igual.»
—Si eso es lo que te dices a ti misma...
—Exactamente.
Cuando salieron de la zona portuaria y mientras se encaminaban de nuevo hacia el centro, a _____ le sorprendió darse cuenta de lo mucho que su mundo había cambiado recientemente y de que el principal responsable de los cambios era el hombre que caminaba a su lado.
Sin embargo, a pesar de todo lo que él había hecho por ella, Joseph no le había pedido nada a cambio, nada que ella no estuviera decidida a darle. Por otra parte, había sido ella la que había tomado la iniciativa de besarlo, tanto la primera vez como la segunda. Incluso el día que habían ido de excursión a la playa, cuando se quedó hasta tarde en su casa, él se marchó tan pronto como percibió que era el momento de hacerlo.
_____ sabía que la mayoría de los hombres no lo habría hecho: ellos tomaban la iniciativa tan pronto como se presentaba la más pequeña oportunidad. Dios era testigo de que eso exactamente era lo que había hecho el padre de Kyle. Pero Joseph era diferente: se conformaba con conocerla poco a poco, con escuchar sus problemas, con arreglarle las puertas de los armarios y preparar helado casero en el porche. Se comportaba como un caballero en todos los sentidos.
Pero como él no la había apremiado, _____ se encontró deseándolo aún más por esa razón, y con una intensidad que la sorprendió. Se preguntó qué sentiría cuando por fin Joseph la estrechara entre sus brazos y qué sensaciones experimentaría cuando la acariciara y sus dedos se deslizaran por su cuerpo y su piel. Aquellos pensamientos le provocaron un nudo interior, y le apretó la mano instintivamente.
Cuando llegaron cerca de la camioneta de Joseph, pasaron por delante de un establecimiento cuya puerta alguien había dejado medio entornada. Grabado en el cristal se leía el nombre: Trina's Bar. Aparte del Fontana, era el único local del centro que abría hasta tarde. _____ echó un vistazo al interior y vio tres parejas que charlaban tranquilamente en torno a varias mesas circulares. En un rincón, una máquina de discos desgranaba una melodía country. La voz del cantante calló cuando terminó la canción, y se produjo un breve silencio hasta que empezó la siguiente: Unchained melody. _____ se detuvo en seco cuando la reconoció y tiró de la manga de Joseph.
—Me encanta esta canción —le dijo.
—¿Te apetece que entremos?
Ella dudó un instante, mientras se dejaba llevar por la música.
—Podríamos bailar un rato... —propuso él.
—No. Me sentiría rara con toda esa gente mirándonos —contestó _____ al cabo de un momento—. Además, tampoco hay sitio.
Las calles estaban desiertas de tráfico y de peatones. Una sola luz, en lo alto de una farola, parpadeaba e iluminaba la esquina de asfalto. Junto a la música, del bar salían también los murmullos de las conversaciones. _____ se alejó un paso de la puerta del local. A sus espaldas seguía sonando la canción cuando Joseph se detuvo. Ella lo miró con extrañeza.
Sin decir una palabra, él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Con una sonrisa cautivadora le cogió la mano, se la llevó a los labios, la besó y se la soltó. Dándose cuenta de lo que Joseph pretendía, y sin apenas dar crédito a la situación, _____ dio un paso adelante y se dejó llevar.
Durante un breve instante, los dos se sintieron incómodos, pero la melodía seguía sonando y la torpeza se desvaneció. Al cabo de unos pasos, _____ cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el hombro de él. Joseph le acarició la espalda, y todo lo que ella pudo oír fue su respiración mientras trazaban lentos círculos y se mecían al son de la melodía. De repente, a _____ no le importó si alguien miraba o no. Excepto el cálido contacto del cuerpo de Joseph apretado contra el suyo, el resto carecía de importancia. Bailaron y bailaron, abrazados el uno al otro, bajo la parpadeante luz de la farola, en la pequeña ciudad de Edenton.
Sentada en la cocina, a su lado, fue pasando las páginas mientras las comentaba de vez en cuando. Cada hoja tenía anotados los objetivos que se había marcado, las palabras específicas y las frases que Kyle debía pronunciar, así como las observaciones posteriores.
—¿Lo ves? No es más que un archivo de todo lo que hacemos. Eso es todo.
Joseph volvió a la primera página, en cuya cabecera sólo figuraba una palabra: «manzana». Más abajo empezaban las anotaciones de _____, que se prolongaban en el reverso. Era la descripción de cómo había transcurrido el primer día que había trabajado con Kyle.
—¿Me permites? —preguntó.
Ella asintió, y Joseph empezó a leer despacio, empapándose de cada palabra. Cuando hubo acabado, la miró.
—¿Cuatro horas?
—Sí.
—¿Cuatro horas para pronunciar la palabra «manzana»?
—De hecho, no la pronunció de forma completamente correcta, ni siquiera al final de la sesión. Pero fue suficiente para que yo pudiera entender lo que quería decirme.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Me limité a trabajar con él hasta que la pronunció.
—Pero ¿cómo sabías que funcionaría?
—No lo sabía. Al menos, no al principio. Había estudiado un montón de cosas acerca del problema de Kyle y de las distintas formas que había para trabajar con chicos como él; había leído los programas que algunas universidades habían puesto en marcha; había estudiado a fondo las distintas terapias del lenguaje y los efectos que producían. Sin embargo, nada de lo que había pasado por mis manos describía con precisión la dolencia de Kyle. La mayor parte de los textos hacía referencia a casos de chicos diferentes. A pesar de todo, hay dos libros —Niños con retraso en el habla, de Thomas Sowell, y Déjame escuchar tu voz, de Catherine Maurice— que se acercaban bastante. El libro de Sowell fue el primero que me descubrió que no estaba sola ante el problema, que hay muchos niños que tienen dificultades para hablar aunque no sufran ninguna dolencia. El de Maurice, aunque se refiere básicamente a los autistas, me dio una idea de cómo podía enseñar a Kyle.
—¿Y cómo lo haces?
—Uso un programa de modificación del comportamiento, uno que diseñaron los de la Universidad de California en Los Ángeles. Habían tenido éxito con los niños autistas premiándoles las conductas positivas y castigando las negativas. Yo me limité a adaptar el tratamiento para el habla, ya que es el único problema de Kyle. En esencia, cuando Kyle dice lo que le pido que diga, recibe a cambio una golosina. Si no lo hace, se queda sin ella; y si no quiere intentarlo o se pone tozudo, lo regaño. Cuando le enseñé la palabra «manzana», le mostré una imagen de esa fruta y le repetí el nombre varias veces. Cada vez que emitía algún sonido, le daba un trocito de golosina. Después de eso, se lo daba si el sonido era correcto, aunque no fuera la palabra completa. Así fui avanzando hasta que al final sólo lo premiaba cuando conseguía articular la palabra entera.
—¿Y para conseguir eso tardaste cuatro horas?
_____ asintió.
—Sí. Cuatro largas e interminables horas. Lloró y pataleó y no dejó de intentar bajarse de su sillita. Llegó a gritar como si le estuviera clavando alfileres. Si alguien nos hubiera oído en aquel momento, habría dicho que yo estaba torturando a mi hijo. Creo que pronuncié la palabra «manzana» unas quinientas o seiscientas veces. La repetí y la repetí hasta que nos hartamos. Fue terrible, realmente terrible para los dos. Pensé que nunca se acabaría; pero ¿sabes una cosa?...
_____ se le acercó.
—Cuando al final la pronunció correctamente, todos aquellos malos momentos quedaron olvidados de golpe. Toda la frustración, la ira y el miedo que ambos habíamos sentido se desvanecieron. Me acuerdo perfectamente de lo emocionada que estaba. No te lo puedes ni imaginar. Me puse a llorar y le hice repetir la maldita palabra una docena de veces antes de convencerme de que realmente la sabía pronunciar. Aquélla fue la primera vez que tuve la plena certeza de que Kyle podía aprender. Lo había conseguido yo sola, con mis propios medios, y no te puedo explicar lo que significó para mí tras todo lo que los médicos me habían llegado a pronosticar.
_____ meneó la cabeza con un gesto de incredulidad al recordar aquel día.
—Después de eso, seguimos intentándolo con nuevas palabras, de una en una, hasta que las fue aprendiendo todas. Llegó un momento en que Kyle podía decir el nombre de cualquier tipo de flor, árbol, coche o avión. Su vocabulario era extensísimo, aunque todavía no era capaz de entender para qué servía el lenguaje. Así fue como empezamos con las combinaciones de dos palabras, como «camión azul» o «árbol grande». Creo que eso lo ayudó a captar lo que yo intentaba enseñarle: que las palabras son el modo mediante el cual las personas se comunican. Tras unos cuantos meses, Kyle podía repetir casi cualquier cosa que yo dijera, así que empecé a enseñarle lo que significaban las preguntas.
—¿Y eso fue difícil?
—Todavía es difícil; más difícil que enseñarle palabras, porque ahora debe intentar descifrar los cambios de entonación, captar el significado de la pregunta y responderla adecuadamente. Todo eso le cuesta mucho. Nos hemos pasado los últimos meses practicando. Al principio, las preguntas planteaban todo un conjunto de nuevos desafíos, porque Kyle pretendía repetir lo mismo que yo le planteaba. Si le mostraba un dibujo de una manzana y le decía: «¿Qué es esto?», él me respondía. «¿Qué es esto?» Si yo le decía: «Di "esto es una manzana"», él me contestaba: «Di "esto es una manzana".» Al final opté por plantear la pregunta en voz baja y dar la respuesta en voz alta, confiando en que captara lo que pretendía enseñarle; pero durante una larga temporada se limitó a murmurar la pregunta y a repetir la respuesta con mi misma entonación y palabras. Tardé semanas en lograr que sólo dijera la respuesta. Naturalmente, siempre que lo conseguía, yo le daba su premio.
Joseph asintió. Estaba empezando a hacerse una idea de la dificultad que entrañaba aquello.
—Has debido de tener la paciencia de una santa.
—No siempre.
—Pero hacer todo eso día tras día...
—Era necesario. Además, mira lo lejos que ha llegado.
Joseph hojeó el diario hacia el final. De una página casi vacía con una única palabra en ella, las notas de _____ pasaban a ocupar tres y hasta cuatro hojas.
—Ha progresado mucho —reconoció Joseph.
—Sí, lo ha hecho. Pero todavía le queda un largo camino por recorrer. Se las arregla con preguntas con «qué» y «quién», pero todavía le cuesta comprender el significado de «por qué» y «cómo». Por otra parte, aún no sabe mantener una conversación y se limita a pequeñas afirmaciones. También tiene problemas para construir frases. Por ejemplo, sabe qué quiero decir cuando le pregunto «¿dónde está tu coche?»; pero si le digo «¿dónde has puesto tu coche?», todo lo que consigo es una mirada vacía como respuesta. Éstas son las cosas que hacen que me alegre de haber escrito el diario. Siempre que Kyle tiene un mal momento, y los tiene bastante a menudo, lo abro y recuerdo todos los retos que ha superado hasta ahora. Algún día, cuando esté mejor, se lo entregaré. Me gustaría que lo leyera y que supiera lo mucho que lo quiero.
—Eso ya lo sabe.
—Sí, pero en alguna ocasión me gustaría escuchar de sus labios que él también me quiere.
—¿No te lo dijo el otro día, cuando lo acostaste?
—No. Kyle nunca me ha dicho semejante cosa.
—¿Y no has intentado enseñárselo?
—No.
—¿Por qué?
—Porque quiero que me sorprenda el día en que le salga de dentro.
Durante la semana y media siguiente, Joseph pasó cada vez más tiempo en casa de _____. Iba siempre después de comer, cuando sabía que ella ya habría terminado de trabajar con Kyle. Unas veces se quedaba una hora más o menos; otras, un poco más. Un par de tardes jugó con él a lanzarle la pelota mientras _____ los contemplaba desde el porche, y al día siguiente le enseñó a golpearla con un pequeño bate y un tee que él mismo había usado de niño. Tras cada swing, Joseph volvía a colocar la bola en el tee y seguía animándolo para que volviera a intentarlo. Para cuando Kyle ya no pudo más, Joseph estaba empapado de sudor. _____ le entregó un vaso de agua y lo besó por segunda vez.
El domingo, una semana después de la feria, Joseph los llevó a Kitty Hawk, donde pasaron todo el día en la playa. Les enseñó el lugar donde Orville y Wilbur Wright habían realizado su histórico vuelo en 1903, y pudieron leer los detalles de la hazaña en un monumento que había sido erigido para conmemorarla. Compartieron una merienda y jugaron con las olas mientras caminaban por la playa y sobre ellos revoloteaban las golondrinas. Por la tarde, _____ y Joseph construyeron castillos de arena y Kyle se lo pasó en grande derruyéndolos; gruñía como si fuera Godzilla y pateaba los montones de arena en cuanto ellos los moldeaban.
En el camino de regreso, hicieron una parada en una granja y compraron unas mazorcas. Mientras Kyle devoraba sus macarrones, Joseph se quedó a cenar en casa de _____ por primera vez. El viento, el sol y la playa habían dejado a Kyle agotado, así que se quedó dormido tan pronto como hubo acabado la cena. Joseph y _____ estuvieron charlando en la cocina hasta casi la medianoche. Luego, cuando se despidieron, se besaron de nuevo, y Joseph la estrechó entre sus brazos.
Unos días más tarde, él le prestó la camioneta para que pudiera ir de recados al centro. Cuando _____ regresó se encontró las puertas de los armarios de la cocina arregladas.
—Espero que no te importe —le había dicho él, que aún se preguntaba si no habría traspasado alguna invisible frontera.
—¡Claro que no! —exclamó ella, batiendo palmas—; pero, ya que estás, ¿no podrías hacer algo con el grifo del fregadero?
Media hora más tarde, el goteo había desaparecido.
En los momentos que pasaban a solas, Joseph se sorprendía al quedarse embobado ante la sencilla belleza y el encanto de _____. Sin embargo, también había ocasiones en las que podía apreciar las huellas que los sacrificios que había tenido que hacer por su hijo le habían dejado en el rostro. Era una expresión parecida a la fatiga, como la de un guerrero tras una larga batalla en las praderas; una expresión que lo llenaba de una admiración que le costaba expresar con palabras. Tenía la impresión de que _____ pertenecía a una clase de personas que estaba en vías de desaparecer: ella era todo lo contrario de los que se entregaban a las prisas en busca de la satisfacción personal y de la autoestima. Joseph pensaba que había demasiada gente que sólo creía en el trabajo como forma de conseguir esas cosas, no en la paternidad, y que, para muchos, el hecho de tener hijos tenía poco que ver con educarlos. Cuando se lo comentó a _____, ésta se limitó a desviar la mirada y a contestar:
—Sí. Antes yo también pensaba así.
El miércoles de la semana siguiente, Joseph invitó a Kyle y _____ a su casa. Su vivienda se parecía a la de _____ en ciertos aspectos: era antigua y se levantaba en medio de una gran parcela de terreno. Sin embargo, la de Joseph había sido rehabilitada varias veces, antes y después de que él la comprara. A Kyle le entusiasmó el cobertizo para las herramientas que había en la parte de atrás. Cuando señaló el pequeño tractor, que en realidad era una máquina cortacésped, Joseph lo montó en ella y le dio un paseo sin poner en marcha las aspas. Al igual que cuando había conducido la camioneta, Kyle estaba radiante mientras zigzagueaban por el jardín.
Viéndolos juntos, _____ se percató de que la primera impresión de timidez que le había producido Joseph no era exacta, aunque estaba convencida de que era reservado. A pesar de que habían charlado en muchas ocasiones de su trabajo como voluntario en el Cuerpo de bomberos, Joseph se mostraba siempre muy callado con respecto a su padre y nunca había vuelto a mencionarlo tras aquella noche en el porche. Tampoco le había contado una palabra acerca de las mujeres que había conocido antes que a ella, ni siquiera de pasada. No era algo a lo que _____ diera importancia, pero le causaba cierta perplejidad.
Sin embargo, tenía que admitir que se sentía atraída por él. Joseph había aparecido en su vida cuando menos lo esperaba y de la manera más sorprendente. De hecho, se había convertido en algo más que un amigo. A pesar de todo, por las noches, cuando yacía bajo las sábanas y el renqueante ventilador, se sorprendía a sí misma esperando y rezando para que todo aquello no fuera un sueño.
—¿Cuánto rato más? —preguntó _____.
Joseph la había sorprendido llevándole una vieja máquina de hacer helados, completa y con todos los ingredientes necesarios. En aquel momento, él estaba dando vueltas a la manivela y sudando copiosamente mientras la crema se espesaba despacio.
—Cinco minutos. Quizá diez. ¿Por qué? ¿Acaso tienes hambre?
—Nunca he probado un helado casero.
—¿Pretendes reclamar su propiedad? Si es así, te cedo la manivela un rato.
Ella alzó las manos.
—No, gracias. Es más divertido ver cómo lo haces tú.
Joseph asintió con gesto abatido y se hizo el mártir fingiendo que luchaba contra un manubrio gigantesco. _____ se rió mientras él se secaba el sudor con el dorso de la mano.
—¿Tienes pensado hacer algo el sábado por la noche?
Ella esperaba aquella pregunta.
—La verdad es que no.
—¿Te gustaría que fuéramos a cenar?
_____ se encogió de hombros.
—Claro, pero ya sabes cómo es Kyle, no le gusta casi nada de lo que sirven por ahí.
Joseph tragó saliva y siguió dando vueltas a la heladera. Sus miradas se cruzaron.
—Estaba pensando en que fuéramos tú y yo. Sin Kyle esta vez. Mi madre me ha asegurado que estaría encantada de quedarse a cuidarlo.
Ella vaciló.
—No sé cómo se portará con ella. Tu madre apenas lo conoce.
—¿Y qué tal si te recojo cuando Kyle ya esté dormido? Puedes acostarlo. Te prometo que no nos iremos hasta que estés segura de que todo va bien.
Al final, incapaz de disimular su satisfacción, _____ cedió.
—Realmente has pensado en todo, ¿verdad?
—No quería darte la oportunidad de que dijeras que no.
Ella sonrió y se acercó hasta que sus rostros estuvieron casi juntos.
—En ese caso, me encantaría ir —replicó.
Denise llegó a las siete y media, unos minutos después de que _____ hubiera metido a Kyle en la cama. Ésta había procurado que pasara el día haciendo cosas fuera, con la esperanza de que se cansara y se durmiera lo antes posible. Habían ido hasta el centro en bicicleta, jugado en el parque y, luego, en casa, en la parte trasera del jardín. El día había sido caluroso y húmedo, la clase de día que agota, y Kyle empezó bostezar justo antes de la cena. Después de bañarlo y ponerle el pijama, _____ le leyó tres cuentos en el dormitorio mientras él bebía su vaso de leche con los ojos medio cerrados. Cuando corrió las cortinas —fuera aún había luz— y se escabulló por la puerta, Kyle dormía profundamente.
Se dio una ducha y se depiló las piernas. A continuación, envuelta en una toalla, pensó en lo que se podía poner. Joseph le había dicho que pensaba llevarla a Fontana, un restaurante encantador y muy tranquilo del centro. Cuando ella le había preguntado cómo debía vestirse, él le contestó que no se preocupara, lo cual no le sirvió de ninguna ayuda.
Al final optó por un sencillo vestido de cóctel negro que era apropiado para casi cualquier ocasión. Hacía años que no se lo ponía, y seguía envuelto con el mismo plástico de la tintorería de Atlanta. Apenas podía recordar cuál había sido la última vez que lo había llevado, pero se sintió complacida cuando comprobó que todavía le quedaba bien. A continuación se puso unos zapatos de tacón bajo. Por un momento pensó en ponerse medias negras, pero lo descartó de inmediato: era una noche demasiado calurosa. Además, ¿quién llevaba medias negras en Edenton si no era porque iba a un funeral?
Después de secarse y moldearse el cabello se puso un poco de maquillaje y sacó el frasco de perfume que guardaba en la mesilla de noche. Una gota en el cuello, otra en el pelo y un toque en las muñecas, que se frotó una contra la otra, fueron suficiente. En la cómoda tenía un pequeño joyero con algunas baratijas del que sacó un par de pendientes en forma de aro.
De pie ante el espejo del cuarto de baño, se contempló, satisfecha con su aspecto. Estaba bien, ni mucho ni poco. Lo justo. Fue en ese momento cuando oyó que Denise llamaba a la puerta. Joseph apareció dos minutos más tarde.
El Fontana llevaba más de una década funcionando como restaurante. Lo dirigían sus propietarios, una pareja suiza de mediana edad que había llegado a Edenton procedente de Nueva Orleans en busca de una vida menos ajetreada y de paso habían llevado con ellos un toque de elegancia a la ciudad.
Con una iluminación discreta y un servicio de primera clase, era el lugar preferido por las parejas que celebraban aniversarios o compromisos. El sitio se había hecho definitivamente famoso desde que había aparecido en un artículo de la revista Southern Living.
Joseph y _____ estaban sentados a una de las mesas del rincón. Él jugueteaba con un vaso de whisky con soda mientras ella bebía pequeños sorbos de vino blanco.
—¿Has estado aquí otras veces? —preguntó _____ al tiempo que estudiaba la carta.
—Unas cuantas. Pero hacía tiempo que no venía.
Tras años de comidas y cenas a base de un solo plato, _____ hojeó las páginas, incómoda ante la cantidad de sugerencias.
—¿Qué me recomiendas?
—La verdad es que todo. El corre de cordero es una especialidad de la casa. Pero los filetes y el marisco también valen la pena.
—Eso no me ayuda a elegir.
—Pero es la verdad. Pidas lo que pidas, te gustará.
Mientras estudiaba la lista de entrantes, _____ jugueteó con un mechón de cabello, y Joseph la contempló, fascinado y divertido al mismo tiempo.
—¿Te he dicho ya lo guapa que estás esta noche?
—Sólo dos veces —replicó ella aparentando indiferencia—. Pero no te sientas obligado a callarte. Te aseguro que no me importa.
—¿De verdad?
—No cuando el comentario me lo hace un hombre tan mal vestido como tú.
—¿Mal?
_____ le guiñó un ojo.
—En este caso, «mal» quiere decir lo mismo que «bobo».
La cena fue maravillosa en todos los sentidos: la comida era una delicia, y el entorno, innegablemente romántico. Después de los postres, Joseph le tomó la mano y ya no se la soltó.
A medida que avanzaba la noche fueron explicándose sus vidas respectivas: Joseph le explicó el tiempo que llevaba como voluntario y los peores incendios y desastres en los que había participado; también le habló de Mitch y de Melissa, los dos amigos con los que había compartido aquellas experiencias. _____ le relató su época de universidad, las anécdotas de sus primeros años como profesora y lo absolutamente novata que se sintió el primer día que pisó un aula llena de alumnos.
Para ambos, aquella velada marcó el comienzo de su relación como pareja. También fue la primera ocasión en la que Kyle no surgió en la conversación.
Cuando después de cenar salieron a la calle desierta, _____ se dio cuenta de lo diferente que parecía la vieja ciudad por la noche, como si fuera un lugar perdido en el tiempo. Aparte del Fontana y de un bar de una esquina, todo lo demás estaba cerrado. Caminaron a lo largo de las fachadas de ladrillo que el tiempo había cuarteado y pasaron por delante de la tienda de un anticuario y de una galería de arte.
En la quietud de la noche, ninguno de los dos sentía la necesidad de hablar. Al cabo de unos minutos llegaron al puerto, y _____ divisó los barcos amarrados a los pantalanes. Había de todos los tipos, grandes y pequeños, nuevos y antiguos, y abarcaban desde veleros de madera hasta yates de motor. Unos cuantos estaban iluminados por dentro, pero el único sonido que se escuchaba era el del agua que golpeaba contra el muelle.
Apoyándose en la barandilla que bordeaba el paseo, Joseph tosió levemente y tomó la mano de _____.
—¿Sabías que Edenton fue uno de los primeros puertos del sur? —explicó—. Aunque la ciudad no era más que un pequeño núcleo de casas, los mercantes solían detenerse aquí, ya fuera para vender sus mercancías o para cargar provisiones. ¿Puedes ver los balcones que coronan aquellos edificios? —Señaló hacia un grupo de casas antiguas, y _____ asintió—. En la época de las colonias, la navegación era muy peligrosa, y las esposas de los marineros solían pasear por allí mientras esperaban ver regresar los barcos de sus maridos. No obstante, los naufragios eran tan frecuentes que el lugar acabó siendo conocido como el Paseo de las Viudas. Sin embargo, cuando los navíos llegaban a Edenton, y no importaba lo largo que hubiera sido el viaje, no entraban directamente en el puerto, sino que anclaban en medio de la bahía, y las mujeres que los aguardaban en los balcones tenían que hacer esfuerzos para distinguir a sus esposos entre las tripulaciones.
—¿Y por qué se quedaban en la bahía?
—Porque cerca de aquí había un gran ciprés solitario. Era una de las marcas que usaban los barcos para saber que habían llegado a Edenton, especialmente si era la primera vez. No había otro árbol como aquél en toda la Costa Este. Normalmente, los cipreses crecen cerca de las orillas, pero aquél se erguía a unos ciento cincuenta metros del mar. Era como un monumento por lo fuera de lugar que estaba. El caso es que los barcos tomaron la costumbre de detenerse frente a aquel árbol siempre que se disponían a entrar en puerto; entonces arriaban un bote y unos cuantos marineros remaban e iban a depositar una botella de ron al pie del tronco como señal de agradecimiento por haber regresado con vida. Y no sólo eso: siempre que un navío zarpaba, la tripulación se reunía en torno al ciprés y bebía un trago de ron a la salud del árbol con la esperanza de tener un viaje próspero y seguro. Por eso lo llamaban el Árbol del Trago.
—¿De verdad?
—Completamente. La ciudad rebosa de leyendas acerca de las tripulaciones que no se detuvieron para tomar el trago de rigor y que desaparecieron en el mar. Se consideraba mala suerte no hacerlo y sólo los imprudentes se atrevían a hacer caso omiso de la superstición. Los que así obraban lo hacían bajo su propia responsabilidad.
—¿Y qué sucedía si no quedaba ron al pie del ciprés cuando un barco se hacía a la mar? ¿Acaso no salían?
—Según se cuenta, semejante cosa nunca sucedió.
Joseph se volvió hacia el agua y el tono de su voz cambió.
—Recuerdo que mi padre me contaba esta historia cuando yo era pequeño. Me llevaba al lugar exacto donde había estado el árbol y me la explicaba con todo lujo de detalles.
_____ sonrió.
—¿Sabes más cosas sobre Edenton?
—Unas cuantas.
—¿Alguna historia de fantasmas?
—Claro que sí. Todas las ciudades antiguas de Carolina del Norte tienen su historia de fantasmas. En Halloween, mi padre solía sentarse conmigo y mis amigos, después de que hubiéramos ido de casa en casa pidiendo caramelos, y nos contaba la historia de Brownrigg Mili. Va de una bruja, y es perfecta para amedrentar a los niños: hay ciudadanos aterrorizados, conjuros diabólicos, muertes misteriosas, incluso un gato de tres patas. Cuando mi padre acababa, estábamos demasiado asustados para conciliar el sueño. Era un artista contando historias increíbles.
_____ meditó sobre lo diferente que era vivir en una ciudad pequeña comparado con su infancia en Atlanta.
—Eso debía de ser fantástico.
—Lo era... Si quieres, un día puedo hacer lo mismo con Kyle.
—Dudo que entendiera tu relato.
—Puede que le cuente aquella del monstruoso camión encantado del condado de Chowan.
—¡Vamos ya! No existe tal cosa.
—Lo sé; pero siempre puedo inventármelo.
_____ le apretó la mano levemente.
—¿Cómo es que nunca has tenido hijos? —le preguntó.
—No pertenezco al sexo adecuado.
—Ya sabes a lo que me refiero, bobo. Serías un padre estupendo.
—No lo sé. Simplemente, no los he tenido. Eso es todo.
—¿Nunca te ha apetecido?
—Sí, alguna vez.
—Entonces, deberías.
—Ahora empiezas a parecerte a mi madre.
—Ya sabes lo que dicen: «Las grandes mentes piensan igual.»
—Si eso es lo que te dices a ti misma...
—Exactamente.
Cuando salieron de la zona portuaria y mientras se encaminaban de nuevo hacia el centro, a _____ le sorprendió darse cuenta de lo mucho que su mundo había cambiado recientemente y de que el principal responsable de los cambios era el hombre que caminaba a su lado.
Sin embargo, a pesar de todo lo que él había hecho por ella, Joseph no le había pedido nada a cambio, nada que ella no estuviera decidida a darle. Por otra parte, había sido ella la que había tomado la iniciativa de besarlo, tanto la primera vez como la segunda. Incluso el día que habían ido de excursión a la playa, cuando se quedó hasta tarde en su casa, él se marchó tan pronto como percibió que era el momento de hacerlo.
_____ sabía que la mayoría de los hombres no lo habría hecho: ellos tomaban la iniciativa tan pronto como se presentaba la más pequeña oportunidad. Dios era testigo de que eso exactamente era lo que había hecho el padre de Kyle. Pero Joseph era diferente: se conformaba con conocerla poco a poco, con escuchar sus problemas, con arreglarle las puertas de los armarios y preparar helado casero en el porche. Se comportaba como un caballero en todos los sentidos.
Pero como él no la había apremiado, _____ se encontró deseándolo aún más por esa razón, y con una intensidad que la sorprendió. Se preguntó qué sentiría cuando por fin Joseph la estrechara entre sus brazos y qué sensaciones experimentaría cuando la acariciara y sus dedos se deslizaran por su cuerpo y su piel. Aquellos pensamientos le provocaron un nudo interior, y le apretó la mano instintivamente.
Cuando llegaron cerca de la camioneta de Joseph, pasaron por delante de un establecimiento cuya puerta alguien había dejado medio entornada. Grabado en el cristal se leía el nombre: Trina's Bar. Aparte del Fontana, era el único local del centro que abría hasta tarde. _____ echó un vistazo al interior y vio tres parejas que charlaban tranquilamente en torno a varias mesas circulares. En un rincón, una máquina de discos desgranaba una melodía country. La voz del cantante calló cuando terminó la canción, y se produjo un breve silencio hasta que empezó la siguiente: Unchained melody. _____ se detuvo en seco cuando la reconoció y tiró de la manga de Joseph.
—Me encanta esta canción —le dijo.
—¿Te apetece que entremos?
Ella dudó un instante, mientras se dejaba llevar por la música.
—Podríamos bailar un rato... —propuso él.
—No. Me sentiría rara con toda esa gente mirándonos —contestó _____ al cabo de un momento—. Además, tampoco hay sitio.
Las calles estaban desiertas de tráfico y de peatones. Una sola luz, en lo alto de una farola, parpadeaba e iluminaba la esquina de asfalto. Junto a la música, del bar salían también los murmullos de las conversaciones. _____ se alejó un paso de la puerta del local. A sus espaldas seguía sonando la canción cuando Joseph se detuvo. Ella lo miró con extrañeza.
Sin decir una palabra, él la rodeó con el brazo y la atrajo hacia sí. Con una sonrisa cautivadora le cogió la mano, se la llevó a los labios, la besó y se la soltó. Dándose cuenta de lo que Joseph pretendía, y sin apenas dar crédito a la situación, _____ dio un paso adelante y se dejó llevar.
Durante un breve instante, los dos se sintieron incómodos, pero la melodía seguía sonando y la torpeza se desvaneció. Al cabo de unos pasos, _____ cerró los ojos y apoyó la cabeza sobre el hombro de él. Joseph le acarició la espalda, y todo lo que ella pudo oír fue su respiración mientras trazaban lentos círculos y se mecían al son de la melodía. De repente, a _____ no le importó si alguien miraba o no. Excepto el cálido contacto del cuerpo de Joseph apretado contra el suyo, el resto carecía de importancia. Bailaron y bailaron, abrazados el uno al otro, bajo la parpadeante luz de la farola, en la pequeña ciudad de Edenton.
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
waaaaaa que hermoso
me encantan me encanta
joe es muy lidno
espero que nada malo pase
me encantan me encanta
joe es muy lidno
espero que nada malo pase
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 19
Denise estaba leyendo una novela en la sala cuando _____ y Joseph regresaron. Kyle, les explicó, ni siquiera se había movido mientras habían estado fuera.
―¿La han pasado bien? —preguntó, mirando las arreboladas mejillas de la joven.
—Sí, estupendamente —contestó ella—. Gracias por cuidar a mi hijo.
—Ha sido un placer —repuso con sinceridad, echándose el bolso al hombro y disponiéndose a marchar.
_____ fue a ver a Kyle mientras Joseph acompañaba a su madre al coche. Él no dijo gran cosa, y Denise tuvo la esperanza de que eso significara que su hijo estaba tan prendado de _____ cómo ésta parecía estarlo de él.
Cuando _____ salió del dormitorio de Kyle vio que Joseph estaba agachado frente a una pequeña nevera que acababa de sacar de la parte trasera de su camioneta, tan inmerso en lo que hacía que no la había oído cerrar la puerta.
_____ no se movió y, sin decir una palabra, observó que él abría la tapa y sacaba un par de copas altas y alargadas. Joseph las sacudió para quitarles los restos de agua, y el cristal tintineó. A continuación, las depositó sobre la pequeña mesa que había frente al sofá, volvió a rebuscar en la nevera y extrajo una botella de champán, le quitó el sello de alambre, la descorchó en un único y fluido movimiento y la puso al lado de las copas. Metió de nuevo la mano en la nevera y esa vez apareció un plato de fresas silvestres envueltas en celofán. Les quitó el papel, las dispuso junto a la bebida y apartó a un lado la nevera. Luego, se levantó y examinó el resultado, aparentemente satisfecho, mientras se limpiaba la humedad de las manos en el pantalón. Entonces se dio la vuelta y se quedó de piedra, con una expresión avergonzada, al comprobar que _____ lo había estado observando. Sonrió tímidamente.
—Se me ocurrió que esto podría ser una sorpresa agradable —dijo.
Ella lo miró y luego a la mesa, dándose cuenta de que había estado conteniendo la respiración.
—Lo es, desde luego.
—No sabía si preferías vino o champán, así que decidí arriesgarme —dijo mientras la miraba fijamente.
—Es fantástico —murmuró ella—. Ya ni me acuerdo de la última vez que lo bebí.
Él cogió la botella.
—¿Te sirvo?
—Por favor.
Joseph llenó las dos copas al tiempo que _____ se acercaba, sintiéndose repentinamente insegura. Él le entregó una en silencio, y ella no pudo menos que observarlo y preguntarse cuánto tiempo había dedicado a planear todo aquello.
—Espera un momento, ¿ok? —dijo de repente _____, sabiendo exactamente qué era lo que faltaba.
Joseph la contempló depositar la copa, salir corriendo y meterse en la cocina. Escuchó el ruido que hacía al revolver los cajones. Al cabo de un instante, _____ reapareció con dos pequeñas velas y una caja de cerillas. Las colocó en la mesa, al lado de las fresas y el champán, y las encendió.
La sala se transformó por completo tan pronto como apagó las luces, y las sombras danzaron en las paredes. _____ alzó su copa. En la dorada penumbra estaba más hermosa que nunca.
—Por ti —dijo Joseph, al tiempo que entrechocaban las copas.
Ella bebió un sorbo. Las burbujas le hicieron cosquillas en la nariz, pero le encantó.
Joseph señaló el sofá, y los dos se sentaron, muy cerca el uno del otro. La rodilla de la joven le acariciaba el muslo. Fuera, la luna se había abierto paso entre las nubes y derramaba su claridad a través de la ventana, pintándolo todo de blanco y plata. Joseph tomó un sorbo de champán sin dejar de mirar a _____.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó ella.
Él apartó un instante los ojos antes de responder.
—Estaba pensando en lo que habría pasado si aquella noche no hubieras sufrido el accidente.
—Pues que todavía tendría coche —replicó ella, y Joseph rió antes de ponerse serio de nuevo.
—Sí, pero, de no haber sucedido, ¿crees que yo estaría aquí?
_____ lo meditó.
—No lo sé —dijo finalmente—, pero me gusta pensar que sí. Mi madre creía que la gente está destinada a encontrarse. Ya sé que no es más que una idea romántica propia de la juventud, pero supongo que una parte de mí todavía cree en ella.
Joseph asintió.
—Mi madre piensa igual. Sospecho que ésa es una de las razones por las que nunca se ha vuelto a casar. Sabía que no habría nadie capaz de reemplazar a mi padre. Tengo la impresión de que, desde su muerte, ni siquiera se le ha pasado por la cabeza la idea de salir con alguien.
—¿En serio?
—Eso es lo que me ha parecido.
—Estoy segura de que te equivocas, Joseph. Tu madre es humana como cualquiera, y todos necesitamos compañía.
Tan pronto como hubo pronunciado aquellas palabras, _____ se dio cuenta de que se había referido tanto a sí misma como a Denise. Sin embargo, Joseph no parecía haberlo percibido; al contrario, sonrió y dijo:
—Tú no la conoces como yo.
—Puede. Pero recuerda que mi madre pasó por experiencias parecidas a las de la tuya y, aunque siempre echó de menos a mi padre, me consta que seguía deseando que alguien la amara.
—¿No salió con nadie?
_____ asintió y bebió un sorbo de champán. Las sombras jugaban con las facciones de su rostro.
—Lo hizo al cabo de unos años. Tuvo unas cuantas relaciones serias, y yo llegué a pensar que acabaría teniendo padrastro; pero, al final, ninguna funcionó.
—¿Te disgustó? Me refiero a que saliera con otros hombres.
—No, ni pizca. Sólo quería verla feliz.
Joseph alzó una ceja en señal de duda y apuró su copa.
—Dudo que yo hubiera sabido demostrar tanta madurez como tú ante esa situación.
—No lo sé; pero tu madre es todavía una mujer joven. Puede que aún se le presente la ocasión.
Joseph apoyó la copa en su regazo y se dio cuenta de que nunca se le había ocurrido semejante posibilidad.
—¿Y tú, qué? ¿Crees que te habrías vuelto a casar? —preguntó.
—Naturalmente —contestó con ironía—. Lo tenía todo planeado. Graduarme a los veintidós, casarme a los veinticinco, tener mi primer hijo a los treinta... Era un plan estupendo. Lo único malo es que no funcionó como esperaba.
—Pareces desengañada.
—Sí. Me he sentido desengañada durante mucho tiempo —reconoció—. Mi madre siempre tuvo una cierta idea de cómo debía ser mi vida y nunca perdía la ocasión de recordármelo. Sé que su intención era buena, que sólo deseaba lo mejor para mí. Quería que yo aprendiera de sus errores, y realmente lo intenté. Pero, cuando murió... No sé, supongo que durante un tiempo me olvidé de todo lo que me había enseñado.
Hizo una pausa, y su aspecto se volvió pensativo.
—¿Lo dices porque te quedaste embarazada? —preguntó Joseph con suavidad.
_____ negó con un gesto de la cabeza.
—No. No fue por eso, aunque tuviera algo que ver. Fue porque tras su muerte me di cuenta de que ya no la tendría mirando por encima de mi hombro constantemente, vigilando mis gestos y examinando mi forma de vida. Y como ya no estaba, me aproveché... No fue hasta cierto tiempo después que entendí que con sus palabras no pretendía mantenerme controlada sino ayudarme a que mis sueños se hicieran realidad.
—Todos nos equivocamos, _____.
Ella hizo un gesto con la mano para interrumpirlo.
—Escucha. No te digo esto porque ahora me compadezca de mí misma. Como te he explicado, ya no me siento desengañada. En estos momentos, cuando pienso en mi madre, estoy convencida de que estaría orgullosa de lo que he hecho durante estos últimos cinco años. —Y vaciló antes de añadir—: Y creo que también le gustarías tú.
—¿Lo dices porque me porto bien con Kyle?
—No —repuso—. A mi madre le gustarías porque durante estas dos últimas semanas has hecho que me sintiera más feliz de lo que me he sentido desde que supe que estaba embarazada.
Joseph la contempló con humildad, empequeñecido por el impacto de aquellas palabras. Era tan sincera, tan vulnerable, tan increíblemente hermosa...
A la trémula luz de las velas, sentados el uno al lado del otro, _____ lo miró abiertamente, con los ojos rebosantes de misterio y compasión. Fue en aquel preciso instante cuando Joseph Jonas se enamoró de _____ Holton y supo que todos los años de preguntarse lo que eso significaba, todos los años de soledad lo habían conducido a aquel lugar, a aquel allí y a aquel entonces. La tomó de la mano y notó la suavidad de su piel mientras una oleada de ternura lo invadía.
Le acarició la mejilla. _____ cerró los ojos y deseó que aquel instante quedara grabado en su memoria para siempre. Sabía sin necesidad de que nadie se lo explicara cuál era el significado de aquel gesto, el significado de las palabras que él no había pronunciado; y lo sabía, no porque lo conociera bien, sino porque se había enamorado de Joseph en el mismo instante que él de ella.
En la profundidad de la noche, el resplandor de la luna bañaba el dormitorio, y el aire parecía como de plata mientras Joseph yacía en la cama y _____ descansaba la cabeza sobre su pecho. Había encendido la radio, y unos lentos compases de jazz acallaban sus susurros.
_____ levantó la cabeza del pecho de Joseph, maravillándose ante la desnuda belleza de su forma, contemplando a la vez al hombre que amaba y la huella del muchacho que nunca había conocido. Con culpable delectación revivió la escena de sus cuerpos apasionadamente entrelazados, sus propios gemidos cuando ambos se fundieron en un solo ser y cómo había tenido que hundir el rostro en el hombro de él para silenciar los gritos de placer. Sabía que lo que habían hecho era tanto lo que necesitaba como lo que había deseado. Había cerrado los ojos y se había entregado a Joseph sin reservas.
Cuando él se percató de que lo miraba estiró la mano y le acarició el contorno de la mejilla con los dedos mientras una melancólica sonrisa jugueteaba en la comisura de sus labios. Sus ojos eran indescifrables bajo la pálida y grisácea claridad. _____ acercó un poco el rostro, y él se lo acarició con toda la mano.
Permanecieron acostados en silencio, mientras los dígitos del reloj seguían avanzando regularmente. Más tarde, Joseph se levantó, se puso los calzoncillos y fue a buscar un par de vasos de agua a la cocina. Al regresar vio a _____, cuyo cuerpo estaba medio enredado entre las sábanas que apenas la cubrían. Ella se volvió, y él tomó un sorbo de agua antes de depositar los vasos en la mesilla. Cuando se inclinó y la besó entre los pechos, _____ notó el frío cosquilleo de su lengua sobre la piel.
—Eres perfecta —murmuró Joseph.
Ella le rodeó el cuello con un brazo y le recorrió la espalda con la mano de arriba abajo, apreciándolo todo: la plenitud de la velada y el silencioso peso de su pasión.
—No lo soy, pero gracias de todas maneras. Gracias por todo.
Él se tumbó, apoyado contra la cabecera de la cama. _____ se acurrucó y Joseph la atrajo hacia él rodeándola con el brazo.
Se quedaron dormidos en aquella postura.
―¿La han pasado bien? —preguntó, mirando las arreboladas mejillas de la joven.
—Sí, estupendamente —contestó ella—. Gracias por cuidar a mi hijo.
—Ha sido un placer —repuso con sinceridad, echándose el bolso al hombro y disponiéndose a marchar.
_____ fue a ver a Kyle mientras Joseph acompañaba a su madre al coche. Él no dijo gran cosa, y Denise tuvo la esperanza de que eso significara que su hijo estaba tan prendado de _____ cómo ésta parecía estarlo de él.
Cuando _____ salió del dormitorio de Kyle vio que Joseph estaba agachado frente a una pequeña nevera que acababa de sacar de la parte trasera de su camioneta, tan inmerso en lo que hacía que no la había oído cerrar la puerta.
_____ no se movió y, sin decir una palabra, observó que él abría la tapa y sacaba un par de copas altas y alargadas. Joseph las sacudió para quitarles los restos de agua, y el cristal tintineó. A continuación, las depositó sobre la pequeña mesa que había frente al sofá, volvió a rebuscar en la nevera y extrajo una botella de champán, le quitó el sello de alambre, la descorchó en un único y fluido movimiento y la puso al lado de las copas. Metió de nuevo la mano en la nevera y esa vez apareció un plato de fresas silvestres envueltas en celofán. Les quitó el papel, las dispuso junto a la bebida y apartó a un lado la nevera. Luego, se levantó y examinó el resultado, aparentemente satisfecho, mientras se limpiaba la humedad de las manos en el pantalón. Entonces se dio la vuelta y se quedó de piedra, con una expresión avergonzada, al comprobar que _____ lo había estado observando. Sonrió tímidamente.
—Se me ocurrió que esto podría ser una sorpresa agradable —dijo.
Ella lo miró y luego a la mesa, dándose cuenta de que había estado conteniendo la respiración.
—Lo es, desde luego.
—No sabía si preferías vino o champán, así que decidí arriesgarme —dijo mientras la miraba fijamente.
—Es fantástico —murmuró ella—. Ya ni me acuerdo de la última vez que lo bebí.
Él cogió la botella.
—¿Te sirvo?
—Por favor.
Joseph llenó las dos copas al tiempo que _____ se acercaba, sintiéndose repentinamente insegura. Él le entregó una en silencio, y ella no pudo menos que observarlo y preguntarse cuánto tiempo había dedicado a planear todo aquello.
—Espera un momento, ¿ok? —dijo de repente _____, sabiendo exactamente qué era lo que faltaba.
Joseph la contempló depositar la copa, salir corriendo y meterse en la cocina. Escuchó el ruido que hacía al revolver los cajones. Al cabo de un instante, _____ reapareció con dos pequeñas velas y una caja de cerillas. Las colocó en la mesa, al lado de las fresas y el champán, y las encendió.
La sala se transformó por completo tan pronto como apagó las luces, y las sombras danzaron en las paredes. _____ alzó su copa. En la dorada penumbra estaba más hermosa que nunca.
—Por ti —dijo Joseph, al tiempo que entrechocaban las copas.
Ella bebió un sorbo. Las burbujas le hicieron cosquillas en la nariz, pero le encantó.
Joseph señaló el sofá, y los dos se sentaron, muy cerca el uno del otro. La rodilla de la joven le acariciaba el muslo. Fuera, la luna se había abierto paso entre las nubes y derramaba su claridad a través de la ventana, pintándolo todo de blanco y plata. Joseph tomó un sorbo de champán sin dejar de mirar a _____.
—¿En qué estás pensando? —le preguntó ella.
Él apartó un instante los ojos antes de responder.
—Estaba pensando en lo que habría pasado si aquella noche no hubieras sufrido el accidente.
—Pues que todavía tendría coche —replicó ella, y Joseph rió antes de ponerse serio de nuevo.
—Sí, pero, de no haber sucedido, ¿crees que yo estaría aquí?
_____ lo meditó.
—No lo sé —dijo finalmente—, pero me gusta pensar que sí. Mi madre creía que la gente está destinada a encontrarse. Ya sé que no es más que una idea romántica propia de la juventud, pero supongo que una parte de mí todavía cree en ella.
Joseph asintió.
—Mi madre piensa igual. Sospecho que ésa es una de las razones por las que nunca se ha vuelto a casar. Sabía que no habría nadie capaz de reemplazar a mi padre. Tengo la impresión de que, desde su muerte, ni siquiera se le ha pasado por la cabeza la idea de salir con alguien.
—¿En serio?
—Eso es lo que me ha parecido.
—Estoy segura de que te equivocas, Joseph. Tu madre es humana como cualquiera, y todos necesitamos compañía.
Tan pronto como hubo pronunciado aquellas palabras, _____ se dio cuenta de que se había referido tanto a sí misma como a Denise. Sin embargo, Joseph no parecía haberlo percibido; al contrario, sonrió y dijo:
—Tú no la conoces como yo.
—Puede. Pero recuerda que mi madre pasó por experiencias parecidas a las de la tuya y, aunque siempre echó de menos a mi padre, me consta que seguía deseando que alguien la amara.
—¿No salió con nadie?
_____ asintió y bebió un sorbo de champán. Las sombras jugaban con las facciones de su rostro.
—Lo hizo al cabo de unos años. Tuvo unas cuantas relaciones serias, y yo llegué a pensar que acabaría teniendo padrastro; pero, al final, ninguna funcionó.
—¿Te disgustó? Me refiero a que saliera con otros hombres.
—No, ni pizca. Sólo quería verla feliz.
Joseph alzó una ceja en señal de duda y apuró su copa.
—Dudo que yo hubiera sabido demostrar tanta madurez como tú ante esa situación.
—No lo sé; pero tu madre es todavía una mujer joven. Puede que aún se le presente la ocasión.
Joseph apoyó la copa en su regazo y se dio cuenta de que nunca se le había ocurrido semejante posibilidad.
—¿Y tú, qué? ¿Crees que te habrías vuelto a casar? —preguntó.
—Naturalmente —contestó con ironía—. Lo tenía todo planeado. Graduarme a los veintidós, casarme a los veinticinco, tener mi primer hijo a los treinta... Era un plan estupendo. Lo único malo es que no funcionó como esperaba.
—Pareces desengañada.
—Sí. Me he sentido desengañada durante mucho tiempo —reconoció—. Mi madre siempre tuvo una cierta idea de cómo debía ser mi vida y nunca perdía la ocasión de recordármelo. Sé que su intención era buena, que sólo deseaba lo mejor para mí. Quería que yo aprendiera de sus errores, y realmente lo intenté. Pero, cuando murió... No sé, supongo que durante un tiempo me olvidé de todo lo que me había enseñado.
Hizo una pausa, y su aspecto se volvió pensativo.
—¿Lo dices porque te quedaste embarazada? —preguntó Joseph con suavidad.
_____ negó con un gesto de la cabeza.
—No. No fue por eso, aunque tuviera algo que ver. Fue porque tras su muerte me di cuenta de que ya no la tendría mirando por encima de mi hombro constantemente, vigilando mis gestos y examinando mi forma de vida. Y como ya no estaba, me aproveché... No fue hasta cierto tiempo después que entendí que con sus palabras no pretendía mantenerme controlada sino ayudarme a que mis sueños se hicieran realidad.
—Todos nos equivocamos, _____.
Ella hizo un gesto con la mano para interrumpirlo.
—Escucha. No te digo esto porque ahora me compadezca de mí misma. Como te he explicado, ya no me siento desengañada. En estos momentos, cuando pienso en mi madre, estoy convencida de que estaría orgullosa de lo que he hecho durante estos últimos cinco años. —Y vaciló antes de añadir—: Y creo que también le gustarías tú.
—¿Lo dices porque me porto bien con Kyle?
—No —repuso—. A mi madre le gustarías porque durante estas dos últimas semanas has hecho que me sintiera más feliz de lo que me he sentido desde que supe que estaba embarazada.
Joseph la contempló con humildad, empequeñecido por el impacto de aquellas palabras. Era tan sincera, tan vulnerable, tan increíblemente hermosa...
A la trémula luz de las velas, sentados el uno al lado del otro, _____ lo miró abiertamente, con los ojos rebosantes de misterio y compasión. Fue en aquel preciso instante cuando Joseph Jonas se enamoró de _____ Holton y supo que todos los años de preguntarse lo que eso significaba, todos los años de soledad lo habían conducido a aquel lugar, a aquel allí y a aquel entonces. La tomó de la mano y notó la suavidad de su piel mientras una oleada de ternura lo invadía.
Le acarició la mejilla. _____ cerró los ojos y deseó que aquel instante quedara grabado en su memoria para siempre. Sabía sin necesidad de que nadie se lo explicara cuál era el significado de aquel gesto, el significado de las palabras que él no había pronunciado; y lo sabía, no porque lo conociera bien, sino porque se había enamorado de Joseph en el mismo instante que él de ella.
En la profundidad de la noche, el resplandor de la luna bañaba el dormitorio, y el aire parecía como de plata mientras Joseph yacía en la cama y _____ descansaba la cabeza sobre su pecho. Había encendido la radio, y unos lentos compases de jazz acallaban sus susurros.
_____ levantó la cabeza del pecho de Joseph, maravillándose ante la desnuda belleza de su forma, contemplando a la vez al hombre que amaba y la huella del muchacho que nunca había conocido. Con culpable delectación revivió la escena de sus cuerpos apasionadamente entrelazados, sus propios gemidos cuando ambos se fundieron en un solo ser y cómo había tenido que hundir el rostro en el hombro de él para silenciar los gritos de placer. Sabía que lo que habían hecho era tanto lo que necesitaba como lo que había deseado. Había cerrado los ojos y se había entregado a Joseph sin reservas.
Cuando él se percató de que lo miraba estiró la mano y le acarició el contorno de la mejilla con los dedos mientras una melancólica sonrisa jugueteaba en la comisura de sus labios. Sus ojos eran indescifrables bajo la pálida y grisácea claridad. _____ acercó un poco el rostro, y él se lo acarició con toda la mano.
Permanecieron acostados en silencio, mientras los dígitos del reloj seguían avanzando regularmente. Más tarde, Joseph se levantó, se puso los calzoncillos y fue a buscar un par de vasos de agua a la cocina. Al regresar vio a _____, cuyo cuerpo estaba medio enredado entre las sábanas que apenas la cubrían. Ella se volvió, y él tomó un sorbo de agua antes de depositar los vasos en la mesilla. Cuando se inclinó y la besó entre los pechos, _____ notó el frío cosquilleo de su lengua sobre la piel.
—Eres perfecta —murmuró Joseph.
Ella le rodeó el cuello con un brazo y le recorrió la espalda con la mano de arriba abajo, apreciándolo todo: la plenitud de la velada y el silencioso peso de su pasión.
—No lo soy, pero gracias de todas maneras. Gracias por todo.
Él se tumbó, apoyado contra la cabecera de la cama. _____ se acurrucó y Joseph la atrajo hacia él rodeándola con el brazo.
Se quedaron dormidos en aquella postura.
Natuu!(:
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