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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 12:00 pm

vamos 9
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 12:01 pm

lstoooo
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 12:01 pm

:) mega maraton
andreita
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Mensaje por Natuu! Mar 14 Feb 2012, 2:36 pm

CAPÍTULO 24



La madrugada de aquel lunes sólo hubo una víctima mortal.
Seis hombres acabaron con heridas, Joseph entre ellos, y todos fueron llevados al hospital, donde los atendieron debidamente. Tres pudieron regresar a sus casas aquella misma noche. Dos de los que se quedaron eran los que Joseph había arrastrado lejos de las llamas. Iban a ser trasladados a la unidad de quemados de la Universidad de Duke, en Durham, tan pronto como llegara el helicóptero que los debía trasladar.
Joseph permaneció tendido en la oscuridad de su habitación del hospital, con la cabeza llena de las imágenes del hombre que había dejado entre las llamas y que había muerto. Tenía un ojo cubierto con un aparatoso vendaje y se hallaba contemplando el techo con el sano cuando su madre llegó.
Denise estuvo sentada junto a su hijo durante una hora. Luego, se marchó y lo dejó a solas con sus pensamientos.
Durante todo aquel rato, Joseph Jonas no dijo ni una sola palabra.


_____ fue a verlo el martes por la mañana, cuando se abrió el horario de visitas. Tan pronto como la vio, Denise se levantó de su silla, la miró con los ojos enrojecidos y aspecto agotado y le hizo un gesto para que se acercara. _____ obedeció inmediatamente, seguida de Kyle. Denise cogió de la mano al chico y se fue silenciosamente escalera abajo.
_____ entró en la habitación y se acomodó en el mismo asiento de Denise. Joseph volvió la cabeza hacia el otro lado.
—Siento lo de Mitch —dijo ella suavemente.

Natuu!
Natuu!


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"El Rescate" (Joe&Tú) - Página 9 Empty Re: "El Rescate" (Joe&Tú)

Mensaje por Natuu! Mar 14 Feb 2012, 2:37 pm

CAPÍTULO 25


El funeral se ofició tres días más tarde, el viernes.
A Joseph lo dieron de alta el jueves, y lo primero que hizo fue ir a ver a la viuda de Mitch.
La familia de Melissa había llegado de Rocky Mount, y la casa estaba llena de gente a la que Joseph sólo conocía por haberla visto en algún bautizo, boda o fiesta. Los parientes de Mitch, que vivían en Edenton, también se hallaban allí, aunque se marcharon al caer la noche.
La puerta de la casa estaba abierta cuando Joseph llegó buscando a Melissa.
Tan pronto como la localizó, al otro extremo del salón, se dirigió hacia ella; los ojos se le llenaban de lágrimas. Melissa lo vio. Estaba de pie hablando con su hermana y su cuñado, al lado de una gran foto familiar que colgaba en la pared, pero interrumpió la conversación en el acto y fue hacia él. Joseph la abrazó, hundió el rostro en su hombro y su cabello y arrancó a llorar.
—Lo siento tanto. Lo siento tanto... — Joseph no acertaba a decir más que esa frase, una y otra vez.
Melissa se echó a llorar también, y sus familiares los dejaron solos con su dolor.
—Lo intenté, Melissa. Lo intenté... No sabía que se trataba de Mitch.
Ella, que estaba al corriente de lo sucedido porque Nick se lo había explicado, no tuvo fuerzas para contestar.
—No pude... No pude... — Joseph se ahogó con las palabras antes de derrumbarse completamente.
Los dos permanecieron abrazados largo rato.
Joseph se marchó una hora después sin haber hablado con nadie más.


El funeral, que se celebró en el cementerio de Cypress Park, congregó a una multitud. Acudieron los bomberos de los tres condados vecinos así como todos los miembros de las fuerzas del orden, sin contar con los familiares y los amigos. Nunca se había visto a tanta gente de Edenton en un entierro. Como Mitch había nacido y crecido allí y llevaba la ferretería, prácticamente toda la ciudad se presentó para brindarle el último adiós.
Melissa y sus cuatro hijos estaban sentados en primera fila, llorando. El párroco pronunció un pequeño sermón antes de leer el salmo veintitrés. Cuando llegó el momento de los elogios, se hizo a un lado para permitir que familiares y amigos se aproximaran.
El primero fue Nick, el jefe de los bomberos, que ensalzó el valor y la entrega de Mitch y habló del respeto con el que siempre lo recordaría en su corazón. La hermana mayor de Mitch también habló: ella prefirió revivir algunos recuerdos de la infancia. Cuando hubo terminado, Joseph se adelantó.
—Mitch era como un hermano para mí —empezó, con la voz a punto de quebrársele y la mirada gacha—. Crecimos juntos, y mis mejores recuerdos de la infancia van asociados a él. Me acuerdo de una vez, cuando teníamos doce años... Habíamos ido a pescar y me puse de pie en la barca demasiado deprisa, así que resbalé, me golpeé en la cabeza y caí al agua. Mitch se zambulló inmediatamente y me rescató. Aquel día me salvó la vida. Cuando más tarde hablamos de lo sucedido, se echó a reír y sólo me contestó: «Maldito torpe. Por tu culpa se me ha escapado el pez que estaba a punto de atrapar.»
A pesar de la solemnidad del momento, se escuchó un leve murmullo de risas que se desvaneció enseguida.
—Mitch... —prosiguió Joseph—. ¿Qué puedo decir de él? Era la clase de persona que enriquecía todo y a todos con los que se relacionaba. Yo le envidiaba su forma de ver la vida. Para él, todo el secreto estaba en hacer el bien a los demás y poder mirarse en el espejo y sentirse satisfecho con lo que veía. Mitch... —Tuvo que cerrar los ojos para contener las lágrimas—. Mitch era todo lo que a mí me hubiera gustado ser...
Joseph se alejó del micrófono con la cabeza gacha y regresó entre el público. El sacerdote concluyó con el oficio, y los presentes empezaron a desfilar ante el ataúd, en cuya tapa había una fotografía de Mitch sonriendo, de pie junto a la barbacoa del jardín de su casa. Al igual que la foto que Joseph conservaba de su padre, aquella imagen también reflejaba la verdadera esencia de su amigo.
Más tarde, Joseph pasó otra vez por el domicilio de Melissa.


La casa estaba atestada de la gente que había ido a dar el pésame tras el funeral; pero, a diferencia del día anterior, cuando se había tratado principalmente de familiares, en aquel momento estaban todos los que habían asistido al oficio fúnebre; a muchos de ellos, Melissa apenas los conocía.
Denise y la madre de Melissa se hicieron cargo de la tarea de alimentar al gentío. _____, para evitar la muchedumbre, llevó a su hijo y a los niños que habían asistido al funeral al jardín de la parte de atrás. En su mayoría eran nietos y sobrinos y, al igual que Kyle, no acababan de entender el significado de todo aquel barullo. Vestidos con sus trajes serios, no tardaron en empezar a jugar entre ellos, como si se tratara de una reunión familiar.
_____ no había podido evitar la necesidad de salir de entre aquellas paredes. Incluso para ella, el dolor que se respiraba allí dentro podía ser asfixiante. Tras darle un fuerte abrazo a Melissa y compartir unas palabras de condolencia, la había dejado en manos de su familia y la de Mitch para que se hicieran cargo de cuidarla. Sabía que en una ocasión como aquélla, Melissa tendría todo el apoyo necesario: sus padres ya le habían dicho que tenían intención de quedarse toda la semana. La madre estaría allí para acompañarla y abrazarla cuando fuera menester, mientras que el padre se ocuparía de los trámites burocráticos necesarios.
Se levantó del asiento y caminó por el borde de la piscina con los brazos cruzados sobre el pecho. Denise, que la había observado a través de las ventanas de la cocina, salió al jardín y fue tras ella.
_____ la oyó acercarse y le sonrió débilmente.
La mujer le puso la mano en el hombro.
—¿Cómo lo llevas? —le preguntó.
—Eso debería preguntártelo yo. Tú conocías a Mitch desde mucho antes.
—Lo sé, pero tienes todo el aspecto de necesitar un amigo en este momento.
_____ dejó caer los brazos y miró hacia la casa. Todas las habitaciones rebosaban gente.
—Me encuentro bien. Sólo estaba pensando en Mitch y en Melissa.
—¿Y en Joseph?
A pesar de que entre ellos dos todo había terminado, no se vio con ánimos para mentir.
—Sí. En él también.


Un par de horas más tarde, la gente empezó a marcharse. Los amigos menos íntimos y los que tenían que tomar algún vuelo para regresar a sus hogares fueron los primeros en desaparecer.
Melissa estaba sentada con sus más allegados en el salón mientras que sus hijos, que se habían cambiado de ropa, jugaban frente a la casa. Joseph estaba en el despacho de Mitch, solo, cuando _____ entró.
Joseph la vio y siguió contemplando las estanterías llenas de libros, de trofeos que los chicos habían ganado en las liguillas de fútbol y béisbol y de fotos familiares. En un rincón había un pequeño buró con la tapa de tablillas de madera bajada.
—Tus palabras en el funeral fueron preciosas —dijo _____—. Me consta que a Melissa la emocionaron.
Joseph se limitó a hacer un gesto de asentimiento.
—Lo siento de verdad, Joseph —añadió _____, pasándose la mano por el cabello—. Sólo quería que supieras que si necesitas alguien con quien hablar, ya sabes dónde encontrarme.
—No necesito a nadie —susurró él con voz temblorosa.
Dicho lo cual, salió del cuarto sin decir palabra.
Lo que ni Joseph ni _____ sabían era que Denise había presenciado la escena de principio a fin.

Natuu!
Natuu!


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"El Rescate" (Joe&Tú) - Página 9 Empty Re: "El Rescate" (Joe&Tú)

Mensaje por Natuu! Mar 14 Feb 2012, 2:39 pm

CAPÍTULO 26


Joseph se incorporó de un salto en la cama. El corazón le latía apresuradamente y tenía la boca seca. Por un momento había regresado al interior del llameante almacén, con la adrenalina corriéndole por las venas, sin poder respirar y con los ojos convertidos en alaridos de dolor. El fuego lo rodeaba por todas partes y, aunque había intentado gritar, ningún sonido le había surgido de la garganta. Se estaba asfixiando con un humo imaginario.
Entonces, de repente, se dio cuenta de que era un sueño. Miró a su alrededor y parpadeó varias veces para permitir que la realidad volviera a apoderarse de sus sentidos. No obstante, aquello tampoco hizo que se sintiera mejor. Notaba un gran peso sobre todo el cuerpo.
Mitch Johnson estaba muerto.
Era martes, y no había salido de casa desde el día del entierro ni había contestado al teléfono; así que decidió que aquello debía cambiar. Tenía cosas que hacer, un negocio del que preocuparse, pequeños detalles que requerían su atención. Miró la hora y vio que eran las nueve de la mañana pasadas. Hacía una hora que tendría que estar trabajando.
Sin embargo, en lugar de levantarse, se dejó caer de espaldas, incapaz de reunir las fuerzas necesarias.


El miércoles, a media mañana, y vestido sólo con unos vaqueros, Joseph estaba sentado a la mesa de la cocina. Se había preparado unos huevos revueltos con beicon, y se había quedado contemplando el plato antes de decidirse y tirar el contenido a la basura. Llevaba dos días sin comer nada y tampoco podía ni quería dormir. No hablaba con nadie y había ido dejando que los mensajes se acumularan en el contestador automático.
Estaba convencido de que no se merecía nada de todo aquello, porque se trataba de cosas que proporcionaban placer o incluso una vía de escape. Eran para la gente que se las había ganado, no para alguien como él. Se sentía agotado. Había privado al cuerpo y a la mente de lo que necesitaban para sobrevivir y sabía que, si quisiera, sería capaz de seguir por aquel camino indefinidamente. Le resultaría fácil, una escapatoria como cualquier otra. Joseph negó con la cabeza. No. No podía ir tan lejos. Tampoco era digno de una salida así.
Se obligó a tragar un trozo de tostada. Su estómago no dejó de protestar, pero él se negó a comer más de lo estrictamente necesario. Era su manera de aceptar la verdad tal como la entendía: cada aguijonazo de hambre serviría para recordarle su culpa, el odio que sentía hacia su persona. Su mejor amigo había fallecido y él era el culpable.
Igual que había sucedido con su padre.
La noche anterior, sentado en el porche, había intentado devolver a Mitch a la vida; pero, extrañamente, el rostro de su amigo había quedado congelado en el tiempo. Joseph había podido ver su imagen; pero, a pesar de que lo había intentado, no había sido capaz de recordar qué aspecto tenía Mitch cuando reía, bromeaba o le daba una palmada en la espalda. Su amigo estaba empezando a abandonarlo y pronto su cara desaparecería para siempre.
Igual que había sucedido con su padre.
Joseph no había encendido las luces de la casa y en el porche reinaba la oscuridad. Permaneció entre las sombras mientras notaba que sus entrañas se petrificaban.


El jueves acudió al trabajo, despachó con los propietarios de la casa y tomó unas cuantas decisiones. Por suerte, sus operarios estaban delante en aquel momento y sabían lo suficiente para poder ejecutarlas sin que él estuviera presente. Una hora más tarde, Joseph apenas recordaba una palabra de la conversación.
El sábado por la mañana, temprano, después de que las pesadillas lo despertaran otra vez, se obligó a salir de la cama. Luego, enganchó el remolque a su camioneta y cargó en él la segadora, las podadoras y otras herramientas. Diez minutos más tarde, se encontraba ante la casa de Melissa. Ella apareció justo cuando él terminaba de descargar.
—Pasaba por aquí y me he fijado en que tu césped está un poco crecido —dijo Joseph sin apenas mirarla a la cara. Tras un momento de incómodo silencio, añadió—: ¿Cómo lo llevas?
—Bien —contestó ella, sin ninguna convicción. Tenía los ojos enrojecidos—. ¿Y tú?
Joseph tragó saliva y se encogió de hombros.
Durante las siguientes ocho horas estuvo trabajando sin parar hasta que el jardín adquirió el aspecto de haber recibido la visita de un ejército de jardineros profesionales. Por la tarde le llevaron un cargamento de pinaza, y él lo distribuyó cuidadosamente al pie de los árboles y en los parterres que rodeaban la casa. Mientras trabajaba hizo listas mentales de otras cosas que le quedaban por hacer. Luego cargó el remolque, se puso el cinturón de herramientas y arregló las tablas sueltas de la valla, impermeabilizó las juntas de tres ventanas, arregló la pantalla de una lámpara y cambió varias bombillas fundidas. Acto seguido, fue a la piscina, añadió cloro al agua, limpió los filtros, vació las papeleras y limpió la superficie del agua.
No fue a ver a Melissa hasta que hubo terminado e, incluso entonces, no se entretuvo mucho rato.
—Aún quedan unas cuantas cosas por terminar —dijo mientras se despedía—. Mañana pasaré para ocuparme de ellas.
Al día siguiente trabajó como un poseso hasta la puesta de sol.


Los padres de Melissa se marcharon la semana siguiente, y Joseph llenó el vacío que dejaron. Tal como había hecho con _____ durante el verano, empezó a dejarse caer por casa de Melissa casi a diario. En un par de ocasiones llevó la cena —pizza y pollo frito—, y aunque todavía se sentía hasta cierto punto incómodo en compañía de la viuda de su amigo, sentía una especie de responsabilidad hacia los niños: necesitaban la figura de un padre.
Había llegado a esa conclusión a principios de semana, tras otra noche de insomnio a causa de las pesadillas, aunque la idea había nacido durante su estancia en el hospital. Sabía que no iba a poder sustituir a la figura de Mitch y tampoco lo pretendía, como tampoco impedir a Melissa que hiciera su vida. Si con el tiempo ella encontraba a alguien, él desaparecería de la escena con toda discreción. Entre tanto, estaría allí para ellos, haciendo las mismas cosas que su amigo habría hecho: cortar el césped, jugar a la pelota, llevar de pesca a los chicos, arreglar cosas de la casa. Lo que fuera.
Sabía lo que significa crecer sin un padre. Recordaba haber deseado que su madre tuviera alguien con quien hablar. Recordaba haber estado tumbado en la cama escuchando sus sollozos en la habitación contigua y lo difícil que había sido para él hablar con ella durante todo el año que siguió a la muerte de su padre. Cuando pensaba en aquel tiempo, se daba cuenta de cómo su infancia había quedado reducida a la nada.
Por la memoria de Mitch, no estaba dispuesto a permitir que algo así les sucediese a sus hijos.
Estaba convencido de que a su amigo le habría gustado que lo hiciera así. Habían sido como hermanos, y los hermanos estaban para cuidar el uno del otro. Además, era el padrino de uno de los chicos y era su deber.
A Melissa no pareció importarle aquella actitud, ni tampoco le preguntó acerca de los motivos que tenía. Eso le dio a entender a Joseph que ella también entendía por qué era importante para él. Los hijos siempre habían sido la primera preocupación de Melissa, y en aquel momento, sin Mitch, él estaba convencido de que ese sentimiento sólo podía haberse intensificado.
Los chicos. Ellos, sin duda, lo necesitaban en aquel trance.
En su mente, Joseph supo que no le cabía otra posibilidad. Una vez tomada la decisión, volvió a comer como antes y las pesadillas desaparecieron. Sabía lo que tenía que hacer.


El fin de semana siguiente, cuando Joseph llegó a casa de Melissa con la intención de ocuparse del jardín, dio un respingo y tuvo que parpadear varias veces para asegurarse de que los ojos no lo engañaban.
Acababa de ver en la entrada un cartel con las palabras «se vende».
La casa estaba en venta.
Joseph permaneció sentado en su camioneta con el motor en marcha. Cuando por fin Melissa salió y lo saludó con la mano, él apagó el contacto y se apeó. Mientras caminaba hacia ella, y aunque no podía verlos, le llegaron los sonidos de los niños, que jugaban en la parte de atrás.
Melissa le dio un abrazo.
—¿Cómo estás? —preguntó mientras le buscaba los ojos. Pero él dio un paso atrás evitando mirarla a la cara.
—Bien, supongo —repuso, distraído. Luego hizo un gesto en dirección a la calle y preguntó—: ¿Qué significa eso?
—¿A ti qué te parece?
—¿Vas a vender la casa?
—Sí. Eso espero.
—¿Por qué?
Melissa pareció encogerse cuando se volvió para contemplar la vivienda.
—Sencillamente, no puedo seguir aquí —contestó al fin—. Hay demasiados recuerdos...
Parpadeó para contener las lágrimas y se quedó contemplando la casa sin decir palabra. De repente, tenía un aspecto derrotado y cansado, como si la carga de tener que seguir adelante sin el apoyo de Mitch la estuviera consumiendo. Joseph sintió una punzada de miedo.
—No pensarás mudarte, ¿verdad? —preguntó, incrédulo—. Tienes intención de quedarte en Edenton, ¿no?
Melissa tardó un momento en negar con la cabeza.
—¿Y adonde piensas ir?
—A Rocky Mount.
—Pero ¿por qué? —inquirió Joseph con voz chillona—. Has vivido aquí durante más de doce años... Tienes amigos... Me tienes a mí... ¿Es porque la casa se te ha quedado grande? —preguntó rápidamente, y a continuación añadió—: Si es por eso, yo te puedo ayudar. Dímelo y te construiré otra a precio de coste donde tú quieras.
Finalmente, Melissa se volvió hacia él.
—No es por la casa. Eso no tiene nada que ver. Mi familia está en Rocky Mount y es a ellos a quienes necesito en estos momentos. No sólo yo, también los niños. Allí viven todos sus primos. El colegio no ha hecho más que empezar. No creo que les cueste tanto adaptarse.
—Entonces ¿se van enseguida? —preguntó él sin acabar de creer lo que estaba oyendo.
Melissa asintió.
—Sí. La semana que viene. Mis padres tienen una vieja casa que solían alquilar y que me prestarán mientras vendo ésta. Está al lado de la suya. Así, si encuentro un trabajo, estarán cerca para ocuparse de los niños.
—Yo podría hacer eso, Melissa —dijo Joseph rápidamente—. Podría darte un trabajo... Podrías ocuparte de mis facturas y de los pedidos y ganar un dinero sin moverte de casa. Incluso podrías hacerlo en tu tiempo libre... Cuando tú quisieras.
Ella lo miró con una triste sonrisa.
—¿Por qué, Joseph? ¿Pretendes rescatarme a mí también?
Aquellas palabras lo hicieron vacilar, y ella lo observó cuidadosamente antes de proseguir:
—Eso es lo que estás intentando hacer, ¿verdad? Por eso has venido a casa estos últimos días y te has ocupado del jardín y de los niños... Escucha, te agradezco lo del trabajo y la casa. Agradezco lo que intentas hacer, pero no es lo que necesito. Lo que quiero es llevar esto a mi manera.
—No pretendo rescatarte de nada —protestó Joseph, intentando ocultar el dolor que sentía—. Se trata sólo de que sé lo duro que puede resultar perder a un ser querido y no quiero que tengas que enfrentarte tú sola a los problemas.
Ella meneó la cabeza lentamente.
—¡Oh, Joseph! —dijo en tono casi maternal—. Es lo mismo. —Hizo una pausa mientras una expresión de triste certidumbre se dibujaba en su rostro—. Es lo que has estado haciendo toda tu vida. Siempre que encuentras a alguien que crees que necesita ayuda, si puedes, le ofreces exactamente lo que necesita. Y no sé por qué, pero tengo la impresión de que últimamente has puesto los ojos en nosotros.
—¡Eso no es cierto!
Aquella negación no convenció a Melissa, que le cogió una mano.
—Sí lo es —contestó con calma—. Es lo que hiciste con Valerie cuando su novio la abandonó; es lo que hiciste cuando viste a Lori tan sola; es lo que hiciste con _____ cuando descubriste la vida tan dura que llevaba. Piensa en todo lo que la ayudaste nada más conocerla. —Hizo una pausa para permitir que sus palabras hicieran efecto—. Es como si tuvieras la necesidad de hacer que las cosas le fueran mejor a la gente, Joseph, y siempre ha sido así. Puede que no me creas, pero los acontecimientos de tu vida lo demuestran. Incluso tu trabajo: como contratista, arreglas lo que se ha roto; como bombero, salvas a la gente. Mitch nunca comprendió nada de todo esto, pero para mí está muy claro. Ésa es tu esencia.
Joseph no tenía respuestas para aquello. Se dio la vuelta mientras las palabras pasaban una y otra vez por su mente. Melissa le cogió la mano y le dio un leve apretón.
— Joseph, no hay nada malo en lo que te he dicho. Pero no necesito lo que me ofreces... Y, a largo plazo, tampoco es lo que necesitas tú. Cuando llegara el momento, cuando vieras que ya me habías salvado y no necesitara ayuda, dejarías de prestarme atención y empezarías a buscar a otro a quien rescatar. Y yo seguramente te estaría infinitamente agradecida por lo que hubieras hecho si no fuera porque conozco la verdad de tu comportamiento.
Melissa se detuvo y esperó que él dijera algo.
—¿Qué verdad es ésa? —preguntó Joseph con voz ronca.
—Pues que, en el fondo, rescatándome a mí estabas intentando rescatarte a ti mismo, por culpa de lo que sucedió con tu padre. Mira, no importa lo mucho que yo ponga de mi parte. Eso es algo que sólo tú puedes conseguir. Se trata de un conflicto que has de resolver con tus propios medios.
Aquellas palabras lo golpearon con una fuerza casi física y lo dejaron sin aliento. Sentía la cabeza como un torbellino y apenas podía ver con claridad. Un torrente de recuerdos y de imágenes le acudió a la mente en rápida sucesión: el rostro enfadado de Mitch en el bar; los ojos llenos de lágrimas de _____; las llamas del almacén que le lamían los brazos y las piernas; su padre que se daba la vuelta bajo el sol mientras su madre tomaba una fotografía...
Melissa contempló aquella tormenta de emociones desfilando por el rostro de Joseph y lo abrazó con fuerza, rodeándolo con ambos brazos.
—Has sido como un hermano y te quiero por haber estado siempre disponible para mis hijos. Pero, si tú me quieres, comprenderás que nada de lo que te acabo de decir ha sido para herirte. Sé que pretendes salvarme, pero te repito que no lo necesito. Lo que necesito es que tú encuentres el modo de salvarte a ti mismo, de la misma manera que intentaste salvar a Mitch.
Joseph se sentía demasiado aturdido para responder, así que permanecieron abrazados bajo el sol de la mañana.
—¿Cómo? —consiguió articular él, por fin.
—Creo que ya lo sabes —repuso ella sin soltarlo—. Sí. Creo que ya lo sabes.


Joseph se marchó de casa de Melissa completamente aturdido. Apenas podía concentrarse en la conducción y estaba tan confundido que no sabía siquiera adonde ir. Se sentía como si le hubieran arrebatado sus últimas reservas de energía, dejándolo desnudo y exhausto.
La vida, al menos tal como la había conocido, se le había acabado, y no tenía ni idea de lo que le aguardaba a continuación. Por mucho que pretendiera rebatir las palabras de Melissa, se sentía incapaz de hacerlo, aunque tampoco creía en ellas por completo. ¿O sí?
Aquellos pensamientos lo confundían. Siempre había intentado enfocar los asuntos de su vida con claridad y no era amigo de ambigüedades y significados ocultos. Nunca había buscado motivaciones poco claras porque nunca había creído que pudieran tener importancia.
La muerte de su padre fue algo concreto, un hecho horrible pero real. Durante mucho tiempo no había podido entender el porqué de su muerte y le había preguntado a Dios acerca de lo que le había tocado vivir, intentando hallarle un sentido. No obstante, al cabo de un tiempo lo había dejado correr: por mucho que hablara de lo ocurrido o lo comprendiera, incluso aunque al final diera con las respuestas, nada cambiaría, nada le devolvería a su padre.
Pero en aquel momento de confusión, las palabras de Melissa lo estaban obligando a dudar de todo lo que alguna vez había creído que era simple y claro.
¿Toda su vida estaba marcada por la muerte de su padre? ¿Tenían razón _____ y Melissa?
Lo meditó y llegó a la conclusión de que no. Se equivocaban. Nadie, excepto su madre, sabía la verdad acerca de lo que había ocurrido la noche que su padre había muerto.
Condujo como un autómata, sin apenas fijarse adonde se dirigía. Girando a derecha e izquierda, frenando en los cruces y deteniéndose cuando era necesario, hizo lo que debía sin prestar atención mientras su mente iba repasando los acontecimientos al ritmo del cambio de marchas. Las últimas palabras de Melissa lo intrigaban.
«Creo que ya lo sabes.»
«Saber, ¿qué?», le habría gustado preguntar. «En estos momentos no sé nada de nada —se dijo—. No sé de qué me hablas. Sólo quiero ayudar a los chicos, como cuando yo era pequeño. Sé lo que necesitan y puedo ayudarlos. También te puedo ayudar a ti, Melissa. Lo tengo todo pensado.»
«¿Pretendes rescatarme a mí también?»
«No —pensó—. Sólo quiero ayudar.»
«Es lo mismo.»
«¿Lo es?», se preguntó.
Joseph se negó a seguir pensando hasta llegar a alguna conclusión. Entonces se dio cuenta de que estaba conduciendo y vio adonde había llegado; detuvo la camioneta, se apeó y empezó a caminar hacia su destino.
Denise lo estaba esperando al pie de la tumba de su padre.


—¿Qué haces aquí, mamá? —preguntó.
Ella no se dio la vuelta cuando escuchó la voz de su hijo, sino que se arrodilló ante la lápida y arregló las plantas que crecían alrededor, igual que solía hacer Joseph cuando visitaba la tumba.
—Melissa me llamó y me avisó de que ibas a venir —respondió Denise en voz baja al oír a su hijo que se acercaba—. También me dijo que sería mejor que yo me pasara.
Por el tono de voz, él se dio cuenta de que ella había estado llorando y se acuclilló a su lado.
—¿Ocurre algo malo, mamá? —preguntó.
Denise tenía el rostro arrebolado. Se secó las lágrimas con el dorso de la mano y una brizna de hierba se le quedó pegada a la mejilla.
—Lo siento —empezó a decir—. No he sido una buena madre.
La voz se le quebró en la garganta. Joseph se quedó estupefacto. Con delicadeza, le quitó la brizna de la cara y la obligó a que lo mirara.
—Has sido una madre maravillosa —dijo él con firmeza.
—No —repuso ella—. Si lo hubiera sido, tú no habrías venido aquí tan a menudo.
—Mamá, ¿de qué estás hablando?
—Ya lo sabes —respondió suspirando profundamente antes de proseguir—. Cuando has pasado por un mal momento en la vida, nunca has acudido a mí o a tus amigos. Siempre has venido aquí. No importa cuál fuera la dificultad o el problema, siempre llegabas a la conclusión de que estabas mejor solo, igual que lo estás ahora.
Miró a su hijo casi como si contemplara a un desconocido y continuó hablando.
—¿No puedes ver cómo me hiere eso? No puedo evitar pensar en lo triste que ha debido de ser tu vida sin gente, gente que te habría podido apoyar o simplemente escucharte cuando lo hubieras necesitado. Y todo ha sido por mi culpa.
—No...
Denise no lo dejó continuar ni hizo caso de sus protestas. Con la mirada puesta en el horizonte, parecía perdida en un pasado distante.
—Cuando tu padre murió, me encontré tan perdida en mi propia tristeza que no me di cuenta de lo duro que te estaba resultando. Intenté convertirme en todo para ti; pero, de aquel modo, me quedé sin tiempo para mí y no te enseñé lo maravilloso que es querer a alguien y ser correspondido.
—Claro que lo hiciste, mamá.
Ella lo contempló con profunda pena.
—Entonces, ¿por qué estás tan solo?
—Escucha. No tienes que preocuparte por mí, ¿de acuerdo? —murmuró casi para sí mismo.
—Claro que me preocupo —replicó débilmente Denise—. Por algo soy tu madre.
Se sentó en la hierba; Joseph la imitó y le cogió la mano. Ella le correspondió y los dos se quedaron en silencio, rodeados por los árboles que mecía la brisa.
—Tu padre y yo tuvimos una relación maravillosa —dijo Denise por fin, con voz queda.
—Lo sé...
—No. Déjame acabar, ¿quieres? Quizá no haya sido la madre que necesitabas entonces, pero permíteme que intente serlo ahora. —Le dio un apretón en la mano—. Tu padre me hizo muy feliz, Joseph. Fue la mejor persona que he conocido... Me acuerdo de la primera vez que se dirigió a mí. Yo volvía del colegio, iba camino de casa y me había parado para comprar un helado. Él entró en la tienda justo detrás de mí. Yo ya lo conocía, naturalmente; por aquella época, Edenton era aún más pequeño que ahora. Yo estaba en tercer grado. Al salir de la tienda tropecé con alguien y se me cayó el helado. Había gastado mi última moneda y me dio tanta rabia que tu padre me compró otro. Creo que me enamoré de él en aquel instante. Fuera como fuese, el caso es que ya no nos separamos. Empezamos a salir en serio en el instituto y luego nos casamos. No me arrepentí ni una sola vez de haberlo hecho.
Denise se detuvo. Joseph le soltó la mano y la rodeó con el brazo.
—Ya... ya sé que querías a papá —dijo trabajosamente.
—No voy por ahí. Me refiero a que, incluso ahora, no me arrepiento.
Él la miró sin comprender, y Denise le devolvió la mirada con ojos repentinamente fieros.
—Quiero decir que me habría casado igualmente aunque hubiera sabido que iba a morir tan pronto. Aunque me hubieran dicho que sólo íbamos a estar juntos once años, no habría cambiado ese tiempo por nada. ¿Puedes entenderlo? Claro que habría sido maravilloso poder envejecer juntos, pero eso no hace que me arrepienta de la vida que compartimos. Amar a alguien y ser correspondido es lo más estupendo del mundo. Es lo que me dio fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, tú no pareces querer darte cuenta. Incluso cuando el amor aparece en tu vida escoges alejarte de él. Joseph, tú estás solo porque quieres.
Él se frotó las manos. Volvía a sentirse aturdido.
—Ya sé que te sientes responsable por la muerte de tu padre —prosiguió Denise con voz cansada—. Durante toda mi vida he procurado que entendieras que estás equivocado, que no se trató más que de un horrible accidente. Tú eras sólo un niño y no podías prever lo que iba a suceder, no más de lo que yo misma habría podido. No obstante, no importaba cómo te lo explicara, tú seguías creyendo que había sido por tu culpa. Por eso te has aislado del resto del mundo. No sé, quizá crees que no mereces ser feliz; quizá tienes miedo de que si te permites amar a alguien estarás admitiendo que no fuiste responsable del accidente; quizá estás asustado por la posibilidad de que te ocurra lo mismo y dejes una familia destrozada tras de ti... Mira, no conozco la razón; pero, en cualquier caso, estás equivocado. No se me ocurre otra manera de decírtelo.
Joseph no contestó, y Denise dejó escapar un suspiro cuando se dio cuenta de que él no tenía intención de hacerlo.
—Este verano —añadió ella—, cuando te vi con Kyle, ¿sabes qué pensé? Pensé en lo mucho que te parecías a tu padre. Él siempre tuvo buena mano con los niños, igual que tú. Me acuerdo perfectamente de cómo lo seguías a todas partes. Sólo ver cómo lo mirabas ya me hacía sonreír: era una expresión de admiración y respeto. Me había olvidado de ella hasta que vi a Kyle cuando estaban juntos. Él te miraba exactamente de la misma manera. Estoy segura de que lo echas de menos.
Joseph asintió a regañadientes.
—¿Lo echas de menos porque a él le dabas lo que siempre creíste que de niño te faltó o porque te cae bien? —preguntó Denise.
Él lo meditó antes de contestar.
—Me cae muy bien. Es un chico estupendo.
Ella lo miró a los ojos.
—¿Y también echas de menos a _____?
«Sí. También», se dijo Joseph mientras se agitaba, incómodo.
—Esa historia está acabada, mamá —repuso.
—¿Estás seguro? —preguntó ella, dubitativa.
Joseph asintió, y su madre se apoyó en él, descansando la cabeza en su hombro.
—Qué pena, Joseph... —murmuró—. Era perfecta para ti.
Se quedaron sentados en silencio unos minutos, hasta que un chaparrón otoñal los obligó a desandar el camino hacia el aparcamiento. Joseph abrió la puerta del coche de su madre y dejó que ésta se sentara al volante. Luego, cerró la portezuela y apoyó las manos contra la ventanilla, notando el contacto de las frías gotas en la punta de los dedos. Denise le sonrió tristemente y arrancó, dejándolo de pie bajo la lluvia.


Lo había perdido todo.
Se dio cuenta tan pronto como salió del cementerio y tomó el corto camino de regreso a casa. Condujo la furgoneta por delante de una serie de viejos edificios Victorianos que se le antojaron siniestros bajo la pálida y brumosa luz del atardecer; cruzó grandes charcos en medio de la carretera con los limpiaparabrisas barriendo el agua rítmicamente y cruzó el centro de la ciudad. Mientras pasaba frente a los establecimientos comerciales que conocía desde niño, sus pensamientos fueron centrándose inexorablemente en _____.
«Era perfecta para ti.»
Al final tuvo que admitir que, a pesar de la muerte de Mitch, a pesar de todo, no había sido capaz de quitarse a _____ de la cabeza. Como una aparición, su imagen se le había presentado una y otra vez, y había tenido que recurrir a toda su determinación para que se desvaneciera. Sin embargo, en aquellos momentos le resultó imposible. Con sorprendente claridad, recordó su expresión el día en que él había ido a arreglarle las puertas de los armarios, oyó el eco de su risa en el porche e incluso pudo rememorar la leve fragancia a champú de su cabello. Fue como si _____ estuviera a su lado, sólo que... no estaba ni volvería a estarlo nunca. Aquella idea hizo que se sintiera aún más vacío. «_____...»
Mientras seguía conduciendo, todas las justificaciones a las que había recurrido le parecieron huecas y carentes de significado. ¿Qué le había ocurrido? Sí, era cierto que se había ido distanciando progresivamente. A pesar de que él no quería reconocerlo, _____ había tenido razón. ¿Por qué había obrado de aquella manera? ¿Acaso había sido por lo que su madre le había explicado?
«No te enseñé lo maravilloso que es querer a alguien y ser correspondido.»
Joseph meneó la cabeza, mientras se preguntaba si las decisiones que había tomado en la vida habían sido correctas. ¿Tenía razón su madre? ¿Habría actuado de la misma manera de haber vivido su padre? ¿Se habría casado con Valerie o con Lori? Se dijo que quizá sí, aunque lo más probable era que no: en aquellas relaciones siempre había habido otros obstáculos y no se sentía capaz de afirmar, con la mano en el corazón, que hubiera estado enamorado de verdad de ninguna de aquellas dos mujeres.
Pero ¿y de _____?
Se le hizo un nudo en la garganta al recordar la primera noche que habían hecho el amor. Por mucho que se hubiera negado a aceptarlo, en aquel momento tuvo que reconocer que la había amado por completo y con todo el corazón. Entonces, ¿por qué no se lo había dicho? Y lo que era aún peor, ¿por qué se había engañado a sí mismo para alejarse de ella?
« Joseph, tú estás solo porque quieres.»
¿Era cierto? ¿De verdad quería afrontar el futuro sin nadie? Sin Mitch, y pronto sin Melissa, ¿quién más le quedaba? Su madre y punto. La lista se terminaba con ella. ¿Realmente era lo que deseaba? Una casa vacía; un mundo sin amigos, un mundo sin nadie que se interesara por él; un mundo donde no hubiera lugar para el amor...
Mientras conducía su camioneta, la lluvia se abatía contra el parabrisas como si quisiera remachar las dudas que lo asaltaban, y entonces, por primera vez en su vida, Joseph se dio cuenta de que siempre se había mentido a sí mismo y de que aún seguía haciéndolo.
Otros fragmentos de conversaciones fueron a sumarse al torbellino de su cerebro.
Mitch, que le advertía: «No lo fastidies esta vez...»
Melissa, que le decía, bromeando: «¿Qué, Joseph, vas a casarte con esta preciosidad o no?»
_____, con su resplandeciente belleza: «Todos necesitamos compañía.»
Y su respuesta: «Yo no necesito a nadie.»
Mentira. Toda su vida había sido una gran mentira, y las mentiras lo habían llevado ante una realidad que le resultaba imposible abarcar. Mitch ya no estaba; Melissa ya no estaba; _____ ya no estaba; Kyle ya no estaba... Los había perdido a todos. Las mentiras se habían convertido en realidad.
«Se han ido todos.»
Aquella súbita conciencia le hizo agarrar el volante con fuerza para mantener el control. Se hizo a un lado de la carretera y aminoró hasta que se detuvo. Puso punto muerto. Veía borroso.
«¡Estoy solo!»
Se inclinó sobre el volante mientras la lluvia se abatía a su alrededor y se preguntó cómo demonios había sido capaz de permitir que tal cosa le ocurriera.










Listo, no es un gran maraton, porque los capitulos son muy cortos, pero ya no les puedo subir mas.
Despues de estos quedan tres capitulos para que termine la novela y quiero dejarlas con la intriga xD



Natuuu(:
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 2:46 pm

natuuuuuu porfa porvaor otro cap
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 2:46 pm

mira yoq ue soy tan buena lectora si :)
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 2:46 pm

prfin jospeh se dio
caunta
espero nosea tarde
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 2:47 pm

dle sii yo te he segudi en todas :)
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 2:47 pm

otro capi si porfavor
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 2:47 pm

di que si si
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Mensaje por andreita Miér 15 Feb 2012, 11:34 am

:(
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Mensaje por # LoveJonas } Miér 15 Feb 2012, 1:13 pm

Siguela porfavorrrrrrr
# LoveJonas }
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Mensaje por andreita Miér 15 Feb 2012, 2:30 pm

natu donde estas?
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