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"El Rescate" (Joe&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 03
—¡Eh, señora! ¿Se encuentra usted bien?
Junto con la voz del desconocido empezaron a llegarle las sensaciones de lo que la rodeaba. Era como si ascendiera hacia la superficie nadando en agua turbia. No notaba ningún dolor, aunque podía distinguir en la lengua el gusto salado de la sangre. Todavía no recordaba lo sucedido, y se llevó inconscientemente la mano a la frente mientras intentaba obligarse a abrir los ojos.
—No se mueva —oyó que le decían—. Voy a llamar una ambulancia.
______ apenas captó las palabras. Carecían de significado. Todo era muy confuso. Veía borroso de manera intermitente. Hasta los sonidos le llegaban inconexos. Instintivamente y muy despacio, volvió la cabeza hacia la figura imprecisa que se movía en el extremo de su campo de visión.
Un hombre... moreno... con un impermeable amarillo... que se alejaba...
Una de las ventanillas se había roto, y notó que la lluvia caía dentro del coche. Un extraño siseo surgía de la oscuridad mientras el vapor se escapaba por las grietas del radiador. Estaba empezando a recobrar la visión de los objetos más cercanos. Tenía esquirlas de vidrio en el regazo y en el pantalón, y había sangre en el volante...
Mucha sangre.
Nada tenía sentido. Por su mente desfilaban imágenes incoherentes.
Cerró los ojos y sintió el dolor por primera vez. Los abrió de nuevo y se esforzó en situarse. El volante... El coche... Sí. Estaba en el coche... Fuera oscurecía...
—¡Oh, Dios mío!
De repente, los recuerdos regresaron: la curva, la cierva, el coche que patinaba sin control... Se dio la vuelta como pudo y, a través de la sangre que le cubría los párpados, miró el asiento trasero. Kyle no estaba en el coche. El cinturón de seguridad de su asiento estaba abierto, igual que la portezuela de atrás.
—¡Kyle!
A través de la ventana, gritó hacia la figura que la había despertado. Eso, suponiendo que hubiese realmente alguien. No sabía si había sido una alucinación.
Sin embargo, allí estaba, dándose la vuelta. ______ parpadeó. El hombre caminaba hacia el coche. Ella lanzó un gemido.
Más tarde recordaría que no se había asustado, por lo menos no tanto como hubiera imaginado. Creía que Kyle se encontraba bien, y ni siquiera se le había ocurrido que pudiera ser de otra manera: iba atado, y la parte trasera no había sufrido daños; de hecho, la puerta estaba abierta... Incluso en aquel estado de aturdimiento dio por sentado que la persona que la había despertado también había sacado a Kyle del automóvil. En aquel momento, la figura se hallaba a su lado, en la ventanilla.
—Escuche. Procure no decir nada. Está usted malherida. Me llamo Joseph Jonas y pertenezco al Cuerpo de bomberos. Tengo una radio en mi coche. Voy a conseguir ayuda.
______ volvió la cabeza, intentado enfocar el rostro del extraño mientras hacía un esfuerzo para que sus palabras resultaran inteligibles.
—Mi hijo está con usted, ¿verdad?
Sabía cuál iba a ser la respuesta, cuál debía ser; pero, extrañamente, no fue la que esperaba. Le pareció que el hombre necesitaba un poco de tiempo para encontrar las palabras adecuadas, igual que le pasaba a Kyle. El desconocido hizo una leve mueca y movió la cabeza en un gesto negativo.
—No. Yo acabo de llegar... ¿Su hijo?
Fue entonces, mientras lo miraba fijamente a los ojos e imaginaba lo peor, cuando la invadió el pánico, como una ola que se le echara encima. Sintió que se encogía, como le había sucedido el día que se enteró de la muerte de su madre.
Un relámpago surcó el cielo, y el trueno retumbó a continuación. La lluvia seguía cayendo pesadamente. El hombre se la quitó del rostro con el dorso de la mano.
—¡Mi hijo viajaba en el asiento de atrás! —gritó ella—. ¿No lo ha visto?
Las palabras le brotaron claras y con energía, la suficiente para que el hombre se sobresaltara y ______ recobrara la conciencia plenamente.
—No sé...
Con el ruido del aguacero, el extraño no la había entendido.
Forcejeó para intentar salir del vehículo, pero el cinturón de seguridad se lo impedía. Haciendo caso omiso del dolor del brazo y la muñeca, se desató. El extraño dio un paso atrás cuando ella abrió con un golpe del hombro la puerta, que se había quedado atascada a causa del impacto. ______ tenía las rodillas magulladas por habérselas golpeado contra el cuadro de mandos, y estuvo a punto de caer nada más ponerse en pie.
—Creo que no debería moverse.
Se apoyó en la carrocería sin prestar atención a las palabras del hombre y se encaminó hacia la puerta abierta, en el lado de Kyle. «No, no, no», se decía.
—¡Kyle! —llamó.
Incapaz de creer lo que estaba sucediendo, se introdujo en el coche para buscarlo. Sus ojos escrutaron el suelo; luego, se posaron sobre el asiento, como si Kyle fuera a reaparecer milagrosamente. Sintió que la sangre le subía a la cabeza y le producía una punzada de dolor.
«Kyle, ¿dónde estás?», se dijo.
El bombero la había seguido, aparentemente indeciso con respecto a lo que debía hacer con aquella mujer ensangrentada que de repente se mostraba tan agitada.
—Señora...
Ella lo interrumpió, agarrándole el brazo y clavando sus ojos en los de él.
—¿No lo ha visto? Es un niño pequeño, moreno... —La voz le temblaba de pánico—. Estaba conmigo en el coche.
—No... Yo...
—Ayúdeme a encontrarlo. ¡Sólo tiene cuatro años!
______ se dio la vuelta con tanto ímpetu que casi perdió el equilibrio, y tuvo que agarrarse a la carrocería. La visión se le nubló y, mientras luchaba por no desmayarse, un grito desgarrador le surgió de lo más profundo de las entrañas.
—¡Kyle!
Fue un alarido de terror.
Cerró los ojos para concentrarse. La vista se le aclaró. En aquel momento, la tormenta empezaba a descargar con toda su furia. Bajo la cortina de lluvia, apenas podía ver los árboles, que se hallaban a menos de quince metros. La oscuridad era absoluta en aquella dirección y sólo se divisaba el camino que conducía a la autopista.
«¡Dios mío, la autopista!»
Pudo notar cómo los pies le resbalaban sobre la hierba embarrada y cómo jadeaba mientras echaba a correr hacia allí, trastabillando. Tropezó y cayó, pero se puso en pie y siguió corriendo, hasta que el desconocido comprendió sus intenciones, salió tras ella y la detuvo antes de que alcanzase la carretera.
—No lo veo —dijo él mientras escrutaba el paisaje circundante.
—¡Kyle! —chilló ella al tiempo que elevaba una silenciosa plegaria.
El grito quedó amortiguado por el fragor de la tormenta, pero hizo que Joseph reaccionara.
Empezaron a caminar en direcciones opuestas gritando el nombre de Kyle y deteniéndose de vez en cuando para distinguir una posible señal. No obstante, el ruido de la lluvia era ensordecedor. Al cabo de unos minutos, Joseph regresó a su coche y llamó al Parque de bomberos.
Su voz y la de ______ eran los únicos sonidos humanos que se percibían en el pantano. El estruendo de la tormenta apenas permitía que se oyeran el uno al otro, así que mucho menos podían oír a Kyle. No obstante, siguieron buscándolo. La llamada de ______ sonaba aguda, era el grito desesperado de una madre. Joseph se alejó a zancadas, gritando el nombre del niño una y otra vez a lo largo de la carretera, contagiado de la angustia de ______. Al rato, llegaron dos bomberos más, con sendas linternas. Cuando el más veterano vio a la mujer con el cabello apelmazado por la sangre seca y con la camisa teñida de rojo, vaciló antes de intentar tranquilizarla y fracasar en el intento.
—¡Tienen que ayudarme a encontrar a mi hijo! —sollozó ______.
Pidieron refuerzos, y al cabo de unos minutos ya había seis personas colaborando en la búsqueda.
Entre tanto, la tormenta se había desatado con toda su furia: rayos, truenos y vientos huracanados obligaban a los rastreadores a caminar encorvados. Fue Joseph el que encontró la manta de Kyle en el pantano, a unos veinte metros del lugar del accidente, enredada en la maleza.
—¿Es de su hijo? —preguntó. ______ rompió a llorar cuando se la entregaron. Después de treinta minutos de búsqueda, todavía no habían hallado ni rastro del chico.
Junto con la voz del desconocido empezaron a llegarle las sensaciones de lo que la rodeaba. Era como si ascendiera hacia la superficie nadando en agua turbia. No notaba ningún dolor, aunque podía distinguir en la lengua el gusto salado de la sangre. Todavía no recordaba lo sucedido, y se llevó inconscientemente la mano a la frente mientras intentaba obligarse a abrir los ojos.
—No se mueva —oyó que le decían—. Voy a llamar una ambulancia.
______ apenas captó las palabras. Carecían de significado. Todo era muy confuso. Veía borroso de manera intermitente. Hasta los sonidos le llegaban inconexos. Instintivamente y muy despacio, volvió la cabeza hacia la figura imprecisa que se movía en el extremo de su campo de visión.
Un hombre... moreno... con un impermeable amarillo... que se alejaba...
Una de las ventanillas se había roto, y notó que la lluvia caía dentro del coche. Un extraño siseo surgía de la oscuridad mientras el vapor se escapaba por las grietas del radiador. Estaba empezando a recobrar la visión de los objetos más cercanos. Tenía esquirlas de vidrio en el regazo y en el pantalón, y había sangre en el volante...
Mucha sangre.
Nada tenía sentido. Por su mente desfilaban imágenes incoherentes.
Cerró los ojos y sintió el dolor por primera vez. Los abrió de nuevo y se esforzó en situarse. El volante... El coche... Sí. Estaba en el coche... Fuera oscurecía...
—¡Oh, Dios mío!
De repente, los recuerdos regresaron: la curva, la cierva, el coche que patinaba sin control... Se dio la vuelta como pudo y, a través de la sangre que le cubría los párpados, miró el asiento trasero. Kyle no estaba en el coche. El cinturón de seguridad de su asiento estaba abierto, igual que la portezuela de atrás.
—¡Kyle!
A través de la ventana, gritó hacia la figura que la había despertado. Eso, suponiendo que hubiese realmente alguien. No sabía si había sido una alucinación.
Sin embargo, allí estaba, dándose la vuelta. ______ parpadeó. El hombre caminaba hacia el coche. Ella lanzó un gemido.
Más tarde recordaría que no se había asustado, por lo menos no tanto como hubiera imaginado. Creía que Kyle se encontraba bien, y ni siquiera se le había ocurrido que pudiera ser de otra manera: iba atado, y la parte trasera no había sufrido daños; de hecho, la puerta estaba abierta... Incluso en aquel estado de aturdimiento dio por sentado que la persona que la había despertado también había sacado a Kyle del automóvil. En aquel momento, la figura se hallaba a su lado, en la ventanilla.
—Escuche. Procure no decir nada. Está usted malherida. Me llamo Joseph Jonas y pertenezco al Cuerpo de bomberos. Tengo una radio en mi coche. Voy a conseguir ayuda.
______ volvió la cabeza, intentado enfocar el rostro del extraño mientras hacía un esfuerzo para que sus palabras resultaran inteligibles.
—Mi hijo está con usted, ¿verdad?
Sabía cuál iba a ser la respuesta, cuál debía ser; pero, extrañamente, no fue la que esperaba. Le pareció que el hombre necesitaba un poco de tiempo para encontrar las palabras adecuadas, igual que le pasaba a Kyle. El desconocido hizo una leve mueca y movió la cabeza en un gesto negativo.
—No. Yo acabo de llegar... ¿Su hijo?
Fue entonces, mientras lo miraba fijamente a los ojos e imaginaba lo peor, cuando la invadió el pánico, como una ola que se le echara encima. Sintió que se encogía, como le había sucedido el día que se enteró de la muerte de su madre.
Un relámpago surcó el cielo, y el trueno retumbó a continuación. La lluvia seguía cayendo pesadamente. El hombre se la quitó del rostro con el dorso de la mano.
—¡Mi hijo viajaba en el asiento de atrás! —gritó ella—. ¿No lo ha visto?
Las palabras le brotaron claras y con energía, la suficiente para que el hombre se sobresaltara y ______ recobrara la conciencia plenamente.
—No sé...
Con el ruido del aguacero, el extraño no la había entendido.
Forcejeó para intentar salir del vehículo, pero el cinturón de seguridad se lo impedía. Haciendo caso omiso del dolor del brazo y la muñeca, se desató. El extraño dio un paso atrás cuando ella abrió con un golpe del hombro la puerta, que se había quedado atascada a causa del impacto. ______ tenía las rodillas magulladas por habérselas golpeado contra el cuadro de mandos, y estuvo a punto de caer nada más ponerse en pie.
—Creo que no debería moverse.
Se apoyó en la carrocería sin prestar atención a las palabras del hombre y se encaminó hacia la puerta abierta, en el lado de Kyle. «No, no, no», se decía.
—¡Kyle! —llamó.
Incapaz de creer lo que estaba sucediendo, se introdujo en el coche para buscarlo. Sus ojos escrutaron el suelo; luego, se posaron sobre el asiento, como si Kyle fuera a reaparecer milagrosamente. Sintió que la sangre le subía a la cabeza y le producía una punzada de dolor.
«Kyle, ¿dónde estás?», se dijo.
El bombero la había seguido, aparentemente indeciso con respecto a lo que debía hacer con aquella mujer ensangrentada que de repente se mostraba tan agitada.
—Señora...
Ella lo interrumpió, agarrándole el brazo y clavando sus ojos en los de él.
—¿No lo ha visto? Es un niño pequeño, moreno... —La voz le temblaba de pánico—. Estaba conmigo en el coche.
—No... Yo...
—Ayúdeme a encontrarlo. ¡Sólo tiene cuatro años!
______ se dio la vuelta con tanto ímpetu que casi perdió el equilibrio, y tuvo que agarrarse a la carrocería. La visión se le nubló y, mientras luchaba por no desmayarse, un grito desgarrador le surgió de lo más profundo de las entrañas.
—¡Kyle!
Fue un alarido de terror.
Cerró los ojos para concentrarse. La vista se le aclaró. En aquel momento, la tormenta empezaba a descargar con toda su furia. Bajo la cortina de lluvia, apenas podía ver los árboles, que se hallaban a menos de quince metros. La oscuridad era absoluta en aquella dirección y sólo se divisaba el camino que conducía a la autopista.
«¡Dios mío, la autopista!»
Pudo notar cómo los pies le resbalaban sobre la hierba embarrada y cómo jadeaba mientras echaba a correr hacia allí, trastabillando. Tropezó y cayó, pero se puso en pie y siguió corriendo, hasta que el desconocido comprendió sus intenciones, salió tras ella y la detuvo antes de que alcanzase la carretera.
—No lo veo —dijo él mientras escrutaba el paisaje circundante.
—¡Kyle! —chilló ella al tiempo que elevaba una silenciosa plegaria.
El grito quedó amortiguado por el fragor de la tormenta, pero hizo que Joseph reaccionara.
Empezaron a caminar en direcciones opuestas gritando el nombre de Kyle y deteniéndose de vez en cuando para distinguir una posible señal. No obstante, el ruido de la lluvia era ensordecedor. Al cabo de unos minutos, Joseph regresó a su coche y llamó al Parque de bomberos.
Su voz y la de ______ eran los únicos sonidos humanos que se percibían en el pantano. El estruendo de la tormenta apenas permitía que se oyeran el uno al otro, así que mucho menos podían oír a Kyle. No obstante, siguieron buscándolo. La llamada de ______ sonaba aguda, era el grito desesperado de una madre. Joseph se alejó a zancadas, gritando el nombre del niño una y otra vez a lo largo de la carretera, contagiado de la angustia de ______. Al rato, llegaron dos bomberos más, con sendas linternas. Cuando el más veterano vio a la mujer con el cabello apelmazado por la sangre seca y con la camisa teñida de rojo, vaciló antes de intentar tranquilizarla y fracasar en el intento.
—¡Tienen que ayudarme a encontrar a mi hijo! —sollozó ______.
Pidieron refuerzos, y al cabo de unos minutos ya había seis personas colaborando en la búsqueda.
Entre tanto, la tormenta se había desatado con toda su furia: rayos, truenos y vientos huracanados obligaban a los rastreadores a caminar encorvados. Fue Joseph el que encontró la manta de Kyle en el pantano, a unos veinte metros del lugar del accidente, enredada en la maleza.
—¿Es de su hijo? —preguntó. ______ rompió a llorar cuando se la entregaron. Después de treinta minutos de búsqueda, todavía no habían hallado ni rastro del chico.
¡Bienvenida Claudia! Y a tu pregunta, creo que si te la respondiera arruinaria la novela xD
Así que no lo hare, las dejare con la dudita (: jaja
Que bueno que les guste tanto la novela chicas, yo tambien la ame ♥
Comenten y subo otro capítulo (:
Bye
Natuuu♥!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
probresita rayis no aparese su hijo ojala
lo encuentren pronto anda sube mas
porfavor
lo encuentren pronto anda sube mas
porfavor
Nani Jonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
pobrsita :(
siguela xfis! :lol!:
me encanta!!!
siguela :lol!:
siguela xfis! :lol!:
me encanta!!!
siguela :lol!:
Invitado
Invitado
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
ay no espera joe se muere??
no no
si muere no le o mas
¬¬
jajjajajajaaja mentiras epro no enserio
no quieor que muera
bueno
y kyle?? :(
no no
si muere no le o mas
¬¬
jajjajajajaaja mentiras epro no enserio
no quieor que muera
bueno
y kyle?? :(
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
QUE RAYOS QUIERES TU MATARME? HACER QUE ME DE UN PARO CARDIACO? SERA MEJOR QUE SIGAS LA NOVELA AHORA MISMO O TE ATACARE CON UN PAN DURO Y NO SOLO ESO SI NO QUE ARE QUE HARRY POTTER VALLA POR TI EN TANGA HASI QUE O LA SIGUES O YO HAGO QUE LA SIGAS!!!!! ¬¬
joseph
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 04
Nada de aquello tenía sentido para ______. Sólo un instante antes, Kyle estaba tranquilamente sentado en el coche, y al momento siguiente había desaparecido. Sin más. Todo había sucedido sin previo aviso. Unas décimas de segundo para dar un golpe de volante y nada volvía a ser igual que antes. ¿A eso se reducía la vida?
Aquéllos eran los pensamientos que cruzaban por su cabeza mientras aguardaba, sentada en la ambulancia, y las luces de emergencia de los coches de la policía trazaban círculos de luz azul que iluminaban la carretera. Había una docena más de vehículos aparcados de cualquier manera, y un grupo de hombres vestidos con impermeables amarillos discutía lo que debían hacer a continuación. Aunque saltaba a la vista que habían trabajado juntos anteriormente, no pudo deducir quién era el que los dirigía. Tampoco entendía lo que decían, porque sus palabras le llegaban amortiguadas por el estruendo de la tormenta. La lluvia caía como una pesada cortina, produciendo un sonido similar al de un tren de mercancías.
Tenía frío y se sentía aturdida. Le resultaba imposible concentrar la atención más de unos pocos segundos. Su sentido del equilibrio estaba afectado —se había caído tres veces mientras buscaba a Kyle— y tenía la ropa empapada y pegada a la piel. Tan pronto como llegó la ambulancia, la obligaron a abandonar la búsqueda y a sentarse; luego, le pusieron una manta sobre los hombros y le ofrecieron una taza de café. No se sintió con ánimos para bebérsela. De hecho, no se sentía con ánimos para nada. Estaba tiritando y veía borroso. Tenía heladas las extremidades, apenas las notaba, como si pertenecieran a otra persona. El hombre que la atendió en la ambulancia, que no era médico, había temido que ______ pudiera sufrir una conmoción cerebral y había insistido en llevarla al hospital más cercano sin más demora. Ella se había negado rotundamente. No tenía intención de marcharse hasta que hubieran encontrado a Kyle. El enfermero le dijo que esperaría otros diez minutos, pero que después no tendría más remedio que llevársela. El corte de la cabeza era profundo y seguía sangrando a pesar del vendaje. Advirtió a ______ que podía desmayarse en cualquier momento si esperaban más tiempo. Ella insistió. Estaba decidida a quedarse.
Enseguida llegó más gente. Una ambulancia, un policía estatal que se había enterado del accidente por la radio, tres voluntarios del Cuerpo de bomberos y un camionero que se había detenido al ver las luces. Todos habían aparecido en unos pocos minutos y en aquel momento estaban formando un círculo en medio de los vehículos con los faros encendidos. El hombre que la había encontrado —¿Joseph?— le daba la espalda. ______ tenía la impresión de que estaba poniendo a los demás al corriente de lo que sabía, que tampoco era mucho aparte del lugar donde había hallado la manta. Un minuto más tarde, él se dio la vuelta y la miró con expresión sombría. El policía, un hombre fornido con una calva incipiente, hizo un gesto con la cabeza en su dirección. Tras indicar a los demás que permanecieran donde estaban, ambos hombres se encaminaron hacia la ambulancia. Los uniformes, que a ______ siempre le habían inspirado confianza, esa vez ni siquiera la aliviaron ligeramente. Sólo eran hombres, nada más que hombres. Reprimió las ganas de vomitar.
Tenía en el regazo la manta de Kyle y no dejaba de manosearla nerviosamente, de hacer una pelota con ella que a continuación deshacía. A pesar de que dentro de la ambulancia estaba a resguardo de la lluvia, el viento soplaba con furia y ella tintaba sin parar. No había dejado de hacerlo desde que la habían cubierto con la manta. Hacía tanto frío... Y Kyle... Kyle estaba en algún lugar, allí fuera, sin una chaqueta siquiera... «¡Oh, Kyle!»
Se apretó la manta de su hijo contra la mejilla y cerró los ojos.
«¿Dónde estás, cariño? ¿Por qué saliste del coche? ¿Por qué no te quedaste con mamá?»
Joseph y el agente entraron en la ambulancia e intercambiaron una mirada antes de que el primero se decidiera a apoyar una mano en el hombro de ______.
—Ya sé que esto es muy duro para usted, pero debemos hacerle algunas preguntas antes de empezar la búsqueda. No será largo.
Ella se mordió el labio mientras hacía un gesto afirmativo. A continuación respiró profundamente y abrió los ojos.
De cerca, el patrullero resultó ser más joven de lo que le había parecido. Tenía una expresión amable. Se acuclilló ante ______.
—Soy el sargento Cari Huddle, de la patrulla estatal —anunció con el típico y melodioso acento sureño—. Ya sé lo preocupada que está. Créame, nosotros también. Casi todos los que hemos venido a ayudar somos padres y tenemos hijos pequeños. Todos deseamos tanto como usted encontrar a su hijo, pero primero necesitamos alguna información para saber exactamente a quién estamos rastreando.
______ apenas captó las palabras.
—¿Podrán encontrarlo ustedes en medio de esta tormenta? —preguntó—. Me refiero si podrán hacerlo antes de que...
Miró a los dos hombres alternativamente. Le costaba ver con claridad. El sargento no respondió enseguida, pero Joseph Jonas hizo un gesto afirmativo con evidente determinación.
—Daremos con él. Se lo prometo.
Huddle le dirigió una mirada dubitativa, aunque al final también asintió. Visiblemente incómodo, cambió el peso del cuerpo a la otra pierna.
______ suspiró y se irguió en su asiento en un intento de mantener la compostura. El enfermero le había limpiado las heridas de la cara, y estaba muy pálida. En el vendaje de la frente destacaba una mancha roja, sobre el ojo derecho, y tenía las mejillas amoratadas.
Cuando se sintió con fuerzas, empezó con los datos elementales de cualquier informe: nombre, dirección, número de teléfono y trabajo; también su anterior residencia, la fecha de su traslado a Edenton, por qué iba conduciendo, cómo se había detenido a repostar y había conseguido evitar que la tempestad la alcanzase; la cierva en la carretera, cómo había perdido el control del vehículo, y el accidente en sí mismo. El sargento lo anotó cuidadosamente en su libreta. Cuando hubo terminado, la miró con cierta expectación.
—¿Es usted pariente de J. B. Anderson?
John Brian Anderson había sido su abuelo materno, así que asintió.
Huddle se aclaró la garganta. Como todos los de Edenton, había conocido a los Anderson. Le echó un vistazo a sus notas.
—Joseph me ha dicho que Kyle tiene cuatro años.
______ asintió.
—Sí. Cumplirá cinco en octubre.
—¿Podría describírmelo en pocas palabras para que pueda radiar su retrato?
—¿Radiarlo?
El sargento contestó pacientemente:
—Sí. Lo difundiremos por el canal de emergencia de la policía. Así su descripción llegará a las demás comisarías, por si alguien encuentra al chico, lo recoge y llama a las autoridades. También podría suceder que estuviera vagando por ahí, que alguien lo viera y avisara a la policía. Es para casos así.
Lo que no le dijo era que también se informaba a los hospitales de la zona. Todavía no había necesidad.
______ se dio la vuelta, intentando poner en orden sus pensamientos.
—Hum...
Tardó unos segundos en hablar. ¿Quién puede describir a un hijo con simples números?
—No sé... Un metro de altura. Veinte kilos, más o menos. Cabello castaño, ojos verdes... Lo normal para un chico de su edad. Ni grande ni pequeño.
—¿Algún rasgo distintivo? ¿Marcas de nacimiento o algo parecido?
Se repitió la pregunta, pero todo le parecía irreal, inexplicable y absurdo. ¿Para qué lo necesitaban? ¿Cuántos niños de cuatro años podían haberse perdido en una noche así, en aquella zona pantanosa?
«Deberían estar buscando en lugar de hacerme tantas preguntas», se dijo.
¿Cuál había sido la pregunta? ¡Ah, sí!, los rasgos distintivos. Se concentró tanto como fue capaz, con la esperanza de acabar de una vez por todas.
—Tiene dos lunares en la mejilla izquierda —dijo al final—. Ninguna otra marca.
Huddle anotó la información sin levantar la vista de la libreta.
—¿Pudo haberse desabrochado el cinturón de seguridad y abrir la puerta del coche él solo?
—Sí. Hace meses que lo hace.
El patrullero asintió. Su hija Campbell, de cinco años, hacía lo mismo.
—¿Recuerda la ropa que vestía?
______ volvió a cerrar los ojos para pensar.
—Una camiseta roja con un dibujo en el pecho de Mickey Mouse guiñando un ojo y levantando el pulgar, y unos vaqueros con elástico en la cintura. Sin cinturón.
Los dos hombres intercambiaron una mirada: eran colores oscuros.
—¿Manga larga?
—No.
—¿Iba calzado?
—Supongo. Yo no se lo había quitado, así que supongo que todavía lo llevará. Zapatillas blancas. No me acuerdo de la marca. Creo que eran de Wal-Mart.
—¿Ninguna chaqueta?
—No. Hoy hacía calor, al menos cuando salimos de casa.
Mientras proseguía el interrogatorio, tres rayos surcaron el cielo y la lluvia pareció arreciar aún más.
El sargento alzó la voz para hacerse oír por encima del estruendo.
—¿Tiene usted todavía familia por aquí? ¿Padres, hermanos?
—No. No tengo hermanos, y mis padres fallecieron.
—¿Qué hay de su marido?
______ hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No estoy casada.
—¿Kyle se ha extraviado alguna otra vez?
Se frotó las sienes para mitigar la sensación de mareo.
—Sí, unas cuantas veces. En una ocasión, en un centro comercial, y otra cerca de casa. Le dan miedo los relámpagos. Supongo que por eso se ha bajado del coche. Siempre que estalla una tormenta se mete en la cama conmigo.
—¿Qué hay del pantano? ¿Cree que le daría miedo adentrarse en él en la oscuridad? ¿Piensa que se quedaría cerca del vehículo?
______ sintió que se le hacía un nudo en el estómago, y el miedo la ayudó a despejarse.
—A Kyle no le da miedo estar fuera, ni siquiera de noche. Le encanta caminar por el bosque que hay cerca de nuestra casa. No creo que sepa lo bastante para tener miedo.
—¿Así que puede...?
—No lo sé. Es posible —respondió con súbita desesperación.
Huddle hizo una pausa para no agobiarla demasiado. Luego prosiguió.
—¿Sabe qué hora era, más o menos, cuando se encontró con la cierva en mitad de la carretera?
______ se encogió de hombros. Se sentía desvalida e impotente.
—Tampoco lo sé. Quizá fueran las nueve y cuarto. No lo comprobé.
Los dos hombres miraron instintivamente sus relojes. Joseph la había hallado sobre las nueve y media de la noche, y apenas había tardado cinco minutos en pedir auxilio. En aquel momento eran las diez y veinte, así que ya había transcurrido más de una hora desde el accidente. Tanto el sargento como Joseph sabían que debían empezar la búsqueda lo antes posible y de manera coordinada. A pesar de la temperatura relativamente benigna, unas cuantas horas pasadas bajo la lluvia podían producir fácilmente una hipotermia.
Lo que no comentaron a ______ fue el peligro que entrañaba el pantano en sí. No era un lugar para nadie en una noche como ésa y mucho menos para un niño. Allí, una persona podía desaparecer para siempre.
Huddle cerró su libreta. Cada instante era precioso.
—Seguiremos con las preguntas más adelante, señorita Holton, si le parece bien. Serán necesarias para el informe. No obstante, ahora lo primero es que empecemos el rastreo.
______ asintió.
—¿Hay algo más que debamos saber? —añadió el policía—. ¿Un apodo? ¿Algo a lo que pueda responder?
—No. Sólo «Kyle», pero...
Sólo entonces se dio plenamente cuenta de lo obvio, de lo terrible, de lo peor, de algo que el patrullero nunca habría pensado en preguntar.
«¡Oh, Dios mío! ¡No! —se dijo mientras se le hacía un nudo en la garganta—. ¡No, no, no!»
¿Por qué no se le había ocurrido mencionarlo antes? ¿Por qué no se lo había dicho al bombero nada más salir del coche, cuando Kyle todavía podía estar cerca, antes de que tuviera tiempo de alejarse? ¡Podría haber estado allí mismo!
—Señorita Holton...
De repente, el miedo, la confusión, la furia, todo se le echó encima.
«¡Kyle no puede contestarles!»
Hundió el rostro entre las manos.
«¡No puede responder!»
—Señorita Holton...
Oyó que la llamaban.
«¿Por qué, Dios mío, por qué?»
Tras lo que se le antojó una eternidad, se enjugó las lágrimas, incapaz de mirarlos a la cara.
«Tendría que habérselo dicho mucho antes.»
—Kyle no les contestará si lo llaman por su nombre —explicó—. Tendrán que dar con él físicamente. Verlo.
Los dos hombres se quedaron mirándola, perplejos y sin acabar de comprender.
—Pero ¿y si le decimos que lo estamos buscando porque su madre está preocupada?
______ negó furiosamente con la cabeza. Le asaltaron las náuseas.
—No. No les contestará.
¿Cuántas veces había repetido esas palabras? ¿Cuántas veces habían sido sólo una mera explicación? ¿Cuántas veces habían carecido de importancia comparadas con lo que suponían en aquellos instantes?
Ni Joseph ni Huddle dijeron nada. Finalmente, haciendo acopio de fuerzas, ______ se lo aclaró:
—Kyle apenas puede hablar. Sólo es capaz de articular unas palabras sueltas. Por algún motivo no puede... no puede entender lo que se le dice. Ésa es la razón de que hoy hayamos estado en Duke.
Se volvió y miró a los dos hombres para asegurarse de que la habían entendido.
—Tienen que encontrarlo. No les bastará con gritar su nombre. No entenderá lo que digan. No les contestará porque no puede. Tendrán que dar con él.
«¿Por qué, de entre todos los niños del mundo, le tiene que ocurrir esto a Kyle?», pensó.
Incapaz de añadir una sola palabra más, ______ empezó a sollozar.
Entonces, tal como había hecho antes, Joseph se arrodilló y le apoyó la mano en el hombro.
—Lo encontraremos, señorita Holton —afirmó con tranquila firmeza—. Lo encontraremos.
Cinco minutos más tarde, mientras Joseph y el resto estaban trazando un plan de búsqueda, llegaron cuatro voluntarios más. Era todo cuanto Edenton podía aportar. Los rayos habían causado tres incendios importantes, se habían producido cuatro accidentes de tráfico en los últimos veinte minutos —dos de ellos con heridos graves— y las líneas eléctricas caídas constituían todavía un peligro. El Parque de bomberos y la comisaría estaban desbordados por las llamadas de socorro, que se clasificaban por orden de estricta urgencia. A menos que hubiera vidas en peligro, la respuesta era que por el momento no había nada que se pudiera hacer.
Pero el caso de un niño extraviado era algo que adquiría prioridad sobre casi todo lo demás.
Lo primero fue alinear todos los vehículos, coches y camiones, tan cerca del borde del pantano como resultó posible. Permanecieron allí, separados unos de otros trece o catorce metros, con las luces encendidas y los motores al ralentí. Aquello no sólo iluminaría la zona, sino que proporcionaría a los rastreadores un punto de referencia en caso de que alguno se desorientara. También se repartieron transmisores junto con baterías de repuesto.
En total, once hombres, incluido el camionero, que insistía en ayudar, iban a empezar la búsqueda desde el punto en que Joseph había descubierto la manta de Kyle. Se abrirían en abanico en tres direcciones: hacia el sur, el este y el oeste. Las dos últimas seguían paralelas a la autopista; el sur era la última dirección que Kyle parecía haber tomado. Se decidió que un voluntario permanecería junto a los vehículos, por si acaso Kyle divisaba las luces y decidía regresar por sus propios medios; tenía instrucciones de disparar una bengala cada hora para que los hombres supieran exactamente dónde se encontraban.
Después de que el sargento Huddle les diera una somera descripción del muchacho y de la ropa que llevaba, le llegó el turno de hablar a Joseph. Él y otros habían cazado antes por aquella zona, así que hizo una breve descripción de lo que les aguardaba.
Los rastreadores supieron que allí, en el límite de las marismas, cerca de la autopista, se iban a enfrentar a un terreno fangoso pero no inundado, ya que las zonas húmedas se encontraban casi a un kilómetro pantano adentro; pero que el barro no estaba libre de peligros: podía atrapar el pie o la pierna de un hombre como un cepo, y mucho más la de un niño, e impedirle escapar.
Aquella noche, ya había un centímetro de agua al borde de la carretera, así que las cosas empeorarían a medida que arreciara la tormenta. Las bolsas de lodo podían ser trampas mortales si el nivel crecía. Todos los hombres se mostraron de acuerdo en que procederían con cautela.
La parte positiva era que nadie creía que Kyle hubiera podido llegar muy lejos. Los árboles y los matorrales dificultaban la marcha y limitaban la distancia que podía haber recorrido. Quizá un kilómetro y medio, puede que dos, pero no más. Debía de estar cerca, así que cuanto antes se pusieran en marcha, mejor.
—Pero recuerden lo que nos ha dicho su madre —añadió Joseph—. No olviden que el chico no responderá a nuestras llamadas. Busquen cualquier rastro o señal física. No quieren pasar a su lado sin verlo, ¿verdad? La mujer ha insistido en que no esperemos ningún tipo de respuesta.
—¿No nos contestará? —preguntó uno de los hombres, visiblemente sorprendido.
—No. Eso es lo que nos ha dicho su madre.
—¿Por qué no puede hablar?
—No nos lo ha explicado con exactitud.
—¿Es retrasado? —inquirió otra voz.
La pregunta hizo que Joseph se crispara.
—¿Qué demonios tiene que ver? Es sólo un niño pequeño que no puede hablar y que se ha extraviado en las marismas. Eso es todo lo que sabemos por ahora.
Joseph se quedó mirando al hombre hasta que éste se marchó. No se oía más que el repiqueteo de la lluvia. Finalmente, el sargento Huddle lanzó un profundo suspiro y dijo:
—Será mejor que nos pongamos en marcha —Joseph encendió su linterna.
—Sí. Vamos allá.
Aquéllos eran los pensamientos que cruzaban por su cabeza mientras aguardaba, sentada en la ambulancia, y las luces de emergencia de los coches de la policía trazaban círculos de luz azul que iluminaban la carretera. Había una docena más de vehículos aparcados de cualquier manera, y un grupo de hombres vestidos con impermeables amarillos discutía lo que debían hacer a continuación. Aunque saltaba a la vista que habían trabajado juntos anteriormente, no pudo deducir quién era el que los dirigía. Tampoco entendía lo que decían, porque sus palabras le llegaban amortiguadas por el estruendo de la tormenta. La lluvia caía como una pesada cortina, produciendo un sonido similar al de un tren de mercancías.
Tenía frío y se sentía aturdida. Le resultaba imposible concentrar la atención más de unos pocos segundos. Su sentido del equilibrio estaba afectado —se había caído tres veces mientras buscaba a Kyle— y tenía la ropa empapada y pegada a la piel. Tan pronto como llegó la ambulancia, la obligaron a abandonar la búsqueda y a sentarse; luego, le pusieron una manta sobre los hombros y le ofrecieron una taza de café. No se sintió con ánimos para bebérsela. De hecho, no se sentía con ánimos para nada. Estaba tiritando y veía borroso. Tenía heladas las extremidades, apenas las notaba, como si pertenecieran a otra persona. El hombre que la atendió en la ambulancia, que no era médico, había temido que ______ pudiera sufrir una conmoción cerebral y había insistido en llevarla al hospital más cercano sin más demora. Ella se había negado rotundamente. No tenía intención de marcharse hasta que hubieran encontrado a Kyle. El enfermero le dijo que esperaría otros diez minutos, pero que después no tendría más remedio que llevársela. El corte de la cabeza era profundo y seguía sangrando a pesar del vendaje. Advirtió a ______ que podía desmayarse en cualquier momento si esperaban más tiempo. Ella insistió. Estaba decidida a quedarse.
Enseguida llegó más gente. Una ambulancia, un policía estatal que se había enterado del accidente por la radio, tres voluntarios del Cuerpo de bomberos y un camionero que se había detenido al ver las luces. Todos habían aparecido en unos pocos minutos y en aquel momento estaban formando un círculo en medio de los vehículos con los faros encendidos. El hombre que la había encontrado —¿Joseph?— le daba la espalda. ______ tenía la impresión de que estaba poniendo a los demás al corriente de lo que sabía, que tampoco era mucho aparte del lugar donde había hallado la manta. Un minuto más tarde, él se dio la vuelta y la miró con expresión sombría. El policía, un hombre fornido con una calva incipiente, hizo un gesto con la cabeza en su dirección. Tras indicar a los demás que permanecieran donde estaban, ambos hombres se encaminaron hacia la ambulancia. Los uniformes, que a ______ siempre le habían inspirado confianza, esa vez ni siquiera la aliviaron ligeramente. Sólo eran hombres, nada más que hombres. Reprimió las ganas de vomitar.
Tenía en el regazo la manta de Kyle y no dejaba de manosearla nerviosamente, de hacer una pelota con ella que a continuación deshacía. A pesar de que dentro de la ambulancia estaba a resguardo de la lluvia, el viento soplaba con furia y ella tintaba sin parar. No había dejado de hacerlo desde que la habían cubierto con la manta. Hacía tanto frío... Y Kyle... Kyle estaba en algún lugar, allí fuera, sin una chaqueta siquiera... «¡Oh, Kyle!»
Se apretó la manta de su hijo contra la mejilla y cerró los ojos.
«¿Dónde estás, cariño? ¿Por qué saliste del coche? ¿Por qué no te quedaste con mamá?»
Joseph y el agente entraron en la ambulancia e intercambiaron una mirada antes de que el primero se decidiera a apoyar una mano en el hombro de ______.
—Ya sé que esto es muy duro para usted, pero debemos hacerle algunas preguntas antes de empezar la búsqueda. No será largo.
Ella se mordió el labio mientras hacía un gesto afirmativo. A continuación respiró profundamente y abrió los ojos.
De cerca, el patrullero resultó ser más joven de lo que le había parecido. Tenía una expresión amable. Se acuclilló ante ______.
—Soy el sargento Cari Huddle, de la patrulla estatal —anunció con el típico y melodioso acento sureño—. Ya sé lo preocupada que está. Créame, nosotros también. Casi todos los que hemos venido a ayudar somos padres y tenemos hijos pequeños. Todos deseamos tanto como usted encontrar a su hijo, pero primero necesitamos alguna información para saber exactamente a quién estamos rastreando.
______ apenas captó las palabras.
—¿Podrán encontrarlo ustedes en medio de esta tormenta? —preguntó—. Me refiero si podrán hacerlo antes de que...
Miró a los dos hombres alternativamente. Le costaba ver con claridad. El sargento no respondió enseguida, pero Joseph Jonas hizo un gesto afirmativo con evidente determinación.
—Daremos con él. Se lo prometo.
Huddle le dirigió una mirada dubitativa, aunque al final también asintió. Visiblemente incómodo, cambió el peso del cuerpo a la otra pierna.
______ suspiró y se irguió en su asiento en un intento de mantener la compostura. El enfermero le había limpiado las heridas de la cara, y estaba muy pálida. En el vendaje de la frente destacaba una mancha roja, sobre el ojo derecho, y tenía las mejillas amoratadas.
Cuando se sintió con fuerzas, empezó con los datos elementales de cualquier informe: nombre, dirección, número de teléfono y trabajo; también su anterior residencia, la fecha de su traslado a Edenton, por qué iba conduciendo, cómo se había detenido a repostar y había conseguido evitar que la tempestad la alcanzase; la cierva en la carretera, cómo había perdido el control del vehículo, y el accidente en sí mismo. El sargento lo anotó cuidadosamente en su libreta. Cuando hubo terminado, la miró con cierta expectación.
—¿Es usted pariente de J. B. Anderson?
John Brian Anderson había sido su abuelo materno, así que asintió.
Huddle se aclaró la garganta. Como todos los de Edenton, había conocido a los Anderson. Le echó un vistazo a sus notas.
—Joseph me ha dicho que Kyle tiene cuatro años.
______ asintió.
—Sí. Cumplirá cinco en octubre.
—¿Podría describírmelo en pocas palabras para que pueda radiar su retrato?
—¿Radiarlo?
El sargento contestó pacientemente:
—Sí. Lo difundiremos por el canal de emergencia de la policía. Así su descripción llegará a las demás comisarías, por si alguien encuentra al chico, lo recoge y llama a las autoridades. También podría suceder que estuviera vagando por ahí, que alguien lo viera y avisara a la policía. Es para casos así.
Lo que no le dijo era que también se informaba a los hospitales de la zona. Todavía no había necesidad.
______ se dio la vuelta, intentando poner en orden sus pensamientos.
—Hum...
Tardó unos segundos en hablar. ¿Quién puede describir a un hijo con simples números?
—No sé... Un metro de altura. Veinte kilos, más o menos. Cabello castaño, ojos verdes... Lo normal para un chico de su edad. Ni grande ni pequeño.
—¿Algún rasgo distintivo? ¿Marcas de nacimiento o algo parecido?
Se repitió la pregunta, pero todo le parecía irreal, inexplicable y absurdo. ¿Para qué lo necesitaban? ¿Cuántos niños de cuatro años podían haberse perdido en una noche así, en aquella zona pantanosa?
«Deberían estar buscando en lugar de hacerme tantas preguntas», se dijo.
¿Cuál había sido la pregunta? ¡Ah, sí!, los rasgos distintivos. Se concentró tanto como fue capaz, con la esperanza de acabar de una vez por todas.
—Tiene dos lunares en la mejilla izquierda —dijo al final—. Ninguna otra marca.
Huddle anotó la información sin levantar la vista de la libreta.
—¿Pudo haberse desabrochado el cinturón de seguridad y abrir la puerta del coche él solo?
—Sí. Hace meses que lo hace.
El patrullero asintió. Su hija Campbell, de cinco años, hacía lo mismo.
—¿Recuerda la ropa que vestía?
______ volvió a cerrar los ojos para pensar.
—Una camiseta roja con un dibujo en el pecho de Mickey Mouse guiñando un ojo y levantando el pulgar, y unos vaqueros con elástico en la cintura. Sin cinturón.
Los dos hombres intercambiaron una mirada: eran colores oscuros.
—¿Manga larga?
—No.
—¿Iba calzado?
—Supongo. Yo no se lo había quitado, así que supongo que todavía lo llevará. Zapatillas blancas. No me acuerdo de la marca. Creo que eran de Wal-Mart.
—¿Ninguna chaqueta?
—No. Hoy hacía calor, al menos cuando salimos de casa.
Mientras proseguía el interrogatorio, tres rayos surcaron el cielo y la lluvia pareció arreciar aún más.
El sargento alzó la voz para hacerse oír por encima del estruendo.
—¿Tiene usted todavía familia por aquí? ¿Padres, hermanos?
—No. No tengo hermanos, y mis padres fallecieron.
—¿Qué hay de su marido?
______ hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No estoy casada.
—¿Kyle se ha extraviado alguna otra vez?
Se frotó las sienes para mitigar la sensación de mareo.
—Sí, unas cuantas veces. En una ocasión, en un centro comercial, y otra cerca de casa. Le dan miedo los relámpagos. Supongo que por eso se ha bajado del coche. Siempre que estalla una tormenta se mete en la cama conmigo.
—¿Qué hay del pantano? ¿Cree que le daría miedo adentrarse en él en la oscuridad? ¿Piensa que se quedaría cerca del vehículo?
______ sintió que se le hacía un nudo en el estómago, y el miedo la ayudó a despejarse.
—A Kyle no le da miedo estar fuera, ni siquiera de noche. Le encanta caminar por el bosque que hay cerca de nuestra casa. No creo que sepa lo bastante para tener miedo.
—¿Así que puede...?
—No lo sé. Es posible —respondió con súbita desesperación.
Huddle hizo una pausa para no agobiarla demasiado. Luego prosiguió.
—¿Sabe qué hora era, más o menos, cuando se encontró con la cierva en mitad de la carretera?
______ se encogió de hombros. Se sentía desvalida e impotente.
—Tampoco lo sé. Quizá fueran las nueve y cuarto. No lo comprobé.
Los dos hombres miraron instintivamente sus relojes. Joseph la había hallado sobre las nueve y media de la noche, y apenas había tardado cinco minutos en pedir auxilio. En aquel momento eran las diez y veinte, así que ya había transcurrido más de una hora desde el accidente. Tanto el sargento como Joseph sabían que debían empezar la búsqueda lo antes posible y de manera coordinada. A pesar de la temperatura relativamente benigna, unas cuantas horas pasadas bajo la lluvia podían producir fácilmente una hipotermia.
Lo que no comentaron a ______ fue el peligro que entrañaba el pantano en sí. No era un lugar para nadie en una noche como ésa y mucho menos para un niño. Allí, una persona podía desaparecer para siempre.
Huddle cerró su libreta. Cada instante era precioso.
—Seguiremos con las preguntas más adelante, señorita Holton, si le parece bien. Serán necesarias para el informe. No obstante, ahora lo primero es que empecemos el rastreo.
______ asintió.
—¿Hay algo más que debamos saber? —añadió el policía—. ¿Un apodo? ¿Algo a lo que pueda responder?
—No. Sólo «Kyle», pero...
Sólo entonces se dio plenamente cuenta de lo obvio, de lo terrible, de lo peor, de algo que el patrullero nunca habría pensado en preguntar.
«¡Oh, Dios mío! ¡No! —se dijo mientras se le hacía un nudo en la garganta—. ¡No, no, no!»
¿Por qué no se le había ocurrido mencionarlo antes? ¿Por qué no se lo había dicho al bombero nada más salir del coche, cuando Kyle todavía podía estar cerca, antes de que tuviera tiempo de alejarse? ¡Podría haber estado allí mismo!
—Señorita Holton...
De repente, el miedo, la confusión, la furia, todo se le echó encima.
«¡Kyle no puede contestarles!»
Hundió el rostro entre las manos.
«¡No puede responder!»
—Señorita Holton...
Oyó que la llamaban.
«¿Por qué, Dios mío, por qué?»
Tras lo que se le antojó una eternidad, se enjugó las lágrimas, incapaz de mirarlos a la cara.
«Tendría que habérselo dicho mucho antes.»
—Kyle no les contestará si lo llaman por su nombre —explicó—. Tendrán que dar con él físicamente. Verlo.
Los dos hombres se quedaron mirándola, perplejos y sin acabar de comprender.
—Pero ¿y si le decimos que lo estamos buscando porque su madre está preocupada?
______ negó furiosamente con la cabeza. Le asaltaron las náuseas.
—No. No les contestará.
¿Cuántas veces había repetido esas palabras? ¿Cuántas veces habían sido sólo una mera explicación? ¿Cuántas veces habían carecido de importancia comparadas con lo que suponían en aquellos instantes?
Ni Joseph ni Huddle dijeron nada. Finalmente, haciendo acopio de fuerzas, ______ se lo aclaró:
—Kyle apenas puede hablar. Sólo es capaz de articular unas palabras sueltas. Por algún motivo no puede... no puede entender lo que se le dice. Ésa es la razón de que hoy hayamos estado en Duke.
Se volvió y miró a los dos hombres para asegurarse de que la habían entendido.
—Tienen que encontrarlo. No les bastará con gritar su nombre. No entenderá lo que digan. No les contestará porque no puede. Tendrán que dar con él.
«¿Por qué, de entre todos los niños del mundo, le tiene que ocurrir esto a Kyle?», pensó.
Incapaz de añadir una sola palabra más, ______ empezó a sollozar.
Entonces, tal como había hecho antes, Joseph se arrodilló y le apoyó la mano en el hombro.
—Lo encontraremos, señorita Holton —afirmó con tranquila firmeza—. Lo encontraremos.
Cinco minutos más tarde, mientras Joseph y el resto estaban trazando un plan de búsqueda, llegaron cuatro voluntarios más. Era todo cuanto Edenton podía aportar. Los rayos habían causado tres incendios importantes, se habían producido cuatro accidentes de tráfico en los últimos veinte minutos —dos de ellos con heridos graves— y las líneas eléctricas caídas constituían todavía un peligro. El Parque de bomberos y la comisaría estaban desbordados por las llamadas de socorro, que se clasificaban por orden de estricta urgencia. A menos que hubiera vidas en peligro, la respuesta era que por el momento no había nada que se pudiera hacer.
Pero el caso de un niño extraviado era algo que adquiría prioridad sobre casi todo lo demás.
Lo primero fue alinear todos los vehículos, coches y camiones, tan cerca del borde del pantano como resultó posible. Permanecieron allí, separados unos de otros trece o catorce metros, con las luces encendidas y los motores al ralentí. Aquello no sólo iluminaría la zona, sino que proporcionaría a los rastreadores un punto de referencia en caso de que alguno se desorientara. También se repartieron transmisores junto con baterías de repuesto.
En total, once hombres, incluido el camionero, que insistía en ayudar, iban a empezar la búsqueda desde el punto en que Joseph había descubierto la manta de Kyle. Se abrirían en abanico en tres direcciones: hacia el sur, el este y el oeste. Las dos últimas seguían paralelas a la autopista; el sur era la última dirección que Kyle parecía haber tomado. Se decidió que un voluntario permanecería junto a los vehículos, por si acaso Kyle divisaba las luces y decidía regresar por sus propios medios; tenía instrucciones de disparar una bengala cada hora para que los hombres supieran exactamente dónde se encontraban.
Después de que el sargento Huddle les diera una somera descripción del muchacho y de la ropa que llevaba, le llegó el turno de hablar a Joseph. Él y otros habían cazado antes por aquella zona, así que hizo una breve descripción de lo que les aguardaba.
Los rastreadores supieron que allí, en el límite de las marismas, cerca de la autopista, se iban a enfrentar a un terreno fangoso pero no inundado, ya que las zonas húmedas se encontraban casi a un kilómetro pantano adentro; pero que el barro no estaba libre de peligros: podía atrapar el pie o la pierna de un hombre como un cepo, y mucho más la de un niño, e impedirle escapar.
Aquella noche, ya había un centímetro de agua al borde de la carretera, así que las cosas empeorarían a medida que arreciara la tormenta. Las bolsas de lodo podían ser trampas mortales si el nivel crecía. Todos los hombres se mostraron de acuerdo en que procederían con cautela.
La parte positiva era que nadie creía que Kyle hubiera podido llegar muy lejos. Los árboles y los matorrales dificultaban la marcha y limitaban la distancia que podía haber recorrido. Quizá un kilómetro y medio, puede que dos, pero no más. Debía de estar cerca, así que cuanto antes se pusieran en marcha, mejor.
—Pero recuerden lo que nos ha dicho su madre —añadió Joseph—. No olviden que el chico no responderá a nuestras llamadas. Busquen cualquier rastro o señal física. No quieren pasar a su lado sin verlo, ¿verdad? La mujer ha insistido en que no esperemos ningún tipo de respuesta.
—¿No nos contestará? —preguntó uno de los hombres, visiblemente sorprendido.
—No. Eso es lo que nos ha dicho su madre.
—¿Por qué no puede hablar?
—No nos lo ha explicado con exactitud.
—¿Es retrasado? —inquirió otra voz.
La pregunta hizo que Joseph se crispara.
—¿Qué demonios tiene que ver? Es sólo un niño pequeño que no puede hablar y que se ha extraviado en las marismas. Eso es todo lo que sabemos por ahora.
Joseph se quedó mirando al hombre hasta que éste se marchó. No se oía más que el repiqueteo de la lluvia. Finalmente, el sargento Huddle lanzó un profundo suspiro y dijo:
—Será mejor que nos pongamos en marcha —Joseph encendió su linterna.
—Sí. Vamos allá.
¡Bienvenida Joseph! jajajaja no tienes por que atacarme, ni tampoco mandarme a Harry Poter jajaja mejor a los Jonas xD
Bueno aunque así me distrairia más y creo que no volveria a subir jaja
Que bueno que te guste la novela y gracias por pasarte y comentar.
Natuuu♥!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
joe s tan lindo.. :L: ...espero k aparesca.. :sad: ....!!
siguela xfis :z: ..t e dixo k m ncanta.. ...t e dixo k m facina.. :fiu: ...
pro lo k n t e dixo s k m enamore de la nve.. :arre: ..s preciosa!.. :(L): ....
siguela xfis.. :z: !!!!!!
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pro lo k n t e dixo s k m enamore de la nve.. :arre: ..s preciosa!.. :(L): ....
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Invitado
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Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 05
______ podía verse a sí misma en el pantano, junto a los demás, apartándose las ramas de la cara, hundiendo los pies en el barro mientras buscaba frenéticamente a Kyle. Sin embargo, nada de eso era cierto. La verdad era que se encontraba tumbada en una camilla en la parte trasera de una ambulancia, camino del hospital de Elisabeth City —una pequeña ciudad unos cuarenta kilómetros hacia el nordeste—, el más próximo de los que disponían de servicio de urgencias.
Se quedó contemplando el techo del vehículo, todavía temblando y aturdida. Había querido quedarse, había suplicado que la dejaran quedarse; pero le dijeron que sería mejor para Kyle si ella partía con la ambulancia. Su presencia en las marismas, le explicaron, sólo serviría para complicar todavía más las cosas. A pesar de todo, ella había contestado que no le importaba, se había apeado de la ambulancia y salido al exterior. Sabía que Kyle la necesitaba. En un estado de aparente lucidez, pidió que le facilitaran un impermeable y una linterna; pero, tras unos cuantos pasos, el mundo empezó a darle vueltas, las piernas le fallaron y cayó al suelo. Dos minutos más tarde, la sirena de la ambulancia se había puesto en marcha, y ______ había partido en dirección al hospital.
Aparte de los temblores, no se había movido desde que la habían tumbado en la camilla. Tenía las extremidades extrañamente inmóviles; su respiración era rápida y leve, como la de un animalillo, y estaba muy pálida, enfermizamente pálida. La última caída le había reabierto el corte de la frente.
—Tenga fe, señorita Holton —la tranquilizó el enfermero, que acababa de tomarle la tensión y estaba seguro de que se hallaba en estado de shock—. Me refiero a que conozco a esos hombres. Otras veces se han perdido chicos por esos parajes, y siempre los han encontrado.
______ no respondió.
—Y usted también se pondrá bien. En unos pocos días volverá a hacer vida normal.
Durante unos instantes se hizo el silencio. ______ seguía con los ojos fijos en el techo. El enfermero le tomó el pulso.
—¿Hay alguien a quien quiera que avise cuando lleguemos al hospital? —preguntó.
—No —susurró ella—. No hay nadie.
Joseph y los demás llegaron al lugar donde aquél había encontrado la manta, y se desplegaron. Él y dos hombres más se dirigieron hacia el sur, adentrándose en el pantanal, mientras que el resto de los rastreadores exploraba a lo largo de la carretera. La tormenta no había amainado, así que la visibilidad, a pesar de las linternas, era de apenas unos metros. En cuestión de minutos, Joseph se encontró con que no podía ver ni oír a sus compañeros, y una sensación de desasosiego se apoderó de él. En esos momentos tenía ante sí la realidad de la situación, que había permanecido oculta bajo la urgencia y los nervios de los preparativos, cuando todo había parecido posible.
Había participado anteriormente en otras operaciones de rescate y, de repente, se dio cuenta de que para aquélla faltaban hombres. Una zona pantanosa, de noche, con aquella tormenta... Un niño que no podía responder a las llamadas... Para algo así no bastaría con cincuenta hombres, haría falta al menos un centenar. El procedimiento más eficaz para rastrear a alguien extraviado en un bosque es mantener contacto visual a derecha e izquierda con los otros buscadores y avanzar todos a la vez, sincronizadamente, como si se tratase de un desfile. De ese modo se podía peinar amplias extensiones con precisión y estar seguros de que no se pasaba nada por alto. Con diez hombres solamente, algo así era imposible. Al poco rato de haber empezado las tareas de rastreo, cada uno trabajaba solo, completamente separado del resto. Tuvieron que conformarse con deambular por donde les pareció más conveniente, alumbrando con sus linternas aquí y allá, pero en realidad hacia ninguna parte en concreto. Era como si buscaran una aguja en un pajar. Inesperadamente, el rescate de Kyle se había convertido en una cuestión que dependía más de la suerte que de la pericia.
Recordándose que no debía perder la esperanza, Joseph siguió adelante entre los árboles por el blando terreno. A pesar de que no tenía hijos, era padrino de uno de los de su mejor amigo, Mitch Johnson, y rastreaba como si los estuviera buscando a ellos. Mitch era también bombero voluntario, y Joseph deseó tenerlo a su lado en aquellos momentos. Había sido su habitual compañero de caza durante los últimos veinte años, conocía las marismas tan bien como él y su experiencia le habría servido de mucho. Sin embargo, Mitch estaba fuera de la ciudad por unos días. Joseph albergaba la esperanza de que no fuera un mal presagio.
A medida que aumentaba la distancia que lo separaba de la carretera, el pantanal se iba haciendo más impenetrable, más misterioso. Los árboles crecían más próximos unos a otros, y el suelo era una maraña de raíces medio podridas. La maleza se le enredaba entre las piernas, y tenía que usar las manos para apartar constantemente las ramas bajas y seguir avanzando. Entre tanto, no dejaba de iluminar con su linterna cada rincón, tras cada arbusto y cada tronco. No dejó de moverse y de buscar cualquier señal de Kyle. Pasaron los minutos.
Primero, diez.
Luego, veinte.
Después, treinta...
Caminaba con el agua por encima de los tobillos y con creciente dificultad. Miró la hora: las diez cincuenta y seis. Kyle ya llevaba desaparecido una hora y media, quizá más. El reloj, que había empezado contando a su favor, se estaba tornando adverso. «¿Cuánto rato puede Pasar hasta que lo inmovilice la hipotermia o...?», pensó, pero enseguida rechazó semejante idea. No quería darle vueltas a eso o a algo peor.
Los rayos y los truenos se sucedían sin interrupción y desde todas direcciones. Las gotas de lluvia caían con violencia, y tenía que enjugárselas constantemente de la cara para poder ver. A pesar de las advertencias de la madre del chico acerca de que éste no respondería, Joseph empezó a llamarlo por su nombre. Por alguna razón, le hacía sentir que estaba haciendo más de lo que hacía en realidad.
«¡Maldición!»
¿Cuánto tiempo hacía que no habían tenido una tormenta como aquélla? ¿Seis años? ¿Siete? ¿Por qué tenía que suceder precisamente aquella noche, justo cuando se acababa de perder un crío? Con semejante tiempo ni siquiera podían usar los perros de Jimmie Hicks, y eso que eran los mejores del condado. La tormenta hacía que resultara imposible seguir una pista. Estaba claro que deambular sin rumbo en la oscuridad no iba a ser suficiente.
¿Adónde iría un niño en aquellas circunstancias? Un niño al que le dan miedo las tormentas pero no los bosques de noche; un niño que ha visto a su madre tras el accidente; a su madre, herida e inconsciente.
«¡Piensa!»
Joseph conocía las marismas tan bien como cualquiera de los lugareños, o mejor. Había sido allí donde había abatido su primer ciervo, a los doce años, y todos los otoños se aventuraba para cazar patos. Tenía una destreza instintiva para seguir el rastro de los animales, y rara vez regresaba sin haber cobrado alguna pieza. Los habitantes de Edenton bromeaban a menudo diciéndole que su olfato era como el de un lobo. Era cierto que tenía un talento poco frecuente, hasta él lo admitía. También era cierto que sabía lo mismo que la mayoría de los cazadores acerca de huellas, deposiciones y el significado de ramas rotas y vegetación aplastada. No obstante, aquellos conocimientos no bastaban para explicar su éxito como cazador. Por eso, cuando le preguntaban cuál era su secreto, él se limitaba a responder que simplemente intentaba pensar como lo haría un ciervo. La gente se reía con aquello; pero Joseph siempre lo decía muy serio, y entonces todos se daban cuenta de que no intentaba ser gracioso.
«Pensar como un ciervo... ¿Qué demonios habrá querido decir?», exclamaban meneando la cabeza.
Puede que sólo Joseph lo supiera, pero eso era lo que estaba haciendo en aquellos momentos; lo mismo pero a otro nivel, porque lo que había en juego era mucho más importante.
Cerró los ojos y se concentró. ¿Adónde iría un niño de cuatro años? ¿En qué dirección?
Abrió los ojos bruscamente cuando escuchó el sonido de la primera bengala, que indicaba que había transcurrido ya una hora. Eran las once.
«¡Piensa!»
El servicio de urgencias del hospital de Elizabeth City estaba abarrotado. No sólo habían llevado allí a los heridos graves, sino que también habían acudido los que se habían sentido indispuestos o enfermos. Sin duda, muchos podrían haber esperado hasta la mañana siguiente; pero, igual que la luna llena, las tormentas tienen la facultad de despertar en las personas los instintos más irracionales. Cuanto más potente es el fenómeno, más se perturba la gente. En una noche como aquélla, una molestia en el pecho se convierte en un infarto inminente; la fiebre del día anterior pasa a ser algo insoportable, y un calambre en una pierna puede deberse a un trombo. Los médicos y las enfermeras lo sabían, y para ellos aquellas noches eran tan previsibles como la salida del sol: el tiempo mínimo de espera llegaba a las dos horas.
No obstante, como tenía una herida en la cabeza, ______ Holton fue atendida inmediatamente. Estaba consciente, aunque sólo a medias. Tenía los ojos cerrados y balbuceaba incoherencias, repitiendo un nombre una y otra vez. La llevaron primero a rayos X. A partir de ahí, los médicos decidirían si sería necesario un TAC.
El nombre que no cesaba de repetir era «Kyle».
Había transcurrido otra media hora, y Joseph Jonas se había adentrado en el pantano. Estaba rodeado de la más absoluta oscuridad, como un espeleólogo en una caverna. A pesar de la linterna, sintió que empezaba a asaltarle la claustrofobia. La vegetación se había hecho tan densa que le resultaba imposible caminar en línea recta. Si para un hombre como él era más fácil desplazarse en zigzag, no quería pensar lo que significaría para un niño como Kyle.
Ni el viento ni la lluvia habían amainado; sin embargo, los relámpagos eran menos frecuentes. El agua le llegaba casi a las rodillas, y todavía no había hallado el menor rastro. Acababa de comunicarse por radio con el resto del grupo, pero todos habían respondido lo mismo.
Nada. Ni una sola señal.
Hacía dos horas y media que Kyle había desaparecido.
«¡Piensa!»
¿Podía ser que hubiera llegado tan lejos? ¿Podía un niño de la estatura de Kyle vadear tanta profundidad?
No. Era imposible que Kyle se hubiera alejado tanto, y menos aún vestido con unos vaqueros y una camiseta.
«Y si lo hizo, lo más probable será que no lo encontremos con vida», se dijo.
Joseph sacó la brújula del bolsillo, la iluminó con la linterna para situarse y llegó a la conclusión de que lo mejor era regresar al punto de partida, donde habían encontrado la manta. Kyle había estado allí. Por lo menos eso lo sabían.
Pero ¿adónde había ido?
El viento arreció, y las copas de los árboles oscilaron sobre su cabeza mientras la lluvia le azotaba el rostro y los relámpagos se alejaban hacia el este: lo peor de la tormenta estaba pasando.
«Kyle es pequeño y tiene miedo a los relámpagos...», se dijo.
Joseph contempló el cielo, concentrándose, y sintió que algo tomaba forma en su mente, algo que empezaba a aflorar... ¿Una idea? Puede que no fuera algo tan concreto, pero sí una posibilidad...
«Rachas de viento... Lluvia intensa... Miedo a los relámpagos...»
Sin duda, todo aquello tenía que haber impresionado al muchacho, ¿o no? Cogió su transmisor y habló por el micrófono; pidió a todo el mundo que se dirigiera hacia la autopista lo antes posible. Se reuniría con ellos allí.
—Tiene que ser eso —dijo en voz alta, a nadie en particular.
Como la mayoría de las esposas de los bomberos voluntarios que llamaron al Parque aquella peligrosa noche, Denise Jonas no pudo evitar descolgar el teléfono. A pesar de que a su hijo Joseph lo reclamaban dos o tres veces al mes, como madre no podía dejar de preocuparse ni un solo minuto. Nunca le había complacido que él se dedicara a semejante tarea y no había dejado de decírselo hasta que finalmente comprendió que no estaba dispuesto a cambiar de opinión. Su hijo era igual que el padre: tozudo.
Sin embargo, aquella noche, Denise Jonas tuvo el presentimiento de que algo malo había sucedido. Aunque no le pareció que fuera nada de especial consideración y al principio intentó quitárselo de la cabeza, la sensación de incomodidad persistió y se fue haciendo más fuerte a medida que las horas pasaron. Al final, a regañadientes, había llamado esperando lo peor. Pero en lugar de ello, se enteró de otra cosa, de lo sucedido a un niño, «el bisnieto de J. B. Anderson», que se había perdido en los pantanos. También le explicaron que Joseph estaba trabajando en las tareas de rescate, y que la madre se encontraba camino del hospital de Elizabeth City.
Cuando colgó el teléfono se recostó en el sillón, aliviada por saber que su hijo se encontraba bien, pero preocupada por lo del chico. Al igual que el resto de la gente de Edenton, había conocido a los Anderson; pero era más que eso: la madre de ______ y ella habían sido amigas en la juventud, antes de que se marchara y se casara con Charles Holton. Todo aquello había sucedido hacía mucho —cuarenta años, al menos—, y no había vuelto a acordarse de su compañera de la infancia en todo aquel tiempo. Sin embargo, los recuerdos acudieron a su memoria como una sucesión de imágenes: las caminatas camino de la escuela; las horas perezosas pasadas a la orilla del río, donde charlaban de chicos y recortaban las fotos de las revistas de moda...También recordó la pena que la había embargado cuando se enteró de su muerte. No tenía idea de que la hija de su amiga hubiera regresado a Edenton.
En esos momentos, su hijo se había perdido.
«Menudo regreso al hogar.»
Denise no lo pensó dos veces. No era indecisa por naturaleza, al contrario, siempre había sido partidaria de tomar la iniciativa, y a los sesenta y tres años no parecía que fuera a cambiar. Tiempo atrás, después de la muerte de su marido, había encontrado trabajo en la biblioteca local y había criado a su hijo sin ayuda.
No sólo había hecho frente a las obligaciones económicas de su pequeña familia, sino también a lo que normalmente los padres hacen entre dos. Se presentó voluntaria para colaborar en las tareas de la escuela, pero también sacó tiempo para llevar a Joseph a los partidos de softball y de acampada con los scouts. Le enseñó a cocinar y a limpiar, a jugar al baloncesto y al béisbol. Aunque aquellos días hacía mucho que habían quedado atrás, seguía manteniéndose ocupada: durante los últimos doce años, su atención había pasado de su hijo a la ciudad en la que vivía. Participaba en todos los aspectos de la vida de la comunidad; escribía con regularidad tanto al congresista local como a los legisladores del Estado, y con frecuencia iba de puerta en puerta, recogiendo firmas para apoyar las peticiones que enviaba siempre que creía que no le hacían el caso suficiente; era miembro de la Sociedad de Historia de Edenton, que se dedicaba a recaudar fondos para rehabilitar las casas más antiguas de la ciudad; asistía a las reuniones del Consistorio, y siempre tenía una opinión sobre los temas que se trataban; los domingos daba clases en la iglesia; horneaba galletas, y todavía le quedaba tiempo para trabajar en la biblioteca treinta horas a la semana. Su programa de actividades no le dejaba demasiado tiempo libre, así que, una vez que tomaba una decisión, se atenía a ella, especialmente si estaba convencida de que le asistía la razón.
A pesar de que no conocía personalmente a ______, también era madre y conocía el miedo y la angustia que se sienten cuando algo les sucede a los hijos. Joseph había estado en peligro en muchas ocasiones; de hecho, parecía como si atrajera el riesgo hacia su persona, incluso de niño. Denise sabía que el chico extraviado debía de sentirse aterrorizado. En cuanto a la madre... Bueno, la madre seguramente estaría destrozada. «Dios sabe las veces que yo lo he estado.» Cogió su impermeable. Estaba absolutamente convencida de que ______ necesitaba todo el apoyo que pudieran ofrecerle.
La idea de tener que conducir bajo aquella tormenta no la intimidó: una madre y un hijo estaban en apuros.
Incluso aunque ______ Holton no quisiera verla o las heridas se lo impidieran, Denise sabía que no podría dormir si antes no le había hecho saber que alguna persona de la comunidad se interesaba por su situación.
Se quedó contemplando el techo del vehículo, todavía temblando y aturdida. Había querido quedarse, había suplicado que la dejaran quedarse; pero le dijeron que sería mejor para Kyle si ella partía con la ambulancia. Su presencia en las marismas, le explicaron, sólo serviría para complicar todavía más las cosas. A pesar de todo, ella había contestado que no le importaba, se había apeado de la ambulancia y salido al exterior. Sabía que Kyle la necesitaba. En un estado de aparente lucidez, pidió que le facilitaran un impermeable y una linterna; pero, tras unos cuantos pasos, el mundo empezó a darle vueltas, las piernas le fallaron y cayó al suelo. Dos minutos más tarde, la sirena de la ambulancia se había puesto en marcha, y ______ había partido en dirección al hospital.
Aparte de los temblores, no se había movido desde que la habían tumbado en la camilla. Tenía las extremidades extrañamente inmóviles; su respiración era rápida y leve, como la de un animalillo, y estaba muy pálida, enfermizamente pálida. La última caída le había reabierto el corte de la frente.
—Tenga fe, señorita Holton —la tranquilizó el enfermero, que acababa de tomarle la tensión y estaba seguro de que se hallaba en estado de shock—. Me refiero a que conozco a esos hombres. Otras veces se han perdido chicos por esos parajes, y siempre los han encontrado.
______ no respondió.
—Y usted también se pondrá bien. En unos pocos días volverá a hacer vida normal.
Durante unos instantes se hizo el silencio. ______ seguía con los ojos fijos en el techo. El enfermero le tomó el pulso.
—¿Hay alguien a quien quiera que avise cuando lleguemos al hospital? —preguntó.
—No —susurró ella—. No hay nadie.
Joseph y los demás llegaron al lugar donde aquél había encontrado la manta, y se desplegaron. Él y dos hombres más se dirigieron hacia el sur, adentrándose en el pantanal, mientras que el resto de los rastreadores exploraba a lo largo de la carretera. La tormenta no había amainado, así que la visibilidad, a pesar de las linternas, era de apenas unos metros. En cuestión de minutos, Joseph se encontró con que no podía ver ni oír a sus compañeros, y una sensación de desasosiego se apoderó de él. En esos momentos tenía ante sí la realidad de la situación, que había permanecido oculta bajo la urgencia y los nervios de los preparativos, cuando todo había parecido posible.
Había participado anteriormente en otras operaciones de rescate y, de repente, se dio cuenta de que para aquélla faltaban hombres. Una zona pantanosa, de noche, con aquella tormenta... Un niño que no podía responder a las llamadas... Para algo así no bastaría con cincuenta hombres, haría falta al menos un centenar. El procedimiento más eficaz para rastrear a alguien extraviado en un bosque es mantener contacto visual a derecha e izquierda con los otros buscadores y avanzar todos a la vez, sincronizadamente, como si se tratase de un desfile. De ese modo se podía peinar amplias extensiones con precisión y estar seguros de que no se pasaba nada por alto. Con diez hombres solamente, algo así era imposible. Al poco rato de haber empezado las tareas de rastreo, cada uno trabajaba solo, completamente separado del resto. Tuvieron que conformarse con deambular por donde les pareció más conveniente, alumbrando con sus linternas aquí y allá, pero en realidad hacia ninguna parte en concreto. Era como si buscaran una aguja en un pajar. Inesperadamente, el rescate de Kyle se había convertido en una cuestión que dependía más de la suerte que de la pericia.
Recordándose que no debía perder la esperanza, Joseph siguió adelante entre los árboles por el blando terreno. A pesar de que no tenía hijos, era padrino de uno de los de su mejor amigo, Mitch Johnson, y rastreaba como si los estuviera buscando a ellos. Mitch era también bombero voluntario, y Joseph deseó tenerlo a su lado en aquellos momentos. Había sido su habitual compañero de caza durante los últimos veinte años, conocía las marismas tan bien como él y su experiencia le habría servido de mucho. Sin embargo, Mitch estaba fuera de la ciudad por unos días. Joseph albergaba la esperanza de que no fuera un mal presagio.
A medida que aumentaba la distancia que lo separaba de la carretera, el pantanal se iba haciendo más impenetrable, más misterioso. Los árboles crecían más próximos unos a otros, y el suelo era una maraña de raíces medio podridas. La maleza se le enredaba entre las piernas, y tenía que usar las manos para apartar constantemente las ramas bajas y seguir avanzando. Entre tanto, no dejaba de iluminar con su linterna cada rincón, tras cada arbusto y cada tronco. No dejó de moverse y de buscar cualquier señal de Kyle. Pasaron los minutos.
Primero, diez.
Luego, veinte.
Después, treinta...
Caminaba con el agua por encima de los tobillos y con creciente dificultad. Miró la hora: las diez cincuenta y seis. Kyle ya llevaba desaparecido una hora y media, quizá más. El reloj, que había empezado contando a su favor, se estaba tornando adverso. «¿Cuánto rato puede Pasar hasta que lo inmovilice la hipotermia o...?», pensó, pero enseguida rechazó semejante idea. No quería darle vueltas a eso o a algo peor.
Los rayos y los truenos se sucedían sin interrupción y desde todas direcciones. Las gotas de lluvia caían con violencia, y tenía que enjugárselas constantemente de la cara para poder ver. A pesar de las advertencias de la madre del chico acerca de que éste no respondería, Joseph empezó a llamarlo por su nombre. Por alguna razón, le hacía sentir que estaba haciendo más de lo que hacía en realidad.
«¡Maldición!»
¿Cuánto tiempo hacía que no habían tenido una tormenta como aquélla? ¿Seis años? ¿Siete? ¿Por qué tenía que suceder precisamente aquella noche, justo cuando se acababa de perder un crío? Con semejante tiempo ni siquiera podían usar los perros de Jimmie Hicks, y eso que eran los mejores del condado. La tormenta hacía que resultara imposible seguir una pista. Estaba claro que deambular sin rumbo en la oscuridad no iba a ser suficiente.
¿Adónde iría un niño en aquellas circunstancias? Un niño al que le dan miedo las tormentas pero no los bosques de noche; un niño que ha visto a su madre tras el accidente; a su madre, herida e inconsciente.
«¡Piensa!»
Joseph conocía las marismas tan bien como cualquiera de los lugareños, o mejor. Había sido allí donde había abatido su primer ciervo, a los doce años, y todos los otoños se aventuraba para cazar patos. Tenía una destreza instintiva para seguir el rastro de los animales, y rara vez regresaba sin haber cobrado alguna pieza. Los habitantes de Edenton bromeaban a menudo diciéndole que su olfato era como el de un lobo. Era cierto que tenía un talento poco frecuente, hasta él lo admitía. También era cierto que sabía lo mismo que la mayoría de los cazadores acerca de huellas, deposiciones y el significado de ramas rotas y vegetación aplastada. No obstante, aquellos conocimientos no bastaban para explicar su éxito como cazador. Por eso, cuando le preguntaban cuál era su secreto, él se limitaba a responder que simplemente intentaba pensar como lo haría un ciervo. La gente se reía con aquello; pero Joseph siempre lo decía muy serio, y entonces todos se daban cuenta de que no intentaba ser gracioso.
«Pensar como un ciervo... ¿Qué demonios habrá querido decir?», exclamaban meneando la cabeza.
Puede que sólo Joseph lo supiera, pero eso era lo que estaba haciendo en aquellos momentos; lo mismo pero a otro nivel, porque lo que había en juego era mucho más importante.
Cerró los ojos y se concentró. ¿Adónde iría un niño de cuatro años? ¿En qué dirección?
Abrió los ojos bruscamente cuando escuchó el sonido de la primera bengala, que indicaba que había transcurrido ya una hora. Eran las once.
«¡Piensa!»
El servicio de urgencias del hospital de Elizabeth City estaba abarrotado. No sólo habían llevado allí a los heridos graves, sino que también habían acudido los que se habían sentido indispuestos o enfermos. Sin duda, muchos podrían haber esperado hasta la mañana siguiente; pero, igual que la luna llena, las tormentas tienen la facultad de despertar en las personas los instintos más irracionales. Cuanto más potente es el fenómeno, más se perturba la gente. En una noche como aquélla, una molestia en el pecho se convierte en un infarto inminente; la fiebre del día anterior pasa a ser algo insoportable, y un calambre en una pierna puede deberse a un trombo. Los médicos y las enfermeras lo sabían, y para ellos aquellas noches eran tan previsibles como la salida del sol: el tiempo mínimo de espera llegaba a las dos horas.
No obstante, como tenía una herida en la cabeza, ______ Holton fue atendida inmediatamente. Estaba consciente, aunque sólo a medias. Tenía los ojos cerrados y balbuceaba incoherencias, repitiendo un nombre una y otra vez. La llevaron primero a rayos X. A partir de ahí, los médicos decidirían si sería necesario un TAC.
El nombre que no cesaba de repetir era «Kyle».
Había transcurrido otra media hora, y Joseph Jonas se había adentrado en el pantano. Estaba rodeado de la más absoluta oscuridad, como un espeleólogo en una caverna. A pesar de la linterna, sintió que empezaba a asaltarle la claustrofobia. La vegetación se había hecho tan densa que le resultaba imposible caminar en línea recta. Si para un hombre como él era más fácil desplazarse en zigzag, no quería pensar lo que significaría para un niño como Kyle.
Ni el viento ni la lluvia habían amainado; sin embargo, los relámpagos eran menos frecuentes. El agua le llegaba casi a las rodillas, y todavía no había hallado el menor rastro. Acababa de comunicarse por radio con el resto del grupo, pero todos habían respondido lo mismo.
Nada. Ni una sola señal.
Hacía dos horas y media que Kyle había desaparecido.
«¡Piensa!»
¿Podía ser que hubiera llegado tan lejos? ¿Podía un niño de la estatura de Kyle vadear tanta profundidad?
No. Era imposible que Kyle se hubiera alejado tanto, y menos aún vestido con unos vaqueros y una camiseta.
«Y si lo hizo, lo más probable será que no lo encontremos con vida», se dijo.
Joseph sacó la brújula del bolsillo, la iluminó con la linterna para situarse y llegó a la conclusión de que lo mejor era regresar al punto de partida, donde habían encontrado la manta. Kyle había estado allí. Por lo menos eso lo sabían.
Pero ¿adónde había ido?
El viento arreció, y las copas de los árboles oscilaron sobre su cabeza mientras la lluvia le azotaba el rostro y los relámpagos se alejaban hacia el este: lo peor de la tormenta estaba pasando.
«Kyle es pequeño y tiene miedo a los relámpagos...», se dijo.
Joseph contempló el cielo, concentrándose, y sintió que algo tomaba forma en su mente, algo que empezaba a aflorar... ¿Una idea? Puede que no fuera algo tan concreto, pero sí una posibilidad...
«Rachas de viento... Lluvia intensa... Miedo a los relámpagos...»
Sin duda, todo aquello tenía que haber impresionado al muchacho, ¿o no? Cogió su transmisor y habló por el micrófono; pidió a todo el mundo que se dirigiera hacia la autopista lo antes posible. Se reuniría con ellos allí.
—Tiene que ser eso —dijo en voz alta, a nadie en particular.
Como la mayoría de las esposas de los bomberos voluntarios que llamaron al Parque aquella peligrosa noche, Denise Jonas no pudo evitar descolgar el teléfono. A pesar de que a su hijo Joseph lo reclamaban dos o tres veces al mes, como madre no podía dejar de preocuparse ni un solo minuto. Nunca le había complacido que él se dedicara a semejante tarea y no había dejado de decírselo hasta que finalmente comprendió que no estaba dispuesto a cambiar de opinión. Su hijo era igual que el padre: tozudo.
Sin embargo, aquella noche, Denise Jonas tuvo el presentimiento de que algo malo había sucedido. Aunque no le pareció que fuera nada de especial consideración y al principio intentó quitárselo de la cabeza, la sensación de incomodidad persistió y se fue haciendo más fuerte a medida que las horas pasaron. Al final, a regañadientes, había llamado esperando lo peor. Pero en lugar de ello, se enteró de otra cosa, de lo sucedido a un niño, «el bisnieto de J. B. Anderson», que se había perdido en los pantanos. También le explicaron que Joseph estaba trabajando en las tareas de rescate, y que la madre se encontraba camino del hospital de Elizabeth City.
Cuando colgó el teléfono se recostó en el sillón, aliviada por saber que su hijo se encontraba bien, pero preocupada por lo del chico. Al igual que el resto de la gente de Edenton, había conocido a los Anderson; pero era más que eso: la madre de ______ y ella habían sido amigas en la juventud, antes de que se marchara y se casara con Charles Holton. Todo aquello había sucedido hacía mucho —cuarenta años, al menos—, y no había vuelto a acordarse de su compañera de la infancia en todo aquel tiempo. Sin embargo, los recuerdos acudieron a su memoria como una sucesión de imágenes: las caminatas camino de la escuela; las horas perezosas pasadas a la orilla del río, donde charlaban de chicos y recortaban las fotos de las revistas de moda...También recordó la pena que la había embargado cuando se enteró de su muerte. No tenía idea de que la hija de su amiga hubiera regresado a Edenton.
En esos momentos, su hijo se había perdido.
«Menudo regreso al hogar.»
Denise no lo pensó dos veces. No era indecisa por naturaleza, al contrario, siempre había sido partidaria de tomar la iniciativa, y a los sesenta y tres años no parecía que fuera a cambiar. Tiempo atrás, después de la muerte de su marido, había encontrado trabajo en la biblioteca local y había criado a su hijo sin ayuda.
No sólo había hecho frente a las obligaciones económicas de su pequeña familia, sino también a lo que normalmente los padres hacen entre dos. Se presentó voluntaria para colaborar en las tareas de la escuela, pero también sacó tiempo para llevar a Joseph a los partidos de softball y de acampada con los scouts. Le enseñó a cocinar y a limpiar, a jugar al baloncesto y al béisbol. Aunque aquellos días hacía mucho que habían quedado atrás, seguía manteniéndose ocupada: durante los últimos doce años, su atención había pasado de su hijo a la ciudad en la que vivía. Participaba en todos los aspectos de la vida de la comunidad; escribía con regularidad tanto al congresista local como a los legisladores del Estado, y con frecuencia iba de puerta en puerta, recogiendo firmas para apoyar las peticiones que enviaba siempre que creía que no le hacían el caso suficiente; era miembro de la Sociedad de Historia de Edenton, que se dedicaba a recaudar fondos para rehabilitar las casas más antiguas de la ciudad; asistía a las reuniones del Consistorio, y siempre tenía una opinión sobre los temas que se trataban; los domingos daba clases en la iglesia; horneaba galletas, y todavía le quedaba tiempo para trabajar en la biblioteca treinta horas a la semana. Su programa de actividades no le dejaba demasiado tiempo libre, así que, una vez que tomaba una decisión, se atenía a ella, especialmente si estaba convencida de que le asistía la razón.
A pesar de que no conocía personalmente a ______, también era madre y conocía el miedo y la angustia que se sienten cuando algo les sucede a los hijos. Joseph había estado en peligro en muchas ocasiones; de hecho, parecía como si atrajera el riesgo hacia su persona, incluso de niño. Denise sabía que el chico extraviado debía de sentirse aterrorizado. En cuanto a la madre... Bueno, la madre seguramente estaría destrozada. «Dios sabe las veces que yo lo he estado.» Cogió su impermeable. Estaba absolutamente convencida de que ______ necesitaba todo el apoyo que pudieran ofrecerle.
La idea de tener que conducir bajo aquella tormenta no la intimidó: una madre y un hijo estaban en apuros.
Incluso aunque ______ Holton no quisiera verla o las heridas se lo impidieran, Denise sabía que no podría dormir si antes no le había hecho saber que alguna persona de la comunidad se interesaba por su situación.
Natuuu♥!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
omj van a encontrarlo
vamos joe yo te apoyo
dame una
j jota
dame una
o o
dame una
e e
que dice???
joe vamos joe
jajajajajaj
vamos joe yo te apoyo
dame una
j jota
dame una
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dame una
e e
que dice???
joe vamos joe
jajajajajaj
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
si estoy con andreita sii animarloo..!!
kaskaskaskaskas .... :lol!: ....
siguelaa xfis... :z: ... :(L): ...
kaskaskaskaskas .... :lol!: ....
siguelaa xfis... :z: ... :(L): ...
Invitado
Invitado
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 06
A medianoche, una nueva bengala iluminó el cielo con la puntualidad de un reloj.
Hacía ya tres horas que Kyle había desaparecido.
Entre tanto, Joseph se estaba acercando a la carretera y se sorprendió ante la cantidad de luz que la iluminaba, comparada con la oscuridad de la que acababa de salir. También oyó voces por primera vez desde que se había separado de sus compañeros, cantidad de voces de hombres que se llamaban unos a otros.
Aceleró el paso y se alejó de los árboles. Entonces vio que más de una docena de vehículos se había sumado a los que ya estaban aparcados, y que también había más gente. No sólo habían regresado las patrullas de rastreadores, sino que estaban rodeados por aquellos que se habían enterado de la noticia en la ciudad y se habían presentado voluntarios para colaborar. Joseph los reconoció a casi todos: Craig Sanborn, Rhett Little, Skip Hudson, Mike Cook, Bart Arthur, Mark Shelton y unos cuantos más. Gente que había desafiado la tormenta, gente que al día siguiente tendría que ir a trabajar, gente a la que ______ seguramente no conocía.
«Buena gente», pensó.
Sin embargo, los ánimos eran sombríos. Los que habían vuelto estaban empapados, cubiertos de barro y arañazos, exhaustos y desanimados. Al igual que Joseph, habían comprobado lo oscuras e impenetrables que resultaban las marismas. Cuando éste se acercó, guardaron silencio, y también los recién llegados.
El sargento Huddle se dio la vuelta, con el rostro iluminado por los faros. Tenía un profundo arañazo en una mejilla parcialmente cubierto por una salpicadura de lodo.
—¿Y bien? ¿Qué hay de nuevo? ¿Has encontrado algo?
Joseph negó con la cabeza.
—No, pero tengo una idea de por dónde puede haber ido.
—¿Cómo lo sabes?
—No estoy seguro. Es sólo una suposición, pero yo diría que ha estado moviéndose hacia el sudeste.
Igual que los demás, Huddle estaba al corriente de la reputación de Joseph como rastreador. Se conocían desde la infancia.
—¿Por qué?
—Bueno, para empezar, allí es donde encontramos la manta. Si Kyle siguió en esa dirección, mantuvo el viento a su espalda. No imagino que a un niño pequeño se le ocurriera caminar contra el viento. La lluvia le molestaría demasiado. Además, creo que debió de intentar mantenerse de espaldas a los relámpagos. Su madre nos ha dicho que les tiene miedo.
El sargento lo miró, escéptico.
—Eso no es mucho.
—No. No lo es —reconoció Joseph—. Pero creo que es nuestra mejor opción.
—¿Opinas que no deberíamos seguir buscando como hasta ahora, en todas direcciones?
Joseph hizo un gesto negativo.
—Es mejor que no. Nos dispersaríamos demasiado y no nos conviene. Ya has visto a lo que nos enfrentamos.
Se pasó el dorso de la mano por la mejilla mientras buscaba las palabras adecuadas. Le habría gustado que Mitch estuviera a su lado en aquel momento: él sabía defender un argumento.
—Mira —añadió finalmente—, ya sé que no estoy haciendo más que conjeturas; pero apuesto lo que quieras a que estoy en lo cierto. ¿Cuántos somos ahora? ¿Más de veinte? Podríamos desplegarnos en esa dirección y peinar el terreno como Dios manda.
Huddle le lanzó una mirada dubitativa.
—Pero ¿y si no ha ido por dónde dices? ¿Qué pasa si te equivocas? Por lo que sabemos, podría estar moviéndose en círculos. Está muy oscuro... Puede que se haya refugiado en cualquier sitio. Sólo porque le den miedo los relámpagos no significa que tenga que haberse alejado de ellos. Sólo tiene cuatro años. Además, en estos momentos tenemos gente suficiente para buscar en distintas direcciones.
Joseph no contestó y se limitó a meditar las palabras del policía. Tenían sentido, estaban cargadas de razón; pero él había aprendido a fiarse de su instinto. Todo su rostro reflejaba una férrea determinación.
Huddle lo observó, ceñudo, con las manos hundidas en los bolsillos del empapado impermeable.
—Fíate de mí, Cari —insistió Joseph.
—No es tan fácil. La vida de un niño está en juego.
—Lo sé.
El sargento lanzó un suspiro y se dio la vuelta. Le correspondía la última palabra. Él era el oficial que coordinaba todo el rescate. Era su deber. Sería su informe. Al final, él sería el único responsable.
—Está bien —dijo por fin—. Lo haremos a tu manera. Sólo rezo a Dios para que tengas razón.
Las doce y media.
Nada más llegar al hospital, Denise Jonas se dirigió al mostrador de información. Sabía cómo funcionaba el protocolo en una clínica, así que preguntó por ______ Holton diciendo que se trataba de su nieta. La recepcionista no le hizo preguntas —la sala de espera estaba a rebosar—, y se limitó a hojear rápidamente las fichas de admisión. ______ Holton, le dijo, había sido trasladada a una de las habitaciones de la primera planta; pero no eran horas de visita. Si podía regresar por la mañana...
—¿Puede decirme al menos cómo está? —interrumpió Denise.
—Aquí dice que la han llevado a rayos X —contestó la mujer encogiéndose de hombros—. Es todo lo que sé. Estoy segura de que le podremos informar mejor cuando todo se haya tranquilizado un poco.
—¿A partir de qué hora se admiten visitas?
—A partir de las ocho —contestó, buscando otra ficha.
—Ya veo —contestó Denise, aparentando abatimiento.
Miró por encima del hombro de la recepcionista y se dio cuenta de que más allá las cosas parecían aún más caóticas que en la sala de espera. Las enfermeras iban de un lado a otro con prisas y agobiadas.
—¿Debo presentarme a usted cuando venga a ver a mi nieta? Por la mañana, me refiero.
—No. Puede usted ir directamente a la entrada principal que hay a la vuelta de la esquina. Simplemente diríjase a la habitación 217 y preséntese a las enfermeras de planta.
—Gracias.
Denise se apartó del mostrador, y la persona que la seguía en la cola se adelantó. Era un hombre de mediana edad que olía intensamente a alcohol y llevaba el brazo colgado de un cabestrillo improvisado.
—¿Por qué tardan tanto? El brazo me está matando.
La recepcionista suspiró.
—Lo siento, pero ya ve usted que esta noche estamos muy atareados. El médico lo atenderá tan pronto como...
Denise se aseguró de que la mujer seguía ocupada con el hombre y salió de la sala de espera por una puerta que conducía al ala principal de la clínica. Sabía, por otras veces que había estado allí, que los ascensores estaban al final del pasillo.
En cuestión de segundos pasaba ante el vacío despacho de las enfermeras de planta, camino de la habitación 217.
En el mismo instante en que Denise se dirigía hacia el cuarto de ______, los hombres de la carretera reanudaban la búsqueda. Eran veinticuatro en total. Se separaron lo justo para que cada uno pudiera seguir viendo las linternas de los que caminaban a cada lado, y así abarcaron un frente de unos cuatrocientos metros. Poco a poco, empezaron a avanzar en dirección sudeste mientras alumbraban cada rincón, indiferentes a la tempestad. Las luces de los vehículos aparcados no tardaron en quedar ocultas por la vegetación. Para los voluntarios que acababan de llegar, la repentina oscuridad fue toda una impresión, y se preguntaron cuánto tiempo podría sobrevivir un niño pequeño en aquellas circunstancias. En cambio, lo que el resto empezaba a preguntarse era si realmente serían capaces de hallar el cuerpo.
______ estaba todavía despierta. Conciliar el sueño le resultaba completamente imposible. Tenía los ojos fijos en el reloj que colgaba de la pared, al lado de la cama, y contemplaba cómo los minutos pasaban con terrorífica regularidad.
Kyle llevaba perdido cuatro horas ya.
¡Cuatro horas!
Habría querido hacer algo, cualquier cosa menos permanecer allí, sin poder ayudar a su hijo o a los hombres que lo buscaban. Habría querido estar en el pantano, tras sus huellas. El hecho de que no pudiera le resultaba más doloroso incluso que sus heridas. Necesitaba saber qué estaba pasando, necesitaba ocuparse de lo que fuera; pero allí, en aquella cama de hospital, no había nada que pudiera hacer.
El cuerpo la había traicionado. Durante la hora anterior, la sensación de mareo había remitido levemente; pero si todavía era incapaz de mantener el equilibrio lo suficiente para caminar por el pasillo, aún menos habría podido participar en las tareas de rescate. La luz intensa le hería los ojos y, cuando un médico se acercó y le hizo unas cuantas preguntas sencillas, ella vio una imagen triple. En aquel momento, sola en su habitación, se odió a sí misma por su debilidad. ¿Qué clase de madre era? ¡Apenas podía ocuparse de su hijo!
A medianoche, cuando hacía ya tres horas que faltaba Kyle y se había dado cuenta de que no podría abandonar el hospital, se había derrumbado por completo y había empezado a gritar su nombre al salir de la sala de rayos X. De algún modo, había sido un alivio poder hacerlo a voz en cuello. En su mente sabía que su hijo podría oírla y lo había animado a que la escuchase: «Vuelve, Kyle. Vuelve con mamá. Puedes oírme, ¿verdad?» Poco le habían importado las palabras de las enfermeras, que la conminaron a que guardara silencio y se tranquilizara. Había forcejeado para que la soltaran. «Cálmese. Todo irá bien», le dijeron; pero ella no pudo parar y siguió gritando y debatiéndose hasta que finalmente la dejaron en la habitación. Luego, los gritos se tornaron sollozos. Una enfermera le hizo compañía hasta que se tranquilizó, pero tuvo que marcharse para atender una urgencia en otro cuarto. Desde aquel momento había estado sola.
Contempló el minutero del reloj.
Clic.
Nadie estaba al corriente de cómo evolucionaban las cosas. Antes de que la enfermera tuviera que dejarla, ______ le había rogado que llamara a la policía y averiguase qué pasaba con los trabajos de rescate. Se lo había suplicado, pero la mujer rehusó hacerlo. En cambio, le dijo que le informaría tan pronto como tuviera alguna noticia y añadió que, hasta que eso sucediera, lo mejor que podía hacer era tranquilizarse y relajarse.
¡Relajarse! ¿Acaso estaban todos locos?
Su hijo se hallaba todavía allí fuera, y ella estaba convencida de que seguía con vida. Si hubiera muerto, lo sabría. Lo sentiría en las entrañas, sería una sensación tan clara como un puñetazo en el estómago. Quizá era cierto que estaban unidos por un vínculo especial; quizá se trataba del mismo vínculo que ata a todas las madres del mundo con sus hijos o quizá se debía a que, puesto que Kyle era incapaz de hablar, ella debía guiarse por el instinto siempre que trataba con él. En cualquier caso, la única verdad era que estaba segura de que, en el fondo, su corazón sabría si llegaba el instante fatal. Por el momento, su corazón se mantenía silencioso.
Kyle seguía con vida.
Tenía que seguir con vida.
«Por favor, Dios mío, que así sea.»
Clic.
Denise Jonas no llamó a la puerta. La entreabrió y comprobó que la luz del techo estaba apagada. Una pequeña lámpara brillaba débilmente en un rincón. Entró sin hacer ruido. Le resultaba imposible saber si ______ dormía o no, pero no tenía intención de despertarla. Cuando Denise cerraba la puerta, ______ volvió la cabeza medio aturdida y la miró.
Incluso en aquella penumbra, cuando Denise la vio en la cama, se quedó de una pieza. Por una vez en la vida no supo qué decir.
Conocía a ______ Holton.
A pesar de las vendas que le cubrían la cabeza, a pesar de los moretones y los arañazos, a pesar de todo, la reconoció inmediatamente como la joven que solía frecuentar la sala de ordenadores de la biblioteca, la joven que acudía con aquel niño al que le gustaban tanto los libros de aviones.
«¡Oh, no... Ese pobre chico...»
Sin embargo, ______ observó a la recién llegada sin establecer una relación. Sus pensamientos estaban todavía confusos. ¿Una enfermera? No: no iba vestida como ellas. ¿La policía? No: era demasiado mayor. Sin embargo, aquel rostro le resultaba vagamente familiar.
—¿La conozco? —preguntó con voz ronca.
Denise se acercó a la cama mientras se recobraba de la sorpresa y habló con suavidad:
—Más o menos. La he visto con frecuencia en la biblioteca. Trabajo allí.
______ tenía los ojos entreabiertos.
«¿La biblioteca?»
La habitación empezó a darle vueltas.
—¿Qué está haciendo aquí?
Las palabras le salieron confusas, los sonidos se le mezclaban al hablar.
Denise no pudo por menos que preguntarse efectivamente qué estaba haciendo en aquel lugar. Aferró el bolso nerviosamente.
—Me he enterado de lo de su hijo..., que se ha perdido... Mi hijo es uno de los que están buscándolo ahora mismo.
Los ojos de ______ se iluminaron con una chispa que era una combinación de miedo y esperanza, y pareció despertar. Contestó con otra pregunta, pero esta vez sus palabras fueron más claras.
—¿Tiene alguna noticia?
La pregunta cogió a Denise por sorpresa, pero no tardó en darse cuenta de que debería habérsela esperado. ¿Qué otro motivo podía tener para haber ido al hospital?
Hizo un gesto negativo.
—No. Nada. Lo siento.
______ hizo una leve mueca y no dijo más. Parecía que estuviera meditando una respuesta.
—Me gustaría estar a solas —musitó al poco rato. Denise dudó.
«¿Por qué se me habrá ocurrido venir?», se dijo. No obstante, respondió lo que creyó que le habría gustado escuchar si hubiera estado en el lugar de ______, lo único que se le ocurrió.
—Lo encontrarán, no se preocupe.
Al principio, pensó que ______ no la había oído; pero entonces vio que los labios le temblaban y se le humedecían los ojos. A pesar de todo, la joven permaneció callada, como si contuviera sus emociones, como si no quisiera que nadie la viera en aquel estado. Aunque no sabía cómo reaccionaría ella, Denise se dejó llevar por su instinto maternal. Se acercó, se detuvo brevemente frente a la cama y a continuación se sentó. ______ no pareció darse cuenta, y Denise la contempló en silencio.
«¿Cómo se me habrá ocurrido venir? —se dijo—. ¿Acaso pensaba que podría ayudar? ¿Qué puedo hacer...? Quizá habría sido mejor que me quedara en casa... No me necesita a su lado. Si me repite que me vaya, me marcharé.»
Una voz que apenas era audible interrumpió sus pensamientos.
—Pero ¿y si no lo encuentran?
Denise le acarició la mano.
—Lo harán.
______ dejó escapar un largo suspiro, como si intentara sacar fuerzas de flaqueza. Despacio, volvió el rostro con los ojos enrojecidos hacia la mujer.
—Ni siquiera sé si todavía siguen buscándolo.
A aquella distancia, a Denise la sorprendió el gran parecido que había entre ______ y su madre. De hecho, era como si fuera su propia madre de joven, como si hubieran sido hermanas. Se preguntó cómo había sido posible que no reparara en ello las veces que la había visto en la biblioteca. Pero las palabras de ______ disiparon aquellos pensamientos. Denise no estaba segura de haberla entendido correctamente y frunció el entrecejo.
—¿A qué se refiere? ¿Me está diciendo que nadie le ha explicado lo que está ocurriendo ahí fuera?
A pesar de que ______ la miraba, parecía estar muy lejos, perdida en una confusa neblina.
—No he sabido nada desde que me subieron a la ambulancia.
—¿Nada? —exclamó Denise, escandalizada por semejante falta de delicadeza.
______ hizo un gesto negativo.
Sin dudarlo, Denise se levantó en busca de un teléfono. Por primera vez desde hacía rato se sentía confiada: ya tenía una tarea concreta que hacer. Seguramente ésa había sido la razón que la había impulsado a ir al hospital.
«Mira que no tener al corriente a la madre. ¡Es inaceptable! No, es peor: ¡cruel!, por mucho que haya sido un descuido.»
Denise tomó asiento junto a una mesilla cercana, donde estaba el aparato, levantó el auricular y marcó rápidamente el número de la comisaría. ______ abrió unos ojos como platos cuando se dio cuenta de lo que Denise estaba haciendo.
—Soy Denise Jonas. Estoy junto a ______ Holton, en el hospital, y llamo para saber cómo anda la búsqueda de... Sí, sí, ya sé que debe de estar muy ocupado, pero quiero hablar con Mike Harris... Dígale que se ponga, que Denise lo llama. Es importante.
Tapó con la mano el micrófono y se volvió hacia ______.
—Hace años que conozco a Mike. Es el capitán. Puede que sepa algo.
Oyó un chasquido en la línea y cómo alguien descolgaba un teléfono.
—Hola, Mike... No... Yo me encuentro bien. No te llamo por eso. Estoy con ______ Holton, la madre del niño que se ha extraviado en las marismas. La han llevado al hospital y parece que nadie se ha tomado la molestia de informarla de cómo van los trabajos de rescate... Sí, ya sé que están metidos en un follón tremendo... sí... Pero ella necesita saber lo que... Sí. Ya veo... Bien, gracias.
Colgó y, mientras marcaba otro número, le dijo a ______:
—Mike no sabía nada porque los hombres que participan en la búsqueda no son los suyos. Parece ser que el accidente ocurrió fuera de su jurisdicción. Voy a intentar con los bomberos.
Nuevamente tuvo que pasar por los consabidos preliminares antes de poder hablar con el responsable. A continuación, su voz adquirió el tono de una reprimenda.
—Ya veo... Bien, ¿no puedes llamar por radio al lugar del suceso? Está conmigo una madre que tiene todo el derecho del mundo a saber lo que sucede. Me cuesta creer que hayan sido incapaces de tenerla informada... ¿Cómo te sentirías tú si fueran tus hijos, Tommy y Linda, los que se hubieran perdido?... No me importa lo liada que tengas la noche. No hay excusa que valga. Es increíble que hayas descuidado algo tan elemental... No. No pienso volver a llamar. Prefiero esperar mientras coges la radio y... Nick, ella necesita saber algo ¡ya! Hace horas que no le han dicho ni una palabra... Sí. Está bien...
Denise miró a ______.
—Estoy a la espera. Están conectando por radio. Sabremos algo enseguida. ¿Cómo lo lleva?
Ella sonrió por primera vez desde el accidente.
—Gracias —dijo con voz débil.
Transcurrió un minuto. Luego otro, antes de que Denise volviera a hablar.
—Sí. Aquí estoy...
La mujer escuchó el informe en silencio. A pesar de todo, ______ sintió que la invadía una cierta esperanza. «Ojalá. Por favor», pensó mientras contemplaba a Denise e intentaba descifrar el significado de su expresión. El silencio se prolongó, y los labios de la mujer se estrecharon. Al final habló por el micrófono.
—Ya entiendo... Gracias, Nick. Llama al hospital cuando sepas algo más, lo que sea... Sí. El hospital de Elizabeth City. De lo contrario, volveremos a llamarte nosotras.
De repente, ______ sintió que se le hacía un nudo en el estómago y que no podía tragar. La acometió una náusea.
Seguían sin encontrar a Kyle.
Denise colgó y regresó al lado de la cama.
—Todavía no han dado con él, pero siguen buscando. Según parece, unos cuantos del lugar han ido a ayudar, así que ahora tienen más hombres que antes. Además, el tiempo está mejorando. Creen que Kyle ha ido hacia el sudeste. Están buscando en esa dirección desde hace una hora.
______ apenas la escuchó.
Empezó a notarse alrededor de la una y media de la madrugada.
La temperatura, que se había mantenido en torno a los dieciocho grados, había descendido de pronto hasta los diez. Una fría brisa proveniente del norte era la responsable. Los buscadores, que llevaban rastreando como un grupo compacto desde hacía una hora, se dieron cuenta de que para encontrar al chico con vida tendrían que dar con él en las horas siguientes.
Habían alcanzado una zona del pantano donde la vegetación no era tan densa, los árboles crecían a intervalos más separados, y la maleza no parecía tan enmarañada. Allí podrían ir más deprisa. Joseph pudo contar hasta tres linternas a cada lado. Avanzaban sin descuidar el más pequeño rincón.
Él había cazado en aquella parte de las marismas con anterioridad. El terreno era ligeramente más elevado, estaba algo más seco y abundaban los ciervos. Más adelante, al cabo de un poco más de medio kilómetro, la zona volvía a descender y a quedar inundada. Entonces se acercarían a un lugar conocido como Duck Shot. Durante la temporada de caza, la gente se escondía a docenas en los puestos de ojeo que abundaban por todas partes. El agua era poco profunda durante todo el año, y la caza siempre buena.
También era lo más lejos que Kyle podía haber llegado. Eso, suponiendo que estuvieran rastreando en la dirección adecuada.
Hacía ya tres horas que Kyle había desaparecido.
Entre tanto, Joseph se estaba acercando a la carretera y se sorprendió ante la cantidad de luz que la iluminaba, comparada con la oscuridad de la que acababa de salir. También oyó voces por primera vez desde que se había separado de sus compañeros, cantidad de voces de hombres que se llamaban unos a otros.
Aceleró el paso y se alejó de los árboles. Entonces vio que más de una docena de vehículos se había sumado a los que ya estaban aparcados, y que también había más gente. No sólo habían regresado las patrullas de rastreadores, sino que estaban rodeados por aquellos que se habían enterado de la noticia en la ciudad y se habían presentado voluntarios para colaborar. Joseph los reconoció a casi todos: Craig Sanborn, Rhett Little, Skip Hudson, Mike Cook, Bart Arthur, Mark Shelton y unos cuantos más. Gente que había desafiado la tormenta, gente que al día siguiente tendría que ir a trabajar, gente a la que ______ seguramente no conocía.
«Buena gente», pensó.
Sin embargo, los ánimos eran sombríos. Los que habían vuelto estaban empapados, cubiertos de barro y arañazos, exhaustos y desanimados. Al igual que Joseph, habían comprobado lo oscuras e impenetrables que resultaban las marismas. Cuando éste se acercó, guardaron silencio, y también los recién llegados.
El sargento Huddle se dio la vuelta, con el rostro iluminado por los faros. Tenía un profundo arañazo en una mejilla parcialmente cubierto por una salpicadura de lodo.
—¿Y bien? ¿Qué hay de nuevo? ¿Has encontrado algo?
Joseph negó con la cabeza.
—No, pero tengo una idea de por dónde puede haber ido.
—¿Cómo lo sabes?
—No estoy seguro. Es sólo una suposición, pero yo diría que ha estado moviéndose hacia el sudeste.
Igual que los demás, Huddle estaba al corriente de la reputación de Joseph como rastreador. Se conocían desde la infancia.
—¿Por qué?
—Bueno, para empezar, allí es donde encontramos la manta. Si Kyle siguió en esa dirección, mantuvo el viento a su espalda. No imagino que a un niño pequeño se le ocurriera caminar contra el viento. La lluvia le molestaría demasiado. Además, creo que debió de intentar mantenerse de espaldas a los relámpagos. Su madre nos ha dicho que les tiene miedo.
El sargento lo miró, escéptico.
—Eso no es mucho.
—No. No lo es —reconoció Joseph—. Pero creo que es nuestra mejor opción.
—¿Opinas que no deberíamos seguir buscando como hasta ahora, en todas direcciones?
Joseph hizo un gesto negativo.
—Es mejor que no. Nos dispersaríamos demasiado y no nos conviene. Ya has visto a lo que nos enfrentamos.
Se pasó el dorso de la mano por la mejilla mientras buscaba las palabras adecuadas. Le habría gustado que Mitch estuviera a su lado en aquel momento: él sabía defender un argumento.
—Mira —añadió finalmente—, ya sé que no estoy haciendo más que conjeturas; pero apuesto lo que quieras a que estoy en lo cierto. ¿Cuántos somos ahora? ¿Más de veinte? Podríamos desplegarnos en esa dirección y peinar el terreno como Dios manda.
Huddle le lanzó una mirada dubitativa.
—Pero ¿y si no ha ido por dónde dices? ¿Qué pasa si te equivocas? Por lo que sabemos, podría estar moviéndose en círculos. Está muy oscuro... Puede que se haya refugiado en cualquier sitio. Sólo porque le den miedo los relámpagos no significa que tenga que haberse alejado de ellos. Sólo tiene cuatro años. Además, en estos momentos tenemos gente suficiente para buscar en distintas direcciones.
Joseph no contestó y se limitó a meditar las palabras del policía. Tenían sentido, estaban cargadas de razón; pero él había aprendido a fiarse de su instinto. Todo su rostro reflejaba una férrea determinación.
Huddle lo observó, ceñudo, con las manos hundidas en los bolsillos del empapado impermeable.
—Fíate de mí, Cari —insistió Joseph.
—No es tan fácil. La vida de un niño está en juego.
—Lo sé.
El sargento lanzó un suspiro y se dio la vuelta. Le correspondía la última palabra. Él era el oficial que coordinaba todo el rescate. Era su deber. Sería su informe. Al final, él sería el único responsable.
—Está bien —dijo por fin—. Lo haremos a tu manera. Sólo rezo a Dios para que tengas razón.
Las doce y media.
Nada más llegar al hospital, Denise Jonas se dirigió al mostrador de información. Sabía cómo funcionaba el protocolo en una clínica, así que preguntó por ______ Holton diciendo que se trataba de su nieta. La recepcionista no le hizo preguntas —la sala de espera estaba a rebosar—, y se limitó a hojear rápidamente las fichas de admisión. ______ Holton, le dijo, había sido trasladada a una de las habitaciones de la primera planta; pero no eran horas de visita. Si podía regresar por la mañana...
—¿Puede decirme al menos cómo está? —interrumpió Denise.
—Aquí dice que la han llevado a rayos X —contestó la mujer encogiéndose de hombros—. Es todo lo que sé. Estoy segura de que le podremos informar mejor cuando todo se haya tranquilizado un poco.
—¿A partir de qué hora se admiten visitas?
—A partir de las ocho —contestó, buscando otra ficha.
—Ya veo —contestó Denise, aparentando abatimiento.
Miró por encima del hombro de la recepcionista y se dio cuenta de que más allá las cosas parecían aún más caóticas que en la sala de espera. Las enfermeras iban de un lado a otro con prisas y agobiadas.
—¿Debo presentarme a usted cuando venga a ver a mi nieta? Por la mañana, me refiero.
—No. Puede usted ir directamente a la entrada principal que hay a la vuelta de la esquina. Simplemente diríjase a la habitación 217 y preséntese a las enfermeras de planta.
—Gracias.
Denise se apartó del mostrador, y la persona que la seguía en la cola se adelantó. Era un hombre de mediana edad que olía intensamente a alcohol y llevaba el brazo colgado de un cabestrillo improvisado.
—¿Por qué tardan tanto? El brazo me está matando.
La recepcionista suspiró.
—Lo siento, pero ya ve usted que esta noche estamos muy atareados. El médico lo atenderá tan pronto como...
Denise se aseguró de que la mujer seguía ocupada con el hombre y salió de la sala de espera por una puerta que conducía al ala principal de la clínica. Sabía, por otras veces que había estado allí, que los ascensores estaban al final del pasillo.
En cuestión de segundos pasaba ante el vacío despacho de las enfermeras de planta, camino de la habitación 217.
En el mismo instante en que Denise se dirigía hacia el cuarto de ______, los hombres de la carretera reanudaban la búsqueda. Eran veinticuatro en total. Se separaron lo justo para que cada uno pudiera seguir viendo las linternas de los que caminaban a cada lado, y así abarcaron un frente de unos cuatrocientos metros. Poco a poco, empezaron a avanzar en dirección sudeste mientras alumbraban cada rincón, indiferentes a la tempestad. Las luces de los vehículos aparcados no tardaron en quedar ocultas por la vegetación. Para los voluntarios que acababan de llegar, la repentina oscuridad fue toda una impresión, y se preguntaron cuánto tiempo podría sobrevivir un niño pequeño en aquellas circunstancias. En cambio, lo que el resto empezaba a preguntarse era si realmente serían capaces de hallar el cuerpo.
______ estaba todavía despierta. Conciliar el sueño le resultaba completamente imposible. Tenía los ojos fijos en el reloj que colgaba de la pared, al lado de la cama, y contemplaba cómo los minutos pasaban con terrorífica regularidad.
Kyle llevaba perdido cuatro horas ya.
¡Cuatro horas!
Habría querido hacer algo, cualquier cosa menos permanecer allí, sin poder ayudar a su hijo o a los hombres que lo buscaban. Habría querido estar en el pantano, tras sus huellas. El hecho de que no pudiera le resultaba más doloroso incluso que sus heridas. Necesitaba saber qué estaba pasando, necesitaba ocuparse de lo que fuera; pero allí, en aquella cama de hospital, no había nada que pudiera hacer.
El cuerpo la había traicionado. Durante la hora anterior, la sensación de mareo había remitido levemente; pero si todavía era incapaz de mantener el equilibrio lo suficiente para caminar por el pasillo, aún menos habría podido participar en las tareas de rescate. La luz intensa le hería los ojos y, cuando un médico se acercó y le hizo unas cuantas preguntas sencillas, ella vio una imagen triple. En aquel momento, sola en su habitación, se odió a sí misma por su debilidad. ¿Qué clase de madre era? ¡Apenas podía ocuparse de su hijo!
A medianoche, cuando hacía ya tres horas que faltaba Kyle y se había dado cuenta de que no podría abandonar el hospital, se había derrumbado por completo y había empezado a gritar su nombre al salir de la sala de rayos X. De algún modo, había sido un alivio poder hacerlo a voz en cuello. En su mente sabía que su hijo podría oírla y lo había animado a que la escuchase: «Vuelve, Kyle. Vuelve con mamá. Puedes oírme, ¿verdad?» Poco le habían importado las palabras de las enfermeras, que la conminaron a que guardara silencio y se tranquilizara. Había forcejeado para que la soltaran. «Cálmese. Todo irá bien», le dijeron; pero ella no pudo parar y siguió gritando y debatiéndose hasta que finalmente la dejaron en la habitación. Luego, los gritos se tornaron sollozos. Una enfermera le hizo compañía hasta que se tranquilizó, pero tuvo que marcharse para atender una urgencia en otro cuarto. Desde aquel momento había estado sola.
Contempló el minutero del reloj.
Clic.
Nadie estaba al corriente de cómo evolucionaban las cosas. Antes de que la enfermera tuviera que dejarla, ______ le había rogado que llamara a la policía y averiguase qué pasaba con los trabajos de rescate. Se lo había suplicado, pero la mujer rehusó hacerlo. En cambio, le dijo que le informaría tan pronto como tuviera alguna noticia y añadió que, hasta que eso sucediera, lo mejor que podía hacer era tranquilizarse y relajarse.
¡Relajarse! ¿Acaso estaban todos locos?
Su hijo se hallaba todavía allí fuera, y ella estaba convencida de que seguía con vida. Si hubiera muerto, lo sabría. Lo sentiría en las entrañas, sería una sensación tan clara como un puñetazo en el estómago. Quizá era cierto que estaban unidos por un vínculo especial; quizá se trataba del mismo vínculo que ata a todas las madres del mundo con sus hijos o quizá se debía a que, puesto que Kyle era incapaz de hablar, ella debía guiarse por el instinto siempre que trataba con él. En cualquier caso, la única verdad era que estaba segura de que, en el fondo, su corazón sabría si llegaba el instante fatal. Por el momento, su corazón se mantenía silencioso.
Kyle seguía con vida.
Tenía que seguir con vida.
«Por favor, Dios mío, que así sea.»
Clic.
Denise Jonas no llamó a la puerta. La entreabrió y comprobó que la luz del techo estaba apagada. Una pequeña lámpara brillaba débilmente en un rincón. Entró sin hacer ruido. Le resultaba imposible saber si ______ dormía o no, pero no tenía intención de despertarla. Cuando Denise cerraba la puerta, ______ volvió la cabeza medio aturdida y la miró.
Incluso en aquella penumbra, cuando Denise la vio en la cama, se quedó de una pieza. Por una vez en la vida no supo qué decir.
Conocía a ______ Holton.
A pesar de las vendas que le cubrían la cabeza, a pesar de los moretones y los arañazos, a pesar de todo, la reconoció inmediatamente como la joven que solía frecuentar la sala de ordenadores de la biblioteca, la joven que acudía con aquel niño al que le gustaban tanto los libros de aviones.
«¡Oh, no... Ese pobre chico...»
Sin embargo, ______ observó a la recién llegada sin establecer una relación. Sus pensamientos estaban todavía confusos. ¿Una enfermera? No: no iba vestida como ellas. ¿La policía? No: era demasiado mayor. Sin embargo, aquel rostro le resultaba vagamente familiar.
—¿La conozco? —preguntó con voz ronca.
Denise se acercó a la cama mientras se recobraba de la sorpresa y habló con suavidad:
—Más o menos. La he visto con frecuencia en la biblioteca. Trabajo allí.
______ tenía los ojos entreabiertos.
«¿La biblioteca?»
La habitación empezó a darle vueltas.
—¿Qué está haciendo aquí?
Las palabras le salieron confusas, los sonidos se le mezclaban al hablar.
Denise no pudo por menos que preguntarse efectivamente qué estaba haciendo en aquel lugar. Aferró el bolso nerviosamente.
—Me he enterado de lo de su hijo..., que se ha perdido... Mi hijo es uno de los que están buscándolo ahora mismo.
Los ojos de ______ se iluminaron con una chispa que era una combinación de miedo y esperanza, y pareció despertar. Contestó con otra pregunta, pero esta vez sus palabras fueron más claras.
—¿Tiene alguna noticia?
La pregunta cogió a Denise por sorpresa, pero no tardó en darse cuenta de que debería habérsela esperado. ¿Qué otro motivo podía tener para haber ido al hospital?
Hizo un gesto negativo.
—No. Nada. Lo siento.
______ hizo una leve mueca y no dijo más. Parecía que estuviera meditando una respuesta.
—Me gustaría estar a solas —musitó al poco rato. Denise dudó.
«¿Por qué se me habrá ocurrido venir?», se dijo. No obstante, respondió lo que creyó que le habría gustado escuchar si hubiera estado en el lugar de ______, lo único que se le ocurrió.
—Lo encontrarán, no se preocupe.
Al principio, pensó que ______ no la había oído; pero entonces vio que los labios le temblaban y se le humedecían los ojos. A pesar de todo, la joven permaneció callada, como si contuviera sus emociones, como si no quisiera que nadie la viera en aquel estado. Aunque no sabía cómo reaccionaría ella, Denise se dejó llevar por su instinto maternal. Se acercó, se detuvo brevemente frente a la cama y a continuación se sentó. ______ no pareció darse cuenta, y Denise la contempló en silencio.
«¿Cómo se me habrá ocurrido venir? —se dijo—. ¿Acaso pensaba que podría ayudar? ¿Qué puedo hacer...? Quizá habría sido mejor que me quedara en casa... No me necesita a su lado. Si me repite que me vaya, me marcharé.»
Una voz que apenas era audible interrumpió sus pensamientos.
—Pero ¿y si no lo encuentran?
Denise le acarició la mano.
—Lo harán.
______ dejó escapar un largo suspiro, como si intentara sacar fuerzas de flaqueza. Despacio, volvió el rostro con los ojos enrojecidos hacia la mujer.
—Ni siquiera sé si todavía siguen buscándolo.
A aquella distancia, a Denise la sorprendió el gran parecido que había entre ______ y su madre. De hecho, era como si fuera su propia madre de joven, como si hubieran sido hermanas. Se preguntó cómo había sido posible que no reparara en ello las veces que la había visto en la biblioteca. Pero las palabras de ______ disiparon aquellos pensamientos. Denise no estaba segura de haberla entendido correctamente y frunció el entrecejo.
—¿A qué se refiere? ¿Me está diciendo que nadie le ha explicado lo que está ocurriendo ahí fuera?
A pesar de que ______ la miraba, parecía estar muy lejos, perdida en una confusa neblina.
—No he sabido nada desde que me subieron a la ambulancia.
—¿Nada? —exclamó Denise, escandalizada por semejante falta de delicadeza.
______ hizo un gesto negativo.
Sin dudarlo, Denise se levantó en busca de un teléfono. Por primera vez desde hacía rato se sentía confiada: ya tenía una tarea concreta que hacer. Seguramente ésa había sido la razón que la había impulsado a ir al hospital.
«Mira que no tener al corriente a la madre. ¡Es inaceptable! No, es peor: ¡cruel!, por mucho que haya sido un descuido.»
Denise tomó asiento junto a una mesilla cercana, donde estaba el aparato, levantó el auricular y marcó rápidamente el número de la comisaría. ______ abrió unos ojos como platos cuando se dio cuenta de lo que Denise estaba haciendo.
—Soy Denise Jonas. Estoy junto a ______ Holton, en el hospital, y llamo para saber cómo anda la búsqueda de... Sí, sí, ya sé que debe de estar muy ocupado, pero quiero hablar con Mike Harris... Dígale que se ponga, que Denise lo llama. Es importante.
Tapó con la mano el micrófono y se volvió hacia ______.
—Hace años que conozco a Mike. Es el capitán. Puede que sepa algo.
Oyó un chasquido en la línea y cómo alguien descolgaba un teléfono.
—Hola, Mike... No... Yo me encuentro bien. No te llamo por eso. Estoy con ______ Holton, la madre del niño que se ha extraviado en las marismas. La han llevado al hospital y parece que nadie se ha tomado la molestia de informarla de cómo van los trabajos de rescate... Sí, ya sé que están metidos en un follón tremendo... sí... Pero ella necesita saber lo que... Sí. Ya veo... Bien, gracias.
Colgó y, mientras marcaba otro número, le dijo a ______:
—Mike no sabía nada porque los hombres que participan en la búsqueda no son los suyos. Parece ser que el accidente ocurrió fuera de su jurisdicción. Voy a intentar con los bomberos.
Nuevamente tuvo que pasar por los consabidos preliminares antes de poder hablar con el responsable. A continuación, su voz adquirió el tono de una reprimenda.
—Ya veo... Bien, ¿no puedes llamar por radio al lugar del suceso? Está conmigo una madre que tiene todo el derecho del mundo a saber lo que sucede. Me cuesta creer que hayan sido incapaces de tenerla informada... ¿Cómo te sentirías tú si fueran tus hijos, Tommy y Linda, los que se hubieran perdido?... No me importa lo liada que tengas la noche. No hay excusa que valga. Es increíble que hayas descuidado algo tan elemental... No. No pienso volver a llamar. Prefiero esperar mientras coges la radio y... Nick, ella necesita saber algo ¡ya! Hace horas que no le han dicho ni una palabra... Sí. Está bien...
Denise miró a ______.
—Estoy a la espera. Están conectando por radio. Sabremos algo enseguida. ¿Cómo lo lleva?
Ella sonrió por primera vez desde el accidente.
—Gracias —dijo con voz débil.
Transcurrió un minuto. Luego otro, antes de que Denise volviera a hablar.
—Sí. Aquí estoy...
La mujer escuchó el informe en silencio. A pesar de todo, ______ sintió que la invadía una cierta esperanza. «Ojalá. Por favor», pensó mientras contemplaba a Denise e intentaba descifrar el significado de su expresión. El silencio se prolongó, y los labios de la mujer se estrecharon. Al final habló por el micrófono.
—Ya entiendo... Gracias, Nick. Llama al hospital cuando sepas algo más, lo que sea... Sí. El hospital de Elizabeth City. De lo contrario, volveremos a llamarte nosotras.
De repente, ______ sintió que se le hacía un nudo en el estómago y que no podía tragar. La acometió una náusea.
Seguían sin encontrar a Kyle.
Denise colgó y regresó al lado de la cama.
—Todavía no han dado con él, pero siguen buscando. Según parece, unos cuantos del lugar han ido a ayudar, así que ahora tienen más hombres que antes. Además, el tiempo está mejorando. Creen que Kyle ha ido hacia el sudeste. Están buscando en esa dirección desde hace una hora.
______ apenas la escuchó.
Empezó a notarse alrededor de la una y media de la madrugada.
La temperatura, que se había mantenido en torno a los dieciocho grados, había descendido de pronto hasta los diez. Una fría brisa proveniente del norte era la responsable. Los buscadores, que llevaban rastreando como un grupo compacto desde hacía una hora, se dieron cuenta de que para encontrar al chico con vida tendrían que dar con él en las horas siguientes.
Habían alcanzado una zona del pantano donde la vegetación no era tan densa, los árboles crecían a intervalos más separados, y la maleza no parecía tan enmarañada. Allí podrían ir más deprisa. Joseph pudo contar hasta tres linternas a cada lado. Avanzaban sin descuidar el más pequeño rincón.
Él había cazado en aquella parte de las marismas con anterioridad. El terreno era ligeramente más elevado, estaba algo más seco y abundaban los ciervos. Más adelante, al cabo de un poco más de medio kilómetro, la zona volvía a descender y a quedar inundada. Entonces se acercarían a un lugar conocido como Duck Shot. Durante la temporada de caza, la gente se escondía a docenas en los puestos de ojeo que abundaban por todas partes. El agua era poco profunda durante todo el año, y la caza siempre buena.
También era lo más lejos que Kyle podía haber llegado. Eso, suponiendo que estuvieran rastreando en la dirección adecuada.
Nataly!!!!(:
Natuu!
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