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"El Rescate" (Joe&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 27
_____ salió a la calle, cansada tras su jornada de trabajo. La incesante lluvia había reducido el número de clientes, y al final habían sido los suficientes para mantenerla ocupada pero demasiado pocos para conseguir unas buenas propinas. En cierta manera, podía considerarla una noche malgastada. No obstante, si miraba el lado bueno, así tenía la oportunidad de marcharse un poco más temprano. Por suerte, Kyle ni se inmutó cuando lo dejó en el asiento de atrás del vehículo. Durante los meses en que Joseph los había acompañado, el chico se había acostumbrado a ovillarse en el regazo de _____, pero ahora que ella había conseguido un coche, tenía que volver a viajar atado con el cinturón en el asiento trasero. La noche anterior había montado tal pataleta que al llegar a casa le costó un par de horas volver a dormirse.
_____ contuvo un bostezo cuando giró y enfiló por el camino que llevaba hacia su casa, aliviada por la idea de meterse en la cama. La gravilla del sendero estaba húmeda a causa de la lluvia caída, y pudo oír el golpeteo de las piedrecillas que arrojaban los neumáticos. Unos minutos más, y después de tomarse un vaso de cacao caliente, estaría ya entre las sábanas. La perspectiva era casi embriagadora.
La noche era oscura y sin luna, y las nubes ocultaban el resplandor de las estrellas. Había bajado la niebla, y _____ condujo despacio, orientándose por la luz del porche. Cuando se aproximó a la casa y pudo verla con claridad, estuvo a punto de clavar las ruedas de un frenazo: allí delante estaba aparcada la camioneta de Joseph.
Miró hacia la puerta de entrada y lo vio, sentado en los escalones, esperándola.
A pesar del cansancio, _____ se despabiló de golpe y se le ocurrió un montón de posibles explicaciones. Aparcó y apagó el contacto del motor.
Joseph se le acercó mientras ella se apeaba y cerraba la portezuela sin hacer ruido. _____ estaba a punto de preguntarle sin ningún tipo de miramiento qué hacía allí, pero las palabras murieron en sus labios al verlo: tenía muy mal aspecto, los ojos inyectados de sangre y la mirada perdida; estaba pálido y desmejorado. Metió las manos en los bolsillos y evitó la mirada de _____. Permaneció inmóvil mientras buscaba algo que decir.
—Veo que te has comprado un coche —dijo por fin.
Un torrente de emociones se abatió sobre _____ cuando escuchó aquella voz: amor y alegría, furia y dolor; el recuerdo de la soledad y la silenciosa desesperación de las semanas pasadas.
No estaba dispuesta a volver a pasar por todo aquello.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
El tono de amargura sorprendió a Joseph, que dejó escapar un suspiro.
—He venido para decirte cuánto lo siento —repuso, vacilando—. No tenía intención de hacerte daño.
Eran exactamente las palabras que a _____ le habría gustado escuchar tiempo atrás, pero en aquellos instantes carecían de significado.
Se volvió y miró por encima del hombro la dormida figura de Kyle en el asiento de atrás.
—Es demasiado tarde para eso.
Joseph levantó la cabeza. En la penumbra, parecía mucho más viejo de lo que _____ lo recordaba. Era como si hubieran pasado años desde su último encuentro. Él forzó una débil sonrisa y volvió a bajar la mirada al tiempo que sacaba las manos de los bolsillos y daba un paso hacia su camioneta.
De haberse tratado de otra persona o de haber sido en cualquier otro momento, Joseph habría seguido caminando con la convicción de que había hecho todo lo posible por arreglar las cosas. Sin embargo, se obligó a detenerse.
—Melissa se marcha a Rocky Mount —dijo a la oscuridad, dándole la espalda a _____.
—Lo sé —contestó ella pasándose distraídamente la mano por el cabello—. Me lo dijo hace unos días. ¿Por eso has venido?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Estoy aquí porque quería hablar de Mitch —murmuró sin mirarla. Ella apenas podía oírlo—. Tenía la esperanza de que tú me escucharías... No tengo a nadie más con quien charlar.
Aquella declaración de vulnerabilidad emocionó y sorprendió a _____. Por un breve instante, sintió el deseo de correr a su lado, pero se contuvo, no estaba dispuesta a olvidar lo que él le había hecho a Kyle o a ella misma.
«No quiero caer otra vez en lo mismo —pensó—. Sin embargo, fui yo quien le dijo que me tenía a su disposición si deseaba desahogarse con alguien.»
— Joseph, escucha... Es muy tarde. Quizá mañana —sugirió en voz baja.
El asintió, como si hubiera esperado exactamente aquellas palabras. _____ tuvo la impresión de que iba a marcharse, pero Joseph permaneció donde estaba.
En la distancia sonó el retumbo de un trueno. La temperatura estaba empezando a bajar, y la humedad aumentaba la sensación de frío. Cuando él se volvió para mirarla, la luz del porche brillaba con un halo brumoso, como un diamante.
—También quería contarte algo acerca de mi padre... Ya es hora de que sepas la verdad.
_____ se dio cuenta por la dolorida expresión del rostro de Joseph del esfuerzo que a él le había costado pronunciar aquellas palabras. Allí, delante de ella, parecía al borde del llanto. Tuvo que apartar la mirada.
Se acordó del día en el festival, cuando él le propuso acompañarla a su casa. Entonces ella había accedido en contra de la voz del instinto y a cambio había recibido una dolorosa lección. En aquel instante se enfrentaba a otro dilema parecido y volvía a dudar. Suspiró.
«No es el momento, Joseph. Es tarde, y Kyle duerme. Me encuentro cansada y no estoy segura de estar preparada para lo que me pides.»
Se imaginó a sí misma diciéndoselo. Pero las palabras que pronunció no fueron las mismas.
—De acuerdo —dijo.
Desde su posición en el sofá, Joseph no la miraba. Sólo brillaba una luz en la habitación, una luz que le proyectaba sombras sobre el rostro.
—Yo tenía nueve años —empezó—. Llevábamos ya más de dos semanas de calor agobiante. Las temperaturas habían pasado de cuarenta grados, y eso que el verano no había hecho más que empezar. La primavera había sido una de las menos lluviosas que se recordaban. No había caído ni una gota en dos meses, y todo estaba más seco que la yesca. Recuerdo que mis padres hablaban de la sequía y de que los granjeros empezaban a estar preocupados por las cosechas. Hacía tanto calor que hasta el tiempo parecía que transcurría más despacio. A veces, yo esperaba durante todo el día que el sol se pusiera para experimentar algún alivio, pero ni siquiera eso servía de mucho. Nuestra casa era vieja, no tenía aire acondicionado ni casi aislamiento térmico. En cuanto me tumbaba en la cama me ponía a sudar. Recuerdo que empapaba las sábanas de sudor. Era imposible dormir, y no hacía más que dar vueltas y vueltas en un intento de ponerme cómodo, pero no había manera. Me agitaba como un poseso y no dejaba de sudar.
Joseph tenía la mirada clavada en la mesita auxiliar mientras hablaba en voz baja. _____ vio cómo abría y cerraba una mano, formando un puño, y repetía el movimiento, apretándola de nuevo, como si se tratara de las puertas de su memoria, abriéndose y cerrándose y permitiendo que las imágenes del pasado se deslizaran aleatoriamente por los resquicios.
—En aquella época había una colección de soldados de plástico que se vendían en el catálogo de Sears. Era un lote que venía con tanques, jeeps, tiendas de campaña y barricadas, todo lo que un chaval necesita para montar una batalla. Me parece que no he deseado nada tanto en toda mi vida. Recuerdo que iba dejando el catálogo abierto por la página del anuncio por toda la casa para que a mi madre no se le olvidara, hasta que al final conseguí que me lo regalaran por mi cumpleaños. Nunca un regalo ha llegado a emocionarme como aquél. Pero mi habitación era realmente enana —había sido el cuarto de costura antes de que yo naciera—, y no tenía sitio para montarlo como me apetecía, así que me llevé mi colección de soldados a la buhardilla. Cuando no podía dormir por la noche, allí era adónde iba.
Joseph levantó por fin los ojos y soltó un suspiro que se parecía más a un gemido, como si dejara escapar algo doloroso y largamente reprimido. Luego, meneó la cabeza con un gesto de incredulidad. _____ lo conocía lo suficiente para no interrumpirlo. Él prosiguió.
—Era tarde, más de medianoche, cuando me escabullí de mi cuarto, pasé de puntillas ante el dormitorio de mis padres y subí por la escalera del final del pasillo. No hice el menor ruido porque sabía dónde el suelo crujía y dónde no. Mis padres no se enteraron de nada...
Enterró el rostro en las manos y permaneció encorvado un instante. Al cabo de unos segundos alzó la cabeza y siguió hablando:
—No recuerdo cuánto tiempo estuve allí arriba. La verdad es que cuando me ponía a jugar con mis soldados las horas pasaban sin que me diera cuenta. Montaba batalla tras batalla, y nunca tenía bastante. Yo era siempre el sargento Mason. Cada soldado tenía un nombre grabado en la base. Me había dado cuenta de que uno de ellos se llamaba como mi padre y supe que aquél sería mi héroe. El sargento Mason siempre vencía, sin importar las dificultades que yo le obligara a afrontar. Ya podían ser tanques o infantería, él siempre sabía lo que tenía que hacer. Para mí era indestructible, y perderme en su mundo me era tan fácil que me olvidaba de todo, de mis deberes, de comer, de todo... No podía evitarlo. Ni siquiera en una noche tan asfixiante como aquélla podía pensar en otra cosa que no fueran mis soldados. Supongo que por eso ni siquiera olí el humo.
Joseph hizo una pausa y apretó el puño con fuerza. _____ se puso tensa cuando él prosiguió.
—Simplemente no olí nada. Aún hoy, no sé cómo ni por qué. Me parece imposible que no me diera cuenta, pero así fue. No me enteré de nada hasta que oí que mis padres salían del dormitorio con un gran escándalo, chillando y gritando mi nombre... Recuerdo que lo primero que pensé entonces fue que iban a descubrir que yo no estaba donde se suponía que debía estar. Eso me aterró. A pesar de que escuchaba cómo me llamaban, tenía demasiado miedo para contestar.
Él la miró con ojos que suplicaban comprensión.
—No quería que me encontraran en la buhardilla. Me habían advertido cientos de veces que, una vez en cama, no debía levantarme en toda la noche. Supuse que si me encontraban, me caería una bronca. Aquel fin de semana tenía un partido de béisbol y sabía que si me descubrían, me castigarían obligándome a quedarme en casa; así que se me ocurrió un plan: me ocultaría hasta que hubieran bajado al salón. Luego, me metería en el cuarto de baño y saldría fingiendo que había estado allí todo el rato... Ya sé que suena estúpido, pero en aquel momento, para mí, tenía sentido. Apagué las luces y me escondí tras unas cajas para esperar. Oí a mi padre que entraba en la buhardilla y me llamaba; a pesar de todo, no me moví hasta que se hubo marchado. Al final, sus voces se fueron haciendo más distantes y entonces yo me dirigí hacia la puerta. No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo y cuando la abrí me quedé estupefacto ante la ola de calor y humo que me golpeó. Las paredes y el techo ardían. Sin embargo, todo aquello me pareció tan irreal que tardé en percatarme de lo peligroso que era... Si en aquel momento me hubiera precipitado afuera, probablemente habría conseguido escapar; pero no lo hice. Me quedé allí, contemplando las llamas y pensando en lo extrañas que me parecían. Ni siquiera estaba asustado.
Joseph se hizo un ovillo, adoptó una postura casi fetal, y su voz enronqueció.
—Pero de golpe todo cambió. Antes de que me diera cuenta, el fuego había avanzado y me había bloqueado la salida. Fue entonces cuando tomé conciencia de que algo terrible estaba sucediendo. La sequía había sido tan intensa que nuestra vieja casa de madera estaba ardiendo como una tea. Recuerdo que en aquel momento el fuego me pareció una criatura con vida propia. Era como si las llamas supieran dónde me encontraba y me lanzaran sus lenguas de fuego, tirándome al suelo. Fue entonces cuando empecé a llamar a mi padre a gritos. Sin embargo, él ya no estaba, y yo lo sabía. Eso me aterrorizó. Fui hasta la ventana, la abrí y vi a mis padres frente a la casa. Ella llevaba un camisón y él sólo los calzoncillos; daban vueltas y vueltas, presas del pánico, mientras gritaban sin cesar mi nombre. Me quedé petrificado y no pude articular palabra; pero fue como si mi madre percibiera instantáneamente mi presencia, porque miró hacia donde yo me encontraba. Todavía puedo ver la expresión de sus ojos cuando se dio cuenta de que yo estaba aún dentro de la casa: los abrió desmesuradamente y se llevó una mano a la boca, pero no pudo reprimir un alarido. Mi padre dejó de buscarme por el jardín y también me vio. Me puse a llorar.
Encogido en el sofá, Joseph dejó escapar una lágrima con la mirada perdida en el vacío, pero no pareció darse cuenta. _____ sintió que se le revolvía el estómago.
—Mi padre. Mi padre, tan fantástico y fuerte, dio media vuelta y regresó corriendo. En aquel momento, la mayor parte de la casa estaba ardiendo, y yo podía escuchar que en el piso de abajo todo se derrumbaba y explotaba. El fuego se abría paso hacia el altillo y el humo se hacía más espeso a cada momento. Recuerdo que mi madre le gritó a mi padre que hiciera algo y que él se plantó justo bajo la ventana gritando: «¡Salta, Joseph, salta! ¡Yo te cogeré! ¡Te lo prometo!» Pero yo no salté. No. En vez de eso me puse a llorar con más fuerza. La ventana se encontraba a unos siete metros del suelo, y me pareció que estaba tan alta que me mataría si me tiraba. «¡Salta, Joseph, salta! ¡Yo te cogeré!», repetía mi padre una y otra vez. «¡Salta! ¡Vamos, salta!» Mi madre no dejaba de llorar y de gritar aún con más fuerza. Al final, entre sollozos, logré chillar que estaba asustado.
Joseph tragó saliva.
—Cuanto más me animaba mi padre para que saltara, más paralizado me sentía. Podía notar el eco del miedo en sus palabras mientras mi madre se iba poniendo histérica y yo respondía una y otra vez que no, que me daba miedo saltar. Y era cierto, tenía un miedo pavoroso, por mucho que hoy sepa que mi padre sin duda me habría atrapado al vuelo.
Joseph se detuvo. Un músculo de la mandíbula se le contraía rítmicamente y tenía los ojos vacíos de toda expresión. Se dio un fuerte puñetazo en la pierna.
—Todavía puedo ver la expresión del rostro de mi padre cuando por fin se dio cuenta de que yo no iba a saltar. Los dos lo comprendimos a un tiempo. El miedo se le reflejaba en la cara, pero no era miedo por lo que pudiera sucederle a él. Simplemente dejó de gritar y de gesticular. Recuerdo que me miró a los ojos, sin apartar la vista ni un instante. Fue como si el tiempo se hubiera detenido y sólo estuviéramos él y yo: ya no escuchaba los alaridos de mi madre, ya no sentía el calor de las llamas, ya no olía el denso humo... Sólo podía pensar en mi padre. Entonces él asintió muy levemente, y supe con toda certeza lo que se disponía a hacer. Sin perder un segundo se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta de entrada. Se movió con tanta rapidez que mi madre apenas tuvo tiempo de detenerlo. En aquel momento, la casa ardía por los cuatro costados. El fuego me había rodeado y se me acercaba. Me quedé en la ventana, demasiado aterrado para seguir chillando.
Joseph cerró los ojos y apretó las palmas contra ellos. Cuando las apartó, se dejó caer contra el respaldo del sofá, como si no quisiera continuar; sin embargo, hizo un esfuerzo sobrehumano y prosiguió.
—No debió de tardar más de un minuto en llegar hasta mí, pero me pareció una eternidad. Yo había sacado la cabeza por la ventana y, aun así, me costaba respirar. Había humo por todas partes y un ruido ensordecedor. La gente cree que el fuego es silencioso, pero no es así: cuando las llamas lo devoran todo, se oye como un millar de diablos aullando de dolor. A pesar del fragor del incendio, pude escuchar a mi padre gritándome que acudía en mi ayuda.
La voz de Joseph se quebró. Se dio la vuelta para ocultar las lágrimas que le corrían abundantemente por el rostro.
—Recuerdo que me di la vuelta y lo vi. Sí, lo vi... Estaba ardiendo... La piel, los brazos, la cara, el cabello... Todo él, de la cabeza a los pies. Vi aquella antorcha humana que se precipitaba hacia mí mientras las llamas la consumían. Pero no gritaba. No gritó cuando se me echó encima y me hizo salir por la ventana. No gritó cuando me dijo: «Vamos, hijo.» Me agarró por la muñeca, me suspendió en el vacío y, cuando estuve lo más cerca posible del suelo, me dejó ir. Caí con la fuerza suficiente para romperme un hueso del tobillo. Oí el chasquido con toda claridad y rodé sobre la espalda mientras miraba hacia lo alto. Fue como si Dios hubiera querido que viera lo que yo había hecho. Y lo vi: vi el brazo llameante de mi padre que desaparecía entre el fuego.
Joseph se detuvo, incapaz de articular una palabra más. _____ permaneció muy quieta, con los ojos arrasados por las lágrimas y un nudo en la garganta. Al cabo de un momento, él reanudó el relato en voz baja. Estaba temblando, como si los sollozos estuvieran desgarrándolo.
—Ya no volvió a salir... Recuerdo que mi madre me llevó lejos de la casa sin dejar de gritar y llorar. Yo también gritaba y lloraba.
Cerró los ojos y levantó el rostro hacia el techo.
—¡Papá...! ¡No! —aulló con voz ronca.
El lamento sonó como un disparo en el silencio del salón.
—¡Sal de ahí, papá!
Joseph se derrumbó y _____ fue instintivamente hasta su lado. Lo abrazó y lo meció entre sus brazos mientras Joseph sollozaba incoherencias.
—¡Por favor, Dios mío, por favor...! ¡Déjame repetirlo, por favor...! ¡Saltaré...! ¡Prometo que esta vez saltaré! ¡Deja que salga! ¡Deja que papá vuelva!
_____ lo estrechó con todas sus fuerzas; hundió el rostro en su cuello y sus propias lágrimas corrieron por la nuca y la espalda de Joseph. Al cabo de un momento, sólo pudo escuchar el latido del corazón de Joseph y el crujido del sofá mientras él se balanceaba, como en trance, sin dejar de murmurar:
—No quería matarlo... No quería matarlo...
_____ contuvo un bostezo cuando giró y enfiló por el camino que llevaba hacia su casa, aliviada por la idea de meterse en la cama. La gravilla del sendero estaba húmeda a causa de la lluvia caída, y pudo oír el golpeteo de las piedrecillas que arrojaban los neumáticos. Unos minutos más, y después de tomarse un vaso de cacao caliente, estaría ya entre las sábanas. La perspectiva era casi embriagadora.
La noche era oscura y sin luna, y las nubes ocultaban el resplandor de las estrellas. Había bajado la niebla, y _____ condujo despacio, orientándose por la luz del porche. Cuando se aproximó a la casa y pudo verla con claridad, estuvo a punto de clavar las ruedas de un frenazo: allí delante estaba aparcada la camioneta de Joseph.
Miró hacia la puerta de entrada y lo vio, sentado en los escalones, esperándola.
A pesar del cansancio, _____ se despabiló de golpe y se le ocurrió un montón de posibles explicaciones. Aparcó y apagó el contacto del motor.
Joseph se le acercó mientras ella se apeaba y cerraba la portezuela sin hacer ruido. _____ estaba a punto de preguntarle sin ningún tipo de miramiento qué hacía allí, pero las palabras murieron en sus labios al verlo: tenía muy mal aspecto, los ojos inyectados de sangre y la mirada perdida; estaba pálido y desmejorado. Metió las manos en los bolsillos y evitó la mirada de _____. Permaneció inmóvil mientras buscaba algo que decir.
—Veo que te has comprado un coche —dijo por fin.
Un torrente de emociones se abatió sobre _____ cuando escuchó aquella voz: amor y alegría, furia y dolor; el recuerdo de la soledad y la silenciosa desesperación de las semanas pasadas.
No estaba dispuesta a volver a pasar por todo aquello.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó.
El tono de amargura sorprendió a Joseph, que dejó escapar un suspiro.
—He venido para decirte cuánto lo siento —repuso, vacilando—. No tenía intención de hacerte daño.
Eran exactamente las palabras que a _____ le habría gustado escuchar tiempo atrás, pero en aquellos instantes carecían de significado.
Se volvió y miró por encima del hombro la dormida figura de Kyle en el asiento de atrás.
—Es demasiado tarde para eso.
Joseph levantó la cabeza. En la penumbra, parecía mucho más viejo de lo que _____ lo recordaba. Era como si hubieran pasado años desde su último encuentro. Él forzó una débil sonrisa y volvió a bajar la mirada al tiempo que sacaba las manos de los bolsillos y daba un paso hacia su camioneta.
De haberse tratado de otra persona o de haber sido en cualquier otro momento, Joseph habría seguido caminando con la convicción de que había hecho todo lo posible por arreglar las cosas. Sin embargo, se obligó a detenerse.
—Melissa se marcha a Rocky Mount —dijo a la oscuridad, dándole la espalda a _____.
—Lo sé —contestó ella pasándose distraídamente la mano por el cabello—. Me lo dijo hace unos días. ¿Por eso has venido?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Estoy aquí porque quería hablar de Mitch —murmuró sin mirarla. Ella apenas podía oírlo—. Tenía la esperanza de que tú me escucharías... No tengo a nadie más con quien charlar.
Aquella declaración de vulnerabilidad emocionó y sorprendió a _____. Por un breve instante, sintió el deseo de correr a su lado, pero se contuvo, no estaba dispuesta a olvidar lo que él le había hecho a Kyle o a ella misma.
«No quiero caer otra vez en lo mismo —pensó—. Sin embargo, fui yo quien le dijo que me tenía a su disposición si deseaba desahogarse con alguien.»
— Joseph, escucha... Es muy tarde. Quizá mañana —sugirió en voz baja.
El asintió, como si hubiera esperado exactamente aquellas palabras. _____ tuvo la impresión de que iba a marcharse, pero Joseph permaneció donde estaba.
En la distancia sonó el retumbo de un trueno. La temperatura estaba empezando a bajar, y la humedad aumentaba la sensación de frío. Cuando él se volvió para mirarla, la luz del porche brillaba con un halo brumoso, como un diamante.
—También quería contarte algo acerca de mi padre... Ya es hora de que sepas la verdad.
_____ se dio cuenta por la dolorida expresión del rostro de Joseph del esfuerzo que a él le había costado pronunciar aquellas palabras. Allí, delante de ella, parecía al borde del llanto. Tuvo que apartar la mirada.
Se acordó del día en el festival, cuando él le propuso acompañarla a su casa. Entonces ella había accedido en contra de la voz del instinto y a cambio había recibido una dolorosa lección. En aquel instante se enfrentaba a otro dilema parecido y volvía a dudar. Suspiró.
«No es el momento, Joseph. Es tarde, y Kyle duerme. Me encuentro cansada y no estoy segura de estar preparada para lo que me pides.»
Se imaginó a sí misma diciéndoselo. Pero las palabras que pronunció no fueron las mismas.
—De acuerdo —dijo.
Desde su posición en el sofá, Joseph no la miraba. Sólo brillaba una luz en la habitación, una luz que le proyectaba sombras sobre el rostro.
—Yo tenía nueve años —empezó—. Llevábamos ya más de dos semanas de calor agobiante. Las temperaturas habían pasado de cuarenta grados, y eso que el verano no había hecho más que empezar. La primavera había sido una de las menos lluviosas que se recordaban. No había caído ni una gota en dos meses, y todo estaba más seco que la yesca. Recuerdo que mis padres hablaban de la sequía y de que los granjeros empezaban a estar preocupados por las cosechas. Hacía tanto calor que hasta el tiempo parecía que transcurría más despacio. A veces, yo esperaba durante todo el día que el sol se pusiera para experimentar algún alivio, pero ni siquiera eso servía de mucho. Nuestra casa era vieja, no tenía aire acondicionado ni casi aislamiento térmico. En cuanto me tumbaba en la cama me ponía a sudar. Recuerdo que empapaba las sábanas de sudor. Era imposible dormir, y no hacía más que dar vueltas y vueltas en un intento de ponerme cómodo, pero no había manera. Me agitaba como un poseso y no dejaba de sudar.
Joseph tenía la mirada clavada en la mesita auxiliar mientras hablaba en voz baja. _____ vio cómo abría y cerraba una mano, formando un puño, y repetía el movimiento, apretándola de nuevo, como si se tratara de las puertas de su memoria, abriéndose y cerrándose y permitiendo que las imágenes del pasado se deslizaran aleatoriamente por los resquicios.
—En aquella época había una colección de soldados de plástico que se vendían en el catálogo de Sears. Era un lote que venía con tanques, jeeps, tiendas de campaña y barricadas, todo lo que un chaval necesita para montar una batalla. Me parece que no he deseado nada tanto en toda mi vida. Recuerdo que iba dejando el catálogo abierto por la página del anuncio por toda la casa para que a mi madre no se le olvidara, hasta que al final conseguí que me lo regalaran por mi cumpleaños. Nunca un regalo ha llegado a emocionarme como aquél. Pero mi habitación era realmente enana —había sido el cuarto de costura antes de que yo naciera—, y no tenía sitio para montarlo como me apetecía, así que me llevé mi colección de soldados a la buhardilla. Cuando no podía dormir por la noche, allí era adónde iba.
Joseph levantó por fin los ojos y soltó un suspiro que se parecía más a un gemido, como si dejara escapar algo doloroso y largamente reprimido. Luego, meneó la cabeza con un gesto de incredulidad. _____ lo conocía lo suficiente para no interrumpirlo. Él prosiguió.
—Era tarde, más de medianoche, cuando me escabullí de mi cuarto, pasé de puntillas ante el dormitorio de mis padres y subí por la escalera del final del pasillo. No hice el menor ruido porque sabía dónde el suelo crujía y dónde no. Mis padres no se enteraron de nada...
Enterró el rostro en las manos y permaneció encorvado un instante. Al cabo de unos segundos alzó la cabeza y siguió hablando:
—No recuerdo cuánto tiempo estuve allí arriba. La verdad es que cuando me ponía a jugar con mis soldados las horas pasaban sin que me diera cuenta. Montaba batalla tras batalla, y nunca tenía bastante. Yo era siempre el sargento Mason. Cada soldado tenía un nombre grabado en la base. Me había dado cuenta de que uno de ellos se llamaba como mi padre y supe que aquél sería mi héroe. El sargento Mason siempre vencía, sin importar las dificultades que yo le obligara a afrontar. Ya podían ser tanques o infantería, él siempre sabía lo que tenía que hacer. Para mí era indestructible, y perderme en su mundo me era tan fácil que me olvidaba de todo, de mis deberes, de comer, de todo... No podía evitarlo. Ni siquiera en una noche tan asfixiante como aquélla podía pensar en otra cosa que no fueran mis soldados. Supongo que por eso ni siquiera olí el humo.
Joseph hizo una pausa y apretó el puño con fuerza. _____ se puso tensa cuando él prosiguió.
—Simplemente no olí nada. Aún hoy, no sé cómo ni por qué. Me parece imposible que no me diera cuenta, pero así fue. No me enteré de nada hasta que oí que mis padres salían del dormitorio con un gran escándalo, chillando y gritando mi nombre... Recuerdo que lo primero que pensé entonces fue que iban a descubrir que yo no estaba donde se suponía que debía estar. Eso me aterró. A pesar de que escuchaba cómo me llamaban, tenía demasiado miedo para contestar.
Él la miró con ojos que suplicaban comprensión.
—No quería que me encontraran en la buhardilla. Me habían advertido cientos de veces que, una vez en cama, no debía levantarme en toda la noche. Supuse que si me encontraban, me caería una bronca. Aquel fin de semana tenía un partido de béisbol y sabía que si me descubrían, me castigarían obligándome a quedarme en casa; así que se me ocurrió un plan: me ocultaría hasta que hubieran bajado al salón. Luego, me metería en el cuarto de baño y saldría fingiendo que había estado allí todo el rato... Ya sé que suena estúpido, pero en aquel momento, para mí, tenía sentido. Apagué las luces y me escondí tras unas cajas para esperar. Oí a mi padre que entraba en la buhardilla y me llamaba; a pesar de todo, no me moví hasta que se hubo marchado. Al final, sus voces se fueron haciendo más distantes y entonces yo me dirigí hacia la puerta. No tenía ni idea de lo que estaba sucediendo y cuando la abrí me quedé estupefacto ante la ola de calor y humo que me golpeó. Las paredes y el techo ardían. Sin embargo, todo aquello me pareció tan irreal que tardé en percatarme de lo peligroso que era... Si en aquel momento me hubiera precipitado afuera, probablemente habría conseguido escapar; pero no lo hice. Me quedé allí, contemplando las llamas y pensando en lo extrañas que me parecían. Ni siquiera estaba asustado.
Joseph se hizo un ovillo, adoptó una postura casi fetal, y su voz enronqueció.
—Pero de golpe todo cambió. Antes de que me diera cuenta, el fuego había avanzado y me había bloqueado la salida. Fue entonces cuando tomé conciencia de que algo terrible estaba sucediendo. La sequía había sido tan intensa que nuestra vieja casa de madera estaba ardiendo como una tea. Recuerdo que en aquel momento el fuego me pareció una criatura con vida propia. Era como si las llamas supieran dónde me encontraba y me lanzaran sus lenguas de fuego, tirándome al suelo. Fue entonces cuando empecé a llamar a mi padre a gritos. Sin embargo, él ya no estaba, y yo lo sabía. Eso me aterrorizó. Fui hasta la ventana, la abrí y vi a mis padres frente a la casa. Ella llevaba un camisón y él sólo los calzoncillos; daban vueltas y vueltas, presas del pánico, mientras gritaban sin cesar mi nombre. Me quedé petrificado y no pude articular palabra; pero fue como si mi madre percibiera instantáneamente mi presencia, porque miró hacia donde yo me encontraba. Todavía puedo ver la expresión de sus ojos cuando se dio cuenta de que yo estaba aún dentro de la casa: los abrió desmesuradamente y se llevó una mano a la boca, pero no pudo reprimir un alarido. Mi padre dejó de buscarme por el jardín y también me vio. Me puse a llorar.
Encogido en el sofá, Joseph dejó escapar una lágrima con la mirada perdida en el vacío, pero no pareció darse cuenta. _____ sintió que se le revolvía el estómago.
—Mi padre. Mi padre, tan fantástico y fuerte, dio media vuelta y regresó corriendo. En aquel momento, la mayor parte de la casa estaba ardiendo, y yo podía escuchar que en el piso de abajo todo se derrumbaba y explotaba. El fuego se abría paso hacia el altillo y el humo se hacía más espeso a cada momento. Recuerdo que mi madre le gritó a mi padre que hiciera algo y que él se plantó justo bajo la ventana gritando: «¡Salta, Joseph, salta! ¡Yo te cogeré! ¡Te lo prometo!» Pero yo no salté. No. En vez de eso me puse a llorar con más fuerza. La ventana se encontraba a unos siete metros del suelo, y me pareció que estaba tan alta que me mataría si me tiraba. «¡Salta, Joseph, salta! ¡Yo te cogeré!», repetía mi padre una y otra vez. «¡Salta! ¡Vamos, salta!» Mi madre no dejaba de llorar y de gritar aún con más fuerza. Al final, entre sollozos, logré chillar que estaba asustado.
Joseph tragó saliva.
—Cuanto más me animaba mi padre para que saltara, más paralizado me sentía. Podía notar el eco del miedo en sus palabras mientras mi madre se iba poniendo histérica y yo respondía una y otra vez que no, que me daba miedo saltar. Y era cierto, tenía un miedo pavoroso, por mucho que hoy sepa que mi padre sin duda me habría atrapado al vuelo.
Joseph se detuvo. Un músculo de la mandíbula se le contraía rítmicamente y tenía los ojos vacíos de toda expresión. Se dio un fuerte puñetazo en la pierna.
—Todavía puedo ver la expresión del rostro de mi padre cuando por fin se dio cuenta de que yo no iba a saltar. Los dos lo comprendimos a un tiempo. El miedo se le reflejaba en la cara, pero no era miedo por lo que pudiera sucederle a él. Simplemente dejó de gritar y de gesticular. Recuerdo que me miró a los ojos, sin apartar la vista ni un instante. Fue como si el tiempo se hubiera detenido y sólo estuviéramos él y yo: ya no escuchaba los alaridos de mi madre, ya no sentía el calor de las llamas, ya no olía el denso humo... Sólo podía pensar en mi padre. Entonces él asintió muy levemente, y supe con toda certeza lo que se disponía a hacer. Sin perder un segundo se dio la vuelta y echó a correr hacia la puerta de entrada. Se movió con tanta rapidez que mi madre apenas tuvo tiempo de detenerlo. En aquel momento, la casa ardía por los cuatro costados. El fuego me había rodeado y se me acercaba. Me quedé en la ventana, demasiado aterrado para seguir chillando.
Joseph cerró los ojos y apretó las palmas contra ellos. Cuando las apartó, se dejó caer contra el respaldo del sofá, como si no quisiera continuar; sin embargo, hizo un esfuerzo sobrehumano y prosiguió.
—No debió de tardar más de un minuto en llegar hasta mí, pero me pareció una eternidad. Yo había sacado la cabeza por la ventana y, aun así, me costaba respirar. Había humo por todas partes y un ruido ensordecedor. La gente cree que el fuego es silencioso, pero no es así: cuando las llamas lo devoran todo, se oye como un millar de diablos aullando de dolor. A pesar del fragor del incendio, pude escuchar a mi padre gritándome que acudía en mi ayuda.
La voz de Joseph se quebró. Se dio la vuelta para ocultar las lágrimas que le corrían abundantemente por el rostro.
—Recuerdo que me di la vuelta y lo vi. Sí, lo vi... Estaba ardiendo... La piel, los brazos, la cara, el cabello... Todo él, de la cabeza a los pies. Vi aquella antorcha humana que se precipitaba hacia mí mientras las llamas la consumían. Pero no gritaba. No gritó cuando se me echó encima y me hizo salir por la ventana. No gritó cuando me dijo: «Vamos, hijo.» Me agarró por la muñeca, me suspendió en el vacío y, cuando estuve lo más cerca posible del suelo, me dejó ir. Caí con la fuerza suficiente para romperme un hueso del tobillo. Oí el chasquido con toda claridad y rodé sobre la espalda mientras miraba hacia lo alto. Fue como si Dios hubiera querido que viera lo que yo había hecho. Y lo vi: vi el brazo llameante de mi padre que desaparecía entre el fuego.
Joseph se detuvo, incapaz de articular una palabra más. _____ permaneció muy quieta, con los ojos arrasados por las lágrimas y un nudo en la garganta. Al cabo de un momento, él reanudó el relato en voz baja. Estaba temblando, como si los sollozos estuvieran desgarrándolo.
—Ya no volvió a salir... Recuerdo que mi madre me llevó lejos de la casa sin dejar de gritar y llorar. Yo también gritaba y lloraba.
Cerró los ojos y levantó el rostro hacia el techo.
—¡Papá...! ¡No! —aulló con voz ronca.
El lamento sonó como un disparo en el silencio del salón.
—¡Sal de ahí, papá!
Joseph se derrumbó y _____ fue instintivamente hasta su lado. Lo abrazó y lo meció entre sus brazos mientras Joseph sollozaba incoherencias.
—¡Por favor, Dios mío, por favor...! ¡Déjame repetirlo, por favor...! ¡Saltaré...! ¡Prometo que esta vez saltaré! ¡Deja que salga! ¡Deja que papá vuelva!
_____ lo estrechó con todas sus fuerzas; hundió el rostro en su cuello y sus propias lágrimas corrieron por la nuca y la espalda de Joseph. Al cabo de un momento, sólo pudo escuchar el latido del corazón de Joseph y el crujido del sofá mientras él se balanceaba, como en trance, sin dejar de murmurar:
—No quería matarlo... No quería matarlo...
Perdón por la tardanza, la escuela no me dejaba.
Naty:)!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
natu estoy al borde de las lagrimas
enserio
esta cap me dejo
super trsite
enserio
esta cap me dejo
super trsite
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
alfin joe se dio cuenta del error que habia cometido ahora solo falta que la rayis lo perdone y que bueno qe ya se animo a decirle lo que paso con su papa lo malo es que ya casi termina extrañare mucho esta nove
SIGUELA
SIGUELA
DanyelitaJonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
pobre joe el piensa qe tiene la culpa de la muerte de su papa
y de mitch qe bueno qe ya se abrio ala rayis siguela pronto plis
y de mitch qe bueno qe ya se abrio ala rayis siguela pronto plis
Última edición por Nani Jonas el Vie 17 Feb 2012, 12:27 pm, editado 1 vez
Nani Jonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 28
_____ sostuvo a Joseph hasta que éste, agotado, calló por fin. Luego, lo soltó y fue a la cocina; un instante después, regresó con una cerveza en la mano, un pequeño despilfarro que se había permitido el día que había comprado el coche.
No sabía qué más podía hacer o decir. A lo largo de la vida había escuchado algunas historias estremecedoras, pero ninguna tan terrible como aquélla. Joseph la miró con expresión sombría cuando ella le entregó la bebida, abrió la lata y bebió un largo trago. Luego, sin dejar de sujetarla, se la colocó en el regazo.
_____ le hizo una caricia en la pierna, y él le tomó la mano.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—No —respondió él con franqueza—. Pero es posible que nunca lo haya estado del todo.
_____ le dio un leve apretón.
—Posiblemente no —confirmó con una débil sonrisa.
Se quedaron en silencio durante un rato, hasta que ella volvió a hablar.
—¿Por qué esta noche, Joseph?
A pesar de que _____ habría podido intentar convencerlo de que él no había sido el causante de la muerte de su padre y consolarlo, estaba segura de que aquél no era el momento oportuno. Ninguno de los dos estaba dispuesto a hacer frente a aquellos demonios.
Joseph hizo girar distraídamente la lata.
—No he dejado de pensar en Mitch desde el día en que murió; y ahora que Melissa se marcha... No sé... Sentí como si algo me devorara por dentro.
«Siempre fue así, Joseph», pensó ella.
—Sí, pero ¿por qué yo? ¿Por qué no acudiste a cualquier otro?
Él tardó un tiempo en contestar; pero, cuando lo hizo, en sus ojos cafés sólo se podía leer arrepentimiento.
—Porque me interesas más de lo que nadie me ha interesado nunca —repuso con indudable franqueza.
_____ se quedó sin aliento al escuchar aquellas palabras. Como tardó en responder, Joseph retiró la mano, igual que había hecho en una ocasión en la feria.
—Tienes todo el derecho del mundo a no creerme —reconoció él—. Yo, en tu lugar, probablemente también dudaría. Lamento mi comportamiento. Estaba equivocado. —Hizo una pausa mientras jugueteaba con la lengüeta de la lata—. Me gustaría poder explicar por qué hice lo que hice; pero, sinceramente, no lo sé. He pasado tanto tiempo engañándome a mí mismo que no estoy seguro de que pudiera reconocer la verdad aunque la tuviera delante de mis ojos. Lo único que sé a ciencia cierta es que he echado a perder la mejor ocasión que he tenido en la vida.
—Sí. Así es —contestó ella. Joseph soltó una risita nerviosa.
—Supongo que una segunda oportunidad está fuera de toda consideración, ¿no?
_____ calló. Se había dado cuenta de que en algún momento de aquella velada su resentimiento hacia Joseph se había desvanecido. El dolor seguía presente, al igual que la aprensión ante lo que pudiera depararle el porvenir. De algún modo, sentía la misma ansiedad que cuando lo había conocido; y en cierta manera, sabía que así era.
—Ese cartucho lo quemaste hace más de un mes. A estas alturas ya vas por la vigésima.
Él escuchó aquel ligero tono de ánimo y la miró con la esperanza dibujada en el rostro.
—¿Tantas?
—Y más —contestó ella, sonriendo—. Si fuera la reina, te habría mandado decapitar.
—¿Sin esperanza, entonces?
«¿La hay? —se preguntó _____—. Al final, todo se reduce a esa incógnita, ¿no es así?»
Vaciló. Podía sentir que su tozuda determinación se desmoronaba mientras miraba a Joseph, cuyos ojos resultaban más elocuentes que cualquier discurso. De repente, sintió que la invadían incontables imágenes de todos los buenos ratos que él le había hecho pasar a Kyle y revivió todos los sentimientos que había enterrado tan cuidadosamente durante las últimas semanas.
—No he dicho eso —contestó finalmente—. Pero no creo que podamos reanudar nuestra relación donde la dejamos, como si tal cosa. Hay un montón de cuestiones que hay que resolver primero, y no va a ser fácil.
Joseph tardó unos instantes en interpretar el significado de las palabras. La oportunidad —por remota que fuera— estaba allí, sin duda, y sintió que lo invadía una sensación de alivio. Sonrió brevemente y depositó la bebida sobre la mesa.
—Lo siento, _____. Siento lo que te hice y también lo que le hice a Kyle.
Ella asintió y cogió su mano.
Durante las horas que siguieron hablaron con renovada sinceridad. Joseph le explicó cómo habían transcurrido los últimos días; las conversaciones que había tenido con Melissa y lo que Denise le había dicho, al igual que la pelea con Mitch la noche en que éste había muerto. También le contó cómo el fallecimiento de su amigo había despertado los recuerdos de la tragedia de su padre y cómo, a pesar de todo, seguía sintiéndose culpable por ambas. Habló largo y tendido, mientras _____ escuchaba atentamente, a ratos ofreciéndole su apoyo y a ratos haciendo preguntas.
Eran casi las cuatro de la mañana cuando Joseph se levantó para marcharse. Ella lo acompañó hasta la puerta y lo vio meterse en su camioneta y alejarse.
Mientras se ponía el pijama, pensó que no podía prever qué rumbo iba a tomar su relación a partir de entonces —se recordó que una cosa eran las palabras y otra muy distinta los hechos—. Podía significar un gran cambio o nada en absoluto. No obstante, estaba segura de una cosa: ya no le correspondía decidir a ella sola. Si Joseph quería una nueva oportunidad —pensó mientras sus ojos se cerraban—, tendría, como al principio, que ganársela.
Por la tarde del día siguiente, Joseph la llamó para preguntar si le parecería bien que él se pasara por su casa.
—También me gustaría pedirle perdón a Kyle —explicó—. Además, tengo algo que quiero enseñarle.
Agotada tras las emociones de la noche anterior, _____ sólo quería que le dieran un respiro. Lo necesitaba, y Joseph también. Pero, al final, accedió a regañadientes, más por Kyle que por ella misma. Sabía que el chico estaría encantado de verlo.
No obstante, cuando colgó el teléfono se preguntó si había hecho lo correcto. Hacía un día ventoso. El frío del otoño había llegado de golpe, y las hojas resplandecían en sus nuevos colores: rojos, anaranjados y amarillos explotaban en las ramas preparándose para el descenso final hacia el suelo salpicado de rocío. El jardín no tardaría en quedar cubierto con los marchitos restos del verano.
Joseph apareció al cabo de una hora. Cuando Kyle, que estaba en la parte delantera de la casa, lo vio, _____ pudo escuchar sus gritos de alegría por encima del ruido del grifo de la cocina.
—«¡Ama! ¡Enido Joe!»
Ella dejó el trapo a un lado —acababa de lavar los platos— y fue hasta la puerta sintiéndose todavía ligeramente incómoda. La abrió y vio que Kyle corría hacia la camioneta de Joseph.
Tan pronto como éste se apeó, el chico se arrojó en sus brazos, radiante, como si el hombre nunca hubiera estado ausente. Joseph le dio un gran abrazo y lo dejó en el suelo justo cuando _____ se acercaba.
—Hola —saludó en voz baja.
—Hola, Joseph —contestó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.
—«¡Enido Joe!» —gritaba Kyle, agarrado a su pierna—. «¡Enido Joe!»
_____ lo miró con una débil sonrisa.
—Sí, cariño.
Joseph se percató de lo incómoda que ella se sentía y tras toser brevemente señaló la camioneta.
—He traído unas cuantas cosas de la tienda al venir hacia aquí. Si no te parece mal que me quede un rato...
Kyle rió a pleno pulmón, encantado con la presencia de Joseph.
—«¡Enido Joe!» —repitió una vez más.
—No creo que tenga elección —contestó _____ con franqueza.
Joseph sacó una bolsa de comestibles del vehículo y la llevó dentro de la casa. Contenía los ingredientes necesarios para preparar un estofado: carne, patatas, zanahorias, apio y cebollas. Él y _____ hablaron unos minutos, pero Joseph no pudo evitar percatarse de lo incómoda que ella se sentía en su presencia y al final se fue al jardín con Kyle, que no se había separado de su lado ni un instante. Entre tanto, _____ se dedicó a preparar la comida, aliviada por hallarse a solas. Sofrió la carne, peló las patatas, cortó las zanahorias, el apio y la cebolla y lo puso todo a hervir en una cazuela con una pizca de hierbas aromáticas. La monotonía del trabajo la relajó y calmó la oleada de sentimientos contradictorios que la asaltaba. No obstante, mientras cocinaba, no dejó de mirar por la ventana para observar a Joseph y a Kyle, que jugaban en el arenero, empujando cada uno de ellos un gran camión de juguete, haciendo ver que construían grandes carreteras. A pesar de lo bien que parecían estar pasándoselo, _____ no pudo evitar una paralizante sensación de duda con respecto a Joseph cuando recordó con claridad el daño que él les había hecho, tanto a ella como a su hijo. ¿Acaso podía fiarse de aquel hombre? ¿Cambiaría? Es más, ¿podía de verdad cambiar?
Mientras los contemplaba, Kyle trepó encima de la agachada figura de Joseph y lo llenó de polvo y arena. Desde la cocina, _____ podía oír cómo reían.
«Es bueno escuchar otra vez ese sonido —se dijo—, pero...»
_____ meneó la cabeza.
«Incluso si Kyle lo ha perdonado, yo no estoy dispuesta a olvidar. Nos hizo daño una vez y podría volver a hacérnoslo.»
No estaba dispuesta a permitir que esta vez él la enamorara tan fácilmente, no estaba dispuesta a dejarse arrastrar por la pasión.
«Pero ¡mira qué bien se llevan!», se dijo.
«No te dejes seducir», le previno una voz interior.
_____ lanzó un suspiro. No quería que una conversación interior la dominara. Dejó el guiso a fuego lento y empezó a preparar la mesa. Luego, ordenó el salón y ya no le quedó nada más por hacer, así que decidió salir a respirar aire fresco. Se sentó en los escalones del porche y vio a Kyle y a Joseph, todavía inmersos en sus juegos.
A pesar del grueso jersey de cuello alto, el frío de la brisa hizo que se abrigara con los brazos. En el cielo, una bandada de patos que volaba en formación se dirigía hacia el sur para pasar allí el invierno. La siguió otra que parecía apresurarse por alcanzar a la primera. Mientras los contemplaba, se dio cuenta de que su aliento formaba pequeñas nubéculas. La temperatura había bajado desde primera hora de la mañana: un frente frío que llegaba del Medio Oeste se había abatido sobre Carolina del Norte.
Al cabo de un momento, Joseph la vio sentada en el porche y le sonrió. _____ le correspondió con un rápido saludo de la mano, que volvió a taparse con la manga del jersey. Entonces, él se inclinó sobre Kyle al tiempo que hacía un gesto con la cabeza señalando hacia ella. Kyle miró a su madre y agitó la mano, contento; a continuación, él y Joseph se pusieron en pie, se sacudieron el polvo de los vaqueros y se encaminaron hacia la casa.
—Parece que se la están pasando bien, ¿no? —comentó _____.
Joseph sonrió y se detuvo a unos metros de distancia.
—Creo que voy a dejar el negocio de contratista y voy a dedicarme a construir ciudades de arena. Es mucho más entretenido y la gente que se conoce es más agradable.
—¿Te has divertido, cariño? —preguntó a Kyle.
—Sí —respondió él entusiasmado—. «Ivetido ucho.»
Ella se volvió hacia Joseph.
—El estofado todavía está a medias; así que si quieren aún pueden quedarse un rato jugando aquí fuera.
—Lo suponía. Pero la verdad es que necesito un vaso de agua para acabar de tragar todo el polvo que llevo encima.
_____ sonrió.
—¿Tú también quieres algo de beber, Kyle?
Sin embargo, en lugar de contestar, el chico se le acercó con los brazos abiertos y la abrazó, estrechándola con tanta fuerza que casi se amoldaba a la forma del cuerpo de su madre.
—¿Qué ocurre, cariño? ¿Algo va mal? —preguntó _____, repentinamente preocupada.
Pero Kyle no contestó. Cerró los ojos y se apretó aún más contra su madre. Instintivamente, ella lo rodeó con los brazos.
—«Asias, ama, asias» —dijo el niño.
«¿Por qué?», se extrañó _____.
—Cariño, ¿qué pasa? —volvió a preguntar.
—«Asias, ama, asias» —repitió Kyle unas cuantas veces más, sin hacer caso de la pregunta.
A Joseph se le borró la sonrisa de la cara.
—Cariño, dime... —insistió _____, que empezaba a sentir cierta inquietud ante aquel comportamiento.
Kyle, perdido en su propio universo, siguió abrazándola. _____ lanzó a Joseph una mirada de reproche del tipo «mira lo que has hecho», pero el niño volvió a hablar en el mismo tono agradecido.
—«Te quero, ama.»
_____ tardó unos segundos en comprender las palabras de su hijo. Luego, se le puso la carne de gallina.
«¡Ha dicho "Te quiero, mamá"!», pensó.
Cerró los ojos a causa de la impresión, y Kyle, como si se hubiera percatado de la incredulidad de su madre, la estrechó aún con más fuerza.
—«Te quero, ama» —repitió.
«¡Oh, Dios mío...!»
Unas inesperadas lágrimas acudieron a los ojos de _____. Durante cinco años había esperado y deseado escuchar aquellas mismas palabras. Durante cinco largos años se había visto privada de lo que la mayoría de los padres dan por hecho: de una simple y llana declaración de amor.
—Yo también te quiero, cariño. Te quiero mucho.
Entregada por completo a la emoción de aquel momento, estrechó a su hijo tanto como él la estrechaba a ella.
«Nunca olvidaré esto», se dijo mientras grababa en su memoria el contacto del cuerpo de Kyle, su olor de niño pequeño y sus titubeantes palabras.
Viéndolos juntos, Joseph se quedó dónde estaba, tan hipnotizado por la situación como la propia _____. También Kyle pareció darse cuenta de que había hecho algo bueno porque, cuando su madre deshizo finalmente el abrazo, se volvió hacia Joseph y le sonrió. _____ se puso a reír; luego, se volvió hacia Joseph con las mejillas arreboladas y una expresión de desconcierto pintada en el rostro.
—¿Tú le has enseñado a decir eso?
Joseph negó con la cabeza.
—No he sido yo. Sólo hemos estado jugando.
Kyle contempló de nuevo a su madre con aire contento.
—«Asias, ama» —dijo simplemente—. «Joe ta casa.»
« Joseph está en casa.»
Al escuchar aquello, _____ se secó las lágrimas con el dorso de una temblorosa mano y durante unos instantes permaneció callada. Ninguno de los dos sabía qué decir. A pesar de lo impresionada que la veía, a Joseph le pareció absolutamente maravillosa y más bella que nunca. Bajó la mirada y recogió una ramita del suelo, haciéndola girar entre los dedos. Luego, miró brevemente a _____ y a Kyle, jugueteó con la brizna y por fin clavó los ojos en los de ella, con determinación. Cuando habló, tenía un ligero temblor en la voz.
—Espero que tenga razón, porque yo también te quiero.
Era la primera vez en su vida que Joseph hacía semejante declaración, ya fuera a _____ o a cualquier otro. Aunque había imaginado que le costaría un gran esfuerzo pronunciarla, no fue así. Nunca había estado tan seguro de nada como de aquello.
_____ casi pudo palpar la emoción que lo embargaba cuando él la cogió de la mano. Como en un sueño, ella le correspondió y le permitió que la atrajera a su lado. Joseph inclinó ligeramente la cabeza. Antes de que _____ se diera cuenta de lo que le sucedía percibió el contacto de los labios de él y el calor de su cuerpo. La ternura de aquel beso pareció prolongarse infinitamente. Luego, Joseph hundió el rostro en el hombro de ella.
—Te quiero, _____ —murmuró—. Te quiero tanto... Haría cualquier cosa a cambio de una nueva oportunidad. Si me la concedes, te prometo que nunca te abandonaré.
_____ cerró los ojos y dejó que él la abrazara. Finalmente, se separó a regañadientes y le dio la espalda. Durante unos segundos, Joseph no supo qué pensar; apretó levemente su mano y la escuchó suspirar. Ella siguió callada.
Por encima de sus cabezas, el sol del otoño empezaba a descender. Espesas nubes, blancas y grises, se deslizaban silenciosamente, impulsadas por el viento. En el horizonte se dibujaba el principio de una tormenta. No tardaría en llover con fuerza; pero para entonces ya estarían en la cocina, escuchando el repiqueteo de las gotas sobre el tejado de zinc mientras el humo del guiso en los platos ascendía enroscándose hacia el techo.
_____ suspiró de nuevo y se volvió hacia Joseph. Él la quería. Era tan sencillo como eso. Y ella también lo amaba. Se echó en sus brazos sabiendo que la tormenta que se avecinaba no tenía nada que ver con ellos.
No sabía qué más podía hacer o decir. A lo largo de la vida había escuchado algunas historias estremecedoras, pero ninguna tan terrible como aquélla. Joseph la miró con expresión sombría cuando ella le entregó la bebida, abrió la lata y bebió un largo trago. Luego, sin dejar de sujetarla, se la colocó en el regazo.
_____ le hizo una caricia en la pierna, y él le tomó la mano.
—¿Estás bien? —preguntó ella.
—No —respondió él con franqueza—. Pero es posible que nunca lo haya estado del todo.
_____ le dio un leve apretón.
—Posiblemente no —confirmó con una débil sonrisa.
Se quedaron en silencio durante un rato, hasta que ella volvió a hablar.
—¿Por qué esta noche, Joseph?
A pesar de que _____ habría podido intentar convencerlo de que él no había sido el causante de la muerte de su padre y consolarlo, estaba segura de que aquél no era el momento oportuno. Ninguno de los dos estaba dispuesto a hacer frente a aquellos demonios.
Joseph hizo girar distraídamente la lata.
—No he dejado de pensar en Mitch desde el día en que murió; y ahora que Melissa se marcha... No sé... Sentí como si algo me devorara por dentro.
«Siempre fue así, Joseph», pensó ella.
—Sí, pero ¿por qué yo? ¿Por qué no acudiste a cualquier otro?
Él tardó un tiempo en contestar; pero, cuando lo hizo, en sus ojos cafés sólo se podía leer arrepentimiento.
—Porque me interesas más de lo que nadie me ha interesado nunca —repuso con indudable franqueza.
_____ se quedó sin aliento al escuchar aquellas palabras. Como tardó en responder, Joseph retiró la mano, igual que había hecho en una ocasión en la feria.
—Tienes todo el derecho del mundo a no creerme —reconoció él—. Yo, en tu lugar, probablemente también dudaría. Lamento mi comportamiento. Estaba equivocado. —Hizo una pausa mientras jugueteaba con la lengüeta de la lata—. Me gustaría poder explicar por qué hice lo que hice; pero, sinceramente, no lo sé. He pasado tanto tiempo engañándome a mí mismo que no estoy seguro de que pudiera reconocer la verdad aunque la tuviera delante de mis ojos. Lo único que sé a ciencia cierta es que he echado a perder la mejor ocasión que he tenido en la vida.
—Sí. Así es —contestó ella. Joseph soltó una risita nerviosa.
—Supongo que una segunda oportunidad está fuera de toda consideración, ¿no?
_____ calló. Se había dado cuenta de que en algún momento de aquella velada su resentimiento hacia Joseph se había desvanecido. El dolor seguía presente, al igual que la aprensión ante lo que pudiera depararle el porvenir. De algún modo, sentía la misma ansiedad que cuando lo había conocido; y en cierta manera, sabía que así era.
—Ese cartucho lo quemaste hace más de un mes. A estas alturas ya vas por la vigésima.
Él escuchó aquel ligero tono de ánimo y la miró con la esperanza dibujada en el rostro.
—¿Tantas?
—Y más —contestó ella, sonriendo—. Si fuera la reina, te habría mandado decapitar.
—¿Sin esperanza, entonces?
«¿La hay? —se preguntó _____—. Al final, todo se reduce a esa incógnita, ¿no es así?»
Vaciló. Podía sentir que su tozuda determinación se desmoronaba mientras miraba a Joseph, cuyos ojos resultaban más elocuentes que cualquier discurso. De repente, sintió que la invadían incontables imágenes de todos los buenos ratos que él le había hecho pasar a Kyle y revivió todos los sentimientos que había enterrado tan cuidadosamente durante las últimas semanas.
—No he dicho eso —contestó finalmente—. Pero no creo que podamos reanudar nuestra relación donde la dejamos, como si tal cosa. Hay un montón de cuestiones que hay que resolver primero, y no va a ser fácil.
Joseph tardó unos instantes en interpretar el significado de las palabras. La oportunidad —por remota que fuera— estaba allí, sin duda, y sintió que lo invadía una sensación de alivio. Sonrió brevemente y depositó la bebida sobre la mesa.
—Lo siento, _____. Siento lo que te hice y también lo que le hice a Kyle.
Ella asintió y cogió su mano.
Durante las horas que siguieron hablaron con renovada sinceridad. Joseph le explicó cómo habían transcurrido los últimos días; las conversaciones que había tenido con Melissa y lo que Denise le había dicho, al igual que la pelea con Mitch la noche en que éste había muerto. También le contó cómo el fallecimiento de su amigo había despertado los recuerdos de la tragedia de su padre y cómo, a pesar de todo, seguía sintiéndose culpable por ambas. Habló largo y tendido, mientras _____ escuchaba atentamente, a ratos ofreciéndole su apoyo y a ratos haciendo preguntas.
Eran casi las cuatro de la mañana cuando Joseph se levantó para marcharse. Ella lo acompañó hasta la puerta y lo vio meterse en su camioneta y alejarse.
Mientras se ponía el pijama, pensó que no podía prever qué rumbo iba a tomar su relación a partir de entonces —se recordó que una cosa eran las palabras y otra muy distinta los hechos—. Podía significar un gran cambio o nada en absoluto. No obstante, estaba segura de una cosa: ya no le correspondía decidir a ella sola. Si Joseph quería una nueva oportunidad —pensó mientras sus ojos se cerraban—, tendría, como al principio, que ganársela.
Por la tarde del día siguiente, Joseph la llamó para preguntar si le parecería bien que él se pasara por su casa.
—También me gustaría pedirle perdón a Kyle —explicó—. Además, tengo algo que quiero enseñarle.
Agotada tras las emociones de la noche anterior, _____ sólo quería que le dieran un respiro. Lo necesitaba, y Joseph también. Pero, al final, accedió a regañadientes, más por Kyle que por ella misma. Sabía que el chico estaría encantado de verlo.
No obstante, cuando colgó el teléfono se preguntó si había hecho lo correcto. Hacía un día ventoso. El frío del otoño había llegado de golpe, y las hojas resplandecían en sus nuevos colores: rojos, anaranjados y amarillos explotaban en las ramas preparándose para el descenso final hacia el suelo salpicado de rocío. El jardín no tardaría en quedar cubierto con los marchitos restos del verano.
Joseph apareció al cabo de una hora. Cuando Kyle, que estaba en la parte delantera de la casa, lo vio, _____ pudo escuchar sus gritos de alegría por encima del ruido del grifo de la cocina.
—«¡Ama! ¡Enido Joe!»
Ella dejó el trapo a un lado —acababa de lavar los platos— y fue hasta la puerta sintiéndose todavía ligeramente incómoda. La abrió y vio que Kyle corría hacia la camioneta de Joseph.
Tan pronto como éste se apeó, el chico se arrojó en sus brazos, radiante, como si el hombre nunca hubiera estado ausente. Joseph le dio un gran abrazo y lo dejó en el suelo justo cuando _____ se acercaba.
—Hola —saludó en voz baja.
—Hola, Joseph —contestó ella, cruzando los brazos sobre el pecho.
—«¡Enido Joe!» —gritaba Kyle, agarrado a su pierna—. «¡Enido Joe!»
_____ lo miró con una débil sonrisa.
—Sí, cariño.
Joseph se percató de lo incómoda que ella se sentía y tras toser brevemente señaló la camioneta.
—He traído unas cuantas cosas de la tienda al venir hacia aquí. Si no te parece mal que me quede un rato...
Kyle rió a pleno pulmón, encantado con la presencia de Joseph.
—«¡Enido Joe!» —repitió una vez más.
—No creo que tenga elección —contestó _____ con franqueza.
Joseph sacó una bolsa de comestibles del vehículo y la llevó dentro de la casa. Contenía los ingredientes necesarios para preparar un estofado: carne, patatas, zanahorias, apio y cebollas. Él y _____ hablaron unos minutos, pero Joseph no pudo evitar percatarse de lo incómoda que ella se sentía en su presencia y al final se fue al jardín con Kyle, que no se había separado de su lado ni un instante. Entre tanto, _____ se dedicó a preparar la comida, aliviada por hallarse a solas. Sofrió la carne, peló las patatas, cortó las zanahorias, el apio y la cebolla y lo puso todo a hervir en una cazuela con una pizca de hierbas aromáticas. La monotonía del trabajo la relajó y calmó la oleada de sentimientos contradictorios que la asaltaba. No obstante, mientras cocinaba, no dejó de mirar por la ventana para observar a Joseph y a Kyle, que jugaban en el arenero, empujando cada uno de ellos un gran camión de juguete, haciendo ver que construían grandes carreteras. A pesar de lo bien que parecían estar pasándoselo, _____ no pudo evitar una paralizante sensación de duda con respecto a Joseph cuando recordó con claridad el daño que él les había hecho, tanto a ella como a su hijo. ¿Acaso podía fiarse de aquel hombre? ¿Cambiaría? Es más, ¿podía de verdad cambiar?
Mientras los contemplaba, Kyle trepó encima de la agachada figura de Joseph y lo llenó de polvo y arena. Desde la cocina, _____ podía oír cómo reían.
«Es bueno escuchar otra vez ese sonido —se dijo—, pero...»
_____ meneó la cabeza.
«Incluso si Kyle lo ha perdonado, yo no estoy dispuesta a olvidar. Nos hizo daño una vez y podría volver a hacérnoslo.»
No estaba dispuesta a permitir que esta vez él la enamorara tan fácilmente, no estaba dispuesta a dejarse arrastrar por la pasión.
«Pero ¡mira qué bien se llevan!», se dijo.
«No te dejes seducir», le previno una voz interior.
_____ lanzó un suspiro. No quería que una conversación interior la dominara. Dejó el guiso a fuego lento y empezó a preparar la mesa. Luego, ordenó el salón y ya no le quedó nada más por hacer, así que decidió salir a respirar aire fresco. Se sentó en los escalones del porche y vio a Kyle y a Joseph, todavía inmersos en sus juegos.
A pesar del grueso jersey de cuello alto, el frío de la brisa hizo que se abrigara con los brazos. En el cielo, una bandada de patos que volaba en formación se dirigía hacia el sur para pasar allí el invierno. La siguió otra que parecía apresurarse por alcanzar a la primera. Mientras los contemplaba, se dio cuenta de que su aliento formaba pequeñas nubéculas. La temperatura había bajado desde primera hora de la mañana: un frente frío que llegaba del Medio Oeste se había abatido sobre Carolina del Norte.
Al cabo de un momento, Joseph la vio sentada en el porche y le sonrió. _____ le correspondió con un rápido saludo de la mano, que volvió a taparse con la manga del jersey. Entonces, él se inclinó sobre Kyle al tiempo que hacía un gesto con la cabeza señalando hacia ella. Kyle miró a su madre y agitó la mano, contento; a continuación, él y Joseph se pusieron en pie, se sacudieron el polvo de los vaqueros y se encaminaron hacia la casa.
—Parece que se la están pasando bien, ¿no? —comentó _____.
Joseph sonrió y se detuvo a unos metros de distancia.
—Creo que voy a dejar el negocio de contratista y voy a dedicarme a construir ciudades de arena. Es mucho más entretenido y la gente que se conoce es más agradable.
—¿Te has divertido, cariño? —preguntó a Kyle.
—Sí —respondió él entusiasmado—. «Ivetido ucho.»
Ella se volvió hacia Joseph.
—El estofado todavía está a medias; así que si quieren aún pueden quedarse un rato jugando aquí fuera.
—Lo suponía. Pero la verdad es que necesito un vaso de agua para acabar de tragar todo el polvo que llevo encima.
_____ sonrió.
—¿Tú también quieres algo de beber, Kyle?
Sin embargo, en lugar de contestar, el chico se le acercó con los brazos abiertos y la abrazó, estrechándola con tanta fuerza que casi se amoldaba a la forma del cuerpo de su madre.
—¿Qué ocurre, cariño? ¿Algo va mal? —preguntó _____, repentinamente preocupada.
Pero Kyle no contestó. Cerró los ojos y se apretó aún más contra su madre. Instintivamente, ella lo rodeó con los brazos.
—«Asias, ama, asias» —dijo el niño.
«¿Por qué?», se extrañó _____.
—Cariño, ¿qué pasa? —volvió a preguntar.
—«Asias, ama, asias» —repitió Kyle unas cuantas veces más, sin hacer caso de la pregunta.
A Joseph se le borró la sonrisa de la cara.
—Cariño, dime... —insistió _____, que empezaba a sentir cierta inquietud ante aquel comportamiento.
Kyle, perdido en su propio universo, siguió abrazándola. _____ lanzó a Joseph una mirada de reproche del tipo «mira lo que has hecho», pero el niño volvió a hablar en el mismo tono agradecido.
—«Te quero, ama.»
_____ tardó unos segundos en comprender las palabras de su hijo. Luego, se le puso la carne de gallina.
«¡Ha dicho "Te quiero, mamá"!», pensó.
Cerró los ojos a causa de la impresión, y Kyle, como si se hubiera percatado de la incredulidad de su madre, la estrechó aún con más fuerza.
—«Te quero, ama» —repitió.
«¡Oh, Dios mío...!»
Unas inesperadas lágrimas acudieron a los ojos de _____. Durante cinco años había esperado y deseado escuchar aquellas mismas palabras. Durante cinco largos años se había visto privada de lo que la mayoría de los padres dan por hecho: de una simple y llana declaración de amor.
—Yo también te quiero, cariño. Te quiero mucho.
Entregada por completo a la emoción de aquel momento, estrechó a su hijo tanto como él la estrechaba a ella.
«Nunca olvidaré esto», se dijo mientras grababa en su memoria el contacto del cuerpo de Kyle, su olor de niño pequeño y sus titubeantes palabras.
Viéndolos juntos, Joseph se quedó dónde estaba, tan hipnotizado por la situación como la propia _____. También Kyle pareció darse cuenta de que había hecho algo bueno porque, cuando su madre deshizo finalmente el abrazo, se volvió hacia Joseph y le sonrió. _____ se puso a reír; luego, se volvió hacia Joseph con las mejillas arreboladas y una expresión de desconcierto pintada en el rostro.
—¿Tú le has enseñado a decir eso?
Joseph negó con la cabeza.
—No he sido yo. Sólo hemos estado jugando.
Kyle contempló de nuevo a su madre con aire contento.
—«Asias, ama» —dijo simplemente—. «Joe ta casa.»
« Joseph está en casa.»
Al escuchar aquello, _____ se secó las lágrimas con el dorso de una temblorosa mano y durante unos instantes permaneció callada. Ninguno de los dos sabía qué decir. A pesar de lo impresionada que la veía, a Joseph le pareció absolutamente maravillosa y más bella que nunca. Bajó la mirada y recogió una ramita del suelo, haciéndola girar entre los dedos. Luego, miró brevemente a _____ y a Kyle, jugueteó con la brizna y por fin clavó los ojos en los de ella, con determinación. Cuando habló, tenía un ligero temblor en la voz.
—Espero que tenga razón, porque yo también te quiero.
Era la primera vez en su vida que Joseph hacía semejante declaración, ya fuera a _____ o a cualquier otro. Aunque había imaginado que le costaría un gran esfuerzo pronunciarla, no fue así. Nunca había estado tan seguro de nada como de aquello.
_____ casi pudo palpar la emoción que lo embargaba cuando él la cogió de la mano. Como en un sueño, ella le correspondió y le permitió que la atrajera a su lado. Joseph inclinó ligeramente la cabeza. Antes de que _____ se diera cuenta de lo que le sucedía percibió el contacto de los labios de él y el calor de su cuerpo. La ternura de aquel beso pareció prolongarse infinitamente. Luego, Joseph hundió el rostro en el hombro de ella.
—Te quiero, _____ —murmuró—. Te quiero tanto... Haría cualquier cosa a cambio de una nueva oportunidad. Si me la concedes, te prometo que nunca te abandonaré.
_____ cerró los ojos y dejó que él la abrazara. Finalmente, se separó a regañadientes y le dio la espalda. Durante unos segundos, Joseph no supo qué pensar; apretó levemente su mano y la escuchó suspirar. Ella siguió callada.
Por encima de sus cabezas, el sol del otoño empezaba a descender. Espesas nubes, blancas y grises, se deslizaban silenciosamente, impulsadas por el viento. En el horizonte se dibujaba el principio de una tormenta. No tardaría en llover con fuerza; pero para entonces ya estarían en la cocina, escuchando el repiqueteo de las gotas sobre el tejado de zinc mientras el humo del guiso en los platos ascendía enroscándose hacia el techo.
_____ suspiró de nuevo y se volvió hacia Joseph. Él la quería. Era tan sencillo como eso. Y ella también lo amaba. Se echó en sus brazos sabiendo que la tormenta que se avecinaba no tenía nada que ver con ellos.
Chicas solo queda el epílogo para que la novela termine (:
Natuu=)
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
que cap tan hermoso joe ya le dijo lo que siente a la rayis alfin estan juntos waaaaa ahora solo queda el epilogo y ya termina la nove la extrañare mucho SIGUELA
DanyelitaJonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
qe bonito cap lo ame de principio a fin kyle le dejo qe la qiere
ai ese niño es un amor y joe tambien enserio lo ame
estare esperando el epilogo siguela pronto
ai ese niño es un amor y joe tambien enserio lo ame
estare esperando el epilogo siguela pronto
Nani Jonas
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
natu casi lloro con este
cap
fue hermoso
enserio :9
ya quiero el epilogo
cap
fue hermoso
enserio :9
ya quiero el epilogo
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
EPÍLOGO
Joseph se había ido con Kyle a pescar temprano, pero _____ había preferido quedarse. Todavía le quedaban unas cuantas cosas por hacer en la casa antes de que Denise llegara a almorzar. Además, necesitaba un descanso. Kyle había empezado a ir al colegio y, aunque había progresado mucho a lo largo del último año, todavía tenía algunas dificultades de adaptación. Ella no había dejado de practicar el diálogo con él, y también lo ayudaba con otras materias para que Kyle no se quedara rezagado con respecto a sus compañeros. Afortunadamente, el reciente cambio a la nueva casa no había parecido afectarlo. Su nueva habitación, que era mucho más grande que la anterior, lo había entusiasmado tanto como el hecho de que mirara al mar.
_____ tenía que reconocer que a ella también le gustaba. Desde su asiento en el porche podía divisarlos a los dos, sentados en el espigón, con sendas cañas de pescar en las manos. Sonrió pensativamente mientras reflexionaba acerca de lo natural que le resultaba verlos juntos. Como si fueran padre e hijo. Como lo que eran en realidad, porque, tras la boda, Joseph había adoptado a Kyle.
El chico les había llevado los anillos durante la discreta ceremonia que había tenido lugar en la iglesia. Ella había invitado a algunos amigos de Atlanta, y él, a unos cuantos de los alrededores. Melissa había hecho de dama de honor y Denise había llorado como una Magdalena cuando intercambiaron los anillos. Luego, _____ y Joseph desaparecieron para pasar unos días de luna de miel en Ocracoke, en un pequeño hotelito a la orilla del océano. En su primera mañana como recién casados, antes de que amaneciera, se fueron a pasear por la playa y contemplaron la salida del sol mientras las marsopas nadaban entre las olas. Con Joseph sentado tras ella, rodeándola con los brazos, _____ se recostó sintiéndose confortada y segura mientras el nuevo día se desplegaba ante sus ojos.
Cuando regresaron de la luna de miel, Joseph la sorprendió con unos planos que había dibujado. Eran los de una bonita casa de campo, rodeada de un porche, con una moderna cocina y suelos de madera. Compraron un terreno en las afueras de Edenton y se pusieron manos a la obra. Se trasladaron justo antes de que empezara el curso escolar.
Entre tanto, _____ había dejado de trabajar en Eights. Ella y Joseph iban de vez en cuando por allí para saludar a Ray, que seguía como siempre. Los años no parecían pasar por él. Cuando se marchaban, siempre les hacía la misma broma: le decía a _____ que podía recuperar su empleo cuando quisiera. No obstante, ella no lo echaba de menos, ni siquiera a pesar del buen humor de Ray.
Aunque Joseph había seguido sufriendo ocasionales pesadillas, a lo largo del año transcurrido no dejó de sorprenderla con su dedicación. Tenía las responsabilidades del trabajo y estaba construyendo un hogar para los dos, pero fue a comer a casa todos los días y se negó a trabajar hasta más tarde de las seis; entrenó al equipo de Kyle durante la primavera —el chico no era el mejor jugador del mundo, pero tampoco el peor—, y pasó todos los fines de semana con ellos. Durante el verano se fueron de viaje a Disney World, y en Navidad compraron un jeep Cherokee de segunda mano. Lo único que les faltaba era una cerca alrededor de la casa, que se disponían a empezar en una semana.
_____ oyó que sonaba el reloj de alarma en la cocina y se levantó de la mecedora. Había metido un pastel de manzana en el horno. Lo sacó y lo depositó en una bandeja. En el fuego hervía un guiso de pollo, cuyo aroma flotaba por toda la casa.
Su casa. El hogar de los Jonas. A pesar de que llevaban un año casados, a _____ la seguía emocionando el sonido de aquellas palabras: «_____ y Joseph Jonas.» Para ella sonaban de manera especial.
Removió el guiso; hacía una hora que hervía, y estaba en su punto. Aunque Kyle todavía evitaba comer carne, ella había intentado que probara el pollo. Al principio, Kyle había protestado, pero finalmente había tomado un bocado. Durante los días siguientes fue comiendo un poco más.
En aquel momento ya se reunían a la mesa como una familia normal y compartían los mismos alimentos, tal como una familia de verdad debe hacer.
«Una familia.» También le gustaba aquella palabra.
Se asomó por la ventana, y vio que Joseph y Kyle regresaban y se encaminaban hacia el cobertizo donde guardaban las cañas de pescar. Contempló cómo Joseph colgaba la suya y la del chico, y cómo Kyle dejaba la caja de los cebos en el suelo. Joseph la empujó con la punta de la bota y unos instantes después subían los escalones del porche.
—¡Hola, mamá! —gorjeó Kyle.
—¿Han pescado algo?
—No. Ni un pez.
Como casi todo en la vida de _____, la capacidad de hablar de Kyle había mejorado espectacularmente. No era perfecta en todos los sentidos, pero estaba acortando la distancia que lo separaba de los otros niños. Y lo que era más importante, ella había dejado de angustiarse.
Joseph le dio un beso mientras Kyle entraba.
—Y bien, ¿dónde está el pequeñito? —preguntó.
_____ hizo un gesto en dirección a un rincón del porche.
—Duerme todavía.
—¿No debería estar despierto ya?
—Dentro de poco. No tardará en tener hambre.
Ambos se aproximaron a la cuna y Joseph se inclinó para mirarlo, como solía hacer siempre, como si todavía le costara creer que él hubiera ayudado a crear una nueva vida. Tendió la mano y acarició el cabello de su hijo. Con apenas siete semanas de vida, aún tenía muy poco pelo.
—Parece tan tranquilo... —murmuró casi con temor reverencial.
_____ le apoyó una mano en el hombro y pensó que ojalá el día de mañana el niño se pareciera a su padre.
—Es precioso.
Joseph miró a la mujer que amaba y al recién nacido. Se agachó y le dio a su hijo un beso en la frente.
—¿Has oído eso, Mitch? Tu madre opina que eres una preciosidad.
_____ tenía que reconocer que a ella también le gustaba. Desde su asiento en el porche podía divisarlos a los dos, sentados en el espigón, con sendas cañas de pescar en las manos. Sonrió pensativamente mientras reflexionaba acerca de lo natural que le resultaba verlos juntos. Como si fueran padre e hijo. Como lo que eran en realidad, porque, tras la boda, Joseph había adoptado a Kyle.
El chico les había llevado los anillos durante la discreta ceremonia que había tenido lugar en la iglesia. Ella había invitado a algunos amigos de Atlanta, y él, a unos cuantos de los alrededores. Melissa había hecho de dama de honor y Denise había llorado como una Magdalena cuando intercambiaron los anillos. Luego, _____ y Joseph desaparecieron para pasar unos días de luna de miel en Ocracoke, en un pequeño hotelito a la orilla del océano. En su primera mañana como recién casados, antes de que amaneciera, se fueron a pasear por la playa y contemplaron la salida del sol mientras las marsopas nadaban entre las olas. Con Joseph sentado tras ella, rodeándola con los brazos, _____ se recostó sintiéndose confortada y segura mientras el nuevo día se desplegaba ante sus ojos.
Cuando regresaron de la luna de miel, Joseph la sorprendió con unos planos que había dibujado. Eran los de una bonita casa de campo, rodeada de un porche, con una moderna cocina y suelos de madera. Compraron un terreno en las afueras de Edenton y se pusieron manos a la obra. Se trasladaron justo antes de que empezara el curso escolar.
Entre tanto, _____ había dejado de trabajar en Eights. Ella y Joseph iban de vez en cuando por allí para saludar a Ray, que seguía como siempre. Los años no parecían pasar por él. Cuando se marchaban, siempre les hacía la misma broma: le decía a _____ que podía recuperar su empleo cuando quisiera. No obstante, ella no lo echaba de menos, ni siquiera a pesar del buen humor de Ray.
Aunque Joseph había seguido sufriendo ocasionales pesadillas, a lo largo del año transcurrido no dejó de sorprenderla con su dedicación. Tenía las responsabilidades del trabajo y estaba construyendo un hogar para los dos, pero fue a comer a casa todos los días y se negó a trabajar hasta más tarde de las seis; entrenó al equipo de Kyle durante la primavera —el chico no era el mejor jugador del mundo, pero tampoco el peor—, y pasó todos los fines de semana con ellos. Durante el verano se fueron de viaje a Disney World, y en Navidad compraron un jeep Cherokee de segunda mano. Lo único que les faltaba era una cerca alrededor de la casa, que se disponían a empezar en una semana.
_____ oyó que sonaba el reloj de alarma en la cocina y se levantó de la mecedora. Había metido un pastel de manzana en el horno. Lo sacó y lo depositó en una bandeja. En el fuego hervía un guiso de pollo, cuyo aroma flotaba por toda la casa.
Su casa. El hogar de los Jonas. A pesar de que llevaban un año casados, a _____ la seguía emocionando el sonido de aquellas palabras: «_____ y Joseph Jonas.» Para ella sonaban de manera especial.
Removió el guiso; hacía una hora que hervía, y estaba en su punto. Aunque Kyle todavía evitaba comer carne, ella había intentado que probara el pollo. Al principio, Kyle había protestado, pero finalmente había tomado un bocado. Durante los días siguientes fue comiendo un poco más.
En aquel momento ya se reunían a la mesa como una familia normal y compartían los mismos alimentos, tal como una familia de verdad debe hacer.
«Una familia.» También le gustaba aquella palabra.
Se asomó por la ventana, y vio que Joseph y Kyle regresaban y se encaminaban hacia el cobertizo donde guardaban las cañas de pescar. Contempló cómo Joseph colgaba la suya y la del chico, y cómo Kyle dejaba la caja de los cebos en el suelo. Joseph la empujó con la punta de la bota y unos instantes después subían los escalones del porche.
—¡Hola, mamá! —gorjeó Kyle.
—¿Han pescado algo?
—No. Ni un pez.
Como casi todo en la vida de _____, la capacidad de hablar de Kyle había mejorado espectacularmente. No era perfecta en todos los sentidos, pero estaba acortando la distancia que lo separaba de los otros niños. Y lo que era más importante, ella había dejado de angustiarse.
Joseph le dio un beso mientras Kyle entraba.
—Y bien, ¿dónde está el pequeñito? —preguntó.
_____ hizo un gesto en dirección a un rincón del porche.
—Duerme todavía.
—¿No debería estar despierto ya?
—Dentro de poco. No tardará en tener hambre.
Ambos se aproximaron a la cuna y Joseph se inclinó para mirarlo, como solía hacer siempre, como si todavía le costara creer que él hubiera ayudado a crear una nueva vida. Tendió la mano y acarició el cabello de su hijo. Con apenas siete semanas de vida, aún tenía muy poco pelo.
—Parece tan tranquilo... —murmuró casi con temor reverencial.
_____ le apoyó una mano en el hombro y pensó que ojalá el día de mañana el niño se pareciera a su padre.
—Es precioso.
Joseph miró a la mujer que amaba y al recién nacido. Se agachó y le dio a su hijo un beso en la frente.
—¿Has oído eso, Mitch? Tu madre opina que eres una preciosidad.
FIN
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
Bueno chicas la novela a llegado a su fin.
Muchas gracias a todas las que me acompañaron hasta aquí (:
Y espero, de verdad, que les haya gustado tanto como a mi
Natuu♥!!
Muchas gracias a todas las que me acompañaron hasta aquí (:
Y espero, de verdad, que les haya gustado tanto como a mi
Natuu♥!!
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
omj le pusieron mitch!!!!
natu la ame
eso si llore muchisiimo
con la nove
pero me enamoro
espero que subas mas :)
gracaias
natu la ame
eso si llore muchisiimo
con la nove
pero me enamoro
espero que subas mas :)
gracaias
andreita
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