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Mensaje por Natuu! Sáb 11 Feb 2012, 4:28 pm

CAPÍTULO 22


A la mañana siguiente, temprano, mientras _____ daba cuenta de una taza de café, sonó el teléfono. Kyle estaba en la sala, tumbado y coloreando las figuras de un cuaderno; le costaba mantenerse dentro de los contornos de los dibujos. Ella descolgó el auricular y reconoció al instante la voz de Joseph.
—¡Ah, hola! Me alegro de encontrarte levantada —dijo él.
—Siempre lo estoy a estas horas —repuso _____ mientras sentía una sensación de alivio al escuchar su voz—. Te eché de menos anoche.
—Y yo... Probablemente, lo mejor habría sido que me hubiera quedado. La verdad es que no he dormido demasiado bien.
—A mí me ha ocurrido lo mismo. No he dejado de despertarme. Ya sabes, por una vez he tenido los cobertores para mí sola y no estoy acostumbrada.
—Oye, yo no acaparo las sábanas, así que debes de estar refiriéndote a otra persona.
—¿Ah, sí? ¿Cómo a quién, por ejemplo?
—No sé, quizá a algunos de esos tipos del restaurante.
—No lo creo —respondió _____ soltando una risita—. ¿Me llamas porque has cambiado de opinión respecto a lo del almuerzo?
—No. No puedo. Hoy no. Pero me pasaré cuando termine y te acompañaré al trabajo.
—¿Y qué tal una cena temprana?
—No, tampoco. No creo que pueda arreglarlo. De todos modos gracias por la oferta. Me entregan un pedido de paneles de yeso muy tarde y no creo que llegara a tiempo.
_____ se dio la vuelta, tensando el cordón del teléfono a su alrededor.
«¿Alguien hace repartos pasadas las cinco de la tarde?», se preguntó, pero se guardó de expresarlo en voz alta. En cambio, respondió alegremente:
—¡Oh! Está bien. Te veré por la noche.
Le pareció que él tardaba más de lo normal en contestar.
—De acuerdo —repuso Joseph al fin.


—Kyle se ha pasado toda la tarde preguntando por ti —dijo _____ sin el menor asomo de contrariedad.
Fiel a su palabra, Joseph esperaba en la cocina a que ella recogiera las cosas. Había llegado con el tiempo justo y faltaba poco para que tuvieran que marcharse. Le había dado un beso fugaz y parecía más distante de lo normal, aunque se había disculpado por ello, atribuyéndolo a los agobios del trabajo.
—Ah, ¿sí? ¿Dónde está?
—Fuera, en el jardín de atrás. No creo que te haya oído llegar. Voy a buscarlo.
_____ fue hasta la puerta y lo llamó. Kyle echó a correr y al cabo de un instante irrumpía en la casa.
—«¡Oha, Joe!» —exclamó con una gran sonrisa mientras corría a precipitarse en sus brazos y pasaba al lado de su madre sin prestarle atención.
Él lo levantó del suelo con suma facilidad.
—¡Hola, hombrecito! ¿Cómo te ha ido el día?
A _____ no se le escapó el cambio que se produjo en la actitud de Joseph cuando cogió al chico.
—«¡Etá quí!» —dijo Kyle, contento.
—Siento haber estado tan ocupado hoy —declaró Joseph con sinceridad—. ¿Me has echado de menos, hombrecito?
—Sí —respondió Kyle—, te he echado de menos.
Era la primera vez que respondía a una pregunta correctamente y sin que tuvieran que ordenárselo.
Joseph y _____ se quedaron estupefactos, y, durante un segundo, ella se olvidó de todas las preocupaciones de la noche anterior.


Sin embargo, si _____ había pensado que la simple frase de su hijo la iba a librar de la inquietud respecto a Joseph, se equivocaba.
No es que las cosas entre ellos se estuvieran estropeando a toda velocidad; al contrario, en muchos sentidos parecieron funcionar normalmente al menos durante la semana siguiente. A pesar de que Joseph adujo razones de trabajo para no pasar las tardes con ella, no dejó de acompañarla a Eights por las noches y de recogerla al terminar. También habían hecho el amor la noche que Kyle había hablado correctamente por primera vez.
No obstante, aunque no fuera de manera espectacular, saltaba a la vista que su relación había cambiado. Fue más como si hubieran retrocedido lentamente, deshaciendo las costumbres que habían ido afianzando durante los meses previos: menos tiempo juntos quería decir menos charlas y menos caricias. A causa de todo aquello, a _____ le resultó cada vez más difícil hacer caso omiso de las señales de alarma que se habían disparado la noche que cenaron en casa de Melissa y Mitch.
Incluso en aquel momento, una semana y media después y por mucho que a veces pensara que le estaba dando demasiada importancia a un problema que quizá no la tenía, las palabras dichas aquella velada seguían preocupándola. En cierto sentido, Joseph no había hecho nada malo, lo cual hacía su conducta aún más difícil de explicar. Se negaba a admitir que algo pudiera preocuparlo, y no había levantado la voz ni en una sola ocasión. Lo cierto era que ni siquiera habían tenido una verdadera discusión. Habían pasado la tarde del domingo a la orilla del río, como muchas tardes anteriores. Joseph seguía portándose estupendamente con Kyle, y a ella le cogía la mano muchas veces cuando la llevaba al restaurante por la noche. Aparentemente, todo seguía igual, y la única novedad era aquella desconocida pasión por el trabajo que él aún no había explicado. No obstante...
No obstante, ¿qué?
Sentada en el porche mientras Kyle jugaba con sus camiones en el jardín, _____ intentó resolver la incógnita. Tenía la experiencia suficiente para saber algo acerca de cómo funcionan las parejas. Sabía que los primeros sentimientos en una relación amorosa podían tener la potencia de una ola y actuar como una irresistible fuerza de atracción, y también sabía que era posible dejarse llevar por ellos al calor del momento; pero era consciente de que ese impulso no duraba eternamente porque no estaba pensado para ello; que si dos personas que estaban hechas la una para la otra se encontraban, entonces, de aquel impulso inicial, podía surgir un tipo de amor más duradero y auténtico. Por lo menos eso era lo que creía.
Lo que le ocurría con Joseph era que tenía la impresión de que él se había dejado arrastrar por la ola sin pensar en las consecuencias y que, cuando se había percatado de ellas, había empezado a nadar a contracorriente; quizá no todo el tiempo, pero sí a veces. Seguramente era eso lo que había notado en él últimamente: era como si estuviera utilizando el trabajo como una excusa para escapar de la realidad de su nueva situación.
Naturalmente, también entendía que cuando alguien se obsesiona en buscar un problema, tarde o temprano acaba por encontrarlo; así que deseó que ése fuera su caso con Joseph, que se estuviera equivocando en sus apreciaciones. Cabía la posibilidad de que el trabajo fuera el único responsable de todo. La verdad era que, a juzgar por las apariencias, quizá a Joseph no le faltara razón: una noche que había ido a recogerla, lo había visto tan cansado que _____ tuvo la certeza de que no mentía cuando afirmaba que no paraba en todo el día.
Así pues, se mantuvo tan ocupada como pudo y procuró no perder el tiempo dándole vueltas inútilmente a lo que fuera que pudiera estar sucediendo entre ellos dos. Joseph se sumergió en su trabajo y ella volvió a emplearse a fondo con Kyle. Dado que el niño ya empezaba a hablar con más soltura, _____ empezó a practicar con él frases e ideas más complejas, amén de otras habilidades relacionadas con la escuela. Una a una, fue enseñándole órdenes sencillas y lo entrenó para pintar mejor; también lo introdujo en los conceptos numéricos, aunque para Kyle el asunto no tenía sentido. Limpió la casa a fondo, puso orden en los armarios, atendió los turnos del restaurante y pagó sus facturas. En pocas palabras, llevó el mismo tipo de vida que había llevado antes de que Joseph Jonas apareciera. No obstante, y a pesar de que era una rutina a la que estaba acostumbrada, por las tardes no dejaba de asomarse a la ventana de la cocina con la esperanza de ver aparecer a Joseph por el camino.
Pero eso no sucedía con frecuencia.
Entonces, a su pesar, volvía a recordar las palabras de Melissa: «Todo lo que sé es que un día las cosas parecían ir sobre ruedas y que, de la noche a la mañana, se acabó todo. Nunca entendí el porqué.»
_____ movió la cabeza en un intento de quitarse aquella idea de la cabeza. A pesar de que se resistía a creer que fuera cierto, cada vez le resultaba más difícil convencerse. Incidentes como el del día anterior sólo servían para reforzar sus dudas.
Había ido a pasear en bicicleta con Kyle hasta la casa en la que Joseph estaba trabajando, y habían visto su camioneta aparcada delante. Los propietarios habían decidido reformarla completamente por dentro —baños, cocina y salón—, y el montón de cascotes y tablones amontonados fuera demostraba que se trataba de una obra mayor. Se asomó al interior con la intención de saludar, y los albañiles le dijeron que Joseph estaba en la parte de atrás, bajo un árbol, almorzando. Cuando al fin dio con él, Joseph adoptó un aire culpable, como si acabaran de pillarlo cometiendo una fechoría.
—¡_____! —exclamó.
Kyle, ajeno a su expresión, corrió hasta él.
—¡Hola, Joseph! ¿Qué tal?
—Bien —contestó, limpiándose las manos en los vaqueros—. Estaba tomándome un bocado rápido.
Su almuerzo provenía de Hardee's, lo cual significaba que había tenido que pasar por delante de casa de ella para ir a comprarlo al otro extremo de la ciudad.
—Sí. Ya lo veo —contestó, intentado disimular su preocupación.
—¿Y a qué has venido?
«No es la respuesta que esperaba escuchar», pensó.
Haciendo de tripas corazón, exhibió su mejor sonrisa y contestó:
—Simplemente pasaba por aquí y se me ocurrió acercarme a saludar.
Al cabo de un rato, Joseph los acompañó dentro y les enseñó las obras como si se tratara de la visita de unos desconocidos. _____ sospechó que sólo se trataba de un ardid para evitar enfrentarse a la pregunta de por qué había preferido comer solo en lugar de con ella, como había hecho durante todo el verano, o por qué no había parado a saludarla al pasar por delante de su casa.
Más tarde, aquella misma noche, cuando fue a buscarla, tampoco se mostró mucho más locuaz.
El hecho de que aquello ya no fuera algo infrecuente le tuvo los nervios de punta toda la noche.


—Serán sólo unos días —dijo Joseph encogiéndose de hombros.
Estaban sentados en el sofá de la sala mientras Kyle veía una película de dibujos en la tele.
Había transcurrido una semana y la situación seguía igual. Mejor dicho, había cambiado radicalmente, aunque eso dependía de cómo se mirase. En aquellos momentos, _____ se inclinaba poderosamente hacia la segunda actitud. Era martes, y él había ido a recogerla como de costumbre para llevarla al trabajo. El placer que le había causado verlo llegar antes que de costumbre se evaporó tan pronto como Joseph le comunicó la noticia de que se ausentaba.
—¿Cuándo lo has decidido? —preguntó _____.
—Esta mañana. Un grupo de colegas va a ir y me preguntaron si quería acompañarlos. En Carolina del Sur la temporada de caza empieza dos semanas antes que aquí. Lo pensé y me di cuenta de que me apetecía ir con ellos. Necesito tomarme un descanso.
«¿De mí o del trabajo?», se preguntó _____.
—Entonces, ¿te vas mañana?
Joseph se movió, incómodo.
—De hecho nos vamos esta noche. Saldremos alrededor de las tres de la madrugada.
—Estarás agotado.
—Nada que un buen termo de café no pueda arreglar.
—Entonces será mejor que no vayas a recogerme esta noche —sugirió _____—. Te irá bien dormir el rato que puedas.
—No te preocupes, allí estaré.
_____ negó con la cabeza.
—No. Hablaré con Rhonda. Ella me traerá a casa.
—¿Estás segura de que no le importará?
—No vive lejos y no se puede decir que últimamente me haya tenido que hacer el favor muy a menudo.
Joseph la rodeó con el brazo y, para sorpresa de _____, la atrajo hacia sí.
—Te echaré de menos —dijo.
—¿En serio? —preguntó _____, lamentando de inmediato la nota de queja que apareció en su voz.
—Claro que sí. Especialmente, alrededor de la medianoche. Lo más probable es que, por la fuerza de la costumbre, acabe deambulando por ahí con la camioneta.
_____ sonrió y pensó que él iba a besarla, pero Joseph la soltó y se alejó haciendo un gesto hacia Kyle.
—Y a ti también te echaré de menos, hombrecito.
—Sí —respondió el niño, con los ojos pegados a la pantalla.
—¡Eh, Kyle! —llamó su madre—. Joseph estará fuera unos cuantos días.
—Sí —repitió Kyle, que obviamente no prestaba ninguna atención.
Entonces, Joseph se puso a cuatro patas y se arrastró por detrás del sofá hacia él.
—¿Estás pasando de mí, hombrecito? —gruñó.
Tan pronto como él se acercó, Kyle se dio cuenta de sus intenciones e intentó escabullirse, pero Joseph lo atrapó con facilidad y empezaron a forcejear amistosamente por el suelo.
—¿Me escuchas ahora? —preguntó Joseph.
—«¡Ucha, ucha!» —gritó Kyle, mientras agitaba brazos y piernas.
—¡Te atraparé! —rugió, y durante un rato se revolcaron por el suelo hasta que Kyle se cansó y Joseph lo soltó.
—Escúchame, cuando vuelva te llevaré a ver un partido de béisbol. Eso, suponiendo que a tu madre le parezca bien.
—«¡Atido éisol!» —gritó Kyle entusiasmado.
—Por mí no hay problema —aclaró _____.
Joseph les guiñó un ojo, primero a ella y luego al niño.
—¿Has oído eso? Tu madre nos ha dado permiso.
—«¡Atido éisol!» —gritó aún más alto.
«Por lo menos, no ha cambiado con respecto a Kyle», pensó _____, que a continuación le echó una ojeada al reloj.
—Es la hora —dijo con un suspiro.
—¿Ya?
Ella asintió y se levantó del sofá para coger sus cosas.
Unos minutos más tarde estaban de camino hacia Eights. Cuando llegaron, Joseph la acompañó hasta la puerta.
—¿Me llamarás? —preguntó ella.
—Lo intentaré —prometió él.
Se quedaron allí, mirándose a los ojos un instante, antes de que Joseph le diera un beso de despedida. _____ entró con la esperanza de que el viaje le sirviera a Joseph para quitarse las preocupaciones de la cabeza. Era posible, aunque no tenía forma de saberlo.
Durante los cuatro días que siguieron no tuvo la menor noticia de él.


Odiaba esperar a que sonara el teléfono.
Nunca había sido propio de su carácter comportarse de aquella manera. Cuando estuvo en la universidad, su compañera de habitación se había negado en alguna ocasión a salir por la noche porque esperaba una llamada de su novio. _____ siempre hacía entonces todo lo posible para convencerla de lo contrario; pero, si no tenía éxito, salía igualmente con otras amigas, y cuando les explicaba a éstas por qué la otra no había ido, todas juraban y perjuraban que jamás harían algo parecido.
Sin embargo, allí estaba, pensando lo difícil que era a veces seguir los propios consejos.
No era que hubiera dejado de hacer su vida, como le había sucedido a su compañera de cuarto. Tenía demasiadas responsabilidades para eso; pero no podía evitar salir corriendo hacia el teléfono cada vez que sonaba, y aún menos evitar sentirse decepcionada si no se trataba de Joseph.
La situación hacía que se sintiera impotente, cosa que detestaba. _____ no era, ni lo había sido nunca, el prototipo de la mujer indefensa y se negaba a convertirse en una. ¿Y qué si Joseph no había llamado? Ella no estaba siempre en casa, y él seguramente se pasaba el día en los bosques. ¿Cuándo se suponía que iba a coger el teléfono? ¿En mitad de la noche? ¿Al amanecer? Claro que siempre podía dejarle un mensaje en el contestador. Pero ¿por qué tenía ella que esperar algo así? ¿Y por qué demonios era tan importante?
«No voy a caer en eso», se repitió una y otra vez para convencerse, y, al final, lo logró: el viernes se llevó a Kyle al parque; el sábado se fueron a dar un largo paseo por el bosque; el domingo por la mañana fueron a misa y, luego, se pasaron el resto del día entretenidos con otras cosas.
Puesto que había ahorrado el dinero suficiente para comprarse un coche (viejo, de segunda mano, barato pero fiable), buscó en las páginas de anuncios de los periódicos que había comprado. La siguiente parada fue en la tienda de comestibles, donde recorrió los pasillos escogiendo cuidadosamente para no volver demasiado cargada. Kyle estaba mirando fijamente la figura de un enorme cocodrilo pintada en una caja de cereales cuando _____ oyó a sus espaldas que la llamaban por su nombre. Se dio la vuelta y vio a Denise, que empujaba su carrito de la compra hacia ella.
—¡Ya me parecía que eras tú! —dijo alegremente—. ¿Cómo estás?
—Hola, Denise. Estoy bien, gracias.
—Hola, Kyle —saludó la mujer.
—«Oha, serita Nise» —murmuró el niño sin apartar la mirada de la caja.
Denise dejó el carrito a un lado.
—¿Y bien? ¿Qué ha sido de ustedes últimamente? Hace tiempo que ni tú ni Joseph vienen a cenar a casa.
_____ se encogió de hombros mientras sentía una punzada de incomodidad.
—Nada especial. Kyle se las ingenia para mantenerme ocupada.
—Sí. Los chicos siempre lo consiguen. ¿Cómo va?
—Ha pasado un verano estupendo. ¿A que sí, Kyle?
—Sí —repuso él en voz baja. Denise lo contempló satisfecha.
—Realmente te estás convirtiendo en un chico muy guapo. Además, me han dicho que has mejorado mucho con el béisbol.
—«Eisol» —dijo Kyle, apartando la vista del dibujo del cocodrilo.
— Joseph lo ha estado ayudando con eso, y a Kyle le encanta —explicó _____.
—Me alegro. Para una madre es mucho mejor ver a sus hijos jugando al béisbol que al fútbol. Yo tenía que taparme los ojos siempre que Joseph salía al terreno de juego. Cada vez que lo tiraban al suelo y lo aplastaban, tenía la impresión de escucharlo desde las gradas y me provocaba pesadillas.
_____ rió forzadamente mientras Kyle la observaba sin comprender. Denise prosiguió.
—No esperaba encontrarte aquí. Pensaba que en estos momentos estarías con Joseph. Me dijo que iba a pasar el día contigo.
_____ se pasó la mano por el cabello.
—¿Eso te dijo?
—Sí. Ayer —asintió Denise—, cuando se acercó por casa, tras su regreso.
—Así que ha vuelto...
Denise la miró con extrañeza.
—¿No te ha llamado? —preguntó cautelosamente.
—No —contestó _____ cruzando los brazos y dándose la vuelta para disimular su decepción.
—No sé... Puede que estuvieras en el trabajo —sugirió Denise en voz baja.
Sin embargo, las dos sabían perfectamente que aquello no era verdad.


Dos horas más tarde, desde su casa vio a Joseph que llegaba por el camino. Kyle, que estaba jugando en el jardín, se levantó y echó a correr hacia la furgoneta. Tan pronto como Joseph se detuvo y se apeó, el chico se le echó en los brazos.
_____ salió al porche, presa de emociones contradictorias y preguntándose si aquella aparición no obedecería a que Denise le había avisado tras encontrarse con ella en la tienda de comestibles; preguntándose si, de haber sido de otra manera, estaría él allí; preguntándose por qué no la había telefoneado ni una sola vez durante su ausencia, y preguntándose, por fin, por qué, a pesar de todo, el corazón se le desbocaba con sólo verlo de nuevo.
Joseph dejó a Kyle en el suelo, lo cogió de la mano y ambos se encaminaron hacia la casa.
—Hola, _____ —saludó él con escasa convicción, como si supiera de antemano lo que ella pensaba.
—Hola, Joseph.
_____ no hizo ademán de moverse, y él pareció vacilar antes de cubrir la distancia que los separaba y subir los escalones del porche. Ella dio un paso atrás y evitó que sus miradas se cruzasen. Cuando Joseph se inclinó para besarla, _____ lo esquivó.
—¿Estás enfadada conmigo?
Ella paseó la vista por el jardín antes de mirarlo.
—No lo sé, Joseph. ¿Debería?
—«¡Joe!» —interrumpió Kyle—. «¡Joe ta qui!»
_____ lo cogió de la mano.
—Cariño, ¿puedes ir dentro un momento?
—«¡Joe ta qui!»
—Lo sé; pero, por favor, déjanos solos un rato —le pidió. Luego abrió la puerta y lo condujo al interior.
Cuando se hubo asegurado de que el chico estaría entretenido, regresó al porche.
—Está bien. Dime qué pasa —dijo Joseph.
—¿Por qué no me telefoneaste?
Él se encogió de hombros.
—No lo sé... Supongo que no vi el momento. Nos pasábamos el día de caza y al volver al motel estábamos deshechos. ¿Es eso lo que te ha molestado?
Sin contestar a la pregunta, _____ prosiguió.
—¿Por qué le dijiste a tu madre que ibas a pasar el día conmigo si no tenías intención de hacerlo?
—¿A qué viene este interrogatorio? He venido. ¿Qué crees que estoy haciendo aquí?
— Joseph, ¿qué pasa contigo? —le espetó _____.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes a qué me refiero.
—No. No lo sé. Mira, regresé ayer. Estaba cansado, y esta mañana tenía que resolver un montón de asuntos. ¿Por qué montas un escándalo por tan poca cosa?
—¡No estoy montando ningún escándalo!
—Lo haces. Oye, si lo que quieres es no verme más, dímelo claramente, porque no tengo más que coger el coche y largarme.
—Joseph, no es que no quiera verte; es que no sé por qué te comportas así últimamente.
—¿Cómo me estoy comportando?
_____ suspiró, intentando hallar las palabras para explicarse.
—No lo sé, Joseph. Es difícil de decir... Es como si ya no estuvieras seguro de lo que quieres con respecto a nosotros.
—¿De dónde has sacado esa idea? —preguntó Joseph sin alterar la expresión—. ¿Has hablado con Melissa otra vez?
—No. Melissa no tiene nada que ver —repuso _____, que sentía que estaba empezando a perder la paciencia—. Eres tú el que has cambiado, y a veces no sé qué pensar.
—¿Y sólo porque no te he llamado? ¡Pero si te lo acabo de explicar! — Joseph dio un paso y sus facciones se suavizaron—. Ya te lo he dicho: no tuvimos tiempo. Eso es todo.
Dudando si creerle o no, _____ vaciló. Entre tanto, como si percibiera que algo no iba bien, Kyle asomó por la puerta.
—«Venga, chicos, amos ento.»
Durante un instante, Joseph y _____ se quedaron sin moverse.
—Venga —repitió Kyle, tirando de la camisa de su madre.
_____ lo miró y forzó una sonrisa. Luego se volvió hacia Joseph, que sonreía abiertamente en un intento de romper el hielo.
—Si me dejas entrar, te daré una sorpresa —dijo él.
Ella se cruzó de brazos mientras lo meditaba. En la distancia se oyó el canto de un arrendajo. Kyle la miró, expectante.
—¿De qué se trata? —respondió _____, cediendo por fin.
—Está en la camioneta. Deja que vaya a buscarlo.
Joseph dio un paso atrás y la miró cautelosamente, dándose cuenta de que aquella respuesta significaba que ella iba a permitir que se quedara. Antes de que pudiera cambiar de opinión, Joseph le hizo un gesto a Kyle.
—Anda, ven, que me ayudarás.
_____ vio cómo se alejaban y se sintió hecha un lío. Las explicaciones de Joseph le habían parecido de nuevo razonables, y de nuevo volvía a ser encantador con Kyle.
Entonces, ¿por qué le costaba tanto creerle?


Cuando Kyle se hubo acostado aquella noche, _____ y Joseph se acomodaron en el salón.
—¿Qué te ha parecido la sorpresa?
—Estaba buenísima, pero no hacía ninguna falta que me llenaras el congelador.
—Bueno, el mío ya lo está.
—Puede que a tu madre le apetezca un poco.
—Ya se lo he llenado también.
—¿Cuántas veces sales a cazar?
—Tantas como puedo.
Antes de la cena, Kyle y Joseph habían jugado a lanzar la pelota en el jardín. Luego, él había preparado la cena, o al menos parte. Junto con la carne de venado había llevado ensalada de patatas y judías con tomate que había comprado en el supermercado.
En aquel instante, relajada por primera vez, _____ se sintió mejor de lo que se había sentido en las últimas semanas. Una pequeña lámpara iluminaba la sala y de la radio salía una suave música.
—Bueno, ¿cuándo tienes intención de llevar a Kyle al partido de béisbol?
—Había pensado llevarlo el sábado. Hay un encuentro en Norfolk.
—¡Vaya! —exclamó decepcionada—. El sábado es su cumpleaños y tenía previsto montarle una pequeña fiesta.
—¿A qué hora?
—No sé, supongo que alrededor del mediodía. Esa noche tengo que ir a trabajar.
—El partido empieza a las siete. ¿Qué te parece si me llevo a Kyle mientras tú estás en el restaurante?
—Bueno... Es que yo también quería ir...
—Vamos, déjanos pasar otra noche a los chicos solos. Estoy seguro de que a Kyle le encantaría.
—Lo sé. Has conseguido que se aficione a ese juego.
—Entonces, ¿te parece bien si lo llevo el sábado? Estaremos de vuelta justo a tiempo de recogerte.
Ella hizo un gesto de resignación.
—Está bien. Tú ganas. Pero prométeme que si se cansa lo traerás de vuelta a casa.
—Palabra de honor —dijo Joseph, levantando la mano de derecha—. Lo pasaré a buscar a eso de las cinco y al final de la noche estará comiendo perritos calientes y cacahuetes y cantando Take me out to the ball game.
_____ le dio un codazo amistoso.
—Sí, claro.
—Bueno, quizá no; pero no será porque no vayamos a intentarlo.
Ella le apoyó la cabeza en el hombro. Joseph olía a mar y a viento.
—Eres una buena persona, Joseph.
—Lo intento.
—No. Lo digo en serio. Estos últimos meses has hecho que me sintiera especial.
—Y tú también a mí.
Durante un largo momento, el silencio se apoderó de la sala como algo palpitante. _____ podía percibir cada movimiento de la respiración de Joseph. No obstante, a pesar de lo agradable que había resultado la velada, no pudo olvidarse de las preocupaciones que la habían acosado durante toda la semana.
— Joseph... ¿Nunca piensas en el futuro?
Él se aclaró la garganta antes de responder.
—Sí. De vez en cuando. Pero no suelo preocuparme más allá de mi próxima comida.
_____ le tomó la mano y entrelazó los dedos con los de él.
—¿No piensas nunca acerca de nosotros? ¿Acerca de nuestra relación y de cómo puede acabar?
Joseph no respondió, y _____ siguió hablando.
—He estado dándole vueltas, ¿sabes?... Hace ya unos cuantos meses que nos vemos, pero todavía no sé lo que opinas ni qué planes tienes. Me refiero a que estas últimas semanas... No sé... A veces tengo la impresión de que te estás distanciando. Has tenido tanto trabajo que casi no hemos pasado tiempo juntos. Y, luego, cuando no llamaste...
Dejó que las palabras murieran, sabiendo que todo aquello ya lo había dicho antes. Joseph respondió con un hilo de voz, y ella notó que él se ponía a la defensiva.
—_____, tú me interesas, si es eso a lo que te refieres.
Ella cerró los ojos y los mantuvo así durante un rato.
—No. No es eso exactamente... Supongo que sólo quería saber si vas en serio con lo nuestro.
Él la atrajo hacia sí mientras le acariciaba el cabello.
—Claro que voy en serio. Pero, como te he dicho, mi visión del futuro no es a largo plazo. No soy el tipo más brillante que has conocido, ¿sabes?
Joseph sonrió ante su propia broma y _____ suspiró: estaba claro que no iba a ser suficiente con que tanteara.
—Bien, entonces, dime una cosa: cuando reflexionas sobre el mañana, ¿Kyle y yo estamos en él? —preguntó a bocajarro.
El silencio volvió a apoderarse de la sala mientras ella esperaba una respuesta. Se dio cuenta de que tenía la boca seca. Al final, oyó que Joseph lanzaba un suspiro.
—No puedo predecir el futuro, _____. Nadie puede. Pero, como te he dicho, me intereso por ti y por Kyle. ¿No es suficiente por el momento?
Era evidente que aquélla no era la contestación que hubiera deseado escuchar. A pesar de todo, levantó la cabeza del hombro de él y lo miró a los ojos.
—Sí —mintió—. Por ahora es suficiente.


Más tarde aquella misma noche, tras haber hecho el amor y haberse quedado dormidos abrazados, _____ se despertó y vio a Joseph, de pie frente a la ventana, mirando hacia los árboles y con la mente perdida en otros asuntos. Lo observó durante un rato, antes de que él regresara a la cama. Cuando Joseph tiró de la sábana, ella se volvió y lo miró.
—¿Estás bien? —preguntó.
Joseph pareció sorprenderse ante el sonido de su voz.
—¿Te he desvelado?... Lo siento.
—No. Ya llevaba un rato despierta. ¿Qué te ocurre?
—Nada. Simplemente, no podía dormir.
—¿Hay algo que te preocupa?
—No.
—Entonces, ¿por qué no puedes dormir?
—No lo sé.
—¿Es por algo que haya hecho?
Joseph soltó un largo suspiro.
—No. Tú no has hecho nada malo.
Dicho eso se acurrucó a su lado y la abrazó. A la mañana siguiente, _____ se levantó sin nadie a su lado.


Aquella vez, Joseph no se había ido a dormir al sofá ni la sorprendió con un inesperado desayuno. Se había escabullido sigilosamente, y las llamadas a su casa quedaron sin respuesta. Durante un rato, _____ pensó en pasarse por la obra en la que él estaba trabajando, pero el recuerdo de cómo había terminado la última visita que ella le había hecho la desanimó por completo.
Al final, se puso a rememorar los acontecimientos de la noche pasada, intentando verles el lado bueno. Sin embargo, a cada recuerdo positivo parecía corresponderle uno negativo. Había ido a verla, sí; pero podía haberse debido a la influencia de Denise. Había sido encantador con Kyle, sí; pero podía haber sido una forma de evitar abordar lo que le estaba preocupando. Le había dicho que ella le interesaba, sí; pero no lo suficiente para pensar en un futuro juntos. Habían hecho el amor, sí; pero él había desaparecido por la mañana sin ni siquiera despedirse.
Analizar... Sopesar... Calcular... Odiaba reducir su relación con Joseph a algo tan prosaico. Le parecía una actitud pasada de moda, un psicoanálisis barato en el que los hechos y las palabras podían no significar nada. Aunque lo cierto era que sí tenían un significado. Ahí estaba el problema.
Sin embargo, en el fondo de su corazón tenía la certeza de que Joseph no le había mentido cuando le había dicho que ella le interesaba. Si había algo que la impulsaba a seguir con él era ciertamente eso.
¡Cuántas dudas y peros!
Hizo un gesto para apartar de su cabeza todas aquellas ideas, por lo menos hasta que lo volviera a ver. Joseph iba a pasar más tarde para acompañarla al trabajo, y aunque ella no creía que tuvieran tiempo para hablar, estaba segura de que sólo con verlo lo tendría todo más claro. Ojalá llegara un poco antes.
El resto de la mañana y la tarde transcurrió muy despacio. Kyle tenía uno de sus días malos —callado, gruñón y tozudo—, lo cual no contribuyó a mejorar el estado de ánimo de _____, pero por lo menos evitó que se pasara las horas pensando en Joseph.
Poco después de las cinco, creyó haber oído el ruido de su camioneta, pero cuando salió a comprobarlo se dio cuenta de que se había equivocado. Decepcionada, se puso el uniforme, le preparó un bocadillo a Kyle y se quedó viendo las noticias.
El tiempo pasó y dieron las seis. ¿Dónde se había metido Joseph?
Apagó el televisor e intentó sin éxito que Kyle se interesara en un libro. A continuación, se sentó en el suelo con el chico y empezó a jugar con el Lego, pero Kyle no le hizo el menor caso y siguió coloreando su cuaderno de dibujo. Cuando ella intentó hacer lo mismo, el niño le dijo que se marchara. Ella suspiró y decidió que no valía la pena seguir intentándolo.
Al final, se fue a ordenar la cocina para matar el tiempo. Como allí tampoco había mucho que hacer, recogió la ropa de la lavadora.
A las seis y media seguía sin tener noticias de Joseph, y la preocupación empezó a ceder ante una sensación más inquietante.
Joseph iba a ir a buscarla, ¿verdad?
Ante la falta de alternativas, lo llamó por teléfono. Nadie contestó.
Volvió a la cocina, se sirvió un vaso de agua y se sentó ante la ventana del salón. A esperar.
Si no aparecía en un cuarto de hora, llegaría tarde a trabajar.
Si no aparecía en diez minutos...
A las siete menos cinco, sostenía el vaso con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos y tuvo que aflojar la presa para que la sangre volviera a circularle por los dedos. A las siete, con una mueca en los labios, llamó a Ray, le dijo que iba a llegar un poco tarde y se disculpó.
—Kyle. Tenemos que marcharnos —anunció _____ después de colgar el teléfono—. Hoy iremos en bicicleta.
—No —dijo el niño.
—No te lo estoy preguntando, Kyle. ¡Te lo estoy ordenando! ¡Despabila!
Cuando el chico se dio cuenta del tono de voz, se levantó y fue tras su madre.
Maldiciendo para sí, _____ salió al porche trasero para coger su bicicleta. Cuando la hizo rodar se dio cuenta de que algo no iba como Dios manda y le dio una sacudida de pura frustración antes de percatarse de lo que sucedía: un neumático estaba pinchado.
—¡Oh, no, por favor! ¡Esta noche no! —exclamó sin apenas dar crédito a lo que le estaba sucediendo.
Como si aquello no pudiera ocurrirle a ella, se agachó para palpar la rueda: la cubierta cedió con sólo una leve presión.
—¡Maldita sea! —gritó, pegándole una patada a la llanta.
Dejó la bicicleta tirada en el suelo entre una cajas de cartón y volvió a la cocina justo cuando Kyle salía por la puerta.
—¡No vamos a ir en bici! —dijo, apretando los dientes—. ¡Vuelve dentro!
Kyle, que sabía cuándo era mejor no contrariar a su madre, hizo lo que le había dicho. _____ marcó un número y volvió a llamar a Joseph, pero éste seguía sin contestar. Colgó el auricular de un golpe y se puso a pensar a quién podía recurrir: a Rhonda no, porque ya estaría en el restaurante; ¿a Denise?... Marcó y dejó que el timbre sonara una docena de veces: luego, colgó. ¿A quién más conocía? Sólo a una persona más.
Abrió el cajón, sacó el listín telefónico y revolvió las páginas en busca del nombre. Lo encontró, marcó y respiró aliviada cuando la voz respondió al otro extremo de la línea.
—¿Melissa? Hola, soy _____.
—¡Oh! Hola. ¿Qué tal estás?
—La verdad es que en este momento no muy bien. Escucha, odio tener que hacer esto, pero te llamo para pedirte un favor.
—¿En qué te puedo ayudar?
—Ya sé que es una verdadera molestia, pero ¿podrías acompañarme hasta el trabajo esta noche?
—Claro. ¿Cuándo?
—¿Podría ser ahora? Ya sé que te llamo en el último minuto y lo siento, pero acabo de darme cuenta de que tengo la bici pinchada.
—No te preocupes —interrumpió Melissa—. Estaré ahí en diez minutos.
—Gracias. Te debo un favor.
—No me debes nada. Total, lo único que tengo que hacer es coger las llaves del coche y mi bolso.
_____ colgó y volvió a llamar a Ray para explicarle, entre un montón de disculpas, que llegaría a las siete y media. Él se echó a reír.
—No te preocupes, cariño. Llegarás cuando tengas que llegar. No hace falta que te apresures: hoy tenemos una noche tranquila.
Colgó y soltó un suspiro de alivio. Entonces se dio cuenta de que Kyle la estaba observando sin decir palabra.
—Lo siento, cariño, mamá no está enfadada contigo. Lamento haberte gritado.
No obstante, seguía molesta con Joseph y no había forma de que lo remediara. ¿Cómo había podido...?
Recogió sus cosas y esperó a que llegara Melissa. Cuando vio el coche que avanzaba por el camino, tomó a Kyle de la mano y salió al porche. Melissa detuvo el vehículo mientras bajaba la ventanilla.
—Aquí estoy. Vamos, entren. Perdonen el caos, pero es que los chicos han tenido fútbol esta semana.
_____ ató a Kyle al asiento de atrás con el cinturón de seguridad y se sentó junto a su amiga. En un abrir y cerrar de ojos, habían salido del camino y circulaban por la carretera principal hacia Eights.





Natuu!
Natuu!


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"El Rescate" (Joe&Tú) - Página 8 Empty Re: "El Rescate" (Joe&Tú)

Mensaje por Natuu! Sáb 11 Feb 2012, 4:30 pm

Continuación…


—Oye, ¿qué ha pasado? Me dijiste que tenías la bici pinchada.
—Así es. Pero la verdad es que esta noche no contaba con tener que usarla. Se suponía que Joseph iba a llevarme, pero no ha aparecido.
—¿Y te dijo que vendría?
La pregunta la hizo dudar: ¿acaso ella se lo había pedido? ¿Acaso tenía que hacerlo a aquellas alturas?
—La verdad es que no quedamos en nada concreto —admitió _____—. Pero como me ha estado acompañando durante todo el verano, pensé que hoy también lo haría...
—¿Te ha llamado?
—No.
Melissa le lanzó una rápida mirada.
—Me da la impresión que las cosas han cambiado entre ustedes.
_____ se limitó a asentir, y la otra se concentró en la carretera, dejándola con sus pensamientos.
—Tú sabías que algo así iba a pasar, ¿no es cierto?
—Hace mucho que conozco a Joseph —repuso Melissa con cautela.
—¿Y qué le pasa?
Melissa suspiró.
—Para ser sincera, no lo sé. Nunca lo he sabido. Pero Joseph siempre reacciona de la misma manera cuando una relación empieza a ir en serio.
—Pero ¿por qué?... Me refiero a que nos llevamos bien, y es tan fantástico con Kyle...
—No puedo hablar por Joseph. De verdad que no puedo. Como te he dicho, nunca lo he comprendido.
—Pero seguro que tienes alguna idea...
Melissa dudó.
—No se trata de ti, créeme. El día en que cenamos en casa no bromeaba cuando te dije que realmente se interesa por ti. Es evidente. De hecho, nunca lo he visto tan pendiente de nadie. Mitch opina lo mismo. Pero a veces me parece que Joseph se niega a sí mismo el derecho a ser feliz y que estropea todas las oportunidades que se le presentan. No creo que lo haga a propósito, más bien tengo la impresión de que no puede evitarlo.
—Eso no tiene sentido.
—Puede que no, pero pienso que es eso lo que está sucediendo.
_____ lo meditó. Más adelante se divisaba el restaurante y, tal como le había dicho Ray, a juzgar por la cantidad de vehículos aparcados, no debía de haber muchos clientes. Cerró los ojos y apretó los puños de pura frustración.
—En cualquier caso, la pregunta sigue siendo la misma: por qué.
Melissa no respondió de inmediato. Puso el intermitente y giró para aparcar.
—Si me lo preguntas, te diré que es por algo que le ocurrió hace mucho tiempo —contestó finalmente.
Por su tono de voz, el significado saltaba a la vista.
—¿Por su padre?
Melissa asintió.
—Se culpa a sí mismo de su muerte —dijo, hablando lentamente.
_____ sintió que se le hacía un nudo en la boca del estómago.
El coche se detuvo.
—Quizá deberías hablar con él sobre el asunto —sugirió Melissa.
—Ya lo he intentado.
Melissa hizo un gesto con la cabeza.
—Sí. Me lo imagino. Todos lo hemos intentado.


_____ trabajó su turno sin apenas poder concentrarse en lo que hacía; por suerte, como no había muchos clientes, no tuvo demasiada importancia.
Por su parte, Rhonda, que en circunstancias normales la habría acompañado a casa, se marchó temprano, lo cual dejó a Ray como el único capaz de ofrecerle un medio de transporte. A pesar de que ella le agradecía que estuviera dispuesto a llevarla, sabía que su jefe solía quedarse limpiando una hora después de haber cerrado y que eso significaba regresar a casa aún más tarde. Al final, _____ se resignó. Estaba empezando a recoger, cinco minutos antes del cierre, cuando la puerta de entrada se abrió.
Joseph.
Entró y saludó con la mano a Ray, pero no hizo ni el menor intento de acercarse a _____.
—Melissa me ha llamado y me ha dicho que necesitas que alguien te lleve —dijo él.
Ella se había quedado sin palabras. Se sentía furiosa, confusa, pero... todavía enamorada; aunque ése era un sentimiento que se iba apagando con el paso de los días.
—¿Dónde te habías metido?
Joseph se movió, incómodo.
—Estaba trabajando. No sabía que hoy ibas a necesitar que te acompañara.
—Pero si lo has estado haciendo diariamente durante los últimos tres meses —contestó ella, tratando de mantener la compostura.
—Mira, he estado toda la semana fuera y la última noche no me lo pediste. Pensé que Rhonda lo haría. Disculpa, no sabía que me había convertido en tu chófer particular.
—Lo que acabas de decir es una bajeza, Joseph, y lo sabes —repuso _____ fulminándolo con la mirada. Joseph se cruzó de brazos.
—Mira, no he venido hasta aquí para que me echen una bronca. He venido por si me necesitas para que te acompañe. ¿Es así o no?
_____ frunció los labios.
—No —replicó llanamente.
Si aquello supuso una sorpresa para Joseph, no lo demostró.
—Muy bien —contestó, desviando la mirada. Bajó los ojos un instante y volvió a mirarla—. Siento lo de antes, si es que te sirve de algo.
_____ pensó que en parte servía y en parte no, pero no se lo dijo. Cuando él comprendió que _____ había dado por concluida la conversación, dio media vuelta y abrió la puerta para salir.
—¿Necesitarás que te lleve mañana? —preguntó por encima del hombro.
_____ lo meditó.
—¿Te presentarás?
Joseph hizo una mueca.
—Sí. Me presentaré —repuso en voz baja.
—Entonces, conforme.
Él hizo un gesto de asentimiento y se marchó. _____ se volvió y vio que Ray estaba limpiando la barra como si su vida dependiera de ello.
—Ray...
—Dime, cariño —dijo, haciendo ver que no se había enterado de nada.
—¿Te importa si mañana me tomo la noche libre?
Él la miró como si se tratara de su propia hija.
—Creo que es lo mejor que puedes hacer —replicó con toda franqueza.


Joseph se presentó cuando todavía faltaba media hora para que _____ empezara su turno, y se sorprendió al encontrarla vestida con unos vaqueros y una blusa de manga corta. Había llovido todo el día y las temperaturas habían bajado: no era la ocasión para llevar pantalones cortos. Por su parte, Joseph tenía un aspecto aseado: estaba claro que se había cambiado antes de presentarse.
—Pasa —dijo ella.
—¿No se supone que deberías ir con el uniforme?
—Esta noche libro —contestó tranquilamente.
—¿Libras?
—Sí.
Joseph entró, intrigado.
—¿Dónde está Kyle?
_____ tomó asiento.
—Se ha quedado con Melissa un rato.
Joseph se detuvo, dubitativo. _____ le hizo un gesto señalando el sofá.
—Siéntate.
Joseph obedeció.
—¿Me quieres decir qué ocurre?
—Tenemos que hablar.
—¿De qué?
_____ no pudo evitar hacer un gesto de exasperación.
—¿Se puede saber qué te pasa?
—¿Por qué? ¿Acaso hay algo de lo que no me haya enterado? —repuso, sonriendo nerviosamente.
—No es momento para bromas, Joseph. Me he tomado la noche libre con la esperanza de que me ayudes a entender cuál es el problema.
—¿Te refieres a lo de ayer? Ya te dije que lo sentía. Era la verdad.
—No. No es eso. Estoy hablando de ti y de mí.
—¿No hablamos ya de nosotros la otra noche?
_____ suspiró.
—Sí, claro, hablamos. O mejor dicho, yo hablé y tú no dijiste ni palabra.
—Sí que dije.
—No. Pero es igual. Tú nunca dices nada. Te empeñas en hablar de trivialidades y en evitar los asuntos importantes, los que te preocupan.
—Eso no es cierto.
—¿Ah, no? Entonces ¿se puede saber por qué te comportas conmigo de manera tan diferente?
—Pero si no...
_____ lo interrumpió con un gesto de la mano.
—Ya no vienes por aquí, no llamas cuando estás fuera, la otra noche te escabulliste de la cama y desapareciste...
—Ya te he explicado todo eso.
—Sí, claro que me lo has explicado, pero ¿acaso no entiendes de lo que estoy hablando?
Joseph volvió la cabeza y clavó la mirada en la pared, negándose a aceptar la pregunta.
—Pero hay más que eso —prosiguió _____ pasándose los dedos por el cabello—. Lo cierto es que no te comunicas conmigo, y me pregunto si de verdad alguna vez lo has hecho.
Joseph la miró, y _____ captó el significado. Ya había pasado antes por aquella situación —la negación de cualquier problema— y no quería repetir la experiencia. Entonces recordó los comentarios de Melissa y decidió ir al grano. Respiró hondo.
—¿Qué ocurrió con tu padre? —preguntó, y vio que Joseph se ponía en guardia al instante.
—¿Qué tiene que ver?
—Tiene que ver porque creo que es la causa de tu comportamiento de estas últimas semanas.
Joseph negó con la cabeza mientras adoptaba una actitud cercana al enfado.
—¿Qué te hace pensarlo?
_____ lo intentó de nuevo.
—Eso no es lo importante. Sólo quiero saber qué ocurrió.
—Ya hemos hablado de este asunto —contestó, secamente.
—No. No lo hemos hecho. Yo te pregunté acerca de tu padre, y tú me contaste algunas cosas, pero sólo por encima, nunca toda la historia.
Joseph hizo rechinar los dientes mientras abría y cerraba una mano sin, aparentemente, darse cuenta.
—¡Murió! ¿Ok? Eso ya te lo había dicho, ¿verdad?
—¿Y?
—¡Y qué! —estalló—. ¿Qué más quieres que te diga?
_____ se acercó a él y le tomó la mano.
—Melissa me dijo que te culpas de su muerte.
Joseph se la retiró.
—No sabe lo que dice.
—Hubo un incendio, ¿verdad? —preguntó _____, manteniendo la calma.
Joseph cerró los ojos. Cuando los volvió a abrir, _____ vio en ellos una ira desconocida.
—Murió. Eso es todo. No hay nada más que añadir.
—¿Por qué no quieres responderme? —preguntó ella—. ¿Por qué te empeñas en no contármelo?
—¡Por el amor de Dios! —exclamó Joseph —. ¿No puedes dejarlo correr?
Su estallido cogió desprevenida a _____, que lo miró con los ojos muy abiertos.
—No. No puedo —insistió, con el corazón acelerado—. Es algo que nos concierne a los dos.
Joseph se puso en pie.
—¡No nos concierne a los dos en absoluto! Además, ¿a qué demonios viene todo esto? ¡Me estoy hartando de que no dejes de acosarme con tus interrogatorios!
_____ se le acercó con las manos extendidas.
—No... No te estoy acosando, Joseph —balbuceó—. Sólo pretendo que hablemos.
—¡¿Qué quieres de mí?! —contestó sin haber escuchado y con el rostro enrojecido.
—Sólo quiero saber qué te pasa para que entre los dos lo podamos arreglar.
—¿Arreglar? Arreglar ¿qué? No estamos casados, _____. ¿Por qué demonios no dejas de curiosear de una vez?
Aquellas palabras la hirieron.
—No estoy curioseando —replicó con hostilidad.
—Yo diría que sí. No dejas de intentar meterte en mi cabeza para averiguar lo que anda mal para arreglarme la vida. Pero escúchame bien: ¡no me ocurre nada malo! Por lo menos, no a mí. Soy como soy, y, si no puedes soportarlo, será mejor que lo dejes correr.
Le lanzó una mirada furibunda, y _____ contuvo el aliento. Antes de que pudiera decir nada más, Joseph negó con la cabeza y dio un paso atrás.
—Mira, tú no necesitas que te lleven a ninguna parte, y yo no quiero permanecer aquí ni un minuto más; así que piensa en lo que te he dicho, ¿ok? Me largo.
Dio media vuelta y se marchó dejando a _____ sentada en el sofá, perpleja.
«¿Que piense en lo que ha dicho?», se preguntó.
—Lo haría si tuviera algún sentido —murmuró para sí.


Los días posteriores transcurrieron sin novedad; eso sin contar, naturalmente, las flores que llegaron la mañana siguiente a la discusión. La nota que las acompañaba era sencilla:
«Te pido disculpas por mi comportamiento. Sólo necesito unos cuantos días para poner en orden mis ideas. ¿Puedes concederme eso?»
Una parte de _____ quería echar el ramo al cubo de la basura, mientras que otra deseaba conservarlas; una parte de ella sólo quería acabar en aquel mismo instante, y otra suplicaba por una nueva oportunidad.
«¿Qué hay de nuevo en todo este lío?», pensó.
Fuera, la tormenta había regresado. El cielo estaba frío y gris, y la lluvia se estrellaba contra los cristales. El vendaval azotaba los árboles hasta casi doblarlos por la mitad.
Descolgó el teléfono y llamó a Rhonda. Luego volvió la atención a los anuncios clasificados del diario. Tenía intención de comprarse un coche el siguiente fin de semana.
Quizá de aquel modo no se sentiría tan atrapada.


El sábado, Kyle celebró su cumpleaños. Denise, Melissa, Mitch y sus cuatro hijos fueron los únicos que acudieron a la fiesta. Cuando le preguntaron a _____ por Joseph, ella contestó que llegaría más tarde porque iba a llevar a Kyle a ver un partido y que por eso no estaba.
—Kyle ha estado esperando ese momento durante toda la semana —explicó, soslayando cualquier mención de problemas.
Si no se preocupaba más era sólo por Kyle. A pesar de todo, en lo concerniente al niño, sabía que Joseph no había cambiado. No podía ser de otra manera. Estaría allí a las cinco para recogerlo.
Las horas pasaron más despacio de lo normal.


A las cinco y veinte, _____ estaba jugando en el jardín a lanzarle la pelota a su hijo; tenía un nudo en el estómago y estaba a punto de llorar.
Kyle estaba guapísimo con su pantalón vaquero y su gorra de béisbol. Con el guante nuevo, cortesía de Melissa, atrapó el último lanzamiento de su madre, cogió la pelota con la otra mano y se la quedó mirando.
—«Joe vene» —dijo.
_____ le echó un enésimo vistazo al reloj y tuvo que tragar para contener una náusea. Había llamado a Joseph tres veces, pero no parecía que estuviera en casa. Tampoco parecía que estuviera de camino.
—Me parece que no, cariño.
—«Joe vene» —repitió el chico.
A _____ se le llenaron los ojos de lágrimas. Se acercó a su hijo y se puso en cuclillas, a su altura.
— Joseph está ocupado, Kyle. No creo que pueda llevarte al partido hoy. Si quieres, puedes ir con mamá al trabajo, ¿ok?
Nunca había pensado que decirle aquellas palabras pudiera resultarle tan doloroso.
Kyle la miró mientras se iba haciendo cargo de lo que significaban.
—«Joe a machado» —dijo finalmente.
—Sí, cariño. Así es —respondió _____ tristemente mientras lo abrazaba.
Kyle soltó la pelota y se fue hacia la casa con un aspecto más abatido de lo que su madre lo había visto nunca.
_____ hundió el rostro entre las manos y se echó a llorar.


Joseph apareció a la mañana siguiente con un gran regalo muy envuelto bajo el brazo. Antes de que _____ pudiera salir a recibirlo, Kyle ya iba en pos del paquete. A juzgar por su actitud, el desengaño del día anterior había quedado olvidado, y su madre pensó que si los niños tenían alguna ventaja sobre los mayores, ésa era su capacidad para olvidar deprisa.
Sin embargo, ella ya no era una niña, así que caminó hasta el porche con los brazos cruzados y evidentemente molesta.
Kyle estaba abriendo su regalo, arrancando el envoltorio con frenesí. _____ decidió dejar que continuara y no decir nada hasta que hubiera acabado.
—«¡Egos» —gritó Kyle, mostrándole la caja a su madre.
—¡Caramba, sí! —contestó.
Sin mirar a Joseph, se apartó un mechón de cabello de los ojos y le dijo.
—Kyle, di: «Gracias.»
—«Asias» —repitió sin quitar los ojos de la caja.
—A ver —dijo Joseph, sacando una navaja del bolsillo y poniéndose en cuclillas—, déjame que te ayude a abrirlo.
Cortó las tiras de papel adhesivo y retiró la tapa. Kyle metió la mano y extrajo un par de ruedas de un coche para montar.
_____ se aclaró la garganta.
—Kyle, ¿por qué no vas dentro con todo eso mientras mamá habla con Joseph un rato? —sugirió mientras abría la puerta.
El chico hizo lo que le habían dicho, colocó la caja sobre la mesita baja del salón y enseguida se sumergió en el juego.
Joseph se había quedado donde estaba.
—Lo siento —dijo sinceramente—. Realmente no tengo excusa. Lo olvidé por completo. ¿Se lo tomó muy mal?
—¿Tú qué crees?
Parecía apesadumbrado.
—Quizá pueda compensárselo... Hay otro partido el sábado que viene.
—Me parece que no —contestó _____ en voz baja mientras indicaba las sillas del porche.
Joseph vaciló antes de sentarse, y ella se acomodó, pero sin mirarlo. Tenía la vista puesta en un par de ardillas que saltaban por el jardín llevando su cargamento de bellotas.
—La fastidié, ¿verdad? —preguntó Joseph.
_____ sonrió tristemente.
—Sí.
—Tienes todo el derecho del mundo a estar furiosa conmigo.
Ella se volvió y se encaró con él.
—Lo estaba, y mucho. Si hubieras aparecido por aquí ayer por la noche, te habría arreado un sartenazo.
Joseph esbozó una tímida sonrisa que enseguida se desvaneció: estaba claro que _____ aún no había terminado con él.
—Pero ya se ha acabado. Ahora estoy más resignada que cabreada.
Joseph la contempló, perplejo. _____ suspiró y siguió hablando en voz baja, tranquilamente.
—Mira, Joseph. Durante estos últimos cuatro años, he tenido mi vida con Kyle. No ha sido siempre fácil, pero ha sido previsible, y eso tiene algo bueno: hace que sepa cómo será el día de hoy y el de mañana, y también el de pasado mañana. Es algo que me produce una cierta sensación de estabilidad y control. Kyle necesita que se la proporcione, y yo necesito hacerlo por él porque es la única cosa que tengo en el mundo. Entonces, vas y apareces tú. —Sonrió, pero sin poder ocultar la tristeza que la embargaba. Joseph siguió callado—. Fuiste tan bueno con Kyle... ¿Sabes? Ya desde el principio lo trataste de manera distinta al resto de la gente y eso, para mí, supuso toda la diferencia. Pero es que, además, también fuiste fantástico conmigo.
Hizo una pausa con la vista perdida, mientras jugueteaba con el reposabrazos de la mecedora. Luego continuó.
—Cuando nos conocimos no estaba interesada en salir con nadie. No tenía ni tiempo ni ganas. Ni siquiera después del festival y del día en las atracciones estaba segura de estar preparada; pero seguías siendo tan estupendo con Kyle que... Hacías con él cosas que nadie se había molestado en intentar, y eso me llegó a lo más hondo y, poco a poco, me fui enamorando de ti.
Joseph cruzó las manos en el regazo y clavó la vista en el suelo.
—No sé... —prosiguió _____—. Supongo que crecí creyendo en los cuentos de hadas, y puede que eso haya tenido la culpa. —Se recostó y lo miró de soslayo—. ¿Te acuerdas de la noche en que nos conocimos, cuando nos rescataste a mi hijo y a mí?... Luego me llevaste las bolsas de la compra y le enseñaste a Kyle a lanzar la pelota. Fue como si te convirtieras en el príncipe azul de mis cuentos de la infancia, y cuanto más te fui conociendo, más me convencí de que lo eras... Una parte de mí todavía lo cree. Tienes todo lo que me gusta en un hombre, pero por mucho que me gustes, no creo que estés preparado para mi hijo o para mí.
Joseph se pasó la mano por la cara con expresión sombría.
—Mira, no estoy ciega; sé lo que ha estado ocurriendo estas últimas semanas. Te estás separando, te estás alejando de nosotros por mucho que lo niegues o intentes justificarlo. Salta a la vista, Joseph. Lo que no entiendo es el porqué.
—El trabajo. He estado ocupado con el trabajo —replicó él sin mucha convicción.
—Escucha. Puede que eso sea cierto, pero no es toda la verdad. —_____ respiró profundamente e intentó que la voz no se le quebrara con lo que iba a decir a continuación—. Sé que hay algo que estás ocultando, y si no puedes o no quieres hablar de ello, no hay mucho que yo pueda hacer; pero, sea lo que sea, está haciendo que te apartes de nosotros.
Hizo una pausa, y sus ojos se humedecieron.
—Ayer me hiciste daño, y lo malo es que también se lo hiciste a Kyle. Te esperó, Joseph; durante dos horas te estuvo esperando, saltando de alegría cada vez que oía que un coche se acercaba porque creía que se trataba de ti. Pero tú no apareciste, y al final hasta él se dio cuenta de que algo había cambiado. No dijo una palabra durante el resto del día, ni una.
Joseph, pálido y tembloroso, parecía incapaz de articular palabra. _____ contempló el horizonte mientras una lágrima solitaria se deslizaba por su mejilla.
—Tengo mucho aguante. Dios sabe lo que he soportado, la manera como has jugado conmigo, atrayéndome y rechazándome, atrayéndome y rechazándome... Pero ya no soy una niña: soy lo bastante mayor para decidir qué riesgos quiero asumir. Pero si existe una sola posibilidad de que Kyle sufra...
Dejó la frase inacabada mientras se pasaba la mano por la mejilla. Luego continuó.
—Eres una persona maravillosa, Joseph, y tienes mucho que ofrecer... Espero que algún día encuentres a la persona que pueda hallar algún sentido al dolor que llevas dentro. Te lo mereces. En el fondo de mi corazón sé que no tenías intención de herir a mi hijo; pero no estoy dispuesta a permitir que vuelva a suceder, especialmente si tú ni siquiera estás seguro de qué futuro quieres compartir conmigo.
—Lo siento —dijo él con voz espesa.
—Y yo también.
—No quiero perderte —murmuró él tomándole la mano. Su voz era casi un susurro.
Viendo su aspecto contrito, _____ le dio un leve apretón y la retiró a su pesar. Notó que estaba a punto de llorar de nuevo y luchó por dominarse.
—Pero tampoco estás dispuesto a conservarme, ¿verdad?
Aquélla era una pregunta para la que Joseph no tenía respuesta.


Cuando él se hubo marchado, _____ se paseó como un zombi por la casa y consiguió mantener la compostura por muy poco. Ya había llorado y se había desahogado durante la noche anterior porque sabía lo que iba a suceder. Había sido fuerte y, allí, sentada en el sofá de la sala, se repitió a sí misma que había hecho lo correcto: no podía permitir que le hicieran daño a Kyle otra vez. Tampoco pensaba llorar.
¡Maldita sea! ¡No más!
Sin embargo, cuando vio a su hijo jugando con el Lego y se dio cuenta de que Joseph no aparecería nunca más entre aquellas paredes, sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—No voy a llorar —dijo en voz alta, dejando que el poder de las palabras actuara como un hipnótico—. No voy a llorar.
Dicho eso, se derrumbó y pasó las siguientes dos horas sollozando.


—Así que seguiste adelante y le pusiste el punto final, ¿eh? —dijo Mitch sin disimular su disgusto.
Estaban sentados en un bar, un local diminuto que abría a la hora del desayuno para media docena de parroquianos. Sin embargo, en aquel momento era de noche. Joseph lo había llamado a las ocho y Mitch no había aparecido hasta una hora más tarde. Durante aquel rato, Joseph había bebido solo.
—No fui yo —contestó a la defensiva—. Fue ella la que lo dio por acabado. Esta vez no puedes cargarlo en mi cuenta.
—¡Ah! Entonces me imagino que fue como caído del cielo, ¿no? Y que tú no has tenido nada que ver.
—Se ha terminado, Mitch. ¿Qué quieres que te diga?
El otro meneó la cabeza.
—¿Sabes, Joseph? Lo tuyo es grave. Estás aquí sentado pensando que lo tienes todo dominado pero no entiendes ni jota.
—Gracias por tu apoyo, Mitch.
—¡No me vengas con esa mierda! —exclamó, lanzándole una mirada furiosa—. No necesitas mi apoyo. ¡Lo que necesitas es alguien que te diga dónde la has cagado y te ponga manos a la obra para que lo remedies!
—Tú no lo entiendes...
—¡Y un carajo no lo entiendo! —contestó Mitch dejando de golpe su copa sobre la mesa—. ¿Quién te has creído que eres? ¿Crees que no lo sé? ¡Diablos, Joseph, te conozco mejor de lo que tú te conoces a ti mismo! ¿De verdad piensas que eres el único hombre en el mundo con un pasado de mierda a su espalda? ¿Que eres el único que intenta cambiarlo? Pues tengo noticias para ti: todos tenemos basura en el trastero, todos tenemos historias que ojalá pudiéramos borrar. ¡La diferencia radica en que los demás no nos dedicamos a jodernos la vida y el presente por culpa de eso!
—Yo no he jodido nada —replicó Joseph, enfadado—. ¿No has escuchado lo que te he dicho? Ha sido ella, ella, la que se lo ha cargado. No yo. Esta vez no.
—Te diré algo, Joseph. Puedes irte a la tumba con esa idea, si quieres. Pero tú y yo sabemos que eso es sólo media verdad; así que vuelve y arréglalo. Esa chica es lo mejor que te ha ocurrido en mucho tiempo.
—Oye, no te he pedido que vinieras para que soltaras tus famosos consejos.
—¿Ah, no? Pues es el mejor que te he dado. Escucha y por una vez hazme caso: tu padre habría querido que lo arreglases.
Joseph le lanzó una mirada furtiva, repentinamente en guardia.
—No metas a mi padre en esto. Será mejor que no lo hagas.
—¿Por qué no, Joseph? ¿De qué tienes miedo? ¿Temes que su fantasma pueda aparecerse aquí y tirarnos las cervezas para amedrentarnos?
—¡Ya basta! —gruñó Joseph.
—No olvides que yo también conocí a tu padre. Yo también sé lo buen hombre que era: un hombre que quería a su familia, a su mujer y a su hijo; un hombre que se sentiría decepcionado por lo que estás haciendo. Eso te lo garantizo.
Joseph palideció y agarró el vaso con todas sus fuerzas.
—¡No me jodas, Mitch!
—No, Joseph, te has jodido tú sólito. Has jodido tu vida. Yo no haría más que sumarme al desastre.
—¡No necesito esta mierda! —le espetó Joseph levantándose de la mesa y echando a andar hacia la puerta—. Ni siquiera sabes quién soy.
Mitch alejó la mesa de sí, derramando las cervezas, y varias cabezas se volvieron para mirarlos. El barman interrumpió su conversación y vio que Mitch iba tras Joseph, lo agarraba de la camisa y lo obligaba a dar media vuelta.
—¿Que no sé quién eres? ¡Coño si te conozco! Eres un maldito cobarde. ¡Eso es lo que eres! Tienes miedo de vivir porque crees que eso significa arrojar la cruz con la que has estado cargando toda la vida. Pero esta vez te has pasado. ¿Crees que eres el único hombre con sentimientos? ¿Crees que dejando plantada a _____ todo va a volver a la normalidad? ¿Crees que así serás más feliz? No, Joseph. No lo serás porque no estás dispuesto a permitírtelo. Y en esta ocasión no le estás haciendo daño a una sola persona, ¿no lo has pensado? No se trata sólo de _____, también estás lastimando al chico. ¡Dios todopoderoso! ¿Es que acaso no te importa? ¿Qué demonios supones que diría tu padre, ¿eh? «Bien hecho, hijo. Estoy orgulloso de ti.» Ni lo pienses. A tu padre le daría náuseas, igual que a mí en este momento.
Joseph, lívido de furia, agarró a Mitch y lo estrelló contra la máquina de discos.
Dos clientes se apresuraron a bajar de sus taburetes para alejarse de la pelea mientras el barman salía de detrás de la barra con un bate de béisbol en la mano y se acercaba a los contendientes.
Joseph levantó el puño.
—¿Qué vas a hacer, pegarme? —le retó Mitch.
—¡Déjalo ya! —gritó el barman—. ¡Lleven sus peleas a la calle!
—¡Vamos, adelante! —continuó Mitch—. ¡La verdad es que me importa un carajo!
Joseph se mordió el labio con tanta fuerza que se hizo sangre mientras se preparaba para golpear con el puño temblándole de rabia.
—Yo siempre podré perdonarte, Joseph —dijo Mitch con repentina calma—. Pero también tienes que perdonarte tú.
Joseph vaciló, luchando consigo mismo. Finalmente, soltó a su amigo y dio media vuelta mientras las miradas lo seguían. El barman fue tras él, bate en mano, para asegurarse de sus intenciones.
Joseph salió por la puerta tragándose una ristra de maldiciones.



Natuu!
Natuu!


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"El Rescate" (Joe&Tú) - Página 8 Empty Re: "El Rescate" (Joe&Tú)

Mensaje por Natuu! Sáb 11 Feb 2012, 4:34 pm

CAPÍTULO 23



Justo antes de la medianoche, Joseph regresó a casa y se encontró un mensaje en el contestador. Había estado paseando desde que Mitch y él se habían separado, intentando poner orden en sus pensamientos. Acabó sentado en el puente desde donde unos meses antes, durante el rescate de aquel automovilista, se había tirado al río. Recordó que aquella noche fue la primera que realmente necesitó a _____, y tuvo la impresión de que había transcurrido una eternidad.
Pensando que sería un recado de su amigo y lamentando el altercado que acababan de tener, fue hasta el aparato y apretó el botón de reproducción. Para su sorpresa, no se trataba de Mitch.
Era Nick, que lo llamaba desde el Cuerpo de bomberos haciendo un evidente esfuerzo por aparentar tranquilidad.
«Se ha declarado un incendio en las afueras de la ciudad, en el almacén de Arvil Henderson. Es grave. Han acudido todos los voluntarios de Edenton, y he pedido auxilio a las unidades de los condados vecinos. Hay vidas en peligro. Si recibes este mensaje, ven, necesitamos tu ayuda.»
Hacía casi media hora que había sido grabado.
Sin perder tiempo escuchando el resto, Joseph salió a toda prisa hacia su camioneta, maldiciéndose por haber desconectado su móvil al salir del bar. Henderson era un mayorista de pinturas y tenía uno de los negocios más importantes del condado de Chowan. Los camiones cargaban y descargaban en sus almacenes día y noche y siempre había al menos una docena de hombres trabajando.
Tardaría diez minutos en llegar. Como mínimo.
Supuso que todo el mundo ya se habría puesto manos a la obra y que él aparecería alrededor de media hora tarde: un tiempo que podía significar la diferencia entre la vida y la muerte para los que hubieran quedado atrapados por las llamas.
Estaba claro: mientras había quienes luchaban por salvar vidas, él perdía el tiempo compadeciéndose de sí mismo.
Salió a la carretera derrapando y aceleró a fondo sin dejar de maldecir entre dientes. Tomó todos los atajos que conocía, con los neumáticos chirriando, y en una recta puso la furgoneta a ciento cuarenta por hora. En la parte trasera, las herramientas traqueteaban y un bulto golpeaba los costados de la plataforma cada vez que tomaba una curva.
Los minutos pasaron —largos, eternos minutos—, hasta que, al final, pudo distinguir en la distancia un resplandor anaranjado que se elevaba hacia el cielo. Un espantoso color en plena noche. Golpeó el volante con las dos manos cuando comprendió la magnitud del desastre. Por encima del rugido del motor, le llegó claramente el aullido de las sirenas.
Frenó bruscamente y tomó la curva del camino que conducía al almacén de Henderson con los cuatro neumáticos resbalando sobre el asfalto. A causa de la combustión de los líquidos inflamables, el aire estaba lleno de un humo sucio y grasiento que flotaba lánguidamente a su alrededor. Pudo ver las llamas que surgían del edificio. Cuando por fin detuvo su vehículo, el fuego ardía con toda furia.
La escena era un completo caos.
Había tres camiones cisterna. Las mangueras habían sido conectadas a las tomas de agua y los hombres estaban rociando un lado del almacén. El otro todavía estaba intacto, pero daba la impresión de que podía arder en cualquier momento. Contó dos ambulancias, con las luces de emergencia destellando, y cinco personas tumbadas en el suelo que estaban siendo atendidas al tiempo que un par más salían de entre las llamas, arrastradas por otros hombres que parecían igualmente débiles.
Joseph contempló el dantesco espectáculo y se dio cuenta de que el coche de Mitch estaba aparcado a lo lejos. No obstante, entre el desorden reinante, fue incapaz de divisar a su amigo.
Se apeó de la camioneta y fue al encuentro de Nick, que no dejaba de gritar órdenes para intentar mantener la situación controlada, sin éxito por el momento. En aquel instante llegó otro coche de bomberos procedente de Elisabeth City y de él saltaron seis hombres que rápidamente empezaron a desenrollar la manguera mientras uno de ellos la conectaba a otra toma de agua.
Nick se dio la vuelta y vio que Joseph corría hacia él; con la cara ennegrecida por el hollín, señaló hacia el camión escalera.
—¡Ve a ponerte tu equipo! —le gritó.
Joseph obedeció. Trepó al vehículo y tomó uno de los trajes ignífugos, se quitó las botas y se lo puso. Un par de minutos después, completamente equipado, se dirigió de nuevo hacia Nick.
Mientras corría, la noche se vio sacudida por una decena de explosiones sucesivas, y una nube de humo en forma de hongo surgió de la hoguera, enroscándose a medida que ascendía, como si hubiera estallado una bomba. Todos los que se hallaban cerca del edificio se tiraron al suelo para protegerse de la lluvia de llameantes restos que salió disparada en todas direcciones.
Joseph se tumbó boca abajo, protegiéndose la cabeza.
Las llamas estaban por todas partes, y el almacén empezó a arder desde dentro. Se produjeron más estallidos mientras los bomberos retrocedían para protegerse del calor infernal. Del horno surgieron entonces dos figuras con los miembros envueltos en llamas. Los bomberos los rociaron inmediatamente y los infelices se desplomaron en el suelo, retorciéndose.
Joseph se incorporó y echó a correr hacia el calor, hacia la hoguera, hacia los hombres que yacían en tierra. Corrió como un loco los casi setenta metros que lo separaban del fuego, mientras a su alrededor el mundo adquiría el aspecto de una zona de guerra. Se produjeron más explosiones. Una a una, las latas de pintura iban reventando a causa del Insoportable calor y alimentaban la devastación que lo consumía todo. Joseph respiró trabajosamente a través del humo. Justo en aquel instante, uno de los muros se derrumbó y estuvo a punto de aplastar a los hombres que acababan de salir.
Joseph se aproximó, caminando de lado y con los ojos encharcados de lágrimas por efecto del calor, hasta que consiguió alcanzarlos. Ambos estaban inconscientes, y las llamas les lamían los trajes. Agarró a cada uno de una muñeca y empezó a tirar para alejarlos del peligro. El calor les había derretido parte del equipo, y Joseph, al tiempo que los arrastraba hasta una zona segura, vio con angustia cómo humeaban. En aquel momento apareció un voluntario a quien no conocía y que se hizo cargo de uno de los dos heridos. De aquel modo pudieron alejarse a mayor velocidad en dirección a las ambulancias. Un enfermero salió para socorrerlos.
Sólo una parte del almacén no había sido afectada por el fuego; pero, a juzgar por el humo que surgía de las destrozadas ventanas, también debía de estar a punto de volar por los aires.
Nick gesticulaba frenéticamente, indicando a todo el mundo que se alejara a una distancia prudencial, pero nadie podía oírlo por encima del rugido del incendio.
Los enfermeros llegaron y se arrodillaron inmediatamente junto a los heridos, que tenían la cara chamuscada y las ropas todavía ardiendo. Las llamas, alimentadas por los productos químicos, les habían abrasado las protecciones ignífugas. Uno de los enfermeros sacó unas tijeras y empezó a cortar el chamuscado tejido de uno de los de los hombres. Su compañero hizo lo mismo con el otro bombero herido.
Los dos infelices, que habían recobrado el conocimiento, gimieron de dolor. A medida que les iban quitando los trajes a trozos, Joseph los ayudaba a despegar las fibras de la piel quemada. Empezaron por las piernas y siguieron torso arriba hasta que terminaron con los brazos. Luego, hicieron que los heridos se sentaran y acabaron de despojarlos de las ennegrecidas vestimentas. Uno de los hombres se había puesto unos vaqueros y dos camisas, con lo cual, aparte de los brazos, había conseguido librarse de las quemaduras más graves. El otro, sin embargo, sólo llevaba una camiseta que también tuvieron que cortar y tenía la espalda abrasada, con quemaduras de segundo grado.
Joseph levantó la vista y vio que Nick seguía agitando los brazos y haciendo señas con desesperación. Lo rodeaban tres hombres, y otros tres se acercaban. Fue entonces cuando Joseph contempló el edificio y se dio cuenta de que algo iba mal, terriblemente mal.
Se levantó y corrió hacia Nick mientras un mal presentimiento se apoderaba de él. En cuanto se acercó, escuchó las terribles palabras.
—¡Están todavía dentro! ¡Dos hombres! ¡En aquella zona!
Joseph parpadeó, y un recuerdo lo asaltó de entre las cenizas: el de un niño de nueve años en un ático, pidiendo socorro por la ventana.
Se quedó petrificado, mirando las llameantes ruinas del almacén, que apenas se sostenían en pie. A continuación, como en un sueño, empezó a caminar a paso ligero hacia la parte del edificio que todavía no era pasto del fuego, las oficinas. Corriendo cada vez más deprisa, pasó al lado de los bomberos que sostenían las mangueras, haciendo caso omiso de los gritos que le decían que se detuviera.
El fuego lo dominaba todo: las llamas habían prendido incluso en algunos árboles de los alrededores. Delante de él, Joseph vio la puerta de entrada que habían derribado sus compañeros. Una espesa humareda surgía por el boquete.
Lo alcanzó antes de que Nick se diera cuenta de lo que hacía y le ordenara a gritos que regresara.
Incapaz de oír nada por encima del rugido de las llamas, Joseph se lanzó al interior como una bala, mientras con una mano enguantada se protegía el rostro de las lenguas de fuego que lo rodeaban. Casi a ciegas, giró a la izquierda, rezando para que ningún obstáculo le bloqueara el camino. Los ojos le ardieron cuando aspiró una bocanada de aire acre y contaminado y la retuvo.
Había fuego por todas partes. Las vigas del tejado se desmoronaban y la atmósfera era tóxica.
Sabía que sólo podría contener la respiración durante un minuto. No más.
Avanzó hacia la izquierda, rodeado por un humo impenetrable. Sólo el ardiente resplandor de las llamas evitaba que se perdiera en la más absoluta oscuridad.
El incendio, en pleno apogeo, ardía con furia indomable. Todo se desplomaba: techos, paredes... Joseph se movió instintivamente a un lado para esquivar una parte del tejado que se le echaba encima.
Con los pulmones doloridos, se encaminó a trompicones hacia el extremo sur del edificio, el único que todavía se sostenía. Notaba cómo su cuerpo se iba debilitando a cada paso que daba, y sentía un peso que le oprimía el pecho. Entonces, vio que a su izquierda había una ventana intacta. Desenfundó el hacha que llevaba al cinto, rompió la ventana en un solo movimiento y sacó la cabeza para respirar aire fresco.
El fuego, como si se tratara de una fiera con vida propia, pareció percibir el repentino aporte de oxígeno. Al instante, el cuarto donde se hallaba Joseph explotó con renovada furia y el impulso de la onda expansiva lo lanzó hacia un rincón.
Tras el fogonazo inicial, las llamas parecieron retroceder, al menos durante unos segundos, los suficientes para que Joseph se rehiciera y viera la figura que estaba tendida en el suelo. Por el traje, se dio cuenta de que se trataba de un bombero.
Trastabillando y esquivando otra viga que caía, se le acercó. En aquel momento, los dos se hallaban atrapados en el extremo de la habitación y rodeados por un muro de fuego que se cernía sobre ellos.
Casi sin aliento, Joseph fue por el hombre. Inclinándose, lo agarró por la muñeca, lo alzó, se lo cargó a la espalda y se dirigió como pudo hacia la única ventana que todavía podía distinguir.
Guiado por el instinto, caminó hasta ella. Notaba que estaba a punto de perder el sentido y cerró los ojos para evitar que el calor y el humo se los dañaran todavía más. Alcanzó la abertura y arrojó su carga al exterior. El hombre aterrizó hecho un guiñapo. Casi cegado por el humo, Joseph no vio que sus compañeros se precipitaban hacia el cuerpo tendido y se limitó a desearle lo mejor.
Tomó un par de bocanadas de aire y tosió violentamente. Luego, aspirando nuevamente, se dio la vuelta y, abriéndose paso entre el fuego, regresó al interior del llameante edificio.


Todo era un inmenso infierno de llamas aceitosas y humo asfixiante.
Joseph avanzó a través del muro de calor como si una mano oculta lo guiara.
Aún quedaba otro hombre atrapado.
Se acordó otra vez del niño de nueve años en un ático que pedía socorro por la ventana y estaba demasiado asustado para saltar.
Tuvo que cerrar un ojo cuando sintió que un espasmo de dolor se lo traspasaba. Una de las paredes se derrumbó como un castillo de naipes y el techo cedió mientras nuevas espirales de fuego ascendían en busca de grietas en el tejado.
Aún quedaba otro hombre atrapado.
La impresión de que se consumía se apoderó de él, y los pulmones le gritaron que aspirara una bocanada del aire venenoso y ardiente que lo rodeaba. Sin embargo, medio aturdido, consiguió resistir la tentación.
El humo se enroscó a su alrededor como una negra serpiente, y Joseph cayó de bruces mientras su ojo sano parpadeaba fuera de control, sin que él pudiera evitarlo. Las llamas lo rodeaban casi por completo, pero siguió adelante, hacia la única zona en la que era todavía posible que hubiera alguien con vida.
Se movió de rodillas primero y a gatas luego. El calor se había convertido en un martillo siseante que no dejaba de golpearlo.
Fue entonces cuando supo que iba a morir.
Apenas consciente, siguió arrastrándose hasta que empezó a perder el sentido.
«¡Respira!», le gritó el cuerpo, pero él siguió avanzando, centímetro a centímetro, como un autómata. Delante no había más que llamas, un muro de fuego que se alzaba como una infranqueable barrera.
Entonces encontró al hombre.
Rodeado por el humo, no podía distinguir de quién se trataba, pero se dio cuenta de que tenía las piernas atrapadas por los escombros.
Notando que sus últimas fuerzas lo abandonaban, palpó el cuerpo como habría hecho un ciego y lo visualizó mentalmente: yacía boca abajo con los brazos extendidos y con el casco firmemente sujeto, pero de cintura para abajo estaba cubierto de cascotes.
Joseph lo agarró por las muñecas y tiró de él, pero no consiguió moverlo.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, se incorporó y empezó a apartar las ruinas que aprisionaban al hombre, planchas de madera, yeso y ladrillo, fragmento calcinado tras fragmento.
Sus pulmones estaban a punto de estallar, y las llamas empezaban a lamerle la ropa.
Uno a uno, fue retirando los estorbos. Por suerte, ninguno era tan pesado como para que no pudiera apartarlo, pero se hallaba al límite de sus fuerzas. Volvió a tirar del hombre inerte y esa vez consiguió moverlo. Lo agarró con todas sus fuerzas, pero su cuerpo, que ya no podía resistir más, reaccionó de manera instintiva: Joseph dejó escapar el aliento e inhaló profundamente en busca de aire.
Su cuerpo se había equivocado.
Se sintió repentinamente mareado y tosió violentamente. Soltó al bombero y se puso en pie, trastabillando, presa del más puro pánico: en aquella atmósfera donde el fuego consumía todo el oxígeno, se había quedado sin aire. La práctica que había adquirido con el largo entrenamiento había cedido ante la fuerza elemental del instinto de conservación.
Desanduvo el camino a trompicones, como si sus piernas se movieran al margen de su voluntad. Sin embargo, a los pocos pasos se detuvo como si despertara trabajosamente de un sueño y se volvió hacia el hombre tendido en el suelo. En aquel instante, el mundo estalló en una bola de fuego que casi lo derribó.
Las llamas lo envolvieron y prendieron en su uniforme. En un último esfuerzo, Joseph se precipitó hacia la ventana y se arrojó a ciegas a través de la abertura. Lo último que notó fue el sordo golpe de su cuerpo al caer en la tierra y el alarido de desesperación que se le moría en los labios.










Espero les guste el minimaraton, no subo mas porque quiero dejarlas con la duda jajaja




Natu!!
Natuu!
Natuu!


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Mensaje por Nani Jonas Sáb 11 Feb 2012, 7:12 pm

pasaron muchas cosas en estos caps qe porcierto gracias por subir jajaja
pero como sete ocurrio dejarla justo ahi aaaaaaaaaaaaaaaa en la mejor parte
me muero por saber qe sigue porqe joe va a salir de esta verdad? nose puede
morir ai debes seguirla lo mas pronto posible porfavor
Nani Jonas
Nani Jonas


http://misadatacionesnanijonas.blogspot.mx/

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Mensaje por andreita Dom 12 Feb 2012, 12:34 pm

natuuuuuuuuu
en estos caps
me dio de todo
enserio
pero llore
muchoooo
andreita
andreita


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Mensaje por andreita Dom 12 Feb 2012, 12:35 pm

pero no kas dejes ahi
que pasar con joseph???
:(
sigue
andreita
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Mensaje por andreita Dom 12 Feb 2012, 12:35 pm

ame el mini marton
pero quiero uno MEGA
andreita
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Mensaje por DanyelitaJonas Lun 13 Feb 2012, 3:13 pm

porque tuviste que dejarla asi ya quiero saber que pasa con joe andale sube un capais porfavor SIGUELA
DanyelitaJonas
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Mensaje por DanyelitaJonas Mar 14 Feb 2012, 11:04 am

SUBE MAS PORFAVOR
DanyelitaJonas
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 11:57 am

natu y el caps??
queiro mega maraton :)
andreita
andreita


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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 11:57 am

te paso de pagina y pon maraton :)
andreita
andreita


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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 11:57 am

pero que sea mega :9
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 11:57 am

porfavor natuuu
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 11:59 am

aaaaaa quiero caps
andreita
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Mensaje por andreita Mar 14 Feb 2012, 12:00 pm

jajaja etsa pagina 9 esta dificil
andreita
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