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"El Rescate" (Joe&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 10
Tres días después del accidente y del afortunado rescate de Kyle Holton, Joseph Jonas pasó bajo el arco de piedra que servía de entrada al cementerio de Cypress Park, el más antiguo de Edenton, y se encaminó hacia una de las lápidas. Sabía exactamente adonde se dirigía, así que tomó un atajo a través del prado cubierto de monumentos funerarios. Algunos eran tan antiguos que dos siglos de intemperie habían borrado casi todas sus inscripciones. Recordaba la cantidad de veces que se había entretenido intentando descifrarlas, aunque siempre le había resultado imposible. Aquel día, sin embargo, Joseph apenas les prestó atención mientras caminaba con paso firme bajo el cielo encapotado. Cuando llegó junto a un enorme sauce, en la parte oeste del cementerio, se detuvo. La lápida que había ido a ver tenía una altura de treinta centímetros. Se trataba de un simple bloque de granito con un sencillo epitafio en la cara superior.
Aparte de la hierba que había ido creciendo alrededor de la piedra, el resto del césped se veía bien cuidado. Justo delante de la losa, en un pequeño recipiente incrustado en el suelo, había un ramillete de claveles secos. No tuvo necesidad de contarlos ni de preguntarse quién los había depositado allí.
Su madre había dejado once flores, una por cada año de matrimonio. Solía nacerlo en mayo, con ocasión del aniversario de su boda. Así lo había hecho los últimos veintisiete años. En todo ese tiempo, nunca le había dicho a su hijo lo que hacía, y Joseph nunca se lo había mencionado: prefería dejar que ella disfrutara de aquel pequeño secreto si con ello él podía mantener el suyo.
Joseph no visitaba el cementerio el mismo día que su madre. Esa fecha le pertenecía a ella porque era cuando se habían declarado mutuamente su amor delante de la familia y los amigos. Él, en cambio, iba un día de junio, el mes en que su padre había muerto, el día que nunca podría olvidar.
Como de costumbre, iba vestido con un pantalón vaquero y una camisa de trabajo de manga corta. Había llegado directamente de una obra en la que estaba trabajando, aprovechando el descanso de la hora de almorzar, y el sudor le pegaba al pecho y a la espalda algunas partes de la prenda. Nadie le había preguntado adonde se dirigía, y él no se había tomado la molestia de dar explicaciones. Era un asunto que sólo le incumbía a él.
Joseph se agachó y empezó a arrancar las hierbas más altas de los lados, agarrándolas a manos llenas y tirando bruscamente, hasta que consiguió dejarlas a la misma altura que el césped circundante. Se tomó su tiempo, mientras su mente se iba aclarando y él alisaba el terreno. Cuando terminó, pasó el dedo por la escueta inscripción. Las palabras eran sencillas:
MASON THOMAS JONAS
Amante esposo y padre
1936-1972
Año tras año, visita tras visita, Joseph había ido creciendo y, en aquel momento, tenía la misma edad de su padre cuando éste había fallecido. Había pasado de ser un muchacho asustado a convertirse en el hombre que era.
Sin embargo, los recuerdos que guardaba de su padre habían acabado bruscamente aquel terrible día. En esos momentos, no importaba cuánto se esforzara, le resultaba imposible imaginar la apariencia que habría tenido de haber estado vivo. Para Joseph, su padre siempre tendría treinta y seis años. Ni uno más ni uno menos. La memoria selectiva se ocupaba de eso, lo mismo que la foto.
Cerró los ojos y esperó a que la imagen acudiera a su mente. No le hacía falta llevarla consigo para saber exactamente cómo era. El retrato seguía descansando sobre la chimenea del salón. Allí la había visto a diario durante los últimos veintisiete años.
La instantánea había sido tomada una semana antes del accidente, una soleada mañana de junio, delante de la casa. Había captado el instante en que su padre estaba saliendo del porche con una caña de pescar en la mano, de camino al río Chowan. Joseph recordaba que había ido tras sus pasos y estaba todavía dentro de la casa, recogiendo los cebos y todo lo que iba a necesitar, cuando su madre había apretado el disparador.
Denise se había escondido tras la furgoneta y había llamado a su marido por su nombre: «Mason.» Él se dio la vuelta, y ella le tomó aquella fotografía. Luego, enviaron la película a revelar y por eso no se destruyó junto con las demás. Denise fue a recogerla después de los funerales y no pudo contener las lágrimas cuando la vio. Acto seguido, la guardó en el bolso.
Para los demás no tenía nada especial: era sólo Mason, caminando, con el cabello revuelto y una mancha en la abotonada camisa; pero para Joseph reflejaba la verdadera esencia de su padre. Allí estaba el irrefrenable espíritu que había hecho de él alguien tan especial y por eso a su madre aquella imagen la había afectado tanto. Estaba en su expresión, en el brillo de sus ojos, en su actitud garbosa y despierta.
Un mes más tarde, Joseph la sustrajo del bolso de su madre y se metió en la cama, aferrándola con el puño. Cuando ella fue a darle las buenas noches, lo encontró dormido y con los dedos cerrados en torno a la imagen. La foto estaba empapada de lágrimas. Al día siguiente, Denise encargó una copia, y Joseph construyó un marco con cuatro palitos de helado, montó sobre ellos un trozo de cristal viejo y encajó allí la foto. En todo el tiempo que siguió, nunca consideró siquiera la posibilidad de cambiar el marco.
Treinta y seis años.
Mason parecía tan joven en aquella imagen... Tenía un rostro fresco y alegre, y apenas se distinguían en la frente y los ojos las arrugas que nunca llegarían a desarrollarse del todo. Si así era, ¿por qué, entonces, aparentaba ser mucho mayor de lo que el propio Joseph se sentía a la misma edad?
Su padre parecía tan sabio, tan seguro de sí, tan valiente... A los ojos de su hijo de nueve años había sido un hombre de unas dimensiones míticas, un hombre que entendía las complejidades de la vida y era capaz de explicar casi cualquier cosa. ¿Acaso se debía a que había vivido más intensamente? ¿Acaso su vida había quedado marcada por más amplias o excepcionales experiencias? ¿O era aquella impresión de Joseph sólo el producto de los sentimientos que unían a un muchacho a su padre, incluido el último instante que habían pasado juntos?
No lo sabía. De hecho, nunca lo sabría. Las respuestas quedaron enterradas junto con su padre mucho tiempo atrás.
Apenas podía recordar las semanas que siguieron a su fallecimiento. Era un período que se había descompuesto en una serie de fragmentos borrosos: el funeral; los días pasados en casa de sus abuelos, en el otro extremo de la ciudad; las asfixiantes pesadillas, cada vez que se iba a la cama.
Era verano —no había clases—, y Joseph había pasado la mayor parte del tiempo intentando borrar de su mente lo sucedido. Su madre había guardado el luto durante dos meses, en señal de duelo. Luego, las prendas negras fueron a parar a un cajón, y ellos dos encontraron un nuevo lugar para vivir, más pequeño. Aunque un niño de nueve años apenas puede comprender lo que significa la muerte de un ser querido y cómo se sobrelleva, Joseph captó perfectamente el mensaje que su madre le hacía llegar: «Desde este momento, sólo estamos tú y yo. Debemos seguir adelante.»
A partir de aquel fatídico verano, Joseph pasó por la escuela sacando unas notas buenas pero en absoluto espectaculares, avanzando regularmente de curso en curso. Otros lo hubieran calificado de tenaz o adaptable y habrían acertado. Gracias a las atenciones y a la entereza de su madre, la adolescencia de Joseph transcurrió como la de la mayor parte de los muchachos de su edad en aquella parte del país. Fue de acampada y de excursión en canoa siempre que pudo, y, durante los años que pasó en el instituto, jugó al fútbol, al baloncesto y al béisbol. Sin embargo, en muchos sentidos fue un chico solitario. Mitch había sido, y seguía siendo, su mejor amigo. Todos los veranos se iban, mano a mano, de caza y a pescar. A veces, incluso habían llegado a desaparecer durante toda una semana tras haber viajado hasta lugares tan alejados como Georgia. A pesar de que Mitch se había casado, seguían manteniendo sus escapadas siempre que les era posible.
Cuando terminó de estudiar en el instituto, Joseph prefirió ponerse a trabajar en lugar de ir a la universidad, y se dedicó a la carpintería. Empezó aprendiendo el negocio al lado de un hombre desagradable, un alcohólico al que su mujer había abandonado y que se preocupaba más por el dinero que podía ganar que por la calidad de su trabajo. En una ocasión casi llegaron a las manos tras una violenta discusión. Joseph lo dejó y se dedicó a estudiar para obtener la licencia de contratista.
Durante aquel tiempo, se ganó el sustento en una mina de yeso, cerca de Little Washington, un trabajo que le provocaba violentos ataques de tos casi cada noche. No obstante, a los veinticuatro años ya había ahorrado lo necesario para instalar su propia empresa. No hubo proyecto que dejara a un lado por modesto que fuera y, a menudo, trabajaba a precio de coste con el fin de establecerse en el mercado y labrarse una reputación. Aunque a los veintiocho ya había estado a punto de quebrar un par de veces, perseveró y consiguió salir adelante.
Durante los últimos ocho años había mimado su pequeña empresa y, finalmente, estaba empezando a ganarse la vida razonablemente bien. No se rodeaba de lujos: su casa era modesta y su camioneta tenía más de seis años, pero disponía de lo suficiente para poder llevar la vida sencilla que deseaba.
Una vida que incluía trabajar como voluntario para el Cuerpo de bomberos.
Denise había intentado disuadirlo, pero no lo consiguió. Fue la única vez que Joseph había ido en contra de los deseos de su madre.
Ella, naturalmente, también aspiraba a que él la convirtiera en abuela, así que, de vez en cuando, dejaba escapar algún comentario. Joseph no le daba importancia y cambiaba de conversación. Nunca había pensado seriamente en casarse y dudaba de que alguna vez llegara a hacerlo. Aunque en un par de ocasiones había tenido pareja estable, no se veía en el papel. La primera vez había sido a los veinte, y la chica se llamaba Valerie. Cuando se conocieron, ella acababa de poner fin a una relación desastrosa —su novio había dejado embarazada a otra— y en Joseph encontró el consuelo y el apoyo que necesitaba. Era dos años mayor que él e inteligente. Durante un tiempo, las cosas marcharon bien, pero Valerie deseaba algo más serio. Joseph le advirtió que no sabía si estaba preparado ni si llegaría a estarlo alguna vez. El asunto se convirtió en una fuente de problemas para los que él no tenía una respuesta fácil. Poco a poco, acabaron distanciándose, hasta que finalmente ella lo dejó. Lo último que supo de Valerie era que se había casado con un abogado y que vivía en Charlotte.
Luego llegó Lori, que, al contrario que Valerie, era más joven que Joseph. El banco para el que trabajaba la había trasladado a la agencia de Edenton y, como responsable del departamento de créditos, se pasaba largas horas en la oficina. Cuando él se presentó en busca de una hipoteca, ella todavía no había tenido tiempo de conocer a casi nadie. Joseph se ofreció a presentarle gente, y Lori aceptó gustosa. Al cabo de nada, ya salían juntos. Poseía un encanto infantil e inocente que impresionó vivamente a Joseph y despertó su instinto de protección. No obstante, no tardó en hacerse evidente que ella también deseaba llegar más lejos de lo que él estaba dispuesto a ir. Al final, no tardaron en dejarlo. En aquellos momentos, Lori era la esposa del hijo del alcalde, tenía tres hijos y conducía un monovolumen. Apenas habían intercambiado más que un saludo y algún comentario trivial desde su matrimonio.
Al cumplir los treinta, Joseph ya había salido prácticamente con todas las mujeres solteras de Edenton, y a los treinta y seis, ya no le quedaban demasiadas candidatas.
Melissa, la mujer de Mitch, había intentado arreglarle algunas citas, pero todas acabaron por un estilo. Lo cierto era que nunca había estado verdaderamente interesado.
Valerie y Lori coincidían en que había algo dentro de él que les había resultado inalcanzable, algo acerca de la forma como se veía a sí mismo que ninguna de las dos había podido comprender. Aunque a Joseph le constaba que habían obrado con la mejor intención, los intentos de las dos mujeres por franquear aquella distancia no habían cambiado las cosas.
Acabó y se levantó. Las rodillas le crujieron por haber estado tanto rato agachado. Antes de marcharse elevó una plegaria en memoria de su padre muerto. Luego se inclinó una vez más y acarició la lápida.
—Lo siento, papá —murmuró—. Lo siento tanto...
Mitch Johnson estaba apoyado contra la camioneta de Joseph cuando lo vio salir del cementerio. Tenía en la mano un par de latas de cerveza unidas por un plástico, el resto de un paquete de seis que había empezado la noche anterior. Desprendió una y se la lanzó a Joseph cuando se le acercó. Éste, cuyos pensamientos seguían anclados en el pasado, la atrapó en el aire, sorprendido por la presencia de su amigo.
—Creía que estabas fuera por lo de la boda —le dijo.
—Lo estaba, pero regresamos ayer por la noche.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Nada. Sólo que supuse que a esta hora te apetecería una cerveza —contestó Mitch con toda naturalidad.
Con un metro noventa y unos ochenta kilos de peso, Mitch era más alto y delgado que Joseph. Estaba prácticamente calvo —de hecho, había empezado a perder el pelo a los veinte— y usaba unas gafas de montura metálica que le daban aspecto de contable o de ingeniero, aunque lo cierto era que trabajaba en la ferretería de su padre. Todos los que lo conocían lo consideraban un genio de la mecánica, porque era capaz de reparar cualquier cosa, desde una máquina cortacésped hasta una excavadora, y sus dedos estaban permanentemente manchados de grasa. Al contrario que Joseph, había ido a la Universidad de Carolina del Este. Allí, antes de regresar a Edenton, había estudiado Administración de Empresas y conocido a una licenciada en Psicología de Rocky Mount llamada Melissa Kindle.
En aquellos momentos, llevaban doce años casados y tenían cuatro hijos, todos varones. Joseph había sido testigo en la boda y era el padrino del chico mayor. A veces, por la forma en que Mitch hablaba de su familia, Joseph tenía la impresión de que su amigo estaba más enamorado de Melissa que cuando la había conocido en los pasillos de la universidad.
Mitch, al igual que él, también era voluntario en el Cuerpo de bomberos de Edenton. Ante la insistencia de Joseph, los dos se habían alistado y pasado juntos por la fase de entrenamiento. Aunque para Mitch era más una cuestión de deber que de vocación, era el tipo de persona que a Joseph le gustaba tener cerca cuando las cosas se ponían difíciles: allí donde él arriesgaba, Mitch aportaba prudencia. Ambos se compenetraban ante el peligro.
—No sabía que fuera tan previsible —comentó Joseph.
—¡Vamos, hombre, si te conozco mejor que a mi propia esposa!
Joseph entornó los ojos mientras se apoyaba en la camioneta.
—¿Cómo está Melissa?
—Está bien. Un poco más y su hermana la vuelve loca con lo de la boda; pero, ahora que estamos de vuelta en casa, las aguas vuelven a su cauce: sólo nos tiene a mí y a los niños para que le demos la tabarra. —La voz de Mitch se suavizó imperceptiblemente—. ¿Y tú, qué? ¿Cómo lo llevas?
Joseph se encogió de hombros, evitando la mirada de su amigo.
—Estoy bien.
Mitch no insistió. Sabía que Joseph no añadiría nada más. La muerte de su padre era un asunto del que nunca hablaba. Abrió su cerveza, y Joseph hizo lo mismo. Luego sacó un pañuelo para el cuello del bolsillo trasero y se enjugó el sudor de la frente.
—Me han dicho que, mientras yo estaba fuera, tuviste una gran noche en las marismas —comentó.
—Sí, la tuvimos.
—Ojalá hubiera podido estar allí.
—No sabes lo bien que nos habría venido tu ayuda. Fue una tormenta de mil demonios.
—Sí. Pero, si hubieras contado conmigo, se les habría acabado la diversión en el acto porque habría ido directo, sin pérdida de tiempo, a esos malditos refugios. No me explico cómo tardaste tanto en dar con la solución.
Joseph se rió por lo bajo antes de dar un sorbo a su bebida y mirar a Mitch.
—¿Melissa insiste todavía en que lo dejes?
Mitch se guardó el pañuelo y asintió.
—Ya sabes cómo es, ahora que tenemos a los chicos y todo eso. Sólo quiere que no me pase nada.
—Y tú, ¿qué opinas?
Mitch lo meditó antes de contestar.
—No sé, antes estaba convencido de que lo haría siempre; pero ya no estoy tan seguro.
—¿Estás pensando en dejarlo?
Mitch tomó un largo trago de cerveza.
—Sí. Supongo que sí.
—Te necesitamos —repuso Joseph muy serio. Mitch soltó una carcajada.
—Pareces un oficial de reclutamiento cuando hablas en ese tono.
—Puede. Pero es la verdad —Mitch negó con la cabeza.
—No, no lo es. Ahora hay muchos voluntarios y una lista de gente dispuesta a ocupar mi lugar a la menor ocasión.
—Pero no tienen tu experiencia...
—Tampoco la tenía yo cuando me alisté.
Mitch hizo una pausa mientras reflexionaba.
—Mira, no sólo es por Melissa; también es por mí. He estado metido en eso durante mucho tiempo y creo que ya no significa lo mismo que cuando empecé. Entiéndelo. No soy como tú, ya no siento la necesidad de seguir. Me apetece poder estar con los chicos sin tener que salir pitando por culpa de una llamada inesperada... Me apetece poder llegar a casa a la hora de la cena sabiendo que la jornada se ha acabado de verdad.
—Suena como si ya hubieras tomado la decisión.
Mitch percibió claramente la decepción que se traslucía en la voz de su amigo y tardó unos segundos en asentir.
—Bueno, la verdad es que así es. Me refiero a que cumpliré con el año que me queda, pero eso será todo. Sólo quería que fueras el primero en saberlo.
Joseph no contestó. Al cabo de un momento, Mitch ladeó la cabeza y le dirigió una tímida mirada.
—Escucha, hoy no he venido para esto. Estoy aquí para darte un poco de apoyo, no para soltarte mi rollo.
Joseph parecía perdido en sus pensamientos.
—Cómo te he dicho, estoy bien.
—¿Te apetece que vayamos a alguna parte a tomarnos unas cervezas?
—No. Debo regresar al trabajo. Estamos terminando la casa de Skip Hudson.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Está bien. Entonces, ¿qué tal si quedamos para cenar la próxima semana, cuando hayamos recuperado un poco el ritmo normal?
—¿Filetes a la brasa?
—¡Naturalmente! —exclamó Mitch, como si jamás hubiera pensado en otra posibilidad.
—Me parece bien —contestó Joseph lanzándole una mirada suspicaz—. Oye, Melissa no tendrá pensado invitar a ninguna amiga, ¿verdad?
Mitch se echó a reír.
—No. Pero si quieres que busque a alguien para ti...
—Ni hablar. Después de lo de Claire, ya no me fío de su buen criterio.
—¡Pero qué dices! Claire no estaba tan mal...
—Eso lo dices porque no tuviste que aguantar su cháchara toda la noche. Fue como el conejito de uno de esos anuncios de pilas que duran y duuuran. Pues ella, igual: habla y haaabla.
—Eso fue porque estaba nerviosa.
—Eso fue un tormento.
—Le diré a Melissa lo que me has dicho.
—¡Ni se te ocurra!
—Es broma. Sabes que no lo haría. ¿Qué tal si quedamos el miércoles? ¿Te va bien?
—Me va de perlas.
—Entonces, hecho.
Mitch hizo un gesto de aprobación y se apartó de la camioneta mientras rebuscaba las llaves en el bolsillo. Aplastó la lata vacía y la arrojó a la parte trasera del vehículo de Joseph, donde rebotó ruidosamente.
—Gracias —dijo éste.
—De nada, hombre.
—Me refiero por haber venido hoy...
—Tranquilo. Ya sabía que te referías a eso.
Aparte de la hierba que había ido creciendo alrededor de la piedra, el resto del césped se veía bien cuidado. Justo delante de la losa, en un pequeño recipiente incrustado en el suelo, había un ramillete de claveles secos. No tuvo necesidad de contarlos ni de preguntarse quién los había depositado allí.
Su madre había dejado once flores, una por cada año de matrimonio. Solía nacerlo en mayo, con ocasión del aniversario de su boda. Así lo había hecho los últimos veintisiete años. En todo ese tiempo, nunca le había dicho a su hijo lo que hacía, y Joseph nunca se lo había mencionado: prefería dejar que ella disfrutara de aquel pequeño secreto si con ello él podía mantener el suyo.
Joseph no visitaba el cementerio el mismo día que su madre. Esa fecha le pertenecía a ella porque era cuando se habían declarado mutuamente su amor delante de la familia y los amigos. Él, en cambio, iba un día de junio, el mes en que su padre había muerto, el día que nunca podría olvidar.
Como de costumbre, iba vestido con un pantalón vaquero y una camisa de trabajo de manga corta. Había llegado directamente de una obra en la que estaba trabajando, aprovechando el descanso de la hora de almorzar, y el sudor le pegaba al pecho y a la espalda algunas partes de la prenda. Nadie le había preguntado adonde se dirigía, y él no se había tomado la molestia de dar explicaciones. Era un asunto que sólo le incumbía a él.
Joseph se agachó y empezó a arrancar las hierbas más altas de los lados, agarrándolas a manos llenas y tirando bruscamente, hasta que consiguió dejarlas a la misma altura que el césped circundante. Se tomó su tiempo, mientras su mente se iba aclarando y él alisaba el terreno. Cuando terminó, pasó el dedo por la escueta inscripción. Las palabras eran sencillas:
MASON THOMAS JONAS
Amante esposo y padre
1936-1972
Año tras año, visita tras visita, Joseph había ido creciendo y, en aquel momento, tenía la misma edad de su padre cuando éste había fallecido. Había pasado de ser un muchacho asustado a convertirse en el hombre que era.
Sin embargo, los recuerdos que guardaba de su padre habían acabado bruscamente aquel terrible día. En esos momentos, no importaba cuánto se esforzara, le resultaba imposible imaginar la apariencia que habría tenido de haber estado vivo. Para Joseph, su padre siempre tendría treinta y seis años. Ni uno más ni uno menos. La memoria selectiva se ocupaba de eso, lo mismo que la foto.
Cerró los ojos y esperó a que la imagen acudiera a su mente. No le hacía falta llevarla consigo para saber exactamente cómo era. El retrato seguía descansando sobre la chimenea del salón. Allí la había visto a diario durante los últimos veintisiete años.
La instantánea había sido tomada una semana antes del accidente, una soleada mañana de junio, delante de la casa. Había captado el instante en que su padre estaba saliendo del porche con una caña de pescar en la mano, de camino al río Chowan. Joseph recordaba que había ido tras sus pasos y estaba todavía dentro de la casa, recogiendo los cebos y todo lo que iba a necesitar, cuando su madre había apretado el disparador.
Denise se había escondido tras la furgoneta y había llamado a su marido por su nombre: «Mason.» Él se dio la vuelta, y ella le tomó aquella fotografía. Luego, enviaron la película a revelar y por eso no se destruyó junto con las demás. Denise fue a recogerla después de los funerales y no pudo contener las lágrimas cuando la vio. Acto seguido, la guardó en el bolso.
Para los demás no tenía nada especial: era sólo Mason, caminando, con el cabello revuelto y una mancha en la abotonada camisa; pero para Joseph reflejaba la verdadera esencia de su padre. Allí estaba el irrefrenable espíritu que había hecho de él alguien tan especial y por eso a su madre aquella imagen la había afectado tanto. Estaba en su expresión, en el brillo de sus ojos, en su actitud garbosa y despierta.
Un mes más tarde, Joseph la sustrajo del bolso de su madre y se metió en la cama, aferrándola con el puño. Cuando ella fue a darle las buenas noches, lo encontró dormido y con los dedos cerrados en torno a la imagen. La foto estaba empapada de lágrimas. Al día siguiente, Denise encargó una copia, y Joseph construyó un marco con cuatro palitos de helado, montó sobre ellos un trozo de cristal viejo y encajó allí la foto. En todo el tiempo que siguió, nunca consideró siquiera la posibilidad de cambiar el marco.
Treinta y seis años.
Mason parecía tan joven en aquella imagen... Tenía un rostro fresco y alegre, y apenas se distinguían en la frente y los ojos las arrugas que nunca llegarían a desarrollarse del todo. Si así era, ¿por qué, entonces, aparentaba ser mucho mayor de lo que el propio Joseph se sentía a la misma edad?
Su padre parecía tan sabio, tan seguro de sí, tan valiente... A los ojos de su hijo de nueve años había sido un hombre de unas dimensiones míticas, un hombre que entendía las complejidades de la vida y era capaz de explicar casi cualquier cosa. ¿Acaso se debía a que había vivido más intensamente? ¿Acaso su vida había quedado marcada por más amplias o excepcionales experiencias? ¿O era aquella impresión de Joseph sólo el producto de los sentimientos que unían a un muchacho a su padre, incluido el último instante que habían pasado juntos?
No lo sabía. De hecho, nunca lo sabría. Las respuestas quedaron enterradas junto con su padre mucho tiempo atrás.
Apenas podía recordar las semanas que siguieron a su fallecimiento. Era un período que se había descompuesto en una serie de fragmentos borrosos: el funeral; los días pasados en casa de sus abuelos, en el otro extremo de la ciudad; las asfixiantes pesadillas, cada vez que se iba a la cama.
Era verano —no había clases—, y Joseph había pasado la mayor parte del tiempo intentando borrar de su mente lo sucedido. Su madre había guardado el luto durante dos meses, en señal de duelo. Luego, las prendas negras fueron a parar a un cajón, y ellos dos encontraron un nuevo lugar para vivir, más pequeño. Aunque un niño de nueve años apenas puede comprender lo que significa la muerte de un ser querido y cómo se sobrelleva, Joseph captó perfectamente el mensaje que su madre le hacía llegar: «Desde este momento, sólo estamos tú y yo. Debemos seguir adelante.»
A partir de aquel fatídico verano, Joseph pasó por la escuela sacando unas notas buenas pero en absoluto espectaculares, avanzando regularmente de curso en curso. Otros lo hubieran calificado de tenaz o adaptable y habrían acertado. Gracias a las atenciones y a la entereza de su madre, la adolescencia de Joseph transcurrió como la de la mayor parte de los muchachos de su edad en aquella parte del país. Fue de acampada y de excursión en canoa siempre que pudo, y, durante los años que pasó en el instituto, jugó al fútbol, al baloncesto y al béisbol. Sin embargo, en muchos sentidos fue un chico solitario. Mitch había sido, y seguía siendo, su mejor amigo. Todos los veranos se iban, mano a mano, de caza y a pescar. A veces, incluso habían llegado a desaparecer durante toda una semana tras haber viajado hasta lugares tan alejados como Georgia. A pesar de que Mitch se había casado, seguían manteniendo sus escapadas siempre que les era posible.
Cuando terminó de estudiar en el instituto, Joseph prefirió ponerse a trabajar en lugar de ir a la universidad, y se dedicó a la carpintería. Empezó aprendiendo el negocio al lado de un hombre desagradable, un alcohólico al que su mujer había abandonado y que se preocupaba más por el dinero que podía ganar que por la calidad de su trabajo. En una ocasión casi llegaron a las manos tras una violenta discusión. Joseph lo dejó y se dedicó a estudiar para obtener la licencia de contratista.
Durante aquel tiempo, se ganó el sustento en una mina de yeso, cerca de Little Washington, un trabajo que le provocaba violentos ataques de tos casi cada noche. No obstante, a los veinticuatro años ya había ahorrado lo necesario para instalar su propia empresa. No hubo proyecto que dejara a un lado por modesto que fuera y, a menudo, trabajaba a precio de coste con el fin de establecerse en el mercado y labrarse una reputación. Aunque a los veintiocho ya había estado a punto de quebrar un par de veces, perseveró y consiguió salir adelante.
Durante los últimos ocho años había mimado su pequeña empresa y, finalmente, estaba empezando a ganarse la vida razonablemente bien. No se rodeaba de lujos: su casa era modesta y su camioneta tenía más de seis años, pero disponía de lo suficiente para poder llevar la vida sencilla que deseaba.
Una vida que incluía trabajar como voluntario para el Cuerpo de bomberos.
Denise había intentado disuadirlo, pero no lo consiguió. Fue la única vez que Joseph había ido en contra de los deseos de su madre.
Ella, naturalmente, también aspiraba a que él la convirtiera en abuela, así que, de vez en cuando, dejaba escapar algún comentario. Joseph no le daba importancia y cambiaba de conversación. Nunca había pensado seriamente en casarse y dudaba de que alguna vez llegara a hacerlo. Aunque en un par de ocasiones había tenido pareja estable, no se veía en el papel. La primera vez había sido a los veinte, y la chica se llamaba Valerie. Cuando se conocieron, ella acababa de poner fin a una relación desastrosa —su novio había dejado embarazada a otra— y en Joseph encontró el consuelo y el apoyo que necesitaba. Era dos años mayor que él e inteligente. Durante un tiempo, las cosas marcharon bien, pero Valerie deseaba algo más serio. Joseph le advirtió que no sabía si estaba preparado ni si llegaría a estarlo alguna vez. El asunto se convirtió en una fuente de problemas para los que él no tenía una respuesta fácil. Poco a poco, acabaron distanciándose, hasta que finalmente ella lo dejó. Lo último que supo de Valerie era que se había casado con un abogado y que vivía en Charlotte.
Luego llegó Lori, que, al contrario que Valerie, era más joven que Joseph. El banco para el que trabajaba la había trasladado a la agencia de Edenton y, como responsable del departamento de créditos, se pasaba largas horas en la oficina. Cuando él se presentó en busca de una hipoteca, ella todavía no había tenido tiempo de conocer a casi nadie. Joseph se ofreció a presentarle gente, y Lori aceptó gustosa. Al cabo de nada, ya salían juntos. Poseía un encanto infantil e inocente que impresionó vivamente a Joseph y despertó su instinto de protección. No obstante, no tardó en hacerse evidente que ella también deseaba llegar más lejos de lo que él estaba dispuesto a ir. Al final, no tardaron en dejarlo. En aquellos momentos, Lori era la esposa del hijo del alcalde, tenía tres hijos y conducía un monovolumen. Apenas habían intercambiado más que un saludo y algún comentario trivial desde su matrimonio.
Al cumplir los treinta, Joseph ya había salido prácticamente con todas las mujeres solteras de Edenton, y a los treinta y seis, ya no le quedaban demasiadas candidatas.
Melissa, la mujer de Mitch, había intentado arreglarle algunas citas, pero todas acabaron por un estilo. Lo cierto era que nunca había estado verdaderamente interesado.
Valerie y Lori coincidían en que había algo dentro de él que les había resultado inalcanzable, algo acerca de la forma como se veía a sí mismo que ninguna de las dos había podido comprender. Aunque a Joseph le constaba que habían obrado con la mejor intención, los intentos de las dos mujeres por franquear aquella distancia no habían cambiado las cosas.
Acabó y se levantó. Las rodillas le crujieron por haber estado tanto rato agachado. Antes de marcharse elevó una plegaria en memoria de su padre muerto. Luego se inclinó una vez más y acarició la lápida.
—Lo siento, papá —murmuró—. Lo siento tanto...
Mitch Johnson estaba apoyado contra la camioneta de Joseph cuando lo vio salir del cementerio. Tenía en la mano un par de latas de cerveza unidas por un plástico, el resto de un paquete de seis que había empezado la noche anterior. Desprendió una y se la lanzó a Joseph cuando se le acercó. Éste, cuyos pensamientos seguían anclados en el pasado, la atrapó en el aire, sorprendido por la presencia de su amigo.
—Creía que estabas fuera por lo de la boda —le dijo.
—Lo estaba, pero regresamos ayer por la noche.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Nada. Sólo que supuse que a esta hora te apetecería una cerveza —contestó Mitch con toda naturalidad.
Con un metro noventa y unos ochenta kilos de peso, Mitch era más alto y delgado que Joseph. Estaba prácticamente calvo —de hecho, había empezado a perder el pelo a los veinte— y usaba unas gafas de montura metálica que le daban aspecto de contable o de ingeniero, aunque lo cierto era que trabajaba en la ferretería de su padre. Todos los que lo conocían lo consideraban un genio de la mecánica, porque era capaz de reparar cualquier cosa, desde una máquina cortacésped hasta una excavadora, y sus dedos estaban permanentemente manchados de grasa. Al contrario que Joseph, había ido a la Universidad de Carolina del Este. Allí, antes de regresar a Edenton, había estudiado Administración de Empresas y conocido a una licenciada en Psicología de Rocky Mount llamada Melissa Kindle.
En aquellos momentos, llevaban doce años casados y tenían cuatro hijos, todos varones. Joseph había sido testigo en la boda y era el padrino del chico mayor. A veces, por la forma en que Mitch hablaba de su familia, Joseph tenía la impresión de que su amigo estaba más enamorado de Melissa que cuando la había conocido en los pasillos de la universidad.
Mitch, al igual que él, también era voluntario en el Cuerpo de bomberos de Edenton. Ante la insistencia de Joseph, los dos se habían alistado y pasado juntos por la fase de entrenamiento. Aunque para Mitch era más una cuestión de deber que de vocación, era el tipo de persona que a Joseph le gustaba tener cerca cuando las cosas se ponían difíciles: allí donde él arriesgaba, Mitch aportaba prudencia. Ambos se compenetraban ante el peligro.
—No sabía que fuera tan previsible —comentó Joseph.
—¡Vamos, hombre, si te conozco mejor que a mi propia esposa!
Joseph entornó los ojos mientras se apoyaba en la camioneta.
—¿Cómo está Melissa?
—Está bien. Un poco más y su hermana la vuelve loca con lo de la boda; pero, ahora que estamos de vuelta en casa, las aguas vuelven a su cauce: sólo nos tiene a mí y a los niños para que le demos la tabarra. —La voz de Mitch se suavizó imperceptiblemente—. ¿Y tú, qué? ¿Cómo lo llevas?
Joseph se encogió de hombros, evitando la mirada de su amigo.
—Estoy bien.
Mitch no insistió. Sabía que Joseph no añadiría nada más. La muerte de su padre era un asunto del que nunca hablaba. Abrió su cerveza, y Joseph hizo lo mismo. Luego sacó un pañuelo para el cuello del bolsillo trasero y se enjugó el sudor de la frente.
—Me han dicho que, mientras yo estaba fuera, tuviste una gran noche en las marismas —comentó.
—Sí, la tuvimos.
—Ojalá hubiera podido estar allí.
—No sabes lo bien que nos habría venido tu ayuda. Fue una tormenta de mil demonios.
—Sí. Pero, si hubieras contado conmigo, se les habría acabado la diversión en el acto porque habría ido directo, sin pérdida de tiempo, a esos malditos refugios. No me explico cómo tardaste tanto en dar con la solución.
Joseph se rió por lo bajo antes de dar un sorbo a su bebida y mirar a Mitch.
—¿Melissa insiste todavía en que lo dejes?
Mitch se guardó el pañuelo y asintió.
—Ya sabes cómo es, ahora que tenemos a los chicos y todo eso. Sólo quiere que no me pase nada.
—Y tú, ¿qué opinas?
Mitch lo meditó antes de contestar.
—No sé, antes estaba convencido de que lo haría siempre; pero ya no estoy tan seguro.
—¿Estás pensando en dejarlo?
Mitch tomó un largo trago de cerveza.
—Sí. Supongo que sí.
—Te necesitamos —repuso Joseph muy serio. Mitch soltó una carcajada.
—Pareces un oficial de reclutamiento cuando hablas en ese tono.
—Puede. Pero es la verdad —Mitch negó con la cabeza.
—No, no lo es. Ahora hay muchos voluntarios y una lista de gente dispuesta a ocupar mi lugar a la menor ocasión.
—Pero no tienen tu experiencia...
—Tampoco la tenía yo cuando me alisté.
Mitch hizo una pausa mientras reflexionaba.
—Mira, no sólo es por Melissa; también es por mí. He estado metido en eso durante mucho tiempo y creo que ya no significa lo mismo que cuando empecé. Entiéndelo. No soy como tú, ya no siento la necesidad de seguir. Me apetece poder estar con los chicos sin tener que salir pitando por culpa de una llamada inesperada... Me apetece poder llegar a casa a la hora de la cena sabiendo que la jornada se ha acabado de verdad.
—Suena como si ya hubieras tomado la decisión.
Mitch percibió claramente la decepción que se traslucía en la voz de su amigo y tardó unos segundos en asentir.
—Bueno, la verdad es que así es. Me refiero a que cumpliré con el año que me queda, pero eso será todo. Sólo quería que fueras el primero en saberlo.
Joseph no contestó. Al cabo de un momento, Mitch ladeó la cabeza y le dirigió una tímida mirada.
—Escucha, hoy no he venido para esto. Estoy aquí para darte un poco de apoyo, no para soltarte mi rollo.
Joseph parecía perdido en sus pensamientos.
—Cómo te he dicho, estoy bien.
—¿Te apetece que vayamos a alguna parte a tomarnos unas cervezas?
—No. Debo regresar al trabajo. Estamos terminando la casa de Skip Hudson.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Está bien. Entonces, ¿qué tal si quedamos para cenar la próxima semana, cuando hayamos recuperado un poco el ritmo normal?
—¿Filetes a la brasa?
—¡Naturalmente! —exclamó Mitch, como si jamás hubiera pensado en otra posibilidad.
—Me parece bien —contestó Joseph lanzándole una mirada suspicaz—. Oye, Melissa no tendrá pensado invitar a ninguna amiga, ¿verdad?
Mitch se echó a reír.
—No. Pero si quieres que busque a alguien para ti...
—Ni hablar. Después de lo de Claire, ya no me fío de su buen criterio.
—¡Pero qué dices! Claire no estaba tan mal...
—Eso lo dices porque no tuviste que aguantar su cháchara toda la noche. Fue como el conejito de uno de esos anuncios de pilas que duran y duuuran. Pues ella, igual: habla y haaabla.
—Eso fue porque estaba nerviosa.
—Eso fue un tormento.
—Le diré a Melissa lo que me has dicho.
—¡Ni se te ocurra!
—Es broma. Sabes que no lo haría. ¿Qué tal si quedamos el miércoles? ¿Te va bien?
—Me va de perlas.
—Entonces, hecho.
Mitch hizo un gesto de aprobación y se apartó de la camioneta mientras rebuscaba las llaves en el bolsillo. Aplastó la lata vacía y la arrojó a la parte trasera del vehículo de Joseph, donde rebotó ruidosamente.
—Gracias —dijo éste.
—De nada, hombre.
—Me refiero por haber venido hoy...
—Tranquilo. Ya sabía que te referías a eso.
Andreita, en el siguiente capitulo se encuentran (:
Naty!(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
:lol: sii porfin jajaj
ya era hora
que pasra cuando e
encuentresn
qiero saberlo pero ya!!!
ya era hora
que pasra cuando e
encuentresn
qiero saberlo pero ya!!!
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 11
Sentada en la cocina, _____ Holton llegó a la conclusión de que la vida era como el estiércol.
Cuando el estiércol se emplea en jardinería, es un fertilizante barato y eficaz que nutre el terreno y ayuda a que las plantas resplandezcan; pero, fuera de un jardín, por ejemplo en el campo, cuando uno lo pisa, es sólo mierda.
Hacía apenas una semana, en el mismo instante en que había conseguido reunirse con Kyle en el hospital, tuvo la impresión de que la vida estaba abonando su pequeño jardín particular. En aquellos momentos, nada había tenido importancia para ella aparte de su hijo; así que, cuando se cercioró de que Kyle se hallaba a salvo y bien, le pareció que el mundo era un buen lugar para vivir; que su existencia, por decirlo de otro modo, había recibido una ración extra de fertilizante.
Sin embargo, una semana después, todo parecía diferente. La realidad se había impuesto tras el paréntesis del accidente y no era en absoluto una ayuda.
Se encontraba sentada ante la mesa de fórmica de la cocina, intentando hallar algún sentido al montón de papeles que tenía delante. El seguro se había hecho cargo de su estancia en el hospital, pero no de los gastos complementarios. Su coche, que a pesar de ser una antigualla aún era fiable, se había convertido en un montón de chatarra, y la póliza de la compañía sólo le cubría los daños a terceros. Por suerte, su jefe —que Dios lo bendijera— le había dicho que se tomara su tiempo antes de reincorporarse al trabajo; pero ya habían transcurrido ocho días, y todavía no había ingresado un céntimo. Las facturas de la luz, el agua y el teléfono no tardarían más de una semana en llegar y, para colmo, acababa de recibir la cuenta del servicio de grúa que había retirado de la cuneta su vehículo destrozado.
Aquella semana, para _____ la vida era una pura mierda.
Claro que no habría resultado tan penoso de haber sido ella millonaria. Sólo se habría tratado de un simple contratiempo. Podía imaginarse a sí misma en una reunión de amigas ricas, explicándoles la molestia que suponía ocuparse de semejantes trivialidades.
El problema era que, con apenas unos cientos de dólares en el banco, la situación dejaba de ser una molestia y se convertía en un problema de solvencia. De hecho, en un problema de solvencia como la copa de un pino.
Podía hacer frente a las facturas ordinarias con el saldo del que disponía y, si era cuidadosa, todavía le quedaría lo suficiente para comida. Aquel mes se iban a atiborrar de cereales, eso estaba claro, y aún gracias que Ray les permitía cenar gratis en el restaurante.
La tarjeta de crédito le serviría para pagar los extras de la clínica, unos quinientos dólares. También había tenido la suerte de poder contar con que Rhonda, otra de las camareras de Eights, la llevara con su coche al trabajo y la acompañara a casa al terminar. Eso dejaba pendiente el importe de la grúa. Afortunadamente, los del servicio de remolque se habían mostrado de acuerdo en aceptar los restos del Datsun como pago: setenta y cinco dólares de chatarra y asunto saldado.
El resultado de todo aquello era que recibiría un cargo cada mes por la tarjeta y que tendría que hacer sus compras en bicicleta. O algo peor: que iba a verse obligada a depender de terceros para poder acudir al trabajo. Para toda una universitaria con el título en el bolsillo, no había mucho de lo que alardear.
De haber tenido una botella de vino, no le hubiera importado descorcharla en aquel momento porque habría sido una vía de escape francamente bienvenida. Pero no podía permitirse ni eso.
Setenta y cinco pavos por su coche.
Aunque sabía que la cifra era justa, de algún modo no se lo pareció. Ni siquiera iba a ver el dinero.
Después de firmar los cheques de las facturas los metió en sobres y gastó los últimos sellos. Iba a tener que acercarse a la oficina de correo para comprar más. Lo apuntó en el bloc de notas del teléfono y entonces cayó en la cuenta de que el término «acercarse» acababa de cobrar un nuevo significado. Si no hubiera sido tan patético, se habría puesto a reír por lo ridículo que resultaba.
¡En bicicleta! ¡Que Dios se apiadara de ella!
Intentando hacer un esfuerzo para ver el lado positivo, se dijo que al menos el pedalear la pondría en forma y que, en unos pocos meses, incluso podría estar agradecida. Se imaginó a la gente diciendo a su paso:
—¡Miren qué piernas, sí parecen de acero! ¿Cómo lo has conseguido?
—Montando en bici —contestaría ella.
No pudo evitar soltar una risita. ¡Con veintinueve años y explicándole a la gente que montaba en bicicleta! ¡Por favor!
Dejó de reír —sabía que no era más que la reacción nerviosa ante el estrés— y salió de la cocina para ver cómo estaba Kyle.
El niño dormía como un tronco. Después de darle un beso y arroparlo, salió fuera y se sentó en el porche de atrás mientras se preguntaba si realmente el trasladarse a Edenton había sido una decisión acertada. A pesar de que sabía que quedarse en Atlanta estaba fuera de sus posibilidades, se encontró deseándolo: habría resultado agradable tener de vez en cuando alguien con quien hablar, alguien conocido.
Se le ocurrió que podría llamar por teléfono, pero recordó que, al menos durante aquel mes, semejante despilfarro quedaba descartado. Por otra parte, tampoco estaba dispuesta a llamar a cobro revertido; no se habría sentido cómoda haciéndolo, aunque probablemente a sus amigos no les habría importado. No obstante, seguía deseando charlar con alguien. Sí, pero ¿con quién?
Aparte de Rhonda —su compañera en el restaurante, soltera y con veinte años— y Denise Jonas, _____ no conocía a nadie más. Si una cosa era haber perdido a su madre hacía unos años, haberse alejado de todos sus conocidos era otra muy distinta. Tampoco la ayudaba el saber que era culpa suya: había sido ella la que había decidido mudarse, la que había decidido dejar el trabajo y dedicarse de lleno a cuidar a su hijo. Aquella forma de vida estaba llena de una atrayente simplicidad y no planteaba grandes necesidades; pero, a pesar de todo, a veces no podía evitar pensar que quizá otras partes de su existencia se le estaban escapando sin que apenas se percatara de ello.
No obstante, su soledad no podía explicarse sólo porque se hubiera mudado. Mirando hacia atrás, tenía que admitir que para ella las cosas ya habían empezado a cambiar durante su última época en Atlanta: la mayor parte de sus amigas se habían casado y habían tenido hijos; otras seguían solteras. Pero _____ ya no tenía nada en común con ninguna de ellas. Las casadas preferían salir con otras parejas, y las que no lo estaban seguían viviendo como cuando eran universitarias. _____ no encajaba en ninguno de los dos ambientes. En cuanto a las que tenían hijos... Bueno, ya había sido bastante duro tener que soportar los constantes comentarios acerca de lo fantásticos que eran los otros niños. Le había resultado difícil hablar de Kyle; pero lo peor había sido que las otras madres, a pesar de que solían mostrarse comprensivas, nunca habían entendido la realidad de su situación.
Luego, claro, estaba la cuestión de los hombres.
Brett —el bueno y viejo Brett— había sido el último con el que había salido, si es que a eso se le podía llamar salir. Un revolcón, seguramente sí, pero... lo que se dice salir... Y además, menudo revolcón: veinte minutos y de golpe, ¡plaf!: toda su vida había cambiado para siempre. ¿Qué habría sido de ella si nada hubiera ocurrido? Cierto, no tendría a Kyle, pero... Pero ¿qué? Quizá se habría casado y estaría cargada de hijos, además de tener una casa con un gran jardín y una valla blanca de madera alrededor; quizá conduciría un Volvo o un monovolumen y pasaría sus vacaciones en Disney World. No sonaba tan mal y, desde luego, parecía un tipo de vida más fácil; pero eso no quería decir en absoluto que fuera mejor.
Kyle, el dulce Kyle... Sólo con pensar en él se ponía de buen humor.
Llegó a la conclusión de que no, de que esa otra vida no habría sido mejor: si había algo bueno en su mundo, eso era Kyle. No dejaba de ser curioso que fuera capaz de exasperarla y a la vez hacer que ella lo quisiera precisamente por eso.
Soltó un suspiro, abandonó el porche y subió al dormitorio. Mientras se desvestía en el baño se contempló en el espejo. Los arañazos de la mejilla eran visibles todavía, pero casi no se notaban. El corte de la frente había necesitado unos cuantos puntos de sutura que le dejarían una cicatriz, pero como ésta estaba cerca de la línea del cabello, no se notaría demasiado.
Aparte de eso, no le disgustó lo que veía. Dado que el dinero era siempre un problema, en su despensa nunca habían abundado las galletas o las chocolatinas, y puesto que Kyle rara vez comía carne, ella tampoco lo hacía. Lo cierto era que en aquellos momentos estaba más delgada que antes de que naciera su hijo. Incluso estaba más delgada que en su época de estudiante: había perdido siete kilos sin apenas darse cuenta. De haber tenido tiempo, habría escrito un libro titulado: Estrés y pobreza: el camino más corto hacia la esbeltez. Luego, habría vendido un millón de ejemplares, se habría hecho rica de la noche a la mañana y se habría retirado.
Soltó otra risita. «Sí, claro, ¿y qué más?»
Tal como le había dicho Denise en el hospital, se parecía a su madre: tenía el mismo cabello ondulado y oscuro, el mismo color de ojos, y era aproximadamente de la misma estatura. Al igual que ella, envejecía bien y apenas se apreciaban unas leves patas de gallo en torno a los ojos. Aparte de eso, tenía la piel lisa y suave. En conjunto, no estaba mal. Es más, si tenía que ser sincera consigo misma, incluso podía resultar atractiva.
Al menos, algo iba bien.
_____ pensó que lo mejor era dejarlo ahí, así que se puso el pijama, redujo el ventilador al mínimo y se deslizó entre las sábanas antes de apagar la luz. El murmullo del aparato era suave y rítmico. Se quedó dormida en cuestión de minutos.
Cuando los primeros rayos de sol penetraron oblicuamente por la ventana, Kyle salió de su dormitorio y se metió en la cama de _____, listo para comenzar un nuevo día.
—«Epieta, ama, epieta» —murmuró.
_____ se hizo a un lado al tiempo que murmuraba una protesta, pero Kyle se le subió encima y con sus pequeños dedos intentó abrirle los párpados. A pesar de que no lo consiguió, la situación le pareció divertida y se puso a reír tanto que su risa acabó siendo contagiosa.
—«Abe os ojos, ama» —siguió diciendo.
A pesar de lo temprano de la hora, _____ no pudo evitar reírse también.
Para hacer de aquella mañana un momento aún mejor, Denise llamó después de las nueve para preguntar si les parecía bien que fuera a visitarlos.
_____ aferró el teléfono unos instantes —Denise iba a ir a verlos al día siguiente por la tarde. ¡Bien!—. Luego colgó, maravillándose por su cambio de humor con respecto a la noche anterior, y se asombró ante lo que unas cuantas horas de descanso podían producir.
Seguro que era culpa del SPM.
Un poco más tarde, tras el desayuno, _____ desempolvó las bicicletas. La de Kyle estaba lista para funcionar, pero la suya estaba cubierta de telarañas, y tuvo que limpiarla. Se dio cuenta de que los neumáticos de ambas estaban bajos, pero le pareció que podían aguantar un recorrido de ida y vuelta hasta el centro.
Una vez que hubo ayudado a su hijo a ajustarse el casco, empezaron a pedalear hacia Edenton bajo un cielo azul limpio de nubes. Kyle iba en cabeza.
En diciembre se había pasado todo un día practicando, arriba y abajo, en el aparcamiento del bloque de apartamentos de Atlanta donde vivían. Ella lo había ayudado, sujetándolo por el asiento hasta que Kyle cogió el truco. El chico tardó unas pocas horas y le costó unas cuantas caídas, pero demostró que poseía un instinto natural. Kyle siempre había tenido una especial habilidad para todo lo que significara moverse, y aquél era un hecho que no dejaba de sorprender a los médicos cada vez que lo examinaban. _____ había acabado aceptándolo como una de las muchas contradicciones del carácter de su hijo.
Naturalmente, como cualquier otro niño de cuatro años, sólo era capaz de concentrarse en mantener el equilibrio, disfrutar y poco más. Para él, montar en bicicleta suponía toda una aventura y pedaleaba con total entrega, especialmente si su madre lo acompañaba. A pesar de que no había mucho tráfico, _____ se encontró dándole órdenes constantemente.
«Mantente cerca de mamá.»
«¡Para!»
«No te metas en la carretera.»
«¡Para!»
«Acércate, que viene un coche.»
«¡Para!»
«Cuidado con el agujero.»
«¡Para!»
«No vayas tan deprisa.»
«¡Para!»
«Para» era la única indicación que Kyle entendía y, cada vez que su madre se lo ordenaba, apretaba los frenos, ponía los pies en el suelo y se daba la vuelta con una sonrisa grande y luminosa con la que parecía decir: «Mamá, esto es tan divertido... ¿Por qué te preocupas tanto?»
Cuando llegaron a la estafeta de correos, _____ tenía los nervios destrozados.
Ya se había dado cuenta de que a lomos de una bicicleta no iba a conseguir nada, y decidió que pediría a Ray que la cogiera dos turnos más a la semana. Sólo así, quizá en unos cuantos meses y tras haber pagado las facturas del hospital, conseguiría ahorrar lo suficiente para comprarse un coche.
«¿Unos cuantos meses? Para entonces ya habré perdido la cabeza.»
Se puso a la cola —siempre había cola en correos— y se secó el sudor de la frente mientras rogaba para que el desodorante no la abandonara. Aquélla era otra de las cosas que había descubierto aquella mañana: montar en bici no era solamente una incomodidad, sino que además suponía un esfuerzo físico, especialmente para alguien que no estaba acostumbrado. Tenía las piernas cansadas, sabía que al día siguiente le dolerían las posaderas y notaba cómo el sudor le goteaba entre los pechos y a lo largo de la espalda. Intentó mantenerse ligeramente apartada de los que la precedían, para no molestar; afortunadamente, nadie reparó en su estado.
Unos minutos más tarde, llegó frente al mostrador y le entregaron los sellos. Tras firmar un cheque, lo guardó todo en el bolso y salió fuera. Kyle y ella montaron en sus bicicletas y se fueron a comprar.
El centro de Edenton era pequeño; pero, desde un punto de vista de interés histórico, la ciudad era una preciosidad. Las casas databan de principios de 1800 y, en su mayoría, habían sido restauradas a lo largo de los últimos treinta años y habían recobrado su antiguo esplendor. Hileras de robles gigantes se alineaban a ambos lados de la calle principal y proyectaban largas sombras sobre el asfalto, al tiempo que proporcionaban a los paseantes un agradable cobijo de los rayos del sol.
A pesar de que había un supermercado, éste se hallaba en el otro extremo, así que _____ decidió ir a Merchants, un establecimiento de 1940 que representaba uno de los atractivos de la ciudad.
La tienda era antigua en el más amplio sentido imaginable y ofrecía una gama infinita de productos. Vendía de todo: desde cebos vivos hasta repuestos de automóvil; alquilaba películas de vídeo y tenía una pequeña zona aparte donde preparaban comida para llevar. Para dar el último toque, en la entrada había unas mecedoras y un banco donde los clientes habituales acudían a tomar un café por la mañana.
El lugar propiamente dicho era pequeño —tendría poco más de cien metros cuadrados—, y a _____ siempre la había maravillado que tantísimos productos diferentes pudieran caber perfectamente en las estanterías.
Llenó un cesto con las cosas que necesitaba —leche, cereales, queso, huevos, pan, plátanos, Cheerios, macarrones, galletas saladas Ritz y caramelos (el premio para Kyle cuando trabajaba con él)—, y a continuación se dirigió a la caja.
El importe total resultó ser inferior a lo que había esperado, lo cual era buena cosa; pero se le presentó una dificultad: a diferencia del supermercado, en Merchants no metían las compras de los clientes en bolsas de plástico; en vez de eso, el propietario en persona —un hombre de pelo blanco impecablemente peinado y grandes cejas— las ponía en grandes bolsas de papel marrón.
Aquello era un contratiempo con el que no había contado.
_____ las habría preferido con asas para así poder colgarlas de los manillares. ¿Cómo iba a apañárselas si no para llegar a casa? Dos brazos, dos bolsas, dos manillares... No le salían las cuentas, especialmente si además debía vigilar a Kyle.
Miró a su hijo mientras sopesaba el problema y se percató de que éste miraba hacia la calle, a través del cristal de la entrada, con una curiosa expresión dibujada en el rostro.
—¿Qué ocurre, cariño?
Kyle respondió, pero ella no pudo entenderlo. Le había parecido escuchar «Homero»; así que dejó las compras en el mostrador y se agachó para verlo mejor mientras él se lo repetía. En ocasiones, observar el movimiento de los labios la ayudaba a comprenderlo.
—¿Qué has dicho, hijo? ¿«Homero»?
Kyle asintió y lo repitió: «Homero», mientras señalaba hacia la puerta. _____ miró en aquella dirección, y el chico se encaminó hacia allí. Ella lo comprendió de inmediato.
No era «Homero», pero se le parecía. Era «bombero»: Joseph Jonas se encontraba de pie, fuera de la tienda, y sujetaba la puerta entreabierta mientras conversaba con otra persona.
_____ no la podía ver, pero observó que Joseph reía, hacía un gesto de despedida y abría la puerta un poco más. Entre tanto, Kyle se le había acercado. Casi sin mirar, Joseph entró y estuvo a punto de tirarlo al suelo cuando tropezó con él.
—¡Caramba, lo siento! No te había visto —se disculpó de modo automático—. Perdón.
Dio un paso atrás y parpadeó, confuso. Entonces, una gran sonrisa le iluminó el rostro y se puso en cuclillas para mirar a Kyle, cara a cara.
—¡Eh, hola, hombrecito! ¿Cómo estás?
—«¡Oha, Joe!» —dijo Kyle alegremente.
Acto seguido, sin añadir una palabra más, le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó con fuerza, tal como había hecho la noche de su rescate, en el puesto de ojeo.
Joseph vaciló un instante, pero enseguida le devolvió el gesto, visiblemente contento y sorprendido a la vez.
_____ contempló la escena con callada sorpresa, cubriéndose la boca con la palma de la mano.
Al cabo de un largo momento, Kyle aflojó el abrazo y Joseph hizo lo propio. El niño tenía los ojos chispeantes, como si acabara de encontrarse con un viejo amigo.
—«¡Homero! Él econtó» —exclamó emocionado.
Joseph ladeó la cabeza.
—¿Cómo dices?
_____ se decidió a intervenir y se acercó, incrédula todavía ante lo que había presenciado.
Incluso después de haber pasado un año con su especialista del habla, Kyle sólo había sido capaz de darle un abrazo si _____ se lo rogaba encarecidamente. Al contrario de lo que acababa de ver, nunca lo había hecho espontáneamente, y no estaba muy segura de cuáles eran sus sentimientos acerca de aquella nueva y extraordinaria amistad de su hijo.
Contemplar a Kyle abrazando a un desconocido, por muy bueno que éste fuera, la llenó de sensaciones contradictorias: estaba bien, pero podía ser peligroso; era tierno, pero no quería que se convirtiera en un hábito. Al mismo tiempo, había algo en el modo en que Joseph había reaccionado, en su naturalidad, que le parecía cualquier cosa menos amenazador. Todos aquellos pensamientos pasaron por su mente mientras se aproximaba y respondía por su hijo.
—Está intentando decirle que usted lo encontró —explicó.
Joseph levantó la mirada y contempló a _____ por primera vez tras el accidente. Durante un breve instante, no pudo apartar la mirada. A pesar de que la había visto antes, en aquel momento le pareció más atractiva de lo que recordaba. Resultaba evidente que la noche de la tormenta no la había encontrado en su mejor momento; aunque lo cierto era que nunca habría pensado que en circunstancias normales ella fuera tan atractiva. No se trataba en absoluto de que le pareciera elegante o sofisticada, sino de que irradiaba una belleza natural, como la de una mujer que, sabiéndose guapa, no se pasa todo el día pendiente de ello.
—«í, econtó» —repitió Kyle, interrumpiendo los pensamientos de Joseph y asintiendo vigorosamente para recalcar sus palabras. Joseph se sintió aliviado por poder tener un motivo para apartar la mirada de _____ y se preguntó si ella podría haber leído sus pensamientos.
—Sí señor. Eso hice —respondió, apoyando todavía amistosamente la mano en el hombro del niño—. Pero esa noche, el valiente fuiste tú, hombrecito.
_____ lo observó mientras él hablaba con Kyle.
A pesar del calor, Joseph llevaba un pantalón vaquero y unas botas de trabajo cubiertas por una capa de barro seco y gastadas, como si las hubiera usado diariamente durante meses: el grueso cuero aparecía arañado y rozado. La camiseta blanca de manga corta que vestía revelaba unos brazos musculosos y contrastaba con su bronceado. Eran los brazos de alguien que trabaja con sus manos todo el día. Cuando se puso en pie, le pareció más alto de lo que ella recordaba.
—Siento haber tropezado con él —se disculpó—. No lo vi al entrar...
Joseph hizo una pausa, como si no supiera qué más añadir, y _____ detectó una timidez que la sorprendió.
—He visto lo ocurrido. No se preocupe, no ha sido culpa suya; Kyle casi se lanzó contra usted. —Ella sonrió—. A propósito, soy _____ Holton. Ya sé que nos conocemos, pero la verdad es que los recuerdos de aquella noche todavía los tengo borrosos.
Le tendió la mano y Joseph se la estrechó. _____ notó la aspereza del contacto.
—Yo me llamo Joseph Jonas —dijo—. ¿Sabe...? ¿Sabes?, me llegó tu nota. Te lo agradezco.
—«¡Homero!» —repitió Kyle, aún más alto, mientras se retorcía las manos casi compulsivamente, cosa que solía hacer cuando se ponía nervioso—. «¡Homero ande!» —exclamó, poniendo énfasis en la palabra «grande».
Joseph frunció el entrecejo y agarró a Kyle por la cabeza y el casco, amistosamente, casi como un hermano. La cabeza del niño se movió de un lado a otro guiada por la manaza de Joseph.
—Conque eso crees, ¿eh?
Kyle asintió.
—«í. Ande.»
_____ se echó a reír.
—Me parece que es un caso claro de adoración hacia el héroe.
—Pues bien, hombrecito, es mutuo. Hiciste tú más que yo.
Kyle lo miraba con los ojos muy abiertos.
—«¡Ande!»
Si Joseph se percató de que el chico no le había entendido, desde luego no lo dijo. En cambio le guiñó un ojo. «Muy bien.»
_____ se aclaró la garganta.
—No he tenido la oportunidad de agradecerte personalmente lo que hiciste la otra noche...
Joseph se limitó a encogerse de hombros. En otro tipo de persona, aquel gesto habría podido parecer arrogante, como si hubiera dado por sentado que realmente había hecho algo formidable. Sin embargo, en él fue diferente porque dio la impresión de que Joseph no había vuelto a pensar en ello desde la noche del accidente.
—No te preocupes por eso. Con tu nota tuve más que suficiente.
Durante unos segundos, ninguno de los dos habló. Entretanto, aburrido por la situación, Kyle se encaminó hacia la zona de las golosinas. Ambos contemplaron cómo se detenía frente a unos envoltorios de brillantes colores y los miraba fijamente.
—Tiene buen aspecto —dijo él finalmente para romper el silencio—. Me refiero a Kyle. Después de todo lo que pasó, me preguntaba cómo lo llevaría.
—Parece que se encuentra bien —repuso _____—. El tiempo nos lo dirá; pero, por el momento, no estoy preocupada. El doctor nos dijo que no tenía nada.
—Y tú, ¿qué tal? —preguntó.
_____ respondió sin pensarlo demasiado:
—¡Bah! Como siempre.
—No. Me refería a tus heridas. La última vez que te vi, estabas bastante golpeada.
—¡Oh! Bueno... Supongo que voy bien.
—¿Sólo bien?
La expresión de _____ se suavizó.
—No. La verdad es que voy mejor. De vez en cuando, todavía me duele un poco aquí y allá; pero por lo demás estoy bien. Podría haber sido mucho peor.
—Bien. Me alegro. También estaba preocupado por ti.
Había algo en la pausada manera de hablar de Joseph que hizo que _____ lo mirara con curiosidad. Aunque no era el hombre más guapo que había visto en su vida, tenía algo que le llamaba la atención; quizá cierta gentileza, a pesar de su corpulencia; o la agudeza de su tranquila mirada, que no infundía ningún recelo... A pesar de que sabía que era imposible, le pareció que él estaba al corriente de lo difícil que la vida le había resultado a ella los últimos años. Al mirarle la mano izquierda, se percató de que no llevaba anillo de casado.
Aquel pensamiento la obligó a apartar la vista mientras se preguntaba cómo se le había pasado por la cabeza semejante ocurrencia. ¿Qué importancia podía tener si llevaba anillo o no? Kyle seguía en la zona de las golosinas y estaba a punto de abrir un paquete de caramelos cuando _____ se dio cuenta.
—¡Kyle! ¡No!
Dio un paso hacia él y se giró hacia Joseph.
—Perdóname, pero está haciendo algo que no debe.
—Faltaría más —contestó, haciéndose a un lado.
Mientras _____ caminaba hacia su hijo, Joseph no pudo evitar contemplarla: el rostro encantador, casi misterioso, acentuado por los altos pómulos y los exóticos ojos; el largo y oscuro cabello anudado en una cola de caballo que le caía entre los hombros; la proporcionada figura que los pantalones cortos y la blusa resaltaban...
—Kyle, deja eso. Tus caramelos están en la bolsa.
Antes de que ella lo sorprendiera observándola, Joseph meneó la cabeza y apartó la vista, preguntándose otra vez cómo era posible que hubiera pasado por alto su belleza la noche del accidente. Un momento más tarde, _____ volvía a estar delante de él, con Kyle a su lado. El chico tenía una expresión contrita, como si lo hubieran pillado metiendo la mano en un bote de caramelos.
—Lo siento. Normalmente se porta mejor.
—Seguro que sí, pero ya se sabe. Los niños siempre aprovechan todo lo que pueden.
—Parece que hablas por experiencia.
Él sonrió.
—No. En absoluto. No tengo hijos.
Se hizo un incómodo silencio hasta que él volvió a hablar.
—¿Así que has venido al centro para hacer unos recados?
Joseph se dio cuenta de que era una pregunta trivial que daría lugar a una conversación trivial; pero, por alguna razón, no quería que ella se fuera.
_____ se pasó los dedos por entre la coleta.
—Sí. Necesitaba unas cuantas cosas. La despensa se me estaba quedando vacía. ¿Y tú?
—Sólo he venido a buscar unas botellas de refrescos para los chicos.
—¿Los del Cuerpo de bomberos?
—No. Yo sólo presto servicio como voluntario. Me refería a los muchachos que trabajan para mí. Soy contratista, reformo edificios y cosas por el estilo.
Por un momento, _____ quedó confusa.
—¿Haces tareas como voluntario? Pensaba que eso era algo que ya no se hacía.
—En las ciudades pequeñas, como ésta, se hace así porque normalmente no hay trabajo suficiente para justificar el mantenimiento de una plantilla permanente. Así que cuando se produce alguna emergencia, nos toca a nosotros, los voluntarios.
—No lo sabía.
Aquella súbita revelación hizo que _____ tuviera la impresión de que la hazaña de Joseph aún había tenido más valor, por mucho que hubiera creído que semejante cosa era imposible.
Kyle la miró.
—«E teñe hambe.»
—¿Tienes hambre, cariño?
—«I.»
—Está bien, pronto estaremos en casa y te haré un bocadillo de queso a la plancha. ¿Qué te parece?
Kyle asintió con la cabeza.
—«í, e beno.»
No obstante, _____ no se marchó inmediatamente, al menos no lo bastante deprisa para Kyle. Volvió a mirar a Joseph. El niño agarró una de las perneras del pantalón corto de su madre y dio un tirón, y ella bajó las manos en un movimiento automático para detenerlo.
—«Amos, amos» —insistió Kyle.
—Ya va, cariño...
Madre e hijo se enredaron en un lío de manos y dedos mientras él intentaba cogerla y ella desasirse, hasta que _____ le agarró la mano para detenerlo.
Joseph reprimió la risa aclarándose la garganta.
—¡Ejem! Será mejor que te deje marchar. Hay un niño en pleno crecimiento que necesita que le den de comer.
—Sí. Creo que sí.
Le lanzó la típica mirada de la madre indefensa y experimentó un curioso alivio cuando se dio cuenta de que a Joseph no le había molestado que Kyle se pusiera pesado.
—Ha sido agradable que nos encontráramos —añadió. A pesar de que parecía una frase manida del tipo «Hola, ¿qué tal? Encantado de verte», deseó que él se diera cuenta de que lo decía de corazón.
—A mí también me ha gustado verte —contestó y, cogiendo a Kyle por el casco, añadió—: Y a ti también, hombrecito.
Kyle se despidió agitando la mano libre.
—«Ayo, Joe» —dijo alegremente.
—Adiós.
Joseph sonrió para sí mientras se encaminaba hacia las neveras para coger las botellas de refrescos que había ido a buscar.
_____ fue hacia el mostrador y soltó un suspiro. El propietario estaba inmerso en la lectura de la revista Field and Stream y sus labios se movían a medida que leía atentamente un artículo. Mientras se acercaban, Kyle volvió a hablar.
—«Ama, hambe.»
—Ya lo sé, hijo. Enseguida nos marchamos.
El tendero vio que se acercaban, esperó a comprobar que lo necesitaban a él y no a sus caramelos y cerró la revista.
_____ señaló las bolsas que había dejado en el mostrador.
—¿Me las puede guardar un momento, por favor? Tengo que ir a buscar algo con lo que poder colgarlas del manillar...
A pesar de que Joseph se encontraba casi al otro extremo de la tienda y tenía en la mano un paquete de Coca-Cola que acababa de sacar de la nevera, hizo un esfuerzo para captar la conversación.
—Vamos en bicicleta —prosiguió _____—, y no sé cómo podemos llevar todo esto a casa si no es como le he dicho. Enseguida vuelvo.
Desde el fondo, él oyó que la voz de _____ se desvanecía y la contestación del tendero.
—No hay problema. Se las guardaré aquí abajo.
Con los refrescos en la mano, Joseph fue hacia la salida y vio que ella estaba a punto de salir y guiaba a Kyle empujándolo por el hombro. Repasó lo que acababa de oír y tomó una decisión en el acto.
—¡Eh, _____! Espera...
Ella se dio la vuelta y se detuvo mientras él se acercaba.
—¿Son suyas las bicicletas de ahí fuera?
—S... Sí. ¿Por qué?
—Lo siento. No he podido evitar escuchar lo que acabas de decir al propietario. Yo... —Se detuvo y en el silencio de la tienda la miró con sus cafés ojos—. Me preguntaba si podría ayudarte con los paquetes. Voy de paso por tu casa, así que estaría encantado de poder dejártelos allí.
Mientras hablaba señaló una camioneta aparcada fuera.
—¡Oh, no! Ya está bien así.
—¿Estás segura? Me queda de camino. Sólo me llevará un par de minutos.
A pesar de que _____ sabía que él sólo estaba intentando ser amable, según es costumbre en las ciudades pequeñas, no estaba segura de que debiera aceptar.
Como si hubiera percibido sus dudas, Joseph alzó las manos y sonrió traviesamente.
—Te prometo que no te robaré nada.
Kyle dio un paso hacia la puerta y _____ lo detuvo sujetándolo por el hombro.
—No es eso... Es que...
Pero entonces, ¿de qué se trataba? ¿Acaso llevaba tanto tiempo sola que se había olvidado de cómo se aceptaba la amabilidad del prójimo? ¿O era porque él ya había hecho demasiado por ella?
«Vamos, atrévete. Total, no te está pidiendo que te cases con él ni nada parecido», se dijo.
Tragó saliva mientras pensaba en lo que les había costado llegar y en el trayecto de regreso que les esperaba, cargados de provisiones...
—Bueno... Si estás seguro de que no te aparto de la ruta...
Para Joseph fue como si hubiera conseguido una pequeña victoria.
—Completamente. Déjame que pague esto —blandió los refrescos— y te ayudaré a llevar las bolsas al camión.
Fue hasta la caja y pagó las bebidas.
—Por cierto —preguntó _____—, ¿cómo sabes dónde vivo?
Él la miró por encima del hombro.
—Ésta es una ciudad pequeña. Sé dónde vive todo el mundo.
Más tarde, ese mismo día, Melissa, Mitch y Joseph se encontraban en el jardín mientras los filetes y las salchichas de frankfurt chisporroteaban sobre las brasas y en el aire se hacían palpables las primeras señales del verano. Era un lento anochecer que llegaba cargado de calor y humedad. El sol se ocultaba tras los inmóviles árboles, cuyas hojas permanecían quietas en aquella hora sin brisa.
Mitch permanecía de pie, con unas tenazas en la mano, y Joseph jugueteaba con la tercera cerveza de aquella noche. Sentía un agradable cosquilleo y seguía bebiendo despacio para mantenerlo así.
Primero había puesto a sus amigos al corriente de las últimas noticias, incluida la aventura del pantanal. Luego, les explicó que se había vuelto a encontrar con _____ aquella misma tarde y que la había acompañado hasta su casa con las compras.
—Parece que se las arreglan —comentó, al tiempo que aplastaba de un manotazo un mosquito que se había posado en los vaqueros.
A pesar de que había hecho el comentario de la manera más inocente, Melissa le lanzó una mirada suspicaz y se inclinó hacia él.
—Así que te gusta, ¿eh? —inquirió, sin poder disimular la curiosidad.
Antes de que Joseph hubiera tenido tiempo de responder, Mitch terció en la conversación.
—¿Qué te ha dicho? ¿Qué le gusta?
—¡Yo no he dicho tal cosa! —protestó Joseph rápidamente.
—Ni falta que hace —replicó Melissa—. He podido leerlo en la cara. Además, no la habrías ayudado con los paquetes si no te hubiera gustado.
Se volvió hacia su marido.
—Sí que le gusta.
—Estás poniendo en mi boca palabras que no son mías.
Melissa sonrió con picardía.
—¿Y qué tal es?... ¿Es guapa?
—¡Vaya pregunta!
Melissa se volvió de nuevo hacia Mitch.
—Ahora resulta que la encuentra atractiva.
Mitch asintió, plenamente convencido.
—Ya decía yo que estaba muy callado cuando llegó. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a pedirle que salga contigo?
Joseph los contempló, asombrado de que la conversación hubiera podido tomar aquel derrotero.
—No tengo ningún tipo de plan.
—Pues deberías. No estaría mal que de vez en cuando, y para variar, salieras de esa casa tuya.
—¡Si me paso fuera todo el día!
—Ya sabes a lo que me refiero —contestó Mitch guiñándole un ojo y divirtiéndose con el azoramiento de su amigo.
Melissa se recostó en su tumbona.
—Sabes que tiene razón. Ya no eres ningún joven. Estás a punto de dejar atrás lo mejor de la vida.
—¡Vaya, muchas gracias! La próxima vez que quiera que me insulten ya sé adónde debo ir.
Melissa soltó una risita.
—Vamos, sabes que estamos bromeando.
—¿Es ésa tu versión de unas disculpas?
—Sólo si reconsideras tu decisión y le pides que salga contigo —contestó ella haciendo subir y bajar sus cejas como si fuera Groucho.
Joseph no pudo evitar reírse.
Melissa tenía treinta y cuatro años, pero aparentaba diez y se comportaba como tal. Rubia y pequeña, siempre tenía una palabra amable; era leal con sus amigos y nunca parecía que nada la fastidiara. Ya podían sus hijos pelearse, el perro destrozarle una alfombra o estropeársele el coche; al acabo de un instante volvía a estar de buen humor.
En más de una ocasión, Joseph le había dicho a Mitch que lo consideraba un hombre de suerte. Él siempre le contestaba lo mismo: «Ya lo sé.»
Joseph tomó otro sorbo de cerveza.
—Pero, a ver, ¿por qué están tan interesados? —preguntó.
—Porque te queremos —contestó Melissa dulcemente, como si aquella respuesta bastara.
«Y porque no entienden que siga sin pareja», pensó Joseph.
—Está bien —admitió finalmente—. Lo pensaré.
—¡Con eso me basta! —exclamó Melissa, que no se molestó en disimular su entusiasmo.
Cuando el estiércol se emplea en jardinería, es un fertilizante barato y eficaz que nutre el terreno y ayuda a que las plantas resplandezcan; pero, fuera de un jardín, por ejemplo en el campo, cuando uno lo pisa, es sólo mierda.
Hacía apenas una semana, en el mismo instante en que había conseguido reunirse con Kyle en el hospital, tuvo la impresión de que la vida estaba abonando su pequeño jardín particular. En aquellos momentos, nada había tenido importancia para ella aparte de su hijo; así que, cuando se cercioró de que Kyle se hallaba a salvo y bien, le pareció que el mundo era un buen lugar para vivir; que su existencia, por decirlo de otro modo, había recibido una ración extra de fertilizante.
Sin embargo, una semana después, todo parecía diferente. La realidad se había impuesto tras el paréntesis del accidente y no era en absoluto una ayuda.
Se encontraba sentada ante la mesa de fórmica de la cocina, intentando hallar algún sentido al montón de papeles que tenía delante. El seguro se había hecho cargo de su estancia en el hospital, pero no de los gastos complementarios. Su coche, que a pesar de ser una antigualla aún era fiable, se había convertido en un montón de chatarra, y la póliza de la compañía sólo le cubría los daños a terceros. Por suerte, su jefe —que Dios lo bendijera— le había dicho que se tomara su tiempo antes de reincorporarse al trabajo; pero ya habían transcurrido ocho días, y todavía no había ingresado un céntimo. Las facturas de la luz, el agua y el teléfono no tardarían más de una semana en llegar y, para colmo, acababa de recibir la cuenta del servicio de grúa que había retirado de la cuneta su vehículo destrozado.
Aquella semana, para _____ la vida era una pura mierda.
Claro que no habría resultado tan penoso de haber sido ella millonaria. Sólo se habría tratado de un simple contratiempo. Podía imaginarse a sí misma en una reunión de amigas ricas, explicándoles la molestia que suponía ocuparse de semejantes trivialidades.
El problema era que, con apenas unos cientos de dólares en el banco, la situación dejaba de ser una molestia y se convertía en un problema de solvencia. De hecho, en un problema de solvencia como la copa de un pino.
Podía hacer frente a las facturas ordinarias con el saldo del que disponía y, si era cuidadosa, todavía le quedaría lo suficiente para comida. Aquel mes se iban a atiborrar de cereales, eso estaba claro, y aún gracias que Ray les permitía cenar gratis en el restaurante.
La tarjeta de crédito le serviría para pagar los extras de la clínica, unos quinientos dólares. También había tenido la suerte de poder contar con que Rhonda, otra de las camareras de Eights, la llevara con su coche al trabajo y la acompañara a casa al terminar. Eso dejaba pendiente el importe de la grúa. Afortunadamente, los del servicio de remolque se habían mostrado de acuerdo en aceptar los restos del Datsun como pago: setenta y cinco dólares de chatarra y asunto saldado.
El resultado de todo aquello era que recibiría un cargo cada mes por la tarjeta y que tendría que hacer sus compras en bicicleta. O algo peor: que iba a verse obligada a depender de terceros para poder acudir al trabajo. Para toda una universitaria con el título en el bolsillo, no había mucho de lo que alardear.
De haber tenido una botella de vino, no le hubiera importado descorcharla en aquel momento porque habría sido una vía de escape francamente bienvenida. Pero no podía permitirse ni eso.
Setenta y cinco pavos por su coche.
Aunque sabía que la cifra era justa, de algún modo no se lo pareció. Ni siquiera iba a ver el dinero.
Después de firmar los cheques de las facturas los metió en sobres y gastó los últimos sellos. Iba a tener que acercarse a la oficina de correo para comprar más. Lo apuntó en el bloc de notas del teléfono y entonces cayó en la cuenta de que el término «acercarse» acababa de cobrar un nuevo significado. Si no hubiera sido tan patético, se habría puesto a reír por lo ridículo que resultaba.
¡En bicicleta! ¡Que Dios se apiadara de ella!
Intentando hacer un esfuerzo para ver el lado positivo, se dijo que al menos el pedalear la pondría en forma y que, en unos pocos meses, incluso podría estar agradecida. Se imaginó a la gente diciendo a su paso:
—¡Miren qué piernas, sí parecen de acero! ¿Cómo lo has conseguido?
—Montando en bici —contestaría ella.
No pudo evitar soltar una risita. ¡Con veintinueve años y explicándole a la gente que montaba en bicicleta! ¡Por favor!
Dejó de reír —sabía que no era más que la reacción nerviosa ante el estrés— y salió de la cocina para ver cómo estaba Kyle.
El niño dormía como un tronco. Después de darle un beso y arroparlo, salió fuera y se sentó en el porche de atrás mientras se preguntaba si realmente el trasladarse a Edenton había sido una decisión acertada. A pesar de que sabía que quedarse en Atlanta estaba fuera de sus posibilidades, se encontró deseándolo: habría resultado agradable tener de vez en cuando alguien con quien hablar, alguien conocido.
Se le ocurrió que podría llamar por teléfono, pero recordó que, al menos durante aquel mes, semejante despilfarro quedaba descartado. Por otra parte, tampoco estaba dispuesta a llamar a cobro revertido; no se habría sentido cómoda haciéndolo, aunque probablemente a sus amigos no les habría importado. No obstante, seguía deseando charlar con alguien. Sí, pero ¿con quién?
Aparte de Rhonda —su compañera en el restaurante, soltera y con veinte años— y Denise Jonas, _____ no conocía a nadie más. Si una cosa era haber perdido a su madre hacía unos años, haberse alejado de todos sus conocidos era otra muy distinta. Tampoco la ayudaba el saber que era culpa suya: había sido ella la que había decidido mudarse, la que había decidido dejar el trabajo y dedicarse de lleno a cuidar a su hijo. Aquella forma de vida estaba llena de una atrayente simplicidad y no planteaba grandes necesidades; pero, a pesar de todo, a veces no podía evitar pensar que quizá otras partes de su existencia se le estaban escapando sin que apenas se percatara de ello.
No obstante, su soledad no podía explicarse sólo porque se hubiera mudado. Mirando hacia atrás, tenía que admitir que para ella las cosas ya habían empezado a cambiar durante su última época en Atlanta: la mayor parte de sus amigas se habían casado y habían tenido hijos; otras seguían solteras. Pero _____ ya no tenía nada en común con ninguna de ellas. Las casadas preferían salir con otras parejas, y las que no lo estaban seguían viviendo como cuando eran universitarias. _____ no encajaba en ninguno de los dos ambientes. En cuanto a las que tenían hijos... Bueno, ya había sido bastante duro tener que soportar los constantes comentarios acerca de lo fantásticos que eran los otros niños. Le había resultado difícil hablar de Kyle; pero lo peor había sido que las otras madres, a pesar de que solían mostrarse comprensivas, nunca habían entendido la realidad de su situación.
Luego, claro, estaba la cuestión de los hombres.
Brett —el bueno y viejo Brett— había sido el último con el que había salido, si es que a eso se le podía llamar salir. Un revolcón, seguramente sí, pero... lo que se dice salir... Y además, menudo revolcón: veinte minutos y de golpe, ¡plaf!: toda su vida había cambiado para siempre. ¿Qué habría sido de ella si nada hubiera ocurrido? Cierto, no tendría a Kyle, pero... Pero ¿qué? Quizá se habría casado y estaría cargada de hijos, además de tener una casa con un gran jardín y una valla blanca de madera alrededor; quizá conduciría un Volvo o un monovolumen y pasaría sus vacaciones en Disney World. No sonaba tan mal y, desde luego, parecía un tipo de vida más fácil; pero eso no quería decir en absoluto que fuera mejor.
Kyle, el dulce Kyle... Sólo con pensar en él se ponía de buen humor.
Llegó a la conclusión de que no, de que esa otra vida no habría sido mejor: si había algo bueno en su mundo, eso era Kyle. No dejaba de ser curioso que fuera capaz de exasperarla y a la vez hacer que ella lo quisiera precisamente por eso.
Soltó un suspiro, abandonó el porche y subió al dormitorio. Mientras se desvestía en el baño se contempló en el espejo. Los arañazos de la mejilla eran visibles todavía, pero casi no se notaban. El corte de la frente había necesitado unos cuantos puntos de sutura que le dejarían una cicatriz, pero como ésta estaba cerca de la línea del cabello, no se notaría demasiado.
Aparte de eso, no le disgustó lo que veía. Dado que el dinero era siempre un problema, en su despensa nunca habían abundado las galletas o las chocolatinas, y puesto que Kyle rara vez comía carne, ella tampoco lo hacía. Lo cierto era que en aquellos momentos estaba más delgada que antes de que naciera su hijo. Incluso estaba más delgada que en su época de estudiante: había perdido siete kilos sin apenas darse cuenta. De haber tenido tiempo, habría escrito un libro titulado: Estrés y pobreza: el camino más corto hacia la esbeltez. Luego, habría vendido un millón de ejemplares, se habría hecho rica de la noche a la mañana y se habría retirado.
Soltó otra risita. «Sí, claro, ¿y qué más?»
Tal como le había dicho Denise en el hospital, se parecía a su madre: tenía el mismo cabello ondulado y oscuro, el mismo color de ojos, y era aproximadamente de la misma estatura. Al igual que ella, envejecía bien y apenas se apreciaban unas leves patas de gallo en torno a los ojos. Aparte de eso, tenía la piel lisa y suave. En conjunto, no estaba mal. Es más, si tenía que ser sincera consigo misma, incluso podía resultar atractiva.
Al menos, algo iba bien.
_____ pensó que lo mejor era dejarlo ahí, así que se puso el pijama, redujo el ventilador al mínimo y se deslizó entre las sábanas antes de apagar la luz. El murmullo del aparato era suave y rítmico. Se quedó dormida en cuestión de minutos.
Cuando los primeros rayos de sol penetraron oblicuamente por la ventana, Kyle salió de su dormitorio y se metió en la cama de _____, listo para comenzar un nuevo día.
—«Epieta, ama, epieta» —murmuró.
_____ se hizo a un lado al tiempo que murmuraba una protesta, pero Kyle se le subió encima y con sus pequeños dedos intentó abrirle los párpados. A pesar de que no lo consiguió, la situación le pareció divertida y se puso a reír tanto que su risa acabó siendo contagiosa.
—«Abe os ojos, ama» —siguió diciendo.
A pesar de lo temprano de la hora, _____ no pudo evitar reírse también.
Para hacer de aquella mañana un momento aún mejor, Denise llamó después de las nueve para preguntar si les parecía bien que fuera a visitarlos.
_____ aferró el teléfono unos instantes —Denise iba a ir a verlos al día siguiente por la tarde. ¡Bien!—. Luego colgó, maravillándose por su cambio de humor con respecto a la noche anterior, y se asombró ante lo que unas cuantas horas de descanso podían producir.
Seguro que era culpa del SPM.
Un poco más tarde, tras el desayuno, _____ desempolvó las bicicletas. La de Kyle estaba lista para funcionar, pero la suya estaba cubierta de telarañas, y tuvo que limpiarla. Se dio cuenta de que los neumáticos de ambas estaban bajos, pero le pareció que podían aguantar un recorrido de ida y vuelta hasta el centro.
Una vez que hubo ayudado a su hijo a ajustarse el casco, empezaron a pedalear hacia Edenton bajo un cielo azul limpio de nubes. Kyle iba en cabeza.
En diciembre se había pasado todo un día practicando, arriba y abajo, en el aparcamiento del bloque de apartamentos de Atlanta donde vivían. Ella lo había ayudado, sujetándolo por el asiento hasta que Kyle cogió el truco. El chico tardó unas pocas horas y le costó unas cuantas caídas, pero demostró que poseía un instinto natural. Kyle siempre había tenido una especial habilidad para todo lo que significara moverse, y aquél era un hecho que no dejaba de sorprender a los médicos cada vez que lo examinaban. _____ había acabado aceptándolo como una de las muchas contradicciones del carácter de su hijo.
Naturalmente, como cualquier otro niño de cuatro años, sólo era capaz de concentrarse en mantener el equilibrio, disfrutar y poco más. Para él, montar en bicicleta suponía toda una aventura y pedaleaba con total entrega, especialmente si su madre lo acompañaba. A pesar de que no había mucho tráfico, _____ se encontró dándole órdenes constantemente.
«Mantente cerca de mamá.»
«¡Para!»
«No te metas en la carretera.»
«¡Para!»
«Acércate, que viene un coche.»
«¡Para!»
«Cuidado con el agujero.»
«¡Para!»
«No vayas tan deprisa.»
«¡Para!»
«Para» era la única indicación que Kyle entendía y, cada vez que su madre se lo ordenaba, apretaba los frenos, ponía los pies en el suelo y se daba la vuelta con una sonrisa grande y luminosa con la que parecía decir: «Mamá, esto es tan divertido... ¿Por qué te preocupas tanto?»
Cuando llegaron a la estafeta de correos, _____ tenía los nervios destrozados.
Ya se había dado cuenta de que a lomos de una bicicleta no iba a conseguir nada, y decidió que pediría a Ray que la cogiera dos turnos más a la semana. Sólo así, quizá en unos cuantos meses y tras haber pagado las facturas del hospital, conseguiría ahorrar lo suficiente para comprarse un coche.
«¿Unos cuantos meses? Para entonces ya habré perdido la cabeza.»
Se puso a la cola —siempre había cola en correos— y se secó el sudor de la frente mientras rogaba para que el desodorante no la abandonara. Aquélla era otra de las cosas que había descubierto aquella mañana: montar en bici no era solamente una incomodidad, sino que además suponía un esfuerzo físico, especialmente para alguien que no estaba acostumbrado. Tenía las piernas cansadas, sabía que al día siguiente le dolerían las posaderas y notaba cómo el sudor le goteaba entre los pechos y a lo largo de la espalda. Intentó mantenerse ligeramente apartada de los que la precedían, para no molestar; afortunadamente, nadie reparó en su estado.
Unos minutos más tarde, llegó frente al mostrador y le entregaron los sellos. Tras firmar un cheque, lo guardó todo en el bolso y salió fuera. Kyle y ella montaron en sus bicicletas y se fueron a comprar.
El centro de Edenton era pequeño; pero, desde un punto de vista de interés histórico, la ciudad era una preciosidad. Las casas databan de principios de 1800 y, en su mayoría, habían sido restauradas a lo largo de los últimos treinta años y habían recobrado su antiguo esplendor. Hileras de robles gigantes se alineaban a ambos lados de la calle principal y proyectaban largas sombras sobre el asfalto, al tiempo que proporcionaban a los paseantes un agradable cobijo de los rayos del sol.
A pesar de que había un supermercado, éste se hallaba en el otro extremo, así que _____ decidió ir a Merchants, un establecimiento de 1940 que representaba uno de los atractivos de la ciudad.
La tienda era antigua en el más amplio sentido imaginable y ofrecía una gama infinita de productos. Vendía de todo: desde cebos vivos hasta repuestos de automóvil; alquilaba películas de vídeo y tenía una pequeña zona aparte donde preparaban comida para llevar. Para dar el último toque, en la entrada había unas mecedoras y un banco donde los clientes habituales acudían a tomar un café por la mañana.
El lugar propiamente dicho era pequeño —tendría poco más de cien metros cuadrados—, y a _____ siempre la había maravillado que tantísimos productos diferentes pudieran caber perfectamente en las estanterías.
Llenó un cesto con las cosas que necesitaba —leche, cereales, queso, huevos, pan, plátanos, Cheerios, macarrones, galletas saladas Ritz y caramelos (el premio para Kyle cuando trabajaba con él)—, y a continuación se dirigió a la caja.
El importe total resultó ser inferior a lo que había esperado, lo cual era buena cosa; pero se le presentó una dificultad: a diferencia del supermercado, en Merchants no metían las compras de los clientes en bolsas de plástico; en vez de eso, el propietario en persona —un hombre de pelo blanco impecablemente peinado y grandes cejas— las ponía en grandes bolsas de papel marrón.
Aquello era un contratiempo con el que no había contado.
_____ las habría preferido con asas para así poder colgarlas de los manillares. ¿Cómo iba a apañárselas si no para llegar a casa? Dos brazos, dos bolsas, dos manillares... No le salían las cuentas, especialmente si además debía vigilar a Kyle.
Miró a su hijo mientras sopesaba el problema y se percató de que éste miraba hacia la calle, a través del cristal de la entrada, con una curiosa expresión dibujada en el rostro.
—¿Qué ocurre, cariño?
Kyle respondió, pero ella no pudo entenderlo. Le había parecido escuchar «Homero»; así que dejó las compras en el mostrador y se agachó para verlo mejor mientras él se lo repetía. En ocasiones, observar el movimiento de los labios la ayudaba a comprenderlo.
—¿Qué has dicho, hijo? ¿«Homero»?
Kyle asintió y lo repitió: «Homero», mientras señalaba hacia la puerta. _____ miró en aquella dirección, y el chico se encaminó hacia allí. Ella lo comprendió de inmediato.
No era «Homero», pero se le parecía. Era «bombero»: Joseph Jonas se encontraba de pie, fuera de la tienda, y sujetaba la puerta entreabierta mientras conversaba con otra persona.
_____ no la podía ver, pero observó que Joseph reía, hacía un gesto de despedida y abría la puerta un poco más. Entre tanto, Kyle se le había acercado. Casi sin mirar, Joseph entró y estuvo a punto de tirarlo al suelo cuando tropezó con él.
—¡Caramba, lo siento! No te había visto —se disculpó de modo automático—. Perdón.
Dio un paso atrás y parpadeó, confuso. Entonces, una gran sonrisa le iluminó el rostro y se puso en cuclillas para mirar a Kyle, cara a cara.
—¡Eh, hola, hombrecito! ¿Cómo estás?
—«¡Oha, Joe!» —dijo Kyle alegremente.
Acto seguido, sin añadir una palabra más, le rodeó el cuello con los brazos y lo abrazó con fuerza, tal como había hecho la noche de su rescate, en el puesto de ojeo.
Joseph vaciló un instante, pero enseguida le devolvió el gesto, visiblemente contento y sorprendido a la vez.
_____ contempló la escena con callada sorpresa, cubriéndose la boca con la palma de la mano.
Al cabo de un largo momento, Kyle aflojó el abrazo y Joseph hizo lo propio. El niño tenía los ojos chispeantes, como si acabara de encontrarse con un viejo amigo.
—«¡Homero! Él econtó» —exclamó emocionado.
Joseph ladeó la cabeza.
—¿Cómo dices?
_____ se decidió a intervenir y se acercó, incrédula todavía ante lo que había presenciado.
Incluso después de haber pasado un año con su especialista del habla, Kyle sólo había sido capaz de darle un abrazo si _____ se lo rogaba encarecidamente. Al contrario de lo que acababa de ver, nunca lo había hecho espontáneamente, y no estaba muy segura de cuáles eran sus sentimientos acerca de aquella nueva y extraordinaria amistad de su hijo.
Contemplar a Kyle abrazando a un desconocido, por muy bueno que éste fuera, la llenó de sensaciones contradictorias: estaba bien, pero podía ser peligroso; era tierno, pero no quería que se convirtiera en un hábito. Al mismo tiempo, había algo en el modo en que Joseph había reaccionado, en su naturalidad, que le parecía cualquier cosa menos amenazador. Todos aquellos pensamientos pasaron por su mente mientras se aproximaba y respondía por su hijo.
—Está intentando decirle que usted lo encontró —explicó.
Joseph levantó la mirada y contempló a _____ por primera vez tras el accidente. Durante un breve instante, no pudo apartar la mirada. A pesar de que la había visto antes, en aquel momento le pareció más atractiva de lo que recordaba. Resultaba evidente que la noche de la tormenta no la había encontrado en su mejor momento; aunque lo cierto era que nunca habría pensado que en circunstancias normales ella fuera tan atractiva. No se trataba en absoluto de que le pareciera elegante o sofisticada, sino de que irradiaba una belleza natural, como la de una mujer que, sabiéndose guapa, no se pasa todo el día pendiente de ello.
—«í, econtó» —repitió Kyle, interrumpiendo los pensamientos de Joseph y asintiendo vigorosamente para recalcar sus palabras. Joseph se sintió aliviado por poder tener un motivo para apartar la mirada de _____ y se preguntó si ella podría haber leído sus pensamientos.
—Sí señor. Eso hice —respondió, apoyando todavía amistosamente la mano en el hombro del niño—. Pero esa noche, el valiente fuiste tú, hombrecito.
_____ lo observó mientras él hablaba con Kyle.
A pesar del calor, Joseph llevaba un pantalón vaquero y unas botas de trabajo cubiertas por una capa de barro seco y gastadas, como si las hubiera usado diariamente durante meses: el grueso cuero aparecía arañado y rozado. La camiseta blanca de manga corta que vestía revelaba unos brazos musculosos y contrastaba con su bronceado. Eran los brazos de alguien que trabaja con sus manos todo el día. Cuando se puso en pie, le pareció más alto de lo que ella recordaba.
—Siento haber tropezado con él —se disculpó—. No lo vi al entrar...
Joseph hizo una pausa, como si no supiera qué más añadir, y _____ detectó una timidez que la sorprendió.
—He visto lo ocurrido. No se preocupe, no ha sido culpa suya; Kyle casi se lanzó contra usted. —Ella sonrió—. A propósito, soy _____ Holton. Ya sé que nos conocemos, pero la verdad es que los recuerdos de aquella noche todavía los tengo borrosos.
Le tendió la mano y Joseph se la estrechó. _____ notó la aspereza del contacto.
—Yo me llamo Joseph Jonas —dijo—. ¿Sabe...? ¿Sabes?, me llegó tu nota. Te lo agradezco.
—«¡Homero!» —repitió Kyle, aún más alto, mientras se retorcía las manos casi compulsivamente, cosa que solía hacer cuando se ponía nervioso—. «¡Homero ande!» —exclamó, poniendo énfasis en la palabra «grande».
Joseph frunció el entrecejo y agarró a Kyle por la cabeza y el casco, amistosamente, casi como un hermano. La cabeza del niño se movió de un lado a otro guiada por la manaza de Joseph.
—Conque eso crees, ¿eh?
Kyle asintió.
—«í. Ande.»
_____ se echó a reír.
—Me parece que es un caso claro de adoración hacia el héroe.
—Pues bien, hombrecito, es mutuo. Hiciste tú más que yo.
Kyle lo miraba con los ojos muy abiertos.
—«¡Ande!»
Si Joseph se percató de que el chico no le había entendido, desde luego no lo dijo. En cambio le guiñó un ojo. «Muy bien.»
_____ se aclaró la garganta.
—No he tenido la oportunidad de agradecerte personalmente lo que hiciste la otra noche...
Joseph se limitó a encogerse de hombros. En otro tipo de persona, aquel gesto habría podido parecer arrogante, como si hubiera dado por sentado que realmente había hecho algo formidable. Sin embargo, en él fue diferente porque dio la impresión de que Joseph no había vuelto a pensar en ello desde la noche del accidente.
—No te preocupes por eso. Con tu nota tuve más que suficiente.
Durante unos segundos, ninguno de los dos habló. Entretanto, aburrido por la situación, Kyle se encaminó hacia la zona de las golosinas. Ambos contemplaron cómo se detenía frente a unos envoltorios de brillantes colores y los miraba fijamente.
—Tiene buen aspecto —dijo él finalmente para romper el silencio—. Me refiero a Kyle. Después de todo lo que pasó, me preguntaba cómo lo llevaría.
—Parece que se encuentra bien —repuso _____—. El tiempo nos lo dirá; pero, por el momento, no estoy preocupada. El doctor nos dijo que no tenía nada.
—Y tú, ¿qué tal? —preguntó.
_____ respondió sin pensarlo demasiado:
—¡Bah! Como siempre.
—No. Me refería a tus heridas. La última vez que te vi, estabas bastante golpeada.
—¡Oh! Bueno... Supongo que voy bien.
—¿Sólo bien?
La expresión de _____ se suavizó.
—No. La verdad es que voy mejor. De vez en cuando, todavía me duele un poco aquí y allá; pero por lo demás estoy bien. Podría haber sido mucho peor.
—Bien. Me alegro. También estaba preocupado por ti.
Había algo en la pausada manera de hablar de Joseph que hizo que _____ lo mirara con curiosidad. Aunque no era el hombre más guapo que había visto en su vida, tenía algo que le llamaba la atención; quizá cierta gentileza, a pesar de su corpulencia; o la agudeza de su tranquila mirada, que no infundía ningún recelo... A pesar de que sabía que era imposible, le pareció que él estaba al corriente de lo difícil que la vida le había resultado a ella los últimos años. Al mirarle la mano izquierda, se percató de que no llevaba anillo de casado.
Aquel pensamiento la obligó a apartar la vista mientras se preguntaba cómo se le había pasado por la cabeza semejante ocurrencia. ¿Qué importancia podía tener si llevaba anillo o no? Kyle seguía en la zona de las golosinas y estaba a punto de abrir un paquete de caramelos cuando _____ se dio cuenta.
—¡Kyle! ¡No!
Dio un paso hacia él y se giró hacia Joseph.
—Perdóname, pero está haciendo algo que no debe.
—Faltaría más —contestó, haciéndose a un lado.
Mientras _____ caminaba hacia su hijo, Joseph no pudo evitar contemplarla: el rostro encantador, casi misterioso, acentuado por los altos pómulos y los exóticos ojos; el largo y oscuro cabello anudado en una cola de caballo que le caía entre los hombros; la proporcionada figura que los pantalones cortos y la blusa resaltaban...
—Kyle, deja eso. Tus caramelos están en la bolsa.
Antes de que ella lo sorprendiera observándola, Joseph meneó la cabeza y apartó la vista, preguntándose otra vez cómo era posible que hubiera pasado por alto su belleza la noche del accidente. Un momento más tarde, _____ volvía a estar delante de él, con Kyle a su lado. El chico tenía una expresión contrita, como si lo hubieran pillado metiendo la mano en un bote de caramelos.
—Lo siento. Normalmente se porta mejor.
—Seguro que sí, pero ya se sabe. Los niños siempre aprovechan todo lo que pueden.
—Parece que hablas por experiencia.
Él sonrió.
—No. En absoluto. No tengo hijos.
Se hizo un incómodo silencio hasta que él volvió a hablar.
—¿Así que has venido al centro para hacer unos recados?
Joseph se dio cuenta de que era una pregunta trivial que daría lugar a una conversación trivial; pero, por alguna razón, no quería que ella se fuera.
_____ se pasó los dedos por entre la coleta.
—Sí. Necesitaba unas cuantas cosas. La despensa se me estaba quedando vacía. ¿Y tú?
—Sólo he venido a buscar unas botellas de refrescos para los chicos.
—¿Los del Cuerpo de bomberos?
—No. Yo sólo presto servicio como voluntario. Me refería a los muchachos que trabajan para mí. Soy contratista, reformo edificios y cosas por el estilo.
Por un momento, _____ quedó confusa.
—¿Haces tareas como voluntario? Pensaba que eso era algo que ya no se hacía.
—En las ciudades pequeñas, como ésta, se hace así porque normalmente no hay trabajo suficiente para justificar el mantenimiento de una plantilla permanente. Así que cuando se produce alguna emergencia, nos toca a nosotros, los voluntarios.
—No lo sabía.
Aquella súbita revelación hizo que _____ tuviera la impresión de que la hazaña de Joseph aún había tenido más valor, por mucho que hubiera creído que semejante cosa era imposible.
Kyle la miró.
—«E teñe hambe.»
—¿Tienes hambre, cariño?
—«I.»
—Está bien, pronto estaremos en casa y te haré un bocadillo de queso a la plancha. ¿Qué te parece?
Kyle asintió con la cabeza.
—«í, e beno.»
No obstante, _____ no se marchó inmediatamente, al menos no lo bastante deprisa para Kyle. Volvió a mirar a Joseph. El niño agarró una de las perneras del pantalón corto de su madre y dio un tirón, y ella bajó las manos en un movimiento automático para detenerlo.
—«Amos, amos» —insistió Kyle.
—Ya va, cariño...
Madre e hijo se enredaron en un lío de manos y dedos mientras él intentaba cogerla y ella desasirse, hasta que _____ le agarró la mano para detenerlo.
Joseph reprimió la risa aclarándose la garganta.
—¡Ejem! Será mejor que te deje marchar. Hay un niño en pleno crecimiento que necesita que le den de comer.
—Sí. Creo que sí.
Le lanzó la típica mirada de la madre indefensa y experimentó un curioso alivio cuando se dio cuenta de que a Joseph no le había molestado que Kyle se pusiera pesado.
—Ha sido agradable que nos encontráramos —añadió. A pesar de que parecía una frase manida del tipo «Hola, ¿qué tal? Encantado de verte», deseó que él se diera cuenta de que lo decía de corazón.
—A mí también me ha gustado verte —contestó y, cogiendo a Kyle por el casco, añadió—: Y a ti también, hombrecito.
Kyle se despidió agitando la mano libre.
—«Ayo, Joe» —dijo alegremente.
—Adiós.
Joseph sonrió para sí mientras se encaminaba hacia las neveras para coger las botellas de refrescos que había ido a buscar.
_____ fue hacia el mostrador y soltó un suspiro. El propietario estaba inmerso en la lectura de la revista Field and Stream y sus labios se movían a medida que leía atentamente un artículo. Mientras se acercaban, Kyle volvió a hablar.
—«Ama, hambe.»
—Ya lo sé, hijo. Enseguida nos marchamos.
El tendero vio que se acercaban, esperó a comprobar que lo necesitaban a él y no a sus caramelos y cerró la revista.
_____ señaló las bolsas que había dejado en el mostrador.
—¿Me las puede guardar un momento, por favor? Tengo que ir a buscar algo con lo que poder colgarlas del manillar...
A pesar de que Joseph se encontraba casi al otro extremo de la tienda y tenía en la mano un paquete de Coca-Cola que acababa de sacar de la nevera, hizo un esfuerzo para captar la conversación.
—Vamos en bicicleta —prosiguió _____—, y no sé cómo podemos llevar todo esto a casa si no es como le he dicho. Enseguida vuelvo.
Desde el fondo, él oyó que la voz de _____ se desvanecía y la contestación del tendero.
—No hay problema. Se las guardaré aquí abajo.
Con los refrescos en la mano, Joseph fue hacia la salida y vio que ella estaba a punto de salir y guiaba a Kyle empujándolo por el hombro. Repasó lo que acababa de oír y tomó una decisión en el acto.
—¡Eh, _____! Espera...
Ella se dio la vuelta y se detuvo mientras él se acercaba.
—¿Son suyas las bicicletas de ahí fuera?
—S... Sí. ¿Por qué?
—Lo siento. No he podido evitar escuchar lo que acabas de decir al propietario. Yo... —Se detuvo y en el silencio de la tienda la miró con sus cafés ojos—. Me preguntaba si podría ayudarte con los paquetes. Voy de paso por tu casa, así que estaría encantado de poder dejártelos allí.
Mientras hablaba señaló una camioneta aparcada fuera.
—¡Oh, no! Ya está bien así.
—¿Estás segura? Me queda de camino. Sólo me llevará un par de minutos.
A pesar de que _____ sabía que él sólo estaba intentando ser amable, según es costumbre en las ciudades pequeñas, no estaba segura de que debiera aceptar.
Como si hubiera percibido sus dudas, Joseph alzó las manos y sonrió traviesamente.
—Te prometo que no te robaré nada.
Kyle dio un paso hacia la puerta y _____ lo detuvo sujetándolo por el hombro.
—No es eso... Es que...
Pero entonces, ¿de qué se trataba? ¿Acaso llevaba tanto tiempo sola que se había olvidado de cómo se aceptaba la amabilidad del prójimo? ¿O era porque él ya había hecho demasiado por ella?
«Vamos, atrévete. Total, no te está pidiendo que te cases con él ni nada parecido», se dijo.
Tragó saliva mientras pensaba en lo que les había costado llegar y en el trayecto de regreso que les esperaba, cargados de provisiones...
—Bueno... Si estás seguro de que no te aparto de la ruta...
Para Joseph fue como si hubiera conseguido una pequeña victoria.
—Completamente. Déjame que pague esto —blandió los refrescos— y te ayudaré a llevar las bolsas al camión.
Fue hasta la caja y pagó las bebidas.
—Por cierto —preguntó _____—, ¿cómo sabes dónde vivo?
Él la miró por encima del hombro.
—Ésta es una ciudad pequeña. Sé dónde vive todo el mundo.
Más tarde, ese mismo día, Melissa, Mitch y Joseph se encontraban en el jardín mientras los filetes y las salchichas de frankfurt chisporroteaban sobre las brasas y en el aire se hacían palpables las primeras señales del verano. Era un lento anochecer que llegaba cargado de calor y humedad. El sol se ocultaba tras los inmóviles árboles, cuyas hojas permanecían quietas en aquella hora sin brisa.
Mitch permanecía de pie, con unas tenazas en la mano, y Joseph jugueteaba con la tercera cerveza de aquella noche. Sentía un agradable cosquilleo y seguía bebiendo despacio para mantenerlo así.
Primero había puesto a sus amigos al corriente de las últimas noticias, incluida la aventura del pantanal. Luego, les explicó que se había vuelto a encontrar con _____ aquella misma tarde y que la había acompañado hasta su casa con las compras.
—Parece que se las arreglan —comentó, al tiempo que aplastaba de un manotazo un mosquito que se había posado en los vaqueros.
A pesar de que había hecho el comentario de la manera más inocente, Melissa le lanzó una mirada suspicaz y se inclinó hacia él.
—Así que te gusta, ¿eh? —inquirió, sin poder disimular la curiosidad.
Antes de que Joseph hubiera tenido tiempo de responder, Mitch terció en la conversación.
—¿Qué te ha dicho? ¿Qué le gusta?
—¡Yo no he dicho tal cosa! —protestó Joseph rápidamente.
—Ni falta que hace —replicó Melissa—. He podido leerlo en la cara. Además, no la habrías ayudado con los paquetes si no te hubiera gustado.
Se volvió hacia su marido.
—Sí que le gusta.
—Estás poniendo en mi boca palabras que no son mías.
Melissa sonrió con picardía.
—¿Y qué tal es?... ¿Es guapa?
—¡Vaya pregunta!
Melissa se volvió de nuevo hacia Mitch.
—Ahora resulta que la encuentra atractiva.
Mitch asintió, plenamente convencido.
—Ya decía yo que estaba muy callado cuando llegó. ¿Qué piensas hacer? ¿Vas a pedirle que salga contigo?
Joseph los contempló, asombrado de que la conversación hubiera podido tomar aquel derrotero.
—No tengo ningún tipo de plan.
—Pues deberías. No estaría mal que de vez en cuando, y para variar, salieras de esa casa tuya.
—¡Si me paso fuera todo el día!
—Ya sabes a lo que me refiero —contestó Mitch guiñándole un ojo y divirtiéndose con el azoramiento de su amigo.
Melissa se recostó en su tumbona.
—Sabes que tiene razón. Ya no eres ningún joven. Estás a punto de dejar atrás lo mejor de la vida.
—¡Vaya, muchas gracias! La próxima vez que quiera que me insulten ya sé adónde debo ir.
Melissa soltó una risita.
—Vamos, sabes que estamos bromeando.
—¿Es ésa tu versión de unas disculpas?
—Sólo si reconsideras tu decisión y le pides que salga contigo —contestó ella haciendo subir y bajar sus cejas como si fuera Groucho.
Joseph no pudo evitar reírse.
Melissa tenía treinta y cuatro años, pero aparentaba diez y se comportaba como tal. Rubia y pequeña, siempre tenía una palabra amable; era leal con sus amigos y nunca parecía que nada la fastidiara. Ya podían sus hijos pelearse, el perro destrozarle una alfombra o estropeársele el coche; al acabo de un instante volvía a estar de buen humor.
En más de una ocasión, Joseph le había dicho a Mitch que lo consideraba un hombre de suerte. Él siempre le contestaba lo mismo: «Ya lo sé.»
Joseph tomó otro sorbo de cerveza.
—Pero, a ver, ¿por qué están tan interesados? —preguntó.
—Porque te queremos —contestó Melissa dulcemente, como si aquella respuesta bastara.
«Y porque no entienden que siga sin pareja», pensó Joseph.
—Está bien —admitió finalmente—. Lo pensaré.
—¡Con eso me basta! —exclamó Melissa, que no se molestó en disimular su entusiasmo.
Naty(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
hola naty
perdon por no haber paasado antes
pero ya regrese
que bueno que encontraron a kyle
me encantaron los capis
seguila!!!
perdon por no haber paasado antes
pero ya regrese
que bueno que encontraron a kyle
me encantaron los capis
seguila!!!
Let's Go
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
ya se encontarron!!! sii
me encanta enserio
los dos quedaron flechados
por cupido
jajaj
siguea
me encanta enserio
los dos quedaron flechados
por cupido
jajaj
siguea
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 12
_____ pasó todo el día siguiente a su encuentro con Joseph en Merchants trabajando con Kyle. El accidente no parecía que
hubiera afectado, ni positiva ni negativamente, a su aprendizaje; pero, con la llegada del verano, Kyle parecía sentirse más cómodo si conseguían terminar las sesiones de ejercicios antes del mediodía. Después de esa hora, en la casa hacía demasiado calor para que pudiera aplicarse debidamente.
Aquella mañana temprano había llamado a Ray y le había pedido unos cuantos turnos más. Afortunadamente, él había accedido. _____ empezaría al día siguiente y, a partir de entonces, en lugar de las cuatro noches que había hecho hasta aquel momento, trabajaría todas menos la del domingo. A pesar de que empezar un poco más tarde le suponía una reducción en las propinas (dado que tendría que saltarse la hora punta de la cena), no quería dejar una hora más a Kyle en el cuarto trasero, solo y despierto. En cambio, como llegaría más tarde, tendría la oportunidad de acostarlo en el camastro prácticamente dormido.
Desde que se habían encontrado en la tienda, el día anterior, no había pasado ni un minuto sin que ella pensara en Joseph. Tal como él le había prometido, le dejó las bolsas con la comida bajo la sombra del porche, y, puesto que el trayecto no había durado ni diez minutos, los huevos y la leche seguían fríos y _____ había podido meterlos en la nevera antes de que el calor los estropeara.
Joseph incluso se había ofrecido, mientras ponía las bolsas en la parte trasera de la furgoneta, a cargar las bicicletas y a llevarlos a ambos; pero _____ no aceptó, aunque la decisión se debía más a Kyle que a Joseph. Sabía que su hijo esperaba con ilusión la oportunidad de volver pedaleando con ella, y ya estaba prácticamente montado en su bici. No quería estropearle el plan, especialmente si aquello iba a convertirse en su futura rutina. Lo último que deseaba era que Kyle se acostumbrase a que lo devolvieran a casa en camioneta cada vez que fueran al centro.
Sin embargo, una parte de ella lamentó no haber podido aceptar la invitación: se había dado cuenta de que Joseph la encontraba atractiva por la forma en que la observaba y, no obstante, no se había sentido incómoda, como le había sucedido en otras ocasiones ante miradas parecidas. No le había descubierto en los ojos el típico destello lascivo que indica que un simple revolcón bastaría para zanjar el asunto y tampoco había visto que descendieran hacia su escote a medida que hablaba con ella. Le resultaba imposible tomar en serio a ningún hombre que la mirara directamente a los pechos durante una conversación.
Sí, había algo diferente en la mirada de Joseph. De alguna manera resultaba admirativa y nada amenazadora. A pesar de que en principio había rechazado la idea, tuvo que admitir que se había sentido halagada y también complacida.
Naturalmente, sabía que existía la posibilidad de que formara parte de su táctica con las mujeres, que no fuera más que un procedimiento perfeccionado con el tiempo. Algunos hombres eran hábiles en ese sentido. Los había conocido, había hablado con ellos y había llegado a creer que cada gesto, cada matiz implicaban realmente que eran diferentes, más dignos de confianza, distintos del resto. Siempre que se tropezaba con uno, se le disparaban todas las alarmas; pero, en el caso de Joseph, o se trataba del mejor actor que jamás había visto o era realmente distinto, porque las sirenas no habían dicho ni Pío. ¿Cuál sería la verdad?
De entre todo lo que había aprendido de su madre, había algo que destacaba sobre lo demás, algo que solía recordar siempre que juzgaba a otras personas: «A lo largo de la vida te encontrarás con gente que te dirá las palabras adecuadas en el momento preciso. Pero, al final, deberás juzgarlos por sus acciones. Recuerda: son los hechos los que cuentan, no las palabras.»
Se dijo que era posible que fuera ése el motivo de que hubiera respondido positivamente ante Joseph. Para empezar, ya había demostrado que era capaz de comportamientos heroicos. Sin embargo, no era simplemente el brillante rescate de Kyle lo que había despertado su interés o lo que fuera (hasta los canallas eran capaces de alguna acción noble de vez en cuando). No. Habían sido las pequeñas cosas que había hecho en la tienda, simples detalles: la forma en que se había prestado a ayudar sin esperar nada a cambio; su interés por cómo se encontraban ella y Kyle; su manera de comportarse con el niño.
Sí, aquello especialmente.
A pesar de que no le gustaba admitirlo, en los últimos tiempos se había acostumbrado a juzgar a las personas por cómo trataban a Kyle. Recordaba que mentalmente había hecho listas de los conocidos que lo habían intentado con Kyle y de los que no:
«Se sentó en el suelo y jugó con él a construir. Bien.»
«Apenas se dio cuenta de su presencia. Mal.»
La lista de los malos había sido mucho más larga.
Y entonces, de repente, aparecía alguien que, por la razón que fuera, establecía un vínculo con Kyle... No dejaba de darle vueltas y de recordar una y otra vez la reacción de su hijo: «¡Oha, Joe!»
Y otra cosa: a pesar de que Joseph no había comprendido nada de lo que el niño le había dicho —siempre costaba acostumbrarse a la pronunciación de Kyle—, había seguido hablando con él como si lo entendiera todo. Le había guiñado el ojo; lo había agarrado por el casco, bromeando; lo había abrazado y lo había mirado a los ojos cuando le hablaba: se había asegurado de que le diría adiós.
Insignificancias; pero, para ella, lo más importante del mundo: hechos.
Joseph había tratado a Kyle como a un niño normal.
Curiosamente, _____ seguía pensando en Joseph cuando Denise apareció por el camino de gravilla y aparcó a la sombra de un magnolio de ramas caídas. Había acabado de fregar los platos y la saludó con la mano; luego, lanzó una rápida mirada a la cocina. No estaba impecable, pero le pareció suficientemente limpia. Se dirigió hacia la puerta principal a recibir a Denise.
Tras los saludos de costumbre —«¿Cómo estás? Yo bien, ¿y tú?»—, se sentaron en el porche de la entrada, desde donde podían vigilar a Kyle, que jugaba con sus camiones cerca de la valla, haciéndolos circular por una carretera imaginaria.
Justo antes de que Denise llegara, _____ lo había embadurnado con una generosa capa de crema solar y loción anti-mosquitos, pero los productos habían reaccionado con el polvo como si hubieran sido pegamento: en aquellos momentos, Kyle tenía el pantalón lleno de huellas marrones y parecía como si no se hubiera lavado la cara en una semana. A _____ le recordó a los niños harapientos que Steinbeck había descrito en Las uvas de la ira.
En una pequeña mesa cercana (otro hallazgo desenterrado a cambio de tres dólares de entre los restos de una mudanza por la genio del ahorro llamada _____ Holton), había dos vasos de té helado. _____ lo había preparado por la mañana a la manera clásica del sur: hirviendo Luzianne, añadiéndole azúcar mientras estaba caliente para que se disolviera completamente y dejándolo enfriar en la nevera en una jarra con hielo. Denise tomó un sorbo sin dejar de mirar a Kyle.
—A tu madre también le encantaba ensuciarse —dijo.
—¿A mi madre?
Denise la contempló, divertida.
—No te sorprendas. De pequeña, tu madre era un verdadero trasto.
_____ cogió su vaso.
—¿Estás segura de que hablamos de la misma persona? —preguntó—. Pero si mi madre no salía a recoger el periódico si antes no se había maquillado.
—¡Oh! Eso empezó a ocurrir cuando descubrió a los chicos. Fue entonces cuando cambió de actitud y se convirtió de la noche a la mañana en la dama sureña por antonomasia, guantes y modales Incluidos. Pero no te dejes engañar: antes de aquello, tu madre era la versión femenina de Huckelberry Finn.
—¿Estás bromeando?
—No. De verdad. Tu madre salía a cazar ranas, maldecía como un pescador que hubiera perdido sus redes y a veces hasta se peleaba con los muchachos sólo para demostrar lo dura que era. Y déjame que te diga que era una buena luchadora: mientras los chicos se preguntaban si sería correcto pegar a una chica, ella ya les había dado un puñetazo en la nariz. En una ocasión, unos padres llegaron a avisar al sheriff. Su hijo estaba tan avergonzado que no apareció por el colegio en una semana; sin embargo, no volvió a burlarse de tu madre. Sí, era una chica dura.
Denise parpadeó mientras su mente viajaba del pasado al presente. _____ permaneció callada y aguardó a que prosiguiera.
—Recuerdo que solíamos ir de excursión por la orilla del río en busca de arándanos y ni siquiera se ponía zapatos para caminar por el blando terreno. Sus pies podían aguantar lo que fuera, y se pasaba todo el verano descalza, salvo los domingos, que se ponía zapatos para ir a la iglesia. Cuando llegaba septiembre, tenía las plantas tan sucias que tu abuela se veía obligada a frotárselas con estropajo y detergente para quitarle las costras. Siempre cojeaba un poco cuando empezaban las clases, y nunca supe si era por eso o porque no estaba acostumbrada a caminar con zapatos.
_____ se puso a reír de pura incredulidad. Aquélla era una faceta de su madre de la que nunca había oído hablar.
Denise continuó:
—En aquella época, yo vivía más adelante, en esta misma calle. ¿Conoces la casa de los Boyle, la blanca con postigos verdes y un gran granero rojo en la parte de atrás?
_____ asintió. Había pasado por delante, de camino hacia el centro.
—Pues bien, allí es donde yo vivía de pequeña. Como tu madre y yo éramos las únicas niñas de por aquí, acabamos haciéndolo todo juntas. También teníamos los mismos años, así que íbamos a la misma clase y estudiábamos lo mismo. Eso sucedía allá por los años cuarenta, en una época en la que todos los alumnos iban a la misma clase hasta el octavo grado. No obstante, nos agrupaban por edad y tu madre y yo siempre nos sentábamos juntas. Lo hicimos así hasta que finalizamos el colegio. Probablemente ha sido la mejor amiga que he tenido nunca.
Mientras contemplaba los árboles en la distancia, Denise pareció perderse en los meandros de la nostalgia.
—¿Cómo es que no mantuvo el contacto cuando se marchó? —preguntó _____—. ¿Y por qué no...?
Hizo una pausa mientras se preguntaba cómo podía formular la pregunta que se le había ocurrido. Denise la miró de soslayo.
—¿Te preguntas por qué, si éramos tan amigas, nunca lo mencionó ni te habló de mí?
_____ hizo un gesto afirmativo, y Denise puso en orden sus pensamientos.
—Supongo que principalmente tuvo que ver con el motivo de su marcha. Tardé mucho tiempo en comprender que la distancia puede acabar hasta con las mejores relaciones.
—Eso es una pena...
—Quizá no. Supongo que depende del modo en que uno lo ve. En cuanto a mí... No sé, creo que es algo que acaba por enriquecerte. La gente viene y se va, entra y sale de tu vida casi como los personajes de tus libros favoritos. Cuando al final cierras las tapas, los protagonistas ya te han dicho todo lo que tenían que decirte, y tú puedes empezar un nuevo libro con personajes y aventuras nuevas. Así te encuentras sumergiéndote en los de aquel momento presente y no en los del pasado.
_____, que se estaba acordando de las amistades que había dejado en Atlanta, tardó unos instantes en responder.
—Puede... Todo eso es muy filosófico —contestó finalmente.
—Soy vieja. ¿Qué esperabas?
_____ depositó el vaso de té en la mesita e, inconscientemente, se limpió en los pantalones cortos la humedad que le había dejado en los dedos.
—Entonces, ¿nunca más volviste a hablar con mi madre después de que se marchara?
—¡Oh, no! Seguimos en contacto durante varios años. Pero en aquella época ella estaba enamorada y, cuando las mujeres se enamoran, no pueden pensar en otra cosa. El motivo de que desapareciera de Edenton respondía al nombre de Michael Cunningham. ¿Nunca te habló de él?
_____ negó con la cabeza, fascinada por la historia.
—No me extraña. El tal Michael era el típico gamberro del que uno desea olvidarse lo antes posible. No tenía buena reputación, si sabes a lo que me refiero, pero las chicas lo encontraban atractivo. Supongo que veían en él una combinación de peligro y seducción. Es la historia de siempre, de aquel entonces y también de nuestros días. El caso es que tu madre se marchó con él a Atlanta cuando ella se hubo graduado.
—Pero si me dijo que se había ido a Atlanta para estudiar en la universidad.
—¡Oh! Puede que en el fondo lo pensara. No obstante, la verdadera razón se llamaba Michael. Debía de tener algún poder sobre ella, eso es seguro, porque también fue el responsable de que no volviera por aquí, ni siquiera para ver a la familia o a los amigos.
—¿Cómo pudo ser?
—Bueno..., su madre y su padre, tus abuelos, no la perdonaron por haberse marchado de aquella manera. Sabían cómo era Michael realmente y le advirtieron de que si no regresaba a casa inmediatamente, no volvería a ser bienvenida nunca más. Eran de la vieja escuela y tozudos como muías, igual que tu madre. Fue como ver dos toros mirándose ferozmente y esperando que el otro hiciera el primer movimiento. Pero nadie lo hizo, ni siquiera cuando Michael fue a parar a la cuneta en beneficio de otro.
—¿Mi padre?
Denise negó con la cabeza.
—No. Otro. Tu padre apareció cuando yo ya había perdido contacto con ella.
—¿Así que no lo conociste?
—No. Pero recuerdo que cuando tus abuelos fueron a la boda estaban un poco molestos porque tu madre no me hubiera invitado. No es que pudiera haber ido. En aquella época me acababa de casar y, como todas las parejas, al principio estábamos pasando algunos apuros económicos. Con nuestro hijo recién nacido, no hubiera habido manera.
—Lo lamento.
Denise dejó su vaso en la mesa.
—No tienes por qué. No fuiste tú y, además, en cierto sentido tampoco fue tu madre; al menos, no la que yo conocía. Tu padre provenía de una familia muy respetable de Atlanta y sospecho que, en aquella etapa de su vida, tu madre se sentía algo avergonzada de sus orígenes. No es que a tu padre le importara, al fin y al cabo se casó con ella; pero me acuerdo de que tus abuelos no dijeron gran cosa a su regreso de la ceremonia. Me pareció que también se habían sentido incómodos, aunque no tuvieran motivos. Eran buenas personas, y creo que se habían dado cuenta de que ya no encajaban con el mundo de su hija, ni siquiera después de que tu padre muriera.
—¡Eso es terrible!
—Sí, es triste; pero, como te he dicho, era mutuo. Eran tozudos y tu madre era tozuda. Poco a poco se fueron distanciando.
—Sabía que mi madre no estaba muy unida a su familia, pero nunca me explicó nada de esto.
—No me extraña que no lo hiciera. Por favor, no pienses mal de ella. Yo no lo hago. ¡Estaba tan llena de vida y era tan apasionada! Su compañía siempre era emocionante. Además, tenía el corazón de un ángel, de verdad. Era una de las personas más dulces que he conocido.
Denise se volvió y la miró.
—Me parece ver mucho de ella en ti.
Mientras la mujer tomaba otro sorbo de té, _____ intentó asimilar toda aquella información sobre su madre. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que quizá había hablado demasiado, Denise añadió:
—Pero mírame, ¡yo, aquí, parloteando como una vieja senil! Debes de pensar que estoy para que me encierren en un asilo. Será mejor que me hables de ti para variar.
—¿De mí? No tengo mucho que contar.
—Entonces, ¿por qué no empiezas por lo más evidente? ¿Cómo es que te mudaste y regresaste a Edenton?
_____ contempló a su hijo, que se entretenía con sus camiones de juguete, y se preguntó qué estaría pensando.
—Hay unas cuantas razones.
Denise se inclinó y susurró en tono de complicidad:
—¿Algún problema con los hombres? ¿Te persigue alguno de esos asesinos en serie, como los que salen en la tele?
_____ soltó una risita.
—No. Nada tan llamativo —respondió, y a continuación hizo una pausa, frunciendo el entrecejo.
—Si es demasiado personal, no me lo cuentes. No pretendo inmiscuirme en tus asuntos.
_____ hizo un gesto negativo.
—No. No me importa hablar de ello. Es sólo que resulta duro empezar por el principio.
Denise no dijo nada, y _____ puso en orden sus recuerdos.
—Supongo que principalmente tiene que ver con Kyle. Me parece que ya te he contado que tiene problemas con el habla, ¿verdad?
Denise asintió.
—¿Y te expliqué por qué?
—No.
_____ miró a su hijo.
—Bien. En estos momentos, los médicos dicen que tiene un problema de procesos auditivos, concretamente un retraso en el lenguaje expresivo y receptivo. Básicamente, eso quiere decir que, por algún motivo que nadie sabe determinar, le resulta muy difícil aprender a hablar y le cuesta entender lo que se le dice. Creo que la mejor analogía se puede establecer con la dislexia, salvo que en lugar de tratarse de imágenes se trata de sonidos. No sé por qué razón, pero los sonidos se le mezclan y se le confunden. Es como si oyera hablar en chino y al instante siguiente fuera alemán y luego una cháchara sin sentido. Nadie sabe si el problema radica en la conexión entre el oído y el cerebro o si está en el cerebro mismo. Sin embargo, al principio ni siquiera sabían qué diagnosticarle, así que...
_____ se pasó una mano por el cabello y volvió a mirar a Denise.
—¿Estás segura de que quieres escuchar toda la historia? Es bastante larga...
La mujer le dio una palmada en la pierna.
—Sólo si quieres contármelo, hija.
La expresión y la franqueza de Denise le recordaron a su madre y, curiosamente, le pareció buena idea contárselo todo. Sólo dudó un instante antes de continuar.
—Bien. Al principio, los médicos pensaban que era sordo, así que me pasé semanas llevando a Kyle a especialistas en otorrinolaringología, hasta que, al final, descubrieron que podía oír. Más tarde dijeron que era autista, y ese diagnóstico lo mantuvieron durante casi un año, el año más estresante de mi vida. Luego pensaron que era un trastorno generalizado del desarrollo, que es una variante menos grave del autismo, y se reafirmaron en esa opinión unos meses, hasta que le hicieron más pruebas. A continuación dijeron que era retrasado o que sufría lo que llaman un «déficit de atención». Fue hace sólo seis meses que se pusieron todos de acuerdo en este último diagnóstico.
—¡Qué duro ha debido de ser para ti!
—Ni te lo imaginas. Cuando te dicen algo terrible de tu hijo, pasas por un proceso con varias etapas: incredulidad, ira, pena y finalmente aceptación. Estudias y aprendes todo lo que puedes acerca del asunto, y te entrevistas con quien sea que sepa algo; entonces, cuando ya estás preparada para hacer frente al problema, los médicos cambian de opinión y todo vuelve a empezar.
—¿Dónde estaba el padre durante todo ese calvario?
_____ hizo un gesto de resignación, y una expresión de culpabilidad le ensombreció el rostro.
—Su padre no estaba. Digamos que no había contado con quedarme embarazada. Kyle fue un desliz. Ya sabes a lo que me refiero.
Hizo una pausa y, durante unos instantes, las dos mujeres contemplaron al niño en silencio. Denise no había parecido sorprenderse ni escandalizarse ante aquella revelación. Por su expresión se habría dicho que no había establecido ningún juicio de valor. _____ prosiguió.
—Tras el nacimiento de Kyle, pedí una excedencia en la escuela en la que daba clases. Mi madre acababa de morir, y yo sólo tenía ganas de ocuparme de mi hijo. Pero, inmediatamente después, me encontré con que ya no podía regresar al colegio porque nos pasábamos los días yendo de especialista en especialista, para hacerle pruebas de todo tipo, hasta que finalmente dimos con una terapia que yo podía aplicar en casa. El resultado fue que tuve que descartar cualquier trabajo de jornada completa porque Kyle se convirtió exactamente en eso: un trabajo de veinticuatro horas. Entre tanto, había heredado esta casa, pero no quería venderla. El dinero se me acababa, así que... —_____ miró a Denise con expresión compungida—. En pocas palabras, se podría decir que me vine a vivir aquí empujada por la necesidad y para poder seguir trabajando con Kyle.
Cuando hubo acabado, Denise se quedó mirándola unos instantes antes de darle de nuevo unas palmaditas en la pierna.
—Perdóname la expresión, pero eres una madre que los tiene bien puestos. Muy poca gente habría estado dispuesta a hacer los sacrificios que tú has hecho.
_____ contempló a su hijo, que jugaba apaciblemente.
—Sólo quiero que se ponga bien.
—Por lo que me has dicho, diría que ya ha empezado a hacerlo.
Denise dejó que la frase surtiera su efecto antes de recostarse en su asiento y proseguir.
—¿Sabes? Me acuerdo de haber visto a Kyle en la biblioteca mientras tú usabas los ordenadores, pero nunca se me ocurrió que pudiera tener alguna minusvalía, no importa de qué tipo. Parecía igual que el resto de los chicos, con la diferencia de que era más educado.
—Puede, pero todavía le cuesta hablar.
—A Einstein y a Teller les pasó lo mismo, pero al final acabaron convirtiéndose en dos de los más grandes científicos de su tiempo.
—¿Cómo sabías eso?
Aunque _____ estaba al corriente de aquella anécdota porque había leído todo lo que se podía leer acerca del tema, la sorprendió, aparte de impresionarla, que Denise estuviera también al corriente.
—¡Oh! Te sorprendería de la cantidad de información trivial que he llegado a acumular con el paso de los años. No me preguntes por qué, pero soy como una especie de aspirador cuando se trata de estos temas.
—Deberías presentarte a ese concurso de la televisión...
—Me encantaría, pero el presentador es tan guapo que estoy convencida de que me quedaría en blanco tan pronto como me dirigiera la palabra. Me quedaría mirándolo, pensando en el modo de conseguir que me besara, como sucede en las películas.
—Vaya. ¿Qué diría tu marido si te oyera hablar así?
—Estoy segura de que no le importaría. —Su voz se entristeció ligeramente—. Murió hace ya bastantes años.
—¡Oh! Lo siento. No lo sabía.
—No te preocupes.
_____ jugueteó con las manos en el repentino silencio.
—Y... ¿nunca más te volviste a casar?
Denise negó con un gesto.
—No. De alguna manera fue como si no tuviera tiempo de conocer a nadie más. Joseph me daba bastante trabajo y tenía que dedicarme si quería mantenerme a su altura.
—¡Caramba, eso me suena! Yo tengo la impresión de que todo lo que hago es trabajar en el restaurante y trabajar con Kyle.
—¿Estás en Eights, con Ray Toler?
—Pues sí. Conseguí el puesto nada más llegar.
—¿Ya te ha hablado de sus hijos?
—Sí, sólo unas doscientas veces.
A partir de aquel momento, la conversación derivó hacia el trabajo de _____ y la multitud de proyectos que parecían ocupar el tiempo de Denise. El ritmo de una conversación era algo a lo que ella no estaba acostumbrada y lo encontró sorprendentemente relajante.
Al cabo de media hora, Kyle se cansó de jugar con los camiones y los dejó en el porche (sin que nadie tuviera que decírselo, Denise se percató de aquel detalle) antes de acercarse a su madre. Tenía el rostro enrojecido por el sol y el flequillo pegado de sudor a la frente.
—«¿Edo omer carones on eso?»
—¿Macarrones y queso? —repitió _____. —Claro, cariño. Vamos a prepararlos.
Las dos mujeres se levantaron y fueron a la cocina mientras Kyle las seguía y dejaba sus huellas en el suelo. Fue hasta la mesa y se sentó mientras _____ abría la despensa.
—¿Quieres quedarte a almorzar? Puedo añadir unos bocadillos.
Denise miró su reloj.
—Me encantaría, pero no puedo: tengo una reunión en el centro para hablar del festival de este fin de semana. Aún quedan cuestiones que debemos resolver.
_____ estaba llenando una cazuela con agua y la miró por encima del hombro.
—¿Festival?
—Sí, este fin de semana. Es una especie de acontecimiento anual que inaugura el verano. Espero que puedas asistir.
_____ encendió el fuego y puso el recipiente encima.
—No lo había pensado.
—¿Por qué no?
—Pues por una sencilla razón: porque nunca había oído hablar de él.
—Realmente, eso quiere decir que no estás en la onda.
—No hace falta que me lo recuerdes.
—Entonces tienes que ir. A Kyle le encantará. Hay comida, tenderetes con productos de artesanía, concursos y una feria ambulante. Hay para todos los gustos.
Inmediatamente, _____ empezó a hacer una lista mental de los posibles gastos.
—No sé si podremos —dijo al final, pensando en una excusa—. El sábado por la noche debo ir a trabajar.
—Vamos. No hace falta que la pasen todo el día. Pueden ir por la mañana si te parece. Es francamente divertido. Si quieres, puedo presentarte a gente de tu edad.
_____ no respondió inmediatamente, y Denise percibió sus vacilaciones.
—Bueno, piénsalo. ¿De acuerdo?
La mujer recogió su bolso y _____ se cercioró de que el agua no hirviera antes de acompañarla a la puerta. Se pasó una mano por el cabello y se arregló algunas mechas desordenadas.
—Te agradezco que hayas venido. Ha sido agradable poder hablar con un adulto, para variar.
—Lo he pasado estupendamente —repuso Denise, al tiempo que le daba un efusivo e inesperado abrazo—. Gracias a ti por invitarme.
Cuando Denise se dio la vuelta para marcharse, _____ se dio cuenta de que se había olvidado de mencionarle algo.
—¡Por cierto! No te he dicho que ayer me encontré con Joseph en el centro.
—Ya lo sabía. Hablé con él anoche.
Tras un breve silencio, Denise se ajustó la correa del bolso.
—Tenemos que repetir lo de hoy —dijo.
—Sí. Me encantaría.
_____ la vio bajar los escalones del porche y encaminarse hacia su coche. Cuando Denise abrió la puerta se volvió hacia ella.
—¿Sabes?, Joseph irá al festival con el resto del Cuerpo de bomberos —explicó como si no le diera importancia—. Su equipo de softball juega a las tres de la tarde.
—¡Oh! —fue todo lo que a _____ se le ocurrió decir.
—Bueno. Si decides ir, ya sabes dónde puedes encontrarme.
_____ permaneció bajo el porche mientras la mujer se sentaba al volante y ponía el coche en marcha con una leve sonrisa en los labios.
hubiera afectado, ni positiva ni negativamente, a su aprendizaje; pero, con la llegada del verano, Kyle parecía sentirse más cómodo si conseguían terminar las sesiones de ejercicios antes del mediodía. Después de esa hora, en la casa hacía demasiado calor para que pudiera aplicarse debidamente.
Aquella mañana temprano había llamado a Ray y le había pedido unos cuantos turnos más. Afortunadamente, él había accedido. _____ empezaría al día siguiente y, a partir de entonces, en lugar de las cuatro noches que había hecho hasta aquel momento, trabajaría todas menos la del domingo. A pesar de que empezar un poco más tarde le suponía una reducción en las propinas (dado que tendría que saltarse la hora punta de la cena), no quería dejar una hora más a Kyle en el cuarto trasero, solo y despierto. En cambio, como llegaría más tarde, tendría la oportunidad de acostarlo en el camastro prácticamente dormido.
Desde que se habían encontrado en la tienda, el día anterior, no había pasado ni un minuto sin que ella pensara en Joseph. Tal como él le había prometido, le dejó las bolsas con la comida bajo la sombra del porche, y, puesto que el trayecto no había durado ni diez minutos, los huevos y la leche seguían fríos y _____ había podido meterlos en la nevera antes de que el calor los estropeara.
Joseph incluso se había ofrecido, mientras ponía las bolsas en la parte trasera de la furgoneta, a cargar las bicicletas y a llevarlos a ambos; pero _____ no aceptó, aunque la decisión se debía más a Kyle que a Joseph. Sabía que su hijo esperaba con ilusión la oportunidad de volver pedaleando con ella, y ya estaba prácticamente montado en su bici. No quería estropearle el plan, especialmente si aquello iba a convertirse en su futura rutina. Lo último que deseaba era que Kyle se acostumbrase a que lo devolvieran a casa en camioneta cada vez que fueran al centro.
Sin embargo, una parte de ella lamentó no haber podido aceptar la invitación: se había dado cuenta de que Joseph la encontraba atractiva por la forma en que la observaba y, no obstante, no se había sentido incómoda, como le había sucedido en otras ocasiones ante miradas parecidas. No le había descubierto en los ojos el típico destello lascivo que indica que un simple revolcón bastaría para zanjar el asunto y tampoco había visto que descendieran hacia su escote a medida que hablaba con ella. Le resultaba imposible tomar en serio a ningún hombre que la mirara directamente a los pechos durante una conversación.
Sí, había algo diferente en la mirada de Joseph. De alguna manera resultaba admirativa y nada amenazadora. A pesar de que en principio había rechazado la idea, tuvo que admitir que se había sentido halagada y también complacida.
Naturalmente, sabía que existía la posibilidad de que formara parte de su táctica con las mujeres, que no fuera más que un procedimiento perfeccionado con el tiempo. Algunos hombres eran hábiles en ese sentido. Los había conocido, había hablado con ellos y había llegado a creer que cada gesto, cada matiz implicaban realmente que eran diferentes, más dignos de confianza, distintos del resto. Siempre que se tropezaba con uno, se le disparaban todas las alarmas; pero, en el caso de Joseph, o se trataba del mejor actor que jamás había visto o era realmente distinto, porque las sirenas no habían dicho ni Pío. ¿Cuál sería la verdad?
De entre todo lo que había aprendido de su madre, había algo que destacaba sobre lo demás, algo que solía recordar siempre que juzgaba a otras personas: «A lo largo de la vida te encontrarás con gente que te dirá las palabras adecuadas en el momento preciso. Pero, al final, deberás juzgarlos por sus acciones. Recuerda: son los hechos los que cuentan, no las palabras.»
Se dijo que era posible que fuera ése el motivo de que hubiera respondido positivamente ante Joseph. Para empezar, ya había demostrado que era capaz de comportamientos heroicos. Sin embargo, no era simplemente el brillante rescate de Kyle lo que había despertado su interés o lo que fuera (hasta los canallas eran capaces de alguna acción noble de vez en cuando). No. Habían sido las pequeñas cosas que había hecho en la tienda, simples detalles: la forma en que se había prestado a ayudar sin esperar nada a cambio; su interés por cómo se encontraban ella y Kyle; su manera de comportarse con el niño.
Sí, aquello especialmente.
A pesar de que no le gustaba admitirlo, en los últimos tiempos se había acostumbrado a juzgar a las personas por cómo trataban a Kyle. Recordaba que mentalmente había hecho listas de los conocidos que lo habían intentado con Kyle y de los que no:
«Se sentó en el suelo y jugó con él a construir. Bien.»
«Apenas se dio cuenta de su presencia. Mal.»
La lista de los malos había sido mucho más larga.
Y entonces, de repente, aparecía alguien que, por la razón que fuera, establecía un vínculo con Kyle... No dejaba de darle vueltas y de recordar una y otra vez la reacción de su hijo: «¡Oha, Joe!»
Y otra cosa: a pesar de que Joseph no había comprendido nada de lo que el niño le había dicho —siempre costaba acostumbrarse a la pronunciación de Kyle—, había seguido hablando con él como si lo entendiera todo. Le había guiñado el ojo; lo había agarrado por el casco, bromeando; lo había abrazado y lo había mirado a los ojos cuando le hablaba: se había asegurado de que le diría adiós.
Insignificancias; pero, para ella, lo más importante del mundo: hechos.
Joseph había tratado a Kyle como a un niño normal.
Curiosamente, _____ seguía pensando en Joseph cuando Denise apareció por el camino de gravilla y aparcó a la sombra de un magnolio de ramas caídas. Había acabado de fregar los platos y la saludó con la mano; luego, lanzó una rápida mirada a la cocina. No estaba impecable, pero le pareció suficientemente limpia. Se dirigió hacia la puerta principal a recibir a Denise.
Tras los saludos de costumbre —«¿Cómo estás? Yo bien, ¿y tú?»—, se sentaron en el porche de la entrada, desde donde podían vigilar a Kyle, que jugaba con sus camiones cerca de la valla, haciéndolos circular por una carretera imaginaria.
Justo antes de que Denise llegara, _____ lo había embadurnado con una generosa capa de crema solar y loción anti-mosquitos, pero los productos habían reaccionado con el polvo como si hubieran sido pegamento: en aquellos momentos, Kyle tenía el pantalón lleno de huellas marrones y parecía como si no se hubiera lavado la cara en una semana. A _____ le recordó a los niños harapientos que Steinbeck había descrito en Las uvas de la ira.
En una pequeña mesa cercana (otro hallazgo desenterrado a cambio de tres dólares de entre los restos de una mudanza por la genio del ahorro llamada _____ Holton), había dos vasos de té helado. _____ lo había preparado por la mañana a la manera clásica del sur: hirviendo Luzianne, añadiéndole azúcar mientras estaba caliente para que se disolviera completamente y dejándolo enfriar en la nevera en una jarra con hielo. Denise tomó un sorbo sin dejar de mirar a Kyle.
—A tu madre también le encantaba ensuciarse —dijo.
—¿A mi madre?
Denise la contempló, divertida.
—No te sorprendas. De pequeña, tu madre era un verdadero trasto.
_____ cogió su vaso.
—¿Estás segura de que hablamos de la misma persona? —preguntó—. Pero si mi madre no salía a recoger el periódico si antes no se había maquillado.
—¡Oh! Eso empezó a ocurrir cuando descubrió a los chicos. Fue entonces cuando cambió de actitud y se convirtió de la noche a la mañana en la dama sureña por antonomasia, guantes y modales Incluidos. Pero no te dejes engañar: antes de aquello, tu madre era la versión femenina de Huckelberry Finn.
—¿Estás bromeando?
—No. De verdad. Tu madre salía a cazar ranas, maldecía como un pescador que hubiera perdido sus redes y a veces hasta se peleaba con los muchachos sólo para demostrar lo dura que era. Y déjame que te diga que era una buena luchadora: mientras los chicos se preguntaban si sería correcto pegar a una chica, ella ya les había dado un puñetazo en la nariz. En una ocasión, unos padres llegaron a avisar al sheriff. Su hijo estaba tan avergonzado que no apareció por el colegio en una semana; sin embargo, no volvió a burlarse de tu madre. Sí, era una chica dura.
Denise parpadeó mientras su mente viajaba del pasado al presente. _____ permaneció callada y aguardó a que prosiguiera.
—Recuerdo que solíamos ir de excursión por la orilla del río en busca de arándanos y ni siquiera se ponía zapatos para caminar por el blando terreno. Sus pies podían aguantar lo que fuera, y se pasaba todo el verano descalza, salvo los domingos, que se ponía zapatos para ir a la iglesia. Cuando llegaba septiembre, tenía las plantas tan sucias que tu abuela se veía obligada a frotárselas con estropajo y detergente para quitarle las costras. Siempre cojeaba un poco cuando empezaban las clases, y nunca supe si era por eso o porque no estaba acostumbrada a caminar con zapatos.
_____ se puso a reír de pura incredulidad. Aquélla era una faceta de su madre de la que nunca había oído hablar.
Denise continuó:
—En aquella época, yo vivía más adelante, en esta misma calle. ¿Conoces la casa de los Boyle, la blanca con postigos verdes y un gran granero rojo en la parte de atrás?
_____ asintió. Había pasado por delante, de camino hacia el centro.
—Pues bien, allí es donde yo vivía de pequeña. Como tu madre y yo éramos las únicas niñas de por aquí, acabamos haciéndolo todo juntas. También teníamos los mismos años, así que íbamos a la misma clase y estudiábamos lo mismo. Eso sucedía allá por los años cuarenta, en una época en la que todos los alumnos iban a la misma clase hasta el octavo grado. No obstante, nos agrupaban por edad y tu madre y yo siempre nos sentábamos juntas. Lo hicimos así hasta que finalizamos el colegio. Probablemente ha sido la mejor amiga que he tenido nunca.
Mientras contemplaba los árboles en la distancia, Denise pareció perderse en los meandros de la nostalgia.
—¿Cómo es que no mantuvo el contacto cuando se marchó? —preguntó _____—. ¿Y por qué no...?
Hizo una pausa mientras se preguntaba cómo podía formular la pregunta que se le había ocurrido. Denise la miró de soslayo.
—¿Te preguntas por qué, si éramos tan amigas, nunca lo mencionó ni te habló de mí?
_____ hizo un gesto afirmativo, y Denise puso en orden sus pensamientos.
—Supongo que principalmente tuvo que ver con el motivo de su marcha. Tardé mucho tiempo en comprender que la distancia puede acabar hasta con las mejores relaciones.
—Eso es una pena...
—Quizá no. Supongo que depende del modo en que uno lo ve. En cuanto a mí... No sé, creo que es algo que acaba por enriquecerte. La gente viene y se va, entra y sale de tu vida casi como los personajes de tus libros favoritos. Cuando al final cierras las tapas, los protagonistas ya te han dicho todo lo que tenían que decirte, y tú puedes empezar un nuevo libro con personajes y aventuras nuevas. Así te encuentras sumergiéndote en los de aquel momento presente y no en los del pasado.
_____, que se estaba acordando de las amistades que había dejado en Atlanta, tardó unos instantes en responder.
—Puede... Todo eso es muy filosófico —contestó finalmente.
—Soy vieja. ¿Qué esperabas?
_____ depositó el vaso de té en la mesita e, inconscientemente, se limpió en los pantalones cortos la humedad que le había dejado en los dedos.
—Entonces, ¿nunca más volviste a hablar con mi madre después de que se marchara?
—¡Oh, no! Seguimos en contacto durante varios años. Pero en aquella época ella estaba enamorada y, cuando las mujeres se enamoran, no pueden pensar en otra cosa. El motivo de que desapareciera de Edenton respondía al nombre de Michael Cunningham. ¿Nunca te habló de él?
_____ negó con la cabeza, fascinada por la historia.
—No me extraña. El tal Michael era el típico gamberro del que uno desea olvidarse lo antes posible. No tenía buena reputación, si sabes a lo que me refiero, pero las chicas lo encontraban atractivo. Supongo que veían en él una combinación de peligro y seducción. Es la historia de siempre, de aquel entonces y también de nuestros días. El caso es que tu madre se marchó con él a Atlanta cuando ella se hubo graduado.
—Pero si me dijo que se había ido a Atlanta para estudiar en la universidad.
—¡Oh! Puede que en el fondo lo pensara. No obstante, la verdadera razón se llamaba Michael. Debía de tener algún poder sobre ella, eso es seguro, porque también fue el responsable de que no volviera por aquí, ni siquiera para ver a la familia o a los amigos.
—¿Cómo pudo ser?
—Bueno..., su madre y su padre, tus abuelos, no la perdonaron por haberse marchado de aquella manera. Sabían cómo era Michael realmente y le advirtieron de que si no regresaba a casa inmediatamente, no volvería a ser bienvenida nunca más. Eran de la vieja escuela y tozudos como muías, igual que tu madre. Fue como ver dos toros mirándose ferozmente y esperando que el otro hiciera el primer movimiento. Pero nadie lo hizo, ni siquiera cuando Michael fue a parar a la cuneta en beneficio de otro.
—¿Mi padre?
Denise negó con la cabeza.
—No. Otro. Tu padre apareció cuando yo ya había perdido contacto con ella.
—¿Así que no lo conociste?
—No. Pero recuerdo que cuando tus abuelos fueron a la boda estaban un poco molestos porque tu madre no me hubiera invitado. No es que pudiera haber ido. En aquella época me acababa de casar y, como todas las parejas, al principio estábamos pasando algunos apuros económicos. Con nuestro hijo recién nacido, no hubiera habido manera.
—Lo lamento.
Denise dejó su vaso en la mesa.
—No tienes por qué. No fuiste tú y, además, en cierto sentido tampoco fue tu madre; al menos, no la que yo conocía. Tu padre provenía de una familia muy respetable de Atlanta y sospecho que, en aquella etapa de su vida, tu madre se sentía algo avergonzada de sus orígenes. No es que a tu padre le importara, al fin y al cabo se casó con ella; pero me acuerdo de que tus abuelos no dijeron gran cosa a su regreso de la ceremonia. Me pareció que también se habían sentido incómodos, aunque no tuvieran motivos. Eran buenas personas, y creo que se habían dado cuenta de que ya no encajaban con el mundo de su hija, ni siquiera después de que tu padre muriera.
—¡Eso es terrible!
—Sí, es triste; pero, como te he dicho, era mutuo. Eran tozudos y tu madre era tozuda. Poco a poco se fueron distanciando.
—Sabía que mi madre no estaba muy unida a su familia, pero nunca me explicó nada de esto.
—No me extraña que no lo hiciera. Por favor, no pienses mal de ella. Yo no lo hago. ¡Estaba tan llena de vida y era tan apasionada! Su compañía siempre era emocionante. Además, tenía el corazón de un ángel, de verdad. Era una de las personas más dulces que he conocido.
Denise se volvió y la miró.
—Me parece ver mucho de ella en ti.
Mientras la mujer tomaba otro sorbo de té, _____ intentó asimilar toda aquella información sobre su madre. Entonces, como si se hubiera dado cuenta de que quizá había hablado demasiado, Denise añadió:
—Pero mírame, ¡yo, aquí, parloteando como una vieja senil! Debes de pensar que estoy para que me encierren en un asilo. Será mejor que me hables de ti para variar.
—¿De mí? No tengo mucho que contar.
—Entonces, ¿por qué no empiezas por lo más evidente? ¿Cómo es que te mudaste y regresaste a Edenton?
_____ contempló a su hijo, que se entretenía con sus camiones de juguete, y se preguntó qué estaría pensando.
—Hay unas cuantas razones.
Denise se inclinó y susurró en tono de complicidad:
—¿Algún problema con los hombres? ¿Te persigue alguno de esos asesinos en serie, como los que salen en la tele?
_____ soltó una risita.
—No. Nada tan llamativo —respondió, y a continuación hizo una pausa, frunciendo el entrecejo.
—Si es demasiado personal, no me lo cuentes. No pretendo inmiscuirme en tus asuntos.
_____ hizo un gesto negativo.
—No. No me importa hablar de ello. Es sólo que resulta duro empezar por el principio.
Denise no dijo nada, y _____ puso en orden sus recuerdos.
—Supongo que principalmente tiene que ver con Kyle. Me parece que ya te he contado que tiene problemas con el habla, ¿verdad?
Denise asintió.
—¿Y te expliqué por qué?
—No.
_____ miró a su hijo.
—Bien. En estos momentos, los médicos dicen que tiene un problema de procesos auditivos, concretamente un retraso en el lenguaje expresivo y receptivo. Básicamente, eso quiere decir que, por algún motivo que nadie sabe determinar, le resulta muy difícil aprender a hablar y le cuesta entender lo que se le dice. Creo que la mejor analogía se puede establecer con la dislexia, salvo que en lugar de tratarse de imágenes se trata de sonidos. No sé por qué razón, pero los sonidos se le mezclan y se le confunden. Es como si oyera hablar en chino y al instante siguiente fuera alemán y luego una cháchara sin sentido. Nadie sabe si el problema radica en la conexión entre el oído y el cerebro o si está en el cerebro mismo. Sin embargo, al principio ni siquiera sabían qué diagnosticarle, así que...
_____ se pasó una mano por el cabello y volvió a mirar a Denise.
—¿Estás segura de que quieres escuchar toda la historia? Es bastante larga...
La mujer le dio una palmada en la pierna.
—Sólo si quieres contármelo, hija.
La expresión y la franqueza de Denise le recordaron a su madre y, curiosamente, le pareció buena idea contárselo todo. Sólo dudó un instante antes de continuar.
—Bien. Al principio, los médicos pensaban que era sordo, así que me pasé semanas llevando a Kyle a especialistas en otorrinolaringología, hasta que, al final, descubrieron que podía oír. Más tarde dijeron que era autista, y ese diagnóstico lo mantuvieron durante casi un año, el año más estresante de mi vida. Luego pensaron que era un trastorno generalizado del desarrollo, que es una variante menos grave del autismo, y se reafirmaron en esa opinión unos meses, hasta que le hicieron más pruebas. A continuación dijeron que era retrasado o que sufría lo que llaman un «déficit de atención». Fue hace sólo seis meses que se pusieron todos de acuerdo en este último diagnóstico.
—¡Qué duro ha debido de ser para ti!
—Ni te lo imaginas. Cuando te dicen algo terrible de tu hijo, pasas por un proceso con varias etapas: incredulidad, ira, pena y finalmente aceptación. Estudias y aprendes todo lo que puedes acerca del asunto, y te entrevistas con quien sea que sepa algo; entonces, cuando ya estás preparada para hacer frente al problema, los médicos cambian de opinión y todo vuelve a empezar.
—¿Dónde estaba el padre durante todo ese calvario?
_____ hizo un gesto de resignación, y una expresión de culpabilidad le ensombreció el rostro.
—Su padre no estaba. Digamos que no había contado con quedarme embarazada. Kyle fue un desliz. Ya sabes a lo que me refiero.
Hizo una pausa y, durante unos instantes, las dos mujeres contemplaron al niño en silencio. Denise no había parecido sorprenderse ni escandalizarse ante aquella revelación. Por su expresión se habría dicho que no había establecido ningún juicio de valor. _____ prosiguió.
—Tras el nacimiento de Kyle, pedí una excedencia en la escuela en la que daba clases. Mi madre acababa de morir, y yo sólo tenía ganas de ocuparme de mi hijo. Pero, inmediatamente después, me encontré con que ya no podía regresar al colegio porque nos pasábamos los días yendo de especialista en especialista, para hacerle pruebas de todo tipo, hasta que finalmente dimos con una terapia que yo podía aplicar en casa. El resultado fue que tuve que descartar cualquier trabajo de jornada completa porque Kyle se convirtió exactamente en eso: un trabajo de veinticuatro horas. Entre tanto, había heredado esta casa, pero no quería venderla. El dinero se me acababa, así que... —_____ miró a Denise con expresión compungida—. En pocas palabras, se podría decir que me vine a vivir aquí empujada por la necesidad y para poder seguir trabajando con Kyle.
Cuando hubo acabado, Denise se quedó mirándola unos instantes antes de darle de nuevo unas palmaditas en la pierna.
—Perdóname la expresión, pero eres una madre que los tiene bien puestos. Muy poca gente habría estado dispuesta a hacer los sacrificios que tú has hecho.
_____ contempló a su hijo, que jugaba apaciblemente.
—Sólo quiero que se ponga bien.
—Por lo que me has dicho, diría que ya ha empezado a hacerlo.
Denise dejó que la frase surtiera su efecto antes de recostarse en su asiento y proseguir.
—¿Sabes? Me acuerdo de haber visto a Kyle en la biblioteca mientras tú usabas los ordenadores, pero nunca se me ocurrió que pudiera tener alguna minusvalía, no importa de qué tipo. Parecía igual que el resto de los chicos, con la diferencia de que era más educado.
—Puede, pero todavía le cuesta hablar.
—A Einstein y a Teller les pasó lo mismo, pero al final acabaron convirtiéndose en dos de los más grandes científicos de su tiempo.
—¿Cómo sabías eso?
Aunque _____ estaba al corriente de aquella anécdota porque había leído todo lo que se podía leer acerca del tema, la sorprendió, aparte de impresionarla, que Denise estuviera también al corriente.
—¡Oh! Te sorprendería de la cantidad de información trivial que he llegado a acumular con el paso de los años. No me preguntes por qué, pero soy como una especie de aspirador cuando se trata de estos temas.
—Deberías presentarte a ese concurso de la televisión...
—Me encantaría, pero el presentador es tan guapo que estoy convencida de que me quedaría en blanco tan pronto como me dirigiera la palabra. Me quedaría mirándolo, pensando en el modo de conseguir que me besara, como sucede en las películas.
—Vaya. ¿Qué diría tu marido si te oyera hablar así?
—Estoy segura de que no le importaría. —Su voz se entristeció ligeramente—. Murió hace ya bastantes años.
—¡Oh! Lo siento. No lo sabía.
—No te preocupes.
_____ jugueteó con las manos en el repentino silencio.
—Y... ¿nunca más te volviste a casar?
Denise negó con un gesto.
—No. De alguna manera fue como si no tuviera tiempo de conocer a nadie más. Joseph me daba bastante trabajo y tenía que dedicarme si quería mantenerme a su altura.
—¡Caramba, eso me suena! Yo tengo la impresión de que todo lo que hago es trabajar en el restaurante y trabajar con Kyle.
—¿Estás en Eights, con Ray Toler?
—Pues sí. Conseguí el puesto nada más llegar.
—¿Ya te ha hablado de sus hijos?
—Sí, sólo unas doscientas veces.
A partir de aquel momento, la conversación derivó hacia el trabajo de _____ y la multitud de proyectos que parecían ocupar el tiempo de Denise. El ritmo de una conversación era algo a lo que ella no estaba acostumbrada y lo encontró sorprendentemente relajante.
Al cabo de media hora, Kyle se cansó de jugar con los camiones y los dejó en el porche (sin que nadie tuviera que decírselo, Denise se percató de aquel detalle) antes de acercarse a su madre. Tenía el rostro enrojecido por el sol y el flequillo pegado de sudor a la frente.
—«¿Edo omer carones on eso?»
—¿Macarrones y queso? —repitió _____. —Claro, cariño. Vamos a prepararlos.
Las dos mujeres se levantaron y fueron a la cocina mientras Kyle las seguía y dejaba sus huellas en el suelo. Fue hasta la mesa y se sentó mientras _____ abría la despensa.
—¿Quieres quedarte a almorzar? Puedo añadir unos bocadillos.
Denise miró su reloj.
—Me encantaría, pero no puedo: tengo una reunión en el centro para hablar del festival de este fin de semana. Aún quedan cuestiones que debemos resolver.
_____ estaba llenando una cazuela con agua y la miró por encima del hombro.
—¿Festival?
—Sí, este fin de semana. Es una especie de acontecimiento anual que inaugura el verano. Espero que puedas asistir.
_____ encendió el fuego y puso el recipiente encima.
—No lo había pensado.
—¿Por qué no?
—Pues por una sencilla razón: porque nunca había oído hablar de él.
—Realmente, eso quiere decir que no estás en la onda.
—No hace falta que me lo recuerdes.
—Entonces tienes que ir. A Kyle le encantará. Hay comida, tenderetes con productos de artesanía, concursos y una feria ambulante. Hay para todos los gustos.
Inmediatamente, _____ empezó a hacer una lista mental de los posibles gastos.
—No sé si podremos —dijo al final, pensando en una excusa—. El sábado por la noche debo ir a trabajar.
—Vamos. No hace falta que la pasen todo el día. Pueden ir por la mañana si te parece. Es francamente divertido. Si quieres, puedo presentarte a gente de tu edad.
_____ no respondió inmediatamente, y Denise percibió sus vacilaciones.
—Bueno, piénsalo. ¿De acuerdo?
La mujer recogió su bolso y _____ se cercioró de que el agua no hirviera antes de acompañarla a la puerta. Se pasó una mano por el cabello y se arregló algunas mechas desordenadas.
—Te agradezco que hayas venido. Ha sido agradable poder hablar con un adulto, para variar.
—Lo he pasado estupendamente —repuso Denise, al tiempo que le daba un efusivo e inesperado abrazo—. Gracias a ti por invitarme.
Cuando Denise se dio la vuelta para marcharse, _____ se dio cuenta de que se había olvidado de mencionarle algo.
—¡Por cierto! No te he dicho que ayer me encontré con Joseph en el centro.
—Ya lo sabía. Hablé con él anoche.
Tras un breve silencio, Denise se ajustó la correa del bolso.
—Tenemos que repetir lo de hoy —dijo.
—Sí. Me encantaría.
_____ la vio bajar los escalones del porche y encaminarse hacia su coche. Cuando Denise abrió la puerta se volvió hacia ella.
—¿Sabes?, Joseph irá al festival con el resto del Cuerpo de bomberos —explicó como si no le diera importancia—. Su equipo de softball juega a las tres de la tarde.
—¡Oh! —fue todo lo que a _____ se le ocurrió decir.
—Bueno. Si decides ir, ya sabes dónde puedes encontrarme.
_____ permaneció bajo el porche mientras la mujer se sentaba al volante y ponía el coche en marcha con una leve sonrisa en los labios.
Nataly(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 13
—¡Eh, hola! —la saludó Denise alegremente—. No estaba segura de que fueras a venir.
Era sábado por la tarde, pasadas las tres, y _____ y su hijo se abrían camino entre los espectadores que llenaban las gradas.
No les había sido difícil dar con el partido ya que éste tenía lugar en la única zona con graderías y vallada. _____ había localizado fácilmente a Denise, sentada en uno de los bancos, mientras aparcaban las bicicletas, y la mujer los había saludado con la mano.
_____ agarró a Kyle mientras trepaban hacia los asientos de la parte alta.
—¡Hola!... Sí, lo hemos conseguido. No sabía que Edenton tuviera tantos habitantes. Nos ha costado movernos entre tanta gente.
El centro había sido convertido en zona peatonal y rebosaba de transeúntes. La calle principal estaba decorada con banderas a lo largo de las aceras, donde se alineaban los tenderetes de los vendedores de productos de artesanía, y la multitud caminaba entre ellos parándose para examinar las mercancías y entrando y saliendo de las tiendas con sus compras. Cerca del Cook's Drugstore, había montada una zona para niños donde éstos podían construir sus propios juguetes y hacer manualidades con los productos que los habitantes de Edenton habían donado (pegamento, pinas, cartón, espuma de poliuretano y globos). En la plaza, la feria estaba en su apogeo y se veían largas colas ante las atracciones.
Kyle y su madre habían caminado un rato empujando las bicicletas y disfrutando del bullicio del festival. En el otro extremo de la ciudad, el parque estaba atestado de puestos de comida y juegos. Se celebraba un concurso de barbacoas en una zona cercana a la carretera, a la sombra de los árboles, y en una esquina los Shriners servían en una freiduría de pescado. Por todas partes, la gente preparaba sus propias meriendas a base de hamburguesas y perritos calientes en pequeñas parrillas para familiares y amigos.
Cuando alcanzaron las gradas superiores, Denise se desplazó para hacerles sitio, y Kyle se metió entre su madre y ella, apoyándose casi coquetamente en la mujer, riéndose como si la situación tuviera gracia. Acto seguido, tras recobrar la compostura, sacó del bolsillo un avión de juguete que su madre había insistido en que se llevara. _____ no albergaba la menor esperanza de poder explicarle a su hijo el funcionamiento del juego que iban a ver, así que había preferido que Kyle tuviera algo con lo que entretenerse.
—Viene mucha gente de fuera a ver el festival de Edenton —le explicó Denise—. Llegan de todos los rincones del condado. Para muchos es una de las pocas ocasiones de encontrarse con los viejos amigos a los que hace tiempo que no han visto. Es una buena manera de ponerse al día.
—Sí. Eso parece.
Denise le dio un leve codazo a Kyle.
—Hola, Kyle. ¿Cómo vamos?
Con una expresión muy seria, hundiendo el mentón en el pecho, el chico le mostró orgulloso su juguete.
—«Ayón» —dijo, levantándolo para que lo viera.
A pesar de que _____ sabía que así era como Kyle se comunicaba de manera inteligible para él, le dio una palmadita en el hombro y le dijo:
—Kyle, di: «Estoy bien, gracias.»
—«Toy ien, asias» —dijo, moviendo la cabeza adelante y atrás al ritmo de las sílabas. A continuación, se concentró en su juguete.
Su madre lo rodeó con el brazo e hizo un gesto en dirección al terreno de juego.
—¿A favor de quién hemos de ir?
—De cualquiera de los dos, en realidad. Joseph está en la tercera base con los de rojo, que son el equipo de Los Voluntarios de Chowan, los que pertenecen al Cuerpo de bomberos. Los de azul son Los Ejecutores de Chowan, y lo componen las fuerzas de la policía local y el sheriff. Todos los años juegan en beneficio de la ciudad: el equipo perdedor debe donar quinientos dólares a la biblioteca.
—¡Vaya! ¿Y de quién pudo ser semejante idea? —preguntó _____ con socarronería.
—Pues mía, naturalmente.
—Así la biblioteca gana siempre.
—Así es como debe ser —dijo Denise—. La verdad es que todos se lo toman muy en serio. Hay un montón de egos ahí abajo. Ya sabes cómo son los hombres con eso.
—¿Cómo va el marcador?
—Cuatro a dos a favor de los bomberos.
_____ vio a Joseph en el campo de juego, agachado en la típica postura, golpeándose el guante con la otra mano y preparado. El lanzador tiró una bola increíblemente alta, y el bateador la envió de un golpe certero hacia el centro del campo. El corredor de la tercera base alcanzó la meta y redujo un punto el marcador.
—¿No ha sido Cari Huddle el que ha bateado?
—En efecto. La verdad es que Cari es uno de los mejores jugadores. Él y Joseph solían hacer equipo en el instituto.
Durante la hora siguiente, _____ y Denise se dedicaron a ver el partido, a hablar de Edenton y a animar a ambos equipos. El partido se jugaba a siete entradas y estaba resultando más emocionante de lo que _____ había pensado. Se marcaban muchos puntos y no se perdían tantos como había creído. Joseph hizo unas cuantas jugadas para sacar a los corredores, pero la mayor parte del tiempo el juego estaba dominado por los pegadores, y el liderazgo cambiaba de lado con cada entrada. Casi todos los jugadores consiguieron acertar con el bate y mandar la bola al otro lado del campo, lo que obligó a los corredores exteriores a esforzarse. _____ se dio cuenta de que éstos eran bastante más jóvenes y que sudaban bastante más que los del perímetro interior.
Sin embargo, Kyle no tardó en aburrirse con el partido tras la primera entrada y se puso a jugar encima y debajo de las gradas, trepando y saltando, corriendo de un lado para otro. A _____ la puso nerviosa la posibilidad de perderlo de vista habiendo tanta gente alrededor y no dejaba de levantarse para localizarlo.
Cada vez que ella se incorporaba, Joseph se sorprendía mirando en su dirección. La había visto cuando ella había llegado con Kyle de la mano, caminando despacio mientras examinaba las graderías, indiferente al hecho de que los hombres giraban la cabeza para admirarla: la camisa blanca metida dentro de los pantalones cortos, las largas piernas, las sandalias negras y el oscuro pelo suelto flotando sobre los hombros...
Por alguna razón que no supo explicarse, sintió una punzada de envidia por el hecho de que era su madre y no él quien estaba sentado al lado de ella.
Su presencia lo distraía, y no sólo porque le hacía pensar en lo que Melissa le había dicho. _____ estaba sentada en las gradas que había entre la primera base y la de meta, y él, desde su posición en la tercera base, no podía evitar tenerla en su campo de visión. Tampoco podía evitar lanzarle frecuentes miradas, como si quisiera asegurarse de que no se había marchado. Cada vez que lo hacía se reprendía a sí mismo, pero no hubo manera de que lo dejara. En una ocasión, se entretuvo más de la cuenta observándola. Ella se percató y lo saludó con la mano. Joseph devolvió el gesto con una sonrisa de compromiso y se dio la vuelta mientras se preguntaba cómo era posible que aquello lo hiciera sentirse de nuevo como un maldito quinceañero.
—Conque es ella, ¿eh? —preguntó Mitch mientras ambos estaban sentados, entre juego y juego.
—¿Quién?
—_____, la que está con tu madre.
—No sé. No me he dado cuenta —repuso Joseph mientras hacía girar el bate, esforzándose por aparentar indiferencia.
—Pues tenías razón.
—¿Razón? ¿En qué?
—Es guapa.
—Yo no he dicho nada. Lo dijo Melissa.
—¡Oh!... Es verdad.
Joseph se concentró en el partido, y Mitch hizo lo propio.
—Entonces, ¿por qué la mirabas? —preguntó al cabo de un rato.
—No la estaba mirando.
—¡Oh! Ya entiendo —exclamó Mitch de nuevo, sin apenas molestarse en disimular una sonrisa.
En la séptima entrada, cuando a Joseph le llegó el tumo de batear, los Voluntarios de Chowan iban por detrás con un marcador de catorce a doce.
Kyle había dejado momentáneamente sus correrías y estaba paseando cerca de la valla cuando vio a Joseph haciendo sus ejercicios de bateador.
—«¡Oha, Joe!» —dijo alegremente, igual que cuando se habían encontrado en Merchants.
Al oír aquella voz, Joseph dio media vuelta y se acercó a la verja.
—¡Eh, Kyle! Me alegro de verte. ¿Cómo estás?
—«E hornero» —dijo Kyle señalándolo con el dedo.
—Claro que lo soy. ¿Te divierte ver el partido?
En lugar de contestar, Kyle alzó su avión de juguete para que Joseph pudiera verlo bien.
—¿Qué tienes ahí, hombrecito?
—«Ayón.»
—¡Caramba, es cierto! ¡Qué avión tan bonito!
—«Edes cogelo» —dijo, pasándoselo a través de la verja.
Joseph vaciló; luego, lo tomó y lo estudió atentamente mientras Kyle lo miraba con aire orgulloso. De repente, oyó que lo llamaban al terreno de juego.
—Gracias por enseñarme tu avión. ¿Quieres que te lo devuelva?
—«Edes cogelo» —repitió.
Joseph dudó antes de decidirse.
—Está bien —dijo—. Será mi amuleto de la suerte. Te lo devolveré. —Se aseguró de que Kyle veía cómo se lo guardaba en el bolsillo. El niño juntó las manos—. ¿Está bien así? —preguntó Joseph.
Kyle no contestó, pero no pareció que le molestara.
Joseph aguardó un par de segundos para estar seguro y se marchó a ocupar su lugar en la meta. _____ le hizo un gesto afirmativo. Tanto ella como Denise habían sido testigos de la escena y de lo que ésta implicaba.
—Tengo la impresión de que a mi hijo le gusta Joseph.
—Y yo tengo la impresión de que es mutuo —repuso Denise.
En el segundo lanzamiento, Joseph mandó la pelota de un poderoso golpe al campo de la derecha y se lanzó a la carrera hacia la primera base mientras otros dos jugadores también corrían. La pelota cayó y botó tres veces antes de que los contrarios pudieran recogerla. El jugador que la atrapó perdió el equilibrio al arrojarla, y Joseph se lanzó hacia la segunda base mientras se preguntaba si podría alcanzar la base de meta. Al final, su buen juicio se impuso y llegó a salvo a la tercera. Los Voluntarios habían conseguido dos puntos y empatar el encuentro. Joseph anotó otro punto cuando bateó el siguiente jugador. Camino del banco de los suplentes, le devolvió el avión a Kyle con su mejor sonrisa.
—Ya te dije que me daría suerte, hombrecito. Es un buen avión.
—«í, ayón beno.»
Habría sido una estupenda manera de acabar el partido, pero desgraciadamente no fue así. Al final de la séptima entrada, los Ejecutores se anotaron la victoria porque Cari Huddle envió la pelota fuera del terreno de un golpe certero.
Al terminar el partido, _____ y Denise abandonaron las gradas junto al resto de los espectadores que se encaminaban hacia el parque, donde esperaban la cerveza y la comida. Denise señaló el lugar donde se iban a sentar.
—Se me está haciendo tarde —se disculpó—. Se supone que tengo que ir a ayudar. ¿Qué te parece si me reúno contigo allí?
—Perfecto. Nos encontraremos en unos minutos. Primero debo ir a buscar a Kyle.
Cuando _____ se acercó, el niño estaba todavía al lado de la valla, cerca de donde Joseph recogía sus cosas. No se dio la vuelta cuando lo llamó, y ella tuvo que darle un golpecito en el hombro para captar su atención.
—Kyle, ven conmigo. Nos vamos.
—No —repuso, negando con la cabeza.
—El partido ha terminado.
Kyle la miró con expresión preocupada.
—«No, no sa cabado.»
—¿Te gustaría que fuéramos a jugar?
—«No, no ta» —repitió, ceñudo, y en voz más grave.
_____ sabía exactamente lo que aquello significaba: era una de las maneras que Kyle tenía de expresar su frustración ante las dificultades para hacerse entender. También era el primer paso previo a una colosal pataleta, y Kyle tenía buenos pulmones. Vaya si los tenía.
Lo natural es que todos los niños tengan alguna rabieta de vez en cuando, y _____ no esperaba que su hijo fuera perfecto; pero Kyle las pillaba porque le costaba expresarse con la suficiente claridad.
Se enfadaba con su madre porque ella no lo comprendía. _____ se enfadaba con él porque no sabía expresarse, y todo degeneraba en un círculo vicioso, cuesta abajo y sin frenos. No obstante, lo peor eran los sentimientos que semejantes situaciones despertaban en ella.
Cada vez que ocurría, _____ se veía obligada a enfrentarse al hecho de que su hijo todavía tenía graves problemas. Aunque sabía que no era culpa de Kyle, aunque sabía que era ella quien se equivocaba, si la pataleta le agotaba la paciencia, terminaba gritándole como una histérica, igual que él a ella.
«¿Tan difícil es encadenar tres o cuatro palabras? ¿Por qué no puedes hacerlo? ¿Por qué no puedes ser como los demás niños? ¿Por qué no puedes ser normal? ¡Por el amor de Dios!»
Luego, cuando las cosas se tranquilizaban, se sentía fatal. ¿Cómo era posible que, queriéndolo tanto, fuera capaz de decirle aquellas barbaridades? ¿Cómo era posible que llegaran a ocurrírsele siquiera? Tras aquellas broncas, _____, incapaz de dormir, se echaba en la cama y se quedaba mirando el techo mientras se consideraba a sí misma la peor madre del mundo.
Más que ninguna otra cosa, lo que no deseaba era montar una escena en aquel momento y en aquel lugar.
Hizo un esfuerzo para serenarse y se prometió que no alzaría la voz: «De acuerdo... Ve despacio... Él hace lo que puede.»
—No, no está —dijo, repitiendo las últimas palabras de Kyle.
—«I.»
Lo cogió por el brazo en previsión de lo que pudiera ocurrir y para atraer toda su atención. —Kyle. ¿Él no qué?
—Nooo... —La palabra salió como un quejido; de la garganta le brotó un gorgoteo, e intentó desasirse.
«Está a punto de estallar», se dijo _____ antes de intentarlo de nuevo con algo que creía que él entendería.
—¿Quieres que nos vayamos a casa?
—No.
—¿Estás cansado?
—No.
—¿Tienes hambre?
—No.
—Kyle...
—¡No! —exclamó él, interrumpiéndola y negando violentamente con la cabeza. Estaba enfadado y el color le subía a las mejillas.
—Kyle. ¿Él no qué? —preguntó de nuevo haciendo gala de paciencia.
—«E no...»
—¿Él no qué? —repitió _____.
—«E no... Kay» —dijo al fin.
_____ estaba completamente confundida.
—¿Tú no eres Kyle?
—«I.»
—Tú no eres Kyle —aseveró esta vez.
Había aprendido que las repeticiones eran importantes, y repetía las cosas para comprobar que los dos estuvieran en la misma onda.
—«I.»
«¿Cómo?», pensó mientras intentaba hallar un sentido a todo aquello.
—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó—. ¿Es Kyle?
El negó con la cabeza.
—«No, no Kay. E ecito.»
_____ lo repasó en su cabeza una y otra vez hasta que estuvo segura de que lo había entendido.
—¿«Hombrecito»? —preguntó.
Kyle asintió y sonrió abiertamente. Su enfado se había evaporado tan deprisa como había aparecido.
—«E ecito» —repitió.
_____ se quedó mirándolo sin saber qué responderle.
«"Hombrecito." Dios mío —se dijo—, ¿cuánto va a durar esto?»
En aquel instante, Joseph se les acercó con la bolsa de deporte al hombro.
—Hola, _____. ¿Cómo estás? —la saludó mientras se quitaba el sombrero y se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
_____ se volvió hacia él, todavía desconcertada.
—No estoy muy segura de cómo estoy.
Los tres se pusieron a caminar juntos por el parque, y _____ le contó la conversación que acababa de mantener con Kyle. Cuando ella hubo acabado, Joseph le dio unas palmadas en el hombro al chico.
—Conque hombrecito, ¿eh?
—«í. Ecito» —contestó Kyle, muy orgulloso.
—No se te ocurra animarlo —intervino _____, negando vehementemente con la cabeza.
A Joseph todo aquello le parecía francamente divertido y no se tomó la molestia de disimularlo. Por su parte, Kyle lo contemplaba como si fuera una de las siete maravillas del mundo.
—Pero si la verdad es que es un todo un hombrecito —terció en su defensa—. ¿A que sí?
El niño asintió, complacido por tener a alguien de su lado. Joseph rebuscó en el fondo de su bolsa de deportes, sacó una vieja pelota de béisbol y se la entregó.
—¿Te gusta el béisbol? —preguntó.
—«E una Iota» —respondió.
—Es algo más —repuso Joseph, muy serio—. Es una pelota de béisbol.
Kyle pareció meditarlo.
—«í. E una Iota éisol.»
La aferró y la estudió detenidamente, como si fuera a desentrañar algún secreto que sólo él era capaz de entender. Luego, vio un tobogán para niños que estaba un poco más allá y, de repente, éste adquirió prioridad sobre lo demás.
—«E quere corer alí» —dijo ansiosamente mientras señalaba la dirección.
—Di: «Quiero correr» —le pidió su madre.
—«Quero corer» —murmuró.
—Muy bien, adelante. Pero no te alejes demasiado.
Kyle salió disparado hacia la zona de juegos, convertido en una explosión de incontrolable energía. Afortunadamente, el lugar se encontraba cerca de los bancos donde habían decidido sentarse. Dado que todos los que habían ido al partido lo habían hecho acompañados de sus hijos, Denise había escogido el sitio exactamente por aquella razón. _____ y Joseph contemplaron cómo Kyle corría.
—Es un encanto de chico —comentó Joseph con una sonrisa.
—Gracias. Sí, es un buen chico.
—Lo de «hombrecito» no será un problema, ¿verdad?
—Espero que no... Tuvo una época, hace unos meses, durante la que se empeñó en que era Godzilla y sólo respondía a ese nombre.
—¿Godzilla? ¿En serio?
—Sí. Parece divertido cuando lo recuerdo, pero en aquel momento... ¡Qué horror! Una vez estábamos en una tienda y se me escapó entre los expositores. Tuve que recorrer el sitio de arriba abajo llamándolo «Godzilla» en voz alta. No te imaginas cómo nos miraban. Cuando Kyle apareció, había una señora que me contemplaba como si fuera extraterrestre. Estaba claro que se preguntaba qué clase de madre puede ponerle a un hijo el nombre de «Godzilla».
Joseph se puso a reír.
—Es fantástico.
—Sí... No sé qué decirte —contestó _____ entornando los ojos en un gesto que estaba a medio camino entre la resignación y la exasperación.
Sus miradas se encontraron durante un instante, y ambos la sostuvieron antes de apartar la vista. Luego, caminaron en silencio. Tenían el mismo aspecto que cualquier otra joven pareja del parque.
No obstante, Joseph siguió observándola por el rabillo del ojo: _____ tenía un aspecto radiante bajo el cálido sol de junio. Se dio cuenta de que el color de sus ojos era como el jade verde y de que tenían un toque misterioso y exótico. Era más baja que él, y se movía con la gracia de la gente que está segura del terreno que pisa; pero se trataba de algo más que eso: se trataba de la inteligencia que había demostrado por su forma de tratar a Kyle y sobre todo por el amor que le profesaba. Para Joseph aquellas cosas eran las que de verdad tenían importancia, y se dio cuenta de que Melissa había tenido razón después de todo.
—Jugaste un buen partido —dijo _____ finalmente, interrumpiendo sus pensamientos.
—Sí, pero no ganamos.
—Pero, a pesar de todo, jugaste bien. Eso cuenta.
—Puede, pero no ganamos.
—¡Ése es el típico comentario de un hombre! Espero que Kyle no vaya por ese camino.
—Irá. No lo puede evitar. Lo llevamos en los genes.
_____ se rió, y pasearon un poco más sin decir nada.
—¿Cómo fue que te metiste en los bomberos? —le preguntó.
Aquella pregunta despertó en la mente de Joseph una imagen de su padre. Tragó saliva para borrarla de sus pensamientos.
—Es algo que deseaba hacer desde que era pequeño.
A pesar de que ella detectó un cambio en el tono de voz, no vio que su expresión variara mientras miraba a la gente en la distancia.
—¿Cómo funciona en el caso de los voluntarios? ¿Simplemente los llaman cuando se produce una emergencia?
Joseph hizo un gesto despreocupado, aliviado por alguna razón.
—Sí. Más o menos.
—¿Fue así como me encontraste la otra noche? ¿Alguien llamó para avisar?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Se trató simplemente de un caso de buena suerte. Todos los del Cuerpo estaban fuera a causa de la tormenta. Los cables del tendido eléctrico habían caído derribados, y mi tarea era iluminarlos con bengalas para que nadie se topara con ellos. Fue una casualidad que viera tu accidente y me detuviera para comprobar si había heridos.
—Y allí estaba yo —dijo _____.
Joseph se detuvo y la miró.
—Sí. Allí estabas tú.
En las mesas se amontonaba comida suficiente para alimentar a un regimiento, que era más o menos el volumen de gente que había deambulando por la zona.
A un lado, cerca de las parrillas en las que se asaban las hamburguesas y las salchichas, había cuatro grandes contenedores llenos de hielo y cerveza.
Cuando se acercaron, Joseph dejó su bolsa en el suelo junto a las demás y cogió una cerveza; luego, sacó una lata de Coor's Light y se la ofreció a _____.
—¿Te apetece?
—Si hay bastantes, sí.
—Las neveras están llenas. Si hoy se acaban las bebidas, será mejor que no ocurra nada esta noche: de lo contrario, no habrá nadie en condiciones de responder.
Le entregó la lata, y ella la abrió. Nunca había sido una gran aficionada a la bebida, ni siquiera antes de que Kyle naciera; pero en un día de calor como aquél, una cerveza le resultaba refrescante.
Joseph le dio un largo sorbo a la suya al tiempo que Denise los localizaba. La mujer dejó unos cuantos platos de cartón sobre la mesa y se acercó.
—Lamento que hayás perdido, pero me debes quinientos pavos —le dijo mientras le daba un rápido abrazo.
—No sabes cuánto agradezco tu apoyo.
Denise se echó a reír.
—¡Vamos, ya sabes que te estoy tomando el pelo!
Lo estrechó nuevamente antes de volverse hacia _____.
—Bueno, ahora que estás aquí, ¿qué te parece si te voy presentando?
—Claro, pero déjame comprobar primero por dónde anda Kyle.
—Se encuentra perfectamente. Acabo de verlo. Está jugando en el tobogán.
Como si tuviera un radar, _____ lo localizó al instante. En efecto, estaba jugando, pero se lo veía sudoroso. Incluso desde aquella distancia podía apreciar que tenía el rostro arrebolado.
—Hum... ¿No les importa si le llevo algo de beber? ¿Un refresco o algo?
—Claro que no. ¿Qué le gusta, Coca-Cola, Sprite, cerveza sin alcohol?
—Un Sprite.
Por el rabillo del ojo, Joseph vio que Melissa y Kim, la embarazada mujer de Cari Huddle, se acercaban para saludar. Melissa mostraba la misma expresión de triunfo que había desplegado la noche que él había ido a cenar a su casa. Estaba claro que los había visto paseando juntos.
—Dame la bebida. Yo se la llevaré —propuso inmediatamente para no tener que contemplar la actitud de Melissa—. Me parece que viene gente a saludar.
—¿Estás seguro? —preguntó _____.
—Completamente seguro —contestó—. ¿Qué prefiere Kyle, una lata o un vaso?
—Un vaso.
Joseph le dio otro trago a su cerveza antes de ir hacia la mesa a preparar el refresco y evitó toparse con Melissa y Kim por pocos segundos.
Denise les presentó a _____ y, tras haber intercambiado los saludos de rigor y charlar durante unos minutos, entre las tres se la llevaron para que conociera a más gente.
Aunque nunca se había sentido cómoda ante desconocidos, a _____ le resultó menos difícil de lo que había imaginado. Lo relajado de la situación —los niños corrían de un lado a otro, la gente iba vestida de sport y se mostraba alegre y risueña— le facilitó las cosas, y tuvo la impresión de que era una reunión en la que todos eran bienvenidos.
Durante la media hora que siguió, conoció a una docena de personas, de las cuales, tal como Denise le había dicho, la mayoría tenía hijos. Los nombres se le amontonaron en la memoria y al final tuvo dificultades para recordarlos todos, aunque hizo todo lo que pudo con los de la gente de su edad.
Luego, llegó la hora del almuerzo de los chicos, y éstos se amontonaron alrededor de las mesas tan pronto como aparecieron los platos llenos de hamburguesas y frankfurts.
Kyle, naturalmente, no fue a comer con ellos, pero a _____ le sorprendió no ver tampoco a Joseph. Lo había perdido de vista cuando él le había llevado la bebida a Kyle. Miró entre la multitud mientras se preguntaba si se habría marchado sin que nadie se percatara, pero no lo divisó por ninguna parte. Entonces escrutó la zona infantil con curiosidad y los vio allí, a los dos, frente a frente.
Cuando se dio cuenta de lo que estaban haciendo se quedó muda de asombro. No podía creerlo, así que cerró los ojos un instante y los volvió a abrir.
Se quedó muy quieta contemplando cómo Joseph le lanzaba la pelota a Kyle, que se hallaba de pie, con los brazos extendidos y muy juntos ante sí. El niño no movía un músculo mientras la pelota surcaba el aire. Luego, como por arte de magia, la bola aterrizaba limpiamente en sus pequeñas manos.
_____ no pudo menos que contemplar la escena, asombrada.
Joseph Jonas estaba jugando a la pelota con su hijo.
El último lanzamiento de Kyle salió desviado, como la mayoría de los que lo habían precedido, y Joseph corrió en pos de la pelota. Cuando se agachaba para recogerla de la hierba, vio que _____ se acercaba.
—¡Ah, hola! —dijo con toda naturalidad—. Estábamos jugando a tirarnos la bola.
—¿Llevan así todo el rato? —preguntó, incapaz todavía de ocultar su incredulidad.
Kyle nunca había querido jugar a la pelota y, aunque ella había intentado que le gustara, él jamás había querido ni probarlo. No obstante, el motivo de su sorpresa tenía que ver más con Joseph que con su hijo. Aquélla había sido la primera ocasión en que alguien se había tomado la molestia de enseñarle al niño algo nuevo, algo que los demás niños hacían: se había puesto a jugar con Kyle cuando nadie jugaba con Kyle. Joseph asintió.
—Más o menos. Yo diría que le gusta.
En ese instante, su hijo la vio y la saludó con la mano.
—«Oha, ama.»
—¿Te estás divirtiendo?
—«E me ansa Iota» —exclamó, muy contento. _____ no pudo reprimir una sonrisa.
—Ya lo veo. Menudo lanzamiento, ¿eh?
—«í. Me ansa» —repitió.
Joseph se echó hacia atrás la visera del sombrero.
—A veces tiene un buen brazo —explicó, como si quisiera justificar por qué no había logrado atrapar el lanzamiento de Kyle.
_____ seguía mirándolo.
—¿Cómo has conseguido que jugara?
—¿A qué? ¿A tirar la pelota? No lo sé. Creo que ha sido idea suya —contestó encogiéndose de hombros, claramente ajeno a la proeza que acababa de realizar—. Cuando se terminó el refresco me la lanzó y casi me dio en la cabeza, así que se la devolví y le di algunos consejos para que aprendiera a atraparla. Los pilló en un santiamén.
—«¡Ansa, ansa!» —exclamó Kyle, impaciente, con los brazos extendidos.
Joseph miró a _____ en busca de su aprobación.
—Vamos. Tírasela —contestó ella—. Quiero ver esto con mis propios ojos otra vez.
Joseph se colocó en posición a escasa distancia de Kyle.
—¿Preparado?
Kyle, que estaba muy concentrado, no respondió. _____ cruzó los brazos con expectación.
—¡Allá va! —gritó Joseph, lanzando la bola despacio en un amplio arco.
La pelota golpeó a Kyle en el pecho, rebotó y cayó al suelo. El muchacho se agachó, veloz, la recogió y se la lanzó a Joseph con precisión, de manera que éste pudo atraparla en el aire sin apenas moverse del sitio.
—¡Buen tiro! —exclamó.
La pelota repitió el viaje de ida y vuelta unas cuantas veces más antes de que _____ los interrumpiera.
—¿Qué te parece un descanso? —propuso.
—Si él está de acuerdo...
—Podría pasarse así un buen rato. Cuando encuentra algo que le gusta no le apetece dejarlo.
—Ya decía yo...
—De acuerdo, cariño, sólo una vez más —le dijo _____ a su hijo.
Kyle sabía lo aquello significaba y contempló un momento la pelota antes de lanzarla. El tiro salió desviado a la derecha, y de nuevo Joseph no pudo atraparla.
La bola se detuvo a los pies de _____, que la recogió mientras Kyle se dirigía hacia ella.
—¿Eso es todo? —preguntó Joseph, estupefacto ante el buen talante del niño—. ¿Ni una queja?
—No, ninguna. Suele portarse muy bien en este aspecto.
_____ lo alzó del suelo y lo estrechó entre sus brazos.
—Has jugado muy bien.
—«í» —contestó Kyle alegremente.
—¿Te gustaría jugar un rato en el tobogán? —preguntó.
Kyle asintió, y ella lo dejó en tierra. Inmediatamente salió corriendo hacia la zona de juegos.
Cuando estuvieron solos, _____ miró cara a cara a Joseph.
—Ha sido fantástico lo que has hecho, pero no tenías por qué quedarte todo el rato.
—Lo sé, pero me apetecía. Es un chico muy divertido.
Ella sonrió, agradecida, mientras pensaba qué pocas veces había escuchado un comentario así acerca de su hijo.
—La comida está lista, si te apetece tomar algo —propuso ella.
—La verdad es que no tengo mucho apetito. Si no te importa, preferiría terminar la cerveza.
La lata descansaba en un banco, al lado de la zona de juegos, y ambos se encaminaron hacia allí. Joseph la cogió y bebió un largo trago. Por el ángulo del recipiente, _____ se percató de que debía de estar casi lleno; vio las gotas de sudor que salpicaban las mejillas de Joseph. Unos mechones de oscuro cabello se le escapaban por debajo del sombrero, y tenía la camisa húmeda y pegada al torso. Saltaba a la vista que Kyle lo había mantenido ocupado de verdad.
—¿Quieres sentarte un momento? —propuso ella.
—Claro.
Entre tanto, Kyle se había metido en la torre de tubos de hierro y trepaba por ella estirando los brazos tanto como podía, imitando a los monos.
—«¡Mía, ama!» —gritó de repente.
_____ se dio la vuelta y vio que Kyle saltaba desde una altura de más de un metro y medio y aterrizaba con un golpe sordo en la arena. Enseguida se puso de pie sonriendo satisfecho y se limpió la tierra de las rodillas.
—Ten cuidado, ¿quieres? —le advirtió su madre.
—«E atado» —contestó.
—Sí, has saltado muy bien.
—«E atado» —repitió Kyle.
Mientras _____ tenía la atención puesta en su hijo, Joseph observó cómo el pecho de ella subía y bajaba con cada inspiración y el modo en que cruzaba las piernas. Por alguna razón, aquellos movimientos le parecieron extrañamente sensuales y cuando ella se volvió para mirarlo se aseguró de que la conversación transcurriera por los cauces normales.
—¿Qué, ya te han presentado a todo el mundo? —preguntó.
—Eso creo —repuso—. Parece buena gente.
—Lo son. A la mayoría de ellos los conozco desde que era pequeño.
—Tu madre me cae muy bien. Se ha portado conmigo como una verdadera amiga.
—Es una dama encantadora.
Durante los siguientes minutos se dedicaron a observar a Kyle mientras éste recorría todos y cada uno de los juegos del parque, deslizándose, trepando, saltando y arrastrándose. Parecía que tenía unas reservas inagotables de energía y, a pesar del calor y la humedad, no aminoraba en ningún momento.
—Creo que ya estoy listo para una hamburguesa. Apuesto a que tú ya te has comido una.
_____ miró la hora.
—La verdad es que no, pero tenemos que irnos. Esta noche trabajo.
—¿Te marchas ya?
—Dentro de unos minutos. Son casi las cinco y todavía tengo que darle la cena a Kyle y vestirme para el trabajo.
—Puede tomar algo aquí. Hay comida para parar un tren.
—Kyle no come perritos calientes ni patatas fritas. Es bastante especial con la comida.
Joseph asintió en silencio. Durante unos segundos pareció completamente abstraído en sus pensamientos.
—¿Puedo acompañarte hasta tu casa? —preguntó finalmente.
—Hemos venido en bicicleta.
Joseph hizo un gesto afirmativo.
—Sí. Lo sé.
Tan pronto como escuchó aquellas palabras, _____ se dio cuenta de que aquél era el momento en que ambos debían admitir la verdad de la situación: ella no necesitaba que él la llevara, y Joseph lo sabía. Se lo había propuesto aun sabiendo que le esperaban la comida y los amigos. Era obvio que deseaba que ella respondiera afirmativamente; su expresión lo decía a las claras. A diferencia de la vez que le había dejado las bolsas de comida en el porche, _____ estaba segura de que la oferta de Joseph estaba más motivada por lo que pudiera suceder entre ellos dos que por la simple amabilidad.
Habría sido fácil rechazarlo. Su vida ya era bastante complicada por sí sola. ¿Acaso necesitaba añadirle algún elemento más? El cerebro le decía que no disponía de tiempo, que no sería una buena idea y que apenas lo conocía. Aquellos pensamientos se sucedieron rápidamente, con perfecta lógica. No obstante, se sorprendió a sí misma respondiendo:
—Me encantaría.
La contestación también sorprendió a Joseph, que bebió otro trago de cerveza y asintió sin decir palabra.
Fue entonces cuando _____ percibió en él la misma timidez que recordaba haber visto en Merchants y, de repente, tuvo que admitir la verdad que había estado intentando eludir durante toda la tarde: no había ido al festival para ver a Denise. No había ido para conocer gente nueva. Había ido para encontrarse con él. Con Joseph Jonas.
Melissa y su marido vieron cómo Joseph y _____ se marchaban. Mitch le preguntó al oído, para que los demás no lo escucharan:
—¿Qué te parece ella?
—Es agradable —repuso Melissa con franqueza—. Pero no es sólo cosa de ella. Ya sabes cómo es Joseph. Ahora dependerá de él cómo pueda terminar el asunto.
—¿Crees que acabarán juntos?
—Tú lo conoces mejor que yo. ¿Qué opinas?
Mitch se encogió de hombros.
—No estoy seguro.
—Sí que lo estás. Sabes lo encantador que Joseph puede ser cuando encuentra alguien que le gusta. Sólo espero que esta vez no hiera a nadie.
—Es tu amigo, Melissa. A _____ ni siquiera la conoces.
—Lo sé. Precisamente porque es amigo mío, siempre acabo disculpándolo.
Era sábado por la tarde, pasadas las tres, y _____ y su hijo se abrían camino entre los espectadores que llenaban las gradas.
No les había sido difícil dar con el partido ya que éste tenía lugar en la única zona con graderías y vallada. _____ había localizado fácilmente a Denise, sentada en uno de los bancos, mientras aparcaban las bicicletas, y la mujer los había saludado con la mano.
_____ agarró a Kyle mientras trepaban hacia los asientos de la parte alta.
—¡Hola!... Sí, lo hemos conseguido. No sabía que Edenton tuviera tantos habitantes. Nos ha costado movernos entre tanta gente.
El centro había sido convertido en zona peatonal y rebosaba de transeúntes. La calle principal estaba decorada con banderas a lo largo de las aceras, donde se alineaban los tenderetes de los vendedores de productos de artesanía, y la multitud caminaba entre ellos parándose para examinar las mercancías y entrando y saliendo de las tiendas con sus compras. Cerca del Cook's Drugstore, había montada una zona para niños donde éstos podían construir sus propios juguetes y hacer manualidades con los productos que los habitantes de Edenton habían donado (pegamento, pinas, cartón, espuma de poliuretano y globos). En la plaza, la feria estaba en su apogeo y se veían largas colas ante las atracciones.
Kyle y su madre habían caminado un rato empujando las bicicletas y disfrutando del bullicio del festival. En el otro extremo de la ciudad, el parque estaba atestado de puestos de comida y juegos. Se celebraba un concurso de barbacoas en una zona cercana a la carretera, a la sombra de los árboles, y en una esquina los Shriners servían en una freiduría de pescado. Por todas partes, la gente preparaba sus propias meriendas a base de hamburguesas y perritos calientes en pequeñas parrillas para familiares y amigos.
Cuando alcanzaron las gradas superiores, Denise se desplazó para hacerles sitio, y Kyle se metió entre su madre y ella, apoyándose casi coquetamente en la mujer, riéndose como si la situación tuviera gracia. Acto seguido, tras recobrar la compostura, sacó del bolsillo un avión de juguete que su madre había insistido en que se llevara. _____ no albergaba la menor esperanza de poder explicarle a su hijo el funcionamiento del juego que iban a ver, así que había preferido que Kyle tuviera algo con lo que entretenerse.
—Viene mucha gente de fuera a ver el festival de Edenton —le explicó Denise—. Llegan de todos los rincones del condado. Para muchos es una de las pocas ocasiones de encontrarse con los viejos amigos a los que hace tiempo que no han visto. Es una buena manera de ponerse al día.
—Sí. Eso parece.
Denise le dio un leve codazo a Kyle.
—Hola, Kyle. ¿Cómo vamos?
Con una expresión muy seria, hundiendo el mentón en el pecho, el chico le mostró orgulloso su juguete.
—«Ayón» —dijo, levantándolo para que lo viera.
A pesar de que _____ sabía que así era como Kyle se comunicaba de manera inteligible para él, le dio una palmadita en el hombro y le dijo:
—Kyle, di: «Estoy bien, gracias.»
—«Toy ien, asias» —dijo, moviendo la cabeza adelante y atrás al ritmo de las sílabas. A continuación, se concentró en su juguete.
Su madre lo rodeó con el brazo e hizo un gesto en dirección al terreno de juego.
—¿A favor de quién hemos de ir?
—De cualquiera de los dos, en realidad. Joseph está en la tercera base con los de rojo, que son el equipo de Los Voluntarios de Chowan, los que pertenecen al Cuerpo de bomberos. Los de azul son Los Ejecutores de Chowan, y lo componen las fuerzas de la policía local y el sheriff. Todos los años juegan en beneficio de la ciudad: el equipo perdedor debe donar quinientos dólares a la biblioteca.
—¡Vaya! ¿Y de quién pudo ser semejante idea? —preguntó _____ con socarronería.
—Pues mía, naturalmente.
—Así la biblioteca gana siempre.
—Así es como debe ser —dijo Denise—. La verdad es que todos se lo toman muy en serio. Hay un montón de egos ahí abajo. Ya sabes cómo son los hombres con eso.
—¿Cómo va el marcador?
—Cuatro a dos a favor de los bomberos.
_____ vio a Joseph en el campo de juego, agachado en la típica postura, golpeándose el guante con la otra mano y preparado. El lanzador tiró una bola increíblemente alta, y el bateador la envió de un golpe certero hacia el centro del campo. El corredor de la tercera base alcanzó la meta y redujo un punto el marcador.
—¿No ha sido Cari Huddle el que ha bateado?
—En efecto. La verdad es que Cari es uno de los mejores jugadores. Él y Joseph solían hacer equipo en el instituto.
Durante la hora siguiente, _____ y Denise se dedicaron a ver el partido, a hablar de Edenton y a animar a ambos equipos. El partido se jugaba a siete entradas y estaba resultando más emocionante de lo que _____ había pensado. Se marcaban muchos puntos y no se perdían tantos como había creído. Joseph hizo unas cuantas jugadas para sacar a los corredores, pero la mayor parte del tiempo el juego estaba dominado por los pegadores, y el liderazgo cambiaba de lado con cada entrada. Casi todos los jugadores consiguieron acertar con el bate y mandar la bola al otro lado del campo, lo que obligó a los corredores exteriores a esforzarse. _____ se dio cuenta de que éstos eran bastante más jóvenes y que sudaban bastante más que los del perímetro interior.
Sin embargo, Kyle no tardó en aburrirse con el partido tras la primera entrada y se puso a jugar encima y debajo de las gradas, trepando y saltando, corriendo de un lado para otro. A _____ la puso nerviosa la posibilidad de perderlo de vista habiendo tanta gente alrededor y no dejaba de levantarse para localizarlo.
Cada vez que ella se incorporaba, Joseph se sorprendía mirando en su dirección. La había visto cuando ella había llegado con Kyle de la mano, caminando despacio mientras examinaba las graderías, indiferente al hecho de que los hombres giraban la cabeza para admirarla: la camisa blanca metida dentro de los pantalones cortos, las largas piernas, las sandalias negras y el oscuro pelo suelto flotando sobre los hombros...
Por alguna razón que no supo explicarse, sintió una punzada de envidia por el hecho de que era su madre y no él quien estaba sentado al lado de ella.
Su presencia lo distraía, y no sólo porque le hacía pensar en lo que Melissa le había dicho. _____ estaba sentada en las gradas que había entre la primera base y la de meta, y él, desde su posición en la tercera base, no podía evitar tenerla en su campo de visión. Tampoco podía evitar lanzarle frecuentes miradas, como si quisiera asegurarse de que no se había marchado. Cada vez que lo hacía se reprendía a sí mismo, pero no hubo manera de que lo dejara. En una ocasión, se entretuvo más de la cuenta observándola. Ella se percató y lo saludó con la mano. Joseph devolvió el gesto con una sonrisa de compromiso y se dio la vuelta mientras se preguntaba cómo era posible que aquello lo hiciera sentirse de nuevo como un maldito quinceañero.
—Conque es ella, ¿eh? —preguntó Mitch mientras ambos estaban sentados, entre juego y juego.
—¿Quién?
—_____, la que está con tu madre.
—No sé. No me he dado cuenta —repuso Joseph mientras hacía girar el bate, esforzándose por aparentar indiferencia.
—Pues tenías razón.
—¿Razón? ¿En qué?
—Es guapa.
—Yo no he dicho nada. Lo dijo Melissa.
—¡Oh!... Es verdad.
Joseph se concentró en el partido, y Mitch hizo lo propio.
—Entonces, ¿por qué la mirabas? —preguntó al cabo de un rato.
—No la estaba mirando.
—¡Oh! Ya entiendo —exclamó Mitch de nuevo, sin apenas molestarse en disimular una sonrisa.
En la séptima entrada, cuando a Joseph le llegó el tumo de batear, los Voluntarios de Chowan iban por detrás con un marcador de catorce a doce.
Kyle había dejado momentáneamente sus correrías y estaba paseando cerca de la valla cuando vio a Joseph haciendo sus ejercicios de bateador.
—«¡Oha, Joe!» —dijo alegremente, igual que cuando se habían encontrado en Merchants.
Al oír aquella voz, Joseph dio media vuelta y se acercó a la verja.
—¡Eh, Kyle! Me alegro de verte. ¿Cómo estás?
—«E hornero» —dijo Kyle señalándolo con el dedo.
—Claro que lo soy. ¿Te divierte ver el partido?
En lugar de contestar, Kyle alzó su avión de juguete para que Joseph pudiera verlo bien.
—¿Qué tienes ahí, hombrecito?
—«Ayón.»
—¡Caramba, es cierto! ¡Qué avión tan bonito!
—«Edes cogelo» —dijo, pasándoselo a través de la verja.
Joseph vaciló; luego, lo tomó y lo estudió atentamente mientras Kyle lo miraba con aire orgulloso. De repente, oyó que lo llamaban al terreno de juego.
—Gracias por enseñarme tu avión. ¿Quieres que te lo devuelva?
—«Edes cogelo» —repitió.
Joseph dudó antes de decidirse.
—Está bien —dijo—. Será mi amuleto de la suerte. Te lo devolveré. —Se aseguró de que Kyle veía cómo se lo guardaba en el bolsillo. El niño juntó las manos—. ¿Está bien así? —preguntó Joseph.
Kyle no contestó, pero no pareció que le molestara.
Joseph aguardó un par de segundos para estar seguro y se marchó a ocupar su lugar en la meta. _____ le hizo un gesto afirmativo. Tanto ella como Denise habían sido testigos de la escena y de lo que ésta implicaba.
—Tengo la impresión de que a mi hijo le gusta Joseph.
—Y yo tengo la impresión de que es mutuo —repuso Denise.
En el segundo lanzamiento, Joseph mandó la pelota de un poderoso golpe al campo de la derecha y se lanzó a la carrera hacia la primera base mientras otros dos jugadores también corrían. La pelota cayó y botó tres veces antes de que los contrarios pudieran recogerla. El jugador que la atrapó perdió el equilibrio al arrojarla, y Joseph se lanzó hacia la segunda base mientras se preguntaba si podría alcanzar la base de meta. Al final, su buen juicio se impuso y llegó a salvo a la tercera. Los Voluntarios habían conseguido dos puntos y empatar el encuentro. Joseph anotó otro punto cuando bateó el siguiente jugador. Camino del banco de los suplentes, le devolvió el avión a Kyle con su mejor sonrisa.
—Ya te dije que me daría suerte, hombrecito. Es un buen avión.
—«í, ayón beno.»
Habría sido una estupenda manera de acabar el partido, pero desgraciadamente no fue así. Al final de la séptima entrada, los Ejecutores se anotaron la victoria porque Cari Huddle envió la pelota fuera del terreno de un golpe certero.
Al terminar el partido, _____ y Denise abandonaron las gradas junto al resto de los espectadores que se encaminaban hacia el parque, donde esperaban la cerveza y la comida. Denise señaló el lugar donde se iban a sentar.
—Se me está haciendo tarde —se disculpó—. Se supone que tengo que ir a ayudar. ¿Qué te parece si me reúno contigo allí?
—Perfecto. Nos encontraremos en unos minutos. Primero debo ir a buscar a Kyle.
Cuando _____ se acercó, el niño estaba todavía al lado de la valla, cerca de donde Joseph recogía sus cosas. No se dio la vuelta cuando lo llamó, y ella tuvo que darle un golpecito en el hombro para captar su atención.
—Kyle, ven conmigo. Nos vamos.
—No —repuso, negando con la cabeza.
—El partido ha terminado.
Kyle la miró con expresión preocupada.
—«No, no sa cabado.»
—¿Te gustaría que fuéramos a jugar?
—«No, no ta» —repitió, ceñudo, y en voz más grave.
_____ sabía exactamente lo que aquello significaba: era una de las maneras que Kyle tenía de expresar su frustración ante las dificultades para hacerse entender. También era el primer paso previo a una colosal pataleta, y Kyle tenía buenos pulmones. Vaya si los tenía.
Lo natural es que todos los niños tengan alguna rabieta de vez en cuando, y _____ no esperaba que su hijo fuera perfecto; pero Kyle las pillaba porque le costaba expresarse con la suficiente claridad.
Se enfadaba con su madre porque ella no lo comprendía. _____ se enfadaba con él porque no sabía expresarse, y todo degeneraba en un círculo vicioso, cuesta abajo y sin frenos. No obstante, lo peor eran los sentimientos que semejantes situaciones despertaban en ella.
Cada vez que ocurría, _____ se veía obligada a enfrentarse al hecho de que su hijo todavía tenía graves problemas. Aunque sabía que no era culpa de Kyle, aunque sabía que era ella quien se equivocaba, si la pataleta le agotaba la paciencia, terminaba gritándole como una histérica, igual que él a ella.
«¿Tan difícil es encadenar tres o cuatro palabras? ¿Por qué no puedes hacerlo? ¿Por qué no puedes ser como los demás niños? ¿Por qué no puedes ser normal? ¡Por el amor de Dios!»
Luego, cuando las cosas se tranquilizaban, se sentía fatal. ¿Cómo era posible que, queriéndolo tanto, fuera capaz de decirle aquellas barbaridades? ¿Cómo era posible que llegaran a ocurrírsele siquiera? Tras aquellas broncas, _____, incapaz de dormir, se echaba en la cama y se quedaba mirando el techo mientras se consideraba a sí misma la peor madre del mundo.
Más que ninguna otra cosa, lo que no deseaba era montar una escena en aquel momento y en aquel lugar.
Hizo un esfuerzo para serenarse y se prometió que no alzaría la voz: «De acuerdo... Ve despacio... Él hace lo que puede.»
—No, no está —dijo, repitiendo las últimas palabras de Kyle.
—«I.»
Lo cogió por el brazo en previsión de lo que pudiera ocurrir y para atraer toda su atención. —Kyle. ¿Él no qué?
—Nooo... —La palabra salió como un quejido; de la garganta le brotó un gorgoteo, e intentó desasirse.
«Está a punto de estallar», se dijo _____ antes de intentarlo de nuevo con algo que creía que él entendería.
—¿Quieres que nos vayamos a casa?
—No.
—¿Estás cansado?
—No.
—¿Tienes hambre?
—No.
—Kyle...
—¡No! —exclamó él, interrumpiéndola y negando violentamente con la cabeza. Estaba enfadado y el color le subía a las mejillas.
—Kyle. ¿Él no qué? —preguntó de nuevo haciendo gala de paciencia.
—«E no...»
—¿Él no qué? —repitió _____.
—«E no... Kay» —dijo al fin.
_____ estaba completamente confundida.
—¿Tú no eres Kyle?
—«I.»
—Tú no eres Kyle —aseveró esta vez.
Había aprendido que las repeticiones eran importantes, y repetía las cosas para comprobar que los dos estuvieran en la misma onda.
—«I.»
«¿Cómo?», pensó mientras intentaba hallar un sentido a todo aquello.
—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó—. ¿Es Kyle?
El negó con la cabeza.
—«No, no Kay. E ecito.»
_____ lo repasó en su cabeza una y otra vez hasta que estuvo segura de que lo había entendido.
—¿«Hombrecito»? —preguntó.
Kyle asintió y sonrió abiertamente. Su enfado se había evaporado tan deprisa como había aparecido.
—«E ecito» —repitió.
_____ se quedó mirándolo sin saber qué responderle.
«"Hombrecito." Dios mío —se dijo—, ¿cuánto va a durar esto?»
En aquel instante, Joseph se les acercó con la bolsa de deporte al hombro.
—Hola, _____. ¿Cómo estás? —la saludó mientras se quitaba el sombrero y se secaba el sudor de la frente con el dorso de la mano.
_____ se volvió hacia él, todavía desconcertada.
—No estoy muy segura de cómo estoy.
Los tres se pusieron a caminar juntos por el parque, y _____ le contó la conversación que acababa de mantener con Kyle. Cuando ella hubo acabado, Joseph le dio unas palmadas en el hombro al chico.
—Conque hombrecito, ¿eh?
—«í. Ecito» —contestó Kyle, muy orgulloso.
—No se te ocurra animarlo —intervino _____, negando vehementemente con la cabeza.
A Joseph todo aquello le parecía francamente divertido y no se tomó la molestia de disimularlo. Por su parte, Kyle lo contemplaba como si fuera una de las siete maravillas del mundo.
—Pero si la verdad es que es un todo un hombrecito —terció en su defensa—. ¿A que sí?
El niño asintió, complacido por tener a alguien de su lado. Joseph rebuscó en el fondo de su bolsa de deportes, sacó una vieja pelota de béisbol y se la entregó.
—¿Te gusta el béisbol? —preguntó.
—«E una Iota» —respondió.
—Es algo más —repuso Joseph, muy serio—. Es una pelota de béisbol.
Kyle pareció meditarlo.
—«í. E una Iota éisol.»
La aferró y la estudió detenidamente, como si fuera a desentrañar algún secreto que sólo él era capaz de entender. Luego, vio un tobogán para niños que estaba un poco más allá y, de repente, éste adquirió prioridad sobre lo demás.
—«E quere corer alí» —dijo ansiosamente mientras señalaba la dirección.
—Di: «Quiero correr» —le pidió su madre.
—«Quero corer» —murmuró.
—Muy bien, adelante. Pero no te alejes demasiado.
Kyle salió disparado hacia la zona de juegos, convertido en una explosión de incontrolable energía. Afortunadamente, el lugar se encontraba cerca de los bancos donde habían decidido sentarse. Dado que todos los que habían ido al partido lo habían hecho acompañados de sus hijos, Denise había escogido el sitio exactamente por aquella razón. _____ y Joseph contemplaron cómo Kyle corría.
—Es un encanto de chico —comentó Joseph con una sonrisa.
—Gracias. Sí, es un buen chico.
—Lo de «hombrecito» no será un problema, ¿verdad?
—Espero que no... Tuvo una época, hace unos meses, durante la que se empeñó en que era Godzilla y sólo respondía a ese nombre.
—¿Godzilla? ¿En serio?
—Sí. Parece divertido cuando lo recuerdo, pero en aquel momento... ¡Qué horror! Una vez estábamos en una tienda y se me escapó entre los expositores. Tuve que recorrer el sitio de arriba abajo llamándolo «Godzilla» en voz alta. No te imaginas cómo nos miraban. Cuando Kyle apareció, había una señora que me contemplaba como si fuera extraterrestre. Estaba claro que se preguntaba qué clase de madre puede ponerle a un hijo el nombre de «Godzilla».
Joseph se puso a reír.
—Es fantástico.
—Sí... No sé qué decirte —contestó _____ entornando los ojos en un gesto que estaba a medio camino entre la resignación y la exasperación.
Sus miradas se encontraron durante un instante, y ambos la sostuvieron antes de apartar la vista. Luego, caminaron en silencio. Tenían el mismo aspecto que cualquier otra joven pareja del parque.
No obstante, Joseph siguió observándola por el rabillo del ojo: _____ tenía un aspecto radiante bajo el cálido sol de junio. Se dio cuenta de que el color de sus ojos era como el jade verde y de que tenían un toque misterioso y exótico. Era más baja que él, y se movía con la gracia de la gente que está segura del terreno que pisa; pero se trataba de algo más que eso: se trataba de la inteligencia que había demostrado por su forma de tratar a Kyle y sobre todo por el amor que le profesaba. Para Joseph aquellas cosas eran las que de verdad tenían importancia, y se dio cuenta de que Melissa había tenido razón después de todo.
—Jugaste un buen partido —dijo _____ finalmente, interrumpiendo sus pensamientos.
—Sí, pero no ganamos.
—Pero, a pesar de todo, jugaste bien. Eso cuenta.
—Puede, pero no ganamos.
—¡Ése es el típico comentario de un hombre! Espero que Kyle no vaya por ese camino.
—Irá. No lo puede evitar. Lo llevamos en los genes.
_____ se rió, y pasearon un poco más sin decir nada.
—¿Cómo fue que te metiste en los bomberos? —le preguntó.
Aquella pregunta despertó en la mente de Joseph una imagen de su padre. Tragó saliva para borrarla de sus pensamientos.
—Es algo que deseaba hacer desde que era pequeño.
A pesar de que ella detectó un cambio en el tono de voz, no vio que su expresión variara mientras miraba a la gente en la distancia.
—¿Cómo funciona en el caso de los voluntarios? ¿Simplemente los llaman cuando se produce una emergencia?
Joseph hizo un gesto despreocupado, aliviado por alguna razón.
—Sí. Más o menos.
—¿Fue así como me encontraste la otra noche? ¿Alguien llamó para avisar?
Joseph negó con la cabeza.
—No. Se trató simplemente de un caso de buena suerte. Todos los del Cuerpo estaban fuera a causa de la tormenta. Los cables del tendido eléctrico habían caído derribados, y mi tarea era iluminarlos con bengalas para que nadie se topara con ellos. Fue una casualidad que viera tu accidente y me detuviera para comprobar si había heridos.
—Y allí estaba yo —dijo _____.
Joseph se detuvo y la miró.
—Sí. Allí estabas tú.
En las mesas se amontonaba comida suficiente para alimentar a un regimiento, que era más o menos el volumen de gente que había deambulando por la zona.
A un lado, cerca de las parrillas en las que se asaban las hamburguesas y las salchichas, había cuatro grandes contenedores llenos de hielo y cerveza.
Cuando se acercaron, Joseph dejó su bolsa en el suelo junto a las demás y cogió una cerveza; luego, sacó una lata de Coor's Light y se la ofreció a _____.
—¿Te apetece?
—Si hay bastantes, sí.
—Las neveras están llenas. Si hoy se acaban las bebidas, será mejor que no ocurra nada esta noche: de lo contrario, no habrá nadie en condiciones de responder.
Le entregó la lata, y ella la abrió. Nunca había sido una gran aficionada a la bebida, ni siquiera antes de que Kyle naciera; pero en un día de calor como aquél, una cerveza le resultaba refrescante.
Joseph le dio un largo sorbo a la suya al tiempo que Denise los localizaba. La mujer dejó unos cuantos platos de cartón sobre la mesa y se acercó.
—Lamento que hayás perdido, pero me debes quinientos pavos —le dijo mientras le daba un rápido abrazo.
—No sabes cuánto agradezco tu apoyo.
Denise se echó a reír.
—¡Vamos, ya sabes que te estoy tomando el pelo!
Lo estrechó nuevamente antes de volverse hacia _____.
—Bueno, ahora que estás aquí, ¿qué te parece si te voy presentando?
—Claro, pero déjame comprobar primero por dónde anda Kyle.
—Se encuentra perfectamente. Acabo de verlo. Está jugando en el tobogán.
Como si tuviera un radar, _____ lo localizó al instante. En efecto, estaba jugando, pero se lo veía sudoroso. Incluso desde aquella distancia podía apreciar que tenía el rostro arrebolado.
—Hum... ¿No les importa si le llevo algo de beber? ¿Un refresco o algo?
—Claro que no. ¿Qué le gusta, Coca-Cola, Sprite, cerveza sin alcohol?
—Un Sprite.
Por el rabillo del ojo, Joseph vio que Melissa y Kim, la embarazada mujer de Cari Huddle, se acercaban para saludar. Melissa mostraba la misma expresión de triunfo que había desplegado la noche que él había ido a cenar a su casa. Estaba claro que los había visto paseando juntos.
—Dame la bebida. Yo se la llevaré —propuso inmediatamente para no tener que contemplar la actitud de Melissa—. Me parece que viene gente a saludar.
—¿Estás seguro? —preguntó _____.
—Completamente seguro —contestó—. ¿Qué prefiere Kyle, una lata o un vaso?
—Un vaso.
Joseph le dio otro trago a su cerveza antes de ir hacia la mesa a preparar el refresco y evitó toparse con Melissa y Kim por pocos segundos.
Denise les presentó a _____ y, tras haber intercambiado los saludos de rigor y charlar durante unos minutos, entre las tres se la llevaron para que conociera a más gente.
Aunque nunca se había sentido cómoda ante desconocidos, a _____ le resultó menos difícil de lo que había imaginado. Lo relajado de la situación —los niños corrían de un lado a otro, la gente iba vestida de sport y se mostraba alegre y risueña— le facilitó las cosas, y tuvo la impresión de que era una reunión en la que todos eran bienvenidos.
Durante la media hora que siguió, conoció a una docena de personas, de las cuales, tal como Denise le había dicho, la mayoría tenía hijos. Los nombres se le amontonaron en la memoria y al final tuvo dificultades para recordarlos todos, aunque hizo todo lo que pudo con los de la gente de su edad.
Luego, llegó la hora del almuerzo de los chicos, y éstos se amontonaron alrededor de las mesas tan pronto como aparecieron los platos llenos de hamburguesas y frankfurts.
Kyle, naturalmente, no fue a comer con ellos, pero a _____ le sorprendió no ver tampoco a Joseph. Lo había perdido de vista cuando él le había llevado la bebida a Kyle. Miró entre la multitud mientras se preguntaba si se habría marchado sin que nadie se percatara, pero no lo divisó por ninguna parte. Entonces escrutó la zona infantil con curiosidad y los vio allí, a los dos, frente a frente.
Cuando se dio cuenta de lo que estaban haciendo se quedó muda de asombro. No podía creerlo, así que cerró los ojos un instante y los volvió a abrir.
Se quedó muy quieta contemplando cómo Joseph le lanzaba la pelota a Kyle, que se hallaba de pie, con los brazos extendidos y muy juntos ante sí. El niño no movía un músculo mientras la pelota surcaba el aire. Luego, como por arte de magia, la bola aterrizaba limpiamente en sus pequeñas manos.
_____ no pudo menos que contemplar la escena, asombrada.
Joseph Jonas estaba jugando a la pelota con su hijo.
El último lanzamiento de Kyle salió desviado, como la mayoría de los que lo habían precedido, y Joseph corrió en pos de la pelota. Cuando se agachaba para recogerla de la hierba, vio que _____ se acercaba.
—¡Ah, hola! —dijo con toda naturalidad—. Estábamos jugando a tirarnos la bola.
—¿Llevan así todo el rato? —preguntó, incapaz todavía de ocultar su incredulidad.
Kyle nunca había querido jugar a la pelota y, aunque ella había intentado que le gustara, él jamás había querido ni probarlo. No obstante, el motivo de su sorpresa tenía que ver más con Joseph que con su hijo. Aquélla había sido la primera ocasión en que alguien se había tomado la molestia de enseñarle al niño algo nuevo, algo que los demás niños hacían: se había puesto a jugar con Kyle cuando nadie jugaba con Kyle. Joseph asintió.
—Más o menos. Yo diría que le gusta.
En ese instante, su hijo la vio y la saludó con la mano.
—«Oha, ama.»
—¿Te estás divirtiendo?
—«E me ansa Iota» —exclamó, muy contento. _____ no pudo reprimir una sonrisa.
—Ya lo veo. Menudo lanzamiento, ¿eh?
—«í. Me ansa» —repitió.
Joseph se echó hacia atrás la visera del sombrero.
—A veces tiene un buen brazo —explicó, como si quisiera justificar por qué no había logrado atrapar el lanzamiento de Kyle.
_____ seguía mirándolo.
—¿Cómo has conseguido que jugara?
—¿A qué? ¿A tirar la pelota? No lo sé. Creo que ha sido idea suya —contestó encogiéndose de hombros, claramente ajeno a la proeza que acababa de realizar—. Cuando se terminó el refresco me la lanzó y casi me dio en la cabeza, así que se la devolví y le di algunos consejos para que aprendiera a atraparla. Los pilló en un santiamén.
—«¡Ansa, ansa!» —exclamó Kyle, impaciente, con los brazos extendidos.
Joseph miró a _____ en busca de su aprobación.
—Vamos. Tírasela —contestó ella—. Quiero ver esto con mis propios ojos otra vez.
Joseph se colocó en posición a escasa distancia de Kyle.
—¿Preparado?
Kyle, que estaba muy concentrado, no respondió. _____ cruzó los brazos con expectación.
—¡Allá va! —gritó Joseph, lanzando la bola despacio en un amplio arco.
La pelota golpeó a Kyle en el pecho, rebotó y cayó al suelo. El muchacho se agachó, veloz, la recogió y se la lanzó a Joseph con precisión, de manera que éste pudo atraparla en el aire sin apenas moverse del sitio.
—¡Buen tiro! —exclamó.
La pelota repitió el viaje de ida y vuelta unas cuantas veces más antes de que _____ los interrumpiera.
—¿Qué te parece un descanso? —propuso.
—Si él está de acuerdo...
—Podría pasarse así un buen rato. Cuando encuentra algo que le gusta no le apetece dejarlo.
—Ya decía yo...
—De acuerdo, cariño, sólo una vez más —le dijo _____ a su hijo.
Kyle sabía lo aquello significaba y contempló un momento la pelota antes de lanzarla. El tiro salió desviado a la derecha, y de nuevo Joseph no pudo atraparla.
La bola se detuvo a los pies de _____, que la recogió mientras Kyle se dirigía hacia ella.
—¿Eso es todo? —preguntó Joseph, estupefacto ante el buen talante del niño—. ¿Ni una queja?
—No, ninguna. Suele portarse muy bien en este aspecto.
_____ lo alzó del suelo y lo estrechó entre sus brazos.
—Has jugado muy bien.
—«í» —contestó Kyle alegremente.
—¿Te gustaría jugar un rato en el tobogán? —preguntó.
Kyle asintió, y ella lo dejó en tierra. Inmediatamente salió corriendo hacia la zona de juegos.
Cuando estuvieron solos, _____ miró cara a cara a Joseph.
—Ha sido fantástico lo que has hecho, pero no tenías por qué quedarte todo el rato.
—Lo sé, pero me apetecía. Es un chico muy divertido.
Ella sonrió, agradecida, mientras pensaba qué pocas veces había escuchado un comentario así acerca de su hijo.
—La comida está lista, si te apetece tomar algo —propuso ella.
—La verdad es que no tengo mucho apetito. Si no te importa, preferiría terminar la cerveza.
La lata descansaba en un banco, al lado de la zona de juegos, y ambos se encaminaron hacia allí. Joseph la cogió y bebió un largo trago. Por el ángulo del recipiente, _____ se percató de que debía de estar casi lleno; vio las gotas de sudor que salpicaban las mejillas de Joseph. Unos mechones de oscuro cabello se le escapaban por debajo del sombrero, y tenía la camisa húmeda y pegada al torso. Saltaba a la vista que Kyle lo había mantenido ocupado de verdad.
—¿Quieres sentarte un momento? —propuso ella.
—Claro.
Entre tanto, Kyle se había metido en la torre de tubos de hierro y trepaba por ella estirando los brazos tanto como podía, imitando a los monos.
—«¡Mía, ama!» —gritó de repente.
_____ se dio la vuelta y vio que Kyle saltaba desde una altura de más de un metro y medio y aterrizaba con un golpe sordo en la arena. Enseguida se puso de pie sonriendo satisfecho y se limpió la tierra de las rodillas.
—Ten cuidado, ¿quieres? —le advirtió su madre.
—«E atado» —contestó.
—Sí, has saltado muy bien.
—«E atado» —repitió Kyle.
Mientras _____ tenía la atención puesta en su hijo, Joseph observó cómo el pecho de ella subía y bajaba con cada inspiración y el modo en que cruzaba las piernas. Por alguna razón, aquellos movimientos le parecieron extrañamente sensuales y cuando ella se volvió para mirarlo se aseguró de que la conversación transcurriera por los cauces normales.
—¿Qué, ya te han presentado a todo el mundo? —preguntó.
—Eso creo —repuso—. Parece buena gente.
—Lo son. A la mayoría de ellos los conozco desde que era pequeño.
—Tu madre me cae muy bien. Se ha portado conmigo como una verdadera amiga.
—Es una dama encantadora.
Durante los siguientes minutos se dedicaron a observar a Kyle mientras éste recorría todos y cada uno de los juegos del parque, deslizándose, trepando, saltando y arrastrándose. Parecía que tenía unas reservas inagotables de energía y, a pesar del calor y la humedad, no aminoraba en ningún momento.
—Creo que ya estoy listo para una hamburguesa. Apuesto a que tú ya te has comido una.
_____ miró la hora.
—La verdad es que no, pero tenemos que irnos. Esta noche trabajo.
—¿Te marchas ya?
—Dentro de unos minutos. Son casi las cinco y todavía tengo que darle la cena a Kyle y vestirme para el trabajo.
—Puede tomar algo aquí. Hay comida para parar un tren.
—Kyle no come perritos calientes ni patatas fritas. Es bastante especial con la comida.
Joseph asintió en silencio. Durante unos segundos pareció completamente abstraído en sus pensamientos.
—¿Puedo acompañarte hasta tu casa? —preguntó finalmente.
—Hemos venido en bicicleta.
Joseph hizo un gesto afirmativo.
—Sí. Lo sé.
Tan pronto como escuchó aquellas palabras, _____ se dio cuenta de que aquél era el momento en que ambos debían admitir la verdad de la situación: ella no necesitaba que él la llevara, y Joseph lo sabía. Se lo había propuesto aun sabiendo que le esperaban la comida y los amigos. Era obvio que deseaba que ella respondiera afirmativamente; su expresión lo decía a las claras. A diferencia de la vez que le había dejado las bolsas de comida en el porche, _____ estaba segura de que la oferta de Joseph estaba más motivada por lo que pudiera suceder entre ellos dos que por la simple amabilidad.
Habría sido fácil rechazarlo. Su vida ya era bastante complicada por sí sola. ¿Acaso necesitaba añadirle algún elemento más? El cerebro le decía que no disponía de tiempo, que no sería una buena idea y que apenas lo conocía. Aquellos pensamientos se sucedieron rápidamente, con perfecta lógica. No obstante, se sorprendió a sí misma respondiendo:
—Me encantaría.
La contestación también sorprendió a Joseph, que bebió otro trago de cerveza y asintió sin decir palabra.
Fue entonces cuando _____ percibió en él la misma timidez que recordaba haber visto en Merchants y, de repente, tuvo que admitir la verdad que había estado intentando eludir durante toda la tarde: no había ido al festival para ver a Denise. No había ido para conocer gente nueva. Había ido para encontrarse con él. Con Joseph Jonas.
Melissa y su marido vieron cómo Joseph y _____ se marchaban. Mitch le preguntó al oído, para que los demás no lo escucharan:
—¿Qué te parece ella?
—Es agradable —repuso Melissa con franqueza—. Pero no es sólo cosa de ella. Ya sabes cómo es Joseph. Ahora dependerá de él cómo pueda terminar el asunto.
—¿Crees que acabarán juntos?
—Tú lo conoces mejor que yo. ¿Qué opinas?
Mitch se encogió de hombros.
—No estoy seguro.
—Sí que lo estás. Sabes lo encantador que Joseph puede ser cuando encuentra alguien que le gusta. Sólo espero que esta vez no hiera a nadie.
—Es tu amigo, Melissa. A _____ ni siquiera la conoces.
—Lo sé. Precisamente porque es amigo mío, siempre acabo disculpándolo.
Natuu(:
Natuu!
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
natu como asi
es que joe hizo algo malo?
a quien hiero a alguna
otra mujer??
waa siguela
es que joe hizo algo malo?
a quien hiero a alguna
otra mujer??
waa siguela
andreita
Re: "El Rescate" (Joe&Tú)
CAPÍTULO 14
—«¡Amión montuo!» —exclamó Kyle.
Era un Dodge 4x4, negro y con neumáticos anchos. Tenía dos faros montados sobre el arco de seguridad, un cable de remolcar sujeto al parachoques delantero, un armero para escopetas tras los asientos y una reluciente caja de herramientas en la plataforma de carga. Sin embargo, a diferencia de otros que _____ había visto, aquél no era el de un coleccionista: la pintura había perdido el brillo original, estaba lleno de arañazos e incluso tenía una abolladura cerca de la puerta del conductor; faltaba uno de los retrovisores, y el agujero que había dejado se estaba oxidando; toda la parte inferior del vehículo estaba cubierta de incrustaciones de barro seco.
Kyle juntó las manos nerviosamente.
—«¡Amión montuo!» —repitió.
—¿Te gusta? —preguntó Joseph.
—«¡Í!» —contestó asintiendo vigorosamente.
Joseph cargó las bicicletas y abrió la puerta para ayudarlos a subir. A causa de la altura de la caja, tuvo que alzar a Kyle. Cuando _____ se encaramó, agarrándose donde él le indicaba, sus cuerpos se rozaron.
Puso en marcha el motor y se dirigieron hacia las afueras de Edenton, con Kyle de pie entre los dos. Como si intuyera que ella deseaba estar a solas con sus pensamientos, Joseph se mantuvo callado. _____ se lo agradeció. Hay gente que se siente incómoda en el silencio y lo considera un vacío que es necesario llenar. Estaba claro que Joseph no era de esa clase, porque se contentaba con conducir, simplemente.
Los minutos transcurrieron mientras la mente de _____ divagaba. Contempló cómo pasaban, uno tras otro, los pinos que bordeaban la cuneta y volvió a asombrarse de estar en el camión junto a él. Por el rabillo del ojo pudo ver que conducía absorto en la carretera. Tal como había apreciado la primera vez que lo había visto, Joseph no era guapo en el sentido clásico de la palabra. Dudaba de que, de haberse cruzado con él en cualquier calle de Atlanta, le hubiera llamado la atención. Carecía de la belleza de ciertos hombres, pero había algo en él que ella encontraba rudamente atractivo. Joseph poseía un rostro bronceado y enjuto en el que el sol había dejado su huella en forma de pequeñas arrugas alrededor de los ojos y en las mejillas. Su cintura era estrecha; su espalda, ancha y musculosa —como si hubiera pasado años llevando pesadas cargas—, y sus brazos parecían haber martilleado miles de clavos, lo cual era probablemente cierto. Era como si su trabajo como contratista le hubiera modelado el aspecto.
_____ se preguntó si habría estado casado alguna vez. Ni él ni Denise lo habían mencionado, aunque tampoco tenía demasiada importancia. A la gente no solía gustarle hablar de errores del pasado. Dios era testigo de que ella no mencionaba a Brett a menos que no tuviera más remedio. No obstante, había algo en su actitud que le decía que nunca se había comprometido. Aquella tarde no había podido evitar percatarse de que era el único soltero de la fiesta.
Se acercaron a la calle Charity, y Joseph aminoró la marcha, tomó el desvío y aceleró de nuevo. Estaban a punto de llegar.
Al cabo de un minuto, entraron en el camino de gravilla. Entonces, Joseph frenó lentamente hasta que detuvo la camioneta por completo, puso el punto muerto y dejó el motor al ralentí. _____ lo contempló con extrañeza.
—Qué, hombrecito, ¿te gustaría conducir mi camión? —preguntó Joseph.
Kyle tardó un instante en darse la vuelta.
—Vamos —insistió, dando una palmada en el volante—, sé que puedes.
Kyle dudó, y Joseph lo miró. Finalmente el chico se movió y él se lo sentó en el regazo. A continuación le apoyó las manos en la parte superior del volante y apartó las suyas, dispuesto a agarrarlo en caso de que fuera necesario.
—¿Estás preparado?
Kyle no respondió, pero Joseph puso una marcha y embragó despacio. El vehículo empezó a avanzar.
—Perfecto, hombrecito. ¡Allá vamos!
Kyle aferró el volante con inseguridad mientras la camioneta rodaba cuesta arriba. Cuando se dio cuenta de que era él quien la guiaba, los ojos se le pusieron como platos.
Giró hacia la izquierda. La camioneta respondió y se adentró por la hierba dando saltos mientras se dirigía hacia la cerca. Kyle dio un golpe de volante en la dirección contraria y cruzaron el camino hacia el otro lado.
Se movían muy despacio, pero aun así Kyle sonreía abiertamente y le dirigió a su madre una orgullosa mirada, como si le dijera: «¡Eh, mamá, mira lo que hago!» Cuando volvió a girar, se echó a reír de contento.
—«¡Toy oducendo!»
El vehículo se fue acercando a la casa describiendo grandes eses y sorteando los árboles (gracias a los pequeños ajustes que Joseph iba introduciendo). Kyle soltó otra carcajada y Joseph le guiñó un ojo a _____.
—Mi padre solía dejarme hacer esto cuando yo era pequeño —explicó—. Pensé que a Kyle le gustaría.
Kyle, con un poco de ayuda verbal y manual, consiguió llevar el vehículo hasta el magnolio y aparcarlo. Tras abrir la puerta del conductor, Joseph lo depositó en el suelo y el chiquillo salió corriendo hacia la casa.
Él y _____ lo observaron en silencio. Finalmente, Joseph se dio la vuelta y tosió levemente para aclararse la garganta.
—Déjame que vaya por las bicicletas —dijo, al tiempo que saltaba de la cabina.
Mientras se dirigía a la parte trasera y abría la plataforma, _____ permaneció en su asiento sintiéndose confundida. De nuevo, Joseph había logrado cogerla desprevenida: era la segunda vez que hacía algo amable para Kyle, algo que para los otros niños habría sido cosa normal. Con la primera la había sorprendido, pero con aquélla le había tocado un punto sensible que nunca habría imaginado. Como madre de Kyle, podía quererlo y protegerlo, pero no podía obligar a la demás gente a que lo aceptara. Sin embargo, era evidente que Joseph ya lo había hecho. Eso le hizo sentir un nudo en la garganta.
Tras cuatro años y medio, Kyle había hecho por fin su primer amigo.
Oyó un golpe sordo y notó que la camioneta se balanceaba cuando Joseph subió a la plataforma. Se compuso lo mejor que pudo, abrió su puerta y se apeó.
Joseph depositó las bicicletas en el camino. Luego, con un ágil movimiento saltó al suelo.
_____, que seguía sintiéndose insegura, buscó a Kyle y lo encontró de pie ante la puerta de entrada. Con el sol que se escondía tras los árboles, el rostro de Joseph parecía oculto por las sombras.
—Gracias por traernos a casa —dijo _____.
—Ha sido un placer —repuso él en voz baja.
Allí, a su lado, no podía quitarse de la cabeza las imágenes de Joseph jugando a la pelota con Kyle o dejándolo conducir la camioneta, y decidió que quería saber más cosas de Joseph Jonas, pasar más tiempo con él, conocer mejor a la persona que había sido tan amable con su hijo; pero, por encima de todo, anhelaba que él deseara y sintiera lo mismo que ella.
Cuando alzó la mano para protegerse los ojos del sol, sintió que se ruborizaba.
—Todavía dispongo de un poco de tiempo antes de ir al trabajo —dijo, dejándose llevar por sus instintos—. ¿Te apetecería entrar un momento a tomar una taza de té?
Joseph se echó el sombrero hacia atrás. —Si te va bien, me encantaría.
Empujaron las bicicletas hasta la parte trasera de la casa y las dejaron bajo el porche. A continuación, entraron en la casa empujando la puerta, cuya pintura estaba cuarteada y desconchada por el paso de los años. El interior no estaba mucho más fresco, así que _____ dejó los batientes abiertos para que corriera el aire. Kyle entró tras ellos.
—Déjame que te prepare un té —dijo ella, intentando disimular su repentino nerviosismo.
Sacó de la nevera una jarra con la bebida y la sirvió en unos vasos en los que echó unos cubitos de hielo. Le entregó uno a Joseph y dejó el suyo sobre la encimera de la cocina, consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Se volvió hacia Kyle con la esperanza de que Joseph no fuera capaz de descifrar sus sentimientos.
—¿Quieres beber algo, cariño?
El niño asintió.
—«Ero un oco de aba.»
Aliviada por la interrupción que eso suponía, se lo sirvió y se lo entregó.
—¿Listo para el baño? Estás todo sudado.
—«í» —respondió mientras bebía, derramándose parte del agua por la camiseta.
—¿Me permites un momento mientras le preparo el baño? —preguntó, mirando a Joseph.
—Claro. Tómate el tiempo que quieras.
_____ se llevó a Kyle fuera de la cocina y, enseguida, tras el murmullo de su voz, Joseph oyó que el agua corría en la bañera.
Se apoyó contra la pared y estudió la cocina con ojos de experto profesional. Sabía que la casa había estado deshabitada durante unos cuantos años antes de que _____ se trasladara y, a pesar de los esfuerzos de ella, todavía mostraba señales de abandono: el suelo estaba arqueado, y el linóleo se había vuelto amarillo con el tiempo; tres puertas de los armarios que tenían rotas las bisagras caían hacia un lado, y el grifo del fregadero, que goteaba, había dejado marcas de herrumbre en la porcelana. En cuanto a la nevera, no cabía duda de que la habían instalado cuando construyeron la casa. Le recordó a la que había en la cocina de sus padres cuando él era niño. Hacía décadas que no había visto una igual.
No obstante, era evidente que _____ había hecho todo lo que había estado a su alcance para dejar el sitio presentable. Estaba limpio y ordenado. Los platos estaban guardados; las encimeras, despejadas, y los trapos, doblados sobre el fregadero. Al lado del teléfono había una pila de cartas cuidadosamente clasificadas.
Cerca de la puerta de atrás, sobre una pequeña mesa, se veían unos cuantos libros de texto apilados, encima de los cuales, a modo de pisapapeles, descansaban dos pequeñas macetas de geranios. Se acercó para examinarlos y comprobó que trataban de los procesos del desarrollo de los niños. En una estantería cercana descansaba una gruesa carpeta de tapas azules en la que se podía leer el nombre de Kyle.
El agua dejó de correr, y _____ reapareció en la cocina sabiendo lo mucho que hacía que no había estado a solas con un hombre. Era una sensación extraña, que le recordaba cómo había sido anteriormente su vida, antes de que el mundo cambiara completamente para ella.
Joseph estaba hojeando los libros cuando ella recogió su vaso y se le acercó.
—Interesante lectura —dijo él.
—A veces sí.
Su propia voz le sonó extraña, aunque Joseph no pareció notarlo.
—¿Kyle?
Ella asintió, y Joseph señaló la carpeta.
—¿Y eso?
—Esos son sus diarios. Siempre que trabajo con él apunto lo que va diciendo y cómo lo dice, lo que le cuesta más y cosas por el estilo. De este modo puedo tener constancia de sus progresos.
—Parece mucho trabajo.
—Lo es. —Hizo una pausa y añadió—: ¿Quieres sentarte?
Tomaron asiento ante la mesa de la cocina y, aunque él no se lo pidió, _____ le contó, tal como había hecho con Denise, cuál era el problema de Kyle hasta donde había podido averiguar. Joseph la escuchó sin interrumpirla.
—Así que trabajas con él todos los días... —comentó cuando ella hubo terminado.
—No, no todos. Los domingos descansamos.
—¿Por qué el lenguaje le supone tanta dificultad?
—Esa es la pregunta del millón —contestó—. Nadie parece saber la respuesta.
—¿Qué dicen los libros? —preguntó señalando la mesa.
—La mayoría de ellos no dice gran cosa. A menudo tratan de los retrasos en el aprendizaje del lenguaje en los niños, pero lo hacen dentro del marco de un problema mayor, como el autismo por ejemplo. Recomiendan que se siga una terapia, pero no especifican cuál. Simplemente recomiendan algún programa, y hay muchas teorías acerca de qué programa es el más eficaz.
—¿Y los médicos?
—Los médicos son los que han escrito esos libros.
Joseph se quedó mirando el vaso mientras pensaba en su relación con Kyle. Luego, levantó la vista.
—Pues ¿sabes que te digo? Que no habla tan mal —declaró con toda sinceridad—. Yo he entendido todo lo que me ha dicho y creo que él me ha entendido a mí.
_____ pasó una uña por una de las grietas de la mesa mientras pensaba que, aunque quizá no fuera del todo cierto, aquél era un comentario amable.
—Sí. La verdad es que en el último año ha progresado mucho.
Joseph se inclinó hacia delante.
—No lo digo por decir —declaró firmemente—. Hablo en serio. Cuando estábamos jugando a tirarnos la pelota me decía que se la lanzara y siempre que la atrapaba exclamaba: «Bien hecho.»
_____ habría podido pensar que aquello no eran más que cinco palabras: «Tira la pelota» y «Bien hecho». Poca cosa si se pensaba en ello detenidamente. Pero Joseph estaba intentando mostrarse optimista, y ella no quería enzarzarse en una discusión acerca de las verdaderas limitaciones de Kyle. Al contrario, lo que le interesaba era el hombre que tenía enfrente, así que hizo un gesto de asentimiento mientras ponía en orden sus pensamientos.
—Creo que eso tiene que ver contigo más que con él. Tú tienes mucha paciencia, al contrario que la mayoría de la gente. En este aspecto me recuerdas a alguno de los profesores con los que solía trabajar.
—¿Eras profesora?
—Sí. Lo fui durante tres años, hasta que Kyle nació.
—¿Te gustaba?
—Me encantaba. Me ocupaba de las clases de segundo grado, y ésa es una edad estupenda: los alumnos se llevan bien con sus maestros y tienen ganas de aprender. Tienes la sensación de que realmente puedes influir en sus vidas.
Joseph bebió otro trago mientras la contemplaba por encima del borde del vaso. Sentado allí, en la cocina de _____, rodeado de sus cosas, observando su expresión mientras hablaba del pasado, tuvo una visión de ella más tierna, menos a la defensiva que de costumbre. También se percató de que no estaba acostumbrada a hablar de sí misma.
—¿Volverás a enseñar?
—Puede que algún día —contestó—. Quizá dentro de unos años. He de ver qué me depara el futuro. —Hizo una pausa y se sentó un poco más erguida—. ¿Y qué hay de ti? Me dijiste que eras contratista...
Joseph asintió.
—Sí. Desde hace doce años ya.
—¿Y construyes casas?
—Eso lo hacía antes. Ahora me dedico principalmente a rehabilitar y reformar. Cuando empecé en el negocio ésos fueron los primeros trabajos que tuve porque nadie estaba interesado en ellos. A mí me gustan porque plantean más desafíos que construir algo nuevo desde cero. Tienes que arreglarte con lo que hay y nada resulta tan fácil como esperabas. Además, la mayor parte de la gente dispone de un presupuesto limitado y es divertido intentar conseguir lo máximo que se puede con una suma fija de dinero.
—¿Crees que se podría hacer algo con esta casa?
—Podrías dejarla como nueva. Todo depende de cuánto dinero quisieras gastarte.
—Bien —dijo ella bromeando—. Yo diría que en estos momentos tengo diez dólares que me queman el bolsillo.
Joseph adoptó una actitud pensativa.
—¡Hum! Así tendremos que renunciar a las encimeras de Corian y al ultracongelador...
Ambos se echaron a reír.
—¿Cómo te va trabajando en Eights?
—No va mal. Por el momento es justo lo que necesito.
—¿Y cómo se porta Ray?
—La verdad es que se porta estupendamente. Me permite que mientras hago mi turno acueste a Kyle en una habitación que tiene en la parte de atrás. Además, me ayuda con otras cosas.
—¿Te ha hablado de sus hijos?
_____ puso cara de sorpresa.
—Tu madre me hizo la misma pregunta.
—Bueno. Cuando lleves viviendo aquí el tiempo suficiente te darás cuenta de que todos saben de todo sobre todos. Con un poco de tiempo, todos acabamos haciendo las mismas preguntas. Es una ciudad pequeña.
—Es difícil pasar inadvertido, ¿no?
—Imposible.
—¿Y si me mantengo en un segundo plano?
—Es igual, porque hablarían entonces de lo reservada que eres. Pero no es tan incómodo como parece. Al final te acostumbras. La gente no es mala, sólo curiosa. A menos que hagas algo inmoral o ilegal, no se meterán contigo. Simplemente miran lo que ocurre a su alrededor porque no hay mucho más que hacer por aquí.
—Y a ti, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
—Mi trabajo y los bomberos me mantienen bastante ocupado. Por lo demás, cuando tengo un rato, me gusta ir de caza.
—Eso es algo que no estaría bien visto entre mis antiguos amigos de Atlanta.
—¿Qué quieres que te diga? No soy más que el clásico tipo sureño.
De nuevo, _____ se sorprendió de lo diferente que Joseph era si lo comparaba con los otros hombres que había conocido; no sólo en las cosas más elementales, como su aspecto o su actitud, sino también porque parecía satisfecho con el mundo que había creado para él mismo. No parecía anhelar fama ni gloria, no corría como un poseso tras el dinero ni rebosaba de planes ambiciosos que lo hicieran millonario. En cierto sentido parecía un hombre de otro tiempo, de otra época, cuando el mundo era más sencillo y las cosas más importantes resultaban las más simples.
Mientras reflexionaba sobre todo aquello, Kyle llamó desde el baño. _____ volvió la cabeza y miró qué hora era. Rhonda pasaría a buscarla dentro de media hora y aún no estaba lista. Joseph le adivinó el pensamiento y apuró su bebida.
—Creo que lo mejor será que me marche ―Kyle volvió a llamarla y esta vez Denise contestó.
—Voy enseguida, cariño. —Hizo una pausa y le preguntó a Joseph—: ¿Vas a volver a la fiesta?
Él asintió.
—Sí. Seguramente se estarán preguntando todos dónde me he metido.
Ella le dedicó una sonrisa llena de picardía.
—¿Crees que estarán murmurando sobre nosotros?
—Probablemente.
—Entonces, creo que voy a tener que acostumbrarme.
—No te preocupes. Me ocuparé de que sepan que no ha ocurrido nada.
_____ lo miró a los ojos y sintió una agitación interior, algo repentino e inesperado. Las palabras le salieron antes de que pudiera detenerlas.
—Para mí sí que ha ocurrido...
Joseph pareció estudiarla en silencio, sopesando lo que acababa de escuchar, mientras ella se ruborizaba como una colegiala. Él desvió la mirada un momento. Luego la contempló.
—¿Trabajas mañana por la noche? —preguntó finalmente.
—No —respondió _____ casi sin aliento. Joseph aspiró profundamente. «¡Qué guapa es!», se dijo.
—¿Qué te parece si los llevo a ti y a Kyle a las atracciones, mañana por la noche? Estoy seguro de que a él le encantaría.
A pesar de que había sospechado que él se lo pediría, se sintió aliviada cuando oyó que se lo proponía.
—Me encantaría —repuso suavemente.
Aquella misma noche, más tarde, Joseph, incapaz de dormir, meditó que lo que había empezado como un día cualquiera había acabado tomando un derrotero inesperado. Realmente no sabía cómo había sucedido. Tenía la impresión de que su historia con _____ era como una bola de nieve que rodaba cuesta abajo escapando de su control.
Saltaba a la vista que era inteligente y atractiva. Lo admitía. Pero ya había conocido antes otras mujeres inteligentes y atractivas. Algo había en ella, algo había en su relación, que era responsable de que se hubiera dejado llevar, de que hubiera perdido ligeramente el control.
A falta de una palabra mejor, se dijo que era porque a su lado se sentía cómodo.
«Pero eso carece de todo sentido», pensó haciendo una pelota con la almohada.
Apenas la conocía. Sólo habían conversado un par de veces, sólo la había visto en dos ocasiones. Probablemente no era en absoluto como él se imaginaba que era.
Además, no quería comprometerse. Eso era algo por lo que ya había pasado.
Le dio una patada a las sábanas, súbitamente irritado.
¿Por qué había tenido que acompañarla a su casa? ¿Por qué le había pedido salir con ella al día siguiente?
Y lo más importante: ¿por qué las respuestas a esas preguntas lo incordiaban tanto?
Era un Dodge 4x4, negro y con neumáticos anchos. Tenía dos faros montados sobre el arco de seguridad, un cable de remolcar sujeto al parachoques delantero, un armero para escopetas tras los asientos y una reluciente caja de herramientas en la plataforma de carga. Sin embargo, a diferencia de otros que _____ había visto, aquél no era el de un coleccionista: la pintura había perdido el brillo original, estaba lleno de arañazos e incluso tenía una abolladura cerca de la puerta del conductor; faltaba uno de los retrovisores, y el agujero que había dejado se estaba oxidando; toda la parte inferior del vehículo estaba cubierta de incrustaciones de barro seco.
Kyle juntó las manos nerviosamente.
—«¡Amión montuo!» —repitió.
—¿Te gusta? —preguntó Joseph.
—«¡Í!» —contestó asintiendo vigorosamente.
Joseph cargó las bicicletas y abrió la puerta para ayudarlos a subir. A causa de la altura de la caja, tuvo que alzar a Kyle. Cuando _____ se encaramó, agarrándose donde él le indicaba, sus cuerpos se rozaron.
Puso en marcha el motor y se dirigieron hacia las afueras de Edenton, con Kyle de pie entre los dos. Como si intuyera que ella deseaba estar a solas con sus pensamientos, Joseph se mantuvo callado. _____ se lo agradeció. Hay gente que se siente incómoda en el silencio y lo considera un vacío que es necesario llenar. Estaba claro que Joseph no era de esa clase, porque se contentaba con conducir, simplemente.
Los minutos transcurrieron mientras la mente de _____ divagaba. Contempló cómo pasaban, uno tras otro, los pinos que bordeaban la cuneta y volvió a asombrarse de estar en el camión junto a él. Por el rabillo del ojo pudo ver que conducía absorto en la carretera. Tal como había apreciado la primera vez que lo había visto, Joseph no era guapo en el sentido clásico de la palabra. Dudaba de que, de haberse cruzado con él en cualquier calle de Atlanta, le hubiera llamado la atención. Carecía de la belleza de ciertos hombres, pero había algo en él que ella encontraba rudamente atractivo. Joseph poseía un rostro bronceado y enjuto en el que el sol había dejado su huella en forma de pequeñas arrugas alrededor de los ojos y en las mejillas. Su cintura era estrecha; su espalda, ancha y musculosa —como si hubiera pasado años llevando pesadas cargas—, y sus brazos parecían haber martilleado miles de clavos, lo cual era probablemente cierto. Era como si su trabajo como contratista le hubiera modelado el aspecto.
_____ se preguntó si habría estado casado alguna vez. Ni él ni Denise lo habían mencionado, aunque tampoco tenía demasiada importancia. A la gente no solía gustarle hablar de errores del pasado. Dios era testigo de que ella no mencionaba a Brett a menos que no tuviera más remedio. No obstante, había algo en su actitud que le decía que nunca se había comprometido. Aquella tarde no había podido evitar percatarse de que era el único soltero de la fiesta.
Se acercaron a la calle Charity, y Joseph aminoró la marcha, tomó el desvío y aceleró de nuevo. Estaban a punto de llegar.
Al cabo de un minuto, entraron en el camino de gravilla. Entonces, Joseph frenó lentamente hasta que detuvo la camioneta por completo, puso el punto muerto y dejó el motor al ralentí. _____ lo contempló con extrañeza.
—Qué, hombrecito, ¿te gustaría conducir mi camión? —preguntó Joseph.
Kyle tardó un instante en darse la vuelta.
—Vamos —insistió, dando una palmada en el volante—, sé que puedes.
Kyle dudó, y Joseph lo miró. Finalmente el chico se movió y él se lo sentó en el regazo. A continuación le apoyó las manos en la parte superior del volante y apartó las suyas, dispuesto a agarrarlo en caso de que fuera necesario.
—¿Estás preparado?
Kyle no respondió, pero Joseph puso una marcha y embragó despacio. El vehículo empezó a avanzar.
—Perfecto, hombrecito. ¡Allá vamos!
Kyle aferró el volante con inseguridad mientras la camioneta rodaba cuesta arriba. Cuando se dio cuenta de que era él quien la guiaba, los ojos se le pusieron como platos.
Giró hacia la izquierda. La camioneta respondió y se adentró por la hierba dando saltos mientras se dirigía hacia la cerca. Kyle dio un golpe de volante en la dirección contraria y cruzaron el camino hacia el otro lado.
Se movían muy despacio, pero aun así Kyle sonreía abiertamente y le dirigió a su madre una orgullosa mirada, como si le dijera: «¡Eh, mamá, mira lo que hago!» Cuando volvió a girar, se echó a reír de contento.
—«¡Toy oducendo!»
El vehículo se fue acercando a la casa describiendo grandes eses y sorteando los árboles (gracias a los pequeños ajustes que Joseph iba introduciendo). Kyle soltó otra carcajada y Joseph le guiñó un ojo a _____.
—Mi padre solía dejarme hacer esto cuando yo era pequeño —explicó—. Pensé que a Kyle le gustaría.
Kyle, con un poco de ayuda verbal y manual, consiguió llevar el vehículo hasta el magnolio y aparcarlo. Tras abrir la puerta del conductor, Joseph lo depositó en el suelo y el chiquillo salió corriendo hacia la casa.
Él y _____ lo observaron en silencio. Finalmente, Joseph se dio la vuelta y tosió levemente para aclararse la garganta.
—Déjame que vaya por las bicicletas —dijo, al tiempo que saltaba de la cabina.
Mientras se dirigía a la parte trasera y abría la plataforma, _____ permaneció en su asiento sintiéndose confundida. De nuevo, Joseph había logrado cogerla desprevenida: era la segunda vez que hacía algo amable para Kyle, algo que para los otros niños habría sido cosa normal. Con la primera la había sorprendido, pero con aquélla le había tocado un punto sensible que nunca habría imaginado. Como madre de Kyle, podía quererlo y protegerlo, pero no podía obligar a la demás gente a que lo aceptara. Sin embargo, era evidente que Joseph ya lo había hecho. Eso le hizo sentir un nudo en la garganta.
Tras cuatro años y medio, Kyle había hecho por fin su primer amigo.
Oyó un golpe sordo y notó que la camioneta se balanceaba cuando Joseph subió a la plataforma. Se compuso lo mejor que pudo, abrió su puerta y se apeó.
Joseph depositó las bicicletas en el camino. Luego, con un ágil movimiento saltó al suelo.
_____, que seguía sintiéndose insegura, buscó a Kyle y lo encontró de pie ante la puerta de entrada. Con el sol que se escondía tras los árboles, el rostro de Joseph parecía oculto por las sombras.
—Gracias por traernos a casa —dijo _____.
—Ha sido un placer —repuso él en voz baja.
Allí, a su lado, no podía quitarse de la cabeza las imágenes de Joseph jugando a la pelota con Kyle o dejándolo conducir la camioneta, y decidió que quería saber más cosas de Joseph Jonas, pasar más tiempo con él, conocer mejor a la persona que había sido tan amable con su hijo; pero, por encima de todo, anhelaba que él deseara y sintiera lo mismo que ella.
Cuando alzó la mano para protegerse los ojos del sol, sintió que se ruborizaba.
—Todavía dispongo de un poco de tiempo antes de ir al trabajo —dijo, dejándose llevar por sus instintos—. ¿Te apetecería entrar un momento a tomar una taza de té?
Joseph se echó el sombrero hacia atrás. —Si te va bien, me encantaría.
Empujaron las bicicletas hasta la parte trasera de la casa y las dejaron bajo el porche. A continuación, entraron en la casa empujando la puerta, cuya pintura estaba cuarteada y desconchada por el paso de los años. El interior no estaba mucho más fresco, así que _____ dejó los batientes abiertos para que corriera el aire. Kyle entró tras ellos.
—Déjame que te prepare un té —dijo ella, intentando disimular su repentino nerviosismo.
Sacó de la nevera una jarra con la bebida y la sirvió en unos vasos en los que echó unos cubitos de hielo. Le entregó uno a Joseph y dejó el suyo sobre la encimera de la cocina, consciente de lo cerca que estaban el uno del otro. Se volvió hacia Kyle con la esperanza de que Joseph no fuera capaz de descifrar sus sentimientos.
—¿Quieres beber algo, cariño?
El niño asintió.
—«Ero un oco de aba.»
Aliviada por la interrupción que eso suponía, se lo sirvió y se lo entregó.
—¿Listo para el baño? Estás todo sudado.
—«í» —respondió mientras bebía, derramándose parte del agua por la camiseta.
—¿Me permites un momento mientras le preparo el baño? —preguntó, mirando a Joseph.
—Claro. Tómate el tiempo que quieras.
_____ se llevó a Kyle fuera de la cocina y, enseguida, tras el murmullo de su voz, Joseph oyó que el agua corría en la bañera.
Se apoyó contra la pared y estudió la cocina con ojos de experto profesional. Sabía que la casa había estado deshabitada durante unos cuantos años antes de que _____ se trasladara y, a pesar de los esfuerzos de ella, todavía mostraba señales de abandono: el suelo estaba arqueado, y el linóleo se había vuelto amarillo con el tiempo; tres puertas de los armarios que tenían rotas las bisagras caían hacia un lado, y el grifo del fregadero, que goteaba, había dejado marcas de herrumbre en la porcelana. En cuanto a la nevera, no cabía duda de que la habían instalado cuando construyeron la casa. Le recordó a la que había en la cocina de sus padres cuando él era niño. Hacía décadas que no había visto una igual.
No obstante, era evidente que _____ había hecho todo lo que había estado a su alcance para dejar el sitio presentable. Estaba limpio y ordenado. Los platos estaban guardados; las encimeras, despejadas, y los trapos, doblados sobre el fregadero. Al lado del teléfono había una pila de cartas cuidadosamente clasificadas.
Cerca de la puerta de atrás, sobre una pequeña mesa, se veían unos cuantos libros de texto apilados, encima de los cuales, a modo de pisapapeles, descansaban dos pequeñas macetas de geranios. Se acercó para examinarlos y comprobó que trataban de los procesos del desarrollo de los niños. En una estantería cercana descansaba una gruesa carpeta de tapas azules en la que se podía leer el nombre de Kyle.
El agua dejó de correr, y _____ reapareció en la cocina sabiendo lo mucho que hacía que no había estado a solas con un hombre. Era una sensación extraña, que le recordaba cómo había sido anteriormente su vida, antes de que el mundo cambiara completamente para ella.
Joseph estaba hojeando los libros cuando ella recogió su vaso y se le acercó.
—Interesante lectura —dijo él.
—A veces sí.
Su propia voz le sonó extraña, aunque Joseph no pareció notarlo.
—¿Kyle?
Ella asintió, y Joseph señaló la carpeta.
—¿Y eso?
—Esos son sus diarios. Siempre que trabajo con él apunto lo que va diciendo y cómo lo dice, lo que le cuesta más y cosas por el estilo. De este modo puedo tener constancia de sus progresos.
—Parece mucho trabajo.
—Lo es. —Hizo una pausa y añadió—: ¿Quieres sentarte?
Tomaron asiento ante la mesa de la cocina y, aunque él no se lo pidió, _____ le contó, tal como había hecho con Denise, cuál era el problema de Kyle hasta donde había podido averiguar. Joseph la escuchó sin interrumpirla.
—Así que trabajas con él todos los días... —comentó cuando ella hubo terminado.
—No, no todos. Los domingos descansamos.
—¿Por qué el lenguaje le supone tanta dificultad?
—Esa es la pregunta del millón —contestó—. Nadie parece saber la respuesta.
—¿Qué dicen los libros? —preguntó señalando la mesa.
—La mayoría de ellos no dice gran cosa. A menudo tratan de los retrasos en el aprendizaje del lenguaje en los niños, pero lo hacen dentro del marco de un problema mayor, como el autismo por ejemplo. Recomiendan que se siga una terapia, pero no especifican cuál. Simplemente recomiendan algún programa, y hay muchas teorías acerca de qué programa es el más eficaz.
—¿Y los médicos?
—Los médicos son los que han escrito esos libros.
Joseph se quedó mirando el vaso mientras pensaba en su relación con Kyle. Luego, levantó la vista.
—Pues ¿sabes que te digo? Que no habla tan mal —declaró con toda sinceridad—. Yo he entendido todo lo que me ha dicho y creo que él me ha entendido a mí.
_____ pasó una uña por una de las grietas de la mesa mientras pensaba que, aunque quizá no fuera del todo cierto, aquél era un comentario amable.
—Sí. La verdad es que en el último año ha progresado mucho.
Joseph se inclinó hacia delante.
—No lo digo por decir —declaró firmemente—. Hablo en serio. Cuando estábamos jugando a tirarnos la pelota me decía que se la lanzara y siempre que la atrapaba exclamaba: «Bien hecho.»
_____ habría podido pensar que aquello no eran más que cinco palabras: «Tira la pelota» y «Bien hecho». Poca cosa si se pensaba en ello detenidamente. Pero Joseph estaba intentando mostrarse optimista, y ella no quería enzarzarse en una discusión acerca de las verdaderas limitaciones de Kyle. Al contrario, lo que le interesaba era el hombre que tenía enfrente, así que hizo un gesto de asentimiento mientras ponía en orden sus pensamientos.
—Creo que eso tiene que ver contigo más que con él. Tú tienes mucha paciencia, al contrario que la mayoría de la gente. En este aspecto me recuerdas a alguno de los profesores con los que solía trabajar.
—¿Eras profesora?
—Sí. Lo fui durante tres años, hasta que Kyle nació.
—¿Te gustaba?
—Me encantaba. Me ocupaba de las clases de segundo grado, y ésa es una edad estupenda: los alumnos se llevan bien con sus maestros y tienen ganas de aprender. Tienes la sensación de que realmente puedes influir en sus vidas.
Joseph bebió otro trago mientras la contemplaba por encima del borde del vaso. Sentado allí, en la cocina de _____, rodeado de sus cosas, observando su expresión mientras hablaba del pasado, tuvo una visión de ella más tierna, menos a la defensiva que de costumbre. También se percató de que no estaba acostumbrada a hablar de sí misma.
—¿Volverás a enseñar?
—Puede que algún día —contestó—. Quizá dentro de unos años. He de ver qué me depara el futuro. —Hizo una pausa y se sentó un poco más erguida—. ¿Y qué hay de ti? Me dijiste que eras contratista...
Joseph asintió.
—Sí. Desde hace doce años ya.
—¿Y construyes casas?
—Eso lo hacía antes. Ahora me dedico principalmente a rehabilitar y reformar. Cuando empecé en el negocio ésos fueron los primeros trabajos que tuve porque nadie estaba interesado en ellos. A mí me gustan porque plantean más desafíos que construir algo nuevo desde cero. Tienes que arreglarte con lo que hay y nada resulta tan fácil como esperabas. Además, la mayor parte de la gente dispone de un presupuesto limitado y es divertido intentar conseguir lo máximo que se puede con una suma fija de dinero.
—¿Crees que se podría hacer algo con esta casa?
—Podrías dejarla como nueva. Todo depende de cuánto dinero quisieras gastarte.
—Bien —dijo ella bromeando—. Yo diría que en estos momentos tengo diez dólares que me queman el bolsillo.
Joseph adoptó una actitud pensativa.
—¡Hum! Así tendremos que renunciar a las encimeras de Corian y al ultracongelador...
Ambos se echaron a reír.
—¿Cómo te va trabajando en Eights?
—No va mal. Por el momento es justo lo que necesito.
—¿Y cómo se porta Ray?
—La verdad es que se porta estupendamente. Me permite que mientras hago mi turno acueste a Kyle en una habitación que tiene en la parte de atrás. Además, me ayuda con otras cosas.
—¿Te ha hablado de sus hijos?
_____ puso cara de sorpresa.
—Tu madre me hizo la misma pregunta.
—Bueno. Cuando lleves viviendo aquí el tiempo suficiente te darás cuenta de que todos saben de todo sobre todos. Con un poco de tiempo, todos acabamos haciendo las mismas preguntas. Es una ciudad pequeña.
—Es difícil pasar inadvertido, ¿no?
—Imposible.
—¿Y si me mantengo en un segundo plano?
—Es igual, porque hablarían entonces de lo reservada que eres. Pero no es tan incómodo como parece. Al final te acostumbras. La gente no es mala, sólo curiosa. A menos que hagas algo inmoral o ilegal, no se meterán contigo. Simplemente miran lo que ocurre a su alrededor porque no hay mucho más que hacer por aquí.
—Y a ti, ¿qué te gusta hacer en tu tiempo libre?
—Mi trabajo y los bomberos me mantienen bastante ocupado. Por lo demás, cuando tengo un rato, me gusta ir de caza.
—Eso es algo que no estaría bien visto entre mis antiguos amigos de Atlanta.
—¿Qué quieres que te diga? No soy más que el clásico tipo sureño.
De nuevo, _____ se sorprendió de lo diferente que Joseph era si lo comparaba con los otros hombres que había conocido; no sólo en las cosas más elementales, como su aspecto o su actitud, sino también porque parecía satisfecho con el mundo que había creado para él mismo. No parecía anhelar fama ni gloria, no corría como un poseso tras el dinero ni rebosaba de planes ambiciosos que lo hicieran millonario. En cierto sentido parecía un hombre de otro tiempo, de otra época, cuando el mundo era más sencillo y las cosas más importantes resultaban las más simples.
Mientras reflexionaba sobre todo aquello, Kyle llamó desde el baño. _____ volvió la cabeza y miró qué hora era. Rhonda pasaría a buscarla dentro de media hora y aún no estaba lista. Joseph le adivinó el pensamiento y apuró su bebida.
—Creo que lo mejor será que me marche ―Kyle volvió a llamarla y esta vez Denise contestó.
—Voy enseguida, cariño. —Hizo una pausa y le preguntó a Joseph—: ¿Vas a volver a la fiesta?
Él asintió.
—Sí. Seguramente se estarán preguntando todos dónde me he metido.
Ella le dedicó una sonrisa llena de picardía.
—¿Crees que estarán murmurando sobre nosotros?
—Probablemente.
—Entonces, creo que voy a tener que acostumbrarme.
—No te preocupes. Me ocuparé de que sepan que no ha ocurrido nada.
_____ lo miró a los ojos y sintió una agitación interior, algo repentino e inesperado. Las palabras le salieron antes de que pudiera detenerlas.
—Para mí sí que ha ocurrido...
Joseph pareció estudiarla en silencio, sopesando lo que acababa de escuchar, mientras ella se ruborizaba como una colegiala. Él desvió la mirada un momento. Luego la contempló.
—¿Trabajas mañana por la noche? —preguntó finalmente.
—No —respondió _____ casi sin aliento. Joseph aspiró profundamente. «¡Qué guapa es!», se dijo.
—¿Qué te parece si los llevo a ti y a Kyle a las atracciones, mañana por la noche? Estoy seguro de que a él le encantaría.
A pesar de que había sospechado que él se lo pediría, se sintió aliviada cuando oyó que se lo proponía.
—Me encantaría —repuso suavemente.
Aquella misma noche, más tarde, Joseph, incapaz de dormir, meditó que lo que había empezado como un día cualquiera había acabado tomando un derrotero inesperado. Realmente no sabía cómo había sucedido. Tenía la impresión de que su historia con _____ era como una bola de nieve que rodaba cuesta abajo escapando de su control.
Saltaba a la vista que era inteligente y atractiva. Lo admitía. Pero ya había conocido antes otras mujeres inteligentes y atractivas. Algo había en ella, algo había en su relación, que era responsable de que se hubiera dejado llevar, de que hubiera perdido ligeramente el control.
A falta de una palabra mejor, se dijo que era porque a su lado se sentía cómodo.
«Pero eso carece de todo sentido», pensó haciendo una pelota con la almohada.
Apenas la conocía. Sólo habían conversado un par de veces, sólo la había visto en dos ocasiones. Probablemente no era en absoluto como él se imaginaba que era.
Además, no quería comprometerse. Eso era algo por lo que ya había pasado.
Le dio una patada a las sábanas, súbitamente irritado.
¿Por qué había tenido que acompañarla a su casa? ¿Por qué le había pedido salir con ella al día siguiente?
Y lo más importante: ¿por qué las respuestas a esas preguntas lo incordiaban tanto?
Natuu!
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