rumor has it

De nuevo, la fiesta parecía estar en su mejor momento, y Camilla se encontraba encerrada en una de las habitaciones más alejadas de la casa, por no decir ático, donde era normalmente enviada cuando Verónica tenía invitados, ya que su habitación estaba muy cerca de la civilización y, según las palabras de la mayor, “sería una humillación pública que supieran que Camilla vivía en su casa”. No importaba, de todas maneras, ya estaba acostumbrada.

Luego de salir del instituto, pasó a recoger a Jonah antes de dirigirse al aeropuerto a despedir a sus padres, Verónica ya se encontraba ahí. Esta vez, sus padres se dirigían a alguna parte de África, para que su madre pudiera ayudar con su profesión a todos aquellos que necesitaran y no pudieran pagar servicios médicos, y su padre, su padre simplemente la acompañaba. Con un “no traigan otra molestia del continente” por parte de Verónica, ellos se fueron. Pasó a dejar a Jonah a la casa de unos de sus amigos para que pasara la noche, debido a la fiesta, agradeció a la madre y le dejó la lista de las alergias del pequeño, antes de dirigirse a su casa. Al llegar, fue, inmediatamente, enviada al ático y hasta el momento ahí se encontraba.

Otra, en su lugar, se concentraría en la libreta apoyada en su regazo y dejaría que la música saliera libremente por los auriculares, sin embargo, ella era sólo, ella. Prefería distraerse vagamente con el bullicio que provenía de algún lugar de la casa. De cierta manera, le recordaba que de alguna manera u otra, aún podía considerarse parte de la sociedad.

Suspiró y volvió la vista a la libreta en su regazo. Desde su primer año de instituto que no escribía en ninguna libreta. Luego de que Verónica le sacara copias a su diario del momento y las repartiera por todo el lugar, sabía que no era algo inteligente llegar a escribir de nuevo. Pero había llegado un momento donde sentía que se asfixiaba. Sabía que no tenía derecho a sentirse así, sabía que no tenía por qué estar menos que agradecida, pero era un sentimiento que no podía evitar. Así que escribiría con las esperanzas de disiparlo, ya buscaría después como esconderla de ella.

La música suena a mi alrededor, no obstante, ya no estoy encerrada en el ático. Estoy entre el tumulto de personas que mueve sus cuerpos incoherentemente según la melodía de la música. Estoy entre la sociedad. Estoy entre tus brazos. Y no hay ningún otro lugar en el que quisiera estar en este momento. Un lugar en el que he deseado estar desde la primera vez que tu sonrisa quedó grabada a fuego en mi mente.

Tus manos están en mi cintura y tus labios en mi oído, no hay mejor sentimiento que bailar a tu lado. Bailar toda la noche y tomar sin control hasta el amanecer, y no tendría miedo, porque sé que estás ahí para protegerme. Pero la música suena más alto, las miradas que me dirigen ya no son más que de burla y ya no estoy en tus brazos, ahora es ella quien se encuentra en el lugar que hace pocos segundos disfrutaba, y lo recuerdo. Recuerdo que no soy suficiente, recuerdo que nunca lo fui, recuerdo que fui yo la que te empujé a sus brazos y sé que no hubiera podido hacer ninguna otra cosa, porque yo era sólo una amiga, es lo único que siempre fui y ahora ni eso puedo ser considerada. De nuevo, recuerdo que todo es un sueño, siempre lo es y así deberá ser, pero aún en ellos, sé que estoy estúpidamente enamorada, pero no importa, nunca ha importado.

Se extrañó al ver que una parte de la hoja comenzaba a humedecerse. Rápidamente pasó su mano por su mejilla para limpiar las lágrimas que le seguían a esa primera y evitar dañar más la libreta. La cerró y la colocó a su lado en la cama, aún tratando de detener las lágrimas. Estaba cansada de llorar. Se sentía una maldita llorona y no le gustaba, ella no era así, no necesitaba a nadie, o eso quería creer.

Unos golpes en la puerta la distrajeron, teniendo en cuenta que la única que sabía que estaba ahí era Verónica, escondió la libreta debajo de la cama y se terminó de limpiar las lágrimas revisando que no quedara rastro de ellas. Respiró para mantener en calma su respiración y se dirigió a la puerta. La abrió y, como había supuesto, ahí estaba ella. Tendiéndole el teléfono.

– Les dices que hay una fiesta y me encargo de que el resto de tu vida sea un infierno – puso el teléfono en su mano y se quedó apoyada en el marco de la puerta. Ya lo haces. Pensó Milla. Pero lo mantuvo únicamente como eso, un pensamiento. Se acercó el teléfono al oído y de inmediato escuchó la voz de su padre.
– Hola papá. – Verónica rodó los ojos.
– Milla, cariño, ¿cómo estás? ¿Cómo está todo en la casa? ¿Y Jonah?
– Bien. La casa está tranquila. Ya sabes, lo normal, cada una en su habitación. Jonah está en la casa de los Higgins, al parecer le habían prometido enseñarle a jugar soccer.
– Me gustaría ver que lo intenten, desde niño lo he inculcado en el béisbol. Ya su mente está lavada. – ambos rieron.
– No sé, yo lo veía muy emocionado.
– Niño traidor. – Milla rió aún más ante las palabras de su padre, sin embargo, se detuvo al ver la mirada de burla que le dedicaba Verónica.
– Bueno, papá, tengo que hacer tarea, me saludas a mamá. – sin poder obtener respuesta, Verónica tomó el teléfono de sus manos y cortó la llamada.

Antes de que se fuera, Milla habló.

– Gracias – Verónica se detuvo y se volteó a verla, luego alzó una ceja. – Gracias por dejarme hablar con él. – la risa de Verónica le hizo saber que tal vez decirlo no fue la mejor idea.
– ¿En serio crees que haría algo por ti? Estorbo. Si no te ponía al teléfono obviamente iban a sospechar algo. Si yo se los digo, no me creen, si se los dices tú, es santa palabra. Es ridículo como se rebajan mis padres para hacerles creer a gente como tú que alguien en realidad se interesa por ellos. Por favor. Lo único que te tienen es lástima. Un medio para un beneficio, no eres nada más para ellos.
– ¿Y tú si eres algo más? – habló una voz externa asomándose por el pasillo – por favor Verónica, no me hagas reír. El único estorbo aquí eres tú. Una escoria humana que necesita hacer sentir mal a los demás para sentirse bien con sí misma. – ella iba a responder cuando el castaño prosiguió – no gastes saliva. No me interesa. ¿Por qué no te vas? Tienes una fiesta abajo y un novio absurdamente ciego buscándote.
– Uno que resulta ser amigo tuyo Young, irónico ¿no? – le guiñó el ojo antes de tomar camino por el pasillo que llevaba al frente de la casa.

El castaño murmuraba maldiciones que Milla no lograba entender. Nada más se mantuvo en silencio observándolo. Nadie nunca, aparte de sus padres, le había respondido a Verónica, la mayoría porque pensaba que tenía mucha clase como para molestar a alguien, la otra parte, ella incluida, simplemente le tenían miedo por que conocían la verdadera parte de ella. Sin embargo, al parecer un nuevo grupo se había creado, un grupo que la veía por quien era y no tenía miedo a reclamarle, un grupo que hasta ahora era únicamente conformado por el castaño que recién levantaba los ojos para mirarla.

Sus ojos se le hicieron conocidos, sin embargo, no recordaba muy bien de dónde. Por un momento pensó que iba a estar molesto con ella por hacer que se metiera en problemas por su culpa, sin embargo, la confusión se hizo presente en ella cuando le vio sonreírle.

– Camilla, ¿cierto? – asintió. – Patrick, Patrick Young, nos habíamos visto antes, soy amigo de Nick.

A la mención de su nombre lo recordó. Era el muchacho bromista que siempre rondaba a Nicholas cuando eran más jóvenes. Él y su amigo, Carter, solían molestarlos a Nicholas y a ella cada vez que los veían juntos, claro antes de que él aclarara rápidamente que no eran más que amigos. Milla le devolvió la sonrisa y asintió de nuevo, indicándole que ya recordaba. Ambos se quedaron en silencio por unos segundos antes de que Patrick se atreviera a preguntar.

– ¿Siempre te trata así?
– Fue mi culpa. – habló calladamente. Patrick rodó los ojos.
– Le agradeciste, por dejarte hablar con tus padres, ¿cómo es eso tu culpa? – se preguntó cuánto tiempo debió haber estado escuchando.
– Siempre es mi culpa – se encogió de hombros – ya estoy acostumbrada. – le dedicó una sonrisa esperando que fuera convincente. – Bueno, no te quito más tiempo. – suspiró antes de darse vuelta para volver entrar al ático, pero la voz de Patrick la detuvo.
– ¿Vives en el ático? – ella se volteó, mostrándose nerviosa y pensando por unos segundos.
– No – se mordió el labio. El levantó la ceja, unos segundos luego, entendió el por qué.
– ¿Te manda acá cada vez que tiene una fiesta?
– Cada vez que tiene invitados. – soltó sin tener intención de hacerlo. Se tapó la boca y miró asustada a Patrick. – Por favor no le digas que te dije eso.

Patrick suspiró y negó con la cabeza. Luego pasó una mano por su cabello y enfocó la vista en ella de nuevo.

– Bueno, vamos – declaró antes de intentar entrar al ático con ella.
– ¿Qué?
– No puedes esperar que te deje sola.
– ¿Por qué? Apenas me conoces.
– Vamos, te conozco desde niña. Además, si vuelvo por ahí, te juro que me pierdo. Esta casa es un maldito laberinto.
– Pero la fiesta…
– Igual de genérica que las otras, no me pierdo de nada. Seguro que contigo me divierto más. ¿Tienen juegos de mesa acá arriba? – ella pensó unos segundos, luego asintió recordando que allí los guardaban. Patrick sonrió, revolvió el cabello de Milla y comenzó a subir las gradas hacia el ático.

Se quedó estática en el marco de la puerta por unos segundos, estaba totalmente absorta en sus pensamientos ya que aún no sabía que acababa de pasar, pero, no tenía que pensar en las malas posibilidades, más bien, todo lo contrario. Bueno, al menos no pasaría el resto de la noche sola. Sonrió y siguió los pasos de Patrick, sin embargo, al llegar a la habitación, lo vio leyendo una pequeña libreta que reposaba en sus manos, su libreta.

Rayos.


La fiesta era tan energética como había esperado que fuera desde el principio. Normalmente no atendía a este tipo de actividades durante semana lectiva, sin embargo, al ser su novia la chaperona, no había forma en el mundo de que pudiera escaparse. Además, puede que no fuera tan malo. Podría ser que la fiesta ayudara a aquellos nuevos a integrarse, aunque puede que no recuerden nada al día siguiente, o, en su peor caso, que Verónica no haya invitado a nadie de primer ingreso. Se revolvió el cabello y buscó a su novia por toda la sala. Le costaba pasar debido a la gran cantidad de personas, sin embargo, Vero tenía una extraña afición por ser el centro de atención, por lo que, si estuviera cerca, lo sabría.

– Nick, ¿y esa cara? Vamos hermano, es una fiesta. – gritó Oliver sobre el sonido de la música, metiendo un vaso en su mano.
– Si llegas así a la práctica mañana estarás en serios problemas. – le respondió con una sonrisa en su rostro, su tono medio burlón, recordando que mañana se retomaban las prácticas de soccer. Maldición, el entrenador tendría su cabeza si se le ocurría tomar de más. Oliver palmeó su espalda.
– Vamos, como si fuera posible que te metieras en problemas. – le molestó el pelirrojo al ver el ceño fruncido de Nick. – Todos te adoran Nick, hasta el entrenador Mullings, tienes derecho a relajarte un rato.
– Y no pude haberlo dicho mejor. – asintió Verónica llegando a su lado. – Además, para eso estoy yo. – le guiñó un ojo a Oliver, quien se fue, dedicándole una última sonrisa traviesa a su capitán. – Ven conmigo – le susurró en el oído antes de jalarlo escaleras arriba.

En el trayecto, veía como muchos de los hombres presentes se quedaban mirando el trasero de su novia, que, de todas maneras, no dejaba mucho a la imaginación. Nick frunció el ceño, no por los celos, de hecho, fue por el hecho de que ninguna mujer debería sentirse ultrajada por los pensamientos indebidos de un hombre. Así que, se quitó la chaqueta y la colocó cubriéndola un poco más de lo que la ropa de ella lo hacía.

– ¿Qué es esto? – preguntó quitándosela de inmediato. – Vamos Nick, no seas infantil. – pero a parecer a ella no le importaba. Le tiró la chaqueta encima y subió rápido las escaleras sabiendo que él la iba a seguir. En efecto, se encogió de hombros, se colocó la chaqueta de nuevo y así lo hizo. Al ver atrás de él, pudo ver a Aaron, un chico de su clase al que había conocido en la bienvenida, al parecer sería su tutor. En el almuerzo, le había parecido un chico genial. Iba a cambiar su camino para ir a entablar conversación con él, ya que se le veía un poco fuera de lugar, pero antes de poder hacerlo, escuchó a Verónica llamarlo a sus espaldas. Así que decidió que podría ir a ver que era lo que quería su novia y luego ir a converzar con Aaron.

Terminó de subir las escaleras y le pareció un poco raro que la puerta de la habitación de Camilla fuera la única que recién se hubiera cerrado, y al parecer Verónica no se encontraba en ningún otro lado. Por lo que caminó a paso inseguro a la habitación de Camilla y tocó la puerta. Se sorprendió al sólo recibir respuesta de Verónica. Entro cuidadosamente, esperando no molestar a Camilla, no obstante, ella no estaba ahí.

– ¿Qué hacemos en el cuarto de tu hermana? – vio a Verónica rodar los ojos, sin embargo, no dijo nada, al menos nada que él pudiera escuchar.
– Mi habitación está ocupada, esta es la más cercana. – se encogió de hombros y se acercó a ponerle el seguro a la puerta, luego caminó hacia él, comenzando a depositar besos en cuello y a desabotonarle la camisa. Nick se apartó.
– No voy a hacerlo en el cuarto de tu hermana.
– Deja de llamarla mi “hermana”. Ambos sabemos que no lo es.
– Verónica – reclamó tomando sus manos y manteniéndola a sus lados para que dejara de tocarlo.
– Vamos, a ella no le importa. – se soltó de su agarre y se quitó el diminuto vestido, dejando su cuerpo a la vista ya que, al parecer, no llevaba ropa interior. Claramente no era la primera vez que la veía sin ropa, a pesar de todo, nunca dejaba de sorprenderlo (no exactamente un buen tipo de sorpresa).

Verónica aprovechó la incomodidad de Nick para tirarlo a la cama, subirse sobre él y retomar el camino de besos que estaba dejando en su cuello.

Nick, aún incómodo, estuvo a segundos de dejarse llevar, sin embargo, un recuadro en la mesa de noche llamó su atención. Era una fotografía de él y Camilla, el primer día que se habían conocido. Ella sonreía sonrojada a la cámara, con un poco de helado en la punta de su nariz, mientras él la miraba con una sonrisa divertida en su rostro. Había sido un buen día. Le costaba un poco creer que ella aún guardara esa fotografía, pero mentiría si dijera que él no tenía una foto de ese mismo día guardada en su billetera.

Al sentir que Verónica comenzaba a quitar los botones de nuevo, la tomó de la cintura y la quitó de encima para luego salir de la habitación. Por más que Verónica fuera su novia, no le podía hacer eso a Camilla, no en su habitación. Puede que ya no fueran los mismos de antes, pero los vestigios de su amistad aún quedaban intactos en su memoria, y no se sentía con ganas de mancharlos.