No more love.

angie: Creo que lo que mas me gusto de tu cap, es que diste el punto clave de las dos caras, como marie era recatada y firme, mientras que zafire es un poco desubicada y contenta con temas y aspectos que pueden hacerse siempre en la vida cotidiana. Bueno, eso. Me gusto mucho. Srsly, básicamente eso. *(?)

estoy re atrasada pero un comentario hace la diferencia. Mañana pongo más, lo siento, estoy terriblemente cansada.

Charlotte divisó una lágrima querer salir de sus ojos, pero la detuvo al instante. Llorar no servía de nada. Se sentía completamente sola. Con la pérdida de su hermano, que aún no cumplía los seis meses dentro de la barriga de su madre, y con su pequeña hermana diciéndole que era una amargada, Charlotte sentía que no tenía a nadie. Su mundo se estaba derrumbando y al parecer, a nadie le interesaba. O tal vez, nadie lo sabía. Después de todo, ella siempre sonreía, a pesar de encontrarse triste. Desde que era una pequeña, Charlie había sido una buena actriz.  

Se encontró con la mirada de su hermana, la que parecía estar completamente fascinada con su nuevo celular. La mayor sabía que a pesar de no ser su verdadera hermana, ella había aprendido a ocultar sus emociones. Y Charlotte la entendía; su hermana era igual a ella.  

Pasó sus manos por los pantalones por décima vez, el estar encerrada en su hogar le hacía sentirse peor de lo que estaba. Había pensado en llamar a América, o a Emily, pero cada vez que tomaba el celular, se arrepentía. De seguro ellas tenían problemas más grandes. Además, si les hablaba de sus problemas, Charlie estaba segura de que se preocuparían más de lo normal. Charlotte no era una persona que tuviera problemas todos los días.

—¿Te quedarás allí todo el día? —le preguntó a su hermana. La pequeña le miró, su mirada no demostraba expresión alguna—. Saldré. Si quieres puedo traerte tus galletas preferidas. O puedes ir conmigo.  

—No tengo ánimos para salir, Char. Pero te amaría más de lo que te amo si me traes algunas galletas.  

Charlotte sonrió, cada vez que veía a su hermana lo hacía. Ella era su pequeño rayo de sol. Se levantó del sillón y besó la mejilla de su hermana, revolviendo su cabello. Salió rápidamente de su casa, no sin antes ver el cuadro que se hallaba sobre la estufa. En él, se encontraba su hermana, sus padres, y ella. Todos sonreían, cosa que en aquel instante, era muy difícil de hacer.  

Sus manos se dirigieron rápidamente a los bolsillos de su chaleco. Hacía un poco de frío, cosa que no le gustaba mucho. Sus pasos se dirigieron a cualquier lado, no tenía idea de lo que hacía pero eso no le importaba demasiado. Observó a su alrededor y vio a algunas parejas cruzar las calles, caminar, o simplemente, hablar. Se preguntó si ella alguna vez sentiría nuevamente aquel sentimiento. Suponía —y esperaba— que no fuera así.

Amaba el amor, sí, lo hacía. Adoraba ver a sus padres quererse, observar a sus queridos abuelos besarse a pesar de su edad, es más, siempre estaba buscando parejas para sus amigas. Pero ella, simplemente, no parecía tener buena suerte en el amor. Y se sentía bien con eso. No lo necesitaba en su vida, a los únicos que adoraba era a su cachorro, su familia, y su cama. Oh, a su cama la adoraba más que a nada.  

Encontró una tienda llena de chocolate y sin pensarlo dos veces entró en ella. Tal vez podría comprar chocolate en vez de galletas. Sí, de seguro su hermana no se enojaría. Dio una vuelta y se dijo a sí misma que debía sacarle fotos a toda la tienda. De esa forma, podría colocarlas en su álbum de fotos con el título "el paraíso existe". Definitivamente, sería una buena idea.  

No compraría mucho chocolate, no había llevado mucho dinero consigo y todo lo exquisito costaba bastante dinero. Sin embargo, eso no significaba que no disfrutaría. Pidió una bolsa llena de chocolates blancos, pues eran los favoritos de su hermana, y luego pidió otra más pequeña con cafés; sus favoritos.  

Cuando se dio la vuelta se encontró con alguien que entraba a la tienda. Al parecer, era otro fanático del chocolate, Charlotte lo pudo notar porque sus ojos brillaban al ver la tienda. Se impresionó cuando le observó; hace mucho que no veía a alguien tan atractivo como él. Sus ojos, color café claro, parecían concentrados en mirar todo lo que se hallaba en la tienda. Su cabello, perfectamente peinado, parecía brillar con la luz de la tienda.  

América le había enseñado a no mirar mucho a los extraños, pero le era imposible apartar la mirada de aquel muchacho. En el momento que sus ojos se encontraron con los de Charlie, la joven quiso dispararse. Su corazón se volvió loco. El muchacho le miraba extrañado, Charlotte se arrepintió al no haber hecho caso al consejo que su amiga le había dado. Estaba casi segura de que su mirada demostraba temor. De seguro piensa que soy una loca, pensó, bajando la mirada y comenzando a caminar.  
Estaba a punto de salir cuando el brazo del muchacho la detuvo.  

—¿Charlotte Houston? ¿Eres tú? —preguntó el chico.  

Charlie le observó y trató de recordar su nombre, tal vez le conocía y ella no le recordaba. Se sentía avergonzada. ¿Cómo no recordaba a aquel muchacho?  

—Soy Caleb, Caleb Woods. Fuimos a la escuela juntos, ¿no me recuerdas?  

La ampolleta se encendió en la cabeza de Charlie. Caleb Woods había crecido bastante, pero estaba segura de que seguía siendo el mismo idiota de siempre. O bueno, el mismo cerebrito egocéntrico de siempre.  

—Oh, Caleb. Por supuesto que te recuerdo, si eres la persona que arruinó mis sueños. Cómo olvidarte. ¿Sigues siendo el mejor de tu clase? —Charlotte observó la sonrisa que se formó en el rostro del joven.  

—Sí, sigo siendo el mejor de la clase. Es más, creo que el mejor de la universidad. Quién sabe, tal vez el mejor de la ciudad. —Charlotte sonrió, aguantando las ganas de golpear su bello rostro—. Extraño arruinar tus sueños, Charchar, ¿sigues siendo la peor de tu clase?  

Charlotte explotó.  

—No, de hecho, soy la mejor. Como siempre lo he sido.

Salió de aquella tienda con sus mejillas ardiendo. El chico podría tener una bonita sonrisa, pero seguía siendo un estúpido.  




Alyssa sintió que se iba a desmayar. Tenía demasiado que estudiar y muy poco tiempo para hacerlo. Tal vez había tenido tiempo antes, pero no podía concentrarse. La presión le hacía mal. Muy mal.  

Tomó su celular y marcó el número de su mejor amiga, Paris. Nuevamente, no había respuesta. Gruñó por milésima vez en el día y decidió llamar a su hermano. Tal vez él podría ayudarle a estudiar. Necesitaba a alguien que le ayudara, y su hermano era la última opción que tenía. Además, sabía que respondería. Después de todo, era su hermana, y podría estarse muriendo. Sí, de seguro lo haría.  

Como había pensado, Marcus respondió al segundo pitido.  

—¿Qué es lo que ocurre ahora, Lyssa? —preguntó, algo agitado.  

Comenzó a reír cuando pensó en lo que estaba haciendo. Alyssa siempre pensaba mal.  

—¿Estás borracha? —Alyssa siguió riendo, ya no podía respirar—. Oh, hablando de que estás borracha, creo que tenemos que conversar.  

¿Conversar? Lyssa quiso vomitar. Al parecer, todo el mundo se había enterado de lo que le había ocurrido aquella noche. Chad era muy popular, pero ella no se había percatado de aquello. Además, había bebido un montón, no pensaba con claridad en aquel momento. Paris le había dicho que no se preocupara, que había sido sólo un beso, pero Alyssa sabía que algo andaba mal. Era imposible que Chad le hubiera dicho a todo el mundo, pero tal vez su novia lo había hecho.  

Si su novia sabía, Lyssa estaba completamente perdida.  

Sin saber qué hacer, cortó y tiró el celular lejos, sin importar que se golpeara. Su hermano no era bueno cuando el rumor tenía que ver con Alyssa, menos si incluía hombres. Sintió el timbre sonar y corrió escaleras abajo, con Poseidón y Argos —su gato y su perro, respectivamente— siguiéndola.  

Cuando logró llegar a la puerta, la abrió rápidamente, e hizo entrar a la persona que estaba afuera, sin ver si alguien más se encontraba allí. Argos comenzó a ladrar y a rodar por el piso al ver a la nueva persona que se encontraba en aquella casa. La invitada se agachó y comenzó a acariciarlo, como si fuera su propio cachorro. Alyssa, ofendida, tomó a Poseidón, pero el gato se escapó de sus brazos para ir hacia Paris, que estaba completamente feliz con ambos animales en sus brazos.  

—Entonces, ¿qué pasó con Chad? —preguntó Paris.  

Alyssa suspiró y se sentó en el suelo junto a ella. Quería morir y volver a morir una y otra vez. Lyssa siempre se besaba con muchachos, era algo normal para ella. Pero jamás se había besado con alguien que tuviera novia, y el hacerlo por primera vez le ponía los pelos de punta. Observó a Paris y se preguntó como podía estar tan tranquila. Luego se dijo a sí misma que tal vez había alguna opción de que no le pasara nada.  

—Sólo nos besamos, nada más. Pero, creo que su novia se enteró de eso.  

—¡Claro que Karma se enteró, estúpida! —Alyssa saltó, su amiga no ayudaba mucho—. Ahora tendrás que correr por todos lugares tratando de escapar de sus garras. Nadie se mete con el novio de Karma a menos que sepan que ella no se enterará.  

—¡Pero Chad se aprovechó! Ese imbécil bailó conmigo y luego me besó. No es mi culpa que no se pueda resistir.  

—Es obvio que él tiene la culpa, todos saben eso, pero a Karma no le importará. De todas formas te hará la vida imposible.

Nuevamente, quiso vomitar. Quería llorar pero no podía hacerlo. Las lágrimas simplemente no salían. Paris, al ver su rostro, se acercó a ella y la abrazó. Lyssa le devolvió el abrazo, botando algunas lágrimas. Odiaba ser una llorona.  

Había algo que nadie sabía, a excepción de su hermano, y por esa misma razón no quería enfrentar a Marcus. Aquella razón, era que Lyssa conocía a Chad desde que era una adolescente, y siempre le había gustado. Cuando supo que tenía novia, su corazón se rompió, y decidió olvidarse de él. Pero le era imposible, Chad siempre estaba allí y ella no podía olvidar su cabello, sus ojos, su mirada, sus labios, su voz, y mucho menos su manera de ser. Porque a pesar de que fuera egocéntrico desde que nació, Chad no siempre había sido un idiota.  
Ellos habían sido amigos, pero luego de unas vacaciones, su amistad se había roto. Lyssa nunca supo la razón, sólo sabía que él se había distanciado y que ella no era lo suficientemente valiente para hablarle nuevamente.  

Ahora ambos se habían besado y Alyssa estaba segura de que Chad a duras penas recordaba a la persona que había besado. Después de todo, Lyssa había cambiado mucho con el pasar de los años. Y él también lo había hecho.  




El encontrarse con Charlotte le había dejado más aturdido de lo normal. La joven seguía siendo la misma persona, a pesar de que tuviera veintidós años. Su último encuentro había sido cuando ella tenía tan sólo dieciséis años, mientras que Caleb era un pequeño de quince. Ambos eran los mejores en su escuela, y siempre se habían odiado por lo mismo.  

Y es que ambos eran los mejores pintando, escribiendo, actuando, y obviamente, los dos tenían buenas calificaciones. Los dos se postulaban para presidente del consejo de alumnos, los dos postulaban para concursos que se hacían, y los dos eran los favoritos de sus profesores.  

Pero todo eso terminó cuando Caleb obtuvo una beca para estudiar en el extranjero. El muchacho sabía perfectamente que Charlotte deseaba la beca, y tratando de arruinar su vida, postuló y la obtuvo, como siempre lo hacía. Porque él siempre obtenía las cosas que deseaba.  

Lamentablemente, Caleb se retiró de aquella universidad y se devolvió a Atenas, debido a que su madre estaba enferma. Sin embargo, Charlotte siempre pensó que él simplemente lo había hecho para arruinar los sueños de la joven. Y Caleb estaba consciente de aquello.  

Podría haberlo arreglado, claro, pero no le importaba hacerlo. Si ella se sentía mal, no le importaba. Si se sentía bien, tampoco. Ella no formaba parte de su vida, así que no iba a dedicar parte de su tiempo explicando la razón por la que había vuelto a Atenas. Además, ella tampoco era una santa. Le había arruinado un montón de oportunidades y Caleb muchas veces había terminado devastado y triste.

Si debía reconocer algo, era que adoraba hacerla enojar. Y sí, extrañaba sus pequeñas discusiones. Muchas veces tenían competiciones de debate que parecían no terminar. Caleb extrañaba a una compañera que le contradijera todo lo que él hacía o decía, y que lo hiciera con argumentos razonables. No como otras chicas que lo único que hacían era gritar cosas sin sentido.  

—¿Caleb? ¿Estás soñando despierto? —Caleb parecía no reaccionar, a pesar de que August le golpeara el brazo cada un segundo—. ¡Hombre! ¡Reacciona!  

Caleb sacudió su cabeza y miró a Augusté, su amigo, el que se encontraba con la cabeza ladeada, como si tratara de buscar alguna expresión en el rostro del joven; sin embargo, Caleb no tenía ninguna expresión. Estaba serio, como siempre, y sus ojos se encontraban bastante abiertos, demostrando que no tenía nada de sueño.

—¿Por qué me miras así? ¿Es que acaso te gusto? —preguntó, con una sonrisa en su boca.  

—Claro que me gustas —respondió August, haciendo que Caleb soltara una carcajada—. Quédate quieto, quiero verte por un segundo más.  

—Me estás asustando, August. ¿Estás bien?  

—Eso es lo que yo debería preguntarte a ti. ¿Qué ocurre contigo? Pareces en otro mundo, y tú nunca estás en otro mundo.    

Caleb pensó por un segundo. No sabía si decirle. El único que sabía la historia de Charlotte y él era Bruno, pero era porque, bueno, Bruno era su mejor amigo. August, a pesar de que fuera su amigo y que supiera muchas cosas de Caleb, no era Bruno. A Caleb no le iba bien en la amistad, le costaba mucho confiar en las demás personas y debía admitir que en el único que confiaba verdaderamente era en su fiel amigo Bruno, o como todos le llamaban, Stick.  
Miró nuevamente a su amigo, el que tenía sus ojos brillantes, como si se tratara de un niño pequeño que quiere escuchar una historia.  

—Es Charlotte —dijo Caleb, finalmente.  

—¿Charlotte? ¿Qué Charlotte? No, espera, ¿quién es Charlotte?  

—Es sólo una chica. Tenemos una historia complicada y hoy la encontré comprando chocolates. No es que me importe, pero, tengo la garganta apretada y... creo que me siento culpable por algo que hice.  

—¿Te sientes culpable por algo que hiciste? ¿Tú, sintiéndote culpable? —preguntó August, soltando una carcajada. Caleb colocó una de sus manos en su cabello, haciendo que su amigo detuviera sus risas—. Oh, esto es serio. Pero, es fácil, Caleb. Debes buscarla y disculparte. Es sólo decir "lo siento", sé que te cuesta pero debes intentarlo. —Caleb se comenzó a reír. Su amigo siempre encontraba una forma de hacerlo reír—. Y luego, puedes salir corriendo si es que así lo quieres. Y si es linda, y te gusta un poco, puedes besarla, salir corriendo, y no detenerte. Estoy seguro de que correrá con una zapatilla en su mano. Pero si quieres besarla, me debes decir para estar con el auto afuera, así...  

—¡Ya entendí! Deja de hablar. ¿Desde cuándo te volviste un loro?  

Su amigo se encogió de hombros y colocó un rostro pensativo. Caleb supuso que pensaba en la razón por la que se había vuelto un loro.  

Pero al menos, había aprendido algo del discurso de August.  

Le iba a pedir perdón. Dejaría su orgullo de lado, y lo haría. Así, la culpa se iría, y seguiría con su vida normal.


 

Odiaba estar enojado con Karma, pero no podía hacer nada. O bueno, tal vez no quería hacer nada. Chad deseaba que Karma se enojara con él y terminara la relación. Pero a la vez, no quería perder su amistad.  

No entendía la razón por la que ella no se separaba de él. Después de todo, Chad pasaba en fiestas y siempre terminaba besándose con alguien, o bueno, siempre terminaba en camas desconocidas, con chicas a su lado. Sin embargo, la última noche no había sido de esa forma. Chad había bailado con la chica por varios minutos —cosa que nunca hacía— y luego, él la besó. Después del beso, la muchacha corrió lejos de él, y no la volvió a ver en toda la noche.  

El problema comenzó cuando Karma se acercó a él y lo llevó a una habitación apartada. Chad no tenía la menor idea de que ella se encontraba allí, por lo que cuando la vio estuvo a punto de desmayarse. Al menos la otra muchacha estaba fuera de su vista, de lo contrario, estaba seguro de que Karma la habría dejado llorando.  

La verdad, es que si sabía quién era la chica, o al menos, lo presentía. Lo sabía por su manera de bailar, por su largo cabello color castaño que nunca había cortado, incluso lo sabía por su tacto. Pero no quería asumir que era ella. No quería hacerlo, porque sabía que la buscaría hasta encontrarla, porque sabía que si la buscaba, volvería a tener una herida que no se podría curar.  

Porque, al fin y al cabo, ella era la culpable de su corazón roto.

Spoiler:

—Eres un traidor, ¿Me oyes? Traidor. —Elliot fingió una cara molesta mientras Harry bajaba de su auto sin mover un solo músculo de su rostro. —Amigo, te esperé como por media hora, tuve que venir con Paris. Dime, ¿Te costaba mucho mandar un mensaje de texto?

—Lo siento. —Harry rodó los ojos y se dirigió hacia su amigo para saludarlo. Éste le respondió susurrando "idiota" mientras estrechaba su mano y golpeaba su puño.

—Hola Harry. —Paris besó la mejilla del joven. —No estamos de humor hoy ¿Eh? —El rizado le dirigió una mala mirada a la chica y ella se arrepintió de haber abierto la boca. Elliot le hizo una seña y continuó hablando con su amigo.

—A que no sabes, se nos han unido unas australianas que están de infarto. Tienes que conocerlas, amigo. —Lo único que hizo él fue una cara de asco, decepcionando al oji-azul por completo. —Está bien, está bien. Sé que no te agradan las rubias, pero ¡Dales una oportunidad! Sé lo que te digo, ellas son...

—Elliot, ¿Quieres callarte? No me interesa conocer a tus prostitutas australianas.

—¡Woah! Eso es lo mejor de todo: Son estudiantes, ¡Y no cobran! —Harry decidió ni siquiera mirarlo y quitó su mano de su hombro, abriendo al mismo tiempo su casillero. —¿Qué dices? —Al no notar ninguna respuesta, Elliot trató de insistir. —Vamos, Harry. Llegó el momento. ¿Recuerdas lo que éramos tú y yo? Todas caían rendidas. Solo pon una de tus encantadoras sonrisas y conseguiras a cualquier chica que te propongas. Es hora de seguir viviendo.

—No quiero. ¿Entiendes? No me interesa vivir de esa manera, y estoy harto de que sigas insistiendo. ¿Podrías, por favor, dejar el pasado atrás y madurar de una vez por todas? No todo en esta vida es diversión Elliot, entiende de una puta vez. —Harry cerró el casillero con demasiada fuerza, provocando que la puerta de éste rebotara, así que se volvió y la cerró de la manera correcta. Dejando a Elliot junto con Paris, con una mueca de dolor en el rostro.

—Hay que hacer algo, Elliot. —Paris miró cómo Harry se alejaba rápidamente.

—Ya no sé qué hacer, Paris. Pero me niego a perder a mi amigo.

Luego de unos segundos en silencio, Paris agregó:

—Con que "rubias australianas de infarto". —Lo miró reprochante. 

—¿Qué? No me mires así, son para Harry. —Se excusó el castaño rápidamente.

—Cómo no, Elliot. —Rodó los ojos, haciendo reír a su amigo de brillantes ojos azules.


Harry caminó esquivando al resto de los estudiantes hasta encontrar un lugar en el parque semi-vacío, perfecto para estar solo un rato. Al llegar, simplemente se desplomó junto al árbol y suspiró con dolor. Tomó asiento apoyando su espalda en el tronco y cerró los ojos, trató de dejar de pensar por un segundo, pero le parecía imposible. Cuando miró hacia el cesped, su mirada estaba nublada por las lágrimas que sin darse cuenta brotaron de sus ojos. Un poco más allá de él, pudo notar los pies de otra persona. Un par de zapatillas rojas que se acercaban ridículamente lento.

—No puede ser. —Se quejó con fastidio, pasando sus manos por sus ojos para eliminar esas lágrimas, al encontrarse con el rostro de su vecina.

—¡Lo siento! Lo siento. No quería molestarte, lo juro. Pero, no te ves bien, quería saber si necesitabas ayuda. —Harry miró un punto fijo en el suelo evitando hacer contacto visual con la chica cuyo nombre se le había olvidado. —Te gustan los ábroles, me parece. —Comentó con una sonrisa divertida, que Harry ni se dignó a ver.

Cuando Katya se acercó un poco más, el rizado levantó su par de ojos esmeralda para verla. —¿Estás acosándome o algo así? ¿Poseo algún tipo de maldición que te trae a mí justo cuando intento estar solo? —A pesar de que el chico endurecía sus facciones en cada palabra, y su ceño se fruncía cada vez más como gesto de molestia, Ekaterina no hizo más que reirse de una manera muy animada que hizo a Harry bufar. Ella se colocó en cunclillas a su lado.

—Disculpa, pero más que estar solo pareces estar necesitando con urgencia un amigo. —Su sonrisa causaba en Harry unas tremendas ganas de gritarle y preguntarle cómo podía sonreir tanto.

—No sabes nada de mí. Tengo amigos, pero los he dejado adentro ¿Porqué? Ah, sí. ¡Porque quiero estar solo! —Tomó su mochila y se levantó, dejando a la castaña con una mueca de confusión allí, al pie del árbol.


No podía recordar cómo fue que había llegado a ese lugar, pero eso era lo último que me importaba. América estaba frente a mí y era ella en lo único que podía pensar. Era mucho más joven, en realidad, era una niña. En ese momento me di cuenta que no era más que un recuerdo muy real.

—Hola, soy América y vengo de América. —La niña de cabellos rubios y sonrisa brillante soltó una risa divertida, al mismo tiempo que extendía su mano expectante, esperando a que estreche la mía con la de ella.

—Yo soy... —Mi voz, mucho más aguda en aquel entonces, titubeó bajo el poder de sus profundos ojos celestes. Sentí vergüenza por el calor brotando desde mi nuca hasta mis mejillas. —Yo soy Dylan. —Tomé su pequeña mano e inmediatamente ella la sacudió de arriba a abajo, como los hombres de las películas solían hacer. El carraspeo de mi padre me guió de vuelta a la realidad, cuando me había perdido en el rostro de la niña frente a mí. Era pequeño y había caído inocentemente en la belleza de ella. Asentí con la cabeza y recordé las palabras que me pidieron pronunciar. —Bienvenida a nuestra familia.

Desperté de un sobresalto, sentándome en la cama. Presioné mis ojos con fuerza intentando quitar todo rastro de somnolencia de ellos. Mis recuerdos y pensamientos se mezclaban, iban y venían dentro de mi cabeza. Todo era muy real, casi podía jurar que había soñado con una parte de mi vida, una parte que no podía recordar conscientemente.  Pero lo sucedido en aquel "recuerdo" me hacía cuestionar la seguridad que yo tenía respecto a eso. "Soy de América y vengo de América". Un juego de palabras que retumbaba en cada parte de mi cerebro, ya lo había oído antes.

Volví a recostarme para intentar recuperar el sueño, pero mis ojos se negaban a cerrarse, mi mente a parar de formular preguntas ¿lógicas o ilógicas? Me dije a mi mismo que empezar a dudar sobre algo tan certero como que América es mi hermana es algo estúpido y paranoico. Continué reprochándome de esa manera hasta caer nuevamente en un sueño mucho más inquieto que el anterior.

Caminé hasta el comienzo de la escalera, observando desde arriba a mi hermana sentada en los escalones, cuidándose de no ser vista. Los susurros de mamá y papá comenzaban a tomar potencia en volumen hasta casi dejar de ser simples susurros. Sus palabras hirientes cortaban el aire lleno de tensión. En pijama y medias bajé sigilosamente hasta sentarme al lado de ella. La luz de la sala de estar (la única luz prendida en la casa) iluminaba con cautela sus tristes facciones. Mordí mi labio con nerviosismo ya que no sabía qué hacer. Ella secó una pequeña lágrima que se escurrió por su mejilla y yo intenté rodearla con mi brazo, pero mi coraje no fue suficiente. Para mi suerte, América reposó su cabeza en mi hombro y no tardé en rodearla con un abrazo. Su perfume a vainilla me envolvió como un recuerdo, un aroma tan familiar y acogedor como el de la persona que más quería en este mundo.

—Todo estará bien. —solté en forma de impulso cuando no pudo contener su pequeño sollozo.  Ella levantó su cara hacia mí y miró directamente a mis ojos de una manera tan profunda que pensé que podría leer todos mis pensamientos. La sangre burbujeó bajo la piel de mi rostro, mi corazón amenazaba con salir de mi pecho al tenerla tan cerca mío. Luego de un par de segundos, sus ojos se llenaron de lágrimas a punto de florecer y volvió a esconderse en la curva de mi cuello. Cuando pude regularizar mi respiración volví a mi tarea de intentar consolarla.

Peiné su cabello con mis dedos, aprovechando el hecho de que ella no podía ver el ridículo sonrojo que su cercanía me provocaba y esperamos pacientes hasta que el reloj anunció el comienzo de un nuevo día, lleno de deberes y responsabilidades.  


Ben miraba fijamente la servilleta entre sus dedos. Su brazo izquierdo reposaba en el respaldo del asiento de su mesa. Afuera llovía y las gotas repiqueteaban en la ventana de aquel restaurante. Por un instante, lo invadió una gran melancolía. Tenía muchas ganas de correr lejos de aquel lugar, antes de que Lindsay (su cita de esta semana) llegara. Pero por otro lado, sentía su cuerpo tan pesado y sus ánimo tan caído que decidió permanecer sentado, y que lo que fuera a suceder, pues, que sucediera.

Al elevar la mirada, además de contemplar el amplio restaurante prácticamente vacío (típico de aquel horario) se encontró también con la mirada de aquella camarera pelirroja que tanto le llamaba la atención. Al capturarla viéndolo, le sonrió casi con pereza. Ebba suspiró hondo y se acercó a él.

—Sé cual será la respuesta, pero mi jefe me obliga a venir hasta aquí y preguntartelo. —Ben arqueó una ceja con curiosidad. —¿Qué desea ordenar? —Pronunció ella, con pocos ánimos en su voz.

—¿Sabes? El entusiasmo que le pones a tu trabajo de repente me quita las ganas de comer. Quizás deba ir a otro restaurante. —Esta vez fue Ebba quien elevó su ceja derecha ante la sonrisa burlona de aquel joven.

—No lo harías. —Dijo con toda tranquilidad.

—¿Porqué no? —Preguntó él, completamente divertido.

—No puedes. —Sentenció con simplicidad y le sonrió. Ben mordió su labio inferior ante las provocaciones de ella.

—¿Sabes cuál es el problema? —Le preguntó, y la pelirroja se acercó un poco más, mientras Ben se cruzaba de piernas y se tocaba la barbilla con la mano. —Tendré una cita en unos minutos, y en verdad no quiero, Ebba. —Ella carcajeó ante su confesión, nuevamente extrañada porque él la llamara por su nombre.

—Encuentro en sobremanera extraño que me llames por mi nombre, desconocido. —Ben rió.

—Disculpa, es un placer conocerte, yo soy Benjamin.

—Lo sé. —Dijo ella, mientras estrechaba su mano con la de él. Su muy encantadora sonrisa la dejó casi sin habla, así que luego de varios segundos perdida en ella, retiró su mano con excesiva rapidez. —Y bien, Benjamin, ¿Te dignarás a ordenar algo?

Él rió nuevamente. —Dime Ben, por favor. —Y continuó con su juego seductor, posando fijamente ese par de ojos extremadamente azules en ella.

—No lo creo. —Hizo una mueca y luego rió.

—No quiero nada, Ebba. Gracias. —Cruzó sus manos sobre la mesa y le sonrió dulcemente a la pelirroja.

—Está bien, volveré luego. —Se giró rápidamente.

—Espera. —Llamó él.

—¿Sí?

—¿Lo prometes?

Ebba rió. —¿Qué cosa?

—Que volverás y tendremos otra de estas entretenidas conversaciones.

Sus mejillas se aseguraron de enrojecer antes de que pudiera decir otra palabra. —Siempre y cuando sigas volviendo para gastar tu dinero en este restaurante. —Bromeó ella.

—Será un placer.

(: