No more love.

Dustin │ Erika │ Elliot


Definitivamente no le gustaban los aviones, todas las veces que le tocó viajar en uno las personas a su alrededor eran molestas, pero si era para cumplir su sueño, valía la pena.

Siempre se consideró una persona paciente y tolerante, pero el niño que iba a su lado rompía todo límite. ¿Su madre ya estaba acostumbrada a tales chillidos? Al parecer sí, no paraba de roncar.

Se le ocurrió una idea.

—      ¿Qué te sucede? ¿Estás aburrido? —Dustin trató de hablarle suavemente para no asustarlo o algo por el estilo.

El niño lo miró unos segundos con los ojos acuosos y sorbiéndose los mocos que caían por su nariz.

—      M-mamá —Dijo suspirando tristemente— Mamá no empacó mi videojuego.

Debía ser una broma. ¿En verdad lloraba por eso?

—      Quizás no lo hizo porque sabía que estarías jugando con él todo el día y no verías el hermoso paisaje que se haya ante ti —Dustin señaló la ventana junto a él y el muchacho se acercó. Su rostro se transformó y una enorme sonrisa de emoción atravesó su rostro. Se podían apreciar muchas casas en las montañas y el mar que rodeaba ese bello lugar.

Sintió los suspiros de alivio de quiénes los rodeaban, al parecer no era el único que esperaba que ese chico se callara.

Luego de una media hora, sintió turbulencia y supo que el avión ya estaba aterrizando. El niño aún miraba por la ventana emocionado y su madre se encontraba algo somnolienta a su lado.

Al terminar todo ese ajetreo, bajó del avión y caminó por el pasillo que lo llevaba a su equipaje, el cual justamente estaba pasando.

Lo tomó y sintió una mano junto a la de él tomando la maleta.

—     ¿Disculpa? Esta maleta es mía —Dustin la miró impresionado y algo cohibido, aquella muchacha era muy hermosa.

—     Debes estar en un error, esta maleta me pertenece —Reaccionó unos segundos después, pero muy pacíficamente.

La muchacha frunció el ceño y miró la maleta, le pertenecía, era de ella.

—     Si quieres la abro para mostrarte —Dijo Dustin tomando ambos cierres y abriéndola completamente, a la vista de todos— Oh, bueno, creo que si era tuya.

Ropa interior femenina era lo que había dentro de aquel equipaje color rojo, el mismo color que adquirieron las mejillas de la chica rubia. Las personas a su alrededor aguantaban la risa y se mordían los labios. ¡Qué vergüenza!

—Lo lamento —Empezó diciendo Dustin, mientras la chica cerraba furiosamente la maleta sin mirarlo— En verdad se parecía mucho a la mía y-

—     ¡Cállate! ¡Eres un idiota! —Dijo la chica completamente roja, no descifraba si era por la vergüenza o la rabia. Puso la maleta en el suelo y le dio la espalda al rubio, el cual quedó anonadado. Qué chica.
 
Luego de encontrar el que era SU equipaje (esta vez lo abrió un poco para ver) trató de buscar a la muchacha para disculparse correctamente y quizás invitarla a comer algo, no podía dejar las cosas así, él era un caballero.
 
Una cabellera rubia con un gorro rojo se atravesó por su campo de visión unos metros más adelante y supo que debía ir tras ella. Esperaba qué no lo golpeara o algo por el estilo.

—     ¡Hey! —Que rápido caminaba ella — ¡Chica de maleta roja!

La ojiazul se volteó lentamente y rodó los ojos deteniéndose frente a Dustin, quién venía muy agitado, el correr nunca había sido lo suyo.

—     ¿Qué quieres? —Le soltó la rubia cruzando los brazos.

—     Creo que no empezamos con el pie correcto —Dijo el rubio rascándose la nuca nervioso. No sabía de dónde había sacado el valor de hablar con aquella chica— Soy Dustin, Dustin Weinmann.

La muchacha lo miró desconfiada y con los ojos entrecerrados. Finalmente lanzó un suspiro de rendición, lo miró un momento y esbozó una pequeña sonrisa sincera.

—     Me llamo Hannah St. Johnson —Le tomó la mano en señal de saludo y una corriente eléctrica los recorrió a ambos.


Las palabras atravesaban su boca con tal frialdad que hasta la propia Rose se hubiese congelado aun estando sobre aquella puerta en la película “Titanic.” Pero ella había logrado eso, la indiferencia atravesó sus ojos y supo que era el tiempo del fin.


—     Ya no te quiero, Erika —El moreno no quería dañarla, pero no aguantaba un minuto más a su lado— Me aburrí  que seas así, tan ingenua y delicada,  necesito una relación madura. Terminamos.


No la abrazó, no la tocó, ni siquiera la miró, tan solo se dio la vuelta y caminó tranquilamente por la calle.


El olor a café recién preparado atravesó sus fosas nasales y provocó un cosquilleo en su estómago, la deleitaba ese aroma y sentía, por un segundo, cómo si flotara en una nube. Siempre le gustaron los ambientes de cafetería que tenía Angers, pero no tenían tan bella vista cómo en Atenas. Hace ya dos años que se había mudado y aún seguía maravillándola ese lugar, con su cultura griega y sus creencias politeístas antiguas, empezaba a creer que en su vida anterior había nacido allí.

—     Su pedido, señorita—Dijo el muchacho tras el mostrador, ofreciéndole una bolsa de papel tibia, que contenía unas galletas de chocolate recién hechas y un café.

—     Gracias —Le otorgó una sonrisa y se fue a sentar a una de las mesas junto a la ventana.

Los autos pasaban rápidamente por lo que era una de las avenidas, pero Erika vio todo en cámara lenta cuando una caballera castaña empezaba a cruzar la calle en dirección a la cafetería en donde ella se encontraba. No demostraría debilidad cómo la última vez que estuvo ante él, hace 3 años. Ya no era la supuesta ingenua y delicada, ahora se había vuelto fría e incluso malvada, pero poco le importaba.

La campanilla de la entrada sonó y una brisa fría le rozó la cara, estaba más alto, musculoso y varonil, pero el color de sus ojos verdes seguía igual. Posó su vista en ella por un leve segundo, pero ni siquiera pestañeó, se dirigió a sentarse en una mesa al otro de donde la pelinegra se encontraba. ¿Tanto había cambiado en esos años que ni siquiera se inmutó? Y ella que apenas podía respirar de tan solo saber que se encontraba tan cerca, pero a la vez tan lejos.

—     Lamento llegar tarde —Escuchó que dijo una voz femenina algo agitada.

—     No te preocupes, linda —Esa voz le caló los huesos y retorció todo su interior.

Se escuchaba más grave, pero el tono no se perdía. Que increíble que los años no cambien la esencia de las personas, o al menos a la mayoría.

Miró disimuladamente hacia la dirección donde Bruno se encontraba y pudo ver que dé pie junto a él se hallaba una chica. Baja estatura, tez morena y cabello castaño hasta la cintura. Era muy bonita, en especial por la sonrisa que atravesaba su rostro.

¿Quién era esa chica? ¿Alguna amiga? ¿Su novia? ¿Hace cuánto se conocían? Ese tipo de preguntas eran las que llenaban la cabeza de Erika y le impedían poder disfrutar de su desayuno.

¡Había ido allí a relajarse! Pero la suerte no estaba de su lado. Ninguna maldita vez lo estaba.

¿Qué podía hacer? No se quería quedar en ese lugar por más tiempo, mirando a la “pareja feliz”.

Una idea atravesó su cabeza.

Se levantó de su silla con una cínica sonrisa en el rostro, tomó sus cosas y se dirigió donde ellos, los cuales no notaron su presencia hasta que carraspeó a su lado.

—     ¿Bruno? ¿Eres tú? —Comenzó diciendo ante la mirada interrogativa de ambos— La última vez que te vi, estabas revolcándote con una prostituta en un hotel de mala clase.

—     ¿Quién mierda eres? —Espetó el chico molesto levantándose de la mesa.

—     ¿Tan rápido te olvidaste de mí? —Dijo con un falso tono triste— Soy Erika Fontaine, la chica a la que le rompiste el corazón.

Toma eso, amigo.


Paris estaba tardando y Elliot comenzaba a aburrirse, siempre llegaba tarde cuando se juntaban, todo por estar con su “amado novio”, Bruno.

No le gustaba ser el segundo y, mucho menos, que la morena no fuera solo de él, ni siquiera recordaba porqué había aceptado tal relación a escondidas.

Ah, sí.

Ambos estaban cachondos y necesitados. Eran cómo amigos con beneficios.

—     ¡Al fin llegas, mujer! —Exageró Elliot levantándose del sillón en dirección a Paris, quien estaba cerrando la puerta— Estaba a punto de ir a buscarte a esa cafetería y decir: Paris, te necesito para saciar esta sed de lujuria.

La morena sólo rió y tiró su bolso a alguna parte del departamento, para luego lanzarse desesperada a los labios del ojiazul, quien la levantó del trasero, obligándola a enrollar sus piernas alrededor de la cintura del chico.

La excitación empezó a recorrer sus cuerpos, el calor y la excitación empezaron a ser partícipes de esta escena, en donde ambos chicos se besaban con necesidad y sed del otro. La ropa empezaba a estorbar y no pasaron más de diez minutos cuando ya se hallaban completamente desnudos sobre la cama.
El momento llegó y el clímax se hizo presente entre aquellas cuatro paredes. Elliot la había hecho suya una vez más.

—     ¿Cómo ha estado Harry? —La chica se encontraba desnuda recostada sobre el pecho de Elliot, mientras este le acariciaba el cabello y miraba un punto fijo.

—     No hemos hablado mucho estos días, he estado algo ocupado con el trabajo —Dijo distraído—Ha estado más triste que de costumbre estos días. Le presentaré a algunas amigas para que se divierta—Una pequeña sonrisa melancólica atravesó su rostro, sentía cómo en carne propia el dolor de su mejor amigo y juró por todo lo que amaba que lograría encontrarle a alguien que se lo mereciera tanto cómo Celine.

—     Hablando de amigas, hoy pasó algo muy extraño cuando estaba con Bruno —Dijo parís levantando la mirada hacia Elliot, él solo la miró, incitándola a continuar— Una chica se acercó a nuestra mesa y dijo ser su ex novia.

¿Bruno había salido con más chicas? Y Elliot creía que trataba de ocultar su homosexualidad saliendo con Paris.

—     ¿Enserio? Creí que antes que saliera contigo el pobre chico había estado encerrado en su habitación con 8 gatos y un montón de barras energéticas —Dijo con un tono burlesco.

Paris lo miró seria, para luego sonreír y soltar una pequeña risa, la cual provocó un leve retorcijón de estómago en Elliot.

No había comido nada extraño ese día para que sintiera esa sensación y tampoco se sentía enfermo. Dejó pasar eso y se centró en observar a la chica junto a él.

Su cabello estaba esparcido por su pecho y parte de la cama, no tenía un color en específico, pero eso no importaba, siempre olía malditamente bien. Su nariz era pequeña y redondeada, le hacía recordar a un hámster o un gatito. Pero lo que Elliot adoraba de ella eran sus ojos, tenían un color claro, no era miel, no era café ni verde, era una combinación tan extravagante de los tres que sentía que se perdía en ellos cada vez que la miraba.

—     ¿Tienes hambre? —Dijo ella sacándolo de su trance— Podría ir a preparar algo para comer, la última vez te tocó a ti.

¿Qué se suponía qué estaba haciendo? ¿Por qué pensaba así de Paris?

Le sacó la lengua y se acomodó en la cama ubicando las manos tras la cabeza, para luego poner una sonrisa socarrona. No dejaría que sus sentimientos dominaran sus acciones, él  no se enamoraba de nadie, mucho menos de su pasatiempo de turno.

Spoiler: