No more love.

Daksha saltaba feliz por las escalaras de su casa. Había desayuno en familia, y eso era una excelente noticia.

Sin embargo, su casa estaba aún en penumbras, nadie emitía sonido alguno. Los perros en el patio roncaban, y, salvo por ellos, los únicos ruidos  que se oían eran el reloj de pared, además del pitido de las luces fosforescentes.

—Malditos dormilones.

La rubia suspiró mientras estiraba sus huesos. Estaba contracturada y molesta porque nadie recordaba lo importante que era ese día. De todas formas, su hermano sí lo recordaría —si por razón no lo hacía, ella se le ayudaría a acordar—, Alek era su persona favorita en el mundo, no había manera en que no la apoyara en todo lo que planeaba, simplemente no, porque eran los mejores hermanos.

Corrió hacia la cocina y sacó tantas cosas de la heladera como pudo, con sus bracitos delgados, más sus pies torpes, llevó hasta una mesa todo el líquido posible. No planeaba cocinarse algo, sólo ingerir agua con frutas. Podría comer sola, no era algo que dependiera de los demás, pero ahora estaba triste. Triste, porque sus padres no planeaban hacer nada junto a su nena, triste porque no es capaz de ir a la escuela sola, triste porque el día no había comenzado lloviendo. Estaba triste, pero no pensaba decirlo, a nadie, tampoco a Aleksander.

Tomando un poco de agua con rodajitas de naranja, miró al reloj y casi escupió todo el líquido que había entrado en su boca.

—¿Qué? ¡No, no, no, no! —trotó hacia la habitación de su hermano chocándose con los muebles a su paso.

Pero él no estaba.

—Um, bonita broma Aleksander A. Chevallard, bonita broma. —Cerró de un portazo y fue hasta su propia habitación en busca de su bolso y el teléfono, Aishaa la llevaría hasta su colegio. Era su amiga, y ambas se querían como hermanas.

Con su ropa de escuela, arregló su pelo  para bajar hasta el porche de su casa a esperar.

Pero la chica no llegó.

Su día no podía ser peor.

Y, sin embargo, lo fue. Llegó tarde como era de esperarse, no había rastro de su familia o de sus amigos por unas tres largas horas en las cuales usó para dibujar a sus perritos Bonnie y Clyde. A pesar de que los nombres no son los mejores, los animalitos con unas dulzuras. Pero cuando se ponía a pensar en ellos, recordaba que también la habían ignorado. ¿Qué era lo que le pasaba al mundo? Ella era buena, ayudaba a los más necesitados, rezaba por las noches y siempre tenía un buen trato con las personas.

Tal vez el mundo ya no la quería. Ni Aishaa, ni Dustin, ni su hermano.

—¡Daksha! —Sus cabellos rubios saltaron en el aire por la velocidad en que elevó su rostro.

Unos caros Louboutin corrieron a su encuentro. Y luego de eso, la rubia estaba saltando en los brazos de Aishaa mientras gritaban lo felices que estaban. Pero el problema era que Daksha no sabía por qué estaba feliz.

—¿Por qué no me dijiste que era tu cumpleaños? Yo enserio esperaba que lo publicaras en algún sitio social, pero nada llegó. Al final, tuve que caer en la cuenta gracias a mi teléfono y su calendario.

Entonces esa era la razón por la cual estaba tan emocionada; por un momento pensó que era día de panqueques, pero eso era en los días miércoles. Aún no entendía el hecho de que nadie le había dicho sobre su cumpleaños diecisiete, porque, hola era  casi una adulta. Una adulta irresponsable, torpe y caprichosa, pero adulta al fin y al cabo.

Ella estaba en una especie de sock momentáneo hasta que llegó arrastrada, hasta la cafetería y notó como todos los alumnos comenzaron a cantarle el feliz cumpleaños mientras una pancarta bajaba hacia el suelo, sostenida por su hermano y sus amigos. No emitía palabra, normalmente estaría saltando pero sus pies se sentían pesados y no quería moverse.

No era un día feo, era el mejor de todos, pera perfecto.

—¿Esto cuenta cómo sorpresa? —Aleksander gritó desde lejos. Los aplausos resonaron en toda el aula y Daksha no podía estar más feliz. Tanto que corrió a los brazos de su hermano y chillando de felicidad.

Murmuró unas mil veces agradecimientos en el oído del castaño apretándolo fuerte contra su pecho.

+

Al parecer, nadie quería entrar al supermercado en donde Dimitri trabajaba. Era tan extraño, Wal-mart siempre ha sido muy concurrido en el horario donde se encontraba. Estaba aburrido de apilar cajas y cajas de algodón esterilizado en el depósito.

Podría llamar a alguien, lograrían charlar un poco y entretener a Dimitri por lo menos una pizca de su tiempo de trabajo. Ese era un trabajo para Siloh, su gran amigo sin sentimientos ni pelos en la lengua. Es ideal su amistad, ambos encajan y son personas similares, con la diferencia de que un Weltzelder le gusta mostrar su lado amable, pero, en cambio, a un Reagley como él no era la persona ideal para tratar con chicas jóvenes y sensibles.

Buscó su celular en el ambo de trabajo que llevaba, pero el artefacto no estaba ahí. Probablemente lo había dejado en el locker del vestuario cuando miró a la bonita rubia de grande senos y labios rojos.

Que idiota que era. Ahora saldría a escondidas de su jefe y tendría que caminar todo el terreno hasta los vestidores y eso era tan arriesgado como ir vestido de carne hasta la jaula de leones hambrientos. Y por eso comenzó a correr desde que salió del depósito.
Casi choca con una mujer y su bebé, pero, por suerte, logró esquivarlo al punto de resbalarse sobre el piso plastificado del super mercado. Riéndose de la idiotez con la que hacía hecho aquella maniobra, y mirando a todos los lados posibles en busca de su jefe, llegó hasta la puerta de los vestuarios de manera exitosa.

Estaba absolutamente todo oscuro, eso le era tan molesto en un momento así. Odiaba la oscuridad, pero bueno, tenía veintidós años y no eran en vano. Era un hombre, uno con miedo a la oscuridad, un hombre con músculos y grandes intereses por las mujeres hermosas. Comenzó a tantear hasta su casillero, abriéndolo, sacando su teléfono y corriendo lejos.

Él pensaba que lo que había retirado de su campera era su celular; lo estaba pensando desde hace tres minutos que fueron los que duró en salir de los vestidores por chocar su rostro con la puerta. Por fijarse eso, se llevó por delante el cuerpo completo de una chica, tirándose ambos al suelo.

—¡Eres un estúpido! —Gritó la joven al ver su blusa manchada con naranja.

—¡Pero tú te pusiste en el camino!

—Yo no estaba corriendo como animal. —Dimitri se sintió profundamente ofendido por la manera en que la chica le golpeó el brazo mientras lo llamaba animal.

Estar discutiendo en la sección de lácteos no era el mejor lugar, en especial porque él era un empleado y siempre tiene que respetar a los clientes. Encima no tenía su teléfono, solo era su billetera vacía que demostraba lo pobre que era.

—¡Hey, Weltzelder! —El chico se congeló a oir su nombre, estaba despedido.

Pero solo era Siloh, ¿había leído su mente? Sea lo que fuere tenía que alejarlo del pleito que se estaba formando con la joven de la blusa blanca con manchas naranja. Y sin embargo, el castaño paró de caminar en dirección a él y se apoyó contra una de las góndolas mirando con la joven explotaba.

—Voy a llamar a tu jefe, ya verás, estarás despedido.

—No puedes hacer eso, fue un accidente.

—No, tú eres un accidente.

+

Christophine no podía estar más enojada, su blusa favorita estaba machada, el chico que era el culpable trabajaba en el lugar y se rehusaba a dejarla hablar con el gerente. Ni siquiera sabía cómo había terminado por contestarle así al empleado, sólo pasó.
Y ahora se sentía mal, pero claro, Karma no la estaba escuchando en absoluto.

holis: