Camp Ukiki |NC|

Son las malditas seis de la tarde y sigo sin poder salir de esta prisión. Brissa mandó poner barrotes de metal en la jodida ventana para que no pudiera escaparme, creo que esto es peor que ir a la cárcvel.
Tomo el control entre mis manos y enciendo el televisor para buscar algo bueno que me devuelva a la vida, sin embargo, cada canal tiene bloqueo paternal por el castigo que me han dado mis señores padres a causa de mi pequeña “travesura”.
Lanzo el control remoto a la televisión y la pantalla se estrella, lo cual no me interesa demasiado. Tan sólo me digno a echar un grito de fastidio y recostarme sobre la cama para después tapar mi rostro con una de las acojinadas almohadas, mi corazón está comenzando a latir más rápido y mi ira aumenta cada segundo.

Me levanto y camino hacia la puerta para girar la perilla, sin embargo, ésta no se mueve, estoy encerrada en la habitación como una exiliada de la sociedad.

- ¡Abre la maldita puerta, mujer! – grito mientras golpeo la madera con mis puños.

Espero unos segundos y al no recibir respuesta por parte de absolutamente nadie, me echo sobre la cama una vez más y tapo mi rostro con mis brazos.
Dentro de mi habitación, sólo escucho mi respiración y el sonido que hace la manecilla del reloj que marca los segundos al avanzar, todo es tan aburrido que ni siquiera puedo dormir de la aburrición. Además mi estómago comienza a revolverse del hambre pero yo me encuentro sola, sin nadie que me escuche, o que aguante mis quejas; no puedo evitar quejarme de todo, el mundo es una mierda.

Giro el rostro para ver una vez más el tonto reloj y tan sólo han transcurrido veinte minutos que para mí han sido la eternidad en el infierno. Me levanto y siento tanta desesperación que corro con fuerza hasta la pared y choco mi cabeza contra el muro, después todo es negro.








- Kendall – la voz de Brissa fastidia mi sentido del oído mientras la siento abrazarme – ¡Dios! – exclama con desesperación mientras intento abrir mis ojos necios.
- Sólo fue un golpe – habla Ryan.
- ¡¿Sólo un golpe?! ¡La mocosa está desmayada! – sus brazos se alejan de mí tirándome al piso.
- ¡Auch! – grito cuando mi cabeza impacta contra el azulejo.
- ¡Kendall! – dice mi madre con preocupación tomándome una vez más – ¿Qué hiciste, mocosa? – ahora su preocupación se tornó en ira.
- Nada – me quejo soltándome de su agarre.
- Te encontramos tirada en el piso, niña – comienza el sermón don Ryan – Con una bola enorme y ensangrentada en la frente.
- ¿De verdad? – una carcajada se escapa de mis labios, en cambio, el ceño de Brissa y Ryan se frunce más – Casi ni me duele – toco mi frente sintiendo la inflamación.
- Se te hará moretón – se queja Brissa cruzándose de brazos.
- ¿Y eso es malo por? – pregunto burlona.

La mujer me mira unos segundos, acto seguido revolea los ojos y suspira con fastidio mientras Ryan toca con sus dedos la pared, parece que le dejé un cráter.

- Alista tu maleta, vamos a viajar – dice de pronto mi madre.
- ¿A dónde? – me estiro hasta que los huesos de mi columna truenan y después me siento sobre el colchón de mi cama.
- Sólo haz la maldita maleta – sorbe su nariz y se encamina hacia la puerta pero antes de salir se detiene y me observa – Antes baja a comer algo.
- Ok – respondo y espero a que Ryan salga.

Suelto un suspiro cansado y me dirijo hasta mi baño, estoy que me meo encima. Después me observo frente al espejo, un enorme moretón está comenzando a tomar ese color púrpura en casi la mitad de mi frente. Lo toco una vez más y casi no siento dolor, sin embargo, sí me siento un tanto mareada. Al parecer el golpe me revolvió los sesos.
Lavo mis manos y enjuago mi cara, me recargo unos segundos sobre el lavamanos y tomo aire para después encaminarme escaleras abajo, me dirijo hasta el comedor y ahí se encuentran ambos padres míos, con sus respectivos traseros sobre las sillas.
Revoleo los ojos ante sus miradas acusadoras y me dejo caer sobre la silla de madera.

- Estoy muy enojada contigo – habla Briss mientras coloca un vaso de cristal frente a mí y sirve jugo en él.
- Quiero café – la observo.
- Tomarás jugo y punto – va hacia la cocina a grandes zancadas para regresar con dos panqueques en un plato ancho y fruta picada en otro plato.
- Nadie te manda dejarme encerrada – respondo recargándome en el respaldo y cruzo los brazos. Mi madre me mira atónita lo cual me hace reír.
- ¿Así que te golpeaste la cabezota sólo por vengarte de mí? – niega entrecerrando los ojos, sé que cree que soy una cínica.
- No. Ni siquiera lo tenía planeado, simplemente moría de hambre y aburrición… sobre todo aburrición, así que me levanté de la cama y corrí – tomo el vaso y bebo un poco del líquido amarillezco.
- ¡Eres una desconsiderada! – niega una vez más – ¡Dile algo! – pide con desesperación al hombre sentado a su lado, él se limita a observarme.
- Harás tu maleta sin objeciones – lo miro sin expresión alguna – Pero antes terminarás tu desayuno y tomarás estás para la hinchazón – coloca frente a mí dos píldoras.
- Ok.

Es tan aburrido vivir aquí ya que me prohíben absolutamente todo y mi cerebro se niega a obedecer cada orden.
Empiezo a comer cada bocado mientras Briss le dice una y otra vez a Ryan cosas como “Ya no soporto esto”, “No puedo vivir de esta manera” o “Es demasiado para mí”. De igual manera yo no estoy como de vacaciones en la playa y no me oyen quejarme como nenita, al menos no todo el día.

Una vez que termino me levanto de mi silla y me encamino hasta la puerta.

- ¿A dónde crees que vas? – me detiene la voz de Brissa.
- ¿A dónde crees tú? A buscar un montón de idiotas y tener sexo, luego a una orgía – entrecierra los ojos.
- Qué graciosita, eh – le sonrío de manera cínica – ¿Acaso no ves lo que hay en la mesa?
- Sí, se llama mantel – explico obvia – Creí que los conocías, tú lo pusiste.
- No me refiero a eso – soba sus sienes y yo me aguanto la carcajada que está por escaparse de mi boca – Me refiero a lo que hay encima del mantel.
- Ah sí, es un plato – dejo salir una risita – Las amas de casa en estos días no saben nada de la cocina.

Niego desaprobatoriamente y salgo de ahí, me encamino escaleras arriba hasta llegar a mi habitación. Una vez ahí me acerco hasta el enorme closet y de la puerta más alta tomo mi única maleta. Es un tanto grande pero qué importa, seguro Brissa quiere que la acompañe a Nueva York por asuntos de negocios.
Coloco la maleta sobre la cama y abro las puertas del closet. Mi ropa parece toda igual, blusas de manga larga, jeans entubados y miles de tenis. Tomo tres cambios y tres pares de tenis, los lanzo dentro de la maleta y bajo encontrándome a mi madre revisando algunos papeles y a Ryan atendiendo una llamada.

- Listo – anuncio echándome sobre el sillón, tomo el control y cambio el canal de las noticias al Fox con la esperanza de encontrarme a los Simpson – ¡Bingo! – celebro cuando veo a los amarillos dibujos que tanto me hacen reír.
- ¿Listo qué? – pregunta Brissa levantando la mirada por sobre sus anteojos.
- Ya hice la maleta – levanto los hombros indiferente.
- ¿Tan rápido? – pregunta una vez más dejando los papeles sobre la mesita de centro.
- Seh – respondo.
- ¿Cuántos cambios guardaste? – se levanta del sillón individual para tomar asiento junto a mí.
- Tres – revoleo los ojos, odio cuando Brissa habla demasiado. Su voz me aburre y me provoca darle un puñetazo justo en la boca.
- Son muy pocos, debes empacar por lo menos veinte – mis ojos se abren como platos y la volteo a ver.
- ¿Por qué tantos? – bajo un poco el volumen – ¿Acaso me mandarás a algún internado?
- No, claro que no – observa sus manos – Será algo así como unas vacaciones.
- Creí que no me dejarías salir por el resto de mi vida – la mujer suspira y después observa un momento mi frente.
- Tienes un moretón grande – aprieta los labios.
- Sí, ya lo vi. Ahora dime a por qué carajo debo empacar tanta ropa.
- Sólo hazlo.
- No – respondo y subo el volumen del televisor.
- No empieces esto, Kendall – revoleo los ojos, odio con mi alma que me llame así.
- Si lo hago desbloquearás los canales del jodido televisor – afirmo sin mirarla.
- Lo haré, vamos ya – la observo unos segundos, esto está demasiado raro.

Se levanta, me quita el control y lo lanza al otro sillón, acto seguido me jala como una desquiciada y me lleva hasta mi cuarto. Se coloca frente al closet y observa una y otra vez mi ropa.

- No – dice negando mientras se toca la barbilla.
- ¿No qué? – pregunto ya fastidiada.
- Tienes pura ropa de vagos. Yo no te compré esto – toma una playera holgada la cual en el centro lleva a letras grandes “I Hate My Parents”.
- No es ropa de vagos, loca – se la quito y vuelvo a acomodarla en su lugar.
- Vamos – camina hacia la puerta.
- ¿Ahora a dónde? – me quejo.
- A comprar ropa decente – regresa hasta mí y me jala del brazo.
- No quiero ir, estoy castigada – me excuso de la manera más patética que se me podría haber ocurrido.
- ¡Dije que vamos! – ahora grita.

Me encamina hacia abajo una vez más, toma su bolso y me lleva hasta la camioneta. No es lo que yo quisiera pero al menos estoy fuera de esa espantosa casa a la que ella y Ryan llaman “hogar”.








Observo cómo Ryan mete mi maleta en la camioneta, Brissa me compró la ropa más ridícula y femenina que pudo encontrar en el centro comercial, el único provecho que pude sacar fue un par de tenis Nike.

- Súbete ya – dice Ryan y lo observo unos segundos antes de entrar al vehículo.

Aproximadamente cinco minutos después entran mis padres, Ryan enciende el motor y pone el auto en marcha.

- Espera, ustedes no llevan equipaje – entrecierro los ojos, creen que pueden verme la cara de estúpida.
- Sólo cállate, niña – dice Brissa, acto seguido sube el volumen de la radio para que no pueda decirle nada más, gracias a Dios mis pulmones son fuertes y puedo gritar.
- ¡ERES UNA IDIOTA! – la señalo – ¡Y TÚ UN LAME BOLAS! – ahora a Ryan, pero ambos me ignoran del todo.

Me recargo en el asiento echando la cabeza hacia atrás, sé que esto no lleva a nada bueno o al menos que sea agradable para mí.
Cuando por fin estamos en el aeropuerto mi padre baja mi maleta y cierra la cajuela, pone la alarma y camina junto a Brissa hasta dentro del lugar, justo ahora podría escapar, pero de repente, Ryan se regresa y me toma del brazo para después jalarme. Me siento como una chiquilla a la que papi debe llevar de la mano porque de otro modo se perdería.
Brissa registra el equipaje y no pasa ni media hora cuando me jalan una vez más, llegamos hasta el pasillo para abordar y le entrega los boletos a la tipa que los recibe.

- Canadá, buen viaje – dice y la mandíbula se me abre de golpe.
- ¿Me llevas a Canadá? – pregunto casi a gritos.
- Ahora no, Kendall – jala mi brazo Ryan.

No sé qué carajo está pasando, ambos viejos se sientan uno a cada lado mío y ni siquiera me voltean a ver. Me recargo en el asiento y me dispongo a observar por la ventana durante 5 putas horas que jamás recuperaré. Cuando el avión ha aterrizado me limito a levantarme y bajar, espero mientras Ryan va por el equipaje.

- ¿Aquí es Toronto? – pregunto pero Brissa me ignora, ahora sé lo que siente a diario, sin embargo, no es como si me afectara de alguna manera.

Me llevan casi a rastras por el pasillo hasta la salida donde tomamos un taxi, Briss le entrega un papel con la dirección y en el transcurso del taxi a la dirección escrita en la hoja, se va una hora y media de mi vida que tampoco podré recuperar.

- Espere por nosotros aquí – pide Ryan al tipo del taxi quien se limita a asentir.
- ¿Ya me dirán dónde mierda me traen? – parece que mi coraje se estaba guardando para este momento.
- Sólo síguenos – camino con desconfianza hasta ver a lo lejos un montón de gente rara y un enorme anuncio colgando de un tronco a otro con las palabras “Camp Ukiki”.
- ¿Qué mierda? – me detengo en seco, mi cerebro no ha terminado de procesar todo – ¿Me trajiste a los scouts?
- No, es un campamento para jóvenes como tú – responde la mujer tomando mi mano para obligarme a caminar una vez más.
- ¿Jóvenes como yo? – la detengo – ¿A qué mierda te refieres con eso?
- ¡Eres un maldito problema! – suelta al parecer liberándose de una gran tensión – Eres un problema para mí y para tu padre, niña. ¡Estuviste en prisión! ¿No te das cuenta de las cosas?
- No sé a qué te refieres – me hago la desentendida.
- No eres estúpida, sabes bien a qué me refiero.
- Pues no me pienso quedar en este campamento de retrasados mentales – me cruzo de brazos.
- Pues te quedarás aquí porque si no logras cambiar ni un poquito tu jodida actitud, te mandaré a un loquero en Noruega, ¿me oíste? – frunzo el entrecejo, esta mujer es una histérica de mierda – No pienso pagar ni un centavo más para cubrir tus crímenes, eres una desquiciada.
- Brissa – se entromete Ryan.
- ¡No! Ya estoy cansada – toma su cabeza entre ambas manos – Sabes bien lo que es estar en un loquero, así que más te vale quedarte aquí y comportarte, de otro modo no me tentaré el corazón.

La observo unos segundos, debo admitir que tiene bolas para hablarme de esa manera, me mira y se acerca entregándome unos papeles, acto seguido se gira para regresar por donde vino. Ryan suspira con pesadez y se acerca hasta mí.

- Toma – me entrega la maleta.
- ¿Es cierto eso? – pregunto con seriedad – Lo del loquero.
- Es cierto – entrecierra los ojos – Compórtate – me abraza y deja un beso en mi frente – Anda, espero aquí hasta que entres.

Recordar el psiquiátrico me provoca calosfríos así que me obligo a entrar a ese lugar, no puede ser peor de lo que viví en aquél lugar de mierda. Camino a paso lento jalando la maleta que se atora en el piso arenoso.
Una mujer se acerca corriendo a mí, su sonrisa es tan grande que me recuerda al Guasón de Batman.

- Hola, linda – saluda recuperando el aliento – Soy Nina, ¿cuál es tu nombre?
- Rei – respondo sin titubear, Kendall es un nombre de mierda.
- ¿Me permites tu pase? – pregunta señalando los papeles en mi mano. Los observa unos segundos y después vuelve a hacer esa sonrisa macabra hacia mí – Bien, linda. Puedes dirigirte al tablón de anuncios – señala hacia atrás – Debes darte prisa, hay actividades para esta tarde y estás un poco retrasada – observa los papeles entre sus manos y me tiende una hoja – Es un croquis para que no te pierdas.

Revoleo los ojos y camino hasta el dichoso tablón de anuncios, mis ojos se centran en las palabras “Distribución de cabañas” pero me da tanta flojera comenzar a leer, hay como cien hojas ahí. Sin otra opción mis ojos empiezan a buscar mi jodido nombre hasta dar con “la cabaña amor”.
Es tan ridículo y cursi, ¿la cabaña amor? ¿Acaso cupido nos acompaña?

Camino tan lento que podría contagiar a todo Canadá de flojera en este momento. Ni guiándome con el mapa que me dio la anciana doy con la jodida cabaña amorosa. Pasan alrededor de quince minutos cuando por fin localizo la cabaña “amor”, me da gracia que se llame así, es tan ridículo. Subo las escaleras hasta el pórtico y abro la puerta, ni siquiera estoy dentro cuando una castaña me brinca encima.

- Tú debes ser Kendall – saluda con una gran sonrisa, casi como la de la anciana de la entrada.
- Rei – corrijo observándola de manera extraña.
- Pero aquí dice Kendall – observa su tabla rara.
- Rei – repito, la chica asiente seria y después vuelve a sonreír.
- Llegas tarde, ten tus horarios. Elige tu cama, aunque creo que tendrás que ocupar la última, y acomoda tus cosas. Está por comenzar la bienvenida en la fogata. Puedes llamarme Mina, por cierto.

Asiento y entro del todo a la cabaña, es un tanto lujosa, parece que este campamento es de niñitos ricachones. Observo las escaleras que dan a un segundo piso y me encamino hasta llegar arriba, un pasillo largo con 4 cuartos grandes. En cada uno hay una cama litera, ambos colchones son más grandes que uno individual, casi podría decir que son de tamaño matrimonial.
Observo unos segundos y decido que quiero el primer cuarto, los de las esquinas tienen dos ventanas lo cual hace que entre más luz y la luz y yo no nos llevamos muy bien en las mañanas.
Entro a la habitación y hay una almohada y un oso de peluche sobre la cama de abajo. No pasan ni diez segundos cuando una chica rubia sale de lo que parece ser el baño y me sonríe.

- Hola, soy Jenna – estira la mano y la ignoro. Es de esos momentos en los que conoces a alguien y ni siquiera le hablas pero ya te cae mal.
- Quiero la cama de abajo – me cruzo de brazos.
- Pero yo la gané – dice con toda la inocencia del mundo.
- La quiero – repito y ella frunce el entrecejo, observa la cama y me mira con los ojos cristalizados. ¿Es una maldita broma? Me mandaron a un campamento de locos.
- Pero…
- Te mataré si no me la das – digo con toda la seriedad del mundo, la chica abre los ojos como platos – Este es un campamento de locos, me trajeron aquí por asesinar gente – miento – Y destriparé a tu oso.
- Es un conejo – me corrige en sollozos – ¿Lo dices en serio?
- Muy en serio – me recargo en el marco de la puerta.
- Pero…
- ¡AHORA! – grito tan fuerte que la chica da un brinco y empieza a gritar balbuceando un montón de palabras que no logro entender. Se cubre los oídos y una que otra lágrima baja por sus mejillas, al instante dos chicas entran a la habitación. La de sonrisa rara y otra que no había visto.
- ¿Qué pasó aquí? – pregunta la tal Mina.
- Nada – respondo al instante, la castaña corre a abrazar a la rubia.
- ¡Dijo que me asesinaría! – me señala de una manera extraña lo cual me provoca reír.
- ¿Te parece muy gracioso? – pregunta la otra chica.
- Sí, algo – admito.
- Está prohibido pelear con los compañeros – explica – Lo dice en las reglas.
- Ni las he leído – me encojo de hombros.
- Pues para que te quede claro esta noche dormirás en la cabaña de desolación – se cruza de brazos – Lo siento pero no me queda de otra.
- ¿Desolación? ¿Qué mierda es eso? – me burlo cínicamente, ambas chicas que recién entraron se miran unos segundos.
- Haz desobedecido las reglas, por lo tanto es un castigo – explica una vez más – No es necesario que lleves todas tus cosas, tan sólo ropa para dormir esta noche.
- ¿Estaré sola? – pregunto caminando hacia las camas, tiro el estúpido muñeco de felpa junto con la almohada y dejo caer encima del colchón mi maleta.
- Lo más seguro es que si – dice ahora Mina.
- Genial – sonrío y salgo de la habitación.

Quizá estar aquí no sea tan aburrido como lo imaginé.
Paseo por el pasillo observando a las locas que han salido de sus habitaciones quizá por causa de los gritos descontrolados de la rubia, no es algo que me importe del todo.

- Hola, soy Jayden – saluda una chica pero lo único en lo que me concentro es que la rubia a su lado me mira y revolea los ojos. Vaya que en cualquier lugar hay mierda.

Me acerco hasta la ventana y las demás chicas regresan a sus propios asuntos, camino de regreso y vuelvo a recargarme en el marco de la puerta donde será mi habitación. Observo a la rubia recoger su tonta almohada y su ridículo peluche del suelo, me observa y le sonrío de manera cínica, se gira y coloca sus cosas ahora en la cama de arriba, esto es tan divertido.

- Lo siento – dice – No debí gritar.
- Ok.

Me alejo de ahí y continuo observando la cabaña, las cortinas verdes me recuerdan al vómito y el piso de madera no combina demasiado. Camino escaleras abajo y me dirijo hacia la puerta.

- ¿A dónde vas? Está por comenzar la bienvenida – la voz Mina me hace girar.
- Saldré – respondo y después giro la perilla de la puerta.

Debo admitir que este lugar produce una tranquilidad que no se puede explicar. Hay un montón de árboles y a lo lejos alcanzo a ver un gran lago. Camino por unos metros observando a algunas chicas saludarse entre sí al igual que chicos.
Camino unos cuantos metros más hasta llegar a la orilla del lago, unas cuantas lanchas se encuentran sobre la arena, me acerco hasta ahí y me siento por un momento. No me doy cuenta de que el tiempo ha pasado volando hasta que se encuentra demasiado obscuro y sólo la luz de la luna ilumina el lugar, me levanto odiándome por desperdiciar valioso tiempo que pude haber invertido en echar una siesta y me encamino hasta donde se escucha el tumulto de gente y la luz de la fogata ilumina el centro del lugar.
Me acerco unos cuantos metros y observo al montón de locos, hay música y bebidas que parecen ser servidas por el staff del campamento, ósea que no hay alcohol.

- Hola – una voz varonil llama mi atención.
- ¿Qué? – respondo, el chico entrecierra los ojos y después sonríe.
- ¿Cómo te llamas? – pregunta con interés.
- Rei – giro el rostro hacia la fogata una vez más.
- ¿A Rei le gustaría beber algo? – pregunta una vez más, lo observo con una ceja levantada.
- ¿Qué dan aquí? – me cruzo de brazos – ¿Leche? – el muchacho suelta una carcajada.
- Claro que no, no creas que este campamento es tan inocente, sígueme, te daré algo de vodka – toma mi mano y me lleva detrás de él.

Llegamos hasta la “barra” de bebidas y pide un vaso para mí, después nos alejamos un poco, me entrega su vaso y del bolsillo de su pantalón saca una botella que después abre y vierte en mi vaso.

- Toma – extiende mi vaso y toma el suyo.
- Gracias… supongo – doy un trago y continuo observando el centro del lugar – ¿Es siempre así de cursi?
- No – suelta una risita – Hay días peores – lo observo.
- ¿De verdad? – entrecierro los ojos y el chico ríe.
- ¿Por qué vienes aquí? – pregunta.
- No lo sé – me encojo de hombros – Mis padres dijeron que saldríamos y me dejaron tirada en este lugar – el chico suelta una fuerte carcajada.
- Me refiero a cuál es tu diagnóstico o qué es lo que orilló a papás para que te trajeran aquí.
- No te lo diré – revoleo los ojos.
- Al menos dime a qué eje pertenece.
- ¿Siempre eres así de metiche? – pregunto observándolo.
- Eso creo – levanta los hombros divertido. Suspiro con pesadez y bebo una vez más.
- Eje dos.
- De personalidad, ¿eh? – asiento.
- ¿Qué hay de ti? – pregunto llevando el vaso una vez más a mis labios.
- Del estado de ánimo – se encoje de hombros.
- Eso debe ser excitante – bromeo.
- Lo es – asiente – De hecho lo es demasiado.
- Sí, claro – revoleo los ojos.
- Soy Calum, por cierto – extiende su mano.
- ¡Oh, vamos! ¿De enserio la mano? – me burlo.
- Soy de la vieja escuela – toma mi mano y la estrecha.
- Bien.
- ¿En qué cabaña estás? – se gira hacia mí otra vez.
- Es un nombre estúpido para una cabaña.
- Ajá.
- La cabaña “Amor” – hago las comillas en el aire.
- Genial – ríe – Yo estoy en la cabaña Respeto – me atraganto con la bebida cuando menciona el nombre de su cabaña – ¿Qué?
- Nada, es sólo que… ¿Quién le puso nombre a las cabañas? ¿La madre Teresa de Calcuta?
- Al parecer sí – carcajea y por primera vez acompaño su risa.

Una persona toca mi hombro y al girarme me encuentro con la muchachita correcta que me castigó.

- Lo siento pero terminó la fiesta para ti – su cara parece un tanto consternada – De verdad lo siento.
- ¿Qué mierda? – niego confundida – ¿Tengo cinco años?
- No, Kendall. Sólo son reglas – explica.
- Bien – termino el contenido de mi vaso y lo tiro.
- Que pases buenas noches – se despide con la mano.
- Sí, como sea – camino unos cuantos metros cuando me detienen.
- Espera, ¿a dónde vas? – el chico de hace un momento me mira confundido.
- Estoy castigada y la fiesta terminó para mí – camino una vez más.
- Puedo acompañarte – dice una vez que iguala mi paso.
- Bien.

Camino en silencio hasta la estúpida cabaña del amor y entro a mi habitación seguida del chico, tomo ropa para dormir y salgo de ese lugar siendo guiada por el tal Calum.

- Aquí es – dice cuando estamos frente a una cabaña aparentemente igual a las demás.
- Supongo que debo agradecer que me hayas acompañado – camino hasta el pórtico.
- No es necesario – sonríe.
- Bien, adiós – abro la puerta y la cierro en su cara sin darme cuenta del todo – Lo siento.
- No es nada – responde del otro lado.

Entro al lugar, es igual que la otra cabaña, sin embargo, aquí las cortinas son de otro color. Subo las escaleras y elijo la primera cama que veo.
Me cambio de ropa y del closet tomo unas cuantas cobijas, las tiendo sobre la cama y me recuesto. Observo el reloj colgado arriba de la puerta, es temprano pero no puedo evitar sentirme cansada, me levanto, cierro la puerta con seguro y apago la luz del cuarto.

Me recuesto una vez más para dormir hasta que mi espalda duela.

Leer: