Road trip.

Suspiré mirando por sobre mi hombro a algunas chicas cuchicheando mientras me señalaban disimuladamente. No era raro que pasara esto, después de todo tengo ascendencia coreana —a pesar de ser cien por ciento estadounidense— y mi rostro andrógino no ayuda mucho que digamos, por lo que era bastante común que las personas hablaran de mí a mis espaldas, debatiendo mi género o simplemente criticándome. Me sorprendí al ver que las chicas callaban de repente, pero un chico extremadamente lindo calló mis dudas; este caminaba por la misma vereda en la que esperaba impaciente a que Ashton me recogiese, y sí, tal vez lo mejor no hubiera sido saltarse las clases de hoy, pero no podía ni imaginarme lo que sería aguantar la charla que daría la vieja necesitada de sexo que tenía en Biología, y no, no estaba para llantos y palabras vacías por parte de alguien que probablemente nos odiaba.

—Lindo —dije para sí mismo, admirando al aparente joven. Este me guiñó un ojo en cuando dirigió su mirada hacia mí y siguió su camino. Las chicas inmediatamente dejaron de hablar, antes de bufar en resignación y alejarse. Me preguntaba si sólo estarían allí para esperar al chico que probablemente me confundió con una mujer, pero antes de decir algún comentario hiriente en voz alta un claxon que ya conocía me sacó de mis pensamientos.

—¿Te llevo, chico lindo? —bromeó Ashton, sacando su cabeza por la ventanilla mientras me encontraba cruzando la calle torpemente, cargando con una maleta casi más grande que mi cuerpo la cual varias veces casi me lleva consigo al suelo.

—Por supuesto, guapo —dije, entrando con una sonrisa y encontrándome con que era el primero en ser recogido—. Vaya, sí que es espacioso. No puedo creer que compramos esto.

—Es gracias a todos —dijo Ashton, arrancando la gran van azul que habíamos comprado entre todos para pasar el mejor verano de nuestras vidas.

El viaje fue en un silencio abrumador, yo simplemente admiraba todo como si no lo hubiera visto antes —cosa que sí hice, cuando todos se reunieron para decir qué vehículo compraríamos con el dinero ahorrado— y Ashton escuchando la música aleatoria que pasaba la radio. No fue hasta que recogimos al siguiente que el silencio se rompió y comenzó la fiesta que sería todo el verano, pasando por las casas de todos y gritando comentarios entre bromas y risas.

—¿Quién falta? —preguntó impaciente Hunter, uno de los últimos recogidos y aparentemente uno de los que más tuvo que esperar.

—Sólo uno: Chris —dijo Ash, doblando en una esquina para parar frente a una gran casa blanca, bastante moderna a decir verdad, y espaciosa, y cara... bueno, sabía que el chico venía de una gran familia, pero no pensé que fuera para tanto—. Y hablando del diablo...

Daniel, o Chris, como prefería que lo llamen, subió inmediatamente a la van, sonriéndole a todos y dejando su maleta amontonada junto con las demás. Le sonreí en cuanto se sentó al lado mío, sudando como si acabase de entrar en una piscina llena de agua fría y temblando levemente.

—¿Nervioso? —inquirí, mirándole de manera juguetona en cuanto dirigió su mirada felina hacia la mía.

—Más que nunca —admitió, tomando sus manos en un intento de tranquilizarlas. Eso era algo que amaba del chico: su honestidad. La gente siempre lo veía como un antisocial con miedo a la diversión, pero en realidad es sólo un chico malo atrapado en un cuerpo frágil y con temor a lo nuevo. Y sí, por si no me creen, este chico es el diablo mismo, sólo basta ver su lengua de serpiente soltarse, y lo digo por experiencia propia; ¿un consejo? nunca hagas enojar a Mile con Chris cerca.

Reí, pasando un brazo por sobre su hombro y atrayéndolo hacia mí en un corto abrazo que, aunque no lo admitiera, quisiera que hubiera durado más. ¡Oigan, escuchen antes de comenzar con sus suposiciones! No es como si me gustara Chris..., pero digamos que es demasiado lindo y bonito como para dejárselo a otro, y cuando lo ves sientes una necesidad extraordinaria de estar con él, protegerlo, abrazarlo, besarlo... no. No, no, no y no. A mi no me gusta Chris, ¿está bien? Está bien...

Diablos, no, nada está bien, pero nunca podré admitir que me guste Chris. No ahora. No cuando él sea tan diferente a mí, cuando no podamos estar juntos por algo tan simple como nuestras personalidades. Aunque no es como si él fuera a cambiar, o yo lo fuese a intentar, pero aún así...



La carpa era demasiado incómoda. Ya me había olvidado con quién me había tocado y el hecho de poder despertarlo, simplemente salí de allí lo más rápido que pude luego de despertarme de mi sueño —que lamentablemente era ligero— y no poder seguir durmiendo. El aire era fresco, algo raro considerando que hasta hace poco hacía un calor de morirse, y la luna reflejaba brillo en todo el amplio cielo despejado. Aún con signos de recién haber vuelvo a la vigilia, comencé a caminar directo al lago.

—¿Qué haces?

La voz me sobresaltó. Di un pequeño salto mientras giraba mi cuerpo rápidamente —y gracias a Dios no me caí— y llevaba una mano hacia mi pecho, comprobando los rápidos latidos producto del susto. Me relajé al ver que era Chris, con todo su cabello enmarañado y los lentes gruesos de marco negro que utilizaba de vez en cuando. Reí internamente, ya que el chico cuidaba mucho su apariencia aún si él mismo no era consciente de ello.

—¿Qué crees que hago?

Y sin más, me quité mi remera.



El día fue bastante bueno, empezando por la parte en la que pasé todo el día durmiendo hasta que tuve que levantarme para esperar a que pasaran a buscarme. Bueno, tal vez eso no fue buena idea, ya que en la noche no pude dormir absolutamente nada y terminé caminando de madrugada por el camping.

Noté que varios también estaban levantados, como Mile y Ashton que estaban hablando —por más extraño que suene— tranquilamente, o como Nova, que por alguna razón caminaba directamente hacia el lago.

—¿Qué haces?

Pareció asustarse, algo totalmente cómico de ver; vamos, ¡él es Nova Moretti! Nada puede asustarlo, pero viene alguien hablándole de la nada y ¡BAM!, se hace en los pantalones... espera, no se hizo, ¿no?

No pude evitar sonrojarme al ser consciente de que por un segundo, no, menos, de que por un milisegundo, miré su entrepierna. Bueno, no estaba mojada, por lo que mi objetivo estaba cumplido, ¿por qué sigo mirando? ¡Despierta, Chris, no dormir te afecta!

—¿Qué crees que hago?

Su voz me desconcertó, pero antes de poder decir algo se quitó lo que parecía ser el top de su pijama —una remera de algodón totalmente lisa, de un color oliva y que le quedaba medianamente grande, la cual hacía juego con un pantalón del mismo material de un tono un poco más oscuro, el cual parecía haber sido sustituido por un pantalón de baile blanco—. Su pecho quedó descubierto, revelando una serie de... no, espera, él no tiene cuadraditos. ¿No se suponía que todos los chicos "malos" debían tener músculos, mínimo, en los brazos? Sabía que tenía contextura de chica, pero no pensé que era para tanto.

—¿Qué rayos crees que haces? —espeté, volviendo a la realidad unos segundos después de observar su piel lechosa y vientre plano, dignas de ser comparadas con las de un niño.

—¿Qué sería un viaje sin locuras?

Sin más, tiró su remera en algún lugar y corrió hacia el lago, y juntando sus manos sobre su cabeza se tiró directo hacia este, por suerte entrando en una parte honda y limpiamente, sin hacer ruido o rompiéndose la cabeza. Se hundió unos segundos para luego salir, tomando aire apresuradamente y mirándome con una sonrisa.

—¿No vienes?

Negué repetidas veces, tomando la prenda y acercándome hacia un muelle que está a sólo unos metros, por el cual había saltado Nova. Me acerqué al borde, mientras él también se acercaba nadando de espaldas, como si la vida no fuese más que una pizza y esta fuese de su sabor favorito.

—Sal, te enfermarás —ordené mirándolo con desaprobación mientras ponía una mano en mi cadera, la misma donde sostenía su remera, sintiendo el suave tacto de la tela contra mis dedos.

Él bufó, resignado, sosteniendo el borde del muelle con una mano y tendiéndome otra. Sonreí al ver lo obediente que era, agarrándola, pero antes de poder tirar de esta él invirtió los roles y tiró de mí, obligándome a caer al río. A diferencia de él, caí estrepitosamente, con suerte sin despertar a la familia Pitt en el otro lado del país. Perdóname Angelina, pero es culpa de Nova.

—¡¿Qué rayos crees que haces?!

Pataleé un poco, tomando aire como si mi vida dependiera de ello, y es que lo hacía. Me acerqué más al muelle, agarrándome de una de las maderas que evitaban que cediera sobre el agua mientras miraba a Nova reír fuertemente, sin importarle que sea muy de madrugada.

—¡Vamos, Daniel, es divertido!

Me sonrojé al escuchar mi primer nombre. Todos me decían Chris —por mi segundo nombre, Christopher, nombre del que soy llamado desde que soy bebé por todos mis conocidos—, ¿por qué él debía decirme Daniel?

—¡Nova! —grité, reprochándole, viendo como él reía aún más y se sumergía para nadar un poco. Suspiré, dispuesto a subir al muelle de alguna manera, hasta que algo me agarró por detrás y me sumergió en el agua.

Volví a gritar, aunque me callé al segundo de ver que lo único que hacía era gastar aire. Abrí los ojos en la increíblemente cristalina agua, encontrándome con un Nova sonriente, soltando pequeñas burbujas de aire y sin dejar de mirarme en ningún momento. Su cabello pasado de los hombros flotaba con una suavidad increíble, como si fuera un animal salvaje finalmente de vuelta en su hogar, y sus ojos parecían brillar más que lo normal. Quedamos así unos segundos, antes de salir a la superficie por aire ligeramente sonrosados, sin saber si era por la falta de oxígeno o porque esa fue la mejor vista que tuve en años.

Spoiler:

Desperté acometida por la lacerante sensación de estar ardiendo en llamas, como si de alguna manera, me hubiera convertido en una salamandra o en una bola de fuego viviente. Sin embargo, no sucedía ni lo uno ni lo otro; solo tenía calor. Por unos segundos, tras abrir los ojos y encontrarme con un techo de lona azul, por el que se filtraban los marmóreos rayos de Luna, me vi obligada a recordarme dónde me encontraba. Aquélla no era mi casa, ni estaba tumbada en el colchón lleno de nudos que me veía obligada a compartir con Jacky, mi hermana mayor. Era una tienda de campaña clavada sobre un terreno arenoso lleno de piedras.  

Notaba la lengua como una lija, mi garganta estaba más seca que el desierto del Sáhara y sentía la gotas de sudor descender solitarias por mi columna vertebral. Entre patadas y manotazos al aire; conseguí desprenderme del agobiante saco de dormir. Tras incorporarme, un hormigueo recorrió mis músculos, obligándolos a desentumecerse.

Se me caían los párpados a causa del sueño, pero también, sabía que me sería imposible dormir de nuevo. El calor ascendía desde la tierra y bajaba por el aire, concentrándose por completo dentro de la tienda, que ante mis ojos se hacía cada vez más y más pequeña. Necesitaba tomar un poco de aire fresco antes de que mis pulmones colapsaran y decidieran hacerlo por ellos mismos, abriéndome el pecho en canal para conseguirlo.

No creía que a Mila o Luna les gustara encontrar toda la tienda llena de vísceras y tripas al despertar al día siguiente. Reparé en que allí dentro, sin contar conmigo, solo se encontraba Luna. Probablemente, Mila también se habría agobiado
tanto como yo.

Tratando de proporcionar a mi cuerpo el peso de una pluma, me encaminé a la salida, con pequeños pasos. Abrí la cremallera de la entrada creando un arco con mis brazos.  E inmediatamente, en cuanto los poros sudorosos de mi piel entraron en contacto con la brisa nocturna; toda sensación de agobio comenzó su ceso.  

Me hice con un sudadera y me calcé unas chanclas antes de salir por completo al exterior. Repetí la misma acción al cerrar la cremallera, en aquella ocasión a la inversa. Metí las manos en los bolsillos e hice un pequeño reconocimiento al lugar. La oscuridad siempre proporcionaba a todo un aspecto distinto. Entrecerré mis ojos para agudizar la vista en dirección al lago, donde distinguí las figuras de Mila y Ashton, sentados el uno al lado del otro; una imagen que no esperaba ver nunca. Decidí que era mejor no interrumpir en esa escena, que tenía pocas probabilidades de volver a repetirse en mucho tiempo.

Divisé un pequeño camino de tierra a mi derecha, flanqueado a ambos lados por la figuras de unos inmensos pinos. Sin pensarlo, me puse en marcha hacia esa dirección. Anduve un par de minutos por el camino, acompañada por los sonidos nocturnos de los animales y el soplido del viento, aromatizado por una vorágine de diferentes olores. Siempre pegada a la orilla del lago para no perderme. Mientras el único pensamiento coherente que me acompañaba era; «Por favor que no aparezca un puma, un lobo o cualquier otro bichejo de dientes afilados».

Cuando quise darme cuenta, me encontraba en lado opuesto a donde habíamos acampado. Podía ver el muelle justo frente a mí. Me convencí a mí misma que de seguir bordeando el lago, probablemente llegaría al otro lado por la mañana. Así
pues, dejé caer mis posaderas sobre un tronco tumbado en diagonal.

A pesar de que el la sensación de quemazón que me había despertado estaba extinguida, no podía librarme del tirón permanente que notaba en el pecho. Un tirón provocado por la culpabilidad latente que me acompañaba desde que abandoné California por la mañana.

Cuando Ashton me su intención de organizar un viaje por todo el país tras finalizar el curso, decidí animarlo y le prometí que acudiría. Pero solo lo hice porque; a) mi amigo era propenso a hablar de todas las cosas que le gustaría hacer y luego no hacía, y b) ya se sabe lo que sucede con este tipo de viajes; en el 90% de los casos no son llevados a cabo. Imaginaros cuál fue mi sorpresa cuando un día, en el almuerzo, Ashton nos reunió a todos para hablar seriamente del tema.  O la de mi madre al comunicarle lo que estaba dispuesta a hacer.

Y de hecho, mi madre y mis hermanos eran los que me provocaban aquel sentimiento de culpabilidad. En mi casa nunca había sobrado nada, y todo el dinero ganado por nosotros debía ser destinado a la uniformidad familiar si queríamos comer todos los meses. Por eso había tenido que realizar un gran número de malabarismos para conseguir un poco de dinero para el viaje.

No podía evitar preguntarme que sería de ellos sin mí, pues mi trabajo como dependienta a media jornada en una tienda de ropa era la mitad de las ganancias para nosotros. Si me esforzaba, todavía podía escuchar las palabras tildadas que Jacky me había dirigido ese mismo día y la mirada desaprobatoria de mi madre, que valía por toda una retahíla de adjetivos descalificativos.

Pero aquella era la primera vez que pensaba en mí como un individuo independiente. Y bien mirado, solo era una anticipación de lo que iba a pasar. Mis buenas notas en el examen de acceso a la universidad me habían abierto las puertas a la universidad de Brown, en Nueva York, al otro lado del país. Iba a dejarlos de todos modos, solo que la separación, había sido adelantada.

―¿Qué haces aquí? ―dijo una voz velada a mi espalda, sobresaltándome.

Me giré parcialmente para ver de quién se trataba. Era Mark, la única persona que podía entender la batalla de sentimientos que colisionaban en mi interior. Vivíamos en el mismo barrio y su situación económica era bastante parecida a la mía.

Me encogí de hombros ante su pregunta.

―Pareces bastante pensativa ―aventuró sentándose a mi lado, a unos centímetros de distancia.

Yo había cogido una pequeña rama que estaba situada a mis pies, mientras sopesaba si debía contarle los males que me aquejaban. No se me daba bien hablar de mis problemas, siempre había sido mejor escuchadoras que escuchada. Cuando me quedé sin hojas que arrancar, resollé, decidiendo que aquélla sería la única ocasión en la que hablaría y pensaría en mi familia. Quizá, ellos ya hubieran dejado de tenerme en cuenta por mi «traición», tendría que hacer lo mismo.

―Tal vez, me sienta un poco culpable por abandonar a mi familia… ―confesé dirigiendo la mirada a la explanada de agua calma.

―Sé a qué te refieres. Te consideras una persona deleznable por pensar por primera vez en ti y no en los demás. ―dijo en un tono apaciguado, que me impedía descubrir las emociones que pasaban por Mark.

―¿Y lo somos, somos deleznables por pensar en nosotros? ―le pregunté, verdaderamente deseosa de conocer la respuesta.

Mark no contestó de inmediato. Pero al hacerlo, terminó con todas mis dudas:

―Creo, que iba siendo hora de que pensáramos en nosotros mismos.

―Ellos no parecen pensar lo mismo y les odio por ello… ―lamenté, frotándome la cara con frustración.

Mark me propinó un codazo cariñoso en las costillas. Y al mirarle, la curvatura de sus labios adornaba una bonita sonrisa. Eran pocas las ocasiones en las que había estado a solas con él, pero desde luego, habían sido los mejores momentos compartidos. Dado que cuando Mark no era señalado por el dedo ajeno como un delincuente, era realmente encantador.

―Eres Ginevra Ross, no suele importarte mucho lo que digan de ti.

Ahí debía darle la razón. Y si no me importaba en lo absoluto la opinión ajena de las personas, tampoco debería importarme que mi familia estuviera maldiciéndome y encendiendo velas negras para que la van se saliera del carril y sufriera un accidente.


Era incapaz de conciliar el sueño esa noche. Mi cabeza había adquirido complejo de centrifugadora y no paraba de dar vueltas a los recientes acontecimientos. A la vez que me preguntaba, cómo me había dejado convencer por Ashton para rechazar el curso de verano en la facultad de medicina. Comenzaba a arrepentirme de mi precipitada decisión y para evitar llamar a mi padre para que viniera a recogerme a primera hora de la mañana, opté por salir a tomar el aire.

Encontré a Izzy sentada fuera de su tienda de campaña, con las rodillas pegadas al pecho y la mirada perdida en la profundidad de la noche. Tal vez, ella también se estuviera plateando haber acudido al viaje y se preguntara por qué se había dejado convencer por su hermano. Pero probablemente, solo fuera Izzy siendo Izzy.

Anduve hacia ella con pasos quedos, aunque pisando fuerte para que mis pasos fueran escuchados por Izzy y no la sobresaltara al aparecer de la nada como un acosador. Al llegar a su altura, elevó la cabeza y me dedicó una sonrisa.

―¿Tú tampoco puedes dormir? ―pregunté a modo de saludo, dejándome caer frente a ella, cruzando las piernas.

Volvió a sonreír, encogiéndose de hombros.

―La noche es fantástica y he pensado que estaría bien dibujar un rato ―con uno de sus finos dedos, señaló a su izquierda, donde descansaba su pequeño cuaderno.

―Un día de estos, pediré una beca para el Liceo de Arte Bohemia en Praga, tanto talento no puede ser desperdiciado ―Izzy negó con la cabeza, en desaprobación ―. ¿Puedo? ―pregunté señalando el objeto. Me dio su aprobación con una leve inclinación afirmativa.

Me impulsé con la mano para alcanzar el cuaderno y después me dejé caer con él entre las manos. Lo abrí por la página que tenía marcada. Me encontré con una espléndida recreación del lugar en el que nos hallábamos. Pero en lugar de todos, Louis era el único que se encontraba en el dibujo, sentado en una roca frente a un fuego que parecía tener vida propia.
Le tendí el cuaderno, mirándola inquisitivamente.

―Deberías decirle a Louis lo que sientes por él.

A pesar de la oscuridad, pude divisar el enrojecimiento instantáneo de sus mejillas. Inclinó la cabeza para que el pelo le hiciera de pantalla protectora y así, ocultar su expresión.

―Lo haré, si tú se lo dices a Gin… ―bajo su taimada sonrisa, sabía que se escondía una inusitada malicia completamente impropia en Izzy.

En esa ocasión, fui yo el que se sonrojó sin remedio, notando como toda la sangre de mi cuerpo se agolpaba en mis mejillas.

―No puedo, parezco un completo retrasado cuando estoy a su lado.

En efecto, así era, la capacidad del habla expiraba de mí cuando Ginevra Ross se encontraba cerca de mí. Era demasiado fresca (en el buen sentido de la palabra) para alguien tan seco y retraído como yo. Gin caminaba ligera, sin peso a sus espaldas. No le interesaba si las consecuencias de sus acciones repercutían en su futuro para mal, simplemente se dejaba llevar. En cambio yo, era incapaz de lavarme los dientes sin sopesar los pros y los contras de ello. Pero a pesar de las diferencias insalvables que predominaban nuestras personalidades y nos hacían estar a años luz de tener algo en común; me encantaba.

Tanto que en varias ocasiones, Ashton o Damon, dependiendo de cuál de los dos estuviera más cerca, debían propinarme un fuerte codazo para dejar de mirarla como un jodido acosador.

―No es que Gin sea de mi agrado, lo sabes ―empezó a decir Izzy. Ambos sabíamos que la poca empatía que sentía por la chica que me gustaba se debía exclusivamente a que Louis a veces estaba demasiado cerca de ella. Un hecho, que también me molestaba a mí y despertaba mis instintos asesinos hacia Louis ―. Pero creo que podrías ser el tipo de chico que le guste.

―Claro, porque el sueño de toda chica, es tener a un retrasado por novio.