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"Un Lugar Para Joe"
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: "Un Lugar Para Joe"
me encanto el capitulo joe es muy tierno con las niñas aunque algo celoso por favor siguela ya necesito el nuevo capitulo y con respecto a tu nueva nove me encanto la sinopsis ya quiero empezar a leerla
lorenitajonas
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 28
ADMHAÍM
—Todo fue por las armas —empezó—. Querían saber dónde estaban escondidos los rifles americanos de Sean. Los habíamos estado entrando de contrabando durante dos años delante de las narices de los oficiales de aduanas británicos. Los habíamos escondido por toda Irlanda, cien aquí, cien allá. Estábamos planeando una guerra, ¿sabes? Campos de entrenamiento, tácticas de guerra y armas… No sabíamos que era una guerra que no podíamos ganar.
Vacilaba al hablar, y por ello ______ se dio cuenta de que nunca antes se lo había explicado a nadie.
—Habíamos introducido ya novecientos rifles y un millar de suministros de munición antes de que nos cogieran. A Adam y a mí nos arrestaron por intentar descargar armas de un tren al norte de Dublín. Nos metieron en la cárcel. A Sean le habían arrestado en uno de los almacenes de Dublín. Alguien nos había delatado, pero nunca supimos quién.
Ella sintió que le arrastraba hacia un mundo del que no conocía nada, le estaba llevando por los caminos oscuros y retorcidos de sus pesadillas, donde había celdas e informadores, cárceles y tortura. Se mordió el labio inferior y escuchó; debía seguir a Joe hasta ese lugar para después poder llevarle de vuelta a su mundo, a la seguridad y a la luz.
—Tuvimos un juicio —continuó él—, pero a Sean le había llegado el aviso sobre el chivatazo y había conseguido sacar las armas del tren. Intentó avisarnos de que los rifles no estaban en el tren, pero el hombre que envió no llegó a tiempo. De todos modos, como no había armas, sólo pudieron condenarnos por intento de asalto y nos mandaron a la prisión de Mountjoy.
Se sentó y se quedó inmóvil en la silla, escondido en la penumbra.
—Sólo nosotros tres sabíamos dónde estaban esos rifles. Sean, Adam y yo. Pero Sean no les resultaba útil porque sabían que no hablaría. Nuestro Sean había pasado ya por muchas cárceles y los británicos sabían que no se desmoronaría. Así que le asesinaron. Delante de Adam y de mí. Me sonrió en el momento en que el carcelero le echó la cabeza hacia atrás y le cortó el cuello.
_______ cerró los ojos un instante, rezó para tener fuerzas y los volvió a abrir. No quería oír aquello y no quería que esas imágenes le atormentaran luego. Pero tenía que seguir escuchando. Apretó las sábanas con las manos y se armó de valor para poder soportar lo que Joe no le había explicado aún.
—El carcelero le soltó y su cuerpo, que cayó a tierra mientras salía sangre a borbotones de la herida. Me miró desde el suelo con unos ojos que ya no podían ver, casi muertos, con la sangre manando de la arteria de su garganta… pero todavía sonreía.
De pronto Joe se echó hacia adelante en la silla y se rodeó la cabeza con el brazo como si estuviera intentando protegerse.
—Oh, Dios —gimió—. Oh, Dios mío.
_______ esperó, pero él no dijo nada más. Sabía que no podía dejar que se detuviese en aquel momento, tenía que contárselo todo. Su tormento interior debía salir a la luz. Era la única forma de que se curase.
—¿Qué pasó entonces?
Al oír su voz, Joe se irguió y se puso tenso de nuevo.
—Eran tan estúpidos —dijo con voz monocorde, mostrando sólo parte del desprecio que sentía—. Pensaban que matando a Sean nos intimidarían, que nos asustarían y hablaríamos. Lo que lograron es que les odiásemos más si es que era posible. Se dieron cuenta entonces de que habían cometido un error y que por cada mártir surgían doce rebeldes. Nos separaron a Adam y a mí. Nunca volví a verle. Me pusieron en una celda, con grilletes en manos y pies y me encadenaron a la pared. Sólo me soltaban cuando me traían la comida. Me hicieron comer a cuatro patas de un plato en el suelo, como un perro. Eran tripas de pescado, crudas y malolientes tripas de pescado. Eso durante días y días. Pero no pensaba decirles dónde estaban las armas, no iba a hacerlo.
Sacudió la cabeza con los ojos cerrados.
—Entonces no me dejaron dormir. Me hacían dar vueltas y vueltas alrededor del patio de la prisión, me echaban agua si me quedaba dormido de pie. Vi salir y ponerse el sol tres veces antes de desmayarme. Después me azotaron, pero no me desmoroné. No les dije nada.
_______ oyó el desafío en su voz, pero mientras seguía, su tono retador fue sustituido por un sentimiento de desconcierto.
—Empecé a oír voces. A mis hermanas. Tá ocrás orm, Conor, tá ocrás orm. Una y otra vez. Sin descanso… Una marea incesante. Todavía las oigo. Oh, Dios —gimió, haciéndose un ovillo de nuevo sobre la silla— tienen tanta hambre y no hay nada para comer. Me suplican que busque comida. Brigid, Eileen y Megan. Puedo oírlas, pero no puedo ayudarlas. No había comida.
Joe golpeó sus orejas con las manos como si quisiera acallar esas voces.
—Sabía que estaban muertas —murmuró— pero las podía oír en mi celda, podía ver sus rostros como si estuvieran allí. Y también a Kevin, pidiendo ayuda a gritos, pero no podía hacer nada. Y los carceleros, «Irlandés, dinos dónde están las armas. Dínoslo, dínoslo».
Levantó la cabeza y miró fijamente a ______, pero ella no supo si era capaz de reconocerle. Su rostro, su cuerpo reflejaban la angustia que sentía. Quería correr hacia él, tranquilizarle, decirle que se callase, que lo dejase, pero sabía que no debía hacerlo. Se acordó de sus días en el hospital, de los soldados que gritaban por encima del rugido de los cañones, de la sangre; había aprendido que había que dejarles gritar, dejarles que sacasen todos sus demonios fuera.
—Les maldije, canté, grité, pero no se lo dije. No me desmoroné. Así que me llevaron hasta Arthur Delemere, el alcaide —se pasó la mano temblorosa por la mandíbula—. Pensaba que ya había experimentado todo el dolor que puede existir en esta vida, pero me equivocaba.
«Oh, Dios —pensó ______—. ¿Cómo le ayudo? ¿Qué hago?»
—Me ataron a una mesa —cerró los ojos y le recorrió un escalofrío—. Hay algunas cosas que no pueden describirse, que no pueden explicarse con palabras.
_______ se llevó las manos a la boca apretándolas. Empezó a temblar.
—Me desmayaba a causa del dolor —dijo— y cuando me despertaba, los carceleros se habían marchado y Delemere me hablaba. Me decía que entendía por lo que estaba pasando, que quería ayudarme realmente, pero que sólo podía hacerlo si le decía dónde estaban escondidas las armas. Me decía que me lo pensase un rato y se marchaba. Pero luego volvían los carceleros y todo volvía a empezar… Perdí la noción del tiempo, los minutos se confundían, los días se mezclaron unos con otros. Estaba ahí tendido contando hacia atrás desde mil, centrando mi atención en recordar el número que seguía, haciendo que ese número fuese lo más importante del mundo, intentando no sentir el dolor. Funcionó durante un tiempo. Incluso intenté rezar, aunque te cueste de creer. Recé el rosario, y eso que no lo recordaba entero. No lo podía recordar.
Se pasó una mano por el cabello.
—No importaba, porque Dios no me estaba escuchando, ni María ni Jesús, ni ninguno de los santos. El único que me oía era Delemere. Se convirtió en la única cosa real. Me llevaba la comida y la bebida, se sentaba junto a mí cuando los hombres se habían ido, y me hablaba sin cesar. Me lavaba la cara con trapos frescos, limpiándome las lágrimas, el vómito y la sangre. No dejaba de decir que era mi amigo, que si yo le ayudaba, él me ayudaría. No sé cuánto duró eso, pero empecé a creerle. Traté de pensar e inventé sitios que no eran reales. Así que Delemere me devolvía a mi celda, avisaba al doctor para que hiciese lo que pudiese conmigo y enviaba a su gente a buscar las armas. Por supuesto, volvían con las manos vacías unos días más tarde, así que volvían a cogerme y todo volvía a empezar.
Joe rodeó sus rodillas con los brazos inclinándose hacia adelante como si de verdad quisiera convertirse en una bola y no volver a moverse nunca más.
—Les costó tres o cuatro viajes —dijo en tono monocorde mirando al suelo—. Yo sólo quería que cesase el dolor, quería que me matasen, le pedí al alcaide que me matase. Cuando estábamos solos, me susurraba al oído promesas de que todo acabaría cuando le dijese la verdad. Llegó un momento en que le creí —hubo una larga pausa—. Así que se lo dije.
Joe levantó la cabeza y miró a ______. Su expresión era más terrible que los recuerdos del dolor que había sufrido.
—Cuando se lo dije, se rio. Se rio a carcajadas. Todo era un juego, ¿sabes? Ya sabían dónde estaban las armas, las habían confiscado todas días antes. Delemere me dijo que Alan había sido mucho más cooperativo que yo. Sólo habían tardado dos días en conseguir que hablase.
De pronto, Joe se irguió y golpeó con la mano la diminuta mesa de alas abatibles que había junto a él con tanta fuerza que _______ dio un respingo.
—¡Me despojaron de todo lo que era! —gritó—. De todo aquello en lo que creía. Destruyeron lo que yo creía que era y me convirtieron en lo que yo más despreciaba. Me convirtieron en un informador, en un traidor. Intenté detenerlos. Dios, lo intenté… —se le quebró la voz—. Luché con tanta fuerza. Pero no lo logré, y todo por un juego.
Golpeó la mesa y la lanzó a través del suelo contra la pared.
—A Delemere le daban igual las armas. Sólo quería hacerme hablar para demostrarse que podía conmigo. Y lo peor de todo es que el muy bastardo no cumplió su promesa. No me mató.
Toda su rabia se evaporó con tanta rapidez como había aparecido y Joe se hundió en la silla.
—Delemere murió esa misma noche. Hubo un motín y algunos de los prisioneros escaparon. Uno de ellos acabó con Delemere. El primer ministro Gladstone se enteró del motín y averiguó lo de las torturas también. Hubo un clamor popular, la gente se manifestó, hubo disturbios en las calles y exigieron que los fenianos sometidos a las torturas fueran liberados. Tardaron un año, pero finalmente me amnistiaron junto con muchos otros. Fue demasiado tarde para Adam. Justo después de que las armas fueran confiscadas, había corrido la voz de que había hablado y el Consejo feniano logró que uno de sus hombres dentro de la cárcel acabase con él. Le apuñalaron en el patio de la cárcel con una madera de una de las literas una semana antes de que muriera Delemere. Habría deseado que a mí me hubieran hecho lo mismo.
La cara de Joe recuperó su expresión burlona, la misma expresión dura que había tenido la noche en que se emborrachó.
—La gente sabía lo que me había pasado, pero nadie sabía que yo también había hablado. Todos mis amigos me estrechaban la mano, me daban palmadas en la espalda y me invitaban a rondas. No había cantado, me decían, yo era un héroe, decían. Me felicitaban, brindaban por mí, estaban orgullosos de haberme conocido. Orgullosos, ¡por el amor de Dios! No tuve valor para decirles la verdad, y no podía enfrentarme a la vergüenza de saber que no merecía sus alabanzas. Ésa es la razón por la que vine a América y por eso no puedo volver a casa. No soy su maldito héroe, soy un fiasco. Y un cobarde.
______ sintió todo su odio y su vergüenza y le habló con dulzura.
—Hiciste lo que cualquier hombre habría hecho en tu lugar.
—No. Había hombres más fuertes que yo, hombres que sufrieron más que yo, que tuvieron más coraje que yo. Hombres como Sean —se inclinó hacia adelante y hundió el rostro en sus manos—. ¿Por qué no me mató Delemere?
_______ no sabía qué decir. No sabía cómo llegar hasta él, ni siquiera sabía si podía, pero debía intentarlo. Se puso de pie y se acercó a él muy despacio, hablando con mucha delicadeza.
—Joe, quiero que me escuches. Si fueras un cobarde, no estarías aquí. Un cobarde se habría suicidado hace mucho tiempo.
No la estaba mirando, estaba sentado con la cabeza caída mirando al suelo. Ni siquiera sabía si la estaba oyendo, pero ella continuó.
—No estoy segura de saber lo que es el coraje —dijo mientras seguía aproximándose a él—, pero creo que debe ser la capacidad de sobrevivir. Puede que sea egoísta por mi parte estar contenta de que aquellos hombres no te matasen, pero lo estoy. Estoy contenta de que tuvieses el coraje suficiente para sobrevivir. Estoy tan contenta —se detuvo frente a él—. Te amo.
Joe se puso tenso y se irguió en la silla sin mirarla.
—Es como si amases un caparazón —dijo con voz cansada—. Estoy vacío. No tengo proyectos, ni ideales, ni honor. Me lo quitaron todo. Soy sólo una carcasa. No tengo nada en lo que creer, ni honor al que aferrarme.
_______ extendió la mano para tocarle y con precaución le puso la mano en la mejilla. Joe se puso rígido, pero no se apartó y eso le dio esperanzas a ______. Poco a poco, se acercó más a él. Con cuidado, se hizo sitio entre sus piernas y se le acercó más.
—Aférrate a mí, entonces —le susurró—. Aunque tú no creas en ti, yo sí lo haré. Yo seré tu ancla. Aférrate a mí.
Joe lanzó un suspiro ahogado y nervioso, y apartó la cara. _______ pensó que la empujaría para alejarla y que volvería a encerrarse en la cárcel que se había construido. Pero, de pronto, rodeó sus caderas desnudas con sus brazos y la atrajo hacia él. Hundió su rostro en ella y la agarró con fuerza, como si ________ fuera una boya salvavidas en medio de un océano agitado por la tormenta.
Sintió cómo el gigantesco cuerpo de Joe temblaba y al oír su llanto de rabia y de dolor se le partió el corazón. Le tomó la cabeza y le acarició el cabello, mientras él dejaba escapar la angustia de toda una vida. Ella debería reemplazarla con todo el amor que tenía para dar. Rezó para que fuese suficiente.
perdon se me olvido ayer jejeje ya pongo otro
ADMHAÍM
—Todo fue por las armas —empezó—. Querían saber dónde estaban escondidos los rifles americanos de Sean. Los habíamos estado entrando de contrabando durante dos años delante de las narices de los oficiales de aduanas británicos. Los habíamos escondido por toda Irlanda, cien aquí, cien allá. Estábamos planeando una guerra, ¿sabes? Campos de entrenamiento, tácticas de guerra y armas… No sabíamos que era una guerra que no podíamos ganar.
Vacilaba al hablar, y por ello ______ se dio cuenta de que nunca antes se lo había explicado a nadie.
—Habíamos introducido ya novecientos rifles y un millar de suministros de munición antes de que nos cogieran. A Adam y a mí nos arrestaron por intentar descargar armas de un tren al norte de Dublín. Nos metieron en la cárcel. A Sean le habían arrestado en uno de los almacenes de Dublín. Alguien nos había delatado, pero nunca supimos quién.
Ella sintió que le arrastraba hacia un mundo del que no conocía nada, le estaba llevando por los caminos oscuros y retorcidos de sus pesadillas, donde había celdas e informadores, cárceles y tortura. Se mordió el labio inferior y escuchó; debía seguir a Joe hasta ese lugar para después poder llevarle de vuelta a su mundo, a la seguridad y a la luz.
—Tuvimos un juicio —continuó él—, pero a Sean le había llegado el aviso sobre el chivatazo y había conseguido sacar las armas del tren. Intentó avisarnos de que los rifles no estaban en el tren, pero el hombre que envió no llegó a tiempo. De todos modos, como no había armas, sólo pudieron condenarnos por intento de asalto y nos mandaron a la prisión de Mountjoy.
Se sentó y se quedó inmóvil en la silla, escondido en la penumbra.
—Sólo nosotros tres sabíamos dónde estaban esos rifles. Sean, Adam y yo. Pero Sean no les resultaba útil porque sabían que no hablaría. Nuestro Sean había pasado ya por muchas cárceles y los británicos sabían que no se desmoronaría. Así que le asesinaron. Delante de Adam y de mí. Me sonrió en el momento en que el carcelero le echó la cabeza hacia atrás y le cortó el cuello.
_______ cerró los ojos un instante, rezó para tener fuerzas y los volvió a abrir. No quería oír aquello y no quería que esas imágenes le atormentaran luego. Pero tenía que seguir escuchando. Apretó las sábanas con las manos y se armó de valor para poder soportar lo que Joe no le había explicado aún.
—El carcelero le soltó y su cuerpo, que cayó a tierra mientras salía sangre a borbotones de la herida. Me miró desde el suelo con unos ojos que ya no podían ver, casi muertos, con la sangre manando de la arteria de su garganta… pero todavía sonreía.
De pronto Joe se echó hacia adelante en la silla y se rodeó la cabeza con el brazo como si estuviera intentando protegerse.
—Oh, Dios —gimió—. Oh, Dios mío.
_______ esperó, pero él no dijo nada más. Sabía que no podía dejar que se detuviese en aquel momento, tenía que contárselo todo. Su tormento interior debía salir a la luz. Era la única forma de que se curase.
—¿Qué pasó entonces?
Al oír su voz, Joe se irguió y se puso tenso de nuevo.
—Eran tan estúpidos —dijo con voz monocorde, mostrando sólo parte del desprecio que sentía—. Pensaban que matando a Sean nos intimidarían, que nos asustarían y hablaríamos. Lo que lograron es que les odiásemos más si es que era posible. Se dieron cuenta entonces de que habían cometido un error y que por cada mártir surgían doce rebeldes. Nos separaron a Adam y a mí. Nunca volví a verle. Me pusieron en una celda, con grilletes en manos y pies y me encadenaron a la pared. Sólo me soltaban cuando me traían la comida. Me hicieron comer a cuatro patas de un plato en el suelo, como un perro. Eran tripas de pescado, crudas y malolientes tripas de pescado. Eso durante días y días. Pero no pensaba decirles dónde estaban las armas, no iba a hacerlo.
Sacudió la cabeza con los ojos cerrados.
—Entonces no me dejaron dormir. Me hacían dar vueltas y vueltas alrededor del patio de la prisión, me echaban agua si me quedaba dormido de pie. Vi salir y ponerse el sol tres veces antes de desmayarme. Después me azotaron, pero no me desmoroné. No les dije nada.
_______ oyó el desafío en su voz, pero mientras seguía, su tono retador fue sustituido por un sentimiento de desconcierto.
—Empecé a oír voces. A mis hermanas. Tá ocrás orm, Conor, tá ocrás orm. Una y otra vez. Sin descanso… Una marea incesante. Todavía las oigo. Oh, Dios —gimió, haciéndose un ovillo de nuevo sobre la silla— tienen tanta hambre y no hay nada para comer. Me suplican que busque comida. Brigid, Eileen y Megan. Puedo oírlas, pero no puedo ayudarlas. No había comida.
Joe golpeó sus orejas con las manos como si quisiera acallar esas voces.
—Sabía que estaban muertas —murmuró— pero las podía oír en mi celda, podía ver sus rostros como si estuvieran allí. Y también a Kevin, pidiendo ayuda a gritos, pero no podía hacer nada. Y los carceleros, «Irlandés, dinos dónde están las armas. Dínoslo, dínoslo».
Levantó la cabeza y miró fijamente a ______, pero ella no supo si era capaz de reconocerle. Su rostro, su cuerpo reflejaban la angustia que sentía. Quería correr hacia él, tranquilizarle, decirle que se callase, que lo dejase, pero sabía que no debía hacerlo. Se acordó de sus días en el hospital, de los soldados que gritaban por encima del rugido de los cañones, de la sangre; había aprendido que había que dejarles gritar, dejarles que sacasen todos sus demonios fuera.
—Les maldije, canté, grité, pero no se lo dije. No me desmoroné. Así que me llevaron hasta Arthur Delemere, el alcaide —se pasó la mano temblorosa por la mandíbula—. Pensaba que ya había experimentado todo el dolor que puede existir en esta vida, pero me equivocaba.
«Oh, Dios —pensó ______—. ¿Cómo le ayudo? ¿Qué hago?»
—Me ataron a una mesa —cerró los ojos y le recorrió un escalofrío—. Hay algunas cosas que no pueden describirse, que no pueden explicarse con palabras.
_______ se llevó las manos a la boca apretándolas. Empezó a temblar.
—Me desmayaba a causa del dolor —dijo— y cuando me despertaba, los carceleros se habían marchado y Delemere me hablaba. Me decía que entendía por lo que estaba pasando, que quería ayudarme realmente, pero que sólo podía hacerlo si le decía dónde estaban escondidas las armas. Me decía que me lo pensase un rato y se marchaba. Pero luego volvían los carceleros y todo volvía a empezar… Perdí la noción del tiempo, los minutos se confundían, los días se mezclaron unos con otros. Estaba ahí tendido contando hacia atrás desde mil, centrando mi atención en recordar el número que seguía, haciendo que ese número fuese lo más importante del mundo, intentando no sentir el dolor. Funcionó durante un tiempo. Incluso intenté rezar, aunque te cueste de creer. Recé el rosario, y eso que no lo recordaba entero. No lo podía recordar.
Se pasó una mano por el cabello.
—No importaba, porque Dios no me estaba escuchando, ni María ni Jesús, ni ninguno de los santos. El único que me oía era Delemere. Se convirtió en la única cosa real. Me llevaba la comida y la bebida, se sentaba junto a mí cuando los hombres se habían ido, y me hablaba sin cesar. Me lavaba la cara con trapos frescos, limpiándome las lágrimas, el vómito y la sangre. No dejaba de decir que era mi amigo, que si yo le ayudaba, él me ayudaría. No sé cuánto duró eso, pero empecé a creerle. Traté de pensar e inventé sitios que no eran reales. Así que Delemere me devolvía a mi celda, avisaba al doctor para que hiciese lo que pudiese conmigo y enviaba a su gente a buscar las armas. Por supuesto, volvían con las manos vacías unos días más tarde, así que volvían a cogerme y todo volvía a empezar.
Joe rodeó sus rodillas con los brazos inclinándose hacia adelante como si de verdad quisiera convertirse en una bola y no volver a moverse nunca más.
—Les costó tres o cuatro viajes —dijo en tono monocorde mirando al suelo—. Yo sólo quería que cesase el dolor, quería que me matasen, le pedí al alcaide que me matase. Cuando estábamos solos, me susurraba al oído promesas de que todo acabaría cuando le dijese la verdad. Llegó un momento en que le creí —hubo una larga pausa—. Así que se lo dije.
Joe levantó la cabeza y miró a ______. Su expresión era más terrible que los recuerdos del dolor que había sufrido.
—Cuando se lo dije, se rio. Se rio a carcajadas. Todo era un juego, ¿sabes? Ya sabían dónde estaban las armas, las habían confiscado todas días antes. Delemere me dijo que Alan había sido mucho más cooperativo que yo. Sólo habían tardado dos días en conseguir que hablase.
De pronto, Joe se irguió y golpeó con la mano la diminuta mesa de alas abatibles que había junto a él con tanta fuerza que _______ dio un respingo.
—¡Me despojaron de todo lo que era! —gritó—. De todo aquello en lo que creía. Destruyeron lo que yo creía que era y me convirtieron en lo que yo más despreciaba. Me convirtieron en un informador, en un traidor. Intenté detenerlos. Dios, lo intenté… —se le quebró la voz—. Luché con tanta fuerza. Pero no lo logré, y todo por un juego.
Golpeó la mesa y la lanzó a través del suelo contra la pared.
—A Delemere le daban igual las armas. Sólo quería hacerme hablar para demostrarse que podía conmigo. Y lo peor de todo es que el muy bastardo no cumplió su promesa. No me mató.
Toda su rabia se evaporó con tanta rapidez como había aparecido y Joe se hundió en la silla.
—Delemere murió esa misma noche. Hubo un motín y algunos de los prisioneros escaparon. Uno de ellos acabó con Delemere. El primer ministro Gladstone se enteró del motín y averiguó lo de las torturas también. Hubo un clamor popular, la gente se manifestó, hubo disturbios en las calles y exigieron que los fenianos sometidos a las torturas fueran liberados. Tardaron un año, pero finalmente me amnistiaron junto con muchos otros. Fue demasiado tarde para Adam. Justo después de que las armas fueran confiscadas, había corrido la voz de que había hablado y el Consejo feniano logró que uno de sus hombres dentro de la cárcel acabase con él. Le apuñalaron en el patio de la cárcel con una madera de una de las literas una semana antes de que muriera Delemere. Habría deseado que a mí me hubieran hecho lo mismo.
La cara de Joe recuperó su expresión burlona, la misma expresión dura que había tenido la noche en que se emborrachó.
—La gente sabía lo que me había pasado, pero nadie sabía que yo también había hablado. Todos mis amigos me estrechaban la mano, me daban palmadas en la espalda y me invitaban a rondas. No había cantado, me decían, yo era un héroe, decían. Me felicitaban, brindaban por mí, estaban orgullosos de haberme conocido. Orgullosos, ¡por el amor de Dios! No tuve valor para decirles la verdad, y no podía enfrentarme a la vergüenza de saber que no merecía sus alabanzas. Ésa es la razón por la que vine a América y por eso no puedo volver a casa. No soy su maldito héroe, soy un fiasco. Y un cobarde.
______ sintió todo su odio y su vergüenza y le habló con dulzura.
—Hiciste lo que cualquier hombre habría hecho en tu lugar.
—No. Había hombres más fuertes que yo, hombres que sufrieron más que yo, que tuvieron más coraje que yo. Hombres como Sean —se inclinó hacia adelante y hundió el rostro en sus manos—. ¿Por qué no me mató Delemere?
_______ no sabía qué decir. No sabía cómo llegar hasta él, ni siquiera sabía si podía, pero debía intentarlo. Se puso de pie y se acercó a él muy despacio, hablando con mucha delicadeza.
—Joe, quiero que me escuches. Si fueras un cobarde, no estarías aquí. Un cobarde se habría suicidado hace mucho tiempo.
No la estaba mirando, estaba sentado con la cabeza caída mirando al suelo. Ni siquiera sabía si la estaba oyendo, pero ella continuó.
—No estoy segura de saber lo que es el coraje —dijo mientras seguía aproximándose a él—, pero creo que debe ser la capacidad de sobrevivir. Puede que sea egoísta por mi parte estar contenta de que aquellos hombres no te matasen, pero lo estoy. Estoy contenta de que tuvieses el coraje suficiente para sobrevivir. Estoy tan contenta —se detuvo frente a él—. Te amo.
Joe se puso tenso y se irguió en la silla sin mirarla.
—Es como si amases un caparazón —dijo con voz cansada—. Estoy vacío. No tengo proyectos, ni ideales, ni honor. Me lo quitaron todo. Soy sólo una carcasa. No tengo nada en lo que creer, ni honor al que aferrarme.
_______ extendió la mano para tocarle y con precaución le puso la mano en la mejilla. Joe se puso rígido, pero no se apartó y eso le dio esperanzas a ______. Poco a poco, se acercó más a él. Con cuidado, se hizo sitio entre sus piernas y se le acercó más.
—Aférrate a mí, entonces —le susurró—. Aunque tú no creas en ti, yo sí lo haré. Yo seré tu ancla. Aférrate a mí.
Joe lanzó un suspiro ahogado y nervioso, y apartó la cara. _______ pensó que la empujaría para alejarla y que volvería a encerrarse en la cárcel que se había construido. Pero, de pronto, rodeó sus caderas desnudas con sus brazos y la atrajo hacia él. Hundió su rostro en ella y la agarró con fuerza, como si ________ fuera una boya salvavidas en medio de un océano agitado por la tormenta.
Sintió cómo el gigantesco cuerpo de Joe temblaba y al oír su llanto de rabia y de dolor se le partió el corazón. Le tomó la cabeza y le acarició el cabello, mientras él dejaba escapar la angustia de toda una vida. Ella debería reemplazarla con todo el amor que tenía para dar. Rezó para que fuese suficiente.
perdon se me olvido ayer jejeje ya pongo otro
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
Capítulo 29
Por el ritmo de su respiración, Joe supo que _______ dormía. Escuchó la suave cadencia de sus inspiraciones y se preguntó incrédulo cómo podía amarle. Pero le amaba.
Era difícil de creer y más difícil todavía de asumir, pero así era.
Nunca le había contado a nadie lo de Mountjoy. Explicándoselo a ella, esperaba apartarla de él, mostrarle lo que era en realidad. Pero ella seguía allí. Había visto lo que era y no le importaba. Le había pedido que se aferrara a ella y él lo había hecho. Después le había llevado a la cama y se había acurrucado junto a él.
Miró la pequeña mano que tenía extendida sobre su pecho en un gesto de absoluta confianza.
Ella confiaba en él. No podía entender por qué después de haberle visto en la agonía de sus pesadillas.
Ella le quería y él no podía entenderlo después de lo que le había contado.
Miró su rostro tan cercano al suyo. A través de la luz de la luna que entraba por la ventana podía ver sus oscuras pestañas que ensombrecían sus mejillas, su piel cremosa tan suave al tacto, los mechones sedosos de su cabello que se esparcían sobre la almohada, y sintió una paz que nunca antes había experimentado.
Al decir que la confesión era buena para el alma, lo había dicho en tono de burla, pero quizás hubiera algo de verdad. Todavía sentía la vergüenza y le acosaba la culpa, pero parecían cargas menos pesadas, parecían más fáciles de llevar que antes.
Le tocó la cara, pasó un dedo por su mejilla y por sus labios, suaves y cálidos y entreabiertos.
«Mi mujer —pensó—, mi mujer.»
Lo deseaba, Dios, lo deseaba todo: las cabañas en los árboles, los picnics, las galletas de mantequilla de pacana, contar cuentos por la noche a las niñas, a sus niñas, y verlas crecer; deseaba a ______, que su calidez y su dulzura barrieran su cinismo y su dureza. Quería despertarse cada mañana viendo su radiante sonrisa, que era como si le iluminase la luz del sol, y dejar que desapareciesen todas sus pesadillas. La quería a su lado todos los días y todas las noches de su vida.
Por primera vez, pudo vislumbrar el futuro, un futuro más allá de la siguiente ciudad o el siguiente combate o de la siguiente pesadilla, un futuro que tenía lo que nunca había creído volver a encontrar: amor. Deseaba ese futuro. Le importaba un bledo si lo merecía o no. Lo quería y estaba dispuesto a tomarlo, a quedárselo, a hacerlo suyo.
Joe se levantó de la cama con cuidado para no despertarla y salió a la terraza. La luz de la luna se colaba entre las ramas de los robles y formaba sombras retorcidas sobre la grava del camino de la entrada. Podaría los árboles antes de la primavera y también los setos.
Se metió las manos en los bolsillos y paseó por la terraza haciendo planes. Antes del invierno, la casa necesitaría una capa de pintura. Había que darle la vuelta al jardín y arreglar las flores.
Dobló la esquina de la casa y siguió paseando. Decidió que no merecía la pena rehacer el cenador echando un vistazo a su destartalado estado. Los rosales que crecían en forma de enredaderas por sus paredes eran lo único que hacía que no se viniese abajo. Lo demolería y construiría un nuevo cenador para _______, y plantaría alrededor las madreselvas que tanto le gustaban.
Llegó al final de la terraza y se apoyó en la barandilla mirando hacia el patio de atrás. Si echaban abajo las casetas vacías, podían hacer sitio para un peral en esa zona. La vieja cuadra y el establo estaban bien, pero…
Un brillo de luz le llamó la atención. Joe frunció el ceño y se quedó mirando la silueta del establo. Intuyó un movimiento en medio de la oscuridad y pudo ver a un hombre corriendo hacia el bosque al mismo tiempo que el diminuto relámpago de luz se transformaba en una llamarada.
Dios. Joe se dio la vuelta y corrió dentro de la casa.
—¡______! —gritó entrando en la habitación—. ¡______, el establo está ardiendo!
Ella apartó las sábanas de un manotazo y saltó de la cama buscando su ropa en la oscuridad.
—¿Qué ha pasado?
—No lo sé —contestó él cogiendo las botas para ponérselas—. Trae tantos cubos como puedas. También palas, si encuentras.
Él cogió la sábana de la cama y corrió hacia la puerta, descendiendo las escaleras en segundos y saliendo a toda prisa, con la sola idea de sacar a los animales del establo.
Cuando abrió la puerta, el establo estaba lleno de humo y se dio de bruces con una pared de fuego. Tosiendo, dio un salto hacia atrás, inhaló aire tres veces y entró.
Podía oír a Cally y a Princess presas del pánico, y dando coces a las paredes de las cuadras, intentando escapar desesperadamente. Llamas naranjas lamían las paredes alimentadas por la madera seca que crujía intensamente.
Tosiendo, Joe cogió el rollo de cuerda que había en un rincón y se dirigió hacia la primera cuadra. Entró para coger a la mula tratando de evitar las coces del animal y le rodeó la cabeza con la sábana. Le ató la cuerda al cuello y sacó a la asustada Cally afuera. _______ se acercaba corriendo con un cubo de agua del pozo y las niñas la seguían detrás.
—¡Sujeta la mula! —le dijo él quitándole la sábana y la cuerda de la cabeza y corriendo de nuevo dentro del establo. Pudo oír a _______ gritándole, pero no se detuvo.
El humo se le metió en los ojos, pero Joe llegó a la segunda cuadra y empezó a guiar a Princess fuera del establo. El calor estaba chamuscándole la piel y las llamas eran como un bramido en sus oídos. Contuvo la respiración en medio del espeso humo y sacó a la vaca un segundo antes de que el techo se viniera abajo.
________ soltó el cubo y corrió hacia él gritando aliviada. Dejó al animal y rodeó a ________ con sus brazos, cogiendo aire con dificultad. La sujetó con fuerza contra él, pensando que no la dejaría marchar mientras viviese. _______ se desembarazó de él y le miró con furia.
—¡Volver ahí dentro por una vaca! —le gritó furiosa—. ¿Estás loco? Podrías haber muerto. No vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes, Joe Branigan?
Ella le amaba. La agarró y la besó intensamente antes de que pudiera decir nada más.
Para cuando lograron apagar el fuego, el sol ya estaba alto en el cielo. Joe, _______, las niñas y vecinos y amigos que habían visto las llamas y habían corrido a ayudar siguieron tirando cubos de agua y paladas de tierra sobre los chamuscados restos hasta que consiguieron extinguir el fuego.
Fue Oren quien encontró la lata de queroseno. Se la llevó a Joe y le dijo:
—Me parece que habéis rechazado su última oferta.
Joe dejó a un lado la pala y observó la lata de hojalata. La miró fijamente un momento y después levantó la cabeza y lanzó una mirada dura a los restos humeantes del establo. Se acordó de otro fuego y de una casa en Derry hacía veinticinco años. Pensó en Hiram Jamison y en Nick Tyler, en lord Eversleigh y en Arthur Delemere y en todos esos otros hombres que creían que todo en el mundo era de ellos y que podían destruirlo si querían.
Levantó la vista y se encontró con la mirada sombría de Oren.
—¿Por casualidad sabes dónde vive Nick Tyler?
Su vecino le observó un instante y después dijo:
—En esa dirección, a una milla de distancia. Coge la carretera principal, y cuando hayas cruzado el puente de Sugar Creek, es el primer desvío a la izquierda.
—Creo que voy a tomarte prestado el caballo —le dijo Joe asintiendo—. Si no te importa.
—No hay problema. Puedo regresar con Kate en el carromato. A no ser que quieras compañía.
—No, creo que es mejor que vaya solo.
—Desde luego —Oren se metió las manos en los bolsillos y añadió—: Ten cuidado.
Joe se fue sin contestar. Sabía lo que tenía que hacer y no implicaba tener cuidado.
Cuando Joe llegó a la mansión de Nick Tyler, no se molestó en dar su nombre. Apartó al hombre de negro que le había informado de que la familia estaba desayunando y entró en la casa.
—¡Eh! —gritó el criado al que había empujado—. Ya le he dicho que no puede entrar.
Joe le ignoró. Cruzó el vestíbulo y empezó a buscar el comedor. El mayordomo le siguió protestando en voz alta.
Cuando localizó el comedor, encontró allí a Hiram, a Nick y a una hermosa mujer rubia que debía ser la esposa del poderoso hombre. Los tres estaban sentados a una mesa con recipientes de reluciente porcelana, copas de cristal y platos bañados en plata.
Le miraron desconcertados cuando entró. Joe bajó la vista a sus ropas cubiertas de hollín y a las manchas de carbón y barro que sus botas habían dejado en la alfombra blanca y luego se dirigió hacia la mesa.
—Buenos días a todos —dijo.
Se enfrentó a Hiram Jamison y dejó con un golpe seco la lata de queroseno encima de la mesa.
—Señor Jamison, se lo explicaré con claridad. La respuesta sigue siendo no, siempre será no, y no hay nada que pueda hacer para que cambie de opinión. Puede amenazarme, puede volver a quemar mi establo una y otra vez, pero no voy a venderle mi tierra. ¿Está claro?
—¿De qué está hablando? —preguntó la mujer rubia mirando a Hiram con una expresión inquieta en el rostro—. Papá, no le has hecho nada al establo de este hombre, ¿verdad?
—Claro que no, querida. Está claro que está trastornado —hizo un gesto hacia la puerta—. Abraham, saca a este hombre de mi casa.
Joe se dio la vuelta y miró al mayordomo que se dirigía hacia él.
—Atrás, chaval —le dijo con calma.
El hombre vaciló mirando a Hiram y de nuevo a Joe, pero algo de la tremenda furia que bullía dentro de este último hizo que el mayordomo se echara hacia atrás con el rostro tembloroso. Joe volvió su atención al hombre que estaba sentado en la cabecera de la mesa, deseando con todas sus fuerzas que pudiese lograr lo que se proponía.
Apartó de la mesa una de las sillas y se sentó sin esperar invitación, ni prestar atención a las manchas negras que sus ropas dejaban en la tapicería de terciopelo color marfil.
—Señor Jamison, vamos a dejar de marear la perdiz. Quiere construir una línea de ferrocarril, pero puedo asegurarle ahora mismo que, incluso aunque logre arrebatarme la tierra, no va a conseguir construir esa línea a través de ella. Se lo puedo asegurar.
Nick soltó un bufido despreciativo y lanzó su servilleta sobre la mesa.
—¿Quién demonios te crees que eres, chaval, viniendo aquí a amenazar? No puedes detenernos.
—¿No? —dijo Joe girándose hacia Nick—. ¿Quién te crees que construye las vías del tren? —le preguntó con voz aparentemente tranquila—. Cada kilómetro de vía de ferrocarril de este país ha sido construida con el sudor y la sangre de miles de irlandeses. Cuando los irlandeses que contrates sepan que has amenazado a uno de los suyos para conseguir su tierra, no clavarán un solo poste ni atarán una sola cuerda en esta tierra.
Aparentando estar absolutamente tranquilo, Joe se recostó en la silla y volvió su atención a Hiram.
—Créame, señor Jamison, si me obliga a dejar mi tierra, nunca construirá una línea férrea.
—No hay de qué preocuparse —intervino Nick—. Contrataremos trabajadores que no sean irlandeses.
Joe sonrió. Contestó a Nick, pero no dejó de mirar con el rabillo del ojo al hombre de pelo gris que estaba al otro lado de la mesa.
—Ah, pero el señor Jamison no está pensando ahora mismo en esta miserable vía de ferrocarril de Luisiana. Está pensando en su naviera y en todos los irlandeses que trabajan en los muelles cargándole los barcos y en todos los marineros irlandeses que los tripulan. Está pensando en lo penoso que resultaría que hubiera una explosión de dinamita en uno de sus barcos justo cuando estuviese cargado y a punto de zarpar —Joe ladeó la cabeza pensativamente—. Unos cuantos accidentes de este tipo y una naviera puede hundirse, ¿no creen?
No esperó una respuesta. Sacudió la cabeza y continuó.
—No, Nick, tu suegro está pensando en todas esas minas en Pennsylvania y en todos los irlandeses que bajan cada día para sacar su carbón, y en todos los accidentes o huelgas que podrían de pronto empezar a sucederse. Está pensando en los tipos irlandeses que fabrican camisas en sus telares, en los irlandeses que conducen sus carruajes. Está pensando en la irlandesa que le lleva el café por la mañana, y se está preguntando si notaría cuándo empezara a tener un gusto amargo…
El otro hombre sonrió apoyándose en la silla.
—Estás fanfarroneando. No tienes ese tipo de influencia.
—¿Ah, no? —le rebatió Joe con rapidez—. Supongo que sería así si yo fuese simplemente otro irlandés de mierda muerto de hambre, es así cómo lo expresó, ¿verdad? No sería capaz de que mis compatriotas irlandeses se uniesen por mí.
Hizo una pausa y le lanzó una sonrisa insolente.
—Pero resulta que no soy cualquier irlandés. Vaya a cualquier pub en los muelles de Nueva York y pregúntele a sus cargadores por Joe Branigan y escuche lo que le cuentan. O pregunte a esos que bajan a sus minas, a los que le construyen las vías del tren. O pregunte a los irlandeses que le hacen las camisas en las fábricas o le llevan el café.
Se irguió en la silla y su sonrisa desapareció.
—Le contarán que pasé dos años entrando en Belfast armas de contrabando procedentes de Nueva York delante de las narices de las autoridades británicas. Le contarán que me arrestaron y me condenaron por traición, que me sometieron a las torturas más crueles imaginables y que acabé en la cárcel británica, o que las manifestaciones y las protestas de mis compatriotas en Irlanda obligaron al primer ministro Gladstone a liberarme.
Joe agarró las solapas de su camisa y abrió la prenda. La mujer lanzó un grito ahogado.
—Estas son mis medallas al valor, señor Jamison, y con cada latigazo, con cada quemadura y con cada bala me gané el respeto de un corazón irlandés. En los pubs hay hombres que levantan sus copas cantando por mí. Hay niñas en Boston y en Belfast que saltan a la cuerda con canciones que hablan de mí. Y hay irlandeses que se jugarían la vida por mí si se lo pidiese. Para ellos yo represento la esperanza y la libertad. Para ellos yo soy un héroe.
Esperó a que sus palabras surtiesen efecto y jugó su última carta:
—Lo único que tengo que hacer es mandar un telegrama a Nueva York a un hombre llamado Hugh O'Donnell. Él es el jefe de Clan na Gael, la Hermandad Republicana aquí en América. Conseguí entrar muchas armas de Hugh en Belfast y me debe algunos favores. Si él hace correr la voz de que usted está intentando arrebatarle la tierra a Joe Branigan, igual que los británicos llevan arrebatándonos la tierra irlandesa durante los últimos trescientos años, no construirá un metro de línea férrea ni aquí ni en ningún sitio más. Tendrá tantos problemas que no sabrá por dónde empezar. Le costaré tanto dinero que los inversores que están apoyándole con esta línea de ferrocarril empezarán a hacerse preguntas y a pedir explicaciones. Cada vez que oiga un acento irlandés, mirará a sus espaldas y dará un brinco de pánico. Su vida será un infierno durante el tiempo que dure, que no será mucho.
Le miró y no supo si Jamison le creía o no. Eran tal cantidad de mentiras… No tenía ni idea de si Hugh le ayudaría o no después de que él se hubiese negado a contribuir económicamente a la causa al llegar a América. Pero Joe era bueno con los faroles, y mientras Jamison se lo creyese, la verdad no importaba.
La mujer puso una mano sobre el hombro de su padre.
—¿Papá?
Nick echó la silla hacia atrás y se puso de pie dispuesto a echar a Joe él mismo, pero Jamison levantó una mano para detenerle y su yerno se sentó de nuevo en la silla lentamente.
—Hiram, ¿no irás a dejar que se salga con la suya? —le preguntó incrédulo.
Su suegro no dijo nada. Mantuvo su mirada escudriñadora en Joe, intentando averiguar la verdad más allá de las palabras.
Él se la puso en bandeja.
—Bastardos más grandes que usted han intentado destrozarme, señor Jamison. Y ahora están muertos.
—Papá… —dijo la mujer con voz temblorosa, claramente preocupada por las amenazas—. No merece la pena. No podría soportarlo si te ocurriese algo. Por favor, abandona esto antes de que…
—¡Alice, calla! —le cortó Nick. Se dirigió a su suegro—. No podemos dejar que destruya todo por lo que hemos luchado aquí, todo lo que hemos construido. Podemos controlar a cualquiera de sus amigos que intenten causar problemas.
—Papá, déjalo estar —imploró Alice ignorando a su marido—. No merece la pena. Esta gente puede matarte.
Joe notó que tenía la voz quebrada y asustada y lo aprovechó:
—Su hija es encantadora, señor Jamison, pero ninguna mujer está hermosa vestida de luto.
—¡Papá! —gritó Alice asustada, cogiéndole de la manga—. Por favor, déjalo. Hazlo por mí.
Joe vio un asomo de temor en el rostro de Jamison y empezó a pensar que su farol iba a funcionar. Esperó con gesto impasible y le aguantó la mirada.
Hiram fue quien la apartó tomando la mano de su hija.
—¿Qué es lo que quieres, Branigan?
—Abandone la idea de construir la línea de ferrocarril atravesando mis tierras. Deje de amenazar a mi familia. Coja a su hija y a su yerno y vuelva a Nueva York.
—¡No! —gritó Nick golpeando la mesa con el puño y levantando los platos del desayuno—. ¡No podemos detenernos ahora!
—Tranquilízate, Nick —le dijo su suegro mientras consideraba la situación por un instante. Después se levantó—. Muy bien. Por el bien de mi hija, acepto tus condiciones. Tienes mi palabra —su hija lanzó un sollozo de alivio.
—Me alegro de que hayamos podido llegar a un acuerdo. —Joe se levantó y se dispuso a marcharse, pero en la puerta se detuvo—. Por cierto, ya le he mandado un telegrama a Hugh O'Donnell. No es que no me fíe de su palabra, señor Jamison, pero he aprendido a la fuerza que es mejor tomar precauciones. Si me ocurre cualquier cosa a mí, a mis hijas o a mi esposa, Hugh sabrá lo que tiene que hacer —le hizo un gesto a la mujer—. Señora Tyler.
No se molestó en saludar a Nick. Salió sin añadir palabra, se subió al caballo prestado y se marchó. En la carretera principal, en lugar de dirigirse a Peachtree, tomó la dirección contraria, considerando que sería mejor que mandase ese telegrama a Hugh por si acaso Jamison decidía comprobar esa parte de su versión. En fin, por lo menos Hugh podría disfrutar con la historia.
Joe casi disfrutó también, pero por otra razón. Siempre había apreciado la ironía. Había pasado los últimos tres años de su vida huyendo de una fama de héroe que era una farsa y en aquel momento le estaba sirviendo para lograr el amor que nunca había querido y para convertirse en el héroe que nunca había sido. Quizás hasta lograse tener éxito. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada de incredulidad.
Cuando Joe Branigan se marchó, se hizo el silencio en el comedor y los dos hombres miraron a Alice. Ella captó la indirecta y se puso en pie.
—Supongo que querréis hablar de negocios —murmuró saliendo de la habitación.
Nick habló en cuanto ella se hubo marchado.
—Iré a ver a ______. Estoy seguro de que después de lo del establo, estará mucho más dispuesta a vender. Si consigo que ella acepte, Branigan aceptará también.
—No.
—¿Qué? —exclamó Nick mirando a su suegro sorprendido—. ¿No estarás de verdad dispuesto a aceptar sus exigencias?
Hiram no respondió a la pregunta, sino que se incorporó y miró a su yerno fijamente.
—Mandaste a Joshua a prender fuego a su establo, ¿verdad?
Nick abrió la boca para negarlo, pero supo por la cara de Hiram que no serviría de nada.
—Hablamos de esto —dijo— y comentaste que haría falta presionar más.
Hiram sacudió la cabeza frunciendo el ceño con disgusto.
—No intentes justificar tus acciones culpándome a mí. Lo que has hecho es horroroso, además de estúpido. Branigan no es un hombre al que se le pueda intimidar. Lo intenté hablando con él y no funcionó. —Se puso en pie—. Mañana empezarás a hacer las gestiones para vender nuestras propiedades aquí, así podremos devolver el dinero a los inversores. Abandonamos este proyecto.
—Hiram, no puedes hablar en serio.
—Sí hablo en serio. Venderemos los negocios que tenemos aquí. Con la tierra sacaremos un buen beneficio ya que los precios están subiendo, y estoy seguro de que podremos vender también los negocios sin problemas. No perderemos dinero.
—Estamos tan cerca. No puedes hacer esto.
En el momento en que lo dijo supo que se había equivocado. A Hiram no le gustaba que le dijesen lo que tenía que hacer.
—Esto siempre ha sido tu pequeño proyecto. Para empezar, nunca quise que te llevases a Alice tan lejos de casa. Pero querías tener la oportunidad de probarte a ti mismo y te he dado cuatro años para hacerlo. Es más que suficiente. Has fracasado y yo no voy a apoyar un fracaso.
Fracaso. La palabra le llegó al corazón.
—Lo que ese hombre ha dicho ha sido una fanfarronada. Y tú lo sabes, Hiram.
—Casi todo, pero no todo —Hiram dejó su servilleta en la mesa y se levantó—. Branigan puede que tenga suficientes amigos en Nueva York como para crear problemas. He oído hablar del Clan na Gael, y sé que pueden organizar follón si quieren. Tengo muchos irlandeses trabajando para mí y no puedo despedirlos a todos. No arriesgaré mis otros proyectos por una vía de ferrocarril tuya. Y no tengo ninguna intención de acabar muriendo con un puñal irlandés en el estómago. Como ha dicho Alice, no merece la pena.
Salió del comedor y dejó a su yerno mirándolo fijamente, confuso y furioso.
No podía creer que todo lo que quería se le estuviese escapando de las manos a causa de aquel boxeador irlandés. ¿Un héroe? Nick no creía en absoluto aquella estrafalaria historia.
Oyó un ruido en la puerta y se dio la vuelta. Alice estaba allí con una expresión sombría. Él sabía que había oído toda la conversación y casi podía sentir su desaprobación. La furia se apoderó de él y la miró con el ceño fruncido.
—¿En qué estabas pensando? —le preguntó—. ¿Cómo has podido pedir a tu padre que abandonara el proyecto cuando sabes todo lo que significa para mí?
Ella se sacudió la falda como si hubiera algo molesto en ella sin mirarle a los ojos.
—Ya has oído a ese hombre, las amenazas que ha hecho. Estaba asustada.
—Tonterías —apartó la silla y se levantó—. Lo que pasa es que tú nunca has querido que triunfe.
Alice levantó la vista.
—Eso no es verdad. Siempre te he apoyado.
—Sólo cuando te convenía —salió del comedor y ella le siguió a través del vestíbulo. Cuando Nick llegó a su estudio, entró y le cerró la puerta en las narices.
«No apoyaré un fracaso.» Las palabras de Hiram resonaban en sus oídos y la rabia creció dentro de él. Su suegro pensaba que era un fracasado y su mujer también. Lo había visto en sus ojos.
El imperio que había construido con tanto cuidado estaba a punto de derrumbarse a su alrededor, y no iba a permitir que eso ocurriese. Branigan era el culpable. Si no hubiera sido por él, ______ habría acabado vendiendo su tierra. Si no hubiera sido por él, Hiram no estaría huyendo como un conejillo asustado.
Se dirigió hacia su escritorio y abrió el primer cajón. Cogió el contrato de compraventa que había redactado cuatro años atrás y su pistola Cok. Puso el papel en uno de sus bolsillos y la pistola en el otro. Después cerró el cajón y abandonó el estudio.
Alice estaba todavía de pie en la puerta del despacho, esperándole.
—Nick —dijo—. Lo siento si…
—Ahórratelo —dijo y pasó de largo.
—¿Adónde vas? —gritó mientras él se dirigía hacia la puerta principal.
—No voy a dejar que ese desgraciado irlandés arruine todo por lo que he trabajado —le respondió con furia—. Conseguiré la tierra de un modo u otro.
Salió de la casa y dio un portazo tan fuerte que los ventanales temblaron. Alice y su padre pensaban que era un fracasado. Bueno, Nick les iba a demostrar que no era así.
mañana el final y la otra nove
Por el ritmo de su respiración, Joe supo que _______ dormía. Escuchó la suave cadencia de sus inspiraciones y se preguntó incrédulo cómo podía amarle. Pero le amaba.
Era difícil de creer y más difícil todavía de asumir, pero así era.
Nunca le había contado a nadie lo de Mountjoy. Explicándoselo a ella, esperaba apartarla de él, mostrarle lo que era en realidad. Pero ella seguía allí. Había visto lo que era y no le importaba. Le había pedido que se aferrara a ella y él lo había hecho. Después le había llevado a la cama y se había acurrucado junto a él.
Miró la pequeña mano que tenía extendida sobre su pecho en un gesto de absoluta confianza.
Ella confiaba en él. No podía entender por qué después de haberle visto en la agonía de sus pesadillas.
Ella le quería y él no podía entenderlo después de lo que le había contado.
Miró su rostro tan cercano al suyo. A través de la luz de la luna que entraba por la ventana podía ver sus oscuras pestañas que ensombrecían sus mejillas, su piel cremosa tan suave al tacto, los mechones sedosos de su cabello que se esparcían sobre la almohada, y sintió una paz que nunca antes había experimentado.
Al decir que la confesión era buena para el alma, lo había dicho en tono de burla, pero quizás hubiera algo de verdad. Todavía sentía la vergüenza y le acosaba la culpa, pero parecían cargas menos pesadas, parecían más fáciles de llevar que antes.
Le tocó la cara, pasó un dedo por su mejilla y por sus labios, suaves y cálidos y entreabiertos.
«Mi mujer —pensó—, mi mujer.»
Lo deseaba, Dios, lo deseaba todo: las cabañas en los árboles, los picnics, las galletas de mantequilla de pacana, contar cuentos por la noche a las niñas, a sus niñas, y verlas crecer; deseaba a ______, que su calidez y su dulzura barrieran su cinismo y su dureza. Quería despertarse cada mañana viendo su radiante sonrisa, que era como si le iluminase la luz del sol, y dejar que desapareciesen todas sus pesadillas. La quería a su lado todos los días y todas las noches de su vida.
Por primera vez, pudo vislumbrar el futuro, un futuro más allá de la siguiente ciudad o el siguiente combate o de la siguiente pesadilla, un futuro que tenía lo que nunca había creído volver a encontrar: amor. Deseaba ese futuro. Le importaba un bledo si lo merecía o no. Lo quería y estaba dispuesto a tomarlo, a quedárselo, a hacerlo suyo.
Joe se levantó de la cama con cuidado para no despertarla y salió a la terraza. La luz de la luna se colaba entre las ramas de los robles y formaba sombras retorcidas sobre la grava del camino de la entrada. Podaría los árboles antes de la primavera y también los setos.
Se metió las manos en los bolsillos y paseó por la terraza haciendo planes. Antes del invierno, la casa necesitaría una capa de pintura. Había que darle la vuelta al jardín y arreglar las flores.
Dobló la esquina de la casa y siguió paseando. Decidió que no merecía la pena rehacer el cenador echando un vistazo a su destartalado estado. Los rosales que crecían en forma de enredaderas por sus paredes eran lo único que hacía que no se viniese abajo. Lo demolería y construiría un nuevo cenador para _______, y plantaría alrededor las madreselvas que tanto le gustaban.
Llegó al final de la terraza y se apoyó en la barandilla mirando hacia el patio de atrás. Si echaban abajo las casetas vacías, podían hacer sitio para un peral en esa zona. La vieja cuadra y el establo estaban bien, pero…
Un brillo de luz le llamó la atención. Joe frunció el ceño y se quedó mirando la silueta del establo. Intuyó un movimiento en medio de la oscuridad y pudo ver a un hombre corriendo hacia el bosque al mismo tiempo que el diminuto relámpago de luz se transformaba en una llamarada.
Dios. Joe se dio la vuelta y corrió dentro de la casa.
—¡______! —gritó entrando en la habitación—. ¡______, el establo está ardiendo!
Ella apartó las sábanas de un manotazo y saltó de la cama buscando su ropa en la oscuridad.
—¿Qué ha pasado?
—No lo sé —contestó él cogiendo las botas para ponérselas—. Trae tantos cubos como puedas. También palas, si encuentras.
Él cogió la sábana de la cama y corrió hacia la puerta, descendiendo las escaleras en segundos y saliendo a toda prisa, con la sola idea de sacar a los animales del establo.
Cuando abrió la puerta, el establo estaba lleno de humo y se dio de bruces con una pared de fuego. Tosiendo, dio un salto hacia atrás, inhaló aire tres veces y entró.
Podía oír a Cally y a Princess presas del pánico, y dando coces a las paredes de las cuadras, intentando escapar desesperadamente. Llamas naranjas lamían las paredes alimentadas por la madera seca que crujía intensamente.
Tosiendo, Joe cogió el rollo de cuerda que había en un rincón y se dirigió hacia la primera cuadra. Entró para coger a la mula tratando de evitar las coces del animal y le rodeó la cabeza con la sábana. Le ató la cuerda al cuello y sacó a la asustada Cally afuera. _______ se acercaba corriendo con un cubo de agua del pozo y las niñas la seguían detrás.
—¡Sujeta la mula! —le dijo él quitándole la sábana y la cuerda de la cabeza y corriendo de nuevo dentro del establo. Pudo oír a _______ gritándole, pero no se detuvo.
El humo se le metió en los ojos, pero Joe llegó a la segunda cuadra y empezó a guiar a Princess fuera del establo. El calor estaba chamuscándole la piel y las llamas eran como un bramido en sus oídos. Contuvo la respiración en medio del espeso humo y sacó a la vaca un segundo antes de que el techo se viniera abajo.
________ soltó el cubo y corrió hacia él gritando aliviada. Dejó al animal y rodeó a ________ con sus brazos, cogiendo aire con dificultad. La sujetó con fuerza contra él, pensando que no la dejaría marchar mientras viviese. _______ se desembarazó de él y le miró con furia.
—¡Volver ahí dentro por una vaca! —le gritó furiosa—. ¿Estás loco? Podrías haber muerto. No vuelvas a hacerme esto, ¿me oyes, Joe Branigan?
Ella le amaba. La agarró y la besó intensamente antes de que pudiera decir nada más.
Para cuando lograron apagar el fuego, el sol ya estaba alto en el cielo. Joe, _______, las niñas y vecinos y amigos que habían visto las llamas y habían corrido a ayudar siguieron tirando cubos de agua y paladas de tierra sobre los chamuscados restos hasta que consiguieron extinguir el fuego.
Fue Oren quien encontró la lata de queroseno. Se la llevó a Joe y le dijo:
—Me parece que habéis rechazado su última oferta.
Joe dejó a un lado la pala y observó la lata de hojalata. La miró fijamente un momento y después levantó la cabeza y lanzó una mirada dura a los restos humeantes del establo. Se acordó de otro fuego y de una casa en Derry hacía veinticinco años. Pensó en Hiram Jamison y en Nick Tyler, en lord Eversleigh y en Arthur Delemere y en todos esos otros hombres que creían que todo en el mundo era de ellos y que podían destruirlo si querían.
Levantó la vista y se encontró con la mirada sombría de Oren.
—¿Por casualidad sabes dónde vive Nick Tyler?
Su vecino le observó un instante y después dijo:
—En esa dirección, a una milla de distancia. Coge la carretera principal, y cuando hayas cruzado el puente de Sugar Creek, es el primer desvío a la izquierda.
—Creo que voy a tomarte prestado el caballo —le dijo Joe asintiendo—. Si no te importa.
—No hay problema. Puedo regresar con Kate en el carromato. A no ser que quieras compañía.
—No, creo que es mejor que vaya solo.
—Desde luego —Oren se metió las manos en los bolsillos y añadió—: Ten cuidado.
Joe se fue sin contestar. Sabía lo que tenía que hacer y no implicaba tener cuidado.
Cuando Joe llegó a la mansión de Nick Tyler, no se molestó en dar su nombre. Apartó al hombre de negro que le había informado de que la familia estaba desayunando y entró en la casa.
—¡Eh! —gritó el criado al que había empujado—. Ya le he dicho que no puede entrar.
Joe le ignoró. Cruzó el vestíbulo y empezó a buscar el comedor. El mayordomo le siguió protestando en voz alta.
Cuando localizó el comedor, encontró allí a Hiram, a Nick y a una hermosa mujer rubia que debía ser la esposa del poderoso hombre. Los tres estaban sentados a una mesa con recipientes de reluciente porcelana, copas de cristal y platos bañados en plata.
Le miraron desconcertados cuando entró. Joe bajó la vista a sus ropas cubiertas de hollín y a las manchas de carbón y barro que sus botas habían dejado en la alfombra blanca y luego se dirigió hacia la mesa.
—Buenos días a todos —dijo.
Se enfrentó a Hiram Jamison y dejó con un golpe seco la lata de queroseno encima de la mesa.
—Señor Jamison, se lo explicaré con claridad. La respuesta sigue siendo no, siempre será no, y no hay nada que pueda hacer para que cambie de opinión. Puede amenazarme, puede volver a quemar mi establo una y otra vez, pero no voy a venderle mi tierra. ¿Está claro?
—¿De qué está hablando? —preguntó la mujer rubia mirando a Hiram con una expresión inquieta en el rostro—. Papá, no le has hecho nada al establo de este hombre, ¿verdad?
—Claro que no, querida. Está claro que está trastornado —hizo un gesto hacia la puerta—. Abraham, saca a este hombre de mi casa.
Joe se dio la vuelta y miró al mayordomo que se dirigía hacia él.
—Atrás, chaval —le dijo con calma.
El hombre vaciló mirando a Hiram y de nuevo a Joe, pero algo de la tremenda furia que bullía dentro de este último hizo que el mayordomo se echara hacia atrás con el rostro tembloroso. Joe volvió su atención al hombre que estaba sentado en la cabecera de la mesa, deseando con todas sus fuerzas que pudiese lograr lo que se proponía.
Apartó de la mesa una de las sillas y se sentó sin esperar invitación, ni prestar atención a las manchas negras que sus ropas dejaban en la tapicería de terciopelo color marfil.
—Señor Jamison, vamos a dejar de marear la perdiz. Quiere construir una línea de ferrocarril, pero puedo asegurarle ahora mismo que, incluso aunque logre arrebatarme la tierra, no va a conseguir construir esa línea a través de ella. Se lo puedo asegurar.
Nick soltó un bufido despreciativo y lanzó su servilleta sobre la mesa.
—¿Quién demonios te crees que eres, chaval, viniendo aquí a amenazar? No puedes detenernos.
—¿No? —dijo Joe girándose hacia Nick—. ¿Quién te crees que construye las vías del tren? —le preguntó con voz aparentemente tranquila—. Cada kilómetro de vía de ferrocarril de este país ha sido construida con el sudor y la sangre de miles de irlandeses. Cuando los irlandeses que contrates sepan que has amenazado a uno de los suyos para conseguir su tierra, no clavarán un solo poste ni atarán una sola cuerda en esta tierra.
Aparentando estar absolutamente tranquilo, Joe se recostó en la silla y volvió su atención a Hiram.
—Créame, señor Jamison, si me obliga a dejar mi tierra, nunca construirá una línea férrea.
—No hay de qué preocuparse —intervino Nick—. Contrataremos trabajadores que no sean irlandeses.
Joe sonrió. Contestó a Nick, pero no dejó de mirar con el rabillo del ojo al hombre de pelo gris que estaba al otro lado de la mesa.
—Ah, pero el señor Jamison no está pensando ahora mismo en esta miserable vía de ferrocarril de Luisiana. Está pensando en su naviera y en todos los irlandeses que trabajan en los muelles cargándole los barcos y en todos los marineros irlandeses que los tripulan. Está pensando en lo penoso que resultaría que hubiera una explosión de dinamita en uno de sus barcos justo cuando estuviese cargado y a punto de zarpar —Joe ladeó la cabeza pensativamente—. Unos cuantos accidentes de este tipo y una naviera puede hundirse, ¿no creen?
No esperó una respuesta. Sacudió la cabeza y continuó.
—No, Nick, tu suegro está pensando en todas esas minas en Pennsylvania y en todos los irlandeses que bajan cada día para sacar su carbón, y en todos los accidentes o huelgas que podrían de pronto empezar a sucederse. Está pensando en los tipos irlandeses que fabrican camisas en sus telares, en los irlandeses que conducen sus carruajes. Está pensando en la irlandesa que le lleva el café por la mañana, y se está preguntando si notaría cuándo empezara a tener un gusto amargo…
El otro hombre sonrió apoyándose en la silla.
—Estás fanfarroneando. No tienes ese tipo de influencia.
—¿Ah, no? —le rebatió Joe con rapidez—. Supongo que sería así si yo fuese simplemente otro irlandés de mierda muerto de hambre, es así cómo lo expresó, ¿verdad? No sería capaz de que mis compatriotas irlandeses se uniesen por mí.
Hizo una pausa y le lanzó una sonrisa insolente.
—Pero resulta que no soy cualquier irlandés. Vaya a cualquier pub en los muelles de Nueva York y pregúntele a sus cargadores por Joe Branigan y escuche lo que le cuentan. O pregunte a esos que bajan a sus minas, a los que le construyen las vías del tren. O pregunte a los irlandeses que le hacen las camisas en las fábricas o le llevan el café.
Se irguió en la silla y su sonrisa desapareció.
—Le contarán que pasé dos años entrando en Belfast armas de contrabando procedentes de Nueva York delante de las narices de las autoridades británicas. Le contarán que me arrestaron y me condenaron por traición, que me sometieron a las torturas más crueles imaginables y que acabé en la cárcel británica, o que las manifestaciones y las protestas de mis compatriotas en Irlanda obligaron al primer ministro Gladstone a liberarme.
Joe agarró las solapas de su camisa y abrió la prenda. La mujer lanzó un grito ahogado.
—Estas son mis medallas al valor, señor Jamison, y con cada latigazo, con cada quemadura y con cada bala me gané el respeto de un corazón irlandés. En los pubs hay hombres que levantan sus copas cantando por mí. Hay niñas en Boston y en Belfast que saltan a la cuerda con canciones que hablan de mí. Y hay irlandeses que se jugarían la vida por mí si se lo pidiese. Para ellos yo represento la esperanza y la libertad. Para ellos yo soy un héroe.
Esperó a que sus palabras surtiesen efecto y jugó su última carta:
—Lo único que tengo que hacer es mandar un telegrama a Nueva York a un hombre llamado Hugh O'Donnell. Él es el jefe de Clan na Gael, la Hermandad Republicana aquí en América. Conseguí entrar muchas armas de Hugh en Belfast y me debe algunos favores. Si él hace correr la voz de que usted está intentando arrebatarle la tierra a Joe Branigan, igual que los británicos llevan arrebatándonos la tierra irlandesa durante los últimos trescientos años, no construirá un metro de línea férrea ni aquí ni en ningún sitio más. Tendrá tantos problemas que no sabrá por dónde empezar. Le costaré tanto dinero que los inversores que están apoyándole con esta línea de ferrocarril empezarán a hacerse preguntas y a pedir explicaciones. Cada vez que oiga un acento irlandés, mirará a sus espaldas y dará un brinco de pánico. Su vida será un infierno durante el tiempo que dure, que no será mucho.
Le miró y no supo si Jamison le creía o no. Eran tal cantidad de mentiras… No tenía ni idea de si Hugh le ayudaría o no después de que él se hubiese negado a contribuir económicamente a la causa al llegar a América. Pero Joe era bueno con los faroles, y mientras Jamison se lo creyese, la verdad no importaba.
La mujer puso una mano sobre el hombro de su padre.
—¿Papá?
Nick echó la silla hacia atrás y se puso de pie dispuesto a echar a Joe él mismo, pero Jamison levantó una mano para detenerle y su yerno se sentó de nuevo en la silla lentamente.
—Hiram, ¿no irás a dejar que se salga con la suya? —le preguntó incrédulo.
Su suegro no dijo nada. Mantuvo su mirada escudriñadora en Joe, intentando averiguar la verdad más allá de las palabras.
Él se la puso en bandeja.
—Bastardos más grandes que usted han intentado destrozarme, señor Jamison. Y ahora están muertos.
—Papá… —dijo la mujer con voz temblorosa, claramente preocupada por las amenazas—. No merece la pena. No podría soportarlo si te ocurriese algo. Por favor, abandona esto antes de que…
—¡Alice, calla! —le cortó Nick. Se dirigió a su suegro—. No podemos dejar que destruya todo por lo que hemos luchado aquí, todo lo que hemos construido. Podemos controlar a cualquiera de sus amigos que intenten causar problemas.
—Papá, déjalo estar —imploró Alice ignorando a su marido—. No merece la pena. Esta gente puede matarte.
Joe notó que tenía la voz quebrada y asustada y lo aprovechó:
—Su hija es encantadora, señor Jamison, pero ninguna mujer está hermosa vestida de luto.
—¡Papá! —gritó Alice asustada, cogiéndole de la manga—. Por favor, déjalo. Hazlo por mí.
Joe vio un asomo de temor en el rostro de Jamison y empezó a pensar que su farol iba a funcionar. Esperó con gesto impasible y le aguantó la mirada.
Hiram fue quien la apartó tomando la mano de su hija.
—¿Qué es lo que quieres, Branigan?
—Abandone la idea de construir la línea de ferrocarril atravesando mis tierras. Deje de amenazar a mi familia. Coja a su hija y a su yerno y vuelva a Nueva York.
—¡No! —gritó Nick golpeando la mesa con el puño y levantando los platos del desayuno—. ¡No podemos detenernos ahora!
—Tranquilízate, Nick —le dijo su suegro mientras consideraba la situación por un instante. Después se levantó—. Muy bien. Por el bien de mi hija, acepto tus condiciones. Tienes mi palabra —su hija lanzó un sollozo de alivio.
—Me alegro de que hayamos podido llegar a un acuerdo. —Joe se levantó y se dispuso a marcharse, pero en la puerta se detuvo—. Por cierto, ya le he mandado un telegrama a Hugh O'Donnell. No es que no me fíe de su palabra, señor Jamison, pero he aprendido a la fuerza que es mejor tomar precauciones. Si me ocurre cualquier cosa a mí, a mis hijas o a mi esposa, Hugh sabrá lo que tiene que hacer —le hizo un gesto a la mujer—. Señora Tyler.
No se molestó en saludar a Nick. Salió sin añadir palabra, se subió al caballo prestado y se marchó. En la carretera principal, en lugar de dirigirse a Peachtree, tomó la dirección contraria, considerando que sería mejor que mandase ese telegrama a Hugh por si acaso Jamison decidía comprobar esa parte de su versión. En fin, por lo menos Hugh podría disfrutar con la historia.
Joe casi disfrutó también, pero por otra razón. Siempre había apreciado la ironía. Había pasado los últimos tres años de su vida huyendo de una fama de héroe que era una farsa y en aquel momento le estaba sirviendo para lograr el amor que nunca había querido y para convertirse en el héroe que nunca había sido. Quizás hasta lograse tener éxito. Echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada de incredulidad.
Cuando Joe Branigan se marchó, se hizo el silencio en el comedor y los dos hombres miraron a Alice. Ella captó la indirecta y se puso en pie.
—Supongo que querréis hablar de negocios —murmuró saliendo de la habitación.
Nick habló en cuanto ella se hubo marchado.
—Iré a ver a ______. Estoy seguro de que después de lo del establo, estará mucho más dispuesta a vender. Si consigo que ella acepte, Branigan aceptará también.
—No.
—¿Qué? —exclamó Nick mirando a su suegro sorprendido—. ¿No estarás de verdad dispuesto a aceptar sus exigencias?
Hiram no respondió a la pregunta, sino que se incorporó y miró a su yerno fijamente.
—Mandaste a Joshua a prender fuego a su establo, ¿verdad?
Nick abrió la boca para negarlo, pero supo por la cara de Hiram que no serviría de nada.
—Hablamos de esto —dijo— y comentaste que haría falta presionar más.
Hiram sacudió la cabeza frunciendo el ceño con disgusto.
—No intentes justificar tus acciones culpándome a mí. Lo que has hecho es horroroso, además de estúpido. Branigan no es un hombre al que se le pueda intimidar. Lo intenté hablando con él y no funcionó. —Se puso en pie—. Mañana empezarás a hacer las gestiones para vender nuestras propiedades aquí, así podremos devolver el dinero a los inversores. Abandonamos este proyecto.
—Hiram, no puedes hablar en serio.
—Sí hablo en serio. Venderemos los negocios que tenemos aquí. Con la tierra sacaremos un buen beneficio ya que los precios están subiendo, y estoy seguro de que podremos vender también los negocios sin problemas. No perderemos dinero.
—Estamos tan cerca. No puedes hacer esto.
En el momento en que lo dijo supo que se había equivocado. A Hiram no le gustaba que le dijesen lo que tenía que hacer.
—Esto siempre ha sido tu pequeño proyecto. Para empezar, nunca quise que te llevases a Alice tan lejos de casa. Pero querías tener la oportunidad de probarte a ti mismo y te he dado cuatro años para hacerlo. Es más que suficiente. Has fracasado y yo no voy a apoyar un fracaso.
Fracaso. La palabra le llegó al corazón.
—Lo que ese hombre ha dicho ha sido una fanfarronada. Y tú lo sabes, Hiram.
—Casi todo, pero no todo —Hiram dejó su servilleta en la mesa y se levantó—. Branigan puede que tenga suficientes amigos en Nueva York como para crear problemas. He oído hablar del Clan na Gael, y sé que pueden organizar follón si quieren. Tengo muchos irlandeses trabajando para mí y no puedo despedirlos a todos. No arriesgaré mis otros proyectos por una vía de ferrocarril tuya. Y no tengo ninguna intención de acabar muriendo con un puñal irlandés en el estómago. Como ha dicho Alice, no merece la pena.
Salió del comedor y dejó a su yerno mirándolo fijamente, confuso y furioso.
No podía creer que todo lo que quería se le estuviese escapando de las manos a causa de aquel boxeador irlandés. ¿Un héroe? Nick no creía en absoluto aquella estrafalaria historia.
Oyó un ruido en la puerta y se dio la vuelta. Alice estaba allí con una expresión sombría. Él sabía que había oído toda la conversación y casi podía sentir su desaprobación. La furia se apoderó de él y la miró con el ceño fruncido.
—¿En qué estabas pensando? —le preguntó—. ¿Cómo has podido pedir a tu padre que abandonara el proyecto cuando sabes todo lo que significa para mí?
Ella se sacudió la falda como si hubiera algo molesto en ella sin mirarle a los ojos.
—Ya has oído a ese hombre, las amenazas que ha hecho. Estaba asustada.
—Tonterías —apartó la silla y se levantó—. Lo que pasa es que tú nunca has querido que triunfe.
Alice levantó la vista.
—Eso no es verdad. Siempre te he apoyado.
—Sólo cuando te convenía —salió del comedor y ella le siguió a través del vestíbulo. Cuando Nick llegó a su estudio, entró y le cerró la puerta en las narices.
«No apoyaré un fracaso.» Las palabras de Hiram resonaban en sus oídos y la rabia creció dentro de él. Su suegro pensaba que era un fracasado y su mujer también. Lo había visto en sus ojos.
El imperio que había construido con tanto cuidado estaba a punto de derrumbarse a su alrededor, y no iba a permitir que eso ocurriese. Branigan era el culpable. Si no hubiera sido por él, ______ habría acabado vendiendo su tierra. Si no hubiera sido por él, Hiram no estaría huyendo como un conejillo asustado.
Se dirigió hacia su escritorio y abrió el primer cajón. Cogió el contrato de compraventa que había redactado cuatro años atrás y su pistola Cok. Puso el papel en uno de sus bolsillos y la pistola en el otro. Después cerró el cajón y abandonó el estudio.
Alice estaba todavía de pie en la puerta del despacho, esperándole.
—Nick —dijo—. Lo siento si…
—Ahórratelo —dijo y pasó de largo.
—¿Adónde vas? —gritó mientras él se dirigía hacia la puerta principal.
—No voy a dejar que ese desgraciado irlandés arruine todo por lo que he trabajado —le respondió con furia—. Conseguiré la tierra de un modo u otro.
Salió de la casa y dio un portazo tan fuerte que los ventanales temblaron. Alice y su padre pensaban que era un fracasado. Bueno, Nick les iba a demostrar que no era así.
mañana el final y la otra nove
Suzzey
Re: "Un Lugar Para Joe"
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH JOEEEE ES UN GENIIIIIIOOOOOOOOOOO...................
Y PORFIIIINN SERAN FELICEEEESSSSS ... BUENO ESO ESPEROOOO
PORFAAA OTRO CAAAPIIIISSSS
YY AAAIII MÑN ES EL FINAAALLLL
Y PORFIIIINN SERAN FELICEEEESSSSS ... BUENO ESO ESPEROOOO
PORFAAA OTRO CAAAPIIIISSSS
YY AAAIII MÑN ES EL FINAAALLLL
chelis
Re: "Un Lugar Para Joe"
los capítulos estuvieron excelentes lastima que ya la nove va a terminar...
lorenitajonas
Re: "Un Lugar Para Joe"
Me encantaron los caps!
Ya quiero leer el final!! :(
Siguelaaa :)
Ya quiero leer el final!! :(
Siguelaaa :)
☎ Jimena Horan ♥
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