After Midnight

En las inmediaciones del bosque.

Odiaba reconocer que sentía miedo, porque para Cora Rose, el miedo era una señal de flaqueza. Y ella llevaba toda la vida tratando de no flaquear ante nada; ni a la ignorancia a la que siempre la sometió su madre, ni a las palabras hirientes que el alcohol hacía pronunciar a su padre, ni siquiera ante la certeza de que ella no era como sus perfectas hermanas mayores, tan refinadas y correctas. Por eso, a cada eterno segundo que transcurría, se lanzaba una nueva reprimenda interna.

Aquella misma noche, habían decidido ver un película de terror ―que ella misma había propuesto―. No era la primera vez que veía «El conjuro», pero nunca antes le había causado tanto terror. Sabía que no se debía a la película en sí, sino al ambiente que en la sala de estar. Una presencia fría y escurridiza parecía haber flotado entre ellos, erizándole el vello de la piel hasta tal punto, que notaba que podían traspasar la suave tela de su camiseta. Ni siquiera la risa y lo absurdo de las películas consiguientes, la hicieron recuperar la calma.

Por ese motivo, había pasado toda la noche dando vueltas en la cama como un gusano, incapaz de conciliar el sueño. Se sentía inquieta, igual que cuando una de sus hermanas decidía dormir en su habitación porque el aire era más fresco, se sentía observada. Toda la inquietud la habían llevado a vestirse con ropa de deporte y calzarse unas zapatillas a las cinco de la madrugada y marcharse correr, con los auriculares puestos y la música de Los Beatles sonando de fondo.

Se escabulló por la puerta trasera tratando de hacer el menor ruido posible y se adentró en el bosque. Correr le proporcionaba más paz que cualquier actividad que realizara. Todo se reducía al contacto de sus pies con el suelo, al pulso retumbando en su cuello, al sudor que le bañaba la piel. Sí, salir a correr había sido una buena opción, tras una hora de ejercicio logró librarse de la inquietud, sustituyéndola por una nueva…

Allí se encontraba Cora horas más tarde, rodeada por una hondonada de árboles de aspecto terrorífico que se unían en las altas copas y le impedían visualizar el cielo. Para colmo, el móvil se le había quedado sin batería y tampoco podía llamar a nadie―teniendo en cuenta que la cobertura llegase allí―. Llevaba horas dando vueltas, tratando de encontrar la salida, no necesariamente hacia la casa, le bastaba con llegar hasta la carretera, desde donde seguro podría orientarse mejor.

Estaba sentada en las raíces de un árbol que había sido talado, maldiciéndose a sí misma por haber sido tan estúpida de adentrarse tanto en el bosque. Solo a ella se le podía ocurrir algo así. A ésas alturas, la idea de pasar el verano lejos de su familia no le parecía tan acertada.

¿Y si no conseguía salir de allí?, ¿cuántas hectáreas podría tener aquel endemoniado bosque?

«Está bien Cora, respira profundamente, trata de pensar con claridad», se animó tratando de rebajar el ritmo de sus respiraciones.

Poco después, una vez consiguió dejar de pensar en ese claro de bosque, se incorporó de un salto. Estiró la espalda, alzando la vista al cielo, tratando de vislumbrar aunque fuera solo un mísero rayo de sol.

«¿Y si sigo el musgo, no dicen que crece hacia el norte?, bueno… teniendo en cuenta que la casa este…»

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el crujir de una rama a su espalda. Se dio la vuelta tan rápido que la inercia estuvo a punto de hacerla caer. Sus ojos no dieron crédito a lo que estaban viendo. Había un niño pequeño, de unos siete u ocho años, vestido de boy scout. Un pequeño hilo de esperanza comenzó a tejerse dentro de ella, a lo mejor podría conducirla hasta una salida. Si estaba allí solo era porque sus padres confiaban en que supiera salir del bosque. Pero pronto, la alegría se esfumó como una estrella fugaz al vislumbrar que las ropas del muchacho estaban raídas y que le resbalaba sangre por las sienes.

―¡Oye! ―chilló creando un arco con sus manos, para obtener mayor sonoridad ―¿Te encuentras bien?

El niño no respondió. Sobre su danzaban la sombra de las hojas de los árboles, dando un aire más siniestro a su piel. Tenía los ojos inyectados en sangre, literalmente. Con la lentitud de un caracol comenzó a levantar el brazo, señalando un punto a la espalda de Cora.
Ella que volvía a tener la misma sensación del día anterior, solo que multiplicado por cinco, se dio la vuelta lentamente. La imagen que se presentó ante ella era más terrorífica que la anterior. Un niño vestido como el anterior, reptaba hacia ella por entre la hierba ―una imagen digna de una capítulo de «The Walking Dead»―, comprobó con horror que le falta un brazo y una pierna.

―Qué mierda… ―comenzó a murmurar con una voz casi inaudible, cortada por el miedo.

«Es un sueño, tiene que ser un sueño…», hasta la voz de su mente sonaba aterrada.

Se apartó de donde estaba y volvió a las raíces del tronco en que había permanecido sentada, solo que en esa ocasión se mantuvo de pie sobre la superficie, como si ésos escasos diez centímetros de elevación le proporcionaran una gran protección.

No entendía porque no había salido corriendo, por qué permanecía quieta en tierra de nadie, observando a ésos dos niños, propios de una película de terror. Que una de dos: o eran producto de su imaginación o eran fantasmas. «Tal vez te has golpeado te has caído antes y ahora estás soñando», quiso tranquilizarse.

―Marchaos…

Era una voz incorpórea, que parecía provenir del interior de ella misma, puesto que retumbó en su cabeza con mucha fuerza. Las piernas comenzaron a temblarle, descontroladamente.

―… o seréis los siguientes ―prosiguió la siniestra voz.

Cora echó una rápida mirada a los niños, cuyos ojos endemoniados parecían querer engullirla. Cerró los ojos un segundo, esperando que fuera una alucinación, y cuando los abrió… no quedaba rastro de ellos. El claro volvía a encontrarse desierto, salvo por ella misma y el sonido de los animales que habitaban en el bosque.

―No puede ser ―dijo en voz alta, convencida de que el episodio que acababa de vivir era completamente real, ¿cómo se podía imaginar un miedo tan paralizante como el que latía con vida propia en su pecho?

En ese momento, una bandada de cuervos derrapó por encima de su cabeza. Cora no necesitó más para saltar del tronco y echar a correr entre los árboles, sin importarle la dirección que hubiera tomado. Necesitaba alejarse de ésos niños que en apariencia habían salido de su mente, de los cuervos, unos pájaros que siempre le habían provocado escalofríos.

No le importaba en lo más mínimo que las ramas de los árboles le desgarrasen la piel. Incluso llegó a caer de bruces en dos ocasiones, pero ella seguía corriendo, necesitaba salir de aquel maldito bosque.

Finalmente, su deseo se vio cumplido cuando vislumbró la carretera unos cuantos metros más allá, tras un buen rato corriendo. Ya se hallaba sin aliento y sus pulmones parecían negarse a seguir funcionando. Pero funcionarían unos cuantos metros más, Cora apretó el paso y gastó todas las fuerzas que le quedaban en alcanzarla. Cuando consiguió llegar, no reparó en que un coche se acercaba a toda velocidad. Faltaron pocos centímetros para que la convirtiera en una papilla. Y le propinó otro susto mayúsculo, quedando con las manos apoyadas sobre el capó del coche.

El conductor se apeó del vehículo velozmente, dando un portazo de lo más dramático.

―¡Qué narices haces! ―exclamó con gesto airado.

Lo primero que reconoció Cora fue la voz grave del chico ―no era una voz de hombre mayor―, susurrante e insinuante al mismo tiempo. Después su vista escaló por su musculoso cuerpo hasta las expresiones duras de su rostro. Unos ojos de color verde grisáceo que centelleaban rabia se volcaban en su pequeño cuerpo. Así como los rayos de sol de media mañana hacían brillar sus rizos castaños.
La muchacha, negándose a asustarse por tercera vez en lo que llevaba de día. Despegó las manos del capó del coche. Tomó aire profundamente y puso una de sus manos sobre la frente, creando una visera. A continuación, se encogió de hombros.

―Es obvio, me he lanzado encima de tu coche, es uno de mis pasatiempos favoritos ―rebatió con un pronunciado sarcasmo.

El chico puso los brazos en jarras, frunció los labios, como si estuviera reprimiendo la risa (porque claro, todo lo que le había pasado a Cora era de lo más divertido). También se dedicó a observarla y sus cejas se fueron enarcando más a medida que sus ojos danzaban por el cuerpo de la chica.

―Parece que vengas de jugar con leones.

Su tono de voz era más suave que el empleado en una primera estancia. Eso hizo que Cora bajara la guardia parcialmente. Aunque el comentario del chico la hizo recordar el extraño episodio del bosque. Echó una mirada nerviosa por encima de su espalda.

―Salí a correr esta mañana, llevo horas dando vueltas dentro de ese maldito bosque ―explicó, avergonzada.

El chico no se río en aquella ocasión, adquirió un gesto reflexivo. Sus ojos verdes parecían traspasar la piel de Cora, lo cual le molestó mucho, porque la hacía sentir desprotegida. Incluso desvió la mirada.

―Eres nueva por aquí ―afirmó, seguro de ello.

―No, en realidad solo he venido a pasar las vacaciones de verano con la familia Hamilton, soy amiga de sus hijos. Aunque sí, ellos sí son nuevos. Se han mudado a la casa que se encuentra al lado del lago.

Él asintió.

―Lo sé, me dirigía hacia allí ―hizo un gesto con la barbilla, señalando hacia el norte.

«Después de todo, la casa si se encontraba hacia el norte», pensó Cora, sin que viniera a cuento. Se quedó mirando los rayos de sol que incidían en el asfalto de la carretera, creando una ilusión óptica de movimiento.

―Puedo llevarte, si quieres… ―dejó caer el chico de nuevo.

Ella lo observó de arriba abajo. Sopesando sus opciones. No tenía aspecto de asesino ―sí una actitud chulesca, pero no de psicópata―, tampoco pareciera que fuera a comenzar a sangrar de un momento a otro. Y no se creía capaz de recorrer bajo ese sol insidioso la distancia que le quedaba.

―Está bien, pero fui a un cursillo de defensa personal, te lo advierto ―aceptó rodeando el coche hacia la puerta del copiloto.
Le llegó una risa incrédula.

―No soy un asesino, tranquila.

Por absurdo que pareciese, y a sabiendas de que el chico estaba bromeando. Escuchar la afirmación de sus propios labios, sí la tranquilizó. Había visto muchas cosas raras en ésas horas.

Una sentada en el mullido asiento de cuero, sus músculos se le relajaron por completo proporcionándole un ligero hormigueo por las piernas. El aire acondicionado le limpiaba el sudor. El chico se montó de un salto en el asiento del conductor y puso el motor en marcha de nuevo.

―Me llamo Cora, por cierto―se presentó. No es que guardara algún tipo de interés, simplemente no soportaba el silencio.

―Yo soy Travis, el hijo del alcalde, iba a casa de los Halminton a darles la bienvenida de parte de mi padre―explicó apartando la vista de la carretera unos segundos.

―Oh, ¿debería haber hecho una reverencia al encontrarme contigo? ―bromeó Cora ―, de todas maneras llegas un poco tarde para dar la bienvenida, ya llevamos aquí unos cuántos días.

Travis sonrío levemente, no demasiado. Desde su posición Cora pudo comprobar que sus ojos cargaban bastante dureza.

―Las reverencias déjalas cuando veas a mi padre. ―notó cierta rabia en sus palabras al pronunciar la últimas palabra ―. Y llego tarde porque mi padre me ha obligado a venir aquí.

―¡Vaya, eres todo un anfitrión! ―trató de volver a bromear ella, no le gustaba el ritmo que había adquirido la conversación.

―Soy peor anfitrión que el propio Hades, nena ―la guiñó un ojo con sorna.

Cora puso los ojos en blanco.

―No me llames «nena», sino quieres que ponga morado uno de tus ojos ―puso la voz más dulce que pudo y le sonrío con la misma dulzura.

El silencio se instauró entre ellos después de una sonrisa petulante de Travis.

―Mira, ya estamos llegando ―comentó Travis, dando un leve volantazo a la derecha.

Cuando Cora vio aparecer la estructura decrépita y siniestra en la que llevaba unos cuantos días viviendo, no esperó alegrarse tanto ni sentirse tan aliviada. Se había comportado como una verdadera cobarde aquella mañana.

Se apeó del coche en cuanto Travis puso el freno de mano. Estaban caminando hacia las escaleras de entrada cuando unas risas le llegaron de la parte de atrás de la casa. Como Travis también escuchó el sonido, ella le indicó con la cabeza que cambiaran de rumbo. Bordearon los muros de la casucha y allí, sentados sobre un enorme mantel de cuadros se encontraban todos sus amigos y las personas que había conocido en ésos días.

Prosiguieron con la caminata; Cora con más ansias, Travis mucho más reticente.

―Buenos días ―dijo Cora cuando se sitúo al lado de los chicos.

―¡Cora, dónde demonios te habías metido! ―exclamó Alaska entre enfadada y aliviada.
Se rascó la cabeza.

―Salí a correr y me he perdido… ―murmuró.

―No deberías haberte adentrado tanto ―la reprendió Liam, ella respondió al comentario poniendo los ojos en blanco.

―Teniendo en cuenta el mal sentido de la orientación que tienes… ―se burló Oliver, dando un bocado al perrito caliente. A Cora se le hizo la boca agua.

―¿Y tú quién eres? ―preguntó Dennis, que era la más observadora del grupo, mirando al chico con aire inquisidor.

―Este es Trav, me ha recogido de camino aquí… ―hizo una mueca con la boca―, bueno, en realidad me he lanzado sobre su coche.

―Travis, no Trav ―la corrigió lanzándola una última mirada ―. Estoy aquí porque mi padre quería que os diera la bienvenida―, aclaró
a los presentes.

―Muy, Travis no Trav ―dijo Alaska apoyándose en los brazos ―ahora que todo el pueblo nos ha dado la bienvenida, siéntate con nosotros.

Cora se fijó en que Travis vaciló antes de aceptar la invitación, pero finalmente cedió. Ella no se lo pensó dos veces, y antes incluso de que su culo rozase la hierba ya tenía un perrito caliente entre las manos.

Segundos después, Day apareció por el mismo camino que ella, seguido de un amigo, al que ella no conocía. El chico dirigió una mirada casi aterrada al perrito que Cora se disponía a devorar.

Antes de que los nombrados se reunieran con ellos de nuevo, algo causó que la pelirroja girara la cabeza hacia el bosque. Por un momento, el suceso que había presenciado se repitió en su cabeza. «Marchaos… o seréis los siguientes» ¿De verdad había sido una alucinación? ¿O en la inmediaciones de ese bosque había vivido un episodio terrorífico?

Aviso

No voy a poder subir capítulo, lo que sucede es que me siento muy mal (psicológicamente), y la inspiración no me llega ni  aunque lo intente.
Ayer tuve un combate de Tae Kwon Do...: perdí. Y mi cabeza me esta autoregañando, autoinsultando, y pues finalmente, estoy triste.  Sinceramente, ayer fue un día muy muy malo.
En fin, si me lo permiten, sólo por esta vez pasare de turno y me saltarán. Espero pueda entender, y prometo que no volverá a pasar.
Te toca Depper.
gracias.