Los Marginados {cerradas.

capítulo nueve : En la boca del lobo.

Rachel Richards.

Se despertó a causa de los constantes meneos que algo, o más bien alguien, le hacía. Abrió sus azules ojos encontrándose con la tierna cara de su hermano pequeño, Tom, la cual se encontraba muy cerca de la suya. Pegó un pequeño chillido cuando sintió como los labios del pequeño se asentaban en su mejilla, este le miró con una sonrisa de oreja a oreja.
- ¡Buenos días hermanita! ¿Cómo has dormido, eh? – Le preguntó el pequeño Tom con su típica voz cursi de niño pequeño. La castaña rodó los ojos al recordar el hermoso sueño que, minutos antes estaba teniendo.
- Tom. – Rachel le miró con el ceño fruncido. – Ya te he dicho que no entres a mi habitación sin tocar. – Le regañó la oji-azul mientras fingía un enojo ante el pequeño.
- Oh, vamos. Rach, no es necesario que finjas que estás enojada, sé muy bien que sería incapaz de serlo. – Tom miró a su hermana con una sonrisa coqueta.  Para ser un niño,  de tan solo cinco años, Tom tenía una inteligencia muy envidiable de muchos niños de su edad.
- Venga enano, sal que tengo que cambiarme. – La castaña se levantó de la cama, y se dirigió al baño no sin antes darle un beso en la mejilla a su hermano.
En cuanto pisó el frió suelo del baño, comenzó a hacer la misma higiene de todos los días; comenzó con lavarse los dientes los cuales quedaron relucientes después de cinco minutos de estar cepillándoselos, se lavó la cara con un jabón que su madre le había comprado tras unos de sus viajes a París, y por último se deshizo de la coleta con la que había dormido, se rió en cuanto vio como estaba su pelo, cogió un peine de uno de los estantes y comenzó a peinárselo. Se miró al espejo con una sonrisa tras ver que le encantaba estar natural, sin ninguna crema u algún maquillaje sobre su cara. Se dirigió a su armario mirando toda la ropa que había en él, y bufó al ver cinco vestidos que su madre le había comprado el día anterior. ¿Es que acaso no entiende que no le gusta vestirse como una plástica o qué? Dejó de lado los vestidos y eligió unos típicos jeans con una camisa ajustada a su cuerpo junto con unas vans, una sonrisa se apoderó en su rostro al imaginarse la cara de su madre en cuanto vea su atuendo.
- Buenos días, mamá. – Dijo en cuanto pisó el comedor, su madre se encontraba escribiendo en una libreta así que por ende no la estaba mirando cuando le dio el “buenos días”.
- Buenos días, Rachel. – Rach vio como aparecía una sonrisa en la cara de su madre, levantó su mirada de los papeles y su sonrisa se borró cambiándola por una cara enojada. – ¿No te dije que te pusieras uno de los vestidos que te compré?
- Mamá no quiero verme como una plástica, quiero verme tal y como soy, ¿entendido? – Dijo mientras se dirigía hasta donde estaba su madre para depositarle un dulce beso en su mejilla. – Te quiero mucho, ¿lo sabes, verdad? – Susurró en su oído mientras le seguía repartiendo besos en su mejilla, Denise se carcajeó al sentir las cosquillas que su hija le producía.
- Yo te amo mucho más, venga vete ya, que Robert estará esperando para llevarte. – La chica bufó cogiendo su mochila hasta dirigirse a la salida en donde se encontraba Robert.
Tras despedirse de Robert, el chofer, se dirigió a la entrada del Constance oyendo como las personas cuchicheaban entre sí con cosas como: ¿Has visto como va Charlotte hoy?, Está preciosa, Quisiera tener una belleza como la de ella. La castaña rodó los ojos al oír, una vez más, el odioso nombre de Charlotte Russel. ¿Es que esa chica siempre estaría presente en su vida? Desde que había ingresado al Constance no había día en el que el nombre de Charlotte no se pronunciara, no la odiaba, no… el problema era ver la manera en la que esa chica se comportaba, tan… superior, algo que para Rachel no era la gran cosa.
Se dirigió a su casillero sintiendo la mirada de varias personas alrededor de ella, obviamente cabe decir que las ignoró completamente. Miró al suelo intentando pasar desapercibida, hasta que sintió como unos murmullos se intensificaron, alzó su mirada encontrándose con que Harry Styles estaba bastante cerca del rostro de Charlotte, desde donde se encontraba pudo oír la palabra “princesa” de parte del rizado, bajó nuevamente la mirada poniendo los ojos en blanco.
- ¡Raaach! – Oyó el grito de una voz inconfundible para ella, una sonrisa se posó en sus labios, cuando sintió como unos fuertes brazos rodeaban su pequeña y fina cintura. Daniel.
- ¡Daaan! – Exclamó la castaña en cuanto se separaron. Ambos se sonrieron mutuamente y la castaña le tocó su pelo el cual era suave, realmente suave.
- Te extrañe mucho, eh. – Susurró Daniel, y sin poder evitarlo ambos amigos se sumergieron nuevamente en un exquisito abrazo. – ¿A que no sabes que tengo, eh? – Dijo el castaño con una sonrisa burlona.
- Dime, dime. – Rach comenzó a molestarlo, jaloneándole el pelo y dándole suaves besos en la mejilla de él. La amistad de ambos era muy envidiable en el Constance, muchos creían que los dos castaños eran más que amigos, hasta había inventado rumores acerca de su “amor”, algo que para los castaños fue realmente gracioso. Rachel  y Daniel constantemente se demostraban su amistad con gestos como besos en la mejilla, abrazos un tanto raros, y eso para mucha gente eran actos típicos de enamorados… totalmente estúpido.
- Mira. – Dijo Daniel, sacando de su bolsillo trasero una barra de chocolate que sabía muy bien que volvería loca a la castaña. Esta en cuanto la vio no dudó ningún segundo en arrebatársela de las manos, Daniel se comenzó a reír al ver como la castaña se la escondía en su bolsillo trasero de su jean. – Un rico chocolate para una tierna señorita.
- Muchas gracias, Dan. – Sonrió Rachel para él, dedicándole una preciosa vista de sus dientes totalmente relucientes ante la vista del castaño. – ¿Nos vemos en el recreo, vale?
- Está bien, cuídate de esas miradas que te dan. Te quiero, pequeña. – Susurró Daniel con una sonrisa tierna.
Ambos castaños se despidieron y cada quien cogió rumbo hacia su camino.  Y la castaña continuó hasta su primera clase en donde quien sabe que sorpresas se podría llevar. Seguramente este año alguno de los chicos intentase ligar con ella, el año pasado un chico le jugó con invitarla a salir, aunque Rachel no era para nada tonta en ese tiempo. Será tierna y dulce pero no una estúpida para no fijarse en las cosas que ocurren a su alrededor.
Tras varias horas de estar atendiendo a los profesores y soportando las continuas burlas de sus compañeros hacia los más débiles, al fin habían acabado las clases, tan solo por hoy. Caminaba con la mirada al frente, pasando por las miradas más terroríficas hasta las miradas más débiles. Un sollozo hizo que la castaña se parara en medio de un pasillo poniendo sus oídos al máximo. Miró a su izquierda y luego a su derecha, pero no vio nada. Hasta que oyó como los sollozos se producían más altos, fue entonces cuando se dio cuenta que venían de los baños de los chicos. Frunció el ceño pensando en que podría hacer, por un lado la vergüenza se apoderaba de todo su cuerpo al imaginarse entrar al baño de los hombre, pero por otro lado estaba preocupada al pensar en que a algún chico le estuviese pasando algo.
Se armó de valor, y optó por su segunda opción. No perdía casi nada por intentarlo ¿o sí? Con sumo cuidado se dirigió hasta la puerta azul, empujándola suavemente intentando no hacer el más mínimo ruido. Sus ojos se detuvieron hasta donde un chico se encontraba en el piso con sus gafas de contacto totalmente rotas, giró un poco su cabeza para centrarse en la espalda de un chico, el cual llevaba una americana negra, este estaba levantado con aires superiores al que estaba en el piso.
La mirada se Rachel se endureció rápidamente al reconocer de quien se trataba. Aquel típico pelo castaño-rojizo, rapado a ambos lados era inconfundible a los ojos de la castaña. Cedric Spencer, más conocido como el chico malo del St. Jude. La castaña rodó los ojos, e inmediatamente se cruzó de brazos. Hasta ahora ambos muchachos aún no se habían dado cuenta de la presencia de la oji-azul. Aunque aquello no duró mucho tiempo, ya que, Rach carraspeó llamando la atención de ambos.
Cedric se giró encontrándose con los azules ojos de la chica, los cuales rebotaban de rabia.
- ¿Se puede saber que estás haciendo? – Ladró la chica al muchacho del cabello castaño-rojizo. Una sonrisa burlona apareció en el rostro de Cedric.
- Nada que te importe, dulcecito de chocolate. – Masculló Cedrick, aún sonriendo.
- ¿Perdona? No me vuelvas a llamar “dulcecito de chocolate” en tu vida. – Ambos muchachos se fueron acercando hasta que las miradas de ambos se conectaron la una con la otra.
- Te llamaré así siempre que quiera, jodete.
- No, no me jodo. ¿Sabes por qué? Porque no me da la gana, ¿disfrutas mucho humillando a la gente, no? – Contraatacó la castaña señalando al chico que, aún, se encontraba en el piso.
- Me vale mierda si las humillo o no, es mi vida y con ella hago lo que se me pegue la gana. – Cedric le lanzó una mirada fulminante a la oji-azul, la cual rodó los ojos ante el gesto del muchacho.
- Si eres un amargado e idiota, nosotros no tenemos la culpa de eso. Así que deja de joder a las personas o…
- ¿O qué? ¿Crees que una niñita mimada como tú me detendrá? No eres más que una perra, al igual que todas. – La castaña no pudo aguantar más y sin pensarlo dos veces su mano se estrelló contra la mejilla del muchacho, sonrío suevamente al ver como Cedric se sobaba la mejilla.
- Eso es para que aprendas a que a mí nadie me insulta, imbécil. – Comenzó a reírse cuando notó como Cedric levantaba su mirada hacia ella para verla. La castaña pensó que la iba a encarar, pero no. Frunció su ceño cuando vio como el castaño se abría paso hacia la salida del baño pegando un portazo, que hasta pensó que se había oído en todo el instituto. Una sonrisa de autosuficiencia se posó en todo su rostro al recordar la cara que el castaño le había brindado minutos antes.

"Al parecer alguien por fin a encarado al gran C. ¿Será que C se vengará de R? R has cometido un gran error al meterte con C."

Capítulo: 01