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Mensaje por chelis Dom 02 Feb 2014, 5:00 pm

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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 5 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

Mensaje por GinaE Dom 02 Feb 2014, 5:51 pm

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Mensaje por chelis Dom 02 Feb 2014, 6:30 pm

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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:34 pm

Capítulo cinco
 


Joe estaba en la terraza de su casa, mirando las sombras del parque del Retiro que se extendían ante él un poco intimidantes. Sólo eran las siete y media, pero a finales de noviembre la noche cae pronto y el frío se hace notar, se dijo mientras daba una profunda calada al puro que tenía entre los dedos.
Estaba nervioso y preocupado, y cuando se encontraba así su terapia consistía en sentarse en la terraza, fumarse un puro y contemplar la vida que bullía a sus pies. Le resultaba relajante, y esa tarde necesitaba relajarse. Hasta la una sólo había pensado en _____. Estaba emocionado como un adolescente porque habían quedado. Era cierto que le parecía demasiado insegura. Él prefería a las mujeres con carácter, arrolladoras, y _____ no daba la impresión de ser así, más bien todo lo contrario; por eso no entendía qué lo atraía de ella. Pero así estaban las cosas. Esa muchacha con cara de niña, menuda, tímida y titubeante, que se trabucaba al hablar y se tropezaba a cada paso le gustaba mucho y quería conocerla mejor.
Estaba pensando en qué preparar para la cena, en qué música sería la más apropiada para ponerla romántica, en qué botella de vino abrir… cuando recibió la llamada de Marga, un fantasma de su pasado que regresaba para poner todo su mundo del revés. ¡Hacía tanto tiempo que no la veía! En los últimos doce años no había pasado un solo día sin pensar en aquella noche, sin arrepentirse. No podía cambiar el pasado, eso era lo que más lo atormentaba. Por mucho que lo deseara, no podía cambiar lo que había hecho. Pero había aprendido a sobrellevarlo. Poco a poco había rehecho su vida y ahora era capaz de salir adelante, incluso había conocido por fin a una chica que le gustaba y con la que, por primera vez en su vida, se había ilusionado. Pero la felicidad no estaba hecha para él. Los viejos errores vuelven para atormentarte cuando menos te lo esperas. Y allí estaba Marga. De nuevo. La vida tiene su gracia en ocasiones, se dijo, porque justamente fue a quedar con Marga en el mismo restaurante en que estaba _____ besando a un tipo. En otras circunstancias ahora mismo estaría llamándola para hacerle miles de preguntas… Pero ya no le importaba. Después de oír lo que su antigua novia tenía que decirle, todo lo demás había pasado a un segundo plano.
Estaba en un buen lío. Esperaba la visita de Marga de un momento a otro. Quizá pudiera hacerla cambiar de opinión, aunque lo dudaba. Pero al menos debía intentarlo. No podía consentir que esa mujer le destrozara la vida, que era justo lo que parecía que se había propuesto. Y lo peor de todo era que podía hacerlo. Su reputación, su trabajo, su vida… estaban en sus manos. Le repugnaba la idea de hablar con ella, pensar que iban a estar juntos en la misma habitación lo ponía enfermo. Pero no le quedaba más remedio porque, quisiera o no, tenía que hacerla entrar en razón.
Y eso suponía que ya no podía quedar esa noche con _____. Imaginaba que ella no se iba a alegrar mucho cuando se lo dijera y que pensaría que había cambiado de opinión porque la había visto besar a otro. En fin, que pensara lo que quisiera. Mientras no se enterase de la verdad, le daba igual todo lo demás.
Su BlakBerry empezó a dar pequeños saltitos encima de la mesa de cristal. Quizá fuera Marga, ojalá fuera ella, ojalá le dijera que no podía ir, eso al menos le daría una tregua.
Por desgracia, no era Marga.
—Hola.
Al escuchar la voz de Joe, _____ se quedó sin palabras durante unos segundos.
—¿_____?
—Hola, Joe, ¿qué tal? Ya estoy en casa, mi coche ahora va como la seda. Bueno… Voy para allá… Tenemos que hablar, ¿no te parece? Tengo que explicarte…
—No —la cortó—. Verás, no sabes cuánto lo siento, pero esta noche tengo una reunión y…
—¿Una reunión? ¿Por la noche?
—En realidad es una cena de trabajo, y estoy obligado a ir. He quedado a las diez y…
—Ah, entonces puedo pasarme un rato antes de que te vayas…
—No —la interrumpió en un tono más seco del que hubiera querido usar. Imaginó a Marga y a _____, las dos juntitas, en su sofá, charlando. Dantesco—. Quiero decir… —añadió, intentando, aunque sin mucho éxito, suavizar el tono de su voz—. De verdad, no puedo.
—No será por lo de esta tarde, porque puedo explicártelo, Antonio es sólo un buen amigo y…
—Claro que no es por lo de esta tarde —la cortó—. Ya hablaremos de eso, pero hoy no. Me es imposible, de verdad, no puedo aplazar esta cena. ¡Ya me gustaría a mí quedarme contigo! Te prometo que mañana no habrá cenas ni compromisos de ningún tipo. Si lo prefieres, puedo ir yo a tu casa.
—No, prefiero ir a la tuya, si no te importa.
—Para nada, mañana nos vemos, entonces. ¿A las siete y media te va bien?
—Sí, a las siete y media. Perfecto.
—Perdóname. Mañana te compensaré, te lo prometo.
—No importa, no te preocupes —intentó aparentar indiferencia. No quería que él notara lo decepcionada que estaba—. Hasta mañana.
Parpadeó para evitar las lágrimas que acudían a sus ojos. Jamás se había llevado una desilusión semejante. ¿Se habría arrepentido Joe de quedar con ella? Quizá, después de estar con esa rubia tan guapa, las había comparado y, claro, ella había salido perdiendo en la comparación. Ella, tan corriente, bajita, poca cosa, no era rival para esa mujer. Pero estaba desbarrando. Si Joe no quisiera salir con ella no la habría invitado a ir a su casa al día siguiente, eso era una prueba de que aún le gustaba y de que debía de ser verdad lo de la cita inaplazable. Esas cosas pasaban, y más con un trabajo como el de Joe. Mañana hablarían. Mañana.
El viernes transcurrió como en un torbellino. Ajena a las miradas de sus compañeros y a las poco sutiles indirectas de Rosa sobre su relación con Antonio, _____ se movió por el bufete como un autómata, esperando que su trabajo no se resintiera, a pesar de su falta de concentración. No podía pensar más que en Joe y en su cita de esa noche. Esperaba que no se aplazara por segunda vez.
Como era viernes, llegó pronto a casa, lo cual no le sirvió de mucho, pues una hora antes de salir aún no había decidido qué ponerse, y mucho menos la estrategia a seguir en su conversación con Joe. Se sirvió un güisqui y, mientras se lo bebía a sorbitos, repasó la ropa de su armario. No se vestiría elegante, porque no quería que Joe pensara que deseaba que la llevara a algún restaurante finolis de esos que él solía frecuentar. La ropa del trabajo estaba descartada, claro, era demasiado seria. Y con vaqueros y camiseta parecía una niña. Tampoco podía ir muy sexi, porque sólo le faltaba que pensara que se había puesto las pinturas de guerra en su honor. Aunque, bien pensado, ¿por qué no? Después de todo había decidido lanzarse a tumba abierta y, aunque estaba muerta de miedo, no pensaba volverse atrás.
Antes de vestirse fue a la cocina para servirse otro güisqui, y luego se dirigió canturreando a su habitación, con el vaso en la mano, bebiendo de vez en cuando para acallar las mariposillas que revoloteaban por su estómago.
Tardó mucho en arreglarse, por lo que cuando salió de su casa ya casi eran las siete y veinte. Había planeado ir dando un paseo para pensar y relajarse un poco, pero ya no le daba tiempo y no quería llevar el coche, así que decidió tomar un taxi.
Diez minutos después, el taxi se detenía frente al portal de Joe. Eran las siete y media. Justo, puntual como una buena chica, se dijo, sonriendo al pensar que los buenos hábitos son difíciles de erradicar y que ella siempre había odiado la impuntualidad. Bajó del taxi, miró el portal y se encaminó hacia él con paso decidido. Un hombre alto, que parecía un general, y que debía de ser el conserje, estaba en la entrada hablando con una mujer rubia, también alta, con un tipazo de modelo que llamaba la atención.
_____ la reconoció al instante. Pensaba que no se había fijado mucho en ella, pero evidentemente se equivocaba. Era demasiado guapa, despampanante era la palabra exacta, como para pasar desapercibida; una de esas mujeres que te hacen pensar «al menos yo soy más lista», aunque sepas que no es cierto. Sí. Era la mujer que estaba con Joe en el restaurante.
El güisqui que había bebido dio unas cuantas vueltecitas en su estómago, pero decidió ignorarlo. Lo que no pudo ignorar fue el resbalón al entrar al portal. Tropezó con un pequeño escalón que había a la entrada y fue a dar justo contra el general.
—Oh, cuánto lo siento… No he visto el escalón…
—No se preocupe, señorita. ¿Podría decirme a qué piso va, por favor?
Aún conmocionada por la vergüenza, _____ se lo dijo, muy bajito. El hombre sonrió bonachonamente para tranquilizarla, pero la mujer permaneció impasible, sin apartar de ella sus preciosos ojos azules, tan fríos que _____ bajó la mirada. Se dirigió al ascensor, sintiendo esos ojos clavados en su espalda.
Mientras esperaba, la extraña pareja siguió conversando, sin preocuparse ya de ella, como cuando uno aparta con la mano una mosca pesada y luego sigue con sus cosas, sin fijarse en dónde queda la mosca, pues da igual dónde esté siempre que no moleste.
—Me ha alegrado mucho verla por aquí de nuevo, hacía tanto tiempo…
—Gracias, espero que de ahora en adelante nos veamos mucho más a menudo, porque…
Entonces llegó el ascensor y _____ ya no pudo oír más. Mientras subía tenía la sensación de que los ojos de la mujer estaban aún clavados en ella.
Se quedó frente a la puerta de Joe, sin llamar. Lo que acababa de ver cambiaba la situación por completo. ¿Qué hacía? Lo llevaba todo tan bien preparado… Y ahora tendría que improvisar. Antes de decirle nada a Joe era primordial saber lo que pasaba.
Joe abrió enseguida, como si estuviese detrás de la puerta, listo para saltar en cuanto ella llamara.
—Pasa —parecía tenso, preocupado. Bajo sus ojos se dibujaban unas arruguitas en las que antes no se había fijado y su expresión era de cansancio, como si un terrible peso lo abrumara. No lo conocía muy bien, pero le parecía que él no era así. El Joe que la había llevado a trabajar por las mañanas no daba la impresión de ser un hombre abrumado por los problemas. Pero ahora… ¿Tendría ese cambio algo que ver con la aparición de la rubia?

Joe la condujo por un pasillo de cuyas paredes colgaban cuadros en los que no se pudo fijar — aunque pensó que merecería la pena echarles un vistazo más tarde— hasta un salón que la dejó sin habla.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:35 pm

Capitulo Cinco Segunda Parte
 


Era enorme: una de las paredes la constituía una gruesa cristalera que daba paso a la terraza. Ya era de noche, pero _____ pensó que de día la luz debía de ser magnífica y la vista, impresionante. Otra pared estaba cubierta por estanterías llenas de libros, y había muchos cuadros, apoyados en el suelo, contra los libros, colgados de las paredes… Al fondo estaba la enorme y moderna cocina, separada del salón por una encimera de caoba que hacía las veces de mesa de comedor, y en el extremo opuesto, frente a la cristalera, una mesa ovalada de cristal templado, con un portátil abierto y un montón de papeles desparramados desordenadamente. Y ahí se acabó su escrutinio porque él, con impaciencia, la condujo a un sofá de cuero negro y casi la empujó para que se sentara.
—¿Quieres tomar algo?
—Un güisqui —el tercero en dos horas. Estuvo tentada de decir «necesito una copa», como en las películas, pero decidió callárselo. El ambiente no estaba para bromitas.
Joe sirvió dos güisquis y se sentó junto a ella.
Sin decir nada empezó a besarla, con besos cortos y suaves.
_____ se apartó.
—¿No tienes nada que contarme?
—¿Y tú a mí? —contraatacó él.
—Antonio no es más que un amigo.
—¿Se llama Antonio? ¿Y besas así a todos tus amigos o sólo a él? —sonrió indulgente y le dio un beso en la mejilla—. En realidad no me importa, de verdad, ya te lo dije por teléfono. Sé que no has nacido el mismo día que nos conocimos, y yo tampoco…
_____ asintió. Desde que había visto a la diosa de abajo no las tenía todas consigo. ¿Iría a decirle que cortaban una relación que aún no había empezado?
—Ya, pero quiero que lo sepas. Sólo es un amigo. Aunque no haya nada serio entre nosotros, no estaría saliendo contigo ahora si hubiera alguien más —lo miró interrogante, como preguntándole si también era ése su caso.
—Yo tampoco salgo con nadie ahora mismo, puedes creerme.
—¿Y quién era la mujer del restaurante? ¿Alguna abogada, una fiscal?
—No, no tiene nada de ver con el trabajo, simplemente es una conocida. No pienso decirte más, no vale la pena pensar en ella ni un segundo. Olvídala.
—No puedo olvidarla porque acabo de verla ahí abajo.
Joe dejó la copa en la mesita y le quitó a _____ la suya de las manos. Luego se las apretó con fuerza.
—Me gustas mucho, _____, pero no voy a pedirte disculpas ni a darte explicaciones… Estamos bien juntos, ¿para qué complicarnos la vida? Ahora lo que más nos urge es acostarnos —_____ pensaba igual que él, pero jamás lo habría expresado de forma tan directa. Hizo ademán de protestar, pero Joe la acalló con un gesto—. Sí, no seas hipocritilla, no tiene nada de malo. Sólo me interesa tu cuerpo, nena… —sonrió de una forma afectada—. Y ahora en serio, antes de comenzar nuestra relación, quiero dejar bien claros algunos puntos: no quiero ataduras, ni compromisos ni escenas de celos; no quiero conocer a tu familia ni que me cuentes tus problemas. Yo, por mi parte, no pienso contarte los míos. Por una vez en la vida quiero tener una relación que sólo me dé satisfacciones, y si empezamos a involucrarnos el uno con el otro… Bueno, acabará siendo un desastre.
«No quiero contarte mis problemas…». Sí, algo pasaba. Y tenía que ver con la rubia, porque antes él no habría hablado así, estaba casi segura. Aunque ese «casi» era la clave, porque, después de todo, apenas lo conocía. De todos modos él tenía razón en una cosa: lo que les interesaba era acostarse, y también ella estaba muy confusa, de manera que tampoco le convenía comprometerse. ¿Para qué complicarse la vida metiéndose en otros terrenos? De momento el sexo era lo único que le interesaba.
Aunque…
—Estoy de acuerdo contigo —dijo al fin para detener de una vez el curso que estaban tomando sus pensamientos. Tenía sus dudas, pero no pensaba exponérselas por temor a que saliera corriendo.
—Claro que estás de acuerdo. Sé que tú quieres lo mismo. Si no fuera así, no estarías ahora aquí.
—¿Cómo lo sabes? —nada más formular la pregunta se dio cuenta de lo absurda que era.
—Vamos, _____ —la cortó—. Dime, ¿por qué te has vestido así?
—¿Cómo así?
—De sexi macarra.
_____ se puso roja. Llevaba unos pantalones ajustadísimos, negros, tacones altos y una camiseta también muy ajustada. Se había puesto una cazadora de cuero, pero se la había quitado cuando se sentó, y la escotada camiseta se pegaba a su cuerpo como una segunda piel, resaltando su pecho, sus curvas. Ella creía que iba sexi, pero… ¿macarra? Pensó en la miradita que le habían dedicado los dos de abajo. Si no hubiera dicho que iba a casa de Joe, seguramente el general la habría echado a patadas. ¡Qué vergüenza!
En fin, la cosa ya no tenía solución.
—Lo siento, no he acertado con mi elección de vestuario —¿Por qué tenía que disculparse?—. Es una pena que a ti no te guste, pero a mí sí me gusta esta ropa y me encuentro muy cómoda con ella —eso último era mentira, no se sentía nada cómoda, le tiraba por todas partes y la obligaba a ir más tiesa que un huso, pero eso él no tenía por qué saberlo.
—¿Quién te ha dicho que no me gusta?
Se inclinó sobre ella y comenzó a besarla. La camiseta se le pegaba al pecho y casi no constituía barrera alguna entre las manos de Joe y su piel. El pezón sobresalía bajo la tela y _____ emitió un suspirito cuando él comenzó a hacer masajes circulares con la yema de su dedo.
—¿Qué hacía ella ahí abajo? —habían dicho sólo sexo, muy bien. Pero _____ no podía dejarlo y la pregunta salió de sus labios precisamente cuando estaba haciéndose el firme propósito de no preguntar.
Joe se apartó y alzó los ojos al cielo, asombrado de su propia paciencia.
—¡Y dale! ¿Es que no has oído nada de lo que te he dicho? ¡No quiero hablar de ella! Vamos a dejarlo, por favor.
—Sí, pero ¿qué hacía aquí?
—Mira, esa mujer no es más que una antigua conocida, ni siquiera es amiga mía. Y ya no pienso decirte nada más, tendrás que creerme.
_____ se sintió un poco triste. Sobre el papel era muy fácil plantearse una relación en esos términos, pero en la práctica resultaba algo más complicado.
Echó otro traguito al güisqui y volvió a dejar el vaso sobre la mesa.
—Vale.
—Sabía que lo entenderías. Ahora cierra los ojos y piensa… ¿Me imaginas haciéndole el amor a otra? Dime, si yo estuviera con otra y tú me estuvieras viendo por un agujerito…, ¿qué estarías viendo? —_____ no dijo nada. Se apartó de él para coger el vaso y acabarse el güisqui que quedaba de un trago.
Empezaba a notar los efectos del alcohol. Joe se inclinó sobre ella con ternura. Le acarició el rostro y se detuvo especialmente en los labios, pasando la yema de sus dedos por ellos con mucha suavidad. El beso fue tierno y apremiante a la vez.
_____ estaba ya excitada, el sexo le latía y notaba su humedad. Ese hombre sólo tenía que tocarla, no necesitaba más para tenerla comiendo de su mano.
—¿No respondes? Yo te diré lo que estarías viendo: a mí, me estarías viendo, por ejemplo, acariciarle el pecho así —la camiseta se pegaba tanto a su piel que los pezones, ya erectos a causa de la excitación, sobresalían provocativos. Joe los apretó por encima de la tela y _____ gimió. Aunque él le apretaba los pezones, no era precisamente ahí donde ella sentía ese palpitar que la estaba volviendo loca.
Entonces Joe le quitó la camiseta por encima de la cabeza y luego le desabrochó el sujetador. _____ se sintió satisfecha, se había puesto su mejor sujetador de encaje. Estaba deseando que llegara a las braguitas, ésas sí que eran una obra de arte.
—Eres preciosa —dijo, mirándola como un hambriento al más abundante de los banquetes.
Se inclinó sobre ella y le rozó uno de los pezones con los labios.
—Luego le acariciaría un pezón, así… —lo acarició con suavidad y le pasó la lengua por encima, lamiéndolo con fruición, hasta que se endureció más, respingón—. Ummm, cómo me gusta… Ahora el otro —y repitió la misma operación, mientras posaba la mano sobre el apretado pantalón, justo entre sus piernas, practicando suaves masajes con la palma de la mano y volviendo loca a _____, que se preguntaba por qué no metía la mano bajo los pantalones. Quería sentirlo directamente sobre la piel, aunque esos masajes sobre la tela resultaban eróticos, muy excitantes… Por fin, él intentó meter la mano bajo los apretados pantalones, pero, al ver que no podía, comenzó a bajarle la cremallera… Cuando lo logró, ella levantó el trasero del sofá para ayudarle en la tarea de quitarle los pantalones, que se deslizaron por sus piernas hasta quedar hechos un montoncito a sus pies. Entonces puso la mano sobre el encaje de las braguitas y reanudó su masaje.
_____ se estremecía y emitió un gritito de placer, pues el lento masaje de Joe la estaba volviendo loca. Ese hombre conocía sus necesidades, sabía dónde tocarla y cómo hacerlo para que se encendiese.
Comenzó a sentir la necesidad de tenerlo dentro para calmar el latido de su sexo, pero él quería ir más despacio, y esa lentitud resultaba a la vez erótica y desesperante. Él ya había traspasado el encaje y su mano descansaba sobre su piel, acariciando, invadiendo. Sintió como le rozaba el clítoris con la yema de un dedo, apenas un leve roce, suficiente para que la cabeza comenzara a darle vueltas… Quería darle lo mismo que él le estaba dando, pero no sabía qué hacer.
—Vas a necesitar un poco de paciencia conmigo, porque yo…
—¿Eres virgen? —Joe alzó la cabeza de su pecho y la miró a los ojos con cara de susto.
—¡No! Pero sólo he tenido un amante en mi vida. Y ya sabes que no soy una mujer con mucha iniciativa…
—Ah, eso no es problema para mí. Yo tengo iniciativa por los dos.
Y entonces, cuando sus dedos retomaban la tarea de masajearla, sintió un terrible mareo. Todo el güisqui y los nervios acumulados se rebelaron en su organismo y saltó como un resorte del sofá, dejando a Joe asombrado.
—¿Dónde está el baño? —preguntó. Estaba temblando y Joe, perplejo, también se levantó. La tomó de la mano y la condujo hasta una puerta.

—Aquí.
Monse_Jonas
Monse_Jonas


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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:36 pm

Capitulo Cinco Tercera Parte
 
 


Se sintió mejor después de vomitar. Luego se sentó en el borde de la bañera y escondió la cabeza entre las manos. Sí, su estómago estaba mejor, pero ella… Lo había estropeado. ¿Qué pensaría de ella Joe después de esa exhibición de estupidez?
Unos golpecitos la sacaron de su ensimismamiento.
—¿_____?
—Sí, pasa —Joe asomó la cabeza por la puerta entreabierta.
—¿Estás bien? Me tienes preocupado, ¿qué te ocurre?
Entró y se agachó frente a ella. Estaba desnuda, salvo por las braguitas de encaje rojo que él rozó con
sus dedos, mientras la miraba preocupado.
—Nada, en realidad… Antes de venir aquí ya me había tomado dos güisquis en casa y supongo que el tercero me ha dado la puntilla. Pero ya estoy bien, de verdad. Lo siento… ¡Cuánto lo siento! Siempre tengo que estropearlo todo, soy un caso…
Volvió a enterrar la cabeza entre las manos, hipando. Las lágrimas estaban asomando a sus ojos y Joe temió que se pusiera a llorar.
—Vamos, no pasa nada. Tranquila, todos hemos bebido de más alguna vez. Lo importante es que la cabeza no te dé vueltas, porque lo peor es el mareo. ¿Te da vueltas la cabeza?
—No. Después de vomitar me he quedado como nueva. ¡Qué vergüenza! —estaba roja como la grana y le dio por reír, con una de esas risillas tontas que resultan ridículas.
—Mira, vamos a hacer una cosa.
Se levantó y abrió un cajoncito del que sacó un paquete.
—Aquí tengo un cabezal de repuesto para mi cepillo eléctrico, está sin estrenar, como verás. Lávate los dientes. Luego puedes dejarlo en este vasito para ti, así ya tendrás tu cepillo en mi casa.
Esa frase revelaba la intimidad que ambos esperaban mantener y _____ se sintió conmovida. Era un gesto muy dulce por su parte.
Le dirigió una tierna sonrisa.
—Después de lavarte bien los dientes, date una ducha, te sentirás como nueva. Y cuando salgas retomaremos nuestra conversación —recalcó la palabra «conversación» mirándola fijamente a los ojos —, en el punto donde la habíamos dejado. ¿Hace?
—¡Hace! Eres genial.
—Ya lo sé.
Dicho esto, salió del baño cerrando la puerta tras de sí.
_____ obedeció. Se lavó los dientes y se quitó la única prenda que aún llevaba. El baño era bastante grande. Había una enorme bañera de hidromasajes y un plato de ducha en un rincón. La bañera era tentadora pero estaba impaciente por reunirse con Joe, así que decidió darse un rápido remojón y entró decidida en la ducha. El agua resbaló por su cuerpo. Estaba fría pero era justo lo que necesitaba en ese momento. Cerró los ojos y sintió cómo el agua se deslizaba por su piel, despejándole la mente y activando su circulación. Estaba pensando en Joe, y en otra ducha que se había dado en su casa; entonces él no estaba con ella, pero ahora… Acabaría rápido y saldría a buscarlo.
No fue necesario: un ruidito la alertó y abrió los ojos. Tras el cristal de la mampara se dibujaba una silueta. _____ cerró el grifo y abrió.
—¿Necesitas ayuda?
Estaba guapísimo. Antes, con la tensión y el güisqui, no se había fijado muy bien, pero ahora lo tenía ante sí, con el pelo revuelto, una camiseta negra arrugada y unos vaqueros viejos. La miraba con los ojos encendidos y por primera vez _____ fue plenamente consciente de lo guapo que era.
—Sí, en realidad sí necesito ayuda. Aquí no tengo esponja, ¿podría extenderme el gel, caballero?
—Con mucho gusto, señorita, estoy a su servicio.
Cogió el bote y se echó en la mano un líquido que dejó un aroma a almendras y especias. Luego se frotó las manos para que el líquido se extendiese por las dos, y comenzó su masaje.
Empezó por el cuello, donde se detuvo en un punto que a ella la extasiaba, un rinconcito detrás de las orejas que la ponía a cien. Después bajó suavemente, dibujando círculos con las yemas de los dedos.
Retomó su ejercicio con los pezones, pero esta vez se detuvo más tiempo en cada uno, succionando, lamiendo con fruición la sensible piel. _____ echó la cabeza hacia atrás, las piernas le flaqueaban y pensó que iba a caerse, que no aguantaría mucho tiempo en pie, pues, de repente, todo su cuerpo era blando, como de mantequilla. Alzó el brazo y palpó con desesperación por la pared de azulejos buscando un punto de apoyo; al fin encontró el borde de la mampara y a ella se aferró, mientras el punzante dolor del deseo la volvía cada vez más frágil, más vulnerable. Joe seguía mordiéndole los pezones y dibujando círculos sobre ellos con la lengua mientras las manos bajaban con mucha lentitud por su cuerpo, extendiendo el gel cuyo olor impregnaba todos sus sentidos. Cuando llegó al pubis, se detuvo allí y apartó la boca de sus pezones, cosa que decepcionó a _____, que estaba temblando…
—No…, sigue…
—Y ahora, si estuvieras mirando por un agujerito me verías hacerte esto…
Se arrodilló frente a ella. Las manos sustituyeron a la lengua en su pecho y la boca se dedicó entonces a ese punto entre sus piernas que latía sin control. Cuando sintió el contacto de la lengua en el clítoris, las piernas volvieron a flaquearle. Pero no quería que se apartara, por nada del mudo quería dejar de sentir lo que estaba sintiendo, un placer como nunca imaginó que pudiera experimentarse. ¡Oh, Dios! ¿Dónde había estado ese hombre hasta ahora? ¿Cómo la conocía tan bien? ¿Cómo sabía dónde tenía que tocarla y de qué forma debía hacerlo?
—Así… —le dijo entre jadeos—, justo así…
Temía que abandonara, necesitaba cada vez más, así que apoyó la mano que tenía libre sobre la cabeza de Joe, apretando, acercándolo a ella lo más posible, reteniéndolo. Él entendió el mensaje y asumió la urgencia de _____. Posó las manos abiertas sobre sus glúteos y apretó a su vez; su lengua ya no se cortaba, recorría sin cortapisas los rincones más necesitados, jugando con el clítoris y encendiendo un fuego abrasador que la llevó al borde de la locura. Se agarró con más fuerza a la mampara con una mano, mientras con la otra apretaba la cabeza de Joe contra sus piernas, sin dejar de moverse adelante y atrás, hasta que el orgasmo la llenó por completo y gritó su nombre. Luego se dobló sobre él, agotada, sus miembros como de gelatina, temblorosa y feliz.
Joe le acarició el trasero y los muslos. Luego la tomó en sus brazos y entró a la habitación. Se sintió como una princesa, aunque en los cuentos las princesas no van desnudas. Cuando la tumbó sobre la cama, _____ se estiró gozosa y abrió los ojos. Él estaba sentado al borde de la cama, aún vestido, contemplándola con mirada ávida.
—¿Sabes una cosa? —le dijo, lánguida, con los ojos aún turbios por el deseo.
—¿Qué?
—Me caes bien.
—Espero caerte muchísimo mejor dentro de un ratito.
Entonces se levantó y empezó a quitarse los pantalones.
—Espera —____ se había incorporado en la cama y se levantó—. Yo lo haré.
Empezó a subirle la camisa despacio, pero él parecía impaciente, y se la acabó quitando de un tirón.
—Tienes prisa… —dijo _____ con sorna.
—Muchísima.
Quería corresponder, quería darle al menos un poco de lo que él le había dado, y se arrodilló ante él.
—Espera, yo te los bajo —cuando le hubo ayudado a quitarse los pantalones, metió la mano por entre los calzoncillos y le tocó el trasero, quería acariciarlo suave y dulcemente, como él había hecho, convencida de que así lo volvería tan loco como él la había vuelto a ella. Pero Joe era de otra opinión, tenía prisa, mucha prisa. Le tocó el pene con mano temblorosa, y recorrió con su lengua la punta, de donde ya caían algunas gotitas que _____ saboreó, otra vez excitada, con todas sus terminaciones nerviosas en pie de guerra, lista para juguetear, para saborear los placeres de la excitación, sin darse cuenta de que él ya no estaba para jueguecitos.
—Cariño, ya no puedo más… —dijo, tomándola por los hombros y alzándola del suelo.
La empujó sobre la cama, con urgencia, casi con violencia. Luego abrió un cajoncito de la mesilla. Le temblaban las manos a causa de la excitación, por eso tardó un poco más de lo que había planeado en rasgar el paquete para ponerse el preservativo. _____ lo miraba extasiada, pero él no le dio tiempo para regodearse en esa visión, porque, en cuanto se lo hubo puesto, se tendió sobre su cuerpo y la penetró con fuerza. _____ le rodeó las caderas con las piernas y sintió cómo la invadía por completo, moviéndose primero despacio, luego cada vez más deprisa, llegando sin problemas al punto en que ella más necesitaba sentirlo. Se movieron con prisa, jadeando, y gritaron los dos a la vez cuando el orgasmo llegó.
_____ gritó su nombre… Joe… Por primera vez en su vida se sintió realmente viva.



 
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:37 pm

Capítulo Seis
 


Un airecito caliente la despertó, pero estaba tan a gusto… El calor de otro cuerpo junto al de ella, el roce de otra piel contra la suya… ¡Qué sensación tan deliciosa! Se sentía calentita y protegida. No quería abrir los ojos, pero al final los abrió, renuente. Joe la estaba mirando, divertido, notaba su aliento sobre el cuello.
Se dieron un dulce beso, largo, tierno, tranquilo, de esos besos que se disfrutan con alevosía.
—Buenos días —dijo _____, perezosa, apartando su boca de la de él.
—¿Buenos días? Pero ¿qué estás diciendo? Mira el reloj: son las diez de la noche.
—Nos hemos dormido.
—No, tú has dormido la mona un ratito. Yo, que soy un perfecto hombrecito de su casa, he preparado la cena mientras roncabas.
—Yo no ronco.
—Ya lo creo que sí, pero da igual. Posees otras virtudes que compensan con generosidad ese defecto —sacó la mano de entre el revoltijo de sábanas con que se cubrían y le acarició un mechón de pelo que le caía sobre la cara—. ¿Tienes hambre? He preparado unos deliciosos espaguetis.
—Sí, tengo hambre, un hambre de lobos…, y creo que voy a comer.
Cenaron a las doce. Saciados y felices, se reían por cualquier cosa. Por fin _____ pudo contemplar a gusto el salón y los cuadros que colgaban de las paredes. Eran de pintores modernos que ella no conocía.
Pero le dio vergüenza admitirlo, así que no le preguntó nada a Joe, aunque se moría por hacerlo. «Más adelante —se dijo—, me sentiré más segura con él», ahora… simplemente le daba miedo que pensara que era una ignorante. Daniel la había regañado alguna vez por no estar al día en arte o política. A veces incluso se exasperaba un poco con ella, aunque siempre a su manera comprensiva y dulce. Pero, en ocasiones, cuando acudían a algún acto relacionado con su trabajo o a una reunión con sus amigos intelectuales, tenía la sensación de que la dejaba algo al margen, avergonzado de su poco sofisticada conversación. En esos momentos _____ se sentía culpable de no estar a la altura de las expectativas de su marido. No quería que le sucediera lo mismo con Joe. Por eso, aunque no las tenía todas consigo y sabía que podrían presentarse muchos problemas, en principio no le parecía tan mal el pequeño acuerdo al que habían llegado. Después de la experiencia que acababan de compartir, daba la impresión de que lo de sólo sexo podía funcionar: cada uno esperaría una cosa, y sólo una cosa, del otro: placer. ¿Por qué complicarse la vida metiéndose en problemas?
De libros entendía un poco más que de pintura, de manera que se dedicó a la biblioteca, haciendo comentarios sobre algunos de los libros que veía. De pronto, uno llamó su atención.
—Vaya, éste lo tengo, lo usábamos como libro de texto en segundo de carrera… Pero ¡claro! ¿Cómo no me he dado cuenta? Es de Joe Mendizábal… Tú eres ese Joe Mendizábal… Ya ni me acordaba de este libro… No lo había asociado…
—Así es, he escrito un par de libros sobre derecho internacional. Acabé la carrera con veinte años y durante un tiempo me dediqué a escribir y a estudiar para las oposiciones. Ese que tienes en la mano se lo recomendaba a sus alumnos un amigo mío que es profesor de derecho internacional, pero no es un libro de texto.
—Pues nosotros lo usábamos como si lo fuera. Mi profesor se llamaba Aurelio Díaz. ¿Es tu amigo?
—Sí, pero hace mucho que no lo veo.
—¿Y qué más has hecho, aparte de escribir y dictar sentencias?
—Pensar en chicas. Las que más me gustan son las pequeñas abogadas que llevan ropa interior de encaje rojo.
—No te creo. Seguro que te gustan más las rubias altas y despampanantes.
—Pues no. Prefiero a las pequeñitas.
La abrazó. La cabeza de _____ quedaba a la altura de su pecho, un poco por debajo de sus hombros, y se sintió conmovida. Ella le gustaba y, por lo que estaba notando contra su vientre, también lo excitaba.
¿Qué más podía pedir? Joe era el amante perfecto: dulce, tierno, apasionado. Y exigía entrega total, cosa que a _____ le encantaba, pues no se sentía preparada para llevar la iniciativa; extasiada, se dejaba hacer, bebiendo a grandes sorbos el placer que le producía que él utilizara su cuerpo como zona de juegos. ¡Y cómo lo hacía! Los preliminares eran maravillosos. Ahora mismo, por ejemplo, la abrazó y comenzó a darle pequeños besitos por la cara, por el cuello… Luego la tomó de la mano y la llevó hasta el sofá, donde la hizo sentarse en el borde, con las piernas abiertas, y se arrodilló frente a ella. Empezó a besarle los pies descalzos. Los dedos uno a uno, subiendo por la pierna, su mano iba por delante de su boca, acariciando el hueco de la rodilla, el muslo y la piel de las ingles, con movimientos circulares… Era una gozada.
—¡Qué suavidad! La piel aquí es tan suave…
Acercó la boca justo a ese lugar entre el muslo y la vagina, mientras con la mano abarcaba su sexo, haciendo circulitos con el dedo entre el vello púbico. _____ estaba un poco incómoda, con la espalda apoyada en el respaldo del sofá y el trasero en el borde del asiento, pero las manos expertas de Joe y su boca hicieron que toda incomodidad pasara a un segundo plano, y cuando le introdujo el dedo para juguetear con el clítoris, contuvo la respiración, expectante, hasta que el orgasmo le llegó en oleadas violentas; no podía parar de gritar y se incorporó para abrazarlo. Entonces los dos rodaron por el suelo, y cuando él la inmovilizó bajo su cuerpo, creyó morir y lo abrazó con tanta fuerza que sintió el estremecimiento de dolor que le produjo su arañazo.
—Me has hecho daño, eso no está bien… —como castigo, se levantó de pronto.
—¡No! No me dejes ahora…
—Un segundito —_____ sintió mucho frío cuando él se apartó, pero volvió enseguida y el calor de su cuerpo la reanimó.
—No vuelvas a dejarme así… —tartamudeaba, estaba hecha un flan, todas sus terminaciones nerviosas clamaban alivio.
—Ha sido por una buena causa —dijo, mientras se ponía el preservativo que había ido a buscar.
Entró en ella con dureza, hasta el punto de que la joven, entre la nebulosa de dolor y placer que le había producido su ataque, sintió miedo, un miedo que pronto se disipó cuando el orgasmo, esta vez más fuerte que el anterior, la hizo gritar para rogarle que no parara, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.
Como si él estuviera muy lejos, le oyó gritar su nombre mientras sentía el vértigo de la caída, deslizándose por una rampa negra, hacia el vacío.
Cuando se despertó, el sol entraba a raudales por la ventana, traspasando sus párpados cerrados.
Estaba sola en la cama y se estiró con ganas, bostezando. ¿Cómo había llegado a la cama? No recordaba haber ido hasta allí por su propio pie. ¿Y cuándo se había dormido? No lo sabía, y ahora creía que llevaba durmiendo toda la tarde y que todo había sido un sueño, un sueño maravilloso que la luz de la mañana daría por terminado. No quería despertar.
Remisa, abrió los ojos. No había sido un sueño, porque esa habitación no era la suya, era la de Joe. Allí estaba la mesilla, con el cajoncito de los preservativos a medio abrir, y el reloj que marcaba… ¡las doce! Se incorporó, como si la hubieran impulsado con una polea. Era sábado, había quedado en ir a comer a la casa de su hermana. Hoy era la fiesta de Celia y no podía decepcionarla.
Se levantó despacio, pues el cuerpo le dolía como consecuencia del ejercicio de la noche anterior, y empezó a buscar su ropa por toda la habitación. No la veía. ¿Qué había hecho con la ropa? Entonces recordó que se había desnudado en el salón. ¿Estaría aún allí su ropa? Recorrió la habitación con la mirada y la vio. Sobre una butaca, debajo del amplio ventanal, estaban sus pantalones y su camiseta, perfectamente doblados. Bajo ellos, se hallaba la ropa interior. La cogió y se dirigió al baño, feliz porque tenía su propio cepillo de dientes.
Cuando entró al salón, Joe estaba sentado en el sofá, con los mismos vaqueros del día anterior y otra camisa vieja, esta vez blanca. Se había afeitado y aún tenía mojado el pelo. _____ lo contempló con ternura y hasta le dieron ganas de echar unas lagrimitas al verlo tan guapo. Parecía distinto, otro hombre muy diferente al que conociera hacía apenas una semana. ¿Cuándo había empezado a operarse ese cambio en él? Volvió a preguntarse si tendría algo que ver con la aparición de la rubia.
Estaba revisando unos papeles. Al verla entrar, se incorporó y los dejó sobre la mesita. _____ vio cómo buscaba a tientas un periódico y lo ponía sobre los papeles, para taparlos. Mientras realizaba esta operación, no dejaba de mirarla, y hablaba con mucha animación, con demasiada animación, pensó la joven.—
Buenos días, dormilona, ahora iba a despertarte. Te he dejado el desayuno sobre la encimera.
Se levantó y fue hacia ella con los brazos abiertos. La abrazó y le dio un beso en la frente. Su animación parecía impostada, cosa que confirmaba el casto beso, poco apropiado después de la intimidad que habían compartido. Se apartó de ella y volvió al sofá, pero no hizo ademán de alzar el periódico para seguir con los papeles. Volvió a levantarse y miró hacia la ventana.
—Hace un día precioso —dijo _____ siguiendo su mirada. El sol entraba a raudales por la enorme cristalera y al fondo se veían las copas de los árboles del Retiro, y el cielo, con ese magnífico color azul de los días soleados en invierno.
—Sí, precioso. _____… Se me olvidó decírtelo anoche, pero ahora tengo un compromiso…
—Yo también. Tengo que marcharme ya —lo interrumpió, repentinamente triste.
Había esperado… En realidad no sabía qué debía esperarse en esos casos, quizá que el hombre con el que has pasado la noche, que ha hecho de tu cuerpo su base de operaciones, sin restricciones, sin control, fuera tierno contigo. Pero no. Joe estaba muy raro. Nervioso, preocupado. Algo pasaba. Lo notaba en la expresión de su rostro, en la urgencia de sus movimientos.
—Hoy he quedado con mi hermana —prosiguió ella con voz animada—, voy a comer a su casa, luego da una fiesta y…
—Perfecto, perfecto —parecía aliviado—. Pero antes tendrás que desayunar —añadió, quizá para suavizar su urgencia anterior. _____ se dijo que, si su intención era que no se notase que deseaba que se marchara, lo estaba haciendo muy mal.

—No, ya tomaré algo cuando llegue a casa. Tengo muchas cosas que hacer.
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:38 pm

Capítulo Seis Segunda Parte
 
 


—Claro, claro, lo entiendo. Tienes que pasar por tu casa para cambiarte, ¿verdad? Bueno, pues no pierdas tiempo.
Casi la empujaba. _____ no podía dar crédito a lo que sucedía.
—Sí…
—Muy bien. Hoy no sé a qué hora llegaré, dame un toque antes de venir, no vaya a ser que te presentes y no haya nadie…, y tráete algunas cosas, ya sabes, para poder quedarte sin tener que ir a tu casa a cambiarte todos los días…
—No entiendo… Da la impresión de que me estás echando, y sin embargo quieres que vuelva. ¿Se puede saber qué te ocurre?
—No pasa nada, es que tengo una cita dentro de… —miró el reloj— un cuarto de hora exactamente —se puso muy serio. El tono de su voz cambió, ahora era cálido y tierno, el tono de voz al que ella estaba acostumbrada—. Y claro que quiero que vuelvas, desde este momento sólo viviré para verte entrar por esa puerta esta noche, créeme. Pero, de verdad, ahora necesito que te marches.
Se inclinó sobre ella y la besó con urgencia, como un soldado que se va a la guerra y teme no volver a ver nunca más a su novia. Luego abrió la puerta.
Aturdida, _____ salió al descansillo y, sin más, la puerta se cerró tras ella.
El taxista no paraba de hablar: del tiempo, del partido Madrid-Barcelona que se jugaba esa tarde, del IVA y de los ERE de Andalucía… Era una máquina que sabía de todo y le regaló sus sabios comentarios durante el trayecto, de manera que _____ no pudo pensar en el extraño comportamiento de Joe.
Acababa de cerrar la puerta de su casa cuando sonó el móvil. Era Celia.
—Hola, ¿qué tal? Te llamo para recordarte que quedaste en venir a las dos, que te conozco y eres capaz de pasar de mí.
—¡No! ¿Por quién me tomas? ¿Quieres que lleve algo?
—Sí, había pensado que trajeras unas cosillas que me faltan.
«Unas cosillas» para Celia era algo así como la mitad del Mercadona y las tres cuartas partes del Hipercor, más unos cuantos detallitos del Lidl, que tiene unas galletas buenísimas. _____ tuvo que coger una libreta para apuntar todos los productos que su hermana recitaba al otro lado como si tal cosa.
—Bueno, basta… No voy a poder con todo.
—Tráete el coche.
—No pienso llevar el coche a tu barrio, que luego no hay quien aparque. Además hoy hay fútbol; me lo ha dicho un taxista.
La casa donde vivían sus hermanas estaba muy cerca del estadio Santiago Bernabéu y los días de partido no había quien aparcara por allí.
—Es verdad, qué faena. Soy única, para una fiesta que doy, tengo que hacerla en el peor día posible, esto estará lleno de gente…
—Sí, pero no creo que vayan todos a tu casa. Por cierto, ¿va a comer Luisa con nosotras?
—Sí, me ha costado, pero al final la he convencido para que deje solito a su Martín unas horas.
—De acuerdo, tú ve haciendo la comida, que yo veré qué puedo hacer con esta lista. Me pasaré por el súper de abajo y compraré lo que pueda, y lo que no… Te aguantas. Tiene delito que hayas estado esperando toda la semana a que yo te hiciera la compra. Además, me da vergüenza comprar tanto alcohol.
Celia rio y colgaron.
Antes de ducharse y arreglarse para ir a casa de Celia y Luisa, decidió ponerle un correo a Joe.
No sabía qué decirle, pero la necesidad de comunicarse con él era demasiado fuerte. El dolor de su cuerpo era un constante recordatorio de la noche anterior. No se arrepentía, había pasado la mejor noche de su vida, pero… Joe era tan raro. La invitaba a su casa para luego echarla sin contemplaciones.
Estaba contento y de pronto se ponía triste, como agobiado por un gran peso. Decía que la rubia no le interesaba, pero se veía con ella. ¿Qué se traía entre manos? En realidad no lo conocía, por lo que sabía de él podía ser un psicópata asesino. Lo más sensato era no volver a verlo. Decirle en ese correo que lo había pensado mejor, que salía con otro y… Cogió el iPhone:
> Te veo esta noche. Besos. Y antes de arrepentirse, dio a «enviar».
> Te veo esta noche. Besos.
Joe dejó su BlakBerry sobre la mesa. Sí, esa noche volvería a verla. Pero ¿qué haría? ¿Durante cuánto tiempo podría mantener esa farsa de sólo sexo, nada de preguntas? Sabía que eso era una quimera, que cuanto más se vieran, cuanto más ahondaran en su relación, más querrían saber el uno del otro. Él al menos estaba deseando saber cosas de _____, de su familia, de sus amigos, de cómo era su vida. Le gustaba mucho esa mujer y quería saberlo todo sobre ella. Pero no podía preguntar, porque si lo hacía abriría la veda. Ella también querría saber y empezaría a hacerle preguntas. ¿Y qué podía decirle?
¿Quieres ser mi novia? Soy un monstruo y vivo en un infierno que nunca acabará, pero me gustas. ¿Quieres compartirlo conmigo? ¿Te mola el plan?
Durante unos días se había hecho la ilusión de que todo había acabado. Al conocer a _____ se sintió libre y albergó la esperanza de poder comenzar de nuevo al fin. Pero se engañaba, el pasado lo atormentaría siempre; él ya estaba resignado a sobrellevar ese infierno. Pero ¿_____? No podía condenarla a compartir esa vida con él. Por tanto, lo más decente era dejarla. El problema era que no quería perderla.
Cogió la BlakBerry y volvió a mirar el mensaje de _____:
> Te veo esta noche. Besos.
¿Qué hacer? Si fuera una buena persona la dejaría. O le diría la verdad. Esto último no podía hacerlo, así que tendría que dejarla. Era mejor desilusionarla ahora, cuando aún no había nada serio entre los dos, que esperar a que lo hubiera. Aunque, quizá si _____ se enamoraba de él…
Dio a «responder»:

> Te espero impaciente.
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:38 pm

Capítulo Siete
 


Hacía mucho tiempo que no se sentía tan a gusto con sus hermanas. Celia y Luisa siempre habían vivido juntas, habían cuidado a su padre durante la enfermedad y se habían consolado mutuamente. Como Luisa era la más pequeña, Celia había actuado con ella casi como una madre, y la ausencia de ______ convirtió a su hermana mayor en el único referente de la pequeña. Sus hermanas estaban muy compenetradas, y _____ se sentía un poco celosa porque entre ellas había una relación especial de la que estaba excluida. Era mezquino, pero no lo podía remediar. Sabía que era culpa suya, pues ella prescindió de los demás cuando creía que no necesitaba a nadie, salvo a Daniel. A los veinte años decidió vivir para una sola persona, y durante un tiempo le fue bien. Pero cuando su castillo empezó a tambalearse no se atrevió a decirle a nadie que el cuento de hadas se había esfumado. Era orgullosa y consideraba una humillación reconocer ante los demás que se había equivocado. Si Daniel no hubiera enfermado, quizá a esas alturas ya se habría separado de él. Pero cuando enfermó _____ supo que ya no podía dejarlo.
¿Cómo abandonar a un hombre en esas circunstancias? No se arrepentía de haberlo cuidado; había hecho bien, había cumplido con su deber, aunque eso la había alejado aún más de los que la querían. Nunca había pensado mucho en ello ni le había importado… hasta ahora. Después de conocer a Joe, empezaba a ser consciente de todo lo que se había perdido.
La imagen de Joe apareció en su mente y la apartó. Pero el dolor de su cuerpo volvió a recordárselo. Volvió a apartarlo de su mente. No era el momento de pensar en él. Ya lo haría después, cuando estuviera sola.
Ahora todo su interés debía estar centrado en sus hermanas, porque por primera vez desde hacía años no tenía celos de ellas. Se sentía integrada, sentía que formaba parte de su círculo, como cuando jugaban de niñas o conspiraban para ocultarle a su padre la travesura de alguna, casi siempre de Luisa.
—Háblanos de tu Martín. Celia lo conoce, pero yo no. ¿Cómo es?
—Muy guapo. Y cariñoso. Tiene sus defectos, como todo el mundo, y yo estoy loquita por él. Estamos pensando en irnos a vivir juntos —al decir esto miró a Celia, que se puso pálida.
—¿Cómo? ¿Te vas a ir de casa?
—No hables como si fueras mi madre, por favor. Además, sólo lo estamos pensando.
—Y de momento vais a tener que seguir así. Tenéis veintiún años y los dos estáis estudiando. Los padres de Martín le pagan el colegio mayor, pero no le van a pagar un piso para que se vaya a vivir con una chica.
—Por favor, no os peleéis —terció _____, conciliadora—, ya hablaremos de esto con tranquilidad en otra ocasión. Ahora hay que preparar una fiesta.
Las dos se volvieron hacia ella y la miraron con extrañeza, como diciendo: «¿Y a ti quién te ha dado vela en este entierro?». Se sintió dolida y la alegría por la comunión que había creído establecer con sus hermanas se rompió de repente.
Durante unos segundos se quedó desconcertada. Tenía que decir algo, pero ¿qué? Gracias a Dios la salvó la campana en forma de llamada al móvil de Celia, que sonrió al ver en la pantallita quién llamaba.
Respondió con un «hola» muy alegre y se marchó a su habitación.
—Quiere hablar a solas —dijo Luisa en tono conspirador y _____ rio.
Ese incidente marcó un antes y un después en su agradable reunión de hermanas. Luisa parecía no darse cuenta de nada, pero _____ notó que Celia había cambiado. Tras su conversación telefónica, se mostró enfadada y de mal humor.
Primero volcó todo su enfado en Luisa, a quien no dejaba de lanzar mordaces indirectas mientras preparaban los aperitivos en la cocina. La joven no parecía sorprendida por el cambio de humor de su hermana mayor y soportaba sus invectivas con buen ánimo, mientras _____ las contemplaba resignada.
Estaba visto que le iba a resultar muy difícil, tal vez imposible, relacionarse con sus hermanas como ellas dos lo hacían entre sí. Y el duendecillo verde de los celos volvió a atacarla.
Trabajaron durante un par de horas preparándolo todo: montaditos, sándwiches y aperitivos de todo tipo que colocaron sobre los aparadores y mesitas del salón.
Luisa, probablemente cansada de escuchar a su hermana, dijo que se iba a su habitación a echarse un rato. Y entonces Celia, que parecía haber estado esperando la oportunidad, la emprendió con _____.
—Creo que ya está todo. He comprado un montón de bolsitas de hielo, pero lo iré echando en las cubiteras a medida que lo necesitemos, para que no se derrita —dijo Celia—. Bueno… Sentémonos un poco hasta que vaya llegando la gente.
—¿A cuántos esperas?
—Es sólo para los del banco, que son siete. Y, claro, Martín y Antonio.
—¿Antonio?
—Sí, ¿no te lo había dicho? Lo invité. Hablamos muy a menudo. Somos buenos amigos.
—No sabía que tuvierais tanta amistad.
—Hace tiempo que tú no sabes muchas cosas, _____. Vives en tu pecera, sin interesarte por los demás.
_____ se sintió muy dolida por ese comentario. ¿Qué le pasaba a su hermana? ¿Por qué había cambiado con ella tan de repente?
—No es cierto. ¿Y vosotras, qué? Habéis estado hablando de «vuestras cosas» y me habéis marginado de la conversación. Y ni siquiera me habéis preguntado cómo estoy yo, o cómo me va en mi nuevo trabajo.
—Sé cómo te va. Antonio me mantiene informada.
—¡Antonio otra vez! ¿Él qué sabe?
—Es amigo de los dueños del bufete, él te recomendó.
—¿Y qué? ¿Es que le dan informes sobre mí a mis espaldas?
—No lo sé, pero creo que te convendría bajar de tu nube e incorporarte al mundo real. Estás acostumbrada a que todos te mimen y te cuiden, y desde que murió Daniel te has habituado también a que todos te tengan pena. En el fondo, creo que te gusta. Y lo peor es que al final logras lo que quieres, ser el centro de atención. Sé amable con los del bufete, a lo mejor consigues hacer algún amigo…
—Ya tengo amigos —mentía. Desde hacía un año era consciente de que sus amigos, en realidad, eran los amigos de Daniel.
—No, eran los amigos de Daniel —Celia expresó con palabras lo mismo que ella había pensado—. ¿Cuántas veces has salido con ellos después de su muerte?
Entonces sonó el timbre y la pregunta de Celia quedó sin respuesta.
A partir de ese momento todo se convirtió en un caos: música alta, conversaciones en un tono aún más alto, risas. Los compañeros de Celia eran bullangueros y simpáticos. Llegaron todos juntos con un enorme paquete que entregaron a la anfitriona. Celia lo abrió emocionada. Era un precioso vestido de noche.
—No me lo puedo creer… Esto es cosa tuya —Celia miró a una de sus compañeras, extasiada.
—Sé que te gusta. Siempre te quedas pegada a ese escaparate como una tonta, y entre todos…
Celia abrazó a sus amigos. Se veía que la querían, que estaban contentos por el ascenso de su compañera. Luisa hablaba y reía con ellos; también la conocían. Era agradable verlos, y sin embargo… ¿Por qué Celia no le presentaba a sus amigos? Estaba enfadada con ella. No podía imaginar el motivo. No tenía conciencia de haberle hecho nada y le parecía absurda esa actitud. Era infantil, como cuando, de pequeña, Luisa se agarraba una de sus famosas rabietas, que su padre nunca sabía a qué se debían. Tendría que hablar con ella, al fin y al cabo eran hermanas, podrían solucionar cualquier problema, fuera el que fuese. Celia era una chica de buen carácter, agradable y educada. _____ nunca la había visto ser desconsiderada con nadie, y mucho menos con ella. Por eso le resultaba tan increíble que ni siquiera se molestara en presentarle a sus amigos.
Iba a acercarse al grupito para presentarse ella misma cuando Antonio entró en el salón.
Al verlo se le iluminó la mirada y salió a su encuentro. Aliviada por encontrar una cara conocida y amable, lo saludó con más efusividad de la que había planeado.
Nunca se había fijado en Antonio, aunque sí se daba cuenta de que era muy guapo. Pensó en Joe y comparó los dos rostros. Eran muy distintos: Joe moreno y Antonio rubio; Joe de ojos negros y Antonio azules. Ambos eran altos (Antonio un poco más que Joe, que medía por lo menos un metro
ochenta y cinco). Los dos eran educados y amables, claro. Pero Antonio era además cálido y amistoso, alguien en quien se podía confiar plenamente, un hombre que no la echaría de su casa después de pasar toda la noche haciendo el amor con ella… «No, quieta, no empieces», se dijo.
Antonio era la persona más leal que había conocido. ¿Y Joe? Ni siquiera sabía si era buena persona; sólo sabía que era un hombre extraño, que estaba en apuros, que era peligroso y que no podía dejar de pensar en él, por mucho que quisiera. Sacudió la cabeza. A ver si era capaz de concentrarse en Antonio y dejar de pensar en el otro. Merecía la pena intentarlo.
Antonio le dio dos besos, uno en cada mejilla, y alzó la cabeza para saludar a otras personas.
Intrigada, _____ vio que saludaba a algunos amigos de Celia a los que parecía conocer.
Luego, volvió su atención a ella y la abrazó.
¿Por qué no podía enamorarse de Antonio? ¡Sería tan fácil!
Iba a preguntarle si quería tomar una copa cuando, sin motivo, se sintió incómoda y volvió la cabeza.
Celia se había apartado un poco de sus amigos y la miraba con algo parecido al odio en sus ojos castaños.
Asustada por la dureza de la mirada de su hermana, _____ se volvió y centró toda su atención en Antonio.
—¿Quieres tomar algo? —le preguntó al fin.
—Sí, pero antes voy a saludar a nuestra anfitriona. ¿Me preparas un cubata mientras tanto?

—Claro.
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:41 pm

Capítulo Siete Segunda Parte
 
 


Se dirigió hacia donde estaban las bebidas, pero no había hielo, así que fue a la cocina para sacar otra bolsa de la nevera.
Estaba vaciando los hielos en la cubitera cuando apareció Celia.
—Antonio está esperando su bebida.
—Ya, pero no había hielo.
—Por lo que veo, ya estás recuperada del pesar de tu viudez, ¿verdad?
—¿De qué hablas?
—Ya has elegido otra presa. Siempre los buscas mayores, con dinero, protectores… Quieres volver a ser la reina.
—Pero ¿qué dices? Si es por Antonio, sólo es un gran amigo.
—Pues a mí me parece que él quiere ser otra cosa. Primero se excusó de venir a la fiesta cuando lo invité, me dijo que tenía muchas cosas que hacer. Pero ha llamado esta tarde para saber si tú venías y, cuando le he dicho que ya estabas aquí, se ha decidido. De repente no tenía nada que hacer, ya me contarás qué indica eso… Y no me digas que no te has dado cuenta de cómo te ha abrazado…
—Celia, no sé qué te pasa, no entiendo qué tienes de repente contra mí. Estábamos tan bien y has cambiado de pronto… ¿Qué te he hecho?
—Antonio es una buena persona y un buen amigo. No quiero que sufra, y tú te has empeñado en hacerlo sufrir. Está enamorado de ti, _____. ¿Qué vas a hacer? ¿Piensas salir con él?
—¿Por qué no? ¿Y si yo también estuviera enamorada?
—Igual que estabas enamorada de Daniel.
Había sido un golpe bajo, y Celia se sonrojó, abochornada por su comentario. Pero se recuperó enseguida. Una característica de las hermanas era que ninguna daba nunca su brazo a torcer.
—¿No dices nada? —_____ continuó echando el hielo en un obstinado silencio—. Muy bien. Si tú estás convencida, yo tampoco tengo nada que decir. Llévale a Antonio su copa, que estará impaciente.
Unos segundos después oyó reír a Celia en el salón y salió con el vaso hasta arriba de hielo.
El resto de la tarde la pasó charlando con Antonio y con Luisa y Martín, que era un joven brillante, un chaval, como decía Antonio, con futuro, muy maduro para ser tan joven. A ______ le gustó porque su hermana parecía muy feliz con él. Era evidente que lo amaba y que era correspondida.
Después del incidente con Celia, para ella se acabó la diversión. A su lado, Antonio hablaba de su trabajo, y de su hija, que iba a ir a Madrid a pasar con él las vacaciones de Navidad. Su alegría y la de todos los que la rodeaban empezó a molestarla y a las nueve decidió que ya era hora de marcharse.
Quedó con Luisa y Martín en que los llamaría para que fueran a comer un día a su casa, y besó a Celia con reparo, para guardar las apariencias.
—Tenemos que hablar —le dijo. Si su hermana tenía algo contra ella, tenía derecho a saber qué era
—. ¿Por qué no vienes mañana por la tarde a casa?
—De acuerdo. Te llamaré.
Antonio también se despidió y salió con _____.
Desde la casa de sus hermanas no se tardaba mucho en llegar a la suya. Sólo tenía que salir a la Castellana y enfilar paseo abajo. Hacía frío y _____ se subió el cuello del abrigo.
—Me apetece ir dando una vuelta.
—¿Quieres tomar algo antes?
—No, estoy muy cansada y un poco aturdida por todo ese jaleo, un paseo me vendrá bien.
—Pues vamos.
Se pusieron a caminar en silencio. Era finales de noviembre y las luces de Navidad ya estaban puestas, aunque todavía no estaban encendidas. _____ pensó que ojalá las hubieran encendido ya. Le gustaba la alegría de la iluminación. La gente parecía más feliz con tanta luz, y ella necesitaba un poco de alegría esa noche nefasta. Pensó en Joe. Le había dicho que no llegara antes de las diez, pero iba a llegar mucho más tarde. ¿La echaría de menos? No la había llamado en todo el día. Se había limitado a responder a su mensaje, y de la forma más lacónica posible, se dijo con algo de pesar.
Antonio le cogió la mano. Ella no la apartó y continuaron caminando en silencio.
—Escucha, sé que aún estás triste por la muerte de Daniel, por eso no quiero atosigarte. Pero ¿pensarás en lo que te dije? ¿Me dejarás al menos intentar que pueda haber algo entre nosotros? No te meteré prisa, pero podríamos vernos más a menudo.
No se imaginaba a Joe hablando de esa manera. ¡Antonio era tan encantadoramente anticuado!
—Sí, me gustaría verte más a menudo. Pero no quiero darte falsas esperanzas. Para mí sigues siendo un amigo, y siempre me recuerdas a Daniel. No sé si algún día podré sentir otra cosa por ti. De momento sólo sé que estoy muy bien en tu compañía. Me gusta estar contigo.
—Eso ya es un paso.
«Estás usando a Daniel como un escudo para protegerte de Antonio; te estás volviendo calculadora y egoísta. ¿O ya lo eras y ahora te das cuenta?», se dijo, sonriendo para sus adentros, pero en el fondo satisfecha de conocer un método infalible para mantener a Antonio a raya.
Antonio parecía contento y _____ decidió hablar de cosas intrascendentes. Le preguntó por su hija, y él le habló de sus planes para pasar juntos la Navidad. Sabía que Antonio sufría por no poder estar con la niña tanto como quisiera y ése era un tema de conversación sobre el que podía hablar durante horas.
Había otro tema del que _____ deseaba hablar, aunque no lo hizo porque pensó que no estaría bien comentar con Antonio ese asunto antes de hacerlo con su hermana. Tenía que saber si, como empezaba a sospechar, Celia estaba enamorada de él. Sonrió para sus adentros al pensar que, si ése era el caso, el propio Antonio sería el último en enterarse.
El hombre siguió hablando de su hija y de sus proyectos con ella hasta que llegaron frente al portal.
Sólo entonces soltó la mano de _____, que había mantenido entre la suya durante todo el trayecto.
—Me gustaría que me invitaras a subir.
—No, estoy muy cansada. Lo único que me apetece ahora es tumbarme un rato en el sofá y ver la tele —mintió. Lo que deseaba era meter algo de ropa en su maletín y salir disparada a casa de Joe.
—De acuerdo. Te he prometido no atosigarte y estoy dispuesto a cumplir mi promesa.
—Gracias. Sí me gustaría que vinieras un día de esta semana a comer conmigo; quisiera hablarte del bufete.
—¿Del bufete?
—Sí, de mi trabajo.
¿Por qué había dicho eso? Incluso a ella misma le sonó a excusa para verlo en un lugar neutral sin que luego él pudiera pedirle que tomaran algo o fueran a su casa. Se arrepentía, pero ya era demasiado tarde para retractarse.
—De acuerdo. Te llamaré —dijo Antonio con los ojos brillantes.
Se inclinó y le dio un beso en los labios. _____ se lo devolvió, y le dejó hacer. Quería probar, necesitaba saber si sentía lo mismo que cuando Joe la besaba. No. No sintió nada y se apartó un poco decepcionada.
—Adiós.
—Adiós.
Eran las once menos cuarto cuando, vestida con una falda de cuero, leggings y zapatillas deportivas y con una bolsa de viaje colgada al hombro, llamó a la puerta de Joe.
Tardó unos minutos en abrir, hasta tal punto que la joven iba a marcharse cuando lo hizo. Tenía el pelo revuelto y unas enormes ojeras. A los lados de su boca, unas arruguitas que esa mañana no había visto.
—¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo?
Joe tiró de ella y la hizo pasar.
—Sí, desesperado porque tardabas.
—Me dijiste que no viniera antes de las diez…
—Yo digo muchas cosas, no te creas ni la mitad.
Le quitó la bolsa del hombro y la tiró al suelo sin contemplaciones. Luego bajó la cara y la abrazó. El beso, cálido al principio, se convirtió en algo salvaje. Le mordió un poco el labio y _____ pensó que le había hecho sangre. Sacó la lengua para chuparla pero él la atrapó, volviendo a juguetear con ella entre sus dientes. El conocido estremecimiento de excitación que siempre experimentaba cuando él la tocaba volvió a surgir, pero esta vez había algo más. Él era un refugio seguro, y lo necesitaba. Y al parecer él también la necesitaba a ella con urgencia.
Joe comenzó a desnudarla, acariciando cada palmo de su piel mientras lo hacía. Cayó la blusa, cayó el sujetador y sus manos se demoraron largo rato acariciando su pecho, sus pezones que se irguieron con la simple promesa del roce de los dedos de su amante. Luego metió la mano por entre la falda y buscó las braguitas. Se deshizo fácilmente de la barrera de los leggings, bajándole a la vez las bragas. Metió la mano bajo la falda y la acarició. Acarició su sexo, su trasero… _____ se notaba húmeda, caliente. Lo necesitaba, necesitaba que la penetrara. Y él lo hizo, con fuerza arremetió contra ella invadiéndola. _____ gritó, y entonces, entre la nebulosa que la invadía, se dio cuenta y lo apartó de un empujón. Él gritó enfurecido.
—¿Qué haces?
—¡No llevas preservativo!
—Pues arréglalo, rápido.

Le puso las manos en la cabeza y la empujó hacia abajo. _____ quedó arrodillada frente a él. Sabía lo que tenía que hacer y envolvió su pene con los labios. Luego se lo metió en la boca y empezó a succionar, a mover la lengua contra el glande con suaves lametones mientras le acariciaba el trasero. Se sintió poderosa, él gemía y decía su nombre, animándola, mientras ella llevaba el control. Era como una reina que tuviera a su súbdito a su merced. Ahora paro, ahora sigo con más fuerza. Estaba húmeda, su sexo latía al compás de las embestidas del pene de Joe en su boca. Por fin él se corrió. Un espeso líquido llenó su boca mientras Joe gritaba y se deslizaba poco a poco hasta el suelo, donde se quedó tirado sobre la alfombra, respirando con dificultad con los brazos extendidos.
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:42 pm

Capítulo Siete Tercera Parte
 


_____ soltó con renuencia su pene. Aún no quería que terminara, seguía necesitándolo, y empezó a lamer a Joe con fruición. Primero el pene, que comenzó a hincharse otra vez con los lametones. Su lengua, poco a poco, fue demorándose en el glande, los testículos, el estómago. Seguía necesitándolo y era maravilloso tenerlo así. Notó cómo él se estremecía y lo miró. Se estaba riendo.
—Me haces cosquillas —dijo, riendo más fuerte al ver la cara que había puesto _____.
La ayudó a deslizarse por el suelo hasta que su cara quedó a la altura de la de él y la besó.
—Tu sabor ahora es el mío —tenía los labios muy apretados contra los suyos—. Gracias, ha sido perfecto. Me has dejado hecho un guiñapo, pero aún me quedan algunas fuerzas.
Se levantó y la cogió de la mano, tirando de ella para que se levantase también.
—A mí aún me quedan todas…
Entraron a la habitación y se dejaron caer sobre la cama, riendo. Joe se quitó los pantalones y _____ la falda, que era lo único que llevaba puesto. Empezaron a besarse de nuevo, hasta que ella, cansada de tanto preliminar, se incorporó y se situó sobre él, atrapándolo entre sus piernas. Cogió el pene y comenzó a rozarlo contra su clítoris, con suaves movimientos, arriba y abajo, adelante y atrás. Los dos gemían bajito, el placer que _____ sentía estaba empezando a convertirse en una explosión. Entonces abrió el cajón de la mesilla, sacó el paquetito y lo rasgó con torpeza. Él se dejaba hacer; atrapado entre sus rodillas, movía la cabeza a ambos lados pronunciando su nombre bajito. Le puso el preservativo, quería hacerlo despacito, demorándose en las caricias, pero ninguno de los dos estaba por esperar, así que terminó enseguida y, sin más, puso el pene de Joe bajo su vagina y empujó hacia abajo con fuerza. Esta vez era ella la que mandaba. Le sujetaba los brazos, y lo vio menear la cabeza a uno y otro lado. Se movieron al unísono, jadeando y gritando hasta que el orgasmo los alcanzó al mismo tiempo. Gritaron y luego _____, agotada, se desplomó sobre el cuerpo de Joe.
La despertaron unas pataditas. Joe se movía, inquieto. Estaba dormido, pero no parecía descansar. _____ no sabía si despertarlo o esperar a ver si se calmaba. Lo abrazó y empezó a acariciarlo con ternura. Poco a poco se fue tranquilizando, su respiración se hizo regular y dejó de dar patadas. La abrazó y siguió durmiendo, ya con la respiración acompasada y el cuerpo relajado.
_____ permaneció abrazada a él, con los ojos cerrados, intentando recuperar el sueño. Pero ya estaba completamente espabilada y el sueño no llegó. Era terrible estar así en la cama, inmóvil, sin poder dormir y pensando. Las palabras de su hermana resonaban en su cabeza. La había acusado de egoísta, de querer ser siempre el centro de atención. ¿Sería cierto? ¿De verdad era como Celia la había descrito? No estaba segura de nada. Su ordenada vida se había convertido en un caos, ni siquiera pensaba en Daniel como antes. Empezaba a alejarse de él, cada vez lo veía más pequeño y tenía que hacer esfuerzos para recordar su rostro.
Ahora era el rostro de Joe el que se le aparecía a cada instante. Guapo, con arruguitas de preocupación bajo los ojos. Tenía algún problema, eso seguro. Pero ¿cuál? ¡Si supiera qué le pasaba!
Le acarició el rostro y empezó a besarlo. Besos cortos, suaves, para no despertarlo. Él, aún dormido, respondió a sus caricias. Se movía perezoso, remolón, con la pesadez y el aturdimiento del sueño. ¡Era tan dulce besarlo así! Después de la violencia de sus anteriores encuentros sexuales, era relajante este besarse y acariciarse entre brumas, sin urgencia, tan calentitos. Se tapó la cabeza y comenzó a bajar, dejando un reguero de besos por el cuerpo de Joe, que se revolvía y gemía medio dormido. Le besó el pecho, lamiéndole los pezones, intentando hacer lo mismo que él le hacía tantas veces, y siguió: el estómago, el vientre…, el pene había crecido y lo sintió crecer más en su boca… Era tan delicioso. Sacó la mano por entre las sábanas y la llevó hasta el famoso cajoncito que siempre estaba abierto. No le costó rasgar el paquete porque en esta ocasión no le temblaba la mano, y se lo puso poco a poco, demorándose en bajar la gomita. Él seguía gimiendo de gusto, con los ojos cerrados. Se tumbó sobre él y se metió el pene hasta lo más profundo. Tumbados, ella sobre él, se movieron, buscaron la postura apropiada, y gimieron al unísono. Oyó los jadeos de Joe y, cuando el orgasmo la alcanzó, oyó su voz. Le decía «gracias».
Cuando _____ abrió los ojos, la habitación estaba completamente a oscuras. Sólo refulgían en la negrura los números del reloj. Las tres y diez. Palpó la cama buscándolo, pero Joe no estaba. ¿Estaría en el baño? Esperó diez minutos y al ver que no volvía se levantó y salió al pasillo: una pequeña luz refulgía al fondo, procedente del salón, y _____ se dirigió hacia allí. Sus pies desnudos no hacían el menor ruido sobre la alfombra que cubría el suelo del pasillo. Asomó la cabeza por la puerta y lo vio.
Estaba al otro extremo, frente a su mesa de trabajo, escribiendo en el ordenador, muy concentrado. La luz del flexo, que daba directamente sobre el teclado, y el azul de la pantalla acentuaban los rasgos de su rostro, formando un claroscuro de luces y sombras. _____ lo contempló unos segundos más y se retiró. Ni siquiera se le pasó por la cabeza ir hacia él para preguntarle qué estaba haciendo. Aunque no sabía por qué, intuía que era mejor dejarlo solo.

Permaneció largo rato despierta, dando vueltas en la cama. Cuando al fin se durmió, él aún no había vuelto.
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:42 pm

Capítulo Ocho
 


¡Qué agradables son los domingos por la mañana! Se puede remolonear en la cama, y si afuera hace frío, se está aún mejor, arrebujadito entre las sábanas, sobre todo si pegado a ti hay un cuerpo caliente y lleno de vida, que despierta todos tus instintos. Y ése era el caso, se dijo _____, mirando a Joe.
Llevaban un par de horas despiertos, pero se resistían a levantarse. Era divertido jugar y reír, sin nada que hacer, disponer del tiempo para malgastarlo a placer. Y a eso se dedicaban desde las seis de la mañana.
—¿Sabes una cosa? —dijo Joe, la cabeza en la almohada, muy cerca de la de _____—. Mañana hará una semana que nos conocemos. Yo creo que hay que celebrarlo.
—¡Una semana! Sólo una semana y cuántas cosas han pasado. Hace una semana estaba yo muy nerviosa porque empezaba a trabajar, y ahora… —lo miró muy seria—. Creo que he perdido la ilusión por el trabajo del bufete, no me gusta mucho…
—¿Qué dices? No lo puedo creer, si no llevas más que unos días. En los trabajos nuevos, al principio uno está como desubicado, desanimado. Pero ya te acostumbrarás.
—Ojalá tengas razón, pero no lo creo. No veo que tenga allí ningún futuro. Ya sé que es pronto para decirlo, pero a veces esas cosas se notan enseguida… En fin, esperaré a ver qué pasa, después de todo no quiero dejar mal a… —se interrumpió. Iba a decir «Antonio», pero prefirió evitarlo— don Tomás. Él fue quien convenció a sus asociados para que me contrataran —otra mentira. Últimamente decía muchas mentiras. Demasiadas.
Al pensar en las mentiras, recordó el incidente de la noche anterior.
—Por cierto, anoche te levantaste; me desperté y no estabas en la cama.
—Sí, no podía dormir y me levanté para terminar un trabajo. Así ya lo tengo hecho y hoy podré dedicarme sólo a ti.
_____ sonrió. A la luz de la mañana, sobre todo de una mañana tan espléndida como ésa, los temores de la noche se desvanecen. Lo que en la oscuridad parece misterioso y maligno por la mañana nos hace reír; las preocupaciones pierden importancia cuando abrimos los ojos a la luz del sol.
—¿Sabes? —Joe continuaba con su conversación anterior—. Yo me alegro mucho de que trabajes en ese bufete, porque, si no trabajaras allí, no te habría conocido. Aquella mañana, cuando te vi en el bar, me dije: «Esta chica me gusta, a por ella».
—No veas el susto que me pegué cuando salió el juez y eras tú…
Ambos rieron.
—Sí, yo también me quedé pasmado.
—Por cierto, hay algo que quería preguntarte. Claro que no sé si querrás responderme. Quizá eso forme parte del misterio en que envuelves tu vida… Sin preguntas.
—¿A qué te refieres? —saltó él. Se puso pálido.
Al ver su reacción, _____ se arrepintió de sus palabras. Era una bocazas, lo había estropeado. «Con lo bien que estábamos», pensó. De todos modos, no era normal que se pusiera así, ¿por qué se alarmaba tanto por una simple pregunta?
—Bueno… Esa tarde, quiero decir, el día en que nos conocimos, cuando salí del bufete por la noche… Te vi.
—¿Me viste? Claro, y pensaste que era un ladrón.
—No, antes, en la calle. Estabas en tu coche, dormido, con la cabeza sobre el volante.
—Ah, eso… —Joe sonrió, visiblemente aliviado, y el color volvió a sus mejillas. Parecía que se había quitado un peso de encima—. Verás, estaba esperándote.
—¿Qué?
—Sí. Me enteré de cuál era tu bufete y decidí acercarme hasta allí; mi plan era esperar a que bajaras y cuando te viera pasar delante de ti con el coche como por casualidad y decirte: «Pero bueno, qué pequeño es el mundo, volvemos a encontrarnos…» Ya sé, muy infantil, sí —se sonrojó un poco y _____ lo miró extasiada. Estaba guapísimo cuando se ponía colorado—. Simplemente quería volver a verte y no se me ocurrió otra cosa. Pero tú tardabas y tardabas, y yo allí, mirando una puerta por la que no aparecías, cada vez más aburrido. Total, que me dormí. Cuando desperté me enfadé mucho conmigo mismo, porque supuse que ya habrías pasado sin que yo te viera, así que me marché. Fíjate, al final sí que nos encontramos por casualidad.
_____ río. Claro, cómo no se le había ocurrido. Era tranquilizador saber que el motivo era algo tan inocente. ¿Por qué no podían ser igual de inocentes todos los detalles de su comportamiento que le habían llamado tanto la atención? No, al menos uno no lo era: la rubia explosiva. Estuvo a punto de preguntarle otra vez qué pintaba ella en su vida, pero lo pensó mejor y decidió no hacerlo. No quería que Joe volviera a enfadarse.
—Princesa, son las ocho. Nos hemos despertado muy pronto, pero hay ocasiones en que merecen la pena estos madrugones, ¿no te parece? —le acarició el trasero y luego le dio una pequeña palmadita—. ¡Arriba! Te propongo un plan.
_____ se removió, no tenía ningunas ganas de levantarse. ¡Se estaba tan bien así!
—Nos levantamos, nos vestimos y salimos a pasear.
—¿A pasear? Son las ocho de la mañana, es domingo y hace frío. ¿Qué pintamos dando un paseo con lo bien que se está en la camita?
—¿No me digas que nunca has paseado un domingo temprano por el centro de Madrid? Las calles, siempre abarrotadas, están vacías, y da gusto. Además, hace sol y el cielo está completamente azul, sin una nube. ¿Nunca lo has hecho?
—No, nunca he salido a pasear así como así, sin ton ni son, tan temprano. Si alguna vez he salido ha sido porque tenía que ir a algún sitio, pero la verdad es que no lo recuerdo.
—¡Qué vida tan triste! —otra palmadita—. ¡Arriba!
Joe se levantó y se metió en el cuarto de baño. _____ oyó enseguida el ruido del agua de la ducha y su voz desafinada. Cantaba: «Por un beso de la flaca, yo daría lo que fuera». Sonrió. ¿Lo diría por ella?
No estaba gorda, pero flaca…
Afortunadamente había metido unos vaqueros en la bolsa y tenía sus deportivas, ideales para pasear en una gélida mañana de finales de noviembre. También tenía su gorro de lana, que había conocido mejores tiempos, pero abrigaba un montón. Y en la bolsa había metido un jersey, así que no pasaría frío.
De repente, salir a la calle con Joe le pareció lo mejor que podía hacerse en este mundo.
Pero tenía que ducharse y Joe no salía del baño. Bueno, tendría que entrar, a ver si espabilaba.
—«… aunque sólo uno fuera»… —cuando _____ corrió la mampara, él interrumpió su canción y extendió los brazos—. Ya estabas tardando…
La ducha se alargó algo más de lo planeado y, cuando salieron, eran ya las diez de la mañana.
Subieron por la calle Alfonso XII y luego bajaron por Alcalá, tomados de la mano.
—Tengo hambre. Ni siquiera me has dado de desayunar.
—Pues yo he desayunado muy bien en la ducha. Pero, como soy un caballero, voy a invitarte a tomar un opíparo desayuno.
Desayunaron en un VIP, dedicándose a despellejar a todos los que veían. Era divertido especular sobre quién sería aquel que tenía cara de volver de una loca fiesta, o aquel otro del chándal, que tenía pinta de salir a correr todas las mañanas, el pobre estaba congestionado y no parecía que le sentara muy bien el ejercicio; sin embargo aquel otro, vaya piernas, ése seguro que era un atleta profesional. Y mira aquel padre con su hijo, seguro que está divorciado. Sí, hoy le toca el niño y viene de recogerlo. Y qué me dices de esa señora…, vaya collares, no pegan por la mañana, ¿no te parece?
De pronto Joe se puso serio.
—He tenido mucha suerte al encontrarte —la miró a los ojos—. Si no fuera por ti, ahora estaría en casa reconcomiéndome, pensando en cosas desagradables. En cambio, estoy viviendo una de las mejores mañanas de mi vida.
—¿Una de las mejores?
—La mejor.
Permanecieron en silencio unos minutos, rumiando cada uno sus propios pensamientos. Al fin _____ no pudo más:
—¿Qué te ocurre? Por favor, dímelo. Quizá yo pueda ayudarte.
—No, _____. Quedamos en que no me harías ese tipo de preguntas, ¿lo recuerdas?
—Sí, pero es difícil. Quiero saber cosas de ti, y no me digas que tú no quieres saber nada de mi vida, porque no lo creeré. Estás empezando a importarme, y cuando alguien te importa, te preocupas si tiene algún problema…
—Déjalo, _____, no lo estropees. Ya te lo dije y te lo repito. Me gusta mi libertad, no quiero comprometerme con nadie. Ni siquiera tengo amigos ni mantengo relaciones sociales de ningún tipo: sólo me gusta mi trabajo y es a lo que me dedico. Soy sincero contigo para que no te llames a engaños ni me reclames más de lo que he prometido darte. Quiero que te quede muy claro: lo único que necesito en estos momentos es una mujer que me complazca sexualmente y con la que pueda pasar buenos ratos. Esa mujer ahora eres tú. No pensemos más, dejémoslo así. Tú estuviste de acuerdo, dijiste que querías algo parecido.
Sí, lo había dicho y había sido sincera. En ese momento era lo que creía, pero ahora… De todos modos, él tenía razón. ¿Qué necesidad tenía ella de asumir nuevas preocupaciones? Con las suyas le bastaba y sobraba. ¿Por qué empeñarse en cargar con las de un hombre que acababa de conocer?
Saldrían durante un tiempo y luego lo dejarían, cuando uno de los dos se cansara. El problema era que, cuanto más tiempo saliera con él, más sufriría cuando todo acabara.

Después de esa conversación se rompió el encanto de la mañana. Siguieron paseando tomados de la mano, haciendo comentarios sobre lo que veían, pero sin la bendita despreocupación anterior.
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:43 pm

Capítulo Ocho Segunda Parte
 
 


_____ pensaba que había sido culpa suya, que había cometido un grave error al sacar el tema, y deseó poder volver atrás para enmendarlo. ¿Por qué siempre hablaba sin pensar? Si no hubiera dicho nada, ahora seguirían como antes, riendo y muy a gusto el uno con el otro. Sabía que Joe tenía esos cambios de humor: podía estar muy alegre y al segundo siguiente ponerse huraño, y a pesar de todo había removido en la herida, ¿por qué no se había quedado calladita? Se dedicaba a perder el tiempo, cuando lo más inteligente era aprovechar al máximo los momentos que pasaba con él. ¿Para qué desperdiciarlos discutiendo?
Como haciéndose eco de sus pensamientos, Joe dijo:
—No discutamos. No estropeemos un día que prometía ser perfecto.
Se detuvieron. Habían llegado a la Puerta del Sol, que ya estaba llena de gente, aunque todavía no había ni la cuarta parte de la que llegaría a haber por la tarde. Los mimos se situaban en sus puestos para empezar la jornada y una japonesa cantaba ópera, a capela, la pobre; daba pena ver los esfuerzos que hacía para que se la oyese.
—Se va a estropear la garganta —dijo Joe, señalando a la chica con la cabeza.
Siguieron caminando tomados de la mano. El aire frío casi cortaba y _____ pensó que la nariz se le habría puesto roja, pues sentía como fuego en su cara, y no era precisamente por el calor.
—Estás guapísima, con ese gorro de la primera guerra mundial y la naricilla roja; creo que sólo saldremos de casa cuando haga frío, y tienes que prometerme que siempre te pondrás ese gorrito.
—Está muy viejo.
—Me encanta… Casi tanto como tú —se inclinó y le dio un beso. El frío se convirtió en calor, un calor que corría por sus venas como la lava de un volcán. Siguieron besándose, indiferentes a la gente, que pasaba junto a ellos sin fijarse.
Al fin _____ se apartó, remisa, y lo miró sonriente. Estaba visto: si hablaban, acababan discutiendo y frustrados, porque su conversación no podía dar para mucho en sus circunstancias y, en cuanto tropezaban con algún escollo, todo se derrumbaba. Sólo se entendían de una forma, los dos eran conscientes de ello.
No querían renunciar a lo único que tenían, y si para conservarlo había que dejar de lado todo lo demás, lo harían sin dudarlo.
Se tomaron de la mano y, sin decir nada, andando deprisa, casi corriendo, se dieron la vuelta. En la Puerta del Sol se detuvieron para darse otro beso y luego enfilaron Alcalá arriba en dirección a la casa de Joe.
Estaba tumbada boca abajo en la cama mientras Joe hacía caer todo su peso sobre ella. La agobiaba, no podía respirar e intentaba moverse, pero en vano, pues el peso de otro cuerpo mucho más grande que el suyo se lo impedía. Pero esa sensación de ahogo, lejos de asustarla, la excitaba. Habían llegado a la casa como dos locos, habían empezado a quitarse la ropa nada más cerrar la puerta, y entre besos y jadeos habían entrado dando tumbos en la habitación. Ella estaba húmeda y palpitante.
—¿Quieres que juguemos un poquito?
—Sí… —estaba excitada, a pesar de que se sentía atrapada y de que casi no podía respirar. Le resultaba de lo más estimulante saber que estaba a su merced, que podía hacer con ella lo que quisiera, que podía superar sus fantasías sexuales más atrevidas. Extrañamente, estar así atrapada bajo ese cuerpo le proporcionaba una extraordinaria sensación de libertad. Notaba el pene por detrás, moviéndose entre sus glúteos, duro, grande, listo para ella.
Él le puso las manos en el estómago y la movió, colocándola a gatas sobre la cama. Con la cabeza hacia abajo, podía ver cómo se bamboleaban sus pechos y las piernas de Joe detrás de las suyas, mientras su miembro presionaba contra su trasero.
Sergio la contempló así unos instantes y luego comenzó a acariciarle el clítoris con suavidad, y el roce de sus dedos la hizo jadear y subir la cabeza en busca de más aire, deseando que él satisficiera de una vez esa inquietud y esperando también que se tomara más tiempo, que siguiera estimulándola de aquella manera.
Pero sus deseos no se vieron satisfechos, porque de pronto él apartó la mano de su clítoris. _____ intentó moverse pero Joe la sujetó, manteniéndola en la misma posición. Puso sus manos en sus nalgas y comenzó a acariciarlas. Luego inició un juego erótico muy suave: se tumbó bajo ella, _____ podía verle el rostro debajo del suyo, y comenzó a besarla: la boca, los brazos, los pezones… La joven notó cómo se le erizaba el vello y volvió a jadear, aquello era insoportable, pero seguía queriendo más. Empezó a lamerle el estómago, el ombligo. La lengua sobre su vello púbico la estaba matando y deseó que bajara, pero él no lo hizo. _____ estaba al límite, si no calmaba pronto su inquietud, iba a derretirse, se desharía formando sobre la cama un charquito de líquido palpitante.
—¿Quieres que te folle?
Su lengua había llegado a ese rincón de los muslos donde la piel es suave y donde cualquier roce provoca sensaciones sin límites. _____ casi no podía hablar.
—Sí…
—¿Cómo te follo? Elige tú… —hablaba contra su piel, y su aliento, caliente, le rozaba los muslos.
Tenía los pezones muy sensibles y cuando él alzó los brazos y los pellizcó entre sus dedos los latidos que sentía en el clítoris aumentaron.
—Como sea, pero hazlo ya, vas a matarme si sigues así…
—Mi pequeña hipocritilla… Ahora no te marchas… ¿Quieres marcharte y dejarme plantado como el otro día? —mientras decía esto, tomó sus pechos entre sus manos y comenzó a masajearlos y apretarlos con dureza.
_____ no creía que pudiera excitarse más, pero cada movimiento de Joe era una nueva provocación que aumentaba su urgencia. Entonces él se apartó de su cómoda posición bajo ella y se levantó. Fueron dos segundos, pero _____ nunca había echado tanto de menos a nadie en su vida. Cuando volvió, notó un líquido entre sus glúteos, las manos de Joe extendían algo viscoso sobre ella… De pronto, la invadió sin previo aviso y gritó. Sintió dolor, pero estaba tan húmeda y excitada que el dolor se mezcló con el placer de la excitación, provocando nuevas sensaciones. Joe comenzó a empujar con fuerza y ella siguió gritando, mientras recordaba que una vez había visto una imagen del Kama Sutra que representaba a una pareja en esa postura. Lo mejor era que no sentía vergüenza. Todo lo contrario.
Entonces Joe, sin dejar de embestirla, le frotó el clítoris, primero despacio, luego más deprisa. El placer era intenso, y se sintió como en una montaña rusa, subir a lo más alto y luego bajar de un golpe, en un torbellino de sensaciones. Se desplomaron los dos sobre la cama, gritando en la vorágine del orgasmo.
Cuando abrió los ojos vio el rostro de Joe sobre el suyo. ¿Cuánto tiempo llevaba así, mirándola?
—Me he dormido.
—Sí, llevas una hora como catatónica.
—¿Tú también has dormido?
—No, yo llevo una hora como catatónico, mirándote.
La acarició con ternura.
—¿Cómo te sientes?
—De maravilla… —lo besó—. Aunque un poco flojucha. Me has dejado sin fuerzas.
—Me alegro, ése era mi propósito. ¿Sabes lo que necesitas? ¡Calorías! Voy a preparar algo de comer —se levantó de un salto. Estaba desnudo y _____ lo contempló: parecía un dios clásico, su vientre plano y duro y su miembro, largo y duro de nuevo, se movía cuando él se movía. En un impulso, _____ se incorporó y alzó las manos para tocarlo.
—Basta por hoy, señorita. Hay que comer. Creo que estoy creando un monstruo —concluyó con una risita—. Y me encanta. Pero, si seguimos juntos, tendremos que organizarnos. Porque así, con este descontrol, no podemos estar.
Si seguimos juntos… ¿Quería eso decir que contemplaba la posibilidad de que siguieran? ¡Sexo, nada más! La verdad, el plan no estaba tan mal, después de todo. Nunca había hecho las cosas que hacía con Joe, nunca había sentido esa excitación… ¿Sería una pervertida? Sonrió al pensar en esa posibilidad.
Lo cierto era que jamás había imaginado que algo así pudiera sucederle a ella. Pero estaba pasando. Estaba enganchada a un hombre con el que sólo podía relacionarse mediante el sexo, y le parecía bien.
«Si Daniel volviera y pudiera verme por un agujerito»… Meneó la cabeza. La sola posibilidad la horrorizaba. Pero bueno, ¿es que era tonta? No había ninguna probabilidad de que eso sucediera.
Aun así miró a su alrededor asustada, como esperando ver el fantasma de Daniel a través de la ventana.
Se levantó y prepararon juntos la comida. Nada original: espaguetis, porque ninguno era un experto cocinero. Pero unos espaguetis muy ilustrados. Sacaron todo lo que encontraron en la nevera que juzgaron que podría servir: beicon, cebolla, queso… y lo saltearon en la sartén. Luego echaron tomate por encima y lo mezclaron con los espaguetis. Fue divertido preparar la comida mientras tomaban vino y charlaban de tonterías, besándose a cada momento y por cualquier motivo: que ya hervía el agua, un beso; que la cebolla se estaba poniendo negra en la sartén, otro besito más. ¿Que el tomate saltaba poniendo toda la cocina roja? Eso merecía un abrazo. Joe puso música, un CD de música clásica que _____ no reconoció y cuyo título prefirió no preguntar para no quedar mal. «Qué difícil es dejar atrás todos los complejos», pensó, pero el miedo a quedar como una tonta la paralizaba. Era una antigua rémora que arrastraba de sus tiempos con Daniel y que era incapaz de vencer. Volvió a mirar a su alrededor, mosqueada. No, Daniel no andaba por allí tapado con una sábana. Rio, se había tomado tres vinos mientras preparaban la comida y se le debían de haber subido a la cabeza.
Comieron en silencio y _____ pensó que parecían una pareja estable, un viejo matrimonio que come tranquilamente sin hablar, porque no necesita decirse nada después de tantos años. Estuvo a punto de decirle que quitara la música y pusiera la tele, que lo tradicional es comer viendo el telediario. Sonrió.
Si le dijera algo así, Joe se moriría del susto.
Estaban metiendo los cacharros en el lavavajillas cuando de repente se acordó.
—Oh, no. Tengo que llamar a mi hermana. He quedado con ella esta tarde en mi casa.
—No… Yo había pensado que esta tarde la pasáramos aquí, tranquilitos. Venga, no te vayas. Si lo prefieres salimos, podemos ir al cine… Llama a tu hermana y dile que no puedes quedar con ella.
—Pero es que ya he quedado, y últimamente no estamos en muy buenas relaciones. Tenemos que hablar.
—Pero podéis aplazar vuestra conversación. ¿O es asunto de vida o muerte que la tengáis esta tarde? ¿No puede ser otro día?
—Claro que sí. Pero tampoco es asunto de vida o muerte que nos quedemos en tu casa o que vayamos al cine. La cuestión es que quedé con ella, tengo un compromiso.
—También lo tienes conmigo. Hoy no tengo nada que hacer…
—Claro, y como el señor no tiene nada que hacer necesita a su esclava para que le haga compañía.
—No es precisamente compañía lo que necesito que me hagas —la miró con los ojos brillantes. ____ cerró el lavavajillas de un golpe.
—Ten cuidado, que lo vas a romper —sonrió—. No seas así, tú también prefieres quedarte conmigo. Llámala.
—Sí, la llamaré. Para quedar con ella.
—Pero ya no podremos vernos hasta el viernes que viene.
—Podemos hacer un huequecito entre semana…
—No —la interrumpió—. Esta semana estoy muy liado, tendré que quedarme en el juzgado hasta tarde todos los días… Aunque… sería maravilloso volver a casa por la noche y tenerte aquí. ¿Por qué no te quedas?
—¿Qué?
—Sí, como vas a quedar con tu hermana en tu casa, aprovecha para traerte más ropa, porque ayer trajiste muy pocas cosas —señaló con la cabeza la bolsa de deportes, que aún estaba tirada en el suelo junto a la puerta.
—Pero… ¿y el coche?
—Yo te llevaría.
—No. Ya sabes lo que opino de eso, es absurdo.
—Pues tráete el coche también. Llamaré al garaje donde lo dejo yo. Me conocen desde hace muchos años. Sé que hay plazas libres, no habrá ningún problema en que te alquilen una.
—Tienes soluciones para todo, ¿verdad?
Desde luego, era tentador. Pasar todas las noches con él.
—Y pasaríamos todas las noches juntos.
¿Le había leído el pensamiento? Para chincharlo, dijo:
—Sí, ideal. Como no tenemos nada que decirnos, qué importan los días. Sólo las noches: follar y dormir es lo único que nos interesa hacer juntos.
—¿Y qué tiene de malo?
—De malo, no sé… Pero de bueno tiene mucho —dijo lo que sentía, sin calibrar sus palabras. Joe soltó una carcajada y, para que él no creyera que estaba entusiasmada con la idea, añadió—: Tendría que pensarlo.
—No lo pienses, quédate. Mira, si luego ves que la cosa va mal, que te sientes incómoda… siempre puedes marcharte a tu casa. Vives a media hora de aquí, no te estás trasladando a China, después de todo. No es para tanto.
—De acuerdo, voy a quedar con mi hermana.
Sacó el iPhone del bolso.
—Vaya, tengo un mensaje… —su dedo se movía sobre el diminuto teclado del aparato—. Mira, es de Celia: «Lo siento, no puedo ir esta tarde a tu casa. Llámame por la noche» —leyó. Luego lo miró sonriente—. Ya no hace falta que vaya a mi casa. Podemos pasar la tarde aquí.
—¡Bien! ¿Lo ves? Tu hermana es más sensata que tú; de todos modos tienes que ir a tu casa por más ropa —de pronto se le iluminó la cara—. ¿Quieres que te acompañe? Podemos ir dando un paseo y luego volvemos en tu coche.
No le hacía mucha gracia que él fuera a su casa. Pero no podía negarse, a Joe le parecería raro. Y además, ¿por qué no?
—Muy bien. Venga, nos vestimos y nos vamos para allá. Eso de ir dando un paseo me apetece mucho. Tengo ganas de estirar las piernas.



 
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 02 Feb 2014, 9:45 pm


Me imagino que a estas alturas ustedes también han de estar igual que yo ¿Cual es el secreto de Joe? 
Espero y les haya gustado el maratón.


P.D, YA SOMOS TÍAS!!!!!!!
Monse_Jonas
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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 5 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

Mensaje por aranzhitha Lun 03 Feb 2014, 9:21 am

Cual es el secreto de Joe?!
Me encanta es todo tierno y lindo!
Síguela!
aranzhitha
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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 5 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

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