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Mensaje por Monse_Jonas Dom 26 Ene 2014, 2:30 pm


Capitulo Dos segunda parte




Después de comer, volvieron al trabajo. Durante la tarde _____ se olvidó de Joe y de todo lo que no tuviera que ver con los asuntos que le habían encomendado. Empezó a estudiar uno: el caso de un hombre que había denunciado a su cuñado porque le había mordido una oreja. Su cliente era el que había dado el mordisco, y la joven sonrió. Ya se veía defendiendo a Hannibal Lecter, con Joe Mendizábal de implacable juez.
A las seis, Rosa se despidió de ella y se marchó a su casa, pero el resto ni se movió de sus puestos. A _____ no le extrañó, pues sabía que en muchas empresas no estaba muy bien visto que los empleados cumplieran estrictamente su horario y que los jefes esperaban que se quedaran a trabajar hasta tarde, lo que acababa convirtiéndose en una práctica habitual. Deseaba marcharse, pero le daba apuro salir antes que los demás, así que aguantó hasta las ocho, cuando algunos empezaron a despedirse, circunstancia que ella aprovechó para marcharse también.
Hacía frío y _____ se quedó unos segundos en la puerta del edificio de oficinas, haciendo acopio de fuerzas para salir y recorrer los aproximadamente diez minutos que la separaban de su coche. Miró arriba y abajo de la desierta calle y salió con un poco de aprensión y bastante incomodidad. Esos tacones la estaban matando. Además, algo muy molesto se le había metido en el zapato. Se detuvo y se apoyó en una farola para agacharse y quitarse la chinita, o lo que fuera que tenía dentro del zapato. Entonces, al bajar
la cabeza, lo vio. La luz de la farola daba de lleno sobre un coche que estaba aparcado justo frente a ella, un coche en el que jamás se habría fijado de no ser por la casualidad que la había hecho detenerse junto a él. En el vehículo, un BMW azul, había un hombre dormido sobre el volante, y ese hombre era Joe Mendizábal… ¡El juez estaba durmiendo en un coche!
_____ se olvidó de la piedrecita de su zapato, se incorporó y marchó a toda prisa, casi corriendo, hacia su coche.
Pero qué hacía ese hombre allí, y dormido en mitad de la calle, por la noche… Vio su viejo Clio a lo lejos y sacó las llaves. Al aproximarse, accionó el mando a distancia, pero no se encendió ninguna luz; era como si aquel trasto no funcionase. Nada. Se aproximó y abrió con la llave. Se sentó y arrancó… En realidad no arrancó, ningún ruido, nada… ¡Oh, no! ¿Por qué tenían que pasarle esas cosas? Se había quedado sin batería.
Angustiada, salió del coche y miró a su alrededor. Allí no había ni un alma, sólo edificios de oficinas y algunos vehículos aparcados en la desierta calle, pero ni un ser humano, nada. ¿Qué hacer? Lo más sensato era volver al despacho. Aún quedaba gente y alguien podría ayudarla. Temblando, metió la llave en la cerradura de la portezuela para cerrar el coche, pero, antes de acabar de hacerlo, un resplandor le hizo levantar la cabeza. La cegaron las luces de un vehículo que se dirigía hacia donde ella estaba. Y el chirriar de unas ruedas en la calzada le avisó de que el vehículo se había detenido. Estaba aterrada, no veía el coche porque el resplandor de los faros le daba de lleno en los ojos, pero sí vio que alguien se bajaba y se dirigía hacia ella. _____ se aferró a la correa de su maletín. ¿Iban a atracarla? No se rendiría sin luchar. Los papeles y el portátil que llevaba en la cartera pesaban lo suyo, lo suficiente como para dejar fuera de combate al delincuente que se acercaba… Cerró el coche y se volvió, dispuesta a marcharse en sentido opuesto al que llevaba el hombre y sin soltar la correa de su maletín: se daría la vuelta deprisa y, con fuerza, le lanzaría un golpe a la cara…
—¡_____! ¡_____!
Esa voz… Se detuvo. No se atrevía a moverse; sentía que el delincuente estaba detrás de ella. Por fin se volvió. Antes de verle la cara ya sabía quién era el maldito atracador.
—Pero… ¿qué haces tú aquí? ¿Se puede saber qué está pasando? ¿Estás loco? ¡Me has dado un susto de muerte!
_____ hablaba y movía las manos haciendo gestos desesperados a toda velocidad. Todo el miedo y la tensión contenidos se desbordaron en un segundo.
—¿Quieres matarme? ¡Vaya día que llevo! ¿Y qué haces tú aquí? ¿No queda esto un poco lejos de tus juzgados?
Muy dentro de ella una vocecita intentó avisarle de que ésas no eran formas de hablarle a un juez.
Pero la ignoró; estaba demasiado cansada, demasiado alterada para andarse con contemplaciones.
—Tenía que hacer unas gestiones por esta zona, en los juzgados de Alcobendas. Acabo de salir de allí y me dirigía a casa cuando te he visto peleando con tu coche, me ha parecido que estabas en apuros. _____… ¿qué pasa?
—¿Unas gestiones? ¿Y acabas de salir de allí? ¿Ahora?
—Hace unos diez minutos, tenía que…
—Hace diez minutos… Pero… ¡Oh, qué más da! ¡Vaya susto que me has dado!
No pudo seguir hablando, se lo impidieron unos fuertes hipidos que asustaron a Joe porque pensó que acabarían convirtiéndose en sollozos, de modo que la envolvió entre sus brazos para reconfortarla y que se tranquilizase. _____ apoyó la cabeza en su pecho y se relajó. ¡Qué bien se estaba! Se planteó la posibilidad de echar unas lagrimitas para conmoverlo, pero al final decidió que era mejor no llorar; no quería parecer una histérica. Simplemente cerró los ojos durante unos segundos hasta que consideró que se estaba recuperando. De mala gana, se apartó de él.
—Perdona, lo siento —sacó un clínex de su bolso y se lo pasó por el rostro. Luego se sonó ruidosamente—. Es que me has dado un susto de muerte.
—Ya lo sé, y no sabes cuánto lo siento. No podía imaginar que me tomarías por un atracador.
A Joe la imagen de _____, despeinada, con la cara congestionada y los labios temblorosos, le resultó muy cómica. Pero se cuidó mucho de reírse. Después de todo, casi le había dado un infarto a la pobre, y por culpa suya.
Sintió una inmensa ternura al mirarla.
—A este moño no le queda ni un telediario —dijo, rozando con sus dedos unos mechones de pelo que se habían soltado.
—Sí, debo de estar hecha un asco.
—Vamos al coche —le rodeó los hombros de forma protectora.
—Mi coche se ha quedado sin batería y… —Joe la atrajo hacia su cuerpo y le dio un pequeño apretón solidario para reconfortarla; cualquier cosa con tal de que no llorase, se dijo.
—Vale, vale, no te preocupes, quedarse sin batería no es tan grave, es uno de los pocos problemas de esta vida que tienen remedio fácil. No pasa nada. Ven, te llevaré a casa. Se dejó llevar, dócil. En el coche se recostó en el asiento y cerró los ojos; parecía muy relajada y Joe no se atrevió a hablar durante el trayecto para no molestarla. Daba la impresión de que la pobre necesitaba descansar un año entero. Pero, al entrar en Madrid, no le quedó más remedio que llamarla.
—_____… —dijo casi en un susurro—. Perdona, no quisiera molestarte… pero no sé dónde vives…
La joven alzó la cabeza y parpadeó como si volviera de un sueño muy pesado. En realidad no había dormido, pero había fingido hacerlo porque quería pensar. ¿Había sido sólo una casualidad que se encontraran? ¿Y qué hacía él por allí? Le había encantado encontrárselo, pero tenía que reconocer que las circunstancias eran muy extrañas.
—_____ —insistió—. Tengo que llevarte a casa, pero no sé dónde vives.
—Sí, claro, perdona. Estoy un poco aturdida. La verdad es que nunca había tenido un día tan loco.
—Te invito a cenar —soltó él sin previo aviso.
Lo miró como si le hubiera propuesto atracar el Banco de España.
—¿Qué?
—Que te invito a cenar… Claro… —dijo bajito, y por primera vez desde esa mañana _____ detectó un leve tono de duda en su voz—, siempre que puedas. No sé si hay alguien esperándote en casa, marido o novio…
El brillo de sus ojos, el mismo que había creído ver esa mañana, reapareció. Pero en esta ocasión había duda y ¿miedo? _____ parpadeó, sintiéndose muy importante. ¿Y si le decía que tenía novio? No, eso era una tontería. Era mucho mejor que supiera que estaba libre.
—No, vivo sola.
Oyó un leve suspirito y lo miró. Parecía… ¿aliviado? Sí, eso. Sus ojos ahora brillaban felices. _____ sonrió para sus adentros. ¿Por qué pensaba que podía leer en sus ojos? Eso era absurdo, y sin embargo…
Sí, sus ojos parecían felices.
—Pero no sé si me apetece salir a cenar ahora… Lo único que quiero es llegar a casa y descansar, olvidarme de este día terrible…
—Vamos, te sentará bien. Una buena cena y un buen vino en un lugar tranquilo y agradable, créeme, es muy relajante… Además, tenemos que decidir qué haremos mañana.
—¿Mañana?
—Claro. ¿Cómo vas a ir mañana al trabajo? Y hay que avisar a algún taller para que vayan a recoger tu coche. Yo conozco uno…
—Todo eso es cosa mía. Ya me las arreglaré, no te preocupes.
¿Quién se creía que era? Aparecía de repente y se ponía a organizar su vida tan tranquilo, como si tuviera todo el derecho del mundo a hacerlo.
—Pero sí me preocupo. Venga, ¿qué te parece? ¿Hace una cena?
Le apetecía mucho cenar en un buen restaurante, ponerle un colofón agradable al aciago día; el problema era que apenas conocía a Joe, y su imagen, dormido en un coche en plena calle, no se le iba de la cabeza. Pero cuando pensó que la alternativa era permanecer sola en su enorme apartamento, comiendo un sándwich frente al televisor, se sintió deprimida. Cenar en compañía sería más divertido. Una vez pasado el susto del supuesto atraco lo sucedido le parecía muy gracioso, y se dijo que podrían reírse un rato comentándolo.
—De acuerdo.
Y sus viejas amigas las mariposillas burlonas bailaron en su estómago mientras lo decía.
El restaurante era acogedor. Con luces tenues y una velita en el centro de la mesa. Estaba situado frente al parque del Retiro, en una zona que le encantaba; además, ella vivía cerca de allí, así que estaba en su territorio.
Antes de sentarse fue al lavabo. Debía retocarse la cara y ese moño díscolo. El rímel se le había corrido un poco a causa del llanto. Se limpió los ojos con una toallita húmeda. Luego se retocó el pelo y se dio un poco de color en los labios. Bien, ya estaba lista para devorar una opípara cena.

Lo contempló mientras volvía a la mesa. Desde luego, era muy guapo, el tipo de hombre que a ella le gustaba, y sería magnífico salir con alguien… ¿Salir? ¿Quién había dicho nada de salir? Él sólo la había invitado a cenar, aunque sí parecía que ella le gustaba. Esperaba no hacer ninguna tontería, porque había perdido la costumbre de ligar; en realidad nunca había ligado… Bueno, ya iba siendo hora de que supliese algunas carencias de su vida, y ésa era una de ellas. «Comer y ligar, todo es empezar», se dijo riéndose de su mal chiste, e intentó imprimir a sus caderas un movimiento discretamente sexi y sofisticado al andar.
Monse_Jonas
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Mensaje por Monse_Jonas Dom 26 Ene 2014, 2:32 pm

Capitulo Dos tercera parte






Joe estaba estudiando la carta con mucha atención cuando ella se sentó a su lado. Tanto movimiento de caderas y no le había hecho ni caso.
—Me he tomado la libertad de pedir el vino. Pero si quieres otra cosa, dímelo. He pedido un rioja que me han recomendado, uno de reserva. ¿Nos atrevemos con él? Luego, según lo que pidamos, ya veremos qué bebemos.
¿Cómo que luego ya veremos? ¿Acaso pensaba emborracharla? _____ se prometió no beber más de una copita. Bueno, como máximo dos, quizá tres, pero ni una más.
El camarero llegó con la botella de vino y sirvió un poco en la copa a Joe. Éste lo probó y asintió con la cabeza, de manera que el hombre llenó las copas de los dos y, tras dejar la botella en la mesa, se marchó, no sin antes regalarles con el espectáculo de una elegante reverencia.
—Nunca he entendido eso de que le den a probar el vino al hombre. ¿Y la mujer? ¿Acaso nosotras no tenemos derecho a probar lo que vamos a beber?
—Bueno, bueno, es una costumbre y, de verdad, te juro que yo no la he implantado. Venga, pruébalo.
Estaba delicioso. Durante unos minutos se dedicaron a beber y a picar de los diferentes aperitivos que les habían servido mientras cada uno estudiaba atentamente su carta.
—¿Ya sabes qué vas a tomar? —Joe sonreía. «¡Qué guapo es! —volvió a pensar _____—, con esos ojos tan negros y expresivos que brillan pícaros y divertidos cuando sonríe». Suspiró.
No sabía por qué plato decidirse, así que leyó lo primero que vio en la carta.
—Este salteado de rape y gambas al mojo picón tiene buena pinta. Creo que lo probaré.
No sabía si el vino que él había pedido era el apropiado para ese plato. Pero bueno, ¿qué más le daba? Ella no entendía de protocolos, y si Joe era tan esnob que pedía la comida para que estuviese en consonancia con el vino, entonces le diría…
¿Por qué se enfadaba de esa forma? Él no había dicho nada, todo eran figuraciones suyas. Sólo había una cosa que la molestaba… ¿Por qué se había quedado dormido en el coche? Tenía que preguntárselo, pero aún no. Le daría una oportunidad para que se explicase voluntariamente.
—¿Sólo vas a tomar un plato? —le agradeció que interrumpiera sus pensamientos, que de nuevo comenzaban a desbocarse.
«Céntrate —se dijo—. Y disfruta de la cena».
—Sí, no estoy acostumbrada a cenar mucho, ¿y tú?
—Yo, como decía mi madre, tengo muy buen saque. Pero hoy también pediré sólo un plato —llamó al camarero—. La señorita tomará un salteado de rape y gambas al mojo picón y yo un steak tartar al Jack Daniels.
Cuando se quedaron solos _____ se llevó la copa a los labios. ¡Vaya! No le quedaba vino; antes de que hubiera acabado de posar nuevamente la copa sobre la mesa, ya se la estaba llenando Joe. La luz de las velas, la relajación después de un día tan duro, el sopor del vino… Todo contribuía a aumentar su bienestar. Estaba a gusto y, sin darse apenas cuenta, volvió a llevarse la copa a los labios.
—Estás muy callada. Y yo estoy deseando saber cómo te ha ido hoy el día. He asistido al principio y al final de tu jornada, que no ha sido muy brillante, me refiero a lo de tu coche. Pero no hay mal que por bien no venga, y aquí estamos. Puede que te enfades por lo que te voy a decir, pero yo estoy en la gloria… —hizo un gesto alzando las manos, como protegiéndose de un inminente ataque—. Me alegro de que se te rompiera el coche.
La miró con recelo, como esperando que saltara sobre él y se pusiera a arañarlo. Pero no, _____ permaneció quieta, sin saber qué decir, porque también ella, en el fondo, pero muy en el fondo, se alegraba.
Se limitó a sonreír y a llevarse la copa de vino a los labios.
Tranquilizado por su reacción, Joe le devolvió la sonrisa.
—Brindemos por las baterías agotadas y los talleres mecánicos —parecía muy animado y feliz cuando alzó su copa, y la joven rio con ganas. Alzó también la suya, contagiada de su buen humor. Cuando ambas copas chocaron, tuvo la sensación de que se iban a romper, como debería romperse su incipiente relación. Pero nada de eso pasó. Las copas resistieron el contacto y ellos bebieron mirándose a los ojos.
A medida que el líquido bajaba por su garganta, _____ se sintió invadida por una tibia languidez. Los nervios acumulados a causa de la tensión del día se habían evaporado del todo, y ahora sólo sentía una inquietante excitación. Tenía ganas de tocarle las manos, que él apoyaba sobre la mesa, y de rozarle los labios con las yemas de los dedos. Era maravilloso disfrutar así, dejarse llevar. ¿Cuándo se había dejado llevar de esa forma por última vez? No lo recordaba, quizá nunca.
Dejó su copa vacía sobre la mesa y se dispuso a pasar una agradable velada.
Agradable no era exactamente la palabra adecuada. Excitante, divertida… Rieron y hablaron de muchas cosas, como si se conocieran de toda la vida. Joe era un hombre encantador, culto, educado, ingenioso… Sus historias la habían hecho reír y también ponerse triste en algún momento. Le habló de algunos juicios que estaban a la orden del día y que a ella le interesaban por sus implicaciones jurídicas o simplemente por puro «cotilleo», como le dijo riendo, sin importarle que él la mirara extrañado. Le habló también de casos que se habían hecho famosos por el morbo y el escándalo que los acompañaban. Joe era inteligente; en todo era capaz de descubrir algún detalle, algún punto que a los demás se les escapaba. De pronto, _____ se encontró escuchándolo con avidez, bebiendo sus palabras.
Y de temas políticos y de actualidad pasaron a asuntos más personales. Ella era remisa a hablar de sí misma y Joe lo notó. Por eso decidió allanar el camino sincerándose él primero. El resumen que le hizo de su vida a _____ le pareció el guión de una película. Bien mirado, no tenía nada de extraño y era una vida como la de tanta gente. Pero la forma en que Joe contaba las cosas, las anécdotas, a veces divertidas, a veces serias, hacía aumentar su interés por él.
Su madre se había quedado embarazada a los dieciocho años y nunca conoció a su padre. A pesar de esa circunstancia, que en principio podía contener muy malos augurios, tuvo una infancia feliz. Su familia tenía dinero, empresas que reportaban buenos beneficios, y su madre y él habían vivido con sus abuelos, en una enorme y preciosa casa, muy protegidos, hasta que su madre se enamoró de nuevo y se casó. Él tenía diez años entonces y su padrastro resultó ser un buen hombre, cariñoso con él y muy enamorado de su esposa. Al principio todo había ido bien, pero su madre era una mujer volátil, inquieta, loca por las fiestas, y el matrimonio no la aplacó, como había pensado su abuelo que sucedería. Así que él acabó viviendo otra vez con su abuelo, porque la vida que su madre y su padrastro llevaban no era la más adecuada para un niño. De todos modos era feliz con su abuelo y no le supuso ningún trauma. Su madre era guapa, él era un niño y la quería. Eran felices.
—Luego las cosas se torcieron —hablaba con tristeza al recordar esa parte de su vida—, y mi madre y mi padrastro acabaron separándose. Andrés es mexicano y volvió a su país después del divorcio. Mi madre se quedó. Continuó con su vida de locura y fiestas. Si pasaba una semana sin que saliera en una revista del corazón, se mosqueaba —sonrió—. Así era, pero yo la quería. Murió un año después de su divorcio en un accidente de tráfico, cuando yo tenía quince años.
—¡Cómo lo siento! —y lo sentía de verdad. No sabía si se le da el pésame a alguien cuando ya hace tanto tiempo de la muerte del ser amado, y se quedó callada.
—No pasa nada, fue hace mucho tiempo.
—Yo también perdí a mi madre cuando era muy pequeña, y sé que es terrible.
—Lo siento. Debías de ser una niña encantadora, seguro que eras muy traviesa, ¿a que sí? Pero no hablemos más de cosas tristes —se recostó en su asiento. Ya habían terminado de cenar y estaban tomando los postres —¿Quieres un café? ¿Una copa?
—No, con el día que he tenido, sólo me falta echarle cafeína al cuerpo por la noche, y mucho menos más alcohol. Creo que, gracias al vino, voy a dormir bien, no quiero estropearlo.
—No te creas que no me he dado cuenta —otra vez esa sonrisa entre irónica y feliz—. Me has animado a hablar como hacía tiempo que no hablaba, prácticamente te he contado mi vida y tú no has dicho una palabra sobre ti.
—No creo que me hayas contado tu vida, seguro que guardas algunos secretitos —como, por ejemplo, por qué estaba durmiendo en un coche en mitad de la calle—. De todos modos, tu vida es mucho más interesante que la mía… Tengo dos hermanas, mi madre murió cuando éramos muy pequeñas y mi padre hace cuatro años. No hay mucho más que contar. Estudié derecho y aquí estoy, nada de particular, nada que pueda interesar a nadie…
—A mí me interesa —la interrumpió él—. Cuéntame más cosas, háblame de tus hermanas.
—Mis hermanas viven juntas. Celia es la mayor y Luisa la pequeña.
—Así que tú eres la mediana…
—Exacto, Sherlock, muy agudo.
—Tengo grandes dotes de observación —sonrió—. Venga, sigue contándome.
—Ahora no, por favor. Estoy muy cansada y sólo quiero ir a casa y dormir. Otro día, ¿vale?
—De acuerdo, te llevaré a tu casa.
Salieron a la noche. Había templado y la temperatura era agradable. Eran casi las doce, pero aún había gente por la calle, y _____ se dio cuenta de repente de que necesitaba hacer algo de ejercicio. Su casa no quedaba lejos.
—No hace falta que me acerques en el coche, me apetece pasear.
—¿Qué? Es tardísimo y decías que estabas cansada.
¿Había dicho él eso? ¿Tardísimo? Si incluso había pensado invitarla a su casa a tomar una copa.
«¿Quieres tomar una copa en mi casa? —pensaba decirle—. Aún es pronto».
—¡Es tardísimo! —_____ repitió sus palabras en son de burla—. Pero si no son ni las doce.
¿Había dicho ella eso? ¿Ella, que a las once estaba todos los días en la cama?
—En realidad…
—Yo creo que…
Hablaron los dos a la vez. Así que también callaron al unísono. Luego se echaron a reír.
Al fin Joe se puso serio y dijo:
—La verdad es que pensaba invitarte a tomar una copa en mi casa. Vivo aquí.
¿Vivía allí? ¿En el portal que había al lado del restaurante? Por eso la había llevado a aquel lugar, no porque fuera romántico, tranquilo y tuvieran un vino excelente, sino porque estaba al lado de su casa y tenía planeado invitarla a subir. Rosa le había dicho que era un mujeriego, pero eso era lo más rastrero…
¿Cómo había podido fiarse de un hombre que dormía en el coche? Si se lo hubiera dicho desde el principio, vaya… Tenía la impresión de que la había manipulado, y eso no le gustaba nada.
—No, es tardíiiisimo. Y no hace falta que me lleves, iré paseando.
—No voy a dejarte sola. Si no quieres que te lleve en el coche, te acompañaré. Además, aún no sé tu dirección, y mañana tengo que pasar a buscarte para llevarte al trabajo.
—No es necesario, Joe, ya te he dicho que puedo arreglármelas. Me parece absurdo que tengas que ir hasta allí y luego volver otra vez, me siento mal, como si estuviera aprovechándome de ti.
—Está muy cerca, no tardaré nada.
—Sí, está cerca. Pero hay mucho tráfico por las mañanas…
—Tonterías, yo soy el juez, yo mando. Mientras no tengas coche pienso llevarte a trabajar todas las mañanas, señorita. Y no se hable más.
_____ cedió al fin y le dio su dirección; luego intercambiaron los números de teléfono por si alguno debía avisar al otro de cualquier contratiempo. Al coger su móvil para apuntar el número de Joe, se dio cuenta de que lo había desconectado por la mañana y se le había olvidado conectarlo de nuevo. Tenía
un montón de llamadas perdidas. Bien, ya miraría luego, o al día siguiente… Volvió a desconectarlo.
—Vamos —Joe la cogió del brazo.
—¿Adónde?
—A tu casa paseando; si eso es lo que quieres, por mí no hay inconveniente.
Entonces se detuvo. Aún la tenía cogida del brazo. Su mano subió por el hombro para rodearle el cuello y acariciarla suavemente. Bajó la cabeza y sus labios se posaron sobre los de ella, con mucha suavidad. _____ gimió y eso debió de animarlo, porque presionó más sobre su boca.
Tenía frío y, de pronto, estaba asada de calor, un calor que se extendía por todo su cuerpo. Se estremeció y le dejó hacer. Joe la empujó con suavidad hasta que su espalda quedó apoyada contra la puerta de cristal de una casa. Un portal. Allí vivía él. Siguieron besándose, él le metió la lengua en la boca y empezó a explorar todos sus rincones, y cuando _____ apartó la cara, siguió acariciándosela con los labios, con besos suaves y dulces. La joven sintió que se le doblaban las piernas, porque el contacto de los labios de Joe sobre su cuello, sobre su boca, sobre sus ojos era como una droga que la estaba dejando sin fuerzas.
—Sube a mi casa… —dijo él muy bajito. Su aliento le rozó las orejas y _____ se estremeció. Si permanecía un minuto más así, subiría… Pero sólo lo conocía desde hacía unas horas y ya sabía que era un hombre manipulador y mentiroso. Si no la hubiera llevado a un restaurante que estaba justo debajo de su casa… Pero eso era premeditación. Y alevosía también. Seguro que el Código Penal tenía algo que decir sobre ese comportamiento.
Abrió los ojos que había mantenido cerrados y vio que se aproximaba un taxi, con su lucecita verde refulgiendo en la oscuridad. Se soltó dándole un empujón y corrió hacia la calle con el brazo alzado. El taxi paró junto a ella y _____ se subió.
Lo miró mientras el taxi se alejaba. Era un puntito negro en la calle desierta.



 
Monse_Jonas
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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 2 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

Mensaje por Monse_Jonas Dom 26 Ene 2014, 2:32 pm

Espero les guste el mini maratón
Monse_Jonas
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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 2 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

Mensaje por @ntonella Dom 26 Ene 2014, 7:05 pm

Gracias por el maraton..
continuaaaaaaaaaaaaaa
@ntonella
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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 2 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

Mensaje por aranzhitha Dom 26 Ene 2014, 7:49 pm

Jaja te cacharon en la movida Joe!
Síguela!
aranzhitha
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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN - Página 2 Empty Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN

Mensaje por chelis Dom 26 Ene 2014, 8:20 pm

Bueno.... Bueno..... Joe si que no desaprovecha!!!!
chelis
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Mensaje por aranzhitha Lun 27 Ene 2014, 5:53 pm

Síguela!!
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Mensaje por @ntonella Lun 27 Ene 2014, 5:57 pm

continuaaaaaaa
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Mensaje por chelis Lun 27 Ene 2014, 7:20 pm

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Mensaje por GinaE Mar 28 Ene 2014, 1:03 am

Oh Joe es un mujeriego para variar xdd y planeo todo que oportunista!

No se las demas pero me encanta debes seguirla♡
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Mensaje por aranzhitha Mar 28 Ene 2014, 5:48 am

Síguela!
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Mensaje por @ntonella Mar 28 Ene 2014, 11:01 am

:wut:
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Mensaje por Monse_Jonas Mar 28 Ene 2014, 1:06 pm

Capítulo Tres




¿Qué le había pasado? ¿Cómo había podido comportarse de esa forma, tan infantil y estúpida? Estaba avergonzada, tanto que creía que no sería capaz de volver a mirar a Joe a la cara. Dios, ¡qué apuro! Se había marchado dejándolo al pobre pasmado en el portal. Aunque, ¿qué otra cosa podría haber hecho?
No le parecía muy sensato subir a casa de un hombre al que conocía hacía apenas unas horas y que no había dado muchas muestras de ser de fiar. Además, estaba muy cansada; necesitaba pensar en todo lo que se le había venido encima en unas… miró el reloj… trece horas, aproximadamente.
Estaba sentada en el sofá de su casa, mirando el televisor apagado y pensando. Sonrió, soñadora. Le gustaba mucho Joe y esperaba que no se hubiera enfadado con ella, porque estaba deseando verlo de nuevo. ¿Quién sabe?, se dijo. Quizá podría salir algo bueno de lo que había empezado de una forma tan rara. Pero tenía miedo, un miedo terrible a hacer lo que no debía, a cometer un error fatal. No estaba acostumbrada a tomar decisiones; nunca sabía qué elegir y esperaba la opinión de los demás antes de hacerlo. Pero en este caso debía decidir sola, y eso la asustaba. No podía equivocarse. Esta vez no.
Se quitó los zapatos y se tumbó en el sofá, con los pies en alto sobre un cojín. Se incorporó y se los masajeó un ratito. Esos tacones eran lo mejor en métodos de tortura que había inventado el ser humano, y sólo ahora se daba cuenta. Ni siquiera los pies doloridos habían llamado su atención durante ese frenético día.
Conectó su iPhone y aparecieron las llamadas perdidas. ¡Qué barbaridad! Pensarían que había muerto. De Celia había… ¡siete! Le extrañaba que su hermana no hubiera acudido a la policía; quizá lo había hecho. Ya era muy tarde, pero Celia debía de estar muy intranquila.
Estaba dudando si llamarla a esas horas o dejarlo para el día siguiente cuando sonó su teléfono. Era ella.
—Hola, ya sé —fue lo primero que dijo, antes de que Celia pudiera hablar—. Me has llamado muchas veces. Perdona, desconecté el teléfono y se me olvidó conectarlo. Lo siento.
—¡Eres increíble! Estaba muy preocupada por ti. Antonio me ha llamado porque no podía contactar contigo; también está muy preocupado. Pero ¿dónde tienes la cabeza?
—Lo siento, de verdad, ya lo he dicho y no voy a repetirlo. No tenéis que perseguirme como si yo fuera una niña y vosotros tuvierais que saber en todo momento dónde me encuentro y qué estoy haciendo. ¡Ya está bien! —dureza, se dijo. Alguna vez tenía que empezar a independizarse y ése era tan buen momento como cualquier otro. Además, el vino que había tomado empezaba a cumplir su misión: la volvía atrevida.
—Pero, _____…
—Vamos a dejarlo —la interrumpió—. He tenido un día muy duro y estoy muy cansada. No te preocupes tanto por mí —suavizó el tono de voz, un poco arrepentida de su arrebato—. Estoy bien, pero agotada, sólo quiero dormir. Te prometo que el sábado iré pronto a tu casa, comeremos y hablaremos, de verdad. Pero si me llamas y no respondo, no avises a la policía. No puedo vivir pensando que en cada momento os tengo que avisar de cada paso que doy. ¿Vale?
—Claro —había un tinte raro en el tono de Celia. ¿Escepticismo? ¿O era decepción? Quizá simplemente extrañeza—. Perdona, ya sabes que desde… Bueno, desde que vives sola todos nos preocupamos por ti. Y, la verdad, parece que a ti no te importa mucho. O no te importaba, para ser más exacta. Yo creía que incluso te gustaba.
—Claro, y agradezco tu preocupación, de verdad, pero ahora estoy agotada. Hablamos el sábado, ¿sí?
—Sí, perfecto, hasta el sábado entonces.
—Hasta el sábado.
_____ dejó el teléfono sobre la mesita y volvió a tumbarse en el sofá. No era raro que su hermana se extrañara de su actitud. Como decía Celia, ella nunca había sido así, más bien todo lo contrario. Siempre había sido una persona dócil, que se dejaba llevar. Era la favorita de su padre, porque nunca le daba problemas: estaba en casa a su hora, sacaba buenas notas, no salía con chicos… ¡Chicos! Nunca había salido con jóvenes de su edad. A los dieciséis años se enamoró del hombre con el que se casó, y ya estaba, se acabó su historia.
Se incorporó y cogió una fotografía que tenía sobre la mesita en la que Daniel, apoyado en un puente, con el Danubio al fondo, sonreía con sus ojos serios. Era una foto de su viaje de novios a Budapest…
Ella, con sus veinte años, habría preferido jugar con él en una playa, los dos tumbados bajo el sol, pero finalmente habían ido donde él quería, y estuvo muy bien, vio lugares espectaculares gracias a él, y en ningún momento se arrepintió de haberle hecho caso. Sí, Daniel solía tener razón y ella nunca lo había decepcionado, jamás había hecho algo que él no supiera o aprobara.
¿Qué habría pensado de ella si la hubiera visto, desde dondequiera que se encontrara? ¿Qué habría pensado si la hubiera visto besar a Joe? Peor aún, ¿qué pensaría si pudiera leer en su interior? Se levantó. Debía acostarse, pero antes se daría una ducha, eso la ayudaría a relajarse y descansar mejor. Se quitó la ropa y se envolvió en la bata. Tenía que quitarse todo el maquillaje que se había puesto por la mañana, si es que aún le quedaba algo, ¡qué aburrimiento! Eso era lo peor, quitarse el maquillaje por las noches. Cuando más cansada estaba y sólo quería dormir, era lo que más pereza le daba.
El agua caliente envolvió su cuerpo, reconfortándola y regalándole una suave relajación, una languidez natural después de la tensión acumulada. Cerró los ojos mientras el agua se deslizaba por su rostro, y otro rostro, el de una persona a la que apenas conocía, llenó su mente. Era guapo, tenía un cuerpo perfecto y la estaba besando. ¿Por qué no había subido a su casa? Si lo hubiera hecho, ahora no estaría desnuda y sola bajo la ducha, no señor. Estaría con él.
Se había aplicado el gel de ducha en la mano y empezó a extenderlo por todo su cuerpo. Si estuviera con Joe le diría: «Señor, ¿me extiende el gel por el cuerpo, por favor?». «Señora, a sus órdenes», respondería él. Y al pensar en sus manos acariciándola el corazón comenzó a latirle con rapidez y abrió la boca, pues, aunque el agua caía con fuerza sobre ella, la tenía seca.
La mano actuaba por su cuenta, como si de repente hubiera adquirido vida propia y se moviera con autonomía de su cerebro… Así, sin que _____ pudiera evitarlo, bajó hasta la cintura y luego siguió extendiendo el gel por los muslos, entre las piernas… El suave masaje de las manos de Joe era cada vez más atrevido y ella jadeó y quiso abrazarlo. ¿Dónde estaba? ¿Por qué no la besaba como ella quería?
Se moría por sus besos y buscó sus labios. Mientras, él seguía acariciándola, volviéndola loca. La mano comenzó a moverse sobre su sexo, no podía pararla y comenzó a frotarse, al principio con suavidad, luego con frenesí. Gimió buscándolo porque necesitaba sus labios. ¿Dónde estaba? Tenía que verlo.
Abrió los ojos y lo buscó. Pero no lo vio frente a ella. Estaba sola…
Aún temblaba, frustrada, cuando cerró los grifos y se envolvió en la toalla. No podía ser… ¿Por qué era tan idiota? ¿Por qué se conformaba haciendo sola lo que se moría por hacer con él? Joe tenía la culpa de todo, porque al besarla había despertado unas ansias que hasta entonces le había sido fácil dominar, unos sentimientos que habían estado dormidos durante mucho tiempo. ¿Dormidos? ¿Desde cuándo no se sentía así? No podía recordarlo, y no porque hubiera transcurrido mucho tiempo, se dijo, sino porque no había pasado nunca. Pero así se sentía, y no podía evitarlo. Llamaría a Joe. Le diría que fuera a su casa, que lo esperaba… ¿Acudiría él a su llamada? Su mano, otra vez autónoma, se estaba dirigiendo ya al teléfono.
No. No podía llamarlo después de lo que le había hecho, y menos a esas horas. Joe pensaría que estaba loca.
Corrió al salón y tomó entre sus manos la foto de Daniel. Algo en su interior le decía que había estado engañándose, y recordó el alivio que había experimentado cuando Daniel murió, un alivio culpable por sentirse al fin libre. No se había atrevido a contárselo a nadie y nunca lo haría, porque se sentía mal con sólo pensarlo. Pero tenía que ser sincera consigo misma.
—¿Sabes una cosa? —le dijo a la imagen perpetuamente inmóvil—. Te echo de menos, porque tú no me exigías tomar decisiones. Contigo estaba muy claro lo que había que hacer en cada momento.
Besó la foto, y el frío del cristal sobre sus labios acabó con los restos de excitación. Luego dejó la foto de Daniel sobre la mesa y se fue a la cama.
Tenía que levantarse temprano. La esperaba un día muy largo.
Se despertó tarde y apenas le dio tiempo a vestirse a toda prisa. «Hoy nada de tacones —se dijo—, hay que dejar descansar los martirizados pies». Se maquilló y estaba a punto de hacerse el moño, como el día anterior, cuando decidió que no, nada de moño, con el pelo suelto se sentía más cómoda y además intuía que era más apropiado para lograr su propósito: contentar a Joe si estaba enfadado por su vergonzosa huida nocturna.
Cuando bajó, él ya llevaba un buen rato esperándola en su coche, mal aparcado frente al portal. Joe había pasado la mayor parte de la noche pensando en lo que él juzgaba una enorme metedura de pata. ¿Cómo se le había ocurrido proponerle que se acostara con él cuando sólo hacía unas horas que se conocían? Para él era normal, lo había hecho muchas veces: le gustaba una mujer, y a por ella. Y la mayoría aceptaba, pero quizá _____ necesitara algo más de tiempo, un par de días por ejemplo. Sí, se había comportado como un patán, lo cual no era disculpa para el comportamiento de esa niña mimada: al menos podría haberse despedido. Eso de largarse a la francesa dejándolo allí tirado sin decir siquiera «adiós» no le parecía de muy buena educación. Bueno, a ver de qué pie cojeaba esa mañana: la mujer es cambiante, y se puso a canturrear: «La donna è mobile…» Necesitaba verla, enterarse de cómo se lo había tomado ella, y luego ya vería qué hacer. La donna è mobile, qual piuma al vento
Allí estaba, saliendo del portal. Preciosa, aunque algo más bajita, pues no se había puesto los tacones. Llevaba zapatos bajos abotinados y pantalones negros. Y se había puesto un abrigo claro que le quedaba perfecto. Lo mejor era que había pasado del moño y llevaba su preciosa melena suelta. La enorme cartera con el ordenador y los documentos colgaba pesadamente de su hombro.
—Te has retrasado, menos mal que a estas horas el terrible cuerpo de aguerridas multadoras aún no está activo —decidió empezar bromeando. Era lo mejor para romper el hielo.

_____ sonrió, algo más tranquila por ese recibimiento. Temía que Joe estuviera enfadado por haberlo dejado plantado en el portal con la boca abierta, y que la saludara con algún reproche. Pero no lo hizo: era evidente que quería pasar página, actuar como si lo de la noche anterior no hubiera ocurrido. Y la joven se lo agradeció en silencio, pues si le hubiera pedido explicaciones a ella le habría resultado muy difícil dárselas.
Monse_Jonas
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Mensaje por chelis Mar 28 Ene 2014, 2:20 pm

aayy!!!... Joe somos diferentes!!!!!..... eso ahora lo sabes!!!!
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Mensaje por aranzhitha Mar 28 Ene 2014, 4:34 pm

Awwww me encanta!!
Joe es tan sexi!
Síguela!
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