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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo Catorce
Lo primero que pensó _____ al despertar fue que era miércoles y ésa era la tercera mañana de su vida juntos. Lo segundo, que nunca había sido tan feliz. Pero lo que dijo fue: «Hoy salgo más tarde. Tengo que estar en el juzgado a las once y no me merece la pena pasar antes por la oficina».
Se levantó y se puso a dar vueltas por la habitación mientras Joe acababa de vestirse. Como estaba tan inquieta y no podía parar, decidió prepararle un magnífico desayuno, el mejor. Él le había dicho que ninguna mujer lo había hecho tan feliz y eso merecía una celebración, aunque no le diría que era eso lo que celebraban. No quería recordárselo por si, con la luz de la mañana, se arrepentía de unas palabras pronunciadas al calor de la excitación. Aun así, lo había dicho, y eso era lo que contaba.
Preparó el desayuno muy contenta, canturreando por lo bajo: tostadas, mantequilla, mermelada y varios panecillos con tomate en recuerdo de su primer encuentro. ¿Se daría cuenta él de ese detalle? Seguro que sí, porque sólo estudiaba los papeles de una denuncia y porque ninguna mujer lo había hecho tan feliz.
—¿A qué juzgado vas? —le oyó decir desde la habitación.
—No pienso decírtelo. Es por ese caso del que te hablé, el del tipo que le mordió la oreja a su cuñado… Y ya no te daré más información.
—¿Qué más da? Ese asunto no lo lleva mi juzgado, podemos comentarlo.
—Ni hablar, yo también necesito tener mis secretos. Venga, ven a desayunar ya.
Puso el último plato con panecillos sobre la mesa y se apartó un poco para admirar su obra. Ella le preparaba un delicioso desayuno y él sólo estudiaba una de tantas denuncias que pasaban por su juzgado.
Eran felices.
—Esto marcha…
—¿Qué es lo que marcha? —dijo Joe dándole un beso. Dejó su maletín sobre la encimera y, antes de que ella se viera en la incómoda coyuntura de tener que contestarle, añadió—: ¡Vaya, menudo desayuno!
—Lo he hecho para ti, para celebrar nuestro tercer día de vida en común.
—Ummm, qué apetitoso —dijo Joe con muy poco entusiasmo.
Iba a decirle que él sólo tomaba café por las mañanas, que el día anterior había hecho el desayuno para ella. Él ni lo había probado. Pero la vio tan feliz que no quiso desilusionarla. Bueno, tendría que desayunar, qué remedio.
—Y mira… —señaló los panecillos con tomate.
Joe celebró con todos los elogios que acudieron a su mente la maravillosa ocurrencia de _____ para conmemorar su primer encuentro, alabó el opíparo desayuno, del que dio buena cuenta, y salió para el trabajo con el estómago revuelto y con mareos, pero feliz porque ella estaba encantada.
Se despidieron con un beso.
—¿Sabes una cosa? Pienso prepararte el desayuno todas las mañanas.
Mientras bajaba en el ascensor Joe se dijo que ya había un asunto más que tendría que explicarle a Laura.
La joven entró en la casa como flotando en una nube y fue a la habitación para vestirse; luego recogería la mesa del desayuno.
Estaba en el baño maquillándose cuando oyó la puerta. ¿Quién sería? Oyó ruidos y sintió que el corazón se le subía a la garganta. ¿Qué pasaba ahora?, ¿quién había entrado en la casa?
No se atrevía a salir y estaba pensando qué hacer cuando oyó una voz femenina.
—¿Joe? ¿Estás ahí?
Una mujer. ¿Marga? Los viejos temores volvieron a asaltarla, pero se recompuso con rapidez. Ella era ahora la señora de la casa, no se dejaría intimidar por nadie. Saldría y le pondría a esa mujer los puntos sobre las íes.
Pero la mujer que se encontró cuando salió al salón preparada para la batalla no era una rubia explosiva, sino una morena teñida, de unos sesenta años y bastante entradita en carnes. La desconocida dio un respingo, aunque enseguida comprendió lo que pasaba y se tranquilizó.
—Usted debe de ser la joven que ahora vive aquí —avanzó unos pasos y le tendió la mano—. Yo soy Carmen —y como _____ siguiera mirándola sin comprender, añadió—: La asistenta.
—Claro… —_____ sonrió—. Joe me ha hablado de usted, pero no recordaba que venía hoy… Vaya susto.
—Lo siento, no sabía que estaba usted en la casa.
—No se preocupe —entonces vio la mesa, con los restos del desayuno—. Iba a recogerlo ahora…
—Tranquila, ya lo hago yo.
—¿Lleva mucho tiempo trabajando en esta casa?
—Sí, señorita, mucho tiempo. Desde que Joe se vino a vivir aquí, a los dieciocho años; su abuelo me encargó que lo cuidase, y yo lo hago de mil amores… Era demasiado joven para vivir solo y nunca se había ocupado de nada. Pero ya se sabe, a esa edad los jóvenes quieren ser libres…
—Joe la adora, siempre habla de usted con mucho cariño.
—Es que también fui su niñera, lo conozco desde que no levantaba dos palmos del suelo —la mujer sonrió, soñadora, como recordando mejores tiempos.
Entonces _____ tuvo una idea: esa mujer debía de saberlo casi todo sobre Joe, seguro que tenía respuestas para muchas de las preguntas que ella se hacía. No sabía cómo empezar, pero tenía que intentarlo:
—Qué pensará usted al verme aquí, viviendo con Joe… —bajó los ojos, avergonzada, pero no por estar viviendo con Joe, como Carmen parecía creer, sino por estar utilizando todas sus malas artes para sonsacar a la pobre mujer—. Pero claro, ya estará acostumbrada, seguro que está harta de ver chicas por esta casa. Seguro que Joe ha tenido infinidad de novias…
—¡Qué va! —Carmen la miró con ironía. La buena mujer estaba de vuelta de casi todo, y no era tan tonta como _____ parecía creer—. Usted quiere saber si ha habido más mujeres… No, señorita, desde hace años, desde su enfermedad, no hay ninguna mujer en su vida.
—¿Enfermedad? —_____ había abandonado su pose de frívola cotilla y miraba a la mujer con interés y preocupación—. ¿Qué enfermedad?
—¡Oh, nada grave! No se preocupe, de eso hace muchos años. Era muy joven, y ahora está perfectamente. De todas maneras, no me parece bien que estemos usted y yo aquí, hablando de él a sus espaldas. Si quiere saber algo, ¿por qué no se lo pregunta?
_____ bajó la cabeza, avergonzada porque Carmen la había puesto en su sitio. Y se lo merecía, pero no podía decirle que le había preguntado muchas veces y que él no quería responder.
—Tiene usted mucha razón… Lo siento, es que…
—No se preocupe, es lógico que quiera saber muchas cosas de él, pero yo no soy la persona indicada para contárselas. No estaría bien.
—Claro… Perdone… —_____ no sabía qué más decir y no pensaba seguir disculpándose, así que adoptó de nuevo la personalidad de la joven y despreocupada señorita de la casa—. Bueno, yo me tengo que ir al trabajo. Le hemos dejado la lista de la compra sobre la encimera. Pero si no puede hacerla, yo la haré esta tarde.
—No se preocupe, siempre la hago. Después de limpiar.
_____ echó un vistazo al salón, como calibrando cuánto tardaría Carmen en limpiarlo. Entonces se dio cuenta de una cosa, de algo que el día anterior la había inquietado, aunque no sabía qué era… Algo faltaba, algo que todo el mundo tiene y de lo que allí no había ni rastro. Fotos. No había una sola fotografía en toda la casa. «Todo el mundo tiene fotografías. ¿Por qué Joe no tiene ni una? De su madre, de su abuelo, de cuando era pequeño… La verdad es que es muy raro. Tendré que preguntárselo —_____ hablaba en voz alta mientras conducía camino del juzgado—. Le diré: ¿por qué en tu casa no hay ni una foto?».
Sí, se lo preguntaría. No pensaba hacer más cábalas ni comerse el coco con todas las cosas de Joe que le parecían raras y que luego resultaban ser de lo más inocentes, como los malditos papeles o que estuviera dormido en el coche… No más especulaciones.
¿Y qué enfermedad sería ésa de la que le había hablado Carmen? «No. _____, para». Sobre eso no podía preguntarle, pues, de hacerlo, tendría que admitir que había estado hablando de él con Carmen, y sabía que, si Joe se enteraba de que había estado sonsacando a la mujer, se iba a enfadar mucho. Muchísimo.
Cuando entró en el juzgado, su cliente ya estaba esperándola. El pobre hombre parecía muy nervioso y no lo tranquilizaba nada el hecho de que el abogado de su hermano estuviera hablando con un señor que tenía cara de pocos amigos.
—Mire, señorita —dijo Aníbal cuando la vio entrar—. Aquél es el abogado de mi hermano, pero no sé con quién está hablando.
_____ los miró, era el fiscal Roberto Marcos. Los dos hombres hablaban acaloradamente, como si hubiera algún desacuerdo entre ellos.
—Tranquilícese, Aníbal. Creo que el fiscal está intentando convencer al abogado de su hermano para que lleguen a un acuerdo.
—Pues no le va muy bien —Aníbal tenía razón. La conversación no parecía muy amistosa.
_____ quería saludar a Roberto, que en poco tiempo se había convertido en un buen amigo, pero no se atrevió a interrumpirlos porque parecían muy concentrados en su discusión, de manera que decidió esperar a que acabaran. Quizá Roberto lograra el acuerdo que ella no había podido conseguir.
Estaban en la planta donde se encontraba el juzgado de Joe; podía ver su puerta desde allí. A lo mejor luego se pasaba a saludarlo, pensó. Preguntaría por él, y si le decían que estaba ocupado se marcharía, pero si no… Sintió un leve cosquilleo en el estómago. La sola posibilidad de verlo la ponía nerviosa, como si fuera una colegiala.
Tenía la vista puesta en la puerta de su juzgado, cuando de pronto ésta se abrió. _____ esperaba ver a Joe y avanzó unos pasos para salirle al encuentro, pero no fue Joe quien salió, sino una rubia alta, con un llamativo abrigo de piel y zapatos de una altura imposible. Tenía una mueca de disgusto en la cara y andaba todo lo deprisa que le permitían sus altos tacones.
_____ se echó hacia atrás y la mujer pasó junto a ella mirando al frente, sin verla.
¿Qué hacía Marga saliendo del despacho de Joe?
La mujer seguía avanzando por el pasillo. ______ corrió hacia donde estaban discutiendo Roberto Marcos y el abogado del hermano de Aníbal. Cogió a Roberto del brazo y tiró de él sin ningún miramiento para apartarlo del asombrado abogado, que los miraba con la boca abierta.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo Catorce Segunda Parte
Cuando pensó que el abogado ya no los oiría, le dijo a Roberto, señalando a la rubia:
—¿Quién es? ¿Quién es?
El pobre fiscal la miraba sin comprender, bastante perplejo por la actitud de su amiga.
—Pero, ______… ¿Qué te pasa?
—La rubia, la del abrigo de pieles —dijo impaciente, dando una patadita en el suelo.
La mujer se alejaba con su sexi contoneo, pero sobresalía entre el resto de los mortales que pululaban a su alrededor como una diosa que hubiera decidido darse una vuelta por la tierra a ver cómo se encontraban sus esclavos. Roberto enseguida supo a quién se refería ______.
—¿Sabes quién es? —insistió ella, cada vez más nerviosa, dándole golpecitos en el brazo.
—Sí, como para no saberlo… Ha provocado toda una revolución por aquí. Está como un tren, ¿verdad?, y… —la furiosa mirada de _____ obligó al pobre Roberto a centrarse en lo que le había preguntado—. Es Marga Salcedo, la hermana de Lucas Salcedo, el empresario.
______ soltó el brazo de Roberto y fue a sentarse en uno de los bancos que había contra la pared. ¡Lucas Salcedo! Ése era el nombre que figuraba en el expediente que leía Joe. ¿Marga estaba relacionada con ese asunto?
—______, ¿te pasa algo? Estás pálida —Roberto la siguió, preocupado.
—¿Y qué hace aquí?
—No lo sé. Habrá venido a declarar por el asunto de su hermano, supongo. Alguien lo ha denunciado. Pero no sé más, aún no se han abierto las diligencias, creo… He oído que su caso lo lleva el juez Mendizábal, pero ya te lo he dicho, no sé más.
—¿Podrías enterarte?
—¿Cómo dices? ______, estás muy rara.
—Por favor, ¿me harías el favor de entrar y preguntarle a una de esas auxiliares que son tan amigas tuyas a qué ha venido al juzgado?
—Pero…
En ese momento les avisaron que podían pasar al despacho del juez. _____ se puso en pie y miró a su alrededor. Suspiró hondo y fue hacia Aníbal, que la llamaba haciendo grandes aspavientos con las manos. El hombre era su cliente y debía prestarle un poco más de atención, se dijo. Después de todo estaba trabajando y si se enteraban en el bufete de que descuidaba así sus tareas iba a tener problemas.
Roberto se acercó a ella mientras se dirigía a la puerta del despacho del juez y le dijo al oído:
—Veré qué puedo hacer. Luego te llamo.
—Gracias.
Y entró, dejando a Roberto con la boca abierta y una expresión de extrañeza en la mirada. Cuando la puerta se cerró, Roberto dio media vuelta y se dirigió al despacho de Joe Mendizábal.
—Hola, Roberto. ¿Qué has averiguado?
Acababa de entrar en la casa de Joe cuando sonó su móvil. Eran las siete de la tarde y él aún no había llegado. ______ se sentó en el sofá y puso los pies sobre la mesa.
—Nada, lo que te dije. El juez Mendizábal lleva el caso de Lucas Salcedo. Pero aún no ha empezado y nadie sabe nada en el juzgado, ni siquiera sabían que Marga Salcedo había ido a visitarlo, y eso me parece muy irregular, la verdad. En fin, yo no tengo nada que ver en ese caso y no pienso intervenir. El juez Mendizábal me cae bien, es uno de los mejores. Pero, francamente, si esto se sabe… Lo que no entiendo es tu actitud, no hemos podido hablar. Pero ¿por qué te has puesto así cuando la has visto?
—La conozco. Déjalo, no tiene nada que ver con este caso, por favor, olvídalo, es una cuestión personal.
—Si la conoces ¿por qué preguntabas quién era con tanto interés? Creo que me estás ocultando algo, y no me gusta que me utilicen, sobre todo cuando está en juego nuestra profesionalidad.
—Tienes razón, lo siento mucho, de verdad. Por favor, prométeme que esto quedará entre nosotros, es importante.
—No puedo prometerte nada. Si lo que ha pasado hoy no tiene ninguna trascendencia, por supuesto que quedará entre nosotros. Pero si hay algo más…
—No lo hay —interrumpió _____—. De verdad, créeme. Conocí a esa mujer en unas circunstancias un poco extrañas, pero no sabía cómo se llamaba. Por favor, Roberto, déjalo así.
El fiscal le prometió a regañadientes que por el momento lo olvidaría y _____ colgó. Se sentía fatal.
Había sido una estúpida y su estupidez podía perjudicar a Joe. Porque ahora estaba segura de que esa denuncia no era tan inocente como ella había pensado y de que Joe estaba metido en problemas. Lo único que podía hacer era no comentarlo con nadie, y menos con un fiscal. ¿En qué estaba pensando? En nada, se dijo. No pensaba en nada. Como siempre.
Era miércoles. Habían pasado cinco días desde el viernes, cuando se había instalado en casa de Joe, y sólo hacía diez que lo conocía. En sólo diez días todo había cambiado en su vida. Era irónico, una persona tan conservadora como ella, tan pusilánime… No se reconocía. Lo peor era que no sabía qué hacer: podía decirle la verdad a Joe, que había visto a Marga, y pedirle explicaciones; pero él le había dejado muy claro que no pensaba dárselas, que lo que tuviera con Marga a ella no le importaba.
Así que sólo tenía dos opciones: marcharse, dejándolo para siempre, o quedarse, en cuyo caso tendría que aguantar la situación tal y como estaba.
¡Y otra vez las dudas! Con lo contenta que estaba esa mañana… El caso era que las dudas sobre él aparecían cuando no estaban juntos. Si estaba con Joe se encontraba de buen humor y las sospechas se disipaban. Reían, gastaban bromas y hacían el amor de una forma que ella nunca había creído posible, salvo en el cine o en las novelas, claro. Cuando veía alguna película de esas en que los amantes van de éxtasis en éxtasis se reía, pues pensaba que era mentira, que la cosa no funcionaba así y que los actores, el director, el guionista…, un montón de gente…, todos se estaban quedando con el público, que, crédulo y ávido de buenas noticias, se lo tragaba porque deseaba que fuera así en realidad, aunque a ellos jamás les hubiera sucedido. Eso pensaba hasta que conoció a Joe y comprobó en sus propias carnes que podía suceder, si uno encontraba a la persona adecuada.
Pero cuando estaba sola, cuando no estaba con Joe, no sabía si él era la persona adecuada.
El ruidito del móvil la sacó de sus pensamientos. Era el tono de los mensajes. Leyó:
> Llegaré tarde. No me esperes levantada.
Sólo eran las siete de la tarde. Pensó que se moriría si se quedaba allí sola, hora tras hora, dándole vueltas a la cabeza. Entonces recordó a Celia. ¿Cómo podía haberse olvidado de su hermana? Ya debía de haber hablado con Antonio, pero no la había llamado. Bien, llamaría ella.
Cogió el móvil y marcó su número.
—Hola, _____.
—Celia… ¿Qué tal va todo? No he podido llamarte antes. Lo siento, he estado todo el día en los juzgados. Dime, ¿qué tal ayer con Antonio?
—No tengo ganas de hablar de ello. Creo que con eso está dicho todo, ¿no te parece?
—¿Estás en casa?
—Sí.
—Pues voy para allá, no tardo nada —y colgó antes de que Celia pudiera poner alguna objeción.
Era insano estar todo el día dándole vueltas a su situación con Joe. Insano y egoísta. Había otras personas con problemas sobre la faz de la tierra y su hermana era una de ellas. Y la necesitaba.
—Tú lo sabías y no me lo dijiste.
Fueron las primeras palabras de Celia al encontrarse cara a cara con su hermana. _____ entró y cerró la puerta.
—¿Qué?
—Sí. Antonio me contó vuestra conversación, me dijo que tú sabías que no quiere salir conmigo. Pero no me lo dijiste.
—¿Cómo iba a decirte una cosa así, y además por teléfono? Eso era algo que tenía que decirte el propio Antonio. Si te lo hubiera dicho te habrías enfadado, seguro. No lo niegues, porque sabes que tengo razón.
—Sí, la tienes. Me habría enfadado, pero al menos habría sabido a qué atenerme y no habría quedado como una idiota delante de Antonio.
Las dos hermanas se abrazaron.
—Vamos a sentarnos en el sofá.
Celia estaba muy decaída y _____ decidió olvidar sus problemas para centrarse en su hermana. Y funcionó. Hablaron de muchas cosas, sobre todo de los hombres. Celia había decidido olvidar su obsesión por Antonio. Era absurdo sufrir por alguien que ni siquiera pensaba en ti, era mucho mejor hacer lo que ella había hecho hasta hacía poco: salir con muchos, disfrutar del sexo… Nada de compromisos. _____, a su vez, le repitió lo que ya le había dicho la última vez que se habían visto, que su relación con Joe era de ese estilo y Celia, a quien ya nada de su hermana la sorprendía, le dijo que la envidiaba, que ésa era la relación ideal. _____ no estaba muy de acuerdo con ella, y estuvo a punto de hablarle de Marga, de sus sospechas, pero decidió que era mejor no involucrar a su hermana en esa historia. No era que desconfiara de ella, pero algo en su interior le decía que cualquier confidencia que le hiciera podría ir a parar a oídos de Antonio, y ese pensamiento la contuvo.
—Por cierto, ¿qué tal te fue con mi corsé? —le preguntó Celia con una sugerente sonrisa.
—Fue un desastre. No le gustó nada, incluso se enfadó.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No sé, pero tuve que quitármelo.
—Bueno… para eso está.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capitulo Catorce Tercera Parte
Había estado muy a gusto con su hermana, pensaba _____ de camino a casa en el taxi. Se preguntaba si debería haberse sincerado con ella. Compartir las dudas con otra persona es beneficioso, se dijo, porque cuando uno da vueltas y vueltas en la cabeza a un problema acaba pareciendo enorme; pero si ese mismo problema lo cuentas, hablas de él en voz alta con alguien que te entiende, lo ves desde otra perspectiva, te convences de que no es para tanto, de que has exagerado su importancia. Sí, debería de haber hablado con Celia, y quizá lo hiciera, quizá la llamara más tarde para pedirle consejo.
Joe aún no había llegado cuando entró al apartamento, y _____ encendió todas las luces. La leve llovizna que había empezado a caer cuando iba en el taxi se había convertido en un auténtico aguacero.
Se acercó a los enormes ventanales. Las sombras de la noche y el ruido de la lluvia en los cristales y en el suelo de la terraza le resultaban inquietantes. No es que tuviera miedo, pero pensó que se encontraría mucho mejor si Joe estuviera a su lado.
Eran las diez y media; esperaba que no tardase en llegar. «Haré la cena —pensó—. Así estaré distraída».
Primero fue a la habitación para quitarse la ropa y ponerse su cómodo pantalón corto y una camiseta vieja, y luego se dirigió a la cocina.
Carmen era magnífica, la nevera estaba a rebosar. _____ decidió preparar una ensalada de salmón.
Durante un rato estuvo ocupada con la cena y cuando terminó lo echó todo en una ensaladera que encontró en un armario. Guardó la ensalada en la nevera, puso la mesa y se sirvió una copa de vino. Estaba más tranquila. Gracias a la conversación con su hermana se habían disipado algunos de sus fantasmas. No todos, se dijo. Porque una vocecita impertinente en su interior le repetía una y otra vez que no debía bajar la guardia.
Eran las once y media y Joe aún no había llegado. _____ comenzaba a impacientarse. A medida que pasaban los minutos aumentaba su nerviosismo. Cogió el móvil y escribió un mensaje.
> Si tardas mucho, empezaré sola.
Esperaba que esa amenaza lo hiciera regresar a casa cuanto antes.
Un pitido le anunció que había una respuesta y miró la pantallita, sonriente.
> Ve empezando sin mí, aún tardaré un rato. Besos.
______ tiró el móvil contra el sofá, y por un momento estuvo a punto de vestirse y marcharse de allí para siempre. ¿Cuántas veces lo había pensado? ¿Por qué no lo hacía de una vez por todas? Se sentó en el sofá con la cabeza entre las manos. Cenaría y se acostaría, que le dieran.
Iba a levantarse cuando su mirada se posó en el ordenador. ¿Y si investigaba un poco? Se sentó y abrió Google.
Tecleó el nombre de Lucas Salcedo y aparecieron un montón de opciones.
En una ponía «Salcedo y Roms Enterprises». _____ la pinchó. Leyó en voz alta: «Empresa fundada en 1953 por René Salcedo y Henry Roms… Bla bla bla… En la actualidad su presidente es Lucas Salcedo, nieto de uno de los fundadores, que ejerce todas las funciones en solitario, pues su socio y dueño de la mitad de la empresa, Henry Roms, un hombre muy mayor, ha delegado en él, etcétera, etcétera».
Nada importante. Sólo había una pequeña nota sobre la denuncia a Lucas Salcedo al final. Sí… Un cliente lo había denunciado por estafa. Lo acusaba de haber desviado de su cuenta varios millones de euros, aunque no estaba claro si lo había hecho amparado por la empresa, en cuyo caso habría más implicados… Nada más.
«No parece que haya nada raro aquí, simplemente que ese caso le ha caído a Joe por reparto. ¿Casualidad? No creo —se dijo—. No habría nada raro si no estuviera Marga de por medio, pero así…
Estoy segura de que la vuelta de Marga a la vida de Joe tiene que ver con este caso. Lucas Salcedo es su hermano y querrá aprovechar su antigua amistad con Joe para beneficiarlo. Pero supongo que él no puede hacer nada, salvo inhibirse, al fin y al cabo conoce a los acusados. Está jugando con fuego».
La tormenta se había hecho más fuerte y ahora los relámpagos seguidos de los truenos amenizaban su extraña velada. _____ sintió un escalofrío. Le daban miedo las tormentas desde muy pequeña. Recordó que su padre, para animarla, le decía que si se echaban las cortinas nada malo podía pasar. Así que se levantó y cerró las cortinas, más en recuerdo de su padre que porque pensara que así estaba a salvo; luego volvió a su puesto ante el ordenador.
«Vaya tormenta», se dijo, mientras cerraba Google y volvía al escritorio. Al ver el fondo azul, _____ pensó que Joe debía de ser la única persona del mundo sin un salvapantallas con una fotografía o un cuadro. Ella tenía una foto de sus hermanas. Iba a apagar el ordenador, pero, sin pensarlo, en lugar de hacerlo abrió el Word y buscó entre las carpetas. Había muchas, la mayoría con documentos de trabajo, antiguas notas, ensayos de libros jurídicos… Pero una llamó su atención. Ponía «relato». _____ la abrió:
«Escueto relato de los hechos».
Ése era el título. ¿Estaría Joe escribiendo una novela? Se sintió como una espía barata. No debía leer a escondidas un documento personal, eso no estaba bien… Pero la curiosidad pudo más que su sentido de lo correcto.
Ésta es mi declaración. Pretendo relatar escuetamente, sin literatura, los hechos, porque quizá alguna vez necesite repetirlos ante un juez. Y porque siento la necesidad de hacerlo para que tú lo leas. Antes, debo contarte cómo fue mi infancia, el ambiente en que me eduqué, pues sin ese dato quizá no entiendas lo que pasó.
Mi abuelo siempre me decía: «Has tenido mucha suerte, chaval, nunca lo olvides. Eres un privilegiado y debes estar muy agradecido a la vida por ello».
Sí, eso me decía y, a fuerza de oírlo tanto, llegué a creerlo. Y era la pura verdad. Yo había tenido mucha suerte en la vida.
Nací entre algodones. Mi madre era cariñosa y muy guapa, un poco veleta, pero todo el mundo tiene algún defecto, digo yo, y el de mi madre no era para tanto, porque la hacía ser como era: la mujer más encantadora del mundo, la que más brillaba en las fiestas de sociedad, la más guapa de las revistas del corazón. Cuando se ponía habladora me contaba anécdotas divertidas sobre gente famosa, actores, empresarios, políticos… Estaba al tanto de muchos escándalos, y ella misma protagonizó alguno. Eso a mi abuelo no le gustaba nada. Cuando sucedía, se enfadaba, y los dos peleaban y estaban varios días sin hablarse. Luego las aguas volvían a su cauce. Mi madre le hacía unas carantoñas y él la perdonaba. Todo el mundo la perdonaba cuando hacía sus carantoñas.
No era una novela. Más bien parecía su biografía, aunque se dirigía a una persona en concreto. ¿A quién? ¿A ella? _____ notó que el corazón le latía muy deprisa en el pecho. Intuía que estaba a punto de descubrir algo importante, y con un morboso sentimiento de anticipación, siguió leyendo:
No conocí a mi padre, pero ¿quién necesita un padre cuando tiene un abuelo como el mío? Era un genio de las finanzas, sus empresas siempre obtenían beneficios y nosotros nadábamos en la abundancia. Éramos ricos, guapos, famosos y elegantes, ¿qué más se puede pedir? Yo, además de todas estas ventajas, era muy listo. Un superdotado, decían, y también debía de ser verdad. Sacaba los cursos de dos en dos. A los diez años ya hablaba, además del castellano, claro, alemán, inglés y francés, y acabé la carrera de derecho con veinte. Y eso porque durante un curso me dediqué a recorrer Europa para adquirir experiencia por cuenta del dinero de mi abuelo; si no habría acabado antes. ¿Entiendes ahora por qué decía mi abuelo que yo era un privilegiado?
Cuando cumplí los diez años mi madre se casó, pero yo seguí viviendo con mi abuelo, porque mi madre y mi padrastro viajaban mucho y llevaban una vida demasiado movida para un niño. En fin, mi vida era buena, muy buena. Y cuando acabé la carrera, a los veinte años, estaba convencido de que era el amo. Como decía un compañero de la facultad: el puto amo. Ése era yo.
Un enorme trueno le hizo apartar la cabeza de la pantalla, y también la salvó, pues pudo oír otro ruidito en el que no se habría fijado si sus sentidos no hubieran estado alerta. La llave en la cerradura.
Joe entraba en casa. Rápidamente cerró el documento y, como no le daba tiempo a cerrar el ordenador antes de que entrara Joe, dio a «Juegos» para fingir que jugaba un solitario. Justo a tiempo.
—¿Qué haces?
—Como me aburría, me he puesto a echar un solitario…
El corazón le latía con fuerza en el pecho, pero sabía que debía comportarse de forma natural o Joe sospecharía algo, así que se levantó y salió a su encuentro con una sonrisa. Se abrazaron.
—¿Por qué llegas tan tarde?
—La curiosidad mató al gato.
Joe dejó la cartera en el suelo y la cogió en brazos. Agarrada a su cuello, con las piernas alrededor de su cintura, _____ se sintió como una niña. Estaba segura de que, como siempre cuando estaba con él, se disiparían sus dudas. Pero no fue así, y no pudo evitar preguntarse quién sería ese hombre, cuál sería ese secreto de su pasado que había estado a punto de conocer. Hacía apenas unos minutos deseaba que llegara, ahora habría preferido que no hubiera vuelto en toda la noche, o al menos hasta que hubiera terminado de leer.
Joe se dirigió con su carga al sofá y la dejó caer con mucha suavidad, luego se agachó y comenzó a acariciarle el estómago, que asomaba entre la camiseta y los pantaloncitos.
—Pareces una niña…
—¿Por qué no hay ninguna foto en esta casa?
La pregunta le salió sola, sin pensarla, y ella misma fue la primera sorprendida por sus palabras.
—¿Qué? —Joe la miró sin comprender—. ¿Qué dices? ¿Fotos?
—Sí. Ya sé que no es el momento oportuno para hacer esta pregunta, pero… Me ha salido así, lo siento. Y es verdad, no tienes ni una fotografía. Todo el mundo tiene alguna fotografía en su casa…
—No soy nostálgico. Odio a esas personas que lloran ante las fotos reviviendo un pasado que ya no existe, por eso no tengo ninguna enmarcada, como suele ser costumbre. Lo reconozco: soy un bicho raro.
Pero sí tengo en una caja algunas fotos de cuando era pequeño, con mi madre y mi abuelo, y de los viajes que hice con ellos… Te las enseñaré e incluso te permitiré que enmarques alguna, aunque preferiría que pusieras fotos tuyas. Sí, trae todas las fotos que tengas… Me encantaría tenerte por toda la casa, verte en cada habitación…
—Acabarías aburriéndote de mí.
—Eso jamás.
las| �oo�� �Ie='margin-bottom:0cm;margin-bottom:.0001pt;line-height: normal;mso-layout-grid-align:none;text-autospace:none'>—Fue un desastre. No le gustó nada, incluso se enfadó.
—¿Qué? ¿Por qué?
—No sé, pero tuve que quitármelo.
—Bueno… para eso está.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo Catorce Cuarta Parte
¡Otra vez igual! Cuando expresaba sus dudas en voz alta todo era natural, todo tenía una explicación de lo más lógica y razonable y ella se sentía como una tonta paranoica… Había decidido no hablarle de Marga. Pero ¿por qué no hacerlo? Seguro que también había una explicación lógica para eso.
Sergio había vuelto a su tarea. Ahora sus manos habían abandonado el estómago y se encontraban en los pechos, moldeándolos con suavidad.
—Ya sé que no puedo hablar de ella, que es un tema tabú, pero esta mañana he visto a Marga saliendo de tu juzgado.
Joe abandonó su masaje y la miró. Esta vez con mucha tristeza y con… ¿miedo? Sí, _____ notó cierto temor en su mirada.
—Te dije que la olvidaras. ¿Es que no puedes dejarlo?
—No cuando me la encuentro a cada paso que doy —_____se irguió y se bajó la camiseta—. Estoy muerta de hambre, ¿cenamos? A este paso acabaremos desayunando ensalada de salmón.
Cogió su copa de vino, ya vacía, que estaba sobre la mesita del ordenador.
—¿Quieres un vino?
—Sí, por favor.
_____ llenó las dos copas y sacó la ensalada de la nevera.
Joe se sentó ante su plato.
—¡Vaya! Esto tiene una pinta excelente.
Durante unos minutos comieron y bebieron vino en silencio. Joe miraba a _____, que parecía algo decepcionada aunque hacía grandes esfuerzos por evitar que se notase. En realidad, ella tenía razón.
Además, los medios ya estaban al acecho, porque Lucas era un empresario conocido y muy pronto su caso saldría a la luz. No quería que viera un día en la tele o en Internet a Marga y se enterase de que era la hermana de un importante acusado que él tenía que investigar. Debía decírselo, que se enterase por él y que supiera sólo lo que él quisiera contarle. Aún no podía revelárselo todo, pero sí la parte que ella no tardaría en conocer porque pronto se haría pública.
—Está bien —dijo al fin—. Ya sabes que salí con Marga e incluso viví con ella hace años, cuando yo era muy joven. Fíjate que lo dejamos el año en que cumplí veinte… Ya me dirás, era un niño estúpido que no sabía lo que quería.
—Me han dicho en el juzgado que es la hermana de Lucas Salcedo y que llevas una denuncia sobre él.
—Entonces ya lo sabes todo, ¿por qué me preguntas?
—Porque quiero saber qué hacía la hermana de un acusado visitándote en tu despacho.
—No sabía que iba a ir, se presentó sin avisar… Por eso la eché, le dije que se largara antes de que tuviera tiempo de abrir la boca. Y se fue muy enfadada.
Supo que lo que le estaba diciendo era verdad, pues recordaba que Marga iba hecha una furia; claro, debía de estar muy enfadada porque él la había echado del despacho con cajas destempladas.
—Pero, Joe, tienes que inhibirte. No puedes investigar a personas que conoces…
—No soy familiar suyo, hace doce años que no los veo, por lo que no tengo ningún interés en ellos… Ya te he dicho lo que querías saber, por favor, no insistas más.
—Pero…
—No puedo hablar más de esto. Dejémoslo así.
_____ no estaba muy convencida, pero sí más tranquila. Por lo menos ahora estaba segura de que ya no existía ninguna relación personal entre Joe y Marga, y eso era un alivio.
Recogieron la mesa y metieron los platos en el lavavajillas.
—Voy a darme una ducha y a acostarme. Estoy muerto.
_____ entendió la frase. Significaba: «Hoy te quedas sin sexo, muñeca». De acuerdo. Ella también estaba cansada.
—Yo también tengo sueño. Me voy a la cama.
Se acostó. Le daba vueltas en su cabeza a los acontecimientos del día, que habían sido muchos y variados. Su fallido intento de sonsacar a Carmen, encontrarse a Marga en el juzgado, la conversación con su hermana, la explicación que le había dado Joe sobre el asunto de Marga —que, aunque no era muy satisfactoria, al menos era aceptable— y ese documento que había descubierto en su ordenador, esa especie de biografía que él llamaba… ¿cómo? ¿Declaración? No estaba bien que leyera un escrito íntimo de él sin su conocimiento. Pero le daba igual, pensaba leerlo. Era la única manera de descubrir el secreto que Joe le ocultaba.
Estaba aún despierta cuando él entró en el dormitorio, pero cerró los ojos y se hizo la dormida. No quería que pensara que lo esperaba, aunque fuera cierto. Sintió hundirse el colchón bajo su peso y luego sus manos por debajo del pantaloncito, acariciándole el trasero. Si seguía así, iba a resultarle muy difícil continuar haciéndose la dormida. Se removió y él habló en su oído. Su aliento cálido le acarició la oreja y la sensación la excitó más que las caricias.
—¿Estás dormida?
—Ya no —se dio la vuelta y se abrazó a él.
Joe tiró de los pantaloncitos y se los quitó.
—Fuera barreras. ¿Estás cansada?
—No tanto, aún aguantaría uno rápido —sonrió, soltando la frase que ya se había convertido en su broma habitual.
_____ comenzó a acariciarle la espalda, mientras él le acariciaba la nuca y el cuello, sin dejar de besarla, de juguetear con la lengua en su boca. Era maravilloso sentirlo así, dulce y suavemente, tan relajados. Joe le dio la vuelta y se puso sobre ella, besándole el cuello, la clavícula, el pecho. _____ alzó los brazos y él le quitó la camiseta, que apartó a un lado mientras su boca jugueteaba con lo pezones y su dedo buscaba y encontraba el clítoris. _____ se removió inquieta. Deseaba más, alzó las caderas en una clara invitación. Joe aún jugueteó un poco más con ella removiendo el dedo en su interior, y cuando _____ volvió a agitarse, alzando las caderas impaciente, la penetró de una embestida, regodeándose con el sonido de sus gemidos, tan excitantes. Ella le rodeó la cintura con las piernas para facilitarle el acceso, para que la poseyera por completo, y Joe aumentó el ritmo de sus movimientos mientras ambos se contorsionaban en una danza frenética hasta que el orgasmo los hizo gritar. Permanecieron abrazados, dando tiempo a sus respiraciones para que se tranquilizaran y volvieran a ser normales.
Sin dejar de abrazarla, Joe se dio la vuelta y ambos quedaron de lado. _____ se recostó en su pecho y se quedó dormida. Pero Joe permaneció aún mucho tiempo despierto, con ella dormida en sus brazos. Nadie se había entregado tanto a él como _____, nadie le había dado tanto. Y él, a cambio, no podía ofrecerle nada.
Q�Z ��� �Iiró sin comprender—. ¿Qué dices? ¿Fotos?
—Sí. Ya sé que no es el momento oportuno para hacer esta pregunta, pero… Me ha salido así, lo siento. Y es verdad, no tienes ni una fotografía. Todo el mundo tiene alguna fotografía en su casa…
—No soy nostálgico. Odio a esas personas que lloran ante las fotos reviviendo un pasado que ya no existe, por eso no tengo ninguna enmarcada, como suele ser costumbre. Lo reconozco: soy un bicho raro.
Pero sí tengo en una caja algunas fotos de cuando era pequeño, con mi madre y mi abuelo, y de los viajes que hice con ellos… Te las enseñaré e incluso te permitiré que enmarques alguna, aunque preferiría que pusieras fotos tuyas. Sí, trae todas las fotos que tengas… Me encantaría tenerte por toda la casa, verte en cada habitación…
—Acabarías aburriéndote de mí.
—Eso jamás.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo Quince
_____ no pensaba más que en salir del trabajo temprano para llegar a casa cuanto antes y acabar de leer el relato que había descubierto la noche anterior, pues intuía que allí iba a encontrar respuesta a muchas de sus preguntas, si no a todas. No pararía hasta descubrir lo que le ocultaba, fuera como fuese, quisiera Joe o no. Estaba decidida: como él no soltaba prenda, lo averiguaría por su cuenta. Ya ni siquiera le importaba que se enfadase o que la descubriera espiando en su ordenador; lo único que deseaba era conocer los motivos de su comportamiento. Sabía que era un hombre alegre, listo, cariñoso y bueno; así era como se le había revelado la mayor parte de las veces. Ese aspecto suyo tan negro, tan inquietante, que afloraba en ocasiones, sobre todo cuando le preguntaba por Marga, no era natural en él. Y _____ se impuso la tarea de descubrir la causa.
Con todas esas preocupaciones dando vueltas en su cabeza no podía centrarse mucho en el trabajo. Ni siquiera se dio cuenta de la forma en que la miraba don Tomás esa mañana en la reunión ni del tono de su voz cuando se dirigía a ella, pues apenas escuchaba lo que allí se decía y menos aún se fijaba en los presentes. Por eso le resultó extraño que a media mañana la llamara a su despacho.
_____ entró después de dar unos tímidos toques en la puerta. No estaba preocupada; suponía que quería comentarle algún asunto de trabajo. Don Tomás estaba sentado ante su escritorio. Leía el periódico, que apartó a un lado cuando la vio.
—Ah, pasa, querida, siéntate.
______ obedeció y esperó a que él comenzara a hablar.
—Mañana hará dos semanas que trabajas para nosotros. ¿Cómo lo llevas? Sé que los primeros días en un trabajo son duros, sobre todo si, además, es tu primer empleo, como es tu caso.
El tono de su voz la puso en guardia, pues desmentía la aparente amabilidad de sus palabras.
—Sí, es mi primer empleo. Aunque ya he trabajado, durante las prácticas…
—Sí, las hiciste en un buen bufete. Lo que quiero saber es si te llevas bien con tus compañeros, si te gusta el trabajo… —aquí su tono cambió, como diciendo: ahora voy al grano—. Sé que te has quejado en alguna ocasión de que te dábamos pocas responsabilidades, cosa que me parece un despropósito…
Antonio, se dijo _____. Sólo él podía haberle contado eso a don Tomás. Se puso roja, tanto de vergüenza como de indignación por la deslealtad del que aún consideraba su amigo.
—Entiende —proseguía su jefe— que, al ser nueva tanto en este puesto como en la profesión, no podemos hacer otra cosa. La idea era que tus responsabilidades aumentaran paulatinamente. Siempre, claro, que demostraras merecerlo. Y por eso te he llamado: no me da la impresión de que te lo merezcas; no te centras en el trabajo. Disculpa que te lo diga de forma tan brusca, pero así es. En esta casa exigimos a nuestros empleados plena dedicación, y tú actúas a medio gas. Te vas a la hora exacta, cumples con tus deberes sin más, sin poner el entusiasmo y la entrega que son naturales en alguien que empieza y quiere labrarse un camino en nuestra profesión.
—Si me quedara fuera de horario, fingiendo trabajar aunque no hiciera nada, usted estaría satisfecho. ¿No es cierto? —no midió la implicación de sus palabras, pero don Tomás la pilló al vuelo.
—¿Quieres decir que eso es lo que hacen tus compañeros? Un detalle muy feo por tu parte, _____.
Muy feo. Defenderse atacando a los demás puede que sea una buena táctica en otras circunstancias; en este caso no. Había oído hablar muy bien de ti, pero debo decir que me has decepcionado. Los informes de Juan no son muy halagüeños. ¡Acabáramos! Juan Ozores había intensificado su campaña contra ella y había conseguido convencer a don Tomás.
—Siento haber dicho eso, porque usted lo ha malinterpretado —ignoró la referencia a Juan—. Lo que quería decir es que, a pesar de salir a mi hora, cumplo con mi trabajo. Los casos que llevo avanzan dentro de los plazos y no he tenido ninguna distracción, todo lo que he hecho ha sido correcto. No entiendo por qué me dice que no cumplo, sí que he cumplido.
—No estoy de acuerdo. Me han llegado informes de ti, _____, que… Bueno, siento mucho decirte esto, en realidad pensaba esperar a que se cumpliera tu período de prueba. Pero ahora, al ver tu actitud, creo que debemos terminar con esto cuanto antes. No vamos a renovarte el contrato de prueba, así que te recomiendo que vayas buscándote otra cosa porque…
¡La estaba echando! Dado el poco tiempo que llevaba en el bufete, no podía ser porque no le gustara su trabajo, eso era absurdo. Se puso furiosa. La antigua _____ habría acatado la decisión de don Tomás, pero la nueva no se resignaba. Era una injusticia.
—No hace falta que espere usted quince días para dejar de verme. Me marcho ahora mismo.
_____ se levantó y salió dejando a don Tomás con la boca abierta.
Una compungida Rosa la ayudó a recoger los pocos objetos personales que tenía en su mesa.
Después se sentaron en la cocina, a tomar su último café juntas en aquel lugar.
—Lo siento mucho, _____, me encantaba tenerte. ¿Qué vas a hacer ahora? Perdona que te haga esta pregunta tan personal, pero… ¿Andas bien de dinero? Si necesitas algo, yo…
—Gracias —la interrumpió ______, conmovida—. No tengo problemas económicos. Cuento con la pensión de Daniel y con algunas inversiones que hizo y que me reportan beneficios anuales. Pero me gusta mi profesión y quiero ejercerla. No sé, quizá prepare oposiciones a la fiscalía…
—Lo que no entiendo es por qué te han despedido tan pronto… Es absurdo —dijo Rosa, que ya no escuchaba a _____. Le encantaban los chismes de oficina y ése era jugoso—. A no ser…
—Sí —la interrumpió _____—. Está claro que Juan ha conseguido lo que quería: que yo me marchara; desde el primer día ha estado decidido a echarme.
—No, no es eso lo que estaba pensando. Juan no tiene tanta influencia sobre don Tomás, ha sido otra persona.
—Ha sido Juan —insistía _____—. Nunca le gusté, está convencido de que yo quería quitarle el puesto.
—No creo que haya sido Juan. Quiero decir… —Rosa puso una mano sobre el brazo de ______ y acercó la cabeza a la de su amiga, bajando el tono de la voz—. Don Tomás conoce bien a Juan; sabe que recela de todos los nuevos y, como te he dicho, no tiene tanta influencia como para hacer que despidan a alguien. No —meneó la cabeza—. Ha sido Antonio, estoy segura.
—¿Qué dices? Precisamente lo primero que voy a hacer es llamarlo para decírselo…
—Creo que ya lo sabe. Vino ayer por la tarde, después de que tú te fueras. En realidad justo después, como si hubiera estado esperando a que salieras para entrar, y se metió en el despacho de don Tomás.
Cuando me fui aún seguían. Lo que no entiendo es por qué lo ha hecho, tú le gustas…
—¡Tienes razón! —_____ lo comprendió todo de repente—. Le gusto, me propuso que saliéramos juntos y yo le di calabazas —sonrió—. Ésta es su forma de vengarse. Nunca lo habría pensado. ¡Vaya desilusión! Crees conocer a alguien y luego…
_____ guardó silencio. No quería hablar de más delante de Rosa y prefería reservarse su opinión. Si sus sospechas se confirmaban, si Antonio había sido el artífice de su despido, cosa que le parecía muy probable, iba a decirle cuatro palabritas. Pero más adelante, cuando estuviera más tranquila.
Charlaron durante un rato y prometieron llamarse y verse alguna vez, aunque ambas sabían que sólo se llamarían en Navidad y en algunas fechas señaladas y que, por supuesto, lo más probable era que no volvieran a verse. _____ sintió algo de pena. Le gustaba Rosa, había sido una buena compañera, y el detalle de ofrecerle dinero era conmovedor. Se abrazaron con cariño y _____ salió del bufete, probablemente para no volver a entrar jamás en él.
Mientras se dirigía a su coche, le puso un SMS a Joe, pues deseaba contarle las novedades y no se atrevía a llamarlo, por si estaba en un juicio o en algún acto importante. Tecleó:
> Me han despedido. Esta noche te lo cuento. Besos.
Cuando llegó a la casa de Joe, _____ estaba conmocionada. Después de sopesar muy seriamente los pros y los contras de llamar a Antonio se había reafirmado en su primera opinión; mejor no hacerlo.
¿Qué iba a lograr con ello? Estaba segura de que la habían despedido por él y, aunque sabía que algún día tendría que pedirle explicaciones, no le parecía que ése fuera el momento; no tenía ningunas ganas de oír su voz, y mucho menos de verlo. Dejaría pasar unos días y luego ya vería.
Aún no había podido decírselo a Joe, pues no había recibido respuesta a su SMS, lo cual significaba que él no lo había leído, y tampoco a las llamadas que le había hecho, pues tenía el teléfono desconectado. Bien, tendría que esperar a que llegara a casa para contárselo, y casi lo prefería, porque no era una noticia como para darla por teléfono y ahora pensaba que se había precipitado al mandarle el mensaje.
Con tantas emociones, se había olvidado del relato. Al menos tenía tiempo para leer, dado que Joe aún tardaría muchas horas en llegar.
Soltó sobre el sofá su cartera con el ordenador y varios papeles, y una bolsa en la que llevaba las pocas pertenencias que tenía en su despacho, y corrió a conectar el ordenador. Ya sabía dónde buscar, así que fue directamente al archivo y comenzó a leer donde se había quedado:
Y en unos días todo ese mundo se vino abajo. Cuando caes siempre te haces daño, y si caes desde lo más alto, como me sucedió a mí, el golpe puede ser mortal. Sé que no es una frase muy original, pero sí muy descriptiva, porque fue eso precisamente lo que me sucedió.
Mi abuelo tenía un amigo, René Salcedo, que era socio de algunos de sus negocios menores.
Quizá por eso, porque no había muchos intereses económicos entre ellos, se llevaban bien y se guardaban cierta lealtad. René Salcedo era muy conocido en el mundo de las finanzas. Su empresa, Salcedo y Roms Enterprises, que su socio y él habían levantado de la nada, daba muy buenos dividendos y era una de las más importantes del sector de las finanzas en España. El socio de Salcedo era Henry Roms, cuya nacionalidad nadie conocía, aunque todos sospechábamos que era húngaro.
Estos tres hombres son, en cierto modo, los responsables de la situación en que me encuentro.
Como ya te he dicho, a los veinte años yo era el amo. Mis mejores amigos, Marga y Lucas Salcedo, nietos de René Salcedo, así lo creían, y me animaban para que yo también lo creyera.
No les costaba mucho trabajo, dada mi disposición natural a pensar siempre lo mejor de mí mismo. Marga era algo mayor que yo, tenía veintiocho años, pero parecía una niña. Era preciosa, y yo le gustaba mucho, por lo que no es de extrañar que tuviera mis escarceos con ella. Yo vivía en una casa que me había regalado mi abuelo al cumplir dieciocho años, la misma en la que vivo aún hoy. En la época de que hablo, a mis veinte años, cuando acabé derecho, ella pasaba en mi casa mucho tiempo; puede decirse que vivíamos juntos. Nuestros abuelos veían esa relación con muy buenos ojos, porque pensaban que acabaríamos casándonos. Yo no los desengañaba, aunque sabía que eso no iba a pasar nunca, pues Marga, a pesar de su belleza, no era mi tipo; era fabulosa como amante y me gustaba mucho, pero sabía que lo nuestro no iba a durar. Porque de quien yo estaba realmente enamorado era de Carla, la nieta de Henry Roms.
¿Carla? ¿Quién era esa Carla? Nunca había oído hablar de ella. ¿Andaría también por ahí, comiendo con él en restaurantes íntimos y llamándolo por teléfono?
______ sintió ganas de coger el ordenador y tirarlo al suelo; para evitar la tentación, se levantó y comenzó a pasear por el salón. Sentía una gran inquietud que no lograba identificar. ¡Estaba celosa! ¡Muy celosa! ¿Hasta qué punto la tenía dominada ese hombre? ¿Por qué estaba tan enganchada? ¿Por qué no podía dejarlo, a pesar de que cada cosa que descubría sobre él era peor que la anterior?
De pronto, corrió al sofá, donde había dejado caer su cartera, y empezó a buscar frenéticamente en su interior. Estaba tan alterada que era incapaz de encontrar lo que buscaba, por lo que acabó volcando el contenido de la cartera sobre el sofá. Entre los objetos había un pendrive. ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Copiaría el archivo y lo leería en su ordenador. Así Joe no sospecharía nada.
Lo copió y cerró el ordenador de Joe.
Iba a coger el suyo para volcar el archivo y continuar leyendo, cuando oyó la puerta. Joe había regresado, y sólo eran las tres de la tarde.
Dejó su ordenador sobre la mesita y empezó a guardar las cosas en su cartera. En ésas estaba cuando Joe entró en el salón y ella abandonó lo que estaba haciendo para correr a abrazarlo.
Monse_Jonas
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