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Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo 11
Se removió, perezosa.
—Buenos días, ¿qué tal estás?
—De maravilla. ¿Qué hora es?
—Las siete.
—Vaya, qué tarde.
_____ le dio un pequeño empujoncito para apartarlo e intentó levantarse, pero él la retuvo.
—No te levantes, hay tiempo para uno rápido —la carita de desolación de Joe la hizo reír.
—Venga, sátiro, al trabajo.
—No te soltaré. Ahora eres mía, estás a mi merced.
—No, ya no estoy atada —dijo ella mostrándole orgullosa sus brazos, que sacó de entre las sábanas para volver a meterlos rápidamente—. Jo, qué frío.
—¿Lo ves? Cuando acabemos estarás ardiendo.
Y tenía razón.
Esa mañana _____ llegó tarde al trabajo por segunda vez en una semana; pasó deprisa ante el mostrador de la recepción donde una asombrada Rosa le reprochó su conducta:
—Llegas tarde otra vez.
—Lo sé, había mucho tráfico. ¿Ha empezado ya la reunión?
—Sí, date prisa.
_____ entró corriendo en la sala de reuniones. Repitió la misma excusa que le había dado a Rosa, pero parecía que a nadie le importaba si llegaba tarde o pronto, a juzgar por el caso que le hicieron. Así que se sentó e intentó pasar lo más desapercibida posible.
Pero no lo consiguió, porque Juan, su «supervisor», estaba empeñado en sacar a relucir todos sus fallos, reales o imaginarios. Con mucho tacto, para no quedar muy mal, eso al menos pensaba ella, le reprochó ante todos haber olvidado incluir un papel fundamental en el expediente de Aníbal y, sobre todo, ser incapaz de llegar a un acuerdo con el abogado de la parte contraria. _____ se defendió; lo había intentado, pero el demandante no quería acuerdos. El caso de Manuela tampoco iba muy bien, siempre según Juan. Por fortuna don Tomás estaba de su parte y limó asperezas, incluso echó un pequeño rapapolvo a Juan por no ser tolerante con alguien que llevaba unos pocos días ejerciendo y que necesitaba ayuda, como todos al principio. En lugar de mejorar las cosas, con su actitud y sus palabras don Tomás sólo consiguió que Juan se enfadara aún más con ella.
Cuando acabó la reunión, _____ se acercó a él con la intención de reprocharle su actitud, pero Juan ni siquiera la dejó comenzar a hablar.
—Tienes el apoyo de uno de nuestros mejores clientes. Mira, voy a ser sincero contigo. A ninguno se nos escapa que te acuestas con él y que por eso estás aquí, y eso nos da igual, allá tú con tu vida… Pero se necesita algo más que camelar a un buen cliente para mantenerse, querida. Si no cumples con tu trabajo, don Tomás acabará dándose cuenta y terminarás en la calle, por muchos padrinos que tengas.
_____ estaba indignada. Lo que pensara Juan no le importaba, pero sí valoraba la opinión de sus demás compañeros. ¿De verdad creían todos que ella se acostaba con Antonio?
—Estás diciendo tonterías, Juan. Nada de eso es cierto. No sé por qué la tienes tomada conmigo. Yo no pretendo quitarle el puesto a nadie, lo único que quiero es hacer bien mi trabajo.
Juan dio media vuelta y se marchó sin contestar. _____ se quedó muy abatida. Tendría que preguntarle a Rosa. Ella estaba al tanto de todo lo que sucedía en ese bufete y podría aclararle si era cierto lo que Juan decía: que todos pensaban que se acostaba con Antonio, o si sólo era la mente calenturienta de ese individuo inseguro y malevolente.
—Rosa, ¿tomamos un café?
—Vale, vamos a la cocina. Pero sólo un minuto porque hoy tengo una mañana muy movida.
Después de servirse el café, _____ inició la conversación. Le resultaba un poco violento, pero tenía que saberlo.
—Rosa… Bueno, me resulta muy difícil hacer esta pregunta, así que iré directamente al grano: ¿la gente de este bufete cree que me han contratado porque me acuesto con Antonio?
Rosa se ruborizó y bajó la cabeza. «Mala señal», pensó _____.
—Sí, eso creo, al menos se rumorea…
—Pero eso es absurdo, ¿de dónde han sacado esa idea?
—Ya sabes cómo son estas cosas… Alguien dice algo, la bola se va haciendo cada vez más grande a medida que el rumor corre… Al final, aunque nadie sabe por qué, todos acaban convencidos de que el rumor es cierto. De todos modos, desde que trabajas en el bufete Antonio viene mucho más a menudo por aquí. Todo el mundo se ha dado cuenta…
—Eso es porque somos buenos amigos, nada más… Ni siquiera hemos salido juntos, jamás.
—No sé, _____, no da esa impresión, de verdad. ¿Acaso no te has dado cuenta de cómo te mira? Aquí todo el mundo se ha fijado. Es evidente que le gustas mucho, salta a la vista, y él no lo oculta.
—¿De qué hablas? No te negaré que está interesado en mí. Pero yo no lo sabía cuando me propuso este trabajo, me he enterado después. Y no le he dado alas, todo lo contrario. Además, tengo novio y él lo sabe.
—¿Tienes novio? Vaya, vaya; eso no me lo habías dicho…
—Es que somos novios desde ayer…
No quería, pero se puso algo colorada al decirlo, sólo un poquito, lo suficiente como para que la perspicaz Rosa sacara sus conclusiones. ¡Había vuelto a hacerlo! Al día siguiente todos sabrían que tenía novio y aumentarían las especulaciones sobre su vida privada… Quería pasar desapercibida y estaba consiguiendo todo lo contrario.
—¡Qué barbaridad, hija mía, qué vida tan intensa! —_____ se sintió dolida, no le gustó nada el tonillo sarcástico de Rosa—. Por lo que veo, eres de las que no pierden el tiempo… ¿Y puedo saber quién es? ¿Lo conozco?
—No —dijo _____ rápidamente, y sonrió al pensar en la cara que pondría Rosa si le dijera que era el juez Mendizábal—. No lo conoces, pero te lo presentaré algún día… Bueno… —había sido un error hablar con Rosa y debía cortar esa conversación cuanto antes—. Tengo que volver al trabajo.
—Sí, yo también. No puedo abandonar mi puesto tanto tiempo. _____… —tomó las manos de la joven entre las suyas y les dio un apretoncito—. No tengas tantos recelos conmigo, yo estoy de tu parte.
—No, ¿qué dices…?
—Después hablamos, está sonando el teléfono…
Rosa salió a toda prisa y _____ se quedó mirándola unos momentos. Luego se dirigió a su despacho con la jarra de café en la mano.
A media mañana recibió una llamada de Celia.
—Hola —sabía que tenía que hablar con su hermana, pero en ese momento no le apetecía nada. Tenía que meditar muy bien lo que le diría y cómo lo haría, y aún no había tenido tiempo de pensar en ello.
—Tenemos que hablar —dijo Celia—. Creo que tienes importantes novedades que contarme. ¿Cómo no me habías dicho que tienes novio?
—Ahora no puedo, estoy trabajando. ¿Te importa que hablemos luego?
—Muy bien. ¿Vienes a casa esta tarde o quedamos en algún sitio?
______ lo pensó. En su casa, su hermana se sentiría con más libertad de gritar o de decir cualquier cosa y podían acabar discutiendo. Era mejor quedar en un lugar público, donde Celia no se atreviera a levantar la voz.
—Mejor quedamos.
—Vale. Hoy trabajaré hasta las siete —dijo Celia—. Tengo que ponerme al día en mis nuevas ocupaciones —concluyó, con un tono de orgullo en su voz.
—De acuerdo, te espero a las siete en la cafetería que hay enfrente de tu banco, donde nos hemos visto otras veces. ¿Te parece?
—Claro. Quizá tengas que esperarme unos minutos…
—No importa. Un beso, hermana. Nos vemos luego.
—Hasta luego.
Colgó preocupada. ¿Qué podía hacer? ¿Contarle a Celia la verdad o continuar con la mentira, decir que Joe era su novio y que todo iba bien y era normal? Quería hablarle con total sinceridad, compartir sus dudas. Conocer la opinión de alguien ajeno a toda la historia podría darle otra perspectiva, podría hacer que viera todo aquel asunto de otra manera. En realidad necesitaba que alguien le dijera que estaba haciendo bien y que las dudas que la asaltaban cuando no estaba con Joe no tenían fundamento.
Oyó un pitidito en el ordenador, le había entrado un correo. Era de Joe.
> ¿Cómo va la mañana? Pienso en ti. Ahora entro a un juicio, ya te llamaré luego. Espero impaciente que llegue esta noche.
Frases cortas, escueto. Desde luego, tenía que reconocer que Joe no era muy romántico. Salvo cuando hacían el amor. Entonces era maravilloso, se dijo, y sonrió al pensarlo. Después de todo, prácticamente se verían sólo para hacer el amor; en eso habían quedado. Volvió a sonreír al recordar algo que él había dicho la noche anterior: «Me encanta que tengas iniciativa». Podía tenerla, claro que sí, ella era una persona muy imaginativa. El problema era que no tenía ninguna experiencia en ese campo y no se le ocurría nada. Bueno, sí, lo convencional, lo de toda la vida… que en realidad, y en su opinión, era lo más satisfactorio, aunque «¡cómo me gustaría conocer otras formas de excitarlo, de tenerlo a mi merced, como él me tuvo a mí cuando me ató, una forma de conseguir que haga lo que yo le diga y que disfrute haciéndolo». ¡Pero era tan pardilla!
Quizá su hermana pudiera ayudarla. Celia había salido con muchos hombres. _____ recordaba épocas en que incluso había salido con dos a la vez, y a ella le resultaba muy divertido ver cómo daba esquinazo a uno para encontrarse con el otro, que la esperaba en el portal. Luisa era muy pequeña entonces, pero se reía con las idas y venidas de su hermana mayor. Las dos pequeñas se dedicaban a espiar a la mayor y luego reían al comentarlo. ¡Y cuando Celia llegaba tarde y entraba muy despacito para que su padre no se despertara! La sonrisa se transformó en una carcajada al recordarlo. Ésa era su Celia, la hermana que ella conocía y quería. Divertida y ligona, pero en modo alguno irresponsable. Tenía los pies firmemente asentados sobre la tierra y nunca les había fallado ni a ella ni a Luisa.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Oh su hermana es muy mala con ella!
Y sus malditos compañeros!
Más ese Juan! Ojalá que lo corran!
Síguela!
Y sus malditos compañeros!
Más ese Juan! Ojalá que lo corran!
Síguela!
aranzhitha
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
No me sorprenderia que la culpa de los rumores sea de Antonnio hablanfo mas de la cuenta y Ella no deberia contarle nada a Celia, tratara mucho peor.
Siguelaaaaaa
Siguelaaaaaa
GinaE
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Son unos malpensados!!!!... Aaarrrggg como los quiero ahorcar!!!!!..... Pero creo que vienen las pruebas!!!...
chelis
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capitulo Once Segunda Parte
¿Cuándo había empezado a cambiar? Lo tenía muy claro: fue cuando se casó con Daniel. Celia no estaba de acuerdo con esa boda y, aunque supo disimularlo bastante bien, empezó a distanciarse de ella muy poco a poco, de forma imperceptible, tan discretamente que _____ no se dio cuenta. Hasta ahora.
Se lo contaría. Necesitaba contarlo y sólo podía decírselo a Celia, dado que no tenía a nadie más.
Pero no era ésa la única razón; tenía la esperanza de recuperar su confianza, ese compañerismo que existía entre sus dos hermanas, que ella tanto envidiaba y que alguna vez conoció, aunque hacía tiempo que lo había perdido.
Cuando llegó a la cafetería a las siete menos cinco, Celia ya estaba allí.
—Has salido antes de lo que pensabas.
Se besaron en las mejillas.
—Sí, soy rápida trabajando.
Se miraron algo incómodas. Fue Celia quien inició la conversación.
—Conque tienes novio… ¿Cómo no me lo habías dicho?
—No es mi novio, él se lo dijo a Antonio para que nos dejara en paz…
—Antonio… Nunca te perdonaré lo que le has hecho, aceptar salir con él para luego dejarlo tirado. Es cruel, _____…
—¡Un momento! ¿Qué estás diciendo? Yo nunca he aceptado salir con Antonio —se calló y meditó unos momentos—. Puede que lo hubiera hecho antes, pero ya no.
—¿Antes de qué?
—De conocer a «mi novio». Si no lo hubiera conocido, probablemente habría acabado con Antonio. Pero ahora eso es imposible. Además, Antonio es de los que se casan, y yo no volveré a casarme con un hombre del que no esté enamorada.
Celia la miró con los ojos como platos.
—¿Qué has dicho? No te entiendo. ¿Por qué dices que no volverás a casarte si no estás enamorada?
Tú te casaste enamorada. Bebías los vientos por Daniel, a pesar de que podía ser tu padre… —otra vez el gesto de reproche. _____ temió que empezara de nuevo con sus peroratas y decidió cortarla.
—Lo creía, de verdad que lo creía, pero no… —meneó la cabeza a ambos lados con una triste sonrisa—. Tú tenías razón, y yo, por orgullo estúpido, no me sinceré contigo cuando me di cuenta del error que había cometido. Lo quería, no me malinterpretes, pero era tan joven… Y él era tan serio y tan mayor… Enseguida supe que aquello no funcionaría. Pero no quería aceptarlo porque entonces habría tenido que reconocer que yo me había equivocado y que vosotros llevabais razón. Y me lo tragué todo.
—Siempre tan cabezota.
—¡Siempre! Pero no quería oír el consabido «ya te lo dije»…
—Pues mejor eso que pasar toda la vida con un hombre al que no quieres.
—Estaba pensando muy seriamente en el divorcio cuando enfermó. Comprenderás que no podía abandonarlo en esas circunstancias.
—Claro, fue una putada. Pobre Daniel —Celia hizo un gesto con la cabeza. A pesar de que aparentaba tristeza, _____ se dio cuenta de que estaba complacida, aunque el consabido «ya te lo decía yo» no salió de sus labios—. Pero dejemos esta conversación que no nos lleva a ningún sitio. Háblame de él —Celia apoyó los codos en la mesa y la cara en las manos y miró a su hermana con interés. La expresión de suficiencia de su rostro había sido sustituida por una de curiosidad.
_____ no esperaba otra cosa y las palabras de Celia fueron para ella como el «¡cero!» de una cuenta atrás. Le contó cómo se habían conocido, la atracción que desde el primer momento existía entre ellos, que ya no podían parar de hacer el amor… y que él sólo quería una relación sexual, sin mayores implicaciones, sin compromiso, y lo dijo contenta para convencer a su hermana de que eso a ella le parecía muy bien. No le habló de la rubia ni de los detalles que tanto la inquietaban, como la preocupación que mostraba él en muchas ocasiones o la certeza de que le ocurría algo grave que no le quería contar. Volvió a caer en los mismos errores que poco antes se había reprochado, desvelando únicamente lo que le parecía bien y ocultando lo que sabía que podía poner en guardia a su hermana, aunque en esos momentos no era muy consciente de ello. Sólo quería agradar. Necesitaba volver a sentir su amistad y sabía que si le contaba sus dudas Celia se mostraría menos abierta con ella. Volvía a caer en los mismos errores y, aunque en el fondo lo sabía, no podía evitarlo.
Así, con ese relato sesgado, Celia estaba encantada.
—¡Cómo me alegro por ti! Y también por mí —dijo en voz muy baja—. El sábado hasta llegué a odiarte, porque pensé que estabas saliendo con Antonio.
—Estás enamorada de él, ¿verdad?
—Sí —Celia la miró con los ojos brillantes—. ¿Sabes una cosa? Podríamos intercambiar consejos. Por lo que me has contado, tu Joe es un hombre puramente sexual. El sexo es lo que le interesa, querida, y debes conquistarlo por ese camino. Hay hombres a los que les gustan las mujeres hogareñas, y una hace como que es de lo más casera para conquistarlos. A otros les gustan las intelectuales, a otros las inseguras… Bueno, al tuyo le gustan las sexis excitantes y yo en eso te puedo ayudar. Créeme, tengo experiencia.
Se calló, y luego añadió con tristeza.
—Y mírame, me he ido a enamorar de un hombre que es todo lo contrario y no sé qué hacer con él…
—A Antonio le gustan las mujeres calladitas, dóciles, que se sienten inseguras para que él las pueda cuidar y proteger. Le gusta ser el caballero de blanca armadura que saca de apuros a las doncellas.
—Pues estoy buena. Has descrito a una mujer opuesta a mi manera de ser.
—Precisamente… Celia, no quiero que pienses que estoy celosa o algo por el estilo, porque no es verdad, pero no sé si Antonio será el hombre indicado para ti. Como tú has dicho, sois muy distintos.
—Ya, pero no hay nada de malo en probar… Estoy obsesionada, sólo pienso en tirármelo. ¿Sabes? Tengo la impresión de que, si echamos un polvo, averiguaré enseguida si es o no mi tipo y se me quitará esta maldita obsesión.
—Eso está bien; si consigues que él abandone por un momento ese aire artificial que lo rodea, te pago una cena… Pero es que está tieso, como encorsetado… —_____ se echó a reír—. ¡Qué barbaridad! Hace unos días ni se me habrían pasado por la cabeza todas estas cosas…
—Sí, hermanita, me estás dejando con la boca abierta. Has hecho muy mal en no mostrarte como eras hasta ahora. Me gustas mucho más así.
____ se inclinó sobre la mesa. Las dos cabezas se juntaron y _____ dijo, en voz muy baja:
—Es que creo que me estoy volviendo ninfómana —su hermana abrió unos ojos como platos y se echó a reír con ganas—. Sí, no te rías. Sólo pienso en el sexo. Cuando estoy con él, no puedo dejar de hacerlo, y cuando él no está, siempre pienso en ello. Ya me dirás. Me paso la vida pensando en cómo sorprenderlo en la cama, en cómo atraparlo para que no se me escape… Quiere sexo, pues le daré sexo, pero del bueno. El problema es que se me están agotando los recursos. Necesito ideas.
—Muy bien, pues ponte a ello.
—¿Qué? Si ni siquiera sé cómo empezar… He pensado ver alguna peli porno, a ver si se me ocurre algo —_____ rio.
—Eso no estaría mal, puedo dejarte alguna —_____ miró a su hermana con asombro. Celia parecía una caja de sorpresas—. Verás, yo una vez tuve un novio al que le iban las prácticas sexuales un poco arriesgadas, no sé si me entiendes… Le gustaba pegarme.
—¡Eso, ni de coña! —dijo _____, tajante—. ¿Y tú lo has hecho?
—Por supuesto, me gusta mucho, y por lo que me has contado de él, es posible que a Joe también le guste.
—Pero a mí no. Dame más opciones —_____ estaba roja de vergüenza, y miró a su alrededor, temerosa de que alguien las estuviera escuchando. Pero no, la gente estaba en sus mesas, concentrada en sus propios asuntos, sin fijarse en los demás. Por otra parte, había mucho ruido y ellas hablaban en voz muy baja. Eso la tranquilizó y volvió a concentrar su atención en Celia.
—No puedo creer que tú hayas hecho esas cosas.
Se imaginó a Antonio vestido de cuero, dándole caña a Celia con un látigo, y se echó a reír. Las lágrimas asomaban a sus ojos sin que ella pudiera evitarlas. Al fin pudo sobreponerse.
—Me parece que no tienes nada que hacer con Antonio —dijo cuando pudo hablar, mientras se limpiaba las lágrimas de los ojos.
—¿Por qué no? Los más serios son los peores. Además, casi todo el mundo lo hace… Ya sabes, en el amor y en la guerra…
—Oh, cállate, eres imposible —la interrumpió _____ intentando apartar de su mente la imagen de Antonio porque no quería seguir riendo. Su hermana empezaba a mosquearse.
—Bueno, ¿quieres sorprender a tu Romeo o no? —decía Celia.
—Sí, pero no quiero que piense cosas raras de mí. Después de todo, lo conozco muy poco y no sé cómo reaccionaría. Creo que es mejor que los acontecimientos sigan su curso, y ya veremos —se empezaba a arrepentir de haberle pedido consejo a Celia. Ignoraba que su hermana fuera tan entusiasta en esos asuntos y no sabía cómo tomárselo. Si lo único que podía decirle era lo del látigo, mejor sería dejarlo.
—Ven a casa. Tengo un corsé que te va a encantar. Ni siquiera lo he usado, porque mi novio y yo rompimos antes y luego… Bueno, luego me dio por Antonio. Hace más de seis meses que no tengo relaciones sexuales. Sólo pienso en echar un polvo con él… ¡Qué tonta! Pero, al menos, mi corsé no se perderá. Ven a casa, te lo regalo.
—No sé qué decirte…
—Ven. Si le gusta, un día te llevaré al sex-shop que yo frecuentaba para comprarte algo más escandaloso aún.
—No sé… —repitió _____, indecisa—. ¿Y si se enfada? Ya te he dicho que lo conozco muy poco.
—Vamos, ningún hombre se enfadaría por eso, créeme, ni siquiera Antonio. Es una de las primeras tretas que pienso usar cuando me lo camele.
—¿Cuando te lo cameles? ¿Pero qué forma de hablar es ésa? —dijo _____, reprendiéndola en tono de broma—. Y no soy yo la que habla, es lo que te diría el propio Antonio.
—Yo siempre hablo así, pero como antes eras tan pazguata no me atrevía a ser como soy delante de ti, y disimulaba. Eras un rollo: la perfecta esposa, la desconsolada viuda… Qué coñazo, vaya aburrimiento. En fin, como ya te he dicho, me gustas más ahora.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capitulo once Tercera parte
—Recuerdo muy bien aquella época en que salías con dos chicos a la vez y entrabas a casa sin los zapatos para que papá no se despertase.
Las dos rieron.
—Sí, qué tiempos —dijo Celia con ojos soñadores—. Pero, a lo que íbamos. Ahora que tú estás fuera de la competición, no tardaré en ligarme a Antonio… Al menos eso espero.
_____ no estaba tan segura. Ojalá se equivocara, pero conocía bien a Antonio y no creía que Celia fuera su tipo, por mucho que ella se empeñara.
Celia dejó el dinero en el platito con la cuenta que había sobre la mesa y se levantó. Tiró de su hermana sin contemplaciones y salieron a la calle.
—¿Dónde tienes el coche?
—Aquí, un poco más abajo.
—Pues vamos allá.
No llegaron a abrir la puerta, porque, en el momento en que iban a entrar, Luisa salía de la casa, muy arreglada, demasiado maquillada para el gusto de _____, que la miró con desaprobación.
—Pareces un cuadro.
—Eso pretendo. Adiós, chicas.
Y se fue. _____ y Celia se miraron y Celia gritó:
—Sé buena…
—Lo seré… —se oyó la voz de Luisa mientras subía al ascensor. Luego las puertas se cerraron y ya no oyeron nada más.
—Ven —dijo Celia cuando entraron—. Vamos a mi habitación.
Siempre que entraba a la habitación de Celia recordaba su niñez, los juegos infantiles, cómo se disfrazaban… De princesas; nunca con nada parecido a lo que Celia estaba sacando de un cajón.
—¿Te gusta?
Lo extendió sobre la cama. Era un corsé de cuero brillante. El cuerpo era negro y se abría por delante con unos enormes corchetes plateados. Unas brillantes tiras rojas que se ataban a la espalda sujetaban los pechos, dejando al descubierto el pezón. El corsé se apretaba hasta la cintura y luego había una pequeña faldita, de pocos centímetros, de donde salían los ligueros.
—¿Qué te parece? ¿A que es sexi?
—¡Ah! Sí, pero debe de ser muy incómodo.
—¡Qué va! Tienes que ponerte unas medias negras de seda y prenderlas al liguero, pero nada de bragas. ¿Tienes zapatos rojos de tacón alto?
—No… tengo unos, pero son negros.
—Bueno, no importa, te dejaré los míos. Tenemos el mismo número. ¿Recuerdas que cuando vivías aquí siempre me quitabas los zapatos?
—Sí, pero…, Celia, me da vergüenza, imagínate que me ve así y le entra la risa, me moriría de vergüenza. ¿Y si se enfada? No lo conozco tanto como…
—Pero ¿cómo se va a enfadar? Vamos, si esto es de lo más inocente, ideal para empezar. No tiene nada de malo que te pongas una ropa interior sexi… Anda, se me olvidaba…
Abrió un cajón y sacó una banda de encaje negro.
—Es una máscara, tápate los ojos con ella y ya verás… Mejor dicho —rectificó entre carcajadas— no verás, y eso es lo bueno…
La sintonía del móvil de _____ interrumpió la frase de Celia. _____ miró la pantallita.
—Es Joe —dijo, mirando a su hermana.
Celia la oyó hablar, sólo frases y palabras entrecortadas… Vale, de acuerdo… Muy bien… Te espero.
Y colgó.
—¿Qué pasa?
—Tiene un compromiso y no llegará antes de las doce —_____ miró a su hermana con desilusión—Me dormiré antes de que aparezca.
—Tú llévatelo. Una vez en casa, ya juzgarás cuándo es el mejor momento para usarlo. Tenéis que estar despiertos y receptivos. Si lo pillas muerto de sueño puede ser un desastre, a mí me pasó una vez y…
Pero _____ ya no escuchaba a su hermana. ¡Tenía tanta ilusión por verlo! Sabía que quizá llegara tarde, pero a las doce… No sabía si podría aguantar despierta.
Joe colgó después de hablar con _____. Le había dicho que, aunque no le contara la verdad, jamás le mentiría. Pero no era cierto. Mentía. Se estaba volviendo un redomado mentiroso. Y todo porque quería tener un cuerpo cálido y confiado esperando cuando llegara a casa, pues sabía que si se encontraba solo podía hacer cualquier cosa. Con _____ allí no se atrevería a hacer ninguna tontería.
Cuando estaba con ella olvidaba todas sus preocupaciones, por eso la necesitaba y no podía prescindir de su compañía. Era un egoísta, sí, pero ella también disfrutaba. Después de todo, no era tan malo. Y se repitió lo que siempre se decía y que ya se había convertido en un mantra: sólo era humano.
Se puso la chaqueta y salió del despacho. Había quedado con Marga y no le convenía hacerla esperar.
_____ se quedó a cenar con Celia y llegó tarde a casa, con un paquetito bajo el brazo que guardó nada más entrar en uno de sus cajones. No sabía si alguna vez se presentaría la ocasión de usar esas prendas con Joe. Desde luego esa noche no. Se daría una ducha y se acostaría, porque estaba agotada.
Comenzó a pasear por la casa, curioseando. La tal Carmen era un genio. A pesar del lío que habían dejado esa mañana, ahora todo estaba impecable, limpio y recogido. Abrió la nevera para tomar un vaso de leche y vio que estaba llena, aunque ellos la habían vaciado durante ese fin de semana. Estaba bien eso de no tener que preocuparse por las cuestiones domésticas, aunque a ella le gustaba hacer la compra y recoger; en su casa se lo pasaba de miedo limpiando y cambiando los muebles de sitio, le encantaba.
Recorrió el salón con la mirada, quizá Sergio le dejara cambiar los muebles: no había muchos, pero siempre podía colgar los cuadros que había tirados por ahí… Y en aquel rincón iría bien un buró. Ya lo pensaría y se lo comentaría a él. Estaba segura de que no habría ningún problema.
Mientras mentalmente redecoraba el salón de Joe, fue a la habitación a ponerse el camisón que se había llevado que, vaya casualidad, era el mejor y el más sexi que tenía. Carmen también había cambiado las sábanas. Ahora la habitación lucía inmaculada y olía a limpio. Otra ventaja de tener quien haga las cosas por ti.
Después de ducharse y ponerse el camisón y la bata de Joe encima, fue al salón y encendió la tele con la intención de esperarlo despierta. Dudaba entre callar, como si no pasara nada, o decirle cuando llegara lo que en realidad pensaba de él: que era un egoísta desconsiderado. ¿Cómo se había atrevido a hacerle eso? Era la primera noche de su vida oficial juntos y la había dejado sola, en lugar de ofrecerle una cena romántica para celebrarlo… ¡Vaya decepción! _____ sintió ganas de llorar. Cuando él estaba se encontraba a gusto, la casa le parecía acogedora y cálida. Pero así, sola, se sentía una extraña, una intrusa en una casa que no era la suya.
Se levantó y comenzó a pasear por el salón, cada vez más indignada. Se encendía poco a poco, mientras mantenía consigo misma una conversación cada vez más subida de tono. Ella no tenía por qué soportar ese trato, ya no era la niña dócil y estúpida que se conformaba con todo… Lo había sido una vez, con Daniel. Pero Joe no era Daniel y no volvería a caer en el mismo error.
A las doce y media de la noche lo vio muy claro: tenía que marcharse. Que llegara y se encontrara con una casa vacía, eso le demostraría que ella tenía carácter, que no podía manejarla a su antojo. No quería abandonarlo sino darle una lección para que la respetara, porque nunca lo haría si desde el primer día empezaba a consentírselo todo. Fue a la habitación y comenzó a vestirse. Se había quitado el camisón y estaba a punto de ponerse el sujetador cuando sintió unos pasos detrás de ella. No se movió. Se quedó quieta mientras él se le acercaba por la espalda y le ponía las manos en los pechos. Hundió la cabeza en su cuello.
—¡Qué bien hueles! ¡Y qué magnífica bienvenida!
—Es una despedida.
—¿Qué dices?
—Que me marcho. ¿Cómo has podido dejarme sola en nuestra primera noche? No tienes ninguna sensibilidad, eres un bruto, un estúpido arrogante que piensa que todo el mundo está obligado a obedecerlo… Pues yo no estoy dispuesta, ¿sabes?
No quería parecer una histérica que monta numeritos, y se esforzó por mantener la voz controlada.
Todos sus esfuerzos fueron en vano, pues al final acabó gritando y removiéndose para soltarse de su abrazo. Pero Joe era más fuerte que ella y se lo impedía.
—Estate quieta —Joe le dio la vuelta en los brazos para mirarla a la cara. Sonreía, y eso la enfureció aún más, tanto que comenzó a darle golpes en el pecho con los puños, hasta que él le sujetó las muñecas con fuerza y se las puso a la espalda.
—Me haces daño.
—Tranquilízate y te soltaré.
Cuando la acercó más a él su pecho desnudo rozó el tejido de su chaqueta y _____ sintió un exquisito placer; su enfado comenzó a desvanecerse y su decisión a flaquear. Pero no podía consentir que él lo supiera, tenía que estar enfadada si quería que Joe le tuviera algún respeto y fuera consciente de que no podía hacer de ella lo que le viniera en gana.
—Quiero que me respetes —le dijo con voz firme.
—Pero yo no puedo respetarte…
—¿Qué estás diciendo? —se removió en sus brazos, pero él la agarró con más fuerza.
—¿Cómo voy a respetarte si me esperas desnuda? No me creo eso de que te vestías para marcharte. Creo que me esperabas impaciente, muy excitada, y como yo no me encontraba aquí para calmarte, te has enfadado… ¿No sabes que cuando uno está excitado puede aliviarse solo? ¿Nunca lo has hecho? Bueno, pues hoy vas a empezar.
—¿Qué dices?
—Que voy a enseñarte lo que tienes que hacer cuando yo no esté presente para calmar tu furor sexual… No puedo estar aquí durante todo el día. Me encanta calmar tu sed, pero, compréndelo, tengo muchas cosas que hacer.
_____ intentó soltarse de nuevo.
—Eres un engreído y un… capullo. Déjame, voy a vestirme.
—Ni hablar, querida. Si después quieres marcharte, hazlo. Pero sabes muy bien por qué estás aquí, por la misma razón que yo quiero que estés, porque te encanta follar conmigo… El problema, como te he dicho, es que yo no puedo estar en todo momento, y cuando quieras follar y no me tengas a mano…
La llevó hasta la cama con suaves empujoncitos y la tumbó.
—Ábrete de piernas —se sentó en el borde de la cama, contemplándola con atención.
Estar así, desnuda, bajo la mirada de Joe, que ni siquiera se había quitado la chaqueta, la excitó.
Comenzó a sentirse húmeda y se le olvidó su intención de marcharse. Ahora quería quedarse y complacerlo… Se pasó la lengua por los labios resecos esperando una caricia, un beso de Joe. Pero él no se movió.
_____ le tendió los brazos.
—Ven conmigo, te deseo.
—Primera lección: lo que tienes que hacer cuando me desees y yo no esté.
_____ lo miró. Él estaba enfadado, su rostro reflejaba un furor que la asustaba. Pero de pronto se fijó en sus ojos, en los que había un leve brillo de humor. Se hacía el enfadado pero en el fondo se lo estaba pasando de miedo. Decidió seguirle el juego.
—De acuerdo, profesor. ¿Qué debo hacer cuando no estés para calmar mis ardores?
—Hazlo como si estuvieras sola. Yo miraré. Me encanta mirar… En realidad soy un mirón, ¿no te lo había dicho?
_____ sonrió, a esas alturas ya estaba muy excitada, su sexo húmedo exigía satisfacción. Pero prefería que fuera Joe quien se la diera y llevó las manos a la bragueta de su pantalón.
—No —dijo él con voz ronca—. Tú sola. Estoy enseñándote, haz el favor de seguir las indicaciones del profesor.
—Vale, quiero sacar buena nota.
_____ posó las manos sobre su sexo y comenzó a frotárselo perezosamente. Ya sabía cómo lo hacía él y pensó en hacer lo mismo, pero antes de empezar extendió las manos y las llevó a la boca de Joe.
—Ayúdame un poquito…
Le metió los dedos en la boca y él se los chupó uno a uno. Era el paraíso y _____ comenzó a notar que su excitación aumentaba a medida que los suspiros de Joe se hacían más impacientes. Se llevó la mano al sexo y lo miró una última vez antes de cerrar los ojos; ahora no podía verlo, sólo oír sus jadeos, y comenzó a masturbarse perezosamente. Oía su respiración agitada y decidió castigarlo un poco imprimiendo a sus movimientos toda la lentitud de que era capaz, que en ese momento ya no era mucha.
—Me estás volviendo loco…
La voz de Joe fue para ella como un afrodisíaco y aumentó los movimientos de su mano hasta que sintió el orgasmo y estalló, balbuceando su nombre; entonces sintió los labios de Joe sobre los suyos, mientras posaba su mano sobre la de _____ para ayudarla a completar la tarea.
—¿Lo ves?, puedes hacerlo muy bien sin mí, no me necesitas —oyó la voz de Joe y abrió los ojos.
—Al final me has ayudado un poquito.
—Casi nada, es que no podía estarme quieto viéndote así. Pero lo has hecho todo tú solita.
—¿Qué nota he sacado?
—Sobresaliente, aunque hay que reconocer que has tenido un poco de enchufe…
_____ tendió los brazos hacia él y esta vez su invitación fue aceptada.
—Nunca vuelvas a pensar en marcharte. Si alguna vez tengo la menor sospecha de que pretendes hacerlo, te ataré y te dejaré aquí de por vida, a mi servicio. Serás mi esclava sexual.
—¡Qué dulce perspectiva!
_____ comenzó a besarlo, y Joe, olvidado ya de su papel de mirón pasivo, decidió hacerse partícipe y protagonista del espectáculo.
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Uff que bien acabó este capitulo. Gracias por sus comentario chicas!!!
Monse_Jonas
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Lo bueno que acabo todo bien!!!!.... Pero ya quiero saber el secreto de joeeeee!!!!!
chelis
Re: Pídemelo (Joe y Tú) ADAPTACiÓN
Capítulo 12
_____ abrió los ojos y miró el despertador. Eran las seis, ¡qué bien! Aún le quedaba una hora en la camita. Iba a cerrar otra vez los ojos para seguir durmiendo cuando se dio cuenta de que Joe no estaba. La escena le recordó la de la noche pasada y, sin apenas darse cuenta de lo que hacía, se levantó y salió al pasillo. Esta vez no se veía ninguna luz desde el salón. Siguió avanzando. Aún no había amanecido, pero la noche era clara y los amplios ventanales del salón, sin cortinas y con la persiana subida, dejaban entrar alguna luz de la calle, de modo que los ojos de _____ se acostumbraron muy pronto a esa clara negrura. Su mirada se dirigió hacia la mesita del ordenador, donde, inconscientemente, esperaba encontrarlo. Pero no estaba allí. _____ avanzó unos pasos, hasta que lo vio.
Estaba sentado en el sofá, con unos papeles en el regazo. Era evidente que se había quedado dormido mientras leía. _____ sintió una enorme curiosidad por saber qué contenían esos papeles, pero no se atrevió a acercarse más, pues en ese momento Joe comenzó a moverse inquieto, murmurando por lo bajo algo que no pudo entender.
El corazón se le encogió en el pecho y se vio asaltada por un sentimiento que había experimentado muy pocas veces, al menos hasta que conoció a Joe: el temor. ¿Qué pasaría si él se despertaba y la veía allí, espiándolo?
Se dio la vuelta muy despacio y, de puntillas, con mucho cuidado para no hacer ruido, volvió a la habitación.
Oía el ruido que hacía Joe en la cocina. Seguramente preparaba el desayuno, pensó _____ mientras remoloneaba en la cama sin ganas de levantarse. Debía de hacer unos quince minutos que había vuelto a dormirse y, teniendo en cuenta lo tarde que se habían acostado, estaba agotada y muerta de sueño. ¿Cómo estaría Joe? También debía de estar agotado, pues casi no había dormido en toda la noche. Se estremeció al recordarlo dormido en el sofá, con esos papeles. ¿Por qué siempre revisaba los papeles cuando ella no podía verlo? Era evidente que quería ocultárselos, pero _____ no entendía el porqué.
—Vamos, dormilona, arriba.
Joe entró en el cuarto con un pantalón de pijama y una camiseta vieja, fresco y descansado, como si hubiera dormido un profundo sueño reparador, y, además, de muy buen humor. Se agachó y le dio un
beso.— ¿Sabías que las legañas te sientan muy bien? Estás preciosa por la mañana.
—Yo no tengo legañas —protestó ella, abriendo y cerrando los ojos para demostrárselo.
—Claro que sí, y además roncas.
_____ le tiró una almohada mientras él se dirigía a la ventana para abrir las cortinas. Afuera aún estaba oscuro, y la vista de negras sombras y luces mortecinas a _____ le pareció fantasmagórica.
—¡Qué frío hace por la mañana en esta casa! —se quejó, volviendo a meter debajo del edredón el brazo que había sacado para tirarle la almohada.
—Es que estamos en el ático, y la casa es antigua. Pero enseguida estará caldeada. Venga, que he preparado un nutritivo desayuno. Tómate un café mientras me ducho. Por cierto, has llenado mi cuarto de baño de un montón de cosas raras —Joe entró en el baño y al segundo siguiente apareció con sus tenacillas del pelo en una mano y su maquinilla para depilarse en la otra—. ¿Se puede saber qué son estos artilugios tan raros?
—¡Deja esas cosas donde estaban! Son mis tenacillas y mi maquinilla para depilarme las piernas, bobo —_____ se levantó de un salto y se puso la bata de Joe, que le quedaba enorme. Lo siguió al baño—. ¡No toques mis cosas!
—¡Y todas estas cremas…! Anda, ¿y esto qué es? —tenía su gorro de la ducha en la mano y le daba vueltas sobre su cabeza.
_____ se sintió un poco avergonzada. Lo cierto era que el baño parecía un bazar. Joe tenía toda la razón. Había llevado un montón de cosas y las había dejado todas desparramadas. La noche anterior no estaba como para ponerse a ordenarlas precisamente.
—Tienes razón. Lo siento, procuraré ordenarlo todo y lo guardaré…
—No seas tonta —la interrumpió—. Me encanta tener todos estos aparatos infernales por aquí, alegran el ambiente —de pronto se puso serio—. Esta casa estaba demasiado vacía, un poco muerta. Tú le has dado vida —le dio un beso—. Y ahora sal de aquí o llegaremos tarde al trabajo —le dio un azote y _____ sonrió.
Se ató el cinturón de la bata y, descalza, se dirigió al salón para tomarse un café, aún con la sonrisa en la cara. Al entrar sus ojos se dirigieron instintivamente al sofá donde lo había visto dormido hacía tan sólo una hora y la sonrisa se borró de su rostro cuando la escena se dibujó en su mente. Sobre la mesita estaban los papeles que tenía en el regazo. Se acercó. No le parecía bien espiar sus cosas, pero la curiosidad era más fuerte que su sentido de lo correcto y, tras mirar a ambos lados, como si esperara descubrir a alguien espiándola, los cogió.
Era una denuncia, el denunciante acusaba al director general de la constructora Salcedo y Roms Enterprises de estafa por valor de doce millones de euros… La denuncia era contra el presidente, no contra la empresa. Al parecer había sido una operación particular, se dijo _____. Luego había unos cuantos papeles más y algunos documentos aportados por el denunciante… Nada inusual. _____ miró los papeles por encima, pues no le parecía ético leerlos, pero no hacía falta. Era una simple denuncia. Papeles de trabajo.
Los dejó sobre la mesa y dio un saltito de alegría, respirando aliviada. ¡Trabajo!, claro, tenía que revisar esos expedientes, y como había llegado tarde y luego se «entretuvo» con ella, no había tenido tiempo. ¡Por supuesto! ¿Cómo podía ser tan estúpida? Veía al pobre Joe leyendo unos papeles y sospechaba de todo, cuando la explicación era tan sencilla. Como cuando lo vio durmiendo en el coche y pensó cosas rarísimas. Pero ¿qué le pasaba? Se estaba volviendo paranoica y el pobre hombre sufría las consecuencias de su locura. «La explicación acertada es casi siempre la más sencilla, como queda demostrado. A partir de ahora, nada de absurdas sospechas. Sé que tiene preocupaciones, y es evidente que oculta algo. Pero ¿por qué tiene que ser algo perverso? Es muy reservado, y aún no me conoce lo bastante como para hablarme de cosas que considera íntimas… Eso debe de ser. ¿Por qué tengo que espiarlo por las noches y recelar de todo lo que hace? Si se enterara se enfadaría mucho conmigo, y con razón».
Estaba tan contenta y aliviada que se habría puesto a cantar. No lo hizo, pero sí fue bailando hasta la cocina, donde se sirvió un café, que se tomó viendo por los amplios ventanales cómo empezaba a amanecer. La oscuridad de la noche se disipaba y las sombras ya no le parecieron fantasmagóricas, sino atisbos de luz y claridad. Luego puso la tele para oír las noticias de la mañana mientras desayunaba y, cuando Joe entró, se lanzó feliz a sus brazos. Él llevaba un albornoz de ducha y _____ dejó que la bata se deslizase por sus hombros hasta caer al suelo en un montoncito. Luego abrió el albornoz de Joe y se metió, abrazándose a él con fuerza. Joe cerró el albornoz y los dos quedaron tapados por esa única prenda.
—Buenos días…
—Buenos días otra vez. Si me estás dando coba para que no me deshaga de tus cosas, has de saber que no tengo ninguna intención de tirarlas…
«El ministro de Economía…».
La figura reflejada en la pantalla seguía hablando, aunque ellos, atentos sólo el uno al otro, no oían nada. ¿Cómo había podido tener dudas? Era maravilloso vivir con Joe, despertarse con él todas las mañanas, desayunar juntos…
Era maravilloso… Los dos cuerpos unidos, frotándose, dándose calor. _____ se pegó aún más a él, y sintió cómo el miembro de Joe le rozaba el estómago, crecido, listo para ella. Bajó las manos y lo acarició, haciendo especial hincapié en el glande, de donde ya caían algunas gotitas delatoras. «Eso está bien», pensó, mientras lo acariciaba, excitada por el contacto y por los gemidos de Joe.
—Tú quieres matarme a base de polvos —le oyó decir.
Se puso de puntillas y, muy bajito, en la oreja, le dijo:
—Hay tiempo para uno rápido.
Luego se deslizó sin dejar de rozar su piel, sintiendo cómo los pezones, puntiagudos, excitados, rozaban cada parte del cuerpo de Joe mientras él se movía, con convulsiones producto de la excitación.
—Sí, sí… _____… sigue… Hazlo…
_____ se metió al fin su pene en la boca hasta lo más profundo de la garganta, mientras él se convulsionaba, gimiendo, y cuando gritó su nombre ella volvió a sentirse fuerte, porque tenía el control.
Cayeron al suelo, pero siguieron igual, el pene de Joe en su garganta, llenándola con un líquido que a ella le supo a néctar e hizo que se sintiera como una diosa; entonces, mientras ella seguía succionando, haciendo que el orgasmo de Joe durase para que el placer fuera más intenso, él le metió un dedo y comenzó a acariciar el clítoris con la misma cadencia con que ella succionaba el pene. Ambos se movían a la vez, ella con la boca, bebiendo la esencia de Joe, él con sus manos, haciendo maravillas en su clítoris. Cuando Joe llegó al clímax y gritó su nombre, _____ sintió que se derretía por dentro, convulsionándose con la fuerza del orgasmo.
«Nubes y claros en toda la Península…» El presentador continuaba ofreciendo su retahíla de información y _____ repitió esta última frase para sus adentros. «Nubes y claros». En la Península podía haber lo que Dios quisiera y la naturaleza decretase, pero en su vida se habían acabado las nubes.
Joe cerró la puerta de su despacho para que nadie lo molestara y sacó de su cartera el expediente de Lucas Salcedo, presidente de Salcedo y Roms Enterprises. Tenía que abrir diligencias y no lo había hecho. Aún era pronto, podía esperar. Pero era muy consciente de que alguna vez iba a tener que enfrentarse a ello y eso le producía esa angustia que últimamente casi no lo dejaba respirar. Por fortuna, la denuncia era una cuestión personal, que no afectaba ni a los empleados ni a los inversores de Salcedo y Roms, y el denunciante deseaba que todo se llevara con el máximo secreto. Esto resultaba un tanto sospechoso, y en otras circunstancias habría cuestionado los motivos, pero a él lo favorecía, ya que le proporcionaba el respiro que necesitaba para meditar. Si se hubiera hecho público, ya estaría presente en todos los medios y no habría podido tratarlo con tanta discreción. Así que al menos algo había jugado a su favor en todo aquel endiablado asunto. De todos modos, el tiempo pasaba, y sabía que no podía hacer dormir ese expediente en el limbo de los justos por toda la eternidad.
Monse_Jonas
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