The Last Big Bang {N.C}

El hedor de la guerra y el sufrimiento acompañaba a aquellos pocos guerreros que habían conseguido salir con vida. No siempre los lucemitas obtenían la victoria, había veces que fracasaban y ésta era una de ellas. Nada parecía alegrarlos, se sentían como si les hubieran quitado parte importante de ellos, porque si los trix ganan la guerra ellos serán prisioneros. Y es algo que no tolerarán.

Los lucemitas tienden a ser salvajes, no les gusta que los controlen y odian sentirse dominados o acosados. Algo que realmente valoran es el coraje de una persona, no puedes ser un lucemita si no eres valiente si no das la vida por tus semejantes.

En fin, la mayoría de los lucemitas son orgullosos, no les gusta admitir las cosas mucho menos cosas que los hagan quedar mal. Les gusta ser reconocidos y alabados, pero no les gusta compartir su éxito, son egoístas en ese sentido.

Paris Sanderson una de las lucemitas más jóvenes que ha ido a la guerra es diferente a las otras lucemitas. Es egoísta, orgullosa, pero también dentro de ella hay generosidad, cosa que ningún otro lucemita posee.

Cuando consiguieron llegar de nuevo a su planeta, no hubo fiesta ni celebración aquél día oscuro, todos se fueron a casa cansados y cubiertos de sangre trix, aunque algunos estaban heridos ahora mismo serían curados y volverían a estar como antes.

Paris llegó a casa seguida de su madre, su padre había perecido valientemente en aquella guerra la cual la rubia había odiado tanto, aquéllos trix habían asesinado a su padre ahora ellos los asesinaría a todos ellos. La rubia no había resultado herida de ninguna extremidad, estaba sana y llena de odio y rabia. Quería abandonar su planeta en ese preciso momento y decapitar al rey trix quien había asesinado a su padre.

Saldría del planeta, pero en cuanto su madre se distrajera, seguro aquélla noche sería tranquila para los lucemitas aunque para los trix no tanto. Paris se fue a su habitación que era una sala circular con una cama de tonos púrpuras en el centro y un escritorio de madera junto con una silla en la esquina. Había una puerta a la derecha de la ventana que era el baño donde había un armario, una bañera, escusado y el lavabo.

Su madre no tardó en quedarse dormida y la chica aprovechó para hacerse de todas las armas que pudiera conseguir. Cuchillos, espadas, un arco y el carcaj lleno de flechas afiladas y mortales. Cuando terminó se puso el uniforme de batalla, era negro y constaba de unos pantalones negros ajustados, botas largas y gruesas, guantes que dejaban libres la mitad del dedo, una remera negra y una chaqueta gruesa negra. En realidad el negro era un color que se distinguía poco en la oscuridad, pero Paris para evitar que la vieran se recogió el cabello y se puso un gorro negro para no ser reconocida. Sin duda el cabello rubio sería lo que la delataría.

Atravesó la ciudad corriendo y ocultándose en las sombras, cuando consiguió llegar al portal se dio cuenta de que estaba vacío. Pero no estaría así por mucho tiempo más, aprovechó aquella ventaja tan buena y actualizó el portal para poder ir a la dimensión trix. Tardó unos minutos en actualizarlo y en segundos ya estaba dando vueltas sobre sí transportándose a la dimensión trix. Cuando llegó se escondió tras un enorme pedestal.

Los guardias que estaban ahí no parecían haberse percatado de su presencia así que siguió caminando con sigilo, tras pedestales y rocas que sobresalían del suelo. Caminaba rápido, casi corriendo.

Después de lo que sintió que fueron horas consiguió llegar al palacio del rey trix, no sabía nada de él, ni siquiera su nombre, pero lo que sí sabía era que aquél desgraciado había asesinado a su padre en un abrir de cerrar de ojos. Así que ella haría lo mismo con él.

Entró y se apresuró a subir las escaleras de dos en dos, no conocía bien el lugar y de vez en cuando había puertas equivocadas donde había sirvientes y guerreros dormidos. Pronto encontraría la del rey y haría su muerte de lo más cruel y dolorosa.

Por fin logró dar con el rey, era un hombre de mediana edad de cabello castaño claro y ojos azules. Pero eso no importaba, ella le sacaría aquellos hermosos ojos en antes de que cualquiera pudiera darse cuenta de que había estado ahí. Sin duda lo que estaba a punto de hacer detonaría todo el trabajo de los lucemitas ya que una lucemita joven asesinó a un rey por rabia a que él había asesinado a su padre.

Paris ignoraba esos pensamientos. Entró a la habitación y se movió con sigilo. Tomó la espada que había pertenecido a su padre y sin duda honraría su memoria al asesinar al rey con la espada de su amado padre. Respiró profundamente y en segundos el rey gritaba con la espada enterrada en el pecho. La clavó con más fuerza, el trix sangraba mucho, todo su uniforme se había teñido de un rojo intenso y a Paris no le importaba.

Después de unos minutos el hombre dejó de gritar y Paris salió corriendo apresuradamente de la habitación. Seguro que en esos momentos todos los guardias sabían que había una infiltrada en su reino y no tardarían en dar con ella pues aquellos hombres conocían mejor el camino de su planeta.

Cuando iba a bajar las escaleras una espada se posó en su cuello y se giró a ver quién la portaba. Era un chico, debía ser uno o dos años mayor que Paris. Tenía el cabello castaño y alborotado, sus ojos eran entre verdes y azules, era un poco más alto que Paris, fornido. En fin, todo un trix.

—Ni un pasó más, lucemita. —Escupió el castaño con ferocidad.

La rubia sonrió burlona y con una buena patada en la espinilla consiguió que el chico alejara la hoja de la espada de su cuello. Cuando se recuperó volvió a blandir la espada pero Paris también estaba preparada para atacar. Esquivó rápidamente el golpe de aquél muchacho y le asestó un buen golpe en el estómago. El chico no se rindió volvió a atacarla golpeándola en el estómago y tirándola al suelo.

La rubia giró sobre sí esquivando el espadazo del chico. Pero ya era tarde para salir huyendo, había millones de guardias por todas partes, ni siquiera un guerrero experimentado como ella podría contra tantos guardias. Un hilillo de sangre le salía de la boca y escupió en los zapatos del chico que la había condenado a muerte. Él la miró con repugnancia pero Paris lo odiaba, se las pagaría, y de la peor manera.