"The Boyfriend League" (joejonas & tu)

La puerta se abrió. Joe se paró allí mirándome. ¿Por qué no estaba en la fiesta de Bird? ¿Qué estaba haciendo aquí, y que podía ver exactamente en el baño sombrío?

No me atreví a moverme, no me arriesgué a reventar ninguna burbuja.

—¿Qué estás haciendo en mi baño? —Preguntó.

—¿Confundí el lado izquierdo del corredor con el derecho?

Lucia como si quisiera decir algo más. En cambio sólo cerró la puerta. Hundiéndome completamente bajo las burbujas, estaba determinada a quedarme ahí para siempre.

Por supuesto, no podía quedarme ahí para siempre. Eventualmente necesité respirar y, lo más importante, las burbujas empezaron a desaparecer y el agua a enfriarse.

Salí de la bañera, envolví una gran y gruesa toalla en mí alrededor, junte mi ropa, abrí la puerta del corredor y espié con preocupación. Vacío. Gracias a Dios.

Me fui de puntillas hacia el cuarto, no muy segura de por qué necesitaba andar de puntillas, pero solo me pareció que era algo que debía hacer.

Pensé prepararme para ir a la cama, pero cualquier relajación que había tenido lugar mientras había estado en la bañera, se había marchado inmediatamente cuando Joe abrió la puerta. Estaba más tensa ahora de lo que había estado en el juego.

Me puse un par de viejos short de gimnasia y una suave, remera gastada en la que se podía leer en el frente BEISBOL=VIDA.

Entonces volví al cuarto de Joe. La puerta estaba abierta, pero él no estaba adentro.

Mire por el corredor. La puerta de Tiffany estaba cerrada. Probablemente ya estaba teniendo su sueño de belleza.

Necesitaba un poco de helado de galletitas de chocolate.

Todas las luces estaban apagadas cuando fui abajo, pero papá había enchufado pequeñas luces de color índigo en casi todos los enchufes de los muros, así no necesitaría prender las luces y molestar a la gente cuando se levantara en medio de la noche. Papá realmente tenía el sueño ligero.

Avancé a rastras dentro de la cocina, abrí la puerta del congelador, y gemí. Ni un solo envase de helado de galletitas de chocolate a la vista. ¿Cómo había pasado eso?

Cerré la puerta. Entonces noté que la luz de la cubierta trasera se derramaba a través de las ventanas de la cocina. Hablar con papá era justo lo que necesitaba. Quizás el pudiera explicar por qué los jugadores de beisbol parecían ser tan obsesivo-compulsivos. Era como estar en un episodio de Monk.

Abrí la puerta trasera y salí…

Sólo que no era papá el que estaba en el porche. Era Joe, sentado en un sillón grande. Estaba atrapada entre la espada y la pared. No quería avanzar particularmente, porque no quería que pensara que había venido a buscarlo, pero tampoco podía retroceder. Después de todo, era mi casa, mi territorio. Me decidí por actuar cortante. —¿Te comiste mi helado?

Me estaba estudiando como si estuviera loca. Se llevó una botella marrón a los labios. Cerveza de raíz. Luego finalmente sacudió la cabeza. —No.

Bien, ahora era el momento de irse. En cambio salí, cerré la puerta detrás de mí, y me deje caer en el sillón junto al suyo.

—Mira… —Comencé.

—Escucha… —Dijo él.

Nos miramos.

—Tu primero. —Dijimos al mismo tiempo.

Ambos sonreímos, mirando a otro lado. Esto era incómodo. Raro incluso. Estaba enojada con él por arruinar mi noche, mi goce del juego. Y se suponía que él estaba enojado conmigo por arruinar su lanzamiento.

—En serio —dijo—. Tú primero.

Originalmente había planeado disculparme por haberle dado mala suerte o lo que fuera que él pensaba que había hecho al hablarle, pero hacer eso daría la impresión que de creía que había sido culpa mía que su racha sin hits hubiera llegado a un estrepitoso final. Y de ninguna manera eso era mi culpa. Así que me moví a territorio neutral.

—¿Por qué no fuiste a la fiesta de Bird?

Tomó otro trago de su cerveza de raíz. — No me sentía como para ir de fiesta.

—Pero te sientes deprimido sólo porque un par de tipos obtuvieron hits de tus lanzamientos…

—¿Un par? ¿Qué tal seis?

—¿Entonces qué pasó? Estabas lanzando muy bien. Estabas en llamas… —Se movió en su sillón tan rápidamente que contuve la respiración.

—Me hablaste.

—¿Sabes lo estúpido que eso suena?

—Tú no entiendes. —Se puso de pie y caminó hasta el borde de la cubierta.

—Claramente no. Nadie te estaba hablando y lucías tan solitario sentado en la esquina solo…

Mantuvo su espalda hacia mí, pero comenzó a sacudir la cabeza. —No le hablas al lanzador cuando está lanzando un sin-hits. Todo el mundo lo sabe. Los jugadores de beisbol son supersticiosos.
—Sí, entiendo eso. Esa es la razón por la que Brandon toca cada esquina de su plato antes de cada golpe. Es la razón por la cual aflojas y aprietas tus guantes de bateo. Y estabas lanzando un partido sin-hits. Te hable y ahora todos los chicos te están tratando mal —me puse de pie—. Y es mi culpa. No es que quizá cuatro entradas sean demasiadas para lanzar. No es que tu brazo se cansó. Es porque yo te hable. Yo te traje mala suerte. ¿Realmente crees eso?

El volvió su cabeza ligeramente y me miro. No me di cuenta de que me había movido tan cerca de él hasta que se dio la vuelta. Cuando estoy enojada, mi habilidad para pensar parece cerrarse; soy pura emoción.

Y estaba bastante enojada, resentida por ser culpada de algo que no era para nada mi culpa.

—Realmente lo creo. —Dijo quedamente.

Y sólo así, ya no estaba enojada con él. Estaba contrariada conmigo misma, porque no importaba si lo había hecho con intención, había arruinado su noche. Si lo conociera mejor, hubiera sabido quedarme en las gradas. Hubiera sabido que me tenía que quedar lejos. Y si él me conociera mejor, quizás entendería porque había hecho lo que había hecho.

—Lo lamento. Sé que muchos jugadores tienen que concentrarse, y sé cómo no ser una distracción. Solo me deje llevar por el momento, en el gran juego, en tu estupendo lanzamiento.

Pero sentía la necesidad de explicarle mejor.

—Mira, Joe, amo el beisbol. Amo el crack del bate cuando batea la pelota. Amo el estirón de la séptima entrada y cantar “Take Me Out to the Ball Game”. Amo comer hot dogs y pararme para cantar el himno nacional. Amo hacer la ola. Amo la Cámara de los besos. Amo que el juego no se termina hasta que se termina… amo la emoción de un jonrón y la desilusión de un fuera de juego en la primera. Amo la manera en que un bateador se para en el plato y el receptor se prepara para recibir el lanzamiento. Amo mirar al lanzador prepararse. Amo sentarme en las gradas y sentirme que soy parte del juego. Y está noche, viéndote lanzar, me olvide de que solo soy una pequeña parte… que solo soy la espectadora. Mirándote, sentí que estaba en el juego, en el campo contigo. Tú estás allí en el montículo, viviendo el sueño que tan poca gente experimenta. Lo lamento, lamento que está noche arruine ese momento para ti.

Me estaba mirando intensamente. Había desnudado mi alma. ¿Por qué no hablaba?

¿Qué podía estar pensando?
Mis nervios se tensaron.

—Di algo. —Demande.

—No hay nada más que decir. —Dijo en esa manera tranquila que tenía.

Entonces bajo su cabeza y me beso.