The American Dream | Novela Colectiva

A la misma hora, una pelinegra observaba por primera vez el paisaje de Los Ángeles, completamente maravillada. New York era completamente diferente a California, y aunque amaba su ciudad natal siempre había querido viajar a Los Ángeles, sólo que nunca se encontró en sus planes. Recordaba perfectamente haber escuchado de TAD, sí, pero también recordaba que no le había tomado importancia y había continuado con su vida, hasta que su madre se había empeñado en tratar de convencerla de audicionar y, ante tanta insistencia, había terminado cediendo. No había pensado que quedaría, es más, lo había hecho simplemente para complacer a su madre y listo, por lo que cuando había recibido la carta había quedado por un momento en shock. Sin embargo, la situación era completamente distinta para su madre y su padrastro.

Ambos habían hasta llorado de emoción, y luego de toda una charla aburrida de "estamos orgullosos de ti", ese mismo día habían comenzando a planificar todo sobre el viaje y la estadía. Lo único bueno que había sacado Ivy de aquella carta de aceptación era la cantidad de ropa nueva que le habían comprado, y que había descubierto que cantar era su pasatiempo favorito. La música la ayudaba a relajarse, a estar tranquila, y cantar...cantar simplemente se había convertido en su actividad favorita.

— Ya estamos a punto de llegar, Ivy— escuchó la voz de su madre, emocionada, y fingió una sonrisa. Su padrastro condujo por unos minutos más, antes de estacionarse y que su madre diera un grito de emoción.
— Claudine— la llamó su padrastro, y el semblante de la pelinegra se volvió serio.
— Ivy— corrigió. Odiaba que la llamaran por su segundo nombre.
— Lo siento, Ivy— rectificó— Cuídate mucho, ¿si? Sé que todo te va a salir bien, confio en ti.
— Gracias, Mark, no te decepcionaré, lo prometo— la pelinegra esbozó otra sonrisa fingida, y luego de abrazar a su madre y prometer que la llamaría todas las noches salió del auto junto con sus maletas.

Se despidió con la mano y esperó a que ambos se fueran, antes de caminar hacia la entrada. Su celular vibró en el bolsillo de sus jeans, y dejando las maletas en el suelo, lo sacó y contestó.

— ¿Ya estás en TAD?
— Acabo de llegar. ¿Dónde rayos estás?— escuchó la risa de Ayden al otro lado de la línea, y eso solo provocó que entornara los ojos.
— Hey, tranquila. También estoy aquí— la chica dirigió su vista a todos lados, hasta que divisó al castaño. Colgó y guardó su celular de vuelta en sus jeans, antes de tomar sus maletas y caminar hacia donde se encontraba su mejor amigo.
— Un poco de ayuda no me vendría mal, Ayden— comentó con claro sarcasmo en su voz, provocando que el chico esbozara una sonrisa.
— Ya te extrañaba, Ivy— no demoró en tomar algunas maletas de la peli negra, para luego caminar a su lado— Vamos, dilo.
— ¿Decirte qué?—
— Que también me extrañaste— contestó el chico, ganándose un golpe por parte de su mejor amiga— ¡Hey!— se quejó— Está bien, está bien, no digas nada. Cambiando de tema, ¿estás nerviosa? Ya sabes, habrán muchos más chicos como nosotros, con talento, tendremos competencia, y de la seria.
— No me preocupa, a decir verdad— Ivy se encogió de hombros— Sólo acepté audicionar por mi madre, y porque pasaré todo un año lejos de ella y de Mark.
— Al fin podrás dejar de fingir ser la "hija perfecta", ¿cierto?— bromeó Ayden, para luego abrirle la puerta y esperar a que ella pasara.

La verdad, era cierto. Ivy se había encargado de fingir ser la hija perfecta ante sus padres, los profesores y su familia. Para todo adulto que la conociera era la chica inocente que no mataría ni una mosca, y esa era siempre la primera impresión que daba, pero sólo Ayden la conocía realmente. Y Ivy distaba mucho de ser así. Ambos se habían conocido hace un par de años, en una de las tantas fiestas a la que asistían, se cayeron bien y terminaron saliendo de la fiesta y sentándose en la acerca a conversar, y se siguieron viendo hasta ahora. Eran inseparables, y aunque la peli negra odiaba tener que sacar de los líos al muchacho, realmente lo quería. Como si fuera su hermano.

— Al fin. Créeme cuando te digo que ya me estaba cansando de tener que fingir durante tanto tiempo.

Antes de que pudiera decir algo más un chico pasó cerca de ellos, y al ver a Ivy sonrió, antes de continuar con su camino y doblar el pasillo. La peli negra se quedó un momento viéndolo, antes de perderlo de vista.

— ¿Sabes?— habló, dirigiéndose a Ayden— Creo que estoy comenzando a pensar que fue una buena idea venir aquí— finalizó, esbozando una sonrisa.

Dominik Kingsley caminaba tranquilamente, con apenas dos maletas, una en cada mano, y una pequeña mochila colgada al hombro. De vez en cuando se cruzaba con alguna que otra chica y les sonreía, obteniendo siempre una respuesta favorable de parte de ellas. La verdad, en el fondo estaba algo nervioso por estar allí. Al audicionar nunca pensó que lo aceptarían, es más, al recibir la carta se pasó con ella todo el día sin atreverse a abrirla, hasta que terminó leyéndola en la noche, sentado en la cama de su habitación. Y al darse cuenta que lo habían aceptado lo había celebrado completamente solo, pues sus padres como siempre no se encontraban allí y a sus "amigos" poco les importaba, a ellos sólo les interesaba las fiestas y la diversión.

— Hola— una voz femenina lo desconcertó, y se dio media vuelta para encontrarse con una chica, de cabello y ojos claros. Dominik le sonrió; era linda, no, mejor dicho, muy linda, a su parecer— Lo siento si te molesté, lo que pasa es que estoy algo perdida y...
— No te preocupes, yo estoy igual— contestó— Soy Dominik, ¿tú eres...?
— Ariadne, Ariadne Freimont. Aunque puedes decirme Aria, todos me llaman así— la castaña se encogió de hombros, sin borrar la sonrisa de su rostro— Mucho gusto, Dominik.
— El gusto es mío. ¿Te parece si caminamos juntos? La verdad estoy mucho más perdido que tú.
— Claro— aceptó ella.

Tenía que admitir que se sentía mucho más tranquila al lado de Dominik. Aunque acababa de conocerlo, el chico le inspiraba confianza por una razón que desconocía. Además, era eso o continuar caminando sola buscando su nueva habitación, y eso solo terminaría poniendo a la castaña más nerviosa de lo que ya estaba. Aunque, ¿quién no lo estaría? Estaba allí para cumplir su más grande sueño, y tenía que conseguirlo, de todas maneras.

"Sólo recuerda esto, cariño— le había dicho su madre, con lágrimas en los ojos luego de ver que la habían aceptado— Te amo, ¿si? Eres especial, tienes mucho talento y sé que vas a llegar lejos. Anda y muéstrales a todos tu gran voz"

Inconscientemente, acarició con sus dedos la pulsera que llevaba en la muñeca izquierda. Nunca se la había quitado desde los ocho años, había sido un regalo de su madre y le encantaba. Se había criado con ella desde que tenía memoria, no sabía nada de su padre y estaba bien así, aunque mentiría si dijera que a veces no tenía curiosidad por saber quién era. No obstante, cada vez que tocaba ese punto su madre parecía ponerse mal, por lo que se había prometido no volver a sacar el tema de su padre a colación.

Siguiendo con la historia, Aria vivió toda la vida con su madre. Quizás no gozaban de una buena posición económica, pero nunca le faltó nada tampoco, y estaba agradecida por todo lo que había hecho por ella. La había inscrito a una buena escuela, a pesar de no contar con tanto dinero, y gracias a ella había terminado sus estudios hace apenas un par de meses. Luego supo de TAD y no lo dudó dos veces: ser cantante había sido su sueño desde niña.

Y aquí estaba, dando el primer paso para cumplirlo.