Adicts || N.C

Me encontraba acostada en mi cama mirando hacia el techo, esperando el sonido teléfono, sintiendo los segundos como minutos y los minutos como horas. La ansiedad atravesaba todo mi cuerpo. « Solo unos minutos más, solo unos minutos más. » Repetía constantemente en mi cabeza. Ansiando escuchar el sonido del celular. La impaciencia aumentaba, al igual que la ansiedad y el latido de mi corazón. Me senté en el borde de la cama, agarré fuertemente el borde con ambas manos, sabía que no debía. Mi mirada estaba fija en la pequeña caja de caoba, una caja que había guardado mi más grande secreto este último año, una caja, que me había dado mi abuela como regalo de mi décimo cumpleaños. Unos meses después murió, y esa caja es el único recuerdo de ella. Si ella hubiera sabido la utilidad que le daría en un futuro, quizá nunca me la hubiera dado, pero claro, quién se imaginaría que su nieta se convertiría en una drogadicta, quién se imaginaría que su padre era una adicto a las apuestas, quién se imaginaría, que ella es una farsa.

Solté mi agarre del borde de la cama, mis nudillos estaban pálidos y mis manos dolían, no fui consciente de que estaba aumentando mi agarre, pero no me extraña, últimamente es muy difícil que sea consciente de algo. Me levanté de cama y a pasos rápidos me acerqué a la caja. La luz de la luna era lo único que iluminaba mi habitación, y de todas maneras la pequeña caja resplandecía, como si emitiera una luz propia, pero no me extrañaría si fuera producto de mi imaginación, nuevamente.

Tomé la caja en mis manos, tracé con mi dedo todas las figuras talladas en la madera. La verdad, en diez años, nunca me había puesto a preciar el diseño, mi único objetivo, era utilizarla para guardar cualquier objeto pequeño, y luego, en el último año, me esforcé tanto en esconderla, esconderla de ojos curiosos que quisieran buscar lo que hay en su interior, pero eso no sería conveniente.

La caja era preciosa, se veía los pequeños rasguños que habían sido provocados por el tiempo, pero aparte de eso, seguía en perfectas condiciones. Me arrodillé y puse la caja reposando en mis muslos. Me debatía entre abrirla o no. Me sentía como pandora al abrir la caja, sabes que no debes, pero de todas maneras la curiosidad o en mi caso la ansiedad superan cualquier límite de autocontrol que posea tu cuerpo. Sabes que al momento de abrirla, verás la perdición, pero dejando de un lado todos esos aspectos negativos, veras esa pequeña esfera de esperanza, lo único a lo que todavía me puedo aferrar para salir adelante. Aunque sea una esperanza falsa, momentánea y dañina, es lo único que me da felicidad por unos breves, muy breves momentos de mi vida, pero es suficiente para salir adelante, o por lo menos espero que lo sea, porque si no tengo que estar por segura de que estoy acabada.

Limpié la lágrima que caía por mi mejilla, y bajé la mano de nuevo, para abrir la caja. El pequeño sobre reposaba en el fondo de la caja, un único sobre, nada más. Tomé el sobre y dejé la caja en el suelo, olvidando cualquier significado que tuviera mientras tuviera ese polvo blanquecino en mis manos. Miré el reloj de la cómoda, marcaba la 1:17 a.m. Todavía podría hacerlos, pero no podía, no era porque no quisiera, no era porque mi cuerpo no lo necesitara, era porque no tenía suficiente. Por eso esperaba aquel mensaje a estas horas de la noche, por eso tenía más ansiedad de lo normal, saber que estaba ahí, encerrado en esa pequeña caja, esperando por mí, me tranquilizaba, pero saber que no tenía más y que mi cuerpo lo necesitaba, era una tortura.

Dejé lo poco que quedaba guardada en la caja y la coloqué en el escondite, me levanté del suelo y me senté en el borde de la cama. Tenía mi mirada fija en el teléfono. « Suena, por favor, suena. » Pero nada. Habían pasado tan solo siete minutos, siete minutos que me habían parecido horas. Me levanté de mi cama y caminé los pocos pasos hacia la puerta del baño, encendí la luz y dejé la puerta abierta, todavía atenta por el sonido. Apoyé mis manos en el lavamanos, mí mirada baja, no quería ver mi reflejo, no podría.

Abrí la llave del agua y junté mis dos manos para acunar el agua en ellas. Cuando estaba lo suficientemente lleno, bajé mi cabeza y mojé mi cara para refrescarme. Tomé la toalla más cercana y limpié las pequeñas gotas que todavía permanecían en mi rostro. Apagué la luz del baño, dejando mi habitación nuevamente en penumbra, alumbrado únicamente por la luz de la luna. Me acerqué a la ventana a pasos lentos, la abrí, dejando que el frío aire de la noche recorriera todo mi cuerpo, enviando escalofríos por donde pasara, pero nuevamente, la ansiedad que sentía opacaba cualquier otro sentimiento.

¿Qué miraba? No tengo la menor idea, puede que detallara cualquier objeto, por más pequeño que fuera, que se encontrase a mi vista, o puede que también observara a la nada, no estaba segura, nunca estoy segura de nada, y me atormenta tener que aparentar serlo, ser esa persona segura, que no soy, pero ya debería estar acostumbrada, a la falsedad, la hipocresía, el vacío, la ambición, el dolor, la soledad. ¿Acaso podrá alguien acostumbrarse a eso alguna vez? Supongo que no, lo único que queda es resignarse a los hechos y aferrarse a esa pequeña luz de esperanza que te ayuda a sobrevivir.

Un sonido se escuchó dentro de mi habitación. Cerré la ventana y corrí hasta llegar al teléfono. Escondí un mechón de cabello detrás de mi oreja y tomé el celular con manos temblorosas. En la pantalla estaba el nombre de la persona que más necesitaba en este momento. Desbloqueé la pantalla y abrí el mensaje.