Conectarse
Últimos temas
miembros del staff
Beta readers
|
|
|
|
Equipo de Baneo
|
|
Equipo de Ayuda
|
|
Equipo de Limpieza
|
|
|
|
Equipo de Eventos
|
|
|
Equipo de Tutoriales
|
|
Equipo de Diseño
|
|
créditos.
Skin hecho por Hardrock de Captain Knows Best. Personalización del skin por Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 3 de 8. • Comparte
Página 3 de 8. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)
Él golpeaba demasiado cerca, trayendo a la superficie demasiadas cosas que habían estado atormentándola con el transcurso de cada año.
—Aquí encontré una batalla —respondió él suavemente, apretándola más cerca de la pared de piedra en el lado del túnel—. Ahora sólo tengo que entender por qué hay una batalla en primer lugar. Por qué una hermosa y joven mujer aparentemente normal de repente es marcada para morir por un Consejo que no debería joderla de una u otra forma. ¿Qué hiciste, -----? ¡Qué has visto!
Ella inhaló bruscamente, mirándolo fijamente con un remanente de miedo cuando él hizo aquella pregunta. ¿Qué había hecho? ¿Qué había visto? ¿Por qué había vuelto corriendo a la seguridad de su casa, su familia, y se había escondido dentro del desierto que tanto amaba, cuándo ella realmente no quería nada más que vivir la vida que sabía que había sido destinada a vivir?
Porque estaba asustada. Ella había aprendido en la abarrotada Academia de Policía que trabajar dentro de un equipo, tratando con varias emociones oscuras, emociones a menudo atormentadoras, fracturaba su atención hasta el punto en que la concentración era imposible.
Había aprobado los cursos con honores. Pero cuando llegó a la formación de maniobras, a menudo ponía en peligro al equipo así como a sí misma. Y sin embargo no había tenido nada que ver con el Consejo.
—No he hecho nada, o he visto algo en lo que el Consejo esté interesado. —Sus puños se apretaron a sus costados mientras ella le aseguraba sólo lo equivocado que estaba—. Estoy aquí porque es mi casa. Quiero marcar aquí una diferencia.
—No hay ninguna batalla aquí. —Sus ojos eran ilusoriamente suaves: ella podía ver la frialdad. El cálculo tranquilo que descansaba bajo la pureza del color de ámbar—. No hay ningún fuego aquí -----. —Él se acercó, rozó su cuerpo contra el suyo hasta que ella se retiró contra la fría pared detrás de ella—. No hay ningún entusiasmo, nada para estimular tu muy ágil mente y cuerpo. Tienes hambre de justicia. De aventura y entusiasmo. Tienes hambre y sin embargo te apartas del banquete que espera más allá de tus propias fronteras. ¿Por qué?
—¿Tal vez estoy asustada? —Ella arqueó su ceja en tono burlón cuando sintió que su boca se secaba por el nerviosismo. Él estaba demasiado cerca, demasiado absorto en aprender secretos que ella no revelaba a nadie—. Broken Butte es seguro…
El gruñido de advertencia que retumbó resonó en su pecho parando sus palabras como nada más podía haberlo hecho
—¿He mencionado alguna vez que las mentiras tienen un olor?, —le preguntó él, su voz era suave mientras se apretaba más cerca—. Es tal vergüenza estropear el olor dulce a hembra excitada con el tinte rancio de una mentira. No me cabrees, -----.
Él mostró aquellos incisivos como si ella debiera estar asustada de ellos. Ella no estaba asustada de su mordedura; era su toque lo que la sobrecargaba, lo que destruía su equilibrio. Era lo que ella temía. Y lo que la ponía furiosa con ella y con él.
—¿Cabrearte? —Ella empujó contra su pecho cuando se meneó por delante de él, pisando fuerte a la cueva principal mientras él la siguió despacio. —No, Joseph —le espetó ella admonitoriamente, señalándolo con su dedo imperiosamente—. No me cabrees tú a mí, y no metas tu nariz donde no debes. Ocúpate con los problemas que tienes a mano y déjame tranquila.
Ahora ella recordaba por qué no quería a una maldita casta felina en sus talones cada maldito minuto del día.
La arrogancia era tanto una parte de ellos como los duros músculos de acero y la belleza excepcional y salvaje.
Sin olvidar la fuerza. Antes de que ella pudiera hacer más que gritar ahogadamente él había agarrado su brazo, girándola y empujándola contra la pared otra vez, su cuerpo más grande sosteniéndola en el lugar mientras su erección se presionaba contra la parte inferior de su estómago.
La excitación la hundió. Esta se extendió por ella; no sólo por sus sentidos, sino por cada célula de su cuerpo que pareció abrirse y pedir, suplicando por su toque.
Maldición, ella no necesitaba esto. Ella podía sentir su matriz apretarse. Y él no perdió un segundo de ello.
Sus fosas nasales llamearon, sus ojos se oscurecieron mientras él sostenía sus muñecas en una mano, por encima de su cabeza.
—¿Te opones? —Ella luchó contra su apretón.
—No me opongo ni un poco —murmuró él, bajando su cabeza a su oído ya abusado mientras sus dientes rastrillaban sobre él.
Bien, estaba jodida, y no de un modo bueno.
Ella se estremeció por la caricia. Esto se sentía demasiado bien. Tan bueno que no pudo contener la dura exhalación del aliento que casi se convirtió en un quejido de avara necesidad. Hablando sobre un banquete. Un montón de dura y apretada carne masculina. Y si la presión de la erección en su estómago era una indicación, él estaba construido como un maldito tanque y cargado.
Sus manos tiraron contra su presa cuando ella se arqueó contra él, sabiendo que debería luchar para apartarse de las sensaciones que la inundaban con su toque. Pero no lo hacía. Acercándose más a su poder y calor, necesitando más. Ella hizo retroceder la necesidad, jadeando en busca de aire mientras la sangre corría por su cuerpo.
—¿Por qué haces esto? —Ella trató de sacudir su cabeza, pero sus párpados sólo revolotearon de placer cuando él atrajo el lóbulo de su oreja entre sus labios y lo acarició.
—Quieta —gruñó él, presionando su pene más contra su vientre.
—No estás siendo justo —protestó, clavando las uñas en sus hombros mientras luchaba contra la atracción que la atraía hacia él. Ella no podía permitirse el dejarse sentirlo, necesitarlo—. Sabes que esto no puede llevarnos a ninguna parte.
—¿Quién dijo que trato de ir a alguna parte? —La diversión y la pura lujuria masculina espesaron su voz—. Pero si no dejas de frotar ese pequeño cuerpo caliente contra mí, entonces voy a joderte aquí, en medio de esta maldita cueva. Ahora estate quieta.
Su otra mano se cerró en su cadera cuando él se echó atrás, bajando su cabeza para permitir que sus labios rozaran su cuello.
Maldición, hacía demasiado tiempo que ella había estado con un hombre. Tenía que ser eso, porque si no lo fuera, entonces estaba en más problemas de los que podía haberse imaginado jamás.
—Sólo cúlpame de todo esto a mí, por qué no. —Ella trató de ser sarcástica, realmente lo hizo. Pero la sonrisa que tembló en sus labios sonó en su voz.
Ory
La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)
—Es mucho más seguro y fácil de esa forma. —Él se rió entre dientes cuando levantó su cabeza, moviéndose más atrás hasta dejar ir sus muñecas, liberándola del hechizo sensual que había estado tejiendo a su alrededor.
Ella debería haberle estado agradecida.
En cambio deseó gemir de desilusión.
—Apuesto a que lo es. —Ella hizo rodar sus ojos, luchando para nivelar su equilibrio otra vez—. ¿Hemos terminado aquí, o había allí algo más que querías comprobar?
Ella se inclinó para recuperar la linterna que había rodado contra la pared antes de cogerla y asegurarla de nuevo en su cinturón de herramientas. Directamente al lado de la pistola automática que había sacado de su armario y enfundado allí esa mañana. Maldito si alguna vez iba a llevar otro aturdidor.
—Oh, hay muchas cosas que me gustaría comprobar. —Su mirada entornada hizo apretarse su estómago y su sexo se contrajo.
—Apuesto a que las hay. —Ella escondió el chorro de risa que salía de su pecho—. Pero si hemos terminado con estas malditas cavernas realmente me gustaría volver a la ciudad. Todavía tengo alguna clase de vida aquí. Vivirla me trae un poco de satisfacción, ya sabes. Y tengo hambre.
De comida, castigó ella a su dolorido clítoris. Sólo de comida. Ningún sexo. El sexo con una casta no era una buena idea. Esto implicaba toda clase de complicaciones. Posesividad, arrogancia y otros adjetivos que realmente no podía al parecer extraer de su cabeza ahora mismo. Aunque estaba segura de que no eran buenos.
—Hnmm —murmuró él. El sonido retumbante no era consolador—. Comprobaremos la otra cueva sólo para estar seguros antes de regresar. Si ellos dejaron la lista aquí, podían haber dejado algo más a través del barranco.
—Vale —Otra subida. Justo lo que ella necesitaba. Esta vez él iba
Ella estaba tan jodida. Y si no tenía cuidado, esto iba a ser de un modo también bueno.
Ella lo fascinaba.
Joseph admitía que podía estar en un muy pequeño y profundo problema en lo que a ----- Fields y sus variados misterios se refería. No era tan sólo la excitación. Él había estado excitado antes, pero nunca había estado así de hambriento, con este deseo por una mujer fuera de las "pruebas" inducidas por drogas que los científicos habían conducido en los laboratorios.
----- lo hacía sentirse realmente más que hambriento. Le hacía anhelar, y eso podía ser una cosa muy peligrosa. Pero ella también lo hacía sentirse curioso. La curiosidad mató al gato, pensó él en tono burlón mientras buscaba en la siguiente cueva e intentaba no hacer caso del calor dulce que fluía de ella.
Él ansiaba probarla tan desesperadamente que sentía hinchadas las pequeñas glándulas, casi desapercibidas bajo su lengua. Los científicos las habían etiquetado como papilas gustativas avanzadas, otra de las anomalías de su genética humana/animal. Había bastantes de esas.
Pero las glándulas nunca se habían inflamado e hinchado. Y tan seguro como el infierno que nunca habían derramado el gusto sutil de especias en su boca. Y ahora lo hacían. Y el solo pensamiento de saborear a -----, de empujar su lengua en su boca y sentir sus labios suaves rodeándolo, las hizo palpitar más duramente.
Por no mencionar lo que el pensamiento le hizo a su pene. La cabeza palpitaba como un dolor de muelas que rechazaba aliviarse. Él podía masturbarse, pero había aprendido anoche que esto le traía incluso hasta menos satisfacción que lo había hecho jamás. Supuso que simplemente no era del tipo de masturbarse. Le gustaba el sexo. Amaba a las mujeres. El gusto, el sonido, la blandura, todas las calidades únicas que hacían a las mujeres lo que eran. La sensación de sus uñas clavándose en sus hombros en el punto culminante, o la explosión dulce de la lujuria terrenal en su lengua cuando él lamía su crema desde en medio de sus muslos. Las mujeres eran la blandura en un mundo enloquecido. Pero ----- lo volvía loco, desquiciado, tan desesperado por su gusto que estaba a punto de llevarla al suelo de cueva y cubrirla como el animal que era.
—Aquí no hay nada, Joseph. —Esta no era la primera vez que ella había hecho el comentario—. Ninguna grieta, ningún túnel y ninguna pequeña repisa escondida.
Sí, él se había dado cuenta de ello hace cinco minutos. Pero ella estaba aquí, con su olor atrapado entre las paredes de piedra, acariciando sus sentidos y llenándolo de una lujuria peculiar que necesitaba tiempo para comprender. Para entender como controlarla.
Si dejaran la cueva los vientos disiparían la mayor parte del olor, y la tierra circundante lo difundiría. Él no tendría tiempo para deleitarse con él. En su memoria, ninguna mujer había estado tan caliente alguna vez por su toque. Era casi humillante. Joder, esto le excitaba como el infierno. Él no podía conseguir lo suficiente, y si ella no tenía cuidado él lo probaría pronto.
—Sigue mirando. —Él se dobló a lo largo de la pared que buscaba, explorando una grieta que corría en diagonal a través de la piedra.
Era delgada, apenas lo bastante amplia para las puntas de sus dedos, pero lo bastante como para fingirse interesado.
—¡Sigue mirando!, —exclamó ella antes de exhalar con exagerada paciencia—. Eres demasiado mandón.
—Y tú eres demasiado contestona, pero no me ves indicarlo. —Ella lo hacía sonreír. Hacía un tiempo malditamente largo desde que alguien lo había hecho sonreír de verdad.
Él amó entrenarse con ella, amaba escucharla contestarle y desafiarlo. Ella era un desafío, tanto física como mentalmente, y lo mantenía firme. Y si él no se había confundido, una sonrisa definida había estado antes ribeteando sus labios y resonando en su voz.
—¿Yo? —Ella seguro que sonreía ahora. Ella podía darle su espalda, pero él podía oír la sonrisa en su voz.
Discretamente él cambió la dura longitud de su pene bajo sus vaqueros, que esperaban algún alivio. La maldita cosa sólo pareció hincharse hacia adelante cuando él cerró sus ojos y atrajo el olor de ella más profundamente en su cabeza.
—Cualquiera que haya esperado en esta caverna no podía haber estado aquí demasiado tiempo —dijo ella finalmente—. Esta no apesta como la otra.
Él mismo lo había notado.
—Sospecho que ambos pasaron algún tiempo en la otra. —Él se encogió de hombros—. Los coyotes trabajan mejor en equipo. Se desafían el uno al otro en su maldad. Los hace más despiadados.
Él miró cuando ella terminó de comprobar una esquina sombreada y se volvió hacia atrás para afrontarlo. Su cara estaba ruborizada, sus pezones apretaban contra su camiseta cuando ella separó la linterna y la colgó en su cinturón.
—¿Asumo que hemos acabado aquí?
—Por el momento. —Él echó un vistazo alrededor una última vez—. Esperemos que antes de esta tarde Jonas tenga alguna información para nosotros así como las fotos de las castas que fueron asesinadas. Quiero que las mires atentamente y veas si los reconoces.
Incluso sus entrenadores no los habrían reconocido el día anterior.
—Me parece bien —asintió ella—. Ya que te tengo que aguantar en casa, tengo que hacer algunas compras en la tienda de comestibles. ¿Apuesto a que tú comes mucho, verdad?
Su mirada fija vagó sobre él. Él supo el minuto que ella descubrió su erección y casi se rió en voz alta cuando sus ojos se desorbitaron por la sorpresa.
—Tengo apetitos muy fuertes. —Él casi se ahogó de risa cuando el calor envolvió su cara.
Ella se aclaró la garganta, un pequeño sonido en parte excitación y en parte diversión.
—Apuesto a que lo haces —refunfuñó ella dirigiéndose hacia la entrada de la cueva—. No me sorprendería nada.
Maldición, ella era atractiva. Testaruda como el infierno, con una boca burlonamente sarcástica como nadie que se hubiese encontrado jamás, y con más secretos que cualquier mujer debería tener. Pero ella lo hacía reírse y lo mantenía firme. Un auténtico logro.
—Podías querer examinar la media de proteínas para ti también. —Él mantuvo su voz controlada, ningún signo de diversión o de sentidos escondidos—. Necesitarás tus fuerzas.
Ella se volvió hacia atrás, hacia él, con una réplica en sus labios hasta que vio la expresión deliberadamente inocente que él tenía en su cara.
Ella estrechó sus ojos apoyando las manos en sus caderas, llamando la atención hacia las curvas maduras donde la sangre palpitaba furiosamente entre sus muslos.
—No me engañas, Arness. —Ella arqueó aquella pequeña ceja perfecta mientras apretaba sus labios pensativamente—. Tú lo piensas. Tú quieres hacerlo. —Entonces ella sonrió realmente. Una curva lenta y atractiva de sus labios que le hizo apretar sus dientes para contener su gemido—. Tal vez eres tú quién vas a necesitar toda esa energía. Yo podría ser demasiado para que me manejes, sabes
Ella se dio la vuelta entonces, y con un tirón de su bonito trasero ella pasó por encima de la repisa al primer hueco para apoyar el pie que la conduciría de regreso al suelo del barranco.
¿Demasiado para que él pudiera manejar? Dudoso. No imposible.
Muy, pero que muy dudoso.
Ory
Re: La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
yeiiiiiiii gracias por subir la amo!!!:canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto: :canto:
porfavor siguela!!:love: :aah: :bye:
porfavor siguela!!:love: :aah: :bye:
Glace321
Re: La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
lamento la demora pero tuve unos problemillas, pero ya le sigo
que bueno que les guste la nove
que bueno que les guste la nove
Ory
La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)
Capítulo seis
----- lo dudaba también. Mientras habían revisado las cavernas restantes, había luchado por mantener sus sentidos en alarma, usando su capacidad de atraer del escudo de Joseph para contener los efectos menos deseados de la empatía y en cambio usar sus talentos para buscar respuestas.
Ella no era experta en ello. Nunca había tenido la oportunidad de trabajar de ese modo, pero ahora se encontró intrigada por la oportunidad. Y por el calor y la información sutil que ella también extrajo del hombre. Había sitios oscuros dentro de él, pero él los mantenía ocultos; no les dejaba afectarlo. Había violencia, sí. Pero estaba atenuada y ablandada por la compasión.
Había también el dominio, un dominio que ribeteaba en los escudos, en los escudos prestados que él controlaba.
Ella sondeó en ello, sintiendo la diversión, la lujuria y un hambre que sólo crecía.
Ella trató no de hacer caso de esto, concentrándose en cambio en los restos de emociones y acciones que todavía permaneciesen dentro de las cavernas. No es que hubiera mucho para aferrar. Los coyotes habían venido aquí para matar. Ellos habían seguido a la pareja de castas desde Broken Butte pero, ¿cómo sabían que debían comenzar allí?
Debían matar allí a la pareja y luego esperar a -----. Ella lo sintió; había sido la prioridad más alta en sus mentes. ¿Una victoria absoluta, pero de qué? ¿Qué intentaban esconder?
—No hay nada aquí. —Joseph finalmente suspiró cuando ellos pasaron por la última caverna que estaba en la repisa y miraron fijamente abajo con ojos estrechados. Él le dio a su cabeza una breve y firme sacudida—. Vamos a regresar al Raider y volveremos. Veré si Jonas ha averiguado algo de su interrogatorio al coyote que se llevó con él.
Él se balanceó de la repisa al estrecho camino que conducía de regreso al barranco mientras ----- lo seguía.
----- echó hacia atrás los vagos mechones de pelo que se habían escapado de su trenza mientras comenzaba a andar con dificultad hacia el Raider. Estaba lista para salir del desierto, para dirigirse a la ciudad a comer y luego a casa a su cama suave y cómoda.
Las contusiones del día anterior palpitaban dolorosamente, como lo hacían algunas nuevas recibidas subiendo las pendientes del acantilado. Su oído quemaba y su sexo había desarrollado un dolor erótico y sensual que la atormentaba con el conocimiento de que luchaba contra algo que sabía que Joseph quería tanto como ella. Bueno, lamentaba que no fuera tanto; ella podía estar en peor forma de lo que él lo estaba.
—¿Qué esperabas realmente encontrar aquí, Joseph? —Ella lo miró con curiosidad, todavía insegura de lo que él buscaba.
—Algo. Todo. Nada. —Ella podía oír el encogimiento en su tono perezoso y apretó sus dientes con rabia.
—Dos de tres no es tan malo. —Ella se burló de su éxito dudoso poniendo sus ojos en blanco—. Encontramos todo lo que este desfiladero podía haber contenido y nada tenemos que pueda contestar a nuestra pregunta. Estás poniendo los ojos en blanco, Joseph. —Ella abrió la puerta del lado del conductor, deslizándose en la fría comodidad del vehículo con un suspiro de alivio.
—Usas el sarcasmo muy bien, -----. —Él se dio la vuelta mientras se deslizaba en el asiento de pasajeros, apoyándose hacia atrás cómodamente mientras sonreía con una curva lenta y también atractiva de sus labios. Esa curva inferior más llena hizo que le doliesen los pezones. Era malo cuando algo tan simple como la sonrisa de un hombre hacía que le doliesen los pezones, haciéndoles desear la sensación de aquellas curvas sensuales rodeándolos.
—Lo intento. —Ella limpió su garganta nerviosa y rápidamente se dio la vuelta lejos de la tentación de él mientras él emitía a un gruñido completamente masculino de exasperación.
Esto no debería de haberla encendido. Era insultante y en ninguna manera erótico. Pero el sonido hacía que sus muslos se apretaran y que su centro doliese. Maldición.
Tal vez era el momento del cohete de bolsillo, el pequeño estimulador de clítoris que era tan práctico. Los cohetes de bolsillo eran agradables. O su vibrador. Había pasado tiempo desde que la necesidad de liberación sexual había sido tan imperativa. Tal vez nunca había sido así de imperativa, pensó. Tampoco había tenido nunca esta capacidad de hacerla querer acercarse más a un hombre; de necesitar hacerlo.
Y él sabía lo que le hacía. Ella podía verlo en sus ojos, en el modo que él levantó su cabeza y sus fosas nasales llamearon.
Él podía olerla, oler su calor y su excitación. Y no había ningún modo de esconderlo.
En la estela de ese pensamiento vino otro. Ella sabía que los sentidos de las castas eran más avanzados que los de aquellos sin el ADN cambiado. ¿Pero, se preguntó ella, cuánto más avanzado eran?
Ella le echó un vistazo por el rabillo de su ojo y se aclaró la garganta antes de preguntar:
—¿Cómo es tu audición?
—¿Mi audición?, —preguntó él, con su voz llena de perezosa diversión y sólo una indirecta de curiosidad.
Ella le echó un vistazo, ensanchando sus ojos inocentemente.
—Tu audición. Ya sabes, tus oídos. ¿Puedes oír cosas mejor que la otra gente?
Ella luchó contra el rubor que amenazaba con aumentar bajo la piel de sus mejillas mientras giraba sus ojos de regreso al camino por delante.
—¿Mejor que las no castas, quieres decir?, —le él preguntó con interés.
Ella no confió en la mirada de inocencia masculina ni un minuto, pero la farsa de su enfrentamiento sirvió para esconder su sonrisa.
—Sí —asintió ella brevemente—. Eso es lo que quiero decir.
—No sé. —La diversión fría llenó su voz—. ¿Cómo de bueno es tu oído?
Bien, ella no sería capaz de oírlo masturbándose, pero no era como si su mano zumbase tampoco…
—Normal. —Ella se encogió de hombros.
Ory
La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)
—¿Qué clasificarías como normal? ¿Qué puedes oír que piensas que yo no podría? —¿le tomaba él el pelo?
Ella le lanzó una mirada rápida, frunciendo el ceño con expresión curiosa. ¿Estaba al acecho aquella risa en sus ojos? ¿Seguramente él no podía adivinar por qué lo quería saber ella?
Ella sondeó en los escudos que él usaba, pero únicamente podía descubrir diversión.
—No sé. —Ella agarró el volante más fuerte mientras trataba de parecer casual y simplemente interesada en sus capacidades de Casta únicas—. Si yo estuviera en la cocina y tú estuvieses en la sala de estar de mi casa, yo no lo sabría si estabas usando… oh, digamos… un par de tenacillas para el pelo. —Esto parecía un buen contraste. Una pequeña vibración de sonido, no demasiado áspera, no demasiado fácil de oír.
—¿Tenacillas para el pelo? —preguntó él perplejo.
—Sí —asintió ella con toda seriedad—. Tenacillas para el pelo.
Él se tensó, aclarándose la garganta mientras se movía en su asiento.
—¿Tratas de averiguar si te oiré usando un vibrador, -----?
Ella perdió el aliento, ardiendo de mortificación mientras su cabeza se giraba, acechando la sospecha en sus ojos entrecerrados fijos en su cara antes de que ella volviera a contemplar la pista.
—No —exclamó ella, impresionada. ¿Cómo lo sabía?
—Porque si es así, te lo diré ahora: lo sabría. Olería el dulce olor de tu sexo cuando encontrases tu liberación, y oiría hasta el vibrador más silencioso. Y estaría muy, pero que muy disgustado. Incluso debería zurrarte.
Ella tragó con dificultad, cierto, su trasero no zumbaba de anticipación, sino de agitación. Ella echó un vistazo a su mano mientras esta estaba casualmente en su rodilla. Era amplia, fuerte…
Ella se movió en su asiento.
—No era lo que quise decir —refunfuñó ella—. ¿Y a ti que te importa?
Él iba demasiado lejos. Había pulsado cada botón caliente sexual que tenía y ahora intentaba negarle una liberación que permitiría la disipación de la tensión que aquellos botones causaban dentro de su cuerpo. Había líneas que ningún hombre debería cruzar, y por lo que a ----- concernía, esta era una de ellas.
—Puedo oler tu calor femenino, -----. —Su voz bajó, sus palabras enviaron un acalorado rubor bajo su mejilla.
—Y sé que lo causo. Tú necesitas satisfacción; puedes encontrarla conmigo, o puedes sufrir conmigo. Esa es tu elección.
Ella estrechó los ojos mientras la independencia llameaba en su interior.
—Tú no me mandas, Joseph —olisqueó ella desdeñosamente—. Ni ahora ni nunca, y sobre todo no en esto. No me obligues a demostrarlo.
—No me obligues a perder el poco control que tengo probando las barreras que lanzas entre nosotros —respondió él, su voz calmada y advirtiendo—. Recuerda a la bestia con la que tratas aquí, -----. No soy un hombre al que puedas tentar de la forma en que lo haces con otros, ni soy uno al que puedas embromar en esta área. Por el bien de ambos, ten cuidado a menos que desees experimentar las consecuencias.
Su voz tenía un estruendo oscuro y de advertencia que envió temblores por su columna, y pequeños estremecimientos de sensación ultrarrápida extendiéndose por su sistema nervioso.
Apretando los labios, ----- llevó al Raider a una parada antes de entrar en el aparcamiento y volverse despacio hacia él. Él se apoyaba contra la puerta, un brazo a lo largo del apoyabrazos, y otro apoyado en la consola de centro acolchada entre ellos. Él estaba relajado, pero vigilante y excitado. Ella podía sentir la excitación extendiéndose hacia ella.
—Ser una casta no te exime de las leyes normales de decencia e intimidad. —Ella aspiró profundamente mientras lo miraba fijamente. —Esta es mi casa, Joseph. Mi dormitorio. Cuando la puerta está cerrada, eso significa que no eres bienvenido a invadir esa habitación, no importan las circunstancias, excluyendo el peligro físico. No pienses que sólo porque eres más grande y más salvaje de lo que lo soy yo cambia las reglas.
—Lamentablemente lo hace —gruñó él, un estruendo duro rompiendo el borde de calma que ella trataba de forzar a su alrededor—. No debería ser así, y lamento la necesidad. Pero encuentro que mi control en tu presencia no es lo que debería ser. Lo correcto o incorrecto no entra en ello. La utilización del vibrador dentro de mi audición sería el equivalente a desfilar desnuda delante de otro hombre, -----. No cometas ese error a menos que desees completar la invitación.
Ory
La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)
Su barbilla sobresalió hacia delante, la cólera se extendió en sus venas en advertencia.
—No es no, Joseph.
—No presiones en esto, -----. —Ella podía sentirlo ahora, a punto de deslizarse fuera de su control. Retrocedió, prestando atención al conocimiento de que él era más primitivo, posiblemente más peligroso de lo que ella se había imaginado que podía serlo en lo que se refería a ella.
—-----. —La mano que había estado apoyada entre los dos asientos se levantó, sus dedos se movieron hacia los hilos del pelo que habían resbalado de su trenza. Él los alisó hacia atrás mientras ella lo miraba cautelosamente, su respiración era áspera y desigual, y sus extraños ojos dorados brillaban con hambre y un borde de humor—. Tú me haces anhelar cosas que estoy seguro que no debería querer. Cosas que estoy seguro de que no quieres. Soy lo bastante hombre para entender mis límites, y para asegurarme de que tú los entiendes también. —Sus dedos trazaron un camino de fuego de su mejilla a su cuello.
»Saber que estás lo bastante caliente, necesitándome lo suficiente como para intentar encontrar tu propia liberación puede ser más de lo que el animal dentro de mí podía soportar. Yo no tomaría lo que no me fuese dado voluntariamente, pero tampoco seguiría manteniendo el equilibrio sobre la línea a lo largo de la que ahora ando. Te seduciría en vez de permitirte la opción de venir a mí. No quiero hacerlo, cariño. —Su mano cayó de ella, volviendo a la consola—. No me empujes a eso. No me gusto a mí mismo mucho por ello, y estoy seguro de que llegarías a lamentarlo. Así que, en interés de mantener ambos nuestros límites, usa la precaución.
Él estaba serio. Ella lo miró fijamente con trazas de incredulidad y cautela.
—¿Por qué?, —susurró finalmente ella—. ¿Por qué te preocupas por cómo consigues lo que quieres? —Ningún otro hombre al que había conocido jamás se había preocupado.
Sus labios se inclinaron con una indirecta de suavidad y una sensualidad que envió llamaradas de respuesta corriendo por ella.
—Porque ese cuerpo hermoso no es todo que quiero, cariño —contestó él enigmáticamente—. Ni con mucho. Lo quiero todo. Piensa en ello antes de que presiones los botones incorrectos y tientes algo que no tienes ninguna posibilidad de controlar.
Ory
Re: La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
todo :twisted: jajaja, yaveras lo que incluye el paquete
Ory
La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
Capitulo siete
-----se movió escaleras abajo esa tarde después de su ducha. Perdido todo sentido de equilibrio. Sus emociones estaban en el caos, sus respuestas físicas confusas. Sus reacciones a Joseph Arness la habían dejado tan descentrada que no estaba segura de qué sentir en este momento.
Después de la Academia, y de los desastrosos resultados de los ejercicios de entrenamiento, ella se había cerrado, se había retirado al desierto y había dejado de lado el sueño de marcar una diferencia dentro del mundo.
Había gastado cinco años entrenándose para trabajar en la policía, los primeros dos en la preselección donde los candidatos pasaban por rigurosas clases que implicaban el código legal. Los últimos tres habían sido gastados en la Academia después del proceso de selección y el año final en la verdadera situación de los ejercicios de entrenamiento.
La última misión de formación había sido una situación con rehenes. Las emociones que manaban de la joven mujer retenida por su marido traficante de drogas casi la habían incapacitado, y habían hecho que un oficial fuera herido. Su incapacidad de concentrarse en el autor y su víctima, en vez de en las emociones y el dolor que manaban de ella, había sido casi fatal.
Las capacidades empáticas se habían revelado en su adolescencia tardía. Su incapacidad de formar las barreras que los otros comenzaban a construir siendo niños había sido su perdición. Aunque ella había rechazado tercamente abandonar su sueño. Forzándose por la preselección y la Academia, derecho hasta llegar al mismo momento en que supo sin duda alguna que el sueño se había terminado.
----- se movió en la cocina, dirigiéndose hacia la cafetera a pesar del retraso de la hora, y trató no de hacer caso de Joseph cuando él se sentó en la mesa con su ordenador portátil. Él había estado trabajando allí durante horas, gruñendo con gruñidos bajos que salían de su pecho cuando su irritación parecía aumentar.
La excitación sólo crecía también. Lamentablemente, el descubrimiento de la auto liberación era algo que no estaba lista a tentar. Joseph había estado muy tenso desde su anterior confrontación en el Raider; con los nervios a flor de piel y más excitado. Esa hambre era algo que ella no estaba completamente lista para encarar.
—Ya era hora de que volvieses abajo —refunfuñó él mientras sus dedos se movían sobre el teclado—. Es el momento de que trabajemos
Ella se dio la vuelta lejos de él, levantando una taza del gabinete antes de verter el café oscuro en ella.
—¿Cómo le llamas a lo que hemos hecho todo el día? —Cada músculo en su cuerpo protestaba por la prueba. Ella podía haber jurado que la investigación de caverna y escalada por la roca era el trabajo. Pero infiernos, ¿qué sabía ella?
—Ven aquí y siéntate. —Él se movió de la silla, haciendo sitio para ella mientras se movía alrededor de la mesa—. Abrí la base de datos de las castas. Cada información que tenían los laboratorios, y alguna que no, está puesta en una lista aquí. Tengo los archivos de Mark y de Aimee junto con sus fotos. Revísalas, mira a ver si los reconoces, o si puedes recordar cualquier punto en que puedas haber estado en contacto con ellos.
Ella se sentó en su silla dudosamente, su mirada fija vacilaba hacia el archivo situado en la pantalla.
—Estas fotos fueron tomadas mientras Mark y Aimee estaban todavía en los Laboratorios —susurró ella, viendo la desnudez de la parte superior del cuerpo de Aimee, así como el desinterés de ella y de sus alrededores—. He visto algunos de los archivos de las castas en la Academia. Ellos no les permitían llevar puesta ropa.
Ella alzó la vista, mirando mientras Joseph sacaba bocadillos del refrigerador y se servía otra taza de café.
—No éramos humanos, así que por qué debíamos necesitar la ropa —gruñó él cuando se movió alrededor de la cocina, preparando más café mientras comía. Él comía mucho; la comida se había terminado una hora antes y ella estaba segura de que él había comido bastante para tres hombres adultos.
Ella dirigió su atención de regreso al ordenador portátil y a los dos archivos que él había buscado para ella.
Exhalando cansadamente, se retiró el pelo de la cara, deseando haberse tomado el tiempo para trenzarlo antes de bajar de su ducha. La gruesa masa nunca dejaba de resbalar sobre su hombro. Esto también tenía el efecto de hacerle sentirse más suave, más femenina, cuando estaba suelto y desatado. Esa era una debilidad que no podía permitirse ahora mismo. La atracción que ardía entre ellos no se atenuaba; sólo se hacía más fuerte. Ella necesitaba algo para sofocarla y no reforzar su incapacidad de huir de ello.
—Mark y Aimee fueron creados en Francia. —Él se sentó enfrente de ella—. A mi entender, nunca habían estado en los Estados Unidos hasta hace un año, cuando fueron rescatados y se trasladaron al Complejo de la Casta en Virginia.
»No hay ningún archivo de ninguna misión extranjera. Como no hay ningún archivo de ningún viaje que podías haber hecho fuera de los Estados Unidos.
Había una pregunta definida en su voz.
-----levantó su mirada de la pantalla de la computadora y encontró la suya calmadamente.
—Nunca he estado fuera de los Estados Unidos, Joseph. —Ella dejó que una sonrisa de diversión tirara de sus labios. Esta no era obviamente la respuesta que él quería oír—.Y que yo sepa, nunca he conocido a estas castas.
Pero ellos le eran familiares.
Ella se volvió de nuevo a las fotos, frunciendo el ceño ante un raro hormigueo de reconocimiento, pero consciente de lo estrechamente que él la miraba.
—¿Por qué volviste aquí después de entrenar en la Academia?
—¿No revisamos esto antes? —protestó ella, tragándose el terrón de nerviosismo de su garganta.
—Tenías notas excelentes hasta tu misión de formación final, donde tu instructor fue herido. Después de esto dimitiste, recogiste y viniste a casa, a pesar de varias ofertas muy lucrativas de sectores tanto públicos como privados.
Ella se inclinó hacia atrás en su silla, rechazando mirarlo mientras sentía la pregunta que llenaba el aire. Él merecía la verdad.
Él trabajaba con ella y esto lo puso en el peligro. Él tenía que saber esto.
—Es complicado —suspiró finalmente ella.
—Soy un tipo inteligente. —Él pareció arrancar las palabras con los dientes—. Estoy seguro de que lo entenderé bien.
Ella lo miró entonces, agarrando la sospecha brillante en sus ojos cuando él la miró.
—Esto no tiene nada que ver con estas castas —contestó finalmente ella, chasqueando los dedos de una mano hacia el ordenador portátil—. Esto es una cuestión personal, Joseph.
—No por más tiempo, -----. —Él dejó su taza, inclinándose hacia delante mientras apoyaba sus manos en la cumbre de la mesa y se concentraba sobre ella—. Mi gente muere en este desierto. Mark y Aimee dejaron el Santuario y condujeron directamente aquí, a una trampa, a una sección del desierto patrullado por ti. Una búsqueda de sus archivos de computadora mostró que ellos te habían buscado antes de salir. Ellos venían aquí para encontrarte. De alguna manera el Consejo lo averiguó y envió a aquellos coyotes para matarlos a ellos y a ti, usando sus cuerpos para atraerte. ¿Por qué?
La culpa se cerró de golpe sobre ella. Ella saltó de su silla, afrontándolo directamente ahora. Apretó sus manos para impedirles temblar mientras parpadeaba para contener la humedad en sus ojos. No quería que él la viera como el fracaso que era. Incapaz de controlar sus propias capacidades y una responsabilidad para cualquiera que luchase a su lado.
—Contéstame, -----. —Él la agarró otra vez, esta vez su presa era lo bastante apretada en la parte superior de su brazo como para asegurar que ella no iba a ninguna parte, mientras se cercioraba de no dejar ninguna señal.
La Academia había sido cinco años del infierno. Ella sobresalía porque el trabajo vigoroso requería enfocarse completamente. Durante el entrenamiento había ganado algún alivio de la tensión, de los miedos y las personalidades a menudo volátiles de quienes estaban juntos en una área. Esto la había asombrado, el número de reclutas que debían personificar allí simplemente la violencia que rabiaba en su interior.
—Dime por qué te escondes. ¿Qué viste, -----? ¿Por qué te encoges en este maldito desierto como un niño con miedo a la oscuridad?
—Porque estoy asustada de la oscuridad. —Ella rabió y su control se rompió. Las lágrimas llenaron sus ojos cuando ella levantó la mirada hacia él, temblorosa, aterrorizada de que él pudiera tener razón. Que ella hubiera visto posiblemente algo, apreciara o sintiera algo de lo que era inconsciente. O peor, que ella hubiese ignorado algo que hubiese causado aquellas muertes y de que de alguna manera ella pudiese haber prevenido la violencia.
—Suéltame. —Ella se apartó de su apretón, rechazando encontrar su mirada mientras le volvía la espalda y asestaba un golpe en la lágrima que había evitado su control y caído de sus ojos—. Soy empática, Joseph. —Ella luchó contra el dolor derramándose en su interior, de los sueños de los que había huido ante la realidad—. Me escondo en este desierto de mierda porque es tranquilo. Porque no hay nadie alrededor de mí en millas; ninguna emoción, ningún miedo o rabia para precipitarse en mi maldita cabeza. Porque puedo funcionar aquí. —Su garganta se apretó ante la admisión.
----- empujó sus dedos en su pelo, apretando en las hebras mientras luchaba por el control de las emociones caóticas que rabiaban ahora en su interior. Éstas eran sus emociones, sus miedos, y eran tan debilitantes como el talento que permitía que sintiera a otros.
—¿Empática? —Su voz ahora era pensativa, la cólera de hace unos momentos ahora estrangulada.
—No puedo soportar las muchedumbres y punto. Apenas puedo funcionar aquí, en la ciudad en que he vivido toda mi vida. Hasta ti, yo nunca he estado alrededor de otro ser humano que pudiera tolerar durante más de unas horas a la vez. —Ella se volvió hacia él, su propia cólera apretaba su cuerpo mientras luchaba contra demonios contra los que sabía que nunca podía ganar—. Yo estaba en el final de mi adolescencia antes de que comenzara a desarrollarse; no podía esconderlo. La mayor parte de los empáticos se desarrolla más pronto, cuando es posible para sus cerebros crear los escudos necesarios para protegerlos. No resultó de esa manera para mí.
»Estoy indefensa contra el influjo de emociones y la violencia latente en la mayor parte de los criminales humanos. No puedo protegerme de ello. Pensaba que podía hacerlo en la Academia. —Ella sacudió su cabeza cansadamente, la culpa se la comía viva—. Ese era mi sueño y estaba determinada a tenerlo hasta que casi fui la causa de la muerte de mi instructor durante nuestro último ejercicio de formación. Después de eso…—Ella aspiró severamente, envolviéndose en sus brazos y aguantando el dolor—. Después de eso sólo vine a casa. Lance me dio un trabajo en el departamento del sheriff y traté de contentarme con ello.
-----se movió escaleras abajo esa tarde después de su ducha. Perdido todo sentido de equilibrio. Sus emociones estaban en el caos, sus respuestas físicas confusas. Sus reacciones a Joseph Arness la habían dejado tan descentrada que no estaba segura de qué sentir en este momento.
Después de la Academia, y de los desastrosos resultados de los ejercicios de entrenamiento, ella se había cerrado, se había retirado al desierto y había dejado de lado el sueño de marcar una diferencia dentro del mundo.
Había gastado cinco años entrenándose para trabajar en la policía, los primeros dos en la preselección donde los candidatos pasaban por rigurosas clases que implicaban el código legal. Los últimos tres habían sido gastados en la Academia después del proceso de selección y el año final en la verdadera situación de los ejercicios de entrenamiento.
La última misión de formación había sido una situación con rehenes. Las emociones que manaban de la joven mujer retenida por su marido traficante de drogas casi la habían incapacitado, y habían hecho que un oficial fuera herido. Su incapacidad de concentrarse en el autor y su víctima, en vez de en las emociones y el dolor que manaban de ella, había sido casi fatal.
Las capacidades empáticas se habían revelado en su adolescencia tardía. Su incapacidad de formar las barreras que los otros comenzaban a construir siendo niños había sido su perdición. Aunque ella había rechazado tercamente abandonar su sueño. Forzándose por la preselección y la Academia, derecho hasta llegar al mismo momento en que supo sin duda alguna que el sueño se había terminado.
----- se movió en la cocina, dirigiéndose hacia la cafetera a pesar del retraso de la hora, y trató no de hacer caso de Joseph cuando él se sentó en la mesa con su ordenador portátil. Él había estado trabajando allí durante horas, gruñendo con gruñidos bajos que salían de su pecho cuando su irritación parecía aumentar.
La excitación sólo crecía también. Lamentablemente, el descubrimiento de la auto liberación era algo que no estaba lista a tentar. Joseph había estado muy tenso desde su anterior confrontación en el Raider; con los nervios a flor de piel y más excitado. Esa hambre era algo que ella no estaba completamente lista para encarar.
—Ya era hora de que volvieses abajo —refunfuñó él mientras sus dedos se movían sobre el teclado—. Es el momento de que trabajemos
Ella se dio la vuelta lejos de él, levantando una taza del gabinete antes de verter el café oscuro en ella.
—¿Cómo le llamas a lo que hemos hecho todo el día? —Cada músculo en su cuerpo protestaba por la prueba. Ella podía haber jurado que la investigación de caverna y escalada por la roca era el trabajo. Pero infiernos, ¿qué sabía ella?
—Ven aquí y siéntate. —Él se movió de la silla, haciendo sitio para ella mientras se movía alrededor de la mesa—. Abrí la base de datos de las castas. Cada información que tenían los laboratorios, y alguna que no, está puesta en una lista aquí. Tengo los archivos de Mark y de Aimee junto con sus fotos. Revísalas, mira a ver si los reconoces, o si puedes recordar cualquier punto en que puedas haber estado en contacto con ellos.
Ella se sentó en su silla dudosamente, su mirada fija vacilaba hacia el archivo situado en la pantalla.
—Estas fotos fueron tomadas mientras Mark y Aimee estaban todavía en los Laboratorios —susurró ella, viendo la desnudez de la parte superior del cuerpo de Aimee, así como el desinterés de ella y de sus alrededores—. He visto algunos de los archivos de las castas en la Academia. Ellos no les permitían llevar puesta ropa.
Ella alzó la vista, mirando mientras Joseph sacaba bocadillos del refrigerador y se servía otra taza de café.
—No éramos humanos, así que por qué debíamos necesitar la ropa —gruñó él cuando se movió alrededor de la cocina, preparando más café mientras comía. Él comía mucho; la comida se había terminado una hora antes y ella estaba segura de que él había comido bastante para tres hombres adultos.
Ella dirigió su atención de regreso al ordenador portátil y a los dos archivos que él había buscado para ella.
Exhalando cansadamente, se retiró el pelo de la cara, deseando haberse tomado el tiempo para trenzarlo antes de bajar de su ducha. La gruesa masa nunca dejaba de resbalar sobre su hombro. Esto también tenía el efecto de hacerle sentirse más suave, más femenina, cuando estaba suelto y desatado. Esa era una debilidad que no podía permitirse ahora mismo. La atracción que ardía entre ellos no se atenuaba; sólo se hacía más fuerte. Ella necesitaba algo para sofocarla y no reforzar su incapacidad de huir de ello.
—Mark y Aimee fueron creados en Francia. —Él se sentó enfrente de ella—. A mi entender, nunca habían estado en los Estados Unidos hasta hace un año, cuando fueron rescatados y se trasladaron al Complejo de la Casta en Virginia.
»No hay ningún archivo de ninguna misión extranjera. Como no hay ningún archivo de ningún viaje que podías haber hecho fuera de los Estados Unidos.
Había una pregunta definida en su voz.
-----levantó su mirada de la pantalla de la computadora y encontró la suya calmadamente.
—Nunca he estado fuera de los Estados Unidos, Joseph. —Ella dejó que una sonrisa de diversión tirara de sus labios. Esta no era obviamente la respuesta que él quería oír—.Y que yo sepa, nunca he conocido a estas castas.
Pero ellos le eran familiares.
Ella se volvió de nuevo a las fotos, frunciendo el ceño ante un raro hormigueo de reconocimiento, pero consciente de lo estrechamente que él la miraba.
—¿Por qué volviste aquí después de entrenar en la Academia?
—¿No revisamos esto antes? —protestó ella, tragándose el terrón de nerviosismo de su garganta.
—Tenías notas excelentes hasta tu misión de formación final, donde tu instructor fue herido. Después de esto dimitiste, recogiste y viniste a casa, a pesar de varias ofertas muy lucrativas de sectores tanto públicos como privados.
Ella se inclinó hacia atrás en su silla, rechazando mirarlo mientras sentía la pregunta que llenaba el aire. Él merecía la verdad.
Él trabajaba con ella y esto lo puso en el peligro. Él tenía que saber esto.
—Es complicado —suspiró finalmente ella.
—Soy un tipo inteligente. —Él pareció arrancar las palabras con los dientes—. Estoy seguro de que lo entenderé bien.
Ella lo miró entonces, agarrando la sospecha brillante en sus ojos cuando él la miró.
—Esto no tiene nada que ver con estas castas —contestó finalmente ella, chasqueando los dedos de una mano hacia el ordenador portátil—. Esto es una cuestión personal, Joseph.
—No por más tiempo, -----. —Él dejó su taza, inclinándose hacia delante mientras apoyaba sus manos en la cumbre de la mesa y se concentraba sobre ella—. Mi gente muere en este desierto. Mark y Aimee dejaron el Santuario y condujeron directamente aquí, a una trampa, a una sección del desierto patrullado por ti. Una búsqueda de sus archivos de computadora mostró que ellos te habían buscado antes de salir. Ellos venían aquí para encontrarte. De alguna manera el Consejo lo averiguó y envió a aquellos coyotes para matarlos a ellos y a ti, usando sus cuerpos para atraerte. ¿Por qué?
La culpa se cerró de golpe sobre ella. Ella saltó de su silla, afrontándolo directamente ahora. Apretó sus manos para impedirles temblar mientras parpadeaba para contener la humedad en sus ojos. No quería que él la viera como el fracaso que era. Incapaz de controlar sus propias capacidades y una responsabilidad para cualquiera que luchase a su lado.
—Contéstame, -----. —Él la agarró otra vez, esta vez su presa era lo bastante apretada en la parte superior de su brazo como para asegurar que ella no iba a ninguna parte, mientras se cercioraba de no dejar ninguna señal.
La Academia había sido cinco años del infierno. Ella sobresalía porque el trabajo vigoroso requería enfocarse completamente. Durante el entrenamiento había ganado algún alivio de la tensión, de los miedos y las personalidades a menudo volátiles de quienes estaban juntos en una área. Esto la había asombrado, el número de reclutas que debían personificar allí simplemente la violencia que rabiaba en su interior.
—Dime por qué te escondes. ¿Qué viste, -----? ¿Por qué te encoges en este maldito desierto como un niño con miedo a la oscuridad?
—Porque estoy asustada de la oscuridad. —Ella rabió y su control se rompió. Las lágrimas llenaron sus ojos cuando ella levantó la mirada hacia él, temblorosa, aterrorizada de que él pudiera tener razón. Que ella hubiera visto posiblemente algo, apreciara o sintiera algo de lo que era inconsciente. O peor, que ella hubiese ignorado algo que hubiese causado aquellas muertes y de que de alguna manera ella pudiese haber prevenido la violencia.
—Suéltame. —Ella se apartó de su apretón, rechazando encontrar su mirada mientras le volvía la espalda y asestaba un golpe en la lágrima que había evitado su control y caído de sus ojos—. Soy empática, Joseph. —Ella luchó contra el dolor derramándose en su interior, de los sueños de los que había huido ante la realidad—. Me escondo en este desierto de mierda porque es tranquilo. Porque no hay nadie alrededor de mí en millas; ninguna emoción, ningún miedo o rabia para precipitarse en mi maldita cabeza. Porque puedo funcionar aquí. —Su garganta se apretó ante la admisión.
----- empujó sus dedos en su pelo, apretando en las hebras mientras luchaba por el control de las emociones caóticas que rabiaban ahora en su interior. Éstas eran sus emociones, sus miedos, y eran tan debilitantes como el talento que permitía que sintiera a otros.
—¿Empática? —Su voz ahora era pensativa, la cólera de hace unos momentos ahora estrangulada.
—No puedo soportar las muchedumbres y punto. Apenas puedo funcionar aquí, en la ciudad en que he vivido toda mi vida. Hasta ti, yo nunca he estado alrededor de otro ser humano que pudiera tolerar durante más de unas horas a la vez. —Ella se volvió hacia él, su propia cólera apretaba su cuerpo mientras luchaba contra demonios contra los que sabía que nunca podía ganar—. Yo estaba en el final de mi adolescencia antes de que comenzara a desarrollarse; no podía esconderlo. La mayor parte de los empáticos se desarrolla más pronto, cuando es posible para sus cerebros crear los escudos necesarios para protegerlos. No resultó de esa manera para mí.
»Estoy indefensa contra el influjo de emociones y la violencia latente en la mayor parte de los criminales humanos. No puedo protegerme de ello. Pensaba que podía hacerlo en la Academia. —Ella sacudió su cabeza cansadamente, la culpa se la comía viva—. Ese era mi sueño y estaba determinada a tenerlo hasta que casi fui la causa de la muerte de mi instructor durante nuestro último ejercicio de formación. Después de eso…—Ella aspiró severamente, envolviéndose en sus brazos y aguantando el dolor—. Después de eso sólo vine a casa. Lance me dio un trabajo en el departamento del sheriff y traté de contentarme con ello.
Ory
La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
----- giró lejos de él, incapaz de arriesgarse a mirar fijamente en sus ojos, quizás viendo la condena que ella siempre sentía que merecía.
—¿Entonces por qué unirte la Academia en primer lugar?, —preguntó él quedamente.
—Porque yo era estúpida. —Su risa estaba llena de burla amarga—. Yo era obstinada, tan obstinada, y demasiado joven para entender en lo que me metía. Era mi sueño, y en mi egoísmo, estaba determinada a tenerlo.
»Mis barreras son lo bastante fuertes para protegerme si los otros procuran atenuar sus emociones, cosa que mis amigos y familia siempre hacían. En el mundo real… —Ella exhaló pesadamente mientras empujaba los dedos por su pelo, sintiendo otra vez la culpa que nunca había olvidado—. Averigüé lo mal preparada que estaba en realidad.
—¿Pero eso no pasa conmigo? —Ella lo sintió acercarse—. ¿Por qué?
—Infiernos si lo sé. —Ella se volvió hacia atrás, sorprendida por encontrar su pecho tan solo a unas pulgadas. Dios, cómo deseaba apoyarse contra él—. Hay una calma alrededor de ti, alguna barrera natural de casta que, si estoy bastante cerca, puedo usar. —Ella sacudió su cabeza con confusión.
Él estaba silencioso, mirándola atentamente. Sus ojos oscurecidos al color de oro viejo comenzaron a brillar con calor.
—No estoy asustada —espetó ella. La amargura que vivió en su interior se elevó como un demonio con intención de destruirla—. Quiero vivir. Quiero luchar, y por dios que quiero patear traseros tanto como cualquiera que haya conocido alguna vez. Yo soñaba con ser parte de los rescates de las castas y tenía el respaldo del programa cuando los reclutas fueron elegidos para el destacamento de fuerzas. Yo podía trabajar en todas partes, en cualquier lugar. Pero soy un peligro; no sólo para mí, sino también para cualquiera que trabaje conmigo. No puedo aceptar ese riesgo.
—-----, no puedes vivir así. —Cuando él la tocó, ella se estremeció.
A pesar de la suavidad de sus manos y el estruendo suave de su voz, podía sentir el sentimiento de fracaso en su interior. Se había fallado a sí misma, y le fallaba a él.
—No tengo elección. —Ella sacudió su cabeza, intentando apartarse de él, de poner alguna distancia entre ellos.
¿Él no sabía lo que le hacía su toque? ¿Lo que eso le dolía? Él podía tocarla y ella no veía las muertes de las que él había sido parte, no sentía la brutalidad de su pasado o la cólera violenta que sabía que él sentía hacia los coyotes. Sentía el calor de su cuerpo, el calor áspero de sus manos; sentía un hambre que sabía que era suya propia y esto la aterrorizaba. Porque sabía que una vez que él se fuese ella nunca lo tendría otra vez.
—Todos tenemos elecciones. —El oscuro tono de barítono era una caricia en sí mismo mientras su otra mano se ponía en su cadera, manteniéndola quieta cada vez que ella intentaba alejarse de él—. Quédate quieta, -----. Tú dijiste que estás tranquila cuando estoy cerca. Que mis emociones no te derriban; que no te producen dolor. ¿Por qué?
—No lo sé. —Sus manos estaban contra su pecho, y ella sabía que debería apartarlo. Pero no podía.
Él la calentaba, se llevaba el frío y sustituyéndolo por calor.
—Y no tengo que ser mimada por ti. ¿Piensas que quiero acostumbrarme a ello, Joseph? ¿Que quiero utilizar la defensa de alguien más para mí misma? —Sus puños se apretaron ante el pensamiento, mientras se obligaba a apartarse de él, para dejar el refugio que le brindaba.
—Dios. No necesito que me protejas más de lo que necesito que mi familia lo haga.
—Lo que necesitas es un golpe en tu trasero por intentar luchar contra esto sola. —gruñó él, su frustración era aparente en su voz.
—Sigue amenazando con golpearme, Joseph, y voy a hacerte lamentarlo. —Sus ojos se estrecharon en él. Esta era la segunda amenaza.
—O te haré disfrutar de ello —le espetó él—. Hay barreras naturales para protegerte de esto, -----. ¿Por qué no las has encontrado?
—¿Piensas que no lo he mirado? —¿Por qué los hombres siempre pensaban que esto era sólo cosa de descubrir algo?— Tengo una biblioteca de libros de autoayuda, Joseph. He mirado cada documental y he intentado cada jodido yin y yang psicológico que he podido encontrar. No funcionan.
Él estaba demasiado tranquilo ahora, demasiado calculador.
—¿Lo sospechaste? —Ella sintió la tensión avivándose en su interior cuando la sospecha comenzó a crecer en su mente.
—Por supuesto que lo sospeché. —Sus ojos estaban estrechados en ella mientras él cruzaba sus brazos sobre su pecho—. No, no me di cuenta de lo debilitador que era, pero sospeché que poseías el don. Te miré en aquel cañón, -----. Tú lo sabías antes de que los Coyotes disparasen. Sentiste el peligro y la muerte antes de que salieras de aquel Raider. Era lógico asumir que eras empática.
Ella parpadeó por la sorpresa.
—¿Y nunca dijiste nada?
—¿Qué debía decir? —Él se encogió de hombros con negligencia, sus ojos todavía estrechados en ella, mirándola fijamente—. Todos los signos estaban allí.
—¿Es por esto por lo que hemos gastado el día revisando las escenas de asesinato? —Ella mantuvo baja la voz, su furia contenida—. ¿Lo has hecho deliberadamente?
Su ceja se arqueó ante el desafío.
—Por supuesto. Tú tienes la capacidad de encontrar las respuestas. Yo no la tengo.
Ella aspiró bruscamente.
—¿Y ahora qué?
—Ahora volveremos. —Su voz se endureció—. Trabajaremos en tus escudos cuando esto se haya terminado. Cuando estés segura. Pero ahora necesitas el borde para mantenerte viva. Volveremos y tú trabajarás en comprenderlo.
—No. —El gruñido era de furia, de traición. Él la utilizaba—. Que me condenen si voy a hacerlo. No puedo entenderlo, Joseph. ¿Piensas que no lo he intentado?
—Esto es exactamente lo que pienso. —Su voz se endureció—. Pienso que te has acostumbrado tanto a ocultarte que se ha hecho automático. Que el trauma del don llegando tan tarde y la incapacidad de producir una barrera adecuada en contra ha provocado una barrera ineficaz. El dolor entra, las emociones y la sorpresa por la intensidad de la violencia lanzan un gran escudo para no dejar pasar la verdad, permitiendo que aumente el dolor. Trabajaremos en esto también.
Ella lo miró fijamente con horror.
—Hablas en serio.
—Por supuesto que hablo en serio. —Su expresión era completamente confiada—. No puedes permitirte esconderte, -----. Estos dones…
—Esto es una maldición. Al menos llámalo lo que es —espetó ella furiosamente—. Y que me condenen si volveré a la escena del asesinato. Allí no hay nada. Lo intenté.
—No lo intentaste. Te escondiste. Nada de ocultarse más.
La incredulidad la llenó.
—¡Que te jodan! —gruñó ella.
—Nos pondremos a eso también. —Su respuesta la hizo jadear, intentando aferrar el control. Si hubiera tenido un arma en su mano le habría pegado un tiro.
—Me utilizaste —le devolvió ella, enfureciéndose más con cada segundo—. Los viajes a las escenas de delito, los pequeños toques sensibles, la coquetería. Tú has estado utilizándome. Nada más.
—No te engañes, bizcochito. —Él resopló, una pequeña sonrisa burlona curvaba sus labios mientras su mirada se paseaba sobre sus pechos alzados—. Mi polla está tan dura y lista a mostrarte lo contrario que no te aconsejaría presionar este pequeño límite si estuviera en tu lugar. —El gruñido de su voz la clavó y envió relámpagos volando sobre sus terminaciones nerviosas, apretando su clítoris. La excitación y la lujuria, la pulsación candente y destructiva chamuscaron su matriz.
Sus jugos se juntaron, fluyeron, humedeciendo los labios externos, preparándola mientras la rabia y la lujuria parecieron alimentarse el uno al otro hasta que cada célula en su cuerpo y mente demasiado sensibles comenzaron a chisporrotear.
—No me mostrarás nada —gritó ella alteradamente, con la traición cortándola en su pecho ante la revelación de que mientras ella luchaba para sobrevivir, él estaba determinado a destruirla haciéndola pasar por las pesadillas que la esperaban en aquel barranco—. Tú recogerás ahora y saldrás ahora mismo de mi casa. —Ella se enderezó bruscamente—. Prefiero afrontar a los coyotes a tratar con tus mentiras.
—¿Mis mentiras? —Él caminó más cerca, acechándola, su cabeza bajó. Su melena leonina fluyó alrededor de los rasgos salvajes de su cara mientras los ojos dorados brillaban amonestadoramente—. No dije ninguna mentira, -----. No contuve nada. Te he pedido la verdad durante días, y tú me has mentido.
—Yo no sabía nada. No sé nada.
—Y no lo quieres saber. —Antes de que ella pudiera pararlo, antes de que ella pudiera correr, su brazo serpenteó alrededor de su espalda, sacudiéndosela mientras su cabeza bajaba más, su mirada se cerró con la suya—. Bien, cariño, podrás ser capaz de esconderte del resto, pero que me condenen si te dejaré esconderte de esto más tiempo.
Su intención fue clara al instante. Los ojos de ----- se ensancharon, sus dedos formaron puños mientras apretaba contra sus amplios hombros, sus pies luchaban por encontrar asimiento sacudiéndose lejos de él. Para evitar lo inevitable cuando sus labios cubrieron los suyos.
—¿Entonces por qué unirte la Academia en primer lugar?, —preguntó él quedamente.
—Porque yo era estúpida. —Su risa estaba llena de burla amarga—. Yo era obstinada, tan obstinada, y demasiado joven para entender en lo que me metía. Era mi sueño, y en mi egoísmo, estaba determinada a tenerlo.
»Mis barreras son lo bastante fuertes para protegerme si los otros procuran atenuar sus emociones, cosa que mis amigos y familia siempre hacían. En el mundo real… —Ella exhaló pesadamente mientras empujaba los dedos por su pelo, sintiendo otra vez la culpa que nunca había olvidado—. Averigüé lo mal preparada que estaba en realidad.
—¿Pero eso no pasa conmigo? —Ella lo sintió acercarse—. ¿Por qué?
—Infiernos si lo sé. —Ella se volvió hacia atrás, sorprendida por encontrar su pecho tan solo a unas pulgadas. Dios, cómo deseaba apoyarse contra él—. Hay una calma alrededor de ti, alguna barrera natural de casta que, si estoy bastante cerca, puedo usar. —Ella sacudió su cabeza con confusión.
Él estaba silencioso, mirándola atentamente. Sus ojos oscurecidos al color de oro viejo comenzaron a brillar con calor.
—No estoy asustada —espetó ella. La amargura que vivió en su interior se elevó como un demonio con intención de destruirla—. Quiero vivir. Quiero luchar, y por dios que quiero patear traseros tanto como cualquiera que haya conocido alguna vez. Yo soñaba con ser parte de los rescates de las castas y tenía el respaldo del programa cuando los reclutas fueron elegidos para el destacamento de fuerzas. Yo podía trabajar en todas partes, en cualquier lugar. Pero soy un peligro; no sólo para mí, sino también para cualquiera que trabaje conmigo. No puedo aceptar ese riesgo.
—-----, no puedes vivir así. —Cuando él la tocó, ella se estremeció.
A pesar de la suavidad de sus manos y el estruendo suave de su voz, podía sentir el sentimiento de fracaso en su interior. Se había fallado a sí misma, y le fallaba a él.
—No tengo elección. —Ella sacudió su cabeza, intentando apartarse de él, de poner alguna distancia entre ellos.
¿Él no sabía lo que le hacía su toque? ¿Lo que eso le dolía? Él podía tocarla y ella no veía las muertes de las que él había sido parte, no sentía la brutalidad de su pasado o la cólera violenta que sabía que él sentía hacia los coyotes. Sentía el calor de su cuerpo, el calor áspero de sus manos; sentía un hambre que sabía que era suya propia y esto la aterrorizaba. Porque sabía que una vez que él se fuese ella nunca lo tendría otra vez.
—Todos tenemos elecciones. —El oscuro tono de barítono era una caricia en sí mismo mientras su otra mano se ponía en su cadera, manteniéndola quieta cada vez que ella intentaba alejarse de él—. Quédate quieta, -----. Tú dijiste que estás tranquila cuando estoy cerca. Que mis emociones no te derriban; que no te producen dolor. ¿Por qué?
—No lo sé. —Sus manos estaban contra su pecho, y ella sabía que debería apartarlo. Pero no podía.
Él la calentaba, se llevaba el frío y sustituyéndolo por calor.
—Y no tengo que ser mimada por ti. ¿Piensas que quiero acostumbrarme a ello, Joseph? ¿Que quiero utilizar la defensa de alguien más para mí misma? —Sus puños se apretaron ante el pensamiento, mientras se obligaba a apartarse de él, para dejar el refugio que le brindaba.
—Dios. No necesito que me protejas más de lo que necesito que mi familia lo haga.
—Lo que necesitas es un golpe en tu trasero por intentar luchar contra esto sola. —gruñó él, su frustración era aparente en su voz.
—Sigue amenazando con golpearme, Joseph, y voy a hacerte lamentarlo. —Sus ojos se estrecharon en él. Esta era la segunda amenaza.
—O te haré disfrutar de ello —le espetó él—. Hay barreras naturales para protegerte de esto, -----. ¿Por qué no las has encontrado?
—¿Piensas que no lo he mirado? —¿Por qué los hombres siempre pensaban que esto era sólo cosa de descubrir algo?— Tengo una biblioteca de libros de autoayuda, Joseph. He mirado cada documental y he intentado cada jodido yin y yang psicológico que he podido encontrar. No funcionan.
Él estaba demasiado tranquilo ahora, demasiado calculador.
—¿Lo sospechaste? —Ella sintió la tensión avivándose en su interior cuando la sospecha comenzó a crecer en su mente.
—Por supuesto que lo sospeché. —Sus ojos estaban estrechados en ella mientras él cruzaba sus brazos sobre su pecho—. No, no me di cuenta de lo debilitador que era, pero sospeché que poseías el don. Te miré en aquel cañón, -----. Tú lo sabías antes de que los Coyotes disparasen. Sentiste el peligro y la muerte antes de que salieras de aquel Raider. Era lógico asumir que eras empática.
Ella parpadeó por la sorpresa.
—¿Y nunca dijiste nada?
—¿Qué debía decir? —Él se encogió de hombros con negligencia, sus ojos todavía estrechados en ella, mirándola fijamente—. Todos los signos estaban allí.
—¿Es por esto por lo que hemos gastado el día revisando las escenas de asesinato? —Ella mantuvo baja la voz, su furia contenida—. ¿Lo has hecho deliberadamente?
Su ceja se arqueó ante el desafío.
—Por supuesto. Tú tienes la capacidad de encontrar las respuestas. Yo no la tengo.
Ella aspiró bruscamente.
—¿Y ahora qué?
—Ahora volveremos. —Su voz se endureció—. Trabajaremos en tus escudos cuando esto se haya terminado. Cuando estés segura. Pero ahora necesitas el borde para mantenerte viva. Volveremos y tú trabajarás en comprenderlo.
—No. —El gruñido era de furia, de traición. Él la utilizaba—. Que me condenen si voy a hacerlo. No puedo entenderlo, Joseph. ¿Piensas que no lo he intentado?
—Esto es exactamente lo que pienso. —Su voz se endureció—. Pienso que te has acostumbrado tanto a ocultarte que se ha hecho automático. Que el trauma del don llegando tan tarde y la incapacidad de producir una barrera adecuada en contra ha provocado una barrera ineficaz. El dolor entra, las emociones y la sorpresa por la intensidad de la violencia lanzan un gran escudo para no dejar pasar la verdad, permitiendo que aumente el dolor. Trabajaremos en esto también.
Ella lo miró fijamente con horror.
—Hablas en serio.
—Por supuesto que hablo en serio. —Su expresión era completamente confiada—. No puedes permitirte esconderte, -----. Estos dones…
—Esto es una maldición. Al menos llámalo lo que es —espetó ella furiosamente—. Y que me condenen si volveré a la escena del asesinato. Allí no hay nada. Lo intenté.
—No lo intentaste. Te escondiste. Nada de ocultarse más.
La incredulidad la llenó.
—¡Que te jodan! —gruñó ella.
—Nos pondremos a eso también. —Su respuesta la hizo jadear, intentando aferrar el control. Si hubiera tenido un arma en su mano le habría pegado un tiro.
—Me utilizaste —le devolvió ella, enfureciéndose más con cada segundo—. Los viajes a las escenas de delito, los pequeños toques sensibles, la coquetería. Tú has estado utilizándome. Nada más.
—No te engañes, bizcochito. —Él resopló, una pequeña sonrisa burlona curvaba sus labios mientras su mirada se paseaba sobre sus pechos alzados—. Mi polla está tan dura y lista a mostrarte lo contrario que no te aconsejaría presionar este pequeño límite si estuviera en tu lugar. —El gruñido de su voz la clavó y envió relámpagos volando sobre sus terminaciones nerviosas, apretando su clítoris. La excitación y la lujuria, la pulsación candente y destructiva chamuscaron su matriz.
Sus jugos se juntaron, fluyeron, humedeciendo los labios externos, preparándola mientras la rabia y la lujuria parecieron alimentarse el uno al otro hasta que cada célula en su cuerpo y mente demasiado sensibles comenzaron a chisporrotear.
—No me mostrarás nada —gritó ella alteradamente, con la traición cortándola en su pecho ante la revelación de que mientras ella luchaba para sobrevivir, él estaba determinado a destruirla haciéndola pasar por las pesadillas que la esperaban en aquel barranco—. Tú recogerás ahora y saldrás ahora mismo de mi casa. —Ella se enderezó bruscamente—. Prefiero afrontar a los coyotes a tratar con tus mentiras.
—¿Mis mentiras? —Él caminó más cerca, acechándola, su cabeza bajó. Su melena leonina fluyó alrededor de los rasgos salvajes de su cara mientras los ojos dorados brillaban amonestadoramente—. No dije ninguna mentira, -----. No contuve nada. Te he pedido la verdad durante días, y tú me has mentido.
—Yo no sabía nada. No sé nada.
—Y no lo quieres saber. —Antes de que ella pudiera pararlo, antes de que ella pudiera correr, su brazo serpenteó alrededor de su espalda, sacudiéndosela mientras su cabeza bajaba más, su mirada se cerró con la suya—. Bien, cariño, podrás ser capaz de esconderte del resto, pero que me condenen si te dejaré esconderte de esto más tiempo.
Su intención fue clara al instante. Los ojos de ----- se ensancharon, sus dedos formaron puños mientras apretaba contra sus amplios hombros, sus pies luchaban por encontrar asimiento sacudiéndose lejos de él. Para evitar lo inevitable cuando sus labios cubrieron los suyos.
Ory
La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
El tiempo se detuvo. Nada existía; nada se movía o respiraba excepto Joseph. Sus labios separados le robaron el aliento.
Su lengua pasó empujando la suya, hundiéndose en las profundidades sorprendidas de su boca mientras un gusto repentino de especias y de calor explotaba contra sus papilas gustativas. El gusto oscuro, la hizo mover los labios, abrazando al intruso mientras él lamía y acariciaba. Ella encontró su lengua con la suya, bailando a su alrededor mientras intentaba hacer entrar más del gusto abrasador en su boca.
Ella tenía que llenarse con ello, saciar sus sentidos con su calor único mientras luchaba para definir el gusto exacto que volaba en su boca. No había ninguna descripción. Esto era un relámpago y una tormenta de verano. Esto era canela y azafrán, miel y azúcar. Y estaba acompañado por el beso más increíble y agradable que ella podía haberse imaginado.
Como de costumbre, Joseph no pidió nada. Él barrió y la conquistó. La reclamó. Ella podía sentir una reclamación en las manos duras que la tiraban más cerca de su cuerpo, en la longitud de la erección que apretaba contra la parte inferior de su estómago, y disfrutaba de ello.
Ella hizo un poco de reclamación por sí misma. Sus manos se hundieron en su pelo, las yemas de sus dedos disfrutaban de la sensación de los cabellos gruesos y espesos que caían más allá de sus amplios hombros. Sus caderas se arqueaban mientras sus manos se movían a las curvas de su trasero, levantándola, haciendo una muesca en sus muslos mientras su pene se presionaba contra su sexo hinchado.
Ella tenía que respirar, gritar de placer, pero la necesidad de su beso era más fuerte. El gusto la cautivó, como él la había cautivado desde el primer momento en el que lo vio.
Su lengua golpeó contra la suya imperiosamente. Ella se enredó con ella, la acarició mientras un gruñido de advertencia sonaba en su pecho. Ella podía sentir las glándulas duras e hinchadas bajo su lengua, sabía que el gusto se derramaba de ellas, y ansió más. Necesitó más.
—Ahora —gruñó él mientras retrocedía, pellizcando en sus labios mientras ella inclinaba su cabeza, que se ladeaba contra su boca y luchaba para retirar su lengua—. Chúpala y alíviame, -----.
Su lengua arponeó en su boca y sus labios se cerraron en ella, atrayéndola más profundo mientras ella comenzó un movimiento de chupeteo dudoso. Él comenzó a empujar dentro y fuera de sus labios. La acción erótica los hacía a ambos gemir mientras la sangre comenzaba a hervir en el cuerpo de -----, quemándose a lo largo de sus terminaciones nerviosas, chamuscando su mente.
El placer candente volaba ahora por ella. Ella tembló en su presa, temblando cuando el dolor en su sexo se hizo más profundo, más agudo. Dios, lo necesitaba. Tenía hambre de él. Un gemido caliente y oscuro se repitió en su pecho mientras sus quejidos crecían en volumen, el beso se hacía rapaz y su lengua empujaba dentro y fuera de su apretón caliente mientras ella se retorcía contra él. Ella sabía a lo que se parecería esto. Un relámpago caliente y destructivo. El placer era tan intenso, tan profundo, que se preguntó cómo sobreviviría cuando él se marchase.
—Ven aquí. —Ella gimió cuando él levantó su cabeza y luego la bajó otra vez para otro beso.
Él se retiró otra vez, ignorando su pequeño gemido necesitado, pidiéndole que volviera al beso. Que devolviese el sabor único a su boca, permitiendo que ella lo saboreara, se saciara en ello.
Su cabeza retrocedió mientras sus labios viajaban sobre su cuello, su lengua lamía en su carne, enviando a impulsos amotinados en zigzag por su sistema nervioso, por la indirecta más débil de brusquedad de su lengua. Era perfecto. No áspera; no suave.
—Joseph, Dios, no puedo pensar —jadeó ella cuando su cabeza se levantó, con su increíble sabor todavía permaneciendo en sus labios y la sensación de su lengua resonando en su carne.
—No pienses —gruñó él, sus labios en la curva de su pecho, su lengua acariciando la carne allí en largos y lentos lametones—. Maldición, sabes tan bien, -----. Dulce y caliente, como el mismo pecado.
—¡Basta! —Ella luchó contra él, sus puños se apretaban contra su pecho mientras su mano se movía a su muslo, sus dedos venían demasiado cerca del centro ardiente de su cuerpo. Dios, ella necesitaba su toque. Lo había necesitado durante días. Y ahora estaba tan cerca, tan satisfactoriamente cerca que podía saborearlo. Sabía a canela y azúcar moreno. A nuez moscada y calor masculino. Puro calor masculino.
—¿Basta?, —dijo él gruñendo la palabra, el gruñido áspero de su voz enviaba estremecimientos temblorosos por su cuerpo mientras el sonido de animal parecía resonar alrededor de ella.
—Esto no solucionará nada. —Ella se apartó de su apretón, muy consciente de que él la había dejado ir, y de que esto no tenía nada que ver con su propia fuerza, que la había abandonado completamente ahora. Incluso sus malditas rodillas todavía temblaban.
—Esto solucionará muchas cosas. —Su mirada estaba entornada, su expresión era posesiva y lujuriosa—. Eres mía, -----. Tú lo sabes tanto como yo. Lo has sentido desde el principio. Tú lo sabes.
Su cabeza se levantó cuando ella luchó contra la necesidad que palpitaba pesadamente por sus venas. Estaba mezclada con furia. Ella no le había pedido hacerle esto. No le había pedido interferir en su vida e intentar usarla. Y él trataba de usarla.
Maldición, él era tan insistente que su cortejo era lo que la destruiría. Y ella había visto años de destrucción en sus pesadillas.
—Párate. No puedo hacer esto.
Él levantó su ceja. ----- sintió sus dientes apretándose mientras la cólera se levantaba caliente y pesada dentro de sus venas, mezclándose con la lujuria para crear una caldera de calor que ardía por el centro de su cuerpo.
La lujuria no era tan mala. Realmente, a ella al menos tenía que confesar que le gustaba esa parte. Pero su mano dura y el tema de macho sabiondo iban a alterar sus nervios rápidamente.
Él sacudió su cabeza despacio mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho y miraba fijamente alrededor de la habitación.
—¿Por qué? ¿Para que puedas seguir escondiéndote, -----? ¿Qué es tan espantoso sobre saber la verdad?
—¿La verdad? —Ella empujó sus dedos por su pelo mientras la amargura la llenaba—, ¿y cómo sabes tú la verdad, Joseph? No siento la verdad; siento lo que se sintió entonces. Eso no significa necesariamente que sea la verdad.
Otro doloroso pedazo de conocimiento que la maldición le había enseñado.
—En este caso, eso podía traerte la verdad —indicó él suavemente—. El Consejo te quiere muerta, -----, y no se pararán hasta que lo estés. A menos que tú los pares primero. ¿Morirás por ellos?
¿Morirás por ellos? Ella no quería morir. Quería vivir. Quería luchar como se suponía que debía luchar, conocer la aventura y la vida. El amor. Ella quería todas esas cosas con las que había soñado cuando era niña. Antes de que hubiera comenzado a sentir los remanentes de las vidas rotas y hubiera roto sueños. Antes de que hubiera advertido el peligro en que podía convertirse para cualquiera con el que trabajara, para cualquiera que estaba a su alrededor.
—Tú no lo sabes. —Ella sacudió su cabeza ferozmente.
—Y tú no puedes estar segura.
Su risa era exuberante con el conocimiento, oscuro y brutal. Su expresión era una mueca de verdad salvaje y despiadada.
Por supuesto que ellos podían matarla. Él era la prueba que ellos podían y que querían destruirla de modos en los que la naturaleza nunca había querido.
—Puedo estar seguro. —Él inclinó su cabeza cuando la miró—. Y tú sabes que esto es la verdad. Lo sabes, -----, justo como lo hago yo.
Ella se estremeció ante sus palabras. Las noticias todavía estaban llenas de historias de nuevos horrores descubiertos dentro de los Laboratorios de las castas, y de los archivos encontrados. Los experimentos, tan horribles, tan demoníacos que ahora mismo, años después de que la primera casta hubiera avanzado, el mundo sólo podía mirar en shock.
—Aimee había salido hace un año de los Laboratorios —le recordó él entonces—. Si lees los archivos que fueron confiscados cuando el Laboratorio cayó, sabrás que antes de su rescate ella era un juguete. Ella no había crecido en fuerza, en eficacia, de modo que fue entregada a los Entrenadores del Consejo y a los guardias para su placer.
—Párate. —Ella no quería oírlo.
—Ellos la violaron. Día a día, noche tras noche. Ellos permitieron que ella corriera; ellos la dejaban luchar y se reían de su debilidad cuando la violaban. Repetidas veces, -----. Porque ella no era humana. Ella era una criatura. Un juguete. Sin valor.
Su lengua pasó empujando la suya, hundiéndose en las profundidades sorprendidas de su boca mientras un gusto repentino de especias y de calor explotaba contra sus papilas gustativas. El gusto oscuro, la hizo mover los labios, abrazando al intruso mientras él lamía y acariciaba. Ella encontró su lengua con la suya, bailando a su alrededor mientras intentaba hacer entrar más del gusto abrasador en su boca.
Ella tenía que llenarse con ello, saciar sus sentidos con su calor único mientras luchaba para definir el gusto exacto que volaba en su boca. No había ninguna descripción. Esto era un relámpago y una tormenta de verano. Esto era canela y azafrán, miel y azúcar. Y estaba acompañado por el beso más increíble y agradable que ella podía haberse imaginado.
Como de costumbre, Joseph no pidió nada. Él barrió y la conquistó. La reclamó. Ella podía sentir una reclamación en las manos duras que la tiraban más cerca de su cuerpo, en la longitud de la erección que apretaba contra la parte inferior de su estómago, y disfrutaba de ello.
Ella hizo un poco de reclamación por sí misma. Sus manos se hundieron en su pelo, las yemas de sus dedos disfrutaban de la sensación de los cabellos gruesos y espesos que caían más allá de sus amplios hombros. Sus caderas se arqueaban mientras sus manos se movían a las curvas de su trasero, levantándola, haciendo una muesca en sus muslos mientras su pene se presionaba contra su sexo hinchado.
Ella tenía que respirar, gritar de placer, pero la necesidad de su beso era más fuerte. El gusto la cautivó, como él la había cautivado desde el primer momento en el que lo vio.
Su lengua golpeó contra la suya imperiosamente. Ella se enredó con ella, la acarició mientras un gruñido de advertencia sonaba en su pecho. Ella podía sentir las glándulas duras e hinchadas bajo su lengua, sabía que el gusto se derramaba de ellas, y ansió más. Necesitó más.
—Ahora —gruñó él mientras retrocedía, pellizcando en sus labios mientras ella inclinaba su cabeza, que se ladeaba contra su boca y luchaba para retirar su lengua—. Chúpala y alíviame, -----.
Su lengua arponeó en su boca y sus labios se cerraron en ella, atrayéndola más profundo mientras ella comenzó un movimiento de chupeteo dudoso. Él comenzó a empujar dentro y fuera de sus labios. La acción erótica los hacía a ambos gemir mientras la sangre comenzaba a hervir en el cuerpo de -----, quemándose a lo largo de sus terminaciones nerviosas, chamuscando su mente.
El placer candente volaba ahora por ella. Ella tembló en su presa, temblando cuando el dolor en su sexo se hizo más profundo, más agudo. Dios, lo necesitaba. Tenía hambre de él. Un gemido caliente y oscuro se repitió en su pecho mientras sus quejidos crecían en volumen, el beso se hacía rapaz y su lengua empujaba dentro y fuera de su apretón caliente mientras ella se retorcía contra él. Ella sabía a lo que se parecería esto. Un relámpago caliente y destructivo. El placer era tan intenso, tan profundo, que se preguntó cómo sobreviviría cuando él se marchase.
—Ven aquí. —Ella gimió cuando él levantó su cabeza y luego la bajó otra vez para otro beso.
Él se retiró otra vez, ignorando su pequeño gemido necesitado, pidiéndole que volviera al beso. Que devolviese el sabor único a su boca, permitiendo que ella lo saboreara, se saciara en ello.
Su cabeza retrocedió mientras sus labios viajaban sobre su cuello, su lengua lamía en su carne, enviando a impulsos amotinados en zigzag por su sistema nervioso, por la indirecta más débil de brusquedad de su lengua. Era perfecto. No áspera; no suave.
—Joseph, Dios, no puedo pensar —jadeó ella cuando su cabeza se levantó, con su increíble sabor todavía permaneciendo en sus labios y la sensación de su lengua resonando en su carne.
—No pienses —gruñó él, sus labios en la curva de su pecho, su lengua acariciando la carne allí en largos y lentos lametones—. Maldición, sabes tan bien, -----. Dulce y caliente, como el mismo pecado.
—¡Basta! —Ella luchó contra él, sus puños se apretaban contra su pecho mientras su mano se movía a su muslo, sus dedos venían demasiado cerca del centro ardiente de su cuerpo. Dios, ella necesitaba su toque. Lo había necesitado durante días. Y ahora estaba tan cerca, tan satisfactoriamente cerca que podía saborearlo. Sabía a canela y azúcar moreno. A nuez moscada y calor masculino. Puro calor masculino.
—¿Basta?, —dijo él gruñendo la palabra, el gruñido áspero de su voz enviaba estremecimientos temblorosos por su cuerpo mientras el sonido de animal parecía resonar alrededor de ella.
—Esto no solucionará nada. —Ella se apartó de su apretón, muy consciente de que él la había dejado ir, y de que esto no tenía nada que ver con su propia fuerza, que la había abandonado completamente ahora. Incluso sus malditas rodillas todavía temblaban.
—Esto solucionará muchas cosas. —Su mirada estaba entornada, su expresión era posesiva y lujuriosa—. Eres mía, -----. Tú lo sabes tanto como yo. Lo has sentido desde el principio. Tú lo sabes.
Su cabeza se levantó cuando ella luchó contra la necesidad que palpitaba pesadamente por sus venas. Estaba mezclada con furia. Ella no le había pedido hacerle esto. No le había pedido interferir en su vida e intentar usarla. Y él trataba de usarla.
Maldición, él era tan insistente que su cortejo era lo que la destruiría. Y ella había visto años de destrucción en sus pesadillas.
—Párate. No puedo hacer esto.
Él levantó su ceja. ----- sintió sus dientes apretándose mientras la cólera se levantaba caliente y pesada dentro de sus venas, mezclándose con la lujuria para crear una caldera de calor que ardía por el centro de su cuerpo.
La lujuria no era tan mala. Realmente, a ella al menos tenía que confesar que le gustaba esa parte. Pero su mano dura y el tema de macho sabiondo iban a alterar sus nervios rápidamente.
Él sacudió su cabeza despacio mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho y miraba fijamente alrededor de la habitación.
—¿Por qué? ¿Para que puedas seguir escondiéndote, -----? ¿Qué es tan espantoso sobre saber la verdad?
—¿La verdad? —Ella empujó sus dedos por su pelo mientras la amargura la llenaba—, ¿y cómo sabes tú la verdad, Joseph? No siento la verdad; siento lo que se sintió entonces. Eso no significa necesariamente que sea la verdad.
Otro doloroso pedazo de conocimiento que la maldición le había enseñado.
—En este caso, eso podía traerte la verdad —indicó él suavemente—. El Consejo te quiere muerta, -----, y no se pararán hasta que lo estés. A menos que tú los pares primero. ¿Morirás por ellos?
¿Morirás por ellos? Ella no quería morir. Quería vivir. Quería luchar como se suponía que debía luchar, conocer la aventura y la vida. El amor. Ella quería todas esas cosas con las que había soñado cuando era niña. Antes de que hubiera comenzado a sentir los remanentes de las vidas rotas y hubiera roto sueños. Antes de que hubiera advertido el peligro en que podía convertirse para cualquiera con el que trabajara, para cualquiera que estaba a su alrededor.
—Tú no lo sabes. —Ella sacudió su cabeza ferozmente.
—Y tú no puedes estar segura.
Su risa era exuberante con el conocimiento, oscuro y brutal. Su expresión era una mueca de verdad salvaje y despiadada.
Por supuesto que ellos podían matarla. Él era la prueba que ellos podían y que querían destruirla de modos en los que la naturaleza nunca había querido.
—Puedo estar seguro. —Él inclinó su cabeza cuando la miró—. Y tú sabes que esto es la verdad. Lo sabes, -----, justo como lo hago yo.
Ella se estremeció ante sus palabras. Las noticias todavía estaban llenas de historias de nuevos horrores descubiertos dentro de los Laboratorios de las castas, y de los archivos encontrados. Los experimentos, tan horribles, tan demoníacos que ahora mismo, años después de que la primera casta hubiera avanzado, el mundo sólo podía mirar en shock.
—Aimee había salido hace un año de los Laboratorios —le recordó él entonces—. Si lees los archivos que fueron confiscados cuando el Laboratorio cayó, sabrás que antes de su rescate ella era un juguete. Ella no había crecido en fuerza, en eficacia, de modo que fue entregada a los Entrenadores del Consejo y a los guardias para su placer.
—Párate. —Ella no quería oírlo.
—Ellos la violaron. Día a día, noche tras noche. Ellos permitieron que ella corriera; ellos la dejaban luchar y se reían de su debilidad cuando la violaban. Repetidas veces, -----. Porque ella no era humana. Ella era una criatura. Un juguete. Sin valor.
Ory
La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)
Ella quiso cubrir sus oídos, bloquear los restos de memoria, los gritos silenciados que había oído cuando había estado de pie al lado del SUV. Conocimiento. Había sido capaz de bloquearlo durante la pequeña cantidad de tiempo en que había estado allí.
Había mantenido una distancia cuidadosa, no había tocado los cuerpos, no había tocado los vehículos. Había rechazado abrir sus sentidos lo bastante para sentir el dolor que gritaba por el cuerpo de Aimee. Pero bastante de ello había resbalado por delante de la barrera que ella había cerrado de golpe, sabiendo a traición.
—No puedo decirte por qué fueron asesinados. —Ella apretó sus puños mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho, luchando para contener la frialdad que se movía por ella—. Esto no trabaja de esa manera.
—¿Cómo sabes que no lo hace? —Él siguió mirándola atentamente. Demasiado atentamente. Su mirada fija cortaba por su defensa—. Tú nunca lo has intentado.
—Y no puedo comenzar ahora. —Una vez que ella liberase la barrera frágil entre ella y el mundo, sabía que esto no se terminaría. El dolor continuaría para siempre.
—Sí, puedes. Y vas a hacerlo. —Su voz era dura. Decidida.
----- se encontró retrocediendo mientras sus brazos se descruzaban, el poder y la fuerza en los músculos duros de su pecho, sus bíceps, atrayendo su mirada fija. Ellos se hincharon cuando él se movió, muy similar a los enormes leones de los que provenía su ADN.
—No puedo hacer lo que quieres. —Ella forzó las palabras entre sus labios, viendo la determinación acerada en sus ojos—. Lo siento, Joseph. No puedo ser lo que necesitas.
Ella se dio la vuelta y dejó el cuarto, moviéndose rápidamente hacia la escalera, su único pensamiento claro era evitarlo, evadirse. Sentía demasiado cuando estaba alrededor de él. Había luchado durante demasiados años por una medida de paz que había encontrado en su vida, sólo para averiguar que toda la planificación y todo el ocultamiento habían sido en vano. Un sentido curioso de fracaso barrió sobre ella.
Mientras corría hacia arriba era consciente por instinto de Braden detrás de ella, viniendo a por ella. Él no tenía ninguna intención de dejarla escaparse tan fácilmente.
Cuando alcanzaba la segunda planta, su brazo duro se curvó alrededor de su cintura, tirándola contra él un segundo antes de que ella se encontrara contra la pared. Un grito ahogado dejó sus labios cuando su mano se deslizó entre sus muslos, acunándola, sosteniéndola cautiva del calor de su palma.
—Eres más de lo que alguna vez soñé que encontraría en este desierto —gruñó él—. Pero esto no significa que me controlarás, -----. Esto no significa que puedas huir de mí o que permitiré que te escondas de ti.
Sus dedos apretaron más cerca, añadiéndole un calor y presión en su hinchado clítoris, haciéndola jadear por la sorpresa. Sus jugos se derramaron de su vagina, mojándola cuando ella sintió el hinchazón de los músculos, palpitando irregularmente por su toque. El gusto de canela y azúcar moreno que permanecía en su lengua, recordándole su gusto y el calor de su beso.
—Esto no va a solucionar nada. —Ella luchó contra él, mordiendo su gemido mientras la sostenía firmemente, su otra mano se movió bajo su camisa, las yemas de sus dedos acariciaban su estómago antes de aplanarse justo debajo de su pecho.
—No debo solucionar aquí nada excepto el peligro que te acecha —le recordó él, su voz era un ronroneo masculino oscuro y profundo. El sonido excitaba y aterrorizaba—. Esto —apretó él más cerca de su espalda cuando sus dedos comenzaron un movimiento de frotamiento suave entre sus muslos— no está destinado a ser cómodo, o un lugar para esconderse. Comenzando aquí…—Ella gimió cuando él apretó más duro contra su clítoris, rozando más firmemente cuando ella se puso de puntillas para evitar las reacciones extremas que corrían por su cuerpo—. Esto debe mostrarte. Tentarte…—Una sonrisa llenó su voz un segundo antes de que sus dientes rozaran su cuello—. Recordarte… que soy el jefe, cariño. Tú lo harás porque te digo que vas a hacerlo. Aprenderás a usar tu don, aprenderás a luchar, porque la alternativa es la muerte, y eso es inaceptable. Y puedes hacerlo de dos formas…—Su voz se hizo más profunda—. De la forma fácil…—Su mano dejó de lado su estómago—. O de la difícil. —Sus dedos apretaron, acariciaron y giraron.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras el fuego incontrolable saltaba por sus venas y el placer estallaba por su matriz.
Esto no era una explosión. Esto no era un orgasmo destinado destruir sus sentidos o a hacerle caer de rodillas en sumisión. Estaba calculado para atormentar, para dar un gusto de éxtasis, uno deliberadamente seductor, la oleada eróticamente diabólica de placer que aseguraría que ella nunca podía olvidar. Nunca olvidaría quién se lo daba, o donde podía encontrar el placer último.
—Recuérdalo, bizcochito —gruñó él antes de girarse y caminar a su cuarto, la cólera irradiaba de él en oleadas mientras ella lo miraba desaparecer.
Ella todavía temblaba, estremeciéndose del placer excesivo y su incapacidad de controlarlo. Ella no podía controlar la necesidad, la de ella misma o la de él. Oh muchacho, ahora estaba en graves problemas
Había mantenido una distancia cuidadosa, no había tocado los cuerpos, no había tocado los vehículos. Había rechazado abrir sus sentidos lo bastante para sentir el dolor que gritaba por el cuerpo de Aimee. Pero bastante de ello había resbalado por delante de la barrera que ella había cerrado de golpe, sabiendo a traición.
—No puedo decirte por qué fueron asesinados. —Ella apretó sus puños mientras cruzaba sus brazos sobre su pecho, luchando para contener la frialdad que se movía por ella—. Esto no trabaja de esa manera.
—¿Cómo sabes que no lo hace? —Él siguió mirándola atentamente. Demasiado atentamente. Su mirada fija cortaba por su defensa—. Tú nunca lo has intentado.
—Y no puedo comenzar ahora. —Una vez que ella liberase la barrera frágil entre ella y el mundo, sabía que esto no se terminaría. El dolor continuaría para siempre.
—Sí, puedes. Y vas a hacerlo. —Su voz era dura. Decidida.
----- se encontró retrocediendo mientras sus brazos se descruzaban, el poder y la fuerza en los músculos duros de su pecho, sus bíceps, atrayendo su mirada fija. Ellos se hincharon cuando él se movió, muy similar a los enormes leones de los que provenía su ADN.
—No puedo hacer lo que quieres. —Ella forzó las palabras entre sus labios, viendo la determinación acerada en sus ojos—. Lo siento, Joseph. No puedo ser lo que necesitas.
Ella se dio la vuelta y dejó el cuarto, moviéndose rápidamente hacia la escalera, su único pensamiento claro era evitarlo, evadirse. Sentía demasiado cuando estaba alrededor de él. Había luchado durante demasiados años por una medida de paz que había encontrado en su vida, sólo para averiguar que toda la planificación y todo el ocultamiento habían sido en vano. Un sentido curioso de fracaso barrió sobre ella.
Mientras corría hacia arriba era consciente por instinto de Braden detrás de ella, viniendo a por ella. Él no tenía ninguna intención de dejarla escaparse tan fácilmente.
Cuando alcanzaba la segunda planta, su brazo duro se curvó alrededor de su cintura, tirándola contra él un segundo antes de que ella se encontrara contra la pared. Un grito ahogado dejó sus labios cuando su mano se deslizó entre sus muslos, acunándola, sosteniéndola cautiva del calor de su palma.
—Eres más de lo que alguna vez soñé que encontraría en este desierto —gruñó él—. Pero esto no significa que me controlarás, -----. Esto no significa que puedas huir de mí o que permitiré que te escondas de ti.
Sus dedos apretaron más cerca, añadiéndole un calor y presión en su hinchado clítoris, haciéndola jadear por la sorpresa. Sus jugos se derramaron de su vagina, mojándola cuando ella sintió el hinchazón de los músculos, palpitando irregularmente por su toque. El gusto de canela y azúcar moreno que permanecía en su lengua, recordándole su gusto y el calor de su beso.
—Esto no va a solucionar nada. —Ella luchó contra él, mordiendo su gemido mientras la sostenía firmemente, su otra mano se movió bajo su camisa, las yemas de sus dedos acariciaban su estómago antes de aplanarse justo debajo de su pecho.
—No debo solucionar aquí nada excepto el peligro que te acecha —le recordó él, su voz era un ronroneo masculino oscuro y profundo. El sonido excitaba y aterrorizaba—. Esto —apretó él más cerca de su espalda cuando sus dedos comenzaron un movimiento de frotamiento suave entre sus muslos— no está destinado a ser cómodo, o un lugar para esconderse. Comenzando aquí…—Ella gimió cuando él apretó más duro contra su clítoris, rozando más firmemente cuando ella se puso de puntillas para evitar las reacciones extremas que corrían por su cuerpo—. Esto debe mostrarte. Tentarte…—Una sonrisa llenó su voz un segundo antes de que sus dientes rozaran su cuello—. Recordarte… que soy el jefe, cariño. Tú lo harás porque te digo que vas a hacerlo. Aprenderás a usar tu don, aprenderás a luchar, porque la alternativa es la muerte, y eso es inaceptable. Y puedes hacerlo de dos formas…—Su voz se hizo más profunda—. De la forma fácil…—Su mano dejó de lado su estómago—. O de la difícil. —Sus dedos apretaron, acariciaron y giraron.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras el fuego incontrolable saltaba por sus venas y el placer estallaba por su matriz.
Esto no era una explosión. Esto no era un orgasmo destinado destruir sus sentidos o a hacerle caer de rodillas en sumisión. Estaba calculado para atormentar, para dar un gusto de éxtasis, uno deliberadamente seductor, la oleada eróticamente diabólica de placer que aseguraría que ella nunca podía olvidar. Nunca olvidaría quién se lo daba, o donde podía encontrar el placer último.
—Recuérdalo, bizcochito —gruñó él antes de girarse y caminar a su cuarto, la cólera irradiaba de él en oleadas mientras ella lo miraba desaparecer.
Ella todavía temblaba, estremeciéndose del placer excesivo y su incapacidad de controlarlo. Ella no podía controlar la necesidad, la de ella misma o la de él. Oh muchacho, ahora estaba en graves problemas
Ory
Página 3 de 8. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
Temas similares
» Descripción de la sección Adaptaciones
» La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
» La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
» Marca de luna
» ♡ requiescat in pace ♡
» La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
» La Marca de_____ [Joe&'Tú](Erotico/Romantica)
» Marca de luna
» ♡ requiescat in pace ♡
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
Página 3 de 8.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.
Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
» My dearest
Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
» Sayonara, friday night
Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
» in the heart of the circle
Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
» air nation
Miér 06 Nov 2024, 10:08 am por hange.
» life is a box of chocolates
Mar 05 Nov 2024, 2:54 pm por 14th moon
» —Hot clown shit
Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.