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La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)

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La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh) - Página 7 Empty La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)

Mensaje por Ory Vie 06 Sep 2013, 8:12 pm

La Doctora Elyiana Morrey era una casta con ojos y pelo marrón oscuro corto. Era alta, casi cinco diez, con una expresión compasiva y una voz dura cuando las cosas no iban como quería. Pero a pesar de su simpatía, ponía a ----- incómoda.
—La necesito en el Santuario —dijo la doctora cuando tomó el frasco final de sangre y lo embaló en su funda—. Las muestras estarán pronto. Necesitamos vigilar de cerca los signos de apareamiento y compararlos con los otros.
El Santuario no era un lugar, calculó -----, en el que ella desease estar encerrada. Ella había visto informes de alta seguridad sobre el Complejo que los Felinos llamaban una base hogar y no pensaba ser parte de ello. No podría resistir ser examinada así, día tras día, sabiendo que en el momento en que saliese de aquellas puertas la gente la fotografiaría, le harían un perfil e intentarían determinar sus debilidades como los periodistas a menudo hacían con las castas y sus mujeres.
—Esto está bien. —----- rozó en su brazo antes de levantarse de la cama y de moverse rígidamente a la bata que había puesto cruzada en una silla—. Estoy bien aquí.
Ella vivía para un cambio. Mantuvo su sonrisa, volviendo a vivir el regocijo puro de la persecución anterior y el conocimiento de que, sin importar lo cerca que hubiera estado, ellos habían ganado.
—El acoplamiento es diferente con usted. —La doctora Money se sentó cómodamente al final de cama, mirándola con una indirecta de confusión—. El mordisco normalmente se realiza raramente, y sólo durante situaciones sexuales. Joseph es el primer macho de las castas en morder fuera de esa situación. El mordisco es diferente también. Más profundo de lo normal y si no estoy confundida, que no lo estoy por lo general, la hormona que inyectó en usted es más potente. El olor alrededor del mordisco es más fuerte que los demás. Esto aumentará las respuestas instintivas y las emociones. Tenga cuidado con esto, sobre todo en lo que se refiere a la cólera. Parece que la cólera y la excitación son las dos respuestas que aumenta primero. El juicio puede verse dificultado en algunos casos, y no es siempre fácil de controlar.
Mierda. Pero bastante extrañamente, el mordisco no dolía.
----- tendió la mano, rozando en el músculo mientras doblaba su hombro. Este era el único punto en el que su cuerpo no estaba dolorido.
—Comienza ya a curarse —indicó la doctora—. Esto es raro también, considerando la profundidad del mordisco. No puedo hacer las pruebas apropiadas de esta forma, -----. Y hasta que yo pueda ver lo que pasa, no tengo ni idea de lo que lo causa.
—Pregúntele a Joseph —resopló ella—. Él es quien me mordió.
Ella no era el experimento de laboratorio de nadie y no iba a comenzar ahora. Tal vez más tarde, se enmendó.
—Si Jonas hubiera averiguado algo de él me habría avisado. —Morrey encogió sus hombros elegantemente.
—Conseguiré las muestras que necesito de Joseph antes de marcharme, pero de todos modos, esto no es bastante. La necesito en los laboratorios.
Sí, ----- apostaba a que lo hacía. Ella observó a la otra mujer con cuidado, incómoda con el corazón sin emoción que podía sentir en la doctora.
—Esto tiene que terminarse aquí —suspiró finalmente ella cansada—. El ocultamiento no ayudará, no importa la excusa que usemos. Y estoy cansada de ocultarme. Cuando se haya terminado, tal vez le visitaré un rato.
La Doctora Morrey la miró con serenidad.
—Podría morir aquí y nunca averiguaríamos lo que causó las anomalías que muestra. Sólo el examen inicial muestra varias diferencias entre usted y los otros compañeros del Santuario. Las hormonas de Joseph reaccionan de una manera diferente que las de las otras castas. Tengo que estudiarlo.
—Tiene sangre, piel, fluido vaginal, saliva y otras muestras múltiples para continuar. — ----- cruzó los brazos sobre sus pechos mientras miraba a la doctora—. Tendrá que ser suficiente.
Una sonrisa reacia curvó los labios finos de la doctora.
—No cede mucho, verdad, señorita Fields?, —indicó ella.
—A veces demasiado —confesó ----- irónicamente—.Y usted evita decirme de qué va este tema del mordisco. ¿Qué demonios pasa?
La Doctora Morrey apretó sus labios fuertemente durante un momento.
—La hormona que llevamos durante el Calor de Acoplamiento tiene algunas propiedades peculiares —confesó ella—. Con el tiempo varía de apareamiento a acoplamiento, comienza a afectar al compañero no casta a nivel genético. El mordisco de hoy… —Ella se encogió de hombros mientras agitaba su mano con confusión—. Esto nunca había pasado antes. Pero he notado con las otras hembras que aumenta el ritmo de la curación después del Acoplamiento, como lo hacen sus niveles de inmunidad. Sospecho que esto fue una acción instintiva resultado de lo extremo de la situación. Sabré más después de que estudie los niveles de la hormona en el semen y saliva de Joseph.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras tragaba con dificultad.
—¿Esto está en el semen también? —Una visión de ella de rodillas, con el miembro de Joseph chorreando pesadamente en su boca, apareció ante sus ojos.
—Los niveles hormonales son realmente mucho más altos allí.
La doctora asintió mientras cerraba la funda que contenía las muestras y comenzaba a reunir sus instrumentos de tortura.
—Sobre todo en la lengüeta. La potencia hormonal allí es extraordinariamente alta de las pocas muestras que hemos logrado adquirir. —La risa corta y burlona que la doctora le dio cuando le echó una mirada era ligeramente amarga—. Es casi imposible conseguir muestras de la lengüeta. Fuimos afortunados con Merinus, una vez. La hormona viaja tan rápidamente a la matriz que es casi imposible conseguir una muestra. Por la razón que sea, la lengüeta sólo surge vaginalmente. —Ella se encogió de hombros filosóficamente—. Adivino que tal es la búsqueda de un doctor.
----- mantuvo su boca cerrada. De ninguna manera iba a revelar la inyección oral que había recibido. Con su suerte, ella sería enviada al Santuario tan condenadamente rápido que haría que la cabeza de Joseph girara. Ella no quería tener nada que ver con el Santuario ahora mismo, a pesar del filo de culpa que la llenó. Las castas merecían su libertad, y merecían saber lo que la naturaleza les hacía. Pero ella sabía que el peligro que la rodeaba sólo se intensificaría si no trataba con él ahora.
Ella se aclaró su garganta con cuidado.
—Bien, tal vez será afortunada un día de éstos.
—Sólo podemos esperar. —La doctora resopló—. Hasta entonces, hacemos todo lo posible con lo que tenemos. Un día entenderemos todo esto.
----- asintió con lo que ella consideraba impresionante seriedad. Ella podía sentir el rubor que la traicionaba y amenazaba con elevarse bajo su piel, y sabía que la doctora, siendo una maldita casta, no tendría ningún problema en absoluto…
—Realmente ayudaría, querida, si me diera al menos la información necesito. —La doctora, Elyiana, le lanzó una mirada por el rabillo del ojo mientras se inclinaba hacia el estuche y movía la cerradura—. Sé mantener mi boca cerrada en interés de la ciencia, sabe.
Mierda.
Los ojos de ----- se desorbitaron.
—Le he dicho todo lo que sé —prometió ella mientras luchaba contra cualquier prueba que traicionase una mentira.
—¿Nada más en absoluto? —Elyiana arqueó su ceja con curiosidad—. Extraño, al principio de hablar de aquella lengüeta y de los niveles hormonales el ritmo de su pulso subió hasta el cielo. ¿Le ha mencionado alguna vez Joseph que la mentira tiene un olor?
—Realmente, él dice que una mentira lo tiene —replicó ella tranquilamente.
Elyiana sonrió recatadamente.
—Uno podría decir que el desmentido viene en muchas formas —indicó ella—. Como lo hacen las mentiras. Y el olor cambia para cada uno. Usted puede guardar sus secretos sólo por poco tiempo, -----. Finalmente tendrá que afrontar las consecuencias del Acoplamiento y sus reacciones en su cuerpo. Ocultarlo no le hará ningún bien, y esto solamente hará más difícil el ayudarlos a usted y a Joseph.
—Estamos bien. —----- miró con ceño fruncido ante el sutil castigo—. No hay ningún problema en absoluto.
—Muy bien. —La doctora inclinó su cabeza en una cabezada pequeña y burlona—. Le dejaré en paz para calmar a su compañero. Jonas es bastante bueno en incitar su cólera.
Los hombros de ----- se cayeron.
—Sí, los oí.
Elyiana le echó una mirada tranquila, de sondeo, antes de aplanar sus labios y dirigirse a la puerta.
—Se lo dejaré entonces —dijo ella otra vez—. Si me necesita, haga que Joseph se ponga en contacto con Jonas y vendré. Aunque yo le anime realmente a venir al Santuario. —Ella agarró el picaporte, echó un vistazo sobre su hombro y le lanzó a ----- una mirada desagradable—. Esto podría significar más que sólo su vida, -----. Esto podeía afectarles a otros también.
—Elyiana… —----- mantuvo su voz suave cuando el doctor hizo una pausa delante de la puerta—. ¿La potencia de la hormona en la lengüeta?
—¿Sí? —La doctora la miró con una calma tranquila.
—Tal vez… —Ella se aclaró la garganta—. Tal vez es diferente si es entregada de un modo diferente. —Ella sintió que el rubor se elevaba en su cara. Maldito se esto era difícil—. Más que vaginalmente, quiero decir.
—¿Oralmente? —Los ojos de Elyiana se estrecharon mientras ----- asentía bruscamente.
—Por la razón que sea —siguió la doctora—, los informes que tenemos de las parejas apareadas muestran que los machos no permiten la eyaculación durante el sexo oral.
----- se aclaró la garganta otra vez.
—Tal vez Joseph sólo es raro.
Hablando de incomodidad. Dejarle a esta mujer conocer los placeres que ella y Joseph habían compartido no era fácil.
—Gracias, -----. —La doctora permitió que una sonrisa breve cruzara sus labios—. Añadiré esto a mis propias notas privadas para investigar más adelante. Pero todavía la necesitaría en el Santuario cuanto antes. Aunque nada más sea por su propia seguridad.
Con aquel comentario oblicuo, ella giró el picaporte y dejó el cuarto. Ahora. ----- sólo tenía que deshacerse de su familia.
El helijet se levantó del desierto, sus motores se silenciaron cuando se cernió durante un segundo antes de dirigirse de regreso al complejo de Virginia. Elyiana se sentó atrás, su contenedor de sangre, semen y muestras de saliva cerrado con cuidado en un compartimiento de almacenaje a su lado. Una luz débil encendió el interior las sombras se disiparon a través del suelo cuando Jonas salió de la carlinga y se sentó perezosamente al otro lado de ella.
—Los cambios hormonales son mucho más aparentes con ella. Joseph no ha malgastado tiempo en marcarla.
Elyiana encontró los plateados y absortos ojos de Jonas. Eran misteriosos. No, eran condenadamente espeluznantes.
—No puedo estar segura sin las pruebas apropiadas. —Ella suspiró con derrota—. Pero todas las pruebas apoyan ese camino. Los mordiscos que él le ha infligido podían tener mucho que ver con ello. Los mordiscos eran lo bastante cercanos a la yugular para asegurar que la hormona fue vertida directamente a la corriente sanguínea. Su audición es más aguda, como lo es su capacidad de curarse. Sabré más cuando lleve las muestras a los laboratorios, pero yo adivinaría que la hormona que porta Joseph es mucho más potente de lo normal.
—¿Por qué? —Incluso su voz era peligrosa.
—Él es uno de los pocos cuyo ADN de león es más fuerte de lo que los científicos esperaron. —Ella se encogió de hombros—. Ese es uno de los motivos por los que evitó los castigos más ásperos dentro de los Laboratorios y alcanzó el estatus más alto de asesino, como bien sabes. Adivino que eso explicaría por qué la hormona es más potente. Tiene sentido.
El gruñido que retumbó en el pecho de Jonas era aterrador de oír. Este no era el sonido normal del disgusto que un león macho pronunciaría. ¿Pero estaba disgustado él con ella, o con Joseph?
Con mayor probabilidad con ella; él parecía en particular absorto con ella últimamente.
—No seas deliberadamente obtusa, Elyiana —gruñó él, dirigiendo sus incisivos peligrosamente—. ¿Por qué tendría que él morderla de tal manera? Él actúa por instinto; yo mismo puedo sentirlo. ¿Ahora por qué?
Ella lo miró pensativamente.
—No lo sé, a menos que la hormona y sus propios instintos intenten vencer el anticonceptivo. En las compañeras humanas anteriores, las diferencias genéticas en ellos después de la concepción han conducido a inmunidad avanzada y capacidades de curación. Eso podía ser una compensación primitiva de alguna clase. Un modo de asegurar la concepción o el equilibrio hormonal que permitiría la curación e inmunidad más alta. Sospecho que esto último. Ella muestra ya la sensibilidad sensorial avanzada. Audición y visión. Sospecho que esto es una de las pequeñas bromas de la naturaleza para asegurar que su compañera tiene cada ventaja para luchar a su lado.
Y otros estarían muy interesados en saberlo.
Elyiana era muy consciente del peligro en el que esto podía colocar a la compañera de Joseph. Las parejas apareadas hasta ahora se quedaban dentro del Santuario para su propia protección y para permitir que con la enorme serie de pruebas pudieran investigar el fenómeno del acoplamiento.
Joseph y ----- nunca se quedarían dentro del Santuario.
Joseph era tan salvaje como el viento, siempre lo había sido. Y parecía que su compañera no era diferente.
—La necesitamos en el Santuario. No importa el coste —la informó Jonas con frialdad, su cólera iba obviamente dirigida a Joseph más que a ella.
—Ella no vendrá. —Elyiana estaba segura de esto.
Algunas castas eran así. El confinamiento sólo los hacía más peligrosos y más volátiles. Este era uno de los motivos por los que algunos de sus mejores luchadores habían muerto en los Laboratorios.
El Consejo había sido incapaz de controlarlos.
Elyiana se consideraba una luchadora capaz, una mujer inteligente y fuerte. Pero Jonas la aterrorizaba.
—Quiero esos resultados de las pruebas rápidamente —le dijo él suavemente, su fría voz exigiendo mientras la contemplaba con aquellos ojos misteriosos plateados—. Muy rápidamente, Elyiana. ¿lo has entendido?
—Sí. —Ella luchó para mantener su mente en blanco y sus emociones bajo control. Ella había estado haciéndolo durante años, hacía ya mucho tiempo que nadie había sido capaz de agitarla, ni siquiera Jonas—. Lo entiendo.
—Muy bien.
Ella miró cuando él se puso en pie, un flujo fuerte de movimiento, elegante y peligroso de repente mientras él se movía de regreso a la carlinga. Cuando el panel delgado entre las dos áreas se cerró deslizándose, ella inhaló profundamente para calmarse. Él quería resultados, pero no más de lo que ella lo hacía. Esto podría significar la diferencia entre su libertad y su propia destrucción.
El Calor de Acoplamiento no sería capaz de quedarse escondido mucho tiempo, lo que ella sabía que preocupaba al Gabinete de Dirección de las Castas. Una vez que la información se escapase sobre la inmunidad avanzada y las capacidades sensoriales dentro de los compañeros no castas y se sospechase sobre el retardamiento sobre el envejecimiento, la opinión mundial podría volverse contra ellos con violencia y el Santuario no podría sobrevivir.
Mientras las castas fuesen retratadas como débiles, incapaces de luchar contra el malvado Consejo y las sociedades de Puristas, entonces el mundo los miraría favorablemente. Ellos no eran un riesgo o una amenaza. Pero una vez que la verdad surgiese, sólo Dios sabía lo que pasaría.
Aunque luchaban por una causa perdida. Ya la sospecha se adelantaba entre los periodistas. En casi diez años ni Lyon Callan ni su compañera, Merinus, parecían haber envejecido un día. Las señales de acoplamiento en los hombros de los compañeros habían sido vislumbradas varias veces, y varios científicos comentaban sobre ello. Varios científicos de Consejo, capturados durante los rescates de las castas cuando primero surgió la información, habían revelado sus sospechas hacia el acoplamiento, aunque ninguno supiera el grado pleno de ello.
Actualmente, el Santuario era su única base segura. La vieja y refinada mansión del sur estaba rodeada por varios cientos de acres la tierra arbolada y proporcionaba a las castas asilo y refugio. Permanecían dentro de sus propias fronteras y, a excepción de para las tareas del ejército o de aplicación de la ley en las que eran buscados, raramente se aventuraban entre la gente. Aunque Elyiana supo que esto no duraría por mucho más tiempo.
Una vez que las castas se hubieran adaptado a la libertad, y sus cuerpos y mentes se curasen de las crueldades infligidas sobre ellos dentro de los Laboratorios, entonces comenzarían a vagar. Esta era la naturaleza de la bestia. La necesidad de ampliar sus horizontes, de unirse, de apareare y de comenzar su propio clan.
Sería entonces cuando las verdaderas batallas comenzarían. Y eran esas batallas las que Elyiana temía. La lucha por la supervivencia parecería cosa de coser y cantar comparada con lo que se temía que llegaría.
Ory
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La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh) - Página 7 Empty Re: La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)

Mensaje por fernanda Sáb 07 Sep 2013, 4:21 pm

DIOS POR FAVOR TIENES QUE SEGUIR LA NOVE
cada vez se pone mejor y yo solo quiero leer :( 
SÍGUELA!
fernanda
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La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh) - Página 7 Empty La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)

Mensaje por Ory Mar 10 Sep 2013, 2:52 pm

Capítulo diecisiete
 
 
Joseph siempre se había considerado más hombre que animal. Más capaz de pensar antes de reaccionar. Perspicaz. Calmado. Conciso. Hasta que había conocido a -----. El instinto lo había gobernado desde el momento en que había puesto sus ojos en ella. La conciencia de su cuerpo sobre ella había sido instantánea. La erección que había llenado sus vaqueros en aquel segundo había sido alarmante. Los instintos que se elevaban dentro de él ahora eran primitivos. Y como el mordisco que le había dado a su cuello después del accidente, incontrolables. Y no tenía ningún deseo de controlarlo. Cuando se refería a ----- y su hambre por ella, encontraba que no podía resistirse.
Él la encaró a través de la sala de estar, viendo el agotamiento y el cansancio que arrastraba en su cuerpo. Ella tenía que enroscarse en su cama bajo todas aquellas mantas mullidas y dormir mientras él pudiera permitirle hacerlo. Pero sabía que el sueño tendría que venir más tarde.
—Deberías descansar —gruñó él—. Te fuerzas demasiado.
—¿Le dijo la sartén al cazo?, —preguntó ella con falsa dulzura—. Podrías darle lecciones de terquedad a una mula, Joseph.
Esta noche él le daría lecciones, pero no de terquedad. De sumisión. De aprendizaje sobre el precio a pagar por despertar al animal que estaba al acecho bajo la delgada capa de humanidad. De obediencia hacia él.
Su estómago se tensó, retorciéndose realmente de dolor ante el recuerdo de su deliberada desobediencia cuando él le había ordenado que se quedara escondida detrás de los cantos rodados. Él sólo había pensado comprobar la situación, matar a los soldados de ser posible y, si la seguridad lo permitía, volver entonces a por ella.
Él no tenía ni idea de como reaccionaría ella en tal situación, o como de precisos eran sus archivos de la Academia sobre su formación.
La posibilidad de una herida fatal o la captura habría sido muy elevada si ellos hubieran tardado un segundo más en alcanzar la seguridad del Raider.
Ella había arriesgado no sólo su vida, sino su cordura. Y no podía permitir que esto pasara otra vez.
—¿Por qué me miras así? —El desafío de su voz hacía rabiar al animal dentro de él.
—Me desobedeciste hoy, -----. —Había un estruendo peligroso de su voz—. Antes de que yo pudiera calibrar sus fuerzas o sus debilidades, me desobedeciste, colocando no sólo mi vida en el peligro, sino la tuya también.
—¿Estás todavía furioso sobre eso? —Ella lo miró incrédulamente—. Oh realmente, Joseph. ¿No es el momento de acabar con ello ahora? Yo sabía lo que hacía.
—Pero yo no —indicó él, su voz era suave a excepción del estruendo áspero bajo las palabras—. No tenía ni idea lo que hacías o de lo que eras capaz. Te dije que te quedases, compañera.
Sus ojos se estrecharon en respuesta a su declaración
No soy un cachorro para que me des órdenes, Joseph — ella informó con tranquilidad—. De todos modos, no es nuestro problema más apremiante. Esa mierda hormonal tuya tiene que ser encauzada.
Era demasiado. Su desafío anterior había cruzado un límite que él no sabía que existía. Y ahora esto.
Antes de que ella pudiera hacer más que dar un grito ahogado, él estaba sobre ella. Los dedos de una mano hundiéndose en su pelo mientras él retiraba su cabeza ferozmente, la cabeza de él bajó y sus labios reclamaron los suyos.
Joseph permitió a su lengua una lamedura rápida en sus labios antes de pellizcarlos para abrirlos. Entonces arponeó profundamente en su boca, haciendo que envolviera la suya mientras sentía que sus labios lo encerraban y oía su gemido de excitación.
Las glándulas hinchadas a lo largo de la parte oculta pulsaron y palpitaron mientras derramaban su dulce narcótico en su boca, disponiéndola y preparándola. Y ella lo tomó con impaciencia como si buscara más.
Esta noche ella tenía que aprender quién lideraba, y quién debía seguir. Esta noche, ella aprendería quién era el alfa y quién era el beta. Esta noche, ella se haría más que sólo su compañera. Atrayéndola, su mano libre acarició del arco de su espalda a las curvas tentadoras de su trasero. El hambre que barrió por él mientras sus dedos ahuecaban una mejilla le sacudió su corazón.
Él necesitaba lo que nunca antes había tenido de una mujer. La sumisión última, una aceptación primitiva de su dominio. Y por dios que lo tendría. Sus dedos se apretaron en la curva mientras su otra mano se deslizaba de su pelo a la mejilla lado, agarrándola, extendiéndola despacio mientras ella continuaba de puntillas, sus uñas se clavaron en la tela de su camisa mientras ella gemía débilmente en su boca.
Él empujó su lengua entre sus labios despacio, pistoneando repetidamente en su boca mientras luchaba para drenar lo último del calor hinchado de su lengua. Él quería que ella tomara todo esto, necesitaba que lo hiciera. Él quería su naturaleza tan enloquecida por la intensidad sexual como él lo estaba. Tan desesperada por su toque como él por darlo.
—Joseph. ¿Dios, qué me haces? —Ella se le agarró mientras sus labios se deslizaban de los suyos y sus manos se apretaban en su trasero, separando las mejillas, permitiéndole sentir el placer encendido de la diminuta entrada allí situada minuciosamente.
Él no le contestó. En cambio, la tomó en sus brazos antes de abandonar la habitación y de moverse rápidamente hacia arriba. Él había dispuesto ya lo que necesitaba en su mesita, preparándose para lo que vendría esta noche.
----- miró fijamente en sus rasgos ásperos y salvajes, asombrada por su sexualidad. La expresión en su cara debería haber sido espantosa. La forma en que sus ojos brillaban con el hambre feroz, los ángulos ásperos de su cara que sólo se revelaban con la rabia, o este…
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Mensaje por Ory Mar 10 Sep 2013, 2:56 pm

Esto la sacudió hasta el núcleo. Él estaba furioso. Ella sabía que él estaba furioso en el momento en el que la había mordido, con sus dientes hundiéndose en su hombro, intentando mantenerla quieta mientras su mano se movía rápidamente sobre su cuerpo después del accidente.
Y él no lo había dado por finalizado tampoco. Ella lo había sentido aumentar, cambiar, haciéndose más profundo dentro de él mientras él soportaba su examen.
Las sensaciones se habían extendido hacia ella desde su habitación, justo cuando ella luchaba con su familia. El aumento de la excitación en su interior con el que hasta la hormona que llenaba su beso no podía competir.
—Pensaba que podría drenar esta necesidad de ti —gruñó él mientras entraba en su dormitorio y la lanzaba en su cama, haciéndole apartar la vista ferozmente—. Cuando me masturbé en aquellas pruebas de mierda pensaba que yo podía verter el miedo y el enfado en aquel frasco de mierda y aliviar esta necesidad dentro de mí. —Él sacudió su camisa sobre su cabeza y la volvió antes de quitarse las botas rápidamente.
----- sólo podía mirar arriba hacia él, impresionada por el tono de barítono profundo de su voz tanto como estaba impresionada por sus palabras y su reacción. Ella lo imaginó estando en su cuarto de huéspedes, con sus grueso miembro encerrado en sus dedos mientras se acariciaba, y sintió a sus jugos deslizarse densamente de su coño recalentado.
Sus pantalones cayeron después. ----- tragó fuertemente ante la visión de la cresta coloreada de morado, del latido enojado de la carne apretada y dura. Sí, él estaba en rabia plena, un calor de acoplamiento al que ella se preguntó si cualquiera de ellos sobreviviría.
—Ven aquí. —Él se arrodilló en la cama, su mano agarrando su pelo y atrayéndola.
Ella sabía lo que él quería. Ellos podían hablar de sus medios de alcanzarlo más tarde, así como de las repercusiones que podían resultar. Ella no había olvidado la información de la doctora. Pero no había olvidado tampoco el sabor de él. Y necesitaba su sabor.
Sus labios se abrieron, estirándose alrededor de la gruesa cabeza mientras esta se deslizaba en su boca.
—Sí —gruñó él—. Chupa mi polla, cariño. Chúpala profundamente mientras juego con estas bonitas tetas.

Ella gimió alrededor de la carne mientras él le quitaba su vestido, ahuecando con sus manos sus pechos, pellizcando con sus dedos y tirando de los pezones endurecidos. La sensación aguijoneó de los puntos duros a su clítoris mientras ella chupaba vorazmente en su miembro, sus manos que acariciaban el eje endurecido mientras ella gemía ávidamente. Ella se arqueó en sus manos mientras empujaba su erección en golpes superficiales contra sus labios.
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Mensaje por Ory Mar 10 Sep 2013, 2:58 pm

La sangre se precipitó por su cuerpo, chisporroteando en sus venas mientras ella sentía a la hormona añadir fuerza a su excitación. Esto la asombró, sintiéndolo como lo hacía, precipitándose a través de sus terminaciones nerviosas y sensibilizando su carne, haciéndola arder.
 
Sus dedos acariciaron sobre la longitud dura de su pene mientras ella chupaba y lamía en la cabeza palpitante, gimiendo ante su gusto. Fresco. Salvaje. El gusto de una tormenta en el mar.
—Hermoso. —Sus ojos se abrieron, levantándose para mirar hacia arriba a él.
Una mueca apretada revelaba los incisivos letales en los lados de su boca mientras él miraba a su miembro joder lento y suave en su boca. Ella asestó un golpe en la parte oculta con su lengua y miró sus ojos llamear. En el siguiente empuje ella curvó su lengua, alcanzando hacia el otro lado de su pene donde la lengüeta palpitaba apenas bajo la sedosa carne. La carne endurecida se sacudió ante su apretón mientras un gruñido primitivo abandonaba sus labios. El estruendo áspero punzó por ella, convulsionando su matriz, apretando en su sexo y enviando a sus jugos a saturar los labios hinchados más allá. Sus manos se apretaron en su pelo, manteniéndola quieta para cada penetración entra de sus labios.
—Basta. —La áspera orden la hizo luchar en su presa, luchar para mantener la cabeza palpitante de su erección entre sus labios.
En unos segundos él la había despojado de su bata y vestido corto. Desnuda, su cuerpo se debilitaba por la transpiración y zumbaba con la necesidad de su toque, ella se arrodilló en la cama ante él.
—Tú eres mía —declaró él entonces, exigiendo. Dominante—. ¿Me entiendes, -----? Mía. No me desobedecerás de esa manera otra vez. —El tono de su voz penetró en la neblina sexual que enturbiaba su mente.
—En tus sueños, chico malo —arrulló ella.
Joseph se puso rígido. Su mirada fija parpadeó a su miembro mientras un zumbido de apreciación resbalaba por delante de sus labios. Pareció más endurecido, ruborizado, grueso e impaciente por su toque. Ella extendió la mano hacia él, sólo para fruncir el ceño cuando Joseph agarró sus manos, apartándolas de su carne.
—Miénteme, ----- —gruñó él—. Dime que obedecerás la próxima vez. Que nunca harás nada tan tonto otra vez.
Sí. Seguro. Aquella mentira haría que relámpagos volasen por ambos.
Ella apretó sus labios en cambio y le envió un suave y húmedo beso.
—¿Y si prometo en cambio tener cuidado? —No había una posibilidad en el infierno de que prometiera dejar la libertad que había encontrado con él.
Sus ojos se estrecharon. La mirada envió sacudidas y estremecimientos por su cuerpo mientras su matriz se convulsionaba ante la promesa de venganza.
—¿Y si te muestro por qué me obedecerás la próxima vez? —Su voz era profunda y meditabunda. Tan sexualmente áspera que casi le robó el aliento.
—Hmm, por qué no sólo sigues adelante y das tu mejor tiro, dulzura. —Ella se movió, estirándose en la cama mientras pasaba su mano a lo largo de su estómago, parando a un escaso aliento de los rizos húmedos entre sus muslos—. Estoy seguro que te prestaré atención.
Ella sabía que debería haber estado preocupada. ¿No había un dicho sobre despertar a un león durmiente? No, tigre. Ella sonrió despacio ante el pensamiento cuando miró a sus ojos oscurecerse, oyó el gruñido peligroso y primitivo que dejó su pecho. Lo que fuera.
Sus dedos se movieron más abajo, agitando los rizos suaves entre sus muslos mientras él miraba con impaciencia. Tal vez ella podía hacerlo olvidarse del castigo. Sus dedos bajaron hacia adelante mientras sus párpados revoloteaban de placer.
—Sigue. —Sus dedos se curvaron alrededor de su miembro, acariciando despacio cuando ella observaba su raja saturada—. Muéstrame lo que te gusta, cariño. Entonces yo te mostraré lo que consigues.
Ella jadeó cuando sus dedos rodearon su clítoris, sus caderas se sacudieron mientras el fuego corría por su vientre.
—Déjame tocarte también —pidió ella, muriéndose por sentir su pene acelerar en su boca, el gusto salvaje de su semen haciéndola tambalearse por la pasada excitación y el pasado placer.
—Que tal si hago esto en cambio. —Él bajó al lado de ella, tendiéndose cerca a su lado mientras su cabeza bajaba a un duro pezón que empujaba hacia arriba.
Ella casi gritó cuando sus dientes pellizcaron en el punto sensible en el mismo instante en que su mano cubría la suya, presionando sus dedos más cómodamente contra su coño.
—Date placer tú misma —pidió él ásperamente—. Te quiero salvaje, -----. Hazte salvaje para mí, cariño.
Sus dedos punzaron el tejido aumentado de su sexo mientras su espalda se arqueaba de la cama. Era increíble. Su boca en su pecho, amamantando el punto oscuro hasta la conciencia dolorosa mientras sus propios dedos se hundían en su sensibilizada vagina.
Ella tembló, tembló cuando las sacudidas poderosas de la sensación chisporrotearon por ella. Su palma se apretó contra su clítoris, aumentando la presión, el placer, hasta las que las corrientes que chisporroteaban se convirtieron en una bola de fuego, barriendo sobre ella y dejándola jadeante.
—Tan hermosa —gruñó él, dando a su pezón un lametón antes de trazar su camino de besos hacia abajo por su estómago mientras él levantaba sus dedos de la carne hinchada que ella había acariciado.
Un gemido abandonó sus labios cuando él trajo sus dedos a su boca, lamiendo su jugo antes de poner su mano en su lado y de moverse más abajo.
----- sólo podía mirar como él separaba sus muslos y se movía entre ellos. Su cabeza bajó, su lengua asestó un golpe por la raja empapada. Él mordisqueó tiernamente sobre el nudo dolorosamente sensible de su clítoris. Sus caderas se sacudieron mientras un grito ahogado y asustado dejaba sus labios y los fuegos comenzaban a aumentar otra vez. Ella no podía conseguir bastante de él; hasta en el calor de peligro su cuerpo lo ansiaba, fluyendo por él, y nunca dejándole olvidar donde podía encontrar el placer.
—Shhh… —La suave calidad que canturreaba de su voz la hizo comprender que jadeaba, y que los maullantes gritos que resonaban alrededor de ella eran los suyos propios.
A pesar de la liberación, ella sólo ardía más caliente ahora. Más salvaje. Podía sentir la excitación, la lujuria embriagadora manando por ella y exigiendo la liberación.
—No puedo esperar. —Sus manos agarraron su pelo, desesperada por terminar con los lametones de broma y con los toques suaves que él le otorgaba. Ella lo quería con fuerza. Rápido. Ella lo quería ahora.
—Esperarás de todas formas. —Sus manos agarraron sus muslos cuando él se colocó mejor entre sus piernas—. Sólo un poquito más, cariño, y podrás tener lo que ambos necesitamos.
Su lengua se deslizó por la carne hinchada y necesitada atormentadoramente.
—Torturándome hasta la muerte no vas a conseguirte lo que quieres. —Pero sus manos se enredaron en su pelo para inmovilizarlo mientras el placer se extendía sobre ella, por ella. Cada toque era mejor que el anterior. Cada uno la llevaba más alto.
—Sabes tan dulce como la primavera, tan caliente como el verano —gruñó él cuando ella sintió sus dedos acariciando la entrada a su vagina, bromeando y tentando.
Ella se arqueó ante el toque, desesperada por más. Cuando su dedo se deslizó dentro en ese momento y sus labios cubrieron su clítoris, ella estaba segura de que encontraría la liberación. Ella se equilibró en el borde, tirando más cerca.
—Maldito seas, Joseph —gritó ella furiosamente cuando su dedo se deslizó libre, bajando dentro otra vez, punzando y tirando del calor mojado de sus jugos mientras lo hacía.
Ella podía sentir el calor húmedo correr a lo largo de su carne cuando esto fluyó más abajo, animado por sus dedos diabólicos y calentando la carne sensible entre sus mejillas traseras.
Ella se estremeció, poco propensa a dar crédito al placer que la caricia sutil le trajo. La sangre tronó por sus venas mientras sus dedos seguían, acariciaban y apretaban.
—Joseph. —Sus manos apretaron en su pelo mientras el miedo prestaba una nueva dimensión al placer precipitándose por ella.
Él se paró, pero su dedo no se movió.
—Mía —gruñó él otra vez—. Antes de que terminemos, -----, me harás esa promesa.
¿Que ella obedeciera? ¿Y dejarle disparar a él? No lo creía.
Ella sacudió su cabeza desesperadamente, tirando de su pelo, necesitándolo y necesitando el toque que la enviaría sobre el borde. La presión de los dedos en su sexo, jodiéndola duro y fuerte mientras su boca y lengua hacían magia en su clítoris. Era lo que ella necesitaba. Lo que quería.
Su dedo volvió a las profundidades palpitantes de su vagina mientras sus caderas caían en la cama, suplicando, pidiendo su boca. Él lamió, acarició y chupó. Sus dedos empujaron suavemente, superficialmente en su interior mientras sus sentidos comenzaban a quemarse fuera de control. Ella no podía soportarlo.
—Maldito seas. Deja de torturarme. —Ella tiró de su pelo.
—Prométemelo.
Ella trató de gritar, pero lo que salió parecía más bien una súplica que una maldición.
Su dedo se movió más abajo otra vez, acariciando la pequeña entrada escondida con golpes delicados.
—Vamos, cariño. Promete seguir mi ejemplo. ¿Somos compañeros, recuerdas? Yo lidero, tú me sigues.
¿Eso era una sociedad? ¡Ella no lo creía!
—Te seguí. —Ella jadeó fatigosamente—. Lo hice, Joseph. Sabes que lo hice. Esperé que tú fueras primero.
Él gruñó ferozmente, pellizcando en los labios suaves que él lamía, enviando corrientes de agudo placer extendiéndose por su matriz mientras ella sentía el apretarse de un dedo en su trasero y separar la diminuta entrada.
—Chica mala —la acusó él oscuramente, su cabeza bajó más aún, su lengua se movió más cerca de su sexo necesitado.
—Oh, Dios sí —gritó ella mientras su lengua se sumergía dentro de la entrada llorosa. En el mismo instante, su dedo perforó la entrada de su trasero.
El fuego y el placer alternados se extendieron por ella. Ella no sabía si debería pedir que él se parase o pedirle que siguiera.
No había ninguna petición de nada para Joseph. Habían solamente los gritos ahogados llenos de desesperación, la necesidad de respirar, de culminar, mientras él aumentaba su placer más alto, más caliente, llevando cada terminación nerviosa a una atención feroz y desesperada.
Lo que él le hacía era destructivo y enloquecedor.
—Date la vuelta. —La orden áspera chisporroteó a través de sus sentidos mientras imágenes, hambres y deseos azotaban por su mente.
Ella gimió cuando él la giró, tirando de sus caderas, empujando sus rodillas bajo ella. Su mano aterrizó en su trasero, mordaz, encendida, mezclándose con la sobrecarga de placer y conduciéndola más alto mientras sus manos se apretaban en puños y aplastaban la tela de la colcha entre ellas.
—¿Por qué demonios era esto?, —jadeó ella, girando su cabeza para fulminarlo con la mirada sobre su hombro.
La vista que encontraron sus ojos la dejó atontada. Su mano descendía otra vez, el golpe leve quemaba por su carne mientras su expresión quemaba por su mente. Intención. Tan salvajemente lujurioso que esto le robó el aliento.
—Promete que me seguirás, -----. —Su mano acarició su carne dolorida hasta que se movió entre sus muslos, acunando su sexo.
Oh Dios, ella estaba tan tentada. Pero una promesa era una promesa.
Ella tendría que hacer todo lo posible por mantenerla. Y esto la mataría. Él insistiría en protegerla.
Ella se dio la vuelta, sepultando su cara en las cobijas mientras lo sintió separar las mejillas de su trasero, sus dedos se movieron peligrosamente cerca de la pequeña entrada ya atormentada situada allí.
—Dilo, ----- —gruñó él mientras lo sentía sondeando en la entrada anal—. Dímelo, y te daré lo que necesitas. Sino, voy a tener lo que yo quiero.
La punta de su dedo presionó dentro mientras un largo y suplicante grito dejaba sus labios. Ella no podía darle tanto control. Esto nunca funcionaría.
Ella sacudió su cabeza desesperadamente. Seguramente podría resistirlo. Él no le haría daño. Ella sabía eso sobre él.
Cualquier cosa que él le hiciese la volvería en cambio loca de placer.
Sus pensamientos se dispersaron en aquel momento cuando ella sintió que su dedo se deslizaba profundo, caliente y grueso dentro de su trasero. El placer encendido era diferente a cualquier cosa que pudiera haberse imaginado.
Su dedo estaba resbaladizo, el lubricante que lo cubría frío para su carne interior recalentada. Pero nada podía atenuar los fuegos que se encendían en su interior.
Las sensaciones que la llenaban eran más que físicas. Eran más que placer. Mientras ella se arrodillaba ante él. Sus hombros directamente contra el colchón, su trasero levantado en preparación de su invasión, ella comenzó a entender lo que él quería que sintiera. Supiera.
Sumisión.
No debilidad. No protección o un sentimiento de restricción que la asfixiaba. Lo que ella se sintió la hizo volar precipitadamente con un conocimiento que sabía que la cambiaría para siempre.
La zurra sólo la había preparado. Las palmadas cortas y encendidas de la palma de Joseph sólo la habían conducido más alto, dándole más hambre. La mezcla de placer… los dedos de Joseph que acariciaban a su sexo, que bajaban en su interior, llenando el hueco resbaladizo de su vagina y la hacían gritar por el orgasmo. El dolor, la zurra ligera, los dedos que se trababan dentro de su ano, abriéndola y preparándola, la volvían loca.
—Así, cariño. —El áspero canturreo acarició sus sentidos cuando finalmente, benditamente, ella sintió la punta roma de su miembro acariciar contra la entrada trasera en vez de sus dedos.
Ella no podía creer que se apoyaba en él, maullidos desesperados de necesidad salieron de sus labios cuando su anchura gruesa comenzó a apretar, estirándola y quemándola.
—Oh Dios mío. Joseph. No creo…
—No pienses. —Su mano aterrizó en su trasero otra vez mientras sentía la cabeza encendida de su miembro violar la puerta virgen.
Sus ojos se desorbitaron, aturdidos, sorpresa y placentero dolor la llenaron amotinándose en su sistema mientras su erección seguía hundiéndose en su interior. Terminaciones nerviosas que nunca había sabido que poseyese llamearon a la vida mientras Joseph gruñía duramente detrás de ella.
Sus manos agarraron sus caderas, sosteniendo firmemente en el lugar mientras él comenzaba a trabajar en su interior. Despacio, demasiado despacio. Pulgada por pulgada ella sintió la invasión, extendiéndola, hundiéndose en ella como estallidos rápidos de dolor y placer comenzaron a chisporrotear a lo largo de sus terminaciones nerviosas.
Pareció continuar para siempre, los empujes lentos y suaves que estiraban la abertura apretada, haciéndola moverse en espiral de éxtasis. Hasta que él hizo una pausa, su respiración detrás de ella era áspera y a pulgadas de que su erección la llenara totalmente.
—Soy tu compañero —gruñó él cuando con un empuje final le enfundó hasta la empuñadura y la hizo gritar jadeantemente contra la fuerza de su invasión. No había ninguna protesta cuando los músculos de su trasero comenzaron a chupar la longitud endurecida. Sólo placer. Sólo éxtasis.
—Tú seguirás. Yo lideraré.
Ella sacudió su cabeza desesperadamente, con los músculos de su trasero apretando alrededor de la erección palpitante de Joseph mientras esta perforaba su cuerpo.
—Tú seguirás. Yo lideraré —gruñó él otra vez, su mano aterrizó en su trasero una vez más.
Ella debería estar furiosa. Ella debería rabiar e intentar lo que fuese para evitar su presa. En cambio, gemía como una patética esclava amorosa impaciente por más.
—Siénteme, -----. —Él vino sobre ella entonces, moviendo sus caderas, retirándose ligeramente antes de entrar en su interior otra vez.
—Sí… —Ella sólo podía jadear, pedir más. Oh Dios, esto era increíble. Era más que increíble.
Ella sintió que su pelo rozaba su hombro, sintió sus dientes arañándolo en advertencia.
Ah hombre, él iba a morderla otra vez. Podía sentirlo llegar.
Él se rió entre dientes en cambio, arrastrando sus dientes sobre su carne, lamiendo en las heridas de allí mientras despacio comenzaba a retirar su hinchada carne de su trasero.
----- jadeó, asombrada por las sensaciones que se precipitaban por ella. La carne ultrasensible se quemó cerca del éxtasis, agarrando, apretando en la erección que se retiraba mientras ella gemía por la desilusión. Él no podía abandonarla ahora.
Él no podía retirarse…
Su espalda se arqueó mientras un grito salía de su garganta. El empuje feroz dentro de su trasero hacía al placer encendido extenderse por su matriz y su clítoris. Ella tembló bajo él, empujando hacia atrás y conduciéndolo más profundo.
—Yo lidero, tú me seguirás —gruñó él en su oído, su voz era áspera—. Dame tu promesa, -----, y te daré la liberación. Puedo hacer esto durante horas. Mientras tú deseas. Mientras yo deseo. Tu trasero está tan caliente, tan apretado —canturreó él.
Ella sabía que iba a rendirse. La transpiración goteaba de su frente y cubría su cuerpo. Podía sentir los jugos fluyendo de su sexo, sus nervios rebelándose por la necesidad del orgasmo.
—Déjame dirigirte, -----. —Su voz la tentó, la atormentó—. Como te dirijo aquí, déjame dirigirte en batalla también, cariño. Déjame mostrarte como… —Sus empujes aumentaron en intensidad, haciendo a sus sentidos zozobrar mientras el placer explotaba por su sistema.
—Dios sí —gritó ella—. Tú bastardo. Pero por Dios que si tratas de mimarme te mataré. Te mataré, Joseph.
—¿Mimarte? —Él gimió, su voz era un gruñido feroz, triunfante—. ¿Mimarte así?
Estos no eran mimos. Esto era dominio en su forma más primitiva. Era una reclamación. Una demanda de sumisión a la que ella no tenía ninguna otra opción que contestar.
—Ahora prométemelo. —Él la sostuvo en el borde, rechazando dejarla volar, manteniendo sus empujes profundos y medidos.
—Lo prometo, maldición —gritó, la desesperación palpitaba por ella—. Ahora hazlo, maldito seas.
Él alcanzó una mano bajo ella, torciendo entre sus muslos y sumergiendo dos dedos profundamente dentro de su dolorido sexo mientras empujaba con fuerza y profundamente dentro del tejido apretado y apasionado de su trasero.
Las estrellas explotaron detrás de sus ojos cerrados. No, estos no eran mimos. Era lujuria en su forma más cruda. Esto era un toma y da. Su miembro arponeó en su trasero mientras sus dedos jodían su sexo, conduciéndola más alto mientras el placer explotaba a través de sus sentidos.
Su orgasmo se extendió por ella. Ella apretó en la erección pistoneante, agarrándolo, ordeñándolo mientras era lanzada más allá de la realidad, de preocupaciones y de cuidados en un mundo de luz y de éxtasis
Un mundo que consistía sólo en Joseph y en el placer.
—Buena chica… Tan caliente y dulce.
Ella volvió a la tierra despacio, temblando bajo su cuerpo duro mientras él acariciaba su estómago y susurraba perversamente en su oído.
—Voy a matarte —jadeaba ella—. De verdad, Joseph. Estás muerto. Tan pronto como pueda moverme otra vez.
Ella gimió ásperamente cuando lo sintió retirarse. Él estaba todavía duro a pesar del orgasmo que ella sabía lo había barrido también. Ella había sentido que la condenada lengüeta la acariciaba dentro de su trasero, volviéndola loca mientras su orgasmo se impulsaba por ella.
—Entonces sólo tendré que asegurarme de que no puedes moverte hasta que cambies de opinión. —Su voz era perezosa, de ningún modo saciada, pero satisfecha.
Ella resopló por el pensamiento, dándose la vuelta para mirar mientras él desaparecía en el cuarto de baño.
—¿Tú crees que eres puñeteramente duro, verdad?. —llamó ella al otro cuarto—. La grande y dura casta que consiguió lo que quería. —Dolía el hecho de que ella era tan débil contra los impulsos sexuales que él pudiera ejercer el poder en ella.
Ella alzó la vista al techo mientras escuchaba el agua correr, un pequeño ceño fruncido plegaba su cara con el pensamiento de lo fácilmente que había cedido. Ella nunca se rendía, no a menos que quisiera hacerlo. Comprendiendo que al final ella había querido lo que él podía darle más de lo que quería la libertad que apenas había probado, era confuso.
—Tú no abandonaste nada, -----. —Su cabeza se sacudió al lado, su mirada se cerró en su forma desnuda y poderosa mientras él se apoyaba contra la entrada del cuarto de baño.
Desnudo, él era condenadamente intimidante. Incluso más que cuando estaba vestido. El duro músculo se curvaba bajo la carne dorada mientras estaba de pie ante ella como un puñetero dios del sol. ¿Cuándo se había estropeado tanto la naturaleza para emparejarla con la criatura de oro que estaba de pie al otro lado de la habitación?
Él era salvaje y libre. Eso estaba en sus ojos, en el modo en el que él sostenía su cuerpo y en su expresión. No había nada contenido en él, nada domado. No como ella. Luchando para esconderse y para sepultar sus sueños.
—¿Cómo lo sabes? —Ella se levantó de la cama, sacudiendo su bata sobre su cuerpo desnudo a pesar del ceño fruncido que arrugó su ceja ante su movimiento.
—Porque me gustas salvaje. —Él se enderezó, moviéndose despacio hacia ella, la longitud todavía endurecida de su miembro brilló mojadamente—. Porque no tomaré nada de ti. Ni tu libertad ni tus opciones. Pero conoceré tus fuerzas y tus debilidades. Tengo que hacerlo, de lo contrario no podrá haber ninguna confianza entre nosotros como compañeros.
Compañeros. Un escalofrío la recorrió ante aquella palabra. Ella nunca había tenido realmente un compañero, sólo unos muy amigos íntimos que casi había hecho matar.
----- apretó los dientes, recordando la misión de formación durante su año final en la Academia. Esta había sido un desastre; su única salvación había sido el hecho que nadie había comprendido lo horriblemente que lo había estropeado.
La rabia aplastante y el odio del autor la habían congelado, cerrando su mente, llenándola de dolor cuando él se deslizó por delante de la red que habían puesto para él. El desastre casi había sido fatal, y ella se había jurado entonces que nunca pasaría otra vez.
—----- —Él caminó más cerca, ignorándola cuando ella retrocedió ante él, su expresión era tranquila y sosegada. Ella odiaba esa expresión. Esto significaba que él había decidido algo y ella iba a estar de acuerdo con él.
—Tengo que pensar… —Ella inhaló en un aliento profundo y duro cuando él la fijó contra la pared, el calor de su cuerpo pareció envolverla mientras presionaba sus manos contra su pecho en protesta.
Al menos ella trató de decirse que esto era en protesta. Ella iba a apartarlo… en sólo un minuto.
—Pensar sólo te meterá en problemas —gruñó él otra vez—. He visto cuando comienzas a pensar. Tienes ideas extrañas.
—¿Como qué? Esto la sorprendió. Sus ideas siempre le parecían absolutamente sensatas.
—Como la de apuntar un aturdidor en mi polla en aquel cañón —gruñó él mientras su mirada se encendía por la diversión—. Mala chica, -----. Podías haber disparado por casualidad.
Él apretó contra ella, bajando a sus rodillas mientras ahuecaba sus manos en su trasero para levantarla más cerca de aquella carne endurecida y caliente. Su bata se separó, dándolo el acceso perfecto a ella mientras su miembro se deslizaba contra la humedecida y dolorida carne de su coño.
—Yo sabía lo que hacía —jadeó ella, sintiendo que sus rodillas se debilitaban mientras la cabeza de su miembro separaba sus labios interiores.
—Seguro que lo hacías —canturreó él mientras su cabeza bajaba para permitir que sus labios acariciaran su mandíbula.
—Tal vez no. —Su cabeza retrocedió contra la pared mientras una sonrisa bromista curvaba sus labios—. ¡Pensándolo mejor, tal vez debería haber disparado… Oh Dios… Joseph!
El feroz y duro empuje dentro de las profundidades resbaladizas de su sexo envió estremecimientos de reacción corriendo por su cuerpo.
Él estaba alojado en sus mismas profundidades, la cabeza de su miembro frotando sensualmente sobre la entrada a su matriz cuando él se dobló en su interior.
Veloces céfiros de conciencia eléctrica chamuscaron por sus terminaciones nerviosas cuando el placer comenzó a tentar al dolor, creando una mezcla de sensaciones que le arrebataron el aliento y la dejaron jadeante.
Sus manos se sujetaron apretadas en su musculoso cuello mientras la lujuria ardía y la emoción en su mirada chamuscaba su cerebro. Sus ojos estaban fijos en los suyos, rechazando permitir que ella los cerrara. Ella no deseaba cerrarlos. Deseaba mirar la llamarada de placer en las ricas profundidades doradas de sus ojos cuando él comenzó a moverse despacio, arrastrando su erección de ella hasta que sólo la hinchada cabeza permaneció. Entonces con un duro tirón de sus caderas él se sepultó en su interior otra vez.
Placer encendido. Una tralla de calor e intensidad entumeciendo la mente. Los golpes pesados de su hinchada erección llenándola y desbordándola. Estirándola con tal fuerza erótica que ella sólo podía lanzar un grito y suplicar, suplicar por más mientras él la jodía con perezosos y profundos empujes. Sus labios jugaron con ella, su lengua acarició dentro y fuera de su boca y el dulce gusto de la hormona de Acoplamiento llevó su placer más alto.
No era la hormona lo que la hacía quererlo, lo hacía su necesidad decidió ella. La hormona convertía el éxtasis en algo más, hacía el placer más vibrante, su cuerpo mucho más capaz de relajarse y de aceptar la intensidad de una lujuria que habría aterrorizado a la mayor parte de las mujeres.
Pero este era Joseph. Su Joseph.
Sus labios capturaron su lengua, usándola. Ella envolvió la de él con la suya mientras sus caderas comenzaban a moverse más rápido y su miembro se impulsaba en ella con golpes martilleantes que destruyeron sus sentidos.
Salvaje. Libre. Ella volaba.
La explosión resultante se extendió por su matriz, haciendo temblar su sexo y enviándola gritando hacia el orgasmo. Ella sintió que sus músculos frenaban su erección, oyó su áspero gruñido animal y sintió la impresión repentina y acalorada de la lengüeta que se extendía de su miembro.
Esta se cerró en su interior, manteniéndolo en el lugar y enviándola hacia otra serie catastrófica de explosiones que no parecieron acabar nunca. Esto acarició y magreó el área ultrasensible en la que estaba acurrucada.
Duros y pulsantes estremecimientos se vertieron por ella cuando la cabeza de Joseph bajó a su cuello. Sus dientes pellizcaron, su lengua acarició en la pequeña herida que había dejado allí. Sus manos se doblaron en su trasero mientras su pene se doblaba en su interior hasta que, final y misericordiosamente, el placer casi doloroso comenzó a retroceder y ella se derrumbó en sus brazos.
----- era sólo apenas consciente de que Joseph se movía hasta que sintió la salida lenta de su erección de su sensible vagina y, un segundo más tarde, el cojín consolador del colchón en su espalda.
—Permanece lejos de los problemas —murmuró ella cuando convirtió su cabeza en almohada, permitiendo al agotamiento reclamarla finalmente—. Estoy demasiado cansada para salvar tu trasero.
Joseph la miró silenciosamente cuando el sueño la robó de su lado, calmando las emociones caóticas que se habían arremolinado entre ellos. Su mente había cerrado todos los procesos de pensamiento, finalmente.
La persecución, el accidente y el sexo. La combinación de actividades llenas de adrenalina se había estrellado finalmente en su interior.
Como se estrellaban dentro de él.
Él se tendió al lado de ella, tirando la sábana sobre ellos para protegerla de la frialdad del dormitorio antes de cerrar sus ojos también. Las castas que guardaban la casa los mantendrían seguros por esta noche. Ellos se marcharían cuando él se levantara, dirigiéndose al extranjero para luchar contra una batalla mucho más importante que la que él emprendía aquí, en este desierto. Él era una casta cuya obstinada compañera rechazaba la seguridad de Santuario.
Había muchos otros ahí en una desesperada necesidad de salir del infierno. La comunidad felina no tenía ninguna otra opción, sólo concentrar sus esfuerzos allí. Habían quedado tan pocos de ellos.
Él permitió que su mano alisara los hilos largos de su pelo de seda. Disfrutando de su sensación, su recuerdo rodeando su cuerpo, acariciándolo con pequeñas ondulaciones sensuales de placer.
Ella era un tesoro, uno que él nunca había esperado encontrar en su vida. Ahora, su protección podía hacerse su mayor batalla. Porque él sabía que quienquiera o quien fuera que se acercaba a ellos no tenía ninguna intención de dejarlos a cualquiera de ellos vivo.
Sólo podía rezar por que su experiencia y entrenamiento pudiera sacarlos de ello.
 
 
 

 
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Mensaje por fernanda Mar 10 Sep 2013, 3:02 pm

SÍGUELAPORFAVOR!La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh) - Página 7 3275125450
fernanda
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La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh) - Página 7 Empty Re: La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh)

Mensaje por Ory Sáb 14 Sep 2013, 11:48 am

ya estamos a unos capitulos del final!!!!!!!!!!
ya casi se acaba :( 

ya la continuo


Última edición por Ory el Sáb 14 Sep 2013, 11:51 am, editado 2 veces
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Mensaje por Ory Sáb 14 Sep 2013, 11:49 am

Capítulo dieciocho
 
 
Esto era un sueño; ella sabía que era un sueño. ----- estaba de pie en el centro del cuarto de formación en la Academia, sus pechos se levantaban mientras luchaba por recuperar el aliento después de hacerse pasar por la serie penosa de ejercicios diseñados para reforzar y entonar sus músculos.
Estaba cansada. Los agotadores cursos de la Academia durante el día, combinados con su rutina de cada noche, sacaban lo mejor de ella. La agonía drenaba su fuerza de las emociones, las esperanzas, los sueños y el odio que llenaban a sus compañeros de clase y la habían conducido al centro de formación por la noche. Allí, ella trataba de agotarse hasta el punto en el que a su mente no le importase lo que sentía.
Aunque ella no podía al parecer bloquear cosas. El agotamiento se la comía viva, emborronando su cerebro, haciéndole imposible separar o distinguir entre los modelos de pensamiento individuales.
Un quejido de agonía chisporroteó por ella. No su propio dolor sino el de otro, cegador y salido profundamente del alma. Una onda abrasadora de pena inconsolable y rabia que le hizo caer de rodillas y la dejó haciendo esfuerzos por recuperar el aire:
Esta no era la primera vez que las emociones que llenaban la Academia la habían incapacitado. Los reclutas eran jóvenes y unos más violentos que otros. Y así de tarde por la noche sus sueños retorcidos y pesadillas se extendían hacia ella y torturaban su sensible cerebro.
Aunque esto era peor. Quizás la mezcla de agotamiento y sus propios miedos lo había causado. O la tensión de intentar esconder la maldición que frecuentaba cada paso de sus superiores asegurando a sus padres que sus escudos se desarrollaban contra los talentos que ella había heredado. Fuera lo que fuera, la dejó ahora atrapada dentro del dolor, luchando por el control.
Ella se arrastró cansadamente hasta ponerse en pie, tambaleándose bajo el torrente de rabia que se cernió de golpe sobre su cabeza. El horror encerrado atormentaba para hacerse sentir. El gemido de gritos silenciosos y la determinación de contener la pesadilla.
Escapar... La palabra susurró por su mente.
Libertad… Esta no era una palabra, era una súplica, un hambre profunda salida del alma que la sacudió hasta su núcleo.
Con una mano agarrada a su cabeza, ella tropezó hacia las puertas dobles cerradas que conducían fuera del cuarto de formación. Su visión era débil y desenfocada mientras astillas brillantes de la luz explotaban detrás de sus párpados. Sacudiendo su cabeza, ella agarró el mango metálico, empujando en el panel pesado mientras luchaba contra el quejido que salía de su garganta.
Libertad... El grito resonó en su cabeza mientras su estómago se tensaba de dolor. ¿Dios, había conocido alguna vez ella tal dolor? Este se elevó espontáneamente, volando por su mente y aumentando de fuerza mientras ella se forzaba a salir al vestíbulo.
—¡So! -----. Amor. ¿Eres tú?
----- se sacudió hacia atrás, casi cayéndose en su desesperación por escaparse mientras luchaba por enfocar su mirada en el que ella sabía que era el enemigo. No, otro enemigo. Ella sacudió su cabeza, luchando para separarse de las impresiones confusas que golpeaban en ella
Pero ningún enemigo le hizo frente. Frunciéndole el ceño estaba el mejor amigo de su padre, el antiguo Miembro del Congreso Mac Cooley. Sus ojos azul claro estaban llenos de compasión y de preocupación. Ella sacudió su cabeza, luchando para limpiarla y aturdida por el mal que había sentido con su toque.
—Sr. Cooley. —Ella se aclaró la garganta, luchando por conseguir una apariencia de normalidad —. Lo siento. No me siento bien.
Ella podía sentir el dolor volviéndose más fuerte. La agonía que le causaba se extendía por su cabeza, destrozándola.
—Estás muy pálida, -----. Déjame ayudarte a llegar al médico. —Él se movió para tocarla otra vez.
—¡No ¡ —Ella sacudió su cabeza ferozmente—. Estaré bien, de verdad.
Ella aspiró profundamente, pegando una sonrisa en su cara mientras miraba fijamente en sus ojos azules claros.
Hielo. Eran fríos, amargas astillas de malicia congelada.
Ella parpadeó y desapareció. Sólo vio preocupación, sólo compasión.
—¿Congresista Cooley?; su helicóptero espera. — Su cabeza giró.
Había otros cuatro con él. Gente joven. ¿O eran viejos? Definitivamente guardaespaldas: ella conocía el tipo. Echó un vistazo a los ojos del que habló, un hombre joven y agradable, con rasgos tranquilos y ojos muertos.
La rabia corroyó su estómago, hirviendo dentro de él, amenazando con hacerla vomitar y ponerla tan enferma que era doloroso. ¿Era esa su rabia? ¿O del otro? ¿De dónde venía? Su mirada recorrió a cada uno de los cinco mientras luchaba por señalar el origen de la emoción.
Pero no había ningún origen. Como siempre, ella no podía seguir el camino que se extendía hacia ella; sólo conocía el dolor.
—Un momento. —¿Se endureció la voz de Mac? ¿Oyó ella la promesa de venganza en ella? No podía saberlo. Mac era una de las personas más amables que conocía.
—Estoy bien, Sr. Cooley. —Ella se enderezó a pesar del sudor frío que la cubría; la helada mirada que la chamuscaba.
—He estado tratando de terminar temprano. Supongo que me forcé esta noche.
—Yo diría que sí lo has hecho. —Su voz estaba llena de la desaprobación—. Llamaré a tu padre mañana y haré que te mire…
—No. —Ella se estremeció con miedo en su voz. Sus padres sólo se preocuparían, y sabrían que ella había estado mintiendo sobre su capacidad de manejar la fuerza de los talentos emergentes—. Prometo que estoy bien. Papá sólo se preocupará. Usted sabe como son él y Mamá. Veré al médico por la mañana, lo prometo. —Ella habría prometido cualquier cosa en ese momento.
—Muy bien —suspiró finalmente él con derrota—. Pero llamaré al médico para asegurarme. Asegúrate de que le visitas.
Ella asintió con agradecimiento.
—Lo prometo. —Ella inspiró profundamente mientras le dirigía a Mac una sonrisa sardónica—. Sólo estoy agotada. Ahora me voy a mi cuarto.
—Por supuesto. —Él asintió, sus ojos mirándola cariñosamente—. Te veré ir por el pasillo para asegurarme de que no tienes ningún problema adicional. Ten cuidado, -----.
Ella asintió antes de girarse para alejarse.
Recuérdame... Ella casi se paró ante la demanda que se extendió por su cabeza. El pensamiento de otro, una petición en una fracción de segundo que ella no estaba incluso segura de haber sentido.
Ella se mordió el labio, confiada en que pronto habría desaparecido. Esto se disipaba ya, una última sensación persistente de tristeza, de la pena, antes de que hubiese desaparecido.
Cuando dobló por el vestíbulo, ella se paró por la sorpresa.
Ella había estado segura de que era un pequeño acontecimiento en su vida que no significó nada. Un momento en el tiempo. Una coincidencia. Hasta que el sueño cambió y ella buscó y vio el SUV acribillado por las balas en el barranco y el hombre joven en la rueda. Las fotografías de la computadora pasaron entonces ante su mente.
Mark y Aimee. La misma pareja que ella había visto con el Senador Cooley.
—-----, Dios maldición, dije que te despiertes.
----- se despertó con un grito ahogado, temblando en el abrazo de Joseph cuando ella advirtió que estaba de pie en medio del suelo de su dormitorio, desnuda y estremeciéndose por el frío mientras levantaba la mirada hacia él por el shock.
Ella inspiró ásperamente, alientos grandes, tragando aire, como si hubiera estado privada de oxígeno. Su cabeza se sacudía en sus hombros.
—Párate. —Ella trató de levantar sus manos, que apretaban contra su abdomen más que su pecho mientras la sacudida paraba y ella lo miraba con sorpresa—. ¿Qué estás haciendo?
—¿Qué demonios hacías tú?, —le gruñó él ferozmente—. Sales de la cama refunfuñando sobre formación y agotamiento sólo para comenzar a sacudirte como si alguien te robara el aliento. Apenas te agarré antes de que cayeras al suelo.
Ella sacudió su cabeza, tratando de recordar. Tenía que recordar el sueño. Ella se mordió el labio cuando él la arrastró de regreso a la cama y envolvió su tembloroso cuerpo con el edredón.
—¿Con qué demonios soñabas, -----?
Sueño. No, no un sueño, un recuerdo. Ella frunció el ceño cuando las imágenes desunidas atisbaron en su mente.
—No lo sé. —Ella sacudió su cabeza, poniéndose la mano en su frente mientras las imágenes trataban de solidificarse. Caras. Ojos cerrados. Ojos muertos. Sin esperanza. Sin libertad.
Recuérdame.
Ella se estremeció cuando la voz resonó por su cabeza. La sensación, el dolor de un animal, el grito de una mujer joven.
Ella alzó sus ojos a Joseph, viendo la preocupación en su mirada mientras él se encorvaba ante ella, las manos que rozaban sus brazos mientras ella parpadeaba por la sorpresa.
—Los he visto. —Ella lo miró fijamente con horror—. Oh Dios mío, Joseph. Los he visto. —Ella tropezó, apartando sus manos mientras retiraba la manta y caía contra él.
—-----, cálmate. —Su áspera orden, la severidad de su voz, la hicieron calmarse, pero su mente estaba todavía en un estado de caos.
—Suéltame. —Ella sacudió su cabeza ferozmente—. Tengo que vestirme. Tengo que ver aquellas fotos otra vez. Esas que me mostraste antes.
—¿Mark y Aimee? —Su tono era más agudo ahora.
Ella asintió bruscamente, su mente que batallaba mientras luchaba por recuperar el sueño. La mayor parte era todavía nebulosa, pero ella recordaba caras.
—Había cuatro. ¿Dónde están las otras dos? —Ella se apartó de él mientras se movía a la silla y se ponía la suave y larga bata de franela.
—¿Había cuatro? —Él se vestía también—. ¿Cuatro qué?
—Castas. —Ella empujó los dedos por su pelo enredado—. Yo soñaba, pero esto no era un sueño. Esto es tan… raro— Su voz era espesa por la desesperación que rabiaba por ella, haciéndola estremecerse ante el sonido.
—Ven aquí. —Él la giró, empujándola suavemente a la silla cuando ella advirtió que él estaba totalmente vestido—. Ponte los calcetines, el suelo está frío. Mantienes este lugar como un congelador.
Ella frunció el ceño cuando él le un puso par de calcetines sobre sus pies.
Ella se sentía congelada, pero no por el aire acondicionado.
—Párate, Joseph. —Esta intensidad repentina en él le dolía. ¿O era el sueño?— Me olvidé de bajar el aire, pero me gusta frío por la noche. Es todo. Tengo que ver esas fotos de las castas que murieron otra vez.
Ella recordó sus caras ahora. Pómulos altos, ojos exóticos. Miradas muertas. Ella tragó con fuerza ante el recuerdo.
Sus ojos estaban muertos, pero algo rabiaba dentro de ellos, tan profundamente que casi la había quebrado cuando lo había experimentado.
—Ellos lo sabían… —declaró ella entonces—. Mark y Aimee, estaban allí en la Academia cuando tropecé en el vestíbulo. Ellos estaban con alguien…—Ella luchó para recordar quien—. Ellos sabían que yo podía sentirlos. Cuando me di la vuelta para marcharme, esto estaba en mi cabeza. Nunca oigo pensamientos. Pero lo oí en mi cabeza, alguien diciéndome que los recordase.
Él se enderezó rápidamente, agarrando su mano mientras le ayudaba a levantarse de la silla y la conducía fuera del dormitorio.
—Háblame sobre el sueño —le exigió él mientras se dirigían hacia abajo por el pasillo. Su brazo le rodeó la espalda, estabilizándola a pesar de que ahora ella se movía bien.
—Te lo dije, es confuso. —Ella tuvo que luchar para contener el chasquido de su voz, la cólera instintiva que era más un remanente del sueño que cualquier verdadera cólera que sintiese.
—Pero recordé a Mark. Él habló; él le recordaba a alguien sobre un vuelo. Alguien que estaba furioso con él.
Había tres otros con él. La muchacha que fue asesinada con él y otra pareja.
—¿Cuatro castas? —Él echó un vistazo hacia ella mientras bajaban la escalera.
—Dos hombres y dos mujeres. —Ella asintió—. Recuerdo sus caras. Recuerdo el dolor de alguien. Era horrible. Una mezcla de rabia y pena que no tenía sentido. Nada de ello tenía sentido. Pensaba que era algo más, porque cuando ellos se acercaron comenzó a disminuir. Pensaba que estaba sólo cansada y débil, y que los pensamientos y los sueños de los reclutas de la Academia eran más fuertes debido a ello. Esto pasa cuando estoy exhausta.
—Ellos habrían sido conscientes de que tú los recibías —dijo él en tono grave mientras entraban en la cocina—. ¿Puedes arreglártelas para hacer un café? Encenderé el ordenador portátil y llamaré a Jonas. Tenemos que llevarte al Santuario inmediatamente, hasta que puedas recordar con quién estaban. No podemos arriesgarnos más.
Ella apretó los dientes ante el pensamiento del complejo Felino, pero no dijo nada mientras se movía a la cafetera. Tal vez él tenía razón. Ella no podía recordar quién había .estado con aquellas Castas, pero sabía que el recuerdo volvería pronto. Podía sentirlo, más allá de su alcance pero cerca


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Mensaje por Ory Sáb 14 Sep 2013, 11:53 am

¿A quién había ella con ellos? Apretó los dientes mientras luchaba por recordar quién había estado allí esa noche. Ella recordó el mal que la tocaba y la impresión de depravación, de perversa lujuria.
Mientras hacía café oyó a Joseph al teléfono, su voz era baja y controlada.
A pesar del shock que el sueño le había dado a su sistema, ella sintió una onda de calor que viajaba por su cuerpo mientras escuchaba la conversación. Era desconcertante esta reacción que tenía hacia él. Ella lo quería, no importaba donde estuvieran o lo que hicieran. En medio de una carrera desesperada por la seguridad o en enfrentamientos contra él sobre su arrogancia, no significaba ninguna diferencia. Y aunque ella supiera que la hormona se había añadido a la excitación que palpitaba en su interior, también sabía que lo habría querido de todos modos.
Ella lo habría amado de todos modos.
Se inmovilizó ante el pensamiento. No había querido confesarse culpable de amarlo. Él era arrogante, orgulloso; más grande que la vida a veces y la volvía loca con su engañosa pereza y su humor seco. Pero él crecía en ella. Infiernos, él había crecido ya en ella, alrededor de ella y en su interior. No podía imaginar la vida sin él.
—Puede pasar un rato antes de que Jonas pueda llegar aquí. El avión a reacción de mierda está en Israel recogiendo información en varios antiguos Laboratorios del Oriente Medio. Tiene que llamarlo y luego salir.
—¿Es el único? —Ella odió el sentimiento enfermizo del agujero en su estómago ante las noticias.
—El único en la reserva —dijo él ásperamente—. Los demás están en misiones y más lejos. Y no pueden ser llamados. Además, hasta esperándolos para volver al Santuario antes de venir, Jonas sería más rápido.
—¿Cuál es su tiempo estimado de llegada? —Ella miró el café comenzar a gotear en el pote.
—Casi a medianoche —gruñó él—. Pero, por otra parte, dormiste la mayor parte del día. Tenemos tres equipos fuera de la casa y mucha protección hasta que llegue. Pasaremos por las fotos, conseguiremos la información que necesitamos y estaremos listos cuando el avión a reacción llegue aquí. Ningún problema.
Ningún problema.
Ella presionó la mano sobre su estómago, esperando todavía el miedo instintivo que se elevaba en su interior. A veces esto no significaba nada. Absolutamente nada. Otras veces… Ella no podía pensar en las otras veces. No pensaría en ellas. Ella no podía permitirse perder la frialdad ahora. No cuando ellos estaban tan cerca. No cuando podía sentir las respuestas moviéndose dentro de su cabeza.
Su mano se elevó a su pelo, sus dedos se apretaron en él mientras luchaba por forzar el recuerdo, por entender lo que pasaba y por qué.
Ella apretó sus puños para impedirse llamar a su padre.
Él vendría a por ella. Llamaría a su tío en la reserva y lanzaría una red sobre ella haciéndola sentirse segura y a gusto.
Ella casi sacudió su cabeza ante el pensamiento. Ella no podía implicar a su padre en esto. No importa lo enfermizo que el sentimiento se hiciera en el creciente agujero de su estómago, ella no podía implicar a su familia.
Que Dios la ayudase si hiciera que uno de ellos muriera. No podría vivir con ello. Sería más de lo que su conciencia podría soportar. Además, ella no estaba indefensa, se recordó. Joseph y sus equipos estaban aquí. Ellos estaban bien entrenados, demasiado bien entrenados. Ellos serían seguramente una fuerza formidable contra cualquiera que intentase tratar de atacar.
Otra vez.
Ella miró el café manar despacio en el pote, su ceño fruncido haciéndose más profundo mientras luchaba contra las nieblas que se arremolinaron alrededor del recuerdo, luchando para entender por qué había olvidado el acontecimiento.
Porque no había sido el primero, se contestó ella. Esta no era la primera vez que las emociones y las sensaciones la habían atacado sin una razón clara. Durante aquellos días en la Academia, encajonada en un área llena de tantas personas diferentes y personalidades, ella a menudo sufría de tales episodios.
Empujando sus dedos agitadamente por su pelo, ella se apartó de la cafetera y caminó a la ventana cubierta por las sombras. Ella levantó un listón y miró tristemente mientras recordaba las emociones que habían manado de una o quizás incluso de todas las castas que ella había visto esa noche.
La pena había sido horrible, y había sido de naturaleza femenina. Lo recordaba del sueño. Ella miró fijamente en la distancia, concentrándose en la hilera de montañas bajas que se elevaban más allá de su casa.
Era primera hora de la tarde. Ella estaba asombrada de haber dormido tanto tiempo. El sol comenzaba ya su lento viaje a lo largo del horizonte antes de permitir al cielo oscuro converger sobre la tierra.
Ella cerró sus ojos, y cuando lo hizo, una cara vaciló ante su vista interior. Una sonrisa familiar y afectuosa. Los ojos azules claros llenos de risa… con el hielo. El ritmo de su corazón aumentó mientras el temor comenzaba a temblar por sus venas.
No podía ser él, se dijo ella ferozmente. Tenía que estar confundida.
—-----, ven a sentarte y toma un poco de café.
La voz de Joseph era baja, calmante.
—Cálmate y luego revisaremos las fotos otra vez.
Ella se volvió hacia él, sorprendida.
—Estoy tranquila.
—¿Lo estás? —Su mirada se encontró con la suya solemnemente—. Puedo sentir tu mente furiosa, cariño. No vas a encontrar las respuestas así. Tienes que aprender a examinar cuidadosamente la información. Y a separar lo que no es importante de lo que lo es.
Ella dejó caer el listón mientras cruzaba los brazos bajo sus pechos y se daba la vuelta totalmente.
—Ellos han estado mirándonos. —Ella lo sabía; podía sentirlo en el balanceo enfermo de su estómago.
Él lo sabía. Ella lo vio en sus ojos. Afortunadamente para él, no trató de mentir sobre ello.
—En algunas raras ocasiones —asintió él—. Dos de los equipos que traje conmigo los buscaban. Los he llamado más cerca de la casa para una vigilancia completa hasta que Jonas llegue. No nos arriesgaremos.
—No estoy asustada —le aseguró ella—. Pero puedo sentirlos. Ahora nos están mirando.
Ella no podía sentir sus emociones, sólo la sensación de ser observada y de ser apuntada.
—Mis hombres también los esperan. —Él se movió de donde se apoyaba en la entrada, caminando hacia la cafetera, y sacó dos tazas del armario—. Tenemos que comer. Te quiero en tu mejor forma esta noche y antes de que revises esas fotos. Tu sistema se mueve más despacio cuando tiene hambre.
Las palabras eran muy contenidas. El hombre que se movía alrededor de su cocina no lo era. Ella podía ver las líneas tensas de sus hombros, la preparación de su cuerpo. Él estaba en alerta máxima.
Él sirvió su café y lo colocó en la mesa, haciéndole señas para que se sentase antes de volverse de regreso al mostrador. Mientras lo miraba y bebía a sorbos el líquido oscuro, él reunió una comida rápida de huevos, salchicha y tostadas. La comida era un asunto silencioso mientras ----- luchaba para encontrar el equilibrio. Otra vez.
Ella podía manejar el peligro. La persecución el día antes había sido estimulante, a pesar de las posibilidades de muerte. Agudizando su ingenio contra aquellos más grandes y más resistente que ella lo era y quedarse en el equipo ganador era un subidón que encontró que ansiaba. Pero aquel sueño la había perturbado como nada más lo había hecho hasta ahora. El conocimiento de que alguien que conocía podía matar tan cruelmente la desgarraba.
—Tengo que vestirme. —Ella empujó su plato hacia atrás, satisfecha de haberse casi terminado la enorme cantidad que él había sacado para ella.
—Continúa. Y dúchate mientras estás en ello. —Él asintió en la entrada—. Haré unas llamadas más y volveremos a las fotos cuando bajes de nuevo.
—Estás tratando de protegerme. —Ella suspiró cansadamente mientras se ponía en pie, mirándolo fijamente mientras él venía hacia ella. Ella miró su expresión atentamente cuando él extendió la mano, sus dedos que acariciaban su mejilla.
—Una clase diferente de protección —le aseguró él suavemente, su voz retumbando por la emoción—. Puedo sentir tu confusión; infiernos, puedo verla. Y tu dolor. Esto… —Su mirada vaciló con una pequeña cantidad de su propia confusión—. Esto me afecta, -----. Yo mataría para contener lo que veo frecuentar tus ojos. Esto me rompe el corazón.
Él le rompía su corazón. Su garganta se apretó por la emoción de su voz, la sinceridad. Los lazos que los ataban el uno al otro sólo se hacían más profundos. Apretados. Y en vez de correr como siempre hacía en el pasado, no quiso otra cosa que descansar en sus brazos. Sólo un poco más de tiempo, antes de que el destino tuviera una posibilidad de arrancarlo de ella.
El pensamiento la aterrorizó.


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Mensaje por Ory Sáb 14 Sep 2013, 11:55 am

Ella asintió sin hablar y se escapó. Necesitaba silencio. Tenía que sentirse sola y no observada. Necesitaba una ducha, porque tan seguro como que estaba de pie allí, se había dado cuenta finalmente del porqué de la pena de aquella casta femenina, Aimee, había sido tan fuerte. Y eso la ponía enferma hasta su alma, porque ella estaba terriblemente asustada de no equivocarse sobre la cara que se materializaba en su memoria.
Mac Cooley. El mejor amigo de su padre. Y el violador de Aimee así como, con la mayor probabilidad, la razón de su muerte.
 
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Mensaje por fernanda Sáb 14 Sep 2013, 3:35 pm

DIOS PERO QUE PASA EH? TIENES QUE SEGUIRLA!!!!!!!
fernanda
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Mensaje por Ory Miér 18 Sep 2013, 7:17 pm

cada vez se pone mejor ¿no? :P
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Mensaje por Ory Miér 18 Sep 2013, 7:20 pm

Capítulo diecinueve

 
Él podía sentir su llanto.
Joseph estaba de pie en el mostrador de la cocina, sus brazos apoyados en el borde, su cabeza baja mientras luchó contra la tirantez en su pecho.
Ella le rompía el corazón y ni siquiera lo sabía.
Infiernos, él no había imaginado que esto pudiera pasar, pero podía sentir su dolor. No había ningún bloqueo, ningún escudo lo bastante fuerte como para permitirle evitarlo. Como había sentido su euforia y su triunfo durante la persecución el día anterior ahora sentía su pena.
Él nunca se había permitido dejar entrar emociones de los demás. Quedándose separado, manteniendo aquella parte de él libre que hubiera sido imperativa que lo fuera si iba sobrevivir en un mundo donde compañeros de camada eran asesinados delante de sus ojos y la depravación era la norma en vez de algo extraño.
Pero no podía evitar a su compañera.
Cualquier cosa que hubiese sucedido en el sueño, había sido tal shock para su mente que reponerse de ello le tomaba ahora toda su fuerza.
Él había sentido su necesidad de evitarlo, la necesidad de silencio, y lo había permitido. Esto había sido bastante difícil para ella, ahora que la verdad estaba tan cerca. Ella estaba desequilibrada, desinclinada a aceptar cualquiera de las verdades que se le habían mostrado.
Los sueños de los empáticos raramente eran bonitos. No importa lo fuerte que uno tratase de bloquear las partes más oscuras de los pensamientos y miedos de un humano, eso nunca funcionaba totalmente. Al menos, no para un humano empático. Las castas habían nacido con escudos naturales, cortesía de su ADN de animal, las reglas sólo cambiaban un poco para ellos. Megan no tenía ninguno de aquellos bloqueos naturales. Aunque sus sentidos se hacían más fuertes.
Ella se había dado cuenta de los ojos mirando la casa cuando miró más allá de la ventana, aunque antes hubiera sido benditamente ignorante de ellos. Y Joseph le había permitido la ignorancia, seguro de que esto le serviría para estar cómoda en vez de estar siempre en guardia.
Él hizo una mueca con fuerza mientras luchaba por ir junto a ella. Esta era una batalla perdida y lo sabía. No podía impedir intentar consolarla más de lo que podía impedir respirar.
Él sacó su teléfono móvil de la funda en su costado y rápidamente marcó en la línea segura al líder de equipo que estaba fuera.
—Tarek. —La voz que vino de la línea era una sorpresa—. Tu trasero debería estar de vuelta en Fayetteville. —Joseph sonrió—. Manteniendo caliente a tu compañera. ¿Ella sabe que estás jugando?
Tarek se rió. La risa era algo que había conocido raramente en el otro hombre hasta que encontró a su compañera.
—Ella está sana y salva con su familia de visita en el Santuario con las mujeres de Callan y Taber mientras sus hermanos se coordinan allí con las fuerzas de seguridad.
—En otras palabras, que no —replicó Joseph—. Ella va a despellejarte cuando lo averigüe.
—Volveremos contigo cuando Jonas llegue esta noche. Ella me perdonará. —Su voz contenía la confianza de un hombre bien amado por su mujer.
—Eso esperas —gruñó Joseph—. Cubre con fuerza la casa hasta nuevo aviso. Si los observadores se mueven, necesitaremos una buena ventaja de cinco minutos a ser posible.
—Nos replegaremos y tomaremos posición encima entonces. —La voz de Tarek se hizo firme mientras el comandante de las castas se deslizaba fácilmente en el lugar.
—Aunque permanece en contacto antes de anochecer. Tengo un sentimiento cada vez más malo cuanto más se acerca.
Sí, él también. Lo bastante como para que estuviera cerca de desobedecer la orden directa de Jonas de quedarse en la posición hasta que llegara el helijet.
—Estaremos totalmente listos para movernos de ser necesario antes del anochecer.
Él finalmente suspiró. La ciudad era una mala idea. Atraer a los inocentes en un fuego cruzado no era una solución razonable.
Él desconectó, deslizó el teléfono en la funda y se dirigió hacia arriba. Cada paso le llevaba más cerca de los hilos de dolor mental que podía sentir emanando de su compañera.
Su compañera.
Dios lo había dotado de algo tan precioso, tan puro, y él estaba aterrorizado de verlo roto. Ahora entendía por qué la familia de ----- se juntaba alrededor de ella, luchando para protegerla e impedir al mal del mundo tocarla.
Ella era como un aliento de primavera. De esperanza. Ella había soplado en su vida, en su corazón, y le había arrebatado cualquier posibilidad que hubiera tenido de defenderse contra ella.
Él nunca había creído antes tener una debilidad; ahora sabía que la tenía. Él nunca había creído que pudiera encontrar la fuerza que necesitaba fuera de él. Ahora sabía que se había equivocado. ----- era su debilidad, pero era también su fuerza.
Él abrió de un empujón la puerta de dormitorio y se desnudó silenciosamente antes de ir al cuarto de baño. La puerta no estaba cerrada con llave y se abrió fácilmente bajo su mano. El sonido del correr de la ducha debería haber ahogado sus sollozos. El olor de agua clorada debería de haber cubierto el olor salado de sus lágrimas. Pero no lo había hecho.
Él caminó a la bañera, retirando la cortina de la ducha despacio y mirándola. Ella sabía que él estaba allí.
Ella luchaba por calmarse, por contener las lágrimas y el dolor.
—Lo siento. —Su voz era ronca, haciéndose querer por la fuerza que vio él.
—¿Por qué?, —susurró él mientras cerraba el agua, atrayéndola. Él tomó una toalla del estante en la pared y la ayudó a salir de la bañera—. ¿Por sentir? ¿O por ser lo bastante fuerte como para llorar cuando otros no pueden?
Él nunca había llorado.
Ella lo miró. Sus ojos azules, tan profundos como los océanos a los que le recordaban, lo miraron hasta dentro de su piel oscura. La seda empapada de su pelo colgaba por su espalda, casi rozando sus caderas. Comenzó a secarla despacio. Él envolvió los mechones medianoche en otra toalla y luego trabajó para secar la humedad de su cuerpo.
Ella era exquisita. Su cuerpo había sido formado por la naturaleza con suave músculo femenino liso bajo su carne de seda. Resistente.
Ella era curva donde debería serlo: en sus pechos plenos, del tamaño perfecto para llenar las manos de un hombre. Sus caderas curvilíneas, que sus manos ahuecaban fácilmente para sostenerla en su lugar bajo los empujes de su cuerpo. Su barriga, ligeramente curva, suave y brillando con una vida propia.
Su palma la acarició allí mientras se maravillaba de las diferencias entre su carne áspera y resistente y la suave seda de la suya.
Un día, su bebé podía descansar allí, pensó. A pesar de las tentativas repetidas de los científicos de forzar la concepción, nunca habían logrado conseguirla por los medios más aceptados. Una hembra de las castas no podía concebir sin el Acoplamiento.
Un macho de las castas no desarrollaba el semen compatible para la cría sin el acoplamiento. Y el acoplamiento requería algo en lo que aquellos bastardos de los científicos no habían creído: una vinculación. La unión de dos mitades en un todo. Las castas habían sido bendecidas por la naturaleza de un modo en que un ser humano normal nunca podía serlo, y estar seguros de que aquel un hombre o mujer era suyo y solo suyo. Así que la naturaleza había jugado una carta inesperada. Sólo con el acoplamiento podía ocurrir la concepción.

Joseph cerró los ojos cuando sintió sus dedos en su pelo, repasando los hilos y acariciando su cuero cabelludo. La sensación envió placer corriendo por su cuerpo. Sus labios estaban húmedos, separados y esperando su beso.
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Mensaje por Ory Miér 18 Sep 2013, 7:21 pm

Él lamió las curvas sedosas, atrapando su grito ahogado mientras sus manos acariciaban en su espalda. Sus dedos saborearon la sensación de la piel satinada mientras se movían a lo largo de su costado, dejando de lado los globos dorados de sus pechos y susurrando a través de sus pezones.
Su respuesta fue inmediata y caliente. Un pequeño gemido salió de sus labios, aguijoneando directamente a su miembro mientras este se sacudía con la exigencia del hambre.
Joseph permitió que una pequeña sonrisa asomara en sus labios cuando él la giró, apoyándola contra el mostrador del fregadero antes de agarrar sus caderas y levantarla hasta que su trasero estuvo colocado contra la fría cumbre.
—Separa tus piernas para mí. —Él se arrodilló ante ella, apoyando sus pequeños pies contra sus hombros mientras su palma se presionaba contra su estómago—. Inclínate hacia atrás, cariño. Déjame tener mi postre. Crema dulce y suave, justo de la forma en me gusta.
Su lengua lamió la pequeña raja separada, sus papilas gustativas explotaron con el gusto de la dulzura especiada mientras sus manos apretaban en su pelo.
—Esto es tan depravado. —Un suspiro pequeño, lleno de excitación, susurró alrededor de él mientras su lengua rodeaba su clítoris.
El pequeño brote hinchado estaba tan sensible que cada lametón a su alrededor hacía que sus jugos interiores fluyeran contra sus dedos mientras él masajeaba la sensible entrada.
—Uh-uh —gruñó él—. Aún no nos hemos puesto depravados.
—¿No lo hemos hecho? —Ella jadeó cuando él puso un dedo dentro de la pequeña entrada de su sexo, acariciando los pequeños músculos apretados que agarraban el dedo tan eróticamente.
—Hmm, aún no. —Él apretó sus labios y besó despacio su pequeña raja.
Sus caderas se sacudieron mientras sus muslos se apretaban, un pequeño grito necesitado que abandonó sus labios. Dios, ella sabía dulce. Y tan puñeteramente caliente. Él dejó a su lengua rodear el hinchado brote, sintiendo los pequeños y estremecidos pulsos de respuesta cuando él persistió contra ello antes de amamantarlo ligeramente.
Ella respiraba ahora con más dificultad, pero infiernos, él también.
Mientras él acariciaba su clítoris, su dedo pinchó en su sexo, frotando, acariciando, encontrando todos los pequeños puntos suaves que la hacían gritar ahogadamente, que hacían que aquellos pequeños gemidos calientes abandonaran su garganta mientras ella pedía más.
Cuando él comenzó a trabajar otro dedo en su interior chupó con más dureza, sintiendo aumentar su orgasmo mientras su sexo se apretaba y temblaba alrededor de su dedo. Maldición, darle placer era enloquecedor. Oír aquellos pequeños gemidos calientes, sentirla apretarse y oírla suplicar. Esto se le subía a la cabeza como un narcótico, sabiendo que él podía hacerla perderse con su toque.
Pero él se perdía también en su toque. Sus dedos agarraban su pelo, acariciando su cuello. Sus muslos se apretaban contra su mejilla, sosteniéndolo en el lugar mientras él la empujaba más cerca de la liberación hacia la que ella tan desesperadamente pugnaba.
Su crema fluyó de ella. Lo hizo cubriendo sus dedos mientras él los movía más profundamente, acariciándola y aumentando el calor que rabiaba dentro de su cuerpo. Sus caderas comenzaron a retorcerse, rozando su clítoris más duramente contra su lengua mientras chupaba en el pequeño brote.
Ella estaba tan cerca. Tan hinchada y suplicando la liberación.
Su coño apretaba en cada marcha atrás de sus dedos, chupándolo hacia atrás con cada entrada.
—Joseph. Oh Dios. Joseph, déjame correrme. —Su voz era ronca y rica por el hambre.
Él murmuró suavemente contra su carne cubierta de crema, su lengua aleteando en su clítoris, su boca chupando con más fuerza cuando él la empujó precipitándose hacia la explosión que ella buscaba tan desesperadamente.
Él sintió que esto la golpeaba. Ella se tensó, frenando sus dedos con una fuerza que hacía que su miembro se sacudiese ante el hambre de sentirlo también. Pero primero él tenía necesidad de probarla. De sentir y de consumir el placer que manaría de ella.
Él movió sus dedos más rápido, más profundo, conduciendo en ella como su clítoris hinchado y pulsante. Su grito de la liberación resonó alrededor de él. Una presión final que chupaba en su clítoris para asegurar que él había dado su satisfacción máxima antes de que él se retirara rápidamente, quitando sus dedos y conduciendo su lengua dentro de su sexo lloroso.
Ella gritó otra vez cuando él lamió. Sus caderas se sacudieron violentamente cuando el siguiente orgasmo se extendió por ella. Él lamió y sondeó, llenando sus sentidos de su gusto, de su placer, antes de ponerla en pie, alinear su miembro con el calor dulce y conducirlo a casa.
Su cabeza había retrocedido contra el espejo, su expresión estaba llena de éxtasis mientras sus labios se separaban jadeando por recuperar las fuerzas mientras un grito de súplica los abandonaba. Las pequeñas uñas agudas se clavaron en su cuero cabelludo cuando él se inclinó cerca, sus labios cubrieron la pequeña señal en su hombro, su lengua lamió, acariciando mientras él la jodía despiadadamente. Conduciendo dentro y fuera de ella mientras se precipitaba arrebatadamente hacia su propia liberación y provocaba la suya cuando sus dientes se hundieron en su carne.
Esto era el cielo. Esto era el éxtasis. Este era el placer más increíble que él podía haber conocido jamás. Él sintió que la lengüeta se extendía, cerrándose en los músculos de su sexo mientras su miembro vomitaba su liberación y la pequeña extensión vibraba por el cataclismo.
En aquel segundo él nació de nuevo en ella. Sintió el toque de su alma en la suya mientras su mirada encontraba la profundidad de los aturdidos ojos azules que lo miraban. Él sintió un torrente de euforia y de posesión un segundo antes de que su cabeza retrocediera y un rugido saliese de su pecho.

Su compañera.
Ory
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La marca de ----- joe y tu (Lora Leigh) - Página 7 Empty La marca de ----- (Lora Leigh adaptada Joe y Tu)

Mensaje por Ory Miér 18 Sep 2013, 7:22 pm

Sólo Dios sabía cuanto tiempo había pasado antes de que Joseph fuera capaz de soltar su presa en ella. Su cabeza estaba sepultada en su largo pelo mientras él la aplastaba, sosteniéndola y calmándola.
Él la limpió suavemente, secando la hinchada y suave carne que había invadido.
Tal placer nunca debería haber sido posible. Esto le envolvía el alma y lo llenaba de una luz que lo calentaba de dentro a fuera. Calentando donde una vez había sido frío. Calmando donde había habido sólo dolor. Como ----- lo hacía. Ella era el milagro.
—Quise ser fuerte —le dijo ella momentos más tarde cuando él retrocedió, estabilizándola, y estuvo en pie ante él—. Quise aceptar lo que recordaba y luego continuar. —Su voz estaba ronca por la pasión gastada, con una tristeza renovada—. No puedo aceptarlo, Joseph.
El peso de su voz lo desgarró. Dios, él nunca había creído que el dolor de otro pudiera afectarlo tan profundamente.
—¿Aceptar qué, -----? —Él mantuvo su voz suave y tranquila. Este no era el momento de presionarla. Él no podía presionarla. Cualquier cosa que atormentase sus recuerdos, ella tendría que liberarla sola.
—Aimee. —Su contestación lo sorprendió.
Ella se alejó de él, alcanzando la ropa que había colocado antes.
—Me acuerdo de sentir la pena en aquel sueño. Dios, era tan fuerte. Pensé que mi alma se desgarraría de mi cuerpo, dolía tanto. Y yo no sabía por qué.
Él lo sabía. Había sentido él mismo la pena cuando esta manaba de las mujeres jóvenes en los Laboratorios. El horror y el triste conocimiento de que ninguna parte de sus cuerpos o de sus almas era sagrada.
—Ella fue violada. —Su voz era un mero aliento de sonido—. No podía haber sido mucho tiempo antes de que yo los viera en la Academia. Y ella parecía tan tranquila. Sus ojos estaban tan muertos como los demás, pero esto manaba de ella. —La cólera espesó su voz—. Y la rabia. —Su voz era espesa con el recuerdo—. La rabia era masculina. Mark lo sabía, y no había nada que pudiera hacer sobre ello.
Joseph hizo una mueca. Que Dios tuviera misericordia. Él no podía imaginar vivir con el conocimiento de que algún bastardo había forzado a ----- de esa forma. Él no había sido consciente de que Mark y Aimee se habían apareado, pero recordaba claramente los días cuando su futuro había sido incierto. Mark y Aimee habían sido tan desafortunados, luego Mark no habría tenido ninguna otra opción, sólo resistir. La vida de su compañera habría superado el orgullo, y la rabia se lo habría comido vivo.
Joseph salió del cuarto de baño a donde había dejado caer su ropa en la siguiente habitación. Se vistió rápidamente, pero pasaron varios largos momentos antes de que él pudiera apartar la vista de las botas que se estaba atando y mirara hacia ella mientras entraba en la habitación.
—¿Quién fue? —Él tenía que saber a quién había visto. La necesidad de matar lo llenaba de furia y odio. Él quería la sangre del bastardo.
Él sintió su vacilación y se preguntó si ella sentía la furia que él luchaba por contener. Él no quería que ella la sintiera, no quería que supiera del negro odio que manaba dentro de él.
—Pensaba que él era un amigo. —Ella mantuvo baja su voz, luchando contra el dolor que se elevaba en su interior. La confusión llenó la habitación, la lucha por aceptarlo, por pasar de la negación a las respuestas que había encontrado en su interior.
—-----. —Él se puso de pie despacio y se movió hacia ella, agarrando sus hombros mientras le hacía levantar la vista hacia él—. Tengo que saber quién era. Tengo que saber a lo que nos enfrentamos.
—Tiene sentido ahora. —Una risa frágil y amarga abandonó sus labios mientras ella lo miraba—. Cómo logró parar a los militares. Cómo podía encontrar mi lista. Todo.
Un misterioso presagio comenzó a llenarlo.
—Pensaba que él era un amigo —dijo ella otra vez, su voz ronca cuando la traición la llenó—. Pero no lo era. Mató aquellas castas y ahora quiere matarme, porque sospechó que sus muertes podían provocar el recuerdo de haberlo visto con ellos. Y él es el mejor amigo de mi padre, Joseph. Es el Senador Cooley. El Senador Mac Cooley.
Bingo.
 

 
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