Sixteen Devils.

Lore

Habían pasado cuatro días de lo sucedido y mi cabeza no era capaz de alejar con precisión todos los pensamientos de aquella noche.

Mis ojos tanteaban en rededor, aun afectados por la reciente masa de poder entre las manos de Noah. Ante mis ojos vislumbraba lo que con tantas ansias había querido ver: el uso de su poder. Había sido una mezcla de sensaciones, que hasta ahora, todavía me agobiaban desde lo más profundo.

El destello azul.
La fuerza sobre todo mi cuerpo, que lograba retenerla, para aprovecharse de ella.
Y después, caí.

Caía desde el interior, precipitándome a un vacío imaginario, que probablemente solo tomara un par de horas para caer en la locura absoluta. El gran bulto de sensaciones que colmaban mi cuerpo desde aquel día no hacían más que disipar los pensamientos más cuerdos que rondaban por mi cabeza, haciendo que lo demás no fueran más que vagas divagaciones, que en un final, hacían parte de los recuerdos de mi día, y por lo tanto, se instalaran en lo más profundo de mi subconsciente, como lo hacía una simple mancha borrosa entre los cuadros blancos y negros que conformaban en fino piso de linóleo.

Y solo hasta ese momento me di cuenta que ya era de día.

Mi corazón iba a cien, mientras mis manos agarraban con firmeza los extremos de las sabanas que hacía apenas unos cuantos segundos me cubrían casi totalmente.

Llovía. El sonido inconstante de las gotas traspasaba la ventana, generando un tamborileo sobre mis oídos. Definitivamente, debía estar delirando. Además de eso, la ventana que daba a mi cama, estaba abierta. ¿Por qué demonios no recordaba que había  dejado la ventana abierta? Tal vez ese era el motivo de mi engorrosa noche; fría e incómoda, junto al cortejo de pensamientos incapaces de abandonarme.

Después de apartar con ligereza las sabanas de mí, camino de igual manera con el motivo claro. Pero, unos dos pasos antes de llegar a mi destino, mi hombro ardió. Como acción automática, llevé mi mano a él. El dolor no disminuyó. Ahora, además de tener la sensación de que me hubieran marcado con metal caliente, también se encontraba instalada una sensación que nunca antes había experimentado (ni siquiera la noche en la que había quedado atrapado en el cuarto de calderas a los diez). Mi espalda se arqueó casi al instante, dejando mi respiración agitada y superficial.

Mi cuerpo caía al mismo al mismo tiempo que mis pensamientos lo hacían, desviando mi mirada hasta el techo de escayola. Se me estaba yendo la bola, y debía hacer lo que fuera por retomar la compostura, por más difícil que se me hiciera si quiera llenar mis pulmones de aire.

El sonido de la puerta arremetió contra mí, dejando escapar la última respiración contenida. Mis ojos se cerraron, y por fin, caí por completo.

—¡Connor! —grito mi hermanastra, sacudiendo mi cuerpo desde mis hombros.

Mi cuerpo se sentó de golpe, al mismo tiempo que mi respiración se acompasaba.

—Vaya, hasta que despiertas —habló Lorraine, ladeando un poco su cabeza—. Empezaba a pensar que ya habías pasado al otro lado.
Sacudí mi cabeza.

—No—dije—. Fue solo una pesadilla—repuse, retomando mi actitud que había llevado los días anteriores, con ella. Digamos que, explicarle a una chiquilla tres años menor que tu, las razones por las que desaparecí por más de veinticuatro horas no había sido un proceso del todo agradable. Para nada. Más bien, había mantenido un perfil tenso en todo momento, agradeciendo su inconciencia para no llamar a mi padre durante mi ausencia. Menudo viaje debe estar pasando, como para arruinarlo con la quejumbrosa voz de la pequeña, reclamando mi ausencia, mientras su madre estaba al otro lado del mundo, junto a mi padre.

Lorraine se bajó de un salto de mi cama. Con la sutileza que siempre la colmaba, se encamino a la cocina, supongo.

—¡Vamos, Connor! ¡Creo que al menos podrías hacer algo por tu ausencia, ya que hoy no me apetece irme caminando! —escuché por poco su grito, el cual, seguramente, arrancó gran parte del aire que contenían sus pulmones.

Gemí en desacuerdo mientras aventaba las sabanas a un lado, para después asentir al vacío.

Fue entonces cuando desvié mi mirada al frente; la ventana estaba repleta de pequeñas gotas, que indicaban una llovizna reciente, y aun peor… estaba abierta.
Baje las escaleras saltándome un escalón de por medio con cada paso. La voz de Lorraine me agobiaba con cada paso que daba, al aumentar el volumen con el que me llamaba.

—Vamos, Lorraine. Si sigues así, tendrás que caminar.

Ella bufó, bajando su mirada nuevamente a su avena recién servida.

—Y por eso, Andrew se enterará de tu sospechosa ausencia—dijo. La misma Lorraine sabía que la mención de mi padre haría efecto en mí; lo sabía, como también sabía como usarlo a favor.

Desvié mis ojos, posándolos está vez en los de Lorraine; probablemente se veían un poco más oscuros, al igual que los de ella, que se habían tornado casi plata. Ninguno de los dos sonreímos. Sus ojos no se separaban de los mios, casi parecía como si tratará de ver a través de mí, escudriñándome por completo. Ese simple gesto fue suficiente como para que mis sentidos se avivaran, aumentando el latido de mi corazón hasta un punto máximo. Tenía la sensación de que la misma Lorraine podía escucharlo, después de todo, la atmosfera que habíamos creado daba aquella posibilidad.

«Aléjate de Lorraine—escuché el eco de la voz de Raissa; literalmente, sonaba algo plana, lo que generaba la sensación de escucharla desde mi interior. No era como las repatidas ocasiones anteriores, en donde su voz arremetía contra mi cuerpo como si estuviera solo a mi lado. Era diferente—. Sal… Connor. Hazlo lo más rápido que puedas».

Mi mandíbula se terminó de tensar, cayendo un poco hacía la derecha debido a la presión en exceso que estaba ejerciendo sobre ella.

Diablos. Si Raissa me advertía, debía hacerle caso.

Miré por última vez el asiento de Lorraine, que ahora estaba vacío. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.

Mi cuerpo, coordinado mis movimientos, con una independencia casi inhumana a la que normalmente mi cerebro otorgaba, hizo lo que decía. Sin palabra alguna, no sabía que podía avecinarse con ello, pero algo me decía que debía hacerlo. Porque, teniendo en cuenta todo lo que había pasado en tan solo unos cuantos días, ahora, a mis ojos, cualquier cosa era posible.

Mientras mis piernas se encargaban de aumentar la velocidad paulatinamente, mis manos cubrían el costado derecho de mi abdomen, donde se encontraba la única secuela visible después del ataque defensivo de Noah. La fuerza del impacto no había arremetido contra mí con la facilidad que lo había hecho con algunos, pero el impulso que cayó en mi cuerpo, fue suficiente como para impulsarme hacía atrás, colisionando con las ramas ya secas de un viejo cerezo. Quizás tenía una hemorragia interna, consumiendo lentamente mis posibilidades de vida; o quizás podía regocijarme entre una celebración, pero el constante dolor que se instaló en aquel punto específico me confirmo que no era lo uno, ni lo otro, a no ser que además del gran corte también estuviera herido de gravedad en mi interior.
Cuando di el primer paso sobre la propiedad Ivanov, mis manos apretaron con más firmeza el costado de mi cuerpo, aunque para eso, el dolor era casi nulo. Tenía esperado ver a Raissa en su casa, con la esperanza de que aun siguiera allí, y no en el instituto, como yo lo estaría, si el pequeño percance no me hubiera detenido.

Visualicé entonces a la mocosa causante de mis problemas: Lorraine. Por sentido común, descartaba la idea de que fuera ella con exactitud. Ante la desesperación que tornaban las palabras en mi mente, me abstuve a pensar más allá de los límites que mi ser racional delimitaban, teniendo aun en cuenta toda la experiencia. Una quimera, tal vez; producto de mi mente, que solo apuntaba a mis anteriores hipótesis de cordura.

El dolor punzante se había ido. Levanté mi camisa por primera vez en dos días, desde que había limpiado la herida mientras estaba en la ducha. Mi expresión cayó en horror…, la herida, que hacía apenas cuarenta y ocho horas carcomía mi anatomía, había pasado a la nada. Nada.

Desde mi posición se veían pequeños destellos de luz gracias al reflejo del sol, que había reinado en el cielo desde que la pequeña llovizna había cesado. Las ramas cubrían parte también de ella, dejando poco espacio para si quiera intentar deducir la presencia de alguien en la casa.

Me dispuse a llamar a la puerta, aun con el sepulcral silencio en el ambiente. Ésta se abrió en cuestión de segundos, dando lugar a una Raissa con las facciones un poco decaídas, como en una mañana nublada.

Hasta ese momento, no deje de morder con firmeza mi mejilla por el interior. No lo hice, hasta que sentí el desagradable sabor a hierro embriagarme.

—Mierda—solté sin preámbulos, pasando ahora mi lengua por la zona afectada.

La muchacha que seguía en frente, mantenía la vista evaluando mis acciones. Su mirada no me era incomoda, como lo había sido la de Lorraine, era más… reconfortante. Mis movimientos daban un deje de incomodidad, inquietos como mis ojos. Aun así, permaneció en silencio, aunque yo solo denotaba emociones extremistas. Era imposible no notar mi estado, ¡estaba que no me llegaba la camisa!

¿Qué debía exactamente preguntar? «Oh, sí, Raissa, ¿cómo sabías que mi hermanastra era un peligro?» O mucho mejor aún: «¿Por qué mierda no me lo habías dicho?» La respuesta era obvia, pero mi cabeza se enfrascaba en otórgale la mayor parte de la culpa a Raissa. Algo me decía que debía sumirme ante el hecho de que sin su ayuda probablemente no estaría allí, parado como un roble, mientras dejaba que me escudriñara con interés; pero, la otra parte de mí, insistía en las barreras de mi seguridad inquebrantable, antes de dejarme hundir frente a la mínima sensación de sentimentalismo.

—Raissa…

Sabía que ella sabía mucho más que nosotros, como también sabía que su voz de advertencia no había sido solo por una extraña desaparición instantánea por parte de mi hermanastra. Detrás de todo, había mucho más, mucho de lo que, en lo más profundo de mi neurosis, me negaba a abrirme, por más catástrofes milagrosas que se desplegaran delante de mis ojos.

Con apuro, sujetó mi antebrazo con firmeza, mientras sus pasos se adelantaban para salir de la propiedad. No me fijé si había cerrado la puerta, solo sabía que en sus ojos no había nada parecido a lo que alguna vez había visto, casi estaban tan blancos como los de Katrina al momento de localizar a Charlotte, Zayn y Keira con tan un brazalete. Denotaban un sinfín de sensaciones que eran capaces de erizar hasta mi último vello del cuerpo, derrochando color blanco y verde agua, incluso en la pupila. Definitivamente, era mucho más que espeluznante.

—Camina más rápido—me ordenó sin mirar, esquivando la mayoría de personas que se cruzaban en el camino, mientras daba pequeños empujones al resto.

Y fue solo en ese momento que me di cuenta de nuestro destino: el tormentoso bosque en el que habíamos estado hacía cuatro días.

Por el momento, me lamentaba que la poca cotidianidad (y muy poca en realidad; entre los dolores, angustia, y constante desasosiego instantáneo, los días se dejaban ir como si esperaran con calma el siguiente, dándome a entender que el martirio en el que nos habíamos adentrado, solo era el principio) en la que me había convencido de regresar, era solo una ilusión más.

Sin aviso alguno, las palabras recitadas por Aline se colaron entre mis pensamientos y divagaciones, hasta tomar un primer plano. « No estamos solos, aunque lo parezca así. Ellos no se han ido, nunca lo harán.» Y desde ese momento, no podía dejar de pensar lo contrario.
El bosque no tenía un estado muy diferente al de hacía unos días; ramas (en su mayoría ya secas) llenaban la mayor parte de la superficie, que, si se le bajaba un poco la intensidad del sol, podrían verse sombras espantosas a causa de los orificios con los que quedaban los árboles en su totalidad.

Los murmullos que se podían apreciar se hacían cada vez más entendibles, para, que en última estancia, solo se escuchara la estrepitosa voz de Kern. Si de lejos llegue a pensar que quizá serían vitoreas o risas, estaba muy equivocado. Las manos de la castaña se cernían entre su abrigo, emblanqueciendo un poco sus nudillos. En otra situación, me habría preocupado por su posible reacción, pero conociendo lo poco, sabía que su actitud defensiva resaltaba entre todas sus otras facciones.

—Creí que nunca llegarían—profirió Ryan, con su habitual sonrisa de sorna.

—Si—habló está vez Keyla, dedicándonos una mirada intensa—. Se estaban tartando demasiado. Por poco y me voy yo sola.
A su lado, Harry rodó los ojos, cambiando el peso de un pie a otro.

—No exageres, Keyla.

Keyla miró a Keira como nos había mirado a nosotros segundos antes, todavía con ambas manos a sus costados.

—Y yo no puedo creer que nos hayamos plantado aquí por casi hora y media —dijo Damon; por lo poco que hablaba normalmente, su voz todavía hacía eco en mis oídos, pero sin provocar esa sensación quejumbrosa como en un principio—. Creo que ya sabemos las consecuencias de mantener a esas dos por tanto tiempo juntas.

Lucas no retuvo la pequeña risita que sabía que probablemente se colaría entre sus labios, formando ya parte de su propio sello personal. A decir verdad, la conexión que él y Aline habían mantenido, todavía me mantenía un poco conmocionado. Había colmado el ambiente de tensión, mientras sus cuerpos se mantenían inmóviles, y el resto observábamos con un gran esfuerzo para contener la calma.

—¿Y bien? ¿Qué más esperamos? —habló con un deje cansino Keyla.

—Que Raissa nos guíe—contestó Harry.

Nada de esto tenía sentido. Comenzando por Lorraine, hasta terminar en la extraña reunión, de la que, por lo visto, era el único que no estaba enterado. Bien, adiós presagios de cotidianeidad.

Solo basto un segundo para que Raissa se posicionara en frente con paso firme, al igual que Styles.

Como era de esperarse, los demás los siguieron pisando sus talones, solo que la mayoría denotaba fatiga física, igual que yo.

En primer lugar, estaba Ryan, que después de reír cada cierto tiempo con los irritantes comentarios que hacía Damon a su lado, pateaba las pequeñas piedras que se interponían en su camino; en una ocasión, una de ellas impacto con la pantorrilla de Harry, generando una mirada mortífera de su parte. Un poco más atrás, con la vista clavada en la tierra, estaba Charlotte, un poco ida de todo, pero con un deje de nerviosismo, ya que no dejaba de morderse el labio inferior y secaba cada cuanto sus manos en sus pantalones; tal vez por eso la intensidad del sol variaba. Un poco más atrás de Ivanov y Styles, se encontraban Noah y Alice, con Liam siguiéndoles el paso. Ajenos al resto, se encontraban Lucas y Aline, detrás de Keira; aunque fuera sorprendente, desde mi posición se podía ver como sus brazos chocaban intencionalmente, pero evitando entrelazar sus dedos. Y por último, con paso cansino, estaba yo, acompañado esta vez por la muchacha de cabellos rubios: Katrina. Probablemente, con eso, todo posible ápice de cordura que todavía rondaba por mi organismo se disipo con la rapidez que mantiene una piedra al caer al suelo desde mi altura.

Dentro de todas las divagaciones, Katrina siempre se mantenía intacta, casi como si mi subconsciente hubiera construido un altar para mis pensamientos en referencia. Y por más maniaco que sonara, no me incomodaba. La conocía desde pequeña, cuando la encontraba en el consultorio de la doctora Rutherford minutos antes de entrar en mi sesión, o viceversa. Obviamente, las sesiones con aquella psicóloga habían dado sus frutos a largo plazo, suprimiendo la totalidad, o la mayor parte de mis terminaciones respecto al desastroso divorcio de mis padres, junto a la ida de mi hermano con mi madre. Igual que Katrina. Aunque claro, el divorcio de la familia Mikaelson había causado revuelo, ya que por esos mismos tiempos ocurrió la misteriosa pérdida del hijo pródigo de la familia: Cameron Mikaelson, el cual acabó recluido en un centro médico para su tratamiento.

Realmente agradecía el hecho que después de todo, ella por fin dejara de lado un poco u actitud que la hacía parecer Satanás en persona. Probablemente solo esperaba que todo acabara para regresar a ella, pero, por el momento, daba igual.

Nos detuvimos en seco después de unos veinte minutos de caminata, sumidos en nosotros mismos. Lo menos que esperaba era una casa al estilo de un lujoso barrio burgués en medio del bosque, pero lo que teníamos en frente, desestimaba todo ápice de ello y mucho más. El lado que daba a nosotros se blandía con una masa espesa de maleza entre sus paredes, tal vez unos tres o cuatro pisos a lo alto. Los animalejos debían trepar muy a menudo por allí, hasta colarse por las pequeñas grietas por las que diminutos destellos de luz se cernían entre las paredes.

—Raissa, ¿qué pasa? —preguntó Alice, entreviendo una mueca de confusión—, no querrá… hacernos entrar allí…

Con solo una mirada, Alice obtuvo la respuesta.

—Vamos, debemos entrar antes de que la noche caiga por completo—sentenció Harry, tomando otra vez el paso.

Además de Raissa, ninguno otro se inmuto. Al notar aquello, Harry se volvió con escepticismo.

—Después de todo lo que ha ocurrido, ¿no entraran a un simple edificio?

Como se había hecho costumbre, los quejidos de Keyla, acompañados con los pequeños chillidos que emitía Noah ocasionalmente, se hicieron presentes.

—Joder, cállense y caminen—La intervención de Damon nos tomó por sorpresa, incluso a Harry, que también abrió momentáneamente los ojos.

Sin rechistar, seguimos caminando.

Ya a unos diez metros del edificio, Harry paró su paso. Palmeó de rodillas el suelo, hasta que un golpe en seco lo detuvo. Hasta estando tan lejos de él, sabía que probablemente estaba sonriendo.

—Síganme.

Raissa pasó después, por lo que parecían unos escalones bajo tierra, parecidos a las bodegas que mantenían anteriormente.

Observé a Katrina, que a su vez desviaba su mirada entre los demás, aun con cierto nerviosismo por entrar en aquel desapacible edificio. También jugueteaba con el bordillo de su camisa, un movimiento de nerviosismo que la acompañaba en la mayoría de los exámenes, por más cabezona e inteligente que fuera.

—Supongo que nunca dejaré de ser un snob…—susurró para sí misma.

De haber sido otro momento, intentaría averiguar que pensaba, pero ahora era muy inoportuno, por lo que seguramente la respuesta sería terriblemente insatisfactoria.

Vamos, Katrina.

El camino no fue largo, aunque la oscuridad del pasillo probablemente afectara también la percepción de ello. La luz no tardo en destallar sobre mis ojos. Parpadeé un par de veces para acostumbrarlos al cambio.

—Harry…—se escuchó una voz firme por delante—…no sabes cómo me alegro de que no hayan tenido percances para llegar.

—Steve—respondió, de igual manera.

Steve. Steve. Steve. Claro, el padrastro de Harry. Lo había visto un par de veces en la escuela.

Con una mirada inquisitiva nos examinó por separado, quedándose un lapso más grande en los ojos de Raissa, que permaneció totalmente quieta. Después miró de igual manera a Harry, levantando una ceja ante su posición que, al igual que la muchacha, permaneció inamovible.

La tensión que saturaba el aire era palpable e incómoda, más cuando nadie, además de Harry y Raissa parecía saber en dónde nos encontrábamos.

—Saben…—sopló Ryan con ironía marcado cada letra—, este lugar hace parecer al Palacio de Buckingham nada más que una choza.

Y con una sonrisa ladina, Steve se encaminó a lo que suponía era el comedor.

jai: