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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por Samantha Lun 08 Abr 2013, 5:59 pm

waaa esta novela me encanta y esta pareja ufff muy hermosa que malo es Nick no pense que seria tan malo xD bueno sigue con la novela esta genial :happuy:
Samantha
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por AniitaRP4 Lun 08 Abr 2013, 9:11 pm

SIGUELAAAAAA !!:D
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Miér 10 Abr 2013, 10:30 pm

Hola chicas les juro que no tengo tiempo de subirr aun sigo superando la cruda de mi cumple jhajahajha fue genial presente a mi christian grey oficialmente a mi familia estaba mas nerviosa e incomoda yo que el jhajah lo tenia todo dominadoo.... que cosas jhajah bueno muchas gracias por comentar y esperarme pacientementee GRACIAS!!!

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 164271_440096569411976_1230236589_n

Capitulo 19
Cary se unió a nosotros en la sala de estar para cenar una excelente comida china, beber un dulce licor de ciruela y tener una sesión de televisión de lunes por la noche. Mientras cambiábamos de canal y nos reíamos de los divertidísimos nombres de algunos programas de telerrealidad, observé cómo los dos hombres más importantes de mi vida disfrutaban de un rato de distracción y también el uno del otro. Se llevaban bien, tomándose el pelo e insultándose el uno al otro en broma, tal y como suelen hacer los hombres. Nunca antes había visto ese aspecto de Joe y me encantó. Mientras yo acaparaba todo un lado del sofá, ellos dos estaban sentados en el suelo con las piernas cruzadas y utilizaban la mesita para apoyar sus platos. Los dos llevaban pantalón de chándal y camisetas ajustadas y yo disfrutaba con la vista. ¿No era una chica con mucha suerte? Haciendo crujir sus nudillos, Cary se dispuso a abrir su galleta de la suerte con gran dramatismo.
—Veamos. ¿Seré rico? ¿Famoso? ¿Estoy a punto de conocer al señor o la señora alta, misteriosa y sabrosa? ¿Voy a viajar a lugares remotos? ¿Qué les ha salido a ustedes?
—La mía es muy tonta —dije—. «Al final todo se sabrá». ¡Bah! No necesitaba que un adivino me dijera eso. Joe abrió la suya y la leyó:
— «La prosperidad llamará pronto a tu puerta». Solté un bufido. Cary me miró fijamente.
—Ya sé. Le has quitado la galleta a otro, Jonas.
—Es mejor no dejarle cerca de la galleta de otro —dije yo secamente. Extendiendo la mano, Joe arrancó de mis dedos la mitad de la mía.
—No te preocupes, cielo. La tuya es la única galleta que quiero. —Y se la metió en la boca guiñando un ojo.
—¡Puaj! —exclamó Cary con una arcada—. ¿Por qué no se van a su habitación? —Abrió su galleta con un movimiento ostentoso y, a continuación, frunció el ceño—. ¿Qué coño...? Yo me incliné hacia delante.
—¿Qué dice?
—Dijo Confucio: «Hombre con mano en el bolsillo, se lo tiene todo el día muy creído» —improvisó Joe Cary le lanzó la mitad de su galleta a Joe, que la agarró hábilmente y sonrió.
—Dame eso. —Arranqué la suerte de entre los dedos de Cary y leí. Después, me reí.
—Vete a la mierda,_______.
—¿Y bien? —Quiso saber Joe. «Coge otra galleta». Joe sonrió.
—Machacado por una galleta. Cary le lanzó la otra mitad de su galleta.
Me acordé de veladas parecidas que había compartido con Cary cuando iba a la Universidad Estatal de San Diego, lo cual hizo que tratara de imaginarme el aspecto de Joe cuando estaba en la universidad. Por los artículos que había leído, sabía que había asistido, sin licenciarse, a la Universidad de Columbia y que luego lo dejó para centrarse en sus intereses de expansión empresarial. ¿Se había relacionado con otros estudiantes? ¿Asistió a fiestas de las hermandades, folló con alguna chica, se había emborrachado muchas veces? ¿Alguna de esas cosas o todas? Era un hombre con tanto autocontrol que me costó imaginarlo tan despreocupado y, sin embargo, ahí estaba, comportándose exactamente así conmigo y con Cary. Entonces, me miró, aún sonriendo, y el corazón se me dio la vuelta en el pecho. Por una vez, parecía tener su verdadera edad, tan joven, tan guapo y tan normal. En ese momento, sólo éramos una pareja de veintitantos años relajándose en casa con un compañero de piso y un mando a distancia. Él era simplemente el novio con el que yo estaba saliendo. Todo era dulce y fácil. Aquella imagen me pareció conmovedora. Sonó el portero automático y Cary se puso de pie de un salto y fue a contestar. Me miró con una sonrisa.
—Puede que sea Trey. Yo levanté una mano con los dedos cruzados. Pero cuando Cary abrió la puerta unos minutos después, fue la rubia de piernas largas de la otra noche la que entró.
—Hola —saludó mientras veía los restos de la cena sobre la mesa. Estudió a Joe mientras éste, educadamente, descruzaba las piernas y se levantaba con aquella elegancia poderosa que tenía. Ella me lanzó una sonrisita y, a continuación, miró a Joe con otra deslumbrante sonrisa de supermodelo y le extendió la mano.
—Tatiana Cherlin. Él le estrechó la mano.
—Soy el novio de ______. Me sorprendió aquella forma de presentarse. ¿Estaba protegiendo su identidad? ¿O su espacio personal? En cualquier caso, me gustó aquella respuesta. Cary volvió a la sala de estar con una botella de vino y dos copas.
—Vamos —dijo, señalando hacia el pasillo que llevaba a su dormitorio. Tatiana nos dedicó un pequeño saludo con la mano y salió delante de Cary.
—¿Qué haces? —le pregunté a Cary moviendo los labios en silencio mientras ella estaba de espaldas Él me guiñó un ojo y susurró.
—Coger otra galleta. Joe y yo dimos por terminada la velada poco después y nos dirigimos a mi dormitorio. Mientras nos preparábamos para meternos en la cama, le pregunté algo en lo que había estado pensando antes:
—¿Tenías algún picadero cuando estabas en la universidad? Se quitó la camiseta por la cabeza.
—¿Cómo?
—Ya sabes, como la habitación del hotel. Eres un hombre muy caliente. Simplemente me preguntaba si entonces también tenías alguna especie de pequeño apartamento. Él negó con la cabeza mientras yo me comía con los ojos su torso maravillosamente perfecto y su delgada cintura.
—He tenido más sexo desde que te he conocido que en los dos últimos años.
—Venga ya.
—Trabajo mucho y hago muchísimo ejercicio, y ambas cosas me tienen felizmente agotado la mayor parte del tiempo. Puede que de vez en cuando haya recibido alguna oferta que no he rechazado, pero, aparte de eso, hasta que te he conocido, si tenía sexo, bien, y si no, también.
—Tonterías. —Aquello me resultaba imposible de creer. Me fulminó con la mirada antes de dirigirse al baño con una bolsa de aseo de piel negra.
—Sigue dudando de mí,________. Y atente a las consecuencias.
—¿Qué? —Fui detrás de él disfrutando de la visión de su delicioso culo—. ¿Vas a demostrar que puedes dejar el sexo cuando quieras follándome otra vez?
—Para eso hacen falta dos personas. —Abrió su bolsa y sacó un cepillo de dientes nuevo al que liberó de su embalaje y lo dejó caer en mi vaso del cepillo de dientes—. Tú has iniciado el sexo entre nosotros tanto como yo. Necesitas esa conexión igual que yo.
—Tienes razón. Sólo que...
—¿Sólo que qué? —Abrió un cajón, frunció el ceño al ver que estaba lleno y se movió para abrir otro.
—En el otro lavabo —dije sonriendo ante su suposición de que iba a tener cajones en mi sitio y su mala cara al ver que no los encontraba—. Son todos para ti. Joe se acercó al segundo lavabo y empezó a sacar las cosas de su bolsa para meterlas en los cajones.
—¿Sólo que qué? —repitió, mientras llevaba el champú y el gel a mi ducha. Con la cadera apoyada en el lavabo y los brazos cruzados, lo observé mientras iba tomando posesión de todo mi baño. No había duda de lo que estaba haciendo, así como tampoco la había de que cualquiera que entrara en la habitación sabría enseguida que había un hombre en mi vida. De repente, sentí que yo también había tomado posesión de su espacio privado. Las cosas de su casa tenían que saber que su jefe se había comprometido ahora en una relación. Pensar aquello me emocionó un poco.
—Antes he estado imaginándote en la universidad —continué—, cuando estábamos cenando, pensando cómo sería poder verte por el campus. Yo habría estado obsesionada contigo. Me habría desviado de mi camino sólo por verte por ahí y disfrutar de la vista. Habría tratado de matricularme en las mismas asignaturas que tú, para poder soñar despierta durante las clases imaginando que metía mano en tus pantalones.
—Una maníaca sexual. —Me dio un beso en la punta de la nariz al pasar por mi lado y fue a lavarse los dientes—. Los dos sabemos lo que habría ocurrido en cuanto yo te hubiese visto. Me cepillé el pelo y los dientes y, después, me lavé la cara.
—Entonces... ¿tenías un picadero para las raras ocasiones en que alguna puta afortunada consiguiera llevarte a la cama? A través del espejo, miró mi rostro enjabonado.
—Siempre he utilizado la habitación del hotel.
—¿Ése es el único sitio en el que has tenido relaciones sexuales antes de mí?
—El único sitio en el que he tenido sexo consentido antes de ti —me corrigió en voz baja.
—Ah. —Se me partió el corazón.
Me acerqué a él y lo abracé por detrás. Acaricié mi mejilla contra su espalda. Fuimos a la cama y nos abrazamos. Enterré la cara en su cuello y respiré su olor, acurrucándome. Su cuerpo era duro, pero maravillosamente cómodo cuando lo apretaba contra el mío. Era tan cálido y fuerte, tan poderosamente masculino, que sólo tenía que pensar en él para desearle. Deslicé mis piernas por encima de su cintura y me puse encima de él, extendiendo las manos sobre los lomos de su abdomen. Estaba oscuro. No podía verlo, pero no lo necesitaba. Por mucho que me encantara su cara —esa de la que a veces él se quejaba—, era su forma de acariciarme y el modo en que me susurraba lo que de verdad me llegaba de él. Como si para él no hubiese nadie más en el mundo, nada que deseara más.
—Joe.
—No necesité decir nada más. Sentándose, me envolvió con sus brazos y me besó apasionadamente. Entonces, me dio la vuelta, me colocó debajo de él y me hizo el amor con una tierna actitud posesiva que me llegó hasta el alma. Me desperté con un susto. Me estaba aplastando un gran peso y una voz áspera me escupía al oído palabras feas y desagradables. El pánico se adueñó de mí y me dejó sin respiración. Otra vez no... Por favor, no... La mano de mi hermanastro me cubrió la boca mientras me separaba las piernas. Sentí esa cosa dura entre sus piernas hurgando a ciegas, tratando de introducirse en mi cuerpo. Mi grito quedó ahogado por la palma de su mano apretada contra mis labios y me encogí, con el corazón golpeándome tan fuerte que pensé que iba a explotar. Nathan pesaba mucho. Pesaba mucho y era muy fuerte. No podía quitármelo de encima, no podía empujarlo para que se apartara. ¡Para! Déjame. No me toques. Dios mío... Por favor, no me hagas eso... otra vez no... ¿Dónde estaba mamá? ¡Mamá! Grité, pero la mano de Nathan me tapaba la boca. La apretaba contra mí y me aplastaba la cara sobre la almohada. Cuanto más me resistía, más se excitaba él. Jadeando como un perro, me embestía una y otra vez... tratando de penetrarme...
—Vas a saber lo que se siente. Me quedé inmóvil. Conocía aquella voz. Supe que no era la de Nathan. No era un sueño. Seguía viviendo la pesadilla. No, Dios mío. Parpadeando como loca en la oscuridad, traté de ver. La sangre me retumbaba en los oídos. No podía oír nada. Pero conocía el olor de su piel. Conocía su tacto, incluso cuando era cruel. Conocía la sensación de su cuerpo sobre el mío, incluso mientras trataba de invadirme La erección de Joe se golpeaba contra el pliegue de mi muslo. Aterrada, empujé hacia arriba con todas las fuerzas. Su mano sobre mi cara. Entrando aire en mis pulmones, grité.
—No eres tan pulcra cuando te están follando. —Su pecho se levantaba mientras gruñía.
—Jonasfire —dije con voz entrecortada. Un rayo de luz del pasillo me cegó, seguido por la bendita retirada del asfixiante peso de Joe. Me di la vuelta hacia mi lado sollozando, me caían tantos ríos de lágrimas de mis ojos que apenas vi la imagen borrosa de Cary empujando a Joe hasta el otro extremo de la habitación y contra la pared, haciendo una marca en el tabique.
—¡_______! ¿Estás bien? —Cary encendió la luz de la mesa de noche y maldijo cuando me vio acurrucada en posición fetal, dando fuertes sacudidas. Cuando Joe se enderezó, Cary se volvió contra él.
—¡Mueve un jodido músculo antes de que llegue la policía y te hago papilla! Tragando saliva por mi abrasadora garganta, me incorporé para sentarme. Miré fijamente a Joe y vi que el embotamiento del sueño había desaparecido de sus ojos y que había sido sustituido por un naciente horror.
—Un sueño —balbuceé agarrando el brazo de Cary mientras éste cogía el teléfono—. J-Joe estaba s-soñando. Cary miró al suelo, donde Joe estaba agachado como un animal salvaje. Cary dejó caer el brazo.
—Dios —suspiró—. Pensaba que era yo quien estaba jodido. Me deslicé para salir de la cama y me puse de pie con piernas temblorosas, mareada por el miedo persistente. Mis piernas cedieron y Cary me agarró, me bajó al suelo y me sujetó mientras yo lloraba.
—Voy a dormir en el sofá. —Cary se pasó una mano por el pelo revuelto por el sueño y se apoyó en la pared del pasillo. La puerta de mi dormitorio estaba abierta detrás de mí y Joe estaba dentro, pálido y angustiado—. Voy a sacar también mantas y almohadas para él. No creo que deba volver a casa solo. Está hecho polvo.
—Gracias, Cary. —Apreté los brazos con los que me abrazaba el pecho—. ¿Tatiana sigue aquí?
—Madre mía, no. No es lo que crees. Sólo follamos.
—¿Y Trey? —le pregunté en voz baja, con la mente pensando aún en Joe.
—Yo quiero a Trey. Creo que es la mejor persona que he conocido nunca aparte de ti. —Se inclinó hacia delante y me besó en la frente—. Y ojos que no ven, corazón que no siente. Deja de preocuparte por mí y cuídate tú. Levanté la mirada hacia él con los ojos bañados en lágrimas.
—No sé qué hacer. Cary dejó escapar un suspiro y me miró con sus ojos verdes, oscuros y serios.
—Creo que tienes que decidir si esta situación te está superando, pequeña. Hay personas que no pueden estar juntas. Mírame a mí. Tengo un tío estupendo y me estoy follando a una chica a la que no soporto.
—Cary... —Alargué la mano y le acaricié el hombro. Él me agarró la mano y la apretó.
—Estoy aquí para lo que necesites. Joe estaba cerrando la cremallera de su bolso de viaje cuando volví a la habitación. Me miró y sentí miedo en las tripas. No por mí, sino por él. Nunca había visto a nadie tan desolado, tan completamente destrozado. El desconsuelo de sus preciosos ojos me asustó. No había vida en él. Estaba tan gris como un muerto, con profundas sombras en todos los ángulos y planos de su imponente rostro.
—¿Qué haces? —susurré. Él dio un paso atrás, como si quisiera estar lo más lejos posible de mí.
—No puedo quedarme. Me preocupó sentir un repentino alivio ante la idea de quedarme sola.
—Habíamos acordado... no salir huyendo.
—Eso fue antes de que yo te atacara —dijo bruscamente, mostrando el primer síntoma de vida en más de una hora.
—No eras consciente.
—No vas a volver a ser una víctima nunca más. Dios mío... lo que he estado a punto de hacerte... —Se giró dándome la espalda y sus hombros se encorvaron de un modo que me asustó tanto como lo había hecho el ataque.
—Si te vas, nosotros salimos perdiendo y nuestro pasado es el que gana. —Vi que mis palabras llegaban a él como un golpe. Estaban encendidas todas las luces de mi habitación, como si la electricidad sola pudiera hacer desaparecer todas las sombras que había en nuestro interior—. Si te rindes ahora, me temo que va a ser más fácil que tú te alejes y que yo te deje hacerlo. Habremos terminado, Joe.
—¿Cómo voy a quedarme? ¿Por qué ibas a querer que lo haga? —Se dio la vuelta y me miró con tanto deseo que hizo que de nuevo aparecieran las lágrimas en mis ojos—. Me mataría antes de hacerte daño. Ése era uno de mis temores. Lo había pasado mal imaginándome al Joe que yo conocía —el dominante, el poderoso y obstinado— quitándose la vida, pero el Joe que estaba de pie ante mí era una persona completamente distinta. Y era el hijo de un padre que se había suicidado. Tiré del dobladillo de la camiseta con los dedos.
—Nunca me harías daño.
—Tienes miedo de mí —dijo con voz áspera—. Puedo verlo en tu cara. Yo mismo me tengo miedo. Miedo de dormir contigo y hacerte algo que nos destruya a los dos. Tenía razón. Le tenía miedo. El terror me helaba el vientre. Ahora conocía la violencia que había en él. La furia enconada. Y sentíamos una gran pasión el uno por el otro. Yo le había dado una bofetada en la cara en la fiesta del jardín, emprendiéndola a golpes cuando yo jamás hacía eso. Estaba en la naturaleza de nuestra relación ser vigorosos e impulsivos, groseros y salvajes. La confianza que nos había mantenido juntos también se nos abría a los dos de un modo que nos volvía vulnerables y peligrosos. Y sería cada vez peor. Se pasó una mano por el cabello.
—__________, yo...
—Te quiero,Joe.
—Dios mío. —Me miró con algo que se parecía a la repugnancia. Si iba dirigido a mí o a sí mismo, eso no lo supe—. ¿Cómo puedes decir eso?
—Porque es la verdad.
—Sólo ves esto. —Se señaló a sí mismo con un movimiento de la mano—. No ves al jodido y destrozado desastre que hay dentro de mí. Tomé aire.
—¿Me dices eso sabiendo que yo también estoy jodida y destrozada?
—Quizá estés mal porque siempre vas a por tipos que son terribles para ti —dijo con amargura.
—Basta. Sé que estás sufriendo, pero atacándome sólo vas a conseguir sentirte peor. —Miré el reloj y vi que eran las cuatro de la mañana. Me acerqué a él. Necesitaba superar mi miedo de tocarle y de que él me tocara. Él levantó una mano como para mantenerme apartada.
—Me voy a casa,_________.
—Duerme en el sofá de aquí. No te pelees conmigo por esto, Joe. Por favor. Me voy a preocupar mucho si te vas.
—Lo estarás más si me quedo. —Me miró fijamente y parecía perdido, furioso y lleno de un terrible anhelo. Sus ojos me suplicaban perdón, pero él no lo aceptaría si yo trataba de dárselo. Fui hasta él y le agarré de la mano, conteniendo la oleada de aprensión que sentí al tocarnos. Seguía teniendo los nervios de punta y la garganta y la boca aún me dolían, mientras el recuerdo de sus intentos de penetrarme —tan parecido a como lo hacía Nathan— seguía estando muy fresco.
—S-superaremos esto —le prometí odiando el temblor en mi voz—. Irás a ver al doctor Petersen y luego ya veremos. Levantó la mano como para acariciarme la cara.
—Si Cary no llega a estar aquí...
—Estaba. Y yo me pondré bien. Te quiero. Superaremos esto. —Me acerqué a él y lo abracé, pasando las manos por debajo de su camisa para tocar su piel desnuda—. No vamos a dejar que el pasado se interponga en lo que tenemos. No estaba segura a cuál de los dos trataba de convencer.
—_________. —Con su abrazo me dejó sin aire—. Lo siento. Esto me está destrozando. Por favor, perdóname... No puedo perderte.
—No lo harás. —Cerré los ojos y me concentré en sentirlo. Su olor. Recordar que antes no tenía miedo cuando estaba con él.
—Lo siento mucho. —Sus manos temblorosas me acariciaban la curva de la espalda—. Haré lo que sea...
—Shh. Te quiero. Vamos a estar bien. Giró la cabeza y me besó suavemente.
—Perdóname, ________. Te necesito. Tengo miedo de lo que será de mí si te pierdo...
—No me voy a ir a ningún sitio. —Sentí un cosquilleo en la piel bajo el agitado deslizamiento de sus manos sobre mi espalda—. Estoy aquí. No voy a salir huyendo nunca más. Se detuvo, respirando con fuerza sobre mis labios. Entonces, inclinó la cabeza y selló mi boca con la suya. Mi cuerpo reaccionó ante el suave mimo de su beso. Me eché sobre él sin ser consciente de mis movimientos, acercándomelo más. Colocó la palma de sus manos sobre mis pechos y los masajeó, dando vueltas con la yema de sus pulgares alrededor de mis pezones hasta que se pusieron de punta y me dolieron. Gemí con una mezcla de miedo y ansia y él se estremeció al oírlo.
—¿Joe?
—Yo... No puedo. —El recuerdo de cómo me había despertado estaba demasiado fresco en mi mente. Me dolió rechazarlo, sabiendo que él necesitaba lo mismo de mí que yo de él cuando le hablé de Nathan, demostrándole que el deseo seguía estado ahí, que por muy feas que fueran las cicatrices de nuestros pasados, no afectaban a lo que éramos ahora el uno para el otro. Pero no podía darle aquello. Todavía no. Me sentía demasiado abierta y vulnerable.
—Abrázame, Joe. Por favor. Él asintió y me envolvió con sus brazos. Hice que se tumbara en el suelo conmigo, esperando que se durmiera. Yo me acurruqué a su lado, colocando la pierna sobre la suya y mi brazo sobre su duro vientre. Él me apretó con suavidad, presionando sus labios sobre mi frente, susurrando una y otra vez lo mucho que lo sentía.
—No me dejes —susurré—. Quédate. Joe no respondió ni hizo ninguna promesa, pero tampoco me dejó marchar. Me desperté un rato después, oyendo los uniformes latidos del corazón de Joe debajo de mi oído. Seguían encendidas todas las luces y el suelo enmoquetado me parecía duro e incómodo. Joe estaba tumbado boca arriba, con su hermoso rostro juvenil de cuando dormía y la camisa levantada lo suficiente como para dejar ver su ombligo y sus abdominales marcados. Ése era el hombre al que yo amaba. Ése era el hombre cuyo cuerpo me daba tanto placer, cuyas atenciones me conmovían una y otra vez. Seguía estando ahí. Y a juzgar por el ceño fruncido que afeaba su frente, seguía sufriendo. Deslicé la mano por el interior de sus pantalones del chándal. Por primera vez desde que estábamos juntos, no estaba caliente como el acero al contacto de mi mano, pero rápidamente creció y se hinchó mientras yo le acariciaba con cautela desde abajo hasta la punta. El miedo persistía por debajo de mi excitación, pero tenía más miedo de perderle que de vivir con los demonios que había en su interior. Se revolvió y tensó el brazo alrededor de mi espalda.
—¿_______...? Esta vez le respondí del modo que no había podido hacer antes.
—Vamos a olvidarlo —le susurré al oído—. Vamos a hacer que lo olvidemos.
—_________. Enrolló su cuerpo con el mío, quitándome la camiseta con movimientos cautelosos. Yo tuve el mismo cuidado a la hora de desvestirle. Nos acercamos el uno al otro como si pudiéramos rompernos. El lazo que nos unía era frágil en ese momento y a los dos nos preocupaba el futuro y las heridas que podríamos infligirnos con todos nuestros filos dentados. Sus labios envolvieron mi pezón y sus mejillas se fueron ahuecando despacio, conteniendo su seducción. Su suave forma de mamar me gustaba tanto que ahogué un grito y me arqueé sobre su mano. Él me acarició el costado, desde el pecho hasta la cintura y hacia arriba otra vez, una y otra vez, tranquilizándome mientras el corazón se me desbocaba. Me fue besando de un pecho al otro, murmurando palabras de disculpa y de deseo con una voz rota por el arrepentimiento y la tristeza. Su lengua me lamió en el punto más endurecido, jugueteando con él antes de envolverlo de calor húmedo y succionarlo.
—Joe. —Sus suaves y hábiles tirones conseguían que de mi mente asustadiza saliera el deseo. Mi cuerpo estaba ya rendido ante él, buscando ávidamente el placer y la belleza que él tenía.
—No tengas miedo de mí —susurró—. No te apartes. Me besó el ombligo y, después, fue más abajo, acariciando con el pelo mi vientre mientras se colocaba entre mis piernas. Me abrió con manos temblorosas y me acarició el clítoris con la nariz. Sus lametones ligeros y provocadores a través de mi vagina y los palpitantes descensos al interior de mi sexo vibrante me llevaron al borde de la locura. Doblé la espalda. De mis labios salieron roncas súplicas. La tensión se extendió por todo mi cuerpo, que se puso rígido hasta sentir que podía romperme con tanta presión. Y entonces, él me llevó al orgasmo con el más suave roce de la punta de su lengua. Grité, y un ardiente alivio me recorrió el cuerpo mientras me retorcía.
—No puedo dejar que te vayas, _______. —Joe se levantó por encima de mí mientras yo me estremecía de placer—. No puedo. Limpiándome las lágrimas que quedaban en mi rostro, le miré a sus ojos enrojecidos. Presenciar su tormento me causaba dolor y hacía que el corazón me doliera.
—No te dejaría aunque quisieses. Se puso encima de mí y me metió la polla despacio, con cuidado. Presioné la cabeza con fuerza contra el suelo mientras él se hundía más adentro y tomaba posesión de mi cuerpo centímetro a centímetro cada vez que lo hacía. Cuando todo él estuvo dentro de mí, empezó a moverse con embestidas moderadas y pausadas. Cerré los ojos y me concentré en la conexión que había entre los dos. Entonces, se echó sobre mí, apretando su vientre contra el mío, y el pulso se me disparó aterrado. Sintiendo un miedo repentino, vacilé.
—Mírame,_______. —Su voz era tan ronca que no la reconocía. Lo hice y vi su angustia.
—Hazme el amor —me suplicó con un susurró jadeante—. Haz el amor conmigo. Tócame. Pon las manos sobre mí.
—Sí. —Apreté las palmas de la mano en su espalda y, después, pasé las manos por los trémulos músculos hasta llegar al culo. Apretando la carne dura y flexionada, le insté a que se moviera más rápido y se metiera más adentro. Los golpes rítmicos de su pesada polla a través de las profundidades cerradas de mi sexo me llevaron al éxtasis en oleadas de calor. Me gustaba. Mis piernas rodeaban su cintura y mi respiración se iba acelerando a medida que el frío nudo que había dentro de mí empezaba a derretirse. Nos miramos fijamente. Por mis sienes corrían las lágrimas.
—Te quiero,Joe.
—Por favor... —Cerró los ojos, apretándolos.
—Te quiero. Me acercaba al orgasmo con los hábiles movimientos de su cintura removiendo su polla dentro de mí. Comprimí mi sexo con fuerza, tratando de mantenerle dentro, tratando de hacer que se quedara en lo más profundo de mí.
—Córrete,_______ —jadeó contra mi cuello. Me esforcé por hacerlo, me esforcé por superar la persistente aprensión que sentía por tenerlo encima de mí. La ansiedad se mezclaba con el deseo manteniéndome en el filo. Emitió un ronco sonido de dolor y arrepentimiento.
—Necesito que te corras,_________... Necesito sentirte... Por favor... Agarrándome de las nalgas, me movió las caderas y golpeó una y otra vez ese punto sensible de mi interior. Era infatigable, implacable, follándome hasta el fondo y con fuerza hasta que mi mente perdió el control de mi cuerpo y me corrí con fuerza. Le mordí en el hombro para contener mis gritos mientras me sacudía por debajo de él y los diminutos músculos de mi interior se agitaban con oleadas de éxtasis. Él gruñó en mi pecho, un sonido dentellado de placer atormentado.
—Más —me ordenó, clavando sus embestidas más hondo para proporcionarme esa deliciosa sensación de dolor. El hecho de que él volviera a confiar lo suficiente en los dos como para introducir ese pequeño toque de dolor ahuyentó la última de mis reservas. Así como confiábamos el uno en el otro, estábamos aprendiendo a confiar también en nuestros instintos. Volví a correrme, con ferocidad, apretando los dedos de los pies hasta que sentí un calambre. Sentí la familiar tensión en Joe y apreté las manos sobre sus caderas, espoleándolo para que siguiera, desesperada por sentir cómo se salía a chorros dentro de mí.
—No. —Se apartó y cayó sobre su espalda lanzando un brazo por encima de sus ojos. Castigándose mientras le negaba a su cuerpo el consuelo y el placer del mío. Su pecho se movía y brillaba del sudor. Su polla yacía pesadamente sobre su vientre, con un aspecto brutal, con su ancha cabeza púrpura y sus gruesas venas. Me lancé sobre ella con manos y boca, ignorando su despiadada maldición. Sujeté su torso con mi antebrazo y la agarré con fuerza con mi otro puño, chupando vorazmente su sensible corona. Los muslos le temblaban y pateaba las piernas incansablemente.
—Joder,______. Mierda. —Se puso rígido y jadeó, empujando las manos entre mi pelo, moviendo sus caderas—. Oh, mierda... Oh, Dios... Estalló en un torrente poderoso que casi me ahogaba, duro, inundándome la boca. Lo tomé todo, mientras mi puño ordeñaba, impulso tras impulso, por todo lo largo de su polla, tragándomelo hasta que se estremeció con la excesiva sensación suplicándome que parara. Me incorporé y Joe se sentó envolviendo mi cuerpo con el suyo. Me volvió a tumbar en el suelo y allí enterró la cara en mi cuello y lloró hasta el amanecer.
El martes fui al trabajo con una blusa de seda negra de manga larga y pantalones, sintiendo la necesidad de establecer una barrera entre el mundo y yo. En la cocina, Joe me cogió la cara entre sus manos y acarició mis labios con los suyos con desgarradora ternura. Seguía teniendo aquella mirada de angustia.
—¿Comemos juntos? —pregunté, sintiendo que necesitábamos aferrarnos a la conexión que había entre los dos.
—Tengo una comida de trabajo. —Pasó los dedos por mi pelo suelto—. ¿Quieres venir? Me aseguraré de que Angus te lleve de vuelta al trabajo a tiempo.
—Me encantaría ir contigo. —Pensé en el calendario de eventos nocturnos, reuniones y citas que me había enviado al móvil—. ¿Y mañana por la noche tenemos la cena de beneficencia en el Waldorf-Astoria? Su mirada se suavizó. Vestido con la ropa del trabajo, parecía triste pero sereno. Yo sabía que no lo estaba.
—Es cierto que no vas a renunciar a mí, ¿verdad? —preguntó en voz baja. Levanté la mano derecha y le enseñé mi anillo.
—Estás conmigo, Joe. Ve acostumbrándote.
De camino al trabajo, me acurrucó en su regazo y, de nuevo, cuando íbamos a la comida en Jean Georges. Yo no pronuncié más de una docena de palabras durante el almuerzo, donde Joe había pedido por mí y yo disfruté enormemente. Me quedé sentada en silencio a su lado, con la mano izquierda apoyada en su fuerte muslo por debajo del mantel, una afirmación sin palabras de mi compromiso con él. Con nosotros. Una de sus manos descansaba sobre la mía, cálida y fuerte, mientras hablaba de una nueva propiedad que estaba en construcción en St. Croix. Nos mantuvimos así durante toda la comida, y cada uno de nosotros decidió comer con una mano para no separarlas. A medida que pasaban las horas, sentía que el horror de la noche anterior se iba alejando de los dos. Sería otra cicatriz que añadir a su colección, otro recuerdo amargo que él siempre tendría, un recuerdo que yo compartiría y temería junto a él, pero que no nos dominaría. No dejaríamos que eso ocurriera. Angus estaba esperando para llevarme a casa cuando terminó mi jornada. Joe trabajaba hasta tarde y luego iría directamente desde el Jonasfire a la consulta del doctor Petersen. Durante el viaje me fui preparando para la siguiente sesión de entrenamiento con Parker. Pensé saltármela pero, al final, decidí que era importante continuar con la rutina. En ese momento, ya había demasiados aspectos de mi vida que se habían descontrolado. Seguir un calendario era una de las pocas cosas que podía controlar. Tras hora y media marcajes y preliminares con Parker en su estudio, me sentí aliviada cuando Clancy me dejó en casa y también orgullosa por haber estado haciendo ejercicio cuando era lo último que deseaba hacer. Cuando entré en el vestíbulo, me encontré a Trey en la recepción. Lo saludé.
—Hola. ¿Subes? Se giró para mirarme con sus cálidos ojos color avellana y una amplia sonrisa. Había dulzura en Trey, una especie de sincera ingenuidad que lo diferenciaba del resto de relaciones que Cary había tenido antes. O quizá debería decir simplemente que Trey era «normal», lo cual no era muy usual en la vida de Cary ni en la mía.
—Cary no está —dijo—. Han intentado llamarle.
—Puedes subir conmigo y esperar. No voy a volver a salir.
—Si de verdad no te importa. —Empezó a caminar a mi lado. Yo saludé con la mano a la chica de la recepción y nos dirigimos hacia el ascensor—. Le he traído una cosa.
—No me importa en absoluto —le aseguré, devolviéndole su dulce sonrisa. Miró mis pantalones de yoga y mi camiseta sin mangas.
—¿Vienes ahora del gimnasio?
—Sí. Aunque hoy es uno de esos días que habría preferido hacer cualquier otra cosa. Se rio mientras entrábamos en el ascensor.
—Conozco esa sensación. Mientras subíamos, nos quedamos en silencio. Me sentía pesada.
—¿Va todo bien? —le pregunté.
—Bueno... —Trey se ajustó la correa de la mochila—. Parece que Cary ha estado un poco ausente estos últimos días. Me mordí el labio inferior.
—Vaya. ¿En qué sentido?
—No sé. Es difícil de explicar. Simplemente tengo la sensación de que le está pasando algo y no sé qué puede ser. Pensé en la rubia y me estremecí por dentro.
—Quizá esté estresado por el trabajo de Grey Isles y no quiere preocuparte. Sabe que estás muy ocupado con tu trabajo y los estudios. La tensión de sus hombros se alivió.
—Quizá sea eso. Tiene sentido. Vale, muchas gracias. Abrí la puerta del apartamento y le dije que se sintiera como en su casa. Trey se dirigió a la habitación de Cary para dejar sus cosas, mientras yo me acerqué al teléfono para escuchar los mensajes de voz. Un grito desde el otro extremo del pasillo hizo que cogiera el teléfono por un motivo diferente. El corazón se me disparó al pensar que pudiera haber intrusos o algún peligro inminente. Hubo más gritos y una de las voces pertenecía claramente a Cary. De repente, suspiré aliviada. Con el teléfono en la mano, fui a ver qué demonios estaba pasando. Casi choco con Tatiana al doblar la esquina, aún abotonándose la blusa.
—¡Huy! —exclamó con una sonrisa nada arrepentida—. Hasta luego. No pude oír cómo cerraba la puerta al salir por los gritos de Trey.
—Vete a la mierda, Cary. ¡Ya habíamos hablado de esto! ¡Lo prometiste!
—Estás exagerando las cosas —protestó Cary—. No es lo que piensas. Trey salió del dormitorio de Cary hecho una furia y con una prisa tal que me tuve que pegar a la pared del pasillo para apartarme de su camino. Cary iba detrás con una sábana sujeta a la cintura. Cuando pasó por mi lado, le miré frunciendo el ceño y él me respondió levantando un dedo para mandarme a la mierda. Los dejé solos y huí hacia la ducha, enfadada con Cary porque, una vez más, estaba echando a perder algo bueno que había en su vida. Era un patrón del que yo esperaba que saliera, pero parecía incapaz de hacerlo. Cuando salí a la cocina media hora después, había un completo silencio en el apartamento. Me concentré en la preparación de la cena, decidiéndome por filetes de cerdo asado y patatas con espárragos, una de las cenas preferidas de Cary, por si acaso volvía a casa para cenar y necesitaba animarse. Me sorprendí al ver a Trey salir al pasillo mientras yo metía el asado en el horno y, a continuación, sentí pena. Odié verle salir enrojecido, despeinado y llorando. La pena se convirtió en enorme decepción cuando Cary vino a la cocina conmigo oliendo a sudor masculino y a sexo. Me lanzó una mirada de enfado al pasar por mi lado de camino a la nevera de los vinos. Yo le miré con los brazos cruzados.
—Follarse a un amante que está destrozado sobre las mismas sábanas en las que te ha pillado engañándolo no arregla las cosas.
—Cállate,_______.
—Probablemente se esté odiando ahora mismo por haber cedido.
—He dicho que te calles de una puta vez.
—Muy bien. —Me di la vuelta y me centré en sazonar las patatas para meterlas en el horno con el asado. Cary sacó unas copas de vino del armario.
—Noto cómo me estás juzgando. Déjalo ya. No estaría la mitad de jodido si me hubiese pillado follando con un hombre.
—Es culpa suya, ¿no?
—Para tu información: tu vida amorosa tampoco es perfecta.
—Eso es un golpe bajo, Cary. Esta vez no voy a quedarme callada. La has fastidiado y, después, lo has hecho aún peor. Es todo culpa tuya.
—Que no se te suban los humos, guapa. Tú te estás acostando con un hombre que va a violarte cualquier día de estos.
—¡Eso no es verdad! Soltó un bufido y apoyó la cadera sobre el mostrador, con sus ojos verdes llenos de dolor y rabia.
—Si vas a poner la excusa de que está dormido mientras te ataca, vas a tener que usar la misma excusa para los borrachos y drogadictos. Ellos tampoco saben lo que hacen. La verdad de sus palabras me golpeó con fuerza, al igual que el hecho de que estaba tratando de hacerme daño deliberadamente.
—Se puede dejar de beber, pero no de dormir. Se puso derecho, abrió la botella que había cogido y llenó dos copas, deslizando una por el mostrador para mí. —Si hay alguien que sabe lo que es estar con quien te hace daño, soy yo. Tú lo quieres. Quieres salvarle, pero ¿quién va a salvarte a ti,_______? No voy a estar siempre a tu lado cuando estés con él y Joe es una bomba de tiempo que se ha puesto en marcha.
—¿Quieres hablar de relaciones que hacen daño, Cary? —le respondí, haciendo que se desviara de mis dolorosas verdades—. ¿Te has follado a Trey para protegerte? ¿Has pensado que le has apartado de ti antes de darle la oportunidad de decepcionarte? Cary adoptó una expresión amarga. Chocó su copa con la mía, que todavía estaba sobre el mostrador.
—Brindo por los dos, que estamos realmente jodidos. Al menos, nos tenemos el uno al otro. Salió airadamente de la habitación y yo me desinflé. Sabía que esto iba a suceder: ver cómo se desencadenaban circunstancias demasiado buenas para ser ciertas. La satisfacción y la felicidad no duraban en mi vida más que unos momentos y lo cierto es que no eran más que una ilusión. Siempre había algo oculto, esperando a salir para echarlo todo a perder.
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Mensaje por AniitaRP4 Jue 11 Abr 2013, 7:28 pm

SIGUELAAAA!:D
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Mensaje por AniitaRP4 Vie 12 Abr 2013, 11:16 am

SIGUEEEEELAAAAAA!:D
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Mensaje por AniitaRP4 Vie 12 Abr 2013, 9:09 pm

ESPERANDO CAP!x_x
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Mensaje por JB&1D2 Sáb 13 Abr 2013, 10:58 am

siguelaaaaaaaaaaa
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Mensaje por Samantha Sáb 13 Abr 2013, 6:44 pm

waaaa no por Dios todo iba tan bien :lloro:
siguela please ;) :bye:
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Mensaje por JB&1D2 Dom 14 Abr 2013, 7:41 am

siguelaaaa
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Mensaje por AniitaRP4 Dom 14 Abr 2013, 12:14 pm

ESPERAAAANDOOOOOOO!:DDD
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Mensaje por AniitaRP4 Dom 14 Abr 2013, 8:52 pm

:cccccccc
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Mensaje por MileyCyruZ Lun 15 Abr 2013, 9:05 pm

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 580290_440096609411972_1592964058_n

Capitulo 20
Joe llegó justo cuando sacaba la cena del horno. Traía una bolsa de ropa en una mano y una funda de ordenador portátil en la otra. Me preocupaba que se fuera solo a casa tras su sesión con el doctor Petersen y sentí alivio cuando me llamó para decirme que venía de camino. Aun así, cuando abrí la puerta y le vi allí, un escalofrío de inquietud me recorrió el cuerpo.
—Hola —me saludó en voz baja, siguiéndome después a la cocina—. Huele de maravilla aquí dentro.
—Espero que tengas hambre. Hay mucha comida y me sorprendería que Cary apareciera para ayudarnos a comérnosla.
Joe dejó sus cosas sobre el mostrador y se acercó a mí con recelo, buscando mis ojos con los suyos a medida que se acercaba.
—Me he traído unas cuantas cosas para pasar la noche, pero me puedo ir a casa si quieres. Cuando sea. Simplemente dímelo. Dejé escapar el aire de mi pecho con fuerza, decidida a no dejar que el miedo dictara mis acciones.
—Quiero que te quedes.
—Y yo quiero quedarme. —Se detuvo delante de mí—. ¿Puedo abrazarte? Me giré hacia él y lo apreté con fuerza.
—Por favor. Presionó su mejilla contra la mía y me abrazó. Aquel abrazo no fue tan natural y relajado como los que solíamos darnos. Había entre nosotros un nuevo recelo diferente a todo lo que habíamos sentido antes.
—¿Qué tal estás? —murmuró.
—Mejor, ahora que estás aquí.
—Pero aún nerviosa. —Apretó sus labios contra mi frente—. Yo también. No sé cómo vamos a poder quedarnos dormidos de nuevo el uno junto al otro. Apartándome un poco, lo miré. Eso es también lo que yo temía, y mi anterior conversación con Cary no había ayudado en nada. Es una bomba de tiempo en marcha...
—Lo superaremos —dijo. Se quedó callado un largo rato. —¿Alguna vez se ha puesto Nathan en contacto contigo?
—No. —Aunque tenía auténtico pánico a encontrármelo de nuevo algún día, ya fuera por casualidad o deliberadamente. Estaba en algún lugar, ahí afuera, respirando el mismo aire—. ¿Por qué?
—Porque hay mucho bagaje que se interpone entre nosotros dos.
—¿Crees que es demasiado? Joe negó con la cabeza.
—No pienso eso. Yo no supe qué hacer o decir. ¿Qué garantías darle, si ni siquiera estaba segura de mi amor y de si el hecho de necesitarle sería suficiente para que nuestra relación funcionara?
—¿En qué estás pensando? —preguntó.
—En la comida. Estoy hambrienta. ¿Por qué no vas a ver si Cary quiere comer? Luego podemos ponernos a cenar.
Joe encontró a Cary durmiendo, así que cenamos él y yo a la luz de las velas en la mesa del comedor, una especie de comida formal vestidos con las camisetas y pantalones de pijama que nos habíamos puesto tras nuestras respectivas duchas. Yo estaba preocupada por Cary, pero tener un respiro tranquilo a solas con Joe me pareció que era justo lo que necesitábamos.
—Ayer comí con Demi en mi despacho —dijo después de que disfrutáramos de los primeros bocados.
—¿Ajá? —¿Mientras yo había ido a comprar el anillo, Demetria había disfrutado de un tiempo a solas con mi hombre?
—No uses ese tono —me reprendió—. Estuvo comiendo en un despacho rodeada de tus flores mientras me lanzabas besos desde mi escritorio. Tú estabas tan presente como ella.
—Perdona. Ha sido un acto reflejo. Levantó mi mano hacia su boca y le dio un beso rápido y fuerte.
—Me alivia ver que aún puedes sentir celos por mí.
Solté un suspiro. Mis emociones llevaban todo el día desperdigadas, no podía saber cuáles eran mis sentimientos con respecto a nada.
—¿Le has dicho algo sobre Nicholas?
—Ése era el motivo de la comida. Le enseñé el vídeo.
—¿Qué? —Fruncí el ceño, recordando que mi teléfono se había quedado sin batería en su coche—. ¿Cómo lo has hecho?
—Subí tu teléfono a mi despacho y saqué el vídeo con un USB. ¿No te diste cuenta de que lo traje anoche con toda la batería?
—No. —Dejé el cubierto sobre la mesa. Con dominación o no, Joe y yo íbamos a tener que hablar sobre qué límites cruzar para que yo no perdiera los papeles—. No puedes piratear mi teléfono sin más, Joe.
—No lo pirateé. Aún no le has puesto una contraseña.
—¡Ésa no es la cuestión! Se trata de una grave invasión de mi puñetera privacidad. Dios mío... —¿Por qué en mi vida nadie comprendía que yo tenía unas fronteras?—. ¿Te gustaría que yo hurgara en tus cosas?
—No tengo nada que ocultar. —Sacó su teléfono del bolsillo de sus pantalones y lo sostuvo en el aire ante mí—. Y tú tampoco lo tendrás. No quería discutir en ese momento. Las cosas estaban demasiado frágiles tal y como estaban, pero ya había permitido lo suficiente que aquello siguiera adelante.
—No importa si yo tengo algo que no quiero que veas. Tengo derecho a un espacio y a una privacidad y tú debes preguntar antes de acceder por tu cuenta a mi información y mis pertenencias. Tienes que dejar de coger todo lo que quieres sin pedir permiso.
—¿Qué tenía eso de privado? —me preguntó frunciendo el ceño—. Tú misma me lo enseñaste.
—¡No seas como mi madre, Joe! —grité—. Sólo puedo aguantar cierto grado de locura. Dio un respingo hacia atrás ante mi vehemencia, claramente sorprendido al ver lo enfadada que estaba.
—De acuerdo. Lo siento.
Me bebí el vino de un trago tratando de refrenar mi genio y desasosiego.
—¿Sientes que me haya enfadado o sientes lo que has hecho? Tras un silencio que duró varios latidos del corazón, Joe respondió:
—Siento que te hayas enfadado. Vi que no lo había entendido.
—¿Por qué no ves lo raro que es todo esto? Dejó escapar un suspiro y se pasó la mano por el pelo.
—______, paso una cuarta parte de cada día dentro de ti. Cuando estableces límites fuera, no puedo evitar verlos como algo arbitrario.
—Pues no lo son. Son importantes para mí. Si hay algo que quieras saber, tendrás que preguntármelo.
—De acuerdo.
—No lo hagas más —le advertí—. No estoy bromeando, Joe. Apretó la mandíbula.
—Vale, ya lo he entendido. Entonces, como realmente no quería discutir, seguí con la conversación.
—¿Qué dijo ella al verlo? Él se relajó visiblemente.
—Le resultó difícil, desde luego. Aún más al saber que yo lo había visto.
—Ella nos vio en la biblioteca.
—No hablamos de eso directamente, pero de todos modos, ¿qué iba a decirle? No pienso disculparme por hacerle el amor a mi novia en una habitación cerrada. —Apoyó la espalda en su silla y exhaló con fuerza—. Ver la cara de Nicholas en el vídeo, ver lo que realmente piensa de ella, le ha dolido. Es duro ver cómo te utilizan así. Sobre todo, si lo hace alguien que se supone que te quiere. Para ocultar mi reacción, me ocupé de rellenar las dos copas. Él hablaba como si se tratara de una experiencia propia. ¿Qué era exactamente lo que le habían hecho? Tras un rápido sorbo de vino, le pregunté:
—¿Y cómo lo llevas tú?
—¿Qué puedo hacer? Con el paso de los años he hecho todo lo posible por hablar con Nicholas. Lo he intentado dándole dinero. Lo he intentado amenazándolo. Nunca se ha mostrado dispuesto a cambiar. Hace tiempo me di cuenta de que lo único que puedo hacer es poner paños fríos. Y mantenerte todo lo lejos de él que me sea posible.
—Ahora que yo ya lo sé, te ayudaré con ello.
—Bien. —Dio un trago y me miró por encima del borde de la copa—. No me has preguntado por mi cita con el doctor Petersen.
—No es de mi incumbencia. A menos que quieras hablarme de ello. —Lo miré a los ojos, deseando que lo hiciera—. Estaré dispuesta a escucharte siempre que lo necesites, pero no voy a fisgonear. Cuando estés listo para dejarme entrar, házmelo saber. Dicho lo cual, me encantaría saber si te ha gustado. Respondió sonriendo.
—Hasta ahora sí. Me habla con rodeos. No mucha gente sabe hacer eso.
—Sí. Te habla haciéndote volver a un asunto para que lo enfoques desde otra perspectiva diferente a la que estás pensando, en plan «¿Cómo es que no lo había visto así?» Joe subía y bajaba los dedos por el pie de su copa.
—Me ha recetado que tome una cosa por la noche antes de acostarme. Lo he comprado antes de venir.
—¿Qué piensas sobre el hecho de tomar medicación? Me lanzó una mirada oscura y angustiada.
—Creo que es necesario. Tengo que estar contigo y debo hacer que sea seguro para ti, cueste lo que cueste. El doctor Petersen dice que esta medicación combinada con la terapia ha sido un éxito en otros pacientes que sufren «parasomnia sexual atípica». Tengo que creer que es cierto. Extendí la mano para agarrar la suya. Tomar la medicación era un gran paso, sobre todo para alguien que había evitado enfrentarse a sus problemas durante mucho tiempo.
—Gracias. Gideon me apretó la mano.
—Al parecer, hay bastante gente con este problema a la que han estudiado. Me ha hablado de un caso documentado en el que un hombre estuvo atacando sexualmente a su mujer en sueños durante doce años antes de buscar ayuda.
—¿Doce años? Dios mío.
—Parece que, en parte, esperaron tanto porque el hombre era mejor en la cama cuando estaba dormido —dijo fríamente—. Y si eso no constituye un golpe mortal para el ego, no sé qué otra cosa puede serlo. Me quedé mirándolo.
—Vaya mierda.
—Lo sé, ¿vale? —Su sonrisa irónica se desvaneció—. Pero no quiero que te sientas obligada a compartir la cama conmigo, ______. No existe ninguna pócima mágica. Puedo dormir en el sofá o irme a casa, aunque de las dos opciones preferiría el sofá. Mis días son mejores si me preparo contigo para ir a trabajar.
—Para mí también. Extendiendo la mano, Joe cogió la mía y se la llevó a los labios.
—Nunca imaginé que podría tener esto... Alguien en mi vida que sepa lo que tú sabes sobre mí. Alguien con quien poder hablar de mis cagadas durante la cena porque me acepta tal cual soy... Te estoy muy agradecido, _______. Mi corazón se retorció al sentir un dulce dolor en el pecho. Sabía decir cosas hermosas, cosas perfectas.
—Yo siento lo mismo por ti. —Puede que más, porque yo le quería. Pero no lo dije en voz alta. Algún día le llegaría el momento. No iba a rendirme hasta que fuera absoluta e irrevocablemente mío. * * * Con los pies desnudos sobre la mesa del café y el ordenador en su regazo, Joe parecía tan cómodo y relajado, que estuvo todo el tiempo distrayéndome de mis programas de la televisión. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, me pregunté. ¿Este hombre tan desmesuradamente atractivo y yo?
—Me estás mirando —murmuró, con los ojos puestos en la pantalla de su portátil. Le saqué la lengua. —¿Es eso una provocación sexual, señorita Tramell?
—¿Cómo puedes verme si estás mirando lo que sea eso en lo que estás trabajando?
Levantó en ese momento la vista y me miró fijamente. Sus ojos miel resplandecían de energía y calor.
—Siempre te veo, cielo. Desde el momento en que me encontraste, no he visto otra cosa más que a ti.
El miércoles empezó con la polla de Joe tratando de penetrarme por detrás, mi nueva forma preferida de despertarme.
—Vaya —dije con voz ronca, quitándome el sueño de los ojos mientras pasaba el brazo por mi cintura y me acercaba a su cálido y fuerte pecho—. Esta mañana estás juguetón.
—Estás preciosa y sexy por las mañanas —susurró, acariciándome el hombro con la nariz—. Me encanta despertar contigo.
Celebramos una noche de sueño ininterrumpido con unos cuantos orgasmos entre los dos.
Horas después, almorcé con Mark y Steven en un encantador restaurante mexicano escondido bajo el nivel de la calle. Bajamos unas escaleras de cemento y entramos en un restaurante sorprendentemente espacioso con camareros vestidos con chaleco negro y mucha luz.
—Tienes que volver aquí con tu chico para que te invite a un margarita de granada —dijo Steven.
—¿Están buenos? —pregunté.
—Desde luego. Cuando vino la camarera a por la comanda, flirteó descaradamente con Mark agitando unas pestañas envidiablemente largas. Mark también flirteó con ella. A medida que avanzó la comida, la exuberante pelirroja, en cuya solapa lucía el nombre de Shawna, se volvió más atrevida, y tocaba el hombro y la nuca de Mark cada vez que se acercaba. A cambio, las bromas de Mark se hicieron más sugerentes hasta que me fijé en que Steven se ponía nervioso, con la cara enrojecida y el ceño cada vez más fruncido. Me revolvía incómoda y conté los minutos hasta que terminó aquella comida cargada de tensión.
—Veámonos esta noche —le dijo Shawna a Mark cuando trajo la cuenta—. Una noche conmigo y te curaré. Yo ahogué un grito. ¿De verdad?
—¿Te viene bien a las siete? —susurró Mark—. Te voy a destrozar, Shawna. Ya sabes lo que pasa, que una vez que se ha catado lo bueno... El agua me entró por el otro lado y me atraganté. Steven se puso en pie de un brinco, rodeó la mesa y empezó a darme golpes en la espalda.
—Por Dios,_______ —dijo riéndose—. Sólo estábamos gastándote una broma. No te nos mueras.
—¿Qué? —jadeé con los ojos llenos de lágrimas. Riéndose, se dio la vuelta y pasó el brazo por encima de la camarera.
—________, ésta es mi hermana, Shawna. Shawna, _______ es la que hace que la vida de Mark sea más fácil.
—Eso está bien —respondió Shawna—, porque seguro que él te la hace más difícil. Steven me guiñó un ojo.
—Por eso es por lo que me tiene cerca.
Al ver a los hermanos juntos, por fin me di cuenta del parecido que antes se me había pasado por alto. Me hundí en mi asiento y miré a Mark con odio.
—Ha sido terrible. Creía que Steven iba a explotar. Mark levantó las manos, mostrando su arrepentimiento.
—Ha sido todo idea suya. Es la reina de los dramas, ¿recuerdas? Dándose la vuelta, Steven sonrió y dijo:
—No,______, ya sabes que en esta relación quien tiene las ideas es Mark. Shawna sacó una tarjeta de visita de su bolsillo y me la entregó.
—Mi número está por el otro lado. Llámame. Tengo información jugosa sobre estos dos. Puedes vengarte bien de ellos.
—¡Traidora! —la acusó Steven. Shawna se encogió de hombros.
—Oye, las chicas debemos permanecer unidas.
Después del trabajo, Joe y yo fuimos al gimnasio. Angus nos dejó en la calle y entramos. El lugar estaba lleno y los vestuarios abarrotados. Me cambié, guardé mis cosas y luego me encontré con Joe en el vestíbulo. Saludé con la mano a Daniel, el entrenador que había hablado conmigo la primera vez que fui a JonasTrainer, y recibí un azote en el culo.
—Oye —protesté intentando dar un manotazo sobre la mano castigadora de Joe—. ¡No hagas eso! Tiró de mi cola de caballo moviendo suavemente mi cabeza hacia atrás, inclinándome la boca hacia arriba, de modo que pudiera marcar su territorio con un beso profundo y largo. Su forma de tirarme del pelo hizo que una oleada de electricidad me recorriera la piel.
—Si esta es tu idea de elemento disuasorio, debo decirte que es mucho más un incentivo —le susurré ante sus labios.
—Estoy dispuesto a hacerlo más fuerte. —Me mordió el labio inferior—. Pero te sugiero que no pongas a prueba mis límites con estas cosas, ______.
—No te preocupes, prefiero hacerlo con otras.
Joe se dirigió primero a la cinta de correr, lo cual me permitió tener el placer de ver cómo su cuerpo brillaba con el sudor... en público. Por mucho que lo viera así en privado, nunca dejaba de volverme loca. Dios mío, me encantaba su aspecto con el pelo recogido por detrás. Y la flexión de sus músculos bajo la piel ligeramente bronceada. Y la grácil fuerza de sus movimientos. Ver a un hombre urbano tan elegante despojarse de sus trajes y mostrar su lado animal ponía en marcha todos los resortes de mi excitación. No podía dejar de mirarle y me alegraba no tener que hacerlo. Al fin y al cabo, era mío, un hecho que provocaba que un cálido placer me recorriera el cuerpo. Además, las demás mujeres del gimnasio se habían fijado también en él. Mientras se movía de un aparato a otro, docenas de ojos de admiradoras le seguían. Cuando me sorprendía comiéndomelo con los ojos, le lanzaba una mirada sugerente y me pasaba la lengua por el labio inferior. Su ceja levantada y su sonrisa compungida hacían que mi cuerpo se estremeciera. No recordaba la última vez que me había sentido tan estimulada mientras hacía ejercicio. La hora y media se pasó volando. Cuando volvimos al Bentley y nos dirigíamos al ático, yo me retorcía en el asiento.
Miré repetidamente a Joe con una silenciosa provocación. Él entrelazó sus dedos con los míos.
—Tendrás que esperar. Aquella declaración me sorprendió.
—¿Qué?
—Ya me has oído. —Me besó los dedos y tuvo el valor de dedicarme una sonrisa maliciosa—. Se llama demora de la gratificación, cielo.
—¿Por qué vamos a tener que hacerlo?
—Piensa en lo locos que vamos a estar el uno por el otro después de la cena. Me acerqué más de modo que Angus no me oyera, aunque sabía que era lo suficientemente profesional como para no hacernos caso.
—Hay dos opciones: esperar o no. Yo voto por el no. Pero no cedió. Al contrario, nos torturó a los dos, haciendo que nos desvistiéramos el uno al otro para darnos una ducha caliente, acariciando y rozando con nuestras manos las curvas y depresiones del cuerpo del otro y, después, vistiéndonos para cenar. Él se vistió de etiqueta pero sin corbata. Llevaba el cuello de su almidonada camisa blanca sin abotonar, mostrando un destello de su piel. El vestido de cóctel que había elegido para mí era un Vera Wang de seda de color champán, con un corpiño de bustier sin tirantes, espalda abierta y una falda de tejidos superpuestos que terminaba unos cuantos centímetros por encima de la rodilla. Sonreí al verlo, sabiendo que le volvería loco verme con ese vestido toda la noche. Era precioso y me encantó, pero se trataba de un estilo más apropiado para modelos altas y delgadas, no chicas bajitas y llenas de curvas. En un lamentable intento de aparentar modestia, dejé que el pelo me cayera sobre el pecho, pero no sirvió de mucho si debía tener en cuenta la expresión de Joe.
—Dios mío, Eva —dijo ajustándose los pantalones—. He cambiado de idea con respecto a ese vestido. No deberías llevarlo en público.
—No tenemos tiempo para que cambies de opinión.
—Creía que tenía más tela. Me encogí de hombros sonriendo.
—¿Qué puedo decir yo? Has sido tú quien lo ha comprado.
—Me lo estoy pensando mejor. ¿Cuánto tiempo hará falta para quitártelo? Deslizando mi lengua por el labio inferior, contesté:
—No lo sé. ¿Por qué no lo descubres por ti mismo? Sus ojos se oscurecieron.
—No vamos a salir nunca de aquí.
—Yo no me quejaría. Estaba tremendamente atractivo y yo lo deseaba con todo mi cuerpo, como siempre.
—¿No habrá alguna chaqueta u otra cosa que puedas ponerte por encima? ¿Un anorak, quizá? ¿O un impermeable? Riéndome, cogí mi bolso de mano de la cómoda y pasé mi brazo por el suyo.
—No te preocupes. Todos estarán muy ocupados observándote a ti como para siquiera darse cuenta de que yo estoy allí. Frunció el ceño mientras yo lo sacaba a rastras del dormitorio.
—En serio, ¿se te han puesto las tetas más grandes? Sobresalen por encima de esa cosa.
—Tengo veinticuatro años, Joe —contesté con sequedad—. Dejé de desarrollarme hace años. Lo que ves es lo que hay.
—Sí, pero se supone que soy yo el único que lo tiene que ver, porque soy yo el único al que se le permite tenerlo. Entramos en la sala de estar. En el corto espacio de tiempo que tardamos en atravesar el vestíbulo, saboreé la calmada belleza de la casa de Joe. Me gustaba lo cálida y acogedora que era. El encanto del Viejo Mundo en la decoración era muy elegante, pero también extraordinariamente agradable. La imponente vista desde las ventanas en arco se complementaba con el interior, pero no distraía la atención de él. La mezcla de maderas oscuras, piedra envejecida, colores cálidos y vívidos toques de piedras preciosas era claramente cara, al igual que las obras de arte que colgaban de las paredes, pero se trataba de una exhibición de riqueza de buen gusto. No podía imaginar que nadie se sintiera incómodo sin saber qué se podía tocar o dónde sentarse. No se trataba de ese tipo de espacios. Tomamos el ascensor privado y Joe me miró mientras las puertas se cerraban. Inmediatamente trató de subirme el corpiño.
—Si no tienes cuidado, vas a dejarme al aire la entrepierna —le advertí.
—Maldita sea.
—Podemos divertirnos con esto. Puedo interpretar el papel de una rubia guapa y tonta que va detrás de tu polla y tu dinero y tú puedes hacer de ti mismo: el conquistador millonario con su último juguete. Aparenta aburrimiento e indulgencia mientras yo me cuelgo de ti y hago gorgoritos diciendo lo brillante que eres.
—Eso no tiene gracia. —Y entonces, se le iluminó la cara—. ¿Y un pañuelo? Cuando entramos en la cena de gala para recaudar fondos para un centro de acogida para mujeres y niños, tuvimos que aguantar el acoso de la prensa, lo que provocó mi miedo a la exposición. Me concentré en Joe, pues nada distraía tanto mi atención como él. Y al fijarme en él, pude observar el cambio del hombre que era en privado con respecto al personaje público. La máscara se fue colocando en su sitio poco a poco. El iris de sus ojos pasó a un gélido color olivo y su boca sensual perdió cualquier atisbo de curvatura. Casi pude sentir cómo su fuerza de voluntad nos cercaba. Había una pantalla protectora entre los dos y el resto del mundo, simplemente porque así lo deseaba él. De pie a su lado, supe que nadie se acercaría ni me hablaría hasta que él les diera alguna señal de que podían hacerlo. Aun así, aquella sensación de no tocar no se extendió a la de no mirar. Joe hacía que las cabezas se giraran a medida que nos adentrábamos en la sala de baile y los ojos le seguían. A mí me dio un tic nervioso al ver toda la atención que él cosechaba, pero él parecía ajeno y completamente sereno. Si yo estaba empeñada en hacerle gorgoritos y aferrarme a él, tendría que hacer cola. En el momento en que nos detuvimos lo empezaron a asediar. Yo me aparté para dejar paso a quienes competían por captar su atención y fui a por una copa de champán. Waters Field & Leman habían hecho la publicidad gratis para la gala y vi a algunas personas que conocía. Había conseguido enganchar una copa de la bandeja de un camarero que pasaba cuando escuché que alguien decía mi nombre. Me giré y vi al sobrino de Stanton acercándose con una amplia sonrisa. De pelo oscuro y ojos verdes, tenía más o menos mi edad. Yo lo conocía de las veces que había ido a visitar a mi madre en vacaciones y me alegré de verle.
Lo saludé con los brazos abiertos y agradecida.
—¡Martin! ¿Cómo estás? Tienes un aspecto estupendo.
—Yo estaba a punto de decir lo mismo. —Miró mi vestido con admiración—. Me he enterado de que te has mudado a Nueva York y quería ir a visitarte. ¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad?
—No mucho. Unas cuantas semanas.
—Tómate el champán y vamos a bailar —me dijo. Aún sentía el agradable burbujeo del alcohol en mi cuerpo cuando entramos en la pista de baile al ritmo de Billie Holiday cantando «Summertime».
—Y bien, ¿estás trabajando? —preguntó. Mientras bailábamos, le hablé de mi trabajo y le pregunté en qué andaba él. No me sorprendió saber que trabajaba para la compañía de inversiones de Stanton y que le iba muy bien.
—Me gustaría ir por tu barrio y llevarte a comer algún día —propuso.
—Eso sería estupendo. —Me aparté cuando terminó la música y choqué contra alguien detrás de mí. Llevó las manos a mi cintura para sujetarme y miré hacia atrás para descubrir que era Joe.
—Hola —susurró, con su mirada gélida sobre Martin—. Preséntanos.
—Joe, éste es Martin Stanton. Nos conocemos desde hace unos años. Es sobrino de mi padrastro. —Respiré hondo y seguí adelante—. Martin, éste es el hombre más importante de mi vida, Joe Jonas. Martin sonrió abiertamente y extendió la mano.
—Jonas. Sé quién eres, por supuesto. Un placer conocerte. Si todo marcha bien, quizá te vea en algún encuentro familiar. El brazo de Joe se deslizó por encima de mis hombros.
—Cuenta con ello. A Martin lo llamó un conocido suyo y se acercó para besarme en la mejilla.
—Te llamaré para ir a comer. ¿Quizá la semana que viene?
—Genial. —Yo era muy consciente de la energía que desprendía Joe a mi lado, pero cuando lo miré, su rostro parecía tranquilo e impasible. Me sacó a bailar mientras Louis Armstrong cantaba «What a wonderful world».
—No estoy seguro de que me guste —murmuró.
—Martin es un chico muy simpático.
—Siempre que tenga claro que eres mía. —Presionó su mejilla contra mi sien y colocó la mano dentro del corte de la espalda de mi vestido, piel contra piel. No había lugar a dudas de que yo le pertenecía mientras me agarraba así. Saboreé la oportunidad de estar tan cerca de su delicioso cuerpo en público. Respirándolo, me dejé llevar por sus expertos brazos.
—Me gusta esto. Acariciándome con su nariz, murmuró:
—Ésa es la idea. Felicidad absoluta. Duró lo que dio de sí el baile. Salíamos de la pista de baile cuando vi a Demetria a un lado. Tardé un poco en reconocerla porque se había cortado el pelo a lo garçon y se lo había alisado. Tenía un aspecto esbelto y elegante con su sencillo vestido negro de cóctel, pero la eclipsaba la llamativa morena con la que estaba hablando. El paso de Joe vaciló, aminorando mínimamente antes de recuperar el ritmo habitual. Yo bajé la mirada pensando que él había esquivado algo del suelo.
—Tengo que presentarte a alguien —dijo en voz baja. Fijé mi atención hacia donde nos dirigíamos. La mujer que estaba con Demi había visto a Joe y se giró para saludarle. Sentí cómo su antebrazo se tensaba bajo mis dedos en el momento en que sus miradas se cruzaron. Y vi por qué. La mujer, quienquiera que fuese, estaba profundamente enamorada de Joe. Lo vi en su rostro y en sus ojos azules claros y fantasmales. Era de una belleza despampanante, tan exquisita como surrealista. Tenía el cabello negro como la tinta y le colgaba denso y recto hasta la cintura. Su vestido era del mismo color gélido que sus ojos, tenía la piel dorada por el sol y su cuerpo era largo y perfectamente curvado.
—Megan —la saludó Joe, y el habitual tono áspero de su voz se pronunció aún más. Me soltó y la agarró de las manos—. No me habías dicho que habías vuelto. Habría ido a recogerte.
—Te dejé unos cuantos mensajes en el buzón de voz de tu casa —dijo con voz refinada y suave.
—Ah, no he pasado mucho tiempo allí últimamente. —Como si eso le hiciera recordar que yo estaba a su lado, la soltó y me acercó a su lado—. Megan, ésta es _______ Tramell. _________, Megan Fox. Una vieja amiga. Extendí la mano hacia ella para que la estrechara.
—Cualquier amiga de Joe es amiga mía —dijo con una agradable sonrisa.
—Espero que eso sirva también para las novias. Cuando me miró a los ojos, lo hizo con un aire de complicidad.
—Sobre todo, las novias. Si puedes prescindir de él cinco minutos, me gustaría presentárselo a un socio mío.
—Por supuesto —respondí con voz calmada, aunque yo no lo estaba. Joe me dio un beso mecánico en la sien antes de acercarse a Megan para ofrecerle su brazo, dejando a una incómoda Demi a mi lado. Lo cierto es que sentí compasión por ella. Parecía muy abatida.
—Tu nuevo corte de pelo es muy favorecedor, Demetria. Ella me miró con la boca apretada y, después, la suavizó con un suspiro que parecía lleno de resignación.
—Gracias. Había llegado el momento de cambiar. El momento de muchos cambios, creo. Además, no había razones para imitar a la que se había ido ahora que ha vuelto. Yo la miré con el ceño fruncido y confundida.
—Me he perdido. Estudió mi cara.
—Hablo de Megan. ¿No lo sabes? Ella y Joe estuvieron comprometidos durante más de un año. Ella lo dejó, se casó con un acaudalado francés y se mudó a Europa. Pero se separaron. Ahora se están divorciando y ella ha vuelto a Nueva York.
Comprometidos. Sentí que la sangre se escurría de mi cara y miré hacia donde estaba el hombre al que yo quería con la mujer que debió amar, moviendo la mano hacia la espalda de ella para agarrarla mientras ésta se inclinaba sobre él con una carcajada. Mientras el estómago se me retorcía lleno de celos y miedo, pensé que yo había dado por supuesto que él nunca había tenido ninguna relación romántica seria antes que yo. Qué tonta. Con lo guapo que era, debí habérmelo imaginado.
Demi me puso la mano en el hombro.
—Deberías sentarte,______. Estás muy pálida. Noté que estaba respirando muy fuerte y que el pulso se me había acelerado peligrosamente.
—Tienes razón. Me acerqué a la silla vacía más cercana y me senté. Demi se sentó a mi lado.
—Estás enamorada de él —dijo—. No me había dado cuenta. Lo siento. Y siento lo que te dije la primera vez que nos vimos.
—Tú también estás enamorada de él —contesté con voz acartonada y con la mirada perdida—. Y en aquel momento yo no lo quería, todavía.
—Eso no me justifica, ¿no?
Acepté agradecida otra copa de champán cuando me la ofrecieron y cogí otra más para Demi antes de que el camarero se incorporara para marcharse. Chocamos nuestras copas con una lamentable muestra de solidaridad de mujeres desdeñadas. Quise marcharme. Quise levantarme y salir de allí. Quería que Joe se diera cuenta de que yo me había ido y se viera obligado a salir en mi busca. Quería que sintiera algo del dolor que yo sentía. Fantasías estúpidas, inmaduras e hirientes que me hacían sentir pequeña. Me consoló que Demi se quedara sentada en silencio, compadeciéndose. Sabía lo que se sentía cuando se ama a Joe y se le desea demasiado. El hecho de notar que ella estaba tan amargada como yo confirmaba la amenaza que Megan podría suponer. ¿Había estado él suspirando por ella durante todo este tiempo? ¿Era ella la razón por la que se había cerrado a otras mujeres?
—Aquí estás. Levanté la mirada cuando Joe llegó a mi lado. Por supuesto, Megan seguía enganchada a su brazo y yo tuve la completa sensación de que parecían una pareja. Estaban increíblemente guapos los dos juntos, así de simple. Megan se sentó a mi lado y Joe me pasó los dedos por la mejilla.
—Tengo que hablar con una persona —dijo—. ¿Quieres que te traiga algo?
—Vodka con zumo arándanos. Que sea doble. —Necesitaba algo que me animara. Muchísimo.
—De acuerdo. —Pero antes de alejarse me miró extrañado por lo que le había pedido.
—Me alegro mucho de conocerte,_______ —dijo Megan—. Joe me ha hablado mucho de ti.
—No puede haber sido mucho. No has estado por ahí tanto rato.
—Hablamos casi todos los días. —Sonrió, y no había nada de falso ni malicioso en su expresión—. Somos amigos desde hace mucho tiempo.
—Más que amigos —intervino Demi con una clara indirecta. Megan miró a Demi frunciendo el ceño y me di cuenta de que se suponía que yo no debía saberlo. ¿Había sido ella, Joe o los dos quienes habían decidido que lo mejor era no contármelo? ¿Por qué ocultar algo si no había nada que ocultar?
—Sí, es cierto —admitió con clara renuencia—. Aunque de eso hace ya algunos años. Me giré en mi asiento para ponerme enfrente de ella.
—Todavía lo quieres.
—No puedes culparme por ello. Cualquier mujer que pase un tiempo con Joe se enamora de él. Es guapo e intocable, una combinación irresistible. —Su sonrisa se atenuó—. Me ha dicho que le has servido de inspiración para que se abra. Te doy las gracias por ello.
Estuve a punto de decir: «No lo he hecho por ti», pero, entonces, una duda insidiosa me atravesó la mente, haciendo que un punto sensible dentro de mí se plegara sobre sí mismo. ¿Lo había estado haciendo por ella sin saberlo? Di una vuelta tras otra a la base de mi copa de champán sobre la mesa.
—Iba a casarse contigo.
—Y alejarme de él fue el mayor error de mi vida. —Se llevó la mano al cuello, moviendo nerviosamente sus delgados dedos, como si juguetearan con un collar que normalmente llevara ahí—. Era joven y, en ciertos aspectos, él me asustaba. Era muy posesivo. Hasta después de casarme no me di cuenta de que ese afán de posesión es mucho mejor que la indiferencia. Al menos, para mí. Aparté la mirada, conteniendo las náuseas que se abrían paso en mi garganta.
—Estás muy callada —dijo.
—¿Qué voy a decir? —espetó Demi. Todas lo amábamos. Todas estábamos disponibles para él. Al final, él tendría que decidir entre nosotras. Corinne me habló mirándome con sus ojos claros de aguamarina.
—________, debes saber que me ha dicho lo especial que eres para él. Tardé un tiempo en reunir el valor para volver aquí y enfrentarme a ustedes dos juntos. Incluso cancelé un vuelo que había reservado para hace un par de fines de semana. Le interrumpí en un evento benéfico en el que él daba un discurso, pobrecito, para decirle que venía para acá y para pedirle que me ayudara a instalarme. Me quedé helada, sintiéndome tan quebradiza como un cristal roto. Ella debía referirse a la cena del centro de beneficencia. La noche en que bautizamos la limusina y él se retrajo de inmediato, apartándose de mí de repente.
—Cuando me devolvió la llamada —continuó—, me dijo que había conocido a alguien. Que quería que tú y yo nos conociéramos cuando estuviera en la ciudad. Al final, yo me acobardé. Nunca antes me había pedido que conociera a ninguna mujer. Dios mío. Miré a Demi. Joe me había dejado de repente aquella noche por ella. Por Megan.
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Mensaje por AniitaRP4 Mar 16 Abr 2013, 9:33 pm

.______________________________. SIGUELAAA!! MY GOD!D: ESA MEGAN! :llll
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por Samantha Jue 18 Abr 2013, 5:49 pm

uffff por ella se puso tan frioo ese diaa se me acia que ese cambio de actitud estaba raro uuu :misery: porfa siguela pronto quiero saber que pasa
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 7 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por AniitaRP4 Sáb 20 Abr 2013, 12:28 pm

SIGUELA!
DDD:
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