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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Sáb 23 Mar 2013, 11:02 pm

Holaa hoy llegue mas temprano por que tengo un ligero dolor de cabezaa pero me llo pase genial con mi novio *-* y a ustedes como les fue hoy sabadooo??? bueno yo espro que tan bien como a mii una recomendacion si van al cine no vea el poderoso Oz no esta tan buena hasta la deje de verr creepygusta jahajhaahah bueno ya esta les dejo el capituloo gracias por comentarr me hacen muy feliizzz Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 1606340316


Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 581560_438397316248568_1269960238_n

Me apreté el cinturón de la bata.
—Voy a vestirme y me voy.
—¡Qué? —Joe me miró enfurecido—. ¿Irte adónde?
—A casa —contesté agotada—. Creo que necesitas asimilar todo esto. Cruzó los brazos.
—Podemos hacerlo juntos.
—No creo que podamos. —Lo miré con determinación y una profunda pena inundó mi vergüenza y mi desgarradora decepción—. No mientras me mires como si sintieras pena por mí.
—No soy de piedra, ________. No sería un ser humano si no me preocupara.
Las emociones que había sentido desde el almuerzo se fusionaron en un dolor abrasador en el pecho y un depurador arrebato de rabia.
—No quiero tu maldita compasión. Se pasó las dos manos por el pelo.
—Entonces, ¿qué demonios quieres?
—¡A ti! Te quiero a ti.
—Ya me tienes. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?
—Tus palabras no significan nada si no puedes corroborarlas. Desde el momento en que nos conocimos, me has deseado. No has sido capaz de mirarme sin dejar bien claro que quieres follarme hasta reventar. Y eso ha desaparecido, Joe. —Me ardían los ojos—. Esa mirada... ha desaparecido.
—No lo estás diciendo en serio. —Me miró como si me hubieran salido dos cabezas.
—Creo que no sabes cómo me hace sentir tu deseo. —Envolví mi cuerpo entre mis brazos, cubriéndome el pecho. De repente, me sentía desnuda en el peor de los sentidos—. Hace que me vea hermosa, que me sienta fuerte y viva. Yo... no puedo soportar estar contigo si ya no sientes eso por mí.
—_________, yo... —Su voz se desvaneció y quedó en silencio. Su rostro era severo y distante y sus puños apretados le caían a ambos lados. Desaté el cinturón de la bata y me la quité.
—Mírame, Joseph. Mira mi cuerpo. Es el mismo del que anoche no te cansabas. El mismo que querías penetrar con tanta desesperación que me llevaste a esa habitación de hotel. Si ya no lo quieres... Si no se te pone dura mirándolo...
—¿Te parece esto lo suficientemente dura? —Se rompió el cordón de los pantalones y se los bajó para mostrar la pesada y venosa longitud de su erección. Los dos nos lanzamos a la vez, colisionando. Nuestras bocas se deslizaron sobre el cuerpo del otro mientras él me levantaba para envolver sus labios con mis piernas. Tropezó con el sofá y caímos, y aguantó el peso de los dos con una sola mano extendida. Me tumbé debajo de él, jadeando y sollozando, mientras él se ponía de rodillas en el suelo y me lamía la barbilla. Se movía con brusquedad e impaciencia, sin la sutileza a la que me tenía acostumbrada, y me encantó. Me gustó más cuando se levantó por encima de mí y me metió la polla. Yo no estaba muy húmeda y aquel ardor me hizo ahogar un grito. Y entonces, me puso el pulgar en el clítoris, restregándolo en círculos y haciendo que mi cadera se agitara.
—Sí —gemí, pasando mis uñas por su espalda. Ya no estaba gélido. Estaba ardiendo—. Fóllame, Joe. Fóllame fuerte.
—_________. —Tapó mi boca con la suya. Me agarró el pelo con el puño inmovilizándome, mientras me embestía una y otra vez, machacándome con fuerza y hasta el fondo. Dio una patada contra el brazo del sofá impulsándose contra mí, llevándome a su orgasmo con decidida furia—. Mía... mía... mía... El rítmico golpeteo de sus pesadas pelotas contra la curva de mis nalgas y la dureza de su posesiva letanía, me volvió loca de deseo. Sentí que me aceleraba con cada punzada de dolor mientras mi sexo se tensaba con una excitación cada vez mayor. Con un largo gemido gutural, empezó a correrse y su cuerpo flexionado tembló mientras se vaciaba dentro de mí. Me agarré a él mientras llegaba a su orgasmo, acariciándole la espalda y besándolo con fuerza en el hombro.
—Espera —dijo con brusquedad apretando las manos por debajo de mí y aplastando mis pechos contra él. Joe me levantó y se sentó conmigo montada a horcajadas en su cintura. Mi sexo resbalaba tras su orgasmo, lo cual le hizo más fácil volver a introducirse en mí. Sus manos me apartaron el pelo de la cara y luego limpiaron mis lágrimas de alivio.
—Siempre me la pones dura, siempre me pones caliente. Siempre me vuelvo medio loco de tanto desearte. De haber algo que pudiese cambiar esto, lo habría hecho antes de que llegáramos tan lejos. ¿Lo entiendes? Mis manos rodearon sus muñecas.
—Sí.
—Ahora, demuéstrame que me deseas después de esto. —Tenía el rostro encendido y humedecido y sus ojos me miraban oscuros y turbulentos—. Necesito saber que haber perdido el control no significa que te haya perdido a ti. Aparté sus manos de mi cara y las bajé hasta mis pechos. Cuando él los cubrió con la palma de sus manos, extendí las mías sobre sus hombros y sacudí mi cadera. Él no estaba duro del todo pero enseguida se puso mientras yo empezaba a ondularme. Con sus dedos sobre mis pezones, moviéndolos y tirando de ellos, hacía que me invadieran oleadas de placer y aquella sutil estimulación llegaba a lo más profundo de mí ser. Cuando me acercó a él y se metió uno de mis duros pezones en la boca, yo grité y mi cuerpo se encendió deseando aún más. Agarrándome los muslos, me levantó. Cerré los ojos para concentrarme en la forma en que salía de mí. Después, me mordí un labio por el modo en que me estiraba al volver a entrar.
—Así —murmuró lamiéndome todo el pecho hasta llegar al otro pezón, agitando la lengua por la punta dura y dolorida—. Córrete para mí. Quiero que te corras mientras montas en mi polla. Moviendo mis caderas, sentí el placer de la exquisita sensación de que él entrara en mí de una forma tan perfecta. No sentí vergüenza ni remordimiento alguno mientras llegaba al frenesí montada en su pene duro, ajustando el ángulo de manera que su gruesa corona se restregara justo donde yo quería.
—Joe—susurré—. Ay, sí... Ah, por favor...
Me agarró la parte posterior del cuello con una mano y la muñeca con la otra, arqueando su cadera para entrar un poco más hondo.
—Eres tan hermosa, tan sensual... Voy a volver a correrme por ti otra vez. Eso es lo que provocas en mí, ________. Nunca tengo suficiente.
Gemí cuando todo se puso rígido, cuando llegó la dulce tensión después de los golpes rítmicos y profundos. Yo jadeaba con desesperación y movía con fuerza las caderas. Metí la mano entre las piernas y me masajeé el clítoris con la yema de los dedos para acelerar el orgasmo. Él ahogó un grito y echó la cabeza hacia atrás sobre el cojín del sofá mientras se le marcaban las venas del cuello por la tensión.
—Noto que estás a punto de correrte. El coño se te pone muy caliente y tenso, muy goloso. Sus palabras y su voz me hicieron caer. Grité cuando sentí el primer temblor fuerte y luego otra vez, mientras el orgasmo se extendía por mi cuerpo y mi sexo se contraía espasmódicamente alrededor de la férrea erección de Joe. Los dientes le rechinaron y él me apretó hasta que sus puños empezaron a aflojarse. Después, me agarró la cadera hacia arriba y se movió con fuerza dentro de mí. Una vez, dos. Al tercer empujón pronunció mi nombre con un gruñido y se vació con fuerza haciendo que mis últimos temores y dudas se echaran a dormir. No sé cuánto tiempo estuvimos tumbados en el sofá, conectados y juntos, con mi cabeza sobre su hombro y sus manos acariciando la curva de mi columna vertebral. Joe apretó los labios contra mi sien y murmuró:
—Quédate.
—Sí. Me abrazó.
—Eres muy valiente, Eva. Muy fuerte y honesta. Eres un milagro. Mi milagro.
—Puede que un milagro de la terapia moderna —me burlé, mientras mis dedos jugaban con su abundante pelo—. Y aun así, estuve realmente jodida durante un tiempo y todavía quedan algunos problemas que no creo que pueda superar nunca.
—Dios mío. La forma en que te tiré los trastos al principio... Pude haber echado a perder todo lo nuestro antes incluso de empezar. Y la cena de beneficencia... —Se estremeció y enterró la cara en mi cuello—. _______, no me permitas que eche a perder esto. No permitas que te aleje de mí. Levanté la cabeza para mirarlo a la cara. Era increíblemente guapo. A veces, me costaba asimilarlo.
—No puedes criticar a posteriori todo lo que hagas o lo que me digas por culpa de Nathan y de lo que me hizo. Eso nos terminará separando. Acabará con nosotros.
—No digas eso. Ni siquiera lo pienses. Le alisé el ceño con unas caricias de mi dedo pulgar.
—Ojalá no hubiera tenido que contártelo. Ojalá no tuvieras que saberlo. Me agarró la mano y apretó las yemas de mis dedos contra sus labios.
—Tengo que saberlo todo, cada parte de ti, exterior e interior, cada detalle.
—Las mujeres deben guardarse algún secreto —bromeé.
—Conmigo no tendrás ninguno. —Me agarró del pelo y me rodeó la cadera con un brazo apretándome contra él, recordándome, como si pudiera olvidarlo, que seguía estando dentro de mí—. Voy a ser tu dueño,______. Es lo más justo, puesto que tú eres la mía.
—¿Y qué pasa con tus secretos, Joe? Su rostro se convirtió en una máscara inexpresiva, un acto tan fácilmente conseguido que supe que se había convertido en algo natural en él.
—Empecé desde cero cuando te conocí. Todo lo que creía que era yo, todo lo que pensaba que necesitaba... —Negó con la cabeza—. Estamos descubriendo juntos quién soy. Tú eres la única que me conoce.
Pero no lo conocía. No de verdad. Lo estaba llegando a entender, conociéndolo poco a poco, pero seguía siendo un misterio para mí en muchos aspectos.
—_________... si simplemente me dijeras qué es lo que quieres... —Se esforzó por tragar saliva—. Puedo ser mejor si me das la oportunidad. Pero no... No te des por vencida conmigo. Dios mío. Podía triturarme con total facilidad. Unas cuantas palabras, una mirada desesperada, y yo me abría en canal. Le acaricié la cara, el pelo, los hombros. Estaba tan destrozado como yo, de un modo que todavía no conocía.
—Necesito algo de ti, Joe.
—Lo que sea. Dime lo que es.
—Necesito que cada día me cuentes algo que no sepa de ti. Algo revelador, por muy pequeño que sea. Necesito que me prometas que lo vas a hacer. Joe me miró con recelo.
—¿Lo que yo quiera? Asentí, sin estar segura de qué pensar ni de qué podía esperar sonsacarle. Soltó un fuerte suspiro.
—De acuerdo. Le besé suavemente, una muestra silenciosa de agradecimiento. —Salgamos a cenar. ¿O quieres que pidamos algo? —me preguntó acariciando mi nariz con la suya.
—¿Estás seguro de que debemos salir?
—Quiero tener una cita contigo. No había modo de que pudiera negarme a aquello, no cuando era consciente del gran paso que suponía para él. Un gran paso para los dos, en realidad, puesto que la última vez que habíamos salido juntos había terminado en desastre.
—Suena romántico. E irresistible. Su alegre sonrisa fue mi recompensa, al igual que la ducha que nos dimos para limpiarnos. Me encantaba la intimidad de lavar su cuerpo tanto como me gustaba la sensación de las palmas de sus manos deslizándose por el mío. Cuando le cogí la mano y la puse entre mis piernas, animándolo a que metiera dos de sus dedos dentro de mí, vi el familiar y bienvenido calor de sus ojos al tocar la esencia resbaladiza que había dejado detrás.
—Mía —murmuró tras besarme. Aquello me hizo deslizar las dos manos hasta su polla y susurrarle lo mismo a él. En el dormitorio, cogí de la cama mi vestido nuevo y me lo puse por encima.
—¿Lo has elegido tú, Joe?
—Sí, así es. ¿Te gusta?
—Es bonito. —Sonreí—. Mi madre dijo que tenías un gusto excelente... excepto por tus preferencias por las morenas. Me miró justo antes de que su magnífico culo desnudo desapareciera dentro de su inmenso vestidor.
—¿Qué morenas?
—Ah, buena respuesta.
—Mira en el cajón de arriba de la derecha —gritó. ¿Estaba intentando evitar que pensara en todas las morenas con las que le habían fotografiado, Demi incluida? Dejé el vestido sobre la cama y abrí el cajón. Dentro había una docena de conjuntos de lencería de Carine Gilson, todos de mi talla, en una amplia variedad de colores. También había ligas y medias de seda aún dentro de sus embalajes. Levanté la vista hacia Joe cuando volvió a aparecer con su ropa en la mano.
—¿Tengo un cajón?
—Tienes tres en el vestidor y dos en el baño?
—Joseph—dije sonriendo—, normalmente se tardan meses en reunir el valor para dejar un cajón.
—¿Cómo lo sabes? —Dejó su ropa sobre la cama—. ¿Has vivido con algún otro hombre aparte de Cary? Lo fulminé con la mirada.
—Tener un cajón no es vivir con alguien.
—Ésa no es una respuesta. —Se acercó y me apartó suavemente a un lado para coger unos calzoncillos. Al notar su retirada y que su humor se ensombrecía, contesté antes de que se apartara.
—No, no he vivido con ningún otro hombre. Inclinándose sobre mí, Joe me dio un beso brusco y fuerte en la frente antes de volver a la cama. Se detuvo a los pies dándome la espalda.
—Quiero que esta relación signifique más para ti que ninguna otra que hayas tenido.
—Así es. Hasta ahora. —Apreté el nudo de la toalla entre mis pechos—. Aún me cuesta un poco. Se ha convertido en algo importante muy rápidamente. Quizá demasiado rápido. No dejo de pensar que es demasiado bueno para ser verdad. Se dio la vuelta y me miró.
—Puede que sea así. Si lo es, lo merecemos. Fui hacia él y dejé que me estrechara entre sus brazos. Allí es donde quería estar más que en ningún otro sitio. Me dio un beso en la cabeza.
—No soporto la idea de que estés esperando que esto se acabe. Eso es lo que estás haciendo, ¿verdad? Eso es lo que parece.
—Lo siento.
—Tenemos que conseguir que te sientas segura. —Me pasó los dedos por el pelo—. ¿Cómo podemos hacerlo? Vacilé un momento y, a continuación, me decidí a contestar.
—¿Irías conmigo a una terapia de pareja? La caricia de sus dedos se detuvo. Se quedó en silencio un momento, respirando con fuerza.
—Piénsalo —le sugerí—, quizá si lo examinamos podemos ver qué pasa.
—¿Lo estoy haciendo mal? ¿Contigo y conmigo? ¿Tanto la estoy fastidiando? Me retiré para poder mirarlo.
—No, Joe. Eres perfecto. Perfecto para mí, al menos. Estoy loca por ti. Creo que eres... Me besó.
—Lo haré. Iré. Lo amé en ese momento. Con locura. Y al momento siguiente. Y durante todo el camino de lo que resultó ser una cena deslumbrante e íntima en el restaurante Masa. Éramos una de las tres únicas parejas del restaurante y a Joe lo saludaron por su nombre nada más verlo. La comida que nos sirvieron estaba increíblemente buena y el vino demasiado caro como para pensar en ello. De lo contrario, no habría sido capaz de beberlo. Joe era carismático y misterioso. Su encanto, relajado y seductor. Me sentía guapa con el vestido que había elegido para mí y estaba de buen humor. Él conocía lo peor que se podía saber de mí y, aun así, seguía conmigo. Sus dedos me acariciaron el hombro... dibujando círculos en mi nuca... bajando por la espalda. Me besó en la sien y me acarició bajo la oreja con la nariz, tocando ligeramente con su lengua mi piel sensible. Por debajo de la mesa, su mano me apretaba el muslo y me tocaba la parte posterior de la rodilla. Todo mi cuerpo vibró al sentirlo. Lo deseaba tanto que dolía.
—¿Cómo conociste a Cary? —me preguntó mirándome por encima del borde de su copa de vino.
—Terapia de grupo. —Apoyé mi mano sobre la suya para detener su movimiento hacia la parte superior de mi pierna, sonriendo ante el travieso brillo de sus ojos—. Mi padre es policía y había oído hablar de un terapeuta que supuestamente tenía una habilidad tremenda con niños salvajes, que es lo que yo era. Cary también estaba viendo al doctor Travis.
—Habilidad tremenda, ¿eh? —Joe sonrió.
—El doctor Travis no es como los demás terapeutas a los que he ido. Su consulta es un viejo gimnasio que ha transformado. Tiene una política de puertas abiertas con «sus chicos» y estar por allí era para mí más real que tumbarme en un sofá. Además, no había normas estúpidas. Tenía que haber una verdadera honestidad en ambas direcciones o se cabreaba. Siempre me gustó eso de él, que se preocupara lo suficiente como para que le afectara.
—¿Elegiste la Universidad Estatal de San Diego porque tu padre está en el sur de California? Torcí la boca irónicamente al ver que conocía algo más de mí que yo no le había dicho.
—¿Cuánto has descubierto sobre mí?
—Todo lo que he podido encontrar.
—Me gustaría saber hasta dónde has llegado. Levantó mi mano hasta sus labios y me la besó.
—Probablemente no. Yo negué con la cabeza exasperada.
—Sí, por eso asistí a la Universidad Estatal de San Diego. No había pasado mucho tiempo con mi padre cuando era niña. Además, mi madre me estaba asfixiando.
—¿Y nunca le dijiste a tu padre lo que te había pasado?
—No. —Giré el pie de mi copa de vino entre los dedos—. Sabe que yo era una chica rabiosa y problemática, con problemas de autoestima, pero no sabe lo de Nathan.
—¿Por qué no?
—Porque no puede cambiar lo que ocurrió. Nathan fue castigado legalmente. Su padre pagó una gran cantidad de dinero por daños. Se hizo justicia. Joe habló con calma:
—No estoy de acuerdo.
—¿Qué más se puede esperar? Dio un largo sorbo antes de contestar.
—No está bien decirlo en plena cena.
—Ah. —Como aquello sonaba siniestro, sobre todo cuando iba acompañado por su mirada fría, volví a centrar mi atención en la comida que tenía delante. No había menú en Masa, solo omakase, así que cada bocado era un placer sorprendente y la escasez de clientes lo hacía parecer como si tuviéramos todo el local para nosotros solos.
—Me encanta verte comer —dijo un momento después. Lo fulminé con la mirada.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Comes con gusto. Y tus pequeños gemidos de placer me la ponen dura. Choqué mi hombro con el suyo.
—Según tú mismo has dicho, siempre la tienes dura.
—Por tu culpa —contestó sonriendo, lo que hizo que yo también sonriera. Joe comía con más calma que yo y no miró siquiera la astronómica cuenta. Antes de salir, me colocó su chaqueta sobre los hombros.
—Vamos mañana a tu gimnasio —dijo. Yo lo miré.
—El tuyo está mejor.
—Por supuesto que sí. Pero yo iré adondequiera que tú prefieras ir.
—¿Algún lugar sin entrenadores serviciales que se llamen Daniel? —le pregunté con dulzura. Me miró arqueando la ceja y haciendo una mueca con los labios.
—Cuidadito, cielo, o tendré que pensar en algún castigo apropiado por haberte burlado de mi actitud posesiva. Me di cuenta de que no me había vuelto a amenazar con unos azotes. ¿Era consciente de que el dolor infligido con el sexo era para mí una provocación? Aquello me devolvió a un lugar de mi mente al que nunca quise regresar. Durante el camino de vuelta a casa de Joe, me acurruqué entre sus brazos en el asiento trasero del Bentley, con las piernas apoyadas en uno de sus muslos y la cabeza sobre su hombro. Pensé en el modo en que los abusos de Nathan seguían afectando a mi vida, sobre todo a mi vida sexual. ¿A cuántos de esos fantasmas podríamos exorcizar Joe y yo juntos? Tras aquel breve atisbo de juguetes que había visto en el cajón de la habitación del hotel, estaba claro que él tenía más experiencia y sexualmente era más atrevido que yo. Y el placer que yo había obtenido antes por la ferocidad de su forma de hacerme el amor en el sofá me demostraba que podía hacerme cosas que nadie más podía.
—Confío en ti —susurré. Apretó los brazos alrededor de mi cuerpo.
—Vamos a ser buenos el uno para el otro, ________ —murmuró con los labios sobre mi pelo. Cuando esa misma noche me quedé dormida en sus brazos, lo hice con aquellas palabras en mi cabeza.
—No... ¡No! No... ¡Por favor! Los gritos de Joe me levantaron de la cama y el corazón me latía con fuerza. Me costaba respirar mientras miraba asustada al hombre que se retorcía a mi lado. Gruñía como una bestia salvaje, dando puñetazos con las manos y patadas con los pies sin parar. Yo me aparté, con miedo de que me golpeara sin querer mientras dormía.
—Caliéntame —dijo jadeando.
—¡Joe! Despierta.
—Ca... lién... ta... me... —Arqueó la cadera con un bufido de dolor. Se mantuvo así, con los dientes apretados y la espalda doblada, como si la cama ardiera debajo de él. Después, se dejó caer y el colchón se sacudió mientras él rebotaba.
—Joe. —Alargué la mano hacia la lámpara de la mesilla de noche con la garganta ardiéndome. No podía llegar a ella y tuve que apartarme las mantas enredadas para poder acercarme. Joe se retorcía del dolor y se revolvía con tal fuerza que movía la cama. La habitación se iluminó con un repentino destello de luz. Me giré hacia él... Y lo encontré masturbándose con espantosa fiereza. Con la mano derecha se agarraba la polla con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos y la bombeaba con una rapidez despiadada. Con la mano izquierda se agarraba a la sábana ajustable. Su rostro se retorcía por el suplicio y el dolor. Temiendo por su seguridad, le empujé en el hombro con las dos manos.
—Joe, joder. ¡Despierta! Mi grito atravesó su pesadilla. Abrió los ojos y se incorporó, mirándome frenéticamente.
—¡Qué? —gritó mientras el pecho le palpitaba. Tenía la cara encendida y los labios y las mejillas rojos por la excitación—. ¿Qué pasa?
—Dios mío. —Me pasé las manos por el pelo y me levanté, cogiendo la bata negra que había dejado colgada de los pies de la cama. ¿Qué ocurría en su mente? ¿Qué podía hacer que alguien tuviera unos sueños sexuales tan violentos?
—Estabas teniendo una pesadilla. Me has asustado —respondí con voz agitada.
—_________. —Bajó la mirada hacia su erección y su rubor se oscureció por la vergüenza. Me quedé mirándolo desde mi sitio seguro junto a la ventana, mientras me ataba el cinturón de la bata con fuertes tirones.
—¿Qué estabas soñando? Él negó con la cabeza y bajó la mirada humillado, un gesto de vulnerabilidad que no había visto ni reconocía en él. Fue como si otra persona hubiera ocupado el cuerpo de Joe.
—No lo sé.
—Y una mierda. Hay algo en ti, algo que te corroe por dentro. ¿Qué es? Se recuperó visiblemente mientras su cerebro se esforzaba por despertar del todo.
—Sólo ha sido un sueño, _______. Son cosas que le pasan a la gente. Me quedé mirándole, dolida porque utilizara ese tono conmigo, como si yo estuviera siendo irracional.
—Que te den. Se puso derecho y tiró de las sábanas para ponerlas sobre su regazo.
—¿Por qué te enfadas?
—Porque estás mintiendo. Su pecho se ensanchó mientras tomaba aire. A continuación, lo dejó escapar rápidamente.
—Siento haberte despertado. Me apreté el puente de la nariz sintiendo que un dolor de cabeza iba cobrando fuerza. Los ojos me escocían por la necesidad de llorar por él, llorar por cualquiera que fuese el tormento que había sufrido. Y llorar por nosotros, porque si no me dejaba entrar ahí, nuestra relación no iría a ningún lado.
—Una vez más, Joseph: ¿qué estabas soñando?
—No me acuerdo. —Se pasó una mano por el pelo y dejó caer las piernas por el borde de la cama—. Tengo algunas cosas en la cabeza y probablemente me van a mantener despierto. Voy a trabajar un rato en el despacho. Vuelve a la cama e intenta dormir. —Había unas cuantas respuestas correctas para esa pregunta, Joe. «Hablemos de ello mañana» habría sido una de ellas. E incluso un «no estoy preparado para hablar de ello» habría estado bien. Pero tienes el valor de actuar como si no supiera lo que estoy diciendo y me hablas como si estuviese loca.
—Cielo...
—No. —Coloqué los brazos alrededor de mi cintura—. ¿Crees que me ha resultado fácil hablarte de mi pasado? ¿Crees que no me ha dolido abrirme en canal para dejar que saliera todo lo feo? Habría sido más sencillo cortar contigo y salir con otra persona menos importante. Quizá algún día sientas lo mismo por mí. Salí de la habitación.
—¡______! ______, maldita sea, vuelve aquí. ¿Qué te pasa? Aceleré el paso. Sabía cómo se sentía: aquellas náuseas en su estómago que se extendían como el cáncer, la rabia, la impotencia y la necesidad de acurrucarse en privado y buscar la fuerza para volver a meter los recuerdos en aquel agujero profundo y oscuro donde seguían viviendo. No era una excusa para mentir ni desviar la culpa hacia mí. Cogí el bolso de la silla donde lo había dejado al llegar de cenar y me apresuré rápidamente hacia la puerta y hacia el vestíbulo que llevaba al ascensor. Las puertas del ascensor se cerraban conmigo dentro cuando, a través de la puerta de la calle, lo vi entrar en la sala de estar. Al verlo desnudo estuve segura de que no podría venir detrás de mí, mientras que sus ojos me aseguraban que yo no me iba a quedar. Se había puesto otra vez la máscara, aquel rostro increíblemente implacable que mantenía al mundo a una distancia de seguridad. Temblando, me incliné sobre la barra de metal en busca de apoyo. Me debatía entre mi preocupación por él, que me empujaba a quedarme, y lo que había aprendido con mucho esfuerzo y que me aseguraba que esta forma de enfrentarse a los problemas no estaba hecha para mí. Para mí, el camino hacia la recuperación estaba pavimentado con verdades difíciles, no con negaciones y mentiras. Dándome pequeños toques en las mejillas húmedas al pasar por la tercera planta, respiré hondo y me recompuse antes de que se abrieran las puertas en la planta de abajo. El portero llamó con un silbido a un taxi que pasaba y actuó de manera tan profesional que hizo como si yo fuera vestida para trabajar en lugar de lucir unos pies descalzos y una bata negra. Le di las gracias sinceramente. Y estaba tan agradecida al taxista por llevarme a casa rápidamente que le di una buena propina y no me importaron las furtivas miradas que recibí de mi portero y del señor de la recepción. Ni siquiera me importó la mirada que me brindó la despampanante y escultural rubia que salió del ascensor mientras yo esperaba, hasta que olí en ella la colonia de Cary y me di cuenta de que la camiseta que llevaba puesta era de él.
Recibió mi estado a medio vestir con una mirada divertida.
—Bonita bata. La rubia se fue con una sonrisita. Cuando llegué a mi planta, encontré a Cary esperando con la puerta abierta y vestido con una bata suya. Se enderezó y abrió los brazos hacia mí.
—Ven aquí, nena. Fui directamente hacia él y lo abracé con fuerza, mientras todo su cuerpo olía a perfume de mujer y a sexo fuerte.
—¿Quién es la chica que acaba de marcharse?
—Otra modelo. No te preocupes por ella. —Me condujo al interior del apartamento y cerró la puerta con llave—. Jonas ha llamado. Ha dicho que venías para acá y que tiene tus llaves. Quería asegurarse de que yo estaba aquí y despierto para que pudieras entrar. Por si te interesa saberlo, parecía hecho polvo y preocupado. ¿Quieres que hablemos de ello? Dejé el bolso sobre la barra de la cocina al entrar.
—Ha tenido otra pesadilla. Una realmente mala. Cuando le he preguntado por ella, él lo ha negado, ha mentido y después ha actuado como si estuviera loca.
—Ah, lo típico. El teléfono empezó a sonar. Rápidamente le di al interruptor de la base para apagar timbre y Cary hizo lo mismo con el auricular que había dejado sobre la barra. A continuación, saqué mi teléfono móvil, cerré el mensaje que me decía que tenía varias llamadas perdidas de Joe y le envié un mensaje de texto: «En casa sana y salva. Espero que duermas bien el resto de la noche». Apagué el teléfono y volví a meterlo en el bolso; luego cogí una botella de agua del frigorífico.
—Lo que me repatea es que esta noche yo le había contado toda mi basura. Cary me miró asombrado.
—¡Lo has hecho! ¿Y cómo se lo ha tomado?
—Mejor de lo que me podía esperar. Nathan va a desear no haberle conocido nunca. —Me terminé la botella—. Y Joe aceptó ir a la terapia de parejas que me aconsejaste. Creía que habíamos superado los obstáculos. Puede que así fuera, pero aun así nos hemos dado contra un muro.
—De todas formas, parece que estás bien —dijo apoyándose sobre la barra—. Sin lágrimas. Muy tranquila. ¿Debo preocuparme? Me froté el vientre para liberar el miedo que se había arraigado en él.
—No. Me pondré bien. Sólo... quiero que funcionen las cosas entre nosotros. Quiero estar con él, pero mentir sobre asuntos serios supone para mí un impedimento.
Dios. Ni siquiera podía pensar que quizá no superaríamos aquello. Estaba nerviosa. La necesidad de estar con Joe hacía que el pulso me bombeara con fuerza.
—Eres dura de pelar, nena. Estoy orgulloso de ti. —Se acercó a mí, estrechamos los brazos y apagamos las luces de la cocina—. Vamos a dormir. Mañana será otro día.
—Creía que las cosas entre Trey y tú iban bien. Adoptó una espléndida sonrisa.
—Cariño, creo que me he enamorado.
—¿De quién? —Apoyé la mejilla en su hombro—. ¿De Trey o de la rubia?
—De Trey, tonta. La rubia sólo me ha servido para hacer un poco de ejercicio. Tenía muchas cosas que decir al respecto, pero no era el momento de entrar en el historial de Cary sobre sabotajes a su propia felicidad. Y quizá centrarse en lo bien que le iban las cosas con Trey fuera lo mejor en ese momento.
—Así que por fin te has enamorado de una persona buena. Tenemos que celebrarlo.
—Oye, eso lo debería decir yo.
MileyCyruZ
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Dom 24 Mar 2013, 6:51 pm

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 485994_438724169549216_2128787489_n

La mañana siguiente amaneció con un extraño tinte surrealista. Fui a trabajar y, después, a lo largo de las horas previas al almuerzo estuve sumida en una especie de niebla fría. No conseguía entrar en calor, a pesar de llevar puestas una chaqueta de punto por encima de la blusa y una bufanda que no pegaban entre sí. Tardaba unos minutos más en procesar lo que me pudieran pedir y no podía deshacerme de una sensación de temor. Joe no se puso en contacto conmigo de modo alguno. Nada en el móvil ni en mi correo electrónico después de mi mensaje de la noche anterior. Nada en mi bandeja de entrada del correo. Ninguna nota interna. Aquel silencio era insoportable. Sobre todo, cuando en mi bandeja de entrada sonó la alerta de Google y vi las fotos y vídeos de Joe y yo en Bryant Park. Vernos juntos —la pasión y la necesidad, el doloroso deseo en nuestros rostros y el agradecimiento de la reconciliación— fue una sensación agridulce. El dolor se retorcía en mi pecho. Joe. Si no conseguíamos resolver esto, ¿dejaría alguna vez de pensar en él y de desear que lo hubiésemos hecho? Me esforcé por recomponerme. Mark se iba a reunir hoy con Joe. Quizá por eso a Joe le había resultado difícil ponerse en contacto conmigo. O puede que simplemente estuviera muy ocupado. Yo sabía que tenía que estarlo, teniendo en cuenta su calendario de trabajo. Y por lo que tenía entendido, aún teníamos planes de ir al gimnasio después del trabajo. Dejé escapar el aire rápidamente y me dije que las cosas se arreglarían. Tenía que ser así. Eran las doce menos cuarto cuando sonó el teléfono de mi escritorio. Al ver en la pantalla que la llamada venía de la recepción, suspiré decepcionada y contesté.
—Hola, ________ —me saludó Megumi con voz alegre—, Demetria Lovato ha venido a verte.
—¿Sí? —Me quedé mirando mi monitor, confundida y enfadada. ¿Las fotos de Bryant Park habían sacado a Demi de debajo del puente de trol que sería su casa? Cualquiera que fuera el motivo, no tenía ningún interés en hablar con ella.
—Dile que me espere ahí, ¿vale? Antes tengo que ocuparme de otra cosa.
—Claro. Le diré que se siente. Colgué y, a continuación, saqué mi móvil y busqué en la lista de contactos hasta encontrar el número del despacho de Joe. Marqué y me sentí aliviada cuando respondió Scott.
—Hola, Scott. Soy ______ Tramell.
—Hola, _______. ¿Quieres hablar con el señor Jonas? Está en una reunión en este momento, pero puedo darle un toque.
—No. No le molestes.
—Es una orden prioritaria. No le importará. Oír aquello me tranquilizó enormemente.
—Odio endilgarte esto, pero tengo que pedirte algo.
—Lo que necesites. También es una orden prioritaria —El tono divertido de su voz me relajó aún más.
—Demetria Lovato está aquí abajo, en la planta veinte. Con franqueza, lo único que tenemos ella y yo en común es a Joe y eso no es bueno. Si tiene algo que decir es con tu jefe con quien debería hablar. ¿Puedes enviar a alguien que la lleve arriba?
—Por supuesto. Me encargo de ello ahora mismo.
—Gracias, Scott. Te debo una.
—Ha sido un placer, ______. Colgué el teléfono y me hundí en mi asiento, sintiéndome ya mejor y orgullosa de mí misma por no dejarme llevar por los celos. Aunque seguía odiando la idea de que Joe le dedicara parte de su tiempo, no había mentido cuando le dije que confiaba en él. Sabía que sus sentimientos hacia mí eran fuertes y profundos. Pero no sabía si eran suficientes como para anular su instinto de supervivencia. Megumi me volvió a llamar.
—Ay, Dios mío —dijo riéndose—. Deberías haber visto su cara cuando ha venido a por ella quienquiera que fuera ése.
—Bien. —Sonreí—. Supongo que no venía por nada bueno. Entonces, ¿ya se ha ido?
—Sí.
—Gracias. —Crucé el pequeño trozo de pasillo hasta la puerta de Mark y asomé la cabeza para ver si quería que fuera a traerle algo de comida. Él frunció el ceño mientras lo pensaba.
—No, gracias. Voy a estar demasiado nervioso como para comer hasta después de la presentación con Jonas. Para entonces, lo que sea que me traigas ya estará pasado.
—¿Y un batido de proteínas? Te dará un poco de energías hasta que puedas comer.
—Eso sería estupendo. —Su sonrisa iluminó sus oscuros ojos—. Algo que combine bien con el vodka, sólo para animarme un poco.
—¿Hay algo que no te guste? ¿Alguna alergia?
—Nada.
—Muy bien. Nos vemos dentro de una hora. —Sabía adónde tenía que ir. La tienda que tenía en mente estaba a sólo dos manzanas y en ella vendían batidos, ensaladas y una variedad de paninis hechos por encargo con un servicio rápido. Me dirigí a la planta de abajo y traté de no pensar en el silencio de Joe. Casi había esperado tener alguna noticia tras el incidente de Demi. El no haber recibido ningún tipo de reacción hizo que volviera a preocuparme. Salí a la calle por la puerta giratoria y apenas presté atención al hombre que salía de la parte de atrás de una limusina que había en la acera hasta que dijo mi nombre. Al girarme, me vi frente a frente con Nicholas Vidal.
—Ah... Hola —saludé—. ¿Cómo estás?
—Mejor, ahora que te veo. Tienes un aspecto fantástico.
—Gracias. Puedo decir lo mismo de ti. Aunque era muy diferente a Joe, era guapo a su manera, con sus ondas de color caoba, sus ojos verdes grisáceos y su encantadora sonrisa. Iba vestido con unos vaqueros holgados y un jersey de pico color crema que le daban un aspecto muy sexy.
—¿Has venido a ver a tu hermano? —le pregunté.
—Sí, y a ti.
—¿A mí?
—¿Vas a comer? Voy contigo y te cuento. Recordé brevemente que Joe me había advertido que me mantuviera lejos de Nicholas, pero supuse que para entonces él ya confiaba en mí. Sobre todo, con su hermano.
—Voy a un bar que hay calle arriba —le dije—. Si quieres, apúntate.
—Claro. Empezamos a caminar.
—¿Para qué querías verme? —le pregunté, sintiendo demasiada curiosidad como para esperar. Se metió la mano en uno de los dos grandes bolsillos de su pantalón y sacó una invitación que venía en un sobre de papel de vitela.
—He venido a invitarte a una fiesta que celebramos en el jardín de la casa de mis padres el domingo. Una mezcla de placer y negocios. Vendrán muchos de los artistas que han firmado con Vidal Records. He pensado que le vendría bien a tu compañero de piso para establecer contactos. Tiene una buena mano para los vídeos de música. Se me iluminó la cara.
—¡Eso sería maravilloso! Nicholas sonrió y me pasó la invitación.
—Lo pasaran bien los dos. Nadie celebra fiestas como mi madre. Miré brevemente el sobre que tenía en la mano. ¿Por qué no me había dicho Joe nada de esa fiesta?
—Si te estás preguntando por qué Joe no te había hablado de esto —dijo como si me leyera la mente—, es porque no va a venir. Nunca lo hace. Aunque sea el accionista mayoritario de la compañía, creo que la industria musical y los músicos le parecen demasiado impredecibles para su gusto. Pero seguro que ya sabes cómo es. Oscuro e intenso. Poderosamente magnético y tremendamente sexual. Sí, sabía cómo era. Y era de los que preferían saber en qué se metían a toda costa. Hice un gesto hacia el bar cuando llegamos a la puerta, entramos y esperamos nuestro turno.
—Este sitio huele genial —dijo Nick, mirando al móvil mientras escribía un mensaje rápido.
—El olor está a la altura del sabor, créeme. Adoptó una sonrisa juvenil que estuve segura de que hacía que la mayoría de las mujeres cayeran rendidas.
—Mis padres están deseando conocerte, ______.
—¿Qué?
—Ver las fotos de Joe y tú de la semana pasada ha supuesto una verdadera sorpresa. Una sorpresa buena —matizó rápidamente al ver mi gesto—. Es la primera vez que le hemos visto realmente interesado en alguien con quien está saliendo. Suspiré pensando que en ese mismo momento ya no estaba tan interesado en mí. ¿Había cometido un terrible error al dejarle solo la noche anterior? Cuando llegamos al mostrador, pedí un panini vegetal con queso y dos batidos de granada y les pedí que esperaran media hora con el que llevaba la dosis de proteínas hasta que yo comiera. Nick pidió lo mismo y conseguimos encontrar una mesa en el atestado bar. Hablamos de trabajo, riéndonos los dos de las tomas falsas de un reciente anuncio de comida para bebés que habían difundido por internet y de algunas anécdotas de actores con los que Nick había trabajado. El tiempo pasó rápidamente y cuando nos separamos a la entrada del Jonasfire, me despedí con verdadero afecto.
Subí a la planta veinte y me encontré a Mark aún en su mesa. Me regaló una rápida sonrisa a pesar de su aspecto de concentración.
—Si realmente no me necesitas —dije—, no hace falta que vaya a la presentación. Aunque trató de ocultarlo, vi un rápido destello de alivio. No me ofendió. El estrés era el estrés y mi inestable relación con Joe era algo en lo que Mark no tenía por qué pensar mientras trabajaba en una cuenta importante.
—Eres estupenda, ______. ¿Lo sabías? Sonreí y coloqué la bolsa con la bebida delante de él.
—Bébete el batido. Está muy bueno y las proteínas harán que no sientas mucha hambre hasta un poco después. Estaré en mi mesa por si me necesitas. Antes de meter el bolso en el cajón, le mandé un mensaje a Cary para preguntarle si tenía planes para el domingo y si le gustaría asistir a una fiesta de Vidal Records. Después, me puse de nuevo a trabajar. Empecé a organizar los archivos de Mark en el servidor, etiquetándolos y colocándolos en directorios para hacer más fácil y rápida la recopilación de los archivos. Cuando Mark salió para su reunión con Joe, el pulso se me aceleró y sentí en el estómago un fuerte pinchazo por la expectación. No podía creer mi excitación simplemente por saber lo que Joe estaría haciendo en ese preciso momento y que tendría que pensar en mí cuando viera a Mark. Esperaba tener noticias suyas después de aquello. Me sentí más animada al pensarlo. Durante la siguiente hora esperé impaciente por saber cómo había ido todo. Cuando Mark volvió a aparecer con una gran sonrisa y un paso animado, yo me puse de pie en mi cubículo y le aplaudí. Él hizo una reverencia cortés y exagerada.
—Gracias, señorita Tramell.
—¡Me alegro mucho por ti!
—Jonas me ha pedido que te dé esto. —Me pasó un sobre manila cerrado—. Ven a mi despacho y te daré todos los detalles.
El sobre pesaba y sonaba al moverlo. Supe por el tacto lo que iba a encontrar dentro antes de abrirlo, pero aun así, ver cómo salían mis llaves y caían sobre mi mano me dolió. Ahogando un grito ante aquel dolor más intenso que cualquier otro que pudiera recordar, leí la nota que venía con ellas:

GRACIAS POR TODO, ________.
TUYO, JOE.


Una nota de despedida. Tenía que ser eso. De lo contrario, me habría dado las llaves después del trabajo, de camino al gimnasio. Había un estruendo sordo en mis oídos. Me sentí mareada. Desorientada. Estaba asustada y angustiada. Furiosa. Pero estaba en el trabajo. Cerré los ojos y apreté los puños. Me recompuse y repelí el deseo de subir y llamar cobarde a Joe. Probablemente me consideraba una amenaza, alguien que, sin ser invitada, había entrado en su vida y la había puesto patas arriba. Alguien que exigía más que simplemente un cuerpo atractivo y una importante cuenta corriente.
Encerré mis emociones tras un muro de cristal, donde yo sabía que estarían esperando en un segundo plano, pero pude continuar con el resto de la jornada laboral. Cuando llegó la hora de salir y me dispuse a bajar, aún no había tenido noticias de Joe. En ese momento, yo era tal desastre emocional que sólo sentí una única y afilada punzada de desesperación al salir del Jonasfire.
Me dirigí al gimnasio. Apagué el cerebro y me puse a correr a toda marcha en la cinta, huyendo de la angustia que me alcanzaría poco después. Corrí hasta que me cayeron ríos de sudor por la cara y el cuerpo y mis piernas de chicle me obligaron a parar. Maltrecha y agotada, llegué a las duchas. Después, llamé a mi madre y le pedí que enviara a Clancy al gimnasio a recogerme para ir a nuestra cita con el doctor Petersen. Mientras volvía a ponerme la ropa de trabajo, reuní las fuerzas para afrontar aquella última tarea antes de poder irme a casa y caer en la cama. Esperé a la limusina en la calle, sintiéndome apartada y fuera de la ciudad que hervía a mi alrededor. Cuando Clancy se detuvo y dio un brinco para abrirme la puerta de atrás me quedé atónita al ver a mi madre ya en el interior. Aún era pronto. Había esperado que me llevaran a mí sola al apartamento que compartía con Stanton y allí esperar con ella veinte minutos o más. Aquélla era una práctica inusual.
—Hola, mamá —la saludé con voz cansina, colocándome en el asiento al lado de ella.
—¿Cómo has podido, ________? —Estaba llorando sobre un pañuelo bordado con iniciales y su rostro era hermoso pese a estar enrojecido y humedecido por las lágrimas. ¿Por qué?
—¿Qué he hecho ahora? —le pregunté frunciendo el ceño y saliendo de mi tormento al ver su aflicción. El nuevo teléfono móvil, si es que se había enterado de ello, no podía ser el causante de tanto drama. Y aún era demasiado pronto para que ella supiese algo de mi ruptura con Joe.
—Le has hablado a Joseph Jonas de... lo que te pasó. —Su labio inferior le temblaba por la consternación. Eché la cabeza hacia atrás ante aquel bombazo. ¿Cómo podía saberlo? Dios mío... ¿Había puesto micrófonos en mi nueva casa? ¿En mi bolso...? ¿Qué?
—No lo niegues.
—¿Cómo sabes que se lo he contado? —Mi voz era un susurro de dolor—. Lo hablamos ayer mismo.
—Ha ido hoy a ver a Richard para hablar de ello. Traté de imaginarme la cara de Stanton durante aquella conversación. No imaginé que mi padrastro se lo hubiese tomado bien.
—¿Por qué haría algo así?
—Quería saber qué habíamos hecho para evitar que esa información se filtrara. Y quería saber dónde está Nathan —dijo entre sollozos—. Quería saberlo todo. Suspiré con un fuerte bufido. No estaba segura de cuáles eran los motivos de Joe, pero la posibilidad de que me hubiera puesto en contra de Nathan y de que ahora se estuviera asegurando de librarse del escándalo me dolía más que nada. Me retorcí de dolor, arqueando la espalda y separándola del respaldo del asiento. Había creído que era su pasado lo que habría una brecha entre los dos, pero tenía más sentido que fuera el mío. Por una vez, agradecí el ensimismamiento de mi madre, que le impidió darse cuenta de lo desolada que yo estaba.
—Tenía derecho a saberlo. —Conseguí decir con una voz tan cortante que no se parecía en nada a la mía—. Y tiene derecho a tratar de protegerse de lo que esto le pueda perjudicar.
—Nunca se lo habías contado a ninguno de tus otros novios.
—Tampoco he salido nunca con nadie que ocupe titulares a nivel nacional por el simple hecho de estornudar. —Miré por la ventanilla hacia los coches que nos rodeaban—. Joseph Jonas y Jonas Industries son noticia en todo el mundo, mamá. Está a años luz de los tipos con los que salí en la universidad. Siguió hablando, pero yo no la escuché. Me cerré en banda para protegerme, alejándome de la realidad que, de repente, era demasiado dolorosa como para poder soportarla.
La consulta del doctor Petersen era tal cual yo la recordaba. Decorada en colores neutros y relajantes, resultaba tan profesional como confortable. El doctor Petersen era igual, un hombre atractivo de pelo canoso y unos ojos azules, inteligentes y dulces. Nos dio la bienvenida y nos hizo pasar a su despacho con una amplia sonrisa, comentando el estupendo aspecto de mi madre y cómo me parecía yo a ella. Dijo que se alegraba de volver a verme pero estoy segura de que lo decía por el bien de mi madre. Era un observador demasiado cualificado como para no darse cuenta de las emociones que yo estaba reprimiendo.
—¿Y bien? —empezó a decir mientras se colocaba en su sillón, al otro lado del sofá en el que mi madre y yo nos sentamos—. ¿Qué les trae hoy por aquí? Le hablé de cómo mi madre había estado siguiendo mis movimientos a través de la señal de mi teléfono móvil y lo invadida que yo me sentía. Mamá le habló de mi interés por el Krav Maga y de cómo ella lo interpretaba como un síntoma de que no me sentía segura. Le conté cómo mi madre y Stanton se habían hecho con el control del estudio de Parker, lo cual me asfixiaba y agobiaba. Ella le dijo que yo había traicionado su confianza al haber compartido asuntos muy personales con extraños, lo cual le hacía sentirse desnuda y terriblemente expuesta. Durante todo ese tiempo, el doctor Petersen escuchó con atención, tomó notas y apenas habló hasta que lo hubimos expulsado todo.
—Monica, ¿por qué no me había contado que estaba rastreando el teléfono móvil de _______? —preguntó cuando nos quedamos en silencio. Ella movió el mentón hacia abajo, un gesto defensivo ya familiar.
—No vi que eso pudiera ser algo malo. Muchos padres siguen el rastro de sus hijos a través de sus teléfonos móviles.
—Hijos menores de edad —protesté—. Yo soy adulta. Mis momentos privados son exactamente eso.
—Si usted se viera en el lugar de ella, Monica —interpuso el doctor Petersen—, ¿es posible que se sintiera igual que _____? ¿Qué pasaría si descubriera que alguien está controlando sus movimientos sin su conocimiento ni su permiso?
—No si ese alguien fuera mi madre y yo supiera que eso le daba tranquilidad —argumentó.
—¿Y ha considerado usted cómo sus actos afectan a la tranquilidad de _______? —preguntó con voz queda—. Su necesidad de protegerla es comprensible, pero debería hablar abiertamente con ella de los pasos que desea dar. Es importante saber qué tiene que decir y esperar su colaboración cuando ella así lo decida. Tiene que respetar su derecho a establecer unos límites que quizá no sean tan amplios como usted desearía. —Mi madre farfulló indignada—. _______ necesita poner una frontera, Monica —continuó—, y tener la sensación de que tiene el control sobre su vida. Durante mucho tiempo, se le negaron ese tipo de cosas y tenemos que respetar su derecho a que las establezca ahora del modo que le parezca más conveniente.
—Vaya. —Mi madre retorcía su pañuelo entre los dedos—, no lo había visto de ese modo. Extendí la mano para agarrar la de mi madre cuando su labio inferior empezó a temblar con fuerza.
—No hay nada que me hubiera impedido hablarle a Joe sobre mi pasado. Pero sí podría haberte avisado antes. Siento no haber caído en eso.
—Eres mucho más fuerte de lo que yo fui nunca —contestó mi madre—, pero no puedo evitar preocuparme.
—Mi sugerencia —dijo el doctor Petersen— es que usted, Monica, le dedique un tiempo a pensar qué tipo de casos y situaciones provocan su preocupación. Después, los escribe. —Mi madre asintió—. Cuando tenga lo que seguramente no sea una lista muy exhaustiva pero sí un comienzo importante, puede sentarse a hablar con _______ de las estrategias que deben adoptar para abordar esas preocupaciones, estrategias con las que las dos se sientan cómodas. Por ejemplo, si el hecho de no tener noticias de _________ durante unos días la inquieta, quizá un mensaje o un correo electrónico pueda mitigar esa inquietud.
—De acuerdo.
—Si lo prefiere, podemos repasar esa lista los dos. Aquel intercambio de opiniones entre los dos hizo que me dieran ganas de gritar. Era como echar sal en la herida. No me esperaba que el doctor Petersen hiciera entrar en razón a mi madre, pero sí que al menos adoptara una postura más firme. Dios sabe que alguien tenía que hacerlo, alguien cuya autoridad ella respetara. Cuando terminó la visita y nos dirigíamos a la puerta, le pedí a mi madre que esperara un momento para que yo pudiera hacerle al doctor Petersen una última pregunta personal y en privado.
—Sí,_______. —Él estaba delante de mí, con una mirada de infinita paciencia y sabiduría.
—Me estaba preguntando... —Hice una pausa para deshacer el nudo que tenía en la garganta—. ¿Es posible que dos personas que han sufrido abusos puedan tener una buena relación amorosa?
—Por supuesto. —Su respuesta inmediata y rotunda hizo que pudiera sacar el aire que tenía atrapado en mis pulmones. Le estreché la mano.
—Gracias. Cuando llegué a casa, abrí la puerta con las llaves que Joe me había devuelto y fui directa a mi dormitorio, brindando un pobre saludo con la mano a Cary, que estaba practicando yoga en el salón ante un DVD. Me quité la ropa mientras recorría la distancia desde la puerta cerrada de mi habitación hasta la cama para acurrucarme por fin entre las sábanas frías, vestida simplemente con ropa interior. Me abracé a la almohada y cerré los ojos, tan agotada y vacía que no me quedaba nada más en mi interior. La puerta se abrió detrás de mí y un momento después Cary se sentó a mi lado.
Me apartó el pelo de la cara llena de lágrimas.
—¿Qué te pasa, nena?
—Hoy me han mandado a freír espárragos. A través de una mierda de tarjeta. Él suspiró.
—Ya sabes cómo es esto, ________. Va a alejarte de su lado porque espera que le falles como lo han hecho todos los demás.
—Y yo le estoy dando la razón. —Me reconocí en la descripción que Cary me acababa de hacer. Echaba a correr cuando las cosas se ponían feas porque estaba segura de que todo iba a terminar mal. Lo único que yo podía controlar era ser yo la que se fuera en lugar de ser la que se quedaba atrás.
—Porque te estás esforzando por proteger tu propia recuperación. —Se tumbó y amoldó su cuerpo al mío, envolviéndome con su brazo musculado y apretándome con fuerza contra él. Me acurruqué bajo aquella muestra física de afecto que no había sido consciente de necesitar.
—Quizá me haya dejado por mi pasado, no por el suyo.
—Si eso fuera cierto, es mejor que se haya terminado. Pero creo que al final los dos se volveran a encontrar. Al menos, eso espero —susurraba dulcemente sobre mi cuello—. Quiero que todo el mundo tenga su final feliz. Enséñame el camino, cariño. Haz que lo crea.


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Mensaje por AniitaRP4 Mar 26 Mar 2013, 7:45 pm

SIGUELAAAA!:D Hola Soy Ana Ty Soy De Rep.Dominicana!:)
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Mensaje por JB&1D2 Miér 27 Mar 2013, 6:50 am

Siguelaaaaaaaa
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Mensaje por Samantha Miér 27 Mar 2013, 8:16 am

waaa porfavor siguelaaaaa iero sabeer que pasa no la puede dejar asiiiiiii nooooo porfavor siguela Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 2312883081 Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 2000130356
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Mensaje por AniitaRP4 Miér 27 Mar 2013, 8:57 pm

NO LA DEJES ASIIIIIII!D: se supone que cuando comiemzas una novel tienes que comprometerte a terminarla!:c
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Mensaje por MileyCyruZ Miér 27 Mar 2013, 11:21 pm

Holaaaaa ya lo se deben querer matarme por no subir pero resulta que hoy estooy de muuuuuuy buen humor yyy les subire capitulo vi que pusieron que si se comprometia a una novela la tenia que subir hasta terminarla jajajaj yo jamas dij que no la seguiria jajajaj apenas hace 3 dias que no subo y ya creen que no la seguiree?? jajaj no se preocupen chicas que la novela sigue y les in formo que estoy subiendo otra para las que ya leyeron Fifty Shades estoy subiendo el cuarto libro sii escucharon bien el cuarto que es mi favorito por que en el cuarto libro el que narra todo es christian en este caso Joe asi que espero verlas tambien ahii comentando bueno no las hago esperar mas y aqui les dejo el capitulo 15

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 734398_440087446079555_1623577045_n

El viernes empezó con Trey desayunando con Cary y conmigo tras haber pasado la noche juntos. Mientras me bebía la primera taza de café del día, le vi interactuar con Cary y me estremeció enormemente ver las sonrisas íntimas y las caricias disimuladas que se hacían el uno al otro.
Yo había disfrutado de relaciones fáciles como aquélla y en su momento no las había sabido apreciar. Habían sido cómodas y sencillas, pero también superficiales en lo esencial. ¿Cómo se puede profundizar en una relación amorosa si no se conocen los secretos del alma de la persona a la que amas? Ése era el dilema al que me enfrentaba con Joe.
Había comenzado el segundo día sin Joe. Me descubrí deseando ir a verle y pedirle disculpas por haberle dejado. Quería decirle que seguía estando con él, lista para escuchar o simplemente ofrecerle un consuelo silencioso. Pero estaba demasiado implicada emocionalmente. Me herían con facilidad. Tenía demasiado miedo al rechazo. Y saber que no me dejaría acercarme demasiado no hacía más que intensificar ese miedo. Aunque llegáramos a arreglar las cosas, terminaría destrozada, tratando de vivir simplemente con los restos y los retazos que él decidiera compartir conmigo. Al menos, en el trabajo me iba bien. El almuerzo al que la directiva nos había invitado para celebrar que se hubiese conseguido la cuenta de Kingsman me puso realmente contenta. Me sentía afortunada por trabajar en un ambiente tan positivo. Pero cuando me enteré de que habían invitado a Joe —aunque nadie esperaba que apareciera— regresé en silencio a mi mesa y me concentré en el trabajo durante el resto de la tarde.
Fui al gimnasio de camino a casa, luego compré algunas cosas para preparar unos fettuccini alfredo para cenar y crème brûlée para el postre. Estaba segura de que una buena comida casera me dejaría en un coma de carbohidratos. Esperaba que el sueño diera un respiro a los infinitos «¿y si...?» a los que daba vueltas mi cerebro, con suerte hasta bien entrada la mañana del sábado.
Cary y yo cenamos en la sala de estar con palillos chinos. Ésa era su idea de alegrarme. Dijo que la cena estaba estupenda, pero yo no estaba tan segura. Levanté el ánimo cuando vi que él también se quedaba en silencio y me di cuenta de que no estaba siendo una amiga ejemplar.
—¿Cuándo sale el anuncio de Grey Isles? —le pregunté.
—No estoy seguro, pero... —Sonrió—. Ya sabes lo que pasa con los modelos masculinos. Se nos zarandea de un lado a otro como a los condones en plena orgía. Es difícil sobresalir entre la multitud a menos que estés saliendo con alguien famoso, lo cual se dice que estoy haciendo de repente, desde que salieron en todos los sitios esas fotos de nosotros dos juntos. Soy el otro en tu relación con Joe Jonas. Has sido una gran ayuda al convertirme en un personaje popular. Me reí.
—No necesitabas mi ayuda para eso.
—Bueno, lo que está claro es que no me ha hecho ningún mal. De todos modos, me han llamado para un par de sesiones más. Creo que es posible que me utilicen para algo más de cinco minutos.
—Tendremos que celebrarlo —bromeé.
—Por supuesto. Cuando quieras.
Terminamos pasando el rato juntos y viendo la primera versión de Tron. Su teléfono sonó cuando llevábamos veinte minutos de película y escuché que hablaba con su agente.
—Claro. Estoy ahí en quince minutos como mucho. Te llamo en cuanto llegue.
—¿Te han dado un trabajo? —le pregunté cuando colgó.
—Sí. El modelo para una sesión nocturna ha llegado tan borracho que no les sirve. —Se me quedó mirando—. ¿Quieres venir? Estiré las piernas sobre el sofá.
—No. Estoy bien aquí.
—¿Seguro que estás bien?
—Lo único que necesito es entretenerme sin pensar en nada. La simple idea de volver a vestirme me agota. —Me sentiría feliz con mis pantalones de pijama de franela y mi agujereada camiseta de tirantes durante todo el fin de semana. Por muy dolida que me sintiera por dentro, la comodidad exterior me parecía imprescindible—. No te preocupes por mí. Sé que últimamente he sido un desastre, pero me pondré bien. Ve y pásatelo bien. Después de que Cary se fuera, paré la película y fui a la cocina a por una copa de vino. Me detuve junto a la barra y deslicé los dedos por las rosas que Joe me había enviado el fin de semana anterior. Los pétalos caían sobre la barra como si fuesen lágrimas. Pensé en cortar los tallos y utilizar el envase en el que venía el ramo, pero no tenía sentido aferrarse a aquello. Lo tiraría a la basura al día siguiente, el último recuerdo de una relación igual de condenada. Había llegado más lejos en mi relación con Joe en una semana de lo que había llegado con cualquier otra relación que me hubiese durado dos años. Le querría siempre por ello. Quizá le querría siempre y punto. Y quizá un día no me dolería tanto.
—Arriba, dormilona —canturreó Cary mientras me quitaba el edredón.
—¡Uf! ¡Vete!
—Tienes cinco minutos para levantar tu culo de ahí y meterte en la ducha o la ducha vendrá hasta ti. Abrí un ojo y le di un besito. No llevaba camiseta y vestía unos pantalones anchos que le caían de la cintura. En lo referente a los despertares, era el mejor.
—¿Por qué tengo que levantarme?
—Porque estás tumbada y no estás de pie.
—Vaya, me has convencido, Cary Taylor. Se cruzó de brazos y me lanzó una mirada maliciosa.
—Tenemos que ir de compras. Yo enterré la cara en la almohada.
—No.
—Sí. Recuerdo que en una misma frase hablaste de una fiesta al aire libre el domingo y una reunión de estrellas de rock. ¿Qué demonios voy a ponerme para algo así?
—Ah, vale. Una buena razón.
—¿Que vas a ponerte tú?
—Yo... No sé. Me había decantado por el look de merienda inglesa con sombrero, pero ya no estoy tan segura.
—Eso es —asintió con energía—. Vamos a quemar las tiendas y buscarte algo sensual, elegante y guay.
Protesté entre gruñidos, salí de la cama dándome la vuelta y caminé hasta el baño. Era imposible ducharse sin pensar en Joe, sin imaginar su cuerpo perfecto y recordar los ruidos de desesperación que hizo cuando se corrió en mi boca. Allá donde mirara, estaba Joe. Incluso empecé a ver coches Bentley negros por toda la ciudad. Creía ver uno cerca adondequiera que fuera.
Cary y yo almorzamos y, después, dimos brincos por toda la ciudad, llegando a las mejores tiendas de segunda mano del Upper East Side y a las boutiques de Madison Avenue antes de tomar un taxi hacia el SoHo. Por el camino, Cary se topó con dos chicas adolescentes que le pidieron un autógrafo y que creo que me hicieron más gracia a mí que a él.
—Te lo dije —se pavoneó.
—¿Que me dijiste?
—Me han reconocido por un blog de noticias de entretenimiento. Una de las entradas era sobre Jonas y tú. Solté un bufido.
—Me alegro de que mi vida amorosa sirva de algo a alguien.
Él tenía que ir a otro trabajo a eso de las tres y yo le acompañé, y pasamos unas cuantas horas en el estudio de un presuntuoso fotógrafo que hablaba a voces. Al recordar que era sábado, me deslicé a un rincón apartado e hice mi llamada semanal a mi padre.
—¿Sigues siendo feliz en Nueva York? —me preguntó por encima del ruido de fondo que procedía de los mensajes de la radio de su coche de policía.
—Hasta ahora sí. —Era mentira, pero la verdad no iba a beneficiar a nadie. Su compañero dijo algo que no entendí. Mi padre resopló y dijo:
—Oye, Chris insiste en que te vio el otro día en la televisión. En un canal de pago, algún programa de cotilleos. Los chicos no paran de decírmelo. Suspiré.
—Diles que ver esos programas es malo para las neuronas.
—¿Entonces no estás saliendo con uno de los hombres más ricos de Estados Unidos?
—No. ¿Y qué tal tu vida amorosa? —le pregunté cambiando rápidamente de tema—. ¿Estás saliendo con alguien?
—Nada serio. Espera —respondió a una llamada de la radio y, a continuación, dijo—: Lo siento, cariño. Tengo que irme. Te quiero. Te echo muchísimo de menos.
—Yo también te echo de menos, papá. Cuídate.
—Siempre. Adiós.
Corté la llamada y volví a mi sitio anterior para esperar que Cary recogiera sus cosas. En aquel paréntesis, mi mente empezó a torturarme. ¿Dónde estaba Joe en ese momento? ¿Qué estaba haciendo? ¿Recibiría el lunes un correo lleno de fotografías de él con otra mujer?
El domingo por la tarde le pedí a Stanton que me prestara a Clancy y una de sus limusinas para que me llevara a la casa de los Vidal en el condado de Dutchess. Apoyada en el respaldo del asiento, miré por la ventanilla, admirando distraída la vista serena de las praderas ondulantes y los bosques verdes que se extendían hacia el lejano horizonte. Me di cuenta de que estaba viviendo el cuarto día sin Joe. El dolor que había sentido los primeros días se había convertido en una vibración sorda que se parecía casi a una gripe.
Me dolía cada parte del cuerpo, como si estuviera sufriendo algún retraimiento físico, y la garganta me quemaba por las lágrimas que no había derramado.
—¿Nerviosa? —me preguntó Cary. Le miré.
—La verdad es que no. Joe no va a estar.
—¿Estás segura?
—No iría si creyera lo contrario. Tengo algo de orgullo, ¿sabes? —Vi que golpeteaba los dedos contra el brazo que había entre los dos asientos. En todo el rato que habíamos estado de compras el día anterior, él sólo había comprado una cosa: una corbata de piel negra. Yo me burlé de él sin piedad por ello. Él, con su perfecto sentido de la moda, llevando una cosa así. Me sorprendió mirándola.
—¿Qué? ¿Sigue sin gustarte mi corbata? Creo que va muy bien con mis vaqueros de estilo emo y mi chaqueta lounge de calle.
—Cary —dije arqueando los labios—, tú puedes ponerte cualquier cosa. Era cierto. Cary podía atreverse con cualquier estilo, gracias a su cuerpo esculpido, alto y delgado y una cara que podría hacer llorar a los ángeles. Coloqué la mano sobre sus inquietos dedos.
—¿Y tú? ¿Estás nervioso?
—Trey no me llamó anoche —murmuró—. Me dijo que lo haría.
Le apreté la mano para tranquilizarlo.
—Sólo es una llamada, Cary. Estoy segura de que no implica nada serio.
—Podría haberme llamado esta mañana —continuó—. Trey no es raro, como los otros con los que he salido. No se le pasaría llamarme, lo cual quiere decir que no ha querido hacerlo.
—Esa rata asquerosa. Me aseguraré de hacerte muchas fotos pasándolo en grande con un aspecto sexy, elegante y estupendo para torturarle con ellas el lunes. Hizo una mueca con la boca.
—Ah, lo enrevesada que es la mente femenina. Es una pena que Jonas no te vea hoy. Creo que casi me he empalmado cuando te he visto salir de tu habitación con ese vestido.
—¡Puaj! —Le di un manotazo en el hombro y lo miré con fingido enfado cuando se rio. El vestido nos había parecido perfecto a los dos. Tenía un corte clásico, típico de fiestas al aire libre, con un corpiño ajustado y una falda a la altura de la rodilla con vuelo desde la cintura. Era liso con flores blancas. Pero ahí es donde terminaba el estilo de té y bollos. Lo atrevido estaba en el escote, las capas de color negro y carmesí que se alternaban y le daban volumen y las flores de piel negra que parecían siniestros molinos. Cary había sacado de mi armario las sandalias rojas de Jimmy Choo y los pendientes de rubí para darle el toque final. Habíamos decidido que llevaría el pelo suelto sobre los hombros, en caso de que llegáramos y nos dijeran que era obligado llevar sombrero. En general, me sentía guapa y segura. Clancy nos condujo a través de unas imponentes puertas de entrada con unas iniciales incrustadas y entramos a un camino circular siguiendo las indicaciones de un mayordomo. Cary y yo nos bajamos en la entrada y él me agarró del brazo, pues mis tacones se hundieron en la gravilla azul grisácea del camino que conducía a la casa.
Al entrar en la enorme mansión de estilo Tudor de los Vidal, la familia de Joe, colocada en fila, nos saludó afectuosamente. Su madre, su padrastro, Christopher y su hermana.
Capté aquella visión y pensé que la familia Vidal sólo podía tener un aspecto más perfecto si Joe estuviera en la fila con ellos. Su madre y su hermana tenían su mismo tono y presumían las dos del mismo pelo de obsidiana lustrosa y ojos marrones de abundantes pestañas. Las dos tenían una belleza como si hubieran sido finamente cinceladas.
—¡_________! —La madre de Joe me atrajo hacia sí y, a continuación, me besó en ambas mejillas sin rozarme—. Estoy muy contenta de conocerte por fin. ¡Qué chica tan preciosa eres! Y tu vestido. Me encanta.
—Gracias. Sus manos me acariciaron el pelo y se ahuecaron alrededor de mi cara y, después, se deslizaron por mis brazos. Me resultó difícil aguantar aquello porque, a veces, las caricias constituían para mí un desencadenante de ansiedad si me las hacía una persona desconocida.
—¿Tu cabello es rubio natural?
—Sí —contesté, sorprendida y confundida por la pregunta. ¿Quién le hacía a una extraña una pregunta como aquélla? —¡Fascinante! En fin, bienvenida. Espero que lo pases de maravilla. Estamos muy contentos de que hayas podido venir.
En medio de una extraña inquietud, me sentí aliviada cuando se fijó en Cary y dirigió su atención hacia él.
—Y tú debes de ser Cary —canturreó—. Estaba segura de que mis dos hijos eran los más atractivos del mundo. Ahora veo que me equivocaba. Eres simplemente divino, jovencito. Cary mostró su sonrisa más luminosa.
—Vaya, creo que me he enamorado, señora Vidal. Ella se rio con un deleite gutural.
—Por favor, llámame Elisabeth. O Lizzie, si eres lo suficientemente valiente. Aparté la mirada y me encontré con que Nicholas Vidal, padre, me agarraba la mano. En muchos aspectos me recordó a su hijo, con sus ojos verdes pizarra y su sonrisa juvenil. En otros, supuso una agradable sorpresa. Vestido con pantalón caqui, mocasines y una chaqueta de punto de cachemira, parecía más un profesor universitario que el ejecutivo de una discográfica.
—_______. ¿Puedo tutearte?
—Desde luego.
—Llámame Nick. Hace que resulte un poco más fácil para diferenciarnos a Nicholas y a mí. —Inclinó la cabeza a un lado mientras me contemplaba a través de unas extravagantes gafas doradas—. Ya entiendo por qué le gustas tanto a Joe. Tus ojos son de un gris borrascoso y, sin embargo, muy claros y directos. Creo que son los ojos más bonitos que he visto nunca, aparte de los de mi esposa. Me ruboricé.
—Gracias.
—¿Va a venir Joe?
—No, que yo sepa. —¿Por qué no sabían sus padres la respuesta a esa pregunta?—.
—Siempre esperamos que venga. —Hizo una señal a un criado—. Por favor, pasen al jardín. Estan en su casa.
Nicholas me saludó con un abrazo y un beso en la mejilla, mientras que la hermana de Joe, Ireland, me examinó con un mohín que sólo una adolescente podría adoptar.
—Eres rubia —dijo. Pues sí. ¿La preferencia de Joe por las mujeres de cabello oscuro era una maldita norma o algo así?
—Y tú una morena preciosa. Cary me ofreció su brazo y yo lo acepté agradecida. Mientras nos alejábamos, me preguntó en voz baja:
—¿Son como te los esperabas?
—Puede que su madre sí. Su padrastro, no. —Miré hacia atrás para ver el elegante vestido de tubo color crema que le llegaba hasta los pies y que se ajustaba a la esbelta figura de Elizabeth Vidal. Pensé en lo poco que sabía yo de la familia de Joe—. ¿Cómo puede un niño llegar a ser un empresario que toma el control del negocio familiar de su padrastro?
—¿Jonas tiene acciones de Vidal Records?
—Participación mayoritaria.
—Pues... Quizá esté ayudándolo —sugirió—, echando una mano durante una época difícil para la industria musical.
—¿Por qué no le da el dinero? —me pregunté.
—¿Porque es un astuto hombre de negocios?
Con una fuerte exhalación, descarté aquel pensamiento con un movimiento de la mano para borrarlo de mi mente. Asistía a esa fiesta por Cary, no por Joe, y esa idea iba a ser la primera y más importante en mi cabeza.
Cuando salimos, nos encontramos en una carpa grande y muy bien decorada levantada en el jardín de atrás. Aunque el día era lo bastante bonito como para estar al sol, encontré un asiento en una mesa circular cubierta con un mantel blanco adamascado. Cary me dio una palmada en el hombro.
—Tú relájate. Yo voy a hacer contactos.
—Ve a por ellos.
Se fue con el propósito de cumplir con su orden del día. Yo di unos sorbos de champán y charlé con todo el que se detenía a mi lado para entablar una conversación. Había muchos artistas de la discográfica en la fiesta cuya música yo había escuchado y a quienes observé en secreto, igual que a la cantidad infinita de criados. La atmósfera en general era informal y relajada.
Empezaba a pasarlo bien cuando salió de la casa al jardín alguien a quien no esperaba ver: Demetria Lovato, con un aspecto fenomenal con su vestido de gasa de tonos rosa que flotaba alrededor de sus piernas. Alguien me colocó una mano en el hombro y lo apretó haciendo que el corazón se me disparara, pues me recordó a la noche en que Cary y yo habíamos ido al local de Joe. Pero esta vez, quien me dio la vuelta era Nicholas.
—Hola, ________. —Se sentó en la silla que había al lado de la mía y apoyó los codos en sus rodillas inclinándose hacia mí—. ¿Te lo estás pasando bien? No estás alternando mucho con la gente.
—Lo estoy pasando en grande. —Al menos, así había sido—. Gracias por invitarme.
—Gracias a ti por venir. Mis padres están encantados de que estés aquí. Y yo también, claro. —Su amplia sonrisa provocó la mía, al igual que su corbata, que estaba entera cubierta de viñetas de discos de vinilo—. ¿Tienes hambre? Los pasteles de cangrejo están estupendos. Coge uno cuando se acerque la bandeja.
—Lo haré.
—Dime si necesitas cualquier cosa. Y resérvame un baile. —Me guiñó un ojo y, a continuación, se levantó de un brinco y se marchó.
Ireland ocupó su asiento, arreglándose el vestido con la maña de una graduada en un colegio femenino. El pelo le caía hasta la cintura y me gustaban sus preciosos ojos, que miraban con franqueza. Tenía un aspecto más sofisticado que las chicas de diecisiete años, edad que supuse que tendría según los recortes de prensa que Cary había recopilado.
—Hola.
—Hola.
—¿Dónde está Joe? Me encogí de hombros ante aquella pregunta tan directa.
—No estoy segura. Ella asintió sabiamente.
—Le gusta estar solo.
—¿Siempre ha sido así?
—Supongo que sí. Se fue de casa cuando yo era pequeña. ¿Le quieres? La respiración se me cortó durante un segundo. La solté rápidamente y simplemente contesté:
—Sí.
—Eso pensé cuando vi el vídeo de vosotros dos en Bryant Park. —Se mordió su exuberante labio inferior—. ¿Es divertido? Ya sabes... para salir con él y eso.
—Ah, bueno... —Dios mío. ¿Había alguien que conociera a Joe?—. Yo no diría que es divertido, pero nunca es aburrido.
La banda de música empezó a tocar «Come fly with me» y Cary apareció a mi lado como por arte de magia
—Es hora de dejarme en buen lugar, Ginger.
—Haré lo que pueda, Fred. Miré a Ireland con una sonrisa.
—Discúlpame un momento.
—Tres minutos y diecinueve segundos. —me corrigió, mostrando parte de los conocimientos de su familia sobre música.
Cary me llevó a la pista de baile vacía y me puso a bailar un rápido foxtrot. Tardé un poco en seguir el paso porque durante días la tristeza me había entumecido y me había puesto tensa. Entonces, la sinergia de dos amigos de toda la vida entró en juego y nos deslizamos por la pista con amplios pasos. Cuando la voz del cantante se desvaneció con la música, nos paramos, sin aliento. Tuvimos la grata sorpresa de recibir unos aplausos. Cary hizo un saludo elegante y yo me agarré a su mano para mantener el equilibrio mientras hacía una reverencia.
Cuando levanté la cabeza y me incorporé, vi a Joe delante de mí. Sobresaltada, di un traspiés. Iba vestido de una forma nada apropiada, con vaqueros y una camisa blanca por fuera del pantalón abierta por el cuello y con las mangas subidas. Pero era tan guapo que aun así hacía que los demás casi dieran pena. La tremenda ansia que sentí al verle me abrumó. Vagamente me di cuenta de que el cantante de la banda se llevaba a Cary, pero yo no podía apartar la mirada de Joe, cuyos ojos completamente Mieles atravesaban los míos.
—¿Qué haces aquí? —soltó frunciendo el ceño. Yo retrocedí ante su brusquedad.
—¿Cómo dices?
—No deberías estar aquí. —Me agarró por el brazo y empezó a arrastrarme hacia la casa—. No te quiero aquí.
Si me hubiese escupido en la cara no me habría destrozado más. Tiré del brazo para soltarme de él y caminé con paso enérgico hacia la casa con la cabeza en alto, rezando por poder llegar a la intimidad de la limusina y la vigilancia protectora de Clancy antes de que empezaran a caer las lágrimas. Por detrás de mí, escuché que una voz femenina llamaba a Joe por su nombre y rogué porque esa mujer lo entretuviera lo suficiente como para que yo pudiera salir sin más enfrentamientos. Creí que estaba a punto de conseguirlo cuando pasé al fresco interior de la casa.
—________, espera. Mis hombros se encorvaron al escuchar la voz de Joe y me negué a mirarle.
—Déjame. Conozco el camino de salida.
—No he terminado...
—¡Yo sí! —Me di la vuelta para mirarle—. No te atrevas a hablarme así. ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que he venido por ti? ¿Que esperaba verte para que me lanzaras un maldito hueso o un trozo de comida... algún patético reconocimiento de mi existencia? ¿Que quizá podría acosarte para tenes sexo rápido y sucio en cualquier rincón en un penoso esfuerzo por recuperarte?
—Cállate,_______. —Su mirada era abrasadora y tenía la mandíbula tensa y apretada—. Escúchame...
—Sólo he venido porque me dijeron que tú no estarías aquí. He venido por Cary y por su carrera. Así que, ya puedes volver a la fiesta y olvidarte de mí de nuevo. Te aseguro que cuando salga por la puerta yo haré lo mismo contigo.
—Cierra la maldita boca. —Me agarró por los codos y me zarandeó tan fuerte que apreté los dientes—. Cállate y déjame hablar. Le di una bofetada lo suficientemente fuerte para girarle la cara.
—¡No me toques! Con un gruñido, Joe me atrajo hacia él y me besó con fuerza, haciéndome daño en los labios. Tenía la mano en mi pelo y lo agarraba con brusquedad, sujetándome de forma que no podía apartar la cara. Mordí la lengua que tan agresivamente metía en mi boca y, a continuación, su labio inferior, probando el sabor de su sangre, pero no se detuvo. Tiré de mis hombros con toda mi fuerza, pero no pude apartarlo. ¡Maldito Stanton! Si no hubiese sido por él y por la loca de mi madre, habría podido tener en mi haber unas cuantas clases de Krav Maga. Joe me besaba como si estuviera hambriento por mi sabor y mi resistencia empezó a ablandarse. Me gustaba su olor, tan familiar para mí. Su cuerpo se amoldaba perfectamente al mío. Los pezones me traicionaron, endureciéndose hasta convertirse en puntas afiladas, y un hilo de excitación caliente empezó a acumularse lentamente en mi interior. El corazón me latía con fuerza en el pecho.
¡Dios, cómo lo deseaba! Las ansias no habían desaparecido ni siquiera por un momento. Me levantó del suelo. Atrapada entre sus fuertes garras, me costaba respirar y la cabeza empezó a darme vueltas. Cuando me hizo atravesar la puerta y la cerró con una patada detrás de él, sólo pude lanzar un débil grito de protesta. Me vi presionada contra una pesada puerta de cristal al otro lado de una biblioteca mientras el cuerpo duro y fuerte de Joe dominaba el mío. El brazo que tenía sobre mi cintura se deslizó hacia abajo y su mano hurgó entre mi falda en busca de las curvas de mi culo expuesto bajo mis bragas de encaje. Atrajo mi cadera con fuerza hacia la suya, haciéndome sentir lo duro y excitado que estaba. Mi sexo se estremeció de deseo, dolorosamente vacío. Abandoné cualquier tipo de resistencia. Dejé caer los brazos a ambos lados y apreté las palmas de las manos contra el cristal. Sentí la frágil tensión que se escapaba de su cuerpo a medida que yo me rendía suavemente y cómo la presión de su boca se relajaba mientras sus besos se convertían en mimos apasionados. Susurró con brusquedad:
—_______. No te enfades conmigo. No puedo soportarlo. Cerré los ojos.
—Deja que me vaya, Joe. Acarició su mejilla contra la mía respirando fuerte y rápido sobre mi oreja.
—No puedo. Sé que estás enfadada por lo que viste la otra noche... lo que me estaba haciendo a mí mismo...
—¡Joe, no! —Dios mío, ¿cree que lo dejé por eso?—. No es eso por lo que...
—Me estoy volviendo loco sin ti. —Deslizaba los labios por mi cuello y su lengua chocaba contra mi pulso acelerado. Me chupó la piel y el placer me recorrió todo el cuerpo—. No puedo pensar. No puedo trabajar ni dormir. El cuerpo me duele sin ti. Puedo hacer que me desees de nuevo. Déjame intentarlo.
Las lágrimas se liberaron y corrieron por mi rostro. Salpicaban la parte superior de mis pechos y él las lamió hasta secarlas. ¿Cómo iba a recuperarme nunca si me volvía a hacer el amor? ¿Cómo iba a sobrevivir si no lo hacía?
—Nunca he dejado de desearte —susurré—. No puedo hacerlo. Pero me has hecho daño, Joseph. Tienes el poder de hacerme más daño que ninguna otra persona. Me miró a la cara completamente confundido.
—¿Que te he hecho daño? ¿Cómo?
—Me has mentido. Me has excluido. —Coloqué las manos sobre su rostro porque necesitaba que entendiera esto claramente—. Tu pasado no puede apartarme de ti. Sólo tú puedes hacerlo. Y lo has hecho.
—No sabía qué hacer —dijo con tono áspero—. Nunca he querido verme así...
—Ése es el problema, Joe. Quiero saber quién eres, lo bueno y lo malo que hay en ti, y hay cosas de ti que quieres mantener ocultas. Si no te abres vamos a terminar perdiéndonos el uno al otro y yo no voy a poder soportarlo. Ahora apenas estoy sobreviviendo. Durante los últimos cuatro días me he estado arrastrando. Otra semana, un mes... Me destrozaría tener que dejarte.
—Puedo dejarte entrar, ______. Lo estoy intentando. Pero tu primera reacción cuando lo fastidié fue salir huyendo. Lo haces siempre y no puedo soportar sentir que en cualquier momento voy a hacer o decir algo malo y tú vas a salir disparada.
Volvía a hablar con ternura mientras rozaba sus labios con los míos hacia uno y otro lado. No discutí con él. ¿Cómo iba a hacerlo si tenía razón?
—Esperaba que volvieses por tu cuenta —murmuró—, pero no puedo seguir estando lejos de ti, te sacaré de aquí si es necesario. Lo que haga falta con tal de volver a estar los dos en la misma habitación y hablar de todo esto.
—¿Esperabas que yo volviera? —balbuceé—. Yo creía... Me devolviste mis llaves. Pensé que habíamos terminado. Dio un paso atrás, con los rasgos del rostro intensamente marcados.
—Lo nuestro nunca terminará, ________. Le miré y el corazón me dolió como una herida abierta al ver lo hermoso que era, lo destrozado que estaba por el dolor, un dolor que, en cierto modo, había provocado yo.
De puntillas, le besé la enrojecida huella de la mano que le había dejado en la mejilla, agarrando su espeso y sedoso cabello con mis manos. Joe dobló las rodillas para que nuestros cuerpos se alinearan y su respiración era fuerte e irregular.
—Haré lo que quieras, lo que necesites. Lo que sea. Pero vuelve conmigo. Quizá debía temer la intensidad de su ansia, pero yo sentía la misma locura apasionada por él. Deslizando las manos por su pecho mientras trataba de aliviar su temblor, le dije la cruel verdad:
—Parece que no vamos a poder dejar de hacernos infelices el uno al otro, no puedo seguir haciéndote esto y tú no puedes seguir sufriendo esta locura de altibajos. Necesitamos ayuda, Joe. Somos una pareja gravemente disfuncional.
—Fui a ver al doctor Petersen el viernes. Voy a ser su paciente y, si estás de acuerdo, puede tratarnos a los dos como pareja. Supuse que si tú puedes confiar en él, yo también podré.
—¿El doctor Petersen? —Recordé la breve sacudida que sentí al ver un todoterreno Bentley de color negro cuando Clancy me recogió en la consulta del médico. En ese momento, me dije a mí misma que se trataba de una ilusión. Al fin y al cabo, había montones de todoterrenos negros en Nueva York—. Has hecho que me sigan.
Su pecho se hinchó respirando hondo. No lo negó. Me mordí la lengua. No podía imaginar lo terrible que debía ser para él tener tanta dependencia de algo —o de alguien— y no poder controlarlo. Lo que más importaba en ese momento era su voluntad para intentarlo y el hecho de que no se tratara sólo de palabras. Había dado pasos reales.
—Va a costar mucho esfuerzo, Joe —le advertí.
—No me da miedo el esfuerzo. —Me acariciaba nerviosamente, deslizando sus manos por mis muslos y mis nalgas como si acariciar mi piel desnuda fuera para él tan necesario como respirar—. Lo único que me da miedo es perderte. Apreté mi mejilla contra la suya. Nos completábamos el uno al otro. Incluso entonces, mientras sus manos recorrían mi cuerpo con afán de posesión, sentí que algo se derretía en mi alma, el desesperado alivio de estar en los brazos, por fin, del hombre que comprendía y satisfacía mis deseos más profundos e íntimos.
—Te necesito. —Deslizaba su boca por mi mejilla y mi cuello—. Necesito estar dentro de ti...
—No. Dios mío. Aquí no. —Pero mi protesta sonó muy débil incluso para mis propios oídos. Lo deseaba en todas partes, en todo momento, de todas las formas...
—Tiene que ser aquí —murmuró poniéndose de rodillas—. Tiene que ser ahora. Rozó mi piel rasgando la puntilla de mis medias. Luego hurgó en mi falda hasta la cintura y me lamió el coño, abriéndose paso con la lengua entre mis pliegues para acariciar mi palpitante clítoris. Ahogué un grito y traté de retroceder, pero no podía ir a ningún lado. No con esa puerta a mi espalda y un Joe denodadamente decidido delante de mí, que me agarraba con una mano mientras con la otra levantaba mi pierna izquierda sobre su hombro y me abría ante su ardiente boca.
Golpeé la cabeza contra el cristal y el calor se extendió por mi sangre desde el punto donde su lengua me estaba volviendo loca. Doblé las piernas sobre su espalda, obligándole a que se acercara más, y apoyé mis manos sobre su cabeza para que no se moviera mientras yo me balanceaba contra él. Sentir el satén duro de su pelo contra la sensible parte interior de mis muslos era su provocación y hacía que yo fuera más consciente de todo lo que me rodeaba. Estábamos en la casa de los padres de Joe, en mitad de una fiesta a la que habían asistido docenas de personas famosas y él estaba de rodillas, saciando su hambre entre gruñidos mientras lamía y chupaba mi resbaladiza y ansiosa vagina. Sabía bien cómo conseguirme, sabía lo que me gustaba y lo que necesitaba. Conocía mi naturaleza de tal forma que iba más allá de sus aptitudes orales. Aquella combinación era devastadora y adictiva. Mi cuerpo se sacudía, mis párpados se cerraban con aquel placer ilícito.
—Joe... Vas a hacer que me corra. Frotaba su lengua una y otra vez por aquella apretada entrada de mi cuerpo, provocándome, haciendo que me clavara sin pudor aquella boca en funcionamiento. Sus manos se agarraban a mi culo desnudo, amasándolo, impulsándome hacia su lengua mientras él la empujaba dentro de mí. Había cierta veneración en la golosa forma en que disfrutaba de mí, la inequívoca sensación de que adoraba mi cuerpo, de que dándole placer y obteniéndolo también era tan esencial para él como la sangre de sus venas.
—Sí —dije entre dientes, sintiendo cómo llegaba el orgasmo. El champán me había achispado y el olor caliente de la piel de Joe se mezclaba con mi propia excitación. Mis pechos se tensaron dentro de mi cada vez más apretado sujetador sin tirantes y mi cuerpo se estremecía, a punto de llegar a un orgasmo desesperadamente necesitado—. Estoy a punto. Vislumbré un movimiento en el otro extremo de la habitación y me quedé inmóvil mientras mis ojos se cruzaban con los de Demetria. Estaba al otro lado de la puerta, detenida a mitad de camino, mirando con los ojos y la boca muy abiertos cómo se movía la cabeza de Joe.
Pero él no se dio cuenta o estaba demasiado apasionado como para que le importara. Sus labios daban vueltas alrededor de mi clítoris con las mejillas hundidas. Chupando con ritmo cadencioso, masajeando aquella zona hipersensible con la punta de la lengua. Todo mi cuerpo se puso ferozmente tenso y, después, se liberó con un ardiente estallido de placer. El orgasmo salió de mí con una ola abrasadora. Grité, bombeando mi cadera de una forma mecánica contra su boca, perdida entre aquella conexión primaria entre los dos. Joe me agarró mientras mis piernas flaqueaban, lamiendo mi carne estremecida hasta que pasó el último temblor. Cuando volví a abrir los ojos, nuestro único miembro del público había desaparecido. Poniéndose de pie rápidamente, Joe me cogió y me llevó hasta el sofá. Me dejó caer a lo largo sobre los cojines y luego me levantó la cadera para apoyarla sobre el brazo, haciendo que mi espalda se arqueara.
Lo vi subir por mi torso. ¿Por qué no doblarme y follarme por detrás? Entonces, se abrió la cremallera y sacó su gran y hermoso pene y no me importó cómo me tomara, siempre que lo hiciera. Solté un gemido cuando entró en mí y mi cuerpo se esforzó por alojar aquella maravillosa plenitud que tanto ansiaba. Tirando de mis caderas para que recibieran sus potentes estocadas, Joe aporreó mi tierno sexo con aquella columna de carne rígida tan brutalmente gruesa, mirándome con sus ojos oscuros y posesivos y dejando escapar resoplidos primitivos cada vez que golpeaba el extremo de mi interior. De mí salió un gemido tembloroso y la fricción de sus embistes estimulaba mi nunca saciada necesidad de perder el sentido mientras era follada por él. Sólo por él. Unas cuantas caricias y su cabeza cayó hacia atrás mientras pronunciaba mi nombre entre jadeos, curvando su cadera para llevarme al delirio.
—Apriétame,_______. Apriétame la polla. Cuando le obedecí, el sonido irregular que salió de él me excitó tanto que mi sexo se estremeció al oírlo.
—Sí, cielo... así. Me apreté contra él mientras maldecía. Me miró a los ojos y su impresionante color Miel se nubló por la euforia sexual. Un estremecimiento convulsivo sacudió de su poderoso cuerpo, seguido de un sonido de éxtasis agonizante. Su polla se corrió dentro de mí, una, dos veces, y después siguió corriéndose larga y dura, descargándose a chorros y acaloradamente en las ansiosas profundidades de mi cuerpo. No me dio tiempo de volver a llegar al orgasmo, pero no me importó. Lo miré con sobrecogimiento y auténtico triunfo femenino. Yo podía hacerle eso a él. En los momentos del orgasmo, yo lo poseía de una forma tan absoluta como él me poseía a mí.

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Mensaje por Samantha Jue 28 Mar 2013, 10:23 am

waa no sabia que había cuarto libro de fifty porfavor ponla please aaa me gustaría saber que pasaba por la cabecita Cristian o bueno Joe
síguela la novela esta genial
Samantha
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Jue 28 Mar 2013, 10:25 pm

Samantha escribió:waa no sabia que había cuarto libro de fifty porfavor ponla please aaa me gustaría saber que pasaba por la cabecita Cristian o bueno Joe
síguela la novela esta genial

Ya comencé a subir la novela he subido tres capitulos hasta ahora espero verte tambien ahi ñ.ñ gracias por comentar :omg:
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por JB&1D2 Vie 29 Mar 2013, 1:09 pm

Siii juntos again
Joe te extrañaba muchoooo
siguelaaaa
JB&1D2
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por AniitaRP4 Sáb 30 Mar 2013, 5:04 pm

SIGUELAAAA!D:
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Sáb 30 Mar 2013, 10:13 pm

Hola como estan? espero que tan bienn como yooo buenoo nenas estoy algo como loka hoy y apurada asi que no me explayare mucho jajaja aki esta el capitulo de hoy mañana prometo subri ñ.ñ gracias por comentar

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 73740_440096502745316_1987647959_n

Capitulo 16
Joe se plegó sobre mí con el pelo cayéndole hacia adelante y haciéndome cosquillas en el pecho y con los pulmones agitándose con fuerza.
—Dios, no puedo pasar un solo día sin esto. Incluso las horas del trabajo se me hacen demasiado largas. Pasé los dedos por las raíces de su cabello, húmedas por el sudor.
—Yo también te he echado de menos. Me acarició los pechos con la nariz.
—Cuando no estás conmigo, siento que... No vuelvas a marcharte, _______. No puedo soportarlo. Me levantó para tenerme delante de él, ocultando su polla dentro de mí hasta que las suelas de mis tacones tocaron el suelo de parqué.
—Ven conmigo a casa ahora.
—No puedo dejar a Cary.
—Entonces nos lo llevaremos con nosotros. ¡Shh! Antes de que protestes, lo que sea que él desee sacar de esta fiesta puedo conseguírselo yo. Quedándose aquí no va a lograr nada.
—Quizá se esté divirtiendo.
—No quiero que estés aquí. —De repente, parecía distante, con un tono de voz demasiado controlado.
—¿Sabes cuánto me duele que digas eso? —protesté en voz baja sintiendo un fuerte dolor en el pecho—. ¿Qué tengo de malo para que no quieras que me acerque a tu familia? Me abrazó y sus manos vagaron por mi espalda con dulces caricias.
—No, cielo. Tú no tienes nada de malo. Es esta casa. No... no puedo estar aquí. ¿Quieres saber qué es lo que pasa en mis sueños? Es esta casa.
—Vaya. Lo siento, no lo sabía. —Sentí en el estómago un nudo de preocupación y confusión. Algo en mi voz hizo que me diera un beso en el entrecejo.
—Hoy he sido brusco contigo. Perdona. Me pongo tenso y nervioso cuando estoy aquí, pero eso no es excusa. Coloqué las manos en su rostro y lo miré a los ojos, viendo las tumultuosas emociones que tan acostumbrado estaba a ocultar.
—No te disculpes nunca por mostrarte conmigo tal cual eres. Eso es lo que quiero. Quiero ser el lugar donde te sientas seguro, Joe.
—Lo eres. No sabes cuánto, pero encontraré el modo de decírtelo. —Apoyó su frente sobre la mía—. Vámonos a casa. Te he comprado unas cosas.
—¿Sí? Me encantan los regalos. —Sobre todo si procedían de mi autoproclamado novio nada romántico. Con cuidado, empezó a salirse de mí. Me sorprendió ver lo húmeda que estaba, lo mucho que se había corrido. Los últimos centímetros de su polla salieron precipitadamente y el semen manchó la parte interna de mis muslos. Un momento después, dos insolentes gotitas cayeron sobre el suelo de parqué entre mis piernas extendidas.
—Ay, mierda —gruñó—. Eso ha sido jodidamente excitante. Se me está poniendo dura otra vez. Me quedé mirando la descarada manifestación de su virilidad y sentí calor.
—No puedes hacerlo otra vez después de esto.
—¡Cómo que no puedo? Colocando la palma de la mano en mi sexo, frotó la humedad por mi cuerpo, cubriendo los labios exteriores y masajeando los pliegues. La euforia se extendió por mi cuerpo como el calor de un buen licor, una sensación de satisfacción que procedía únicamente de saber que Joe había encontrado el placer en mí y en mi cuerpo.
—Me convierto en un animal contigo —murmuró—. Quiero marcarte. Quiero poseerte tan completamente que no haya separación entre los dos. Empezó a mover la cadera en diminutos círculos mientras sus palabras y caricias volvían a avivar el deseo que había provocado con los embistes de su polla. Yo quería correrme otra vez, sabía que me sentiría una desgraciada si tenía que esperar hasta llegar a su cama. Con él, yo era también una criatura sexual con la que tenía tal sintonía física y tan positiva que nunca me haría daño físicamente, que me haría sentir... libre. Rodeé su muñeca con los dedos y dirigí suavemente su mano alrededor de mi cadera para que me agarrara desde atrás. Mordiéndole el mentón reuní el valor que él me inspiraba y susurré:
—Tócame aquí con los dedos. Márcame ahí. Se quedó inmóvil, con el pecho elevándose y descendiendo rápidamente. Levantó la voz.
—Yo no... No practico sexo anal, _______. Mirándole a los ojos, vi algo oscuro e imprevisible. Algo muy doloroso. De todo lo que tenemos en común... La pasión salvaje de nuestra lujuria se suavizó convirtiéndose en la cálida familiaridad del amor. Con el corazón casi destrozado, confesé:
—Yo tampoco. Al menos, no voluntariamente.
—Entonces... ¿por qué? —La confusión de su voz me conmovió profundamente. Le abracé, apretando la mejilla contra su hombro y escuchando los ligeramente aterrados latidos de su corazón.
—Porque creo que tus caricias pueden borrar las de Nathan. Apretó su mejilla contra la parte superior de mi cabeza.
—Ay,_______. Me acurruqué más entre su cuerpo.
—Haces que me sienta segura. Estuvimos agarrados el uno al otro durante un largo rato. Escuché cómo sus latidos se volvían más lentos y su respiración se apaciguaba. Tomé aire con fuerza, saboreando la mezcla de su aroma personal mezclada con el olor de la fuerte pasión y el sexo aún más fuerte. Cuando la punta de su dedo corazón se deslizó sutil y suavemente por encima de mi ano, me sorprendí y me retiré hacia atrás para mirarle.
—¿Joe?
—¿Por qué yo? —me preguntó suavemente, con sus preciosos ojos, oscuros y atormentados—. Sabes que estoy jodido, _______. Ya has visto lo que yo... la noche que me despertaste... Lo has visto, joder. ¿Cómo puedes confiarme tu cuerpo de esta forma?
—Me fío de mi corazón y de lo que me dice. —Acaricié la profunda línea que se había formado entre sus cejas—. Puedes hacer que recupere mi cuerpo, Joe. Creo que eres el único que puede hacerlo. Cerró los ojos y su frente húmeda tocó la mía.
—¿Tienes alguna palabra de seguridad,_______? Sorprendida, volví a echarme hacia atrás para estudiar su cara. Unos cuantos miembros de mi terapia de grupo habían hablado de relaciones de dominación y sumisión. Algunos necesitaban un control total para sentirse seguros durante el sexo. Otros caían en el extremo opuesto de la línea y descubrían que el bondage y la humillación satisfacían su profunda necesidad de sentir dolor para experimentar el placer. Para quienes practicaban ese estilo de vida, la palabra de seguridad era un modo inequívoco de decir «Basta». Pero no entendí qué tenía eso que ver con Joe y conmigo.
—¿Y tú?
—No la necesito. —Entre mis piernas, la suave caricia de su dedo se volvió menos tentadora. Repitió la pregunta: —¿Tienes alguna palabra de seguridad?
—No. Nunca la he necesitado. La postura del misionero, la del perro, el vibrador... hasta ahí llegan mis locas habilidades en la cama. Eso produjo cierto tinte de diversión en su antes severo rostro.
—Gracias a Dios. De lo contrario, no saldría con vida estando contigo. Y la punta de su dedo siguió masajeándome, incitando un oscuro anhelo. Joe podía provocarme eso, hacer que me olvidara de todo lo que había ocurrido antes. No había detonantes sexuales negativos con él. Ninguna vacilación ni miedo. Él me había dado eso. A cambio, yo quería regalarle el cuerpo que él había liberado de mi pasado. El reloj de pie que había al lado de la puerta empezó a dar la hora.
—Joe, llevamos desaparecidos mucho rato. Van a venir a buscarnos. Hizo una pequeña presión sobre mi sensible rosetón, sin apenas apretar.
—¿De verdad te importa eso? Arqueé la cadera al sentir su tacto. Aquella expectativa hizo que volviera a ponerme caliente.
—No hay nada que me importe cuando me estás tocando. Elevó la mano que tenía libre hasta mi pelo y la colocó sobre el cuero cabelludo, inmovilizándome la cabeza.
—¿Alguna vez has disfrutado con el sexo anal, fuera o no deliberadamente?
—No.
—Y aun así, confías en mí lo suficiente como para pedírmelo. —Me besó en la frente mientras arrastraba la humedad de su semen hacia mi trasero. Me agarré a su cintura.
—No tienes por qué hacerlo...
—Sí que tengo que hacerlo. —Utilizó un tono malicioso al decir aquello—. Si ansías algo, seré yo quien te lo dé. Tengo que ser yo quien satisfaga todas tus necesidades,_______. Cueste lo que cueste.
—Gracias, Joe. —Moví nerviosamente mis caderas mientras él seguía lubricándome con suavidad—. Yo también quiero ser lo que tú necesites.
—Ya te he dicho lo que necesito,_______... control —Movió sus labios abiertos de un lado a otro sobre los míos—. Me estás pidiendo que te lleve de nuevo por lugares dolorosos, y lo haré, si eso es lo que necesitas. Pero debemos ir con muchísimo cuidado.
—Lo sé.
—La confianza es importante para los dos. Si la rompemos, podríamos perderlo todo. Piensa en una palabra que relaciones con el poder. Tu palabra de seguridad, cielo. Elige una. La presión de ese único dedo se volvió más insistente. Gemí.
—Jonasfire.
—Mmmm... Me gusta. Muy adecuada. —Metió la lengua en mi boca, tocando apenas la mía antes de retirarla. Su dedo acariciaba mi ano una y otra vez, metiendo su semen por el arrugado agujero, escapándose de sus labios un suave gruñido al doblarlo con una súplica silenciosa por llegar a más. La siguiente vez que presionó sobre el anillo, yo empujé hacia afuera y él deslizó la yema del dedo dentro de mí. La sensación de la penetración fue increíblemente intensa. Al igual que antes, la rendición se apoderó de mi cuerpo, dejándome lánguida.
—¿Estás bien? —preguntó Joe con voz áspera mientras yo me combaba hacia él—. ¿Quieres que pare?
—No... No pares. Lo metió un poco más y yo lo rodeé con mi cuerpo, una reacción desesperada ante la sensación de que algo se deslizaba entre mis delicados tejidos.
—Estás caliente, ardiendo. —murmuró—. Y muy suave. ¿Te duele?
—No. Más, por favor.
Joe retiró su dedo y, a continuación, lo introdujo hasta el nudillo, despacio y suavemente. Yo me estremecí del gusto, sorprendida de la sensación que daba, esa pequeña y provocadora sensación de plenitud en mi trasero.
—¿Qué se siente? —preguntó con voz ronca.
—Bien. Todo lo que me haces me gusta. Volvió a sacarlo y lo metió de nuevo hasta el fondo. Inclinándome hacia delante, eché la cadera hacia atrás para que pudiera acceder más fácilmente y presioné mis pechos contra el suyo. Apretó su puño sobre mi pelo y me echó la cabeza hacia atrás para poder darle a mi boca un beso apasionado y húmedo. Nuestras bocas abiertas se deslizaban una sobre la otra, de forma más frenética a medida que aumentaba mi excitación. La sensación del dedo de Joe dentro de aquel lugar tan sexual y oscuro, moviéndose con aquel suave ritmo, me hizo balancearme hacia atrás para recibir sus estocadas dentro de mí.
—Eres tan hermosa —murmuró con una voz infinitamente suave—. Me encanta darte placer. Me encanta ver cómo el orgasmo recorre todo tu cuerpo.
—Joe. —Yo estaba perdida, ahogándome en el poderoso regocijo de estar agarrada a él, de ser querida por él. Aquellos cuatro días sola me habían enseñado lo desgraciada que me sentiría si no arreglábamos las cosas, lo aburrido y gris que sería mi mundo si Joe no formaba parte de él—. Te necesito.
—Lo sé. —Me lamió los labios haciendo que la cabeza me diera vueltas—. Estoy aquí. El coño se te estremece y se te está poniendo tenso. Vas a correrte para mí otra vez.
Puse mis manos temblorosas entre los dos para cogerle la polla y vi que estaba dura. Me levanté la ropa para que él pudiera introducir su sexo empapado. Metió unos centímetros, al estar de pie la penetración no podía ser más profunda, pero la conexión fue suficiente. Pasé mis brazos por encima de sus hombros y enterré la cara en su cuello mientras las piernas me flaqueaban. Con su mano izquierda en mi pelo y su brazo agarrándome la espalda, me acercó aún más. Aceleró el ritmo de sus embestidas.
—________, ¿tienes idea de lo que estás haciendo conmigo? Golpeaba su cadera contra la mía y con la ancha cresta de su polla me masajeaba suavemente en un punto sensible. —Me estás ordeñando la polla con esos pequeños estrujones hambrientos. Vas a hacer que me corra. Cuando explotes yo lo haré contigo. Yo era vagamente consciente de los ruidos de impotencia que salían de mi garganta. Mis sentidos estaban sobrecargados por el olor de Joe y el calor de su cuerpo duro, la sensación de su polla frotándose con el interior de mi cuerpo y su dedo moviéndose en mi culo. Estaba rodeada por él, llena de él, felizmente poseída en todos los aspectos. El orgasmo estaba llegando, palpitando por todo mi cuerpo, acumulándose en lo más profundo de mí. No sólo por el placer físico, sino por saber que él estaba dispuesto a correr el riesgo. Una vez más. Por mí. Dejó el dedo quieto y yo protesté con un gemido.
—Calla. —susurró—. Viene alguien.
—¡Ay, Dios! Demetria ha entrado antes y nos ha visto. ¿Y si se lo ha dicho a...?
—No te muevas. —Joe no me soltó. Se quedó tal y como estaba, llenándome por delante y por detrás, acariciando con la mano mi espalda y alisándome la ropa—. Tu falda lo esconde todo. Dando la espalda a la puerta de la habitación, presioné mi cara encendida contra su camisa. La puerta se abrió. Hubo una pausa y, después:
—¿Va todo bien? Nicholas. Me sentí incómoda al no poder darme la vuelta. Joe contestó con tranquilidad, controlando la situación con serenidad
—Claro que sí. ¿Qué quieres? Para mi sorpresa, él retomó el movimiento de su dedo hacia adentro y hacia afuera. No con las profundas caricias de antes, sino con movimientos lentos y superficiales que con la falda no se notaban. Excitada hasta el extremo y casi a punto del orgasmo, le hinqué las uñas en el cuello. La tensión de mi cuerpo por el hecho de que Nicholas estuviera en la habitación no hizo más que aumentar la sensación erótica.
—¿_______? —preguntó Nicholas. Tragué saliva.
—¿Sí?
—¿Estás bien?
Joe corrigió su postura y eso hizo que su polla se moviera dentro de mí golpeando mi palpitante clítoris con su pene.
—S-sí. Sólo estamos... hablando. Sobre... la cena. —Cerré los ojos mientras el dedo de Joe rozaba el delgado muro que lo separaba de su pene. Si volvía a darme en el clítoris, me correría. Estaba demasiado cerca como para detenerlo. El pecho de Joe vibró bajo mi mejilla al hablar.
—Terminaremos antes si te vas, así que dime qué necesitas.
—Mamá te está buscando.
—¿Para qué? —Joe volvió a moverse, rozando mi clítoris a la vez que hincaba rápida y profundamente su dedo en mi culo. Llegué al orgasmo. Temiendo el gemido de placer que deseaba sacar de mí, hundí los dientes en el fuerte pectoral de Joe. Él emitió un suave gruñido y empezó a correrse, sacudiendo su polla mientras bombeaba densos chorros de semen dentro de mí. El resto de la conversación se perdió bajo el fragor de mi sangre. Nicholas dijo algo, Joe contestó y, a continuación, la puerta se volvió a cerrar. Joe me levantó para apoyarme sobre el brazo del sofá y empezó a dar embestidas entre mis piernas abiertas, usando mi cuerpo para terminar con el resto de su orgasmo mientras gruñía en el interior de mi boca, terminando así el encuentro sexual más salvaje y exhibicionista de mi vida.
Después de aquello, Joe me llevó de la mano al baño donde enjabonó ligeramente una toallita y me limpió entre las piernas antes de prestar la misma atención a su polla. El modo en que me cuidó fue dulce e íntimo, y demostró una vez más que por muy primario que fuera su deseo de mí, me quería.
—No quiero que volvamos a pelearnos —dije en voz baja desde mi posición en la barra. Lanzó la toalla por una rampa oculta para la ropa sucia y se subió la cremallera. Entonces, se acercó a mí y me pasó sus dedos fríos por la mejilla.
—No nos peleamos, cielo. Simplemente tenemos que aprender a no espantarnos el uno al otro.
—Haces que parezca muy fácil —refunfuñé. Considerar que alguno de los dos fuera virgen sería ridículo, pero emocionalmente es eso lo que éramos. Andando a tientas en la oscuridad y demasiado ansiosos, sin entender nada en absoluto y cohibidos, tratando de impresionar y sin hacer caso a los sutiles matices.
—Si es fácil o difícil, no importa. Superaremos esto porque tiene que ser así. —Hundió los dedos entre mi pelo, volviendo a peinármelo—. Lo hablaremos cuando lleguemos a casa. Creo que he descubierto el meollo de nuestro problema.
Su convicción y determinación calmó la agitación que había estado sintiendo los últimos días. Cerré los ojos, me tranquilicé y disfruté del placer táctil de que estuviera jugando con mi pelo.
—Parece que tu madre se ha sorprendido al ver que soy rubia.
—¿Sí?
—Mi madre también lo estaba. No porque yo sea rubia —aclaré—, sino porque tuvieras interés en alguna.
—¿De verdad?
—¡Joe!
—¿Ajá? —Me dio un beso en la punta de la nariz y bajó las manos por mis brazos.
—No soy el tipo de chica que normalmente buscas, ¿no? Me miró sorprendido.
—Tengo un solo tipo:_______ Alex Tramell. Ésa es. Volví los ojos hacia atrás.
—Vale, como quieras.
—¿Qué pasa? Tú eres la mujer con la que estoy.
—No importa. Simplemente siento curiosidad. Normalmente la gente no se sale de sus preferencias. Dando un paso adelante entre mis piernas, colocó los brazos alrededor de mis caderas.
—Por suerte para mí, yo sí soy tu tipo.
—Joe, tú no te adecuas a ningún tipo —dije alargando las palabras—. Tú formas parte de una clase en la que sólo entras tú. Hubo una chispa en sus ojos.
—Te gusta lo que ves, ¿verdad?
—Sabes que sí, y ése es el motivo por el que deberíamos salir de aquí antes de que empecemos a follar como locos otra vez. Juntando su mejilla con la mía, murmuró:
—Sólo tú podías hacer que me maravillara en un lugar que siempre me ha dado asco. Gracias por ser exactamente lo que quiero y necesito. Le envolví con los brazos y las piernas, acercándolo a mí todo lo que pude.
—Joe, has venido aquí por mí, ¿verdad? Para sacarme de este lugar que tanto odias.
—Iría al infierno contigo,______. Y esto se acerca bastante a eso. —Suspiró con fuerza—. Estaba a punto de ir a tu apartamento para llevarte conmigo cuando supe que ibas a venir aquí. Tienes que mantenerte lejos de Nicholas.
—¿Por qué dices eso siempre? A mí me parece muy simpático.
Joe se apartó, mirando mi pelo entre sus dedos. Sus ojos se clavaron con fuerza en los míos.
—Él siempre lleva la rivalidad entre hermanos hasta el extremo y es lo suficientemente inestable como para convertirse en alguien peligroso. Se está acercando a ti porque sabe que a través de ti puede hacerme daño. Tienes que fiarte de mí en esto.
¿Por qué Gideon se mostraba tan receloso respecto a las motivaciones de su hermanastro? Debía tener una buena razón. De nuevo, aquello era otra de las cosas que no compartía del todo conmigo.
—Me fío de ti. Claro que sí. Mantendré las distancias.
—Gracias. —Agarrándome por la cintura, me levantó en el aire y me puso de pie—. Vamos a por Cary y salgamos de aquí cagando leches.
Volvimos a salir con mi mano en la suya. Me incomodaba saber que habíamos estado desaparecidos mucho rato. El sol estaba poniéndose. Y no tenía las medias puestas. Mi bragas destrozadas se hacían notar en el bolsillo frontal de los vaqueros de Gideon. Él me miró mientras salíamos a la carpa.
—Debí habértelo dicho antes. Estás preciosa,________. Ese vestido te queda de maravilla, igual que esos tacones rojos tan eróticos.
—Bueno, está claro que surten efecto. —Golpeé mi hombro contra el suyo—. Gracias.
—¿Por el cumplido o por el polvo?
—Calla —le reprendí ruborizada.
Su risa maliciosa hizo que todas las mujeres giraran la cabeza al oírlo desde lejos, y también algunos hombres. Colocando nuestras manos entrelazadas en mi espalda, me acercó hacia él y me plantó un beso en la boca. Su madre vino corriendo hacia nosotros con un brillo en los ojos y una amplia sonrisa en su encantador rostro.
—¡Joe! Cómo me alegra que estés aquí. Parecía que iba a darle un abrazo, pero él cambió el gesto sutilmente, cargando el aire que le rodeaba con un campo de fuerza invisible que también me incluía a mí. Elizabeth se detuvo en seco.
—Mamá —dijo saludándola con la calidez de una tormenta glacial—. Puedes dar las gracias a _______ de que yo haya venido. He venido para llevármela.
—Pero si se lo está pasando muy bien, ¿no es así, _______? Deberías quedarte por ella —Elizabeth me miró con ojos suplicantes. Flexioné los dedos alrededor de la mano de Joe. Lo primero era él, de eso no había duda, pero no pude más que desear conocer la historia que se escondía detrás de su frialdad hacia una madre que parecía quererlo. Su mirada de adoración se deslizaba por un rostro que tenía elementos del suyo propio, empapando ávidamente cada rasgo. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que ella lo había visto en persona? Entonces me pregunté si podía ser que ella lo hubiese querido demasiado... La repugnancia hizo que se me tensara la espalda.
—No pongas a _______ en un aprieto —dijo Joe frotando sus nudillos contra mi rígida espalda—. Ya has conseguido lo que querías. La has conocido.
—Quizá podríais venir a cenar esta semana. Su única respuesta fue una ceja arqueada. Después levantó la mirada llamando mi atención para que la siguiera. Vi a Cary salir de lo que parecía ser un laberinto de setos con una princesa del pop muy conocida agarrada a su brazo. Joe le hizo una señal para que se acercara.
—¡Ay, no! ¡También Cary! —protestó Elizabeth—. Él es el alma de la fiesta.
—Sabía que te gustaría. —Joe mostró sus dientes con algo que me pareció demasiado severo como para ser una sonrisa—. Pero recuerda que es el amigo de _______, mamá. Eso hace que también sea amigo mío. Me sentí enormemente aliviada cuando Cary se unió a nosotros y rompió la tensión con su despreocupación.
—Te he estado buscando —me dijo—. Esperaba que estuvieras lista para marcharnos. He recibido esa llamada que estaba esperando. Mirando sus ojos chispeantes, supe que Trey se había puesto en contacto con él.
—Sí. Estamos listos. Cary y yo dimos una vuelta para despedirnos y dar las gracias. Joe permaneció a mi lado como una sombra posesiva, mostrándose calmado pero claramente distante. Nos dirigíamos todos hacia la casa cuando vi a Ireland mirando a Joe. Me detuve y me giré hacia él.
—Ve por tu hermana para que podamos despedirnos.
—¿Qué?
—Está a tu izquierda. —Yo miré a la derecha para ocultar mi insistencia ante la chica, quien supuse que sentía adoración por su hermano mayor. Él hizo una señal a su hermana para que se acercara con un movimiento brusco de la mano. Ella se tomó su tiempo, caminando sin prisa, su preciosa cara con una expresión de aburrimiento militante. Miré a Cary con un movimiento de la cabeza, recordando muy bien aquella época. Apreté la muñeca de Joe.
—Escucha. Dile que sientes que no hayan podido ponerse al día mientras has estado aquí y que te llame alguna vez si quiere. Joe me lanzó una mirada maliciosa.
—¿Ponernos al día sobre qué? Acariciando su bíceps, contesté:
—Ella sería la que hablaría si le dieras la oportunidad. Él frunció el ceño.
—Es una adolescente. ¿Por qué iba a darle la oportunidad de que me hable hasta por los codos? Me puse de puntillas y le susurré al oído:
—Porque así te deberé una. Me miró con recelo un momento y, a continuación, me dio un fuerte beso en los labios con un gruñido.
—Estás tramando algo. Dejémoslo en que me debes más de una. Ya decidiremos la cantidad. Asentí. Cary se meció sobre sus talones y giró un dedo índice sobre el otro dando a entender que lo tenía a su merced. Es justo, pensé, puesto que me tenía atrapado el corazón. Me sorprendí cuando Joe cogió las llaves del todoterreno Bentley que le daba uno de los mayordomos.
—¿Has conducido tú? ¿Dónde está Angus?
—Tiene el día libre. —Acarició su nariz contra mi sien—. Te echaba de menos,______. Me introduje en el asiento delantero y él me cerró la puerta. Mientras me colocaba el cinturón de seguridad, vi que se detenía junto al capó y miraba a dos hombres vestidos de negro que esperaban junto a un lustroso coche negro al final del camino. Lo saludaron con la cabeza y se metieron en el Mercedes Benz. Cuando Joe salió del camino de entrada de la familia Vidal, ellos nos siguieron justo detrás.
—¿Guardaespaldas? —pregunté.
—Sí. Salí rápidamente cuando me dijeron que estabas aquí y me perdieron la pista un rato. Cary se fue a casa con Clancy, así que Joe y yo nos fuimos directamente al ático. Me sorprendí excitándome al ver a Joe conducir. Llevaba aquel vehículo de lujo como todo lo demás: con seguridad, agresividad y un hábil control. Conducía rápido pero no imprudentemente, serpenteando con facilidad en las curvas y en las rectas del pintoresco camino de vuelta a la ciudad. Apenas hubo tráfico hasta que entramos en el atasco de Manhattan. Cuando llegamos a su apartamento, los dos fuimos directamente al baño principal y nos desvestimos para darnos una ducha. Como si no pudiera dejar de tocarme, Joe me lavó de la cabeza a los pies. Luego me secó con una toalla y me envolvió en una bata nueva de seda azulada con bordados y mangas de kimono. Terminó sacando de un cajón unos pantalones de seda del mismo tono y con un cordón en la cintura para ponérselos él.
—¿No me das unas medias? —pregunté pensando en mi cajón de ropa interior sexy.
—No. Hay un teléfono que cuelga de la pared de la cocina. Pulsa el marcado rápido número uno y dile al que conteste que quiero doble ración de mi pedido habitual para la cena del restaurante de Peter Luger.
—De acuerdo. —Salí de la sala de estar e hice la llamada; después, tuve que buscar a Joe. Lo encontré en su despacho, una habitación en la que yo no había estado antes. Al principio, no pude ver bien aquel espacio porque la única luz procedía de la lámpara de un cuadro de la pared y otra lámpara de mesa que había sobre su escritorio de lustrosa madera. Además, mis ojos estaban más interesados en centrarse en él. Tenía un aspecto absolutamente sensual e irresistible sobre su gran asiento de cuero negro. Sostenía una copa de licor que calentaba entre sus manos y la belleza de su bíceps flexionado hizo que sintiera un hormigueo por todo el cuerpo, al igual que el fuerte entrelazado de los músculos de su abdomen. Tenía la mirada puesta en la pared iluminada por la lámpara del cuadro, que también atrajo mi atención. Me quedé sorprendida al ver la pieza: un enorme collage de fotografías ampliadas de nosotros dos; la fotografía de nuestro beso en la calle en la puerta del gimnasio... una instantánea de los dos tomada por la prensa en la cena de beneficencia... una foto espontánea del tierno momento posterior a nuestra pelea en Bryant Park... El foco de atención era la imagen que estaba en el centro y que me había hecho mientras dormía en mi cama, iluminada tan sólo por la vela que había dejado encendida para él. Era una foto íntima de voyeur, una imagen que decía más del fotógrafo que del sujeto del retrato. Me sentí profundamente conmovida ante aquella prueba de que estaba enamorado de mí. Joe señaló la copa que había servido para mí previamente y que estaba en el borde de su escritorio.
—Siéntate. Yo obedecí curiosa. Había algo en él que era nuevo, una especie de motivación y determinación tranquila unidas con la precisión de un láser. ¿Qué le había puesto así? ¿Y qué significaba aquello para el resto de nuestra velada? Luego vi el pequeño marco con un collage de fotos que había sobre su ordenador al lado de mi copa y mi preocupación se desvaneció. Aquel portarretratos era muy parecido al que ya tenía en mi escritorio, pero éste tenía tres fotografías de Joe y yo juntos.
—Quiero que te lleves esto al trabajo —dijo en voz baja.
—Gracias. Por primera vez en varios días, estaba feliz. Abracé el marco sobre mi pecho con una mano y con la otra cogí la copa. Sus ojos brillaron al verme tomar asiento.
—Todo el día me mandas besos desde tu foto de mi escritorio. Creo que es justo que tú también te acuerdes de mí. De nosotros. Me quedé sin respiración y el corazón me empezó a latir de forma irregular.
—Nunca me olvido de ti ni de nosotros.
—Yo no te dejaría que lo hicieras. —Joe dio un largo sorbo a su copa y la garganta se le movió al tragar—. Creo que ya sé dónde dimos nuestro primer traspiés, el que nos ha conducido a todos los tropezones que hemos tenido desde entonces.
—¿Sí?
—Dale un trago a tu Armagnac, cielo. Creo que lo vas a necesitar. Di un cauteloso sorbo a la copa y, al instante, sentí el calor, seguido del reconocimiento de que me gustaba aquel sabor. Di un trago más largo. Dándole la vuelta a la copa entre las manos, Joe dio otro sorbo y me miró pensativo.
—Dime qué fue más excitante, ______: ¿el sexo en la limusina cuando tú tenías el control o el sexo en el hotel cuando lo tenía yo? Me moví inquieta, dudando de adónde nos llevaría esa conversación.
—Yo pensaba que habías disfrutado con lo que pasó en la limusina. Me refiero a mientras ocurría. No después, claro.
—Me encantó —dijo con calmada convicción—. La imagen de ti con ese vestido rojo, gimiendo y diciéndome lo que te gustaba sentir mi polla dentro de ti permanecerá conmigo mientras viva. Si te apetece volver a ser la que tiene el control en el futuro, me apunto sin dudarlo. Sentí nervios en el estómago. En los músculos de mis hombros empezaron a formarse nudos.
—Joe, estoy empezando a asustarme. Todo eso de palabras de seguridad y control... parece como si esta conversación llevara a algún sitio al que yo no puedo ir.
—Estás pensando en bondage y dolor. Yo hablo de intercambio de poder consensuado. —Joe me estudiaba con atención—. ¿Quieres más brandy? Estás muy pálida.
—¿Tú crees? —Coloqué la copa sobre la mesa—. Esto suena a que me estás diciendo que eres dominante. Curvó la boca formando una suave y sensual sonrisa.
—Cielo, eso ya lo sabías. De lo que te estoy hablando es de que tú eres sumisa.
MileyCyruZ
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por AniitaRP4 Dom 31 Mar 2013, 10:55 am

Wooooow le hallo un parecido a fifty shades, perooo esta bastante buena, no como fifty pero es buena!
AniitaRP4
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por zai Dom 31 Mar 2013, 12:59 pm

:muack: :calor: :omg:
zai
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 5 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por AniitaRP4 Dom 31 Mar 2013, 10:27 pm

Siguela!:c
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