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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Jue 21 Feb 2013, 11:25 pm

Holaa Chicass miiiillll perdones por no haber subido capitulo :oops: pero esque ayer Miercoles fue el concierto de nuestros Jonas baba y aaaaaaaaaaaaaahhh no sabenn fue hermosoooo Joee es Super mega arche rekete contraa GUAPOO essss un DIOOOSSSS :enamorado: esta algo chaparrito pero de todos modoss me lo comooo con que este mas grande que yoo yaaa lliistooo jajajaj y kevin canta divinoo :canto: nick ni se diga y suus brazoooss creepygusta dioosssss deberian prohibirles estar asii de buenos a esos 3 :calor: bueno perdonden mis loqueras y mi ausenciaaa ya a lo que vengo aqui les dejo el capitulo ñ.ñ gracias por pasarse y leer me hacer extremadamentee feliizz :ilusion:



Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 251598_425256784229288_1578959586_n

CAPITULO 4
—______, cariño, me gustaría discutir ese interés que tienes por el Krav Maga. Me quedé de piedra.
—¿Perdona? Stanton tomó un sorbo de agua fría y se echó hacia atrás; su mandíbula adoptó una rigidez que me advertía de que no iba a gustarme lo que estaba a punto de decirme.
—Anoche tu madre se alteró mucho cuando fuiste a ese estudio de Brooklyn. Me costó tranquilizarla y asegurarle que yo me encargaría de que siguieras haciendo lo que te gusta pero sin peligro. No quiere que...
—Un momento —dejé con cuidado el tenedor en la mesa, se me habían quitado las ganas de comer—. ¿Cómo sabía ella dónde me encontraba?
—Rastreó tu teléfono móvil.
—¡Venga ya! —Respiré hondo y luego me desinflé. La sinceridad de su respuesta, como si aquello fuera lo más natural del mundo, me puso mala. El estómago se me revolvió, más interesado de repente en rechazar el almuerzo que en digerirlo—. Por eso insistió tanto en que usara uno de los teléfonos de tu compañía. No tenía nada que ver con ahorrarme dinero.
—Por supuesto que en parte era por eso, pero además le da tranquilidad.
—¿Tranquilidad? ¿Espiar a su hija adulta? Eso no es sano, Richard. Tienes que darte cuenta. ¿Sigue viendo al doctor Petersen? Tuvo la gentileza de parecer incómodo.
—Sí, claro.
—¿Le cuenta lo que está haciendo?
—No lo sé —respondió con cierta dureza—. Eso es asunto de Monica. Yo no intervengo. No, no lo hacía. Él la complacía, la mimaba, la consentía. Y permitía que su obsesión con mi seguridad se le descontrolara.
—Tiene que olvidarse de aquello. Yo lo he olvidado.
—Eras una niña, _______, y ella se siente culpable de no haberte protegido. Tenemos que dejarla un poco a su aire.
—¿A su aire? ¡Se comporta como una acosadora! —La cabeza me daba vueltas. ¿Cómo podía mi madre invadir mi intimidad de aquella manera? ¿Por qué lo hacía? Se estaba volviendo loca, y me estaba volviendo loca a mí también—. Esto tiene que acabar.
—Tiene fácil arreglo. He hablado con Clancy. Él te llevará cuando tengas que aventurarte a entrar en Brooklyn. Está todo arreglado. Eso te resultará mucho más práctico.
—No trates de tergiversarlo para que parezca que es en beneficio mío. —Me escocían los ojos y me quemaba la garganta con lágrimas de frustración no derramadas. Detestaba la forma en que hablaba de Brooklyn, como si fuera un país tercermundista—. Soy una mujer adulta. Tomo mis propias decisiones. ¡Lo dice la maldita ley!
—¡No me hables en ese tono, ________! Yo simplemente cuido de tu madre. Y de ti. Me separé de la mesa de un empujón.
—Es culpa tuya. Eres tú quien no deja que se cure, y me enfermas a mí también.
—Siéntate. Tienes que comer. A Monica le preocupa que no estés comiendo bien.
—Le preocupa todo, Richard. Ése es el problema. —Dejé mi servilleta en la mesa—. Tengo que volver al trabajo.
Me di la vuelta y me dirigí furiosa hacia la puerta para salir de allí lo antes posible. Recogí el bolso, que me guardaba la secretaria de Stanton, y dejé el teléfono encima de su escritorio. Clancy, que me esperaba en la zona de recepción, me siguió, y yo sabía que no podría librarme de él. Sólo obedecía órdenes de Stanton. Iba echando humo en el asiento de atrás del coche en el que Clancy me llevaba de vuelta al centro de la ciudad. Por mucho que despotricara, al final yo no era mucho mejor que Stanton, porque iba a ceder. Iba a rendirme y a dejar que mi madre se saliera con la suya, porque se me partía el corazón de pensar que mi madre sufriera más de lo que ya había sufrido. Era muy sensible y frágil, y me quería hasta la locura. Seguía con el ánimo decaído cuando llegamos al Jonasfire. Cuando Clancy se alejó del bordillo, me quedé plantada en la acera llena de gente, mirando a un lado y a otro de la ajetreada calle en busca de una tienda donde pudiera comprar un poco de chocolate o de una tienda de teléfonos donde pudiera hacerme con un móvil nuevo. Al final di una vuelta a la manzana y compré media docena de chocolatinas en la tienda de la esquina antes de volver al Jonasfire. Llevaba fuera alrededor de una hora, pero no pensaba hacer uso del tiempo extra que me había concedido Mark. Necesitaba trabajar para distraerme de aquella familia de chiflados que tenía. Mientras entraba en un ascensor vacío, rasgué el envoltorio de una de las chocolatinas y la emprendí a mordiscos con ella. Iba haciendo grandes progresos en la deglución de la cuota de chocolate que me había autoimpuesto antes de llegar al vigésimo piso, cuando el ascensor se paró en el cuarto. Agradecí el tiempo añadido que la parada me proporcionaba para disfrutar del reconfortante placer del chocolate y el caramelo al derretírseme en la lengua. Se abrieron las puertas y allí estaba Joseph Jonas hablando con otros dos caballeros. Como siempre, me quedé sin respiración al verle, lo cual reavivó la irritación, que estaba empezando a pasárseme. ¿Por qué me producía aquel efecto? ¿Cuándo iba a inmunizarme? Él se giró y, al verme, sus labios se curvaron en una sonrisa lenta, de infarto. Estupendo. Qué mierda de suerte la mía. Me había convertido en una especie de reto. Jonas pasó de sonreír a fruncir el ceño.
—Luego terminamos —dijo a sus acompañantes sin dejar de mirarme. Al entrar en el ascensor, levantó una mano para disuadirles de que hicieran otro tanto. Sorprendidos, me lanzaron una mirada, luego a Jonas y luego a mí otra vez. Pensé que lo mejor para mi salud mental era salir y tomar otro ascensor.
—No tan deprisa, _______. —Jonas me agarró del codo y tiró de mí hacia atrás. Se cerraron las puertas y el ascensor se puso en marcha suavemente.
—¿Qué hace? —espeté. Después de vérmelas con Stanton, lo último que necesitaba era a otro déspota tratando de mangonearme. Jonas me agarró por la parte superior de los brazos y me escudriñó la cara con su intensa mirada miel.
—Algo pasa. ¿Qué es? Aquella conocida electricidad volvió a chisporrotear entre nosotros, con mucha más fuerza, por lo furiosa que estaba yo.
—Usted.
—¿Yo? —Me acariciaba los hombros con los pulgares. Luego me soltó y sacó una llave del bolsillo y la introdujo en el panel. Se apagaron todas las luces excepto la del último piso. Vestía de negro otra vez, con finas rayas grises. Verle por detrás era una revelación. Tenía una buena anchura de hombros, sin ser corpulento, lo que hacía resaltar su fina cintura y sus largas piernas. Me sentía tentada de agarrarle aquellos sedosos mechones de pelo que le caían por encima del cuello de la camisa y tirar. Con fuerza. Por muy encabronada que estuviera, le deseaba. Quería pelea.
—No estoy de humor para usted, señor Jonas. Él observaba cómo la aguja de estilo antiguo que había encima de las puertas iba marcando el piso al que llegábamos.
—Yo puedo hacer que lo estés.
—No estoy interesada. Jonas me lanzó una mirada por encima del hombro. Su camisa y su corbata eran del mismo verde olivo que las pupilas de sus ojos. El efecto era impresionante.
—Nada de mentiras, _______. Nunca.
—No es ninguna mentira. ¿Y qué, si me siento atraída por usted? Supongo que a la mayoría de las mujeres les ocurre lo mismo. —Envolví lo que quedaba de la chocolatina y la metí en la bolsa de plástico que me había guardado en el bolso. No necesitaba comer chocolate cuando estaba respirando el mismo aire que Josrph Jonas—. Pero no tengo el menor interés en hacer nada al respecto. Entonces me miró, girándose pausadamente, con aquel amago de sonrisa que le suavizaba su pícara boca. Su naturalidad e indiferencia me sulfuraron aún más.
—La palabra atracción se queda corta para describir —señaló el espacio que había entre nosotros—... esto.
—Creerás que estoy loca, pero para que me desnude e intercambie sudores con alguien, antes tiene que gustarme ese alguien.
—No, loca, no —dijo él—. Pero yo no tengo ni tiempo ni ganas de salir con nadie.
—Ya somos dos. Me alegro de que lo hayamos aclarado. Se me acercó un poco más, levantando una mano hacia mi cara. Me obligué a no apartarme ni darle la satisfacción de ver que me intimidaba. Me rozó la comisura de la boca con el pulgar y a continuación se lo llevó a la suya. Se lamió la yema y ronroneó. —Chocolate y tú. Delicioso. Me recorrió un escalofrío, seguido de una ardiente punzada entre las piernas al imaginarme lamiendo chocolate de aquel cuerpo tan letalmente sexy. Se le oscureció la mirada y bajó la voz hasta darle un tono de intimidad.
—El amor romántico no está en mi repertorio, _______. Pero sí mil maneras de conseguir que te corras. Déjame que te lo demuestre. El ascensor se paró de golpe. Sacó la llave del panel y se abrieron las puertas. Retrocedí hasta el rincón y le dije que se largara con un gesto de la mano.
—En serio, no me interesa.
—Vamos a discutirlo. —Jonas me cogió por el codo y suavemente, pero con insistencia, me exhortó a salir. Le acompañé porque me gustaba el subidón que me producía estar cerca de él y porque tenía curiosidad por saber lo que me diría si le dedicaba algo más de cinco minutos. Le abrieron la puerta de seguridad tan deprisa que no tuvo ni que detenerse ante ella. La guapa pelirroja de recepción se apresuró a levantarse, a punto de transmitirle alguna información hasta que él sacudió la cabeza con impaciencia. La chica cerró la boca de golpe y se me quedó mirando con los ojos abiertos como platos cuando pasamos por delante con paso enérgico. Menos mal que llegamos enseguida al despacho de Jonas. Su secretario se puso de pie en cuanto vio a su jefe, pero permaneció en silencio al darse cuenta de que no estaba solo.
—No me pases llamadas, Scott —dijo Jonas, haciéndome entrar en su despacho a través de la doble puerta de cristal abierta. A pesar de mi irritación, no pude evitar quedarme impresionada con el espacioso centro de operaciones de Joseph Jonas. Unas ventanas que iban desde el suelo hasta el techo dominaban la ciudad en dos laterales, y una pared entera de cristal daba al resto de la oficina. La única pared opaca que había, enfrente de su enorme escritorio, estaba cubierta de pantallas planas en constante funcionamiento con canales de noticias de todo el mundo. Había tres zonas de estar diferentes, cada una de ellas más grande que la oficina entera de Mark, y un aparador en el que se exhibían licoreras de cristal tallado, que proporcionaban las únicas notas de color en un lugar en el que, por lo demás, predominaban el negro, el gris y el blanco.
Jonas apretó un botón de su escritorio que cerró las puertas; luego otro que escarchó al instante la pared de cristal, protegiéndonos completamente de la vista de sus empleados. Con las láminas reflectantes, de una preciosa tonalidad azul zafiro, que había en las ventanas exteriores, la intimidad estaba garantizada. Se quitó la chaqueta y la colgó en un perchero de cromo. Luego volvió a donde yo me había quedado parada nada más cruzar la puerta.
—¿Quieres tomar algo, _________?
—No, gracias. —¡Caray! Estaba aún más apetecible sólo con el chaleco. Veía mejor lo en buena forma que estaba, aquellas vigorosas espaldas. La forma tan bonita en que se le marcaban los bíceps y el culo cuando se movía. Señaló hacia el sofá de cuero negro.
—Siéntate.
—Tengo que volver a trabajar.
—Y yo tengo una reunión a las dos. Cuanto antes resolvamos esto, antes volveremos a nuestros respectivos asuntos. Y ahora, siéntate.
—¿Qué cree que vamos a resolver? Suspirando, me levantó como a una novia y me llevó hasta el sofá. Me dejó caer de culo, y luego se sentó a mi lado.
—Tus objeciones. Ya es hora de que hablemos de qué es lo que hace falta para que te me pongas debajo.
—Un milagro. —Me eché hacia atrás, ampliando el espacio que nos separaba. Tiré del dobladillo de mi falda verde esmeralda, lamentando no haberme puesto pantalones—. Su manera de acercarse me parece grosera y ofensiva. Y un tío bueno como pocos, pero eso no iba a reconocerlo. Se me quedó mirando con ojos entrecerrados.
—Puede que sea directa, pero es sincera. No me pareces de esa clase de mujeres que quieren sandeces y halagos en lugar de la verdad.
—Lo que no quiero es que me traten como si fuera una muñeca inflable. Jonas arqueó las cejas. —En fin... —¿Hemos terminado? —Me levanté. Agarrándome de la muñeca, tiró de mí para que volviera a sentarme.
—De ninguna manera. Hemos establecido unos puntos de discusión: entre nosotros existe una poderosa atracción sexual, pero ninguno de los dos quiere comprometerse. Entonces ¿qué es lo que quieres tú... exactamente? ¿Seducción,_______? ¿Quieres que te seduzcan?
Aquella conversación me fascinaba y horrorizaba a partes iguales. Y, sí, también me tentaba. No podía ser de otro modo ante un hombre tan guapo y viril como aquél, empeñado en retozar conmigo. A pesar de todo, ganó la indignación.
—Las relaciones sexuales que se planifican como si fueran una transacción comercial no me ponen.
—Fijar unos criterios al principio probablemente evitará que haya expectativas exageradas y decepción al final.
—¿Está de broma? —dije, frunciendo el ceño—. Escúchese. ¿Por qué llamarlo un polvo siquiera? ¿Por qué no ser claro y llamarlo expulsión seminal en un orificio previamente acordado? Me encabronó que echara la cabeza hacia atrás y riera a carcajadas. Aquel sonido profundo y gutural me inundó como un torrente de agua tibia. Cada vez me sentía más vulnerable en su presencia. Su risa campechana le hacía menos dios del sexo y más humano. De carne y hueso. Real. Me levanté y me eché hacia atrás, fuera de su alcance.
—En el sexo esporádico no tiene por qué haber vino y rosas, pero, por el amor de Dios, sea lo que sea, debería ser personal. Incluso amistoso. Con respeto mutuo por lo menos. Cuando se puso de pie, el humor le había desaparecido y se le habían ensombrecido los ojos.
—No hay señales contradictorias en mis asuntos privados. Tú quieres que cambie de actitud, pero no se me ocurre una buena razón para hacerlo.
—Yo no quiero que haga una mierda, aparte de dejarme volver al trabajo. —Me encaminé hacia la puerta y tiré del picaporte, y maldije en voz baja cuando vi que ni se movía—. Déjeme salir, Jonas.
Le sentí aproximarse por detrás. Puso las palmas en el cristal a ambos lados de mi espalda, enjaulándome. Cuando le tenía tan cerca era incapaz de pensar en mi supervivencia. La fuerza y la exigencia de su voluntad proyectaban un campo de fuerza casi tangible. Jonas se me acercó tanto que me sentí encerrada allí dentro con él. Todo lo que quedaba fuera de aquella burbuja dejó de existir, mientras que en su interior mi cuerpo entero se estiraba hacia el suyo. El que produjera en mí un efecto tan profundo y visceral estando yo tan sumamente irritada hacía que la cabeza me diera vueltas. ¿Cómo podía ponerme tan cachonda un hombre cuyas palabras deberían haberme enfriado por completo?
—Date la vuelta, ______. Cerré los ojos contra la oleada de excitación que me produjo aquel tono autoritario. ¡Dios, qué bien olía! Aquel vigoroso cuerpo irradiaba avidez y pasión y estimulaba el salvaje deseo que yo sentía por él. Esa incontrolable reacción se vio intensificada por la frustración con Stanton, que no terminaba de desaparecer, y mi más reciente irritación con el propio Jonas. Le deseaba. Mucho. Pero no me convenía. Sinceramente, podía joderme la vida yo solita. No necesitaba la ayuda de nadie. Apoyé la frente, que me ardía, en el cristal climatizado.
—Déjelo, Jonas.
—Ya lo hago. Eres muy complicada. —Me rozó detrás de la oreja con los labios. Luego me puso una mano abierta en el estómago, separando los dedos para incitarme a que me apretara contra él. Estaba tan excitado como yo, con la polla dura y gorda pegada a la parte inferior de mi espalda—. Date la vuelta y dime adiós. Decepcionada y pesarosa, me giré entre sus brazos, arqueándome contra la puerta para que se me enfriara un poco la espalda. Él estaba encorvado sobre mí, con su abundante cabello enmarcándole la hermosa cara y el antebrazo apoyado en la puerta para acercarse aún más. Yo apenas tenía espacio para respirar. La mano que antes me había puesto en la cintura descansaba ahora en la curva de mi cadera, apretando, volviéndome loca. Me miraba fijamente, con aquella mirada intensa, penetrante.
—Bésame —dijo con voz ronca—. Concédeme eso al menos.
Jadeando suavemente, me lamí los labios secos. Él gimió, inclinó la cabeza y me selló la boca con la suya. Me sorprendió lo suaves que eran sus labios firmes y la delicadeza de la presión que ejerció. Suspiré y él introdujo la lengua, saboreándome con largas lengüetadas, sin prisas. Su beso era seguro, diestro y con el punto justo de agresividad para excitarme salvajemente. Oí, a lo lejos, el ruido de mi bolso al dar en el suelo; acto seguido tenía las manos en su pelo. Tiraba de sus sedosos mechones para dirigir su boca hacia la mía. Él ahondó el beso, acariciándome la lengua con suculentos deslizamientos de la suya. Notaba el desbocado latido de su corazón contra mi pecho, prueba de que no era el ideal imposible que me había forjado en mi calenturienta imaginación. Se apartó de la puerta dando un empujón. Rodeándome la nuca con una mano y la curva de mis nalgas con la otra, me levantó en el aire.
—Te deseo,________. Complicada o no, no puedo evitarlo. Todo mi cuerpo estaba en contacto con el suyo, dolorosamente consciente de cada duro y ardiente centímetro de su ser. Respondí a su beso como si fuera a comérmelo vivo. Se me había puesto la piel húmeda y muy sensible, y los pechos blandos y pesados. El clítoris reclamaba atención a gritos, palpitando al ritmo del furioso latido de mi corazón. Fui vagamente consciente de que nos movíamos, y de repente noté que caía de espaldas en el sofá. Jonas estaba apalancado sobre mí con una rodilla en el cojín y el otro pie en el suelo. Apoyaba el torso en el brazo izquierdo, mientras que con la otra mano me agarraba por detrás de la rodilla, deslizándola por el muslo con decisión y firmeza. Le oí resoplar cuando llegó al punto en el que la liga sujetaba la parte superior de mis medias de seda. Apartó los ojos de los míos y miró hacia abajo, levantándome la falda para desnudarme de cintura para abajo.
—¡Santo Dios,______! —En su pecho resonó un murmullo, y aquel primigenio sonido me puso la piel de gallina—. Tu jefe tiene mucha suerte de ser gay. Medio atolondrada, vi cómo el cuerpo de Jonas descendía hacia el mío, y separé las piernas de manera que encajara el ancho de sus caderas. Se me tensaron los músculos con la urgencia de alzarme hacia él, para acelerar el contacto entre nosotros, por el que había suspirado desde la primera vez que le vi. Volvió a bajar la cabeza y de nuevo me tomó la boca, lastimándome los labios con un delicado punto de violencia. De repente, se apartó de mí, poniéndose de pie a trompicones. Yo me quedé allí tumbada, jadeante y húmeda, deseosa y dispuesta. Entonces me di cuenta de por qué había reaccionado de aquella tempestuosa manera.
Había alguien detrás de él.

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Mensaje por zai Vie 22 Feb 2013, 10:03 am

Ahhh que bueno que conociste a los Jonas :ilusion:
seguro que la pasaste barbaro en el concierto 🍌
me encanta la nove de verdad èrp que le paso a la madre de la rayis que esta asi medio loca???
quien los interrumpio Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 2278276204 yo lo mato!!!!
cuando puedas pone maraton!!!!
POR FAVOR!!!!!
:bye:
zai
zai


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Mensaje por JB&1D2 Vie 22 Feb 2013, 12:56 pm

wow Fuiste al concierto :corre:
Seguro que fue GENIAL

quien los interrumpió?? :gasp:
tan bien que la estaba pasando
siguelaaa
JB&1D2
JB&1D2


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Mensaje por zai Sáb 23 Feb 2013, 8:42 am

Siguela!!!!! :wut:
zai
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por zai Lun 25 Feb 2013, 7:09 pm

:misery:
zai
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Mensaje por MileyCyruZ Lun 25 Feb 2013, 9:03 pm

Holaaaa chicasss que les cuentoo hoy cumple años el primer hombre en mi vidaaa mi papiitoo hermooosooo ñ.ñ awww toodooo bello elll buenoo en otras noticiass jajaj les traigo un capitulooo masssssss de esta noveee que no see si les dije pero son 3 libros y estooy como loca consiguiendo el segundoo para empezar a adaptarloo bueno ya no las hago esperar mas aqui el capitulo de hoy gracias por pasar a leer la nove me hacer muuuuuuuyyy felizzz :D YYYYY TAL VEZ EL SIGUIENTE SEA UN MARATON NO LO SEEE ñ.ñ

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 58453_426853054069661_775079163_n

CAPITULO 5

Avergonzada ante la repentina irrupción en nuestra intimidad, me incorporé a toda prisa, estirándome la falda.
—... reunión de las dos es aquí. Tardé un buen rato en darme cuenta de que Jonas y yo seguíamos solos en la sala, y de que la voz que había oído venía del altavoz. Jonas estaba de pie al otro extremo del sofá, con la cara roja, el ceño fruncido y respirando agitadamente. Tenía la corbata aflojada y la bragueta tensa gracias a su magnífica erección. Yo me horrorizaba pensando en mi propio aspecto; y, para colmo de males, volvía tarde al trabajo.
—¡Jesús! —Se llevó las manos a la cabeza—. ¡En pleno día y en mi oficina! Me puse de pie y traté de recomponerme un poco.
—Déjame a mí —se acercó y me levantó la falda otra vez. Disgustada por lo que había estado a punto de ocurrir cuando debía estar trabajando, le di un manotazo.
—Basta ya. Déjeme en paz.
—Cállate,________ —dijo en tono grave, y me ayudó a remeter la blusa, negra y de seda, y a que la línea de botones quedase derecha. Luego me bajó la falda, alisándola con manos expertas y serenas—. Arréglate la coleta.
Jonas recuperó la chaqueta y se la puso antes de colocarse bien la corbata. Llegamos a la puerta al mismo tiempo, y cuando me agaché para recoger el bolso, él se inclinó conmigo. Me cogió por la barbilla y me obligó a mirarle. —Eh, ¿te encuentras bien? —me preguntó suavemente. Me ardía la garganta. Estaba excitada, furiosa y de lo más abochornada. Nunca en la vida había perdido la cabeza de aquella manera. Y me sentaba fatal que hubiera ocurrido precisamente con él, un hombre cuya actitud hacia la intimidad sexual era tan fría que me deprimía con sólo pensarlo. Sacudí la cabeza para que me soltara la barbilla.
—¿Cómo estoy?
—Preciosa y como para echarte un polvo. Te deseo tanto que me hace daño. Estoy a punto de llevarte otra vez al sofá y hacer que te corras hasta que me supliques que pare.
—No se te puede acusar de retórico —le reproché, pero dándome cuenta de que no me sentía ofendida. La verdad era que aquella crudeza tenía un tremendo efecto afrodisíaco. Con las piernas temblorosas y apretando firmemente la correa del bolso, sentía la tremenda necesidad de huir de aquel hombre. Y cuando terminara mi jornada, quería estar sola con una buena copa de vino. Jonas seguía junto a mí.
—Ahora voy a ocuparme de lo que me queda por hacer y a las cinco habré terminado. A esa hora vendré a buscarte.
—No, no venga. Esto no cambia nada.
—Ya lo creo que sí.
—No sea pretencioso, Jonas. He estado ofuscada un ratito, pero todavía no quiero lo que quiere usted.
—Claro que lo quieres; lo que pasa es que no te gusta el modo en que yo pretendo dártelo. Así que volveremos a vernos y repasaremos. Otro negocio. Preparado de antemano. Se me tensó todo el cuerpo. Puse una mano sobre la suya e hice girar el pomo para deslizarme acto seguido por debajo de su brazo y salir de allí. El secretario de Jonas, boquiabierto, se levantó inmediatamente, lo mismo que las tres personas, una mujer y dos hombres, que estaban esperándole. Le oí hablar detrás de mí.
—Scott les acompañará a mi despacho. Yo llegaré enseguida. Me alcanzó por la zona de recepción y me pasó el brazo por detrás a la altura de la cadera. No quería montar un numerito, así que esperé hasta llegar a los ascensores para zafarme. Él se lo tomó con tranquilidad y apretó el botón de llamada. Yo no aparté la vista de la tecla encendida.
—Tengo muchas cosas que hacer.
—Pues mañana.
—Voy a estar muy ocupada todo el fin de semana.
—¿Con quién? —me preguntó impulsivamente, acercándose mucho a mí. —A usted no le... Me tapó la boca con la mano.
—No sigas. Dime tú cuándo, entonces. Y, antes de que contestes que nunca, mírame y dime si soy la clase de hombre a quien se rechaza así como así. Tenía el gesto firme, los ojos entrecerrados y la mirada resuelta. Yo me estremecí. No estaba nada segura de ganarle la batalla de la tenacidad a Joseph Jonas. Tragué saliva, y esperé hasta que retiró la mano.
—Creo que los dos necesitamos calmarnos y tomarnos un par de días para pensar.
—El lunes, al salir del trabajo —insistió. Llegó el ascensor y entré. Luego, me volví hacia él y contraataqué.
—El lunes, a la hora de comer. Sólo tendríamos una hora. Escapatoria garantizada.
—Va a suceder,______ —dijo, justo antes de que se cerraran las puertas, y sonó más como una amenaza que como un promesa.
—No te apures,_______ —me tranquilizó Mark cuando llegué hasta mi mesa casi a las dos y cuarto—, que no te has perdido nada. Yo he comido tarde con el señor Leaman y acabo de llegar.
—Gracias. Pero, dijera lo que dijera, yo me sentía muy mal. La dura mañana del viernes parecía haber tenido lugar varios días atrás. Trabajamos sin interrupción hasta las cinco, cambiando impresiones sobre un anuncio de comida rápida e ideando algunos retoques, de modo que nos sirviera para una cadena de tiendas de alimentación biológica.
—Para que luego hablen de extraños compañeros de cama —había bromeado Mark, sin saber hasta qué punto tenía razón en cuanto a mi vida privada. Acababa de cerrar el ordenador y estaba a punto de sacar el bolso del cajón, cuando sonó el teléfono. Eché un vistazo al reloj y vi que eran exactamente las cinco, así que contemplé la posibilidad de no hacer caso a la llamada, teniendo en cuenta que, estrictamente hablando, mi jornada había terminado. Pero como todavía me sentía fatal por haberme pasado con la hora de la comida, lo consideré un castigo y contesté.
—________, cielo, dice Richard que te dejaste el móvil en su oficina. Solté un bufido y me dejé caer sobre el respaldo de la silla. Me imaginaba el pañuelo empapado que solía ir asociado con aquel característico tono de inquietud de mi madre. Me trastornaba y al mismo tiempo me partía el corazón.
—Hola, mamá, ¿cómo estás?
—Muy bien, gracias. —Mi madre tenía voz de niña y, a la vez, entrecortada, como la de Marilyn Monroe cruzada con la de Scarlett Johansson—. Clancy te ha dejado el teléfono en la portería de tu casa. No deberías ir a ninguna parte sin él. Nunca se sabe si vas a necesitar llamar a alguien... Había estado dándole vueltas a la idea de quedarme con el teléfono y derivar las llamadas a otro número que no supiera mi madre, pero eso no era lo que más me importaba en aquel momento.
—¿Y qué opina el doctor Petersen de que fisgues en mi teléfono? El silencio al otro lado de la línea fue muy significativo.
—El doctor Petersen sabe que me preocupo por ti.
—Mamá, creo que es hora de que vayamos juntas de nuevo a la consulta —le dije, pellizcándome el puente de la nariz.
—Ah, sí... claro. De hecho, él me ha dicho que le gustaría volver a verte. Probablemente porque piensa que no estás colaborando mucho. Cambié de tema.
—Me gusta mucho mi nuevo trabajo.
—Eso es estupendo,_______. ¿Te trata bien tu jefe?
—Sí, es fantástico. No podría ser mejor.
—¿Es guapo?
—Sí, mucho. Pero no está libre —contesté, y sonreí.
—¡Qué pena! Los mejores nunca lo están. Ella se rio y mi sonrisa se hizo más abierta. Me encantaba que estuviera contenta. Ojalá lo estuviera con más frecuencia.
—Estoy deseando verte mañana en la cena benéfica. Monica Tramell Barker Mitchell Stanton, una deslumbrante belleza rubia a quien nunca le había faltado atención masculina, se sentía como pez en el agua en los actos de sociedad.
—Vamos a pasarlo bien —dijo mi madre entrecortadamente—. Tú, Cary y yo. Iremos al spa y nos pondremos guapas y a tono. Estoy segura de que te vendría bien un masaje después de trabajar.
—Yo no voy a rechazarlo, por supuesto, y sé que a Cary le encantará.
—¡Qué ilusión me hace! Les mando un coche a casa a eso de las once.
—Estaremos listos. Cuando colgué, me recliné en la silla y suspiré por un baño caliente y un orgasmo. Me tenía sin cuidado que Joseph Jonas se enterase de que me masturbaba pensando en él. La frustración sexual debilitaba mi posición, y él seguro que no tenía ese problema. No me cabía duda de que contaría con un orificio condescendiente antes de que terminase el día. El teléfono sonó de nuevo mientras me cambiaba los zapatos de tacón por los de caminar. Casi nunca se podía despistar a mi madre durante demasiado rato. Los cinco minutos que habían pasado desde que terminó nuestra conversación eran el tiempo justo que había tardado en darse cuenta de que el problema del móvil no estaba resuelto. De nuevo pensé en no hacer caso de la llamada, pero no quería llevarme a casa ningún disgusto del día. Respondí con la frase habitual, pero con menos energía.
—Sigo pensando en ti. La voz ronca y aterciopelada de Jonas me envolvió con tal sensación de alivio que comprendí cuánto había deseado volver a oírla. Ese mismo día. Mi ansia era tan profunda que tuve la certeza de que aquel hombre iba a convertirse en una droga para mí, la fuente principal de muchos e intensos goces.
—Sigo tocándote,______. Sigo saboreándote. He estado empalmado desde que te fuiste, pasando por dos reuniones y una teleconferencia. Te doy ventaja: pon tú las condiciones.
—A ver... déjame que piense... —le hice esperar, sonriendo al recordar aquello de las pelotas moradas que había dicho Cary—. Pues... no se me ocurre nada. Pero sí que puedo darte un consejo de amiga: vete a pasar el rato con alguna mujer que babee por ti y te haga creer que eres un dios. Folla con ella hasta que no podáis con el alma ninguno de los dos. Así, cuando me veas el lunes, ya se te habrá pasado todo y volverás al orden obsesivo-compulsivo de tu vida normal. Oí un crujido de cuero y me imaginé a Jonas reclinándose en la silla.
—Ésa era tu carta blanca,_______. La próxima vez que ofendas a mi inteligencia, te daré unos azotes.
—A mí no me gustan esas cosas —repliqué, pero la advertencia, hecha con aquella voz, me electrizó. Oscuro y Peligroso, no había duda.
—Ya hablaremos de eso. Mientras tanto, dime lo que sí te gusta. Yo seguí en mis trece.
—Es indudable que tienes voz de teléfono erótico, pero yo me largo; he quedado con mi vibrador. Debería haber colgado en ese momento, para que el efecto «calabazas» hubiera sido total, pero no pude resistirme a saber si lo encajaría como yo me imaginaba. Además, estaba divirtiéndome con él.
—Ay,_______ —Jonas pronunció mi nombre en un desalentado susurro—, estás decidida a hacerme poner de rodillas, ¿verdad? ¿Qué haría falta para convencerte de formar un trío con un amigo que funciona a pilas? No hice caso de sus preguntas, pero me alegré de que no pudiera ver el temblor de mis manos cuando me puse el bolso en bandolera. No pensaba hablar de los amigos a pilas con Joseph Jonas. Nunca había hablado abiertamente sobre la masturbación con ningún hombre, y mucho menos iba a hacerlo con alguien que, a efectos prácticos, era un desconocido.
—Mi amigo a pilas y yo tenemos un viejo pacto: cuando terminamos, sabemos exactamente cuál de los dos ha usado al otro, y la usada no soy yo. Adiós, Joseph.
Colgué y me dirigí a las escaleras, con la idea de que bajar veinte pisos andando cumpliría dos funciones: una, eludir artefactos mecánicos, la otra, ahorrarme una sesión de gimnasio.
Me alegré tanto de llegar a casa después de un día como el que había tenido, que entré literalmente bailando en el apartamento. Mi sincero «¡Dios, por fin en casa!», acompañado de unos bailes, fue lo bastante vehemente como para sobresaltar a la pareja que estaba en el sofá.
—¡Huy! —exclamé, avergonzada por mis tonterías. No es que Cary estuviera en una situación comprometida con su invitado cuando yo aparecí sin previo aviso, pero sí que se encontraban lo suficientemente cerca el uno del otro para que se intuyera una cierta intimidad. Sin querer, pensé en Joseph Jonas, que prefería despojar de intimidad al acto más íntimo que uno se puede imaginar. Yo había tenido ligues de una noche y amigos con derecho a roce, y nadie sabía mejor que yo que hacer el amor y fornicar eran dos cosas muy diferentes, pero no creo haber visto nunca el sexo como un apretón de manos. Me parecía triste lo que hacía Jonas, aunque no fuese alguien que inspirase compasión precisamente.
—Hola, nena —me saludó Cary, poniéndose de pie—. Tenía la esperanza de que llegases antes de que Trey se marchara.
—Tengo clase dentro de una hora —explicó Trey, rodeando la mesa, mientras yo dejaba la bolsa de los zapatos en el suelo y el bolso sobre un taburete en el mostrador de desayuno—, pero me alegro de haber podido conocerte antes de irme.
—Yo también. —Le estreché la mano que me tendió y, de paso, le estudié de un vistazo. Era de mi edad aproximadamente, estatura media y agradablemente musculoso. Tenía un rebelde pelo rubio y los ojos color avellana. En cuanto a la nariz, se le debía de haber roto en alguna ocasión, eso resultaba evidente.
—¿Qué les parece una copa de vino?
—Me apunto —contestó Trey.
—Yo tomaré una también. —Cary se unió a nosotros en el mostrador de desayuno. Llevaba unos vaqueros negros y un jersey de los que dejan los hombros descubiertos del mismo color, con un aire informal y elegante que armonizaba maravillosamente con el pelo castaño oscuro y los ojos verde esmeralda. Abrí la vinoteca y saqué una botella cualquiera. Trey, con las manos en los bolsillos de los pantalones, se balanceaba sobre los pies y charlaba en voz baja, mientras yo descorchaba la botella y servía. Entonces, sonó el teléfono y yo descolgué el auricular de la pared.
—¿Sí?
—Hola,______. Soy Parker Smith.
—Hola, Parker, ¿qué tal?
—Espero no molestarte con mi llamada. Tu padrastro me ha dado el número. Ah. Ya había tenido yo bastante Stanton para un día.
—Claro que no me molesta, ¿ocurre algo?
—¿Sinceramente? Bueno, pues parece que las cosas ahora van bien. Tu padrastro es como mi hada madrina. Está financiando unas cuantas mejoras en la seguridad del gimnasio y algunas modernizaciones que hacen mucha falta. Por eso te llamo. El centro va a estar cerrado unos días. Volvemos a abrir dentro de una semana, a contar desde el lunes. Cerré los ojos y traté de reprimir un ramalazo de ira. Pero Parker no tenía la culpa de que Stanton y mi madre fueran dos maníacos superprotectores empeñados en controlarme. No veían lo irónico que resultaba que me defendieran estando rodeada de personas tan cualificadas para hacerlo.
—Fantástico. Estoy deseando ir a entrenarme con ustedes.
—Yo también. Voy a darte caña, ______. Tus padres darán el dinero por bien empleado. Puse un vaso delante de Cary y tomé un buen sorbo del mío. No dejaba de sorprenderme toda la colaboración que podía comprarse con dinero. Pero Parker no tenía la culpa.
—Por mí, fenomenal.
—Empezaremos contigo en cuanto abramos la próxima semana. Tu chófer tiene el horario.
—Muy bien. Pues hasta entonces. —Colgué el auricular y capté la mirada, dulce y amorosa, que Trey le dirigió a Cary cuando creía que no le veíamos ninguno de los dos. Me hizo pensar que mis problemas podían esperar—. Trey, siento mucho que tengas que marcharte. ¿Puedes venir el miércoles a cenar pizza? Me gustaría que hiciéramos algo más que decirnos hola y adiós.
—Tengo clase —me sonrió, con cara de pena, y miró otra vez a Cary de soslayo—, pero podría venir el martes.
—Perfecto. Encargamos la comida y nos vemos una película.
—Me encanta la idea. Cary me premió tirándome un beso cuando acompañó a Trey hasta la puerta. Cuando volvió a la cocina, cogió su vaso de vino y dijo:
—Bueno, ________, suéltalo ya. Se te ve muy estresada.
—Lo estoy —admití, botella en mano dando vueltas por el salón.
—Es por Joseph Jonas, ¿no?
—Pues claro. Pero no quiero hablar de él. —Aunque la persecución de Joseph había sido estimulante, su objetivo era asqueroso—; mejor hablamos de Trey y de ti. ¿Cómo se conocieron?
—Me lo encontré en un casting. Trabaja media jornada como ayudante de un fotógrafo. Es muy sexy, ¿verdad? —le brillaban los ojos de felicidad—, y todo un caballero, a la vieja usanza.
—¿Pero queda alguno de ésos? —murmuré antes de liquidar el primer vaso.
—¿Qué quieres decir?
—Nada, lo siento Cary. Me ha caído muy bien y es evidente que tú le gustas. ¿Estudia Fotografía?
—Veterinaria.
—¡Vaya! Eso está muy bien.
—Eso mismo pienso yo. Pero dejemos a un lado a Trey por el momento y dime qué es lo que te mortifica. Dilo de una vez.
—Mi madre —contesté, suspirando—, que se ha enterado de mi interés por el gimnasio de Parker y está fastidiándola.
—¿Y cómo se ha enterado? Te juro que yo no se lo he dicho a nadie.
—Ya sé que no has sido tú; ni se me hubiera ocurrido pensarlo. —Agarré la botella y me serví otro vaso—. Toma nota: ha estado fisgando en mi móvil. Cary hizo un gesto de asombro levantando las cejas.
—¿En serio? Qué miedo.
—¿verdad que si? Se lo conté a Stanton, pero él no quiere saber nada.
—Bueno. —Se pasó la mano entre el largo flequillo—. ¿Y qué vas a hacer? —Comprar otro teléfono. Y hablar con el doctor Petersen a ver si puede inculcarle un poco de sensatez.
—Buena jugada, pásale el asunto a su loquero. Esto... y en tu trabajo, ¿va todo bien? ¿Todavía te gusta?
—Mucho. —Recliné la cabeza en los cojines y cerré los ojos—. Mi empleo y tú son ahora mismo mi salvación.
—¿Y qué me dices del macizo supermillonario que quiere trincarte? Venga, _______, que me muero por saberlo. ¿Qué ha pasado? Se lo conté, por supuesto. Quería su opinión sobre todo aquello; sin embargo, cuando terminé, se quedó callado. Levanté la cabeza para mirarle y le encontré con los ojos brillantes y mordiéndose el labio.
—Cary, ¿en qué piensas?
—En que esta historia me pone muy caliente —se echó a reír, y el sonido afectuoso y masculino de su risa barrió buena parte de mi irritación—. Apuesto a que está muy confundido en estos momentos. Habría dado dinero por verle la cara cuando le respondiste a eso de que quería darte unos azotes en el culo.
—Me parece increíble que dijera eso. —Sólo con recordar el tono de Jonas al salir con semejante amenaza, empezaron a sudarme las manos de tal forma que dejaba vapor en la copa—. Pero ¿de qué demonios va?
—Los azotes en el culo no son una aberración. Además, en el sofá iba a hacer el misionero, o sea que no tiene nada en contra de lo elemental. —Se dejó caer hacia atrás en el asiento, con una sonrisa radiante que le iluminaba la cara, tan atractiva de por sí—. Tú supones un desafío para un tipo que se mueve habitualmente entre ellos. Y está dispuesto a hacer concesiones, algo a lo que no debe de estar acostumbrado, diría yo. Sólo tienes que decirle lo que quieres. Repartí entre los dos el vino que quedaba. Me sentía ligeramente mejor con un poco de alcohol circulando por las venas. ¿Qué quería yo? Aparte de lo lógico.
—Somos totalmente incompatibles.
—¿Es así como calificas tú lo que pasó en el sofá?
—Vamos, Cary, resúmelo: me levanta del suelo del vestíbulo y me dice que quiere follar conmigo. Así de simple. Cualquier tío que me ligue en un bar tiene más marcha que él. Hola, ¿cómo te llamas? ¿Vienes mucho por aquí? ¿Quién es tu amigo? ¿Qué estás tomando? ¿Te gusta bailar? ¿Trabajas por aquí?
—Vale, vale, lo entiendo. —Dejó el vaso en la mesa—. ¿Por qué no salimos por ahí? Buscamos un buen sitio y bailamos hasta que no podamos más. Quizá conozcamos algún tío que te dé un poco de conversación.
—O por lo menos que me invite a una copa.
—Bueno, Jonas te ofreció una en su oficina. Sacudí la cabeza de lado a lado y me levanté.
—Lo que quieras. Me doy una ducha y nos largamos. Salí de marcha como si aquélla fuera la última vez. Cary y yo recorrimos todas las discotecas del centro, desde Tribeca hasta el East Village, gastando dinero a lo tonto en entradas y pasándonoslo de miedo. Yo bailé tanto que parecía que iba a quedarme sin pies, pero resistí hasta que Cary se quejó primero de las botas con tacón que llevaba puestas. Acabábamos de salir de una discoteca tecno-pop con la idea de comprarme unas chancletas en un Walgreens que había cerca, cuando nos encontramos con un promotor que hacía publicidad de un establecimiento a pocas manzanas de allí.
—Un sitio fantástico para que descansen los pies un poco —dijo, sin las sonrisas exageradas ni los elogios aparatosos habituales en el oficio. La ropa que llevaba (vaqueros negros y jersey de cuello alto) era de muy buena calidad, cosa que me sorprendió. Y no tenía folletos ni postales. Lo que me entregó fue una tarjeta comercial hecha de papiro, con letras doradas que captaban la luz de los rótulos eléctricos que nos rodeaban. Tomé nota mentalmente para tenerlo en cuenta como una buena alternativa en la publicidad impresa. A nuestro alrededor se movía una presurosa multitud de peatones. Cary observó los letreros entrecerrando los ojos; llevaba encima unas cuantas copas más que yo.
—Parece pretencioso.
—Enseña esta tarjeta —insistió el vendedor— y se ahorraran la entrada.
—Cariño —Cary me cogió del brazo y tiró de mí—. Vamos, a lo mejor encuentras a un buen tipo en un local pijo. Los pies me estaban matando cuando llegamos al sitio, pero dejé de lamentarme en cuanto vi la entrada tan bonita que tenía. La fila para acceder al interior era muy larga; se extendía por toda la calle y doblaba la esquina. Por las puertas abiertas salía la conmovedora voz de Amy Winehouse junto con grupos de clientes muy bien vestidos y sonrientes. Tal como había dicho el promotor, la tarjeta fue una llave mágica que nos proporcionó entrada inmediata y libre. Una encargada preciosa nos llevó al piso de arriba, hasta un bar VIP más tranquilo, desde donde se dominaba el escenario y la pista de baile de abajo, y nos señaló una zona de asientos junto a la terraza. Ocupamos una mesa rodeada por dos sofás curvos de terciopelo. Ella puso una carta de bebidas en el centro y dijo:
—Invita la casa.
—¡Mira qué bien! —dijo Cary silbando—. Hemos acertado.
—Creo que el promotor te ha reconocido de algún anuncio.
—¿No sería genial? Jo, qué noche. Estoy de marcha con mi mejor amiga y enamorándome de un nuevo cachas en mi vida.
—¿Cómo?
—He decidido que voy a ver hasta dónde llegan las cosas con Trey. Me alegró saberlo. Me pareció que yo había estado siempre esperando que Cary encontrase alguien que le tratase bien.
—¿Ya te ha pedido que salgas con él?
—No, pero no creo que sea porque no quiera. —Hizo un gesto con los hombros y se estiró la camiseta, rasgada intencionadamente. A juego con los pantalones negros de cuero y las muñequeras de clavos, le daba un aire sexy y rebelde—. Antes de nada, debe de estar intentando comprender qué hay entre tú y yo. Flipó cuando le dije que vivía con una mujer y que me había trasladado desde la otra punta del país para estar contigo. Tiene miedo de que yo sea un bi-curioso de ésos y en el fondo esté colgado de ti. Por eso, quería que le conocieras hoy, para que vea cómo es nuestra convivencia. —Lo siento, Cary. Intentaré tranquilizarle en ese sentido.
—No es culpa tuya; no te preocupes. Saldrá bien si tiene que ser así. Su convicción no me hizo sentir mejor y me puse a pensar en un modo de ayudarle. Dos chicos se acercaron a nuestra mesa.
—¿Podemos sentarnos con vosotros? —preguntó el más alto. Primero miré a Cary, luego a ellos. Parecían hermanos y eran muy atractivos, risueños y seguros de sí mismos. Tenían una actitud relajada y natural. Estaba yo a punto de decir claro que sí, cuando en mi hombro desnudo se posó una cálida mano que me apretó firmemente.
—Ella no está libre. Enfrente de mí, Cary miraba boquiabierto a Joseph Jonas


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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por zai Mar 26 Feb 2013, 8:11 am

jajja a mi me parecia raro eso del bar jajaj tenia que ser Joe!!!
:calor:
si siguela por favor!!!
y si puedes pon maraton!!! :aah:
:bye:
zai
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Miér 27 Feb 2013, 1:18 am

He estado cupadaa chicas pero tratare se subir mañana un capituloo super largo y que amen :enamorado: tambien estoy escribiendo los capitulos de otra novela que sera sobre una niñeraa :omg: que les parece aun no se si subirla es como divertida y eso no es hot ni nadaa pero en fin primero lo primero bueno prometo subirles un megaa capitulo mañana gracias a las que se pasan y comentan me hacen feliz Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 1606340316 :bye:
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Mensaje por MileyCyruZ Miér 27 Feb 2013, 10:17 pm

Hooolaaaa bueno asi que este mini maraton de dos capitulos y medio es dedicado a Zai ñ.ñ este va por ti niña gracias por leer y comentar me haces felizz bueno no t are esperar mas e aki el mini maraton ;)

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 482331_427710637317236_2071622653_n

—Ella no está libre. Enfrente de mí, Cary miraba boquiabierto a Joseph Jonas, que rodeó el sofá y le tendió la mano.
—Me llamo Joseph Jonas.
—Y yo, Cary Taylor —le estrechó la mano con una amplia sonrisa—, pero ya lo sabías. Encantado de conocerte. He oído hablar mucho de ti. Le habría matado de buena gana.
—Me alegro de saberlo. —Joseph tomó asiento a mi lado y puso un brazo sobre el respaldo para poder acariciar el mío como el que no quiere la cosa, pero de un modo posesivo al mismo tiempo—; quizás me quede alguna esperanza. Giré la cintura para mirarle frente a frente y le susurré, furiosa: —¿Pero qué haces?
—Lo que haga falta.
—Me voy a bailar. —Cary se puso en pie, con un gesto de ironía—. Vuelvo dentro de un ratito. Haciendo caso omiso de la mirada de súplica que le dirigí, me tiró un beso y se alejó, seguido de los dos chicos. Yo tenía el corazón acelerado. Un minuto después, me resultaba ridículo, e imposible, pasar de Joseph Jonas. Le eché un vistazo general. Llevaba pantalones de vestir color grafito y un jersey negro con el cuello de pico que producían un efecto de sofisticación informal. Me encantaba su apariencia y me atraía mucho la suavidad que sugería, aunque sabía que era sólo una ilusión. Él era duro desde muchas perspectivas. Respiré profundamente, por el esfuerzo que me costaba tratar con él. Después de todo, ¿no era ése el problema principal? ¿Que él quisiera saltarse los preliminares de una relación y pasar directamente a la cama?
—Tienes un aspecto... —me detuve. Fantástico. Maravilloso. Increíble. Sexy a más no poder. Al final, me quedé corta—... que me gusta. Joseph arqueó las cejas.
—¡Vaya! Menos mal que hay algo de mí que te parece bien. ¿Se trata de todo el conjunto? ¿Sólo la ropa? ¿Sólo el jersey? ¿Los pantalones? Me cayó mal el tonillo que empleó.
—¿Y si te digo que sólo el jersey?
—Pues me compro una docena y así tengo para todos los días.
—Sería una lástima.
—¿No te gusta el jersey? —Estaba un poco cabreado, las palabras le salían rápidas y cortantes. Yo había apoyado las manos en el regazo, pero las movía sin parar.
—Sí me gusta, pero también me gusta el conjunto. Me miró fijamente un minuto y luego me preguntó:
—¿Qué tal la cita con tu AAP? ¡Joder! Dirigí la vista a otro lado. Era muchísimo más fácil hablar por teléfono de masturbarse que ante aquella penetrante mirada miel. Resultaba bochornoso y humillante.
—Yo no hablo de intimidades. Me acarició la mejilla de nuevo y susurró: —Estás poniéndote colorada. Noté por la voz que se alegraba y rápidamente cambié de tema.
—¿Vienes mucho por aquí? Mierda. ¿Cómo se me había ocurrido decir aquella frase estereotipada? Acercó las manos hasta mi regazo y cogió una de las mías.
—Cuando es necesario.
Un ramalazo de celos me hizo ponerme tensa.
—¿Qué quieres decir? ¿Cuándo andas en busca de presa? —Le miré, irritada, aunque en realidad estaba enfadada conmigo misma por el hecho de que aquello me importara. Joseph esbozó una genuina sonrisa que me hizo daño.
—Cuando hay que tomar decisiones importantes. Este local es mío,________. ¡Vaya! ¡Cómo no! Una camarera muy mona dejó sobre la mesa unas bebidas con hielo, de color rosado, en vasos cuadrados y altos, y le dedicó a Joseph una sonrisa insinuante.
—Aquí tiene, señor Jonas, dos Stoli Elites con arándanos. ¿Alguna cosa más? —De momento, nada, gracias. Veía claramente que la chica quería entrar en la lista de preseleccionadas, y me crispé. Después, me distraje con la bebida que nos había servido. Era lo que yo solía beber en las discotecas, lo que había estado bebiendo toda la noche. Sentí un cosquilleo nervioso. Observé a Joseph haciendo girar el líquido en la boca, como si catara un buen vino, y tragárselo después. El movimiento de la garganta me puso caliente, pero no fue nada comparado con el efecto que me produjo la intensidad de su mirada. —No está mal —dijo—. Dime si lo hemos hecho bien. Entonces me besó. Se acercó deprisa, pero yo le vi venir y no me aparté. Tenía la boca fresca, con sabor a arándanos rociados de alcohol. Deliciosa. Todo el caos de energía y emociones que había estado bullendo en mi interior se desbordó de repente. Llevé una mano hasta su espléndido pelo y lo sujeté bien fuerte mientras le succionaba la lengua. El gemido que emitió fue el sonido más erótico que había oído en mi vida, y la parte interna de mis muslos se tensó ardorosamente. Sorprendida yo misma por la vehemencia de mi reacción, me distancié, jadeante. Joseph continuó acariciándome la cara con la boca, besándome las orejas, respirando trabajosamente, también. El tintineo del hielo dentro del vaso removió mis exaltados sentidos.
—_______, necesito estar dentro de ti —me susurró bruscamente—. No puedo más. Clavé la vista en el vaso, mientras mi mente giraba en un torbellino de impresiones, recuerdos y confusión.
—¿Cómo lo sabías? Me pasó la lengua por la oreja, y yo me estremecí. Parecía que todas las células de mi cuerpo lucharan contra el suyo. Resistirme a él consumía una cantidad de energía tan considerable que me agotaba.
—¿El qué?
—Lo que me gusta beber, cómo se llamaba Cary. Inspiró profundamente y se separó de mí. Dejó el vaso en la mesa y cambió de posición, colocando una rodilla sobre el cojín que había entre nosotros, de modo que podía mirarme de frente. Volvió a pasar el brazo por el respaldo del sofá y empezó a hacer circulitos con la yema de los dedos en la curva de mi espalda.
—Habías estado antes en otro de mis locales. Tu tarjeta de crédito apareció y quedaron anotadas tus consumiciones. Y Cary Taylor figura en el contrato de arrendamiento de tu casa. Todo daba vueltas a mi alrededor. No había manera... El teléfono móvil, la tarjeta de crédito, el puñetero apartamento... Es que no podía ni respirar. Entre mi madre y Joseph me hacían sentir claustrofobia.
—Caray,______, estás blanca como el papel. —Me puso un vaso en la mano—. Anda, bebe. Era el Stoli con arándanos. Me lo bebí todo. El estómago se revolvió por un momento, luego se asentó.
—¿Es tuyo el edificio donde vivo? —pregunté, casi sin aliento.
—Curiosamente, así es. —Se sentó sobre la mesa, justo enfrente de mí, y colocó las piernas a ambos lados de las mías. Tenía las manos heladas; Joseph me quitó el vaso para dejarlo a un lado y me las calentó con las suyas. —Joseph, ¿estás chiflado?
—¿Lo preguntas en serio? —dijo, apretando un poco los labios.
—Sí, lo pregunto en serio. Me madre me acosa también y está yendo a un loquero. ¿Vas tú a alguno?
—Por ahora, no, pero tú me vuelves lo suficientemente loco como para que eso esté dentro de lo posible.
—Entonces, ¿este comportamiento no es habitual en ti? —Tenía palpitaciones; hasta notaba la sangre circulando por los tímpanos?— ¿O sí lo es? Se pasó una mano por el pelo, arreglándose los mechones que yo le había despeinado cuando nos besamos.
—Simplemente, tuve acceso a ciertos datos que tú pusiste a mi disposición. —¡A tu disposición, no! ¡Ni tampoco para el fin que tú los has empleado! Seguro que has infringido alguna ley de protección de la intimidad. —Me quedé mirándole, más confusa que nunca—. Pero ¿por qué lo haces?
—Coño, para conocerte.
—¿Y por qué no hablas conmigo, Joseph? ¿Tan difícil es eso hoy en día? —Contigo, sí. —Cogió el vaso y se bebió casi todo el contenido—. No puedo tenerte a solas más de unos minutos cada vez.
—Porque lo único de lo que quieres hablar es de lo que tienes que hacer para tirarte a alguien.
—_______, por Dios, baja la voz —me pidió entre dientes. Le examiné detenidamente, asimilando cada uno de sus rasgos, cada plano de su cara. Por desgracia, catalogar los detalles no redujo ni un ápice mi turbación. Estaba empezando a sospechar que su atractivo jamás dejaría de deslumbrarme. Y no sólo a mí; había visto cómo reaccionaban las mujeres ante él. Y, encima, era escandalosamente rico, cosa que hace interesantes hasta a hombres viejos, calvos y barrigudos. No sería raro que estuviese acostumbrado a chascar los dedos y apuntarse un orgasmo. Me lanzó una mirada.
—¿Por qué me miras así? —me preguntó.
—Estoy pensando.
—¿En qué? —Apretó un poco las mandíbulas—. Te advierto que, si dices algo de orificios, preadmisiones o emisiones seminales, no respondo de mis actos. Casi me hizo reír.
—Es que quiero comprender unas cuantas cosas, porque tal vez no te esté creyendo del todo.
—A mí también me gustaría entender algunas cosas —masculló.
—Me imagino que tienes mucho éxito con el método «Quiero follar contigo». La cara de Joseph se fue transformando hasta quedarse inexpresiva.
—No quiero hablar de eso, _______.
—De acuerdo. Tú quieres saber qué es lo que me induciría a acostarme contigo. ¿Es ésa la razón por la que estás aquí esta noche? ¿Por mí? Y no me contestes lo que tú crees que yo quiero oír. Su mirada era clara y tranquila.
—Estoy aquí por ti, sí. Yo lo preparé. De pronto pude atar los cabos sueltos y comprendí. El promotor que nos había abordado era un empleado de Jonas Industries.
—¿Pensabas que trayéndome aquí ibas a echar un polvo conmigo? Le resultaba difícil disimular su regocijo.
—Siempre hay una esperanza, pero suponía que haría falta algo más que un encuentro casual y unas copas.
—Tienes razón. Entonces, ¿por qué lo has hecho? ¿Por qué no has esperado al lunes por la mañana?
—Porque tú andas buscando algún rollo. No puedo hacer nada respecto a los AAP, pero, en mi bar, sí puedo evitar que ligues con algún imbécil. Tú buscas rollo, _______, y yo estoy aquí.
—No estoy buscando ningún rollo, sino quemando la tensión de un día de estrés.
—No eres la única. —Tocó con los dedos uno de mis pendientes chandelier de plata—. Tú bebes y bailas cuando estás tensa. Yo, en primer lugar, trato de solucionar el problema que me provoca la tensión. Su tono de voz se había suavizado y despertó en mí un alarmante deseo.
—¿Es eso lo que soy yo? ¿Un problema?
—Por supuesto que sí —pero lo dijo con un atisbo de sonrisa. Yo sabía que ahí radicaba gran parte de su atractivo. Joseph Jonas no podía estar donde estaba, siendo tan joven, si aceptaba los «noes» tranquilamente.
—¿Cómo definirías tú salir con alguien? Frunció el ceño.
—Como pasar mucho tiempo con una mujer durante el que no estamos follando.
—¿Te gusta la compañía femenina?
—Claro que sí, siempre que no haya expectativas exageradas ni exijan demasiado tiempo. Me he dado cuenta de que la mejor manera de evitar esto es tener amistades y relaciones sexuales exclusivas para ambos. Allí estaban otra vez esas molestas «expectativas exageradas». Quedaba claro que aquello suponía un escollo para él.
—Entonces, ¿tienes amigas?
—Naturalmente. —Aprisionó mis piernas con las suyas—. ¿Adónde quieres ir a parar?
—Aíslas el sexo del resto de tu vida; lo separas de la amistad, del trabajo... de todo.
—Tengo buenas razones para hacerlo.
—Estoy segura. okey, ahí van mis conclusiones. —Era difícil concentrarse tan cerca de Joseph—: Te dije que no quería salir con nadie y no quiero. El trabajo es mi mayor prioridad, y mi vida personal, como mujer soltera, le sigue muy de cerca. No me apetece sacrificar ni una cosa ni la otra en aras de una relación ni queda espacio para incluir un vínculo estable.
—En eso coincidimos.
—Ahora bien, me gusta el sexo.
—Bueno, pues practícalo conmigo. —Su sonrisa era toda una invitación erótica.
—Yo necesito que me una algo personal a los hombres con los que me acuesto. No tiene que tratarse de nada intenso ni profundo, pero el sexo para mí debe ser algo más que una fría transacción.
—¿Por qué? No podía decirse que Joseph estuviera siendo frívolo. Por rara que fuese para él aquella conversación, se la estaba tomando en serio. —Llámalo capricho, si quieres, pero no estoy hablando a la ligera. Me fastidia que me usen en cuestiones de sexo; me siento infravalorada.
—¿No puedes verlo como que tú me usas a mí?
—Contigo, no. —Estaba siendo muy persuasivo, muy contundente. Pude ver en sus ojos el brillo del depredador cuando dejé mi debilidad al descubierto.
—Además —continué enseguida—, eso es semántica. En mis relaciones sexuales, necesito un intercambio equitativo o ser yo la dominante.
—De acuerdo.
—¿De acuerdo? Lo has dicho demasiado pronto, teniendo en cuenta que yo quiero combinar dos cosas que tú te esfuerzas muchísimo en evitar que se junten.
—No me siento a gusto con ello y no voy a pretender que lo entiendo, pero estoy escuchándote. Es un problema. Dime cómo lo remediamos. Me quedé sin aliento. No me esperaba aquello. Joseph era un hombre que no quería complicaciones con el sexo, y yo una mujer que encontraba complicado el sexo; pero él no se daba por vencido. Todavía.
—Tenemos que ser amigos, Joseph. No compañeros del alma ni confidentes, pero sí dos personas que saben la una de la otra algo más que la anatomía. Para mí eso significa poder estar juntos sin tener que follar necesariamente. Y me temo que tendremos que pasar algunos ratos así en lugares donde nos veremos obligados a contenernos.
—¿No es lo que estamos haciendo ahora?
—Sí. Y a eso es a lo que me refiero. No creía que fueras capaz de hacerlo. Deberías haber actuado de un modo menos extraño. —Le tapé la boca con la mano cuando intentó interrumpirme—. Pero admito que intentaste buscar una oportunidad para hablar y yo no colaboré. Empezó a mordisquearme los dedos de tal modo que tuve que protestar y retirar la mano.
—Oye, ¿por qué haces eso? Se llevó a la boca mi mano mordida; la besó le pasó la lengua para aliviarla. Y para provocarme. Respondí devolviéndola a mi regazo. Todavía no estaba segura de que hubiéramos dejado las cosas claras. —Y para que no creas que hay expectativas exageradas, cuando tú y yo pasemos tiempo juntos sin follar, no pensaré que estamos saliendo, ¿vale?
—Lo tendré en cuenta. —Joseph sonrió, y mi decisión de estar con él se reforzó. Su sonrisa fue como un relámpago en la oscuridad, deslumbrador, bello y misterioso, y le deseé tanto que experimenté verdadero dolor físico. Deslizó la mano por la parte trasera de mis muslos y me atrajo suavemente hacia él. El dobladillo de mi escaso vestido sin espalda quedó a una altura indecente, y los ojos de Joseph permanecieron clavados en la carne que él mismo había dejado al aire. Se humedeció los labios con la lengua en un gesto tan carnal y sugerente que casi pude sentir la caricia sobre mi piel. La voz de Duffy, cantando «Mercy», subía desde la pista de baile de abajo. Sentí un inoportuno nudo en el estómago y me pasé la mano por él. Había ya bebido mucho, pero me sorprendí a mí misma diciendo:
—Necesito otra copa.
El sábado por la mañana tenía una resaca de órdago y pensé que era lo menos que me merecía. Por mucho que me ofendiera la insistencia de Joseph en negociar las relaciones sexuales con la misma pasión con la que negociaría una fusión comercial, al final yo había hecho otro tanto. Porque le deseaba lo suficiente como para correr un riesgo calculado y romper mis propias normas. Me consolaba saber que él también estaba rompiendo algunas de las suyas. Tras una larga ducha caliente, enfilé hacia el cuarto de estar, donde estaba Cary, fresco y espabilado, sentado en el sofá con su netbook. Olía a café en la cocina, así que me dirigí allí y me llené la taza más grande que pude encontrar.
—Buenos días, nena —dijo Cary en voz alta. Con mi muy necesaria dosis de cafeína entre las manos, fui a sentarme con él en el sofá. Me señaló una caja que había en un extremo de la mesa.
—Te ha llegado mientras estabas en la ducha. Dejé la taza en la mesa de centro y cogí la caja. Estaba envuelta con papel marrón y cordel y tenía mi nombre escrito en diagonal en la parte de arriba con trazos decorativos. Dentro había un frasco de color ámbar en el que ponía REMEDIO PARA LA RESACA con una antigua letra blanca y una nota atada con rafia en el cuello del frasco en la que se leía: Bébeme. La tarjeta de Joseph estaba entre el papel protector de seda. Me pareció un regalo muy oportuno. Desde que conocía a Joseph me sentía como si hubiera caído por la madriguera del conejo en un mundo fascinante y seductor, donde la mayoría de las normas conocidas no eran aplicables. Me hallaba en un territorio desconocido que era emocionante y aterrador a la vez. Eché una mirada a Cary, que observó el frasco con recelo.
—¡Salud! —Saqué el corcho y me bebí el contenido sin pensarlo dos veces. Sabía a empalagoso jarabe para la tos. Era tan desagradable que primero se me revolvió el estómago y luego noté que me quemaba. Me limpié los labios con el dorso de la mano y volví a poner el corcho en el frasco vacío.
—¿Qué era? —preguntó Cary. A juzgar por el ardor, más de lo mismo para quitar la resaca.
—Eficaz pero desagradable —añadió, arrugando la nariz. Y estaba funcionando, pues ya me sentía un poco más firme. Cary cogió la caja y sacó la tarjeta de Joseph. Le dio la vuelta y me la tendió. En el reverso Joseph había escrito Llámame con una caligrafía de rasgos enérgicos y había anotado un número de teléfono. Le cogí la tarjeta, ahuecando la mano sobre ella. Su regalo era señal de que pensaba en mí. Su tenacidad y fijación eran seductoras. No había duda de que estaba metida en un buen lío en lo que respectaba a Gideon. Me moría por sentirme como cuando él me tocaba, y me encantaba cómo respondía cuando le tocaba yo. Cuando trataba de pensar en lo que no estaría dispuesta a hacer para que sus manos volvieran a tocarme, no se me ocurría gran cosa. Cuando Cary hizo ademán de pasarme el teléfono, sacudí la cabeza.
—Todavía no. Necesito tener la cabeza despejada cuando trato con él, y aún estoy confusa.
—Parecíais muy a gusto los dos anoche. Desde luego, está colado por ti. —Y yo por él. —Me acurruqué en una esquina del sofá, apoyé la mejilla en un cojín y encogí las piernas hasta el pecho—. Vamos a salir de vez en cuando, a tener relaciones sexuales esporádicas, pero físicamente intensas y a ser, por lo demás, completamente independientes. Nada de ataduras, ni expectativas ni responsabilidades.
Cary pulsó una tecla de su netbook y la impresora que estaba en el otro extremo de la habitación empezó a echar páginas. Luego cerró de golpe el ordenador, lo dejó encima de la mesa de centro y me concedió toda su atención.
—Quizá se convierta en algo serio.
—Quizá no —me burlé.
—Cínica.
—No busco ningún vivieron-felices-para-siempre, Cary, y menos con un megamagnate como Jonas. He visto en mi madre lo que supone relacionarse con hombres poderosos. Es un trabajo de jornada completa con media de compañía. El dinero hace feliz a mi madre, pero no sería suficiente para mí.
Mi padre quería a mi madre. Le pidió que se casara con él y compartieran la vida. Ella le rechazó porque carecía de la considerable cartera de acciones y la abundante cuenta corriente que ella requería en un marido. El amor no era un requisito para el matrimonio en opinión de Mónica Stanton, y como a la mayoría de los hombres les resultaba irresistible su belleza de ojos seductores y voz susurrante, nunca tuvo que conformarse con menos de lo que quería. Desgraciadamente, no quería a mi padre para una larga travesía. Eché un vistazo al reloj y vi que eran las diez y media.
—Supongo que debería prepararme.
—Me encanta pasar el día del spa con tu madre. —Cary sonrió, y despejó las sombras que aún persistían en mi estado de ánimo—. Después me siento como un dios.
—Yo también. Sólo que yo como una diosa.
Teníamos tantas ganas de marcharnos que bajamos al encuentro del coche en lugar de esperar a que llamaran de recepción. El portero sonrió cuando salimos fuera, yo con sandalias de tacón y vestido largo y Cary con unos vaqueros de tiro bajo y una camiseta de manga larga.
—Buenos días, señorita Tramell. Señor Taylor. ¿Van a querer un taxi hoy? —No, gracias, Paul. Estamos esperando un coche. —Cary sonrió—. ¡Es el día del spa en Perrini’s!
—Ah, el Día del Spa de Perrini’s. —Con un gesto de la cabeza, Paul dio a entender que sabía lo que era—. Yo le di a mi mujer un cheque regalo por nuestro aniversario. Le gustó tanto que he pensado hacer de ello una costumbre.
—Hiciste bien, Paul —dije yo—. Mimar a una mujer nunca pasa de moda. Llegó un turismo negro con Clancy al volante. Paul abrió la puerta trasera y nos montamos, dando grititos al ver una caja de chocolatinas Knipschild en el asiento. Nos despedimos de Paul, nos acomodamos y nos pusimos manos a la obra, dando pequeños mordiscos a aquellas trufas que merecía la pena saborear lentamente.
Clancy nos llevó directamente a Perrini’s, donde la relajación comenzó desde el momento mismo en que entramos. Cruzar el umbral de la entrada era como tomarse unas vacaciones al otro lado del mundo. Cada puerta arqueada estaba enmarcada por unas suntuosas cortinas a rayas de vibrantes colores, mientras que unos cojines con fundas de pedrería decoraban los divanes y los enormes sillones. Colgadas del techo había jaulas doradas con pájaros que gorjeaban, y por todos los rincones se veían macetas con plantas de hojas exuberantes. Pequeñas fuentes decorativas añadían los sonidos del fluir del agua, y se oía música instrumental de cuerda a través de unos altavoces ingeniosamente escondidos. El aire olía a una mezcla de especias y fragancias exóticas, que me hacían sentir como si me hubiera adentrado en Las mil y una noches. Rozaba la exageración, pero no llegaba a traspasar la línea. Eso sí, Perrini’s era exótico y lujoso, un capricho para quienes pudieran permitírselo. Como mi madre, que acababa de salir de su baño de leche y miel cuando llegamos nosotros. Leí la carta de tratamientos disponibles y decidí cambiar mi habitual «mujer guerrera» por el de «caprichos apasionados». Me habían hecho la cera la semana anterior, pero me parecía que el resto del tratamiento —pensado para estar irresistible sexualmente— era justo lo que necesitaba. Finalmente había conseguido reconducir el pensamiento a asuntos menos peligrosos, cuando Cary habló desde el sillón de pedicura que estaba a mi lado.
—Señora Stanton, ¿conoce a Joseph Jonas? Le miré boquiabierta. Sabía perfectamente que mi madre se ponía de los nervios con cualquier noticia relacionada con mis relaciones amorosas, o no tan amorosas, como podía ser el caso. Mi madre, sentada a mi otro lado, se echó hacia delante con su típica emoción de niña ante un hombre rico y atractivo.
—Por supuesto. Es uno de los hombres más ricos del mundo. El número veinticinco o algo así en la lista de la revista Forbes, si no recuerdo mal. Un joven muy ambicioso, obviamente, y un generoso benefactor de muchas organizaciones benéficas que yo apoyo. Un buenísimo partido, claro está, pero dudo que sea gay, Cary. Tiene fama de donjuán.
—Eso que me pierdo. —Cary sonrió e hizo como que no me veía sacudir la cabeza con fuerza—. Pero de todos modos sería un amor imposible, ya que él anda tras ________.
—¡_________! No puedo creer que no hayas contado nada. ¿Cómo has podido ocultarme algo así? Miré a mi madre, cuya cara lavada se veía joven, sin arrugas y muy parecida a la mía. Yo era a todas luces hija de mi madre, hasta el apellido. La única concesión que le había hecho a mi padre había sido ponerme el nombre de su madre.
—No hay nada que contar —insistí—. Sólo somos... amigos.
—Podemos hacerlo mejor —dijo Mónica, con una calculadora mirada que me dio miedo—. No sé cómo no he caído en que trabajas en el mismo edificio que él. Seguro que se enamoró de ti en cuanto te vio. Aunque se sabe que le van más las morenas... Humm... Bueno. También es famoso por su excelente gusto. Es evidente que en esto último llevas las de ganar.
—Las cosas no van por ahí. Por favor, no empieces a meterte donde no te llaman. Me pondrás en una situación embarazosa.
—Tonterías. Si hay alguien que sepa qué hacer con los hombres, soy yo. Me hundí en el asiento, hasta que los hombros me rozaron las orejas. Para cuando llegó la hora del masaje, necesitaba desesperadamente que me lo dieran. Me tumbé en la mesa y cerré los ojos, dispuesta a echarme una siestecita para aguantar la larga noche que se avecinaba. Me encantaba arreglarme y estar guapa tanto como a cualquier chica, pero los actos benéficos daban mucho trabajo. Hablar de trivialidades era agotador, sonreír sin parar era una pesadez y las conversaciones sobre asuntos y personas que no conocía me aburrían mortalmente. Si no fuera porque Cary se beneficiaba con la publicidad, me resistiría a ir. Suspiré. ¿A quién trataba de engañar? Acabaría yendo de todas formas. Mi madre y Stanton apoyaban las organizaciones benéficas contra el maltrato infantil porque era importante para mí. Acudir a uno de aquellos convencionales eventos de vez en cuando era el pequeño precio que había que pagar por los beneficios que reportaban. Respiré hondo y procuré relajarme. Tomé nota mentalmente de llamar a mi padre cuando llegara a casa y pensé en cómo enviar una nota de agradecimiento a Jonas por el remedio para la resaca. Me figuré que podría mandarle un correo electrónico utilizando la información de contacto de su tarjeta, pero era poco elegante. Además, ignoraba quién leía su bandeja de entrada. Le llamaría al llegar a casa. ¿Por qué no? Me había pedido —no, dicho— que le llamara; había escrito el ruego en su tarjeta. Y oiría su voz seductora otra vez. La puerta se abrió y entró la masajista.
—Hola, ________. ¿Estás lista? No del todo. Pero casi.
Después de unas fantásticas horas en el spa, mi madre y Cary me dejaron en el apartamento; luego ellos se fueron a buscar unos gemelos nuevos para Stanton. Como iba a estar sola durante un rato, decidí llamar a Joseph. Pese a la muy necesaria intimidad, tecleé su número una media docena de veces antes de decirme a realizar la llamada. Respondió a la primera señal.
—_________. Sorprendida de que supiera quién le llamaba, me quedé sin palabras. ¿Cómo tenía mi nombre y mi número de teléfono en su lista de contactos?
—Esto... Hola, Joseph.
—Estoy a una manzana de distancia. Avisa en recepción de que voy.
—¿Cómo? —Tenía la sensación de haberme perdido parte de la conversación—. ¿Que vas adónde?
—A tu casa. Estoy en la esquina. Llama a recepción, ________.
Colgó y yo me quedé mirando el teléfono, tratando de asimilar el hecho de que Joseph estaría conmigo otra vez en cuestión de minutos. Un tanto aturdida, me dirigí al interfono y hablé con recepción para comunicar que le esperaba, y mientras estaba hablando, entró él en el vestíbulo. Unos instantes después, se encontraba ante mi puerta. Fue entonces cuando me di cuenta de que sólo llevaba puesta una bata corta de seda, e iba peinada y maquillada para la cena. ¿Qué impresión se llevaría de mi aspecto? Me apreté el cinturón de la bata antes de dejarle entrar. Yo no le había invitado a venir a casa para seducirle ni nada parecido.
Joseph permaneció en la entrada un largo instante, contemplándome desde la cabeza hasta los dedos de los pies, con manicura francesa en las uñas. A mí también me anonadó su aspecto. Le sentaban tan bien los vaqueros desgastados y la camiseta que vestía que me dieron ganas de desnudarle con los dientes.
—Sólo por encontrarte así ya ha merecido la pena el viaje. —Entró en casa y atrancó la puerta tras él—. ¿Qué tal estás?
—Bien. Gracias a ti. Gracias. —Se me estremecía el estómago porque él estaba ahí, conmigo, lo cual casi me daba... vértigo—. Pero ésa no puede ser la razón por la que has venido hasta aquí.
—He venido porque has tardado mucho en llamarme.
—No sabía que tuviera un plazo para hacerlo.
—Tengo que preguntarte algo que requiere una respuesta inmediata, pero, aparte de eso, quería saber si te sientes bien después de anoche. —Los ojos se le veían oscuros mientras me recorría de arriba abajo; su cara, imponente enmarcada en aquella increíble cortina de pelo negro—. ¡Dios, estás guapísima,________. No recuerdo haber deseado nada tanto! Aquellas sencillas y escasas palabras me pusieron mimosa, a cien. Demasiado vulnerable.
—¿Qué es tan urgente?
—Ven conmigo a la cena benéfica esta noche. Me eché hacia atrás, sorprendida y emocionada con la petición.
—¿Vas a ir?
—Y tú también. Lo he comprobado, al saber que tu madre estaría allí. Vamos juntos. Me llevé una mano a la garganta, debatiéndome entre la extrañeza que me producía lo mucho que él sabía de mí y la preocupación por lo que me estaba pidiendo.
—No era a esto a lo que me refería cuando dije que debíamos pasar tiempo juntos.
—¿Por qué no? —Aquella sencilla pregunta estaba teñida de desafío—. ¿Qué problema hay en que vayamos juntos a un evento al que los dos íbamos a acudir por separado?
—No es que sea muy discreto. Se trata de un acto prominente.
—¿Y? —Joseph dio un paso hacia mí y me toqueteó un rizo. El peligroso susurro que había en su voz hizo que me estremeciera. Sentí la calidez de su enorme cuerpo macizo y percibí el aroma profundamente masculino de su piel. Estaba cayendo bajo su embrujo, cada vez más.
—La gente hará suposiciones, mi madre sobre todo, que ya estará oliendo tu sangre de soltero en el agua. Bajando la cabeza, Joseph posó los labios en la curva de mi cuello.
—Me da igual lo que piense la gente. Sabemos lo que hacemos. Yo me encargaré de tu madre.
—Si crees que puedes... —dije con la respiración entrecortada—, no la conoces bien.
—Pasaré a recogerte a las siete. —Me pasó la lengua por la palpitante vena de la garganta y me fundí en él, con el cuerpo laxo al atraerme hacia él.
—Todavía no he dicho que sí —logré articular.
—Pero no vas a decir que no. —Me cogió el lóbulo de la oreja entre los dientes—. No te dejaré. Abrí la boca para protestar y él me la selló posando sus labios sobre los míos, acallándome con un voluptuoso y húmedo beso. Movía la lengua despacio, saboreándome de tal manera que me hizo desear que me hiciera lo mismo entre las piernas. Las manos se me fueron a su pelo, acariciándolo, tirando de él. Cuando me rodeó con sus brazos, me arqueé, curvándome en sus manos. Al igual que en su oficina, me tuvo boca arriba en el sofá antes de darme cuenta de que me estaba moviendo, tragándose con su boca mi sorprendido jadeo. La bata cedió a sus hábiles dedos, y a continuación me puso las manos en los pechos, acariciándolos con suaves y rítmicos apretones.
—Joseph...
—Shhh. —Me succionó el labio inferior, presionando y tirándome de mis sensibles pezones—. Saber que no llevabas nada puesto debajo de la bata estaba volviéndome loco.
—Has venido sin... ¡Oh! ¡Oh, Dios! Me rodeó un pezón con la boca, y aquella oleada de calor me produjo un velo de transpiración en la piel. Nerviosa, no dejaba de mirar la hora en el reloj del decodificador.
—Joseph, no.
Levantó la cabeza y me miró con sus tormentosos ojos miel.
—Es una locura, lo sé. No... No sabría explicarlo,_________, pero tengo que hacer que te corras. Llevo días pensándolo constantemente. Me metió una mano entre las piernas. Las abrí sin pudor, tan excitado mi cuerpo que me sentía arrebatada, casi febril. Con la otra mano seguía magreándome los pechos, poniéndomelos duros e insoportablemente sensibles.
—Te me has puesto húmeda —murmuró, bajando la mirada hacia donde estaba abriéndome con los dedos—. Ahí también eres hermosa. Aterciopelada y rosa. Muy suave. No te habrás depilado hoy, ¿verdad? Negué con la cabeza.
—Menos mal. No creo que hubiera aguantado ni diez minutos sin tocarte, no digamos diez horas. —Me introdujo un dedo cuidadosamente. Me sentía tan vulnerable allí desnuda, con las piernas abiertas, toqueteada por un hombre cuya familiaridad con las normas de la depilación brasileña delataba un íntimo conocimiento de las mujeres. Un hombre que aún estaba completamente vestido, arrodillado en el suelo junto a mí.
—Estás muy acogedora. —Joseph sacó el dedo y volvió a clavármelo con delicadeza. Arqueé la espalda al apretar con ansia—. Y muy ávida. ¿Cuánto tiempo hace que no follas? Tragué saliva.
—He estado muy ocupada con la tesis, buscando trabajo, trasladándome... —Una temporada, entonces. Sacó el dedo y a continuación me introdujo dos. No pude reprimir un gemido de placer. Aquel hombre tenía unas manos dotadas, seguras y expertas, y cogía lo que quería con ellas.
—¿Utilizas algún método anticonceptivo,________?
—Sí. —Me aferré al borde de los cojines—. Por supuesto.
—Te demostraré que estoy limpio y tú harás otro tanto, y luego dejarás que te penetre.
—¡Por Dios, Joseph! —Jadeaba por él, meneando las caderas descaradamente sobre aquellos dedos que empujaban. Tenía la sensación de que ardería espontáneamente si él no salía. En mi vida me había excitado tanto. Me moría por un orgasmo. Si hubiera entrado Cary en aquel momento y me hubiera encontrado retorciéndome en la sala de estar de nuestra casa mientras Joseph me follaba con los dedos, creo que no me habría importardo. Joseph respiraba entrecortadamente también. Tenía la cara sonrojada por la lujuria. Por mí. Cuando lo único que había hecho yo era responderle sin poder evitarlo. Me acarició la mejilla con la mano que tenía en mi pecho.
—Estás ruborizada. Te he escandalizado.
—Sí. Su sonrisa era pícara y gozosa a la vez, y sentí una opresión en el pecho.
—Quiero sentir mi semen en ti cuando te folle con los dedos. Quiero que tú sientas mi semen en ti, para que pienses en el aspecto que tengo y los sonidos que hago cuando lo bombee dentro de ti. Y mientras pienses en ello, estarás deseando que vuelva a hacértelo una y otra vez. Mi sexo se tensó alrededor de sus acariciadores dedos, la crudeza de sus palabras me empujaba al borde del orgasmo.
—Te diré todas las formas en que quiero que me satisfagas,________, y vas a hacerlo todo... a aceptarlo todo, y el sexo será explosivo, primario, sin limitaciones. Lo sabes, ¿verdad? Intuyes cómo será entre nosotros.
—Sí —musité, apretándome los pechos para aliviar el profundo dolor de mis pezones endurecidos—. Por favor, Joseph.
—Shhh... Te tengo. —Con la parte blanda de su pulgar empezó a frotarme suavemente el clítoris en círculos—. Mírame a los ojos cuando te corras. Todo se tensó en mi centro, y esa tensión crecía a medida que me masajeaba el clítoris y empujaba los dedos adentro y afuera con un ritmo constante, sin prisas.
—Ríndete a mí,_______ —ordenó—. Ya. Alcancé el clímax con un tenue grito, mis blancos nudillos a los lados de los cojines, mientras sacudía las caderas en su mano, sin asomo de vergüenza o timidez. Tenía la vista fija en la suya, incapaz de apartar la mirada, fascinado con aquel triunfo masculino que le brillaba en los ojos. En aquel momento me poseyó. Haría lo que quisiera. Y él lo sabía. Me atravesó un intenso placer. Entre el latido de la sangre en mis oídos, me pareció oírle decir algo con la voz quebrada, pero me perdí las palabras cuando apoyó una de mis piernas en el respaldo del sofá y abarcó mi abertura con su boca.
—No. —Le empujé la cabeza con las manos—. No puedo. Estaba demasiado inflamada, demasiado sensible. Pero cuando me tocó el clítoris con la lengua, agitándola sobre él, creció de nuevo el deseo. Con más intensidad que la primera vez. Me bordeó mi palpitante abertura, provocándome, atormentándome con la promesa de otro orgasmo cuando yo sabía que no podía tener otro tan pronto. Entonces me introdujo la lengua y yo me mordí el labio para reprimir un grito. Me corrí por segunda vez, estremeciéndose mi cuerpo violentamente, tensándose los músculos con desesperación alrededor de sus voluptuosos lametones. Su bramido me hizo vibrar. No tuve fuerzas para apartarle cuando se puso a lamerme el clítoris otra vez suave, incansablemente... hasta que volví a tener otro orgasmo, pronunciando su nombre con voz entrecortada. Me había quedado sin energía cuando me estiró la pierna y aún estaba sin aliento cuando empezó a besarme desde vientre hasta los pechos. Me chupó los pezones, luego me levantó pasándome los brazos por la espalda. Sostenía mi cuerpo laxo y flexible mientras me tomaba la boca con violencia reprimida, magullándome los labios y delatando lo cerca del borde que estaba él. Me cerró la bata y se levantó, mirándome desde arriba.
—Joseph...
—A las siete en punto,________. —Alargó el brazo y me tocó el tobillo, acariciando con los dedos la brillante cadenita que me había puesto para lucir por la tarde—. Y no te la quites. Quiero follar contigo vestida sólo con esto.

6
—Hola, papá, te he pillado en casa. —Agarré bien el auricular y tiré de un taburete hasta el mostrador de desayuno. Echaba de menos a mi padre. Durante los últimos cuatro años habíamos vivido lo suficientemente cerca uno del otro como para vernos por lo menos una vez a la semana. Ahora, él vivía en Oceanside y yo en el otro extremo del país—. ¿Cómo estás? Mi padre bajó el volumen del televisor.
—Mejor, ahora que me has llamado. ¿Qué tal te ha ido en tu primera semana de trabajo? Le describí las jornadas de lunes a viernes, omitiendo todo lo que tenía relación con Joseph.
—Me cae muy bien mi jefe, que se llama Mark, y el ambiente en la agencia es muy dinámico y un tanto insólito. Estoy contenta a la hora de ir y me quedo pegada a la silla a la de salir.
—Espero que sigan así las cosas. Pero tienes que procurar descansar también. Sal por ahí, vive la vida, diviértete. Aunque no excesivamente.
—Pues creo que ayer me pasé un montón. Salí de marcha con Cary y hoy he amanecido con una resaca de cuidado.
—No me lo cuentes, anda —refunfuñó—, que hace unas noches me desperté con un sudor frío pensando en qué sería de ti en Nueva York. Me tranquilicé diciéndome a mí mismo que eres demasiado inteligente para correr riesgos, gracias a unos progenitores que te han transmitido normas de seguridad por medio del ADN.
—Y es verdad —le dije, riéndome—. Eso me recuerda... que voy a empezar a entrenarme en Krav Maga.
—¿Ah, sí? —Hizo una pausa—. Uno de mis colegas es muy bueno en eso. Puede que me pase a verlo cuando vaya a visitarte y cambiamos impresiones.
—¿Vas a venir a Nueva York? —No podía disimular mi entusiasmo—. Ay, papá, me encantaría. Aunque tengo nostalgia del sur de California, Manhattan es impresionante. Creo que te gustará.
—A mí me gustaría cualquier sitio siempre que tú estuvieras allí. —Hizo otra pausa antes de seguir—. ¿Cómo está tu madre?
—Bueno, pues... como es ella: guapa, encantadora y obsesiva-compulsiva. Se me hizo un nudo en el estómago y me pasé la mano por él. Pensé que quizás mi padre aún quería a mi madre. Nunca se había casado. Ésa era una de las razones por las que nunca le conté lo que me había pasado. Siendo policía, habría insistido en que se presentaran cargos y el escándalo habría hecho polvo a mi madre. También me preocupaba que él le perdiese el respeto o incluso que la culpara, y no había sido culpa suya. En cuanto ella se enteró de lo que estaba haciéndome su hijastro, dejó a un marido con quien era feliz y pidió el divorcio. Yo seguía hablando cuando Cary entró a toda prisa, con una bolsita azul de Tiffany & Co. en la mano. Le hice un gesto de saludo.
—Hoy hemos estado en un spa; una manera estupenda de ponerle fin a la semana.
—Me alegro de que podan pasar tiempo juntas. —Notaba su sonrisa en la voz—.¿Qué planes tenéis para lo que queda del fin de semana? Eludí el tema del acto benéfico, sabiendo como sabía que todo ese rollo de la ostentación y los cubiertos exorbitantemente caros pondrían más distancia entre mis padres.
—Cary y yo saldremos a cenar, y mañana tengo intención de quedarme en casa. Dormir hasta las tantas, con el pijama todo el día puesto, tal vez alguna película y comida a domicilio. Vegetar un poquito antes de que empiece una nueva semana de trabajo.
—Me suena a música celestial. Tal vez haga yo lo mismo el próximo día que tenga libre. Eché un vistazo al reloj y vi que ya eran casi las seis.
—Tengo que arreglarme ya. Ten mucho cuidado en tu trabajo, ¿vale? Ya sabes que me preocupo mucho por ti.
—Así lo haré. Adiós, nena. Aquella despedida, tan habitual en él, me hizo añorarle tanto que la emoción me produjo un nudo en la garganta.
—¡Ah, espera! Voy a comprar otro teléfono móvil. Te mandaré un mensaje con el nuevo número en cuanto lo tenga.
—¿Otro? Pero si ya te compraste uno cuando te trasladaste.
—Es una larga historia. Y muy aburrida.
—Bueno... Hazlo cuanto antes. Son muy útiles en cuanto a la seguridad y también para jugar a los Pájaros Cabreados.
—Yo ya no juego a eso. —Me eché a reír y una cálida oleada recorrió todo mi cuerpo al oírle reír a él también—. Te llamaré dentro de unos días. Sé bueno.
—Eso hago. Colgué. Me quedé sentada un momento, envuelta en el silencio que siguió, con la sensación de que todo iba bien en mi mundo, sensación que no solía durar mucho; Cary hizo sonar el equipo de su dormitorio con música de Hinder, y eso me hizo ponerme en movimiento. Corrí a mi habitación a prepararme para salir aquella noche con Joseph. —¿Me pongo collar o no? —le pedí consejo a Cary cuando entró en mi cuarto con un aspecto verdaderamente espectacular. Vestido con su nuevo esmoquin de Brioni, se le veía a la vez elegante y desenvuelto, y seguro de llamar la atención.
—A ver... —ladeó la cabeza para examinarme—, levántalo otra vez. Me acerqué al cuello la gargantilla de monedas de oro. El vestido que me había enviado mi madre era rojo camión de bomberos y diseñado para una diosa griega. Sujeto sólo de un hombro, caía en diagonal por el pecho e iba plisado hasta las caderas y con una abertura desde lo alto del muslo hasta los pies. No tenía espalda, aparte de una fina tira de pedrería que iba de un lado a otro de ésta para evitar que la parte delantera se desprendiese. Por otra parte, el escote de atrás llegaba justamente hasta la hendidura de los glúteos en un atrevido corte en V.
—Olvídate del collar —me dijo—. Yo me inclinaba por unos pendientes de oro, pero ahora me parecen mejor unos aros con diamantes. Los más grandes que tengas.
—¿Sí? ¿En serio? —Fruncí un poco el ceño ante nuestra imagen reflejada en el espejo de cuerpo entero, y le observé mientras se dirigía a mi joyero y buscaba en él.
—Éstos. —Me trajo los aros de cinco centímetros que me había regalado mi madre cuando cumplí dieciocho años—. Confía en mí,_____. Póntelos. Me los puse y comprobé que tenía razón. Me proporcionaban un look muy distinto al de la gargantilla de oro, menos glamur pero más sensualidad. Además iban bien con la esclava, también de diamantes, que llevaba en el tobillo derecho, y que ya nunca me parecería la misma desde el comentario de Joseph. Con el pelo retirado de la cara, cayendo en una cascada de abundantes rizos deliberadamente desordenados, tenía una imagen de recién-follada que se complementaba con sombra oscura de ojos y brillo incoloro en los labios.
—¿Qué haría yo sin ti, Cary Taylor?
—Nena —me puso las manos en los hombros y apretó su mejilla contra la mía—, nunca lo sabrás.
—A propósito, estás impresionante.
—Sí, ¿verdad? —Me guiñó un ojo y retrocedió un poco para que le viera bien. A su manera, Cary podría hacer la competencia a Joseph en lo que al atractivo se refería. Cary tenía las facciones más delicadas, se podría decir que bonitas, comparadas con la belleza salvaje de "Joe", pero ambos eran hombres imponentes, que hacían volver la cabeza y quedarse un rato disfrutando de aquel regalo para la vista. Cuando nos conocimos, Cary no estaba tan bien, sino flaco y demacrado, con los ojos desorientados y sombríos. Pero me gustó de todos modos y hacía todo lo posible para sentarme a su lado en la terapia de grupo. Un día, me propuso de un modo muy brusco que me acostara con él, pues tenía el convencimiento de que la única razón por la que la gente se le acercaba era para follar. Al negarme, firme e irrevocablemente, fue cuando por fin nos compenetramos y llegamos a ser tan buenos amigos. Él se convirtió en el hermano que nunca había tenido. Sonó el timbre del portero automático y di un respingo, lo cual me hizo darme cuenta de lo nerviosa que estaba. Miré a Cary.
—Se me olvidó decir en recepción que iba a venir.
—Yo iré a buscarle.
—¿Seguro que no te importa andar por ahí con Stanton y mi madre?
—¿Qué dices? ¡Pero si me adoran! —Su sonrisa se atenuó un poco—. ¿Salir con Joseph te produce desasosiego? Aspiré hondo, recordando cómo estaba unas horas antes: tumbada y aturdida por un orgasmo múltiple.
—No, la verdad es que no. Lo que ocurre es todo está yendo muy deprisa y mejor de lo que yo esperaba o creía que deseaba...
—Te estás preguntando dónde está la trampa. —Alargó la mano y me dio unos golpecitos en la nariz con la yema del dedo—. Él es la trampa,_______. Y tú te lo has llevado. Disfrútalo.
—Lo intento. —Agradecía mucho que Cary entendiera cómo funcionaba mi mente. Era sumamente fácil estar con él, sabiendo que él leía entre líneas cuando yo no podía explicar algo.
—He investigado sobre él todo lo que podido esta mañana y he imprimido las cosas interesantes más recientes. Están en tu mesa, por si quieres verlas. Recordaba haberle visto imprimiendo algo antes de prepararnos para ir al spa. Me puse de puntillas y le besé en la cara.
—Eres inmejorable. Te adoro
—Lo mismo digo, nena. —Se encaminó hacia la puerta—. Bajaré a recepción y le traeré. No te aceleres. Se ha adelantado diez minutos. Sonriendo, le vi salir tranquilamente al corredor. Después de cerrar la puerta, me dirigí al pequeño cuarto de estar anexo a mi dormitorio. Sobre el nada práctico escritorio que había elegido mi madre, encontré una carpeta con varios artículos e imágenes impresas. Tomé asiento y me sumergí en la historia de Joseph Jonas. Era como estar viendo un descarrilamiento. Me enteré de que era el hijo de Geoffrey Jonas, en otro tiempo presidente de una empresa de inversión de valores que más tarde resultó ser la pantalla de un enorme fraude tipo piramidal. Joseph sólo tenía cinco años cuando su padre se suicidó de un tiro en la cabeza para no ir a la cárcel. Oh, Joseph. Traté de imaginármelo a esa edad y vi a un niño muy guapo, de pelo negro y ojos azules, lleno de confusión y tristeza. Se me partió el corazón. La muerte del padre y las circunstancias que lo rodearon debieron de ser un tremendo golpe tanto para su madre como para él. La tensión y el sufrimiento en aquellos momentos tan duros tuvieron que ser horrorosos, en particular para un niño tan pequeño. Su madre volvió a casarse, esta vez con Christopher Vidal, un ejecutivo de la música, y tuvo otros dos hijos, Christopher e Ireland, pero parecía que el aumento de la familia y la seguridad económica llegaron demasiado tarde para estabilizar a Joe tras semejante impresión. Había estado demasiado bloqueado como para que le quedaran dolorosas secuelas emocionales. Con ojos curiosos y críticos, estudié a las mujeres que habían sido fotografiadas junto a Joe, y pensé en su planteamiento de salir, socializar y sexo. También me di cuenta de que mi madre tenía razón: todas eran morenas. La mujer que más veces aparecía con él llevaba el sello de la ascendencia hispana.
—Demetria Lovato —murmuré, admitiendo a regañadientes que era despampanante. Tenía una pose de ostensible seguridad en sí misma que para mí quería yo.
—Bueno, ya es hora. —Cary me interrumpió con un suave tono de picardía. Estaba en la puerta de mi habitación, apoyado insolentemente en la jamba. —¿Ya? —Estaba tan absorta que yo no me había dado cuenta del tiempo que había pasado.
—Creo que está a punto de entrar a por ti. Apenas puede aguantar. Cerré la carpeta y me levanté.
—Interesante, ¿verdad?
—Mucho. ¿Cómo habría influido el padre de Joe en él o, más concretamente, su suicidio? Todas las respuestas que quería me esperaban en la habitación de al lado. Salí del dormitorio y recorrí el pasillo en dirección a la sala de estar. Me detuve en el umbral, con los ojos fijos en la espalda de Joseph, que en ese momento observaba la calle por la ventana. El corazón se me puso a mil. El reflejo en el cristal me dejó adivinar su ánimo pensativo, por la mirada perdida y la expresión adusta. Los brazos cruzados delataban una inquietud inherente, como si se encontrara fuera de su elemento. Se le veía lejano y apartado. Un hombre intrínsecamente solo. Advirtió mi presencia, o tal vez percibió mis sentimientos. Se dio la vuelta y luego se quedó inmóvil. Yo aproveché la oportunidad para empaparme de él, mirándole de hito en hito. Era magnífico de arriba abajo. Con un atractivo tan sensual que me dolían los ojos sólo de verle. Un encantador mechón que le venía a la cara me hizo mover los dedos por las ganas de tocarlo. Y el modo en que me observaba él a mí... me aceleró las pulsaciones.
—________. —Se aproximó con paso enérgico y airoso, cogió una de mis manos y se la llevó a la boca. Su mirada no podía ser más intensa. La sensación de sus labios en mi piel me puso la carne de gallina y despertó el recuerdo de aquella boca tentadora en otras partes de mi cuerpo. Me excité inmediatamente.
—Hola. La satisfacción se asomó a sus ojos.
—Hola. Estás increíble. No veo el momento de lucirte por ahí. Expresé con el suspiro el placer que sentía ante el cumplido.
—A ver si estoy a tu altura. Joe frunció ligeramente el entrecejo.
—¿Has cogido todo lo necesario? Cary se acercó con un chal de terciopelo negro y unos guantes largos.
—Aquí tienes. He metido en el bolso la barra de labios.
—Eres un cielo, Cary. Me hizo un guiño como diciéndome que había visto los condones en el bolsillo interior.
—Bajaré con ustedes. Joe cogió el chal y me lo echó por los hombros. Liberó la parte del pelo que había quedado debajo, y el contacto de sus manos con mi cuello me afectó de tal manera que apenas me di cuenta cuando Cary me enfundó los guantes. El tiempo que duró el descenso del ascensor hasta la entrada fue todo un ejercicio de supervivencia a la tensión sexual aguda. No parecía que Cary se diera cuenta; iba a mi izquierda, con las manos en los bolsillos y silbando. Joe, al otro lado era una fuerza irresistible. Aunque ni se movía ni emitía ningún sonido, yo notaba la potente energía que irradiaba. Me ardía la cara por la fuerza magnética que había entre nosotros y mi respiración se hizo entrecortada. Fue un alivio que se abrieran las puertas y saliéramos de aquel espacio cerrado. Dos mujeres esperaban para entrar. Se quedaron con la boca abierta cuando vieron a Joe y Cary, y eso me distendió y me hizo sonreír. —Señoras —las saludó Cary, con una sonrisa que realmente no era justa. Casi se podía ver el cortocircuito que tenía lugar en sus cerebros. Por el contrario, Joe hizo una leve inclinación de cabeza y me condujo adelante con una mano en la zona dorsal de mi espalda, piel con piel. El contacto fue eléctrico y me produjo una oleada de calor. Le apreté una mano a Cary. —Resérvame un baile.
—Por supuesto. Hasta luego. Fuera, nos esperaba una limusina. El chófer abrió la puerta en cuanto Joe y yo salimos. Me deslicé hasta un extremo del asiento y me coloqué el vestido. Cuando Joe se sentó junto a mí, me di cuenta de lo bien que olía. Inhalé aquel aroma, instándome a mí misma a relajarme y disfrutar de su compañía. Él me cogió la mano y me acarició la palma con las yemas de los dedos, cuyo roce hizo saltar chispas de lujuria. —________... —Apretó un botón y el cristal de separación del conductor comenzó a subir Acto seguido me atrajo hacia él y puso su boca en la mía, besándome apasionadamente. Por mi parte, hice lo que había querido hacer desde que le vi en mi cuarto de estar: le sujeté por el pelo y le devolví el beso. Me encantaba el modo que tenía de besarme, como si no tuviera más remedio, como si fuese a enloquecer si tenía que esperar más tiempo. Le succioné la lengua, ahora que sabía cuánto le gustaba, ahora que sabía cuánto me gustaba a mí y lo mucho que me hacía desear chuparle en cualquier otro sitio con las mismas ansias.
Pasó las manos por mi espalda desnuda y yo gemí, sintiendo el empuje de su erección contra la cadera. Cambié de posición para sentarme sobre él, quitando la falda de en medio y agradeciéndole mentalmente a mi madre la idea de mandarme aquel vestido provisto de una abertura tan práctica. Con una pierna a cado lado de su cuerpo, le abracé a la altura de los hombros y profundicé más con mis besos. Le lamí dentro de la boca, le mordisqueé el labio inferior, le acaricié toda la lengua con la mía... Joe me agarró por la cintura y me hizo a un lado. Se apoyó en el respaldo del asiento, con el cuello arqueado para mirarme a la cara y el torso palpitante.
—¿Qué me estás haciendo? Le pasé las manos por el pecho, por encima de la camisa, y noté la dureza implacable de sus músculos. Fui siguiendo con los dedos las turgentes líneas del abdomen mientras me hacía una idea de cómo estaría desnudo.
—Te estoy tocando. Disfrutando contigo como una loca. Te deseo, Joe. Me agarró de las muñecas para impedir el avance de mis movimientos.
—Luego. Estamos en medio de Manhattan.
—Nadie nos ve.
—Ya, pero no es momento ni lugar para empezar algo que necesita horas. Estoy volviéndome loco desde esta tarde.
—Pues vamos a asegurarnos de que lo terminamos ahora. Me apretó las manos con más fuerza.
—No podemos hacerlo aquí.
—¿Por qué no? —Entonces me asaltó un pensamiento sorprendente—. ¿Nunca lo has hecho en una limusina?
—No —dijo, tensando las mandíbulas—. ¿Y tú? Desvié la mirada sin contestar y vi el tráfico y los peatones que pululaban a nuestro alrededor. Estábamos sólo a un paso de la gente, pero el cristal oscuro nos ocultaba y a mí me daba alas. Quería complacerle. Quería saber que era capaz de descubrir el interior de Joseph Jonas, y nada me lo impedía salvo él mismo. Balanceé las caderas contra él, rozándome con toda la longitud de su firme polla. Él emitía sonidos sibilantes al soltar el aliento con los dientes apretados.
—Te necesito, Joe —le dije jadeando, inhalando su perfume, que era más intenso ahora que estaba excitado. Pensé que podría estar un poco ebria sólo del tentador aroma de su piel—. Me vuelves loca. Me soltó las muñecas y me cogió la cara con las manos, presionando con fuerza sus labios contra los míos. Llevé la mano a su bragueta y le desabroché dos botones que daban acceso a la cremallera. Él se puso rígido.
—Necesito esto —susurré contra sus labios—. Dámelo.
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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 Empty Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)

Mensaje por MileyCyruZ Miér 27 Feb 2013, 10:20 pm

Noooo se molesten y no me matenn aqui esta la parte que siuguee ñ.ñ

Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 482331_427710637317236_2071622653_n

No se relajó, pero tampoco intentó detenerme. Cuando tuve el pene en mi poder, emitió un sonido a la vez quejumbroso y erótico. Lo apreté delicadamente, con una suavidad premeditada. Estaba duro como una piedra, y caliente. Lo acaricié de arriba a abajo con las manos cerradas, de la raíz a la punta, conteniendo la respiración cuando él se estremecía debajo de mí. Entonces me sujetó por los muslos y buscó bajo el vestido con los dedos hasta encontrar la puntilla roja del tanga.
—Tienes un coño tan dulce... —murmuró junto a mi boca—. Quiero tenerte extendida y lamerte hasta que me exijas la polla.
—Si quieres, te la exijo ya. —Seguí tocándole con una mano mientras buscaba el bolso con la otra para coger un condón. El dedo que deslizó bajo el tanga encontró ya la superficie resbaladiza.
—Apenas te he tocado —susurró, con los ojos brillantes dirigidos a mí desde la sombra del respaldo— y ya estás preparada.
—No puedo evitarlo.
—No quiero que lo evites. —Me penetró con el dedo, mordiéndose el labio inferior cuando yo me contraje sin remedio en torno a él—. No sería justo cuando yo no soy capaz de parar lo que me estás haciendo. —Rasgué el envoltorio con los dientes y se lo di con el anillo del condón sobresaliendo. —A mí no se me dan bien. Su mano se curvó sobre la mía.
—Me estoy saltando todas las reglas contigo. El tono grave de su voz me provocó una cálida ola de confianza.
—Las reglas están hechas para romperlas. Vi un instante la blancura de sus dientes; luego presionó un botón del panel que había a su lado y dijo: —Conduce hasta que te diga. Las mejillas me ardían. Los faros de un coche traspasaron el cristal oscuro e iluminaron mi cara, delatando mi rubor. —Vaya,________ —susurró, desenrollando el condón con destreza—, me seduces para hacer el amor en la limusina, y luego te sonrojas cuando le digo al chófer que no interrumpa mientras lo hacemos. Esa ironía repentina me hizo desearle desesperadamente. Colocando las manos en sus hombros para guardar el equilibrio, me puse de rodillas, elevándome hasta la altura necesaria para quedarme en el aire sobre la gruesa verga de Joe. Movió las manos por mis caderas y oí el rasgar de las bragas. El ruido repentino y lo impetuoso de aquel acto aguijonearon mi pasión hasta un punto supremo.
—Despacio —ordenó con voz ronca, levantando las caderas para bajarse más los pantalones. Su erección me rozaba entre las piernas al moverse, y yo me quejaba, anhelante y vacía, como si los orgasmos que me había dado antes no hubieran sino acuciado mi deseo en vez de saciarlo. Se tensó cuando rodeé el pene con los dedos y coloqué su prominente glande entre los lubricados pliegues de mi hendidura. Los efluvios de nuestra fogosidad hacían el aire húmedo y cargado, una seductora mezcla de ardor y feromonas que soliviantaba a todas las células de mi cuerpo, me producía un hormigueo en la piel y ponía los pechos pesados y tiernos. Esto era lo que yo quería desde el momento en que le vi: poseerle, subirme a su cuerpo magnífico y meterlo bien dentro de mí.
—Dios santo,________ —exclamó, jadeante, cuando por fin bajé mi cuerpo sobre el suyo, mientras seguía masajeándome los muslos. Cerré los ojos, sintiéndome desvalida. Había querido intimidad con él y ahora esto parecía demasiado íntimo. Estábamos vis a vis, a pocos centímetros uno del otro, escondidos en un pequeño espacio mientras el resto del mundo circulaba a nuestro alrededor. Notaba su agitación, sabía que él se sentía tan descentrado como yo.
—Eres tan apretada... —sus palabras, entrecortadas, iban unidas por un hilo de deliciosa agonía. Le absorbí aún más, dejándolo entrar más dentro. Inspiré profundamente, sintiéndome exquisitamente elástica.
—Y tú la tienes tan grande... Presionando la palma abierta contra mi bajo vientre, me tocó el palpitante clítoris con la yema del pulgar y empezó a masajearlo en círculos lentos, suaves y expertos. Todo en mi interior se contrajo y se estrechó, succionándolo con más fuerza. Le miré con los ojos entreabiertos. Estaba tan hermoso tumbado debajo de mí con su elegante esmoquin y aquel poderoso cuerpo entregado a la necesidad primaria de la cópula... Torció el cuello, con la cabeza clavada en el respaldo, como si luchara contra unas ataduras invisibles.
—¡Ay, Señor! —exclamó entre dientes— Voy a correrme entero. Aquella oscura promesa me excitó aún más. El sudor me empañaba la piel. Estaba tan húmeda y tan caliente que me deslizaba como la seda a lo largo de su verga hasta envainarla por completo. Se me escapó un grito al llegar a la raíz. Entraba tan hondo que casi no podía soportarlo y me forzaba a balancearme para evitar la inesperada molestia. Pero a mi cuerpo no parecía importarle que fuera demasiado grande. Se ondulaba, se contraía, vibraba, al borde del orgasmo. Joe, con la respiración agitada, soltó una palabrota y me asió por la cadera con la mano libre, instándome a yacer de espaldas. En esta posición me abrí hasta tenerlo dentro entero. Su temperatura subió de inmediato, su torso irradiaba un calor voluptuoso a través de la ropa. Unas gotas de sudor perlaban su labio superior. Me incliné hacia delante y pasé la lengua por la bella curva de su boca, saboreando la sal con un balbuceo de placer. Joe movía las caderas, lleno de impaciencia. Me elevé cuidadosamente unos centímetros antes de que él me frenara con cierta rudeza.
—Despacio —volvió a advertirme, con un tono imperioso que me subió la libido. Volví a bajar, apresando el pene otra vez y experimentando un dolor extrañamente exquisito al notar que penetraba casi demasiado. Nuestras miradas se engarzaron a la vez que el placer se extendía desde el punto en que estábamos unidos. Me sorprendió pensar que estábamos los dos completamente vestidos salvo por las partes más íntimas de nuestro cuerpo. Me pareció carnal hasta la locura, igual que los sonidos que él hacía expresando que su placer era tan intenso como el mío. Completamente exaltada, aplasté su boca con la mía, mientras le aferraba por las raíces del pelo, empapado de sudor. Le besé sin dejar de menear las caderas, dejándome llevar por el arrebatador movimiento de su pulgar y sintiendo crecer el orgasmo con cada impulso de su pene largo y grueso hacia mi tierno interior. En algún momento perdí la cabeza, los instintos más primitivos se impusieron y sólo el cuerpo mandaba. No podía centrarme en nada, salvo en la absoluta necesidad de follar, de montar su polla hasta que la tensión explotara y me liberase de aquella ansia enloquecedora.
—¡Qué bueno es esto! —musité, totalmente entregada—.Te sientes... ¡Dios mío, es demasiado bueno! Joe marcaba el ritmo con ambas manos, inclinándome hacia un lado de modo que su enorme glande frotaba oblicuamente un lugar suave y muy sensible de mis profundidades. Comprendí, por mi propia contracción y mis temblores, que iba a correrme precisamente gracias a eso, a sus expertos impulsos dentro de mí. Joe me agarró de la nuca justo cuando el orgasmo hacía presa de mí, empezando con extáticos espasmos que se transmitían hacia fuera en oleadas hasta convertirme en una pura convulsión. Me vio descomponerme cuando yo hubiera preferido cerrar los ojos. Poseída por aquella mirada fija, me corrí con más intensidad que nunca, gimiendo y estremeciéndome a cada embate de placer.
—Joder, joder, joder —mascullaba, dándome empellones con las caderas, y tirando de las mías hacia abajo para que recibieran sus embestidas. Me golpeaba en lo más profundo con cada envite. Lo sentía cada vez más grueso y duro. Le contemplé fijamente, quería verle fuera de sí por mí. Sus ojos, frenéticos por la necesidad, perdían el rumbo a la vez que iba disminuyendo el control sobre sí mismo, su precioso rostro desencajado por la brutal carrera hacia el clímax.
—¡________! —se corrió con un rugido animal de éxtasis salvaje, un sonido que me fascinó por su fiereza. Se estremeció cuando el orgasmo se apoderó de él, y sus rasgos se suavizaron un instante con un toque de inesperada vulnerabilidad. Le cogí la cara con las manos y le besé sutilmente los labios, reconfortándolo mientras él dejaba escapar bocanadas de aire que me rozaban las mejillas.
—_________. —Me estrechó entre sus brazos, presionando su cara húmeda contra la curva de mi cuello. Sabía exactamente cómo se sentía. Desnudo. Al descubierto. Nos quedamos así mucho tiempo, abrazados, absorbiendo las réplicas. Volvió la cabeza y me besó suavemente, aliviando mis confusas emociones con las caricias de su lengua en mi boca.
—¡Guau! —respiré, conmovida.
—Sí —salió de su boca. Sonreí, aturdida pero eufórica. Joe me apartó de las sienes los mechones húmedos de cabello y pasó los dedos por mi cara casi con veneración. Me estudiaba de un modo que me ponía un nudo en el pecho. Me miraba atónito y... agradecido, con ojos cálidos y dulces.
—No quiero estropear este momento... La frase quedó flotando en el aire y yo traté de completarla.
—¿Pero...?
—Pero no puedo faltar a esa cena. Tengo que dar un discurso.
—Ya. —El momento efectivamente se había estropeado. Me separé de él con cuidado, mordiéndome el labio al notar cómo salía de mi cuerpo dejándome humedecida. La fricción fue suficiente para hacerme querer más. La erección apenas se había reducido.
—¡Maldita sea! —dijo bruscamente—. Te deseo otra vez. Me agarró antes de que me apartara, sacó un pañuelo de algún sitio y me limpió entre las piernas con delicadeza. Era un acto sumamente íntimo, semejante al coito que acabábamos de compartir. Cuando estuve seca me acomodé en el asiento a su lado y saqué el lápiz de labios de la cartera. Miré a Joe por encima del espejo de la polvera mientras se quitaba el condón y lo ataba. Después lo envolvió en una servilleta y lo tiró a un receptáculo oculto para basura. Se adecentó y le dijo al conductor que se dirigiera a nuestro destino. Luego, se arrellanó en el asiento y miró por la ventana. Con cada segundo que transcurría sentía que Joe se distanciaba, que nuestra conexión se desbarataba poco a poco. Me quedé encogida en el extremo del asiento, retirada de él, manteniendo el alejamiento que sentía crecer entre nosotros. Toda la calidez que había experimentado se convirtió en una notoria frialdad, y me sentí tan destemplada que me arropé con el chal. No movió ni un músculo cuando me giré a su lado para guardar la polvera, como si no se diera cuenta de que yo estaba allí. Bruscamente, Joe abrió el bar y sacó una botella. Sin mirarme, preguntó:
—¿Brandy?
—No, gracias. Mi voz sonó en un susurro, pero no pareció percatarse. O tal vez no le importaba. Se sirvió una copa y se la tomó de un trago. Confusa y herida, me puse los guantes intentando comprender qué era lo que había fallado.

7
No recuerdo mucho de lo que sucedió cuando llegamos. Muchas ráfagas de luz provenientes de los flashes de las cámaras mientras corríamos por el pasillo de la prensa, pero apenas presté atención y sonreía de forma mecánica. Iba abstraída y desesperada por alejarme de las ondas de tensión que irradiaba Joseph.
En cuanto entramos en el edificio, alguien le llamó por su nombre y él se dio la vuelta. Yo me escabullí, moviéndome rápidamente entre los demás invitados que se aglomeraban en la entrada enmoquetada. Cuando llegué a la sala de recepción, arrebaté dos copas de champán a un camarero que pasaba y busqué a Cary mientras me trincaba una de ellas. Vi que se encontraba al otro lado de la habitación con mi madre y Stanton y me dirigí hacia ellos, dejando la copa vacía en una mesa según pasaba.
—¡________! —A mi madre se le iluminó la cara cuando me vio—. ¡Ese vestido te sienta de maravilla! Hizo como que me besaba en ambas mejillas. Estaba guapísima con un deslumbrante vestido de corte recto de color azul hielo. Lucía zafiros en las orejas, el cuello y la muñeca, que le resaltaban los ojos y la piel clara.
—Gracias. —Tomé un sorbo de mi segunda copa de champán, acordándome de que tenía pensado dar las gracias por el vestido. Aunque seguía agradeciendo el regalo, ya no estaba muy contenta con la práctica abertura del muslo. Cary se me acercó y me agarró del codo. Sólo con verme la cara, supo que estaba disgustada. Sacudí la cabeza, dando a entender que no quería hablar del asunto en aquel momento.
—¿Más champán, entonces? —preguntó en voz baja.
—Por favor. Intuí que Joseph se aproximaba antes de ver cómo a mi madre se le iluminaba la cara cual bola de Año Nuevo en Times Square. También Stanton pareció erguirse y prepararse.
—_________. —Joe me puso una mano en la piel desnuda de la parte inferior de mi espalda, y un estremecimiento me recorrió el cuerpo entero. Cuando me rozaron sus dedos, me pregunté si él la sintió también—. Has salido corriendo.
Me puse tensa al percibir cierto tono de reprobación en su voz. Le lancé una mirada que expresaba todo lo que no podía decirle en público.
—Richard, ¿conoces a Joseph Jonas?
—Sí, claro. —Los dos hombres se estrecharon la mano. Joe me acercó aún más a su lado.
—Ambos tenemos la fortuna de acompañar a las dos mujeres más hermosas de Nueva York. Stanton coincidió, sonriendo a mi madre con ternura. Me trinqué el champán que me quedaba y, agradecida, cambié la copa vacía por la nueva que Cary me pasó. Empezaba a notar el ligero calorcillo en el estómago que me producía el alcohol, y que estaba aflojándome el nudo que tenía ahí formado. Joe se inclinó y me susurró con voz áspera:
—No olvides que estás aquí conmigo. ¿Estaba loco? ¿Qué demonios? Agucé los ojos.
—Eso lo dirás tú.
—Aquí no,________. —Hizo un gesto a los demás y me llevó con él—. Ahora no.
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Mensaje por zai Vie 01 Mar 2013, 1:30 pm

AHHHHH PRIMERO QUE NADA GRACIAS POR LE MARATON DE VERDAD ME ENCANTO!!!!!!!!!!
PERO A VECES ME DA RABIA PORQ TODOS SON TAN METIDOS CON LA VIDA DE LA RAYISD DE CERDAD HASTA CARYY :wut:
DE VERDAD ESO ME DESESPERO Y QUE MIERDA LE PASO A JOE :muere:
Y QUE LE PASO A LA RAYIS QUE NO LE QUIERE CONTAR AL PADRE Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA) - Página 2 2278276204
GRACIAS POR LOS CAPIS :)
DE VERDAD ME ENCANTA LA NOVE
:bye:
zai
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Mensaje por Samantha Sáb 02 Mar 2013, 1:55 pm

waaa me encantaron los capitulosss no puede pasar antes por q no tenia internet pero ya me actualice me encanta porfa siguelaaaaa :aah:
Samantha
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Mensaje por MileyCyruZ Sáb 02 Mar 2013, 11:58 pm

wwwuuujuuu sii les gusta la noveeee ñ_ñ prometo subirles capitulo mañana en la noche que regrese dee......................por ahii :aah: jajaj bueno muchas gracias por comentar y mañana subire los capitulos tambien estoy escribiendo una novela que no se muy bien kual sera el punto pero va geniall jajaj pensare si subirla o no bueno eso es todo mañana les dejo capp ñ.ñ gracias por entrar y comentar :bye:
MileyCyruZ
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Mensaje por JB&1D2 Dom 03 Mar 2013, 7:59 am

sisis sube cap pronto :D
JB&1D2
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Mensaje por Julieta♥ Dom 03 Mar 2013, 8:53 am

Sube capppp
Julieta♥
Julieta♥


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