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Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 3 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
Hoola :) nueva lectoraaa!!! *-* ya me encanta la nove, siguela porfiiis :D
VaaalM
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
Hola chicas voy llegando :enamorado: y lo primero que pense fuee Tengo que subirles capitulo a mis chicas y mis nuevas lectoras que me hacen extremadamente feliz :corre: aaahhh no saben que bello es ver sus comentarios bueno para no hacerles el cuento largo aqui les dejo el cap de hoy gracias por comentar!!
—Ni nunca —dije entre dientes, yendo con él sólo para ahorrarle una escena a mi madre. Mientras tomaba mi champán a sorbos, pasé al modo automático de supervivencia, algo que no había tenido que hacer en muchos años. Joe me presentó a varias personas, y suponía que me portaba bien —hablaba en los momentos apropiados y sonreía cuando era necesario—, pero realmente no estaba prestando atención. Era demasiado consciente del muro de hielo que se había levantado entre nosotros y de mis sentimientos heridos. Si hubiera necesitado alguna prueba de que Joe era inflexible respecto a no socializar con las mujeres con las que se acostaba, la tenía. Cuando se anunció que la cena estaba lista, entré con él en el comedor y picoteé la comida. Tomé unas cuantas copas del vino tinto que servían con la comida y oí a Joe hablar con sus compañeros de mesa, aunque no presté atención a las palabras, sólo a la cadencia y al tono profundamente seductor. No intentó que participara en la conversación, de lo cual me alegré. No pensaba que pudiera decir nada agradable. No me impliqué hasta que él se levantó con una ronda de aplausos y se dirigió al estrado. Entonces me giré en el asiento y le observé cruzar hacia el atril, sin poder evitar admirar su elegancia felina y su despampanante presencia. Reclamaba atención y respeto con cada paso que daba, lo que era una hazaña, considerando su tranquila y pausada zancada. No mostraba ni la más mínima señal de agotamiento pese al polvo que habíamos dejado a medias en su limusina. En realidad, parecía una persona totalmente diferente. Una vez más volvía a ser el hombre al que conocí en el vestíbulo del Jonasfire, sumamente contenido y calladamente poderoso.
—En Estados Unidos —empezó a decir—, una de cada cuatro mujeres y uno de cada seis hombres han sufrido abusos sexuales en la infancia. Miren a su alrededor. En cada una de las mesas hay una persona que ha sido víctima o conoce a alguien que lo es. Eso es inaceptable. Estaba fascinada. Joe era un orador consumado, y su voz de barítono, hipnotizadora. Pero era el tema, que me tocaba muy de cerca, y su apasionada y a veces sobrecogedora forma de presentarlo, lo que me conmovió. Empecé a derretirme, y el daño en la confianza en mí misma, la perplejidad y la furia que se habían apoderado de mí comenzaron a amortiguarse por el asombro. Cambió la visión que tenía de él, transformándose al tiempo en que me convertía en una persona más de aquel embelesado público. Aquél no era el hombre que poco antes había herido mis sentimientos, sino un experto orador que hablaba sobre un tema sumamente importante para mí. Cuando terminó, me levanté y aplaudí, pillándole a él y a mí misma por sorpresa. Pero los demás enseguida se me unieron en una ovación en pie y oí murmullos de conversaciones a mi alrededor, halagos expresados en voz baja que eran muy merecidos.
—Eres una joven muy afortunada. Me giré y vi a la mujer que acababa de hablar, una encantadora pelirroja que aparentaba unos cuarenta años.
—Sólo somos... amigos. De alguna manera su serena sonrisa consiguió contradecirme.
La gente empezó a dejar las mesas. Yo estaba a punto de coger mi cartera de mano para marcharme a casa cuando se me acercó un chico joven. Su rebelde pelo castaño despertaba envidia al instante, y sus ojos, de un tono verde grisáceo, eran dulces y cordiales. Guapo y con aquel aire juvenil, consiguió sacarme la primera sonrisa sincera desde el trayecto en la limusina.
—Hola —dijo. Parecía saber quién era yo, lo cual me puso en la situación embarazosa de tener que fingir que él no me era del todo desconocido.
—Hola. El chico se rio, y el sonido de su risa era suave y agradable.
—Soy Nicholas Vidal, el hermano de Joseph.
—Ah, claro. —Noté que se me acaloraba la cara. No podía creer que, con lo enfrascada que había estado regodeándome en mis penas, no los hubiera relacionado inmediatamente.
—Te estás poniendo colorada.
—Lo siento —me disculpé, esbozando una tímida sonrisa—. No sé muy bien cómo decir que he leído un artículo sobre ti sin parecer una torpe. Él se echó a reír.
—Me halaga que te acuerdes. Pero no me digas que ha sido en Page Six. Esa revista era muy conocida por publicar la vida y milagros de las celebridades y personas importantes de Nueva York.
—No —dije rápidamente—. ¿En Rolling Stone, quizá?
—¡Uff, menos mal! —Alargó un brazo hacia mí—. ¿Quieres bailar? Lancé una mirada hacia donde estaba Joe al pie de las escaleras que conducían al estrado. Se encontraba rodeado de gente deseosa de hablar con él, mujeres, la mayoría.
—Como puedes ver, tardará un poco —dijo Nicholas, en tono risueño.
—Sí. —Iba a dejar de mirarle cuando reconocí a la mujer que estaba al lado de Joseph: Demetria Lovato. Cogí mi cartera de mano e hice el esfuerzo de sonreír a Nicholas.
—Me encantaría bailar. Agarrados del brazo nos dirigimos a la sala de baile y salimos a la pista. La orquesta empezó a tocar un vals y nos dejamos llevar con naturalidad por la música. El joven era un consumado bailarín, ágil y seguro tomando la iniciativa.
—¿Y de qué conoces a Joe?
—No le conozco. —Saludé a Cary con un gesto cuando pasó a nuestro lado con una escultural belleza rubia—. Trabajo en el Jonasfire y nos hemos encontrado algunas veces.
—¿Trabajas para él?
—No. De ayudante en Waters Field and Leaman.
—Ah. —Sonrió—. Una agencia de publicidad.
—Sí.
—Debes de caerle muy bien a Joe para pasar de haberse visto un par de veces a traerte a un evento como éste. Maldije para mis adentros. Sabía que la gente sacaría sus conclusiones, pero sobre todo yo quería evitar más humillaciones.
—Joseph conoce a mi madre y ella ya lo había dispuesto todo para que yo asistiera a este acto, así que sólo se trata de dos personas que vienen al mismo evento en un coche en lugar de en dos.
—¿Eso quiere decir que estás soltera y sin compromiso? Inspiré profundamente, sintiéndome incómoda pese a la fluidez con que nos movíamos.
—Bueno, no estoy enamorada. Nicholas esbozó su atractiva sonrisa juvenil.
—La noche acaba de dar un giro a mejor para mí. El resto del baile lo dedicó a contar divertidas anécdotas sobre la industria musical que me hicieron reír y olvidarme de Joe. Cuando finalizó el baile, Cary me pidió el siguiente. Hacíamos muy buena pareja bailando porque habíamos tomado clases juntos. Me sentía relajada con él, agradecida de tener su apoyo moral.
—¿Lo estás pasando bien? —le pregunté.
—Tuve que pellizcarme durante la cena cuando me di cuenta de que estaba sentado junto a la coordinadora general de la Fashion Week. ¡Y me tiró los tejos! —Sonrió, pero había preocupación en su mirada—. Siempre que me encuentro en sitios como éste... vestido de esta manera... me cuesta creerlo. Me salvaste la vida,_______, y me la cambiaste para siempre.
—Tú me mantienes cuerda constantemente. Créeme, estamos empatados. Me apretó la mano y me miró con intensidad.
—Se te ve triste. ¿Qué ha hecho para fastidiarlo?
—Creo que he sido yo. Ya hablaremos luego.
—Tienes miedo de que le patee delante de todo el mundo. Suspiré.
—Preferiría que no lo hicieras, por el bien de mi madre. Cary me dio un beso en la frente.
—Se lo he advertido. Ya sabe lo que le espera.
—Oh, Cary. —Le quería tanto que se me puso un nudo en la garganta, aun cuando en mis labios se dibujó una sonrisa reacia. Tendría que haber sabido que Cary le lanzaría alguna clase de amenaza en plan hermano mayor. Era muy propio de él. Joe apareció a nuestro lado.
—Ahora me toca a mí. No era una petición. Cary se detuvo y me miró. Yo hice un gesto afirmativo con la cabeza. Él se retiró con una reverencia, lanzando una furibunda mirada a Joe.
Joe me acercó a él y tomó el control del baile como hacía con todo: con una seguridad en sí mismo arrolladora. Era una experiencia muy diferente bailar con él que con mis anteriores compañeros. Joe poseía tanto la destreza de su hermano como la familiaridad de Cary con el movimiento de mi cuerpo, pero Joe tenía un estilo descarado y agresivo que era intrínsecamente sexual. Tampoco ayudaba el hecho de que estar tan cerca de un hombre con el que había tenido relaciones íntimas poco antes me quitaba el sentido, a pesar de mi tristeza. Olía que era una delicia, con matices a sexo, y su forma de llevarme por los enérgicos y amplios pasos del baile hacía que notara aquel escozor en mi interior que me recordaba que él había estado ahí dentro poco antes.
—No haces más que desaparecer —masculló, mirándome con el ceño fruncido.
—Cualquiera diría que a Demetria le faltó tiempo para ocupar el sitio. Arqueó las cejas y me atrajo hacia él aún más.
—¿Celosa?
—¿En serio? —Desvié la mirada. Emitió un sonido de disgusto.
—No te acerques a mi hermano,_______.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo. Me encendí, lo cual me sentó de maravilla después de los sentimientos de culpabilidad y las dudas en los que me debatía desde que habíamos follado como conejos salvajes. Decidí ver qué ocurriría en el mundo de Joe si se volvieran las tornas.
—No te acerques a Demetria, Joseph. Apretó la mandíbula.
—Demi es una amiga, nada más.
—¿Significa eso que no te has acostado con ella...? Todavía.
—No, maldita sea. Y no quiero hacerlo. Oye... —La música disminuía y él se movía más despacio—. Tengo que irme. Has venido conmigo y preferiría ser yo quien te llevara a casa, pero no quiero arrastrarte si te estás divirtiendo. ¿Prefieres quedarte un rato y volver a casa con Stanton y tu madre? ¿Divirtiéndome? ¿Estaba de broma o es que era tonto? O peor aún. Quizá me había dado por perdida completamente y no me prestaba atención. Le di un empujón y me aparté de él; necesitaba espacio.
—No me pasará nada. Olvídame.
—_________. —Alargó un brazo hacia mí y yo retrocedí inmediatamente. Un brazo me rodeó por la espalda y Cary habló.
—Yo me encargo, Jonas.
—No te entrometas, Taylor —avisó Joe. Cary resopló.
—Me da la impresión de que eso ya lo estás haciendo de maravilla tú solito. Tragué el nudo que tenía en la garganta.
—Has dado un magnífico discurso, Joseph. Para mí ha sido el momento más destacado de la tarde. Aspiró aire con fuerza ante el insulto implícito y se pasó la mano por el pelo. Maldijo con brusquedad y comprendí por qué cuando sacó su vibrante teléfono del bolsillo y echó un vistazo a la pantalla. —Tengo que irme. —Su mirada se cruzó con la mía y la sostuvo. Me acarició la mejilla con los dedos—. Te llamaré. Y se marchó.
—¿Quieres quedarte? —me preguntó Cary en voz baja.
—No.
—Te llevo a casa, entonces.
—No, no te preocupes. —Quería estar sola un rato. Darme un buen baño caliente, con una botella de vino frío y quitarme aquella profunda tristeza de encima—. Tú deberías quedarte. Te vendría bien para tu carrera. Ya hablaremos cuando llegues a casa. O mañana. Tengo intención de pasarme el día tirada en el sofá. Me miró fijamente, escrutándome.
—¿Estás segura? Afirmé con la cabeza. —De acuerdo. —Pero no parecía muy convencido.
—¿Te importaría salir y pedir a alguien del servicio de aparcamiento que traiga la limusina de Stanton mientras yo voy al lavabo rápidamente?
—Vale. —Cary me pasó una mano por el brazo—. Voy a por tu chal al guardarropa y te veo en la puerta. Tardé más de lo debido en llegar a los servicios. Primero porque un sorprendente número de personas me paró para charlar, debían de pensar que yo era la pareja de Joseph. Y segundo, porque evité los servicios más cercanos, en los que se veía un constante flujo de mujeres entrando y saliendo de ellos, y encontré otros un poco más alejados. Me encerré en una cabina y me quedé allí más tiempo del absolutamente necesario. No había nadie más en el lugar, salvo la encargada, así que no tenía que darme prisa. Estaba tan dolida con Joe que me costaba respirar, y me sentía confundida con sus cambios de humor. ¿Por qué me había acariciado la mejilla de aquella manera? ¿Por qué se enfadó cuando le dejé solo? ¿Y por qué demonios había amenazado a Cary? Joe otorgaba un nuevo significado a la vieja expresión de «ser un veleta». Cerré los ojos y me serené. ¡Dios! Yo no quería nada de aquello. Había desnudado mis sentimientos en la limusina y aún me sentía muy vulnerable, un estado de ánimo que había aprendido a dominar con muchas horas de terapia. Lo único que quería era esconderme en casa, libre de la presión de tener que comportarme con entereza cuando no tenía ni asomo de ella. Tú te lo has buscado, me recordé a mí misma. Apechuga con las consecuencias. Tomé aire, salí y me resigné a encontrarme con Demetria Lovato apoyada en el tocador con los brazos cruzados. Era evidente que me esperaba, que estaba al acecho en un momento en el que andaba yo con las defensas muy debilitadas. Di un traspiés; luego recobré la calma y me dirigí al lavabo a lavarme las manos. Ella se giró hacia el espejo, observándome. Yo también la observaba a ella. Era aún más guapa en persona que en las fotos. Alta y delgada, con unos enormes ojos oscuros y una cascada de pelo liso castaño. Tenía los labios rojos y sensuales, los pómulos altos y esculturales. Llevaba un vestido pudorosamente sexy, recto, de raso color crema que contrastaba con su piel morena. Parecía una puñetera supermodelo y destilaba un exótico sex-appeal. Cogí la toalla que me tendió la encargada del baño, y Demetria habló a la mujer en español, pidiéndole que nos dejara solas. Yo rematé la petición añadiendo por favor y gracias. Con eso conseguí que Demetria arrugara el ceño y me escudriñara aún más, a lo que yo respondí con igual frialdad.
—¡Vaya! —murmuró cuando la encargada ya no podía oírnos. Hizo ese chasquido con la lengua que me daba tanta dentera como raspar una pizarra con las uñas—. Ya has follado con él.
—Y tú no. Eso pareció sorprenderla.
—Tienes razón, yo no. ¿Y sabes por qué? Saqué un billete de cinco dólares de la cartera y lo dejé en la bandeja plateada de las propinas.
—Porque él no quiere.
—Y yo tampoco, porque es incapaz de comprometerse. Es joven, guapo y rico, y disfruta de ello.
—Sí —asentí—. Ya lo creo que lo hizo. Aguzó la mirada y se deterioró ligeramente su agradable expresión.
—No respeta a las mujeres que se tira. En el momento en que te metió la polla, se acabó todo. Igual que con las demás mujeres. Pero yo sigo aquí, porque es a mí a quien quiere tener cerca a largo plazo. Mantuve la calma a pesar de que el golpe iba dirigido a donde más dolía.
—Eso es patético. Salí y no paré hasta llegar a la limusina de Stanton. Le apreté las manos a Cary al subirme, y conseguí esperar hasta que el coche se puso en marcha para echarme a llorar.
—Hola, nena —dijo Cary cuando entré arrastrándome en el cuarto de estar a la mañana siguiente. Vestido sólo con unos viejos pantalones de chándal, estaba arrellanado en el sofá con los pies cruzados y apoyados en la mesa de centro. Se le veía encantadoramente desaliñado y conforme consigo mismo—. ¿Qué tal has dormido? Le mostré los pulgares hacia arriba y me dirigí a la cocina a por café. Me detuve junto a la encimera del desayuno, sorprendidísima ante el enorme ramo de rosas que había en el mostrador. Tenían una fragancia maravillosa, y la inhalé respirando profundamente.
—¿Qué es esto?
—Han llegado para ti hace una hora, más o menos. Reparto dominical. Bastante carito. Saqué la tarjeta de la funda de plástico transparente y la abrí.
—¿De Jonas? —preguntó Cary.
—Sí. —Pasé el pulgar por lo que suponía que era la letra de Joe. Era enérgica, masculina, sexy. Un detalle romántico, viniendo de un tipo para quien no existía el romanticismo. Dejé la tarjeta en el mostrador como si me quemara y me serví una buena taza de café, con la esperanza de que la cafeína me diera fuerzas y me devolviera el sentido común.
—No pareces impresionada. —Bajó el volumen del partido de béisbol que estaba viendo.
—Es un ave de mal agüero para mí, como un enorme detonador. Sencillamente tengo que mantenerme lejos de él. —Cary había hecho terapia conmigo, y sabía de qué hablaba. No me miraba extrañado cuando le explicaba las cosas con la jerga de los terapeutas, y él no tenía ningún problema en responderme de la misma manera.
—Y el teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana. No quería que te molestara, así que quité el volumen. Consciente de que aún me duraba el dolor entre las piernas, me acurruqué en el sofá y resistí el impulso de comprobar en el buzón de voz si Joe había llamado. Quería oír su voz, y una explicación que aclarase lo que había sucedido la noche anterior.
—Me parece fenomenal. Dejémoslo así todo el día.
—¿Qué sucedió? Soplé un poco el café y me aventuré a tomar un sorbo. —Follé con él en su limusina como una posesa y después se convirtió en un témpano de hielo.
Cary me miró con aquellos experimentados ojos color esmeralda, que habían visto mucho más de lo que nadie debería estar obligado a ver.
—Le hiciste ver las estrellas, ¿eh?
—Sí, así fue. —Y me sulfuraba sólo de pensarlo. Habíamos conectado. Lo sabía. La noche anterior le había deseado como a nada en el mundo y al día siguiente no quería volver a saber nada de él nunca más—. Fue muy intenso. La mejor experiencia sexual de mi vida, y allí estaba él, conmigo. Sabía que lo estaba. Era la primera vez que lo hacía en un coche, y al principio se resistió un poco, pero le excité tanto que no pudo negarse.
—¿En serio? ¿Nunca? —Se pasó una mano por su barba sin afeitar—. En el instituto la mayoría de los chicos tenían los coches en su lista de picaderos. De hecho, no recuerdo a nadie que no los tuviera, excepto los pazguatos y los feorros, y él no es ni una cosa ni la otra. Me encogí de hombros.
—Supongo que follar en un coche me convierte en una zorra. Cary se quedó inmóvil.
—¿Es eso lo que dijo?
—No. No dijo nada de eso. Fue su «amiga» "Demi". Ya sabes, la chica de la mayoría de las fotos que te imprimiste de Internet. Decidió afilarse las garras con una pequeña y venenosa charla de chicas en el baño.
—Está celosa, la zorra es ella.
—Frustrada sexualmente. No puede follar con él, porque al aparecer las chicas con quienes folla van derechas al montón de desechables.
—¿Eso lo ha dicho él? —De nuevo, la pregunta estaba teñida de furia.
—No en tantas palabras. Dijo que no se acostaba con sus amigas. Le crean problemas las mujeres que quieren algo más que un buen revolcón, así que ya se encarga él de mantener a las mujeres con las que folla y a las mujeres cuyo trato frecuenta en grupos separados. —Tomé otro sorbo de café—. Le avisé de que ese tipo de arreglo no funcionaría conmigo y me contestó que haría ciertos ajustes, pero supongo que es de esa clase de tíos que dicen lo que sea con tal de conseguir lo que quieren.
—O le has asustado. Le lancé una mirada furibunda.
—No le disculpes. Pero, vamos a ver, ¿de qué lado estás tú?
—Del tuyo, nena. —Alargó una mano y me palmeó la rodilla—. Siempre del tuyo. Le puse una mano en su musculoso antebrazo y pasé los dedos suavemente por la cara inferior en silenciosa gratitud. No notaba las numerosas y pequeñas cicatrices blancas de los cortes que le desfiguraron la piel, pero nunca olvidaba que estaban ahí. Daba gracias todos los días de que estuviera vivo y sano, y de que fuera una parte fundamental de mi vida. —¿Y a ti cómo te fue la noche?
—No me puedo quejar. —En sus ojos apareció un brillo malicioso—. Eché un polvo a la rubia pechugona en el cuarto de mantenimiento. Las tetas eran de verdad.
—¡Vaya! —Sonreí—. Seguro que le alegraste la noche.
—Lo intenté. —Cogió el auricular del teléfono y me hizo un guiño—. ¿Qué te apetece pedir? ¿Unos bocatas? ¿Comida china?, ¿india?
—No tengo hambre.
—Siempre tienes hambre. Si no eliges algo, cocinaré lo que sea y tendrás que comértelo.
Levanté la mano y me rendí.
—Vale, vale. Tú eliges.
El lunes llegué a trabajar veinte minutos antes, pensando que así evitaría encontrarme conJoe. Cuando llegué a mi mesa sin incidentes, sentí tal alivio que supe que estaba en un buen lío en lo que a él se refería. No dejaba de tener altibajos por todas partes. Mark llegó muy animado, flotando aún por los importantes éxitos de la semana anterior, y nos metimos de lleno a trabajar. El domingo yo había hecho algunas comparativas del mercado del vodka y él tuvo la amabilidad de repasarlas conmigo y escuchar mis impresiones. A Mark le habían asignado también la publicidad para un nuevo fabricante de lectores de libros electrónicos, así que empezamos el trabajo inicial de eso. Estuve tan ocupada que la mañana pasó volando y no tuve tiempo de pensar en mi vida personal. Daba gracias por ello. Entonces respondí al teléfono y oí a Joe al otro lado de la línea. No estaba preparada.
—¿Qué tal está siendo este lunes de momento? —preguntó. Me estremecí al oír su voz.
—Frenético. —Eché un vistazo al reloj y me pasmó ver que eran las doce menos veinte.
—Bien. —Hubo una pausa—. Intenté llamarte ayer. Te dejé varios mensajes. Quería oír tu voz.
Cerré los ojos y respiré profundamente. Había tenido que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para pasar el día sin oír el buzón de voz. E incluso tuve que meter en el ajo a Cary, pidiéndole que me frenara por la fuerza si daba la impresión de que podría sucumbir al impulso.
—Me recluí y trabajé un poco.
—¿Te llegaron las flores que te envié?
—Sí. Son preciosas. Gracias.
—Me recordaban a tu vestido. ¿Qué demonios estaba haciendo? Estaba empezando a pensar que tenía trastorno de personalidad múltiple.
—Algunas mujeres dirían que eso es romántico.
—A mí sólo me importa lo que digas tú. —Su silla crujió como si se él se hubiera levantado—. Pensé en acercarme... Me apetecía. Suspiré, abandonándome a la confusión.
—Me alegro de que no lo hicieras. Hubo otra larga pausa.
—Me lo merecía.
—No lo he dicho para fastidiar. Es la verdad, sencillamente.
—Ya lo sé. Oye... He encargado que me traigan el almuerzo a la oficina, para que no perdamos tiempo en salir y volver. Después de su Te llamaré de despedida, no había dejado de preguntarme si querría que volviéramos a vernos tras regresar de dondequiera que hubiera estado. Era una posibilidad que me temía desde el sábado por la noche, consciente de que tenía que cortar, pero sintiendo que el deseo de estar con él me mantenía enganchada. Deseaba volver a experimentar aquel momento de intimidad, puro y perfecto, que habíamos compartido. Pero ese único momento no podía justificar todos los demás en los que me había
—Para. —Aparté la mirada, incapaz de soportar la intimidad con que me miraba.
—No puedo evitarlo. La llegada del ascensor fue un alivio. Me cogió de la mano y me hizo entrar. Tras poner la llave en el panel, me acercó más a él. —Voy a besarte,_______.
—No... Me atrajo hacia sí y selló mi boca con la suya. Me resistí todo lo que pude; luego me derretí al contacto de su lengua acariciando lenta y dulcemente la mía. Deseaba su beso desde que nos habíamos acostado. Deseaba tener la certeza de que él valoraba lo que habíamos compartido, que significaba algo para él como lo significaba para mí. Pero una vez más me dejó sin ese consuelo cuando se apartó bruscamente.
—Vamos. —Sacó la llave al abrirse la puerta. La pelirroja recepcionista de Joe no dijo nada esta vez, aunque me miró de manera extraña. Por el contrario, Scott, su secretario, se levantó cuando nos acercamos y me saludó amablemente por mi nombre.
—Buenas tardes, señorita Tramell.
—Hola, Scott. Joe le dedicó un gesto seco.
—No me pases llamadas.
—Claro, por supuesto. Entré en la amplia oficina de Joe, y la mirada se me fue al sofá donde me tocó íntimamente por primera vez. El almuerzo estaba preparado en la barra: dos platos cubiertos en bandejas metálicas. —¿Me das el bolso? —preguntó. Le miré, vi que se había quitado la chaqueta y se la había colgado del brazo. Estaba allí plantado con sus pantalones sastre y su chaleco, su camisa y corbata, ambas de un blanco inmaculado, el pelo negro y abundante alrededor de aquella cara que cortaba la respiración y los ojos de un miel y verde deslumbrante. En pocas palabras, me llenaba de asombro. No podía creer que hubiera hecho el amor con un hombre tan guapo. Pero, claro, no había significado lo mismo para él.
—¿________?
—Eres guapísimo, Joe. —Las palabras salieron de mi boca sin proponérmelo. Enarcó las cejas, y a continuación sus ojos se llenaron de ternura.
—Me alegro de que te guste lo que ves. Le di el bolso y me alejé, necesitada de espacio. Colgó su chaqueta y mi bolso en el perchero y se dirigió a la barra. Crucé los brazos.
—Acabemos con esto de una vez. No quiero verte más.
—Ni nunca —dije entre dientes, yendo con él sólo para ahorrarle una escena a mi madre. Mientras tomaba mi champán a sorbos, pasé al modo automático de supervivencia, algo que no había tenido que hacer en muchos años. Joe me presentó a varias personas, y suponía que me portaba bien —hablaba en los momentos apropiados y sonreía cuando era necesario—, pero realmente no estaba prestando atención. Era demasiado consciente del muro de hielo que se había levantado entre nosotros y de mis sentimientos heridos. Si hubiera necesitado alguna prueba de que Joe era inflexible respecto a no socializar con las mujeres con las que se acostaba, la tenía. Cuando se anunció que la cena estaba lista, entré con él en el comedor y picoteé la comida. Tomé unas cuantas copas del vino tinto que servían con la comida y oí a Joe hablar con sus compañeros de mesa, aunque no presté atención a las palabras, sólo a la cadencia y al tono profundamente seductor. No intentó que participara en la conversación, de lo cual me alegré. No pensaba que pudiera decir nada agradable. No me impliqué hasta que él se levantó con una ronda de aplausos y se dirigió al estrado. Entonces me giré en el asiento y le observé cruzar hacia el atril, sin poder evitar admirar su elegancia felina y su despampanante presencia. Reclamaba atención y respeto con cada paso que daba, lo que era una hazaña, considerando su tranquila y pausada zancada. No mostraba ni la más mínima señal de agotamiento pese al polvo que habíamos dejado a medias en su limusina. En realidad, parecía una persona totalmente diferente. Una vez más volvía a ser el hombre al que conocí en el vestíbulo del Jonasfire, sumamente contenido y calladamente poderoso.
—En Estados Unidos —empezó a decir—, una de cada cuatro mujeres y uno de cada seis hombres han sufrido abusos sexuales en la infancia. Miren a su alrededor. En cada una de las mesas hay una persona que ha sido víctima o conoce a alguien que lo es. Eso es inaceptable. Estaba fascinada. Joe era un orador consumado, y su voz de barítono, hipnotizadora. Pero era el tema, que me tocaba muy de cerca, y su apasionada y a veces sobrecogedora forma de presentarlo, lo que me conmovió. Empecé a derretirme, y el daño en la confianza en mí misma, la perplejidad y la furia que se habían apoderado de mí comenzaron a amortiguarse por el asombro. Cambió la visión que tenía de él, transformándose al tiempo en que me convertía en una persona más de aquel embelesado público. Aquél no era el hombre que poco antes había herido mis sentimientos, sino un experto orador que hablaba sobre un tema sumamente importante para mí. Cuando terminó, me levanté y aplaudí, pillándole a él y a mí misma por sorpresa. Pero los demás enseguida se me unieron en una ovación en pie y oí murmullos de conversaciones a mi alrededor, halagos expresados en voz baja que eran muy merecidos.
—Eres una joven muy afortunada. Me giré y vi a la mujer que acababa de hablar, una encantadora pelirroja que aparentaba unos cuarenta años.
—Sólo somos... amigos. De alguna manera su serena sonrisa consiguió contradecirme.
La gente empezó a dejar las mesas. Yo estaba a punto de coger mi cartera de mano para marcharme a casa cuando se me acercó un chico joven. Su rebelde pelo castaño despertaba envidia al instante, y sus ojos, de un tono verde grisáceo, eran dulces y cordiales. Guapo y con aquel aire juvenil, consiguió sacarme la primera sonrisa sincera desde el trayecto en la limusina.
—Hola —dijo. Parecía saber quién era yo, lo cual me puso en la situación embarazosa de tener que fingir que él no me era del todo desconocido.
—Hola. El chico se rio, y el sonido de su risa era suave y agradable.
—Soy Nicholas Vidal, el hermano de Joseph.
—Ah, claro. —Noté que se me acaloraba la cara. No podía creer que, con lo enfrascada que había estado regodeándome en mis penas, no los hubiera relacionado inmediatamente.
—Te estás poniendo colorada.
—Lo siento —me disculpé, esbozando una tímida sonrisa—. No sé muy bien cómo decir que he leído un artículo sobre ti sin parecer una torpe. Él se echó a reír.
—Me halaga que te acuerdes. Pero no me digas que ha sido en Page Six. Esa revista era muy conocida por publicar la vida y milagros de las celebridades y personas importantes de Nueva York.
—No —dije rápidamente—. ¿En Rolling Stone, quizá?
—¡Uff, menos mal! —Alargó un brazo hacia mí—. ¿Quieres bailar? Lancé una mirada hacia donde estaba Joe al pie de las escaleras que conducían al estrado. Se encontraba rodeado de gente deseosa de hablar con él, mujeres, la mayoría.
—Como puedes ver, tardará un poco —dijo Nicholas, en tono risueño.
—Sí. —Iba a dejar de mirarle cuando reconocí a la mujer que estaba al lado de Joseph: Demetria Lovato. Cogí mi cartera de mano e hice el esfuerzo de sonreír a Nicholas.
—Me encantaría bailar. Agarrados del brazo nos dirigimos a la sala de baile y salimos a la pista. La orquesta empezó a tocar un vals y nos dejamos llevar con naturalidad por la música. El joven era un consumado bailarín, ágil y seguro tomando la iniciativa.
—¿Y de qué conoces a Joe?
—No le conozco. —Saludé a Cary con un gesto cuando pasó a nuestro lado con una escultural belleza rubia—. Trabajo en el Jonasfire y nos hemos encontrado algunas veces.
—¿Trabajas para él?
—No. De ayudante en Waters Field and Leaman.
—Ah. —Sonrió—. Una agencia de publicidad.
—Sí.
—Debes de caerle muy bien a Joe para pasar de haberse visto un par de veces a traerte a un evento como éste. Maldije para mis adentros. Sabía que la gente sacaría sus conclusiones, pero sobre todo yo quería evitar más humillaciones.
—Joseph conoce a mi madre y ella ya lo había dispuesto todo para que yo asistiera a este acto, así que sólo se trata de dos personas que vienen al mismo evento en un coche en lugar de en dos.
—¿Eso quiere decir que estás soltera y sin compromiso? Inspiré profundamente, sintiéndome incómoda pese a la fluidez con que nos movíamos.
—Bueno, no estoy enamorada. Nicholas esbozó su atractiva sonrisa juvenil.
—La noche acaba de dar un giro a mejor para mí. El resto del baile lo dedicó a contar divertidas anécdotas sobre la industria musical que me hicieron reír y olvidarme de Joe. Cuando finalizó el baile, Cary me pidió el siguiente. Hacíamos muy buena pareja bailando porque habíamos tomado clases juntos. Me sentía relajada con él, agradecida de tener su apoyo moral.
—¿Lo estás pasando bien? —le pregunté.
—Tuve que pellizcarme durante la cena cuando me di cuenta de que estaba sentado junto a la coordinadora general de la Fashion Week. ¡Y me tiró los tejos! —Sonrió, pero había preocupación en su mirada—. Siempre que me encuentro en sitios como éste... vestido de esta manera... me cuesta creerlo. Me salvaste la vida,_______, y me la cambiaste para siempre.
—Tú me mantienes cuerda constantemente. Créeme, estamos empatados. Me apretó la mano y me miró con intensidad.
—Se te ve triste. ¿Qué ha hecho para fastidiarlo?
—Creo que he sido yo. Ya hablaremos luego.
—Tienes miedo de que le patee delante de todo el mundo. Suspiré.
—Preferiría que no lo hicieras, por el bien de mi madre. Cary me dio un beso en la frente.
—Se lo he advertido. Ya sabe lo que le espera.
—Oh, Cary. —Le quería tanto que se me puso un nudo en la garganta, aun cuando en mis labios se dibujó una sonrisa reacia. Tendría que haber sabido que Cary le lanzaría alguna clase de amenaza en plan hermano mayor. Era muy propio de él. Joe apareció a nuestro lado.
—Ahora me toca a mí. No era una petición. Cary se detuvo y me miró. Yo hice un gesto afirmativo con la cabeza. Él se retiró con una reverencia, lanzando una furibunda mirada a Joe.
Joe me acercó a él y tomó el control del baile como hacía con todo: con una seguridad en sí mismo arrolladora. Era una experiencia muy diferente bailar con él que con mis anteriores compañeros. Joe poseía tanto la destreza de su hermano como la familiaridad de Cary con el movimiento de mi cuerpo, pero Joe tenía un estilo descarado y agresivo que era intrínsecamente sexual. Tampoco ayudaba el hecho de que estar tan cerca de un hombre con el que había tenido relaciones íntimas poco antes me quitaba el sentido, a pesar de mi tristeza. Olía que era una delicia, con matices a sexo, y su forma de llevarme por los enérgicos y amplios pasos del baile hacía que notara aquel escozor en mi interior que me recordaba que él había estado ahí dentro poco antes.
—No haces más que desaparecer —masculló, mirándome con el ceño fruncido.
—Cualquiera diría que a Demetria le faltó tiempo para ocupar el sitio. Arqueó las cejas y me atrajo hacia él aún más.
—¿Celosa?
—¿En serio? —Desvié la mirada. Emitió un sonido de disgusto.
—No te acerques a mi hermano,_______.
—¿Por qué?
—Porque lo digo yo. Me encendí, lo cual me sentó de maravilla después de los sentimientos de culpabilidad y las dudas en los que me debatía desde que habíamos follado como conejos salvajes. Decidí ver qué ocurriría en el mundo de Joe si se volvieran las tornas.
—No te acerques a Demetria, Joseph. Apretó la mandíbula.
—Demi es una amiga, nada más.
—¿Significa eso que no te has acostado con ella...? Todavía.
—No, maldita sea. Y no quiero hacerlo. Oye... —La música disminuía y él se movía más despacio—. Tengo que irme. Has venido conmigo y preferiría ser yo quien te llevara a casa, pero no quiero arrastrarte si te estás divirtiendo. ¿Prefieres quedarte un rato y volver a casa con Stanton y tu madre? ¿Divirtiéndome? ¿Estaba de broma o es que era tonto? O peor aún. Quizá me había dado por perdida completamente y no me prestaba atención. Le di un empujón y me aparté de él; necesitaba espacio.
—No me pasará nada. Olvídame.
—_________. —Alargó un brazo hacia mí y yo retrocedí inmediatamente. Un brazo me rodeó por la espalda y Cary habló.
—Yo me encargo, Jonas.
—No te entrometas, Taylor —avisó Joe. Cary resopló.
—Me da la impresión de que eso ya lo estás haciendo de maravilla tú solito. Tragué el nudo que tenía en la garganta.
—Has dado un magnífico discurso, Joseph. Para mí ha sido el momento más destacado de la tarde. Aspiró aire con fuerza ante el insulto implícito y se pasó la mano por el pelo. Maldijo con brusquedad y comprendí por qué cuando sacó su vibrante teléfono del bolsillo y echó un vistazo a la pantalla. —Tengo que irme. —Su mirada se cruzó con la mía y la sostuvo. Me acarició la mejilla con los dedos—. Te llamaré. Y se marchó.
—¿Quieres quedarte? —me preguntó Cary en voz baja.
—No.
—Te llevo a casa, entonces.
—No, no te preocupes. —Quería estar sola un rato. Darme un buen baño caliente, con una botella de vino frío y quitarme aquella profunda tristeza de encima—. Tú deberías quedarte. Te vendría bien para tu carrera. Ya hablaremos cuando llegues a casa. O mañana. Tengo intención de pasarme el día tirada en el sofá. Me miró fijamente, escrutándome.
—¿Estás segura? Afirmé con la cabeza. —De acuerdo. —Pero no parecía muy convencido.
—¿Te importaría salir y pedir a alguien del servicio de aparcamiento que traiga la limusina de Stanton mientras yo voy al lavabo rápidamente?
—Vale. —Cary me pasó una mano por el brazo—. Voy a por tu chal al guardarropa y te veo en la puerta. Tardé más de lo debido en llegar a los servicios. Primero porque un sorprendente número de personas me paró para charlar, debían de pensar que yo era la pareja de Joseph. Y segundo, porque evité los servicios más cercanos, en los que se veía un constante flujo de mujeres entrando y saliendo de ellos, y encontré otros un poco más alejados. Me encerré en una cabina y me quedé allí más tiempo del absolutamente necesario. No había nadie más en el lugar, salvo la encargada, así que no tenía que darme prisa. Estaba tan dolida con Joe que me costaba respirar, y me sentía confundida con sus cambios de humor. ¿Por qué me había acariciado la mejilla de aquella manera? ¿Por qué se enfadó cuando le dejé solo? ¿Y por qué demonios había amenazado a Cary? Joe otorgaba un nuevo significado a la vieja expresión de «ser un veleta». Cerré los ojos y me serené. ¡Dios! Yo no quería nada de aquello. Había desnudado mis sentimientos en la limusina y aún me sentía muy vulnerable, un estado de ánimo que había aprendido a dominar con muchas horas de terapia. Lo único que quería era esconderme en casa, libre de la presión de tener que comportarme con entereza cuando no tenía ni asomo de ella. Tú te lo has buscado, me recordé a mí misma. Apechuga con las consecuencias. Tomé aire, salí y me resigné a encontrarme con Demetria Lovato apoyada en el tocador con los brazos cruzados. Era evidente que me esperaba, que estaba al acecho en un momento en el que andaba yo con las defensas muy debilitadas. Di un traspiés; luego recobré la calma y me dirigí al lavabo a lavarme las manos. Ella se giró hacia el espejo, observándome. Yo también la observaba a ella. Era aún más guapa en persona que en las fotos. Alta y delgada, con unos enormes ojos oscuros y una cascada de pelo liso castaño. Tenía los labios rojos y sensuales, los pómulos altos y esculturales. Llevaba un vestido pudorosamente sexy, recto, de raso color crema que contrastaba con su piel morena. Parecía una puñetera supermodelo y destilaba un exótico sex-appeal. Cogí la toalla que me tendió la encargada del baño, y Demetria habló a la mujer en español, pidiéndole que nos dejara solas. Yo rematé la petición añadiendo por favor y gracias. Con eso conseguí que Demetria arrugara el ceño y me escudriñara aún más, a lo que yo respondí con igual frialdad.
—¡Vaya! —murmuró cuando la encargada ya no podía oírnos. Hizo ese chasquido con la lengua que me daba tanta dentera como raspar una pizarra con las uñas—. Ya has follado con él.
—Y tú no. Eso pareció sorprenderla.
—Tienes razón, yo no. ¿Y sabes por qué? Saqué un billete de cinco dólares de la cartera y lo dejé en la bandeja plateada de las propinas.
—Porque él no quiere.
—Y yo tampoco, porque es incapaz de comprometerse. Es joven, guapo y rico, y disfruta de ello.
—Sí —asentí—. Ya lo creo que lo hizo. Aguzó la mirada y se deterioró ligeramente su agradable expresión.
—No respeta a las mujeres que se tira. En el momento en que te metió la polla, se acabó todo. Igual que con las demás mujeres. Pero yo sigo aquí, porque es a mí a quien quiere tener cerca a largo plazo. Mantuve la calma a pesar de que el golpe iba dirigido a donde más dolía.
—Eso es patético. Salí y no paré hasta llegar a la limusina de Stanton. Le apreté las manos a Cary al subirme, y conseguí esperar hasta que el coche se puso en marcha para echarme a llorar.
—Hola, nena —dijo Cary cuando entré arrastrándome en el cuarto de estar a la mañana siguiente. Vestido sólo con unos viejos pantalones de chándal, estaba arrellanado en el sofá con los pies cruzados y apoyados en la mesa de centro. Se le veía encantadoramente desaliñado y conforme consigo mismo—. ¿Qué tal has dormido? Le mostré los pulgares hacia arriba y me dirigí a la cocina a por café. Me detuve junto a la encimera del desayuno, sorprendidísima ante el enorme ramo de rosas que había en el mostrador. Tenían una fragancia maravillosa, y la inhalé respirando profundamente.
—¿Qué es esto?
—Han llegado para ti hace una hora, más o menos. Reparto dominical. Bastante carito. Saqué la tarjeta de la funda de plástico transparente y la abrí.
NO DEJO DE PENSAR EN TI.
Joe
Joe
—¿De Jonas? —preguntó Cary.
—Sí. —Pasé el pulgar por lo que suponía que era la letra de Joe. Era enérgica, masculina, sexy. Un detalle romántico, viniendo de un tipo para quien no existía el romanticismo. Dejé la tarjeta en el mostrador como si me quemara y me serví una buena taza de café, con la esperanza de que la cafeína me diera fuerzas y me devolviera el sentido común.
—No pareces impresionada. —Bajó el volumen del partido de béisbol que estaba viendo.
—Es un ave de mal agüero para mí, como un enorme detonador. Sencillamente tengo que mantenerme lejos de él. —Cary había hecho terapia conmigo, y sabía de qué hablaba. No me miraba extrañado cuando le explicaba las cosas con la jerga de los terapeutas, y él no tenía ningún problema en responderme de la misma manera.
—Y el teléfono no ha dejado de sonar en toda la mañana. No quería que te molestara, así que quité el volumen. Consciente de que aún me duraba el dolor entre las piernas, me acurruqué en el sofá y resistí el impulso de comprobar en el buzón de voz si Joe había llamado. Quería oír su voz, y una explicación que aclarase lo que había sucedido la noche anterior.
—Me parece fenomenal. Dejémoslo así todo el día.
—¿Qué sucedió? Soplé un poco el café y me aventuré a tomar un sorbo. —Follé con él en su limusina como una posesa y después se convirtió en un témpano de hielo.
Cary me miró con aquellos experimentados ojos color esmeralda, que habían visto mucho más de lo que nadie debería estar obligado a ver.
—Le hiciste ver las estrellas, ¿eh?
—Sí, así fue. —Y me sulfuraba sólo de pensarlo. Habíamos conectado. Lo sabía. La noche anterior le había deseado como a nada en el mundo y al día siguiente no quería volver a saber nada de él nunca más—. Fue muy intenso. La mejor experiencia sexual de mi vida, y allí estaba él, conmigo. Sabía que lo estaba. Era la primera vez que lo hacía en un coche, y al principio se resistió un poco, pero le excité tanto que no pudo negarse.
—¿En serio? ¿Nunca? —Se pasó una mano por su barba sin afeitar—. En el instituto la mayoría de los chicos tenían los coches en su lista de picaderos. De hecho, no recuerdo a nadie que no los tuviera, excepto los pazguatos y los feorros, y él no es ni una cosa ni la otra. Me encogí de hombros.
—Supongo que follar en un coche me convierte en una zorra. Cary se quedó inmóvil.
—¿Es eso lo que dijo?
—No. No dijo nada de eso. Fue su «amiga» "Demi". Ya sabes, la chica de la mayoría de las fotos que te imprimiste de Internet. Decidió afilarse las garras con una pequeña y venenosa charla de chicas en el baño.
—Está celosa, la zorra es ella.
—Frustrada sexualmente. No puede follar con él, porque al aparecer las chicas con quienes folla van derechas al montón de desechables.
—¿Eso lo ha dicho él? —De nuevo, la pregunta estaba teñida de furia.
—No en tantas palabras. Dijo que no se acostaba con sus amigas. Le crean problemas las mujeres que quieren algo más que un buen revolcón, así que ya se encarga él de mantener a las mujeres con las que folla y a las mujeres cuyo trato frecuenta en grupos separados. —Tomé otro sorbo de café—. Le avisé de que ese tipo de arreglo no funcionaría conmigo y me contestó que haría ciertos ajustes, pero supongo que es de esa clase de tíos que dicen lo que sea con tal de conseguir lo que quieren.
—O le has asustado. Le lancé una mirada furibunda.
—No le disculpes. Pero, vamos a ver, ¿de qué lado estás tú?
—Del tuyo, nena. —Alargó una mano y me palmeó la rodilla—. Siempre del tuyo. Le puse una mano en su musculoso antebrazo y pasé los dedos suavemente por la cara inferior en silenciosa gratitud. No notaba las numerosas y pequeñas cicatrices blancas de los cortes que le desfiguraron la piel, pero nunca olvidaba que estaban ahí. Daba gracias todos los días de que estuviera vivo y sano, y de que fuera una parte fundamental de mi vida. —¿Y a ti cómo te fue la noche?
—No me puedo quejar. —En sus ojos apareció un brillo malicioso—. Eché un polvo a la rubia pechugona en el cuarto de mantenimiento. Las tetas eran de verdad.
—¡Vaya! —Sonreí—. Seguro que le alegraste la noche.
—Lo intenté. —Cogió el auricular del teléfono y me hizo un guiño—. ¿Qué te apetece pedir? ¿Unos bocatas? ¿Comida china?, ¿india?
—No tengo hambre.
—Siempre tienes hambre. Si no eliges algo, cocinaré lo que sea y tendrás que comértelo.
Levanté la mano y me rendí.
—Vale, vale. Tú eliges.
El lunes llegué a trabajar veinte minutos antes, pensando que así evitaría encontrarme conJoe. Cuando llegué a mi mesa sin incidentes, sentí tal alivio que supe que estaba en un buen lío en lo que a él se refería. No dejaba de tener altibajos por todas partes. Mark llegó muy animado, flotando aún por los importantes éxitos de la semana anterior, y nos metimos de lleno a trabajar. El domingo yo había hecho algunas comparativas del mercado del vodka y él tuvo la amabilidad de repasarlas conmigo y escuchar mis impresiones. A Mark le habían asignado también la publicidad para un nuevo fabricante de lectores de libros electrónicos, así que empezamos el trabajo inicial de eso. Estuve tan ocupada que la mañana pasó volando y no tuve tiempo de pensar en mi vida personal. Daba gracias por ello. Entonces respondí al teléfono y oí a Joe al otro lado de la línea. No estaba preparada.
—¿Qué tal está siendo este lunes de momento? —preguntó. Me estremecí al oír su voz.
—Frenético. —Eché un vistazo al reloj y me pasmó ver que eran las doce menos veinte.
—Bien. —Hubo una pausa—. Intenté llamarte ayer. Te dejé varios mensajes. Quería oír tu voz.
Cerré los ojos y respiré profundamente. Había tenido que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para pasar el día sin oír el buzón de voz. E incluso tuve que meter en el ajo a Cary, pidiéndole que me frenara por la fuerza si daba la impresión de que podría sucumbir al impulso.
—Me recluí y trabajé un poco.
—¿Te llegaron las flores que te envié?
—Sí. Son preciosas. Gracias.
—Me recordaban a tu vestido. ¿Qué demonios estaba haciendo? Estaba empezando a pensar que tenía trastorno de personalidad múltiple.
—Algunas mujeres dirían que eso es romántico.
—A mí sólo me importa lo que digas tú. —Su silla crujió como si se él se hubiera levantado—. Pensé en acercarme... Me apetecía. Suspiré, abandonándome a la confusión.
—Me alegro de que no lo hicieras. Hubo otra larga pausa.
—Me lo merecía.
—No lo he dicho para fastidiar. Es la verdad, sencillamente.
—Ya lo sé. Oye... He encargado que me traigan el almuerzo a la oficina, para que no perdamos tiempo en salir y volver. Después de su Te llamaré de despedida, no había dejado de preguntarme si querría que volviéramos a vernos tras regresar de dondequiera que hubiera estado. Era una posibilidad que me temía desde el sábado por la noche, consciente de que tenía que cortar, pero sintiendo que el deseo de estar con él me mantenía enganchada. Deseaba volver a experimentar aquel momento de intimidad, puro y perfecto, que habíamos compartido. Pero ese único momento no podía justificar todos los demás en los que me había
—Para. —Aparté la mirada, incapaz de soportar la intimidad con que me miraba.
—No puedo evitarlo. La llegada del ascensor fue un alivio. Me cogió de la mano y me hizo entrar. Tras poner la llave en el panel, me acercó más a él. —Voy a besarte,_______.
—No... Me atrajo hacia sí y selló mi boca con la suya. Me resistí todo lo que pude; luego me derretí al contacto de su lengua acariciando lenta y dulcemente la mía. Deseaba su beso desde que nos habíamos acostado. Deseaba tener la certeza de que él valoraba lo que habíamos compartido, que significaba algo para él como lo significaba para mí. Pero una vez más me dejó sin ese consuelo cuando se apartó bruscamente.
—Vamos. —Sacó la llave al abrirse la puerta. La pelirroja recepcionista de Joe no dijo nada esta vez, aunque me miró de manera extraña. Por el contrario, Scott, su secretario, se levantó cuando nos acercamos y me saludó amablemente por mi nombre.
—Buenas tardes, señorita Tramell.
—Hola, Scott. Joe le dedicó un gesto seco.
—No me pases llamadas.
—Claro, por supuesto. Entré en la amplia oficina de Joe, y la mirada se me fue al sofá donde me tocó íntimamente por primera vez. El almuerzo estaba preparado en la barra: dos platos cubiertos en bandejas metálicas. —¿Me das el bolso? —preguntó. Le miré, vi que se había quitado la chaqueta y se la había colgado del brazo. Estaba allí plantado con sus pantalones sastre y su chaleco, su camisa y corbata, ambas de un blanco inmaculado, el pelo negro y abundante alrededor de aquella cara que cortaba la respiración y los ojos de un miel y verde deslumbrante. En pocas palabras, me llenaba de asombro. No podía creer que hubiera hecho el amor con un hombre tan guapo. Pero, claro, no había significado lo mismo para él.
—¿________?
—Eres guapísimo, Joe. —Las palabras salieron de mi boca sin proponérmelo. Enarcó las cejas, y a continuación sus ojos se llenaron de ternura.
—Me alegro de que te guste lo que ves. Le di el bolso y me alejé, necesitada de espacio. Colgó su chaqueta y mi bolso en el perchero y se dirigió a la barra. Crucé los brazos.
—Acabemos con esto de una vez. No quiero verte más.
MileyCyruZ
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
Eso lo dijo ella o lo dijo el?
siguela tenias que haber subido dos cap para no quedar :muack:
sube mas
siguela tenias que haber subido dos cap para no quedar :muack:
sube mas
JB&1D2
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
:muack: creo q no se que decir!!!
solo siguela!!!!
solo siguela!!!!
zai
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
creo q lo dijo ella ,
noo no que no se apresure debe tener una buenaa explicacion uu joooooeeeee!! :muere:
siguelaa por favorrr :aah:
noo no que no se apresure debe tener una buenaa explicacion uu joooooeeeee!! :muere:
siguelaa por favorrr :aah:
Samantha
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
Holaa chicas ñ.ñ que bueno que les gusta la nove y que esten comentando ahoritaa voy llegando entre aa leer unas nevelas pero antes me dije subamos capitulo que se lo merecen asi que aqui esta muchas gracias por comentar
Joe se pasó la mano por el pelo y dijo con aspereza:
—No hablarás en serio. De repente me sentía muy cansada, exhausta de luchar conmigo misma por su culpa.
—Sí que hablo en serio. Tú y yo... fue un error.
—No, el error estuvo en la forma en que yo llevé la situación después —replicó, con las mandíbulas crispadas. Me quedé sorprendida por la vehemencia de su protesta.
—No hablaba de sexo, Joseph, sino de mi conformidad con este absurdo acuerdo de «desconocidos con derecho a roce» que hay entre nosotros. Sabía que todo era una equivocación desde el principio. Debería haber hecho caso a mi intuición.
—_______, ¿tú quieres estar conmigo?
—No, eso es lo que...
—No de la manera de la que hablamos en el bar. Más que eso. Empecé a sentir palpitaciones.
—¿A qué te refieres?
—A todo. —Se separó de la barra y se acercó a mí—. Yo sí quiero estar contigo.
—Pues el sábado no lo parecía. —Me crucé de brazos.
—Estaba aturdido.
—¿Ah, sí? Yo también. Dirigió las manos a las caderas; luego, cruzó los brazos, como yo.
—Por Dios, _______... Le veía afectado y sentí un destello de esperanza.
—Si es eso todo lo que tienes que decir, hemos terminado.
—¡Y una mierda hemos terminado!
—Hemos llegado a un callejón sin salida, si cada vez que nos acostamos tú te vas a dedicar a hacerte pajas mentales. Era evidente que se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas.
—Estoy acostumbrado a llevar las riendas, lo necesito. Y tú me lo fastidiaste en la limusina; no me sentó bien.
—¿Ah, sí?
—_______, nunca he experimentado algo como aquello. No creía que me fuera posible. Y, ahora que lo conozco..., tengo que tenerlo, tengo que tenerte a ti.
—Joseph, es sólo sexo. Superestupendo, sí, pero eso no puede joderte la cabeza cuando las personas que intervienen no son adecuadas la una para la otra.
—Tonterías. He admitido que metí la pata y no puedo cambiar lo que ocurrió, pero estoy seguro como que la mierda termina meada de que quieres cortar conmigo por aquello. Expusiste tus normas y yo traté de adaptarme a ellas, pero tú no quieres hacer ni lo más mínimo por adaptarte a mí. Tenemos que encontrarnos a medio camino. —Tenía la cara rígida por la frustración—. Cede un poco, chica.
Le observé detenidamente, intentando comprender qué estaba haciendo y adónde quería llegar.
—¿Qué pretendes, Joseph? —le pregunté suavemente. Me sujetó la cara con la mano.
—Pretendo seguir sintiéndome como cuando estoy contigo. Sólo tienes que decirme lo que debo hacer. Y dame un margen de error. No he hecho esto nunca en mi vida, y siempre hay una fase de aprendizaje.
Le tanteé el corazón y comprobé que latía impetuosamente. Era impaciente y apasionado, y eso me encendía. ¿Cómo tenía que responderle? ¿Con la razón o con el corazón?
—¿Qué es lo que no has hecho nunca?
—Lo que sea necesario para pasar contigo el mayor tiempo posible. En la cama y fuera de la cama. Me invadió una absurda y poderosa ráfaga de placer.
—Joe, ¿eres consciente del tiempo y el esfuerzo que hacen falta en una relación? Yo ya estoy hecha polvo. Además, hay cosas personales de las que tengo que ocuparme, y está mi trabajo... mi madre, que es una trastornada... —le tapé la boca con la mano antes de que le diera tiempo a abrirla—, pero tú mereces la pena, y me derrito por ti, así que creo que no tengo alternativa ¿verdad?
—¡_______, maldita sea! —Joe me levantó en vilo, impulsándome con las manos desde el trasero para que le rodeara la cintura con las piernas. Me besó en la boca con fuerza y frotó su nariz contra la mía—. Encontraremos la manera.
—Lo dices como si fuera a resultar fácil. —Yo sabía de sobra que necesitaba mucho mantenimiento y él parecía que también.
—Lo fácil es aburrido. —Me llevó en brazos hasta la barra y me depositó en un taburete. Levantó el cubre-platos que tenía delante y apareció una enorme hamburguesa con queso y patatas fritas. Todavía estaba todo caliente, gracias a una placa térmica de granito que había debajo.
—Hmmm —exclamé, y me di cuenta del hambre que tenía. Después de hablar, había recuperado el apetito. Desdobló una servilleta y la puso en mi regazo al mismo tiempo que me daba un apretón en la rodilla; Luego, se sentó a mi lado.
—Entonces, ¿cómo lo hacemos?
—Pues la coges con las dos manos y te la llevas a la boca. Me dirigió una mirada divertida que me hizo sonreír. Era bueno sonreír. Era bueno estar con él. Normalmente lo era... durante un ratito. Le di un bocado a la comida y lancé una exclamación de gusto al percibir de lleno su sabor. Era una hamburguesa tradicional, pero me sabía a gloria.
—Está buena, ¿verdad?
—Muy buena. Puede que me convenga quedarme para mí sola un hombre que sabe tanto de hamburguesas. —Me limpié la boca y las manos—. ¿Qué tal aguantas las exclusividades? Dejó la hamburguesa a un lado y se quedó extrañamente quieto. No podía adivinar qué estaba pensando.
—Doy por sentado que va implícito en nuestro trato, pero, para que no haya dudas, te diré claramente que no puede haber otros hombres en tu vida, ________.
El tono tajante que empleó y su mirada glacial me dieron escalofríos. Joe tenía su lado oscuro. Yo había aprendido mucho tiempo atrás a descubrir y evitar a los hombres con sombras peligrosas en los ojos. Pero las alarmas no habían sonado con él como tal vez hubieran debido.
—¿Y mujeres puede haber? —pregunté, para relajar el ambiente.
—Sé que tu compañero de piso es bisexual. ¿Lo eres tú también?
—¿Te molestaría?
—Me molesta compartirte. No es una opción. Tu cuerpo me pertenece.
—¿Y el tuyo me pertenece a mí? ¿En exclusiva? Se le encendió la mirada.
—Sí, y espero que te aproveches mucho y con frecuencia. Bueno... en ese caso...
—Pero tú a mí me has visto desnuda —bromeé—. Tú sabes lo que te vas a llevar; yo, no. Me encanta lo que he visto hasta ahora, pero todavía falta.
—Podemos arreglarlo ahora mismo. La idea de que se desnudara para mí me hizo retorcerme en el asiento. Él se dio cuenta e hizo una mueca maliciosa.
—Mejor no lo hagas —dije muy a mi pesar—, que ya volví tarde al trabajo el viernes.
—Entonces esta noche.
—De acuerdo —contesté, tragando saliva.
—Procuraré estar libre a las cinco —dijo, y reanudó la comida, tan satisfecho de que ambos hubiéramos marcado mentalmente sexo alucinante para aquel día en nuestro calendario.
—No tienes por qué. —Abrí la mini botella de ketchup que había junto a mi plato—; tengo que ir al gimnasio después de trabajar.
—Iremos juntos.
—¿Ah, sí? —Puse la botella boca abajo y le di unos golpecitos en la base. Me la quitó de las manos y usó el cuchillo para servirme el ketchup.
—Será mejor que consuma un poco de energía antes de tenerte desnuda. Mañana querrás ser capaz de andar con normalidad. Le miré, estupefacta, por la naturalidad con que había dicho aquello y la cara de fingida pena que había puesto; algo me daba a entender que no hablaba completamente en broma. Mi sexo se contrajo ante aquella deliciosa perspectiva. Podía imaginarme a mí misma haciéndome adicta a Joseph Jonas. Comí unas cuantas patatas fritas pensando en otra persona que ya era adicta a Joe.
—Demetria puede suponer un problema para mí. Tragó un bocado de su hamburguesa acompañado de un sorbo de agua.
—Me contó que habían tenido una charla y que las cosas no fueron bien. Me tomé en serio las maquinaciones de Demetri y su hábil intentona de cortarme el paso. Debía tener mucho cuidado con ella y Joe tenía que hacer algo al respecto, o sea, cortar con ella. Punto.
—No, no fueron bien —admití—, pero es que no puedo agradecer mucho que me digan que tú no respetas a las mujeres que te tiras y que terminarías conmigo en cuanto me metieras la polla. Joe se quedó paralizado.
—¿Eso te dijo?
—Palabra por palabra. Y también que a ella la tienes reservada para el momento en que decidas sentar la cabeza.
—Así que eso te dijo. —Usó un tono bajo y lleno de frialdad. Se me hizo un nudo en el estómago, sabiendo que todo podía salir realmente bien o realmente mal, dependiendo de lo que Joe dijera inmediatamente después.
—¿No me crees?
—Claro que te creo.
—Ella podría ser un problema —repetí, porque quería insistir en aquello.
—No lo será. Yo hablaré con ella. Me fastidiaba la idea de que hablasen; me ponía enferma de celos. Entonces, se me ocurrió que ése era un tema que habría que poner sobre la mesa.
—Joseph...
—¿Qué? —Había terminado la hamburguesa y estaba dedicándose a las patatas fritas.
—Yo soy muy celosa; puedo llegar a la irracionalidad —jugueteé un poco tocando la hamburguesa con una patata—. Tal vez deberías tenerlo en cuenta, y también si quieres tratar con alguien como yo, que tiene conflictos de autoestima. Éste era uno de los peros cuando me invitaste a la cama por primera vez, que iba a trastornarme con tantas mujeres babeando por ti y que yo no tendría derecho a decir nada.
—Ahora sí tienes derecho.
—No me tomas en serio. —Sacudí la cabeza de lado a lado y le di otro mordisco a la hamburguesa.
—No he sido más serio en toda mi vida. —Me pasó un dedo por la comisura de la boca y le dio un lengüetazo a la pizca de salsa que había recogido—. No sólo tú puedes resultar posesiva; yo soy muy acaparador con lo que es mío. No lo dudé ni un instante.
Le di otro mordisco a la comida y me puse a pensar en la noche que teníamos por delante. Estaba impaciente hasta no poder más. Me moría por ver a Joe desnudo. Me moría por pasarle las manos y la boca por todo el cuerpo. Me moría por tener otra oportunidad de volverle loco. Y me apremiaba la necesidad de estar debajo de él, de sentir su peso, sus arremetidas dentro de mí, de notar que se corría frenética y profundamente en mis entrañas...
—Sigue pensando en eso —me dijo de pronto— y volverás tarde otra vez. Levanté las cejas en un gesto de asombro.
—¿Cómo sabes en qué estoy pensando?
—Cuando estás excitada, se te pone una mirada especial. Espero provocarte esa mirada tan a menudo como sea posible. —Joe tapó el plato y se levantó. Luego, sacó una tarjeta de visita y la dejó a mi lado. Vi que había escrito en el reverso los números de su teléfono móvil y del fijo de su casa—. Te parecerá una tontería decirte esto después de la conversación que hemos tenido, pero necesito el número de tu móvil.
—¡Ah, sí! —Me costó trabajo dejar atrás los pensamientos libidinosos—. Pero antes necesito comprarme uno. Está en la lista de cosas importantes que tengo que hacer.
—¿Qué pasó con el que usaste para mandarme mensajes la semana pasada? Arrugué la nariz, en una expresión de disgusto.
—Mi madre ha estado usándolo para rastrear mis movimientos por la ciudad. Se pasa un pelo... intentando protegerme.
—Ya entiendo. —Me acarició la mejilla con el dorso de los dedos—.Te referías a eso cuando decías que tu madre te acosaba.
—Sí, desgraciadamente.
—Bueno, pues nos ocuparemos de lo del teléfono a la salida del trabajo, antes de ir al gimnasio. Te conviene tenerlo por seguridad. Y, además, quiero poder llamarte cuando me apetezca. Dejé una cuarta parte de la hamburguesa porque ya no podía comer más, y me limpié la boca y las manos.
—Estaba deliciosa, gracias.
—De nada —se inclinó hacia mí y me besó brevemente en la boca—. ¿Necesitas ir al baño?
—Sí. Voy a sacar el cepillo de dientes que llevo en el bolso. Unos minutos después, me encontraba de pie en un cuarto de baño escondido tras una puerta que combinaba a la perfección con los paneles de caoba que había detrás de las pantallas planas. Nos cepillamos los dientes uno al lado del otro ante el doble lavabo y cruzamos las miradas en el espejo. Era una escena muy doméstica, muy normal, y aun así nos llenaba de placer.
—Te acompañaré hasta abajo —me dijo, dirigiéndose al perchero. Yo iba siguiéndole, pero me desvié al pasar cerca de su mesa. Me acerqué a ella y puse la mano en el espacio vacío que quedaba delante de la silla.
—¿Es aquí donde pasas la mayor parte del día?
—Sí. —Le vi ponerse la chaqueta y me dieron ganas de morderle, tan apetecible me resultaba. En vez de eso, me senté sobre la mesa. Según mi reloj me quedaban cinco minutos, el tiempo justo para volver a mi puesto, pero no pude resistir la tentación de ejercer mis nuevos derechos.
—Siéntate —le pedí, señalándole la silla. Hizo un gesto de sorpresa, pero no discutió y se acomodó en la silla. Separé las piernas y le hice señas con el dedo para que se aproximara.
—Más cerca. Se echó hacia delante, llenando el espacio que quedaba entre mis muslos. Me abrazó por las caderas y me miró.
—_______, un día de éstos te voy a follar aquí mismo.
—Sólo un beso por ahora —susurré, inclinándome para besarle. Apoyé las manos en sus hombros y le pasé la lengua por los labios; luego la introduje en su boca y le acaricié con delicadeza. Gimiendo, ahondó el beso, comiéndome la boca de una manera que me dejó dolorida y húmeda.
—Un día de éstos —repetí yo pegada a sus labios— me pongo de rodillas debajo de esta mesa y te chupo todo. A lo mejor mientras estás hablando por teléfono y juegas con tus millones como si fuera al Monopoly. Usted, señor Jonas, pasará de la casilla Go y recogerá sus doscientos dólares. Su boca se curvó contra la mía.
—Ya sé lo que va a pasar. Me vas a hacer perder la cabeza y correrme en cualquier parte posible de tu duro y sexy cuerpo.
—¿Estás quejándote?
—Se me está haciendo la boca agua, cielo. Aquella palabra me desconcertó, aunque me pareció muy dulce. —¿Cielo? Asintió con una especie de canturreo, y me besó.
Resultaba increíble lo decisiva que podía ser una hora. Salí del despacho de Joe con un estado de ánimo completamente distinto al de cuando entré. El contacto de su mano en la parte baja de mi espalda me hacía disfrutar por anticipado en vez de sentirme amargada como cuando llegué allí. Le dije adiós a Scott con la mano y le dediqué una sonrisa radiante a la nada sonriente recepcionista.
—Creo que no le gusto —le dije a Joe mientras esperábamos al ascensor. —¿A quién?
—A tu recepcionista. Echó un vistazo hacia allá, y a la pelirroja se le iluminó la cara.
—Bueno —murmuré—, tú sí le gustas.
—Yo le garantizo el sueldo. Hice un mohín.
—Sí, seguro que es eso. Apuesto a que no tiene nada que ver con que seas el hombre más sexy de la tierra.
—¿Lo soy en este momento? —Me sujetó contra la pared, con una mirada ardiente. Le toqué el abdomen y, al notar cómo se endurecían las líneas de su firme musculatura, me mordí el labio inferior.
—Sólo era una observación.
—A mí me gustas. —Con las manos contra la pared, a ambos lados de mi cabeza, bajó la boca hasta la mía y me besó dulcemente.
—Tú a mí también, pero ¿eres consciente de que estás en el trabajo?
—¿Y de qué sirve ser jefe si no puedes hacer lo que te dé la gana?
—Humm... Cuando llegó un ascensor, me agaché por debajo de un brazo de Joe y entré. Él me siguió y, como un depredador, me sujetó por detrás para atraerme hacia él. Metió las manos en los bolsillos delanteros de mi chaqueta y tiró de ellos hasta los huesos de las caderas, manteniéndome inmovilizada. La calidez de su contacto, tan próximo al punto donde más rabiaba yo por él, era toda una tortura. En venganza, moví el culo contra él y sonreí cuando le oí respirar fuerte y noté que tenía una erección.
—Pórtate bien —me regañó con cierta brusquedad—, tengo una reunión dentro de quince minutos.
—¿Pensarás en mí cuando estés sentado a tu mesa?
—Sin duda alguna. Y tú vas a pensar en mí cuando estés sentada a la tuya. Es una orden, señorita Tramell. Dejé caer la cabeza hacia atrás, contra su pecho, encantada con el tono autoritario de su voz.
—No podría ser de otro modo, señor Jonas, teniendo en cuenta cómo pienso en ti dondequiera que esté. Salimos juntos al llegar al vigésimo piso.
—Gracias por comer conmigo.
—Creo que eso me toca a mí decirlo. —Me alejé un poco—. Hasta luego, Oscuro y Peligroso. Se sorprendió al oír el apodo que le había puesto.
—A las cinco. No me hagas esperar. Llegó uno de los ascensores de la izquierda. Megumi salió de él y Joe entró, su mirada fija en la mía hasta que se cerraron las puertas.
—¡Woo! —exclamó Megumi—, qué suerte. Me muero de envidia. No se me ocurrió nada que decir. Todavía era todo muy reciente y tenía miedo de gafarlo. En el fondo de mi alma sabía que aquellos sentimientos de felicidad no podían durar mucho. Todo iba demasiado bien. Corrí a mi mesa y me puse a trabajar.
—__________—levanté la mirada y vi a Mark en el umbral de su despacho—, ¿puedo hablar contigo un minuto?
—Por supuesto —cogí la tableta, a pesar de que el tono de su voz y la expresión adusta que tenía me decían que no iba a necesitarlo. Cuando Mark cerró la puerta a mis espaldas, aumentaron mis temores—. ¿Va todo bien?
—Sí. —Esperó hasta que me senté y después ocupó la silla que estaba a mi lado, en vez de la de su escritorio—. No sé cómo decir esto...
—Sólo dilo. Supongo que lo entenderé. Me miró con ojos compasivos y un cierto sonrojo.
—No me corresponde a mí interferir; sólo soy tu jefe y eso comporta unos límites, pero voy a traspasarlos porque me caes bien,________, y quiero que trabajes aquí durante mucho tiempo. Se me encogió el corazón.
—Qué bien, porque me encanta mi trabajo.
—Vale, vale, me alegro —me dirigió una sonrisa fugaz—. Bueno... que tengas cuidado con Jonas, ¿de acuerdo? Me alarmé ante el rumbo que tomaba la conversación.
—De acuerdo.
—Es brillante, rico y sexy, así que comprendo que te atraiga. Con todo lo que yo quiero a Steven, todavía me pongo nervioso cerca de Jonas. Tiene mucho gancho. —Mark hablaba deprisa y gesticulaba con evidente turbación—. Tampoco me extraña que se interese por ti: eres guapa, inteligente, sincera, atenta... podría seguir así un buen rato porque eres estupenda.
—Gracias —contesté en voz baja, con la esperanza de que no se me viera tan mal como yo me sentía. Aquella especie de advertencia por parte de un amigo, y el que otra gente pensara de mi que sólo era otra chica-de-la-semana, eran la clase de cosas que hacían mella en mi inseguridad.
—Es que no quiero que te hagan daño —dijo entre dientes, y parecía estar pasándolo tan mal como yo—. En parte es por egoísmo, lo admito. No quiero perder a una ayudante magnífica porque no quiera trabajar en un edificio cuyo propietario es un ex.
—Mark, significa mucho para mí que te preocupes y que me consideres valiosa, pero no tienes que preocuparte por mí. Ya soy mayorcita. Además, nada va hacer que deje este empleo. Respiró aliviado.
—Muy bien, entonces dejémoslo y vamos a trabajar. Y así lo hicimos, pero me preparé para futuros disgustos suscribiéndome a la alerta diaria de Google con el nombre de Joseph. Y cuando llegaron las cinco, la certeza de mis muchas debilidades se extendía sobre mi felicidad como una mancha de aceite. Joe fue tan puntual como me había asegurado que sería, y no pareció darse cuenta de mi ánimo pensativo mientras bajábamos en un ascensor abarrotado. Más de una mujer le dirigió furtivas miradas, pero a mí no me importó mucho. Era muy atractivo; lo raro habría sido que no hubieran reparado en él.
Me cogió de la mano cuando pasamos los torniquetes y entrelazamos los dedos. Aquel sencillo gesto significó tanto para mí en aquella ocasión que le apreté un poco más. Pero debía tener cuidado. En el momento en que me mostrase agradecida de que pasara el tiempo conmigo sería el principio del fin. Si eso ocurría, ni yo me respetaría a mí misma ni él me respetaría tampoco.
9
Primero fuimos a la tienda de telefonía móvil. La encargada que nos atendió parecía muy susceptible al magnetismo de Joe. Se desvivía en cuanto él mostraba el menor interés en cualquier cosa, y enseguida se lanzaba dar detalladas explicaciones e invadía su espacio para hacerle demostraciones. Yo intentaba separarme de ellos y buscar a alguien que me atendiera a mí, pero Joe me agarraba de la mano y no dejaba que me separase de su lado. Luego discutimos sobre quién iba a pagar; parecía pensar que debía ser él, aunque el teléfono y la cuenta eran míos.
—Ya te has salido con la tuya al elegir el proveedor —señalé, apartando su tarjeta de crédito y empujando la mía para que la chica la cogiera.
—Porque es práctico. Al pertenecer a la misma red, las llamadas que me hagas son gratis. —Cambió las tarjetas hábilmente.
—Como no quites de ahí esa puta tarjeta, no te llamaré en absoluto. Eso sí funcionó, aunque era evidente que no le hacía ninguna gracia. Tendría que superarlo. Cuando volvimos al Bentley, parecía haber recuperado el humor.
—Ya puedes dirigirte al gimnasio, Angus —le dijo a su chófer, acomodándose en el asiento. Entonces sacó su smartphone del bolsillo. Grabó mi nuevo número en su lista de contactos; luego me cogió de las manos mi teléfono nuevo y programó mi lista con los números de teléfono de su casa, de su oficina y de sus móviles. Apenas había terminado cuando llegamos al JonasTrainer. Como era de esperar, aquel moderno gimnasio de tres plantas era el sueño de cualquier entusiasta de la salud. Me impresionó la elegancia y la máxima calidad de hasta el último rincón. Incluso el vestuario de mujeres era como sacado de una película de ciencia-ficción. Pero lo que realmente me puso la piel de gallina fue el mismísimo Joe cuando, al terminar de ponerme la ropa de deporte, me lo encontré esperándome en el pasillo. Él llevaba unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, lo cual me permitió ver por primera vez sus brazos y piernas desnudos. Me paré tan de repente que alguien que venía detrás se chocó conmigo. No sabía cómo disculparme; estaba demasiado ocupada devorando visualmente el cuerpo de Joe. Tenía unas piernas tonificadas y vigorosas, perfectamente proporcionadas a sus esbeltas caderas y cintura. Se me hacía la boca agua cuando le miraba los brazos. Tenía unos bíceps delineados a la perfección, y las gruesas venas que le recorrían los antebrazos le daban un aspecto brutal y endemoniadamente sexy al mismo tiempo. Llevaba el pelo recogido atrás, lo que hacía resaltar la definición del cuello, las mandíbulas y los rasgos esculturales de su rostro. ¡Dios! Conocía a aquel hombre íntimamente. No acababa de asimilarlo, no con la prueba irrefutable de su excepcional belleza allí delante. Y estaba mirándome con el ceño fruncido. Separándose de la pared donde había estado apoyado, vino hacia mí, luego me rodeó. Me recorrió con los dedos el estómago y la espalda desnudos según daba la vuelta, poniéndome la carne de gallina. Cuando se detuvo delante de mí, le eché los brazos al cuello y le incliné hacia mí para plantarle un sonoro y juguetón beso en la boca.
—¿Pero qué demonios llevas puesto? —preguntó, ligeramente apaciguado por mi entusiástico recibimiento.
—Ropa.
—Pareces desnuda con ese top.
—Creía que te gustaba desnuda. —En mi fuero interno estaba muy satisfecha con la elección que había hecho aquella misma mañana antes de saber que él me acompañaría. La parte superior consistía en un triángulo con tiras largas en los hombros y las costillas que se sujetaban con Velcro y que podía llevarse de diversas maneras, lo cual permitía determinar en qué punto necesitaban los pechos un mayor soporte. Estaba especialmente diseñado para mujeres curvilíneas, y era el primer top que había tenido que evitaba que fuera por ahí rebotando. A lo que Joe ponía peros era al color carne, que hacía juego con las rayas de los pantalones negros de yoga que llevaba.
—Me gustas desnuda en privado —dijo entre dientes—. Tendré que estar contigo cada vez que vengas al gimnasio.
—No me quejaré, puesto que me encanta la vista que tengo delante en este momento. —Y además, de alguna manera perversa me excitaba que se mostrase posesivo después del dolor que me había ocasionado su abandono del sábado por la noche. Una muestra de dos extremos muy diferentes, la primera de muchas, estaba segura.
—Terminemos con esto. —Me agarró de la mano y me alejó de los vestuarios, a la vez que cogía dos toallas con logo de un montón junto al que pasamos—. Quiero echarte un polvo.
—Quiero que me echen un polvo.
—¡Joder, _______! —Me agarraba con tanta fuerza que me hacía daño—. ¿Adónde vamos? ¿Pesas? ¿Máquinas? ¿Cintas?
—A las cintas. Me apetecer correr un poco. Me llevó en esa dirección. Vi cómo las mujeres le seguían con la mirada, y luego con los pies. Querían estar en la parte del gimnasio donde estuviera él, y no podía culparlas. Yo también me moría por verle en acción. Cuando llegamos a las aparentemente interminables filas de cintas de correr y bicicletas, nos encontramos con que no había dos cintas libres contiguas. Joe se acercó a un hombre que tenía una libre a cada lado.
—Le estaría muy agradecido si se corriera una más allá. El tipo me miró y sonrió.
—Sí, claro.
—Muchas gracias. Joe se subió a la cinta del hombre y me hizo un gesto para que me subiera a la de al lado. Antes de que programara su ejercicio, me incliné hacia él.
—No quemes mucha energía —susurré—. La primera vez te quiero en la postura del misionero. Hace tiempo que fantaseo con la idea de tenerte encima follándome con todas tus fuerzas. Sus ojos me taladraron.
—__________, ni te imaginas. Casi mareada sólo de pensarlo y con una agradable sensación de poderío femenino, me subí en la cinta y empecé a caminar a paso ligero. Mientras calentaba, puse mi iPod para que reprodujera canciones al azar, y cuando sonó «SexyBack», de Justin Timberlake, apreté el paso y fui a por todas. Para mí correr era un ejercicio tanto físico como mental. A veces deseaba que corriendo deprisa pudiera alejarme de todo aquello que me atormentaba. Al cabo de veinte minutos aflojé el ritmo, luego paré, aventurándome finalmente a echar un vistazo a Joe, que corría con la fluidez de una maquinaria bien engrasada. Estaba viendo la CNN en las pantallas de arriba, pero me dedicó una rápida sonrisa mientras me secaba el sudor de la cara. Bebí agua de la botella mientras me dirigía a las máquinas, y elegí una desde la que podía verle. Siguió corriendo hasta los treinta minutos; luego fue a hacer pesas, sin perderme de vista en ningún momento. Mientras hacía ejercicio rápida y eficientemente, no pude por menos de pensar en lo viril que era. Claro que yo conocía muy bien lo que había en aquellos pantalones cortos, pero, pese a todo, era un hombre que trabajaba detrás de una mesa y no obstante se mantenía en perfecto estado de forma. Cuando cogí una pelota para hacer unos abdominales, se acercó a mí uno de los monitores. Como cabría esperar de un gimnasio de primer orden, era guapo y con un físico muy agraciado.
—Hola —me saludó, con una sonrisa de estrella de cine que exhibía unos perfectos dientes blancos. Tenía el pelo castaño oscuro y los ojos casi del mismo color—. Eres nueva, ¿no? No te había visto antes por aquí.
—Sí, es la primera vez que vengo.
—Soy Daniel. —Alargó la mano, y yo le dije mi nombre—. ¿Encuentras todo lo que necesitas,______?
—Hasta ahora sí, gracias.
—¿De qué sabor has elegido el batido de frutas? Fruncí el ceño.
—¿Perdona?
—El batido que dan con la demostración gratuita. —Cruzó los brazos y se le marcaron sus enormes bíceps en las estrechas mangas del polo de su uniforme—. ¿No te dieron uno en el bar cuando te apuntaste? Se supone que tienen que dártelo.
—Ah, bueno. —Me encogí de hombros tímidamente, pensando que era un bonito detalle de todas formas—. No me han hecho la demostración habitual.
—¿Te han enseñado las instalaciones? Si no, puedo hacerlo yo. —Me tocó el codo ligeramente y me señaló las escaleras—. También tienes derecho a una hora de entrenamiento personal. Podríamos hacerlo esta tarde o quedar para un día de esta semana. Y estaría encantado de acompañarte al bar de comida saludable y tachar eso de la lista también.
—La verdad es que no puedo. —Arrugué la nariz—. No soy miembro.
—Ah. —Me hizo un guiño—. Has venido con un pase temporal. Está bien. No se puede esperar que tomes una decisión sin tener un conocimiento completo. Pero te aseguro que JonasTrainer es el mejor gimnasio de Manhattan. Joe apareció detrás de Daniel.
—El conocimiento completo está incluido —dijo, dando la vuelta para ponerse detrás de mí y agarrarme por la cintura— cuando se es la novia del dueño. La palabra novia reverberó en mi interior, provocando que un torrente de adrenalina inundara mi organismo. Aún estaba asimilando que tuviéramos ese nivel de compromiso, pero eso no me impidió pensar que la denominación sonaba bien.
—Señor Jonas. —Daniel se enderezó y retrocedió un paso, luego alargó la mano—. Es un honor conocerle.
—Daniel me tiene entusiasmada con este lugar —le dije a Joe cuando se estrechaban la mano.
—Creí que ya lo había hecho yo. —Tenía el pelo húmedo de sudor y olía a gloria. No sabía que un hombre sudoroso pudiera oler tan bien. Deslizó las manos por mis brazos y noté sus labios en la coronilla.
—Vámonos. Hasta luego, Daniel. Yo le dije adiós con la mano según nos íbamos.
—Gracias, Daniel.
—Cuando quiera.
—Ya, ya —masculló Joe—. No dejaba de mirarte las tetas.
—Son unas "tetas" muy bonitas. Emitió un tenue gruñido. Yo me aguanté la risa. Me dio un azote en el trasero lo bastante fuerte como para hacerme dar un paso delante y dejarme un escozor incluso a través de los pantalones.
—Esa maldita tirita que tú llamas camisa no deja mucho a la imaginación. No tardes mucho en ducharte. No vas a tardar en sudar otra vez.
—Un momento. —Le cogí del brazo antes de que pasara de largo por el vestuario de mujeres camino del de los hombres—. ¿Te desagradaría que te dijera que no quiero que te duches? ¿Si te dijera que me gustaría encontrar un lugar cercano donde pudiera saltar sobre ti mientras estás sudando? Joe apretó la mandíbula y su mirada se nubló peligrosamente.
—Estoy empezando a preocuparme por tu seguridad,_______. Coge tus cosas. Hay un hotel a la vuelta de la esquina. No nos cambiamos de ropa ninguno de los dos y a los cinco minutos estábamos fuera. Joe caminaba con paso enérgico y yo me daba prisa para seguirle el ritmo. Cuando de repente se paró, se dio la vuelta y me echó hacia atrás con un beso ardiente y apasionado en la abarrotada acera, me quedé tan anonadada que no pude hacer nada. Aquella gozosa fusión de nuestras bocas, llena de pasión y dulce espontaneidad, hizo que me doliera el corazón. A nuestro alrededor la gente rompió a aplaudir. Cuando me enderezó, estaba mareada y sin respiración.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté entrecortadamente.
—Un preludio. —Reanudó la carrera al hotel más cercano, del que no pude ni ver el nombre, cuando entramos a toda prisa delante del portero y derechos a los ascensores. Me di cuenta de que la propiedad era una de las de Joe incluso antes de que el director le saludara por su nombre en el momento en que se cerraban las puertas del ascensor.
Joe dejó caer la bolsa de deporte en el suelo del ascensor, se afanó en desentrañar cómo quitarme el top deportivo. Estaba yo dándole manotadas para que me dejara cuando se abrieron las puertas y él cogió la bolsa. No había nadie esperando en nuestra planta ni nadie en el pasillo. De alguna parte sacó una llave maestra, e instantes después estábamos en una habitación. Me abalancé sobre él, metiéndole las manos por debajo de la camiseta para sentir su piel húmeda y la dureza de sus músculos.
—Desnúdate. Pero ¡ya! Se reía mientras se quitaba las deportivas con la puntera y se sacaba la camiseta por la cabeza. ¡Dios mío!... verle en carne y hueso... —todo él, al caerle al suelo los pantalones cortos— fue un cortocircuito sináptico. No había ni un solo gramo de carne en ninguna parte, sólo duros bloques de afilado músculo. Tenía unos abdominales perfectos y aquella V de músculo súper sexy de la pelvis que Cary llamaba el Lomo de Apolo. Joe no se depilaba el pecho como hacía Cary, pero se notaba que ponía en él el mismo cuidado que en el resto de su cuerpo. Era un varón en toda regla, la personificación de todo lo que codiciaba, con lo que fantaseaba y lo que deseaba.
—Me he muerto y estoy en el cielo —dije, mirando sin disimulo.
—Tú sigues vestida. —La emprendió con mi ropa, arrancándome el top sin que me diera tiempo a respirar. Tiró de mis pantalones y yo me quité las deportivas a patadas, con tanta prisa que perdí el equilibrio y me caí en la cama. Apenas había recuperado el aliento cuando ya le tenía encima. Rodamos por el colchón hechos un revoltijo. Por donde me tocaba iba dejando estelas de fuego. El olor limpio y natural de su piel se convirtió de inmediato en un embriagador afrodisíaco que espoleó mi deseo hasta la locura.
—Eres guapísima,_______. —Me plantó una mano en un pecho y a continuación empezó a comerme el pezón. Grité al sentir aquel calor abrasador y el azote de su lengua, notando cómo me tensaba en lo más íntimo con cada suave lametón. Deslizaba mis codiciosas manos por su piel húmeda de sudor, acariciando y apretando, buscando los puntos que le hacían aullar y gemir. Entrelacé mis piernas con las suyas para intentar darle la vuelta, pero pesaba demasiado y era demasiado fuerte. Levantó la cabeza y me sonrió.
—Esta vez me toca a mí. Lo que sentía por él en aquel momento, viendo aquella sonrisa y aquel fuego en sus ojos, era tan intenso que dolía. Demasiado rápido, pensé. Estaba cayendo muy deprisa.
—Joe... Me besó profundamente, lamiéndome la boca de aquella forma tan suya. Pensé que podría conseguir que me corriera con un simple beso, si ambos le dedicábamos el tiempo suficiente. Todo en él me excitaba, desde cómo le veía y le sentía yo bajo mis manos hasta la forma en que me miraba y me tocaba. Lo que codiciosa y calladamente exigía de mi cuerpo, la intensidad con que me daba placer y obtenía el suyo a cambio, me volvía loca. Pasé las manos por su sedoso pelo húmedo. El vello crespo de su pecho me atormentaba los pezones erectos, y el contacto de su cuerpo, duro como una piedra, con el mío bastaba para ponerme húmeda y anhelante.
—Me encanta tu cuerpo —susurró, desplazando los labios desde mi mejilla hasta la garganta. Con una mano me acariciaba el torso desde el pecho a la cadera—. No me sacio de él.
—Tampoco has tenido oportunidad —me burlé.
—Creo que nunca podré saciarme. —Mordisqueando y lamiéndome el hombro, descendió hasta cogerme el otro pezón entre los dientes. Tiró de él, y el pequeño ramalazo de dolor hizo que se me arqueara la espalda con un tenue grito—. Nunca he deseado nada tanto.
—¡Házmelo, entonces!
—Todavía no —murmuró, deslizándose hacia abajo, rodeándome el ombligo con su lengua—. Aún no estás lista.
—¡Qué! ¡Oh, Dios!... No puedo estarlo más. Le tiré del pelo, intentando que subiera. Joe me cogió de las muñecas y me las sujetó contra el colchón. —Tienes un coño pequeño y apretado, __________. Te haré daño si no ablandas y te relajas.
Sentí un violento estremecimiento de excitación. Me encendía cuando hablaba tan abiertamente de sexo. Entonces volvió a deslizarse hacia abajo y me tensé.
—No, Joe. Tengo que ducharme para eso. Hundió la cabeza en mi hendidura y yo forcejeé para zafarme, y me ruboricé, avergonzada de repente. Me pellizcó en la cara interior del muslo con los dientes.
—Para ya.
—No, por favor. No tienes que hacerlo. Su furibunda mirada apaciguó mis frenéticos movimientos.
—¿Crees que tengo un sentimiento hacia tu cuerpo diferente del que tienes tú hacia el mío? —preguntó con aspereza—. Te deseo,______. Me lamí los labios resecos, tan sumamente enardecida por su deseo animal que no pude articular palabra. Gruñó suavemente y se sumergió en busca de la carne resbaladiza de entre mis piernas. Me introdujo la lengua, lamiendo y separando los sensibles pliegues. Mis caderas se agitaban nerviosas; mi cuerpo, en silencio, pedía más. Era una sensación tan increíble que podría haber llorado.
—¡Joder, ________! Llevo queriendo comerte el coño desde el día en que te conocí. Mientras la suavidad aterciopelada de su lengua vibraba sobre mi clítoris hinchado, yo hincaba la cabeza en la almohada.
—Sí. Así. Haz que me corra. Lo hizo, succionando de la manera más delicada y con un lametón enérgico. Me retorcía con las sacudidas del orgasmo, tensándome en lo más íntimo, temblándome las extremidades. Me clavó la lengua en el sexo mientras se convulsionaba, estremeciéndose con aquella penetración superficial, queriendo que entrara más adentro. Sus gemidos vibraban contra mi carne inflamada, haciendo que el clímax se prolongara. Se me saltaron las lágrimas y me rodaron hacia las sienes, el placer físico estaba destruyendo el muro que contenía mis sentimientos. Y Joe no se detuvo. Rodeó la trémula entrada de mi cuerpo con la punta de la lengua y empezó a lamer mi clítoris palpitante hasta que me aceleré otra vez. Me introdujo dos dedos que se retorcían y me acariciaban. Estaba tan sensible que me revolvía contra las embestidas. Cuando acercó los labios a mi clítoris y empezó a lamerme con movimientos rítmicos y regulares, volví a correrme, gritando con voz ronca. Luego me introdujo tres dedos, retorciéndolos y abriéndome.
—No. —Sacudí la cabeza de un lado a otro; me ardía y me cosquilleaba cada centímetro de mi piel—. No más.
—Una vez más —me engatusó con la voz quebrada—. Una vez más y después te follaré.
—No puedo...
—Sí que podrás. —Sopló, lanzándome una lenta corriente de aire en mi carne húmeda, y aquel frescor sobre mi enfebrecida piel volvió a despertar las sensibles terminaciones nerviosas—. Me encanta ver cómo te corres,_________. Me encanta oír los ruidos que haces, cómo se estremece tu cuerpo... Me masajeó un punto delicado de mi interior y me vino otro orgasmo en forma de lenta y ardiente delicia, no menos devastador, por ser más leve, que los dos anteriores. Noté que su peso y su calor me abandonaban. En algún rincón de mi confundida mente, oí que se abría un cajón, seguido rápidamente del ruido que hace el papel de aluminio al rasgarse. El colchón se hundió al regresar él, y ahora, con manos rudas, me colocó en el centro de la cama. Se puso encima de mí, sujetándome, colocando los antebrazos por fuera de mis bíceps y apretándolos hacia los lados, apresándome.
Miraba fascinada la austera belleza de su rostro. El deseo le endurecía los rasgos, tensa la piel de los pómulos y la mandíbula. Tenía los ojos tan oscuros y dilatados que se veían negros, y se supone que estaba contemplando la cara de un hombre que había sobrepasado los límites de su control. Para mí era importante que él hubiera llegado hasta allí en beneficio mío y que lo hubiera hecho para satisfacerme y prepararme para lo que suponía que sería una dura cabalgada. Me aferré a la colcha, cada vez más expectante. Se había asegurado de que yo me llevaba lo mío una y otra vez. Ésta era para él.
—Fóllame —le ordené, desafiándole con los ojos.
—_________. —Soltó mi nombre al embestirme, hundiéndose hasta el fondo en una única y feroz arremetida. Di un grito ahogado. Era enorme, dura como una piedra y muy profunda. La conexión era asombrosamente intensa. Emocionalmente. Mentalmente. Nunca me había sentido tan completamente... tomada. Poseída. Nunca pensé que podría soportar estar inmovilizada durante una relación sexual, y menos con mi pasado siendo el que era, pero el total dominio que Joe ejercía de mi cuerpo aumentó mi deseo a un nivel exorbitante. Nunca había estado tan lanzada, lo cual parecía una locura después de lo que había experimentado con él hasta ese momento. Me apreté a él, gozando de la sensación de tenerle dentro, llenándome. Sus caderas se clavaban en las mías, empujaban como diciendo: ¿Me sientes? Estoy dentro de ti. Me perteneces. Su cuerpo entero se endureció, los músculos del pecho y los brazos se estiraban cuando salía hasta la punta. La rígida tensión de sus abdominales era el único aviso que me daba antes de estrellarse hacia delante. Con fuerza. Grité y su pecho resonó con un sonido profundo y primitivo.
—¡Dios!... ¡Qué sensación tan increíble! Agarrándome con más fuerza, empezó a follarme, clavándome las caderas en el colchón con unas embestidas feroces. De nuevo me inundó una oleada de placer, que me penetraba con cada empellón de su cuerpo en el mío. Así, pensé. Así es como te quiero. Hundió la cara en mi cuello y me sujetó con firmeza, hundiéndose rápidamente y con fuerza, diciendo, con la voz entrecortada, crudas y encendidas palabras de sexo que me volvían loca de deseo.
—Nunca había estado tan duro y tan lleno. Estoy tan dentro de ti... que lo noto contra el estómago... noto la polla clavándose en ti. Yo había dado por hecho que le tocaba a él; sin embargo, seguía conmigo, seguía concentrado en mí, moviendo las caderas para provocarme placer en lo más íntimo y sensible. Emití un tenue sonido de desvalimiento y su boca se posó sobre la mía. Le deseaba desesperadamente, le clavaba las uñas en sus bombeantes caderas, luchaba con el impulso de mecerme al ritmo de las feroces embestidas de su enorme polla. Estábamos empapados de sudor, la piel caliente y pegajosa, respirando trabajosamente. Cuando en mi interior se avecinó un orgasmo, como una tormenta, todo mi ser se tensó y apretó, exprimiendo. Él maldijo y me metió una mano por debajo de la cadera, agarrándome el trasero y levantándome hacia sus embestidas de manera que la punta de su polla pegaba una y otra vez en el punto que a él le dolía.
—Córrete,_______ —ordenó con aspereza—. Córrete ya. Alcancé el clímax como un torrente que me dejó sollozando su nombre, realzada y magnificada la sensación por la forma en que él retenía mi cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás, estremeciéndose. —¡Ah, ________! —Me estrechó con tanta fuerza que apenas podía respirar, subiendo y bajando las caderas mientras se vaciaba todo él. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos de aquella manera, uno encima del otro, con la boca en el hombro del otro, tratando de calmar y suavizar la garganta. Me palpitaba el cuerpo entero.
—¡Guau! —conseguí decir.
—Vas a matarme —murmuró él con los labios en mi mandíbula—. Vamos a terminar follándonos el uno al otro hasta morir.
—¿Yo? Yo no he hecho nada. —Me había controlado por completo, y ¿no había sido de lo más sexy?
—Respiras, que ya es bastante. Me reí y le abracé. Alcé la cabeza y él me acarició la nariz. —Vamos a comer algo y luego lo haremos otra vez. Enarqué las cejas.
—¿Puedes hacerlo otra vez?
—Toda la noche. —Giró las caderas y noté que seguía medio empalmado.
—Eres una máquina —le dije—. O un dios.
—Tú tienes la culpa. —Con un beso suave y dulce, se levantó. Se quitó el preservativo, lo envolvió en un pañuelo de papel que cogió de la mesilla y lo tiró todo a la papelera que había junto a la cama.
—Vamos a ducharnos y pediremos que nos suban la comida del restaurante. A menos que quieras bajar.
—No creo que pueda andar. El relámpago de su sonrisa hizo que se me parara el corazón durante unos instantes.
—Me alegro de no ser el único.
—Tienes buen aspecto.
—Me siento fenomenal. —Volvió a sentarse en el borde de la cama y me echó hacia atrás el pelo de la frente. Había dulzura en su cara, su sonrisa era cálida y afectuosa. Me pareció ver algo en su mirada y se me agarrotó la garganta ante la posibilidad. Me dio miedo.
—Dúchate conmigo —dijo, pasándome la mano por el brazo.
—Espera a que me encuentre y voy para allá.
—Vale. —Entró en el cuarto de baño, ofreciéndome una inmejorable panorámica de su escultural espalda y su perfecto trasero. Suspiré, apreciando, desde un punto de vista puramente femenino, aquel magnífico ejemplar de varón. Oí el agua de la ducha. Conseguí sentarme y deslizar las piernas a un lado de la cama, sintiéndome muy inestable. Me fijé en que el cajón de la mesilla estaba ligeramente abierto y a través de la abertura vi los condones. Se me puso un nudo en el estómago. El hotel era lo bastante exclusivo como para ser de los que proporcionan condones junto con la obligada Biblia. Con una mano temblorosa, abrí el cajón un poco más y encontré una considerable cantidad de profilácticos, además de un frasco de lubricante femenino y un gel espermicida. El corazón me latía desbocado otra vez. Recordé el recorrido, guiado por la lascivia, que nos llevó al hotel. Joe ni siquiera preguntó si había alguna habitación disponible.
Aunque dispusiera de una llave maestra, tendría que saber qué habitaciones estaban ocupadas antes de coger una... a menos que supiera de antemano que aquella habitación en particular estaría libre. Claramente era su suite, un picadero con todo lo necesario para pasárselo en grande con las mujeres que le servían a ese propósito en la vida. Cuando logré ponerme en pie y dirigirme hacia el armario, oí que se abría la puerta de cristal de la ducha en el cuarto de baño y a continuación se cerraba. Agarré los dos pomos de las puertas de lamas del armario de nogal, y las separé. Había una pequeña sección de ropa de hombre colgada de una barra metálica, camisas y pantalones de traje, así como vaqueros y chinos Me quedé helada y una tremenda tristeza arrasó con mi orgásmica euforia. Los cajones de la derecha contenían camisetas perfectamente dobladas, calzoncillos tipo bóxer y calcetines. El superior de la izquierda estaba lleno de juguetes eróticos aún sin estrenar. No quise mirar los cajones inferiores. Ya había visto suficiente. Me puse las bragas y cogí una de las camisas de Joe. Mientras me vestía, repasé mentalmente los pasos que había aprendido durante la terapia: Sácatelo. Cuéntale a tu pareja qué ha desencadenado esos sentimientos negativos. Afronta la reacción y trabaja en ella. Tal vez, si no hubiera estado tan alterada por mis sentimientos hacia Joe, podría haberlo hecho. Tal vez, si no acabáramos de haber vivido aquella experiencia sexual tan alucinante, me habría sentido menos desnuda y vulnerable. Nunca lo sabría. Pero me sentía ligeramente sucia, un poco utilizada y muy dolida. Aquel descubrimiento había sido un golpe atroz, y como una cría pequeña, deseaba devolverle el daño. Cogí los condones, el lubricante y los juguetes y los tiré encima de la cama. Luego, cuando oí que me llamaba con voz risueña y juguetona, cogí mi bolso y me marché.
Joe se pasó la mano por el pelo y dijo con aspereza:
—No hablarás en serio. De repente me sentía muy cansada, exhausta de luchar conmigo misma por su culpa.
—Sí que hablo en serio. Tú y yo... fue un error.
—No, el error estuvo en la forma en que yo llevé la situación después —replicó, con las mandíbulas crispadas. Me quedé sorprendida por la vehemencia de su protesta.
—No hablaba de sexo, Joseph, sino de mi conformidad con este absurdo acuerdo de «desconocidos con derecho a roce» que hay entre nosotros. Sabía que todo era una equivocación desde el principio. Debería haber hecho caso a mi intuición.
—_______, ¿tú quieres estar conmigo?
—No, eso es lo que...
—No de la manera de la que hablamos en el bar. Más que eso. Empecé a sentir palpitaciones.
—¿A qué te refieres?
—A todo. —Se separó de la barra y se acercó a mí—. Yo sí quiero estar contigo.
—Pues el sábado no lo parecía. —Me crucé de brazos.
—Estaba aturdido.
—¿Ah, sí? Yo también. Dirigió las manos a las caderas; luego, cruzó los brazos, como yo.
—Por Dios, _______... Le veía afectado y sentí un destello de esperanza.
—Si es eso todo lo que tienes que decir, hemos terminado.
—¡Y una mierda hemos terminado!
—Hemos llegado a un callejón sin salida, si cada vez que nos acostamos tú te vas a dedicar a hacerte pajas mentales. Era evidente que se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas.
—Estoy acostumbrado a llevar las riendas, lo necesito. Y tú me lo fastidiaste en la limusina; no me sentó bien.
—¿Ah, sí?
—_______, nunca he experimentado algo como aquello. No creía que me fuera posible. Y, ahora que lo conozco..., tengo que tenerlo, tengo que tenerte a ti.
—Joseph, es sólo sexo. Superestupendo, sí, pero eso no puede joderte la cabeza cuando las personas que intervienen no son adecuadas la una para la otra.
—Tonterías. He admitido que metí la pata y no puedo cambiar lo que ocurrió, pero estoy seguro como que la mierda termina meada de que quieres cortar conmigo por aquello. Expusiste tus normas y yo traté de adaptarme a ellas, pero tú no quieres hacer ni lo más mínimo por adaptarte a mí. Tenemos que encontrarnos a medio camino. —Tenía la cara rígida por la frustración—. Cede un poco, chica.
Le observé detenidamente, intentando comprender qué estaba haciendo y adónde quería llegar.
—¿Qué pretendes, Joseph? —le pregunté suavemente. Me sujetó la cara con la mano.
—Pretendo seguir sintiéndome como cuando estoy contigo. Sólo tienes que decirme lo que debo hacer. Y dame un margen de error. No he hecho esto nunca en mi vida, y siempre hay una fase de aprendizaje.
Le tanteé el corazón y comprobé que latía impetuosamente. Era impaciente y apasionado, y eso me encendía. ¿Cómo tenía que responderle? ¿Con la razón o con el corazón?
—¿Qué es lo que no has hecho nunca?
—Lo que sea necesario para pasar contigo el mayor tiempo posible. En la cama y fuera de la cama. Me invadió una absurda y poderosa ráfaga de placer.
—Joe, ¿eres consciente del tiempo y el esfuerzo que hacen falta en una relación? Yo ya estoy hecha polvo. Además, hay cosas personales de las que tengo que ocuparme, y está mi trabajo... mi madre, que es una trastornada... —le tapé la boca con la mano antes de que le diera tiempo a abrirla—, pero tú mereces la pena, y me derrito por ti, así que creo que no tengo alternativa ¿verdad?
—¡_______, maldita sea! —Joe me levantó en vilo, impulsándome con las manos desde el trasero para que le rodeara la cintura con las piernas. Me besó en la boca con fuerza y frotó su nariz contra la mía—. Encontraremos la manera.
—Lo dices como si fuera a resultar fácil. —Yo sabía de sobra que necesitaba mucho mantenimiento y él parecía que también.
—Lo fácil es aburrido. —Me llevó en brazos hasta la barra y me depositó en un taburete. Levantó el cubre-platos que tenía delante y apareció una enorme hamburguesa con queso y patatas fritas. Todavía estaba todo caliente, gracias a una placa térmica de granito que había debajo.
—Hmmm —exclamé, y me di cuenta del hambre que tenía. Después de hablar, había recuperado el apetito. Desdobló una servilleta y la puso en mi regazo al mismo tiempo que me daba un apretón en la rodilla; Luego, se sentó a mi lado.
—Entonces, ¿cómo lo hacemos?
—Pues la coges con las dos manos y te la llevas a la boca. Me dirigió una mirada divertida que me hizo sonreír. Era bueno sonreír. Era bueno estar con él. Normalmente lo era... durante un ratito. Le di un bocado a la comida y lancé una exclamación de gusto al percibir de lleno su sabor. Era una hamburguesa tradicional, pero me sabía a gloria.
—Está buena, ¿verdad?
—Muy buena. Puede que me convenga quedarme para mí sola un hombre que sabe tanto de hamburguesas. —Me limpié la boca y las manos—. ¿Qué tal aguantas las exclusividades? Dejó la hamburguesa a un lado y se quedó extrañamente quieto. No podía adivinar qué estaba pensando.
—Doy por sentado que va implícito en nuestro trato, pero, para que no haya dudas, te diré claramente que no puede haber otros hombres en tu vida, ________.
El tono tajante que empleó y su mirada glacial me dieron escalofríos. Joe tenía su lado oscuro. Yo había aprendido mucho tiempo atrás a descubrir y evitar a los hombres con sombras peligrosas en los ojos. Pero las alarmas no habían sonado con él como tal vez hubieran debido.
—¿Y mujeres puede haber? —pregunté, para relajar el ambiente.
—Sé que tu compañero de piso es bisexual. ¿Lo eres tú también?
—¿Te molestaría?
—Me molesta compartirte. No es una opción. Tu cuerpo me pertenece.
—¿Y el tuyo me pertenece a mí? ¿En exclusiva? Se le encendió la mirada.
—Sí, y espero que te aproveches mucho y con frecuencia. Bueno... en ese caso...
—Pero tú a mí me has visto desnuda —bromeé—. Tú sabes lo que te vas a llevar; yo, no. Me encanta lo que he visto hasta ahora, pero todavía falta.
—Podemos arreglarlo ahora mismo. La idea de que se desnudara para mí me hizo retorcerme en el asiento. Él se dio cuenta e hizo una mueca maliciosa.
—Mejor no lo hagas —dije muy a mi pesar—, que ya volví tarde al trabajo el viernes.
—Entonces esta noche.
—De acuerdo —contesté, tragando saliva.
—Procuraré estar libre a las cinco —dijo, y reanudó la comida, tan satisfecho de que ambos hubiéramos marcado mentalmente sexo alucinante para aquel día en nuestro calendario.
—No tienes por qué. —Abrí la mini botella de ketchup que había junto a mi plato—; tengo que ir al gimnasio después de trabajar.
—Iremos juntos.
—¿Ah, sí? —Puse la botella boca abajo y le di unos golpecitos en la base. Me la quitó de las manos y usó el cuchillo para servirme el ketchup.
—Será mejor que consuma un poco de energía antes de tenerte desnuda. Mañana querrás ser capaz de andar con normalidad. Le miré, estupefacta, por la naturalidad con que había dicho aquello y la cara de fingida pena que había puesto; algo me daba a entender que no hablaba completamente en broma. Mi sexo se contrajo ante aquella deliciosa perspectiva. Podía imaginarme a mí misma haciéndome adicta a Joseph Jonas. Comí unas cuantas patatas fritas pensando en otra persona que ya era adicta a Joe.
—Demetria puede suponer un problema para mí. Tragó un bocado de su hamburguesa acompañado de un sorbo de agua.
—Me contó que habían tenido una charla y que las cosas no fueron bien. Me tomé en serio las maquinaciones de Demetri y su hábil intentona de cortarme el paso. Debía tener mucho cuidado con ella y Joe tenía que hacer algo al respecto, o sea, cortar con ella. Punto.
—No, no fueron bien —admití—, pero es que no puedo agradecer mucho que me digan que tú no respetas a las mujeres que te tiras y que terminarías conmigo en cuanto me metieras la polla. Joe se quedó paralizado.
—¿Eso te dijo?
—Palabra por palabra. Y también que a ella la tienes reservada para el momento en que decidas sentar la cabeza.
—Así que eso te dijo. —Usó un tono bajo y lleno de frialdad. Se me hizo un nudo en el estómago, sabiendo que todo podía salir realmente bien o realmente mal, dependiendo de lo que Joe dijera inmediatamente después.
—¿No me crees?
—Claro que te creo.
—Ella podría ser un problema —repetí, porque quería insistir en aquello.
—No lo será. Yo hablaré con ella. Me fastidiaba la idea de que hablasen; me ponía enferma de celos. Entonces, se me ocurrió que ése era un tema que habría que poner sobre la mesa.
—Joseph...
—¿Qué? —Había terminado la hamburguesa y estaba dedicándose a las patatas fritas.
—Yo soy muy celosa; puedo llegar a la irracionalidad —jugueteé un poco tocando la hamburguesa con una patata—. Tal vez deberías tenerlo en cuenta, y también si quieres tratar con alguien como yo, que tiene conflictos de autoestima. Éste era uno de los peros cuando me invitaste a la cama por primera vez, que iba a trastornarme con tantas mujeres babeando por ti y que yo no tendría derecho a decir nada.
—Ahora sí tienes derecho.
—No me tomas en serio. —Sacudí la cabeza de lado a lado y le di otro mordisco a la hamburguesa.
—No he sido más serio en toda mi vida. —Me pasó un dedo por la comisura de la boca y le dio un lengüetazo a la pizca de salsa que había recogido—. No sólo tú puedes resultar posesiva; yo soy muy acaparador con lo que es mío. No lo dudé ni un instante.
Le di otro mordisco a la comida y me puse a pensar en la noche que teníamos por delante. Estaba impaciente hasta no poder más. Me moría por ver a Joe desnudo. Me moría por pasarle las manos y la boca por todo el cuerpo. Me moría por tener otra oportunidad de volverle loco. Y me apremiaba la necesidad de estar debajo de él, de sentir su peso, sus arremetidas dentro de mí, de notar que se corría frenética y profundamente en mis entrañas...
—Sigue pensando en eso —me dijo de pronto— y volverás tarde otra vez. Levanté las cejas en un gesto de asombro.
—¿Cómo sabes en qué estoy pensando?
—Cuando estás excitada, se te pone una mirada especial. Espero provocarte esa mirada tan a menudo como sea posible. —Joe tapó el plato y se levantó. Luego, sacó una tarjeta de visita y la dejó a mi lado. Vi que había escrito en el reverso los números de su teléfono móvil y del fijo de su casa—. Te parecerá una tontería decirte esto después de la conversación que hemos tenido, pero necesito el número de tu móvil.
—¡Ah, sí! —Me costó trabajo dejar atrás los pensamientos libidinosos—. Pero antes necesito comprarme uno. Está en la lista de cosas importantes que tengo que hacer.
—¿Qué pasó con el que usaste para mandarme mensajes la semana pasada? Arrugué la nariz, en una expresión de disgusto.
—Mi madre ha estado usándolo para rastrear mis movimientos por la ciudad. Se pasa un pelo... intentando protegerme.
—Ya entiendo. —Me acarició la mejilla con el dorso de los dedos—.Te referías a eso cuando decías que tu madre te acosaba.
—Sí, desgraciadamente.
—Bueno, pues nos ocuparemos de lo del teléfono a la salida del trabajo, antes de ir al gimnasio. Te conviene tenerlo por seguridad. Y, además, quiero poder llamarte cuando me apetezca. Dejé una cuarta parte de la hamburguesa porque ya no podía comer más, y me limpié la boca y las manos.
—Estaba deliciosa, gracias.
—De nada —se inclinó hacia mí y me besó brevemente en la boca—. ¿Necesitas ir al baño?
—Sí. Voy a sacar el cepillo de dientes que llevo en el bolso. Unos minutos después, me encontraba de pie en un cuarto de baño escondido tras una puerta que combinaba a la perfección con los paneles de caoba que había detrás de las pantallas planas. Nos cepillamos los dientes uno al lado del otro ante el doble lavabo y cruzamos las miradas en el espejo. Era una escena muy doméstica, muy normal, y aun así nos llenaba de placer.
—Te acompañaré hasta abajo —me dijo, dirigiéndose al perchero. Yo iba siguiéndole, pero me desvié al pasar cerca de su mesa. Me acerqué a ella y puse la mano en el espacio vacío que quedaba delante de la silla.
—¿Es aquí donde pasas la mayor parte del día?
—Sí. —Le vi ponerse la chaqueta y me dieron ganas de morderle, tan apetecible me resultaba. En vez de eso, me senté sobre la mesa. Según mi reloj me quedaban cinco minutos, el tiempo justo para volver a mi puesto, pero no pude resistir la tentación de ejercer mis nuevos derechos.
—Siéntate —le pedí, señalándole la silla. Hizo un gesto de sorpresa, pero no discutió y se acomodó en la silla. Separé las piernas y le hice señas con el dedo para que se aproximara.
—Más cerca. Se echó hacia delante, llenando el espacio que quedaba entre mis muslos. Me abrazó por las caderas y me miró.
—_______, un día de éstos te voy a follar aquí mismo.
—Sólo un beso por ahora —susurré, inclinándome para besarle. Apoyé las manos en sus hombros y le pasé la lengua por los labios; luego la introduje en su boca y le acaricié con delicadeza. Gimiendo, ahondó el beso, comiéndome la boca de una manera que me dejó dolorida y húmeda.
—Un día de éstos —repetí yo pegada a sus labios— me pongo de rodillas debajo de esta mesa y te chupo todo. A lo mejor mientras estás hablando por teléfono y juegas con tus millones como si fuera al Monopoly. Usted, señor Jonas, pasará de la casilla Go y recogerá sus doscientos dólares. Su boca se curvó contra la mía.
—Ya sé lo que va a pasar. Me vas a hacer perder la cabeza y correrme en cualquier parte posible de tu duro y sexy cuerpo.
—¿Estás quejándote?
—Se me está haciendo la boca agua, cielo. Aquella palabra me desconcertó, aunque me pareció muy dulce. —¿Cielo? Asintió con una especie de canturreo, y me besó.
Resultaba increíble lo decisiva que podía ser una hora. Salí del despacho de Joe con un estado de ánimo completamente distinto al de cuando entré. El contacto de su mano en la parte baja de mi espalda me hacía disfrutar por anticipado en vez de sentirme amargada como cuando llegué allí. Le dije adiós a Scott con la mano y le dediqué una sonrisa radiante a la nada sonriente recepcionista.
—Creo que no le gusto —le dije a Joe mientras esperábamos al ascensor. —¿A quién?
—A tu recepcionista. Echó un vistazo hacia allá, y a la pelirroja se le iluminó la cara.
—Bueno —murmuré—, tú sí le gustas.
—Yo le garantizo el sueldo. Hice un mohín.
—Sí, seguro que es eso. Apuesto a que no tiene nada que ver con que seas el hombre más sexy de la tierra.
—¿Lo soy en este momento? —Me sujetó contra la pared, con una mirada ardiente. Le toqué el abdomen y, al notar cómo se endurecían las líneas de su firme musculatura, me mordí el labio inferior.
—Sólo era una observación.
—A mí me gustas. —Con las manos contra la pared, a ambos lados de mi cabeza, bajó la boca hasta la mía y me besó dulcemente.
—Tú a mí también, pero ¿eres consciente de que estás en el trabajo?
—¿Y de qué sirve ser jefe si no puedes hacer lo que te dé la gana?
—Humm... Cuando llegó un ascensor, me agaché por debajo de un brazo de Joe y entré. Él me siguió y, como un depredador, me sujetó por detrás para atraerme hacia él. Metió las manos en los bolsillos delanteros de mi chaqueta y tiró de ellos hasta los huesos de las caderas, manteniéndome inmovilizada. La calidez de su contacto, tan próximo al punto donde más rabiaba yo por él, era toda una tortura. En venganza, moví el culo contra él y sonreí cuando le oí respirar fuerte y noté que tenía una erección.
—Pórtate bien —me regañó con cierta brusquedad—, tengo una reunión dentro de quince minutos.
—¿Pensarás en mí cuando estés sentado a tu mesa?
—Sin duda alguna. Y tú vas a pensar en mí cuando estés sentada a la tuya. Es una orden, señorita Tramell. Dejé caer la cabeza hacia atrás, contra su pecho, encantada con el tono autoritario de su voz.
—No podría ser de otro modo, señor Jonas, teniendo en cuenta cómo pienso en ti dondequiera que esté. Salimos juntos al llegar al vigésimo piso.
—Gracias por comer conmigo.
—Creo que eso me toca a mí decirlo. —Me alejé un poco—. Hasta luego, Oscuro y Peligroso. Se sorprendió al oír el apodo que le había puesto.
—A las cinco. No me hagas esperar. Llegó uno de los ascensores de la izquierda. Megumi salió de él y Joe entró, su mirada fija en la mía hasta que se cerraron las puertas.
—¡Woo! —exclamó Megumi—, qué suerte. Me muero de envidia. No se me ocurrió nada que decir. Todavía era todo muy reciente y tenía miedo de gafarlo. En el fondo de mi alma sabía que aquellos sentimientos de felicidad no podían durar mucho. Todo iba demasiado bien. Corrí a mi mesa y me puse a trabajar.
—__________—levanté la mirada y vi a Mark en el umbral de su despacho—, ¿puedo hablar contigo un minuto?
—Por supuesto —cogí la tableta, a pesar de que el tono de su voz y la expresión adusta que tenía me decían que no iba a necesitarlo. Cuando Mark cerró la puerta a mis espaldas, aumentaron mis temores—. ¿Va todo bien?
—Sí. —Esperó hasta que me senté y después ocupó la silla que estaba a mi lado, en vez de la de su escritorio—. No sé cómo decir esto...
—Sólo dilo. Supongo que lo entenderé. Me miró con ojos compasivos y un cierto sonrojo.
—No me corresponde a mí interferir; sólo soy tu jefe y eso comporta unos límites, pero voy a traspasarlos porque me caes bien,________, y quiero que trabajes aquí durante mucho tiempo. Se me encogió el corazón.
—Qué bien, porque me encanta mi trabajo.
—Vale, vale, me alegro —me dirigió una sonrisa fugaz—. Bueno... que tengas cuidado con Jonas, ¿de acuerdo? Me alarmé ante el rumbo que tomaba la conversación.
—De acuerdo.
—Es brillante, rico y sexy, así que comprendo que te atraiga. Con todo lo que yo quiero a Steven, todavía me pongo nervioso cerca de Jonas. Tiene mucho gancho. —Mark hablaba deprisa y gesticulaba con evidente turbación—. Tampoco me extraña que se interese por ti: eres guapa, inteligente, sincera, atenta... podría seguir así un buen rato porque eres estupenda.
—Gracias —contesté en voz baja, con la esperanza de que no se me viera tan mal como yo me sentía. Aquella especie de advertencia por parte de un amigo, y el que otra gente pensara de mi que sólo era otra chica-de-la-semana, eran la clase de cosas que hacían mella en mi inseguridad.
—Es que no quiero que te hagan daño —dijo entre dientes, y parecía estar pasándolo tan mal como yo—. En parte es por egoísmo, lo admito. No quiero perder a una ayudante magnífica porque no quiera trabajar en un edificio cuyo propietario es un ex.
—Mark, significa mucho para mí que te preocupes y que me consideres valiosa, pero no tienes que preocuparte por mí. Ya soy mayorcita. Además, nada va hacer que deje este empleo. Respiró aliviado.
—Muy bien, entonces dejémoslo y vamos a trabajar. Y así lo hicimos, pero me preparé para futuros disgustos suscribiéndome a la alerta diaria de Google con el nombre de Joseph. Y cuando llegaron las cinco, la certeza de mis muchas debilidades se extendía sobre mi felicidad como una mancha de aceite. Joe fue tan puntual como me había asegurado que sería, y no pareció darse cuenta de mi ánimo pensativo mientras bajábamos en un ascensor abarrotado. Más de una mujer le dirigió furtivas miradas, pero a mí no me importó mucho. Era muy atractivo; lo raro habría sido que no hubieran reparado en él.
Me cogió de la mano cuando pasamos los torniquetes y entrelazamos los dedos. Aquel sencillo gesto significó tanto para mí en aquella ocasión que le apreté un poco más. Pero debía tener cuidado. En el momento en que me mostrase agradecida de que pasara el tiempo conmigo sería el principio del fin. Si eso ocurría, ni yo me respetaría a mí misma ni él me respetaría tampoco.
9
Primero fuimos a la tienda de telefonía móvil. La encargada que nos atendió parecía muy susceptible al magnetismo de Joe. Se desvivía en cuanto él mostraba el menor interés en cualquier cosa, y enseguida se lanzaba dar detalladas explicaciones e invadía su espacio para hacerle demostraciones. Yo intentaba separarme de ellos y buscar a alguien que me atendiera a mí, pero Joe me agarraba de la mano y no dejaba que me separase de su lado. Luego discutimos sobre quién iba a pagar; parecía pensar que debía ser él, aunque el teléfono y la cuenta eran míos.
—Ya te has salido con la tuya al elegir el proveedor —señalé, apartando su tarjeta de crédito y empujando la mía para que la chica la cogiera.
—Porque es práctico. Al pertenecer a la misma red, las llamadas que me hagas son gratis. —Cambió las tarjetas hábilmente.
—Como no quites de ahí esa puta tarjeta, no te llamaré en absoluto. Eso sí funcionó, aunque era evidente que no le hacía ninguna gracia. Tendría que superarlo. Cuando volvimos al Bentley, parecía haber recuperado el humor.
—Ya puedes dirigirte al gimnasio, Angus —le dijo a su chófer, acomodándose en el asiento. Entonces sacó su smartphone del bolsillo. Grabó mi nuevo número en su lista de contactos; luego me cogió de las manos mi teléfono nuevo y programó mi lista con los números de teléfono de su casa, de su oficina y de sus móviles. Apenas había terminado cuando llegamos al JonasTrainer. Como era de esperar, aquel moderno gimnasio de tres plantas era el sueño de cualquier entusiasta de la salud. Me impresionó la elegancia y la máxima calidad de hasta el último rincón. Incluso el vestuario de mujeres era como sacado de una película de ciencia-ficción. Pero lo que realmente me puso la piel de gallina fue el mismísimo Joe cuando, al terminar de ponerme la ropa de deporte, me lo encontré esperándome en el pasillo. Él llevaba unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, lo cual me permitió ver por primera vez sus brazos y piernas desnudos. Me paré tan de repente que alguien que venía detrás se chocó conmigo. No sabía cómo disculparme; estaba demasiado ocupada devorando visualmente el cuerpo de Joe. Tenía unas piernas tonificadas y vigorosas, perfectamente proporcionadas a sus esbeltas caderas y cintura. Se me hacía la boca agua cuando le miraba los brazos. Tenía unos bíceps delineados a la perfección, y las gruesas venas que le recorrían los antebrazos le daban un aspecto brutal y endemoniadamente sexy al mismo tiempo. Llevaba el pelo recogido atrás, lo que hacía resaltar la definición del cuello, las mandíbulas y los rasgos esculturales de su rostro. ¡Dios! Conocía a aquel hombre íntimamente. No acababa de asimilarlo, no con la prueba irrefutable de su excepcional belleza allí delante. Y estaba mirándome con el ceño fruncido. Separándose de la pared donde había estado apoyado, vino hacia mí, luego me rodeó. Me recorrió con los dedos el estómago y la espalda desnudos según daba la vuelta, poniéndome la carne de gallina. Cuando se detuvo delante de mí, le eché los brazos al cuello y le incliné hacia mí para plantarle un sonoro y juguetón beso en la boca.
—¿Pero qué demonios llevas puesto? —preguntó, ligeramente apaciguado por mi entusiástico recibimiento.
—Ropa.
—Pareces desnuda con ese top.
—Creía que te gustaba desnuda. —En mi fuero interno estaba muy satisfecha con la elección que había hecho aquella misma mañana antes de saber que él me acompañaría. La parte superior consistía en un triángulo con tiras largas en los hombros y las costillas que se sujetaban con Velcro y que podía llevarse de diversas maneras, lo cual permitía determinar en qué punto necesitaban los pechos un mayor soporte. Estaba especialmente diseñado para mujeres curvilíneas, y era el primer top que había tenido que evitaba que fuera por ahí rebotando. A lo que Joe ponía peros era al color carne, que hacía juego con las rayas de los pantalones negros de yoga que llevaba.
—Me gustas desnuda en privado —dijo entre dientes—. Tendré que estar contigo cada vez que vengas al gimnasio.
—No me quejaré, puesto que me encanta la vista que tengo delante en este momento. —Y además, de alguna manera perversa me excitaba que se mostrase posesivo después del dolor que me había ocasionado su abandono del sábado por la noche. Una muestra de dos extremos muy diferentes, la primera de muchas, estaba segura.
—Terminemos con esto. —Me agarró de la mano y me alejó de los vestuarios, a la vez que cogía dos toallas con logo de un montón junto al que pasamos—. Quiero echarte un polvo.
—Quiero que me echen un polvo.
—¡Joder, _______! —Me agarraba con tanta fuerza que me hacía daño—. ¿Adónde vamos? ¿Pesas? ¿Máquinas? ¿Cintas?
—A las cintas. Me apetecer correr un poco. Me llevó en esa dirección. Vi cómo las mujeres le seguían con la mirada, y luego con los pies. Querían estar en la parte del gimnasio donde estuviera él, y no podía culparlas. Yo también me moría por verle en acción. Cuando llegamos a las aparentemente interminables filas de cintas de correr y bicicletas, nos encontramos con que no había dos cintas libres contiguas. Joe se acercó a un hombre que tenía una libre a cada lado.
—Le estaría muy agradecido si se corriera una más allá. El tipo me miró y sonrió.
—Sí, claro.
—Muchas gracias. Joe se subió a la cinta del hombre y me hizo un gesto para que me subiera a la de al lado. Antes de que programara su ejercicio, me incliné hacia él.
—No quemes mucha energía —susurré—. La primera vez te quiero en la postura del misionero. Hace tiempo que fantaseo con la idea de tenerte encima follándome con todas tus fuerzas. Sus ojos me taladraron.
—__________, ni te imaginas. Casi mareada sólo de pensarlo y con una agradable sensación de poderío femenino, me subí en la cinta y empecé a caminar a paso ligero. Mientras calentaba, puse mi iPod para que reprodujera canciones al azar, y cuando sonó «SexyBack», de Justin Timberlake, apreté el paso y fui a por todas. Para mí correr era un ejercicio tanto físico como mental. A veces deseaba que corriendo deprisa pudiera alejarme de todo aquello que me atormentaba. Al cabo de veinte minutos aflojé el ritmo, luego paré, aventurándome finalmente a echar un vistazo a Joe, que corría con la fluidez de una maquinaria bien engrasada. Estaba viendo la CNN en las pantallas de arriba, pero me dedicó una rápida sonrisa mientras me secaba el sudor de la cara. Bebí agua de la botella mientras me dirigía a las máquinas, y elegí una desde la que podía verle. Siguió corriendo hasta los treinta minutos; luego fue a hacer pesas, sin perderme de vista en ningún momento. Mientras hacía ejercicio rápida y eficientemente, no pude por menos de pensar en lo viril que era. Claro que yo conocía muy bien lo que había en aquellos pantalones cortos, pero, pese a todo, era un hombre que trabajaba detrás de una mesa y no obstante se mantenía en perfecto estado de forma. Cuando cogí una pelota para hacer unos abdominales, se acercó a mí uno de los monitores. Como cabría esperar de un gimnasio de primer orden, era guapo y con un físico muy agraciado.
—Hola —me saludó, con una sonrisa de estrella de cine que exhibía unos perfectos dientes blancos. Tenía el pelo castaño oscuro y los ojos casi del mismo color—. Eres nueva, ¿no? No te había visto antes por aquí.
—Sí, es la primera vez que vengo.
—Soy Daniel. —Alargó la mano, y yo le dije mi nombre—. ¿Encuentras todo lo que necesitas,______?
—Hasta ahora sí, gracias.
—¿De qué sabor has elegido el batido de frutas? Fruncí el ceño.
—¿Perdona?
—El batido que dan con la demostración gratuita. —Cruzó los brazos y se le marcaron sus enormes bíceps en las estrechas mangas del polo de su uniforme—. ¿No te dieron uno en el bar cuando te apuntaste? Se supone que tienen que dártelo.
—Ah, bueno. —Me encogí de hombros tímidamente, pensando que era un bonito detalle de todas formas—. No me han hecho la demostración habitual.
—¿Te han enseñado las instalaciones? Si no, puedo hacerlo yo. —Me tocó el codo ligeramente y me señaló las escaleras—. También tienes derecho a una hora de entrenamiento personal. Podríamos hacerlo esta tarde o quedar para un día de esta semana. Y estaría encantado de acompañarte al bar de comida saludable y tachar eso de la lista también.
—La verdad es que no puedo. —Arrugué la nariz—. No soy miembro.
—Ah. —Me hizo un guiño—. Has venido con un pase temporal. Está bien. No se puede esperar que tomes una decisión sin tener un conocimiento completo. Pero te aseguro que JonasTrainer es el mejor gimnasio de Manhattan. Joe apareció detrás de Daniel.
—El conocimiento completo está incluido —dijo, dando la vuelta para ponerse detrás de mí y agarrarme por la cintura— cuando se es la novia del dueño. La palabra novia reverberó en mi interior, provocando que un torrente de adrenalina inundara mi organismo. Aún estaba asimilando que tuviéramos ese nivel de compromiso, pero eso no me impidió pensar que la denominación sonaba bien.
—Señor Jonas. —Daniel se enderezó y retrocedió un paso, luego alargó la mano—. Es un honor conocerle.
—Daniel me tiene entusiasmada con este lugar —le dije a Joe cuando se estrechaban la mano.
—Creí que ya lo había hecho yo. —Tenía el pelo húmedo de sudor y olía a gloria. No sabía que un hombre sudoroso pudiera oler tan bien. Deslizó las manos por mis brazos y noté sus labios en la coronilla.
—Vámonos. Hasta luego, Daniel. Yo le dije adiós con la mano según nos íbamos.
—Gracias, Daniel.
—Cuando quiera.
—Ya, ya —masculló Joe—. No dejaba de mirarte las tetas.
—Son unas "tetas" muy bonitas. Emitió un tenue gruñido. Yo me aguanté la risa. Me dio un azote en el trasero lo bastante fuerte como para hacerme dar un paso delante y dejarme un escozor incluso a través de los pantalones.
—Esa maldita tirita que tú llamas camisa no deja mucho a la imaginación. No tardes mucho en ducharte. No vas a tardar en sudar otra vez.
—Un momento. —Le cogí del brazo antes de que pasara de largo por el vestuario de mujeres camino del de los hombres—. ¿Te desagradaría que te dijera que no quiero que te duches? ¿Si te dijera que me gustaría encontrar un lugar cercano donde pudiera saltar sobre ti mientras estás sudando? Joe apretó la mandíbula y su mirada se nubló peligrosamente.
—Estoy empezando a preocuparme por tu seguridad,_______. Coge tus cosas. Hay un hotel a la vuelta de la esquina. No nos cambiamos de ropa ninguno de los dos y a los cinco minutos estábamos fuera. Joe caminaba con paso enérgico y yo me daba prisa para seguirle el ritmo. Cuando de repente se paró, se dio la vuelta y me echó hacia atrás con un beso ardiente y apasionado en la abarrotada acera, me quedé tan anonadada que no pude hacer nada. Aquella gozosa fusión de nuestras bocas, llena de pasión y dulce espontaneidad, hizo que me doliera el corazón. A nuestro alrededor la gente rompió a aplaudir. Cuando me enderezó, estaba mareada y sin respiración.
—¿Qué ha sido eso? —pregunté entrecortadamente.
—Un preludio. —Reanudó la carrera al hotel más cercano, del que no pude ni ver el nombre, cuando entramos a toda prisa delante del portero y derechos a los ascensores. Me di cuenta de que la propiedad era una de las de Joe incluso antes de que el director le saludara por su nombre en el momento en que se cerraban las puertas del ascensor.
Joe dejó caer la bolsa de deporte en el suelo del ascensor, se afanó en desentrañar cómo quitarme el top deportivo. Estaba yo dándole manotadas para que me dejara cuando se abrieron las puertas y él cogió la bolsa. No había nadie esperando en nuestra planta ni nadie en el pasillo. De alguna parte sacó una llave maestra, e instantes después estábamos en una habitación. Me abalancé sobre él, metiéndole las manos por debajo de la camiseta para sentir su piel húmeda y la dureza de sus músculos.
—Desnúdate. Pero ¡ya! Se reía mientras se quitaba las deportivas con la puntera y se sacaba la camiseta por la cabeza. ¡Dios mío!... verle en carne y hueso... —todo él, al caerle al suelo los pantalones cortos— fue un cortocircuito sináptico. No había ni un solo gramo de carne en ninguna parte, sólo duros bloques de afilado músculo. Tenía unos abdominales perfectos y aquella V de músculo súper sexy de la pelvis que Cary llamaba el Lomo de Apolo. Joe no se depilaba el pecho como hacía Cary, pero se notaba que ponía en él el mismo cuidado que en el resto de su cuerpo. Era un varón en toda regla, la personificación de todo lo que codiciaba, con lo que fantaseaba y lo que deseaba.
—Me he muerto y estoy en el cielo —dije, mirando sin disimulo.
—Tú sigues vestida. —La emprendió con mi ropa, arrancándome el top sin que me diera tiempo a respirar. Tiró de mis pantalones y yo me quité las deportivas a patadas, con tanta prisa que perdí el equilibrio y me caí en la cama. Apenas había recuperado el aliento cuando ya le tenía encima. Rodamos por el colchón hechos un revoltijo. Por donde me tocaba iba dejando estelas de fuego. El olor limpio y natural de su piel se convirtió de inmediato en un embriagador afrodisíaco que espoleó mi deseo hasta la locura.
—Eres guapísima,_______. —Me plantó una mano en un pecho y a continuación empezó a comerme el pezón. Grité al sentir aquel calor abrasador y el azote de su lengua, notando cómo me tensaba en lo más íntimo con cada suave lametón. Deslizaba mis codiciosas manos por su piel húmeda de sudor, acariciando y apretando, buscando los puntos que le hacían aullar y gemir. Entrelacé mis piernas con las suyas para intentar darle la vuelta, pero pesaba demasiado y era demasiado fuerte. Levantó la cabeza y me sonrió.
—Esta vez me toca a mí. Lo que sentía por él en aquel momento, viendo aquella sonrisa y aquel fuego en sus ojos, era tan intenso que dolía. Demasiado rápido, pensé. Estaba cayendo muy deprisa.
—Joe... Me besó profundamente, lamiéndome la boca de aquella forma tan suya. Pensé que podría conseguir que me corriera con un simple beso, si ambos le dedicábamos el tiempo suficiente. Todo en él me excitaba, desde cómo le veía y le sentía yo bajo mis manos hasta la forma en que me miraba y me tocaba. Lo que codiciosa y calladamente exigía de mi cuerpo, la intensidad con que me daba placer y obtenía el suyo a cambio, me volvía loca. Pasé las manos por su sedoso pelo húmedo. El vello crespo de su pecho me atormentaba los pezones erectos, y el contacto de su cuerpo, duro como una piedra, con el mío bastaba para ponerme húmeda y anhelante.
—Me encanta tu cuerpo —susurró, desplazando los labios desde mi mejilla hasta la garganta. Con una mano me acariciaba el torso desde el pecho a la cadera—. No me sacio de él.
—Tampoco has tenido oportunidad —me burlé.
—Creo que nunca podré saciarme. —Mordisqueando y lamiéndome el hombro, descendió hasta cogerme el otro pezón entre los dientes. Tiró de él, y el pequeño ramalazo de dolor hizo que se me arqueara la espalda con un tenue grito—. Nunca he deseado nada tanto.
—¡Házmelo, entonces!
—Todavía no —murmuró, deslizándose hacia abajo, rodeándome el ombligo con su lengua—. Aún no estás lista.
—¡Qué! ¡Oh, Dios!... No puedo estarlo más. Le tiré del pelo, intentando que subiera. Joe me cogió de las muñecas y me las sujetó contra el colchón. —Tienes un coño pequeño y apretado, __________. Te haré daño si no ablandas y te relajas.
Sentí un violento estremecimiento de excitación. Me encendía cuando hablaba tan abiertamente de sexo. Entonces volvió a deslizarse hacia abajo y me tensé.
—No, Joe. Tengo que ducharme para eso. Hundió la cabeza en mi hendidura y yo forcejeé para zafarme, y me ruboricé, avergonzada de repente. Me pellizcó en la cara interior del muslo con los dientes.
—Para ya.
—No, por favor. No tienes que hacerlo. Su furibunda mirada apaciguó mis frenéticos movimientos.
—¿Crees que tengo un sentimiento hacia tu cuerpo diferente del que tienes tú hacia el mío? —preguntó con aspereza—. Te deseo,______. Me lamí los labios resecos, tan sumamente enardecida por su deseo animal que no pude articular palabra. Gruñó suavemente y se sumergió en busca de la carne resbaladiza de entre mis piernas. Me introdujo la lengua, lamiendo y separando los sensibles pliegues. Mis caderas se agitaban nerviosas; mi cuerpo, en silencio, pedía más. Era una sensación tan increíble que podría haber llorado.
—¡Joder, ________! Llevo queriendo comerte el coño desde el día en que te conocí. Mientras la suavidad aterciopelada de su lengua vibraba sobre mi clítoris hinchado, yo hincaba la cabeza en la almohada.
—Sí. Así. Haz que me corra. Lo hizo, succionando de la manera más delicada y con un lametón enérgico. Me retorcía con las sacudidas del orgasmo, tensándome en lo más íntimo, temblándome las extremidades. Me clavó la lengua en el sexo mientras se convulsionaba, estremeciéndose con aquella penetración superficial, queriendo que entrara más adentro. Sus gemidos vibraban contra mi carne inflamada, haciendo que el clímax se prolongara. Se me saltaron las lágrimas y me rodaron hacia las sienes, el placer físico estaba destruyendo el muro que contenía mis sentimientos. Y Joe no se detuvo. Rodeó la trémula entrada de mi cuerpo con la punta de la lengua y empezó a lamer mi clítoris palpitante hasta que me aceleré otra vez. Me introdujo dos dedos que se retorcían y me acariciaban. Estaba tan sensible que me revolvía contra las embestidas. Cuando acercó los labios a mi clítoris y empezó a lamerme con movimientos rítmicos y regulares, volví a correrme, gritando con voz ronca. Luego me introdujo tres dedos, retorciéndolos y abriéndome.
—No. —Sacudí la cabeza de un lado a otro; me ardía y me cosquilleaba cada centímetro de mi piel—. No más.
—Una vez más —me engatusó con la voz quebrada—. Una vez más y después te follaré.
—No puedo...
—Sí que podrás. —Sopló, lanzándome una lenta corriente de aire en mi carne húmeda, y aquel frescor sobre mi enfebrecida piel volvió a despertar las sensibles terminaciones nerviosas—. Me encanta ver cómo te corres,_________. Me encanta oír los ruidos que haces, cómo se estremece tu cuerpo... Me masajeó un punto delicado de mi interior y me vino otro orgasmo en forma de lenta y ardiente delicia, no menos devastador, por ser más leve, que los dos anteriores. Noté que su peso y su calor me abandonaban. En algún rincón de mi confundida mente, oí que se abría un cajón, seguido rápidamente del ruido que hace el papel de aluminio al rasgarse. El colchón se hundió al regresar él, y ahora, con manos rudas, me colocó en el centro de la cama. Se puso encima de mí, sujetándome, colocando los antebrazos por fuera de mis bíceps y apretándolos hacia los lados, apresándome.
Miraba fascinada la austera belleza de su rostro. El deseo le endurecía los rasgos, tensa la piel de los pómulos y la mandíbula. Tenía los ojos tan oscuros y dilatados que se veían negros, y se supone que estaba contemplando la cara de un hombre que había sobrepasado los límites de su control. Para mí era importante que él hubiera llegado hasta allí en beneficio mío y que lo hubiera hecho para satisfacerme y prepararme para lo que suponía que sería una dura cabalgada. Me aferré a la colcha, cada vez más expectante. Se había asegurado de que yo me llevaba lo mío una y otra vez. Ésta era para él.
—Fóllame —le ordené, desafiándole con los ojos.
—_________. —Soltó mi nombre al embestirme, hundiéndose hasta el fondo en una única y feroz arremetida. Di un grito ahogado. Era enorme, dura como una piedra y muy profunda. La conexión era asombrosamente intensa. Emocionalmente. Mentalmente. Nunca me había sentido tan completamente... tomada. Poseída. Nunca pensé que podría soportar estar inmovilizada durante una relación sexual, y menos con mi pasado siendo el que era, pero el total dominio que Joe ejercía de mi cuerpo aumentó mi deseo a un nivel exorbitante. Nunca había estado tan lanzada, lo cual parecía una locura después de lo que había experimentado con él hasta ese momento. Me apreté a él, gozando de la sensación de tenerle dentro, llenándome. Sus caderas se clavaban en las mías, empujaban como diciendo: ¿Me sientes? Estoy dentro de ti. Me perteneces. Su cuerpo entero se endureció, los músculos del pecho y los brazos se estiraban cuando salía hasta la punta. La rígida tensión de sus abdominales era el único aviso que me daba antes de estrellarse hacia delante. Con fuerza. Grité y su pecho resonó con un sonido profundo y primitivo.
—¡Dios!... ¡Qué sensación tan increíble! Agarrándome con más fuerza, empezó a follarme, clavándome las caderas en el colchón con unas embestidas feroces. De nuevo me inundó una oleada de placer, que me penetraba con cada empellón de su cuerpo en el mío. Así, pensé. Así es como te quiero. Hundió la cara en mi cuello y me sujetó con firmeza, hundiéndose rápidamente y con fuerza, diciendo, con la voz entrecortada, crudas y encendidas palabras de sexo que me volvían loca de deseo.
—Nunca había estado tan duro y tan lleno. Estoy tan dentro de ti... que lo noto contra el estómago... noto la polla clavándose en ti. Yo había dado por hecho que le tocaba a él; sin embargo, seguía conmigo, seguía concentrado en mí, moviendo las caderas para provocarme placer en lo más íntimo y sensible. Emití un tenue sonido de desvalimiento y su boca se posó sobre la mía. Le deseaba desesperadamente, le clavaba las uñas en sus bombeantes caderas, luchaba con el impulso de mecerme al ritmo de las feroces embestidas de su enorme polla. Estábamos empapados de sudor, la piel caliente y pegajosa, respirando trabajosamente. Cuando en mi interior se avecinó un orgasmo, como una tormenta, todo mi ser se tensó y apretó, exprimiendo. Él maldijo y me metió una mano por debajo de la cadera, agarrándome el trasero y levantándome hacia sus embestidas de manera que la punta de su polla pegaba una y otra vez en el punto que a él le dolía.
—Córrete,_______ —ordenó con aspereza—. Córrete ya. Alcancé el clímax como un torrente que me dejó sollozando su nombre, realzada y magnificada la sensación por la forma en que él retenía mi cuerpo. Echó la cabeza hacia atrás, estremeciéndose. —¡Ah, ________! —Me estrechó con tanta fuerza que apenas podía respirar, subiendo y bajando las caderas mientras se vaciaba todo él. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos de aquella manera, uno encima del otro, con la boca en el hombro del otro, tratando de calmar y suavizar la garganta. Me palpitaba el cuerpo entero.
—¡Guau! —conseguí decir.
—Vas a matarme —murmuró él con los labios en mi mandíbula—. Vamos a terminar follándonos el uno al otro hasta morir.
—¿Yo? Yo no he hecho nada. —Me había controlado por completo, y ¿no había sido de lo más sexy?
—Respiras, que ya es bastante. Me reí y le abracé. Alcé la cabeza y él me acarició la nariz. —Vamos a comer algo y luego lo haremos otra vez. Enarqué las cejas.
—¿Puedes hacerlo otra vez?
—Toda la noche. —Giró las caderas y noté que seguía medio empalmado.
—Eres una máquina —le dije—. O un dios.
—Tú tienes la culpa. —Con un beso suave y dulce, se levantó. Se quitó el preservativo, lo envolvió en un pañuelo de papel que cogió de la mesilla y lo tiró todo a la papelera que había junto a la cama.
—Vamos a ducharnos y pediremos que nos suban la comida del restaurante. A menos que quieras bajar.
—No creo que pueda andar. El relámpago de su sonrisa hizo que se me parara el corazón durante unos instantes.
—Me alegro de no ser el único.
—Tienes buen aspecto.
—Me siento fenomenal. —Volvió a sentarse en el borde de la cama y me echó hacia atrás el pelo de la frente. Había dulzura en su cara, su sonrisa era cálida y afectuosa. Me pareció ver algo en su mirada y se me agarrotó la garganta ante la posibilidad. Me dio miedo.
—Dúchate conmigo —dijo, pasándome la mano por el brazo.
—Espera a que me encuentre y voy para allá.
—Vale. —Entró en el cuarto de baño, ofreciéndome una inmejorable panorámica de su escultural espalda y su perfecto trasero. Suspiré, apreciando, desde un punto de vista puramente femenino, aquel magnífico ejemplar de varón. Oí el agua de la ducha. Conseguí sentarme y deslizar las piernas a un lado de la cama, sintiéndome muy inestable. Me fijé en que el cajón de la mesilla estaba ligeramente abierto y a través de la abertura vi los condones. Se me puso un nudo en el estómago. El hotel era lo bastante exclusivo como para ser de los que proporcionan condones junto con la obligada Biblia. Con una mano temblorosa, abrí el cajón un poco más y encontré una considerable cantidad de profilácticos, además de un frasco de lubricante femenino y un gel espermicida. El corazón me latía desbocado otra vez. Recordé el recorrido, guiado por la lascivia, que nos llevó al hotel. Joe ni siquiera preguntó si había alguna habitación disponible.
Aunque dispusiera de una llave maestra, tendría que saber qué habitaciones estaban ocupadas antes de coger una... a menos que supiera de antemano que aquella habitación en particular estaría libre. Claramente era su suite, un picadero con todo lo necesario para pasárselo en grande con las mujeres que le servían a ese propósito en la vida. Cuando logré ponerme en pie y dirigirme hacia el armario, oí que se abría la puerta de cristal de la ducha en el cuarto de baño y a continuación se cerraba. Agarré los dos pomos de las puertas de lamas del armario de nogal, y las separé. Había una pequeña sección de ropa de hombre colgada de una barra metálica, camisas y pantalones de traje, así como vaqueros y chinos Me quedé helada y una tremenda tristeza arrasó con mi orgásmica euforia. Los cajones de la derecha contenían camisetas perfectamente dobladas, calzoncillos tipo bóxer y calcetines. El superior de la izquierda estaba lleno de juguetes eróticos aún sin estrenar. No quise mirar los cajones inferiores. Ya había visto suficiente. Me puse las bragas y cogí una de las camisas de Joe. Mientras me vestía, repasé mentalmente los pasos que había aprendido durante la terapia: Sácatelo. Cuéntale a tu pareja qué ha desencadenado esos sentimientos negativos. Afronta la reacción y trabaja en ella. Tal vez, si no hubiera estado tan alterada por mis sentimientos hacia Joe, podría haberlo hecho. Tal vez, si no acabáramos de haber vivido aquella experiencia sexual tan alucinante, me habría sentido menos desnuda y vulnerable. Nunca lo sabría. Pero me sentía ligeramente sucia, un poco utilizada y muy dolida. Aquel descubrimiento había sido un golpe atroz, y como una cría pequeña, deseaba devolverle el daño. Cogí los condones, el lubricante y los juguetes y los tiré encima de la cama. Luego, cuando oí que me llamaba con voz risueña y juguetona, cogí mi bolso y me marché.
MileyCyruZ
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
el capi venia tan lindo :amor:
este Joe y sui cuarto :imdead:
Siguela me encanta!!!
:bye:
este Joe y sui cuarto :imdead:
Siguela me encanta!!!
:bye:
zai
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
waaa nooo :wut: yo tambien me sentiria asi buuuu :lloro:
Joe porque tenias que ser asi
siguela please!!! :corre: que pasaraa :canto:
Joe porque tenias que ser asi
siguela please!!! :corre: que pasaraa :canto:
Samantha
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
uuu cuando vas a poner cap uu me muero de ganas de saber que pasa
please cap
please cap
Samantha
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
Siguela!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! Por Favor :gasp:
zai
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
pon capitulo por favor no me dejes con la intriga
por favor queremos capitulo vuelve por favor :lloro:
por favor queremos capitulo vuelve por favor :lloro:
Samantha
Re: Seamos Honestos (Dont Lie To Me) Joe&Tu HOT(TERMINADA)
asdkj ¡new reader! síguela pronto, me encanta c:
Jaidon.
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