Almas gemelas |Niall Horan|

Sábado, 10 de la mañana. Ella, en su habitación con el pelo despeinado que parece un león. Él, también en su habitación, pero sentado en la PC terminando un trabajo para la facultad. Ella, media hora después, decide levantarse y cambiarse para luego estar en la cocina picando algo. Él, ya pasado un rato largo, festeja porque ha terminado su trabajo y corre a ducharse (que hace 24hs no lo hace) aunque su estómago le está pidiendo algo para comer, siente que desfallece- literalmente hablando, claro- pero sigue luchando.
Después de comer algo, estar hidratados –ambos- deciden salir a tomar aire. Lo que no saben es que se va a encontrar en la misma plaza.
En una de las pasarelas, ella se sienta en uno de los bancos, se pone los auriculares y agarra el libro que actualmente está leyendo –‘El deseo oscuro’- y continúa en la página 243.
En esa misma pasarela, él se sienta en el banco que justo está enfrente de ella. Pero el tiene el diario New York Times bajo su brazo, solo que no empieza a leer, sino que gira su cabeza hacía el cielo. La susodicha volvió la vista hacia la hermosa mujer que tenía sentada enfrente. Tenía el pelo castaño claro, y si no se equivocaba, ojos marrones. Eso no podía verificarlo porque ella tenía la vista clavada en su santo libro.
Ella, cansada de forzar su vista, memorizó la página en la que estaba para luego seguir leyendo. Luego, levanta su cabeza. ¿Y a donde va a parar? Sí señores, lo descubrieron: a él. Pero en vez de desviar la mirada hacia otro lado, le tiró una mirada desafiante.
-No me digas, me viste y encontraste a tu alma gemela. –le dijo. Él solo rió. Dudoso, se sentó a su lado preguntándole de que se trataba el libro. Por supuesto, ella le contó brevemente. Pero a él en realidad no le interesaba el libro pues había quedado cautivado por la belleza que esta joven irradiaba.
Él decide invitarla a desayunar, a pesar de no la conocía. Pero claro, eso era exactamente el fin: se moría por conocerla a fondo.
-Lo siento, pero no salgo con desconocidos. –le contestó, juntando todo y huyendo.
Él se quedó sentado con una frustración que se notaba de acá a la China. Los días siguieron pasando y las rutinas eran las mismas. ¡No! Algo había cambiado: extrañamente, se pensaban el uno al otro.
El miércoles 18 de septiembre llegó a sus vidas. Ellos –cada uno por su lado- se levantaron, se vistieron, desayunaron y fueron a trabajar sin saber que al mediodía se iban a encontrar nuevamente. Ella estaba hipnotizada mirando unos zapatos en una de las vidrieras de la calle Oxford cuando oyó una voz masculina diciéndole al oído ‘Y… ¿Salimos a almorzar?’. Dio medio vuelta y se encuentra con el hombre en el que no ha dejado de pensar por un largo tiempo. Aquel que una mañana vio sentado enfrente de ella y que la cautivó.
-Sabes que no salgo con desconocidos
-¡Pero yo ya no soy un desconocido! ¿O vas a esperar hasta que el destino nos tope por décima octava vez para decirme que si?
Ella hizo una mueca al notar su simpática ironía pero por alguna extraña razón, y casi sin notarlo, aceptó su invitación.
Después de una hora, Gastón y Jess se conocieron, no lo suficiente para ser novios, pero si para darse una segunda oportunidad
-Perdón, pero se me hizo tarde y debo irme
-¿Te voy a volver a ver?
-Dejemos que lo decida el destino –ella le sonrió.
Él le agarró la mano deslizándola lentamente, con la electricidad corriendo por sus dedos, mientras el tiempo se detuvo un momento. Cuando ella está a punto de irse, él se toma la molestia de pasar vergüenza en público.
-¡JESS! ¿Cuál es tu apellido? –le gritó. Ella sonrió nuevamente porque consiguió lo que quería.
-Brawner, con doble ve. –le respondió, tambien gritando, mientras la gente del restaurant estaban pensando que eran dos locos enamorados.
Esa misma noche, ni bien llegó a su casa, él prendió su notebook para entrar a Facebook. Él sentía que estaba agotado y que necesitaba urgentemente la cama, pero no. Quería buscarla: su nombre rondaba en su cabeza desde hacía horas. No quería dejarla ir, no de nuevo. Así que hizo la locura más grande de su vida: la agregó.
Ella, en cambio, no estaba agotada ni tenía ganas de dormir: estaba radiante. Después de escuchar a sus amigas que le decían que lo invitara a salir por su cuenta, se conectó a esa red social, esa que todo el mundo habla, para esperar su solicitud. Cuando por fin llegó, obviamente aceptó y luego le dejó un mensaje con aquella invitación, suplicando mentalmente de que le dijera que si. Estaba exagerando demasiado: se quedó dormida en el teclado.
A la mañana siguiente, el dijo sí a esa invitación que recibió. Ella sonreía a pesar de que su cuello le pedía un masajista.
Ese sábado se dio aquella segunda oportunidad.
También hubo muchas oportunidades.
Pero solo una en el millón bastó con que ellos supieran que se estaban enamorando. Aquel día en que ella le dijo que lo amaba y que se moría por ser su novia; el mismo le dijo que tal vez sí, ella podría ser su alma gemela. Juntos rieron acordándose del primer día en que hablaron y solo basto el ‘alma gemela’ para ver que ellos iban a estar juntos para toda la vida.