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Premonición mortal (Joe y tu)

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Mensaje por Anni. [BrujaBuena] Dom 07 Oct 2012, 12:38 pm

Ñe... como adoro este tipo de novelas.
Siempre me acostumbro a leer novelas así de que la protagonista no tiene padres, se encuentra con el amor de su vida en el colegio, se enamoran, esta la novia zorra, la amiga que ayuda en todo y blablabla.
Pero este tipo de novelas me encanta... I need more










I love you xx
Anni. [BrujaBuena]
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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por Isi Dom 07 Oct 2012, 3:45 pm

Capítulo 2


Sonó el timbre de la puerta. El detective Joseph Jonas echó un vistazo al reloj, y acto seguido lo cerró de un un juramento. Eran las siete de la mañana de un sábado de semana libre que tenía en todo un mes, y algún idiota llamaba al timbre. Quienquiera que fuese, a lo mejor se iba.

El timbre sonó de nuevo, esta vez seguido de la puerta. Musitando nuevamente, Joseph apartó a un lado la revuelta sábana y saltó de la cama desnudo. Agarró los pantalones se había quitado la noche anterior y se los enfundó a toda prisa, subió la cremallera pero no abrochó el botón. Por costumbre, una costumbre tan arraigada que ni siquiera pensaba en ella, cogió su Baretta de nueve milímetros de la mesilla de noche. Jamás contestaba a la puerta sin ir armado; ya puestos, ni siquiera recogía el correo sin arma. Su última novia, que no había durado
mucho porque no pudo soportar el errático horario de un policía, había dicho en tono cáustico que él era el
único hombre que conocía que se fuera al cuarto de baño llevando un arma consigo.

La chica no tenía mucho sentido del humor, así que Joseph se abstuvo de hacer una observación de sabelotodo
acerca de las armas masculinas. Excepto porque echaba de menos el sexo, había supuesto un alivio que ella
decidiera poner punto final a la relación. Levantó una lámina de la persiana para mirar afuera, y con otra maldición corrió los cerrojos y abrió la puerta. Su amigo y socio, Nicholas Trammell, aguardaba de pie en la pequeña entrada. Trammell alzó sus elegantes cejas al tiempo que estudiaba los arrugados pantalones de algodón de Joe.

-Bonito pijama –comentó.

-¿Tienes una jodida idea de la hora que es? -ladró Joe. Trammell consultó su reloj de pulsera, un Piaget
extraplano.

-Las siete menos dos minutos. ¿Por qué? -Pasó al interior de la casa. Joe cerró de un portazo que resonó por
todas partes.

Trammell se detuvo y le preguntó divertido:

-¿Tienes compañía?

Joseph se pasó la mano por el pelo y luego por la cara.

-No. Estoy solo. -Bostezó, y entonces examinó a su socio. Trammell iba perfectamente vestido, como siempre, pero presentaba unas oscuras ojeras. Joseph bostezó otra vez-. ¿No te has acostado todavía, o es que acabas de levantarte?

-Un poco de ambas cosas. Simplemente he tenido una mala noche, no he podido dormir. He pensado que podía venir aquí a tomar un café y desayunar.

-Muy generoso por tu parte, compartir tu insomnio conmigo -murmuró Joe, pero ya había echado a andar en
dirección a la cocina. Él también tenía sus noches malas, de modo que entendía lo que era la necesidad de
compañía. Trammell nunca le había rechazado en ocasiones así-. Yo te pondré el café, pero después te las
apañarás solo mientras me ducho y me afeito. -Ni pensarlo -dijo Trammell-. Yo mismo me pondré el café. Quiero poder bebérmelo.

Joseph no discutió. Él era capaz de beberse su propio café, pero hasta el momento no había nadie más que se lo
bebiera. No le preocupaba gran cosa a qué sabía, pero como lo que le interesaba era la cafeína, el sabor era
algo secundario.

Dejó a Trammell con el café y regresó soñoliento al dormitorio. Allí se quitó los pantalones y los dejó
donde habían estado antes: en el suelo. Diez minutos en la ducha apoyado con una mano sobre los azulejos mientras el agua le caía en la cabeza hicieron que pareciera posible despertarse; el afeitado lo hizo parecer deseable, pero hizo falta un leve corte en la mejilla para convencerle. Se limpió la sangre, maldiciendo otra vez. Tenía la teoría de que cuando el día comenzaba con un corte al afeitarse iba a ser una mie&$a de principio a fin; por desgracia, todos los días había muchas probabilidades de que su cara luciera un pequeño corte. No llevaba bien eso de afeitarse. Trammell le había aconsejado vagamente en alguna ocasión que se pasase a la maquinilla
eléctrica, pero odiaba la idea de que una cuchilla lograra vencerle, de modo que siguió con su método, derramando su sangre en el altar de la testarudez. Por fin, vestirse resultó cosa fácil. Simplemente se puso lo primero que encontró a mano.
Como a veces se olvidaba de ponerse corbata, siempre llevaba una en el coche; tal vez no pegara con lo que llevaba puesto, pero se imaginaba que una corbata era una corbata, lo que importaba era la intención más que el estilo. El jefe quería que los detectives usaran corbata, así que Joseph usaba corbata. Trannmell a veces parecía horrorizado, pero es que Trammell era un obseso de la ropa que tendía a vestir trajes italianos de seda, así que Joseph no se lo tomaba a pecho. Si cualquier otro poli vistiera como vestía Trammell, o tuviera un coche como el que tenía Trammell, Asuntos Internos se le habría echado encima igual que las moscas a la mie&$a, lo cual era un modo apropiado de describir aquel departamento. Pero Trammell gozaba de la independencia que le daba el dinero, pues había heredado una bonita fortuna de su madre cubana, además de varias empresas prósperas de su padre, un hombre de negocios de Nueva Inglaterra que se había enamorado durante unas vacaciones en Miami y se quedó en Florida para el resto de su vida. La casa de Trammell había costado su buen milloncejo de dólares, y él en ningún momento hizo el menor esfuerzo por rebajar su nivel de vida. Su compañero era un hijo de pu*a tan enigmático, que Joe no era capaz de decidir si Trammell vivía con tanto lujo simplemente porque le gustaba aquel estilo de vida y podía permitírselo, o si lo hacía para jorobar a los cabrones de Asuntos Internos. Joe sospechaba esto último y le parecía bien.

Él y Trammell eran polos opuestos en muchas cosas. Trammell era delgado como una hoja, y más reservado que un gato. Fueran cuales fueran las circunstancias, siempre iba elegante y acicalado, la ropa le quedaba perfecta. Le gustaban de verdad la ópera y el ballet.
Joseph era exactamente lo contrario: podía llevar el traje de seda más caro del mundo, perfectamente a medida de su cuerpo atlético y musculoso, y sin embargo seguir pareciendo sutilmente desaliñado. Le gustaban los deportes y la música country. Si ambos fueran automóviles, Trammell sería un Jaguar, mientras que Joseph sería una furgoneta. Con tracción a las cuatro ruedas.

Por otra parte, pensó Joe mientras regresaba lentamente a la cocina, la naturaleza había compensado su obra con los rostros de ambos, en una especie de marcha atrás. En persona, Trammell era suavemente apuesto, pero en las fotos su cara adquiría un aire siniestro. Joseph se imaginaba que su propia cara asustaría a los niños ya los
animales pequeños, suponiendo que hubiera alguna diferencia entre los dos, pero la cámara le adoraba. Todos
aquellos ángulos, había explicado Trammell. Trammell era un apasionado de las cámaras y hacía un montón de
fotos; nunca iba a ninguna parte sin su cámara. Joe, al ser su compañero y estar constantemente con él,
naturalmente aparecía en muchas de esas fotos. En ellas, los rasgos brutales de sus pómulos altos y prominentes, los ojos hundidos y la barbilla partida, todo ello resultaba melancólico y enigmático en vez de meramente bruto.
Hasta la nariz rota parecía más derecha en las fotos. En persona parecía ceñudo, su cara ajada, y sus ojos, los
ojos de un policía, atentos y demasiado viejos.

Joseph se sirvió una taza de café y se sentó a la mesa. Trammell seguía cocinando, y, fuera lo que fuera, olía
bien.

-¿Qué hay para desayunar? -preguntó.

-Tortitas de trigo integral con fresas frescas.

Joseph soltó un resoplido.

-En mi casa no ha habido jamás harina de trigo integral.

-Ya lo sé. Por eso me la he traído conmigo.

Comida sana. A Joseph no le importó. Podía mostrarse bastante afable cuando era otro el que cocinaba. Cuando
trabajaban, sobrevivían más que nada a base de comida basura, algo que fuera rápido y sencillo, de modo que no
le importaba equilibrarlo con basura nutritiva y baja en grasas cuando ambos tenían tiempo. Joder, si hasta
habían llegado a aficionarse a las coles. Sabían a cacahuetes verdes, recién sacados del suelo y sin
desarrollarse del todo, con la cáscara aún blanda. De niño había comido un montón de cacahuetes verdes, los
prefería antes que los totalmente crecidos, a los que había que romper la dura cáscara.

-Bueno, ¿y qué es lo que no te ha dejado dormir esta noche? -preguntó a Trammell-. ¿Algo en particular?

-No, ha sido una de esas noches en las que empiezas a soñar cosas raras cada vez que te quedas dormido.

Era curiosa la forma en que los sueños ivan y venían. Todos los policías soñaban, pero Trammell y él habían
pasado una mala racha años atrás, justo después del tiroteo; durante un tiempo tuvieron pesadillas todas las
noches. La mayoría de los policías llegaban al final de su carrera sin haber tenido que disparar sus armas, pero
Joseph y Trammell no habían tenido esa suerte.

Estaban intentando encontrar un sospechoso a quien interrogar en un tiroteo que había sido iniciado por la furiosa novia del sospechoso, justo en medio de una importante operación de drogas dirigida nada menos que por el propio sospechoso. Así era la forma en que solían caer los malos; la mayoría de las veces no eran atrapados gracias a la labor de un agudo detective, sino porque alguien los traicionaba.

En esa ocasión en particular, en vez de lanzarse en picado por cualquier ventana y desaparecer por alguna
alcantarilla, los malos los habían recibido con una nube de balas. Joseph y Trammell se tiraron al suelo, saltaron
a otra habitación, y durante cinco minutos de los más largos de la historia permanecieron acorralados en aquel
lugar. Cuando llegaron los refuerzos, en forma de todos los policías disponibles en las inmediaciones, uniformados
o no, que habían oído la llamada por radio de Joseph de agente en tiroteo, ya habían caído tres de los malos y
la chica. La chica y uno de los hombres estaban muertos. Una bala había rebotado, se había astillado, y una parte de ella había alcanzado a Joe en la espalda, perdonando por muy poco la columna vertebral. Todavía llevaba fuerza suficiente para romperle una costilla y hacerle un agujero en el pulmón derecho Las cosas se volvieron un tanto borrosas a partir de entonces, pero una de las cosas que recordaba con claridad era la imagen de Trammell arrodillado junto a él y soltando un chorro de palabrotas mientras intentaba detener la hemorragia. Tres días en cuidados intensivos, quince días en total de estancia en el hospital, nueve semanas hasta poder regresar al trabajo. Sí, los dos habían tenido muchas pesadillas durante una buena temporada después de aquello.

Justo cuando Trammell empezaba a servir las tortitas, sonó el teléfono. Joe se estiró para levantar el
auricular, y al mismo tiempo se disparó el busca de Trammell.

-¡Mierda! -dijeron los dos, mirándose el uno al otro.

-¡Es sábado, maldita sea! -gruñó Joseph contra el auricular del teléfono-. Hoy no trabajamos.

Escuchó mientras observaba cómo Trammell tomaba a toda prisa una taza de café, y luego suspiró.

-Sí, de acuerdo. Trammell está aquí. Vamos para allá.

-¿Qué es lo que ha anulado nuestro día libre? -quiso saber Trammell mientras salían por la puerta.

-Stroud y Keegan están trabajando en otro caso. Worley está enfermo en casa esta mañana. Freddie está en el
dentista con una muela infectada. -Cosas que pasaban, no merecía la pena cabrearse por ello-. Yo conduzco.

-¿Y adónde vamos ?

Joe le dio la dirección mientras se subían a su coche, y Trammell la anotó en un papel.

-Llamó un hombre diciendo que su mujer estaba herida. Se le envió una unidad médica de urgencia, pero llegó
antes un oficial de patrulla, echó una mirada y anuló la petición de la unidad médica para llamar a Homicidios.

Les llevó tres minutos llegar a la dirección que les habían indicado, pero no había posibilidad de equivocarse
de casa. La calle estaba casi bloqueada por coches patrulla, una furgoneta de paramédicos y otros vehículos
oficiales. Se veían varios agentes uniformados alrededor del pequeño césped de la entrada, mientras que los
vecinos se apiñaban en pequeños grupos, algunos todavía con el pijama puesto. Joe examinó automáticamente a
las personas que miraban, en busca de algo que no encajase, alguien que pareciera estar fuera de lugar o que se
mostrara demasiado interesado. Resultaba asombroso lo frecuentemente que un asesino se paseaba tranquilamente por ahí.

Se puso una chaqueta azul marino, cogió la corbata de repuesto del asiento de atrás del coche y se la puso con un nudo flojo alrededor del cuello. Se fijó en que, de alguna manera, Trammell se las había arreglado para anudar de forma impecable la suya dentro del coche.

Volvió a mirar; maldita sea, ¡no podía creerlo! El muy cabrón había elegido un traje italiano de botonadura
cruzada para su día libre! Simplemente se puso la chaqueta del traje nada más salir de la casa.

A veces, Trammell le preocupaba.

Enseñaron sus placas al policía que estaba en la puerta, y éste se hizo a un lado para dejarles entrar.

-Mmmmierda -dijo Joe en voz baja después de echar un buen vistazo.

-Y todas las demás excreciones humanas -repuso Trammell en el mismo tono de incredulidad.

Los escenarios de un asesinato no eran nada nuevo. Al cabo de un tiempo, los policías llegaban a un punto en el
que los crímenes violentos eran cosa de rutina, a su modo. Había navajazos y tiroteos como para dar y tomar. Si
le hubieran preguntado media hora antes, Joseph habría dicho que Trammell y él llevaban tanto siendo detectives, que por lo general resultaba imposible impresionarlos.

Pero aquello era distinto.

Había sangre por todas partes, salpicada en las paredes, en el suelo, hasta en el techo.

Observó el interior de la cocina, y el reguero de sangre partía de allí y atravesaba el salón para seguir por
un pequeño pasillo y perderse de vista después. Intentó imaginarse qué clase de lucha habría podido extender tanta sangre de aquella manera.


Hasta aquí

Hola! (: esta semana me va a ser difícil subir por todas las cosas que tengo para el colegio :/ pero intentaré subir cada vez que pueda c: saludos!!!
Isi
Isi


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Mensaje por Isi Dom 07 Oct 2012, 3:46 pm

Julieta♥ escribió:claro que queremos cap!!!
quiero saber qu ele paso???
cuando va a salir joe jejeje
suguela por favor!!!!!!!!!!

Hola! ya salió Joe jejee (: gracias por haber comentado c: ♥
Isi
Isi


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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por Isi Dom 07 Oct 2012, 3:50 pm

Anni escribió:
Ñe... como adoro este tipo de novelas.
Siempre me acostumbro a leer novelas así de que la protagonista no tiene padres, se encuentra con el amor de su vida en el colegio, se enamoran, esta la novia zorra, la amiga que ayuda en todo y blablabla.
Pero este tipo de novelas me encanta... I need more










I love you xx

You have more now jejeje, a mí me gustan ese tipo de novelas pero de vez en cuando me gusta cambiar y la verdad es que las policíacas me encantan de hecho casi todas las novelas que tengo en el computador son así c: wenu ya subí más gracias por haber comentado saludos!!!
Isi
Isi


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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por Julieta♥ Lun 08 Oct 2012, 3:53 pm

pero eres muy cruel
te encanta dejarnos con la intriga no?
jumm no meparece justo jeje
pero entiendo q hay cosas q hacer
pero porfa sube pronto!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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Mensaje por ElitzJb Lun 08 Oct 2012, 6:42 pm

dios mio ya me imagino
lo q vieron tenes q seguirla
quiero mas por favor
ElitzJb
ElitzJb


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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por Anni. [BrujaBuena] Lun 08 Oct 2012, 7:15 pm

No me encantó... ¡Lo amé!
Por fin salio Joseph de la jaula(?) digo... es una expresión ._.
La sangre me da ssaklasklsal cosita :c (?)
¡Síguela mujer! me encanta esta nove... en serio, mucho.










I love you xx
Anni. [BrujaBuena]
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Mensaje por GlodDeJonas Lun 08 Oct 2012, 8:00 pm

Nueva lectora!!!!
Mierda tienes que seguirla!!!
realmente me encanta!
siguela siguela siguela :bounce:
Por cierto me llamo Susana, pero dime Susi :)
GlodDeJonas
GlodDeJonas


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Mensaje por ElitzJb Mar 09 Oct 2012, 8:07 pm

mas :)
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por Isi Vie 12 Oct 2012, 7:08 pm

Continuación


Joseph se volvió al policía uniformado que guardaba la puerta.

-¿Han venido ya los chicos del laboratorio?

-Aún no.

-mie&$a -volvió a decir.

Cuanto más tardase en llegar el equipo del laboratorio, o forenses, más comprometida se vería la escena del crimen. Era inevitable que se alterase algo, a no ser que los forenses fueran los que descubrieran a la víctima y aislaran inmediatamente la zona. Pero los forenses no estaban allí, y la casa estaba atestada de policías tanto uniformados como de civil, que pululaban por todas partes contaminando inevitablemente las pruebas.

-No permita que entre nadie más excepto los chicos de Ivan -dijo al agente. Ivan Schaffer era el jefe del equipo del laboratorio. Iba a cabrearse mucho cuando viera aquello.

-El teniente Bonness viene de camino.

-A él también puede dejarle entrar -contestó Joe con una sonrisa característica.

La casa era de clase media, nada fuera de lo común. El salón estaba amueblado con un sofá y un sillón a juego, la acostumbrada mesa de centro y lamparitas a juego de auténtica madera barnizada, además de un gran diván de color marrón situado en el mejor sitio frente a la televisión. El diván estaba ocupado ahora por un hombre de aspecto desorientado de unos cuarenta y muchos o cincuenta años, probablemente el marido de la víctima. Daba respuestas monosilábicas a las preguntas que le formulaba otro agente uniformado.

La víctima se encontraba en el dormitorio. Joe y Trammell se abrieron paso por entre la multitud hasta la pequeña habitación. El fotógrafo ya había llegado y estaba haciendo su trabajo, pero por una vez resultaba notorio que no mostrase su habitual indiferencia.

La mujer desnuda yacía en el estrecho espacio que quedaba entre la mesilla de noche y la pared. Había sido apuñalada repetidamente... acribilladaera la palabra más adecuada. Había intentado echar a correr, y cuando se vio acorralada en el dormitorio trató de luchar, como lo atestiguaban las profundas heridas que presentaba en los brazos. Había sido casi decapitada, tenía los pechos mutilados por el gran número de heridas sufridas, y le habían seccionado todos los dedos Joseph recorrió la habitación con la vista, pero no vio los dedos corta dos. La cama estaba todavía hecha, aunque salpicada de sangre.

-¿Se ha encontrado el arma? -preguntó Joseph.

Un patrullero asintió con la cabeza.

-Estaba justo al lado del cuerpo. Un cuchillo de cocina. La víctima tenía un juego completo. Por lo visto, esos cuchillos hacen lo que dicen en los anuncios; creo que voy a comprárselos a mi mujer.

Otro agente soltó un resoplido.

-Si yo fuera tú, lo pensaría mejor.

Joseph no hizo caso del humor negro, que empleaban todos los policías para que los ayudase a enfrentarse a las cosas que veían a diario.

-¿Y los dedos?

-Nada. Ni rastro de ellos.

Trammell soltó un suspiro.

-Creo que será mejor que vayamos a hablar con el marido. Era un hecho que la mayoría de los homicidios, excepto los cometidos al azar por bandas desde un coche, eran cometidos por alguien que conocía a la víctima: un amigo, un vecino, un compañero de trabajo, un pariente Cuando la víctima era una mujer, la habitual lista de sospechosos se reducía todavía más porque el asesino era casi invariablemente su marido o su novio En muchas ocasiones, el asesino era el que «descubría» el cadáver e informaba del crimen.

Regresaron al salón, y Joe cruzó su mirada con la del agente que estaba interrogando al marido, y que acto seguido se acercó a ellos.

-¿Ha dicho alguna cosa? -preguntó Joseph.

El agente negó con la cabeza.

-La mayor parte del tiempo no ha querido responder a las preguntas. Sí ha dicho que su esposa se llamaba Nadine y que él se llama Vinick, Ansel Vinick. Llevan veintitrés años viviendo aquí. Aparte de eso, no quiere hablar.

-¿Fue él quien llamó a la policía?

-Sí.

-Bien. Nosotros nos ocuparemos ahora.

Trammell y él fueron hasta donde estaba el señor Vinick. Joseph se sentó en el sofá y Trammell acercó el otro sillón antes de tomar asiento, para así aprisionar al señor Vinick entre ambos.

-Señor Vinick, soy el detective Jonas, y éste es el detective Trammell. Nos gustaría hablar con usted, hacerle unas preguntas.

El señor Vinick tenía la mirada fija en el suelo. Sus grandes manos colgaban inertes sobre los mullidos brazos del diván.

-Claro -dijo sin emoción alguna.

-¿Fue usted el que encontró a su esposa?

El hombre no contestó, sino que se limitó a contemplar el suelo. Intervino Trammell:

-Señor Vinick, ya sé que le resulta duro, pero necesitamos su cooperación. ¿Es usted la persona que llamó a la policía?

Él movió lentamente la cabeza en un gesto negativo.

-No llamé a la policía; llamé a1 911.

-¿A qué hora llamó? -preguntó Joseph. La hora figuraría en el informe, pero los mentirosos solían
traicionarse a sí mismos en los detalles más simples. En aquel preciso momento, Vinick era sospechoso por el
hecho de estar casado con la víctima.

-No sé -musitó Vinick. Aspiró profundamente y pareció hacer esfuerzo por concentrarse-. Las siete y media o
así, creo. –Se pasó una mano temblorosa por la cara-. Salí del trabajo a las siete, y suelo tardar unos veinte
o veinticinco minutos en llegar a casa.

Joseph cruzó su mirada con la Trammell. Habían visto suficientes muertos para saber que la señora Vinick llevaba
varias horas en ese estado, y no media hora o así. El forense establecería la hora del deceso, y si el señor
Vinick había estado trabajando durante ese tiempo, y si había testigos que pudieran afirmar con seguridad que no
se había marchado, tendrían que empezar a estudiar otras posibilidades. A lo mejor la víctima tenía un novio;
tal vez alguien había conservado caliente la cama de la señora Vinick mientras su marido trabajaba en el turno de
noche.

-¿Dónde trabaja usted?

No hubo respuesta. Joe lo intentó de nuevo. -Señor Vinick, dónde trabaja?

Vinick se movió un poco y nombró una empresa local de transportes.

-¿Normalmente trabaja en el turno de noche?

-Sí, trabajo en el muelle, cargando y descargando camiones. La mayor parte de las mercancías llegan de noche para ser entregadas durante el día.

-¿A qué hora se fue a trabajar anoche?

-A la hora de siempre, alrededor de las diez.

Estaban en racha, por fin empezaban a obtener algunas respuestas.

-¿Tiene usted que fichar en el trabajo? -quiso saber Trammell.

-Sí.

-¿Ficha nada más llegar, o espera hasta que comienza su turno?

-Nada más llegar. El turno empieza a las diez y media. Tenemos media hora para cenar, y salimos a las siete.

-¿Tiene que fichar al ir y venir de cenar?

-Sí.

Por lo visto, la noche del señor Vinick iba a estar muy bien docu- mentada. Comprobarían todo lo que les había
dicho, por supuesto, pero eso no supondría ningún problema.

-¿Notó usted algo fuera de lo habitual esta mañana? -preguntó Joe-. Antes de entrar en casa, quiero decir.

-No. Bueno, la puerta estaba cerrada con llave. Nadine suele levantarse a abrírmela y luego se pone a hacer el
desayuno.

-¿Suele usted entrar por la puerta principal o por la trasera?

-Por la trasera.

-¿Qué vio cuando abrió la puerta?

Al señor Vinick le tembló la barbilla.

-Al principio, nada. Las persianas estaban echadas y las luces no estaban encendidas. Estaba todo oscuro. Me
imaginé que Nadine se había dormido.

-¿Y qué hizo?

-Encendí la luz de la cocina.

-¿Qué vio allí?

El señor Vinick tragó saliva, Abrió la boca, pero no pudo hablar. Se llevó una mano a los ojos.
-S-sangre -consiguió decir-. Por…por todas partes. Excepto que parecía salsa de tomate, al principio, Pensé
que se le habría caído un bote de tomate y se le habría roto, y que por eso estaba todo manchado, luego… luego
comprendí lo que era, y me asusté, Pensé que a lo mejor se había cortado, un corte grave, La llamé a gritos y
corrí al dormitorio a buscarla.-Se interrumpió, incapaz de proseguir la narración. Comenzó a temblar y no se
dio cuenta del momento en que Joe y Trammell se levantaron y se fueron, dejándole a solas con su pena y su horror.

Llegaron Ivan Schaffer y su ayudante con sus maletines y desaparecieron en el dormitorio para recoger cualquier
prueba que pudieran salvar de aquella carnicería. El teniente Kevin Bonness llegó prácticamente pisándoles los
talones y frenó en seco nada más trasponer la puerta, con una expresión de sobresalto.

-mierda, mierda –murmuró.

-Ése parece ser el consenso -dijo Nick a Joseph en un aparte, al tiempo que ambos iban al encuentro del teniente.

Bonness no era mal tipo aunque fuera de California y pudieran ocurrírsele ideas peregrinas de las cosas, era lo
más justo posible en su manera de dirigir aquella unidad, lo cual Joe consideraba una recomendación bastante
buena, y era tolerante con las diversas peculiaridades y costumbres de los detectives que tenia bajo su mando.

-¿Qué habéis conseguido hasta ahora? – preguntó Bonness.

- Tenemos una mujer acribillada a cuchilladas y un marido que estaba trabajando.

-Comprobaremos su coartada, pero las tripas me dicen que está fuera de toda sospecha-respondió Joseph.

Bonness suspiró.

-¿Un novio, acaso?

-Todavía no hemos llegado a eso.

-Está bien. Vamos a movemos deprisa está vez. Dios, qué paredes.

Pasaron al dormitorio, y allí el teniente palideció.

-mierda, mierda -dijo de nuevo-¡Esto es enfermizo!

Joe le dirigió una mirada pensativa y se le encogió el estómago. Experimentó una sensación de pánico que le
subía por la espalda. Enfermizo. Sí, aquello era un acto enfermizo, y él estaba de pronto mucho más preocupado
que antes.

Se agachó en cuclillas al Iado de Ivan mientras éste, alto y larguirucho, buscaba cuidadosamente alguna fibra, un cabello, algo que pudiera analizarse y revelar sus secretos.

-¿Ha encontrado algo?

-No lo sabré hasta que lo lleve al laboratorio. -Ivan miró alrededor-. Sería de ayuda que encontrásemos los
dedos, a lo mejor había algo de piel bajo las uñas. Tengo gente examinando la basura del vecindario. Aquí no hay
recogida de basuras, de modo que eso está descartado.

-¿La han violado?

-No lo sé. No se ve semen.

La sensación de pánico de Joseph estaba aumentando. Lo que había sucedido parecía un asesinato simple, aunque espeluznante, que se iba complicando. Sus tripas rara vez se equivocaban, y sus señales de alarma se estaban disparando una detrás de otra como si de un pelotón se tratara.
Siguió el rastro de sangre hasta su comienzo, en la cocina. Nick lo acompañó, y ambos permanecieron unos minutos de pie en el pequeño y acogedor recinto, recorriéndolo con la vista. Era evidente que a Nadine Vinick le gustaba cocinar; la cocina era más moderna que el resto de la casa, con accesorios relucientes, una pequeña isleta central y un surtido de cazuelas y sartenes brillantes pero muy usadas que colgaban sobre la isleta. En un extremo de la encimera había un conjunto de utensilios para cortar, además de un juego de cuchillos de cocina, del que faltaba uno.

-¿Cómo entró aquí ese hijo de pu*a? -musitó Joe-. ¿Alguien ha buscado signos de que hayan forzado la entrada,
o se han limitado a la posibilidad de que sea el marido el que la mató?

Nick llevaba suficiente tiempo trabajando con él para saber lo que estaba pensando.

-¿Tienes una corazonada?

- Sí, una muy mala.

- ¿Crees que a lo mejor tenía un amiguito?

Joe se encogió de hombros.

-Puede que sí, puede que no. Es por algo que ha dicho el teniente, lo de que esto es un acto enfermizo. Así es. Y eso me pone muy nervioso. Ven, vamos a ver si conseguimos averiguar como entró.

No llevó mucho tiempo. Había un pequeño corte en la parte inferior de la persiana del otro dormitorio. La
persiana estaba en su sitio, pero sin sujetar, y el cierre de la ventana estaba abierto, algo que no habría
impedido la entrada ni a un niño de diez años.
-Voy a buscar a Ivan -dijo Trammell -. Quizás él pueda tomar alguna huella o encontrar un par de hilos sueltos.

La sensación que Joseph notaba en las tripas empeoraba. Una entrada por la fuerza suponía un giro en la
situación e indicaba la presencia de un desconocido. Aquello no tenía pinta de ser un allanamiento de morada que
hubiera desembocado en violencia cuando el intruso se topó de repente con la señora Vinick; un ladrón corriente
probablemente habría huido, y aun cuando hubiera atacado, se habría dado prisa. La agresión sufrida por la
señora Vinick había sido a la vez sádica y prolongada.

Enfermiza.

Regresó a la cocina. ¿Habría tenido lugar allí la primera confrontación, o habría visto la señora Vinick al
intruso y habría tratado de huir por la puerta de atrás, y había llegado sólo hasta la cocina antes de que él
la atrapara? Joseph miró fijamente los accesorios, como si éstos pudieran decirle algo. Un leve ceño le frunció
la frente, y se inclinó sobre la cafetera automática, que era de esas que se instalaban sobre los armarios de
arriba para que no ocuparan espacio en la encimera. La jarra contenía unas cinco tazas de café. Tocó el cristal
con el dorso de los dedos. Estaba frío. La cafetera era de las que tenían un interruptor automático que
desconectaba el plato de calentar al cabo de dos horas. Sobre la encimera había una taza de café, llena casi
hasta el borde. No tenía aspecto de que nadie la hubiera tocado desde que se echó el café en ella.
Joseph metió un dedo en el líquido. Frío también.

Extrajo un par de guantes quirúrgicos del bolsillo y se los puso. Tocó con cuidado sólo el borde de madera de
las puertas de los armarios, en vez de los tiradores metálicos, y fue abriéndolos todos. Tras la segunda puerta
encontró un bote de café descafeinado. La señora Vinick podría tomarlo por la noche sin preocuparse de que
pudiera quitarle el sueño.

Había hecho una cafetera y había estado allí, en la cocina. Acababa de servirse la primera taza y había vuelto
a dejar la jarra en el plato. La puerta del salón quedaba detrás de ella, a la derecha. Joseph repitió todos los
movimientos como si él mismo se hubiera servido el café, y se situó donde se habría situado la víctima. Según la posición de la taza sobre la encimera, seguramente la señora Vinick se puso de pie ligeramente a la izquierda de la cafetera.

Entonces fue cuando vio al intruso, justo después de dejar la jarra en su sitio. La cafetera tenía una superficie
oscura y brillante, casi como un espejo, detrás de las manecillas del reloj que llevaba incorporado. Joe flexionó
las rodillas, en un intento de bajar hasta la estatura aproximada de la señora Vinick. La puerta abierta de la
cocina se reflejó en la supeficie de la cafetera.

La víctima no había llegado a coger su taza de café recién hecho. Vio el reflejo del intruso y se volvió, tal
vez pensando, en un primer momento, que su marido había olvidado algo y que había regresado a casa a buscarlo.
Cuando se dio cuenta de su error, ya tenía al asesino encima.

Probablemente no estaba desnuda en la cocina, aunque Dane llevaba siendo policía el tiempo suficiente como para saber que todo era posible. Simplemente era otra corazonada.

Pero sí estaba desnuda cuando el asesino hubo terminado con ella, y probablemente también cuando empezó.

Era posible que la violase a punta de cuchillo allí mismo, en la cocina. El hecho de que no hubiera semen a la
vista no significaba nada; después de tantas horas, y con el forcejeo que siguió, haría falta un examen médico
para determinar lo ocurrido y muchas veces los violadores no llegaban a eyacular; no era el orgasmo lo que perseguían.

Tras la violación, el asesino empezó a trabajar con el cuchillo. Hasta ese momento, ella estuvo aterrorizada pero
con la esperanza, probablemente, de que una vez que hubiera terminado su atacante se marcharía sin más. Cuando empezó a apuñalarla, ella supo que tenía la intención de matarla y empezó a luchar por su vida. Escapó de él, o tal vez él la dejó escapar, igual que un gato que juega con un ratón, dejando que pensara que se había librado antes de atraparla otra vez fácilmente.
¿Cuántas veces habría jugado a ese jueguecito enfermizo antes de acorralarla por fin en el dormitorio?

¿Qué llevaba puesto ella? ¿El asesino se había llevado consigo la ropa a modo de recuerdo o trofeo?

-¿Qué? -preguntó Trammell en voz baja desde la puerta, con una mirada grave en sus ojos oscuros, observando a su colega.

Joe levantó la vista.

-¿Dónde está la ropa de ella? -preguntó-. ¿Qué llevaba puesto?

-Quizá lo sepa el marido-.Nick desapareció, y regresó en menos de un minuto-. Cuando él se fue a trabajar, su
mujer ya se había puesto el camisón. Dice que era blanco, con cositas azules.

Los dos se pusieron a buscar la prenda en cuestión, que resultó sorprendentemente fácil de encontrar. Nick
abrió las puertas plegables que ocultaban la lavadora y la secadora, y allí estaba, pulcramente colocada encima
de la pila de ropa sucia que había sobre la secadora.

La prenda estaba manchada de sangre, pero desde luego no empapada. No, no la llevaba puesta cuando comenzó la agresión con el cuchillo. Probablemente estaba tirada en el suelo, a un lado, y la sangre la salpicó después.

Joseph se la quedó mirando fijamente.

-Después de violarla y matarla, ¿ese hijo de pu*a dejó el camisón en la lavadora?

-¿Violación? -inquirió Trammell.

-Puedes apostar a que sí.

-No he tocado el pomo de la puerta. Quizás Ivan pueda sacar una huella; ha salido con las manos vacías del
segundo dormitorio.

Joe sintió otro retortijón en las tripas, que le gustó todavía menos que los anteriores.

-Me temo que vamos a salir con las manos vacías de todas partes -dijo con aire sombrío.


Fin del capítulo

Hola! (: graciiias por comentar. Como les había informado, no pude subir en la semana por el colegio pero valió la pena porque creo que me fue biien (: Les tengo una noticia, la próxima semana también voy a tener pruebas todos los días :/ así que dudo que vaya a poder subir, por eso algún día de estos, les subiré mucho para recompensar lo que no subiré :D
Saludos!!!

PD: vieron el concierto de los Jonas? fue hermoso, me encantó jejeje. Ya sé debería haber estado estudiando pero me organicé bien y pude verlos (: fue tan... maravilloso ♥️ lo único malo es que hoy no me podía levantar en la mañana jajaja, habría faltado al colegio pero tenía dos pruebas :/ Todo por ellos, valió la pena ♥️♥️♥️♥️♥️
Isi
Isi


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Mensaje por Isi Vie 12 Oct 2012, 7:10 pm

GlodDeJonas escribió:Nueva lectora!!!!
Mierda tienes que seguirla!!!
realmente me encanta!
siguela siguela siguela :bounce:
Por cierto me llamo Susana, pero dime Susi :)

Hola Susi! bienvenida al mundo de las premoniciones jejeje (: Me encanta que te encante c: espero que te haya gustado el pedacito de capítulo 2 que me faltaba :D saludos!!!
Isi
Isi


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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por Julieta♥ Sáb 13 Oct 2012, 12:13 pm

me encanta!!!!
tienes que seguirla por favor!!!!
por favor!! quiero cap ya!!!!!
Julieta♥
Julieta♥


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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por ElitzJb Sáb 13 Oct 2012, 6:00 pm

siguela esta super
me encanto el capitulo
ElitzJb
ElitzJb


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Mensaje por Isi Dom 14 Oct 2012, 2:16 pm

Capítulo 3


No había sido una regresión.

Lo sabía porque llevaba todo el día teniendo regresiones de verdad, aterradores recuerdos resurgentes que la invadían, la abrumaban y la dejaban agotada y exánime cuando volvía a la realidad.

______ conocía los detalles de su particular pesadilla, le resultaban tan naturales como las facciones de su cara; pero los detalles que llevaban todo el día bullendo en su cerebro eran nuevos, distintos. Cuando despertó de su estupor la tarde anterior, logró recordar poco de la imagen del cuchillo al atacar, y seguía estando tan cansada que apenas consiguió hacer vida normal. Se fue temprano a la cama y durmió profundamente, sin soñar, casi hasta el amanecer, momento en que los detalles comenzaron a aflorar a la superficie.

Los golpes de recuerdos se sucedieron a lo largo de todo el día; apenas se recuperaba de uno cuando otro surgía en su conciencia, vívido y horrible. Nunca le había ocurrido nada igual; las visiones siempre habían sido agobiantes y agotadoras, pero siempre había conseguido recordarlas inmediatamente después. Estosataques constantes la dejaban confusa e impotente por el cansancio. Varias veces estuvo a punto de llamar al doctor Evans y contarle aquella aterradora novedad pero algo la hizo contenerse.

Una mujer había sido asesinada. Había sido real. Que Dios la ayudara, las revelaciones habían regresado, pero esta vez era diferente, y no sabía qué hacer. La visión había sido intensa, más intensa que ninguna que hubiera experimentado antes, pero no sabía quién era la víctima y tampoco podía distinguir dónde había ocurrido. Antes, siempre tenía al menos algún atisbo, alguna idea vaga de la identidad y el lugar de los hechos, pero esta vez no. Se sentía desorientada, su mente se esforzaba pero no conseguía encontrar la señal, igual que la aguja de una brújula en busca de un polo magnético que no existiera.

Había visto suceder el crimen una y otra vez en su mente, y cada vez obtenía más detalles, como si un viento fuera levantando las capas de niebla y cada vez que emergía de una repetición de la visión, más exhausta que antes, más horrorizada se sentía.

Estaba viéndolo a través de los ojos del asesino.

La mente de él se había adueñado de la suya, la fuerza mental de su rabia había echado por tierra seis años de bendita nada y la había sobresaltado, arrastrándola una vez más a una percepción extrasensorial. No era que la hubiera convertido en su objetivo, no había hecho tal cosa; aquella enorme oleada de energía mental no tenía un objetivo determinado ni un plan concreto; él no sabía lo que estaba haciendo. La gente normal nunca se imaginaba que existían personas como ella, personas cuyas mentes eran tan sensibles que eran capaces de percibir las señales eléctricas del pensamiento, leer la energía residual de cosas que habían sucedido tiempo atrás, y hasta adivinar las pautas en formación de acontecimientos que aún no habían tenido lugar. No era que aquel hombre fuera normal en todos los aspectos excepto en su falta de sensibilidad extrasensorial, pero Marlie hacía tiempo que había hecho la distinción para sí.

La gente normal era la que no percibía nada. Ella poseía la capacidad de saber, y eso siempre la había hecho estar aparte, hasta que seis años antes se vio atrapada en una pesadilla que todavía la atormentaba. Traumatizada, aquella parte de su cerebro se había cerrado; durante seis años había vivido como una persona normal, y le había gustado, de modo que quería que continuase aquella clase de vida. Con los años, había ido poco a poco permitiéndose creer que la percepción no volvería jamás, pero se equivocó; tal vez su mente había necesitado todo aquel tiempo para curarse, pero las visiones habían regresado, más fuertes y más agotadoras que nunca.

Y vistas a través de los ojos de un asesino.

Una parte de ella todavía albergaba la esperanza... ¿de qué? ¿De que no hubiera sido real, después de todo? ¿De que no estuviera volviéndose loca? ¿Prefería hacerse una ilusión antes que aceptar que las visiones habían vuelto, que su vida segura y normal había tocado a su fin?

Había hojeado el periódico del domingo, pero no había conseguido concentrarse; los destellos de recuerdos eran demasiado frecuentes, demasiado intensos. No había encontrado ninguna mención de un asesinato que le hubiera provocado una reacción. A lo mejor estaba, pero ella simplemente lo había pasado por alto; no lo sabía. A lo mejor no se había cometido cerca de allí, pero por alguna extraña casualidad ella había captado las señales mentales del asesino. Si la mujer viviera en otra ciudad, por ejemplo Tampa o Daytona, lo sucedido no aparecería en los periódicos de Orlando, y _______ no conocería su identidad ni el lugar donde se encontraba.

Una parte de ella era cobarde. En realidad no quería saber nada, no quería volver a formar parte de aquella vida. Se había construido algo sólido y seguro allí, en Orlando, algo que quedaría destruido si volvía a implicarse de nuevo. Sabía exactamente lo que iba a pasar: no le creerían, y luego se reirían de ella. Después, cuando la gente se viera obligada a aceptar la verdad, se mostraría suspicaz y temerosa. Estarían muy dispuestos a servirse de su talento, pero no querrían su amistad. La evitarían, los niños pequeños se asomarían a su ventana un instante y echarían a correr, chillando, si ella les devolviera la mirada. Los niños algo mayores la llamarían«la bruja». Inevitablemente, los fanáticos religiosos empezarían a murmurar que aquello era«obra del diablo», y de vez en cuando aparecerían paquetes enfrente de su casa. No, tendría que ser idiota para meterse otra vez en aquello.

Pero no podía dejar de pensar en la mujer. Sentía la dolorosa necesidad de por lo menos saber cómo se llamaba. Cuando moría alguien, por lo menos había que saber su nombre, un vínculo diminuto con la inmortalidad que decía: esta persona estuvo aquí, esta persona existió.

Sin nombre, no había más que un espacio en blanco.

Así que, todavía estremecida de cansancio, se volvió hacia el televisor y esperó, medio aturdida, a que llegaran las noticias. Estuvo a punto de quedarse dormida varias veces, pero hizo un esfuerzo por seguir despierta.

-Probablemente no sea nada -musitó en voz alta-. Estás volviéndote loca, eso es todo.

Era un extraño consuelo, pero allí estaba. Los miedos particulares de cada uno eran diferentes, y ella prefería estar loca que tener razón.

La pantalla del televisor parpadeaba conforme los bustos parlantes saltaban de una historia a otra, y esa vez dedicaron un minuto entero a estudiar en profundidad el efecto de la droga y de las pandillas en los vecindarios del centro de la ciudad. Marlie parpadeó, súbitamente aterrada por la posibilidad de que las imágenes visuales la abrumaran mezcladas con las mentales, tal como había ocurrido en el pasado cuando percibía los sentimientos de las personas que había visto. Pero no sucedió nada; su mente seguía en blanco. Al cabo de un minuto se relajó y dejó escapar un suspiro de alivio. No había nada allí, ningún sentimiento de desesperación ni desesperanza. Comenzó a sentirse un poco más animada; si podía recibir aquellas imágenes y emociones de la misma forma que en el pasado, a lo mejor era verdad que se estaba volviendo un poco loca.

Continuó viendo la televisión, y de nuevo se sintió adormecer. Notó que empezaba a ceder a la fatiga y que se iba deslizando sin esfuerzo hacia un ligero sueño, aunque intentó recordarse a sí misma que debía permanecer despierta hasta que acabasen las noticias. ..

-…NADINE VINICK...

_______ se sobresaltó violentamente cuando aquel nombre resonó dentro y fuera de su cabeza. Su percepción interior sirvió de amplificador del nombre que acababa de pronunciar el presentador de televisión. Se irguió con cierto esfuerzo en el sofá, pues no se había dado cuenta de que al dormirse se había resbalado hasta una posición horizontal. El corazón le latía con fuerza contra las costillas y notó su propia respiración presa del pánico, rápida y superficial, cuando miró la pantalla.

-La policía de Orlando no ha dado ninguna información acerca del apuñalamiento sufrido por la señora Vinick, ya que todavía es objeto de investigación.

En la pantalla apareció una foto de la víctima. Nadine Vinick. Aquélla era la mujer que había visto _______ en la visión. Nunca había oído su nombre, pero experimentó una intensa sensación de reconocerlo, demasiado intensa para ignorarla. El solo hecho de oír el nombre en televisión actuó como un megáfono dentro de su cabeza.

Así que era cierto, era real. Todo ello.

Había vuelto la percepción. E iba a hacer trizas su vida si ella no hacía algo al respecto.

El lunes por la mañana, Joseph contemplaba las fotografías de la escena del crimen, examinando cada minúsculo detalle una y otra vez al tiempo que dejaba que sus pensamientos fluyeran libremente, con la esperanza de que le saltara a la vista algún dato crucial que se le hubiera pasado antes por alto, algo que le mostrara una pista, cualquier pista. No tenían nada por donde empezar, maldita fuera, absolutamente nada. Una vecina que vivía al otro lado de la calle había oído ladrar a un perro a eso de las once, según creía, pero los ladridos se interrumpieron y no volvió a oír nada más hasta el momento de ser interrogada. Quedó claro que el señor Vinick se encontraba trabajando; había ayudado a otro obrero del muelle a descargar un camión, y la hora estaba completamente verificada. El examen médico no había
podido establecer una hora exacta de la muerte, porque tal cosa resultaba imposible a menos que hubiera algún testigo, y desgraciadamente la franja de tiempo incluía la media hora anterior a que el señor Vinick se hubiera ido a trabajar. Joseph todavía experimentaba aquella sensación en el estómago: lo había hecho Vinick. Según sus compañeros, el señor Vinick tenía una actitud totalmente normal cuando llegó al trabajo, y estuvo haciendo bromas. Tendría que ser un verdadero monstruo, de lo cual nunca había dado el menor indicio, para haber acuchillado a su esposa, haberse lavado fríamente y cambiado de ropa y después haberse marchado a trabajar como siempre sin el menor rastro de nerviosismo.

No tenían ninguna muestra de semen, aunque el examen médico dijo que se habían encontrado laceraciones en la v@gina que indicaban que la señora Vinick había sido penetrada brutalmente. Tampoco tenían fibras ajenas a la casa, excepto las que habían traído consigo los miembros del Departamento de Policía de Orlando. No tenían muestras de cabello, ni púbico ni de otra parte. No tenían huellas. y no habían encontrado los dedos de Nadine Vinick.

-No tenemos una mie&$a -musitó, tirando las fotos sobre su escritorio.

Nick lo acompañó con un gruñido. Ambos estaban cansados; apenas habían hecho un alto en las cuarenta y ocho horas que habían transcurrido desde que entraron en la casa de los Vinick. y con cada hora que pasaba, se reducían las posibilidades de encontrar al asesino de la señora Vinick. Los crímenes, o se resolvían rápidamente, o era fácil que no se resolvieran.

-Echa un vistazo a la lista de basuras. Le pasó la lista pormenorizada a Joseph, el cual se puso a mirarla. Contenía la basura típica: residuos de alimentos, cartones de leche vacíos, cajas de cereales, un surtido de correo de desecho sin ningún interés, bolsas de plástico de la compra de un par de tiendas, filtros de café usados, una caja de pizza con dos trozos sin comer, papel de cocina sucio, una lista de la compra antigua, la revista de programación de televisión de la semana anterior, un par de números de teléfono garabateados, un cheque anulado para la compañía telefónica, varios recipientes de aerosol vacíos, periódicos de aproximadamente una semana. ..Resultaba evidente que los Vinick no reciclaban. Nada que fuera inusual o que estuviera fuera de lugar.

-¿Y estos números de teléfono? -preguntó.

-Acabo de llamar a los dos. –Nick se reclinó en su silla y puso encima de la mesa sus pies calzados de cuero italiano-. Uno es de una pizzería, el otro es de una compañía de cable.

Joe soltó un gruñido. Se recostó en su silla y apoyó también los pies en la mesa. Joe calzaba Post en vez de Gucci, y además gastados.

Qué demonios. Nick y él se miraron el uno al otro por encima de sus cuatro pies y los dos escritorios. A veces se les ocurrían las mejores ideas cuando estaban en aquella postura.

-La entrega de pizzas a domicilio implica que un desconocido entre en casa, y existen un cincuenta por ciento de probabilidades de que la compañía de cable haya enviado un técnico.

El rostro delgado y moreno de Trammell se veía pensativo.

-Aun cuando hubiera ido un técnico a la casa, no habría sido de noche.

-Y probablemente sería esperar demasiado que la señora Vinick pidiese una pizza a esas horas de la noche, para zampársela entera ella sola. El análisis del contenido de su estómago...-Joe estiró el brazo derecho y rebuscó entre los papeles que poblaban su escritorio, y por fin extrajo del montón el que quería-. Aquí está. El médico dice que la víctima no había comido nada hacía por lo menos cuatro o cinco horas. Nada de pizza. Así que la pizza que había en la basura era de antes, por lo menos del almuerzo. Tal vez tuviera ya uno o dos días.

-Pese a todas las tentadoras posibilidades, su experiencia le decía que no había existido ningún repartidor de pizzas.

-Podemos averiguar a través del señor Vinick exactamente a qué hora pidieron la pizza.

-Y la compañía de cable podrá decirnos si tuvieron que mandar un técnico a la casa de los Vinick.

-De modo que tenemos claramente uno, y posiblemente dos, desconocidos que estuvieron en la casa. Un repartidor de pizzas se habría quedado en la puerta, pero aun así podría haber visto a la víctima. En el caso del técnico, es probable que entrara de hecho en la casa.

-Las mujeres charlan con los técnicos -dijo Joseph con los ojos entornados mientras seguía aquel hilo de razonamiento-. A lo mejor ella le dijo que no hiciera ruido, pues su marido trabajaba en el turno de noche y estaba durmiendo en el dormitorio. El tipo dice: sí, yo también he trabajado en el turno de noche, y es muy duro. ¿Dónde trabaja su marido? y ella se lo dice, incluso le cuenta a qué hora sale del turno y cuándo llega a casa. ¿Por qué habría de preocuparse? Al fin y al cabo, ¿le habría contratado la compañía de cable si él no fuera un
honrado ciudadano ? Las mujeres no tienen problemas en dejar entrar a un técnico y contarles toda su vida mientras él trabaja.

-Está bien. -Trammell cogió un cuaderno y se lo puso sobre las piernas. Uno: Consultamos con el señor Vinick exactamente cuándo entregaron la pizza, y quizá le pedimos que nos haga una descripción del repartidor.

-O repartidora; podría ser una chica. y lo mismo ocurre con el técnico.

-O técnica -le corrigió Trammell-. Es posible. Si no, conseguimos el nombre de la pizzería y seguimos a partir de ahí.

Dos: Hacemos lo mismo con la compañía de cable.

Joseph se sintió mejor. Al menos estaban trabajando y habían dado con una pista por la que empezar.

En ese momento sonó el teléfono. Era la línea interna. Apretó el botón y levantó el auricular.

-Jonas.

-Joseph -dijo el teniente Bonness-. Trammell y tú venid a mi despacho.

-Vamos para allá. -Colgó el teléfono-. El jefe quiere vernos.

Nick bajó los pies de la mesa y se incorporó.

-¿Qué has hecho ahora? -se quejó. Joe se encogió de hombros.

-Nada, que yo sepa. -Ciertamente no daba la imagen del poli duro de las películas, pero sí que tenía una habilidad especial para meter el dedo en el ojo de la gente y cabrearla.

Simplemente sucedía. No tenía mucha paciencia con los tipos chorras.

El despacho del teniente tenía dos grandes ventanas interiores; vieron a la mujer que estaba con él, sentada de espaldas a la puerta.

-¿Quién es ésa? -murmuró Joseph, y Nick sacudió la cabeza en un movimiento negativo. Joe llamó con un golpecito sobre el cristal, y el teniente Bonness les hizo un gesto para que pasaran.

-Adelante, y cerrad la puerta -dijo. En cuanto estuvieron dentro, les dijo:

-______ Keen, éstos son el detective Jonas y el detective Trammell. Están encargados del caso Vinick. La señorita Keen tiene cierta información de interés.
Isi
Isi


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Premonición mortal (Joe y tu) - Página 2 Empty Re: Premonición mortal (Joe y tu)

Mensaje por Isi Dom 14 Oct 2012, 2:27 pm

Nick tomó asiento al otro lado de la mesa del teniente, separado de la señorita Keen.

Joe se apoyó en la pared al otro costado de ella, fuera de su línea visual directa, pero donde todavía pudiera verle la cara. Ella apenas le miró a él ni a Nick; tampoco al teniente. En vez de eso, parecía estar concentrada en las persianas que cubrían las ventanas exteriores.

Se hizo un breve silencio mientras parecía reunir fuerzas. Joseph la observó con curiosidad. Estaba tan tensa que casi podía ver cómo se le contraían los músculos. Había en aquella mujer algo que resultaba misterioso, algo que le hizo mantener la vista fija en ella. No era una belleza, aunque poseía unas facciones regulares y unos ojos que desde luego no eran nada duros, pero estaba claro que no hacía nada por atraer la atención. Llevaba zapatos negros y planos, una estrecha falda de loneta negra que le llegaba a mitad de la pantorrilla, y una blusa blanca sin mangas. Tenía un bonito cabello oscuro de aspecto limpio, pero se lo había peinado hacia atrás en uno de esos austeros moños franceses. Contaría unos treinta años, supuso, haciendo una valoración automática con su ojo de policía. Resultaba difícil calcular su estatura estando sentada, pero probablemente tendría una altura media, tal vez un poco menos. Estaba un poco más delgada de lo que le gustaba a él, pesaría unos cincuenta y cinco kilos; él prefería las mujeres blanditas más que huesudas. Tenía las manos fuertemente entrelazadas sobre las rodillas. Joe se sorprendió a sí mismo contemplándoselas: esbeltas, de huesos finos, sin joyas, y delataban a todas luces su tensión nerviosa, aunque no hubiera reparado ya en que su postura, más que inmóvil, era rígida.

-Soy vidente -dijo ella sin rodeos. Joseph apenas reprimió un resoplido de burla. Sus ojos se cruzaron con los de Trammell en una fugaz mirada que indicaba que los dos pensaban lo mismo: ¡otra de las pintorescas ideas californianas del teniente!

-El viernes pasado por la noche volví a mi casa en coche después de ir a ver una película - prosiguió ella en tono monocorde, carente de expresión, que no disminuyó la gravedad y aspereza de su voz. Era una voz de fumadora, se dijo, excepto que apostaría algo a que no fumaba. Las personas nerviosas como ella rara vez se daban a los vicios fáciles-. Eran más o menos las once y media cuando salí del cine. Acababa de dejar la autovía cuando empecé a tener una visión de un asesinato que se estaba cometiendo en aquel momento. Las... visiones son abrumadoras. Me las arreglé para salir de la calzada.

Hizo una pausa, como si se sintiera reacia a continuar, y Dane observó que retorcía las manos hasta dejarlas sin una gota de sangre. Respiró hondo y siguió:

-Lo veo a través de los ojos de él-dijo en un tono sin inflexiones-. Entró por una ventana.

Joseph se puso rígido y concentró toda su atención en el rostro de la joven. No necesitaba mirar a Trammell para saber que su compañero también se había puesto alerta. El relato prosiguió a un ritmo lento, de cadencia regular, que resultaba extrañamente hipnótico. La mujer tenía los ojos muy abiertos y vacíos, como si mirase hacia dentro de sí.

-Todo está oscuro en la habitación. Espera hasta que ella está sola, la oye en la cocina, hablando con su marido. El marido se va. Espera hasta que el coche del marido sale de la rampa de entrada, y entonces abre la puerta y empieza a acecharla. Se siente como un cazador persiguiendo su presa.

»Pero ella es una presa fácil. La ve en la cocina, sirviéndose una

taza de café. Saca un cuchillo del juego que hay allí, aguardándole a él. Ella le oye y se da la vuelta, y dice: ¿Ansel?, pero entonces lo ve y abre la boca para gritar.

» Está demasiado cerca, ya lo tiene encima. Él le tapa la boca con una mano y le apoya el cuchillo en la garganta.

______ Keen dejó de hablar. Joseph siguió concentrado en su rostro, que ahora estaba pálido y sin color excepto por el tono rosado de sus labios. Sintió cómo se le erizaba el vello de la nuca en reacción a aquel fantasmal tiempo presente que ella empleaba al hablar, como si el crimen se estuviera cometiendo allí mismo.

-Continúe -instó el teniente. Transcurrió un instante antes de que ella reanudara el relato, y su tono fue más frío que antes, como si de ese modo pudiera distanciarse de lo que estaba diciendo.

-La hace quitarse el camisón. Ella está llorando, suplicándole que no le haga daño. A él le gusta eso, quiere que ella le suplique, quiere que piense que no le pasará nada si se limita a hacer lo que él le ordene. Así es más divertido, cuando se dé cuenta de. ..

Se interrumpió y dejó la frase sin terminar. Al cabo de otro momento prosiguió:

-Usa un condón. Ella se siente agradecida, le da las gracias, él es amable con ella, casi gentil. Ella empieza a relajarse aunque sigue llorando, porque él no le está haciendo daño y cree que simplemente se marchará cuando termine. Él sabe cómo piensan las putas imbéciles.

»Cuando ya ha terminado, la ayuda a levantarse. Le coge la mano, se inclina y la besa en la mejilla. Ella se queda allí de pie, hasta que siente el cuchillo. El primer corte es superficial, lo suficiente para que ella sepa lo que va a pasar, y así él podrá ver el pánico en sus ojos más tarde, pero no debe ser tan grave que eche a perder la caza, así no habría diversión alguna.

» A ella le entra el pánico, chilla y trata de salir corriendo, y en él se desata la rabia.

Durante todo este tiempo la ha contenido para jugar con la mujer, disfrutando de su miedo y su humillación, permitiéndole albergar esperanzas, pero ahora ya puede darle rienda suelta, ahora ya puede hacer lo que ha venido a hacer. Esto es lo que más le gusta, el terror total que ve en sus ojos, la sensación de ser invencible. Puede hacerle lo que le venga en gana, tiene un poder total sobre ella, y se regodea en ese placer. Es su dios; su vida o su muerte dependen de él, de su sola decisión. Pero su decisión es la muerte, por supuesto, porque eso es lo que más le gusta.

»Ella lucha, pero el dolor y la pérdida de sangre le han mermado las fuerzas. Consigue llegar al dormitorio y cae al suelo. Él está decepcionado; quería que la lucha durase más tiempo. Lo pone furioso que ella sea tan débil. Se agacha para cortarle la garganta, para terminar el trabajo, pero la pu*a se vuelve contra él. Estaba fingiendo. Le golpea. Él había tenía la intención de darse prisa, pero ahora le enseñará, no debería haber intentado engañarle con trucos. Su rabia es como un globo incandescente, que se hincha y lo llena por completo. La apuñala una y otra vez, hasta agotarse. No, no está agotado; es demasiado poderoso para estar agotado. Está aburrido. Ha acabado demasiado pronto; ya le ha dado la lección, pero esto no le ha procurado tanta diversión como esperaba.


Se hizo el silencio. Al cabo de unos instantes, Joe se dio cuenta de que la joven había terminado. Aún seguía rígida en su asiento y con la mirada fija en las persianas de la ventana.

El teniente Bonness parecía decepcionado por la falta de reacción de Joseph y Nick.

-¿Y bien? -pidió impaciente.

-¿Y bien, qué?

Joseph se apartó de la pared. En su interior había empezado a crecer lentamente la rabia conforme escuchaba el relato frío y carente de toda emoción, pero se trataba de una rabia controlada. No sabía qué motivos tenía aquella mujer para haber ido allí, pero de una cosa estaba seguro, no necesitaba ser ningún vidente para saberla con seguridad: ella había estado allí. Quizás hubiera asesinado ella misma a la señora Vinick, quizá no, pero estaba en aquella casa cuando ocurrió. Como mínimo era cómplice, y si creía que iba a poder presentarse allí con aquella chorrada de historia y conseguir un montón de atención de los medios de comunicación mientras se quitaba de encima a todos, había topado con la persona equivocada.

-¿Qué opinas? -le espetó Bonness, irritado por tener que preguntar.

Joseph encogió los hombros.

- ¿Una vidente? Baje a la realidad, teniente: éste es el montón de mierda más grande que he oído en mi vida.

______ Keen se estremeció y separó lentamente las manos como si le costara hacerlo. Acto seguido, con la misma lentitud, volvió la cabeza y miró a Joseph por primera vez. A pesar de su rabia glacial, Joe sintió que se le contraían bruscamente los músculos del estómago, como reacción. No le extrañaba que Bonness hubiera quedado cautivado. Aquellos ojos eran del azul del océano, profundos, oscuros e insondables, de esos ojos a los que un hombre puede mirar y olvidarse de lo que estaba diciendo. Había algo exótico en ellos, aparte de la riqueza del color; una especie de aura de otro mundo que él no acertaba a comprender del todo. Sin embargo, la expresión que mostraban era fácil de entender, y Joseph supo sin ningún género de duda que no la había impresionado precisamente con sus encantos.

Ella se puso de pie y le miró de frente, encarándose con él como si fueran dos adversarios en el viejo Oeste a punto de sacar las pistolas. Su semblante había adquirido una expresión calma y curiosamente distante.

-Le he dicho lo que sucedió -dijo con voz clara y decidida-. Puede usted creerlo o no, me es exactamente igual.

-No debería -replicó él en el mismo tono decidido. Ella no preguntó por qué, aunque Joseph hizo una pausa para que lo hiciera. Pero en lugar de eso su boca se curvó en una leve sonrisa sin humor.

-Me doy cuenta de que acabo de convertirme en su principal sospechosa -murmuró-. Siendo así, mejor será que ahorre tiempo para los dos y le diga que mi dirección es el 2411 de Hazelwood y que mi número de teléfono es el 555-9909.

-Conoce el procedimiento -dijo él con sarcástica admiración-. No me sorprende. -Dio un paso hacia ella, lo bastante cerca para que ______ tuviera que levantar los ojos para mantener el contacto visual, lo bastante cerca para invadir su espacio y amenazarla sutilmente-. O puede ser que me esté leyendo la mente, ya que es vidente. -Puso énfasis en la última palabra- A lo mejor es capaz de decirme qué va a pasar a continuación, a menos que necesite una bola de cristal para saber lo que estoy pensando.

-Oh, para eso no hace falta ser vidente, no es usted muy original que digamos. -Se detuvo un momento, y le obsequió de nuevo con aquella sonrisa-. No tengo intención de salir de la ciudad.

No estaba retrocediendo, y Joe volvió a notar que se le contraían los músculos del estómago. A primera vista, la joven parecía una persona gris, sin personalidad, temerosa de hacerse más atractiva, pero aquella primera mirada a sus ojos le había obligado a cambiar de opinión. La mujer que tenía delante no carecía de seguridad en sí misma, y no estaba en absoluto intimidada por él aunque era treinta centímetros más alto. y además había otra cosa que le roía el cerebro; maldita sea, era su aroma, un aroma dulce y suave que no tenía nada que ver con el perfume y sí mucho con la piel femenina. Su involuntaria reacción le puso todavía más furioso.

-Ya veo que no. -Habló en tono grave y áspero-. ¿Hay alguna otra cosa que vea en su bola de cristal, algo que quiera decirme?

-Por supuesto que sí -ronroneó ella, y el súbito destello que vio en sus ojos azules le dijo que había acertado al decir aquello-. Váyase al diablo, detective.
Isi
Isi


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