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Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
pinkiiland escribió:Viene pronto...
y son buenas noticias :)
quizás malas para Jemima pero al final será mejor que hayan pasado así las cosas!
Hoy no podré subir cap porque estoy ocupada, igual espero poder subirlo mañana.
Gracias por leer y comentar, como siempre les digo
Eso me intriga mas!!
ya quiero saber que pasa
Gracias a ti por subir (:
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
awww gracias
que bueno que jemina este feliz
y nick si quiere hablar deberia hacerlo con jemina
ella siempre lo esucha =)
me encanto
seguila!!!
que bueno que jemina este feliz
y nick si quiere hablar deberia hacerlo con jemina
ella siempre lo esucha =)
me encanto
seguila!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Opino lo mismo. Nick deberia buscar a Jemima para hablar, pero no estoy segura de que la noticia sea buena para que ella quiera continuar con su cambio ....
tienes que seguirla para que pueda averiguarlo (:
tienes que seguirla para que pueda averiguarlo (:
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡Hola!
Soy super fan de esta nove, estoy más que adicta a ella porque me identifico con Jemima, yo no estoy obesa pero sí me sobran kilos y me siento IGUAL, pero totalmente ¡IGUAL!
I :(L): This Novel
^ Haré una camiseta con eso y todo, jajaja. ¡SIGUELA, por favooor!
Atte: María :arre:
Soy super fan de esta nove, estoy más que adicta a ella porque me identifico con Jemima, yo no estoy obesa pero sí me sobran kilos y me siento IGUAL, pero totalmente ¡IGUAL!
I :(L): This Novel
^ Haré una camiseta con eso y todo, jajaja. ¡SIGUELA, por favooor!
Atte: María :arre:
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Jajaja Mery, qué graciosa ^^
y no hay que ser obesa para sentirse deprimida en algún momento... como siempre está Jemima, por eso es que amé la nove tanto que quise subirla acá!
El capítulo de hoy...
Capítulo 31
De modo que siguen hablando, Nick totalmente absorto en el mundo de los estudios de la London Daytime Television, y cuando se despiden, vuelve a coger el teléfono y marca el número de Jemima, porque ¿quién mejor para escuchar los detalles que Jemima Jones, su nueva amiga?
—Hola, ¿está Jemima, por favor? —Mirad lo educado que es.
—Lo siento, pero aún no ha vuelto. ¿Quieres dejarle algún recado?
—Hummm, sí. Soy Nick, del trabajo. Si te dejo mi número, ¿podrías decirle que me llame?
A Sophie casi se le cae el auricular de la mano.
—Ah, hola, Nick —dice entusiasmada— Soy Sophie, nos conocimos la otra noche.
—¿Eras la de la mascarilla o la de las cosas raras en el pelo? —dice Nick riendo.
Sophie gruñe.
—No me lo recuerdes, por favor. Las dos estábamos horribles, pero para tu información yo era la de las cosas raras en el pelo —Lisa levanta la vista de la revista que está leyendo en el sofá. Abre los ojos como platos mientras articula: «¿Es él?» y Sophie asiente.
—Ah —dice Nick, a quien no se le ocurre nada más qué decir. —Pero no suelo tener ese aspecto —asegura Sophie, que quiere que Nick siga hablando, prolongar la conversación hasta convertirla en la clase de conversación de una hora de duración que las mujeres siempre tratan de tener con los hombres que acaban de conocer y que les gustan locamente.
—Espero que no —dice Nick. —No creo que a los de Curve les gustara.
—¿Te ha dicho Jemima dónde trabajo?
—Lo mencionó —responde Nick, preguntándose por qué tarda tanto en tomarse ese recado— Oye, ¿puedo darte mi número?
—Claro. Perdona, voy por un bolígrafo —dice ella, y vuelve al instante. —Adelante, dispara.
Nick le deja su número, le pide que diga a Jemima que lo llame lo antes posible y se despide.
—Adivina lo que tengo —le dice Sophie a Lisa, agitando la hoja de papel y llevándosela luego al pecho.
—Bruja —dice Lisa, medio en serio medio en broma. —No puedes quedártelo, tienes que dárselo a Jemima.
—Y lo haré —dice Sophie, —pero antes voy a copiarlo en mi agenda.
—¿Qué pretexto piensas darle? No puedes llamarlo sin más, y no ha sido exactamente muy comunicativo contigo —dice Lisa, triunfal. —No parecía muy interesado.
—Aún no —dice Sophie. —Pero creo que deberíamos invitarlo a alguna parte, tal vez a una fiesta o un club. Si hace falta invitaremos también a Jemima, pero volveremos a verlo, y esta vez estaremos más guapas que en toda nuestra vida.
Lisa sonríe, satisfecha ahora que la ha incluido, y segura de que, si tiene que escoger, Nick se inclinará por los rizos alborotados.
Las chicas oyen la puerta de la calle cerrarse de golpe, y Jemima sube la escalera y deja bruscamente las bolsas en el suelo de la sala de estar.
—¡Uooh! —exclaman Sophie y Lisa al unísono. —Has ido de compras. Enséñanos qué te has comprado.
—No es muy emocionante —digo, cuando de hecho me siento muy emocionada, tanto que creo que esta noche no voy a poder dormir. —Solo ropa de deporte. Hoy me he apuntado a un gimnasio.
—Bromeas —dice Sophie, perpleja.
—No bromeo —digo alegremente.
—¿Para qué? —pregunta Lisa.
—Para ponerme en forma, para qué va a ser. Voy a perder todos estos kilos y en unos meses no vais a reconocerme.
—¿Es por ese chico del trabajo, Nick? —pregunta Sophie tímidamente.
—No. —Pero, por supuesto, es por ese Nick del trabajo aunque ahora también es por Joe de Santa Mónica. —Es por mí misma. —Y, ¿sabéis qué? Mientras lo digo me doy cuenta de que es verdad. Es cierto que Nick y Joe han sido los catalizadores, pero voy a adelgazar por mí misma.
—Ah, por cierto —dice Sophie mientras voy al piso de arriba. —Ha llamado Nick. Su número está junto al contestador.
Todo se detiene, solo por unos segundos, durante los cuales únicamente oigo los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos. Cuando el mundo vuelve a ponerse en movimiento, gira a una velocidad de vértigo. Marco el número y cuando Nick contesta me siento ridícula y estoy casi sin aliento.
—¿Nick? —Trato de calmarme, respiro hondo. —Soy Jemima.
—¡Hola! —exclama, y empiezo a relajarme, porque lo último que me esperaba es que pareciera alegrarse tanto de oír mi voz. Por favor, que me pida para salir, por favor, que me haya llamado porque no puede dejar de pensar en mí. —¿No vas a preguntármelo? —añade.
¿Preguntarle? ¿Preguntarle él qué? De pronto lo recuerdo.
—Lo había olvidado, oh, lo siento tanto, lo había olvidado. ¿Qué tal, cómo ha ido? ¿Has conseguido el trabajo?
Nick se recuesta en su sofá y le explica a Jemima todo lo que le habría gustado explicar a Richard, y nota por los grititos de asombro y las exclamaciones de aliento de ella que está pegada al auricular, totalmente absorta. Es la clase de reacción que solo se puede conseguir de las mujeres. Por eso Nick ha llamado a Jemima.
—¡No puedo creer que vayas a entrar en la televisión!
—Aún no lo sé —responde Nick, pero, por supuesto, lo sabe, siempre lo ha sabido.
—¿Y cuándo es la prueba cinematográfica?
—Pasado mañana.
—¡Tan pronto!
—Sí —dice Nick. —Quieren a alguien que empiece dentro de dos semanas, de modo que si doy el preaviso el lunes, como me deben dos semanas de vacaciones, podría empezar dentro de quince días. —Hace una pausa. —Si consigo el trabajo, claro.
—Lo conseguirás —digo.
—¿De verdad lo crees?
—Sí. Lo creo de verdad.
y no hay que ser obesa para sentirse deprimida en algún momento... como siempre está Jemima, por eso es que amé la nove tanto que quise subirla acá!
El capítulo de hoy...
Capítulo 31
De modo que siguen hablando, Nick totalmente absorto en el mundo de los estudios de la London Daytime Television, y cuando se despiden, vuelve a coger el teléfono y marca el número de Jemima, porque ¿quién mejor para escuchar los detalles que Jemima Jones, su nueva amiga?
—Hola, ¿está Jemima, por favor? —Mirad lo educado que es.
—Lo siento, pero aún no ha vuelto. ¿Quieres dejarle algún recado?
—Hummm, sí. Soy Nick, del trabajo. Si te dejo mi número, ¿podrías decirle que me llame?
A Sophie casi se le cae el auricular de la mano.
—Ah, hola, Nick —dice entusiasmada— Soy Sophie, nos conocimos la otra noche.
—¿Eras la de la mascarilla o la de las cosas raras en el pelo? —dice Nick riendo.
Sophie gruñe.
—No me lo recuerdes, por favor. Las dos estábamos horribles, pero para tu información yo era la de las cosas raras en el pelo —Lisa levanta la vista de la revista que está leyendo en el sofá. Abre los ojos como platos mientras articula: «¿Es él?» y Sophie asiente.
—Ah —dice Nick, a quien no se le ocurre nada más qué decir. —Pero no suelo tener ese aspecto —asegura Sophie, que quiere que Nick siga hablando, prolongar la conversación hasta convertirla en la clase de conversación de una hora de duración que las mujeres siempre tratan de tener con los hombres que acaban de conocer y que les gustan locamente.
—Espero que no —dice Nick. —No creo que a los de Curve les gustara.
—¿Te ha dicho Jemima dónde trabajo?
—Lo mencionó —responde Nick, preguntándose por qué tarda tanto en tomarse ese recado— Oye, ¿puedo darte mi número?
—Claro. Perdona, voy por un bolígrafo —dice ella, y vuelve al instante. —Adelante, dispara.
Nick le deja su número, le pide que diga a Jemima que lo llame lo antes posible y se despide.
—Adivina lo que tengo —le dice Sophie a Lisa, agitando la hoja de papel y llevándosela luego al pecho.
—Bruja —dice Lisa, medio en serio medio en broma. —No puedes quedártelo, tienes que dárselo a Jemima.
—Y lo haré —dice Sophie, —pero antes voy a copiarlo en mi agenda.
—¿Qué pretexto piensas darle? No puedes llamarlo sin más, y no ha sido exactamente muy comunicativo contigo —dice Lisa, triunfal. —No parecía muy interesado.
—Aún no —dice Sophie. —Pero creo que deberíamos invitarlo a alguna parte, tal vez a una fiesta o un club. Si hace falta invitaremos también a Jemima, pero volveremos a verlo, y esta vez estaremos más guapas que en toda nuestra vida.
Lisa sonríe, satisfecha ahora que la ha incluido, y segura de que, si tiene que escoger, Nick se inclinará por los rizos alborotados.
Las chicas oyen la puerta de la calle cerrarse de golpe, y Jemima sube la escalera y deja bruscamente las bolsas en el suelo de la sala de estar.
—¡Uooh! —exclaman Sophie y Lisa al unísono. —Has ido de compras. Enséñanos qué te has comprado.
—No es muy emocionante —digo, cuando de hecho me siento muy emocionada, tanto que creo que esta noche no voy a poder dormir. —Solo ropa de deporte. Hoy me he apuntado a un gimnasio.
—Bromeas —dice Sophie, perpleja.
—No bromeo —digo alegremente.
—¿Para qué? —pregunta Lisa.
—Para ponerme en forma, para qué va a ser. Voy a perder todos estos kilos y en unos meses no vais a reconocerme.
—¿Es por ese chico del trabajo, Nick? —pregunta Sophie tímidamente.
—No. —Pero, por supuesto, es por ese Nick del trabajo aunque ahora también es por Joe de Santa Mónica. —Es por mí misma. —Y, ¿sabéis qué? Mientras lo digo me doy cuenta de que es verdad. Es cierto que Nick y Joe han sido los catalizadores, pero voy a adelgazar por mí misma.
—Ah, por cierto —dice Sophie mientras voy al piso de arriba. —Ha llamado Nick. Su número está junto al contestador.
Todo se detiene, solo por unos segundos, durante los cuales únicamente oigo los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos. Cuando el mundo vuelve a ponerse en movimiento, gira a una velocidad de vértigo. Marco el número y cuando Nick contesta me siento ridícula y estoy casi sin aliento.
—¿Nick? —Trato de calmarme, respiro hondo. —Soy Jemima.
—¡Hola! —exclama, y empiezo a relajarme, porque lo último que me esperaba es que pareciera alegrarse tanto de oír mi voz. Por favor, que me pida para salir, por favor, que me haya llamado porque no puede dejar de pensar en mí. —¿No vas a preguntármelo? —añade.
¿Preguntarle? ¿Preguntarle él qué? De pronto lo recuerdo.
—Lo había olvidado, oh, lo siento tanto, lo había olvidado. ¿Qué tal, cómo ha ido? ¿Has conseguido el trabajo?
Nick se recuesta en su sofá y le explica a Jemima todo lo que le habría gustado explicar a Richard, y nota por los grititos de asombro y las exclamaciones de aliento de ella que está pegada al auricular, totalmente absorta. Es la clase de reacción que solo se puede conseguir de las mujeres. Por eso Nick ha llamado a Jemima.
—¡No puedo creer que vayas a entrar en la televisión!
—Aún no lo sé —responde Nick, pero, por supuesto, lo sabe, siempre lo ha sabido.
—¿Y cuándo es la prueba cinematográfica?
—Pasado mañana.
—¡Tan pronto!
—Sí —dice Nick. —Quieren a alguien que empiece dentro de dos semanas, de modo que si doy el preaviso el lunes, como me deben dos semanas de vacaciones, podría empezar dentro de quince días. —Hace una pausa. —Si consigo el trabajo, claro.
—Lo conseguirás —digo.
—¿De verdad lo crees?
—Sí. Lo creo de verdad.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡¿Por qué?! ¡No la dejes ahí, mujer de Dios! Me puedo morir si no la sigues porque ¡necesito ese auto-estima que me da la novela! :D
Aún así, tómate tu tiempo en subir... (no más de 1 segundo :yonofui: ) Jajajaja, ignórame cuando me salen cosas raras como esas :lol!:
Aún así, tómate tu tiempo en subir... (no más de 1 segundo :yonofui: ) Jajajaja, ignórame cuando me salen cosas raras como esas :lol!:
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
haha y yo que crei que estaba loca por esta adpatacion y aparece Meryy y me ahce sentir normal (:
gracias por seguirla!!!
-.- Sophie y Lisa son unas brujas -.-
gracias por seguirla!!!
-.- Sophie y Lisa son unas brujas -.-
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Jajajajaja, me acaban de llamar loca :affraid: ...... Lo sé. :risa:
Odio a esas brujas de Sophie y Lisa, tanto que me dan ganas de entrar a la novela y pegarles un ladrillazo en la cabeza :yonofui:
Odio a esas brujas de Sophie y Lisa, tanto que me dan ganas de entrar a la novela y pegarles un ladrillazo en la cabeza :yonofui:
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
haha, no fue mi intencion llamarte loca (: bueno...... tal vez si pero no era mala XD
Si entras a darles un ladrillazo, dales otro de mi parte :P
Si entras a darles un ladrillazo, dales otro de mi parte :P
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Está decidido: MÉTEME EN LA NOVELA PINKIILAND, VOY A DAR DOS LADRILLAZOS A AMBAS ZORRAS :yonofui:
Sí, estoy loquita y si me lo dicen de buena intención, MUCHAS GRACIAS. :D :(L):
Sí, estoy loquita y si me lo dicen de buena intención, MUCHAS GRACIAS. :D :(L):
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
:D Si!
nada mas no le vayas a ganar a Nick a Jemimna! XD
nada mas no le vayas a ganar a Nick a Jemimna! XD
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Jajaja, GANO A JOE Y TODOS FELICES :happy: :arre: :(L):
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Qué graciosos sus comentarios :lol:
Mery ojalá pudiera meterte en la nove...
y btw: creo que las dos están loquitas
pero en el buen sentido xD
ya subo el capi.
No me maten porque no les subí el capi en un minuto :|
jajaja
tienen que esperar siempre un poquito pero siempre la seguiré...
Las quiero
Mery ojalá pudiera meterte en la nove...
y btw: creo que las dos están loquitas
pero en el buen sentido xD
ya subo el capi.
No me maten porque no les subí el capi en un minuto :|
jajaja
tienen que esperar siempre un poquito pero siempre la seguiré...
Las quiero
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 32
Cuando a las siete y cuarto suena el despertador, me doy la vuelta y decido que es una locura, que iré a otra hora. Pero no, dice una vocecilla dentro de mi cabeza, si no vas ahora nunca irás, y piensa en todo el dinero que te has gastado. De modo que me levanto de la cama medio dormida y voy a rastras al cuarto de baño, adonde me arrojo agua fría a la cara para tratar de despejarme. Meto en una bolsa la ropa que voy a llevar ese día, me pongo una camiseta vieja, mis nuevos pantalones de chándal y las nuevas zapatillas deportivas.
Salgo tambaleándome por la puerta y me encamino a la parada de autobús, asombrada de lo tranquila que está la ciudad a las siete y media de la mañana, de modo que cuando llego al gimnasio, no puedo creer la cantidad de gente que ya hay allí, resoplando y jadeando al hacer sus ejercicios.
—Hola —dice un tipo corpulento y musculoso en la recepción, acercándose. —Tú debes de ser Jemima. Me llamo Paul y soy tu instructor.
Paul me lleva al piso de arriba a través del gimnasio, donde miro al frente, tratando de no hacer caso de los bonitos cuerpos, hasta una pequeña sala específicamente diseñada para realizar pruebas de estado físico.
—Bien —dice él, poniendo un formulario sobre la mesa. —Tienes que rellenar esto, pero primero debo tomarte la tensión arterial. —Me la toma, y hago una mueca cuando saca lo que tiene el sospechoso aspecto de ser un instrumento quirúrgico. —No te preocupes —dice él riendo. —No va a dolerte. Esto —añade, señalando el instrumento semejante a unas pinzas— es para medir la proporción de grasa corporal. Así podemos hacer un seguimiento de la grasa que se ha convertido en músculo.
¡Mierda! Ha sido un error. Esta es mi peor pesadilla. Nadie me ha medido la grasa antes. Dios, nadie sabe siquiera cuánto peso, y de pronto me fijo en la báscula que hay en un rincón de la habitación. Mierda, mierda, mierda.
Pero ¿qué puedo hacer? No voy a salir corriendo, de modo que imagino que he abandonado mi cuerpo, que estoy en otra parte, mientras Paul mide la grasa de mis brazos, mi cintura, mi barriga y mis caderas. No dice nada, se limita a anotar los resultados en el formulario.
—Bien —dice cuando ha terminado. —Ahora, si te quitas las zapatillas, te pesaré.
Mierda.
Me subo a la báscula y me quedo mirando con aire desgraciado la pared mientras Paul mueve las pesas hasta que obtiene mi peso exacto. Noventa y dos kilos, cincuenta y dos gramos. Anota la cifra mientras trato de disimular mi vergüenza, y mi único consuelo es recordar que, de haber venido hace un mes, habrían sido casi cien kilos, porque en las últimas semanas he logrado perder más de seis.
—Bueno —dice, sentándose e indicándome por señas que lo imite. —No ha sido demasiado doloroso, ¿verdad?
Sonrío agradecida, porque no se ha encogido horrorizado ante mi peso y está comportándose con tanta profesionalidad que por fin empiezo a relajarme.
—¿Cuáles son tus objetivos? —pregunta.
—¿Aparte de ponerme en forma?
Paul asiente.
—Quiero estar delgada. Quiero perder todos estos kilos y quiero estar en forma. Y sana.
Paul vuelve a asentir con aire de saber de qué hablo.
—Bien. Me alegro de que estés aquí, porque la mayor equivocación de la gente es precipitarse a comenzar un régimen muy estricto sin hacer ejercicio, lo que significa que a corto plazo pierden peso, pero lo recuperan inevitablemente. Además, te quedarías horrorizada de lo que puede hacer un régimen estricto sin ejercicio físico.
—¿A qué te refieres? —preguntó, intrigada.
—No querrás que te queden enormes pliegues de piel flácida, ¿verdad?
Niego con la cabeza, horrorizada.
—Por eso necesitas hacer ejercicio. Tienes que tonificar y endurecer los músculos, y eso es tan importante como lo que comes. A propósito, ¿has pensado en una dieta alimenticia?
—He reducido la cantidad de comida, pero aparte de eso no he pensado realmente en ello.
—¿Qué te parece si te diseño un régimen?
Asiento entusiasmada mientras Paul empieza a hablarme de las proteínas, hidratos de carbono, grupos de grasas, combinaciones de alimentos.
—Lo que más te conviene es combinar alimentos —dice, y tras sacar una hoja de papel de un cajón se pone a escribir. —Para desayunar cada día, escribe, tomaré fruta, toda la que quiera, excepto melón, porque es más difícil de digerir. Antes de comer otra cosa siempre esperaré veinte minutos, para dejar que se digiera la fruta.
Para comer tomaré ensalada, con cuidado de no mezclar grupos de alimentos, esto es proteínas con hidratos de carbono. Por ejemplo, escribe, ensalada con queso, ensalada con una patata al horno, ensalada con pan. Puedo tomar un aguacate o un sándwich de tomate de pan integral sin mantequilla. El aguacate está bien cuando se come debidamente combinado, añade. Para cenar tomaré verdura, toda la que quiera, con pescado o pollo a la parrilla.
—Y —concluye, levantando la mirada— necesitarás beber mucha agua cada día. —Al menos un litro, si es posible más.
—¿Perderé peso rápidamente?
—Quedarás asombrada —dice. —Pero es mejor no perderlo demasiado deprisa, porque cuanto más rápido lo pierdas antes lo recuperarás. Esto no es un régimen, Jemima, sino un estilo de vida, y una vez que lo hayas entendido descubrirás que toda tu figura empieza a cambiar. Quiero que te hagas pruebas con regularidad —añade, poniéndose de pie y dirigiéndose al gimnasio, —deberías venir a verme cada seis semanas para que compruebe tus progresos.
Lo sigo dócilmente hasta el gimnasio y empieza enseñándome los ejercicios de calentamiento. Me lleva a una bicicleta y dice:
—Creo que cinco minutos de bicicleta bastarán para calentarte.
De modo que me siento y pedaleo, y al cabo de unos minutos el sudor me cae por la frente y hasta el suelo.
—Así se hace —me anima Paul. —Lo estás haciendo muy bien, ya casi estamos.
Dios, quiero parar, ya puedo sentir los músculos, como quiera que se llamen, de las piernas acalambrados, pero si Paul dice que puedo hacerlo es que puedo. Y voy a hacerlo.
—A continuación la máquina de escalera —agrega, apretando unos botones. Selecciona «quemador de grasas», y a continuación introduce mi peso e indica «diez minutos». Empiezo a subir escalones.
Al cabo de dos minutos estoy pensando que no es para tanto. Al cabo de cinco siento que voy a morir.
—No... creo... que... pueda... seguir—logro balbucear entre jadeos.
—Por supuesto que puedes —dice Paul sonriendo. —Piensa en el trasero respingón que tendrás.
Imagino un trasero pequeño y respingón, y me siento lo bastante motivada e inspirada para seguir. Logro durar nueve minutos, pero ya no puedo más.
—No te preocupes —dice Paul, —la próxima vez harás diez, pero tienes que romper la barrera del dolor. En cuanto lo hagas será fácil, y cada vez que vengas aquí te parecerá más sencillo.
Después de la escalera remo mil quinientos metros y termino caminando un kilómetro y medio en una cinta rodante.
—Lo has hecho estupendamente —dice Paul, que parece creer en el poder de la motivación y no permite que lo desanime el hecho de estar hablando con una foca empapada y roja que resopla. —Por el momento no voy a darte pesas. Primero nos concentraremos en los ejercicios cardiovasculares para quemar algo de grasa y luego ya haremos músculos.
Bajo tambaleándome al vestuario, donde me ducho, con las piernas temblorosas, antes de ir al trabajo. Pero ¿sabéis lo más extraño de todo? Lo más extraño es que, aunque estoy cansada, al caminar por la calle hacia la oficina y detenerme brevemente a comprar una botella de agua mineral sin gas, creo que jamás me he sentido tan bien.
Cuando a las siete y cuarto suena el despertador, me doy la vuelta y decido que es una locura, que iré a otra hora. Pero no, dice una vocecilla dentro de mi cabeza, si no vas ahora nunca irás, y piensa en todo el dinero que te has gastado. De modo que me levanto de la cama medio dormida y voy a rastras al cuarto de baño, adonde me arrojo agua fría a la cara para tratar de despejarme. Meto en una bolsa la ropa que voy a llevar ese día, me pongo una camiseta vieja, mis nuevos pantalones de chándal y las nuevas zapatillas deportivas.
Salgo tambaleándome por la puerta y me encamino a la parada de autobús, asombrada de lo tranquila que está la ciudad a las siete y media de la mañana, de modo que cuando llego al gimnasio, no puedo creer la cantidad de gente que ya hay allí, resoplando y jadeando al hacer sus ejercicios.
—Hola —dice un tipo corpulento y musculoso en la recepción, acercándose. —Tú debes de ser Jemima. Me llamo Paul y soy tu instructor.
Paul me lleva al piso de arriba a través del gimnasio, donde miro al frente, tratando de no hacer caso de los bonitos cuerpos, hasta una pequeña sala específicamente diseñada para realizar pruebas de estado físico.
—Bien —dice él, poniendo un formulario sobre la mesa. —Tienes que rellenar esto, pero primero debo tomarte la tensión arterial. —Me la toma, y hago una mueca cuando saca lo que tiene el sospechoso aspecto de ser un instrumento quirúrgico. —No te preocupes —dice él riendo. —No va a dolerte. Esto —añade, señalando el instrumento semejante a unas pinzas— es para medir la proporción de grasa corporal. Así podemos hacer un seguimiento de la grasa que se ha convertido en músculo.
¡Mierda! Ha sido un error. Esta es mi peor pesadilla. Nadie me ha medido la grasa antes. Dios, nadie sabe siquiera cuánto peso, y de pronto me fijo en la báscula que hay en un rincón de la habitación. Mierda, mierda, mierda.
Pero ¿qué puedo hacer? No voy a salir corriendo, de modo que imagino que he abandonado mi cuerpo, que estoy en otra parte, mientras Paul mide la grasa de mis brazos, mi cintura, mi barriga y mis caderas. No dice nada, se limita a anotar los resultados en el formulario.
—Bien —dice cuando ha terminado. —Ahora, si te quitas las zapatillas, te pesaré.
Mierda.
Me subo a la báscula y me quedo mirando con aire desgraciado la pared mientras Paul mueve las pesas hasta que obtiene mi peso exacto. Noventa y dos kilos, cincuenta y dos gramos. Anota la cifra mientras trato de disimular mi vergüenza, y mi único consuelo es recordar que, de haber venido hace un mes, habrían sido casi cien kilos, porque en las últimas semanas he logrado perder más de seis.
—Bueno —dice, sentándose e indicándome por señas que lo imite. —No ha sido demasiado doloroso, ¿verdad?
Sonrío agradecida, porque no se ha encogido horrorizado ante mi peso y está comportándose con tanta profesionalidad que por fin empiezo a relajarme.
—¿Cuáles son tus objetivos? —pregunta.
—¿Aparte de ponerme en forma?
Paul asiente.
—Quiero estar delgada. Quiero perder todos estos kilos y quiero estar en forma. Y sana.
Paul vuelve a asentir con aire de saber de qué hablo.
—Bien. Me alegro de que estés aquí, porque la mayor equivocación de la gente es precipitarse a comenzar un régimen muy estricto sin hacer ejercicio, lo que significa que a corto plazo pierden peso, pero lo recuperan inevitablemente. Además, te quedarías horrorizada de lo que puede hacer un régimen estricto sin ejercicio físico.
—¿A qué te refieres? —preguntó, intrigada.
—No querrás que te queden enormes pliegues de piel flácida, ¿verdad?
Niego con la cabeza, horrorizada.
—Por eso necesitas hacer ejercicio. Tienes que tonificar y endurecer los músculos, y eso es tan importante como lo que comes. A propósito, ¿has pensado en una dieta alimenticia?
—He reducido la cantidad de comida, pero aparte de eso no he pensado realmente en ello.
—¿Qué te parece si te diseño un régimen?
Asiento entusiasmada mientras Paul empieza a hablarme de las proteínas, hidratos de carbono, grupos de grasas, combinaciones de alimentos.
—Lo que más te conviene es combinar alimentos —dice, y tras sacar una hoja de papel de un cajón se pone a escribir. —Para desayunar cada día, escribe, tomaré fruta, toda la que quiera, excepto melón, porque es más difícil de digerir. Antes de comer otra cosa siempre esperaré veinte minutos, para dejar que se digiera la fruta.
Para comer tomaré ensalada, con cuidado de no mezclar grupos de alimentos, esto es proteínas con hidratos de carbono. Por ejemplo, escribe, ensalada con queso, ensalada con una patata al horno, ensalada con pan. Puedo tomar un aguacate o un sándwich de tomate de pan integral sin mantequilla. El aguacate está bien cuando se come debidamente combinado, añade. Para cenar tomaré verdura, toda la que quiera, con pescado o pollo a la parrilla.
—Y —concluye, levantando la mirada— necesitarás beber mucha agua cada día. —Al menos un litro, si es posible más.
—¿Perderé peso rápidamente?
—Quedarás asombrada —dice. —Pero es mejor no perderlo demasiado deprisa, porque cuanto más rápido lo pierdas antes lo recuperarás. Esto no es un régimen, Jemima, sino un estilo de vida, y una vez que lo hayas entendido descubrirás que toda tu figura empieza a cambiar. Quiero que te hagas pruebas con regularidad —añade, poniéndose de pie y dirigiéndose al gimnasio, —deberías venir a verme cada seis semanas para que compruebe tus progresos.
Lo sigo dócilmente hasta el gimnasio y empieza enseñándome los ejercicios de calentamiento. Me lleva a una bicicleta y dice:
—Creo que cinco minutos de bicicleta bastarán para calentarte.
De modo que me siento y pedaleo, y al cabo de unos minutos el sudor me cae por la frente y hasta el suelo.
—Así se hace —me anima Paul. —Lo estás haciendo muy bien, ya casi estamos.
Dios, quiero parar, ya puedo sentir los músculos, como quiera que se llamen, de las piernas acalambrados, pero si Paul dice que puedo hacerlo es que puedo. Y voy a hacerlo.
—A continuación la máquina de escalera —agrega, apretando unos botones. Selecciona «quemador de grasas», y a continuación introduce mi peso e indica «diez minutos». Empiezo a subir escalones.
Al cabo de dos minutos estoy pensando que no es para tanto. Al cabo de cinco siento que voy a morir.
—No... creo... que... pueda... seguir—logro balbucear entre jadeos.
—Por supuesto que puedes —dice Paul sonriendo. —Piensa en el trasero respingón que tendrás.
Imagino un trasero pequeño y respingón, y me siento lo bastante motivada e inspirada para seguir. Logro durar nueve minutos, pero ya no puedo más.
—No te preocupes —dice Paul, —la próxima vez harás diez, pero tienes que romper la barrera del dolor. En cuanto lo hagas será fácil, y cada vez que vengas aquí te parecerá más sencillo.
Después de la escalera remo mil quinientos metros y termino caminando un kilómetro y medio en una cinta rodante.
—Lo has hecho estupendamente —dice Paul, que parece creer en el poder de la motivación y no permite que lo desanime el hecho de estar hablando con una foca empapada y roja que resopla. —Por el momento no voy a darte pesas. Primero nos concentraremos en los ejercicios cardiovasculares para quemar algo de grasa y luego ya haremos músculos.
Bajo tambaleándome al vestuario, donde me ducho, con las piernas temblorosas, antes de ir al trabajo. Pero ¿sabéis lo más extraño de todo? Lo más extraño es que, aunque estoy cansada, al caminar por la calle hacia la oficina y detenerme brevemente a comprar una botella de agua mineral sin gas, creo que jamás me he sentido tan bien.
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