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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
awww regresaste =D que bien cap!!!!
Jemina no te duermas XD
jajajaja todo lo que quiere joe =)
me encanto el cap
seguila!!!!
Jemina no te duermas XD
jajajaja todo lo que quiere joe =)
me encanto el cap
seguila!!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Yo también las echaba de menos y Jemima no se dormirá tan fácilmente... ya verán :twisted:
Capítulo 50
—Oh, pobrecita —musita, —estás cansada.
Asiento porque, con franqueza, no creo que sea capaz de hablar. La combinación del alcohol y el cansancio haría que me resultase imposible hablar con coherencia.
—¿Qué te parece si preparo un poco de café descafeinado, nos sentamos junto al fuego mientras lo bebes y luego te vas a acostar? —propone.
Vuelvo a asentir, esta vez agradecida, y con pasos sorprendentemente (o tal vez no) vacilantes me acerco a la chimenea y casi me desplomo frente a ella.
Joe va a hacer café, y cuando está preparado lo deja sobre la mesa que hay detrás de mí. Se sienta a mi lado en el suelo, me aparta el cabello de los ojos. Sé que debería estar nerviosa, en otras circunstancias seguramente ya habría vomitado, pero estoy demasiado lejos para sentirme nerviosa, para preocuparme por qué hacer, qué decir. Me quedo allí sentada y me sorprendo concentrándome en su mano, su mano grande y fuerte que me aparta con delicadeza el cabello de los ojos, me acaricia la mejilla y se detiene por fin en mi barbilla.
—Ven aquí —susurra, y no tengo la energía ni, con franqueza, las ganas de resistirme. Quiero decir que aquí estoy, en esta increíble casa de Los Ángeles, ¡LOS ÁNGELES!, con este hombre asombroso, y ¿voy a decir que no? No lo creo. Sin embargo, estoy intrigada, quiero saber qué se siente estar tumbada al lado de alguien tan guapo. Quiero saber qué tacto tiene su piel, qué sabor, cómo sería... Seamos realistas, los breves interludios que he tenido en el pasado no han sido nada del otro mundo. Pero esto sería distinto, esto parece sacado de una película, es tan irreal que casi tengo la sensación de estar viviendo una película. Hasta cuando ahueca la mano alrededor de mi barbilla mientras acerca la cara a la mía parece hacerlo a cámara lenta.
Por fin esos labios perfectos se encuentran con los míos. Me está besando, y daría más detalles pero, para ser sincera, me da vergüenza. Quiero decir que nunca me ha pasado esto antes, nunca ha sido tan lento, ni tan delicado, ni tan tierno, si queréis saber la verdad.
Y no me siento como me he sentido las otras veces. Ya no quiero hacerlo con la luz apagada, o tumbada boca arriba para que mi barriga parezca casi plana, porque ahora ya lo es, y no tengo por qué sentirme cohibida o preocuparme porque él no pueda hacerlo porque mi tamaño le ha quitado las ganas.
¡Ahora, oh, maravilla, estoy medio desnuda con un hombre que es más corpulento que yo! ¡Su pecho es más ancho que él mío! ¡Sus brazos son más fuertes que los míos! Y, por cierto, ¡qué pecho tiene! ¡Y qué brazos! Creía que cuerpos solo existían en las páginas de las revistas ilustradas. Mira eso pectorales, mira esos bíceps y tríceps.
Nos quitamos toda la ropa (¡y ni siquiera me importa! ) y lo observo mientras me hace cosas que nadie me ha hecho antes, y al cabo de un rato tengo que cerrar los ojos porque estoy muy cortada, pero enseguida dejo de estarlo porque de pronto esa sensación increíble empieza a recorrer todo mi cuerpo, y lo siguiente que sé es que está tumbado de espaldas, dentro de mí, mientras yo cabalgo sobre él, y la casa casi se viene abajo con mis gritos. Ni siquiera sé de dónde vienen los gritos, solo sé que suenan guturales, animales, y que no podría parar aunque quisiera. Y no quiero, porque es fabuloooso. Hummm, es fabuloooso.
—Ha sido increíble. —Joe se pone de lado y me mira, cubriéndome la mejilla de delicados besos.
—Ha... sido... increíble —murmuro, todavía tratando de asimilar lo que ha ocurrido. ¡Creo que acabo de tener un orgasmo! Por primera vez en mi vida sé de qué han estado escribiendo todas esas revistas, y si bien me siento genial, también estoy un poco aturdida; ha sido tan asombroso, y tan inesperado...
—No, en serio, nunca he experimentado una cosa igual —dice Joe.
¿En serio? ¿Y yo qué? Nunca he experimentado nada tan pasmoso.
—Lo sé —digo, y me asalta el pensamiento irracional de que va a creer que soy una chica fácil, ya que después de todo casi no lo conozco. —Pensarás que soy fácil, ¿no? —añado sin poder contenerme. —Quiero decir que no suelo hacer esto, no acostumbro hacerlo. No es algo propio de mí...
—Para alguien que no suele hacerlo —dice él, cogiéndome la mano y doblándola dentro de su masculina palma, —se te da muy bien.
Río, porque sus palabras me han tranquilizado.
—No me refiero a eso.
—Lo sé. Y también sé que no eres la clase de chica que uno se toma a la ligera. Ha sido una de las mejores noches de toda mi vida.
—Hummm —musito dejando que el sueño me venza por fin. —¡Para mí también! —logro murmurar, y hasta allí es lo que recuerdo.
Joe la coge en brazos con mucha delicadeza —¿os imagináis a alguien cogiendo en brazos a Jemima Jones hace unos meses? —y la lleva a la cama. Pasa de largo la habitación de invitados y la acuesta en el lado izquierdo de su enorme cama doble. La cubre bien con el edredón por si tiene frío con el aire acondicionado, y Jemima murmura algo y se vuelve, todavía profundamente dormida.
—Gracias, Dios —susurra Joe mientras la besa con delicadeza en la nuca. —Gracias por hacerla tan perfecta. —Y con esas palabras se va al cuarto de baño para ducharse.
Capítulo 50
—Oh, pobrecita —musita, —estás cansada.
Asiento porque, con franqueza, no creo que sea capaz de hablar. La combinación del alcohol y el cansancio haría que me resultase imposible hablar con coherencia.
—¿Qué te parece si preparo un poco de café descafeinado, nos sentamos junto al fuego mientras lo bebes y luego te vas a acostar? —propone.
Vuelvo a asentir, esta vez agradecida, y con pasos sorprendentemente (o tal vez no) vacilantes me acerco a la chimenea y casi me desplomo frente a ella.
Joe va a hacer café, y cuando está preparado lo deja sobre la mesa que hay detrás de mí. Se sienta a mi lado en el suelo, me aparta el cabello de los ojos. Sé que debería estar nerviosa, en otras circunstancias seguramente ya habría vomitado, pero estoy demasiado lejos para sentirme nerviosa, para preocuparme por qué hacer, qué decir. Me quedo allí sentada y me sorprendo concentrándome en su mano, su mano grande y fuerte que me aparta con delicadeza el cabello de los ojos, me acaricia la mejilla y se detiene por fin en mi barbilla.
—Ven aquí —susurra, y no tengo la energía ni, con franqueza, las ganas de resistirme. Quiero decir que aquí estoy, en esta increíble casa de Los Ángeles, ¡LOS ÁNGELES!, con este hombre asombroso, y ¿voy a decir que no? No lo creo. Sin embargo, estoy intrigada, quiero saber qué se siente estar tumbada al lado de alguien tan guapo. Quiero saber qué tacto tiene su piel, qué sabor, cómo sería... Seamos realistas, los breves interludios que he tenido en el pasado no han sido nada del otro mundo. Pero esto sería distinto, esto parece sacado de una película, es tan irreal que casi tengo la sensación de estar viviendo una película. Hasta cuando ahueca la mano alrededor de mi barbilla mientras acerca la cara a la mía parece hacerlo a cámara lenta.
Por fin esos labios perfectos se encuentran con los míos. Me está besando, y daría más detalles pero, para ser sincera, me da vergüenza. Quiero decir que nunca me ha pasado esto antes, nunca ha sido tan lento, ni tan delicado, ni tan tierno, si queréis saber la verdad.
Y no me siento como me he sentido las otras veces. Ya no quiero hacerlo con la luz apagada, o tumbada boca arriba para que mi barriga parezca casi plana, porque ahora ya lo es, y no tengo por qué sentirme cohibida o preocuparme porque él no pueda hacerlo porque mi tamaño le ha quitado las ganas.
¡Ahora, oh, maravilla, estoy medio desnuda con un hombre que es más corpulento que yo! ¡Su pecho es más ancho que él mío! ¡Sus brazos son más fuertes que los míos! Y, por cierto, ¡qué pecho tiene! ¡Y qué brazos! Creía que cuerpos solo existían en las páginas de las revistas ilustradas. Mira eso pectorales, mira esos bíceps y tríceps.
Nos quitamos toda la ropa (¡y ni siquiera me importa! ) y lo observo mientras me hace cosas que nadie me ha hecho antes, y al cabo de un rato tengo que cerrar los ojos porque estoy muy cortada, pero enseguida dejo de estarlo porque de pronto esa sensación increíble empieza a recorrer todo mi cuerpo, y lo siguiente que sé es que está tumbado de espaldas, dentro de mí, mientras yo cabalgo sobre él, y la casa casi se viene abajo con mis gritos. Ni siquiera sé de dónde vienen los gritos, solo sé que suenan guturales, animales, y que no podría parar aunque quisiera. Y no quiero, porque es fabuloooso. Hummm, es fabuloooso.
—Ha sido increíble. —Joe se pone de lado y me mira, cubriéndome la mejilla de delicados besos.
—Ha... sido... increíble —murmuro, todavía tratando de asimilar lo que ha ocurrido. ¡Creo que acabo de tener un orgasmo! Por primera vez en mi vida sé de qué han estado escribiendo todas esas revistas, y si bien me siento genial, también estoy un poco aturdida; ha sido tan asombroso, y tan inesperado...
—No, en serio, nunca he experimentado una cosa igual —dice Joe.
¿En serio? ¿Y yo qué? Nunca he experimentado nada tan pasmoso.
—Lo sé —digo, y me asalta el pensamiento irracional de que va a creer que soy una chica fácil, ya que después de todo casi no lo conozco. —Pensarás que soy fácil, ¿no? —añado sin poder contenerme. —Quiero decir que no suelo hacer esto, no acostumbro hacerlo. No es algo propio de mí...
—Para alguien que no suele hacerlo —dice él, cogiéndome la mano y doblándola dentro de su masculina palma, —se te da muy bien.
Río, porque sus palabras me han tranquilizado.
—No me refiero a eso.
—Lo sé. Y también sé que no eres la clase de chica que uno se toma a la ligera. Ha sido una de las mejores noches de toda mi vida.
—Hummm —musito dejando que el sueño me venza por fin. —¡Para mí también! —logro murmurar, y hasta allí es lo que recuerdo.
Joe la coge en brazos con mucha delicadeza —¿os imagináis a alguien cogiendo en brazos a Jemima Jones hace unos meses? —y la lleva a la cama. Pasa de largo la habitación de invitados y la acuesta en el lado izquierdo de su enorme cama doble. La cubre bien con el edredón por si tiene frío con el aire acondicionado, y Jemima murmura algo y se vuelve, todavía profundamente dormida.
—Gracias, Dios —susurra Joe mientras la besa con delicadeza en la nuca. —Gracias por hacerla tan perfecta. —Y con esas palabras se va al cuarto de baño para ducharse.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
omj!!! omj!!! me quede si palabras
awww Joe es tan lindo [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
me super encanto el cap
seguila!!!
awww Joe es tan lindo [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
me super encanto el cap
seguila!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡ESTAS DE REGRESOOOOO! :D
No sabes lo mucho que eso me alegra!!!
Ahora, Joe es muy lindo y se que no es mala persona pero es como muy superficial :/ No me agrada eso, no gustaría de Jemima si ella fuese lo que era antes!
Y muero por saber de Nick D:
SIGUELAAAAAAAAA :love:
No sabes lo mucho que eso me alegra!!!
Ahora, Joe es muy lindo y se que no es mala persona pero es como muy superficial :/ No me agrada eso, no gustaría de Jemima si ella fuese lo que era antes!
Y muero por saber de Nick D:
SIGUELAAAAAAAAA :love:
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Chicas disculpen mi abandono pero es que en mi casa mi papá anda paronoico y no puedo estar mucho tiempo en la PC, así que por eso dejé días en subirles. De todos modos hoy les dejaré como un maratón de 3 caps para que no me extrañen...
Besitos y me alegra que les guste la nove tanto como a mí (:
Besitos y me alegra que les guste la nove tanto como a mí (:
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 51
—Buenos días, dormilona.
Abro los ojos, lo que me supone un gran esfuerzo, os lo aseguro, y por una fracción de segundo me siento completamente desorientada. ¿Dónde estoy, quién me está hablando? Entonces hago memoria y mientras me protejo los ojos de sol que entra a raudales a través de las persianas, recuerdo que ese hombre guapo que está de pie junto a la cama es Joe, y que anoche hicimos el amor, y que fue la mejor experiencia de toda mi vida hasta la fecha.
Él se sienta en la cama y yo me empapo de su belleza, del hecho de que hasta con camiseta, pantalones cortos y zapatillas de deporte está increíblemente atractivo, y él se inclina hacia mí para darme un beso de buenos días, y yo cierro la boca con fuerza porque me preocupa tener mal aliento cuando él desprende un olor a limpio, sexy y masculino.
—¿Qué hora es? —me arriesgo a preguntar cuando él se echa hacia atrás, lejos del alcance de mi aliento, como quien dice.
—Las nueve. No quería despertarte, así que me he ido a correr.
—Cielos, ¿las nueve? Nunca duermo hasta las nueve. —Eso es por efecto del jet-lag.
Quiero levantarme y cepillarme los dientes, lavarme cara, asegurarme de que no tengo todo el maquillaje corrido, porque siento como cuarteada la piel, anoche no me limpié, pero no puedo levantarme de la cama porque parece ser que no llevo nada puesto, y por delgada que esté ahora, pasearme desnuda delante de alguien al que casi no conozco —a pesar de que hemos tenido relaciones íntimas— es algo que todavía no me veo capaz de llevar bien.
Me froto debajo de los ojos con los dedos, esperando borrar los restos de rímel que puedan haber llegado allí durante la noche, y miro a Joe con una sonrisa que espero le parezca sexy.
—Bueno, ¿qué te apetece hacer esta mañana? —me pregunta, y pienso en mi aliento matinal, y luego me digo, ¿y qué?, y lo atraigo hacia mí y lo beso. Como es debido. Con lengua y todo.
No creía que pudiera ser mejor que anoche. La verdad, pensé que había llegado al colmo de las experiencias orgásmicas, pero hoy, esta mañana, a plena luz del día, ha sido aún mejor. Más cariñoso, más tierno, más divertido. Nunca pensé que podías hablar mientras hacías el amor, al menos antes yo nunca había dicho nada porque siempre me recordaba dónde estaba y eso hacía que me sintiese casi avergonzada. Pero esta mañana Joe y yo hemos hablado, muy bajito. Antes, durante y después. Y nos hemos reído, lo que ha sido toda una revelación, porque hasta hoy nunca había pensado que el sexo podía ser divertido. No ha sido divertido de carcajada, sino íntimo supongo, y tal vez eso ha sido lo revelador para mí.
—Cielos —dice Joe, tumbado en la cama, jadeando. —Eres asombrosa, JJ.
Me inclino sobre él y dejo caer mi pelo sobre su cara mientras lo beso con delicadeza en los labios, adaptándome poco a poco a la idea de que este hombre es mío. Al menos por el momento.
—¿Y ahora qué? —digo, preguntándome qué vamos a hacer el resto del día.
—¿Qué quieres decir?
Al ver su expresión de pánico me echo a reír, porque me doy cuenta de que cree que le estoy preguntando sobre nuestra relación.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —puntualizo.
—Ah, bueno..., esta tarde tengo que pasar por el gimnasio pero ¿qué tal si vamos a desayunar y luego tal vez a patinar?
—Suena muy bien —digo, callándome que le mentí acerca de que patinaba y que seguramente haré el ridículo. Sin embargo, patinar es un ejercicio perfecto para mantener los muslos delgados y tonificados. —Pero ¿puedo hacer ejercicio en el gimnasio más tarde? —Patinar, me temo, no basta para mantener los remordimientos a raya.
—Claro —responde. —Esta tarde hay una clase de spinning que posiblemente te guste.
—¿Spinning?
—Sí —dice él, y ríe al advertir que no tengo ni idea de que habla. —Consiste en hacer bicicleta estática pero muy deprisa. Es matador, pero luego te sientes genial.
—Es posible —digo, porque, aunque suena muy bien, ere que en estos momentos prefiero seguir con lo que sé hacer.
Nos levantamos, nos duchamos y subimos al coche de Joe. Me da una corta vuelta por Santa Mónica, solo para que me haga una idea de cómo es, y sentada a su lado, con su mano derecha en mi pierna izquierda, me siento verdaderamente en la gloria.
Parece haber cientos de personas por todas partes, y si bien algunas de ellas son guapas, la verdad es que me sorprende lo normales que son la mayoría de ellas. Por alguna razón esperaba que toda la gente de Los Ángeles pareciera salida de una película, pero por cada persona guapísima hay diez más que no lo son.
—Este es el paseo de la calle Tres —explica Joe, señalando una calle adoquinada con tiendas y restaurantes a los lados, —famoso en Los Ángeles por sus actuaciones callejeras, sobre todo los fines de semana.
Mientras nos paramos en el semáforo me llega una canción de Frank Sinatra, a todo volumen, y no logro comprender de dónde procede.
—Espera —dice Joe. —Tienes que oír esto. —Aparca cerca y me lleva de la mano hasta el lugar de donde sale la música.
En mitad de la calle hay un hombre de unos sesenta años vestido con un sombrero de fieltro con ala curva, americana negra y pajarita. Sostiene un micrófono y se balancea ligeramente mientras canta melodiosamente acompañado del enorme aparato de karaoke que tiene detrás. Todos los temas son de Frank Sinatra, y lo que no puedo creer es que su voz suene como la del mismísimo Frank. Todo la gente que pulula por ahí se detiene, al menos unos segundos, antes de seguir su camino con una sonrisa en los labios, y el cubo que hay en el suelo frente a él se va llenando despacio de billetes de un dólar.
—¿No es buenísimo? —dice Joe rodeándome con un brazo mientras nos paramos junto a uno de los bancos que hay en la acera.
Asiento, porque lo es, y al volverme hacia Joe observo que hay una vieja vagabunda sentada en el banco. Se nota que es vagabunda porque tiene el pelo gris largo enmarañado, lleva una gabardina raída, y a sus pies hay una docena de bolsas de plástico. Tiene los ojos cerrados y canturrea, y de pronto los abre y me ve.
Se levanta, recoge sus bolsas y mientras se aleja, me toca el brazo y dice:
—Tienes que oír «New York, New York». La canta la última. Es maravillosa. —Y tras esas palabras desaparece entre la multitud.
—Buenos días, dormilona.
Abro los ojos, lo que me supone un gran esfuerzo, os lo aseguro, y por una fracción de segundo me siento completamente desorientada. ¿Dónde estoy, quién me está hablando? Entonces hago memoria y mientras me protejo los ojos de sol que entra a raudales a través de las persianas, recuerdo que ese hombre guapo que está de pie junto a la cama es Joe, y que anoche hicimos el amor, y que fue la mejor experiencia de toda mi vida hasta la fecha.
Él se sienta en la cama y yo me empapo de su belleza, del hecho de que hasta con camiseta, pantalones cortos y zapatillas de deporte está increíblemente atractivo, y él se inclina hacia mí para darme un beso de buenos días, y yo cierro la boca con fuerza porque me preocupa tener mal aliento cuando él desprende un olor a limpio, sexy y masculino.
—¿Qué hora es? —me arriesgo a preguntar cuando él se echa hacia atrás, lejos del alcance de mi aliento, como quien dice.
—Las nueve. No quería despertarte, así que me he ido a correr.
—Cielos, ¿las nueve? Nunca duermo hasta las nueve. —Eso es por efecto del jet-lag.
Quiero levantarme y cepillarme los dientes, lavarme cara, asegurarme de que no tengo todo el maquillaje corrido, porque siento como cuarteada la piel, anoche no me limpié, pero no puedo levantarme de la cama porque parece ser que no llevo nada puesto, y por delgada que esté ahora, pasearme desnuda delante de alguien al que casi no conozco —a pesar de que hemos tenido relaciones íntimas— es algo que todavía no me veo capaz de llevar bien.
Me froto debajo de los ojos con los dedos, esperando borrar los restos de rímel que puedan haber llegado allí durante la noche, y miro a Joe con una sonrisa que espero le parezca sexy.
—Bueno, ¿qué te apetece hacer esta mañana? —me pregunta, y pienso en mi aliento matinal, y luego me digo, ¿y qué?, y lo atraigo hacia mí y lo beso. Como es debido. Con lengua y todo.
No creía que pudiera ser mejor que anoche. La verdad, pensé que había llegado al colmo de las experiencias orgásmicas, pero hoy, esta mañana, a plena luz del día, ha sido aún mejor. Más cariñoso, más tierno, más divertido. Nunca pensé que podías hablar mientras hacías el amor, al menos antes yo nunca había dicho nada porque siempre me recordaba dónde estaba y eso hacía que me sintiese casi avergonzada. Pero esta mañana Joe y yo hemos hablado, muy bajito. Antes, durante y después. Y nos hemos reído, lo que ha sido toda una revelación, porque hasta hoy nunca había pensado que el sexo podía ser divertido. No ha sido divertido de carcajada, sino íntimo supongo, y tal vez eso ha sido lo revelador para mí.
—Cielos —dice Joe, tumbado en la cama, jadeando. —Eres asombrosa, JJ.
Me inclino sobre él y dejo caer mi pelo sobre su cara mientras lo beso con delicadeza en los labios, adaptándome poco a poco a la idea de que este hombre es mío. Al menos por el momento.
—¿Y ahora qué? —digo, preguntándome qué vamos a hacer el resto del día.
—¿Qué quieres decir?
Al ver su expresión de pánico me echo a reír, porque me doy cuenta de que cree que le estoy preguntando sobre nuestra relación.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —puntualizo.
—Ah, bueno..., esta tarde tengo que pasar por el gimnasio pero ¿qué tal si vamos a desayunar y luego tal vez a patinar?
—Suena muy bien —digo, callándome que le mentí acerca de que patinaba y que seguramente haré el ridículo. Sin embargo, patinar es un ejercicio perfecto para mantener los muslos delgados y tonificados. —Pero ¿puedo hacer ejercicio en el gimnasio más tarde? —Patinar, me temo, no basta para mantener los remordimientos a raya.
—Claro —responde. —Esta tarde hay una clase de spinning que posiblemente te guste.
—¿Spinning?
—Sí —dice él, y ríe al advertir que no tengo ni idea de que habla. —Consiste en hacer bicicleta estática pero muy deprisa. Es matador, pero luego te sientes genial.
—Es posible —digo, porque, aunque suena muy bien, ere que en estos momentos prefiero seguir con lo que sé hacer.
Nos levantamos, nos duchamos y subimos al coche de Joe. Me da una corta vuelta por Santa Mónica, solo para que me haga una idea de cómo es, y sentada a su lado, con su mano derecha en mi pierna izquierda, me siento verdaderamente en la gloria.
Parece haber cientos de personas por todas partes, y si bien algunas de ellas son guapas, la verdad es que me sorprende lo normales que son la mayoría de ellas. Por alguna razón esperaba que toda la gente de Los Ángeles pareciera salida de una película, pero por cada persona guapísima hay diez más que no lo son.
—Este es el paseo de la calle Tres —explica Joe, señalando una calle adoquinada con tiendas y restaurantes a los lados, —famoso en Los Ángeles por sus actuaciones callejeras, sobre todo los fines de semana.
Mientras nos paramos en el semáforo me llega una canción de Frank Sinatra, a todo volumen, y no logro comprender de dónde procede.
—Espera —dice Joe. —Tienes que oír esto. —Aparca cerca y me lleva de la mano hasta el lugar de donde sale la música.
En mitad de la calle hay un hombre de unos sesenta años vestido con un sombrero de fieltro con ala curva, americana negra y pajarita. Sostiene un micrófono y se balancea ligeramente mientras canta melodiosamente acompañado del enorme aparato de karaoke que tiene detrás. Todos los temas son de Frank Sinatra, y lo que no puedo creer es que su voz suene como la del mismísimo Frank. Todo la gente que pulula por ahí se detiene, al menos unos segundos, antes de seguir su camino con una sonrisa en los labios, y el cubo que hay en el suelo frente a él se va llenando despacio de billetes de un dólar.
—¿No es buenísimo? —dice Joe rodeándome con un brazo mientras nos paramos junto a uno de los bancos que hay en la acera.
Asiento, porque lo es, y al volverme hacia Joe observo que hay una vieja vagabunda sentada en el banco. Se nota que es vagabunda porque tiene el pelo gris largo enmarañado, lleva una gabardina raída, y a sus pies hay una docena de bolsas de plástico. Tiene los ojos cerrados y canturrea, y de pronto los abre y me ve.
Se levanta, recoge sus bolsas y mientras se aleja, me toca el brazo y dice:
—Tienes que oír «New York, New York». La canta la última. Es maravillosa. —Y tras esas palabras desaparece entre la multitud.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 52
—Eso sí que es extraño —digo mirando a Joe.
—No tanto —dice él. —Este tipo es una institución. Está aquí prácticamente cada semana.
—Pero esa mujer...
—Bueno. Santa Mónica parece la meca de los vagabundos. Escuchar a este tipo probablemente sea el mejor momento de la semana para esa mujer.
—Pero ¿cómo ha llegado hasta aquí?
—Vete a saber —responde, encogiéndose de hombros. —¿Cómo llega cualquiera de nosotros aquí? —Acto seguido, me lleva hasta el hombre que canta, tira un par de dólares en el cubo y volvemos al coche.
Recorremos anchas calles residenciales, enormes carreteras bordeadas de arcenes cubiertos de césped y grandes mansiones, y llegamos por fin a Montana, una tranquila calle que apesta a dinero, sencillamente porque las pequeñas boutiques y restaurantes que hay en ella son muy pintorescos. Joe detiene el coche frente a un pequeño café que parece atestado. Fuera, en la acera, hay un par de mesas libres, y me dice que me siente a una mientras él va a buscar el desayuno.
No creáis que soy engreída, por favor, pero no puedo evitar fijarme en que tres hombres —¡tres!— bajan el periódico, interrumpen sus conversaciones y se vuelven para mirarme, y aunque lo primero que pienso es que tengo algo en la cara, no tardo en darme cuenta de que es por mi aspecto.
Aleccionada por Geraldine, llevo mis nuevos Levi's de segunda mano de 66 de cintura, una camisa blanca y zapatos de ante marrón, y esta mañana mientras me vestía he pensado que, quizá por primera vez, tengo realmente el aspecto de la mujer en que quería convertirme.
—Un café —dice Joe, dejando una taza delante de mí mientras los hombres desvían la mirada, porque les basta con echar un vistazo a Joe para saber que no pueden competir con él— y un muffin de arándanos bajo en calorías.
Está delicioso. Joe es delicioso. La vida es deliciosa. Creo que podría quedarme aquí por siempre jamás.
Supongo que en este momento deberíamos estar hablando, conociéndonos, pero ya lo hicimos anoche, y ahora que nos hemos acostado lo único que parecemos capaces de hacer es mirarnos y sonreír. Joe me sostiene la mano y solo me la suelta para dejarme coger mi muffin y dar un mordisco de vez en cuando, y aun mientras como, me acaricia la pierna, o el brazo, o algo. Es como si tuviéramos que estar continuamente tocándonos, y todo el mundo parece mirarnos, o tal vez sean figuraciones mías.
Sin embargo, imagino que están mirándonos porque les gustaría tener lo que nosotros tenemos. No sé qué es estar enamorado. Quería a Nick, es cierto, pero nunca he tenido a Nick, y mientras estoy aquí sentada con este hombre con quien acabo de hacer el amor, me pregunto si tal vez lo que sentía por Nick no era amor, sino un mero encaprichamiento.
No es que quiera a Joe, aún no, por supuesto que no, pero me siento tan feliz que no puedo dejar de sonreír, y estoy segura de que estoy tan radiante que ilumino toda América.
—Eres increíblemente guapa —vuelve a decirme Joe, y disfruto extasiada de su admiración. Consulta su reloj y añade que deberíamos ir a patinar porque tendrá que trabajar un rato cuando vayamos al gimnasio.
De modo que nos detenemos en la tienda de alquiler de patines y cogemos unos para mí, luego dejamos el coche en casa, Joe entra para coger sus patines y caminamos en calcetines hasta el paseo marítimo.
—Esto..., tengo que decirte algo —empiezo a decir nerviosa. Joe parece preocupado. —Te mentí sobre patinar. No lo he hecho en toda mi vida.
Joe echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—¿Y por qué te molestaste en mentir sobre eso? No te preocupes, aprenderás enseguida. —Continúa riendo mientras me pongo las botas, temblorosa, y me quedo quieta, demasiado aterrada para moverme. —Mira, se hace así —me indica, cogiéndome la mano. Y me enseña cómo poner los pies en ángulo recto, tomar impulso con el derecho y deslizar hacia delante el izquierdo. Milagrosamente, yo, la torpe y lerda Jemima Jones, consigo hacerlo. No se me da muy bien, debo admitirlo, pero Joe sigue cogiéndome de la mano, y con sus fuertes brazos me ayuda a mantener el equilibrio cada vez que amenazo con caerme.
No tardamos en estar patinando el uno al lado del otro por ese largo paseo marítimo asfaltado que corre paralelo a la playa. Y me traen sin cuidado las mujeres guapísimas que pasan cada pocos minutos por nuestro lado, con sus auriculares y sus figuras perfectas girando al ritmo de la música que les llena los oídos. Me trae sin cuidado el hecho de que todas esas mujeres miren a Joe de arriba abajo mientras se acercan, porque él no las mira, me está mirando a mí. Me trae sin cuidado que una de esas rubias explosivas se vuelva hacia su amiga que patina a su lado, también con auriculares, y articule silenciosamente la palabra «gay», señalando a Joe, que no lo ve. No me importa. En realidad hasta me hace gracia, y en cierto modo sé a qué se refiere. Es casi como si Joe fuera demasiado perfecto para ser heterosexual. No es algo que se me hubiera ocurrido pensar en Inglaterra, pero aquí que la cultura gay parece mucho más extendida logro entender por qué lo ha dicho.
Me río para mis adentros, sobre todo cuando recuerdo lo que me hacía Joe a las nueve y diez de esta mañana, pero enseguida dejo de reír y me estremezco de placer.
—¡Es tan divertido! —exclamo mientras ganamos velocidad y bajamos hacia el muelle de Santa Mónica.
—Creía que nunca lo habías hecho —dice Joe, y sonriendo salgo disparada delante de él, asombrada de lo segura que me siento sobre estas ruedas.
—¡Te he mentido! —le grito, y él sonríe y me tira un beso mientras se da prisa para alcanzarme.
Jemima y Joe parecen la pareja perfecta, como salidos de una romántica historia de amor, y aunque no están hablando mucho, ríen y se toman el pelo de tal modo que cada vez se parecen más a dos personas enamoradas. ¿O mejor sería decir dos personas enamoradas del amor?
Dos horas de patinar me han dejado molida, y cuando terminamos nos detenemos en una charcutería, y nos servimos ensalada en dos recipientes y nos la llevamos al gimnasio de Joe para comerla en su oficina. Por si os lo estáis preguntando, aquí soy aún más cuidadosa con la silueta, de modo que me salto las ensaladas de arroz y pasta, porque, por deliciosas que parezcan, no son lo que necesito para guardar la línea, y me decanto por montones de exóticas hojas junto con verduras asadas y semillas de sésamo que, según la señora de la charcutería, están tostadas en aceite. Sin nada de grasa. ¿No me porto bien? ¿No os sentís orgullosos de mí?
—Eso sí que es extraño —digo mirando a Joe.
—No tanto —dice él. —Este tipo es una institución. Está aquí prácticamente cada semana.
—Pero esa mujer...
—Bueno. Santa Mónica parece la meca de los vagabundos. Escuchar a este tipo probablemente sea el mejor momento de la semana para esa mujer.
—Pero ¿cómo ha llegado hasta aquí?
—Vete a saber —responde, encogiéndose de hombros. —¿Cómo llega cualquiera de nosotros aquí? —Acto seguido, me lleva hasta el hombre que canta, tira un par de dólares en el cubo y volvemos al coche.
Recorremos anchas calles residenciales, enormes carreteras bordeadas de arcenes cubiertos de césped y grandes mansiones, y llegamos por fin a Montana, una tranquila calle que apesta a dinero, sencillamente porque las pequeñas boutiques y restaurantes que hay en ella son muy pintorescos. Joe detiene el coche frente a un pequeño café que parece atestado. Fuera, en la acera, hay un par de mesas libres, y me dice que me siente a una mientras él va a buscar el desayuno.
No creáis que soy engreída, por favor, pero no puedo evitar fijarme en que tres hombres —¡tres!— bajan el periódico, interrumpen sus conversaciones y se vuelven para mirarme, y aunque lo primero que pienso es que tengo algo en la cara, no tardo en darme cuenta de que es por mi aspecto.
Aleccionada por Geraldine, llevo mis nuevos Levi's de segunda mano de 66 de cintura, una camisa blanca y zapatos de ante marrón, y esta mañana mientras me vestía he pensado que, quizá por primera vez, tengo realmente el aspecto de la mujer en que quería convertirme.
—Un café —dice Joe, dejando una taza delante de mí mientras los hombres desvían la mirada, porque les basta con echar un vistazo a Joe para saber que no pueden competir con él— y un muffin de arándanos bajo en calorías.
Está delicioso. Joe es delicioso. La vida es deliciosa. Creo que podría quedarme aquí por siempre jamás.
Supongo que en este momento deberíamos estar hablando, conociéndonos, pero ya lo hicimos anoche, y ahora que nos hemos acostado lo único que parecemos capaces de hacer es mirarnos y sonreír. Joe me sostiene la mano y solo me la suelta para dejarme coger mi muffin y dar un mordisco de vez en cuando, y aun mientras como, me acaricia la pierna, o el brazo, o algo. Es como si tuviéramos que estar continuamente tocándonos, y todo el mundo parece mirarnos, o tal vez sean figuraciones mías.
Sin embargo, imagino que están mirándonos porque les gustaría tener lo que nosotros tenemos. No sé qué es estar enamorado. Quería a Nick, es cierto, pero nunca he tenido a Nick, y mientras estoy aquí sentada con este hombre con quien acabo de hacer el amor, me pregunto si tal vez lo que sentía por Nick no era amor, sino un mero encaprichamiento.
No es que quiera a Joe, aún no, por supuesto que no, pero me siento tan feliz que no puedo dejar de sonreír, y estoy segura de que estoy tan radiante que ilumino toda América.
—Eres increíblemente guapa —vuelve a decirme Joe, y disfruto extasiada de su admiración. Consulta su reloj y añade que deberíamos ir a patinar porque tendrá que trabajar un rato cuando vayamos al gimnasio.
De modo que nos detenemos en la tienda de alquiler de patines y cogemos unos para mí, luego dejamos el coche en casa, Joe entra para coger sus patines y caminamos en calcetines hasta el paseo marítimo.
—Esto..., tengo que decirte algo —empiezo a decir nerviosa. Joe parece preocupado. —Te mentí sobre patinar. No lo he hecho en toda mi vida.
Joe echa la cabeza hacia atrás y se ríe.
—¿Y por qué te molestaste en mentir sobre eso? No te preocupes, aprenderás enseguida. —Continúa riendo mientras me pongo las botas, temblorosa, y me quedo quieta, demasiado aterrada para moverme. —Mira, se hace así —me indica, cogiéndome la mano. Y me enseña cómo poner los pies en ángulo recto, tomar impulso con el derecho y deslizar hacia delante el izquierdo. Milagrosamente, yo, la torpe y lerda Jemima Jones, consigo hacerlo. No se me da muy bien, debo admitirlo, pero Joe sigue cogiéndome de la mano, y con sus fuertes brazos me ayuda a mantener el equilibrio cada vez que amenazo con caerme.
No tardamos en estar patinando el uno al lado del otro por ese largo paseo marítimo asfaltado que corre paralelo a la playa. Y me traen sin cuidado las mujeres guapísimas que pasan cada pocos minutos por nuestro lado, con sus auriculares y sus figuras perfectas girando al ritmo de la música que les llena los oídos. Me trae sin cuidado el hecho de que todas esas mujeres miren a Joe de arriba abajo mientras se acercan, porque él no las mira, me está mirando a mí. Me trae sin cuidado que una de esas rubias explosivas se vuelva hacia su amiga que patina a su lado, también con auriculares, y articule silenciosamente la palabra «gay», señalando a Joe, que no lo ve. No me importa. En realidad hasta me hace gracia, y en cierto modo sé a qué se refiere. Es casi como si Joe fuera demasiado perfecto para ser heterosexual. No es algo que se me hubiera ocurrido pensar en Inglaterra, pero aquí que la cultura gay parece mucho más extendida logro entender por qué lo ha dicho.
Me río para mis adentros, sobre todo cuando recuerdo lo que me hacía Joe a las nueve y diez de esta mañana, pero enseguida dejo de reír y me estremezco de placer.
—¡Es tan divertido! —exclamo mientras ganamos velocidad y bajamos hacia el muelle de Santa Mónica.
—Creía que nunca lo habías hecho —dice Joe, y sonriendo salgo disparada delante de él, asombrada de lo segura que me siento sobre estas ruedas.
—¡Te he mentido! —le grito, y él sonríe y me tira un beso mientras se da prisa para alcanzarme.
Jemima y Joe parecen la pareja perfecta, como salidos de una romántica historia de amor, y aunque no están hablando mucho, ríen y se toman el pelo de tal modo que cada vez se parecen más a dos personas enamoradas. ¿O mejor sería decir dos personas enamoradas del amor?
Dos horas de patinar me han dejado molida, y cuando terminamos nos detenemos en una charcutería, y nos servimos ensalada en dos recipientes y nos la llevamos al gimnasio de Joe para comerla en su oficina. Por si os lo estáis preguntando, aquí soy aún más cuidadosa con la silueta, de modo que me salto las ensaladas de arroz y pasta, porque, por deliciosas que parezcan, no son lo que necesito para guardar la línea, y me decanto por montones de exóticas hojas junto con verduras asadas y semillas de sésamo que, según la señora de la charcutería, están tostadas en aceite. Sin nada de grasa. ¿No me porto bien? ¿No os sentís orgullosos de mí?
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 53
El gimnasio, que está en la Segunda Avenida, es exactamente como me lo imaginaba. En una recepción bañada por el sol hay un mostrador enorme, detrás del cual hay dos mujeres guapísimas que lucen sendos conjuntos de aerobic perfectamente combinados. Una lleva un body rosa con unos diminutos pantalones cortos de licra color naranja, y la otra un body naranja con unos pantalones cortos rosa, ambas con un pequeño tanga encima. Están extraordinariamente bronceadas, extraordinariamente en forma, y son extraordinariamente simpáticas, lo que me sorprende un poco, porque en mi país las mujeres tan guapas suelen ser verdaderas arpías.
—¡Hola, Joe! —exclama entusiasmada una de ellas al vernos entrar.
—¡Hola, Joe! —exclama la otra, levantando la vista.
—Hola, Cindy, Charlene. Os presento a JJ.
—Hola, JJ —dicen las dos al unísono. —Es un placer conocerte.
—Lo mismo digo. —Contengo una risa, porque ¿qué puede tener de placer el conocerme?
—¡Tú eres JJ! —dice Cindy de pronto. —Oh, Dios mío, hemos oído hablar tanto de ti. Hasta hemos visto tu foto.
—Caray, has venido.
—Sí, he venido. —¿Va a decir alguien algo que tenga sentido?
—Eres de Inglaterra, ¿verdad? —Es el turno de Charlene.
—Aja.
—Qué maravilla. Yo tuve un novio inglés. De Surrey. ¿Gary Tompkins? —Me mira expectante, como si yo pudiera conocerlo.
Meneo la cabeza.
—Lo siento —me disculpo, encogiéndome de hombros. —Es un lugar muy grande.
—No te preocupes —dice Charlene, —de todos modos no era tan cachondo. Pero bienvenida a Los Ángeles. ¿Crees que te quedarás a vivir?
—He venido dos semanas —respondo—; después he de volver al trabajo.
—Lástima —dice Cindy. —Es un lugar estupendo. Tal vez podrías volver.
—Tal vez —digo, preguntándome si aquí todo el mundo será tan simpático. Había oído decir que los norteamericanos eran así, pero nunca creí que fuese verdad.
—Son simpatiquísimas —digo a Joe cuando cruzamos la recepción y entramos en el gimnasio propiamente dicho, y de pronto me paro porque jamás he visto un gimnasio mejor equipado ni gente más perfecta. El gimnasio bulle de actividad. De cada esquina sale música hip-hop, una canción que reconozco vagamente, y aunque toda la gente está sudando profusamente, todos tienen un aspecto fabuloso y el sudor no hace sino resaltar sus bronceados y sus cuerpos perfectos. —Cielos —susurro asombrada, porque es todo lo contrario de mi gimnasio, donde casi toda la gente está allí porque se halla en la fase anterior y tiene un aspecto lamentable, o porque es un lugar donde ver y dejarse ver, y jamás permitirían que algo tan desagradable como el sudor les estropeara el maquillaje o el peinado.
—¿Te gusta? —dice Joe, visiblemente orgulloso de su próspero negocio. —Quiero que conozcas a Jimmy, uno de los entrenadores personales.
Alto, moreno y musculoso, Jimmy me estrecha la mano.
—Me alegro de conocerte por fin, JJ. Bienvenida a Los Ángeles. Si necesitas ayuda, lo que sea... —Me lanza una mirada elocuente y añade: —No tienes más que pedírmela.
—Ni tocarla, Jimmy —dice Joe apartándolo en broma.
—Vamos, Joe. —Jimmy levanta las manos con una sonrisa pícara en los labios. —Es comprensible que un tío lo intente al menos.
—Pero bueno —digo. —Que estoy aquí.
—Perdona, JJ —dice Joe, —pero así son los chicos. Vamos a mi oficina a comer.
Así lo hacemos, y aunque parezca ridículo —ya que solo es mediodía y estamos comiendo ensalada en recipientes de plástico, —empezamos a darnos mutuamente de comer, y pronto la comida está en todas partes menos en nuestras bocas, y estamos besándonos con furia cuando la puerta se abre de golpe y nos separamos bruscamente.
Joe, por cierto, se aparta mas, pero es comprensible, después de todo se trata del jefe, y los dos levantamos la mirada y vemos a una chica enorme en el hueco de la puerta.
—Oh, no sabía que estabais aquí —dice.
—Acabamos de llegar—explica Joe, quitándose la comida de encima y tratando de arreglarse mientras yo miro detenidamente a la chica, en parte porque intento adivinar quién es, y en parte porque, y es todo un shock verlo, la chica que está en el umbral se parece muchísimo a la chica que era yo. Es menuda, con el pelo moreno y brillante, y advierto que podría ser guapa, todo lo que tiene que hacer es perder unos kilos. Porque es enorme, tiene una papada doble..., no, triple. Lleva una camisa amplia para ocultar el enorme tamaño de sus pechos, tiene los brazos cruzados para esconder la mayor cantidad posible de cuerpo, y una expresión ligeramente dolida en el rostro. Podría ser yo, pienso mientras la observo. Yo podría ser ella.
—Te presento a JJ —dice Joe. —Esta es Jenny, mi secretaria personal.
—Hola, Jenny. —Estoy decidida a mostrarme simpática, a hacer un esfuerzo, a demostrar a Jenny que no me molesta su gordura, que no la creo menos persona solo porque ocupa más espacio. Me levanto y me acerco con el brazo extendido para estrecharle la mano, pero a medida que me aproximo siento instintivamente que ella no va a estrechármela, que, por alguna extraña razón, en la habitación se respira una fuerte hostilidad. Y no me equivoco. Me detengo al advertir que Jenny no se mueve. Se limita a saludarme con un movimiento de la cabeza. Permanece callada, y cielos, recuerdo muy bien cómo era ser como ella.
Recuerdo cómo me sentía cuando me presentaban a una persona guapa y delgada, lo incapaz que era de mirarla a los ojos, y trato desesperadamente de pensar en una forma de tranquilizar a Jenny.
—Qué falda más bonita —digo por fin. —¿La has comprado aquí?
—No —responde ella, obligada a hablar. Se vuelve hacia Joe y añade. —Tengo aquí varios archivos para ti. ¿Te los dejo encima del escritorio?
Su tono es glacial, y retrocedo, pero entonces caigo en la cuenta de lo mucho peor que habría podido ser, de lo fuera de lugar que me habría sentido si hubiera trabajado todo el día rodeada de cuerpos bonitos, de modo que vuelvo a intentarlo.
—¿Hace mucho que trabajas aquí? —pregunto, tratando de brindarle mi amistad.
—Sí —contesta, negándose esta vez a mirarme, y da media vuelta y sale de la oficina.
—Lo siento —dice Joe, pasándose una mano por el pelo. —A veces es difícil.
—No te preocupes. Sospecho que la comprendo mucho mejor de lo que te imaginas —digo sin pensar.
—¿Qué demonios significa eso? —La voz de Joe suena ligeramente brusca, y me pregunto qué pensaría si supiera que he sido como Jenny. Por un segundo estoy tentada de confesárselo, pero luego decido no hacerlo. Es demasiado pronto.
—Solo que me imagino que debe de ser muy duro para ella trabajar en un lugar así —digo, —rodeada a todas horas de gente delgada. Lo que no entiendo es por qué está aquí. Seguro que le resultaría más fácil trabajar en un lugar menos... —Hago una pausa, buscando las palabras. —Menos atento a los cuerpos.
—Seguramente tienes razón —dice Joe, —pero Jenny lleva años conmigo, es como mi brazo derecho, y si te soy sincero, creo que esa es la única razón por la que sigue aquí, por lealtad hacia mí.
—¿Estás seguro de que no está coladita por ti? —digo bromeando, demasiado enamorada de Joe para recordar que no es divertido ser la chica más gorda de la oficina y estar colada por el hombre más guapo del edificio.
—¿Jenny? —resopla Joe burlón. —Si es casi como una hermana.
Hace un tiempo eso es lo que habría dicho Nick de mí.
—Bueno, sé de alguien que está decididamente colada por ti. —Alargo una mano y la pongo en el muslo de Joe.
—¿Si cierro la puerta con llave, prometes decírmelo todo? —Joe se acerca a la puerta y echa la llave con sigilo.
Que Dios me perdone por comportarme como una desfachatada, pero no puedo remediarlo, es demasiado irresistible. Cruzo las manos sobre mi pecho y me quito la camisa por los hombros dejando a la vista nada más que carne desnuda. Empujo a Joe hasta una silla y me siento a horcajadas sobre él mientras le echo los brazos al cuello.
—Lo prometo, lo juro y lo perjuro —ronroneo.
El gimnasio, que está en la Segunda Avenida, es exactamente como me lo imaginaba. En una recepción bañada por el sol hay un mostrador enorme, detrás del cual hay dos mujeres guapísimas que lucen sendos conjuntos de aerobic perfectamente combinados. Una lleva un body rosa con unos diminutos pantalones cortos de licra color naranja, y la otra un body naranja con unos pantalones cortos rosa, ambas con un pequeño tanga encima. Están extraordinariamente bronceadas, extraordinariamente en forma, y son extraordinariamente simpáticas, lo que me sorprende un poco, porque en mi país las mujeres tan guapas suelen ser verdaderas arpías.
—¡Hola, Joe! —exclama entusiasmada una de ellas al vernos entrar.
—¡Hola, Joe! —exclama la otra, levantando la vista.
—Hola, Cindy, Charlene. Os presento a JJ.
—Hola, JJ —dicen las dos al unísono. —Es un placer conocerte.
—Lo mismo digo. —Contengo una risa, porque ¿qué puede tener de placer el conocerme?
—¡Tú eres JJ! —dice Cindy de pronto. —Oh, Dios mío, hemos oído hablar tanto de ti. Hasta hemos visto tu foto.
—Caray, has venido.
—Sí, he venido. —¿Va a decir alguien algo que tenga sentido?
—Eres de Inglaterra, ¿verdad? —Es el turno de Charlene.
—Aja.
—Qué maravilla. Yo tuve un novio inglés. De Surrey. ¿Gary Tompkins? —Me mira expectante, como si yo pudiera conocerlo.
Meneo la cabeza.
—Lo siento —me disculpo, encogiéndome de hombros. —Es un lugar muy grande.
—No te preocupes —dice Charlene, —de todos modos no era tan cachondo. Pero bienvenida a Los Ángeles. ¿Crees que te quedarás a vivir?
—He venido dos semanas —respondo—; después he de volver al trabajo.
—Lástima —dice Cindy. —Es un lugar estupendo. Tal vez podrías volver.
—Tal vez —digo, preguntándome si aquí todo el mundo será tan simpático. Había oído decir que los norteamericanos eran así, pero nunca creí que fuese verdad.
—Son simpatiquísimas —digo a Joe cuando cruzamos la recepción y entramos en el gimnasio propiamente dicho, y de pronto me paro porque jamás he visto un gimnasio mejor equipado ni gente más perfecta. El gimnasio bulle de actividad. De cada esquina sale música hip-hop, una canción que reconozco vagamente, y aunque toda la gente está sudando profusamente, todos tienen un aspecto fabuloso y el sudor no hace sino resaltar sus bronceados y sus cuerpos perfectos. —Cielos —susurro asombrada, porque es todo lo contrario de mi gimnasio, donde casi toda la gente está allí porque se halla en la fase anterior y tiene un aspecto lamentable, o porque es un lugar donde ver y dejarse ver, y jamás permitirían que algo tan desagradable como el sudor les estropeara el maquillaje o el peinado.
—¿Te gusta? —dice Joe, visiblemente orgulloso de su próspero negocio. —Quiero que conozcas a Jimmy, uno de los entrenadores personales.
Alto, moreno y musculoso, Jimmy me estrecha la mano.
—Me alegro de conocerte por fin, JJ. Bienvenida a Los Ángeles. Si necesitas ayuda, lo que sea... —Me lanza una mirada elocuente y añade: —No tienes más que pedírmela.
—Ni tocarla, Jimmy —dice Joe apartándolo en broma.
—Vamos, Joe. —Jimmy levanta las manos con una sonrisa pícara en los labios. —Es comprensible que un tío lo intente al menos.
—Pero bueno —digo. —Que estoy aquí.
—Perdona, JJ —dice Joe, —pero así son los chicos. Vamos a mi oficina a comer.
Así lo hacemos, y aunque parezca ridículo —ya que solo es mediodía y estamos comiendo ensalada en recipientes de plástico, —empezamos a darnos mutuamente de comer, y pronto la comida está en todas partes menos en nuestras bocas, y estamos besándonos con furia cuando la puerta se abre de golpe y nos separamos bruscamente.
Joe, por cierto, se aparta mas, pero es comprensible, después de todo se trata del jefe, y los dos levantamos la mirada y vemos a una chica enorme en el hueco de la puerta.
—Oh, no sabía que estabais aquí —dice.
—Acabamos de llegar—explica Joe, quitándose la comida de encima y tratando de arreglarse mientras yo miro detenidamente a la chica, en parte porque intento adivinar quién es, y en parte porque, y es todo un shock verlo, la chica que está en el umbral se parece muchísimo a la chica que era yo. Es menuda, con el pelo moreno y brillante, y advierto que podría ser guapa, todo lo que tiene que hacer es perder unos kilos. Porque es enorme, tiene una papada doble..., no, triple. Lleva una camisa amplia para ocultar el enorme tamaño de sus pechos, tiene los brazos cruzados para esconder la mayor cantidad posible de cuerpo, y una expresión ligeramente dolida en el rostro. Podría ser yo, pienso mientras la observo. Yo podría ser ella.
—Te presento a JJ —dice Joe. —Esta es Jenny, mi secretaria personal.
—Hola, Jenny. —Estoy decidida a mostrarme simpática, a hacer un esfuerzo, a demostrar a Jenny que no me molesta su gordura, que no la creo menos persona solo porque ocupa más espacio. Me levanto y me acerco con el brazo extendido para estrecharle la mano, pero a medida que me aproximo siento instintivamente que ella no va a estrechármela, que, por alguna extraña razón, en la habitación se respira una fuerte hostilidad. Y no me equivoco. Me detengo al advertir que Jenny no se mueve. Se limita a saludarme con un movimiento de la cabeza. Permanece callada, y cielos, recuerdo muy bien cómo era ser como ella.
Recuerdo cómo me sentía cuando me presentaban a una persona guapa y delgada, lo incapaz que era de mirarla a los ojos, y trato desesperadamente de pensar en una forma de tranquilizar a Jenny.
—Qué falda más bonita —digo por fin. —¿La has comprado aquí?
—No —responde ella, obligada a hablar. Se vuelve hacia Joe y añade. —Tengo aquí varios archivos para ti. ¿Te los dejo encima del escritorio?
Su tono es glacial, y retrocedo, pero entonces caigo en la cuenta de lo mucho peor que habría podido ser, de lo fuera de lugar que me habría sentido si hubiera trabajado todo el día rodeada de cuerpos bonitos, de modo que vuelvo a intentarlo.
—¿Hace mucho que trabajas aquí? —pregunto, tratando de brindarle mi amistad.
—Sí —contesta, negándose esta vez a mirarme, y da media vuelta y sale de la oficina.
—Lo siento —dice Joe, pasándose una mano por el pelo. —A veces es difícil.
—No te preocupes. Sospecho que la comprendo mucho mejor de lo que te imaginas —digo sin pensar.
—¿Qué demonios significa eso? —La voz de Joe suena ligeramente brusca, y me pregunto qué pensaría si supiera que he sido como Jenny. Por un segundo estoy tentada de confesárselo, pero luego decido no hacerlo. Es demasiado pronto.
—Solo que me imagino que debe de ser muy duro para ella trabajar en un lugar así —digo, —rodeada a todas horas de gente delgada. Lo que no entiendo es por qué está aquí. Seguro que le resultaría más fácil trabajar en un lugar menos... —Hago una pausa, buscando las palabras. —Menos atento a los cuerpos.
—Seguramente tienes razón —dice Joe, —pero Jenny lleva años conmigo, es como mi brazo derecho, y si te soy sincero, creo que esa es la única razón por la que sigue aquí, por lealtad hacia mí.
—¿Estás seguro de que no está coladita por ti? —digo bromeando, demasiado enamorada de Joe para recordar que no es divertido ser la chica más gorda de la oficina y estar colada por el hombre más guapo del edificio.
—¿Jenny? —resopla Joe burlón. —Si es casi como una hermana.
Hace un tiempo eso es lo que habría dicho Nick de mí.
—Bueno, sé de alguien que está decididamente colada por ti. —Alargo una mano y la pongo en el muslo de Joe.
—¿Si cierro la puerta con llave, prometes decírmelo todo? —Joe se acerca a la puerta y echa la llave con sigilo.
Que Dios me perdone por comportarme como una desfachatada, pero no puedo remediarlo, es demasiado irresistible. Cruzo las manos sobre mi pecho y me quito la camisa por los hombros dejando a la vista nada más que carne desnuda. Empujo a Joe hasta una silla y me siento a horcajadas sobre él mientras le echo los brazos al cuello.
—Lo prometo, lo juro y lo perjuro —ronroneo.
Invitado
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Síguela :)
Dios, me encanto la maraton. Estubo genial y la Jenny es más antipatica que nada, pero seguro que le jodio ver lo que vio...
Dios, me encanto la maraton. Estubo genial y la Jenny es más antipatica que nada, pero seguro que le jodio ver lo que vio...
ItsBee♡
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡Gracias por los capítulos! :D
Está buenísima la nove. Me dio cosita con Jenny, es casi lo mismo por lo que pasó Jemima pero aún peor :/
SIGUELAAAAAAAA
Está buenísima la nove. Me dio cosita con Jenny, es casi lo mismo por lo que pasó Jemima pero aún peor :/
SIGUELAAAAAAAA
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Chicas, tengo que encontrar la forma de subirles más seguido, es solo que ahora no uso tanto la computadora, todo lo hago por un iPod Touch que tengo y la wifi. Gracias por leer y su paciencia (:
Capítulo 54
Me tiendo voluptuosamente en la cama y me recuesto en el montón de almohadas, pensando en mi vida. Pienso en Joe haciéndome el amor esta misma mañana antes de irse a la oficina y quedar en reunirse conmigo más tarde. Pienso en la vida que he dejado atrás, la esclavitud y el tedio de trabajar en el Kilburn Herald, y pienso en lo que dirían mis amigos si me vieran ahora, porque, aunque no ha pasado ni una semana, ya sé que podría acostumbrarme a esto.
¿Cómo voy a volver allí, a la vieja y deprimente Londres, cuando Los Ángeles es tan emocionante e incitante, y hace tanto calor?
Después, no puedo evitarlo, empiezo a pensar en Nick. Es curioso cómo me acuerdo de él en los momentos más extraños. Puedo estarme siglos sin pensar en él y de pronto irrumpe en mis pensamientos. Y cuando lo hace, por supuesto que sigo echándolo de menos, pero últimamente solo lo hago cuando me acuerdo de él, lo cual, gracias a Dios, no es muy a menudo, porque me lo estoy pasando en grande.
Me asalta otro pensamiento; hago lo posible por librarme de él, pero no, cuanto más me esfuerzo, menos consigo remediarlo. Está bien, me rindo. Anoche estábamos en el hotel Mondrian, un enorme local minimalista del Sunset Boulevard. Joe insistió en que lo conociera, aunque no tengo mucho interés en esa clase de lugares. Sin embargo, debo admitir que era espectacular. Nunca había estado en un sitio así. El inmenso vestíbulo, las sobrias puertas de cristal que se abrían a una terraza de suelo de madera iluminada por velas. Me encantó. Me encantaron las gigantescas macetas de barro, los grandes colchones indios cubiertos de cojines desparramados junto a la piscina. Y estoy tratando de no pensar en lo que pasó después de eso, en lo que dijo Joe, porque cada vez que lo recuerdo me asalta toda clase de pensamientos negativos, y no quiero que nada se tuerza. No quiero estropear esta perfección. No ahora.
Sin embargo, fue extraño. Vale, allá voy. Os lo contaré. Estábamos allí, sentados a una mesa del bar del Mondrian; la luz de las velas proyectaba sombras favorecedoras en los bellos rostros de la gente guapa, pero ninguno era tan bello como el de Joe, al menos en mi opinión. Estábamos sentados, y nos besamos, y hablamos, y cuanto más hablábamos más cosas revelábamos de nuestras vidas, nuestros amores, nuestras ilusiones, nuestros sueños, y cuanto más revelábamos, más pensaba yo en que se acabó. Lo siento pero se acabó.
—Me encantaría vivir en una casa en la playa —dije, con imágenes frescas en la cabeza porque poco antes, esa tarde, habíamos estado hojeando la sección de anuncios inmobiliarios de Los Ángeles Times, escapando a un mundo de fantasía de piscinas, arena entre los dedos de los pies y olas rompiendo en la playa.
—Creo que serías feliz en cualquier parte —dijo Joe, —siempre que yo estuviera contigo.
Jemima, oh, Jemima. ¿No te pareció un poco raro que Joe fuera tan directo cuando apenas había pasado una semana? ¿No se encendió una señal de alarma en tu cabeza? ¿No habría sido tal vez más sensato erguirte en tu asiento y preguntarte si tenía un motivo oculto?
Pero no. Parece ser que en ese momento Jemima Jones no estaba preparada para estropear su mundo perfecto. En lugar de ello, suspiró feliz y la conversación continuó, dando tumbos, hasta desembocar finalmente en los aspectos prácticos de su estancia.
—¿Hay librerías por aquí? —pregunté, sabiendo que era lo único que haría que me sintiese realmente en casa, tener el lujo de curiosear entre mis queridos libros.
—Las mejores son probablemente Barnes & Nobles o Borders, en la calle Tres —respondió Joe. —Si me lo hubieras dicho antes podríamos haber ido juntos. Te gusta mucho leer, ¿verdad?
Asentí.
—¿Y qué clase de libros lees?
—De todo. —Sonreí misteriosamente. —Tengo gustos totalmente eclécticos y leo prácticamente cualquier cosa. ¿Y tú? —pregunté, cayendo en la cuenta de que no tenía ni idea de sus gustos literarios, algo que, aunque tal vez carezca de importancia para vosotros, en mi opinión dice muchísimo de una persona.
—No tengo mucho tiempo —admitió él, bebiendo otro sorbo de champán. —Me gusta la ciencia ficción, cuando leo. —Hizo una pausa antes de añadir: —Leía más cuando iba al instituto. Recuerdo que leí un libro de ese tipo, ya sabes..., ¿cómo se llama? —Me miró en busca de ayuda mientras yo me encogía de hombros y meneaba la cabeza. —Sí que lo sabes, el que escribió Romeo y Julieta.
¿Lo he oído bien? ¿Está bromeando? Abrí mucho los ojos con incredulidad, pero luego pensé que debía de estar bromeando y se echaría a reír en cualquier momento.
—¿Shakespeare? —dije despacio, esperando su carcajada.
—Sí. —Asintió con vigor. —Ese. Un gran libro.
No se río. Ni siquiera sonrío. ¿Que podía decir yo? No me importaría si solo leyera noveluchas policíacas, pero ¿olvidar el nombre del mejor dramaturgo de todos los tiempos? Me quedé profunda y totalmente perpleja, y de pronto se hizo evidente el problema que tenía Joe, y el hecho de que, en efecto, no hay nadie perfecto. Joe, el maravilloso, guapísimo, amable y tierno Joe, pensé con algo más que un poco de horror, es corto. Más corto que las mangas de un chaleco. Oh, Dios mío, ¿por qué he tenido que decirlo?
Pero no, intenté convencerme, solo porque no le interese lo mismo que a mí no significa que sea estúpido; solo es... diferente. Y eso no significa que sea mala persona o que no vaya a tratarte bien.
Procuraré olvidarlo, decidí, quitármelo de la cabeza. Y lo intenté, de verdad que lo hice, pero por alguna razón es mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Y mi horror, mi preocupación, mi irritación o como queráis llamarlo, debió de reflejarse en mi cara, porque Joe de pronto preguntó:
—¿Pasa algo?
—No. —Sonreí.
El se inclinó hacia delante y me dio un largo y voluptuoso beso en los labios. Me relajé un poco y decidí que no me importaba lo demás, porque ese beso lo compensaba todo. Que eso era lo que había estado esperando. Joe era el hombre que había estado esperando, y esa sensación de importarle a alguien, de sentirte cuidada, protegida, era lo que contaba.
Pero ahora, tumbada en la cama esta mañana, no puedo evitar preguntarme si eso basta. No seas ridícula, por supuesto que basta, tiene que bastar. Pero, solo para tranquilizarme del todo, cojo el teléfono y marco.
—Sección de reportajes del Kilburn Herald.
—¿Geraldine? Soy yo.
—¿Jemima? ¡Hola! Te echo de menos, y, eh, tú, arpía, ¿adivina quién tiene que hacer tu maldita columna mientras estás fuera? Muchas gracias. —No habla en serio, aunque por fin comprende por qué he sido tan desgraciada escribiendo «Los Mejores Consejos».
—Yo también te echo de menos.
—No puedes echarme de menos. Seguro que estás pasándolo en grande. Quiero saberlo todo. ¿Qué tal el maravilloso Joe? ¿Estás enamorada? ¿Ya lo habéis hecho?
—Bien, no estoy segura y sí.
—¿Sí?
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! ¿Cómo fue, cómo fue? Cuéntamelo todo. Quiero conocer los detalles morbosos.
—Fue increíble, Geraldine. En serio, verdaderamente increíble. Nunca había hecho el amor de este modo en toda mi vida. Es tan guapo... Cada vez que lo miro no puedo creer que sea mío.
—¿Es totalmente voraz?
—Totalmente. Hasta hemos terminado haciendo el amor encima del escritorio de su despacho.
—Oh. —Geraldine suspira. —No sabes cómo te envidio.
—¿Por qué? No me digas que se han torcido las cosas con ese chico que conociste en la despedida de Nick, Kevin Maxwell.
—No, no se han torcido. De hecho, probablemente van mejor que nunca. Pero todavía no nos hemos acostado.
—¿Bromeas? —Eso no es nada propio de Geraldine, que utiliza con regularidad su cuerpo para controlar sus relaciones.
—Ojalá. No es que yo no quiera, o que él no haya tratado de llevarme a la cama, pero esto es diferente, Jemima. Me gusta de verdad, y no quiero estropearlo todo acostándome con él demasiado pronto.
—Oh. —Mierda. ¿Quieres decir que lo he estropeado todo con Joe? —¿Siempre lo estropea?
—Según las reglas, si.
—¿Qué son Las Reglas?
—Para cazar al hombre de tus sueños todo consiste en hacerse la dura.
—¿De verdad lo crees?
Geraldine vuelve a suspirar.
—Nunca lo he hecho, pero he decidido probar y ver qué pasa, y creo que funciona. El pecado cardinal es acostarte con ellos. Al menos, se supone que no debes hacerlo hasta que estén locamente enamorados de ti y estés segura de que no van a desaparecer a la mañana siguiente.
—Pero ha pasado un montón de tiempo, Geraldine.
—Lo sé —admite con un nuevo suspiro. —Me estoy subiendo por las paredes. Ayer pasé por Ann Summers y hasta me planteé en serio entrar y comprarme un consolador.
—¡Geraldine! —No quiero oír hablar de consoladores por el amor de Dios, acabo de tener un orgasmo y ya resulta bastante difícil hablar de ello. Pero si me encanta Geraldine es precisamente porque nunca se corta. Lo único que cambiaría es su egocentrismo. Aunque sé que es probablemente la única amiga de verdad que he tenido, siempre lleva la conversación hacia su persona en cuanto puede. Así y todo, no se trata de un defecto tan terrible, y al menos sé que puedo confiar en ella. Aunque no quiero que hablemos de consoladores.
Capítulo 54
Me tiendo voluptuosamente en la cama y me recuesto en el montón de almohadas, pensando en mi vida. Pienso en Joe haciéndome el amor esta misma mañana antes de irse a la oficina y quedar en reunirse conmigo más tarde. Pienso en la vida que he dejado atrás, la esclavitud y el tedio de trabajar en el Kilburn Herald, y pienso en lo que dirían mis amigos si me vieran ahora, porque, aunque no ha pasado ni una semana, ya sé que podría acostumbrarme a esto.
¿Cómo voy a volver allí, a la vieja y deprimente Londres, cuando Los Ángeles es tan emocionante e incitante, y hace tanto calor?
Después, no puedo evitarlo, empiezo a pensar en Nick. Es curioso cómo me acuerdo de él en los momentos más extraños. Puedo estarme siglos sin pensar en él y de pronto irrumpe en mis pensamientos. Y cuando lo hace, por supuesto que sigo echándolo de menos, pero últimamente solo lo hago cuando me acuerdo de él, lo cual, gracias a Dios, no es muy a menudo, porque me lo estoy pasando en grande.
Me asalta otro pensamiento; hago lo posible por librarme de él, pero no, cuanto más me esfuerzo, menos consigo remediarlo. Está bien, me rindo. Anoche estábamos en el hotel Mondrian, un enorme local minimalista del Sunset Boulevard. Joe insistió en que lo conociera, aunque no tengo mucho interés en esa clase de lugares. Sin embargo, debo admitir que era espectacular. Nunca había estado en un sitio así. El inmenso vestíbulo, las sobrias puertas de cristal que se abrían a una terraza de suelo de madera iluminada por velas. Me encantó. Me encantaron las gigantescas macetas de barro, los grandes colchones indios cubiertos de cojines desparramados junto a la piscina. Y estoy tratando de no pensar en lo que pasó después de eso, en lo que dijo Joe, porque cada vez que lo recuerdo me asalta toda clase de pensamientos negativos, y no quiero que nada se tuerza. No quiero estropear esta perfección. No ahora.
Sin embargo, fue extraño. Vale, allá voy. Os lo contaré. Estábamos allí, sentados a una mesa del bar del Mondrian; la luz de las velas proyectaba sombras favorecedoras en los bellos rostros de la gente guapa, pero ninguno era tan bello como el de Joe, al menos en mi opinión. Estábamos sentados, y nos besamos, y hablamos, y cuanto más hablábamos más cosas revelábamos de nuestras vidas, nuestros amores, nuestras ilusiones, nuestros sueños, y cuanto más revelábamos, más pensaba yo en que se acabó. Lo siento pero se acabó.
—Me encantaría vivir en una casa en la playa —dije, con imágenes frescas en la cabeza porque poco antes, esa tarde, habíamos estado hojeando la sección de anuncios inmobiliarios de Los Ángeles Times, escapando a un mundo de fantasía de piscinas, arena entre los dedos de los pies y olas rompiendo en la playa.
—Creo que serías feliz en cualquier parte —dijo Joe, —siempre que yo estuviera contigo.
Jemima, oh, Jemima. ¿No te pareció un poco raro que Joe fuera tan directo cuando apenas había pasado una semana? ¿No se encendió una señal de alarma en tu cabeza? ¿No habría sido tal vez más sensato erguirte en tu asiento y preguntarte si tenía un motivo oculto?
Pero no. Parece ser que en ese momento Jemima Jones no estaba preparada para estropear su mundo perfecto. En lugar de ello, suspiró feliz y la conversación continuó, dando tumbos, hasta desembocar finalmente en los aspectos prácticos de su estancia.
—¿Hay librerías por aquí? —pregunté, sabiendo que era lo único que haría que me sintiese realmente en casa, tener el lujo de curiosear entre mis queridos libros.
—Las mejores son probablemente Barnes & Nobles o Borders, en la calle Tres —respondió Joe. —Si me lo hubieras dicho antes podríamos haber ido juntos. Te gusta mucho leer, ¿verdad?
Asentí.
—¿Y qué clase de libros lees?
—De todo. —Sonreí misteriosamente. —Tengo gustos totalmente eclécticos y leo prácticamente cualquier cosa. ¿Y tú? —pregunté, cayendo en la cuenta de que no tenía ni idea de sus gustos literarios, algo que, aunque tal vez carezca de importancia para vosotros, en mi opinión dice muchísimo de una persona.
—No tengo mucho tiempo —admitió él, bebiendo otro sorbo de champán. —Me gusta la ciencia ficción, cuando leo. —Hizo una pausa antes de añadir: —Leía más cuando iba al instituto. Recuerdo que leí un libro de ese tipo, ya sabes..., ¿cómo se llama? —Me miró en busca de ayuda mientras yo me encogía de hombros y meneaba la cabeza. —Sí que lo sabes, el que escribió Romeo y Julieta.
¿Lo he oído bien? ¿Está bromeando? Abrí mucho los ojos con incredulidad, pero luego pensé que debía de estar bromeando y se echaría a reír en cualquier momento.
—¿Shakespeare? —dije despacio, esperando su carcajada.
—Sí. —Asintió con vigor. —Ese. Un gran libro.
No se río. Ni siquiera sonrío. ¿Que podía decir yo? No me importaría si solo leyera noveluchas policíacas, pero ¿olvidar el nombre del mejor dramaturgo de todos los tiempos? Me quedé profunda y totalmente perpleja, y de pronto se hizo evidente el problema que tenía Joe, y el hecho de que, en efecto, no hay nadie perfecto. Joe, el maravilloso, guapísimo, amable y tierno Joe, pensé con algo más que un poco de horror, es corto. Más corto que las mangas de un chaleco. Oh, Dios mío, ¿por qué he tenido que decirlo?
Pero no, intenté convencerme, solo porque no le interese lo mismo que a mí no significa que sea estúpido; solo es... diferente. Y eso no significa que sea mala persona o que no vaya a tratarte bien.
Procuraré olvidarlo, decidí, quitármelo de la cabeza. Y lo intenté, de verdad que lo hice, pero por alguna razón es mucho más fácil decirlo que hacerlo.
Y mi horror, mi preocupación, mi irritación o como queráis llamarlo, debió de reflejarse en mi cara, porque Joe de pronto preguntó:
—¿Pasa algo?
—No. —Sonreí.
El se inclinó hacia delante y me dio un largo y voluptuoso beso en los labios. Me relajé un poco y decidí que no me importaba lo demás, porque ese beso lo compensaba todo. Que eso era lo que había estado esperando. Joe era el hombre que había estado esperando, y esa sensación de importarle a alguien, de sentirte cuidada, protegida, era lo que contaba.
Pero ahora, tumbada en la cama esta mañana, no puedo evitar preguntarme si eso basta. No seas ridícula, por supuesto que basta, tiene que bastar. Pero, solo para tranquilizarme del todo, cojo el teléfono y marco.
—Sección de reportajes del Kilburn Herald.
—¿Geraldine? Soy yo.
—¿Jemima? ¡Hola! Te echo de menos, y, eh, tú, arpía, ¿adivina quién tiene que hacer tu maldita columna mientras estás fuera? Muchas gracias. —No habla en serio, aunque por fin comprende por qué he sido tan desgraciada escribiendo «Los Mejores Consejos».
—Yo también te echo de menos.
—No puedes echarme de menos. Seguro que estás pasándolo en grande. Quiero saberlo todo. ¿Qué tal el maravilloso Joe? ¿Estás enamorada? ¿Ya lo habéis hecho?
—Bien, no estoy segura y sí.
—¿Sí?
—Sí.
—¡Oh, Dios mío! ¿Cómo fue, cómo fue? Cuéntamelo todo. Quiero conocer los detalles morbosos.
—Fue increíble, Geraldine. En serio, verdaderamente increíble. Nunca había hecho el amor de este modo en toda mi vida. Es tan guapo... Cada vez que lo miro no puedo creer que sea mío.
—¿Es totalmente voraz?
—Totalmente. Hasta hemos terminado haciendo el amor encima del escritorio de su despacho.
—Oh. —Geraldine suspira. —No sabes cómo te envidio.
—¿Por qué? No me digas que se han torcido las cosas con ese chico que conociste en la despedida de Nick, Kevin Maxwell.
—No, no se han torcido. De hecho, probablemente van mejor que nunca. Pero todavía no nos hemos acostado.
—¿Bromeas? —Eso no es nada propio de Geraldine, que utiliza con regularidad su cuerpo para controlar sus relaciones.
—Ojalá. No es que yo no quiera, o que él no haya tratado de llevarme a la cama, pero esto es diferente, Jemima. Me gusta de verdad, y no quiero estropearlo todo acostándome con él demasiado pronto.
—Oh. —Mierda. ¿Quieres decir que lo he estropeado todo con Joe? —¿Siempre lo estropea?
—Según las reglas, si.
—¿Qué son Las Reglas?
—Para cazar al hombre de tus sueños todo consiste en hacerse la dura.
—¿De verdad lo crees?
Geraldine vuelve a suspirar.
—Nunca lo he hecho, pero he decidido probar y ver qué pasa, y creo que funciona. El pecado cardinal es acostarte con ellos. Al menos, se supone que no debes hacerlo hasta que estén locamente enamorados de ti y estés segura de que no van a desaparecer a la mañana siguiente.
—Pero ha pasado un montón de tiempo, Geraldine.
—Lo sé —admite con un nuevo suspiro. —Me estoy subiendo por las paredes. Ayer pasé por Ann Summers y hasta me planteé en serio entrar y comprarme un consolador.
—¡Geraldine! —No quiero oír hablar de consoladores por el amor de Dios, acabo de tener un orgasmo y ya resulta bastante difícil hablar de ello. Pero si me encanta Geraldine es precisamente porque nunca se corta. Lo único que cambiaría es su egocentrismo. Aunque sé que es probablemente la única amiga de verdad que he tenido, siempre lleva la conversación hacia su persona en cuanto puede. Así y todo, no se trata de un defecto tan terrible, y al menos sé que puedo confiar en ella. Aunque no quiero que hablemos de consoladores.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Insisto, Joe es un amor PERO es muy superficial :/
El no es para Jemima, ahora Nick es otra historia, ¡quiero saber de el!
Me alegra que a Geraldine le este yendo bien con su novio :D
SIGUELAAAAAAAAAAA!
PDT: Gracias por subirnos cap incluso desde tu iPod :'D Yo siempre estoy en el foro desde el mío, por lo que me imagino que debe de ser un poco tedioso subir un cap, así que una vez más GRACIAS (:
El no es para Jemima, ahora Nick es otra historia, ¡quiero saber de el!
Me alegra que a Geraldine le este yendo bien con su novio :D
SIGUELAAAAAAAAAAA!
PDT: Gracias por subirnos cap incluso desde tu iPod :'D Yo siempre estoy en el foro desde el mío, por lo que me imagino que debe de ser un poco tedioso subir un cap, así que una vez más GRACIAS (:
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Queridas, lamento no haberles subido pero es que he estado ocupada y casi ni he usado la PC, entonces he estado pensado que no es justo para ustedes así que les tengo una propuesta: cancelar la Novela pero pasarle el PDF a la que me lo pida y así terminan de leer!
De verdad que siento mucho decirles esto.
De verdad que siento mucho decirles esto.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
HOLAAA :D Soy alejandra de Venezuela
Soy nueva en esta pagina xd bno comentando :P
En Estos dias Consegui tu novela y me ENAMORE
Es una de las mejores que he leido;
Es una lastima que la dejes, pero tus razones tendras(:
me gustaria que me enviaras el PDF PORFAVOR :D
este es mi correo: alo_v_iu@hot... para que me lo envies o como quieras
Saludos:D
Soy nueva en esta pagina xd bno comentando :P
En Estos dias Consegui tu novela y me ENAMORE
Es una de las mejores que he leido;
Es una lastima que la dejes, pero tus razones tendras(:
me gustaria que me enviaras el PDF PORFAVOR :D
este es mi correo: alo_v_iu@hot... para que me lo envies o como quieras
Saludos:D
AlejaJB1D
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