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Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡Quiero saber la reacción de Joe con esa foto! D:
Jajajajajaja, me da un poco de risa la mamá de Jemima.
SIGUELAAAAA :D Está muy buena
Jajajajajaja, me da un poco de risa la mamá de Jemima.
SIGUELAAAAA :D Está muy buena
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Hola!
Esta muy interesante !
espero y puedas seguirla (:
haha, yo tambien queria ver la foto de Joe XD
Esta muy interesante !
espero y puedas seguirla (:
haha, yo tambien queria ver la foto de Joe XD
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Nueva lectora? :D
ya la sigo (:
coloco dos capis porque el primero es corto...
Capítulo 26
Las conversaciones con su madre siempre parecen tomar la misma dirección. Su madre nunca parece interesarse por su trabajo, sus amigos, su vida social. Siempre le pregunta por su peso, y Jemima se pone a la defensiva de inmediato, conteniéndose con un suspiro de cansancio.
Veréis, su madre cree que quiere lo mejor para Jemima, pero, de hecho, quiere lo que es mejor para sí misma. Quiere tener una hija guapa y delgada que sea la envidia de todas sus vecinas. Quiere llevar a Jemima de compras y exhibirla con orgullo mientras se prueba unos ceñidos pantalones de la talla 36. Quiere volverse hacia las dependientas y decir con suficiencia:
—Hay que ver lo que os ponéis la gente joven hoy en día. La verdad, no sé cómo lo hacéis.
Quiere caminar por la calle con Jemima y sentirse inmensamente orgullosa, empaparse de las miradas de admiración, deleitarse con la belleza de su hija. Lo que no quiere es lo que tiene. Una hija a la que quiere, pero de la que se siente avergonzada.
Porque en ese momento la madre de Jemima hace todo lo posible por no ir de compras con su hija. Trata de evitar las miradas de compasión de las dependientas, la humillación de tener que comprar en grandes almacenes especializados en tallas gigantes, de ver cómo la gente se queda mirándolas por la calle.
Quiere profundamente a Jemina, como solo una madre puede querer a una hija, pero le gustaría que esta fuera diferente. Si la madre de Jemima hubiera visto la foto que Geraldine ha reconstruido, se habría echado a llorar.
—¿Y qué tal tu vida social? —pregunta mi madre al fin.
¿Debería decirle que anoche fui a tomar una copa con el hombre más guapo del mundo? ¿O que he conocido al hombre más guapo de América por ordenador? ¿Debería hablarle de las fotografías?
—Bien —respondo al fin. —Bien.
—¿Alguna novedad entonces? —dice mi madre, que siempre termina así la conversación.
—No, mamá —contesto, como siempre. —Te llamaré la semana que viene.
—Está bien, y enhorabuena por el régimen. Sigue así.
Cuelgo y saco mi foto del bolso. Con cuidado de que Sophie y Lisa no la vean. Preparo tazas de té para todas y voy al piso de arriba, me tumbo en la cama y me quedo mirando la foto durante largo rato.
ya la sigo (:
coloco dos capis porque el primero es corto...
Capítulo 26
Las conversaciones con su madre siempre parecen tomar la misma dirección. Su madre nunca parece interesarse por su trabajo, sus amigos, su vida social. Siempre le pregunta por su peso, y Jemima se pone a la defensiva de inmediato, conteniéndose con un suspiro de cansancio.
Veréis, su madre cree que quiere lo mejor para Jemima, pero, de hecho, quiere lo que es mejor para sí misma. Quiere tener una hija guapa y delgada que sea la envidia de todas sus vecinas. Quiere llevar a Jemima de compras y exhibirla con orgullo mientras se prueba unos ceñidos pantalones de la talla 36. Quiere volverse hacia las dependientas y decir con suficiencia:
—Hay que ver lo que os ponéis la gente joven hoy en día. La verdad, no sé cómo lo hacéis.
Quiere caminar por la calle con Jemima y sentirse inmensamente orgullosa, empaparse de las miradas de admiración, deleitarse con la belleza de su hija. Lo que no quiere es lo que tiene. Una hija a la que quiere, pero de la que se siente avergonzada.
Porque en ese momento la madre de Jemima hace todo lo posible por no ir de compras con su hija. Trata de evitar las miradas de compasión de las dependientas, la humillación de tener que comprar en grandes almacenes especializados en tallas gigantes, de ver cómo la gente se queda mirándolas por la calle.
Quiere profundamente a Jemina, como solo una madre puede querer a una hija, pero le gustaría que esta fuera diferente. Si la madre de Jemima hubiera visto la foto que Geraldine ha reconstruido, se habría echado a llorar.
—¿Y qué tal tu vida social? —pregunta mi madre al fin.
¿Debería decirle que anoche fui a tomar una copa con el hombre más guapo del mundo? ¿O que he conocido al hombre más guapo de América por ordenador? ¿Debería hablarle de las fotografías?
—Bien —respondo al fin. —Bien.
—¿Alguna novedad entonces? —dice mi madre, que siempre termina así la conversación.
—No, mamá —contesto, como siempre. —Te llamaré la semana que viene.
—Está bien, y enhorabuena por el régimen. Sigue así.
Cuelgo y saco mi foto del bolso. Con cuidado de que Sophie y Lisa no la vean. Preparo tazas de té para todas y voy al piso de arriba, me tumbo en la cama y me quedo mirando la foto durante largo rato.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 27
«¡ERES GUAPA!», dice el email en mi pantalla. «No podía creerlo cuando he visto tu foto. Decías que yo era demasiado perfecto para ser verdad, pero tú pareces una modelo. Ni siquiera sabía que las chicas inglesas pudiesen ser tan guapas. Me encantaría oír tu voz, ¿qué te parece si hablamos por teléfono? Lo entiendo si no quieres darme tu número, pero te doy el mío. Podrías llamarme hoy. 310 266 8787. Con suerte tendré noticias tuyas más tarde, JJ. Cuídate. Joe.»
—Bien —dice Geraldine de pie detrás de Jemima, leyendo el mensaje.
—Bien —repito, sintiéndome increíblemente culpable. —Me he metido en otro buen lío. Geraldine se echa a reír.
—No es un lío, es divertido. Solo podría convertirse en un lío si quisiera conocerte, y está tan lejos que eso no ocurrirá nunca. Bueno, ¿vas a llamarlo?
—¿Por qué no? —No tengo nada que perder. —Lo llamaré más tarde.
—Apuesto a que tiene una voz muy sexy —dice Geraldine. —Mientras no diga «o sea» y «de veras» cada dos palabras.
—Eres tan cínica, Geraldine... A veces no te entiendo.
—Puede que yo sea cínica, pero tú, querida Jemima, eres ingenua, por eso necesitas hadas madrinas como yo que defiendan lo que más conviene a tu corazón.
—Con Nick Williams, por favor —dice una voz al otro lado de la línea.
—Al habla —dice Nick, sosteniendo el teléfono contra el hombro y hurgando en un montón de papeles que hay en su escritorio.
—Hola —dice una voz que suena juvenil. —Soy Jackie, de la London Daytime Television.
—¡Ah, hola! —dice Nick, concentrando toda su atención en aquella voz.
—Soy la secretaria de Diana Macpherson. Hemos recibido tu solicitud esta mañana y Diana quiere saber cuándo podrías venir para hablar con ella. —Mientras Jackie dice esto está mirando la foto de Nick y riendo para sí, porque se ha jugado dinero con Diana a que su voz no sería tan sexy como su cara. Se ríe porque se ha equivocado. Vaya si se ha equivocado.
—¡Oh! —dice Nick. —¡Eso es fantástico! —Cálmate, piensa, no te emociones, esto no significa nada. —Bueno, las cosas están bastante tranquilas esta semana. ¿Cuándo queréis que vaya?
—Hemos recibido miles de solicitudes y estamos tratando de entrevistar a los candidatos seleccionados lo antes posible. ¿Hay alguna posibilidad de que te pases esta tarde?
¿Alguna posibilidad? ¿Alguna posibilidad? Nick se encargará de que la haya.
—De acuerdo, esta tarde. ¿A eso de las tres os iría bien?
—A eso de las tres sería perfecto —responde Jackie, tomando mentalmente nota de retocarse el maquillaje después de comer. —Pregunta por mí en el mostrador de recepción e iré a buscarte.
—¿Debo llevar algo? —pregunta Nick.
—No —contesta ella riendo. —Tu cuerpo bastará.
Nick cuelga y mira alrededor. Qué cutre, piensa. Esa habitación está llena de escritorios destartalados, ordenadores viejos, gente con trajes gastados. Pronto estará trabajando en televisión, donde todo el mundo es elegante y tiene estilo, donde nunca más volverá a verse obligado a tratar a diario con la escoria del Kilburn Herald.
Cuidado, Nick, recuerda el viejo dicho, no hagas las cuentas de la lechera, claro que si recibieras una foto de Nick tú también lo entrevistarías.
La verdad es que, de no haber sido por Jackie, Nick Williams no habría conseguido que lo entrevistasen. Es cierto que la London Daytime Television ha recibido miles de solicitudes, y es cierto que la mayor parte de ellas han ido directamente a la sección de personal, donde se han clasificado en tres montones: «Sí», «No» y «Quizá».
Pero Nick fue listo y dirigió el sobre directamente a Diane Macpherson, de modo que su solicitud se ha saltado la sección de personal y ha terminado en el escritorio de Jackie. Y ella ha recibido varias de esas solicitudes, porque hay otros presentadores de televisión en potencia que tienen el mismo sentido común que Nick Williams, pero ninguno le ha llamado tanto la atención como este.
Jackie estaba poniendo las cartas en un sobre para enviarlo a la sección de personal cuando vio la fotografía de Nick, y tan pronto como leyó su carta fue a ver a Diana.
—Diana —dijo entrando por la puerta, porque es la televisión y aquí no existen las formalidades normalmente asociadas a la jerarquía de las empresas de primer orden. —Creo que deberías echar un vistazo a esto.
—Otra maldita solicitud —mascullo Diana. —Envíala a personal.
—En serio —insistió Jackie, sentándose, —creo que deberías echarle un vistazo.
—Entonces te ha gustado —dijo Diana con una sonrisa cogiendo la fotografía.
—Hummm —murmuró, relamiéndose los labios.
—Sé exactamente a qué te refieres.
Diana Macpherson es una mujer dura, como tenía que serlo para llegar al cargo de productora ejecutiva de un programa tan importante como [London Nights. También está soltera, da la casualidad de que tiene una particular inclinación por los jóvenes guapos como Nick. Diana Macpherson es un diamante en bruto: criada en un complejo de viviendas subvencionadas por el ayuntamiento, fue la única chica del complejo que obtuvo una beca para ir a un buen colegio y luego a la universidad.
Es una rubia oxigenada que a sus cuarenta y un años sigue haciendo volver las cabezas gracias a sus microminifaldas y su melena. Tiene aterrorizado a todo el mundo y pocos se han ganado su respeto, pero quienes lo han hecho también se han ganado su lealtad eterna.
A Jackie la respeta porque ha crecido en el mismo ambiente que ella y es lista. Puede que ahora trabaje de secretaria, pero cuando llegue el momento la pondrá de documentalista, y a partir de allí tendrá el mundo a sus pies.
—¿Y quién es? ¿Tiene experiencia en televisión?
—No —responde Jackie, —pero es el subjefe de información de un periódico local y parece perfecto como reportero de noticias y política.
—¿Noticias y política? Sería una lástima desaprovechar esta cara con noticias y política. No, estaría mejor en el mundo del espectáculo. Aunque podría ser terrible en la pantalla. —Diana se queda unos momentos callada, pensativa.
—¿Por qué no le dices que venga a verte? —propone Jackie. —Veremos si es tan guapo como parece.
—Sí —responde Diana. —No me vendría mal volver a ver a un chico guapo por la oficina.
Jackie se ríe, porque el último chico guapo que pasó por la oficina se convirtió en el presentador de su propio programa de entrevistas, gracias a su aventura amorosa con Diana.
—Adelante —dice Diana. —Llámalo y pregúntale si puede venir esta tarde.
Nick, por supuesto, no sabe nada de todo esto, aunque, obviamente, no es la primera vez que su físico le ha abierto una puerta. Sin embargo, está demasiado emocionado para analizar con exactitud por qué la London Daytime Television lo ha escogido para una entrevista.
—Jemima —dice por el teléfono interno en cuanto se despide de Jackie. —Soy Nick. ¿Podemos comer juntos?
—¿Cuándo? ¿Ahora?
—Sí. Quedamos abajo. Tengo algo que decirte.
«¡ERES GUAPA!», dice el email en mi pantalla. «No podía creerlo cuando he visto tu foto. Decías que yo era demasiado perfecto para ser verdad, pero tú pareces una modelo. Ni siquiera sabía que las chicas inglesas pudiesen ser tan guapas. Me encantaría oír tu voz, ¿qué te parece si hablamos por teléfono? Lo entiendo si no quieres darme tu número, pero te doy el mío. Podrías llamarme hoy. 310 266 8787. Con suerte tendré noticias tuyas más tarde, JJ. Cuídate. Joe.»
—Bien —dice Geraldine de pie detrás de Jemima, leyendo el mensaje.
—Bien —repito, sintiéndome increíblemente culpable. —Me he metido en otro buen lío. Geraldine se echa a reír.
—No es un lío, es divertido. Solo podría convertirse en un lío si quisiera conocerte, y está tan lejos que eso no ocurrirá nunca. Bueno, ¿vas a llamarlo?
—¿Por qué no? —No tengo nada que perder. —Lo llamaré más tarde.
—Apuesto a que tiene una voz muy sexy —dice Geraldine. —Mientras no diga «o sea» y «de veras» cada dos palabras.
—Eres tan cínica, Geraldine... A veces no te entiendo.
—Puede que yo sea cínica, pero tú, querida Jemima, eres ingenua, por eso necesitas hadas madrinas como yo que defiendan lo que más conviene a tu corazón.
—Con Nick Williams, por favor —dice una voz al otro lado de la línea.
—Al habla —dice Nick, sosteniendo el teléfono contra el hombro y hurgando en un montón de papeles que hay en su escritorio.
—Hola —dice una voz que suena juvenil. —Soy Jackie, de la London Daytime Television.
—¡Ah, hola! —dice Nick, concentrando toda su atención en aquella voz.
—Soy la secretaria de Diana Macpherson. Hemos recibido tu solicitud esta mañana y Diana quiere saber cuándo podrías venir para hablar con ella. —Mientras Jackie dice esto está mirando la foto de Nick y riendo para sí, porque se ha jugado dinero con Diana a que su voz no sería tan sexy como su cara. Se ríe porque se ha equivocado. Vaya si se ha equivocado.
—¡Oh! —dice Nick. —¡Eso es fantástico! —Cálmate, piensa, no te emociones, esto no significa nada. —Bueno, las cosas están bastante tranquilas esta semana. ¿Cuándo queréis que vaya?
—Hemos recibido miles de solicitudes y estamos tratando de entrevistar a los candidatos seleccionados lo antes posible. ¿Hay alguna posibilidad de que te pases esta tarde?
¿Alguna posibilidad? ¿Alguna posibilidad? Nick se encargará de que la haya.
—De acuerdo, esta tarde. ¿A eso de las tres os iría bien?
—A eso de las tres sería perfecto —responde Jackie, tomando mentalmente nota de retocarse el maquillaje después de comer. —Pregunta por mí en el mostrador de recepción e iré a buscarte.
—¿Debo llevar algo? —pregunta Nick.
—No —contesta ella riendo. —Tu cuerpo bastará.
Nick cuelga y mira alrededor. Qué cutre, piensa. Esa habitación está llena de escritorios destartalados, ordenadores viejos, gente con trajes gastados. Pronto estará trabajando en televisión, donde todo el mundo es elegante y tiene estilo, donde nunca más volverá a verse obligado a tratar a diario con la escoria del Kilburn Herald.
Cuidado, Nick, recuerda el viejo dicho, no hagas las cuentas de la lechera, claro que si recibieras una foto de Nick tú también lo entrevistarías.
La verdad es que, de no haber sido por Jackie, Nick Williams no habría conseguido que lo entrevistasen. Es cierto que la London Daytime Television ha recibido miles de solicitudes, y es cierto que la mayor parte de ellas han ido directamente a la sección de personal, donde se han clasificado en tres montones: «Sí», «No» y «Quizá».
Pero Nick fue listo y dirigió el sobre directamente a Diane Macpherson, de modo que su solicitud se ha saltado la sección de personal y ha terminado en el escritorio de Jackie. Y ella ha recibido varias de esas solicitudes, porque hay otros presentadores de televisión en potencia que tienen el mismo sentido común que Nick Williams, pero ninguno le ha llamado tanto la atención como este.
Jackie estaba poniendo las cartas en un sobre para enviarlo a la sección de personal cuando vio la fotografía de Nick, y tan pronto como leyó su carta fue a ver a Diana.
—Diana —dijo entrando por la puerta, porque es la televisión y aquí no existen las formalidades normalmente asociadas a la jerarquía de las empresas de primer orden. —Creo que deberías echar un vistazo a esto.
—Otra maldita solicitud —mascullo Diana. —Envíala a personal.
—En serio —insistió Jackie, sentándose, —creo que deberías echarle un vistazo.
—Entonces te ha gustado —dijo Diana con una sonrisa cogiendo la fotografía.
—Hummm —murmuró, relamiéndose los labios.
—Sé exactamente a qué te refieres.
Diana Macpherson es una mujer dura, como tenía que serlo para llegar al cargo de productora ejecutiva de un programa tan importante como [London Nights. También está soltera, da la casualidad de que tiene una particular inclinación por los jóvenes guapos como Nick. Diana Macpherson es un diamante en bruto: criada en un complejo de viviendas subvencionadas por el ayuntamiento, fue la única chica del complejo que obtuvo una beca para ir a un buen colegio y luego a la universidad.
Es una rubia oxigenada que a sus cuarenta y un años sigue haciendo volver las cabezas gracias a sus microminifaldas y su melena. Tiene aterrorizado a todo el mundo y pocos se han ganado su respeto, pero quienes lo han hecho también se han ganado su lealtad eterna.
A Jackie la respeta porque ha crecido en el mismo ambiente que ella y es lista. Puede que ahora trabaje de secretaria, pero cuando llegue el momento la pondrá de documentalista, y a partir de allí tendrá el mundo a sus pies.
—¿Y quién es? ¿Tiene experiencia en televisión?
—No —responde Jackie, —pero es el subjefe de información de un periódico local y parece perfecto como reportero de noticias y política.
—¿Noticias y política? Sería una lástima desaprovechar esta cara con noticias y política. No, estaría mejor en el mundo del espectáculo. Aunque podría ser terrible en la pantalla. —Diana se queda unos momentos callada, pensativa.
—¿Por qué no le dices que venga a verte? —propone Jackie. —Veremos si es tan guapo como parece.
—Sí —responde Diana. —No me vendría mal volver a ver a un chico guapo por la oficina.
Jackie se ríe, porque el último chico guapo que pasó por la oficina se convirtió en el presentador de su propio programa de entrevistas, gracias a su aventura amorosa con Diana.
—Adelante —dice Diana. —Llámalo y pregúntale si puede venir esta tarde.
Nick, por supuesto, no sabe nada de todo esto, aunque, obviamente, no es la primera vez que su físico le ha abierto una puerta. Sin embargo, está demasiado emocionado para analizar con exactitud por qué la London Daytime Television lo ha escogido para una entrevista.
—Jemima —dice por el teléfono interno en cuanto se despide de Jackie. —Soy Nick. ¿Podemos comer juntos?
—¿Cuándo? ¿Ahora?
—Sí. Quedamos abajo. Tengo algo que decirte.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Hola! Aqui me tienes de nuevo, cautivada por esta historia :study: [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Gracias por los capitulos (:
Ojala y que NIck si obtenga el empleo, pero que no se olvide de Jemima :)
Gracias por los capitulos (:
Ojala y que NIck si obtenga el empleo, pero que no se olvide de Jemima :)
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Awwww, ¡que hermoso Nick! :')
Pero si se va esas bichas del London Daytime Television lo van a acosar :(
Pero igual quiero que obtenga el empleo...
¡SIGUELAAAAAA! :love:
Pero si se va esas bichas del London Daytime Television lo van a acosar :(
Pero igual quiero que obtenga el empleo...
¡SIGUELAAAAAA! :love:
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡Hola!
Soy una gran fan de esta novela, trata temas de los que se necesita hablar más. :)
Muchas gracias por publicarla, y SIGUELA :)
Soy una gran fan de esta novela, trata temas de los que se necesita hablar más. :)
Muchas gracias por publicarla, y SIGUELA :)
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Nueva lectora :D
Bienvenida Meryy, y sí esta nove es preciosa, por eso quise adaptarla!!
El capi de hoy lo subiré larguito... y está buenísimo!!
Capítulo 28
—Me han llamado para una entrevista —anuncia Nick mientras hacemos cola en la cantina. —¿Puedes creerlo? ¡Voy a ir esta tarde!
—Es asombroso. —Por supuesto que me alegro por él, no soy tan mala, pero aunque intento compartir su emoción, siento cómo se me cae el alma a los pies. —¿Lo ves? —añado animadamente, tratando de disimular con un codazo juguetón. —Ya te dije que enseguida se darían cuenta de que eras demasiado bueno para dejarte escapar.
—Lo sé. —Nick suspira. —Pero no creí que me dieran una oportunidad. —Se le ensombrece el rostro. —Puede que no lo hagan. Puede que me lleve fatal con esa tal Diana Macpherson y que eso sea todo.
—Déjate de historias. Si va a entrevistarte una mujer, el trabajo es tuyo. Lo único que tienes que hacer es deslumbrarla.
—¿De verdad lo crees?
—Sí, lo creo de verdad.
—Dios mío, espero conseguirlo.
—Lo harás —digo, sabiendo que probablemente tengo razón, que los dioses sonreirán a Nick Williams por su físico y su carácter encantador.
Llevamos las bandejas a una mesa y nos sentamos, yo con un plato de ensalada, ensalada de verdad, a diferencia de las ensaladas que nadan en mayonesa y calorías. Al fin y al cabo estoy con Nick, que me ha invitado a comer, y, de todos modos, las últimas semanas mí apetito no parece ser lo que era.
Sé que solo he perdido cuatro kilos y medio, pero ya me lo noto. La ropa me va más holgada, y los pantalones ya no se me clavan por donde debería tener la cintura ni están a punto de estallar por las costuras cuando me siento.
Había olvidado lo agradable que era esta sensación. Por el momento la ansiedad ha disminuido. Las dos últimas semanas solo he comido un pequeño bol de cereales para desayunar y he pasado de mis bocadillos de beicon. Su olor me persigue cada día, pero por alguna razón he logrado enfrentarme a él sin sucumbir a la tentación.
—¿Te imaginas que acabara en la televisión? —dice Nick, aparentemente ensimismado en un mundo de cámaras y cartas de fans. —Sería increíble.
—Nunca he entendido a la gente que quiere salir en la tele. —Lo miro desconcertada. —No me imagino nada peor.
—¿Por qué?
—Bueno, para empezar, piensa en la falta de intimidad. De pronto allá adónde vas la gente te reconoce, y quiere tu autógrafo y que le dediques tiempo.
Nick sonríe.
—¡Fantástico!
—Y luego —sigo, poniendo los ojos en blanco— está la invasión de la prensa. Ya sabes. Tan pronto como apareces en la pantalla te conviertes en propiedad pública, y eso significa que los periódicos tienen licencia para airear todos los trapos sucios que puedan encontrar.
—¿Estás insinuando que tengo secretos sórdidos? —dice Nick sonriendo.
—¿No los tiene todo el mundo? —Miro el techo pensando que soy yo quien debería ir a la televisión, porque probablemente sea la única persona del mundo que no intenta ocultar ningún secreto vergonzoso. —Además, no tienen por qué ser tan sórdidos. Piensa en las veces que has abierto la prensa amarilla de los sábados y visto a una ex novia o ex novio de algún famoso contarlo todo sobre su apasionada vida sexual. Yo no lo soportaría. Toda clase de gente horrible saldría de quién sabe dónde.
—No lo había pensado —reconoce Nick. —Pero no creo que ninguna de mis ex novias me hicieran eso.
—Es increíble lo que es capaz de hacer la gente cuando hay dinero en juego.
—Dios, si alguien quisiera ofrecerle a una de mis ex novias dinero para hablar de nuestra vida sexual, les desearía buena suerte. No creo que encontraran nada interesante.
Me ruborizo, ¿podéis creerlo? Basta con que Nick haga alusión al sexo para que me ponga colorada. No importa que no hace mucho estuviera sentada con él mirando fotos pornográficas por internet. No, basta con que aluda a ello para que me ruborice, maldita sea.
—Bueno —digo, —eso solo parece sucederles a quienes se hacen famosos sin motivo, y supongo que disfrutan de la atención que reciben. Probablemente no se tomarían tantas molestias con un reportero de la London Daytime Television.
—¿Y qué me dices de los presentadores de los informativos de la BBC?
—¿Eso es lo que quieres hacer?
Nick gime fingiendo alcanzar el éxtasis.
—Mataría por ser presentador de un informativo de BBC.
Me quedo helada.
—Caramba, eres un enigma. Nunca me había dado cuenta.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —dice Nick tono juguetón mientras se abalanza sobre su almuerzo.
—Bueno —dice Geraldine, sentándose con nosotros ¿Ya te ha hablado Jemima de su último novio?
—¡Geraldine! —¡Calla! No quiero que Nick se entere de la existencia de Joe. Pero, por otra parte, si piensa que otra persona me encuentra atractiva tal vez empiece a verme con otros ojos. ¿Qué creéis, vale la pena probar?
—Bueno, ¿vas a decírselo? —pregunta Geraldine.
—¿Qué novio?
—El cachas californiano de internet.
—No —dice. —No sé nada. No me lo creo, Jemima, ¿has estado navegando por internet?
—No exactamente. Solo volví al Café LA jugando y he estado chateando con ese tío, Joe.
—¡Joe! —Nick se ríe. —Dios, qué americano.
—Pero Joe es guapísimo —dice Geraldine.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta Nick, intrigado.
—Me envió su foto por email —explico, deseando no haber sacado nunca el tema porque, lo mires por donde lo mires, citarse por internet suena tan hortera como responder anuncios de corazones solitarios, y antes de que me lo preguntéis, no, nunca lo he hecho.
—Y —señala Geraldine, masticando un trozo de lechuga iceberg crujiente sin aliñar— va a llamarlo esta tarde.
—Bien hecho —dice Nick, distraído. Mira el reloj y se levanta de un salto. Consulto mi reloj y veo que va a tener que correr si quiere llegar a tiempo a la entrevista. —Lo siento, chicas —añade. —He de irme corriendo.
—¡Buena suerte! —le grito mientras se aleja corriendo.
—¿Buena suerte? —Geraldine me mira con expresión interrogante. —¿Para qué?
—Oh, tiene que entrevistar a alguien esta tarde. —Así me gusta, Jemima, que pienses con rapidez.
—Bueno, ¿cuándo vas a llamarlo?
—No lo sé. —Suspiro dramáticamente. —Podría acabar fatal, no estoy segura de que quiera hacerlo.
—A la mierda todo —dice Geraldine, —¿qué tienes que perder?
Tiene razón. Sé que tiene razón.
Volvemos a subir juntas la escalera y Geraldine me habla de un hombre que conoció la semana pasada, Simon, que conduce un Mercedes último modelo, trabaja en un banco de inversión y va a invitarla a cenar esta noche.
—Bueno —dice, apoyando su diminuto trasero en el borde de mi escritorio. —Coge ese teléfono y llama a Joe.
—No puedo —digo con una sonrisa.
—Tú solo hazlo, Jemima.
—No. —Sacudo la cabeza con firmeza.
—La verdad, a veces me desesperas. ¿Por qué no?
—Porque... —Hago una pausa, para crear un efecto dramático. —Porque en California son las seis de la mañana y no creo que se alegre.
—Ah. En ese caso volveré a las cinco y espero encontrarte hablando por teléfono con él. ¿De acuerdo?
Asiento.
—De acuerdo.
En efecto, a las cinco en punto Geraldine se acerca a mi escritorio. Si no la conociera pensaría que se ha puesto el despertador.
—Está bien, está bien —digo entre risas, descolgando el auricular. —Voy a telefonearle. —Marco el número sin pensar realmente en lo que estoy haciendo, solo riéndome de Geraldine, que me está haciendo muecas mientras se aleja.
Bienvenida Meryy, y sí esta nove es preciosa, por eso quise adaptarla!!
El capi de hoy lo subiré larguito... y está buenísimo!!
Capítulo 28
—Me han llamado para una entrevista —anuncia Nick mientras hacemos cola en la cantina. —¿Puedes creerlo? ¡Voy a ir esta tarde!
—Es asombroso. —Por supuesto que me alegro por él, no soy tan mala, pero aunque intento compartir su emoción, siento cómo se me cae el alma a los pies. —¿Lo ves? —añado animadamente, tratando de disimular con un codazo juguetón. —Ya te dije que enseguida se darían cuenta de que eras demasiado bueno para dejarte escapar.
—Lo sé. —Nick suspira. —Pero no creí que me dieran una oportunidad. —Se le ensombrece el rostro. —Puede que no lo hagan. Puede que me lleve fatal con esa tal Diana Macpherson y que eso sea todo.
—Déjate de historias. Si va a entrevistarte una mujer, el trabajo es tuyo. Lo único que tienes que hacer es deslumbrarla.
—¿De verdad lo crees?
—Sí, lo creo de verdad.
—Dios mío, espero conseguirlo.
—Lo harás —digo, sabiendo que probablemente tengo razón, que los dioses sonreirán a Nick Williams por su físico y su carácter encantador.
Llevamos las bandejas a una mesa y nos sentamos, yo con un plato de ensalada, ensalada de verdad, a diferencia de las ensaladas que nadan en mayonesa y calorías. Al fin y al cabo estoy con Nick, que me ha invitado a comer, y, de todos modos, las últimas semanas mí apetito no parece ser lo que era.
Sé que solo he perdido cuatro kilos y medio, pero ya me lo noto. La ropa me va más holgada, y los pantalones ya no se me clavan por donde debería tener la cintura ni están a punto de estallar por las costuras cuando me siento.
Había olvidado lo agradable que era esta sensación. Por el momento la ansiedad ha disminuido. Las dos últimas semanas solo he comido un pequeño bol de cereales para desayunar y he pasado de mis bocadillos de beicon. Su olor me persigue cada día, pero por alguna razón he logrado enfrentarme a él sin sucumbir a la tentación.
—¿Te imaginas que acabara en la televisión? —dice Nick, aparentemente ensimismado en un mundo de cámaras y cartas de fans. —Sería increíble.
—Nunca he entendido a la gente que quiere salir en la tele. —Lo miro desconcertada. —No me imagino nada peor.
—¿Por qué?
—Bueno, para empezar, piensa en la falta de intimidad. De pronto allá adónde vas la gente te reconoce, y quiere tu autógrafo y que le dediques tiempo.
Nick sonríe.
—¡Fantástico!
—Y luego —sigo, poniendo los ojos en blanco— está la invasión de la prensa. Ya sabes. Tan pronto como apareces en la pantalla te conviertes en propiedad pública, y eso significa que los periódicos tienen licencia para airear todos los trapos sucios que puedan encontrar.
—¿Estás insinuando que tengo secretos sórdidos? —dice Nick sonriendo.
—¿No los tiene todo el mundo? —Miro el techo pensando que soy yo quien debería ir a la televisión, porque probablemente sea la única persona del mundo que no intenta ocultar ningún secreto vergonzoso. —Además, no tienen por qué ser tan sórdidos. Piensa en las veces que has abierto la prensa amarilla de los sábados y visto a una ex novia o ex novio de algún famoso contarlo todo sobre su apasionada vida sexual. Yo no lo soportaría. Toda clase de gente horrible saldría de quién sabe dónde.
—No lo había pensado —reconoce Nick. —Pero no creo que ninguna de mis ex novias me hicieran eso.
—Es increíble lo que es capaz de hacer la gente cuando hay dinero en juego.
—Dios, si alguien quisiera ofrecerle a una de mis ex novias dinero para hablar de nuestra vida sexual, les desearía buena suerte. No creo que encontraran nada interesante.
Me ruborizo, ¿podéis creerlo? Basta con que Nick haga alusión al sexo para que me ponga colorada. No importa que no hace mucho estuviera sentada con él mirando fotos pornográficas por internet. No, basta con que aluda a ello para que me ruborice, maldita sea.
—Bueno —digo, —eso solo parece sucederles a quienes se hacen famosos sin motivo, y supongo que disfrutan de la atención que reciben. Probablemente no se tomarían tantas molestias con un reportero de la London Daytime Television.
—¿Y qué me dices de los presentadores de los informativos de la BBC?
—¿Eso es lo que quieres hacer?
Nick gime fingiendo alcanzar el éxtasis.
—Mataría por ser presentador de un informativo de BBC.
Me quedo helada.
—Caramba, eres un enigma. Nunca me había dado cuenta.
—Hay muchas cosas que no sabes de mí —dice Nick tono juguetón mientras se abalanza sobre su almuerzo.
—Bueno —dice Geraldine, sentándose con nosotros ¿Ya te ha hablado Jemima de su último novio?
—¡Geraldine! —¡Calla! No quiero que Nick se entere de la existencia de Joe. Pero, por otra parte, si piensa que otra persona me encuentra atractiva tal vez empiece a verme con otros ojos. ¿Qué creéis, vale la pena probar?
—Bueno, ¿vas a decírselo? —pregunta Geraldine.
—¿Qué novio?
—El cachas californiano de internet.
—No —dice. —No sé nada. No me lo creo, Jemima, ¿has estado navegando por internet?
—No exactamente. Solo volví al Café LA jugando y he estado chateando con ese tío, Joe.
—¡Joe! —Nick se ríe. —Dios, qué americano.
—Pero Joe es guapísimo —dice Geraldine.
—¿Cómo lo sabes? —pregunta Nick, intrigado.
—Me envió su foto por email —explico, deseando no haber sacado nunca el tema porque, lo mires por donde lo mires, citarse por internet suena tan hortera como responder anuncios de corazones solitarios, y antes de que me lo preguntéis, no, nunca lo he hecho.
—Y —señala Geraldine, masticando un trozo de lechuga iceberg crujiente sin aliñar— va a llamarlo esta tarde.
—Bien hecho —dice Nick, distraído. Mira el reloj y se levanta de un salto. Consulto mi reloj y veo que va a tener que correr si quiere llegar a tiempo a la entrevista. —Lo siento, chicas —añade. —He de irme corriendo.
—¡Buena suerte! —le grito mientras se aleja corriendo.
—¿Buena suerte? —Geraldine me mira con expresión interrogante. —¿Para qué?
—Oh, tiene que entrevistar a alguien esta tarde. —Así me gusta, Jemima, que pienses con rapidez.
—Bueno, ¿cuándo vas a llamarlo?
—No lo sé. —Suspiro dramáticamente. —Podría acabar fatal, no estoy segura de que quiera hacerlo.
—A la mierda todo —dice Geraldine, —¿qué tienes que perder?
Tiene razón. Sé que tiene razón.
Volvemos a subir juntas la escalera y Geraldine me habla de un hombre que conoció la semana pasada, Simon, que conduce un Mercedes último modelo, trabaja en un banco de inversión y va a invitarla a cenar esta noche.
—Bueno —dice, apoyando su diminuto trasero en el borde de mi escritorio. —Coge ese teléfono y llama a Joe.
—No puedo —digo con una sonrisa.
—Tú solo hazlo, Jemima.
—No. —Sacudo la cabeza con firmeza.
—La verdad, a veces me desesperas. ¿Por qué no?
—Porque... —Hago una pausa, para crear un efecto dramático. —Porque en California son las seis de la mañana y no creo que se alegre.
—Ah. En ese caso volveré a las cinco y espero encontrarte hablando por teléfono con él. ¿De acuerdo?
Asiento.
—De acuerdo.
En efecto, a las cinco en punto Geraldine se acerca a mi escritorio. Si no la conociera pensaría que se ha puesto el despertador.
—Está bien, está bien —digo entre risas, descolgando el auricular. —Voy a telefonearle. —Marco el número sin pensar realmente en lo que estoy haciendo, solo riéndome de Geraldine, que me está haciendo muecas mientras se aleja.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
SIGUELA SIGUELA SIGUELA SIGUELAAAA :D
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Gracias por el capitulo (:
Antes creia que Geraldine era mala, pero creo que en realidad tiene buenas intenciones
Ya quiero saber como le va a ir a Nick en la entrevista :D
Antes creia que Geraldine era mala, pero creo que en realidad tiene buenas intenciones
Ya quiero saber como le va a ir a Nick en la entrevista :D
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
No vale, Geraldine es un sol
el capi de hoy y gracias por leer :*
Capítulo 29
—B-Fit Gym —dice animadamente una voz con acento americano al otro lado de la línea. —Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
—Buenos días —digo, preguntándome de pronto qué diablos estoy haciendo. —¿Podría hablar con Joe, por favor
—Sí, señora. ¿De parte de quién?
—Jemi... —Me interrumpo. —JJ.
—¿Señora?
Me hace esperar largo rato, y estoy a punto de colgar cuando oigo otra voz femenina.
—Buenos días —dice animadamente. —¿En qué puedo ayudarla?
—Hola. ¿Podría hablar con Joe, por favor?
—¿De parte de quién?
—De JJ.
—Un momento, por favor.
—¿Diga? —Una voz masculina californiana, grave y sexy. —¿JJ?
—¿Joe? Soy yo, JJ.
—¡Oh, Dios mío, eres tú! No puedo creer que me has llamado. Cuánto me alegro de hablar contigo.
—Gracias —digo sin saber qué añadir.
—Acabo de llegar a la oficina, qué sorpresa.
—Bueno, aquí son las cinco, estoy a punto de irme.
—Dios, tienes una voz tan sexy como tu foto, que, del decirte, tengo clavada en la pared. De hecho, estoy mirándola mientras hablo.
—Me siento muy halagada. —Si él supiera.
—Bueno, ¿has tenido un buen día, JJ?
—No ha estado mal. He hecho algo de filmación esta mañana y ha sido divertido. —No me preguntes qué es eso, por favor.
No lo hace.
—Entiendo perfectamente que estés en la televisión, tienes un aspecto tan pulido, creo que esa es la palabra.
—¿Cómo? ¿En bicicleta un caluroso día de verano?
—Ya lo creo. He tenido que enseñar la foto a todos y deja que te diga que en California ya tienes un club de fans.
—¡Dios, qué vergüenza!
—No la tengas. Me parece fantástico que hagas ejercicio y te mantengas en forma, eres exactamente mi tipo.
—Estupendo —digo recuperando la calma. —Mi objetivo es complacer.
Joe se ríe.
—Escucha, Jemima, lo que no entiendo es que no tengas novio. Ya sé que acabas de romper con alguien, pero debes de tener a miles de hombres a tus pies.
—Yo no diría eso. Conozco a mucha gente a través del trabajo, pero supongo que soy exigente.
—Pues me siento honrado de que mi foto te gustara lo bastante para llamarme. Bueno, cuéntame más cosas. Me encanta tu acento. Quiero saberlo todo sobre ti.
—Dios, ¿por dónde empiezo?
—Está bien, háblame de tus padres. ¿Tienes hermanos?
—No, soy hija única y mis padres están divorciados.
—Oh, eso es duro —dice Joe. —Los míos también. ¿También se divorciaron cuando eras joven?
—Sí —respondo, preguntándome qué diablos hago diciendo todo esto a alguien que es prácticamente un desconocido, cuando ni mis más allegados, Sophie, Lisa y Geraldine, saben nada de mi pasado. —Mi madre no es una mujer feliz. Está resentida por encontrarse sola y trata de meterse en mi vida más de lo que es saludable, que es la razón por la que me fui a vivir a Londres.
—¿No eres de Londres entonces?
—No. Me crié en el campo. En un pueblo de las afueras de Londres, que, supongo, es un barrio residencial.
—¿Y te sentías alguna vez sola de niña? ¿Querías tener hermanos?
De niña no solo me sentía sola, sino dolorosa y descorazonadamente sola. Por las noches me iba a la cama y le rogaba a Dios que me diera un hermano o una hermana. Por supuesto, no acababa de comprender que sin padre había pocas posibilidades de que ocurriera. Pero ya he revelado más de lo que tenía previsto, de modo que respiro hondo y digo con naturalidad:
—A veces, pero no a menudo. Me gustaba estar sola.
—Escucha —dice Joe después de que yo le haya informado sobre los mejores detalles de mi niñez, los que no son dolorosos. —Puede que te parezca una locura, porque es la primera vez que hablamos y casi no nos conocemos, pero tengo el presentimiento de que podría tratarse de algo especial. —Hace una pausa mientras intento asimilar sus palabras; porque, a decir verdad, la única razón por la que estoy haciendo esto es por aburrimiento, no porque crea que puede tratarse de algo especial.
Y, por el amor de Dios, ese hombre es prácticamente un extraño. Uno particularmente atractivo, lo reconozco, pero me parece raro que hable así. No nos hemos visto en persona y es la primera vez que hablamos por teléfono. Podría ser un asesino psicópata. Además, ¿cómo sabe que soy lo que digo ser? Oh, será mejor que abandone esta clase de razonamiento.
—¿JJ?¿ Sigues allí?
—Sí, perdona. Continúa.
—Bueno, ya sé que suena un poco disparatado conocer a alguien por internet, pero se están conociendo personas de todas partes del mundo y a veces funciona. Mira, creo que eres increíble. Creo que eres divertida, sincera y guapa, y me encanta tu acento, y no quiero asustarte, pero me gustaría muchísimo conocerte.
Gracias a Dios Joe no puede verme, ver cómo palidezco, cómo estoy pensando seriamente en matar a Geraldine, porque lo sabía, sabía que iba a pasar.
—No estoy insinuando que vengas aquí —prosigue, —sé que sería un gran paso para ti y probablemente estarás muy ocupada con tu carrera, pero ¿qué te parecería si volara yo allí para conocerte?
—Hummm —digo en un alarde de imaginación, dándome tiempo, rezando para que Dios intervenga, lo que, por supuesto, no sucede. —Hummm —repito.
—Está bien —dice Joe. —Veo que te he asustado un poco, pero ¿pensarás en ello?
—De acuerdo, pensaré en ello —miento.
Luego, como si no hubiera sido suficiente, hago lo impensable. Doy a Joe mis números de teléfono, tanto de casa como la línea directa del trabajo (porque no quisiera estropear mi tapadera de que soy presentadora de televisión), y en cuanto nos despedimos, cuelgo y voy al lavabo para mirarme en el espejo.
Me miro la papada, las mejillas, el cuerpo, y allí parada tomo una decisión. Una gran decisión. Una decisión tan trascendental que incluso en esa fracción de segundo sé que va a cambiar mi vida. Vuelvo corriendo a mi escritorio, bueno, medio corriendo medio al trote, cojo el bolso y bajo por la escalera.
No voy lejos. Bajo casi corriendo por Kilburn High Road hasta el nuevo y elegante gimnasio que acaban de abrir. Cada día paso por delante sin apenas advertir su existencia, porque, después de todo, ¿qué puede significar un gimnasio para mí?
Pero hoy es el día que va a cambiar mi vida. Y, tras empujar las puertas dobles, me acerco a la rubia y coqueta recepcionista con toda la determinación que soy capaz de aunar.
—Hola —digo, —quiero apuntarme.
el capi de hoy y gracias por leer :*
Capítulo 29
—B-Fit Gym —dice animadamente una voz con acento americano al otro lado de la línea. —Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?
—Buenos días —digo, preguntándome de pronto qué diablos estoy haciendo. —¿Podría hablar con Joe, por favor
—Sí, señora. ¿De parte de quién?
—Jemi... —Me interrumpo. —JJ.
—¿Señora?
Me hace esperar largo rato, y estoy a punto de colgar cuando oigo otra voz femenina.
—Buenos días —dice animadamente. —¿En qué puedo ayudarla?
—Hola. ¿Podría hablar con Joe, por favor?
—¿De parte de quién?
—De JJ.
—Un momento, por favor.
—¿Diga? —Una voz masculina californiana, grave y sexy. —¿JJ?
—¿Joe? Soy yo, JJ.
—¡Oh, Dios mío, eres tú! No puedo creer que me has llamado. Cuánto me alegro de hablar contigo.
—Gracias —digo sin saber qué añadir.
—Acabo de llegar a la oficina, qué sorpresa.
—Bueno, aquí son las cinco, estoy a punto de irme.
—Dios, tienes una voz tan sexy como tu foto, que, del decirte, tengo clavada en la pared. De hecho, estoy mirándola mientras hablo.
—Me siento muy halagada. —Si él supiera.
—Bueno, ¿has tenido un buen día, JJ?
—No ha estado mal. He hecho algo de filmación esta mañana y ha sido divertido. —No me preguntes qué es eso, por favor.
No lo hace.
—Entiendo perfectamente que estés en la televisión, tienes un aspecto tan pulido, creo que esa es la palabra.
—¿Cómo? ¿En bicicleta un caluroso día de verano?
—Ya lo creo. He tenido que enseñar la foto a todos y deja que te diga que en California ya tienes un club de fans.
—¡Dios, qué vergüenza!
—No la tengas. Me parece fantástico que hagas ejercicio y te mantengas en forma, eres exactamente mi tipo.
—Estupendo —digo recuperando la calma. —Mi objetivo es complacer.
Joe se ríe.
—Escucha, Jemima, lo que no entiendo es que no tengas novio. Ya sé que acabas de romper con alguien, pero debes de tener a miles de hombres a tus pies.
—Yo no diría eso. Conozco a mucha gente a través del trabajo, pero supongo que soy exigente.
—Pues me siento honrado de que mi foto te gustara lo bastante para llamarme. Bueno, cuéntame más cosas. Me encanta tu acento. Quiero saberlo todo sobre ti.
—Dios, ¿por dónde empiezo?
—Está bien, háblame de tus padres. ¿Tienes hermanos?
—No, soy hija única y mis padres están divorciados.
—Oh, eso es duro —dice Joe. —Los míos también. ¿También se divorciaron cuando eras joven?
—Sí —respondo, preguntándome qué diablos hago diciendo todo esto a alguien que es prácticamente un desconocido, cuando ni mis más allegados, Sophie, Lisa y Geraldine, saben nada de mi pasado. —Mi madre no es una mujer feliz. Está resentida por encontrarse sola y trata de meterse en mi vida más de lo que es saludable, que es la razón por la que me fui a vivir a Londres.
—¿No eres de Londres entonces?
—No. Me crié en el campo. En un pueblo de las afueras de Londres, que, supongo, es un barrio residencial.
—¿Y te sentías alguna vez sola de niña? ¿Querías tener hermanos?
De niña no solo me sentía sola, sino dolorosa y descorazonadamente sola. Por las noches me iba a la cama y le rogaba a Dios que me diera un hermano o una hermana. Por supuesto, no acababa de comprender que sin padre había pocas posibilidades de que ocurriera. Pero ya he revelado más de lo que tenía previsto, de modo que respiro hondo y digo con naturalidad:
—A veces, pero no a menudo. Me gustaba estar sola.
—Escucha —dice Joe después de que yo le haya informado sobre los mejores detalles de mi niñez, los que no son dolorosos. —Puede que te parezca una locura, porque es la primera vez que hablamos y casi no nos conocemos, pero tengo el presentimiento de que podría tratarse de algo especial. —Hace una pausa mientras intento asimilar sus palabras; porque, a decir verdad, la única razón por la que estoy haciendo esto es por aburrimiento, no porque crea que puede tratarse de algo especial.
Y, por el amor de Dios, ese hombre es prácticamente un extraño. Uno particularmente atractivo, lo reconozco, pero me parece raro que hable así. No nos hemos visto en persona y es la primera vez que hablamos por teléfono. Podría ser un asesino psicópata. Además, ¿cómo sabe que soy lo que digo ser? Oh, será mejor que abandone esta clase de razonamiento.
—¿JJ?¿ Sigues allí?
—Sí, perdona. Continúa.
—Bueno, ya sé que suena un poco disparatado conocer a alguien por internet, pero se están conociendo personas de todas partes del mundo y a veces funciona. Mira, creo que eres increíble. Creo que eres divertida, sincera y guapa, y me encanta tu acento, y no quiero asustarte, pero me gustaría muchísimo conocerte.
Gracias a Dios Joe no puede verme, ver cómo palidezco, cómo estoy pensando seriamente en matar a Geraldine, porque lo sabía, sabía que iba a pasar.
—No estoy insinuando que vengas aquí —prosigue, —sé que sería un gran paso para ti y probablemente estarás muy ocupada con tu carrera, pero ¿qué te parecería si volara yo allí para conocerte?
—Hummm —digo en un alarde de imaginación, dándome tiempo, rezando para que Dios intervenga, lo que, por supuesto, no sucede. —Hummm —repito.
—Está bien —dice Joe. —Veo que te he asustado un poco, pero ¿pensarás en ello?
—De acuerdo, pensaré en ello —miento.
Luego, como si no hubiera sido suficiente, hago lo impensable. Doy a Joe mis números de teléfono, tanto de casa como la línea directa del trabajo (porque no quisiera estropear mi tapadera de que soy presentadora de televisión), y en cuanto nos despedimos, cuelgo y voy al lavabo para mirarme en el espejo.
Me miro la papada, las mejillas, el cuerpo, y allí parada tomo una decisión. Una gran decisión. Una decisión tan trascendental que incluso en esa fracción de segundo sé que va a cambiar mi vida. Vuelvo corriendo a mi escritorio, bueno, medio corriendo medio al trote, cojo el bolso y bajo por la escalera.
No voy lejos. Bajo casi corriendo por Kilburn High Road hasta el nuevo y elegante gimnasio que acaban de abrir. Cada día paso por delante sin apenas advertir su existencia, porque, después de todo, ¿qué puede significar un gimnasio para mí?
Pero hoy es el día que va a cambiar mi vida. Y, tras empujar las puertas dobles, me acerco a la rubia y coqueta recepcionista con toda la determinación que soy capaz de aunar.
—Hola —digo, —quiero apuntarme.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Creo que ahora si comienza el verdadero de cambio de Jemima!!
Ya quiero saber que pasa despues
y la entrevista de Nick?
Gracias por el capitulo (:
Ya quiero saber que pasa despues
y la entrevista de Nick?
Gracias por el capitulo (:
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Viene pronto...
y son buenas noticias :)
quizás malas para Jemima pero al final será mejor que hayan pasado así las cosas!
Hoy no podré subir cap porque estoy ocupada, igual espero poder subirlo mañana.
Gracias por leer y comentar, como siempre les digo
y son buenas noticias :)
quizás malas para Jemima pero al final será mejor que hayan pasado así las cosas!
Hoy no podré subir cap porque estoy ocupada, igual espero poder subirlo mañana.
Gracias por leer y comentar, como siempre les digo
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
hola!!! hola!!! ya estoy aqui perdon por
no comentar entes :oops:
ahhhhh!!! todo lo que ha pasado
se enviaron fotos =)
ahhhhhh!!! jemina va a cambiar O.O
me encanta
seguila!!!
no comentar entes :oops:
ahhhhh!!! todo lo que ha pasado
se enviaron fotos =)
ahhhhhh!!! jemina va a cambiar O.O
me encanta
seguila!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Jazz, linda, te extrañeee!!
Pero que bueno que estás de vuelta :D
Capítulo 30
—Te daré un formulario —dice la rubia de detrás del mostrador de recepción, mirando a Jemima Jones con más de una pizca de curiosidad, porque no puede comprender por qué va a querer apuntarse a un gimnasio alguien tan obeso como Jemima.
Por supuesto, debería haber caído en la cuenta de que quiere adelgazar, pero el hecho es que ese flamante gimnasio no es un gimnasio cualquiera. La matrícula cuesta ciento cincuenta libras y la cuota mensual es de cuarenta y cinco. Mucho dinero, precisamente para ahuyentar a personas como Jemima Jones.
Es una suerte que Jemima no quiera echar un vistazo a las instalaciones antes de matricularse, porque, de haber visto la clase de gente que frecuenta ese gimnasio, habría salido por piernas.
Habría visto en las cintas rodantes los cuerpos atractivamente brillantes de la gente guapa, cubiertos de una fina capa de sudor que hace resaltar al máximo sus bronceados. Habría visto a las mujeres en los vestuarios, maquillándose cuidadosamente antes de aventurarse a salir, por si el hombre de sus sueños resulta estar en la bicicleta de al lado.
Habría visto a las esposas de mediana edad, esposas de hombres de negocios de altos vuelos, cargadas de oro, subiendo y bajando, subiendo y bajando del step para mantener sus figuras en perfecta forma para la ronda de fiestas a las que asisten.
Habría visto a los hombres musculosos, todos jóvenes, todos increíblemente guapos, que van al gimnasio, en parte para mantenerse en buena forma física y en parte para mirar a las mujeres.
Sí, Jemima Jones se habría sentido demasiado intimidada para pasar de la puerta, pero por suerte la encargada no anda cerca y no hay nadie que pueda enseñarle las instalaciones del gimnasio, de modo que Jemima se limita a coger el formulario y se sienta en el vestíbulo para rellenarlo. Palidece ligeramente al ver el precio, pero estar delgada bien vale el sacrificio, y ese gimnasio está tan cerca que no tendrá ninguna excusa para no ir, de modo que, bolígrafo en mano, empieza a hacer cruces en las casillas.
Como bien sabe todo el que se pasa cada noche ante el televisor engullendo comida para llevar, lo más duro de un régimen a base de ejercicio es dar el primer paso. Una vez encuentras la motivación para empezar, hacer ejercicio puede llegar a ser extrañamente adictivo, de hecho, tanto como el internet.
En cuanto ha rellenado el formulario y escrito sus datos bancarios para domiciliar el pago, vuelve al mostrador de recepción.
—Nunca he estado en un gimnasio antes —digo, sintiéndome ligeramente ridícula mientras la rubia me entrega un montón de papeles, horarios de clases, información sobre el gimnasio.
—No te preocupes —dice ella con una agradable sonrisa. —Mucha de la gente que verás aquí nunca había estado antes en uno. Debes venir a fin de hacerte una prueba para comprobar tu estado físico, y te prepararán una dieta.
Noto que me pongo tensa mientras espero a que me mire de arriba abajo con expresión feroz, pero no lo hace, sino que se limita a sonreír, abre una gran agenda que hay encima del mostrador y pasa las páginas.
—Normalmente —añade— tienes que esperar unas tres semanas para la prueba, pero nos han cancelado una mañana por la mañana. ¿Podrías venir a las ocho?
¿A las ocho de la mañana? ¿Está loca? Las ocho es mitad de la noche.
—A las ocho me va bien —me oigo decir, y las palabras quedan suspendidas en el aire antes de que tenga oportunidad de pensar en lo que acabo de soltar.
—Estupendo —dice la rubia, anotando mi nombre. —No hace falta ir con maillot, solo una camiseta y unos pantalones cortos. —Me mira y ve cómo se me demuda el rostro ante la perspectiva de llevar un maillot. —O unos pantalones de chándal. Y zapatillas deportivas. Necesitarás zapatillas deportivas.
—Muy bien —digo al tiempo que me pregunto de dónde demonios voy a sacar ese equipo. Pero de perdidos al río, y mirando el reloj veo que son las seis y cuarto, y sé que hay una tienda de deportes en un centro comercial de Bayswater que abre hasta tarde.
Salgo del gimnasio y, aunque suene una locura, estoy convencida de que mis pasos ya suenan más ligeros, mi esqueleto parece algo más pequeño, y en mi imaginación ya me veo como voy a ser. Delgada. Y guapa. Como lo fui una vez, supongo, cuando era niña, antes de que mi padre se marchara, antes de que descubriera que lo único que aliviaba el dolor de ser abandonada por un padre negligente era la comida.
Paro un taxi —cielos, Jemima, te has vuelto derrochadora últimamente— y doy indicaciones al taxista para que me lleve a Whiteleys, donde paso de largo las tiendas de ropa, las zapaterías, incluso la librería, y subo directa la escalera mecánica hasta la tienda de deporte.
Media hora más tarde salgo cargada de bolsas. Me he comprado un chándal, un par de mallas de licra, tres pares de calcetines y un par de relucientes zapatillas deportivas Reebok. He gastado tanto dinero que ya no hay posibilidad de que cambie de opinión. De eso se trataba.
Al salir del centro comercial me detengo unos minutos y miro a la bulliciosa multitud, escucho la mezcla de voces de todas partes del mundo. Podría ir directamente a casa, es lo que habría hecho hace unas semanas, pero mira esa calle, mira los últimos rayos de sol. Hace una tarde preciosa y no estoy preparada para volver a casa y sentarme a ver la televisión, todavía no.
Mientras vago por Queensway, abriéndome paso entre la multitud de turistas, empiezo a tener la sensación de que estoy de vacaciones, y qué mejor puede hacerse en vacaciones que sentarse en la terraza de una cafetería y tomar algo.
Normalmente pediría un cappuccino y me comería primero la capa espolvoreada de chocolate antes de añadir tres terrones de azúcar, pero las cosas están a punto de cambiar, y encuentro una pequeña mesa redonda fuera de una pastelería y pido un agua mineral con gas.
No tiene nada que leer ni a nadie con quien hablar, pero Jemima se siente más feliz que en mucho tiempo. Más feliz, tal vez, que como se ha sentido nunca en su vida. Se sienta al sol del atardecer y sin darse cuenta está sonriendo, porque por primera vez empieza a tener la sensación de que la vida no es aburrida. La vida es más emocionante de lo que ha sido nunca.
La vida de Jemima Jones llevaba tiempo rodando, pero hoy es el día que por fin ha dado una vuelta de campana.
Nick Williams acaba de llegar a casa y encuentra tres mensajes en el contestador, dos para sus compañeros de piso y él último de Richard, su más viejo amigo. Deberíamos decir su mejor amigo, pero no podemos decirlo tan a la ligera porque, después de todo, se supone que los hombres no tienen mejores amigos sino colegas.
Aun así, Nick coge el teléfono y llama a su mejor amigo, su amigo más antiguo, su mejor colega, porque: a) quiere hablar con él, ya que hace tiempo que no lo hace, y b) tiene que hablar con alguien de su entrevista de hoy o va a reventar.
—¿Rich? Soy yo.
—¡Nick! ¿Qué tal, tío? —Así es como se hablan.
—Bien, Rich, ¿y tú?
—Tirando, Nick. Tirando. Hace siglos que no te veo, ¿qué has estado haciendo?
—Tengo noticias.
Richard baja la voz hasta susurrar:
—Conozco un buen médico.
—¿Qué?
—Has dejado a una chica embarazada.
—No seas ridículo. —Nick se echa a reír. —No he dejado a nadie embarazada, ¡qué más quisiera que haber tenido la oportunidad! No, hoy he tenido una entrevista de trabajo.
—Esto es estupendo, ¿para quién?
—Vamos, Rich, puedes hacerlo mejor. ¿Qué hay del trabajo de mis sueños?
—¡No! ¿Te han llamado para presentar un informativo? Ni hablar. Eso es serio.
—No era para presentar informativos pero sí para la televisión. Me han entrevistado para trabajar de reportero en un nuevo programa de la London Daytime Television.
—Así se hace. ¿Y cuándo sabrás algo?
—No estoy seguro. Parecían interesados, pero todavía tengo que hacer una prueba cinematográfica.
—Buena suerte. Me encantaría ver a mi mejor colega en la televisión. Piensa en lo que podrías ligar.
Nick se limita a reír, porque quiere explicarle todo a Richard. Quiere explicarle cómo ha entrado y se ha sentado en el enorme atrio de cristal con cúpula de la compañía de televisión. Quiere hablarle de cómo se ha sentido al verse rodeado de fotos de las estrellas de la compañía, y cómo un presentador muy famoso de la programación matinal se ha acercado y se ha sentado a su lado.
Quiere contarle a Richard que ha subido en el ascensor, que ha salido de él mareado de los nervios y ha esperado a que la secretaría fuese a buscarlo. Quiere decirle lo simpática que ha estado la secretaria, en todo caso un poco demasiado simpática, pero que ha supuesto que así es todo el mundo de la televisión.
Quiere explicarle que ha entrado en el despacho de Diana Macpherson. Hablarle de la microminifalda y los tacones altos de esta, y que al cabo de unos minutos se ha quitado los zapatos y puesto los pies encima del escritorio.
Quiere explicarle que Diana lo ha mirado con frialdad y ha dicho:
—Joder, Jackie tenía razón, eres aún más guapo en carne y hueso.
Quiere contarle que la ha hecho reír, que han terminado hablando de las pesadillas de ser solteros, que ha fingido igualar las historias de horror de ella con las suyas, porque realmente tenía la sensación de que había una especié de vínculo entre ambos.
Quiere decirle que en realidad no han hablado de la televisión ni del trabajo. Que ella parecía más interesada en él, que no le ha parecido una entrevista, que ha sido más como hablar con una amiga, y si Richard creía que era buena o mala señal.
También quiere explicarle que al final de la «entrevista» Diana le ha estrechado la mano y le ha dicho:
—Bueno, Nick Williams, no te diré que estás dentro que no sé qué tal se te ve en la pantalla, pero a nuestros telespectadores les encantará ese aspecto de niño bonito, así que quiero que vengas el martes para una prueba cinematográfica.
Por supuesto, Nick no dice nada de todo eso, porque Richard es un tío, y como todos sabemos, los tíos no hablan de los detalles, solo de los hechos, y Richard seguramente se quedaría dormido del aburrimiento.
Pero que bueno que estás de vuelta :D
Capítulo 30
—Te daré un formulario —dice la rubia de detrás del mostrador de recepción, mirando a Jemima Jones con más de una pizca de curiosidad, porque no puede comprender por qué va a querer apuntarse a un gimnasio alguien tan obeso como Jemima.
Por supuesto, debería haber caído en la cuenta de que quiere adelgazar, pero el hecho es que ese flamante gimnasio no es un gimnasio cualquiera. La matrícula cuesta ciento cincuenta libras y la cuota mensual es de cuarenta y cinco. Mucho dinero, precisamente para ahuyentar a personas como Jemima Jones.
Es una suerte que Jemima no quiera echar un vistazo a las instalaciones antes de matricularse, porque, de haber visto la clase de gente que frecuenta ese gimnasio, habría salido por piernas.
Habría visto en las cintas rodantes los cuerpos atractivamente brillantes de la gente guapa, cubiertos de una fina capa de sudor que hace resaltar al máximo sus bronceados. Habría visto a las mujeres en los vestuarios, maquillándose cuidadosamente antes de aventurarse a salir, por si el hombre de sus sueños resulta estar en la bicicleta de al lado.
Habría visto a las esposas de mediana edad, esposas de hombres de negocios de altos vuelos, cargadas de oro, subiendo y bajando, subiendo y bajando del step para mantener sus figuras en perfecta forma para la ronda de fiestas a las que asisten.
Habría visto a los hombres musculosos, todos jóvenes, todos increíblemente guapos, que van al gimnasio, en parte para mantenerse en buena forma física y en parte para mirar a las mujeres.
Sí, Jemima Jones se habría sentido demasiado intimidada para pasar de la puerta, pero por suerte la encargada no anda cerca y no hay nadie que pueda enseñarle las instalaciones del gimnasio, de modo que Jemima se limita a coger el formulario y se sienta en el vestíbulo para rellenarlo. Palidece ligeramente al ver el precio, pero estar delgada bien vale el sacrificio, y ese gimnasio está tan cerca que no tendrá ninguna excusa para no ir, de modo que, bolígrafo en mano, empieza a hacer cruces en las casillas.
Como bien sabe todo el que se pasa cada noche ante el televisor engullendo comida para llevar, lo más duro de un régimen a base de ejercicio es dar el primer paso. Una vez encuentras la motivación para empezar, hacer ejercicio puede llegar a ser extrañamente adictivo, de hecho, tanto como el internet.
En cuanto ha rellenado el formulario y escrito sus datos bancarios para domiciliar el pago, vuelve al mostrador de recepción.
—Nunca he estado en un gimnasio antes —digo, sintiéndome ligeramente ridícula mientras la rubia me entrega un montón de papeles, horarios de clases, información sobre el gimnasio.
—No te preocupes —dice ella con una agradable sonrisa. —Mucha de la gente que verás aquí nunca había estado antes en uno. Debes venir a fin de hacerte una prueba para comprobar tu estado físico, y te prepararán una dieta.
Noto que me pongo tensa mientras espero a que me mire de arriba abajo con expresión feroz, pero no lo hace, sino que se limita a sonreír, abre una gran agenda que hay encima del mostrador y pasa las páginas.
—Normalmente —añade— tienes que esperar unas tres semanas para la prueba, pero nos han cancelado una mañana por la mañana. ¿Podrías venir a las ocho?
¿A las ocho de la mañana? ¿Está loca? Las ocho es mitad de la noche.
—A las ocho me va bien —me oigo decir, y las palabras quedan suspendidas en el aire antes de que tenga oportunidad de pensar en lo que acabo de soltar.
—Estupendo —dice la rubia, anotando mi nombre. —No hace falta ir con maillot, solo una camiseta y unos pantalones cortos. —Me mira y ve cómo se me demuda el rostro ante la perspectiva de llevar un maillot. —O unos pantalones de chándal. Y zapatillas deportivas. Necesitarás zapatillas deportivas.
—Muy bien —digo al tiempo que me pregunto de dónde demonios voy a sacar ese equipo. Pero de perdidos al río, y mirando el reloj veo que son las seis y cuarto, y sé que hay una tienda de deportes en un centro comercial de Bayswater que abre hasta tarde.
Salgo del gimnasio y, aunque suene una locura, estoy convencida de que mis pasos ya suenan más ligeros, mi esqueleto parece algo más pequeño, y en mi imaginación ya me veo como voy a ser. Delgada. Y guapa. Como lo fui una vez, supongo, cuando era niña, antes de que mi padre se marchara, antes de que descubriera que lo único que aliviaba el dolor de ser abandonada por un padre negligente era la comida.
Paro un taxi —cielos, Jemima, te has vuelto derrochadora últimamente— y doy indicaciones al taxista para que me lleve a Whiteleys, donde paso de largo las tiendas de ropa, las zapaterías, incluso la librería, y subo directa la escalera mecánica hasta la tienda de deporte.
Media hora más tarde salgo cargada de bolsas. Me he comprado un chándal, un par de mallas de licra, tres pares de calcetines y un par de relucientes zapatillas deportivas Reebok. He gastado tanto dinero que ya no hay posibilidad de que cambie de opinión. De eso se trataba.
Al salir del centro comercial me detengo unos minutos y miro a la bulliciosa multitud, escucho la mezcla de voces de todas partes del mundo. Podría ir directamente a casa, es lo que habría hecho hace unas semanas, pero mira esa calle, mira los últimos rayos de sol. Hace una tarde preciosa y no estoy preparada para volver a casa y sentarme a ver la televisión, todavía no.
Mientras vago por Queensway, abriéndome paso entre la multitud de turistas, empiezo a tener la sensación de que estoy de vacaciones, y qué mejor puede hacerse en vacaciones que sentarse en la terraza de una cafetería y tomar algo.
Normalmente pediría un cappuccino y me comería primero la capa espolvoreada de chocolate antes de añadir tres terrones de azúcar, pero las cosas están a punto de cambiar, y encuentro una pequeña mesa redonda fuera de una pastelería y pido un agua mineral con gas.
No tiene nada que leer ni a nadie con quien hablar, pero Jemima se siente más feliz que en mucho tiempo. Más feliz, tal vez, que como se ha sentido nunca en su vida. Se sienta al sol del atardecer y sin darse cuenta está sonriendo, porque por primera vez empieza a tener la sensación de que la vida no es aburrida. La vida es más emocionante de lo que ha sido nunca.
La vida de Jemima Jones llevaba tiempo rodando, pero hoy es el día que por fin ha dado una vuelta de campana.
Nick Williams acaba de llegar a casa y encuentra tres mensajes en el contestador, dos para sus compañeros de piso y él último de Richard, su más viejo amigo. Deberíamos decir su mejor amigo, pero no podemos decirlo tan a la ligera porque, después de todo, se supone que los hombres no tienen mejores amigos sino colegas.
Aun así, Nick coge el teléfono y llama a su mejor amigo, su amigo más antiguo, su mejor colega, porque: a) quiere hablar con él, ya que hace tiempo que no lo hace, y b) tiene que hablar con alguien de su entrevista de hoy o va a reventar.
—¿Rich? Soy yo.
—¡Nick! ¿Qué tal, tío? —Así es como se hablan.
—Bien, Rich, ¿y tú?
—Tirando, Nick. Tirando. Hace siglos que no te veo, ¿qué has estado haciendo?
—Tengo noticias.
Richard baja la voz hasta susurrar:
—Conozco un buen médico.
—¿Qué?
—Has dejado a una chica embarazada.
—No seas ridículo. —Nick se echa a reír. —No he dejado a nadie embarazada, ¡qué más quisiera que haber tenido la oportunidad! No, hoy he tenido una entrevista de trabajo.
—Esto es estupendo, ¿para quién?
—Vamos, Rich, puedes hacerlo mejor. ¿Qué hay del trabajo de mis sueños?
—¡No! ¿Te han llamado para presentar un informativo? Ni hablar. Eso es serio.
—No era para presentar informativos pero sí para la televisión. Me han entrevistado para trabajar de reportero en un nuevo programa de la London Daytime Television.
—Así se hace. ¿Y cuándo sabrás algo?
—No estoy seguro. Parecían interesados, pero todavía tengo que hacer una prueba cinematográfica.
—Buena suerte. Me encantaría ver a mi mejor colega en la televisión. Piensa en lo que podrías ligar.
Nick se limita a reír, porque quiere explicarle todo a Richard. Quiere explicarle cómo ha entrado y se ha sentado en el enorme atrio de cristal con cúpula de la compañía de televisión. Quiere hablarle de cómo se ha sentido al verse rodeado de fotos de las estrellas de la compañía, y cómo un presentador muy famoso de la programación matinal se ha acercado y se ha sentado a su lado.
Quiere contarle a Richard que ha subido en el ascensor, que ha salido de él mareado de los nervios y ha esperado a que la secretaría fuese a buscarlo. Quiere decirle lo simpática que ha estado la secretaria, en todo caso un poco demasiado simpática, pero que ha supuesto que así es todo el mundo de la televisión.
Quiere explicarle que ha entrado en el despacho de Diana Macpherson. Hablarle de la microminifalda y los tacones altos de esta, y que al cabo de unos minutos se ha quitado los zapatos y puesto los pies encima del escritorio.
Quiere explicarle que Diana lo ha mirado con frialdad y ha dicho:
—Joder, Jackie tenía razón, eres aún más guapo en carne y hueso.
Quiere contarle que la ha hecho reír, que han terminado hablando de las pesadillas de ser solteros, que ha fingido igualar las historias de horror de ella con las suyas, porque realmente tenía la sensación de que había una especié de vínculo entre ambos.
Quiere decirle que en realidad no han hablado de la televisión ni del trabajo. Que ella parecía más interesada en él, que no le ha parecido una entrevista, que ha sido más como hablar con una amiga, y si Richard creía que era buena o mala señal.
También quiere explicarle que al final de la «entrevista» Diana le ha estrechado la mano y le ha dicho:
—Bueno, Nick Williams, no te diré que estás dentro que no sé qué tal se te ve en la pantalla, pero a nuestros telespectadores les encantará ese aspecto de niño bonito, así que quiero que vengas el martes para una prueba cinematográfica.
Por supuesto, Nick no dice nada de todo eso, porque Richard es un tío, y como todos sabemos, los tíos no hablan de los detalles, solo de los hechos, y Richard seguramente se quedaría dormido del aburrimiento.
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