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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Oh Dios, espero que no haya llamado para cancelar D':
Por cierto, Joe es muy tierno, jajaja.
Necesito que la sigas MUY PRONTO.
SIGUELAAAAAAA :D
Por cierto, Joe es muy tierno, jajaja.
Necesito que la sigas MUY PRONTO.
SIGUELAAAAAAA :D
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 19
—Ah, hola. —¡Ha llamado! ¡Ha llamado! ¡Ha llamado!. —¿Qué tal ha ido el resto del día?
—Tenso. Pero gracias a Dios ya he terminado. Escucha, voy a salir ahora mismo de la oficina, ¿puedo pasar directamente por tu casa?
Se produce un silencio mientras digiero lo que acaba de decir. ¡No ha anulado la cita! ¡Va a venir!
—¿Hola? ¿Todavía quieres que vayamos a tomar algo Jemima?
—Sí, sí, claro. Te veo luego.
—Solo dame otra vez tu dirección.
Y lo hago.
—Dios mío, te gusta mucho, ¿verdad? —dice Sophie, que está sentada en el sofá pintándose las uñas, con la cabeza cubierta de chismes puntiagudos y esponjosos enrollados en pelo formando pequeños y tirantes nudos como parte de los preparativos para esta noche.
Asiento feliz al darme cuenta de lo que pasará cuando venga Nick, porque es imposible que le guste una de ellas en estado en que se encuentran en estos momentos, y con poco de suerte seguirán así cuando él llegue.
—Bueno, estás encantadora —me dice Lisa, que sentada allí en bata con rulos en la cabeza y una mascarilla facial, ha que ver qué pinta tiene. ¡Ja!
No puedo evitarlo, me siento tan emocionada que bailo por el salón, dando vueltas y riendo, y Sophie y Lisa se unen a mí, y las tres damos saltos en un insólito estado de felicidad y unidad. No creo que nos hayamos sentido así antes y probablemente podríamos seguir durante horas, pero el encanto se rompe cuando suena el timbre de la puerta. De pronto siento mareada.
Me quedo inmóvil. Todas nos quedamos inmóvil.
—Ya voy yo —dice Sophie, y no intento detenerla siquiera mientras baja corriendo la escalera y abre la puerta. Asoma la cabeza por el rellano. Voy a disfrutar.
—Hola —dice Nick, apoyado contra el marco de la puerta con su bonito traje azul. —¿Está Jemima? —Sonríe, y veo lo que Sophie está viendo. Lo que veo cada vez que miro a Ben: hoyuelos, dentadura blanquísima y ojos miel.
Nick cambia de expresión.
—¿Me he equivocado de dirección? Maldita sea, soy tan tonto, debo de haberla apuntado mal.
—¡No! —Sophie se recobra recordando al mismo tiempo que presenta un aspecto horrible, así sin maquillar, con esos chismes puntiagudos en la cabeza, y vestida con una bata cutre, y tengo literalmente que taparme la boca para contener la carcajada.
Sophie no dice nada. No puede. Está totalmente patidifusa, y se hace a un lado y señala con expresión de perplejidad el piso de arriba.
Nick le da las gracias con una sonrisa y empieza a subir la escalera mientras yo empiezo a bajar. Nos encontramos en la mitad.
—¡Pasadlo bien! —grita Lisa, que en ese momento aparece en lo alto de la escalera para ver cómo es Nick. No puede verlo, porque no lleva puestas las lentillas, de modo que corre escalera abajo, atrapada aún en la excitación del baile de la sala de estar, para mirarlo de cerca. —Oh —resopla, llevándose una mano a la cara para tratar de tapársela, cubriéndose con la otra los rulos. —Oh.
—¿Oh? —Nick marca una ceja, sonriendo divertido al ver a esas dos criaturas, y yo creo que voy a reventar.
Lisa vuelve a subir corriendo la escalera, seguida de Sophie.
—¡Adiós! —grito mientras salgo detrás de Nick. —¡Que os divirtáis!
No hay respuesta. Sophie y Lisa se han desplomado en el sofá, gimiendo de vergüenza.
—Dios mío —grita Sophie.
—Dios mío —gime Lisa. —¿Lo has visto?
—¿Si lo he visto? ¿Si lo he visto? ¿Acabo de ver al hombre más guapo que he conocido en toda mi vida y me preguntas si lo he visto? Dios, mírame.
—Dios —repite Lisa. —Mírame a mí.
—Estoy enamorada, estoy enamorada —susurra Sophie, recostándose contra los almohadones.
—No, yo estoy enamorada —dice Lisa, tapándose la cara al pensar que ese hombre maravilloso la ha visto así.
—Mierda —masculla Sophie.
—Mierda —dice Lisa. —Tenemos que volver a verlo. ¿Adónde crees que han ido?
—No estarás pensando lo que yo estoy pensado, ¿verdad? —dice Sophie con un repentino brillo en los ojos.
—Podríamos intentarlo.
—A la mierda —dice Lisa con una sonrisa. —¿Qué tenemos que perder?
—¿Te importa andar? —dice Nick Williams mientras la puerta se cierra detrás de nosotros. —He pensado que podríamos ir a ese bar de la calle principal.
—Por mí muy bien —me apresuro a responder, porque ya estoy luchando por seguir las largas zancadas de Nick y tratando, por consiguiente, de no jadear.
—Tienes unas compañeras de piso extrañas —comenta él tras un silencio. —Supongo que no se comportan así siempre. Ni tienen ese aspecto —añade como una ocurrencia tardía.
—No. Estaban a punto de salir. Son ellas en todo su esplendor.
Nick se ríe.
—¿Cómo son? —No es que esté interesado, solo trata de entablar conversación.
—Están bien —contesto, rezando para que no esté interesado en ellas, rezando para que no vea más allá de la mascarilla y los rulos. —Son buenas chicas, la verdad, aunque no diría que somos amigas.
—¿A qué se dedican?
—Son recepcionistas en la agencia de publicidad Curve.
—¿Cómo? ¿Las dos?
Asiento.
—¿Y logran trabajar algo?
—No creo que su trabajo sea tan estresante. —Pienso en las conversaciones que Sophie y Lisa tienen continuamente sobre hombres y añado: —De hecho, no creo que nunca hablen de «trabajo».
—Apuesto a que son la clase de chicas que salen con hombres muy ricos, que conducen coches muy veloces y con los que tienen relaciones muy cortas.
Río con incredulidad mientras miro a Nick.
—¿Cómo lo has adivinado?
Sonríe.
—Lo sé, sencillamente.
—Ah, hola. —¡Ha llamado! ¡Ha llamado! ¡Ha llamado!. —¿Qué tal ha ido el resto del día?
—Tenso. Pero gracias a Dios ya he terminado. Escucha, voy a salir ahora mismo de la oficina, ¿puedo pasar directamente por tu casa?
Se produce un silencio mientras digiero lo que acaba de decir. ¡No ha anulado la cita! ¡Va a venir!
—¿Hola? ¿Todavía quieres que vayamos a tomar algo Jemima?
—Sí, sí, claro. Te veo luego.
—Solo dame otra vez tu dirección.
Y lo hago.
—Dios mío, te gusta mucho, ¿verdad? —dice Sophie, que está sentada en el sofá pintándose las uñas, con la cabeza cubierta de chismes puntiagudos y esponjosos enrollados en pelo formando pequeños y tirantes nudos como parte de los preparativos para esta noche.
Asiento feliz al darme cuenta de lo que pasará cuando venga Nick, porque es imposible que le guste una de ellas en estado en que se encuentran en estos momentos, y con poco de suerte seguirán así cuando él llegue.
—Bueno, estás encantadora —me dice Lisa, que sentada allí en bata con rulos en la cabeza y una mascarilla facial, ha que ver qué pinta tiene. ¡Ja!
No puedo evitarlo, me siento tan emocionada que bailo por el salón, dando vueltas y riendo, y Sophie y Lisa se unen a mí, y las tres damos saltos en un insólito estado de felicidad y unidad. No creo que nos hayamos sentido así antes y probablemente podríamos seguir durante horas, pero el encanto se rompe cuando suena el timbre de la puerta. De pronto siento mareada.
Me quedo inmóvil. Todas nos quedamos inmóvil.
—Ya voy yo —dice Sophie, y no intento detenerla siquiera mientras baja corriendo la escalera y abre la puerta. Asoma la cabeza por el rellano. Voy a disfrutar.
—Hola —dice Nick, apoyado contra el marco de la puerta con su bonito traje azul. —¿Está Jemima? —Sonríe, y veo lo que Sophie está viendo. Lo que veo cada vez que miro a Ben: hoyuelos, dentadura blanquísima y ojos miel.
Nick cambia de expresión.
—¿Me he equivocado de dirección? Maldita sea, soy tan tonto, debo de haberla apuntado mal.
—¡No! —Sophie se recobra recordando al mismo tiempo que presenta un aspecto horrible, así sin maquillar, con esos chismes puntiagudos en la cabeza, y vestida con una bata cutre, y tengo literalmente que taparme la boca para contener la carcajada.
Sophie no dice nada. No puede. Está totalmente patidifusa, y se hace a un lado y señala con expresión de perplejidad el piso de arriba.
Nick le da las gracias con una sonrisa y empieza a subir la escalera mientras yo empiezo a bajar. Nos encontramos en la mitad.
—¡Pasadlo bien! —grita Lisa, que en ese momento aparece en lo alto de la escalera para ver cómo es Nick. No puede verlo, porque no lleva puestas las lentillas, de modo que corre escalera abajo, atrapada aún en la excitación del baile de la sala de estar, para mirarlo de cerca. —Oh —resopla, llevándose una mano a la cara para tratar de tapársela, cubriéndose con la otra los rulos. —Oh.
—¿Oh? —Nick marca una ceja, sonriendo divertido al ver a esas dos criaturas, y yo creo que voy a reventar.
Lisa vuelve a subir corriendo la escalera, seguida de Sophie.
—¡Adiós! —grito mientras salgo detrás de Nick. —¡Que os divirtáis!
No hay respuesta. Sophie y Lisa se han desplomado en el sofá, gimiendo de vergüenza.
—Dios mío —grita Sophie.
—Dios mío —gime Lisa. —¿Lo has visto?
—¿Si lo he visto? ¿Si lo he visto? ¿Acabo de ver al hombre más guapo que he conocido en toda mi vida y me preguntas si lo he visto? Dios, mírame.
—Dios —repite Lisa. —Mírame a mí.
—Estoy enamorada, estoy enamorada —susurra Sophie, recostándose contra los almohadones.
—No, yo estoy enamorada —dice Lisa, tapándose la cara al pensar que ese hombre maravilloso la ha visto así.
—Mierda —masculla Sophie.
—Mierda —dice Lisa. —Tenemos que volver a verlo. ¿Adónde crees que han ido?
—No estarás pensando lo que yo estoy pensado, ¿verdad? —dice Sophie con un repentino brillo en los ojos.
—Podríamos intentarlo.
—A la mierda —dice Lisa con una sonrisa. —¿Qué tenemos que perder?
—¿Te importa andar? —dice Nick Williams mientras la puerta se cierra detrás de nosotros. —He pensado que podríamos ir a ese bar de la calle principal.
—Por mí muy bien —me apresuro a responder, porque ya estoy luchando por seguir las largas zancadas de Nick y tratando, por consiguiente, de no jadear.
—Tienes unas compañeras de piso extrañas —comenta él tras un silencio. —Supongo que no se comportan así siempre. Ni tienen ese aspecto —añade como una ocurrencia tardía.
—No. Estaban a punto de salir. Son ellas en todo su esplendor.
Nick se ríe.
—¿Cómo son? —No es que esté interesado, solo trata de entablar conversación.
—Están bien —contesto, rezando para que no esté interesado en ellas, rezando para que no vea más allá de la mascarilla y los rulos. —Son buenas chicas, la verdad, aunque no diría que somos amigas.
—¿A qué se dedican?
—Son recepcionistas en la agencia de publicidad Curve.
—¿Cómo? ¿Las dos?
Asiento.
—¿Y logran trabajar algo?
—No creo que su trabajo sea tan estresante. —Pienso en las conversaciones que Sophie y Lisa tienen continuamente sobre hombres y añado: —De hecho, no creo que nunca hablen de «trabajo».
—Apuesto a que son la clase de chicas que salen con hombres muy ricos, que conducen coches muy veloces y con los que tienen relaciones muy cortas.
Río con incredulidad mientras miro a Nick.
—¿Cómo lo has adivinado?
Sonríe.
—Lo sé, sencillamente.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
ahhhhhh si salieron
jajajajaja como encontro a sofi y a lisa
que van a hacer esas dos?
me encanto
seguila!!!1
jajajajaja como encontro a sofi y a lisa
que van a hacer esas dos?
me encanto
seguila!!!1
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 20
Nick lo sabe porque se ha movido en ese ambiente. No como hombre rico con coche veloz, sino como él mismo, porque gracias a su físico puede introducirse en cualquier ambiente social.
Acababa de dejar la Universidad de Durham, donde había estado muy solicitado, como novio y como amigo. Había sido el joven ídolo del campus, y su mejor amigo, Richard, que ya llevaba dos años en Londres y se había infiltrado en el grupo de chicos y chicas de sociedad de Chelsea, lo había recibido en su casa con los brazos abiertos y fiestas magníficas.
Nick conoció a herederas, a pequeñas aristócratas, a personas conocidísimas de la buena sociedad europea, a pequeñas celebridades. Fue a cenas con gente sobre la que solo había leído las pocas veces que había cogido una revista de una novia, y se había sentado y hablado con ellos de igual a igual.
La mayoría de la gente no querría introducirse en esos círculos. Y si lo hicieran, casi nadie tendría ni idea de cómo entrar. En una ocasión Nick se pasó toda la velada hablando con la estrella de una de las telenovelas más populares del país, una chica que, con su piel aceitunada, su melena larga y morena, y su expresión enfurruñada, era en esos momentos la mujer más adorada del país.
Cuando Nick entró en la sala —en la que se celebraba una fiesta organizada por uno de los restaurantes más elegantes de Londres, —la vio y le dio un vuelco el corazón. Esa misma mañana había leído en un periódico que acababa de romper con su igualmente famoso novio, protagonista de una telenovela rival, y estaba pasando un tiempo, probablemente cinco minutos, sola.
Nick se moría por conocerla, pero ¿cómo acercarse a alguien tan guapo y famoso? Ni siquiera él tenía el coraje de hacerlo.
—¿Ya conoces a Laurie? —preguntó Richard con naturalidad dirigiéndose a Nick después de besar a la deliciosa Laurie en las mejillas y de que ella le diera un afectuoso abrazo.
—No nos conocemos —dijo Laurie, con la mirada fija en Nick, al tiempo que le tendía la mano con una sonrisa radiante que se extendió por su cara y dio a sus ojos la más asombrosa luminosidad, o eso pensó Nick en ese momento. —Me llamo Laurie —dijo, estrechándole la mano.
Nick estuvo a punto de decir: «Lo sé», pero no lo hizo, porque no está bien visto en esos círculos demostrar que reconoces a alguien, a no ser que seas igual de famoso.
—Yo me llamo Nick —dijo, esbozando una sonrisa perfecta y luchando para no perderse en los enormes ojos pardos de Laurie.
Pasaron el resto de la velada riendo juntos, y al cabo de un rato Nick se olvidó de que era Laurie, la mujer más deseada de Gran Bretaña, y se convirtió en Laurie, una chica guapísima con quien estaba hablando en una fiesta.
No le pidió su número de teléfono. No porque no lo quisiera o no quisiera nada más con ella, sino porque pensó que debía de estar tan acostumbrada a que trataran de ligar con ella que jamás se interesaría en él. Había que reconocer que habían congeniado, pero no, no podía estar interesada en él, Nick Williams, reportero en prácticas.
Pero, oh, maravilla, Laurie lo llamó. Consiguió su número a través de Richard, lo llamó y lo invitó a una fiesta. Una fiesta en la que, más que enamorarse, consumaron su deseo mutuo, un deseo que duró tres meses, tres meses de una vorágine de fiestas codeándose con la jet set.
Nick acompañó a Laurie a todas partes. Fueron a estrenos de películas, a inauguraciones de restaurantes, a clubes nocturnos selectos, y ese fue, de hecho, el problema. A los tres meses, aunque le gustaba mucho Laurie, empezó a tener la impresión de que si la hubieran invitado a la apertura de un sobre, ella habría insistido en ir.
Con ella, Nick alternaba con gente guapa. En alguna ocasión hasta debió de rozarle el hombro a Sophie o a Lisa, a quienes nunca las invitaban personalmente pero estarían allí con su último ligue glamouroso; no es que Nick se fijara en ellas, pues estaba demasiado ocupado siendo el novio de Laurie. Y, veréis, ese fue el comienzo del fin. «Así que tú eres el misterioso hombre de Laurie», decía la., gente, olvidando al instante su nombre. «Este es el novio de Laurie», decían saludándolo distraídos antes de volverse hacia gente más famosa y, por consiguiente, al menos a sus ojos, más interesante.
Nick se aburría, y se notaba. En las pocas ocasiones que trató de tocar el tema con Laurie, ella lo calló con besos y le dijo que no fuera ridículo, que ninguna de esas personas importaba.
Sin embargo, lo que sí importaba era que Laurie tuviese que ser el centro de la atención allá adónde iba, y al final Nick fue a su piso una noche y le dijo que no estaba funcionando, que no se sentía feliz, que ella le gustaba de verdad, pero no le gustaba su estilo de vida.
Laurie, siendo actriz como era, lloró un rato y trató de suplicarle que se quedara, prometiéndole que las cosas cambiarían, pero Nick sabía que no sería así, y la abrazó y la besó en la frente mientras le decía adiós y le deseaba buena suerte.
Salió del piso de Laurie, de su vida y de la vorágine de tiestas, y, a decir verdad, aunque la echaba de menos, sobre todo por las noches, sintió un gran alivio.
Porque a Nick no se le da muy bien fingir, y por mucho que lo había intentado nunca se había sentido integrado en la jet set, ni quería estarlo. No tardó en ver, más allá del oropel y el glamour, el fondo de inseguridades, pretensiones y debilidades que la gente trataba de ocultar.
Odiaba el hecho de que las pocas veces que la gente le preguntaba a qué se dedicaba —y eran pocas, en efecto, porque la mayoría de esas personas estaban demasiado absortas en sí mismas para interesarse en nadie más, —una expresión de aburrimiento aparecía en su cara cuando respondía que era reportero del Kilburn Herald.
Nick nunca trató de ocultar su trabajo porque no tenía por qué hacerlo. Era, es, lo bastante seguro de sí mismo para que no le importe lo que piensen los demás, y eso es lo que más odiaba de todo, que lo juzgaran solo por su trabajo, no por su persona.
De modo que sí, Nick está más que familiarizado con las mujeres como Sophie y Lisa, con los hombres con los que salen, con las fiestas a las que van, y no adoptaría su estilo de vida ni que le pagaran por ello. Pero, por supuesto, Jemima no lo sabe. Tampoco lo saben Sophie y Lisa, que en estos momentos están zumbando de acá para allá por el piso, quitándose rulos y mascarillas y maquillándose con destreza.
Pensaban salir más tarde, pero han decidido hacer una parada en algún que otro pub o bar antes de ir al club nocturno. Han visto a Jemima y Nick irse andando, y saben que no llegarán muy lejos, y no tardarán en salir en su busca.
Nick y Jemima llegan al bar, que parece un tanto insólito para esa parte de Kilburn, ya que tiene todo el aspecto de los del Soho o Notting Hill.
Unos ventanales grandes dan a la calle, y desde lo alto del marco de la puerta mira con simpatía un busto de mujer, uno de esos mascarones que solía haber en la proa de los barcos en las películas de piratas.
Nick sostiene la puerta abierta para que Jemima entre, y ella desea al instante haber ido a otra parte, un lugar menos moderno, donde se sienta menos fuera de lugar.
Porque, a pesar de hallarse en Kilburn, el bar está lleno de gente guapa y a la moda. Una clase de moda distinta de la que se ve en el Soho o Notting Hill, una moda más de la calle y menos de diseño, pero moda al fin. El aire está lleno de humo y risas débiles, y Jemima sigue a Nick hasta la barra, y al andar sus zapatos resuenan como cascos sobre el suelo de madera.
En la pared hay espejos de anticuario y cuadros muy distintos entre sí, y en una pequeña sala junto a la barra principal un par de sofás de cuero y sillones machacados. Es a esta sala adonde lleva Nick las bebidas, una pinta de cerveza rubia para él, una botella de Sol para Jemima.
Jemima no bebe, nunca le ha gustado el alcohol ni ha sabido muy bien qué pedir en un bar cuando le preguntan que quiere tomar. Vodka o gin tonic suena demasiado de adulto, lo que pedirían sus padres. Malibu y zumo de pina, que es la única bebida que le encanta, no tiene suficiente clase, y una pinta o hasta media pinta es demasiado estudiantil.
Menos mal de la cerveza en botella de diseño, porque así últimamente Jemima no tiene que pensar. Se limita a pedir una Sol, una Becks o una Budweiser, sabiendo que al menos se sentirá integrada.
Nick se acomoda justo debajo de la ventana, en un sofá de cuero marrón agrietado, y se desliza hacia un lado para hace sitio a Jemima, que está a punto de instalarse en el sillón que hay junto al sofá.
Jemima se apretuja al lado de Nick, sintiéndose más que un poco cohibida por la proximidad, y sirve la cerveza en "vaso”, porque aunque todos sabemos que es mucho más moderno beber directamente de la botella, ella nunca ha sabido hacerlo.
—¿Qué te parece? —dice Nick, mirando alrededor. —Es agradable, ¿verdad?
Nick lo sabe porque se ha movido en ese ambiente. No como hombre rico con coche veloz, sino como él mismo, porque gracias a su físico puede introducirse en cualquier ambiente social.
Acababa de dejar la Universidad de Durham, donde había estado muy solicitado, como novio y como amigo. Había sido el joven ídolo del campus, y su mejor amigo, Richard, que ya llevaba dos años en Londres y se había infiltrado en el grupo de chicos y chicas de sociedad de Chelsea, lo había recibido en su casa con los brazos abiertos y fiestas magníficas.
Nick conoció a herederas, a pequeñas aristócratas, a personas conocidísimas de la buena sociedad europea, a pequeñas celebridades. Fue a cenas con gente sobre la que solo había leído las pocas veces que había cogido una revista de una novia, y se había sentado y hablado con ellos de igual a igual.
La mayoría de la gente no querría introducirse en esos círculos. Y si lo hicieran, casi nadie tendría ni idea de cómo entrar. En una ocasión Nick se pasó toda la velada hablando con la estrella de una de las telenovelas más populares del país, una chica que, con su piel aceitunada, su melena larga y morena, y su expresión enfurruñada, era en esos momentos la mujer más adorada del país.
Cuando Nick entró en la sala —en la que se celebraba una fiesta organizada por uno de los restaurantes más elegantes de Londres, —la vio y le dio un vuelco el corazón. Esa misma mañana había leído en un periódico que acababa de romper con su igualmente famoso novio, protagonista de una telenovela rival, y estaba pasando un tiempo, probablemente cinco minutos, sola.
Nick se moría por conocerla, pero ¿cómo acercarse a alguien tan guapo y famoso? Ni siquiera él tenía el coraje de hacerlo.
—¿Ya conoces a Laurie? —preguntó Richard con naturalidad dirigiéndose a Nick después de besar a la deliciosa Laurie en las mejillas y de que ella le diera un afectuoso abrazo.
—No nos conocemos —dijo Laurie, con la mirada fija en Nick, al tiempo que le tendía la mano con una sonrisa radiante que se extendió por su cara y dio a sus ojos la más asombrosa luminosidad, o eso pensó Nick en ese momento. —Me llamo Laurie —dijo, estrechándole la mano.
Nick estuvo a punto de decir: «Lo sé», pero no lo hizo, porque no está bien visto en esos círculos demostrar que reconoces a alguien, a no ser que seas igual de famoso.
—Yo me llamo Nick —dijo, esbozando una sonrisa perfecta y luchando para no perderse en los enormes ojos pardos de Laurie.
Pasaron el resto de la velada riendo juntos, y al cabo de un rato Nick se olvidó de que era Laurie, la mujer más deseada de Gran Bretaña, y se convirtió en Laurie, una chica guapísima con quien estaba hablando en una fiesta.
No le pidió su número de teléfono. No porque no lo quisiera o no quisiera nada más con ella, sino porque pensó que debía de estar tan acostumbrada a que trataran de ligar con ella que jamás se interesaría en él. Había que reconocer que habían congeniado, pero no, no podía estar interesada en él, Nick Williams, reportero en prácticas.
Pero, oh, maravilla, Laurie lo llamó. Consiguió su número a través de Richard, lo llamó y lo invitó a una fiesta. Una fiesta en la que, más que enamorarse, consumaron su deseo mutuo, un deseo que duró tres meses, tres meses de una vorágine de fiestas codeándose con la jet set.
Nick acompañó a Laurie a todas partes. Fueron a estrenos de películas, a inauguraciones de restaurantes, a clubes nocturnos selectos, y ese fue, de hecho, el problema. A los tres meses, aunque le gustaba mucho Laurie, empezó a tener la impresión de que si la hubieran invitado a la apertura de un sobre, ella habría insistido en ir.
Con ella, Nick alternaba con gente guapa. En alguna ocasión hasta debió de rozarle el hombro a Sophie o a Lisa, a quienes nunca las invitaban personalmente pero estarían allí con su último ligue glamouroso; no es que Nick se fijara en ellas, pues estaba demasiado ocupado siendo el novio de Laurie. Y, veréis, ese fue el comienzo del fin. «Así que tú eres el misterioso hombre de Laurie», decía la., gente, olvidando al instante su nombre. «Este es el novio de Laurie», decían saludándolo distraídos antes de volverse hacia gente más famosa y, por consiguiente, al menos a sus ojos, más interesante.
Nick se aburría, y se notaba. En las pocas ocasiones que trató de tocar el tema con Laurie, ella lo calló con besos y le dijo que no fuera ridículo, que ninguna de esas personas importaba.
Sin embargo, lo que sí importaba era que Laurie tuviese que ser el centro de la atención allá adónde iba, y al final Nick fue a su piso una noche y le dijo que no estaba funcionando, que no se sentía feliz, que ella le gustaba de verdad, pero no le gustaba su estilo de vida.
Laurie, siendo actriz como era, lloró un rato y trató de suplicarle que se quedara, prometiéndole que las cosas cambiarían, pero Nick sabía que no sería así, y la abrazó y la besó en la frente mientras le decía adiós y le deseaba buena suerte.
Salió del piso de Laurie, de su vida y de la vorágine de tiestas, y, a decir verdad, aunque la echaba de menos, sobre todo por las noches, sintió un gran alivio.
Porque a Nick no se le da muy bien fingir, y por mucho que lo había intentado nunca se había sentido integrado en la jet set, ni quería estarlo. No tardó en ver, más allá del oropel y el glamour, el fondo de inseguridades, pretensiones y debilidades que la gente trataba de ocultar.
Odiaba el hecho de que las pocas veces que la gente le preguntaba a qué se dedicaba —y eran pocas, en efecto, porque la mayoría de esas personas estaban demasiado absortas en sí mismas para interesarse en nadie más, —una expresión de aburrimiento aparecía en su cara cuando respondía que era reportero del Kilburn Herald.
Nick nunca trató de ocultar su trabajo porque no tenía por qué hacerlo. Era, es, lo bastante seguro de sí mismo para que no le importe lo que piensen los demás, y eso es lo que más odiaba de todo, que lo juzgaran solo por su trabajo, no por su persona.
De modo que sí, Nick está más que familiarizado con las mujeres como Sophie y Lisa, con los hombres con los que salen, con las fiestas a las que van, y no adoptaría su estilo de vida ni que le pagaran por ello. Pero, por supuesto, Jemima no lo sabe. Tampoco lo saben Sophie y Lisa, que en estos momentos están zumbando de acá para allá por el piso, quitándose rulos y mascarillas y maquillándose con destreza.
Pensaban salir más tarde, pero han decidido hacer una parada en algún que otro pub o bar antes de ir al club nocturno. Han visto a Jemima y Nick irse andando, y saben que no llegarán muy lejos, y no tardarán en salir en su busca.
Nick y Jemima llegan al bar, que parece un tanto insólito para esa parte de Kilburn, ya que tiene todo el aspecto de los del Soho o Notting Hill.
Unos ventanales grandes dan a la calle, y desde lo alto del marco de la puerta mira con simpatía un busto de mujer, uno de esos mascarones que solía haber en la proa de los barcos en las películas de piratas.
Nick sostiene la puerta abierta para que Jemima entre, y ella desea al instante haber ido a otra parte, un lugar menos moderno, donde se sienta menos fuera de lugar.
Porque, a pesar de hallarse en Kilburn, el bar está lleno de gente guapa y a la moda. Una clase de moda distinta de la que se ve en el Soho o Notting Hill, una moda más de la calle y menos de diseño, pero moda al fin. El aire está lleno de humo y risas débiles, y Jemima sigue a Nick hasta la barra, y al andar sus zapatos resuenan como cascos sobre el suelo de madera.
En la pared hay espejos de anticuario y cuadros muy distintos entre sí, y en una pequeña sala junto a la barra principal un par de sofás de cuero y sillones machacados. Es a esta sala adonde lleva Nick las bebidas, una pinta de cerveza rubia para él, una botella de Sol para Jemima.
Jemima no bebe, nunca le ha gustado el alcohol ni ha sabido muy bien qué pedir en un bar cuando le preguntan que quiere tomar. Vodka o gin tonic suena demasiado de adulto, lo que pedirían sus padres. Malibu y zumo de pina, que es la única bebida que le encanta, no tiene suficiente clase, y una pinta o hasta media pinta es demasiado estudiantil.
Menos mal de la cerveza en botella de diseño, porque así últimamente Jemima no tiene que pensar. Se limita a pedir una Sol, una Becks o una Budweiser, sabiendo que al menos se sentirá integrada.
Nick se acomoda justo debajo de la ventana, en un sofá de cuero marrón agrietado, y se desliza hacia un lado para hace sitio a Jemima, que está a punto de instalarse en el sillón que hay junto al sofá.
Jemima se apretuja al lado de Nick, sintiéndose más que un poco cohibida por la proximidad, y sirve la cerveza en "vaso”, porque aunque todos sabemos que es mucho más moderno beber directamente de la botella, ella nunca ha sabido hacerlo.
—¿Qué te parece? —dice Nick, mirando alrededor. —Es agradable, ¿verdad?
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
que bueno que nick temino con laurie
me encanto
seguila!!!
me encanto
seguila!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Disculpen mi abandono... les subo un cap (:
kisses :* i ♥ u all
Capítulo 21
—Encantador —contesto, y a punto estoy de atragantarme de los nervios al beber un sorbo de mi cerveza de diseño mientras me pregunto por qué los lugares así siempre me hacen sentir tan incómoda.
—Bueno, ¿qué tal el trabajo? —Nick empieza con la pregunta clásica, la pregunta que siempre haces cuando no conoces muy bien a una persona, pero, con franqueza, no me importa. Me basta con que esté aquí. Conmigo. Esta noche.
—Aburridísimo —digo, mi respuesta estándar. —Sigo creyendo que debería empezar a buscar otra cosa, pero todavía tengo la estúpida esperanza de que me asciendan.
—Deberían hacerlo —dice Nick. —Me consta que reescribes la mayoría de los artículos de Geraldine y eres muy buena.
—¿Cómo lo sabes? —¡No puedo creer que lo sepa!
—Oh, vamos —dice Nick con una sonrisa. —A Geraldine se le da muy bien actuar, pero no tiene ni idea de escribir. He visto el artículo que has escrito hoy para ella, el de las citas, y es imposible que Geraldine haya escrito una introducción así. De hecho, no creo que sea capaz de escribir ninguna clase de introducción.
—Pero es tan encantadora... —Siempre me siento ligeramente culpable cuando alguien dice algo negativo de Geraldine. —No deberíamos estar hablando de ella de este modo.
—¿De qué modo? Como he dicho, tiene mucho talento, pero no para escribir. Ese es tu problema, Jemima, eres una escritora muy buena pero no tienes la confianza en ti misma para ser una buena periodista. Hay una diferencia enorme. El periodismo significa presionar, hacer cientos de llamadas telefónicas, esperar en la puerta de alguien, si es necesario para conseguir una entrevista. Significa dejarte guiar por una corazonada, perseguir pistas, no parar hasta conseguir lo que quieres. Tú no tienes ese instinto, pero Geraldine sí lo tiene. Sé que no es reportera, pero podría serlo. —Me mira con detenimiento. —Tú, en cambio, eres una escritora fabulosa, demasiado buena para perder el tiempo en un periódico, cualquier periódico, y menos el Kilburn Herald.
—¿Qué me ves haciendo?
—Creo que deberías buscar trabajo en una revista para mujeres.
Bajo la vista hacia la botella medio vacía y empiezo a arrancar distraída el papel plateado del borde. Sé que Nick tiene toda la razón, aunque no estoy segura de si me gusta oírselo decir a él. Quiero decir, una cosa es reconocer tus propios puntos débiles y otra muy distinta que otro los vea con tanta claridad, sobre todo cuando esa persona resulta ser Nick Williams. Dicho esto, admito que mataría por trabajar en una de esas revistas ilustradas que tanto me gustan. Pero también sé la clase de mujer que trabaja para ellas y sé casi con toda seguridad que nunca me integraría.
La clase de mujer que trabaja para una revista ilustrada está como un palillo. Tiene reflejos en el pelo y una cara de expresión severa cubierta de demasiado maquillaje. Siempre lleva trajes negros de diseño y se sujeta el pelo, como Geraldine, con unas gafas de sol.
Se alimenta de líquidos y cada noche hace contactos en los bares más modernos de la ciudad. Yo jamás podría tener su aspecto ni vivir como ellas, pero, por supuesto, eso no puedo decírselo a Nick, de modo que me encojo de hombros.
—No sé. Tal vez tengas razón. ¿Y tú, Nick? ¿Eres escritor o periodista?
—La verdad —responde con una sonrisa tímida, —creo que no soy ninguna de las dos cosas. —La confusión se refleja en mi cara mientras él se mete una mano en el bolsillo y saca un papel arrugado. —Toma. ¿Qué piensas?
Lo leo por encima, luego vuelvo al comienzo y lo leo de nuevo, más despacio.
—¿Qué quieres decir con qué pienso? —El horror recorre de pronto mis venas. ¡No! ¡No te vayas! Dios mío, si te fueras del periódico, ¿qué me quedaría? Estaría totalmente desesperada y no querría continuar.
—¿Qué piensas? —repite Nick, más enfático. —¿Me imaginas en la televisión?
—¡Sí, por supuesto! —contesto, porque Nick necesita que lo tranquilice, y la verdad es que me lo imagino en la televisión. Ya lo creo. —¡Serías fabuloso en televisión! ¡Serías perfecto!
Nick suspira aliviado.
—¿Crees que me cogerán?
—Estarían locos si no lo hicieran. Seguro que te llaman para una entrevista y te dan una oportunidad. Tienes experiencia en periodismo y una dentadura impecable, ¿qué más necesitas? —Escuchadme. ¡Estoy tomándole el pelo a Nick! ¡Yo, Jemima Jones, estoy tomándole el pelo al maravilloso Nick Williams!
Nick ríe exhibiendo los dientes, y sospecho que está sorprendido de esta faceta de mí que nunca ha visto. Enseña esas perlas en un rictus, una gran sonrisa falsa y empalagosa, y dice:
—Informa Nick Williams de London Today.
Me echo a reír, está tan ridículo, y él enarca una ceja y dice:
—¿Eh, qué te parece?
—Demasiada dentadura blanca —respondo. —Incluso para ti.
—¿Puedo leerte mi carta de solicitud? —dice. —Voy a enviarla mañana. ¿Me dirías tu opinión?
—Claro.
—Pero no debes decírselo a nadie. Sé que puedo confiar en ti, pero no querría que se enterara nadie más de la oficina.
Observo a Nick sacar de su maletín una copia de la carta y mientras me la da me siento muy honrada de que deposite su confianza en mí.
«Estimada Diana Macpherson», leo en silencio. «Asunto: Vacante para reportero de televisión que se anuncia en el Guardian del pasado lunes. En la actualidad trabajo de subjefe de información para el Kilburn Herald, pero me gustaría entrar en la televisión...» Se me nubla la mirada mientras acabo de leer lo que solo puedo describir como una carta muy normalita, no precisamente la que le valdría una entrevista y no digamos un empleo.
Dejo la carta y, tratando de ser todo lo sincera que sé, digo:
—Es buena. Dice todo lo necesario, pero si quieres que sea sincera, no creo que dé resultado. Necesitas algo más dinámico, más creativo.
—Dios mío, ¿eso crees? —A Nick se le ha mudado la cara. —Traté de escribir algo interesante, pero tenía tanta prisa que escribí lo primero que se me ocurrió. ¿Tú no...? —Se le ilumina la cara mientras me mira.
—¡Por supuesto que sí! —digo entre risas, porque desde que he leído la primera frase me muero de ganas de hacerlo, y, cogiendo un lápiz del bolso, doy la vuelta a la hoja y empiezo a garabatear por detrás: —«Es posible que la salud y la belleza no sean mis puntos fuertes» —escribo al tiempo que leo en voz alta para que Nick lo oiga, —«aunque en el cuarto de baño tengo un armario lleno de colonias para hombre (muestras gratuitas que me han pasado las articulistas del Kilburn Herald), y mi interés en el mundo del espectáculo y el ocio tal vez sea algo limitado (tengo un interés considerable debido a mi trabajo como subjefe de información, pero si me dais la oportunidad de ir al estreno de una película, correré un kilometro). Pero estoy muy impuesto en política y noticias.
»"Actualmente trabajo, como he mencionado, de subjefe de información para el Kilburn Herald. No me cabe duda de que estaréis de acuerdo en que no se trata del más prestigioso de los periódicos, pero aun así es el lugar perfecto para adquirir una sólida base en periodismo. Empecé como reportero en prácticas y ya llevo cinco
años en el periódico. De más está decir que ya es hora de cambiar, y creo con firmeza en que el futuro de todo buen periodista está en la televisión".
»"Soy adicto, naturalmente, a las noticias y a la política, y un ávido telespectador de programas no muy distintos del suyo. Lamento no tener ninguna grabación en vídeo, pero le envío una fotografía junto con mi currículo y espero tener noticias de usted".
—Listo —digo cerrando el bolígrafo mientras Nick menea la cabeza, asombrado.
—Cielos, Jemima —dice, releyendo lo que he escrito. —Eres asombrosa.
—Lo sé. —Suspiro. —Ojalá alguien más se diera cuenta.
—Es genial —dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—Después de todo, les encantará o la odiarán, pero no les resultará indiferente.
—¿Lo crees de verdad?
—Lo creo de verdad.
Mientras Nick y Jemima están sentados charlando, sobre todo de trabajo, todo hay que decirlo, Sophie y Lisa ya se han vestido —la dos con trajes de licra negros casi idénticos, botas hasta las rodillas (las de Sophie de ante, las de Lisa de cuero) y pequeños bolsos negros Chanel colgados del hombro. Sophie lleva una chaqueta de cuero negro con el cuello de piel y Lisa una capa. Esos son sus conjuntos para salir a ligar, la ropa que se ponen cuando se aventuran a entrar en un club desconocido para atraer a potenciales maridos millonarios.
Están realmente deslumbrantes. También se las ve totalmente fuera de lugar en Kilburn mientras bajan por la calle con su ropa más elegante, dejando a los transeúntes boquiabiertos al ver a esas dos bellezas exóticas.
kisses :* i ♥ u all
Capítulo 21
—Encantador —contesto, y a punto estoy de atragantarme de los nervios al beber un sorbo de mi cerveza de diseño mientras me pregunto por qué los lugares así siempre me hacen sentir tan incómoda.
—Bueno, ¿qué tal el trabajo? —Nick empieza con la pregunta clásica, la pregunta que siempre haces cuando no conoces muy bien a una persona, pero, con franqueza, no me importa. Me basta con que esté aquí. Conmigo. Esta noche.
—Aburridísimo —digo, mi respuesta estándar. —Sigo creyendo que debería empezar a buscar otra cosa, pero todavía tengo la estúpida esperanza de que me asciendan.
—Deberían hacerlo —dice Nick. —Me consta que reescribes la mayoría de los artículos de Geraldine y eres muy buena.
—¿Cómo lo sabes? —¡No puedo creer que lo sepa!
—Oh, vamos —dice Nick con una sonrisa. —A Geraldine se le da muy bien actuar, pero no tiene ni idea de escribir. He visto el artículo que has escrito hoy para ella, el de las citas, y es imposible que Geraldine haya escrito una introducción así. De hecho, no creo que sea capaz de escribir ninguna clase de introducción.
—Pero es tan encantadora... —Siempre me siento ligeramente culpable cuando alguien dice algo negativo de Geraldine. —No deberíamos estar hablando de ella de este modo.
—¿De qué modo? Como he dicho, tiene mucho talento, pero no para escribir. Ese es tu problema, Jemima, eres una escritora muy buena pero no tienes la confianza en ti misma para ser una buena periodista. Hay una diferencia enorme. El periodismo significa presionar, hacer cientos de llamadas telefónicas, esperar en la puerta de alguien, si es necesario para conseguir una entrevista. Significa dejarte guiar por una corazonada, perseguir pistas, no parar hasta conseguir lo que quieres. Tú no tienes ese instinto, pero Geraldine sí lo tiene. Sé que no es reportera, pero podría serlo. —Me mira con detenimiento. —Tú, en cambio, eres una escritora fabulosa, demasiado buena para perder el tiempo en un periódico, cualquier periódico, y menos el Kilburn Herald.
—¿Qué me ves haciendo?
—Creo que deberías buscar trabajo en una revista para mujeres.
Bajo la vista hacia la botella medio vacía y empiezo a arrancar distraída el papel plateado del borde. Sé que Nick tiene toda la razón, aunque no estoy segura de si me gusta oírselo decir a él. Quiero decir, una cosa es reconocer tus propios puntos débiles y otra muy distinta que otro los vea con tanta claridad, sobre todo cuando esa persona resulta ser Nick Williams. Dicho esto, admito que mataría por trabajar en una de esas revistas ilustradas que tanto me gustan. Pero también sé la clase de mujer que trabaja para ellas y sé casi con toda seguridad que nunca me integraría.
La clase de mujer que trabaja para una revista ilustrada está como un palillo. Tiene reflejos en el pelo y una cara de expresión severa cubierta de demasiado maquillaje. Siempre lleva trajes negros de diseño y se sujeta el pelo, como Geraldine, con unas gafas de sol.
Se alimenta de líquidos y cada noche hace contactos en los bares más modernos de la ciudad. Yo jamás podría tener su aspecto ni vivir como ellas, pero, por supuesto, eso no puedo decírselo a Nick, de modo que me encojo de hombros.
—No sé. Tal vez tengas razón. ¿Y tú, Nick? ¿Eres escritor o periodista?
—La verdad —responde con una sonrisa tímida, —creo que no soy ninguna de las dos cosas. —La confusión se refleja en mi cara mientras él se mete una mano en el bolsillo y saca un papel arrugado. —Toma. ¿Qué piensas?
Lo leo por encima, luego vuelvo al comienzo y lo leo de nuevo, más despacio.
—¿Qué quieres decir con qué pienso? —El horror recorre de pronto mis venas. ¡No! ¡No te vayas! Dios mío, si te fueras del periódico, ¿qué me quedaría? Estaría totalmente desesperada y no querría continuar.
—¿Qué piensas? —repite Nick, más enfático. —¿Me imaginas en la televisión?
—¡Sí, por supuesto! —contesto, porque Nick necesita que lo tranquilice, y la verdad es que me lo imagino en la televisión. Ya lo creo. —¡Serías fabuloso en televisión! ¡Serías perfecto!
Nick suspira aliviado.
—¿Crees que me cogerán?
—Estarían locos si no lo hicieran. Seguro que te llaman para una entrevista y te dan una oportunidad. Tienes experiencia en periodismo y una dentadura impecable, ¿qué más necesitas? —Escuchadme. ¡Estoy tomándole el pelo a Nick! ¡Yo, Jemima Jones, estoy tomándole el pelo al maravilloso Nick Williams!
Nick ríe exhibiendo los dientes, y sospecho que está sorprendido de esta faceta de mí que nunca ha visto. Enseña esas perlas en un rictus, una gran sonrisa falsa y empalagosa, y dice:
—Informa Nick Williams de London Today.
Me echo a reír, está tan ridículo, y él enarca una ceja y dice:
—¿Eh, qué te parece?
—Demasiada dentadura blanca —respondo. —Incluso para ti.
—¿Puedo leerte mi carta de solicitud? —dice. —Voy a enviarla mañana. ¿Me dirías tu opinión?
—Claro.
—Pero no debes decírselo a nadie. Sé que puedo confiar en ti, pero no querría que se enterara nadie más de la oficina.
Observo a Nick sacar de su maletín una copia de la carta y mientras me la da me siento muy honrada de que deposite su confianza en mí.
«Estimada Diana Macpherson», leo en silencio. «Asunto: Vacante para reportero de televisión que se anuncia en el Guardian del pasado lunes. En la actualidad trabajo de subjefe de información para el Kilburn Herald, pero me gustaría entrar en la televisión...» Se me nubla la mirada mientras acabo de leer lo que solo puedo describir como una carta muy normalita, no precisamente la que le valdría una entrevista y no digamos un empleo.
Dejo la carta y, tratando de ser todo lo sincera que sé, digo:
—Es buena. Dice todo lo necesario, pero si quieres que sea sincera, no creo que dé resultado. Necesitas algo más dinámico, más creativo.
—Dios mío, ¿eso crees? —A Nick se le ha mudado la cara. —Traté de escribir algo interesante, pero tenía tanta prisa que escribí lo primero que se me ocurrió. ¿Tú no...? —Se le ilumina la cara mientras me mira.
—¡Por supuesto que sí! —digo entre risas, porque desde que he leído la primera frase me muero de ganas de hacerlo, y, cogiendo un lápiz del bolso, doy la vuelta a la hoja y empiezo a garabatear por detrás: —«Es posible que la salud y la belleza no sean mis puntos fuertes» —escribo al tiempo que leo en voz alta para que Nick lo oiga, —«aunque en el cuarto de baño tengo un armario lleno de colonias para hombre (muestras gratuitas que me han pasado las articulistas del Kilburn Herald), y mi interés en el mundo del espectáculo y el ocio tal vez sea algo limitado (tengo un interés considerable debido a mi trabajo como subjefe de información, pero si me dais la oportunidad de ir al estreno de una película, correré un kilometro). Pero estoy muy impuesto en política y noticias.
»"Actualmente trabajo, como he mencionado, de subjefe de información para el Kilburn Herald. No me cabe duda de que estaréis de acuerdo en que no se trata del más prestigioso de los periódicos, pero aun así es el lugar perfecto para adquirir una sólida base en periodismo. Empecé como reportero en prácticas y ya llevo cinco
años en el periódico. De más está decir que ya es hora de cambiar, y creo con firmeza en que el futuro de todo buen periodista está en la televisión".
»"Soy adicto, naturalmente, a las noticias y a la política, y un ávido telespectador de programas no muy distintos del suyo. Lamento no tener ninguna grabación en vídeo, pero le envío una fotografía junto con mi currículo y espero tener noticias de usted".
—Listo —digo cerrando el bolígrafo mientras Nick menea la cabeza, asombrado.
—Cielos, Jemima —dice, releyendo lo que he escrito. —Eres asombrosa.
—Lo sé. —Suspiro. —Ojalá alguien más se diera cuenta.
—Es genial —dice con una sonrisa de oreja a oreja.
—Después de todo, les encantará o la odiarán, pero no les resultará indiferente.
—¿Lo crees de verdad?
—Lo creo de verdad.
Mientras Nick y Jemima están sentados charlando, sobre todo de trabajo, todo hay que decirlo, Sophie y Lisa ya se han vestido —la dos con trajes de licra negros casi idénticos, botas hasta las rodillas (las de Sophie de ante, las de Lisa de cuero) y pequeños bolsos negros Chanel colgados del hombro. Sophie lleva una chaqueta de cuero negro con el cuello de piel y Lisa una capa. Esos son sus conjuntos para salir a ligar, la ropa que se ponen cuando se aventuran a entrar en un club desconocido para atraer a potenciales maridos millonarios.
Están realmente deslumbrantes. También se las ve totalmente fuera de lugar en Kilburn mientras bajan por la calle con su ropa más elegante, dejando a los transeúntes boquiabiertos al ver a esas dos bellezas exóticas.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡Me encanta! :D ¡Me encanta! :D ¡Me encanta! :D
Que lindo que Nick confié así en Jemima :')
No se por qué, pero tengo una mal presentimiento acerca de Sophie y Lisa :/
¡POR FAVOOOOR SIGUELAAAAAAA! :love:
Que lindo que Nick confié así en Jemima :')
No se por qué, pero tengo una mal presentimiento acerca de Sophie y Lisa :/
¡POR FAVOOOOR SIGUELAAAAAAA! :love:
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Tranquilas que Sophie y Lisa no son problema :)
nuevo capii!
Capítulo 22
Ya han estado antes en el Queen's Arms, y en cuanto entran se dan cuenta del error. Tienen que agitar los brazos para apartar el humo a fin de ver algo, y cuando lo hacen, observan que hay cientos de hombres, todos apoyados contra la barra, mirándolas en silencio, seguramente admirados.
—Debo de haber muerto e ido al cielo —dice un albañil llevándose una mano al corazón mientras sus compañeros ríen.
—¿Me estás buscando, cariño? —dice otro dirigiéndose a Sophie mientras ella recorre el pub con la mirada, deseando estar en otra parte.
—¿Te casarás conmigo? —le pregunta uno a Lisa, que sigue andando, mirando a todos por encima del hombro.
Las dos, dicho sea en su honor, hacen caso omiso y salen con la cabeza bien alta mientras los hombres se mofan, y dos de ellos salen corriendo para intentar persuadirlas en broma de que vuelvan.
—Dios, qué pesadilla —dice Sophie a Lisa mientras echan a andar calle arriba. —¿Estás segura de que vale la pena? ¿No deberíamos coger un taxi e ir al centro?
—¿Estás loca cuando acabamos de ver al hombre más guapo que hemos visto en siglos? —Lisa se ha vuelto hacia ella, horrorizada.
—Es guapísimo —coincide Sophie, —pero trabaja en el Kilburn Herald. Quiero decir que difícilmente esté a nuestro nivel, ¿no? —Dios la bendiga, ha olvidado que es recepcionista, porque en sus sueños se ve como la esposa de un millonario.
—Con ese físico me importa un comino. No quiero casarme con él, pero me mataría por tener una aventura —dice Lisa, y añade con la mirada perdida: —Guau.
—Está bien —dice Sophie. —Haremos otro intento.
Pasan por delante del ventanal y entran en el bar, fijándose en la gente guapa y a la moda, y sintiéndose instantáneamente superiores. Después de todo, ellas no solo van a la moda, sino que llevan marcas de diseño, y las dos se aseguran de que las C doradas entrelazadas de sus bolsos Chanel estén hacia fuera para que todo el mundo las vea.
—Deben de estar aquí —dice Lisa, mirando despacio cada mesa.
—No los veo —dice Sophie, pasando junto a la barra y entrando en la habitación del fondo. —Nada —añade recorriendo la sala con la mirada. —¿Dónde diablos se han metido?
¿Verdad que cuando te diviertes el tiempo pasa volando? Los dos vasos están vacíos, de modo que me dispongo a pedir más copas, esperando prolongar todo lo posible esta noche, rezando para que Nick no se levante y diga que es hora de irnos.
—Yo pago esta ronda —digo con todo el aplomo de que soy capaz. —¿Lo mismo?
—¿Estás segura? —pregunta Nick, quien, siendo el perfecto caballero que cree ser, estaría más que dispuesto a pagar la segunda ronda. Y la tercera. Pero yo insisto y él pide lo mismo.
De pronto, mientras me pongo de pie me asalta un pensamiento horrible. De frente soy pasable, puedo disimular mi tamaño, y espero que la gente me mire los ojos o el pelo, pero por detrás hasta yo tengo que admitir que soy enorme. ¿Puedo salir caminando hacia atrás? ¿Me tomaría por loca Nick si lo hiciera? ¿Debería correr el riesgo de volverme y permitir que Nick me vea por detrás?
Mientras me quedó allí plantada con ese dilema, Nick empieza a releer su carta de solicitud, de modo que con un gran suspiro de alivio salgo, mirando al frente, de la pequeña habitación hasta la barra principal. ¡MIERDA! ¿QUÉ ESTÁN HACIENDO AQUÍ?
No puedo creerlo, maldita sea. Sophie y Lisa nunca van a los locales así. ¿Tomar una copa en Kilburn? ¿Estás loca? Sé perfectamente lo que están haciendo aquí estas zorras. Míralas, de punta en blanco junto a la barra, buscando algo, y no creáis que no sé exactamente qué buscan. A mí. O, para ser más exactos, a Nick. Brujas.
¿Qué voy a hacer? No puedo permitir que me vean, no puedo permitir que se sienten con nosotros, porque, míralas, Nick no las reconocería como las dos chicas que ha conocido poco antes esta misma noche, y tal vez, solo tal vez, podrían gustarle. Mierda, mierda y mierda. Me vuelvo y corro de nuevo hasta Nick.
—Nick —digo, devanándome los sesos.
Nick levanta la mirada.
—¿Hummm?
—Solo quería preguntarte algo, antes de que se me olvide. Bueno, solo quería preguntarte si tienes alguna grabación en vídeo, porque el anuncio dice que envíes una. —Dios, parezco idiota, pero es lo mejor que se me ha ocurrido, dada la urgencia de la situación.
—Voy a enviar una fotografía. ¿Por qué crees que debería enviar una grabación? —Nick me está mirando del modo en que sabía que lo haría, como si fuera un poco rara.
—Bueno —respondo, sentándome. —Supongo que tiene sus pros y sus contras. A lo que me refiero es que una fotografía no muestra exactamente lo que ellos quieren ver, es decir, cómo se te vería en la televisión. Pero grabar un vídeo debe de ser carísimo.
—Ya —dice Nick, totalmente confuso al ver que me siento de nuevo sin las bebidas.
Miro por encima de su hombro y —menos mal— veo a Sophie y a Lisa salir del bar. Da la casualidad de que, algo insólito teniendo en cuenta que estamos en Kilburn, un taxi baja por la calle en el preciso instante en que se marchan, y las dos, de forma refleja, bajan a la calzada con los brazos levantados.
Siento que Nick me observa mientras veo el taxi alejarse con ellas dentro.
—Ya —digo a mi vez, levantándome con resolución. —Copas. —Y me dirijo a la barra.
nuevo capii!
Capítulo 22
Ya han estado antes en el Queen's Arms, y en cuanto entran se dan cuenta del error. Tienen que agitar los brazos para apartar el humo a fin de ver algo, y cuando lo hacen, observan que hay cientos de hombres, todos apoyados contra la barra, mirándolas en silencio, seguramente admirados.
—Debo de haber muerto e ido al cielo —dice un albañil llevándose una mano al corazón mientras sus compañeros ríen.
—¿Me estás buscando, cariño? —dice otro dirigiéndose a Sophie mientras ella recorre el pub con la mirada, deseando estar en otra parte.
—¿Te casarás conmigo? —le pregunta uno a Lisa, que sigue andando, mirando a todos por encima del hombro.
Las dos, dicho sea en su honor, hacen caso omiso y salen con la cabeza bien alta mientras los hombres se mofan, y dos de ellos salen corriendo para intentar persuadirlas en broma de que vuelvan.
—Dios, qué pesadilla —dice Sophie a Lisa mientras echan a andar calle arriba. —¿Estás segura de que vale la pena? ¿No deberíamos coger un taxi e ir al centro?
—¿Estás loca cuando acabamos de ver al hombre más guapo que hemos visto en siglos? —Lisa se ha vuelto hacia ella, horrorizada.
—Es guapísimo —coincide Sophie, —pero trabaja en el Kilburn Herald. Quiero decir que difícilmente esté a nuestro nivel, ¿no? —Dios la bendiga, ha olvidado que es recepcionista, porque en sus sueños se ve como la esposa de un millonario.
—Con ese físico me importa un comino. No quiero casarme con él, pero me mataría por tener una aventura —dice Lisa, y añade con la mirada perdida: —Guau.
—Está bien —dice Sophie. —Haremos otro intento.
Pasan por delante del ventanal y entran en el bar, fijándose en la gente guapa y a la moda, y sintiéndose instantáneamente superiores. Después de todo, ellas no solo van a la moda, sino que llevan marcas de diseño, y las dos se aseguran de que las C doradas entrelazadas de sus bolsos Chanel estén hacia fuera para que todo el mundo las vea.
—Deben de estar aquí —dice Lisa, mirando despacio cada mesa.
—No los veo —dice Sophie, pasando junto a la barra y entrando en la habitación del fondo. —Nada —añade recorriendo la sala con la mirada. —¿Dónde diablos se han metido?
¿Verdad que cuando te diviertes el tiempo pasa volando? Los dos vasos están vacíos, de modo que me dispongo a pedir más copas, esperando prolongar todo lo posible esta noche, rezando para que Nick no se levante y diga que es hora de irnos.
—Yo pago esta ronda —digo con todo el aplomo de que soy capaz. —¿Lo mismo?
—¿Estás segura? —pregunta Nick, quien, siendo el perfecto caballero que cree ser, estaría más que dispuesto a pagar la segunda ronda. Y la tercera. Pero yo insisto y él pide lo mismo.
De pronto, mientras me pongo de pie me asalta un pensamiento horrible. De frente soy pasable, puedo disimular mi tamaño, y espero que la gente me mire los ojos o el pelo, pero por detrás hasta yo tengo que admitir que soy enorme. ¿Puedo salir caminando hacia atrás? ¿Me tomaría por loca Nick si lo hiciera? ¿Debería correr el riesgo de volverme y permitir que Nick me vea por detrás?
Mientras me quedó allí plantada con ese dilema, Nick empieza a releer su carta de solicitud, de modo que con un gran suspiro de alivio salgo, mirando al frente, de la pequeña habitación hasta la barra principal. ¡MIERDA! ¿QUÉ ESTÁN HACIENDO AQUÍ?
No puedo creerlo, maldita sea. Sophie y Lisa nunca van a los locales así. ¿Tomar una copa en Kilburn? ¿Estás loca? Sé perfectamente lo que están haciendo aquí estas zorras. Míralas, de punta en blanco junto a la barra, buscando algo, y no creáis que no sé exactamente qué buscan. A mí. O, para ser más exactos, a Nick. Brujas.
¿Qué voy a hacer? No puedo permitir que me vean, no puedo permitir que se sienten con nosotros, porque, míralas, Nick no las reconocería como las dos chicas que ha conocido poco antes esta misma noche, y tal vez, solo tal vez, podrían gustarle. Mierda, mierda y mierda. Me vuelvo y corro de nuevo hasta Nick.
—Nick —digo, devanándome los sesos.
Nick levanta la mirada.
—¿Hummm?
—Solo quería preguntarte algo, antes de que se me olvide. Bueno, solo quería preguntarte si tienes alguna grabación en vídeo, porque el anuncio dice que envíes una. —Dios, parezco idiota, pero es lo mejor que se me ha ocurrido, dada la urgencia de la situación.
—Voy a enviar una fotografía. ¿Por qué crees que debería enviar una grabación? —Nick me está mirando del modo en que sabía que lo haría, como si fuera un poco rara.
—Bueno —respondo, sentándome. —Supongo que tiene sus pros y sus contras. A lo que me refiero es que una fotografía no muestra exactamente lo que ellos quieren ver, es decir, cómo se te vería en la televisión. Pero grabar un vídeo debe de ser carísimo.
—Ya —dice Nick, totalmente confuso al ver que me siento de nuevo sin las bebidas.
Miro por encima de su hombro y —menos mal— veo a Sophie y a Lisa salir del bar. Da la casualidad de que, algo insólito teniendo en cuenta que estamos en Kilburn, un taxi baja por la calle en el preciso instante en que se marchan, y las dos, de forma refleja, bajan a la calzada con los brazos levantados.
Siento que Nick me observa mientras veo el taxi alejarse con ellas dentro.
—Ya —digo a mi vez, levantándome con resolución. —Copas. —Y me dirijo a la barra.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
jajajajaja jemina me da risa
y lisa y sofi no los vieron ajajaja
me encanto
seguila!!!!
y lisa y sofi no los vieron ajajaja
me encanto
seguila!!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Este capi de seguro que les encantará
gracias Jazz por ser una fiel lectora y Dayi también que va y viene pero está ahí :)
besitos...
Capítulo 23
Jemima no quiere levantarse de la cama, no cuando puede quedarse allí soñando despierta con la pasada noche en compañía de Nick Williams.
Por desgracia, su fantasía no se hizo realidad, pero ocurrió lo segundo mejor que podía pasar, porque después de que Nick insistiera en acompañarla a casa, se inclinó y la besó en la mejilla.
Jemima se ruborizó y dio en silencio gracias a Dios por estar envueltos en la oscuridad de modo que Nick no la viera.
—Hasta mañana —gritó él mientras echaba a andar por calle, y Jemima asintió muda en el umbral, demasiado feliz para hablar.
Luego no tuvo tiempo para pensar en él; las tres cervezas le habían subido directamente a la cabeza y tan pronto como esta tocó la almohada su mente se apagó como una luz. Pero ahora, por la mañana, Jemima tiene tiempo. Tiempo para repasar cada palabra, cada frase, cada matiz.
Tiene tiempo para pensar en lo que ocurrió, lo que podría haber ocurrido y lo que espera que ocurra en el futuro, y en todas sus fantasías está delgada.
Jemima se queda demasiado tiempo en la cama y cuando mira el reloj se da cuenta de que si no se da prisa va a llegar tarde al trabajo. Va volando al cuarto de baño para llenar la bañera y se olvida por completo de sus cereales.
Mientras espera a que se llene la bañera, decide hacer algo que lleva meses sin hacer. Se sube a la báscula. Conteniendo el aliento, equilibra con cuidado el cuerpo, sin atreverse a bajar la mirada hasta estar totalmente inmóvil. Y cuando lo hace, sonríe, porque ha adelgazado cuatro kilos y medio. Le queda mucho camino por recorrer, pero Geraldine tenía razón: por fin ha logrado perder algo de peso.
Se queda un rato sobre la balanza y luego se agarra al toallero. Se apoya con fuerza en él y observa cómo el peso baja drásticamente. Cuanto más se apoya, menos pesa. Ojalá, piensa. Lo conseguiré.
Está a punto a meterse en la bañera cuando oye voces procedentes de abajo y se da cuenta de que Sophie y Lisa aún no se han ido a trabajar. Mira el reloj. Las nueve y diez. No suelen estar allí a esa hora, van a llegar tarde.
—Jemima —dice Sophie desde el pasillo. Saco la cabeza del agua.
—¿Qué hacéis todavía aquí? Vais a llegar tarde al trabajo. —Subtexto: sois malvadas y no tengo nada que deciros.
—Lo sé, ya nos vamos. Las dos nos hemos quedado dormidas.
—¿Os divertisteis anoche? ¿Qué tal el club? —Intento hacerme la simpática y no menciono que anoche las vi, que sé lo que se proponían.
—Muchísimo —dice Sophie. —Pero ¿qué tal tú?
—Fue increíble. —Estoy sonriendo.
—¿Entonces ese era Nick?
—Sí.
Se produce una pausa.
—Es guapísimo.
Mi sonrisa se hace aún más grande.
—¿Por qué no lo invitas un día a cenar? —dice Sophie, con un dejo de súplica en la voz. ¡Como si fuera tonta!
—Tal vez lo haga. —Ni lo sueñes. Mantendré a Nick lo más lejos posible de vosotras.
—Bueno, he de irme. Que tengas un buen día.
Me recuesto en la bañera y oigo sus tacones altos repiquetear hasta la puerta de la calle, así como susurros y risitas bobas.
Pobres. ¿Acaso creen que soy lo bastante tonta para lanzar a Nick a sus brazos? Qué equivocadas están.
—¿Qué tal anoche? —Geraldine se acerca moviendo las caderas y bebiendo un cappuccino de una taza de polietileno que se ha comprado de camino a la oficina.
—Bien. —Lucho por borrar la sonrisa de mi cara, pues delataría mis sentimientos.
—¿Fuisteis a ese cibercafé? —La lengua de Geraldine sale disparada hacia su labio superior para lamer la espuma espolvoreada de chocolate.
—No. Nick tuvo que quedarse a trabajar hasta tarde, así que solo fuimos a tomar algo.
—Oh, qué bien. —Geraldine me mira con atención. —¿Jemima? No te estás poniendo roja, ¿verdad?
—No —me apresuro a responder, tal vez un poco demasiado deprisa, porque siento un sofoco por el cuello y las mejillas.
—¡Jemima! ¡Lo estás! —Baja un poco la voz y sonríe. —¿Te gusta Nick?
—¡No! —respondo, deseando no ponerme roja con la facilidad con que lo hago.
—¡Sí que te gusta! —replica Geraldine. —No puedo creerlo.
Vuelvo a recuperar mi color normal.
—Geraldine —digo en tono firme, con una convicción que viene sabe Dios de dónde. —No tendría ningún sentido que me gustara Nick Williams, que da la casualidad que no me gusta, porque él nunca se interesaría en alguien como yo. No me gusta perder el tiempo y menos con alguien que salta a la vista que es imposible de conseguir. —Creo, que en mi terror de que Geraldine adivine mis sentimientos, he salido con un argumento tan convincente que se echa atrás de inmediato.
—De acuerdo, te creo —dice. —Pero es guapo, y a todas las demás parece que les gusta. Excepto a mí —añade con un suspiro. —Ya tengo bastantes problemas.
—¿Qué tal con Dimitri?
—Una pesadilla. Viene a casa cada noche para suplicarme que vuelva con él. He tratado de ignorarlo, pero se queda en la puerta gritando hacia mi ventana o la aporrea durante horas. Los vecinos se están enfadando y yo ya no sé qué hacer.
—Podrías mudarte —sugiero con una sonrisa.
—Es posible que tenga que hacerlo. —Geraldine me devuelve la sonrisa antes de mirar hacia el otro lado de la habitación. —Vaya, vaya. Hablando del rey de Roma.
—¿Ah, sí? —dice Nick Williams. —¿Y qué decíais de mí?
—Jemima me decía que eres pésimo en la cama.
—Creía que había estado muy bien, Jemima. Tú desde luego parecías pasarlo en grande.
Me echo a reír, conteniendo el impulso de ruborizarme solo de pensarlo. Ojalá. Ojalá.
—He venido para darte las gracias por salir conmigo anoche. Lo pasé muy bien.
—Tengo trabajo —dice Geraldine. —Hasta luego. —Se apresura a volver a su escritorio.
—También te quería dar las gracias por mirarte la carta. Necesitaba hablar con alguien de eso y sé que puedo confiar en ti.
—Desde luego —digo. —Mis labios están sellados. —¿Con un beso de amor tal vez? Ya me gustaría.
—Debemos repetirlo algún día —dice Nick distraído, mirando hacia la redacción.
—Estupendo. —Cálmate, Jemima, cálmate. —¿Qué tal la semana que viene?
—Sí —dice él mirándome de nuevo con una sonrisa. —Tal vez podríamos ir a ese cibercafé.
gracias Jazz por ser una fiel lectora y Dayi también que va y viene pero está ahí :)
besitos...
Capítulo 23
Jemima no quiere levantarse de la cama, no cuando puede quedarse allí soñando despierta con la pasada noche en compañía de Nick Williams.
Por desgracia, su fantasía no se hizo realidad, pero ocurrió lo segundo mejor que podía pasar, porque después de que Nick insistiera en acompañarla a casa, se inclinó y la besó en la mejilla.
Jemima se ruborizó y dio en silencio gracias a Dios por estar envueltos en la oscuridad de modo que Nick no la viera.
—Hasta mañana —gritó él mientras echaba a andar por calle, y Jemima asintió muda en el umbral, demasiado feliz para hablar.
Luego no tuvo tiempo para pensar en él; las tres cervezas le habían subido directamente a la cabeza y tan pronto como esta tocó la almohada su mente se apagó como una luz. Pero ahora, por la mañana, Jemima tiene tiempo. Tiempo para repasar cada palabra, cada frase, cada matiz.
Tiene tiempo para pensar en lo que ocurrió, lo que podría haber ocurrido y lo que espera que ocurra en el futuro, y en todas sus fantasías está delgada.
Jemima se queda demasiado tiempo en la cama y cuando mira el reloj se da cuenta de que si no se da prisa va a llegar tarde al trabajo. Va volando al cuarto de baño para llenar la bañera y se olvida por completo de sus cereales.
Mientras espera a que se llene la bañera, decide hacer algo que lleva meses sin hacer. Se sube a la báscula. Conteniendo el aliento, equilibra con cuidado el cuerpo, sin atreverse a bajar la mirada hasta estar totalmente inmóvil. Y cuando lo hace, sonríe, porque ha adelgazado cuatro kilos y medio. Le queda mucho camino por recorrer, pero Geraldine tenía razón: por fin ha logrado perder algo de peso.
Se queda un rato sobre la balanza y luego se agarra al toallero. Se apoya con fuerza en él y observa cómo el peso baja drásticamente. Cuanto más se apoya, menos pesa. Ojalá, piensa. Lo conseguiré.
Está a punto a meterse en la bañera cuando oye voces procedentes de abajo y se da cuenta de que Sophie y Lisa aún no se han ido a trabajar. Mira el reloj. Las nueve y diez. No suelen estar allí a esa hora, van a llegar tarde.
—Jemima —dice Sophie desde el pasillo. Saco la cabeza del agua.
—¿Qué hacéis todavía aquí? Vais a llegar tarde al trabajo. —Subtexto: sois malvadas y no tengo nada que deciros.
—Lo sé, ya nos vamos. Las dos nos hemos quedado dormidas.
—¿Os divertisteis anoche? ¿Qué tal el club? —Intento hacerme la simpática y no menciono que anoche las vi, que sé lo que se proponían.
—Muchísimo —dice Sophie. —Pero ¿qué tal tú?
—Fue increíble. —Estoy sonriendo.
—¿Entonces ese era Nick?
—Sí.
Se produce una pausa.
—Es guapísimo.
Mi sonrisa se hace aún más grande.
—¿Por qué no lo invitas un día a cenar? —dice Sophie, con un dejo de súplica en la voz. ¡Como si fuera tonta!
—Tal vez lo haga. —Ni lo sueñes. Mantendré a Nick lo más lejos posible de vosotras.
—Bueno, he de irme. Que tengas un buen día.
Me recuesto en la bañera y oigo sus tacones altos repiquetear hasta la puerta de la calle, así como susurros y risitas bobas.
Pobres. ¿Acaso creen que soy lo bastante tonta para lanzar a Nick a sus brazos? Qué equivocadas están.
—¿Qué tal anoche? —Geraldine se acerca moviendo las caderas y bebiendo un cappuccino de una taza de polietileno que se ha comprado de camino a la oficina.
—Bien. —Lucho por borrar la sonrisa de mi cara, pues delataría mis sentimientos.
—¿Fuisteis a ese cibercafé? —La lengua de Geraldine sale disparada hacia su labio superior para lamer la espuma espolvoreada de chocolate.
—No. Nick tuvo que quedarse a trabajar hasta tarde, así que solo fuimos a tomar algo.
—Oh, qué bien. —Geraldine me mira con atención. —¿Jemima? No te estás poniendo roja, ¿verdad?
—No —me apresuro a responder, tal vez un poco demasiado deprisa, porque siento un sofoco por el cuello y las mejillas.
—¡Jemima! ¡Lo estás! —Baja un poco la voz y sonríe. —¿Te gusta Nick?
—¡No! —respondo, deseando no ponerme roja con la facilidad con que lo hago.
—¡Sí que te gusta! —replica Geraldine. —No puedo creerlo.
Vuelvo a recuperar mi color normal.
—Geraldine —digo en tono firme, con una convicción que viene sabe Dios de dónde. —No tendría ningún sentido que me gustara Nick Williams, que da la casualidad que no me gusta, porque él nunca se interesaría en alguien como yo. No me gusta perder el tiempo y menos con alguien que salta a la vista que es imposible de conseguir. —Creo, que en mi terror de que Geraldine adivine mis sentimientos, he salido con un argumento tan convincente que se echa atrás de inmediato.
—De acuerdo, te creo —dice. —Pero es guapo, y a todas las demás parece que les gusta. Excepto a mí —añade con un suspiro. —Ya tengo bastantes problemas.
—¿Qué tal con Dimitri?
—Una pesadilla. Viene a casa cada noche para suplicarme que vuelva con él. He tratado de ignorarlo, pero se queda en la puerta gritando hacia mi ventana o la aporrea durante horas. Los vecinos se están enfadando y yo ya no sé qué hacer.
—Podrías mudarte —sugiero con una sonrisa.
—Es posible que tenga que hacerlo. —Geraldine me devuelve la sonrisa antes de mirar hacia el otro lado de la habitación. —Vaya, vaya. Hablando del rey de Roma.
—¿Ah, sí? —dice Nick Williams. —¿Y qué decíais de mí?
—Jemima me decía que eres pésimo en la cama.
—Creía que había estado muy bien, Jemima. Tú desde luego parecías pasarlo en grande.
Me echo a reír, conteniendo el impulso de ruborizarme solo de pensarlo. Ojalá. Ojalá.
—He venido para darte las gracias por salir conmigo anoche. Lo pasé muy bien.
—Tengo trabajo —dice Geraldine. —Hasta luego. —Se apresura a volver a su escritorio.
—También te quería dar las gracias por mirarte la carta. Necesitaba hablar con alguien de eso y sé que puedo confiar en ti.
—Desde luego —digo. —Mis labios están sellados. —¿Con un beso de amor tal vez? Ya me gustaría.
—Debemos repetirlo algún día —dice Nick distraído, mirando hacia la redacción.
—Estupendo. —Cálmate, Jemima, cálmate. —¿Qué tal la semana que viene?
—Sí —dice él mirándome de nuevo con una sonrisa. —Tal vez podríamos ir a ese cibercafé.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
de nada sabes que me encanta
jajajaja jemina es malvada
y nick aww la paso bien con ella
y van a volver a salir que bien =)
ahhhh!!! geraldine por poco la descubre
me encanto
seguila!!!
jajajaja jemina es malvada
y nick aww la paso bien con ella
y van a volver a salir que bien =)
ahhhh!!! geraldine por poco la descubre
me encanto
seguila!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Leí los caps el viernes y podría jurar que comenté D:
Tal vez me estoy volviendo loca :/ En fin, aunque no pueda pasarme siempre por la nove, siempre estoy pendiente y ansiosa por tener la oportunidad de leerla :D Jajajajaja, me encanta esta nove, en serio :love:
¡Espero puedas seguirla pronto!
Tal vez me estoy volviendo loca :/ En fin, aunque no pueda pasarme siempre por la nove, siempre estoy pendiente y ansiosa por tener la oportunidad de leerla :D Jajajajaja, me encanta esta nove, en serio :love:
¡Espero puedas seguirla pronto!
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Sii, ya lo sé Dayi :D
gracias por comentar!!
Las quiero
y sorry si las abandoné unos diítas...
Capítulo 24
¿Cómo se supone que puede trabajar una chica cuando se ha enamorado? No puede. No hago prácticamente nada el resto del día, a menos que flotar en el séptimo cielo lo consideréis trabajo. No obstante, logro hacer mis aburridas llamadas telefónicas —poner en remojo en Biotex la ropa interior grisácea antes de lavarla la dejará de nuevo blanca reluciente; nunca abras la puerta del horno mientras haces un soufflé; aclárate el pelo con una infusión de manzanilla para hacer resaltar los reflejos rubios— y cada vez que veo a Nick, me quedo ensimismada, fantaseando.
A las cinco menos veinticinco me acuerdo de Joe. Dijo que me enviaría un email y, aunque hay hombres más importantes en los que pensar, estoy tan aburrida que me conecto a internet para ver qué ha enviado.
Sí, justo a tiempo. En cuanto me conecto se oye una voz por los altavoces. «Tiene un mensaje nuevo en el buzón», dice con acento americano, y aparece una ventana con el dibujo de un sobre en el que se lee «1». Hago clic en la ventana y al cabo de unos segundos aparece el mensaje de Joe.
Esto debería ser interesante. Desplazo el cursor hasta «VER» y hago clic. La carta de Joe desaparece y aparece en la pantalla el contorno de una foto. Solo el contorno, porque la foto tarda un rato. Primero se ven unas pocas líneas de cielo en la parte superior de la pantalla, luego el mar y por fin un pelo castaño y algo alborotado.
Estoy tan asombrada que contengo el aliento, y cuando aparece la fotografía entera en la pantalla, exhalo ruidosamente. Caray, es uno de los hombres más guapos que he visto en mi vida.
Está en cuclillas, con los ojos ligeramente entornados porque el sol le da en la cara. Tiene un brazo alrededor de la perra y la otra mano apoyada en la arena. Es castaño y de ojos entre verdes y miel y risueños, y está muy bronceado, y sus dientes, blancos, perfectos y con fundas, hacen que a su lado los de Nick parezcan los de una vieja arpía.
Va vestido con un polo verde y unos Levi's gastados, como dijo, y sus brazos son musculosos y fuertes, cubiertos de fino vello. Parece un anuncio del perfecto producto más fino de California. De hecho, resulta tan perfecto que por u instante no puedo por menos que preguntarme si no lo habrá recortado de una revista, pero parece una fotografía y el perro es exactamente como lo ha descrito. Jemima Jones, tu suerte está cambiando.
—Caramba —dice Geraldine, que se ha parado junto a Jemima. —¿Quién es ese?
—Joe. —No me molesto en volverme. Estoy demasiado ocupada empapándome de su increíble belleza.
—¿Quién es Joe?
—El tío con el que he estado chateando por internet.
—No sabía que chatearas con alguien.
—Sí. Lo conocí en el Café LA, ¿recuerdas el sitio que descubrimos?
Geraldine asiente.
—Es increíblemente guapo —dice. —Demasiado para ser verdad. ¿Cómo sabes que es él?
—No lo sé. Quiero decir que se describió a sí mismo, pero tengo que reconocer que parece demasiado perfecto. Aunque, por otra parte, es una fotografía, no un recorte de revista.
—¿Y qué va a pasar ahora? —pregunta Geraldine, que no acaba de creerse que, de toda la gente con la que Jemima podría haber chateado en el Café LA, haya escogido al que parece un dios.
—Es terrible —susurro horrorizada. —Quiere que le envíe una foto mía.
—Oh —dice Geraldine, que, por amable que sea, probablemente esté pensando que si Joe me viera nunca le gustaría. No dice nada más. No es necesario.
—Exacto. —Suspiro. —Oh.
—¿Por qué no cortas una foto de una revista? ¿Qué más da? Nunca lo sabrá.
Niego con la cabeza.
—No puedo hacerlo. Sé que seguramente nunca lo conoceré, pero no puedo ser tan mentirosa.
—¡Ya lo tengo! —grita Geraldine juntando las manos— Ya lo tengo, ya lo tengo.
—¿Qué?
—Hay una foto de ti en el archivo de imágenes, ¿verdad?
—Olvídalo, Geraldine. Esa foto es horrible, parezco un zepelín.
—No cuando yo haya terminado con ella —dice Geraldine sonriendo. —Mejor dicho, cuando Paul haya terminado con ella.
Paul trabaja en el departamento de diseño gráfico. Joven, tímido y agradable, toda la oficina sabe que está perdidamente enamorado de Geraldine. Paul es una de las pocas personas que me caen realmente bien. No es que lo conozca mucho, pero siempre está tranquilo y tiene tiempo para preguntarme cómo estoy mientras le gritan que diseñe páginas, ponga títulos o copie fotos con su Apple Mac. Paul es el que siempre diseña las tarjetas de despedida si alguien del Kilburn Herald es lo bastante afortunado para marcharse. En otras palabras, Paul, además de ser un chico muy agradable, es un genio.
—Llama al archivo —dice Geraldine— y pídeles que nos envíen tu foto.
Diez minutos después se acerca a mi escritorio un mensajero con un dosier en el que está mi horrible foto. La saco y me pongo enferma al ver mi triple papada y mis enormes y gruesas mejillas.
—No la mires aún —dice Geraldine, quitándomela de la mano. —Te la enseñaré luego.
Geraldine se va corriendo a cumplir con su misión. Rodea a Paul con sus brazos y le habla de un modo pueril que a él le hace derretirse.
—Necesito que me hagas un favor.
—Claro. —En este momento Paul le daría el mundo entero a Geraldine.
—Jemima necesita parecer delgada.
Paul se muestra confuso.
—¿Ves esta foto? —añade ella. Paul la mira y asiente. —Con lo hábil que eres, ¿no conseguirías hacer que parezca delgada? Podrías retocar con aerógrafo la papada y sombrear las mejillas...
Paul sonríe.
—Lo haré por ti, Geraldine. ¿Para cuándo la quieres?
—Bueno —dice ella, mirándolo con sus enormes ojos azules. —No puedes hacerlo ahora, ¿verdad?
Paul suspira alegremente, todo con tal de retener a Geraldine a su lado, y se sienta y escanea la foto de Jemima. La foto aparece en la pantalla, y Paul, con unos pocos clics de ratón, sombrea la papada.
—Es asombroso. —Geraldine ahoga un grito de admiración. —¿Puedes hacer algo con sus mejillas?
Paul estrecha la cara y luego escoge el mismo tono exacto de piel. Con increíble precisión, sombrea las mejillas hasta que se le marcan los pómulos. Unos pómulos perfectos, preciosos. —Dios mío —dice, mirando fijamente la pantalla. —Dios mío —dice Geraldine mirando fijamente la pantalla. —Sería muy guapa si adelgazara. Mira esta cara, es asombrosa, quién lo hubiera dicho.
Por supuesto todos sabemos que Jemima sería guapa, pero Paul y Geraldine nunca se han parado a pensar qué aspecto tendría Jemima si estuviera delgada.
gracias por comentar!!
Las quiero
y sorry si las abandoné unos diítas...
Capítulo 24
¿Cómo se supone que puede trabajar una chica cuando se ha enamorado? No puede. No hago prácticamente nada el resto del día, a menos que flotar en el séptimo cielo lo consideréis trabajo. No obstante, logro hacer mis aburridas llamadas telefónicas —poner en remojo en Biotex la ropa interior grisácea antes de lavarla la dejará de nuevo blanca reluciente; nunca abras la puerta del horno mientras haces un soufflé; aclárate el pelo con una infusión de manzanilla para hacer resaltar los reflejos rubios— y cada vez que veo a Nick, me quedo ensimismada, fantaseando.
A las cinco menos veinticinco me acuerdo de Joe. Dijo que me enviaría un email y, aunque hay hombres más importantes en los que pensar, estoy tan aburrida que me conecto a internet para ver qué ha enviado.
Sí, justo a tiempo. En cuanto me conecto se oye una voz por los altavoces. «Tiene un mensaje nuevo en el buzón», dice con acento americano, y aparece una ventana con el dibujo de un sobre en el que se lee «1». Hago clic en la ventana y al cabo de unos segundos aparece el mensaje de Joe.
¡Hola, JJ!
He decidido enviarte esto justo después de hablar contigo, no he podido esperar hasta mañana, así que aquí tienes una pequeña sorpresa. Si pulsas «VER» verás una foto mía, me la hicieron hace un par de meses, de modo que es bastante reciente; no he cambiado mucho, solo me he cortado el pelo.
Estoy en la playa de Santa Mónica con mi perra, Pepe. Es una schnauzer y el verdadero amor de mi vida, pero hace poco tuve que enviarla a casa de mis padres porque no tengo tiempo para cuidar de ella. Espero que te guste lo que ves, y estoy impaciente porque me envíes una foto tuya. ¿Lo harás? Tienes que escanearla, pero estoy seguro de que sabrás hacerlo. Si puedes, chatea conmigo el viernes a la misma hora y ¡dime lo que piensas!
Espero que lo hayas pasado bien anoche, y que te portaras bien..., tienes que reservarte para mí (m).
Un fuerte abrazo,
BRAD
He decidido enviarte esto justo después de hablar contigo, no he podido esperar hasta mañana, así que aquí tienes una pequeña sorpresa. Si pulsas «VER» verás una foto mía, me la hicieron hace un par de meses, de modo que es bastante reciente; no he cambiado mucho, solo me he cortado el pelo.
Estoy en la playa de Santa Mónica con mi perra, Pepe. Es una schnauzer y el verdadero amor de mi vida, pero hace poco tuve que enviarla a casa de mis padres porque no tengo tiempo para cuidar de ella. Espero que te guste lo que ves, y estoy impaciente porque me envíes una foto tuya. ¿Lo harás? Tienes que escanearla, pero estoy seguro de que sabrás hacerlo. Si puedes, chatea conmigo el viernes a la misma hora y ¡dime lo que piensas!
Espero que lo hayas pasado bien anoche, y que te portaras bien..., tienes que reservarte para mí (m).
Un fuerte abrazo,
BRAD
Esto debería ser interesante. Desplazo el cursor hasta «VER» y hago clic. La carta de Joe desaparece y aparece en la pantalla el contorno de una foto. Solo el contorno, porque la foto tarda un rato. Primero se ven unas pocas líneas de cielo en la parte superior de la pantalla, luego el mar y por fin un pelo castaño y algo alborotado.
Estoy tan asombrada que contengo el aliento, y cuando aparece la fotografía entera en la pantalla, exhalo ruidosamente. Caray, es uno de los hombres más guapos que he visto en mi vida.
Está en cuclillas, con los ojos ligeramente entornados porque el sol le da en la cara. Tiene un brazo alrededor de la perra y la otra mano apoyada en la arena. Es castaño y de ojos entre verdes y miel y risueños, y está muy bronceado, y sus dientes, blancos, perfectos y con fundas, hacen que a su lado los de Nick parezcan los de una vieja arpía.
Va vestido con un polo verde y unos Levi's gastados, como dijo, y sus brazos son musculosos y fuertes, cubiertos de fino vello. Parece un anuncio del perfecto producto más fino de California. De hecho, resulta tan perfecto que por u instante no puedo por menos que preguntarme si no lo habrá recortado de una revista, pero parece una fotografía y el perro es exactamente como lo ha descrito. Jemima Jones, tu suerte está cambiando.
—Caramba —dice Geraldine, que se ha parado junto a Jemima. —¿Quién es ese?
—Joe. —No me molesto en volverme. Estoy demasiado ocupada empapándome de su increíble belleza.
—¿Quién es Joe?
—El tío con el que he estado chateando por internet.
—No sabía que chatearas con alguien.
—Sí. Lo conocí en el Café LA, ¿recuerdas el sitio que descubrimos?
Geraldine asiente.
—Es increíblemente guapo —dice. —Demasiado para ser verdad. ¿Cómo sabes que es él?
—No lo sé. Quiero decir que se describió a sí mismo, pero tengo que reconocer que parece demasiado perfecto. Aunque, por otra parte, es una fotografía, no un recorte de revista.
—¿Y qué va a pasar ahora? —pregunta Geraldine, que no acaba de creerse que, de toda la gente con la que Jemima podría haber chateado en el Café LA, haya escogido al que parece un dios.
—Es terrible —susurro horrorizada. —Quiere que le envíe una foto mía.
—Oh —dice Geraldine, que, por amable que sea, probablemente esté pensando que si Joe me viera nunca le gustaría. No dice nada más. No es necesario.
—Exacto. —Suspiro. —Oh.
—¿Por qué no cortas una foto de una revista? ¿Qué más da? Nunca lo sabrá.
Niego con la cabeza.
—No puedo hacerlo. Sé que seguramente nunca lo conoceré, pero no puedo ser tan mentirosa.
—¡Ya lo tengo! —grita Geraldine juntando las manos— Ya lo tengo, ya lo tengo.
—¿Qué?
—Hay una foto de ti en el archivo de imágenes, ¿verdad?
—Olvídalo, Geraldine. Esa foto es horrible, parezco un zepelín.
—No cuando yo haya terminado con ella —dice Geraldine sonriendo. —Mejor dicho, cuando Paul haya terminado con ella.
Paul trabaja en el departamento de diseño gráfico. Joven, tímido y agradable, toda la oficina sabe que está perdidamente enamorado de Geraldine. Paul es una de las pocas personas que me caen realmente bien. No es que lo conozca mucho, pero siempre está tranquilo y tiene tiempo para preguntarme cómo estoy mientras le gritan que diseñe páginas, ponga títulos o copie fotos con su Apple Mac. Paul es el que siempre diseña las tarjetas de despedida si alguien del Kilburn Herald es lo bastante afortunado para marcharse. En otras palabras, Paul, además de ser un chico muy agradable, es un genio.
—Llama al archivo —dice Geraldine— y pídeles que nos envíen tu foto.
Diez minutos después se acerca a mi escritorio un mensajero con un dosier en el que está mi horrible foto. La saco y me pongo enferma al ver mi triple papada y mis enormes y gruesas mejillas.
—No la mires aún —dice Geraldine, quitándomela de la mano. —Te la enseñaré luego.
Geraldine se va corriendo a cumplir con su misión. Rodea a Paul con sus brazos y le habla de un modo pueril que a él le hace derretirse.
—Necesito que me hagas un favor.
—Claro. —En este momento Paul le daría el mundo entero a Geraldine.
—Jemima necesita parecer delgada.
Paul se muestra confuso.
—¿Ves esta foto? —añade ella. Paul la mira y asiente. —Con lo hábil que eres, ¿no conseguirías hacer que parezca delgada? Podrías retocar con aerógrafo la papada y sombrear las mejillas...
Paul sonríe.
—Lo haré por ti, Geraldine. ¿Para cuándo la quieres?
—Bueno —dice ella, mirándolo con sus enormes ojos azules. —No puedes hacerlo ahora, ¿verdad?
Paul suspira alegremente, todo con tal de retener a Geraldine a su lado, y se sienta y escanea la foto de Jemima. La foto aparece en la pantalla, y Paul, con unos pocos clics de ratón, sombrea la papada.
—Es asombroso. —Geraldine ahoga un grito de admiración. —¿Puedes hacer algo con sus mejillas?
Paul estrecha la cara y luego escoge el mismo tono exacto de piel. Con increíble precisión, sombrea las mejillas hasta que se le marcan los pómulos. Unos pómulos perfectos, preciosos. —Dios mío —dice, mirando fijamente la pantalla. —Dios mío —dice Geraldine mirando fijamente la pantalla. —Sería muy guapa si adelgazara. Mira esta cara, es asombrosa, quién lo hubiera dicho.
Por supuesto todos sabemos que Jemima sería guapa, pero Paul y Geraldine nunca se han parado a pensar qué aspecto tendría Jemima si estuviera delgada.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Joe me cae demasiado bien :') ¡Es tan bello!
Y Jemima solo le miente :/
Por favor ...¡SIGUELAAAA PRONTOOO! :love:
Y Jemima solo le miente :/
Por favor ...¡SIGUELAAAA PRONTOOO! :love:
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 25
—Tiene el pelo un poco apagado. Ya sé que es castaño, pero ¿podrías ponerle unos cuantos reflejos rubios, darle algo de vida?
—¿Quien te crees que soy? —dice Paul entre risas, pero con unos pocos clics el cabello de Jemima tiene reflejos rubios dorados.
—¿Qué me dices del pintalabios? ¿Puedes cambiar su tono? Ese rojo es demasiado fuerte.
—¿Qué color quieres? —Paul hace aparecer una paleta de colores en la pantalla y Geraldine escoge un marrón rosado natural.
—¡Este! —dice señalando el pequeño cuadrado. —Este es el color.
La Jemima del ordenador está absolutamente despampanante, pero Geraldine sabe que no es suficiente.
—Espera —le dice a Paul. —Aún no hemos terminado. Enseguida vuelvo.
Regresa corriendo a su escritorio y desparrama rápidamente la pila de revistas ilustradas que amenazan con caerse hacia un lado. ¿Vogue? No, demasiado sofisticado. ¿Elle? No, demasiado pendiente de la moda. ¿Cosmopolitan? Perfecto.
Coge un ejemplar de Cosmopolitan y vuelve corriendo al lado de Paul, hojeando las páginas por el camino.
—¡Esta es la que queremos! —exclama, deteniéndose en una foto de una chica en bicicleta. Tiene la piel fresca y brillante, y el cuerpo enfundado en unos pantalones de licra de ciclista y una camiseta de lo más escueta. Su pelo es del mismo color que la Jemima del ordenador. Está de pie a horcajadas de una bicicleta, mirando a la cámara, con un pie en un pedal, inclinada hacia delante y riendo. No parece una modelo sino una chica excepcionalmente guapa un día de verano sorprendida por la cámara de un novio. —Sabes lo que voy a decir, ¿verdad? —dice Geraldine con una sonrisa.
—Sé lo que vas a decir. —Paul coge la foto de la chica de la bicicleta y la escanea.
Corta y pega. Hace clic y sombrea. Y allí está, Jemima Jones delgada y despampanante, a horcajadas de una bicicleta, con un pie en un pedal, un caluroso día de verano. Paul la graba en un disquete, imprime la fotografía y se la entrega a Geraldine. Tiene que admitir que ha hecho un trabajo asombroso.
—Eres un genio —dice Geraldine, dándole impulsivamente un beso en la mejilla.
—Y tú eres una mujer persuasiva. —Paul sonríe. —Ahora vete, que tengo trabajo que hacer.
Geraldine vuelve corriendo al escritorio de Jemima, que está hablando por el teléfono, y sin decir una palabra deja fotografía delante de ella.
—Disculpe —digo a la persona con quien hablo por teléfono, porque Geraldine está dando botes junto a mi escritorio y haciéndome muecas. —¿Puedo llamarle de nuevo? —Cuelgo y cojo la hoja de papel que Geraldine ha estado agitando delante de mi cara.
—¿ Y? —digo. —No quiero utilizar la foto de una modelo de revista, ya te lo he dicho.
—No es una modelo, idiota —dice Geraldine. —Eres tú —¿Qué quieres decir con que soy...? —Y mientras miro la fotografía y no puedo evitar abrir los ojos como platos con expresión de incredulidad y quedarme boquiabierta. —Dio mío —susurro. —Dios mío.
—Lo sé —dice Geraldine. —¿Verdad que eres guapa?
Asiento en silencio, demasiado azorada para hablar mientras recorro con el índice mis pómulos, mi barbilla con forma de corazón.
—¿Cómo? Quiero decir... ¿cuándo? ¿Cómo...?
—Lo ha hecho Paul —dice Geraldine, —de modo que no es obra mía en realidad. Yo solo le he pedido que añadiera los reflejos rubios y te cambiara el pintalabios, y he encontrado tu cuerpo. ¿Qué te parece?
—Nunca pensé... —Lo juro por Dios, nunca pensé que podría tener ese aspecto. No puedo apartar los ojos de la foto.
Quiero ampliarla y pegármela en la cara, enseñarle a la gente lo guapa que soy, enseñarle lo que hay debajo de mis carnes.
—Envíala, envíala —me anima Geraldine. —Está foto está más que a la altura de la de Joe. Envíala y veamos qué opina.
Geraldine se queda de pie a mi lado mientras vuelvo a conectarme y envío un email.
«Querido Brad. He recibido tu foto y eres perfecto, mejor dicho, eres demasiado perfecto para ser verdad. ¿Estás seguro de que no has recortado la foto de una revista?»
«De todos modos, he pedido a los de diseño gráfico que escaneen una foto mía que me sacaron...»
Miro a Geraldine.
—¿Cuándo digo que me la sacaron?
—Di que en verano. Que estabas montando en bici en Hyde Park con unos amigos.
—Está bien. —Sigo: «…en Hyde Park cuando fui con unos amigos este verano. Espero que te guste, no estoy todo lo bien que quisiera...» Sonrío a Geraldine, que me devuelve la sonrisa. «Esta noche vuelvo a salir, pero quedamos mañana (viernes) a la misma hora, en el mismo lugar. Cuídate, JJ.[b]»
—¿JJ? —pregunta Geraldine.
—Es como me llama. Jemima Jones.
—JJ. Me gusta. Creo que voy a empezar a llamarte JJ.
Pongo el disquete con mi foto en el ordenador, y hago clic en «[b]AGREGAR ARCHIVO», que está al final del email. Adjunto la foto a la carta y hago clic en «ENVIAR». Cuando aparece el mensaje confirmándome el envío, exhalo un suspiro de alivio y miro a Geraldine con remordimientos.
—¿No sería una pesadilla que quisiera conocerme?
—No seas tonta. Vive a miles de kilómetros, estás a salvo. Vamos a tomar una taza de té.
—¡Te ha telefoneado tu madre! —grita Sophie desde los confines de su habitación doble cuando llego a casa. —Ha dicho que la llames cuando llegues.
—¡Gracias! —grito hacia la escalera, y mientras me dirijo al salón agradezco no tener que hablar de trivialidades hoy. —Hola, mamá —digo cuando ella contesta en Hertfordshire con su aristocrática voz telefónica. —¿Cómo estás?
—Bien —responde. —¿Cómo estás tú?
—Bien. El trabajo va bien. Todo va bien.
—¿Y qué tal el régimen? ¿Has adelgazado? —Ya estamos.
—Sí, mamá. En las últimas dos semanas he perdido cuatro kilos y medio. —Por una vez no miento, y con suerte esto la tendrá contenta por el momento.
Sabía que era demasiado pedir.
—Cuidado —dice. —No te conviene perderlos demasiado deprisa o los recuperarás enseguida. ¿No te gustaría apuntar te a un club de adelgazamiento como yo?
Mi madre de joven era delgada y guapa. Era la belle de baile, o eso dice siempre, y sé por las viejas fotos en blanco negro que tenía algo especial. Antes de que se casara se parecía a Audrey Hepburn, con una belleza y una elegancia que revelaban su educación.
Empezó a engordar cuando mi padre la dejó, hace dieciséis años, y ahora que ha llegado a la mediana edad y al aburrimiento que esta conlleva, se ha hinchado como un globo; claro que, siendo como es, se niega a aceptarlo con filosofía y lo convierte en un maldito problema. Se ha apuntado a un club de adelgazamiento y hecho un nuevo círculo de amigas, todas ellas señoras gordas que comparten sus sueños de tener la barriga lisa y los muslos firmes, y ahora es lo único que espera con ilusión de la vida.
—De verdad que funciona, Jemima. La semana pasada perdí otro kilo y he hecho muchas amigas. Creo que te ayudaría.
—Está bien, mamá —digo cansinamente. —Intentaré encontrar uno por mi barrio. —Por supuesto, no pienso hacerlo, porque, por lo que a mí respecta, un club de adelgazamiento sería un auténtico infierno.
—Tiene el pelo un poco apagado. Ya sé que es castaño, pero ¿podrías ponerle unos cuantos reflejos rubios, darle algo de vida?
—¿Quien te crees que soy? —dice Paul entre risas, pero con unos pocos clics el cabello de Jemima tiene reflejos rubios dorados.
—¿Qué me dices del pintalabios? ¿Puedes cambiar su tono? Ese rojo es demasiado fuerte.
—¿Qué color quieres? —Paul hace aparecer una paleta de colores en la pantalla y Geraldine escoge un marrón rosado natural.
—¡Este! —dice señalando el pequeño cuadrado. —Este es el color.
La Jemima del ordenador está absolutamente despampanante, pero Geraldine sabe que no es suficiente.
—Espera —le dice a Paul. —Aún no hemos terminado. Enseguida vuelvo.
Regresa corriendo a su escritorio y desparrama rápidamente la pila de revistas ilustradas que amenazan con caerse hacia un lado. ¿Vogue? No, demasiado sofisticado. ¿Elle? No, demasiado pendiente de la moda. ¿Cosmopolitan? Perfecto.
Coge un ejemplar de Cosmopolitan y vuelve corriendo al lado de Paul, hojeando las páginas por el camino.
—¡Esta es la que queremos! —exclama, deteniéndose en una foto de una chica en bicicleta. Tiene la piel fresca y brillante, y el cuerpo enfundado en unos pantalones de licra de ciclista y una camiseta de lo más escueta. Su pelo es del mismo color que la Jemima del ordenador. Está de pie a horcajadas de una bicicleta, mirando a la cámara, con un pie en un pedal, inclinada hacia delante y riendo. No parece una modelo sino una chica excepcionalmente guapa un día de verano sorprendida por la cámara de un novio. —Sabes lo que voy a decir, ¿verdad? —dice Geraldine con una sonrisa.
—Sé lo que vas a decir. —Paul coge la foto de la chica de la bicicleta y la escanea.
Corta y pega. Hace clic y sombrea. Y allí está, Jemima Jones delgada y despampanante, a horcajadas de una bicicleta, con un pie en un pedal, un caluroso día de verano. Paul la graba en un disquete, imprime la fotografía y se la entrega a Geraldine. Tiene que admitir que ha hecho un trabajo asombroso.
—Eres un genio —dice Geraldine, dándole impulsivamente un beso en la mejilla.
—Y tú eres una mujer persuasiva. —Paul sonríe. —Ahora vete, que tengo trabajo que hacer.
Geraldine vuelve corriendo al escritorio de Jemima, que está hablando por el teléfono, y sin decir una palabra deja fotografía delante de ella.
—Disculpe —digo a la persona con quien hablo por teléfono, porque Geraldine está dando botes junto a mi escritorio y haciéndome muecas. —¿Puedo llamarle de nuevo? —Cuelgo y cojo la hoja de papel que Geraldine ha estado agitando delante de mi cara.
—¿ Y? —digo. —No quiero utilizar la foto de una modelo de revista, ya te lo he dicho.
—No es una modelo, idiota —dice Geraldine. —Eres tú —¿Qué quieres decir con que soy...? —Y mientras miro la fotografía y no puedo evitar abrir los ojos como platos con expresión de incredulidad y quedarme boquiabierta. —Dio mío —susurro. —Dios mío.
—Lo sé —dice Geraldine. —¿Verdad que eres guapa?
Asiento en silencio, demasiado azorada para hablar mientras recorro con el índice mis pómulos, mi barbilla con forma de corazón.
—¿Cómo? Quiero decir... ¿cuándo? ¿Cómo...?
—Lo ha hecho Paul —dice Geraldine, —de modo que no es obra mía en realidad. Yo solo le he pedido que añadiera los reflejos rubios y te cambiara el pintalabios, y he encontrado tu cuerpo. ¿Qué te parece?
—Nunca pensé... —Lo juro por Dios, nunca pensé que podría tener ese aspecto. No puedo apartar los ojos de la foto.
Quiero ampliarla y pegármela en la cara, enseñarle a la gente lo guapa que soy, enseñarle lo que hay debajo de mis carnes.
—Envíala, envíala —me anima Geraldine. —Está foto está más que a la altura de la de Joe. Envíala y veamos qué opina.
Geraldine se queda de pie a mi lado mientras vuelvo a conectarme y envío un email.
«Querido Brad. He recibido tu foto y eres perfecto, mejor dicho, eres demasiado perfecto para ser verdad. ¿Estás seguro de que no has recortado la foto de una revista?»
«De todos modos, he pedido a los de diseño gráfico que escaneen una foto mía que me sacaron...»
Miro a Geraldine.
—¿Cuándo digo que me la sacaron?
—Di que en verano. Que estabas montando en bici en Hyde Park con unos amigos.
—Está bien. —Sigo: «…en Hyde Park cuando fui con unos amigos este verano. Espero que te guste, no estoy todo lo bien que quisiera...» Sonrío a Geraldine, que me devuelve la sonrisa. «Esta noche vuelvo a salir, pero quedamos mañana (viernes) a la misma hora, en el mismo lugar. Cuídate, JJ.[b]»
—¿JJ? —pregunta Geraldine.
—Es como me llama. Jemima Jones.
—JJ. Me gusta. Creo que voy a empezar a llamarte JJ.
Pongo el disquete con mi foto en el ordenador, y hago clic en «[b]AGREGAR ARCHIVO», que está al final del email. Adjunto la foto a la carta y hago clic en «ENVIAR». Cuando aparece el mensaje confirmándome el envío, exhalo un suspiro de alivio y miro a Geraldine con remordimientos.
—¿No sería una pesadilla que quisiera conocerme?
—No seas tonta. Vive a miles de kilómetros, estás a salvo. Vamos a tomar una taza de té.
—¡Te ha telefoneado tu madre! —grita Sophie desde los confines de su habitación doble cuando llego a casa. —Ha dicho que la llames cuando llegues.
—¡Gracias! —grito hacia la escalera, y mientras me dirijo al salón agradezco no tener que hablar de trivialidades hoy. —Hola, mamá —digo cuando ella contesta en Hertfordshire con su aristocrática voz telefónica. —¿Cómo estás?
—Bien —responde. —¿Cómo estás tú?
—Bien. El trabajo va bien. Todo va bien.
—¿Y qué tal el régimen? ¿Has adelgazado? —Ya estamos.
—Sí, mamá. En las últimas dos semanas he perdido cuatro kilos y medio. —Por una vez no miento, y con suerte esto la tendrá contenta por el momento.
Sabía que era demasiado pedir.
—Cuidado —dice. —No te conviene perderlos demasiado deprisa o los recuperarás enseguida. ¿No te gustaría apuntar te a un club de adelgazamiento como yo?
Mi madre de joven era delgada y guapa. Era la belle de baile, o eso dice siempre, y sé por las viejas fotos en blanco negro que tenía algo especial. Antes de que se casara se parecía a Audrey Hepburn, con una belleza y una elegancia que revelaban su educación.
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