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Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
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Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
awww me encanto nick es tan tierno
jajajaj lo que le paso a sofi me mato de la risa
seguila!!!!
jajajaj lo que le paso a sofi me mato de la risa
seguila!!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Capítulo 39
Antes de echar un vistazo a JJ —porque Jemima Jones ahora solo existe de nombre, —es preciso que sepamos que desde la última vez que la vimos no ha parado en casa. Han pasado tres meses enteros y necesitamos estar prevenidos si queremos reconocerla, para que no creamos que Jemima Jones ha desaparecido sin dejar rastro.
Ha ido a trabajar, lo que ha sido muy deprimente sin Nick Williams, y ha asistido al gimnasio. Desde el fiasco de la fiesta de despedida de Nick ha hecho lo posible por evitar a sus compañeras de piso, y ha enterrado el dolor que le ha causado el que en todo este tiempo él no la haya llamado.
Se ha hecho cada vez más amiga de Geraldine, quien, dicho sea de paso, se toma muy en serio a Kevin Maxwell, y está pagando enormes facturas de teléfono para hablar con Joe, quien, a pesar de los muchos, muchísimos kilómetros de distancia a que se encuentra, está resultando ser la única luz de su vida.
Jemima ahora tiene la sensación de conocer bien a Joe. Le ha dedicado su tiempo, sus pensamientos y su energía, porque ya no tiene que reservarlos para el anteriormente mencionado Nick, quien ha desaparecido de su vida y reaparecido en la pantalla del televisor.
Joe se está volcando del mismo modo en Jemima, que no tardará en llamarse JJ a tiempo completo y preguntarse hasta qué punto puedes conocer a alguien a quien nunca has visto, hasta qué punto puedes intimar con alguien con quien te comunicas por internet, fax y teléfono, cómo sabes si es lo que dice ser.
Probablemente no importe. Después de todo, esas conversaciones son lo único que Jemima espera con ilusión, porque la comida ya no le ofrece el consuelo que antes le ofrecía, y Nick llamó tres veces el primer mes para contarle lo bien que lo estaba pasando y desde entonces no ha vuelvo a tener noticias de él.
Comida. Jemima está comiendo lo justo para tener energía para hacer ejercicio, ver cómo su piel recupera la tirante elasticidad, redescubrir huesos y músculos que no sabía que existiesen. Las primeras semanas que siguieron a la partida de Nick todavía tuvo ataques de ansiedad; necesitó toda su fuerza de voluntad para combatirlos, pero consiguió vencerlos, y ahora los atracones han pasado a la historia.
Jemima Jones, que la última vez que la vimos, en la fiesta, pesaba setenta kilos, pesa ahora cincuenta y cuatro. Ha perdido casi el peso de otra persona. Tiene exactamente el aspecto de la chica de la foto.
—No puedo creerlo —dice Geraldine de pie en la sala de estar al verla pasar zumbando por su lado en busca de su abrigo. —Caray, no puedo creerlo.
¿Puede alguno de nosotros, de hecho, creer que Jemima, nuestra querida Jemima Jones, sea capaz de ir zumbando a alguna parte?
—¿Creer el qué? —dice Jemima distraída, observando su viejo y enorme abrigo negro detrás del sofá. Se lo pone y se lo abrocha para entrar en calor, porque últimamente se ha vuelto friolera.
—Mírate —dice Geraldine. —Estás en los huesos.
—No seas absurda —dice Jemima. —No lo estoy, todavía me sobran kilos aquí. —Se agarra lo que le queda de grasa en los muslos y, creedme, no queda gran cosa.
—¿De qué hablas, por el amor de Dios? —dice Geraldine —Hazme caso, estás en los huesos. Tienes mi misma talla.
—Ojalá —dice Jemima, que en efecto tiene más o menos la misma talla que Geraldine, solo que aún es incapaz de creerlo. Sabe que tiene otro aspecto, sabe que se siente distinta, pero no está totalmente segura de cómo sentirse acerca de ello. —Bueno, ¿adónde vamos?
—De expedición —responde Geraldine en tono misterioso. —Hoy estás en mis manos y lo único que te hace falta llevar es el talonario.
—Oh, Dios mío —dice Jemima, nerviosa. —Si estás pensando en llevarme de compras olvídate de las tiendas de diseñadores. Este viaje a Los Ángeles me está aniquilando y estoy sin blanca.
—No te preocupes —la tranquiliza Geraldine. —¿Para qué crees que están las tarjetas de crédito?
—Lo sé. —Jemima suspira. —Pero estoy casi al límite de la mía y no sé cómo demonios voy a pagarla.
—Piensa con lógica, cariño —dice Geraldine. —Solo estamos aquí unos cien años, lo que, en el gran orden del Universo, no es nada, por lo tanto no hay nada realmente importante, y menos el dinero. De modo que ya pagarás cuando vuelvas.
—Yo no tengo unos padres ricos que me saquen de apuros, Geraldine. ¿Cómo voy a pagarlo con mi sueldo?
—Para empezar, Jemima, mis padres casi nunca me sacan de apuros. Y, de todas maneras, ¿en qué gastas el dinero? Antes no gastabas nada.
—Lo sé —gime Jemima, pensando en todos los restaurantes en los que nunca ha estado, la ropa que nunca se ha comprado, las vacaciones que nunca se ha tomado, —pero eso no es razón para ir a gastar todo ahora.
—No vamos a gastarlo todo —dice Geraldine—. No vamos a ir a Armani, aunque si vemos algo bonito me temo que tendremos que echar un vistazo. De todos modos, no puedes ir a Los Ángeles con tu ropa vieja. Para empezar, no es lo que Joe espera que lleve JJ, y en segundo lugar, aunque lo fuera, ahora te cuelga por todas partes. Te lo digo con toda la confianza y cariño, Jemima, pero, con franqueza, se te ve ridícula.
Jemima se mira la camiseta negra que le cuelga sobre su nuevo cuerpo, los pantalones de deporte que parecen bombachos de lo grandes que le van, y vuelve a levantar la vista, insegura.
—Está bien —concede. —Supongo que tienes razón. —Mira el techo. —Que Dios y el director de mi banco me perdonen. —Y salen por la puerta.
—La primera parada es Jeff —dice Geraldine, maniobrando el coche por las callejas de Kilburn y adentrándose en West Hampstead.
—¿Jeff?
—Mi peluquero.
—¿Por qué? —Empiezo a sentirme un poco nerviosa, porque mi pelo largo, después de todo, siempre ha sido uno de mis rasgos favoritos y, sí, confío en Geraldine, pero ¿confío tanto en ella?
Antes de echar un vistazo a JJ —porque Jemima Jones ahora solo existe de nombre, —es preciso que sepamos que desde la última vez que la vimos no ha parado en casa. Han pasado tres meses enteros y necesitamos estar prevenidos si queremos reconocerla, para que no creamos que Jemima Jones ha desaparecido sin dejar rastro.
Ha ido a trabajar, lo que ha sido muy deprimente sin Nick Williams, y ha asistido al gimnasio. Desde el fiasco de la fiesta de despedida de Nick ha hecho lo posible por evitar a sus compañeras de piso, y ha enterrado el dolor que le ha causado el que en todo este tiempo él no la haya llamado.
Se ha hecho cada vez más amiga de Geraldine, quien, dicho sea de paso, se toma muy en serio a Kevin Maxwell, y está pagando enormes facturas de teléfono para hablar con Joe, quien, a pesar de los muchos, muchísimos kilómetros de distancia a que se encuentra, está resultando ser la única luz de su vida.
Jemima ahora tiene la sensación de conocer bien a Joe. Le ha dedicado su tiempo, sus pensamientos y su energía, porque ya no tiene que reservarlos para el anteriormente mencionado Nick, quien ha desaparecido de su vida y reaparecido en la pantalla del televisor.
Joe se está volcando del mismo modo en Jemima, que no tardará en llamarse JJ a tiempo completo y preguntarse hasta qué punto puedes conocer a alguien a quien nunca has visto, hasta qué punto puedes intimar con alguien con quien te comunicas por internet, fax y teléfono, cómo sabes si es lo que dice ser.
Probablemente no importe. Después de todo, esas conversaciones son lo único que Jemima espera con ilusión, porque la comida ya no le ofrece el consuelo que antes le ofrecía, y Nick llamó tres veces el primer mes para contarle lo bien que lo estaba pasando y desde entonces no ha vuelvo a tener noticias de él.
Comida. Jemima está comiendo lo justo para tener energía para hacer ejercicio, ver cómo su piel recupera la tirante elasticidad, redescubrir huesos y músculos que no sabía que existiesen. Las primeras semanas que siguieron a la partida de Nick todavía tuvo ataques de ansiedad; necesitó toda su fuerza de voluntad para combatirlos, pero consiguió vencerlos, y ahora los atracones han pasado a la historia.
Jemima Jones, que la última vez que la vimos, en la fiesta, pesaba setenta kilos, pesa ahora cincuenta y cuatro. Ha perdido casi el peso de otra persona. Tiene exactamente el aspecto de la chica de la foto.
—No puedo creerlo —dice Geraldine de pie en la sala de estar al verla pasar zumbando por su lado en busca de su abrigo. —Caray, no puedo creerlo.
¿Puede alguno de nosotros, de hecho, creer que Jemima, nuestra querida Jemima Jones, sea capaz de ir zumbando a alguna parte?
—¿Creer el qué? —dice Jemima distraída, observando su viejo y enorme abrigo negro detrás del sofá. Se lo pone y se lo abrocha para entrar en calor, porque últimamente se ha vuelto friolera.
—Mírate —dice Geraldine. —Estás en los huesos.
—No seas absurda —dice Jemima. —No lo estoy, todavía me sobran kilos aquí. —Se agarra lo que le queda de grasa en los muslos y, creedme, no queda gran cosa.
—¿De qué hablas, por el amor de Dios? —dice Geraldine —Hazme caso, estás en los huesos. Tienes mi misma talla.
—Ojalá —dice Jemima, que en efecto tiene más o menos la misma talla que Geraldine, solo que aún es incapaz de creerlo. Sabe que tiene otro aspecto, sabe que se siente distinta, pero no está totalmente segura de cómo sentirse acerca de ello. —Bueno, ¿adónde vamos?
—De expedición —responde Geraldine en tono misterioso. —Hoy estás en mis manos y lo único que te hace falta llevar es el talonario.
—Oh, Dios mío —dice Jemima, nerviosa. —Si estás pensando en llevarme de compras olvídate de las tiendas de diseñadores. Este viaje a Los Ángeles me está aniquilando y estoy sin blanca.
—No te preocupes —la tranquiliza Geraldine. —¿Para qué crees que están las tarjetas de crédito?
—Lo sé. —Jemima suspira. —Pero estoy casi al límite de la mía y no sé cómo demonios voy a pagarla.
—Piensa con lógica, cariño —dice Geraldine. —Solo estamos aquí unos cien años, lo que, en el gran orden del Universo, no es nada, por lo tanto no hay nada realmente importante, y menos el dinero. De modo que ya pagarás cuando vuelvas.
—Yo no tengo unos padres ricos que me saquen de apuros, Geraldine. ¿Cómo voy a pagarlo con mi sueldo?
—Para empezar, Jemima, mis padres casi nunca me sacan de apuros. Y, de todas maneras, ¿en qué gastas el dinero? Antes no gastabas nada.
—Lo sé —gime Jemima, pensando en todos los restaurantes en los que nunca ha estado, la ropa que nunca se ha comprado, las vacaciones que nunca se ha tomado, —pero eso no es razón para ir a gastar todo ahora.
—No vamos a gastarlo todo —dice Geraldine—. No vamos a ir a Armani, aunque si vemos algo bonito me temo que tendremos que echar un vistazo. De todos modos, no puedes ir a Los Ángeles con tu ropa vieja. Para empezar, no es lo que Joe espera que lleve JJ, y en segundo lugar, aunque lo fuera, ahora te cuelga por todas partes. Te lo digo con toda la confianza y cariño, Jemima, pero, con franqueza, se te ve ridícula.
Jemima se mira la camiseta negra que le cuelga sobre su nuevo cuerpo, los pantalones de deporte que parecen bombachos de lo grandes que le van, y vuelve a levantar la vista, insegura.
—Está bien —concede. —Supongo que tienes razón. —Mira el techo. —Que Dios y el director de mi banco me perdonen. —Y salen por la puerta.
—La primera parada es Jeff —dice Geraldine, maniobrando el coche por las callejas de Kilburn y adentrándose en West Hampstead.
—¿Jeff?
—Mi peluquero.
—¿Por qué? —Empiezo a sentirme un poco nerviosa, porque mi pelo largo, después de todo, siempre ha sido uno de mis rasgos favoritos y, sí, confío en Geraldine, pero ¿confío tanto en ella?
Última edición por pinkiiland el Miér 16 Mayo 2012, 7:38 pm, editado 1 vez
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
aww, NIck estara tan ocupado que ya se olvido de Jemima??
espero que aunque quiera mucho a Geraldine, Jemima tome buenas decisiones
y de cierta forma estoy ansiosa de que conozca a joe!!
espero que aunque quiera mucho a Geraldine, Jemima tome buenas decisiones
y de cierta forma estoy ansiosa de que conozca a joe!!
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
He muerto. Quiero tener esa capacidad de perder peso. :affraid:
NICHOLAS :crybaby: ¡¿LA BESAS Y TE PIRAS?! Vaya un hombre...
Ya veo a JJ con Joseph... asfdajksghlasjd
Sigueeeeeeeeeee :)
Y siento haber tardado tanto... :( Pero los exámenes... :¬¬:
NICHOLAS :crybaby: ¡¿LA BESAS Y TE PIRAS?! Vaya un hombre...
Ya veo a JJ con Joseph... asfdajksghlasjd
Sigueeeeeeeeeee :)
Y siento haber tardado tanto... :( Pero los exámenes... :¬¬:
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
que triste nick ya no llama a jemina u.u
ahhh ya quiero que conozca a joe
me encanto
SEGUILA!!!!
ahhh ya quiero que conozca a joe
me encanto
SEGUILA!!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Aaaawww, Mery, no importa si no pasaste antes y yo también me sorprendo de cómo bajó de peso JJ, creo que solo pasará en ficción :(
y chicas, no se impacienten que ahora es que las cosas van a cambiar!
Capítulo 40
Geraldine saca un cigarrillo y lo enciende con el mechero del coche, luego me ofrece uno pero meneo la cabeza.
—No, gracias, lo he dejado.
—¿Lo has dejado? —Geraldine parece tan asombrada como impresionada.
—Sí. Joe odia el tabaco, de modo que supuse que era mejor dejarlo antes de ir allí.
Geraldine asiente.
—¿Y para que vamos a tu peluquero? —continúo.
—Jemima, ¿confías en mí? —pregunta Geraldine con un suspiro.
—Sí. —Con reservas, pero es verdad.
—¿Y crees que tengo buen gusto?
—Sin duda.
—¿Y crees que te haría hacer algo que no te gustara?
—No.
—Exacto. De modo que recuéstate y relájate, y deja que yo me haga cargo. Te prometo que al final del día no te reconocerás.
Así que guardo silencio y miro por la ventanilla, siguiendo con el pie el ritmo de la música que ha puesto Geraldine y tratando de no angustiarme ante la perspectiva de que un hombre desconocido llamado Jeff me desprenda de mi encantadora melena.
Nos detenemos por fin frente a una peluquería de Hampstead. Al mirar por la gran cristalera veo que hay mucha actividad, que los peluqueros y la clientela son igual de bien parecidos, y que no se trata de una peluquería corriente. Aun desde la calle se nota que es cara. Los espejos ante los que se acicalan los clientes cubren cada pared, pero entre ellos hay dos bonitos muebles redondos de anticuario, encima de los cuales hay jarrones de porcelana llenos de grandes lirios blancos. Hay unos enormes sofás de felpa colocados uno frente al otro, en los que se sienta la gente a esperar, hojeando revistas para tratar de dar con el corte perfecto antes de encontrarse con las tijeras.
Geraldine se acerca con resolución a un joven delgado y moreno, con el pelo brillante recogido en una coleta.
—¡Geraldine! —exclama él con profunda voz de barítono, apagando el secador y dando la espalda al cliente— ¿Cómo estás? —La besa en las mejillas; salta a la vista que Geraldine es su cliente favorita, que hace años que va allí.
—Te presento a Jemima —dice ella, mientras siento el impulso de escapar. —¿Te acuerdas de nuestra conversación por teléfono?
¿Conversación por teléfono? ¿Qué conversación? Jeff asiente.
—¿Qué crees? ¿Puedes hacerlo? ¿Quedará bien?
Jeff retrocede y me mira, luego me levanta el pelo, lo palpa y lo sopesa, pensativo.
—No quedará bien —dice tras una pausa. —Quedará increíble. Tienes toda la razón.
Geraldine le lanza una mirada de advertencia.
—No le digas lo que vas a hacer.
Jeff suspira.
—¿Te das cuenta de que eso no es ético, Geraldine? Solo puedo dejar de decírselo si ella está de acuerdo. —Por fin parece fijarse en mí y suspira dramáticamente mientras me dice: —Jemima, ¿tienes inconveniente en que te corte y te tiña el pelo siguiendo las instrucciones de Geraldine sin explicarte antes lo que voy a hacer? Dios, nunca había hecho esto —añade, sacudiendo la cabeza.
Qué diablos, pienso, y hago un gesto de asentimiento.
—No te preocupes, Jeff. Lo creas o no, confío en ella. —Pero no puedo evitar suplicarles que me den alguna pista.
—Está bien —dice Geraldine con un suspiro. —No voy a darte ninguna pista, solo voy a hacerte una pregunta: ¿quieres parecerte o no a tu foto?
Asiento.
—¿Te gusta o no el color de tu pelo en la foto? Asiento.
—Pues déjalo en manos de Jeff —añade. —Hace milagros.
—No voy a cortarte mucho —dice él, levantándome de nuevo el pelo. —Solo un par de dedos para eliminar las puntas abiertas, y creo... —Me pone unos mechones sobre la frente. —¿Qué te parecería un flequillo?
¿Tengo alguna opinión sobre flequillos? Miro a Geraldine, que asiente.
—Me parece bien —digo sonriendo.
Una hora después empiezo a pensármelo mejor. Examinando en el espejo mi cabeza galáctica —cubierta de cientos de trocitos de papel de plata, —me vuelvo hacia Geraldine y digo con tono severo:
—Será mejor que estés segura.
—Relájate, por el amor de Dios. —Ella se vuelve hacia Jeff y le pregunta cuánto calcula que tardará. —Muy bien —dice. —Volveré dentro de una hora.
Cuando Geraldine regresa a la peluquería pasa por el lado de Jemima, y al ver que se ha equivocado, se detiene y se lleva una mano a la boca.
¿Recordáis el pelo de Jemima, castaño desvaído y largo? Miradla ahora, observad lo que está mirando Geraldine, esa melena dorada en la que se refleja la luz mientras Jeff le da los últimos retoques.
Mirad con qué acierto se entremezclan los distintos tonos miel, ceniza y cobre para crear una cubierta de oro líquido, y fijaos en el modo en que le cubre los hombros y se le balancea al andar.
Contempladla más de cerca. Observad cómo el flequillo termina justo por encima de sus ojos verdes, cómo el color dorado hace resaltar el verde, cómo el flequillo realza la forma de corazón de su cara.
—Cielos —musita Jeff retrocediendo para contemplar su obra. —Estás guapísima, si se me permite decirlo.
—Cielos –susurra Geraldine cuando recupera por fin el habla. —Cielos —repite, porque no se le ocurre nada mejor que decir.
—Estoy horrible, ¿no? —No me he atrevido a mirarme en el espejo, me he limitado a enfrascarme en la lectura de una revista, y ahora no quiero mirar. Pero advierto por sus expresiones que no estoy horrible, de modo que levanto de mala gana la vista hacia mi imagen reflejada en el espejo y suelto un gritito de asombro. Y, por cursi que suene, no puedo evitar llevarme una mano a la cara, al pelo, al espejo, y casi sin pensar me encuentro susurrando: —¡Oh, Dios mío! —Y, volviéndome hacia Geraldine asombrada, añado: —Soy la mujer de la foto.
—No, no lo eres —dice ella estupefacta. —Eres mucho más guapa.
Geraldine insiste en pagar.
—Invito yo —dice, y cuando salimos no para de mirarme y de repetir lo guapa que estoy.
—¡Calla, Geraldine! —digo por fin cuando la cuarta persona que nos cruzamos se vuelve y nos mira con extrañeza. —¡Van a creer que eres mi amante lesbiana, por el amor de Dios!
—Perdona. —Geraldine reacciona, y las dos nos echamos a reír mientras ella tira de mí para llevarme a una boutique de una calle lateral.
Antes de entrar me vuelvo hacia ella.
—De verdad —digo, —no puedo creer todo lo que has hecho por mí. Todo lo que estás haciendo por mí. No sé cómo agradecértelo, en serio.
—¡Jemima! —exclama poniendo los ojos en blanco. —Es lo más emocionante que he hecho en mi vida. Es como la mayor transformación del mundo, y créeme, estoy sacando tanto como tú de esto. ¡Eres mi creación! —agrega con acento alemán.
Nos echamos de nuevo a reír y entramos.
—Bien —dice ella, haciéndose una composición de lugar. —El segundo paso es la ropa. Esto —añade, frotando entre los dedos la tela de mi camiseta —tiene que desaparecer.
¿Qué tiene de malo mi ropa holgada y cómoda?, me pregunto mientras empiezo a pasear distraída junto a las hileras de prendas perfectamente combinadas. Creía estar preparada para esto, el momento con que siempre he soñado, pero ¿y si no consigo tener el aspecto que he imaginado? Porque por mucho que quiera probar esta nueva imagen, me aterroriza seguir pareciendo un mamarracho.
y chicas, no se impacienten que ahora es que las cosas van a cambiar!
Capítulo 40
Geraldine saca un cigarrillo y lo enciende con el mechero del coche, luego me ofrece uno pero meneo la cabeza.
—No, gracias, lo he dejado.
—¿Lo has dejado? —Geraldine parece tan asombrada como impresionada.
—Sí. Joe odia el tabaco, de modo que supuse que era mejor dejarlo antes de ir allí.
Geraldine asiente.
—¿Y para que vamos a tu peluquero? —continúo.
—Jemima, ¿confías en mí? —pregunta Geraldine con un suspiro.
—Sí. —Con reservas, pero es verdad.
—¿Y crees que tengo buen gusto?
—Sin duda.
—¿Y crees que te haría hacer algo que no te gustara?
—No.
—Exacto. De modo que recuéstate y relájate, y deja que yo me haga cargo. Te prometo que al final del día no te reconocerás.
Así que guardo silencio y miro por la ventanilla, siguiendo con el pie el ritmo de la música que ha puesto Geraldine y tratando de no angustiarme ante la perspectiva de que un hombre desconocido llamado Jeff me desprenda de mi encantadora melena.
Nos detenemos por fin frente a una peluquería de Hampstead. Al mirar por la gran cristalera veo que hay mucha actividad, que los peluqueros y la clientela son igual de bien parecidos, y que no se trata de una peluquería corriente. Aun desde la calle se nota que es cara. Los espejos ante los que se acicalan los clientes cubren cada pared, pero entre ellos hay dos bonitos muebles redondos de anticuario, encima de los cuales hay jarrones de porcelana llenos de grandes lirios blancos. Hay unos enormes sofás de felpa colocados uno frente al otro, en los que se sienta la gente a esperar, hojeando revistas para tratar de dar con el corte perfecto antes de encontrarse con las tijeras.
Geraldine se acerca con resolución a un joven delgado y moreno, con el pelo brillante recogido en una coleta.
—¡Geraldine! —exclama él con profunda voz de barítono, apagando el secador y dando la espalda al cliente— ¿Cómo estás? —La besa en las mejillas; salta a la vista que Geraldine es su cliente favorita, que hace años que va allí.
—Te presento a Jemima —dice ella, mientras siento el impulso de escapar. —¿Te acuerdas de nuestra conversación por teléfono?
¿Conversación por teléfono? ¿Qué conversación? Jeff asiente.
—¿Qué crees? ¿Puedes hacerlo? ¿Quedará bien?
Jeff retrocede y me mira, luego me levanta el pelo, lo palpa y lo sopesa, pensativo.
—No quedará bien —dice tras una pausa. —Quedará increíble. Tienes toda la razón.
Geraldine le lanza una mirada de advertencia.
—No le digas lo que vas a hacer.
Jeff suspira.
—¿Te das cuenta de que eso no es ético, Geraldine? Solo puedo dejar de decírselo si ella está de acuerdo. —Por fin parece fijarse en mí y suspira dramáticamente mientras me dice: —Jemima, ¿tienes inconveniente en que te corte y te tiña el pelo siguiendo las instrucciones de Geraldine sin explicarte antes lo que voy a hacer? Dios, nunca había hecho esto —añade, sacudiendo la cabeza.
Qué diablos, pienso, y hago un gesto de asentimiento.
—No te preocupes, Jeff. Lo creas o no, confío en ella. —Pero no puedo evitar suplicarles que me den alguna pista.
—Está bien —dice Geraldine con un suspiro. —No voy a darte ninguna pista, solo voy a hacerte una pregunta: ¿quieres parecerte o no a tu foto?
Asiento.
—¿Te gusta o no el color de tu pelo en la foto? Asiento.
—Pues déjalo en manos de Jeff —añade. —Hace milagros.
—No voy a cortarte mucho —dice él, levantándome de nuevo el pelo. —Solo un par de dedos para eliminar las puntas abiertas, y creo... —Me pone unos mechones sobre la frente. —¿Qué te parecería un flequillo?
¿Tengo alguna opinión sobre flequillos? Miro a Geraldine, que asiente.
—Me parece bien —digo sonriendo.
Una hora después empiezo a pensármelo mejor. Examinando en el espejo mi cabeza galáctica —cubierta de cientos de trocitos de papel de plata, —me vuelvo hacia Geraldine y digo con tono severo:
—Será mejor que estés segura.
—Relájate, por el amor de Dios. —Ella se vuelve hacia Jeff y le pregunta cuánto calcula que tardará. —Muy bien —dice. —Volveré dentro de una hora.
Cuando Geraldine regresa a la peluquería pasa por el lado de Jemima, y al ver que se ha equivocado, se detiene y se lleva una mano a la boca.
¿Recordáis el pelo de Jemima, castaño desvaído y largo? Miradla ahora, observad lo que está mirando Geraldine, esa melena dorada en la que se refleja la luz mientras Jeff le da los últimos retoques.
Mirad con qué acierto se entremezclan los distintos tonos miel, ceniza y cobre para crear una cubierta de oro líquido, y fijaos en el modo en que le cubre los hombros y se le balancea al andar.
Contempladla más de cerca. Observad cómo el flequillo termina justo por encima de sus ojos verdes, cómo el color dorado hace resaltar el verde, cómo el flequillo realza la forma de corazón de su cara.
—Cielos —musita Jeff retrocediendo para contemplar su obra. —Estás guapísima, si se me permite decirlo.
—Cielos –susurra Geraldine cuando recupera por fin el habla. —Cielos —repite, porque no se le ocurre nada mejor que decir.
—Estoy horrible, ¿no? —No me he atrevido a mirarme en el espejo, me he limitado a enfrascarme en la lectura de una revista, y ahora no quiero mirar. Pero advierto por sus expresiones que no estoy horrible, de modo que levanto de mala gana la vista hacia mi imagen reflejada en el espejo y suelto un gritito de asombro. Y, por cursi que suene, no puedo evitar llevarme una mano a la cara, al pelo, al espejo, y casi sin pensar me encuentro susurrando: —¡Oh, Dios mío! —Y, volviéndome hacia Geraldine asombrada, añado: —Soy la mujer de la foto.
—No, no lo eres —dice ella estupefacta. —Eres mucho más guapa.
Geraldine insiste en pagar.
—Invito yo —dice, y cuando salimos no para de mirarme y de repetir lo guapa que estoy.
—¡Calla, Geraldine! —digo por fin cuando la cuarta persona que nos cruzamos se vuelve y nos mira con extrañeza. —¡Van a creer que eres mi amante lesbiana, por el amor de Dios!
—Perdona. —Geraldine reacciona, y las dos nos echamos a reír mientras ella tira de mí para llevarme a una boutique de una calle lateral.
Antes de entrar me vuelvo hacia ella.
—De verdad —digo, —no puedo creer todo lo que has hecho por mí. Todo lo que estás haciendo por mí. No sé cómo agradecértelo, en serio.
—¡Jemima! —exclama poniendo los ojos en blanco. —Es lo más emocionante que he hecho en mi vida. Es como la mayor transformación del mundo, y créeme, estoy sacando tanto como tú de esto. ¡Eres mi creación! —agrega con acento alemán.
Nos echamos de nuevo a reír y entramos.
—Bien —dice ella, haciéndose una composición de lugar. —El segundo paso es la ropa. Esto —añade, frotando entre los dedos la tela de mi camiseta —tiene que desaparecer.
¿Qué tiene de malo mi ropa holgada y cómoda?, me pregunto mientras empiezo a pasear distraída junto a las hileras de prendas perfectamente combinadas. Creía estar preparada para esto, el momento con que siempre he soñado, pero ¿y si no consigo tener el aspecto que he imaginado? Porque por mucho que quiera probar esta nueva imagen, me aterroriza seguir pareciendo un mamarracho.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Awww, Geraldine es un amor!!! [Tienes que estar registrado y conectado para ver esa imagen]
Me alegro tanto por Jemima (:
ansio por saber que pasa en la vida de Nick!!
Me alegro tanto por Jemima (:
ansio por saber que pasa en la vida de Nick!!
Nick_is_infatuation
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
ahhhhhh!!! ya me imagino como quederia jemina
awww Geraldine es una gran amiga
me encanto
seguila!!!
awww Geraldine es una gran amiga
me encanto
seguila!!!
Let's Go
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
amo esta novela!, lo repito 100000 de veces!!!
cami23593
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Oh Dios, ¡Que bella es Geraldine! Se ha comportado de maravilla con Jemima. Y me alegro que ella este siguiendo adelante con su vida y que haya logrado su meta :') Muero por ver que tal las cosas con Joe, pero sobre todo, muero porque Nick y ella se vuelvan a encontrar, jjajajajaja :D Siguelaaaaa! AMO ESTA NOVEEEEEEEEE
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
¡INJUSTICIA! ¿En serio que no me puedes meter en la novela? :crybaby:
Quiero adelgazar asíiiiiiii. :(
JJ SALE A LA LUUUUUUUUUZ :D :D :D :D
Siguela o el gatito muere
Quiero adelgazar asíiiiiiii. :(
JJ SALE A LA LUUUUUUUUUZ :D :D :D :D
Siguela o el gatito muere
..Meryy..
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
amo amo amo esta novela, lo juro, decir que es INCREIBLE se queda corto!, seguila, estoy esperando ansiosa por mas capitulos! :)
besossssssss
besossssssss
cami23593
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
Chicas quería dejarlas esperando más tiempo pero no soy tan cruel (:
aquí les dejo un capi bastante larguito!
Difruténlo y... ¿se dieron cuenta quién se ha "enamorado" de Jemima?
Lástima que no estaba esa personita que queremos con él.
Gracias por comentar!!
Capítulo 41
Sin embargo, algo extraño empieza a sucederme mientras sigo inhalando esas extrañas texturas y colores, y de pronto me estoy muriendo de ganas de probármelo y quedármelo todo. De pronto comprendo a qué se debe tanto revuelo. Ahora comprendo por qué Geraldine viste tan bien. ¿Queréis saber por qué? Porque puede. Y por primera vez en mi vida yo también puedo.
Sigo mirando, disfrutando de cada textura, cada color. El negro se disuelve en marrón chocolate, en beige, y finalmente en crema, con un toque de azul oscuro por si acaso. Veo unos bonitos pantalones y, sin hacer caso a Geraldine, que está apilando en los brazos de la dependienta ropa para mí, me voy a los probadores.
—¿Qué te parecen? —pregunto a Geraldine, extrañada de que los pantalones me vayan un poco grandes y sujetándomelos por la cinturilla para que caigan mejor.
—Te van demasiado grandes, querida. ¿De qué talla son? Iré a buscarte una talla menos.
—La 42 —digo. ¡Oh, Dios mío, no es posible que tenga menos que la talla 42!
—Pruébate estos —dice la dependienta, pasándome los mismos pantalones pero de una talla menor. —Creo que la 38 te ira mejor.
Quepo en los pantalones. Quepo en la bonita americana entallada. Quepo en las minifaldas. Quepo en las ceñidas camisetas de seda y, lo que es aún más importante, en los escuetos trajes negros. Los zapatos de ante beige me quedan bien. Las botas de cuero blando me quedan bien. Y, lo que viene más al caso, yo quedo bien. Y no puedo creer que la mujer elegante y sofisticada que sonríe de oreja a oreja en el espejo sea yo. ¡Yo! ¡Jemima Jones! Una vez más me quedo sin habla.
—Ahora sí que estás preparada para ir a Los Ángeles —dice Geraldine triunfal mientras meto la mano en el bolso en busca de la cartera, tratando de no desmayarme ante la extraordinaria cantidad de dinero que estoy a punto de pagar. ¿Y qué? Es una experiencia única en la vida. Esta ropa me durará siempre y, a fin de cuentas, es lo que Joe espera que lleve.
—Vamos a tomar un café. ¡Las compras y la peluquería me han dejado agotada!
Geraldine me coge del brazo y bajamos por High Street dos rubias delgadas (¡delgadas!) y cargadas de fabulosas mercancías.
—Mira —me susurra cuando un veloz deportivo rojo se une a la caravana de coches, paralelo a nosotras.
—¿Qué? —susurro a mi vez.
—Mira dentro de ese deportivo.
Lo hago, y sentado en el asiento del conductor veo a un hombre moreno y de ojos azules, muy guapo. Me examina con frialdad, sosteniéndome la mirada, luego baja la vista hacia mi ropa nueva —porque, lo siento, pero no he podido resistirme, tenía que ponerme ahora mismo estos preciosos pantalones— para volver a clavarla en mi mirada. Y sé lo que esas miradas significan, las he visto en una infinidad de películas de Hollywood. ¡Esa mirada significa que le gusto! ¡Le gusto yo, Jemima Jones!
Cuando los coches vuelven a ponerse en movimiento él le dedica una sonrisa pesarosa por no poder hablar con ella, que es lo que solo puede describir como toda una belleza. Se aleja y la mira por el retrovisor. Es guapísima esa mujer, se dice subiendo el volumen de la música. Luego coge el móvil y llama a su mejor amigo. «¿Nick? Soy Rich. Acabo de enamorarme.»
—¿Lo has visto? ¿Lo has visto? —Si Geraldine no estuviera saliendo con Kevin Maxwell, se moriría de envidia, pero dadas las circunstancias está loca de alegría. —¡Le has gustado, le has gustado! —exclama. —¡Y era guapísimo!
Jemima está aturdida. Nunca la ha mirado así un hombre con ese físico; de hecho, si ha de ser sincera, nunca lo ha hecho ningún hombre. Jemima no olvidará esa mirada, no durante mucho tiempo, porque esa mirada le ha confirmado por fin lo que ha descubierto esta tarde. Jemima Jones es guapa, y delgada, y rubia, y, gracias a la ayuda de Geraldine, también chic, elegante y sofisticada, aunque hay que reconocer que aún no ha acabado de darse cuenta de ello.
—¡Mimey! —grita Lisa en cuanto Jemima abre la puerta de su casa y deja las bolsas en el vestíbulo. —Ha telefoneado tu madre.
—Gracias, ya la llamaré —responde Jemima subiendo la escalera y abriendo de un empujón la puerta de la sala de estar. —¡Caray! —exclama Lisa.
—¡Dios mío! —dice Sophie. Y las dos se quedan sentadas en sus respectivos sofás, boquiabiertas.
—¿Y bien? —dice Jemima, meneando levemente la cabeza. —¿Qué os parece?
—Es... —Lisa se interrumpe.
—Sencillamente... —Sophie se interrumpe.
Las dos están mudas de envidia, disfuncionales de incredulidad. Hasta ahora habían registrado vagamente que Jemina estaba adelgazando, pero ¿y qué? Estar delgada no te convierte automáticamente en guapa, y Jemima nunca ha sido una amenaza para ellas. Pero de pie en la puerta de la sala de estar, con sus nuevos pantalones tipo sastre y sus discretos zapatos marrones, Jemima Jones tiene exactamente el aspecto de la clase de mujer que Sophie y Lisa siempre han tratado de ser. Solo que ellas nunca lo han conseguido. Siempre se han comprado las joyas, los zapatos o el maquillaje que no debían. Siempre han tenido un aspecto glamouroso, pero ninguna de las dos posee un ápice de clase. De pie en el umbral envuelta en una bruma de dorado, beige y crema, Jemima es la viva imagen de la belleza.
—Está bien —dice Lisa por fin.
—Te sienta bien —dice Sophie por fin, y las dos esconden la cabeza en sus respectivas revistas mientras Jemima se siente bajar poco a poco de las nubes. ¿No podrían ser amables, solo por una vez?, piensa. ¿No podrían haberle dicho que está fantástica, solo para hacerle sentir bien?
Se queda allí unos momentos, luego se encamina hacia la cocina para llamar a su madre y al salir de la habitación ya las oye susurrar. Se detiene un segundo, aguza el oído y alcanza a oír el final de uno de los susurros de Sophie.
—... Seguro que se vuelve a engordar.
Y luego oye a Lisa.
—... Ser rubia no te hace dejar de ser una perdedora.
En los viejos tiempos Jemima habría ido a su habitación y se habría comido un paquete de galletas para consolarse, pero las cosas han cambiado, y advierte la envidia que hay detrás de esos comentarios maliciosos. Brujas, se apresura a decirse antes de enfadarse. Ellas no cuentan. Y entra en la cocina.
—¿Mamá? Hola, soy yo.
—¡Hola! ¿Cómo estás, querida?
—Estoy bien. Acabo de volver de la peluquería.
—Nada demasiado drástico, espero.
—Casi no me lo he cortado, pero me he hecho reflejos. —Es inútil decirle que me he teñido de rubio, solo lo desaprobaría y me llamaría vulgar.
—No te habrás teñido de rubia, Jemima, ¿verdad?
—No, mamá. Solo reflejos.
—Espero que no sea vulgar. Siempre he creído que los reflejos rubios pueden hacer que parezcas vulgar.
—No, mamá. —Miro el techo. —No parezco vulgar.
—Hummm. Bueno, ¿y qué tal el régimen?
Sonrío, porque al menos sé que ahora se alegrará conmigo, tiene que hacerlo, me he convertido en la hija que siempre ha querido.
—No lo creerás, mamá. ¡Peso cincuenta y tres kilos y medio! —Se produce un silencio al otro lado de la línea. —¿Mamá? —Seguro que no encuentra nada negativo que decir sobre esto. Pero he llegado a conocer bien ese silencio. Significa desaprobación.
—Eso es demasiado poco, Jemima —dice al fin, beligerante. —Debes de parecer un espantapájaros.
—Tengo buen aspecto —digo, arrepintiéndome al instante de haberla llamado.
—Espero que estés comiendo lo suficiente —dice mientras pongo los ojos en blanco. Sabe Dios que lo he intentado, quiero decir que he conseguido lo que ella siempre ha deseado, pero no, sigue sin ser suficiente, y de pronto me doy cuenta de que, por alguna razón, nunca seré lo bastante buena para ella. Nunca conseguiré que se sienta contenta. Siempre estaré demasiado gorda o demasiado delgada. No hay término medio. Nada de lo que haga la complacerá jamás.
—Sí, mamá. ¿Y qué tal tú? ¿Has vuelto a salir con tus amigas del club de adelgazamiento?
—¡Oh, sí! —responde entre risas, encantada de tener la oportunidad de hablar de sí misma. — Jacqui… ¿recuerdas que te hable de ella? Bueno, pues Jacqui va a casarse y el sábado por la noche es su despedida de soltera. ¡Vamos a ir a club nocturno! ¿Me imaginas en un club nocturno? Me permití... —Desconecto mientras mi madre me cuenta su pequeña anécdota, luego me despido y subo a mi habitación.
Me siento delante del tocador y me maquillo, imitando la manera en que Geraldine me maquilló para la fiesta de despedida de Nick, y aunque ya debería haberme acostumbrado ello, todavía no puedo creer que sea yo, que la mujer que me mira desde el espejo sea Jemima Jones.
Después cepillo mi largo pelo rubio, observando cómo las luces del techo se reflejan en los mechones dorados, y finalmente me levanto, voy al cuarto de baño y sonrío de oreja a oreja frente al espejo de cuerpo entero con una mano seductora desde la cadera, aunque me siento totalmente ridícula en esa pose.
—Adiós, Jemima Jones —digo con firmeza, sin importarme si me oyen mis compañeras de piso. —Hola, JJ. —Y, riéndome, echo hacia atrás mi nueva melena y voy a telefonear a Joe.
aquí les dejo un capi bastante larguito!
Difruténlo y... ¿se dieron cuenta quién se ha "enamorado" de Jemima?
Lástima que no estaba esa personita que queremos con él.
Gracias por comentar!!
Capítulo 41
Sin embargo, algo extraño empieza a sucederme mientras sigo inhalando esas extrañas texturas y colores, y de pronto me estoy muriendo de ganas de probármelo y quedármelo todo. De pronto comprendo a qué se debe tanto revuelo. Ahora comprendo por qué Geraldine viste tan bien. ¿Queréis saber por qué? Porque puede. Y por primera vez en mi vida yo también puedo.
Sigo mirando, disfrutando de cada textura, cada color. El negro se disuelve en marrón chocolate, en beige, y finalmente en crema, con un toque de azul oscuro por si acaso. Veo unos bonitos pantalones y, sin hacer caso a Geraldine, que está apilando en los brazos de la dependienta ropa para mí, me voy a los probadores.
—¿Qué te parecen? —pregunto a Geraldine, extrañada de que los pantalones me vayan un poco grandes y sujetándomelos por la cinturilla para que caigan mejor.
—Te van demasiado grandes, querida. ¿De qué talla son? Iré a buscarte una talla menos.
—La 42 —digo. ¡Oh, Dios mío, no es posible que tenga menos que la talla 42!
—Pruébate estos —dice la dependienta, pasándome los mismos pantalones pero de una talla menor. —Creo que la 38 te ira mejor.
Quepo en los pantalones. Quepo en la bonita americana entallada. Quepo en las minifaldas. Quepo en las ceñidas camisetas de seda y, lo que es aún más importante, en los escuetos trajes negros. Los zapatos de ante beige me quedan bien. Las botas de cuero blando me quedan bien. Y, lo que viene más al caso, yo quedo bien. Y no puedo creer que la mujer elegante y sofisticada que sonríe de oreja a oreja en el espejo sea yo. ¡Yo! ¡Jemima Jones! Una vez más me quedo sin habla.
—Ahora sí que estás preparada para ir a Los Ángeles —dice Geraldine triunfal mientras meto la mano en el bolso en busca de la cartera, tratando de no desmayarme ante la extraordinaria cantidad de dinero que estoy a punto de pagar. ¿Y qué? Es una experiencia única en la vida. Esta ropa me durará siempre y, a fin de cuentas, es lo que Joe espera que lleve.
—Vamos a tomar un café. ¡Las compras y la peluquería me han dejado agotada!
Geraldine me coge del brazo y bajamos por High Street dos rubias delgadas (¡delgadas!) y cargadas de fabulosas mercancías.
—Mira —me susurra cuando un veloz deportivo rojo se une a la caravana de coches, paralelo a nosotras.
—¿Qué? —susurro a mi vez.
—Mira dentro de ese deportivo.
Lo hago, y sentado en el asiento del conductor veo a un hombre moreno y de ojos azules, muy guapo. Me examina con frialdad, sosteniéndome la mirada, luego baja la vista hacia mi ropa nueva —porque, lo siento, pero no he podido resistirme, tenía que ponerme ahora mismo estos preciosos pantalones— para volver a clavarla en mi mirada. Y sé lo que esas miradas significan, las he visto en una infinidad de películas de Hollywood. ¡Esa mirada significa que le gusto! ¡Le gusto yo, Jemima Jones!
Cuando los coches vuelven a ponerse en movimiento él le dedica una sonrisa pesarosa por no poder hablar con ella, que es lo que solo puede describir como toda una belleza. Se aleja y la mira por el retrovisor. Es guapísima esa mujer, se dice subiendo el volumen de la música. Luego coge el móvil y llama a su mejor amigo. «¿Nick? Soy Rich. Acabo de enamorarme.»
—¿Lo has visto? ¿Lo has visto? —Si Geraldine no estuviera saliendo con Kevin Maxwell, se moriría de envidia, pero dadas las circunstancias está loca de alegría. —¡Le has gustado, le has gustado! —exclama. —¡Y era guapísimo!
Jemima está aturdida. Nunca la ha mirado así un hombre con ese físico; de hecho, si ha de ser sincera, nunca lo ha hecho ningún hombre. Jemima no olvidará esa mirada, no durante mucho tiempo, porque esa mirada le ha confirmado por fin lo que ha descubierto esta tarde. Jemima Jones es guapa, y delgada, y rubia, y, gracias a la ayuda de Geraldine, también chic, elegante y sofisticada, aunque hay que reconocer que aún no ha acabado de darse cuenta de ello.
—¡Mimey! —grita Lisa en cuanto Jemima abre la puerta de su casa y deja las bolsas en el vestíbulo. —Ha telefoneado tu madre.
—Gracias, ya la llamaré —responde Jemima subiendo la escalera y abriendo de un empujón la puerta de la sala de estar. —¡Caray! —exclama Lisa.
—¡Dios mío! —dice Sophie. Y las dos se quedan sentadas en sus respectivos sofás, boquiabiertas.
—¿Y bien? —dice Jemima, meneando levemente la cabeza. —¿Qué os parece?
—Es... —Lisa se interrumpe.
—Sencillamente... —Sophie se interrumpe.
Las dos están mudas de envidia, disfuncionales de incredulidad. Hasta ahora habían registrado vagamente que Jemina estaba adelgazando, pero ¿y qué? Estar delgada no te convierte automáticamente en guapa, y Jemima nunca ha sido una amenaza para ellas. Pero de pie en la puerta de la sala de estar, con sus nuevos pantalones tipo sastre y sus discretos zapatos marrones, Jemima Jones tiene exactamente el aspecto de la clase de mujer que Sophie y Lisa siempre han tratado de ser. Solo que ellas nunca lo han conseguido. Siempre se han comprado las joyas, los zapatos o el maquillaje que no debían. Siempre han tenido un aspecto glamouroso, pero ninguna de las dos posee un ápice de clase. De pie en el umbral envuelta en una bruma de dorado, beige y crema, Jemima es la viva imagen de la belleza.
—Está bien —dice Lisa por fin.
—Te sienta bien —dice Sophie por fin, y las dos esconden la cabeza en sus respectivas revistas mientras Jemima se siente bajar poco a poco de las nubes. ¿No podrían ser amables, solo por una vez?, piensa. ¿No podrían haberle dicho que está fantástica, solo para hacerle sentir bien?
Se queda allí unos momentos, luego se encamina hacia la cocina para llamar a su madre y al salir de la habitación ya las oye susurrar. Se detiene un segundo, aguza el oído y alcanza a oír el final de uno de los susurros de Sophie.
—... Seguro que se vuelve a engordar.
Y luego oye a Lisa.
—... Ser rubia no te hace dejar de ser una perdedora.
En los viejos tiempos Jemima habría ido a su habitación y se habría comido un paquete de galletas para consolarse, pero las cosas han cambiado, y advierte la envidia que hay detrás de esos comentarios maliciosos. Brujas, se apresura a decirse antes de enfadarse. Ellas no cuentan. Y entra en la cocina.
—¿Mamá? Hola, soy yo.
—¡Hola! ¿Cómo estás, querida?
—Estoy bien. Acabo de volver de la peluquería.
—Nada demasiado drástico, espero.
—Casi no me lo he cortado, pero me he hecho reflejos. —Es inútil decirle que me he teñido de rubio, solo lo desaprobaría y me llamaría vulgar.
—No te habrás teñido de rubia, Jemima, ¿verdad?
—No, mamá. Solo reflejos.
—Espero que no sea vulgar. Siempre he creído que los reflejos rubios pueden hacer que parezcas vulgar.
—No, mamá. —Miro el techo. —No parezco vulgar.
—Hummm. Bueno, ¿y qué tal el régimen?
Sonrío, porque al menos sé que ahora se alegrará conmigo, tiene que hacerlo, me he convertido en la hija que siempre ha querido.
—No lo creerás, mamá. ¡Peso cincuenta y tres kilos y medio! —Se produce un silencio al otro lado de la línea. —¿Mamá? —Seguro que no encuentra nada negativo que decir sobre esto. Pero he llegado a conocer bien ese silencio. Significa desaprobación.
—Eso es demasiado poco, Jemima —dice al fin, beligerante. —Debes de parecer un espantapájaros.
—Tengo buen aspecto —digo, arrepintiéndome al instante de haberla llamado.
—Espero que estés comiendo lo suficiente —dice mientras pongo los ojos en blanco. Sabe Dios que lo he intentado, quiero decir que he conseguido lo que ella siempre ha deseado, pero no, sigue sin ser suficiente, y de pronto me doy cuenta de que, por alguna razón, nunca seré lo bastante buena para ella. Nunca conseguiré que se sienta contenta. Siempre estaré demasiado gorda o demasiado delgada. No hay término medio. Nada de lo que haga la complacerá jamás.
—Sí, mamá. ¿Y qué tal tú? ¿Has vuelto a salir con tus amigas del club de adelgazamiento?
—¡Oh, sí! —responde entre risas, encantada de tener la oportunidad de hablar de sí misma. — Jacqui… ¿recuerdas que te hable de ella? Bueno, pues Jacqui va a casarse y el sábado por la noche es su despedida de soltera. ¡Vamos a ir a club nocturno! ¿Me imaginas en un club nocturno? Me permití... —Desconecto mientras mi madre me cuenta su pequeña anécdota, luego me despido y subo a mi habitación.
Me siento delante del tocador y me maquillo, imitando la manera en que Geraldine me maquilló para la fiesta de despedida de Nick, y aunque ya debería haberme acostumbrado ello, todavía no puedo creer que sea yo, que la mujer que me mira desde el espejo sea Jemima Jones.
Después cepillo mi largo pelo rubio, observando cómo las luces del techo se reflejan en los mechones dorados, y finalmente me levanto, voy al cuarto de baño y sonrío de oreja a oreja frente al espejo de cuerpo entero con una mano seductora desde la cadera, aunque me siento totalmente ridícula en esa pose.
—Adiós, Jemima Jones —digo con firmeza, sin importarme si me oyen mis compañeras de piso. —Hola, JJ. —Y, riéndome, echo hacia atrás mi nueva melena y voy a telefonear a Joe.
Invitado
Invitado
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
No me extraña que Jemima siempre haya estado tan deprimida, entre Lisa, Sophie y su madre... ¡Por Dios! Pero me alegra que ella ya no le preste atención a esas cosas.
Oh Dios, Ruchard se fijó en ella :O
Porfavor TIENES que seguirlaaa :love:
Oh Dios, Ruchard se fijó en ella :O
Porfavor TIENES que seguirlaaa :love:
Dayi_JonasLove!*
Re: Los Patitos Feos También Besan (con Nick y Joe)
ME MUEEEEEEEEEEERO. HE MUERTO. AYUDA. JEMIMA JONES ESTÁ VOLVIÉNDOSE PERFECTA. MÁAAAAAAAAAATAME.
MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAADREEEEEEEEEEEEEEE MÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIA. :DDDDDDDD YO TAMBIÉN QUIERO :DDDD
MAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAADREEEEEEEEEEEEEEE MÍIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIA. :DDDDDDDD YO TAMBIÉN QUIERO :DDDD
..Meryy..
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