Vanilla twilight | Louis Tomlinson.

—Louis, si estás allí... ábreme, por favor.

Pero él ni siquiera podía moverse de donde se encontraba. Reconocía esa voz, la reconocía aún a pesar de todos estos años sin escucharla; reconocía su tono dulce y la manera en la que pronunciaba su nombre como si nunca aprendiera a decirlo correctamente. Era Helena.

Quería llorar, pero su orgullo no se lo permitió. Quería derrumbarse y caer al suelo, rompiendo la poca fuerza que ella le había dejado desde su inesperada partida, pero sabía que no tenía el tiempo suficiente para hacerlo.

—Raro, sé que estás allí, escucho tu respiración —murmuró ella—. Me odias ¿cierto? Por eso no quieres verme, porque me odias con todo tu corazón —suspiró—. Vamos, Louis, yo también me odio, pero sólo háblame, no me abras la puerta... sólo di algo, cualquier maldita cosa.

Las lágrimas comenzaron a recorrer rápidamente su rostro, haciendo que sus ojos verdes dejaran de brillar y se perdieran en la oscuridad. No había planeado que él no la quisiera ver, ni siquiera se lo había imaginado como una posibilidad, y ahora Louis la odiaba ¿cierto? La odiaba por ser tan estúpida y desperdiciar el tiempo en demasiadas tonterías.

Helena se cruzó de brazos, con las lágrimas resbalando lenta y dolorosamente por sus mejillas, intentando parecer lo más fuerte posible. Descolgó la mochila que llevaba en su espalda y la tiró a un lado, para después sentarse en el frió e incomodo suelo y recargar su cuerpo contra la puerta de la habitación de Louis, aclarando un poco su garganta para que su voz no se distorsionara con el llanto.

—¿Sabes? si no me hablas me quedaré toda la estúpida semana sentada aquí para que así tus vecinos me vean y sepan lo inhumano e insensible que eres, Louis Tomlinson —susurró, limpiando con la palma de su mano las lágrimas que al parecer nunca dejarían de salir de sus ojos—. No importa si me muero de hambre ¿captas? No me moveré de este sitio hasta que seas capaz de decirme cuanto me odias.

De repente, la puerta detrás de ella se abrió e hizo que su cuerpo cayera contra la suave y esponjosa alfombra que tapizaba el piso del apartamento de Louis. Helena soltó un pequeño grito, asustada por aquel inesperado cambio de posición.

—¿Siempre serás la misma terca de siempre, rara? —Preguntó Louis, agachándose y sentándose a un lado de ella—. Tú nunca cambias ¿cierto?

Helena sonrió y se incorporó hasta quedar sentada frente a él, mirando fijamente sus ojos azules, cobrándose todo el tiempo que tenía sin verlos.

Y así permanecieron un buen rato, observándose el uno al otro con atención, intentando de encontrar todos aquellos cambios que habían sufrido y todas aquellas cosas que seguían siendo exactamente lo mismo. El tiempo parecía no importar, ni siquiera las personas que pasaban frente a la puerta parecían valer algo. Sólo estaban ellos dos, viéndose con aquella curiosidad, con aquella añoranza, como si las fotografías que ambos tenían no sirvieran de nada y lo único que les quedaba era eso, mirarse.

Helena pareció regresar a la tierra y, sacudiendo la cabeza, se abalanzó bruscamente hacia Louis, dándole un fuerte abrazo con toda esa fuerza que había guardado los últimos meses exclusivamente para aquel momento. Escondió el rostro en su hombro y olfateó su perfume. Nada en él había cambiado, seguía siendo ese Louis que odiaba las cursilerías y todo lo que tuviera que ver con romance, seguía siendo aquel niño al que le gustaba esconderse adentro de la lavadora en los días fríos, protegiéndose de la nieve y del crudo invierno con su manta de superman.

Seguía siendo su Louis, de eso estaba segura.

—¿Qué haces aquí? —Preguntó.
—Deseaba verte, raro —Helena se alejó, lentamente—. Deseaba saber que había sido de ti, como te había tratado la vida. Si tenías hijos... quería conocer a tus hijos, Louis —rió, nerviosa—. Sólo quería... verte otra vez.
—No tengo hijos, pero si quieres puedo presentarte a mi gato —dijo él, incorporándose del suelo y ofreciéndole una mano para que hiciera lo mismo—. Se llama Golfo.
—¿Golfo? —Cuestionó ella y tomó su mano, impulsándose—. ¿Qué clase de nombre es ese?
—No preguntes eso cuando él esté presente —pidió—. Es algo sensible.

Helena ya estaba de pie frente a él, pero por alguna razón sus manos seguían entrelazadas, tan fuertemente que ni un maremoto podría separarlas. Louis no quería soltarla, no de nuevo, y ahora sería capaz de hacer todo lo que estuviera a su alcance para que ella no se fuera.

—Así que... tu gato Golfo es muy sensible ¿eh? —rió—. Algo muy lógico, raro, demasiado lógico para ser verdad.

Louis sonrió y se acercó un poco más a Helena, haciendo que los centímetros que los dividían desaparecieran y se esfumaran en la atmósfera.

—Te extrañé, pequeña —murmuró—. Te extrañé más de lo que piensas.

Y se acercó mucho más. Estaba a punto de besarla, estaba a punto de hacer lo que toda su vida soñó, lo que tanto esperó hacer cuando eran adolescentes, pero algo lo detuvo, algo que fue mucho más grande que sus anhelos y deseos. Una pizca de culpa comenzó a brotar en su corazón y después bajó hasta lograr crear un nudo en su estomago.

No podía besarla, no lo merecía.

Se separó con rapidez y ella sólo lo miró confundida, deseando que no lo hubiera hecho.

—¿Louis...?
—¿Así que dejaste Italia? —Interrumpió, caminando hacia la puerta del apartamento y cerrándola de golpe—. ¿Qué tal fue?

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—¿Sabes qué es lo peor de todo esto, Louis? —Susurró Helena—. Que no pude hacer nada para evitarlo.

Louis la miró y notó las indefensas lágrimas que comenzaban a brotar de sus ojos, brillando en la noche como diamantes adornando su rostro. No quería verla así, pero en ese momento las palabras correctas no lograban salir de su boca y se quedó mudo, viendo como el llanto de Helena comenzaba a mojar la colcha que cubría la cama.

—Yo tuve la culpa. Toda la maldita culpa ¿sabes? Si… hubiera salido más temprano de la escuela, si no me hubiera quedado a platicar con Susan después de clases… él todavía estaría aquí, a mi lado… —Suspiró—. Soy una mierda de persona.
—No lo eres. Tú no tienes la culpa de nada… eso simplemente pasó, no pudiste evitarlo ni aunque así lo quisieras.
—Claro que pude —confesó, con voz débil—. Yo podría haber llegado a tiempo y empujarlo para que ese estúpido camión no lo alcanzara, pude haberme puesto en su lugar, pude haberle gritado para que corriera de regreso… pero no lo hice. No hice nada y sólo me quedé allí, de pie, viendo como todo sucedía en cámara lenta.

Se acercó a ella y la abrazó. Se veía tan débil, tan vulnerable, tan… frágil. Como una hoja de papel en medio de la torrencial lluvia, volando a la deriva, tratando de ponerse a salvo.

—Tu hermano te amaba, yo soy testigo —murmuró, acariciando lentamente su cabeza—. Él nunca querría verte de esta manera.

Ella asintió con la cabeza y oculto el rostro en su pecho, tratando de desaparecer de la tierra. En ese momento Louis supo que Helena nunca volvería a ser la misma de antes, que, después de la partida de sus padres, la inesperada muerte de su hermano era aquella pieza clave que destrozaría su vida en los últimos años.

Y él nunca podría lograr detener aquel descenso.

ϕ Lipto (?)  en el idioma pudinesco eso significa "listo" c:
Espero que les haya gustado:B &, por si a alguien le interesa, subí otro fic $: es de Harry & se llama If these wings could fly<333
gracias por leer & comentar c: las amo.