"Once upon a time" (Louis Tomlinson y Lila Tyler)

Aún quedaban tres horas más de viaje y pasarlas con un Louis enojado e infantil que había decidido hacerme la ley del hielo no era lo más cómodo para un viaje tan largo, en especial si hacía frío y él se había quedado con la manta.
—Louis, ¿me prestas la manta, por favor? Tengo frío… —le pedí con amabilidad y con tacto, no quería que se enojara más de lo que estaba.
—Obvio que tienes frío si tu corazón en un témpano de hielo —me dijo abruptamente y se cubrió hasta las orejas con la manta.
—¡Dame esa manta, Tomlinson! —le grité más enojada, me puse de pie para tirarme sobre él y quitarle la manta, pero él me esquivó y caí sobre el asiento.
—¡Jamás! —exclamó y justo cuando me puse otra vez de pie y estaba lista para atacarlo, el tren frenó con un estruendoso chirrido y nos fuimos hacia el lado. Yo caí otra vez sobre el asiento, pero Louis no tuvo tanta suerte. Cayó hacia atrás y la puerta del compartimiento se abrió de golpe, él rebotó en el suelo con un sonido sordo y se quedó allí, inconsciente.
—¡Louis! —me acerqué a él y le revisé la cabeza, no tenía heridas ni nada, pero no recobraba el sentido. Lo arrastré dentro del compartimiento y lo recosté sobre el asiento, las piernas le colgaron de éste ya que era muy alto, pero lo acomodé e hice que cupiera para taparlo con la manta.
—Despierta, esto no es divertido —le susurraba, pensando que era una de sus cuantas bromas para hacerme enojar, pero no despertaba, ni siquiera sabía si seguía con vida— ¡Vamos, Louis, no te mueras!
Tomé su pulso y para mi alivio, seguía vivo. Pero sus latidos eran muy débiles y lentos y respiraba acompasadamente, como si durmiera desde hace horas.
Ni siquiera me había dado cuenta de que el tren se detuvo. Dejé bien resguardado a Louis con las maletas en el suelo, por si volvía a caer, y salí al pasillo donde me encontré con los otros pasajeros.
—¿Qué sucedió? —le pregunté a una mujer de vestido y de sombrero extraño.
Me miró asombrada, examinando mi cabello rosa. Abrió un poco la boca, pero recobró la compostura de inmediato.
—No lo sé, iré averiguar con alguien —me respondió.
No tenía caso pedir ayuda, no habían muchas posibilidades de que hubiera un médico en el tren que pudiera atender a Louis.
Me senté en el suelo y acaricié su cabello, esperando que reaccionara pronto.
—Eres un idiota, sólo tú puedes quedar inconsciente por una caída, debilucho —le dije, sabiendo que no me escucharía y que, por lo tanto, no reclamaría por tratarlo de ese modo.
—Estúpido, estúpido, a veces me dan ganas de golpearte por lo tierno que eres —era una gran oportunidad de decirle todas esas cosas que debí haber dicho cuando él se confesó.
Es que Louis no entendía que nosotros no estábamos destinados a estar juntos, toda esta mentira había sido para defender mi pellejo frente a la directora, nunca imaginé que llegaríamos tan lejos.
—Hasta dormido sigues siendo encantador —sonreí con lo último y revolví su cabello como si fuera un cachorro.
De pronto, la mujer del traje apareció por la puerta y me dijo:
—El tren tuvo una falla, tardarán dos horas en arreglarlo, así que tenemos mucho tiempo libre —le sonreí como agradecimiento por la información, pero en eso vio el cuerpo de Louis—¿Qué le sucedió?
—Se cayó cuando el tren frenó y ha estado inconsciente todo este rato —le dije, con la esperanza de que ella supiera como ayudar.
La mujer entró con dificultad, su cuerpo ocupaba todo el espacio de la puerta y era realmente baja, aunque con su sombrero extraño compensaba la altura.
—¿Se golpeó en la cabeza, cierto? ¿En qué lugar? —con mi mano acaricié la nuca de Louis y toda la parte de atrás de su cabeza, había sido un golpe fuerte, ya que nos tomó de improvisto.
—¿Se pondrá bien?
—Eso espero, es normal que tarde unos minutos en regresar. Lo que debes hacer ahora es cuidarlo y que no se muera por una hipotermia, está muy helado el día de hoy.
Miré a Louis y su insistencia en no entregarme la manta. Todo esto era mi culpa, si nunca le hubiese dicho que tenía frío, ahora él estaría despierto, enojado, pero despierto.
—Gracias por la ayuda —le dije a la mujer.
—Bueno, si necesitas algo, estaré en el compartimiento de al lado —asentí y la mujer se retiró.
Me quedé todo ese tiempo allí, tirada en el suelo acariciando el cabello de Louis a la espera de que despertara para gritarle por el susto que me hizo pasar. Pero al cabo de media hora, tenía el trasero congelado y quería ir al baño.
No tardé ni diez minutos, fui corriendo al baño en el último vagón del tren y como estaba congelado, lo hice lo más rápido posible. Después, me lavé las manos y volví corriendo, esperando que éstas no se congelaran en la carrera y por el agua fría del grifo.
Cuando abrí la puerta, esperaba encontrarme con Louis despierto y enojado, reclamando que por qué lo había dejado solo y que pudo haber muerto esos diez minutos. Sin embargo, seguía con los ojos cerrados y tan inmóvil como una estatua.
—¡Vamos, tienes que despertar, imbécil! —insultarlo al menos me tranquilizaba. Seguí cuidándolo durante una hora más, la mujer del traje vino otra vez para decirme que tardarían más de lo previsto ya que las vías estaban cubiertas de hielo.
Así estuve, se suponía que llegaríamos a almorzar a la escuela, pero ya había pasado la hora y tenía mucha hambre. No había pasado nadie vendiendo golosinas, seguro se acabaron antes de que llegaran a este vagón.
Así que me dediqué a observar a Louis y su semblante.
Era imposible que él se haya fijado en mí, es decir, ¿por qué yo?
—Te odio, ¿sabes? ¿Por qué tenías que decirme que el noviazgo falso podría ser verdadero? Sólo haces que me ilusione y eso no es justo, porque la que termina enamorada después soy yo, no tú. Tú te puedes ir después, seguir con tu vida perfecta de príncipe de cuentos de hadas, ¿y qué hay de mí cuando te aburras? Me convertiré en la bruja, en el enano o en una simple plebeya, mientras te tenga que observar bailando con la princesa en el gran castillo con todos los súbditos y la magia rodeándolos, con una hada madrina y los animalitos del bosque.
Había descargado todas las razones por las cuales había rechazado a Louis, por el miedo que tenía de sufrir.
—Wow, alguien leyó demasiadas historias cuando niña —escuché de repente.
Miré a Louis y tenía los ojos abiertos de par en par con una maldita sonrisa en su rostro. Se estaba riendo de mí.
—Dime que no escuchaste…
—Lo escuché todo… —me dijo. Sentí mis mejillas arder, era el colmo de la vergüenza—. Y déjame decirte una cosa… —me agarró del brazo y tiró de mí, casi chocamos nuestras cabezas, estábamos muy cerca el uno del otro. Apartó un mechón de cabello de mi oreja, y me susurró al oído—: Creo que deberías comenzar a tenerle un poco más de fé al “Vivieron felices para siempre”.
Quedé hipnotizada por sus palabras, ¿qué significaban? ¿Por qué las había dicho? ¿Acaso para confundirme más?
—No molestes, ¿quieres? Bastante tuve con el miedo que pasé al verte inconsciente todas estas horas.
Seguía sin apartarme, no podía porque aún me tenía sujeta y porque hacía frío, y Louis destilaba calor.
Él río sin importarle mi preocupación, al menos ya no se veía enojado, lo cual era un punto a mi favor.
Me iba a levantar del suelo, cuando el tren se puso en marcha con una sacudida abrupta, que me hizo caer hacia delante justo encima de Louis.
—¿Estás bien? —me apresuré en preguntarle, retirándome de su regazo y examinando cualquier lugar en el que pudo haber sido herido.
—Estoy de maravillas —me dijo, aún sin quitar su sonrisa.
—¿No que estabas enojado conmigo? —inquirí.
—¿Cómo podría estar enojado contigo? —me empujó y me sentó a su lado, donde me abrazó y nos tapó a ambos con la manta. Lo miré extrañada, tal vez el golpe le había hecho perder la memoria.
—Perdón, pero creí que yo tenía el corazón tan frío como un tempano de hielo.
—¿Qué? ¿Cómo se te ocurre? —de acuerdo, definitivamente el golpe había afectado a su cerebro. No podía estar de tan buen humor de la nada.
—Bien, Louis. Dime la verdad, ¿qué sucede aquí?
Él no dijo nada durante unos segundos, pero cuando abrió la boca para responder, una sonrisa se lo impidió y una risotada fue lo único que conseguí.
—¡Yo te gusto! ¡Lo escuché todo! ¡Tú me quieres! —exclamó entonces.
Petrificada, así quedé después de que pronunció esas palabras.
—Eso… eso no es cierto, en ningún momento dije que me gustabas —balbuceé. Pero Louis ya tenía esa mirada que significaba una sola cosa: no cambiaría de opinión. Ese chico era tan terco como una mula.
Así que suspiré, me incliné a su lado, le di un casto beso sobre su sonrisa y me recosté en su hombro.
—Sí, tienes razón, me gustas. Pero si se lo dices a medio mundo cuando nos bajemos del tren, conocerás a la bruja que llevo dentro.
—No me hagas reír. Las plebeyas no se pueden convertir en brujas… —iba a protestar, tampoco era agradable que me dijera plebeya frente a los demás, pero él me tapó la boca con su mano y me dijo—: Ellas sólo se transforman en princesas.