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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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"Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 3 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
Capitulo 4.
Joseph no estaba acostumbrado a disculparse por ser millonario. Y no iba a empezar ahora. Sobre todo, delante de una mujer que se teñía el pelo de naranja y se pintaba las uñas de negro. Y que tenía un cuerpo que empezaba a figurar entre sus sueños. Aunque en ese instante Joseph no estaba pensando en eso.
–¿Cuántos años tienes? –preguntó.
_____ parpadeó. Tenía unos ojos verde azulados asombrosos. A veces, cuando Joseph la sobresaltaba, parecían neblinosos y vulnerables. Nada propios de la chica de lengua afilada como una cuchilla y siempre a la última que _____ aparentaba ser.
–Veintitrés. ¿Por qué?
–Veintitrés. Eres muy joven para ser tan inflexible.
Ella se envaró y sus ojos dejaron de parecer neblinosos.
–¿Inflexible? –repitió, perpleja.
–Ese prejuicio contra los millonarios –contestó él arrastrando las palabras–. ¿Se puede saber qué te hemos hecho?
Ella entornó los ojos hasta convertirlos en ranuras.
–Darme trabajo –dijo literalmente–. Y ser un auténtico incordio.
Joseph se quedó pensativo.
–¿Eso es todo? ¿O es que algún magnate te dejó plantada hace tiempo y te estás tomando la revancha con los demás?
_____ dio un respingo. Por un instante, Joseph pensó que iba a ponerse a bailar una pequeña danza de guerra.
Pero no lo hizo. Apretó los dientes tan fuertemente que él vio cómo vibraba el músculo de su mandíbula.
–A mí nadie me deja plantada –dijo altivamente.
Joseph puso cara de escéptico.
–Mira –dijo _____–, hay dos tipos de millonario. Los que han tenido suerte. Que son un tostón. Y los que han trabajado para conseguir lo que tienen. Que están obsesionados. Profesionalmente, yo no tengo mucho que hacer con ninguno de los dos.
Joseph reflexionó sobre aquello. Había más verdad en sus palabras de lo que le gustaba admitir. Empezó a comprender que tal vez no ganara aquella batalla.
–¿Y personalmente? –murmuró con aquel cálido acento sureño que sabía la hacía estremecerse, por más que ella se resistiera.
_____ se estremeció. Y se detuvo. Y lo miró con enojo.
–Eso no es asunto tuyo –dijo en tono cortante.
Joseph le lanzó la mirada lenta e intensa, de pies a cabeza, que había hecho sudar frío a mujeres mucho más experimentadas que _____ di Perretti.
–¿Y si hago que lo sea? –ronroneó.
Ella lo miró a los ojos. No sudaba frío. Ni nada. Joseph tuvo la sensación de haber abierto la puerta de una inmensa cámara frigorífica.
–Entonces, me despido.
Él frunció los labios y dejó escapar un silbido mudo.
–Hablas en serio.
–Puedes creerlo –dijo _____, que de pronto parecía tener muchos más de veintitrés años.
Él se quedó callado un momento. Luego dijo bruscamente:
–Está bien. Tú ganas. Pero tienes que darle una oportunidad al coche. Ódiame todo lo que quieras… pero no odies el coche. De hecho, será mejor que vengas a que te lo presente.
* * *
Así fue como la llevó a su mansión en las riberas del Támesis, uno de los días más perfectos de la primavera. La visita no tuvo, sin embargo, el éxito que esperaba. Ella miró el paseo de cerezos en flor sin gran entusiasmo.
–¿No te gusta el campo?
–Nací en Milán, me crié en Glasglow. Lo más cerca que estuve del campo fue en Bolonia, cuando… –se interrumpió.
–¿Cuando qué? –preguntó él.
Pero _____ movió la cabeza de un lado a otro.
–¿Dónde está el coche?
Joseph se dio por vencido y la llevó a su taller.
Para su sorpresa, Molly no se quedó en la puerta para no mancharse el elegante traje gris de grasa y aceite. Curioseaba por las estanterías, recogía piezas de metal y las observaba detenidamente.
–¡Es como un decorado de Mad Max!
Joseph se sintió curiosamente dolido.
–Soy un inventor. ¿Qué esperabas?
–Esto no –ella lo miró con curiosidad–. Creía que el coche era el capricho de un ricachón –parecía tensa–. Te pido disculpas.
Él se rió.
–Bueno, soy el Profesor Chiflado en persona.
Y ella le sonrió. Le sonrió.
Súbita y cegadoramente. Sin reservas. Sin claroscuros. Joseph vio a la chiquilla curiosa que había sido y a la mujer competente en la que se había convertido. Vio buen humor y vulnerabilidad, inteligencia y soledad. Y pasión.
Y él lo quería todo. Lo deseaba tanto, que se quedó sin aliento.
–Está bien, lo has conseguido –dijo ella, riendo–. Te perdono por ser millonario. ¿Satisfecho?
“Ni en un millón de años”, se dijo Joseph para sus adentros.
Joseph no estaba acostumbrado a disculparse por ser millonario. Y no iba a empezar ahora. Sobre todo, delante de una mujer que se teñía el pelo de naranja y se pintaba las uñas de negro. Y que tenía un cuerpo que empezaba a figurar entre sus sueños. Aunque en ese instante Joseph no estaba pensando en eso.
–¿Cuántos años tienes? –preguntó.
_____ parpadeó. Tenía unos ojos verde azulados asombrosos. A veces, cuando Joseph la sobresaltaba, parecían neblinosos y vulnerables. Nada propios de la chica de lengua afilada como una cuchilla y siempre a la última que _____ aparentaba ser.
–Veintitrés. ¿Por qué?
–Veintitrés. Eres muy joven para ser tan inflexible.
Ella se envaró y sus ojos dejaron de parecer neblinosos.
–¿Inflexible? –repitió, perpleja.
–Ese prejuicio contra los millonarios –contestó él arrastrando las palabras–. ¿Se puede saber qué te hemos hecho?
Ella entornó los ojos hasta convertirlos en ranuras.
–Darme trabajo –dijo literalmente–. Y ser un auténtico incordio.
Joseph se quedó pensativo.
–¿Eso es todo? ¿O es que algún magnate te dejó plantada hace tiempo y te estás tomando la revancha con los demás?
_____ dio un respingo. Por un instante, Joseph pensó que iba a ponerse a bailar una pequeña danza de guerra.
Pero no lo hizo. Apretó los dientes tan fuertemente que él vio cómo vibraba el músculo de su mandíbula.
–A mí nadie me deja plantada –dijo altivamente.
Joseph puso cara de escéptico.
–Mira –dijo _____–, hay dos tipos de millonario. Los que han tenido suerte. Que son un tostón. Y los que han trabajado para conseguir lo que tienen. Que están obsesionados. Profesionalmente, yo no tengo mucho que hacer con ninguno de los dos.
Joseph reflexionó sobre aquello. Había más verdad en sus palabras de lo que le gustaba admitir. Empezó a comprender que tal vez no ganara aquella batalla.
–¿Y personalmente? –murmuró con aquel cálido acento sureño que sabía la hacía estremecerse, por más que ella se resistiera.
_____ se estremeció. Y se detuvo. Y lo miró con enojo.
–Eso no es asunto tuyo –dijo en tono cortante.
Joseph le lanzó la mirada lenta e intensa, de pies a cabeza, que había hecho sudar frío a mujeres mucho más experimentadas que _____ di Perretti.
–¿Y si hago que lo sea? –ronroneó.
Ella lo miró a los ojos. No sudaba frío. Ni nada. Joseph tuvo la sensación de haber abierto la puerta de una inmensa cámara frigorífica.
–Entonces, me despido.
Él frunció los labios y dejó escapar un silbido mudo.
–Hablas en serio.
–Puedes creerlo –dijo _____, que de pronto parecía tener muchos más de veintitrés años.
Él se quedó callado un momento. Luego dijo bruscamente:
–Está bien. Tú ganas. Pero tienes que darle una oportunidad al coche. Ódiame todo lo que quieras… pero no odies el coche. De hecho, será mejor que vengas a que te lo presente.
* * *
Así fue como la llevó a su mansión en las riberas del Támesis, uno de los días más perfectos de la primavera. La visita no tuvo, sin embargo, el éxito que esperaba. Ella miró el paseo de cerezos en flor sin gran entusiasmo.
–¿No te gusta el campo?
–Nací en Milán, me crié en Glasglow. Lo más cerca que estuve del campo fue en Bolonia, cuando… –se interrumpió.
–¿Cuando qué? –preguntó él.
Pero _____ movió la cabeza de un lado a otro.
–¿Dónde está el coche?
Joseph se dio por vencido y la llevó a su taller.
Para su sorpresa, Molly no se quedó en la puerta para no mancharse el elegante traje gris de grasa y aceite. Curioseaba por las estanterías, recogía piezas de metal y las observaba detenidamente.
–¡Es como un decorado de Mad Max!
Joseph se sintió curiosamente dolido.
–Soy un inventor. ¿Qué esperabas?
–Esto no –ella lo miró con curiosidad–. Creía que el coche era el capricho de un ricachón –parecía tensa–. Te pido disculpas.
Él se rió.
–Bueno, soy el Profesor Chiflado en persona.
Y ella le sonrió. Le sonrió.
Súbita y cegadoramente. Sin reservas. Sin claroscuros. Joseph vio a la chiquilla curiosa que había sido y a la mujer competente en la que se había convertido. Vio buen humor y vulnerabilidad, inteligencia y soledad. Y pasión.
Y él lo quería todo. Lo deseaba tanto, que se quedó sin aliento.
–Está bien, lo has conseguido –dijo ella, riendo–. Te perdono por ser millonario. ¿Satisfecho?
“Ni en un millón de años”, se dijo Joseph para sus adentros.
Nani Jonas
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
roxithap escribió:Me gusto mucho tu novela siguela pronto ya kiero leer más :-)
bienvenida :D
Nani Jonas
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
Ohhhh siiiii eso me agrada
La rayis empieza aceptar a Joe si si si si
Eso me hace feliz ahhhh
Plis vamos SIGUELA
Quiero CAP plis SIGUELA!!
La rayis empieza aceptar a Joe si si si si
Eso me hace feliz ahhhh
Plis vamos SIGUELA
Quiero CAP plis SIGUELA!!
Karli Jonas
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
ahhh que es lo que quiere Joe de la rayis???? la quiere a ella ???
u.u
siguelsa!!!
u.u
siguelsa!!!
jamileth
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
QUIERO CAP PLIS!!!
QUIERO CAP PLIS!!!
QUIERO CAP PLIS!!!
QUIERO CAP PLIS!!!
QUIERO CAP PLIS!!!
Karli Jonas
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
Siguela !
AMO TU NOVE !
Es , solo , I N C R E I B L E !
AMO TU NOVE !
Es , solo , I N C R E I B L E !
fernanda
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
lamento la tardansa aqi les dejo cap
Capitulo 5
Su armonía no duró. Un cliente de pesadilla era siempre un cliente de pesadilla. Llevaban menos de una hora de viaje cuando Molly se dio cuenta.
–Tu itinerario –le dijo Joseph. Circulaban por la autopista en su potente deportivo rojo. Él había cancelado los billetes de tren que ella había reservado–. He hecho unos cuantos cambios.
–¿Ah, sí? –preguntó _____ con frialdad.
–Sí, no me gusta alojarme en el centro de las ciudades. El tráfico no me deja dormir.
Ella miró sus anchos hombros y sus manos fuertes y relajadas, que descansaban sobre el volante.
–Ya veo que eres un manojo de nervios.
Él juntó las cejas, irritado.
–No. Si no queda más remedio, puedo soportarlo. Pero ¿para qué estar incómodo? He reservado habitaciones en hoteles rurales.
_____ suspiró.
–Pues no te dejarán dormir los búhos.
Él le lanzó una rápida mirada de soslayo.
–Estoy acostumbrado a los grillos de los pantanos de Luisiana –dijo con intensidad–. Es mucho más romántico, ¿no crees?
Ella miraba rígidamente de frente.
–El cliente eres tú –dijo secamente–. Haz lo que quieras.
–¿Para ti qué es romántico, _____ di Perretti? Dime con qué sueñas.
–Con dormir en mi propia cama –dijo ella, espoleada. Y enseguida pensó: “No debería hacer dicho eso”.
La atmósfera del coche no podría haber sido más sofocante ni aunque hubieran estado en el porche de una casa, en una de esas tórridas noches de verano de Luisiana. _____ sintió que se le erizaba la piel, llena de turbación, y pensó con desánimo: “¿Qué me está pasando?”.
Por fin él dijo:
–Eso podría arreglarse, chère –y ella advirtió una sonrisa en su voz.
Aquel hombre era puro sexo sobre ruedas. El solo hecho de ir sentada a su lado en un espacio tan reducido hacía que la tensión sexual fuera densa como la mantequilla. Sin embargo, Joseph no había dicho ni una sola cosa a la que _____ pudiera poner objeciones. Ni siquiera le había preguntado si tenía novio. Todos los clientes que habían coqueteado con ella le preguntaban si tenía novio.
Él dijo con indolencia:
–¿Vives sola?
_____ sabía que sólo pretendía trabar conversación, pero no por ello carecía de importancia. Había llegado a una especie de punto de no retorno en su programa de autocontrol. Se volvió bruscamente en el asiento del coche y lo miró con irritación.
–Oye, mira, yo no salgo con clientes –anunció tajantemente–. Y, de todos modos, aparte del asunto de los millonarios, odio los coches y los ordenadores. Tengo una vida social plena y satisfactoria y el cómo viva no es asunto tuyo.
La sonrisa de Joseph se hizo más amplia.
–Eso me parecía.
No se podía abofetear a un hombre que iba conduciendo, pensó _____ melancólicamente. Se hundió en el asiento y deseó que su pulso galopante se debiera únicamente a su enfado. Ningún hombre debía adivinar sus pensamientos tan claramente.
Y luego pensó: “Ninguno lo ha hecho hasta ahora”0.
Asombrada, sintió que su pulso se frenaba en seco.
Él preguntó, todavía con indolencia:
–¿Qué hacías en Bolonia?
–Estuve seis meses en la universidad –contestó ella. Estaba tan aturdida que ni siquiera pudo mentir, como solía.
“Tampoco se ha sentado nunca a mi lado un hombre que me haya hecho estremecerme de deseo con sólo reírse”.
–Fue un curso corto.
–No, nada de eso. Me escapé con una banda de rock –“qué más da que lo sepa. Quizás así deje de insistir”.
Pero él no le preguntó por la banda de rock.
–¿Y por qué en Bolonia?
–Mis abuelos viven allí. En Italia, se va a la universidad donde uno vive.
–¿Y no te gustó?
–Claro que sí. Estaba muy bien. Es una auténtica ciudad de estudiantes. Hay muchos clubes, bares estupendos, una música genial y librerías fantásticas.
–¿Y aun así te escapaste?
Sin darse cuenta, _____ había agarrado con fuerza las solapas de su pulcra chaqueta gris. Relajó los dedos cuidadosamente.
–Me enamoré.
Capitulo 5
Su armonía no duró. Un cliente de pesadilla era siempre un cliente de pesadilla. Llevaban menos de una hora de viaje cuando Molly se dio cuenta.
–Tu itinerario –le dijo Joseph. Circulaban por la autopista en su potente deportivo rojo. Él había cancelado los billetes de tren que ella había reservado–. He hecho unos cuantos cambios.
–¿Ah, sí? –preguntó _____ con frialdad.
–Sí, no me gusta alojarme en el centro de las ciudades. El tráfico no me deja dormir.
Ella miró sus anchos hombros y sus manos fuertes y relajadas, que descansaban sobre el volante.
–Ya veo que eres un manojo de nervios.
Él juntó las cejas, irritado.
–No. Si no queda más remedio, puedo soportarlo. Pero ¿para qué estar incómodo? He reservado habitaciones en hoteles rurales.
_____ suspiró.
–Pues no te dejarán dormir los búhos.
Él le lanzó una rápida mirada de soslayo.
–Estoy acostumbrado a los grillos de los pantanos de Luisiana –dijo con intensidad–. Es mucho más romántico, ¿no crees?
Ella miraba rígidamente de frente.
–El cliente eres tú –dijo secamente–. Haz lo que quieras.
–¿Para ti qué es romántico, _____ di Perretti? Dime con qué sueñas.
–Con dormir en mi propia cama –dijo ella, espoleada. Y enseguida pensó: “No debería hacer dicho eso”.
La atmósfera del coche no podría haber sido más sofocante ni aunque hubieran estado en el porche de una casa, en una de esas tórridas noches de verano de Luisiana. _____ sintió que se le erizaba la piel, llena de turbación, y pensó con desánimo: “¿Qué me está pasando?”.
Por fin él dijo:
–Eso podría arreglarse, chère –y ella advirtió una sonrisa en su voz.
Aquel hombre era puro sexo sobre ruedas. El solo hecho de ir sentada a su lado en un espacio tan reducido hacía que la tensión sexual fuera densa como la mantequilla. Sin embargo, Joseph no había dicho ni una sola cosa a la que _____ pudiera poner objeciones. Ni siquiera le había preguntado si tenía novio. Todos los clientes que habían coqueteado con ella le preguntaban si tenía novio.
Él dijo con indolencia:
–¿Vives sola?
_____ sabía que sólo pretendía trabar conversación, pero no por ello carecía de importancia. Había llegado a una especie de punto de no retorno en su programa de autocontrol. Se volvió bruscamente en el asiento del coche y lo miró con irritación.
–Oye, mira, yo no salgo con clientes –anunció tajantemente–. Y, de todos modos, aparte del asunto de los millonarios, odio los coches y los ordenadores. Tengo una vida social plena y satisfactoria y el cómo viva no es asunto tuyo.
La sonrisa de Joseph se hizo más amplia.
–Eso me parecía.
No se podía abofetear a un hombre que iba conduciendo, pensó _____ melancólicamente. Se hundió en el asiento y deseó que su pulso galopante se debiera únicamente a su enfado. Ningún hombre debía adivinar sus pensamientos tan claramente.
Y luego pensó: “Ninguno lo ha hecho hasta ahora”0.
Asombrada, sintió que su pulso se frenaba en seco.
Él preguntó, todavía con indolencia:
–¿Qué hacías en Bolonia?
–Estuve seis meses en la universidad –contestó ella. Estaba tan aturdida que ni siquiera pudo mentir, como solía.
“Tampoco se ha sentado nunca a mi lado un hombre que me haya hecho estremecerme de deseo con sólo reírse”.
–Fue un curso corto.
–No, nada de eso. Me escapé con una banda de rock –“qué más da que lo sepa. Quizás así deje de insistir”.
Pero él no le preguntó por la banda de rock.
–¿Y por qué en Bolonia?
–Mis abuelos viven allí. En Italia, se va a la universidad donde uno vive.
–¿Y no te gustó?
–Claro que sí. Estaba muy bien. Es una auténtica ciudad de estudiantes. Hay muchos clubes, bares estupendos, una música genial y librerías fantásticas.
–¿Y aun así te escapaste?
Sin darse cuenta, _____ había agarrado con fuerza las solapas de su pulcra chaqueta gris. Relajó los dedos cuidadosamente.
–Me enamoré.
Nani Jonas
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
Capitulo 6
–¿Sabes? –dijo Joseph al cabo de un momento–, tengo una teoría.
_____ luchó por ahuyentar el horror de sus recuerdos y procuró reponerse. A fin de cuentas, en un viaje largo había que hablar con el conductor, ¿no?
Así que intentó parecer interesada, incluso entusiasta.
–¿Ah, sí? ¿Qué clase de teoría?
–Que no tienes un problema con los millonarios. Tienes un problema con el amor.
–Ah –dijo Molly con una voz muy distinta.
–Crees que sólo es para los jóvenes y los idiotas.
Ella se quedó sin habla.
–Sólo es una hipótesis –añadió su torturador–. Habrá que hacer un estudio de campo.
Ella se quedó mirando fijamente el asfalto, que refulgía al sol de la primavera. Los coches se sucedían en fila a lo largo de la gran curva que había frente a ellos, como un collar de perlas desiguales con muchas vueltas.
“Concéntrate en los coches. No dejes que te afecte”.
–Ni lo sueñes –dijo a través de unos labios helados.
–Yo tenía razón. Eres muy suspicaz –Joseph parecía intrigado de nuevo.
–No, no lo soy. Pero no pienso discutir mi vida amorosa contigo.
–Me parece muy bien –contestó Joseph con odiosa amabilidad–. De todos modos, prefiero investigar por mi cuenta.
_____ bajó la cabeza teñida de color naranja y comenzó a darse rítmicamente golpes contra el salpicadero.
Joseph dejó escapar un sonido de preocupación.
–¿Te encuentras mal? ¿Quieres que paremos?
Ella dejó de darse golpes.
–¿Por qué a mí? –preguntó a los dioses.
–Bueno, la verdad es...
–Ni se te ocurre –replicó ella.
–¿El qué?
Los labios de _____ se deshelaron.
–Contestar. No digas nada en lo que queda de viaje. Eres el hombre más exasperante que he conocido nunca y ahora mismo preferiría estar en cualquier otra parte del mundo. Pero soy una profesional y durante los tres próximos días cumpliré con mi trabajo. Siempre y cuando no digas ni una palabra más.
Jospeh se echó a reír.
–Trato hecho.
Cumplió su palabra. Guardó silencio hasta que llegaron a Leeds.
Y, una vez allí, en el estudio de televisión, _____ comenzó a comprender exactamente qué clase de cliente de pesadilla tenía entre las manos.
Después de aquello, fue igual en todas partes. En cada programa de televisión, en cada emisora de radio. Siempre lo mismo. Ella escribía cuidadosamente un guión. Él lo ignoraba. Para las entrevistas por teléfono, ella preparaba los típicos cuestionarios. Incluso los revisaba por las noches, dependiendo de cómo hubiera ido el día. Pero, que ella supiera, Joseph ni siquiera los leía.
Joseph Jonas hacía las cosas a su modo.
Cierto, era bueno. Incluso bajo las luces de estudio, tan poco favorecedoras, seguía pareciendo un dios del averno. Y aquel encanto suyo, peligroso e indolente, traspasaba la cámara y clavaba sus colmillos. Incluso _____, que echaba humo, podía verlo.
Pero, al final, incluso la gente a la que Joseph cautivaba comenzaba a escuchar lo que decía. Y no era nada diplomático con la gente que llamaba. Era preciso, entusiasta y divertido. Y muy, muy descortés
Sentada en el despacho del director de una cadena de televisión local, el penúltimo día de su viaje, _____ dejó caer la cabeza entre las manos.
–Por favor, no dejes que diga eso –gimió.
–Crea polémica. Es bueno para los índices de audiencia –dijo un ayudante de producción, sonriendo–. Sobre todo, tratándose de un producto tan apetecible como éste.
–Se supone que tiene que convencer a alguien para que fabrique su coche, no desencadenar la Tercera Guerra Mundial.
El ayudante de producción prestó atención un momento a sus auriculares.
–Bien, los teléfonos están que arden. Tienes a toda a una celebridad en ciernes.
_____ dio un respingo como si se hubiera quemado. Menos mal que Joseph no estaba allí para verla, pensó. Habría olfateado algún misterio. Y desarrollado una de sus teorías. Y habría querido ponerla a prueba.
–Tengo más que una celebridad. Tengo un auténtico incordio.
Hablaba en serio. La cuestión era qué iba a hacer al respecto.
Disfrutenlos
–¿Sabes? –dijo Joseph al cabo de un momento–, tengo una teoría.
_____ luchó por ahuyentar el horror de sus recuerdos y procuró reponerse. A fin de cuentas, en un viaje largo había que hablar con el conductor, ¿no?
Así que intentó parecer interesada, incluso entusiasta.
–¿Ah, sí? ¿Qué clase de teoría?
–Que no tienes un problema con los millonarios. Tienes un problema con el amor.
–Ah –dijo Molly con una voz muy distinta.
–Crees que sólo es para los jóvenes y los idiotas.
Ella se quedó sin habla.
–Sólo es una hipótesis –añadió su torturador–. Habrá que hacer un estudio de campo.
Ella se quedó mirando fijamente el asfalto, que refulgía al sol de la primavera. Los coches se sucedían en fila a lo largo de la gran curva que había frente a ellos, como un collar de perlas desiguales con muchas vueltas.
“Concéntrate en los coches. No dejes que te afecte”.
–Ni lo sueñes –dijo a través de unos labios helados.
–Yo tenía razón. Eres muy suspicaz –Joseph parecía intrigado de nuevo.
–No, no lo soy. Pero no pienso discutir mi vida amorosa contigo.
–Me parece muy bien –contestó Joseph con odiosa amabilidad–. De todos modos, prefiero investigar por mi cuenta.
_____ bajó la cabeza teñida de color naranja y comenzó a darse rítmicamente golpes contra el salpicadero.
Joseph dejó escapar un sonido de preocupación.
–¿Te encuentras mal? ¿Quieres que paremos?
Ella dejó de darse golpes.
–¿Por qué a mí? –preguntó a los dioses.
–Bueno, la verdad es...
–Ni se te ocurre –replicó ella.
–¿El qué?
Los labios de _____ se deshelaron.
–Contestar. No digas nada en lo que queda de viaje. Eres el hombre más exasperante que he conocido nunca y ahora mismo preferiría estar en cualquier otra parte del mundo. Pero soy una profesional y durante los tres próximos días cumpliré con mi trabajo. Siempre y cuando no digas ni una palabra más.
Jospeh se echó a reír.
–Trato hecho.
Cumplió su palabra. Guardó silencio hasta que llegaron a Leeds.
Y, una vez allí, en el estudio de televisión, _____ comenzó a comprender exactamente qué clase de cliente de pesadilla tenía entre las manos.
Después de aquello, fue igual en todas partes. En cada programa de televisión, en cada emisora de radio. Siempre lo mismo. Ella escribía cuidadosamente un guión. Él lo ignoraba. Para las entrevistas por teléfono, ella preparaba los típicos cuestionarios. Incluso los revisaba por las noches, dependiendo de cómo hubiera ido el día. Pero, que ella supiera, Joseph ni siquiera los leía.
Joseph Jonas hacía las cosas a su modo.
Cierto, era bueno. Incluso bajo las luces de estudio, tan poco favorecedoras, seguía pareciendo un dios del averno. Y aquel encanto suyo, peligroso e indolente, traspasaba la cámara y clavaba sus colmillos. Incluso _____, que echaba humo, podía verlo.
Pero, al final, incluso la gente a la que Joseph cautivaba comenzaba a escuchar lo que decía. Y no era nada diplomático con la gente que llamaba. Era preciso, entusiasta y divertido. Y muy, muy descortés
Sentada en el despacho del director de una cadena de televisión local, el penúltimo día de su viaje, _____ dejó caer la cabeza entre las manos.
–Por favor, no dejes que diga eso –gimió.
–Crea polémica. Es bueno para los índices de audiencia –dijo un ayudante de producción, sonriendo–. Sobre todo, tratándose de un producto tan apetecible como éste.
–Se supone que tiene que convencer a alguien para que fabrique su coche, no desencadenar la Tercera Guerra Mundial.
El ayudante de producción prestó atención un momento a sus auriculares.
–Bien, los teléfonos están que arden. Tienes a toda a una celebridad en ciernes.
_____ dio un respingo como si se hubiera quemado. Menos mal que Joseph no estaba allí para verla, pensó. Habría olfateado algún misterio. Y desarrollado una de sus teorías. Y habría querido ponerla a prueba.
–Tengo más que una celebridad. Tengo un auténtico incordio.
Hablaba en serio. La cuestión era qué iba a hacer al respecto.
Disfrutenlos
Nani Jonas
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
jajajaj joe no le hace kso a la rayis!!
jajajajaj
siguela!!!!
jajajajaj
siguela!!!!
jamileth
Re: "Los Millonarios No Cuentan" - Joe y tu Terminada
nueva lectora siguela.. ya quiero q la sigas..
jonatic&diectioner
Página 3 de 9. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9
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