Del amor y otras inquietudes | N.C.

—Según la editora los colores de este mes son los siguientes. —Me entrega unas hojas con una paleta de colores claros. Asiento mientras muerdo la punta de mi lápiz y mantengo contacto visual con el asistente de la editora. —Es importante que lo sigas no queremos que nuestra jefa se moleste o ¿sí? Ya tiene suficiente con el equipo de escritores… 

El rubio seguía y seguía con sus perorata de cómo estaba yendo retrasada la producción. Ni siquiera pude encender mi computadora y el asistente de la editora ya estaba ladrando tal cual perro faldero. Se notaba algo irritado por la poca atención que le prestaba. Para ser el recién llegado se toma muy en serio ser el lacayo de la jefa.

—Evan, ¿no? —Pregunto, fingiendo no recordar su nombre. El rubio asiente. —¿Por qué no te ahorras saliva y dejas los papeles en mi escritorio y te vas? Así de sencillo es hacer una entrega, no necesito escuchar los detalles.

—Lo siento. —Musita con la cabeza baja. — Te lo decía las dudas.

—Escúchame. —Lo interrumpo. —No he recibido ni una queja de un diseño de la revista hasta este momento, yo creo que estoy haciendo un buen trabajo.

Vuelve a disculpare y desaparece por la puerta. Suspiro, saco el lápiz de mi boca y lo dejo reposar en el portalápices, tomo los papeles que me entregaron y les doy un vistazo. ¿Esto es en serio? ¿Colores pastel? Esto parece una revista para preadolescentes.

—Oye Alexander. —Escucho mi nombre y levanto mi cabeza, se trata de Rena, mi compañera de trabajo. —Si estás de mal humor espero que lo vayas cambiando porque no estamos aquí para soportarte. —Enarco una ceja y sonrío. —¿Te parece gracioso? —Ella pone un brazo en su cadera.

—Si un poco. —Levanto los hombros, ella solo voltea los ojos y se gira de vuelta a su escritorio.

Concentro toda mi atención a la computadora, escribo la contraseña y lo primero que me recibe es mi fondo de pantalla, sonrío ante la imagen. Es una foto sacada con la cámara frontal de mi teléfono, donde Iris y yo aparecemos sentados en un restaurante cuando salimos a almorzar, la fecha es de hace unos meses, se nota por el cabello de Iris, se ve largo y actualmente lo tiene un poco más corto.

No es muy profesional el tener la una imagen personal en la computadora del trabajo, pero no es que me importe mucho, nadie entra a mi usuario. Trabajo con dos personas más, la joven quien se quejó y lo hace constantemente de mi actitud, Rena y el interno, Mark quien está realizando una pasantía temporal. Mi relación con ellos es solo en el trabajo, a pesar de que Rena ha ofrecido algunas veces salir por unos tragos para conocernos mejor, siempre termino rechazando la idea o invento una excusa. Sinceramente, no me interesa tener de “amigos” a las personas con las que trabajo porque eso significaría el tener que compartir datos de mi vida con ellos y prefiero que no sea así, es menos cansador.

Despejo mi cabeza de mis pensamientos y fijo mi atención a la ventana de Photoshop entre otros programas para editar que tengo.

Si alguna vez leyeron una revista de modas, Vogue específicamente, es obvio que detrás de tan popular y reconocido medio haya muchas personas trabajando para que el producto sea del agrado de los lectores. Desde escritores, fotógrafos, modelos y diseñadores, entre otros. Mi trabajo es el de la edición gráfica. En pocas palabras, me encargo de la estructura de la revista. 

Debo admitir que aun me parece incómodo leer “Alexander Choi” en la sección del staff..

La palabra correcta para describir a la segunda quincena del mes, es infierno. Cuando la revista debe estar lista para que sea enviada a las sedes de impresión. Aun me cuesta entender la dinámica del proceso, pero lo único que necesito es saber el periodo de tiempo que tengo para hacer la entrega del trabajo final.

Si alguien me preguntara cómo llegué a trabajar aquí, me gustaría decir que lo gané por mérito propio, pero no fue el caso. Si no fuera por el contacto de Christopher ni siquiera podría haber sido capaz de conseguir esta vida con Iris en Nueva York. Le debo un gran favor que no sé si algún día pueda compensarle. A pesar de que mi hermano me dice que no es nada puesto que somos familia, aún así, sin este trabajo no estaría donde estoy ahora.

Desde que conocí a Iris, no pensé en otra cosa que el querer hacerla feliz, darle todo lo que se merece. Soy consciente que su familia, si quisiera, podría darle lo que tenemos multiplicado por un millón. Pero mientras ella me permita ser parte de su vida haré todo lo posible por mantener una sonrisa en su cara.

— Alex, disculpa que te interrumpa. —Levantó la vista y Mark se encuentra frente a mi escritorio.

— Si dime. — Contesto. No pensaba mirarlo pero recuerdo que es el pasante y tengo que hacerlo sentir bien. —¿En qué te puedo ayudar? —Lo que intento hacer es una sonrisa pero sale un mueca.

— Sí, tengo una duda con el programa ZetaDoor. — Asiento para que prosiga. — ¿Cómo hago para que el objeto que diseñe en Paint3D conserve su tamaño original? Quiero decir, lo guarde en formato png y aun así se distorsiona cuando lo fijo en la imagen.

— Oh cuando me pasa eso es horrible. — Acota Rena desde su escritorio del otro lado de la habitación. - Ay Mark, pero estás con quien estuvo un mes rompiendo su cabeza tratando de solucionar eso. Si quieres te puedo ayudar. — Guiña sutilmente, pero no como para Mark lo vea y se ruborice. Ugh, tienes mal gusto chico. 


—Silencio rubia. —Respondo con sequedad. El interno se ríe mientras la recién nombrada me insulta. —Correcto, acércate y presta atención. —Moví el cursor táctil hasta el botón que me lleva al escritorio justo donde aparece mi foto con Iris. Okey, ya veo el porque dicen que no ventilar nada personal. Ahora yo soy el que pasa calores.

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Al finalizar la jornada laboral y con mi tarea para casa, camino a la salida. Leo los mensajes que me dejó Chris, mi hermano, que me comunicaba el lugar para encontrarnos. Hago malabares para contestar con una mano, ya que la otra está ocupada con algunos planos sobre la revista que debo continuar en casa. El lugar que se decidió fue un café conocido que se encuentra en el centro.

Llegar por medio del subterráneo hasta el punto de encuentro, fue difícil y lleno de groserías ya que en el camino choque con los planos a siete personas. Por eso detesto Manhattan. Viva Brooklyn. Al contar con las octava persona, ya no me molesto en disculparme, sí señora, soy un desgraciado que no me fijo por donde camino.

Una vez dentro, el ambiente es fresco y con aroma a café. Un asco. 

— Alex por aquí. — Diviso a mi hermano sentado en una esquina del café. Siempre tan impecable con su traje de abogado, ¿acaso es necesario que se vista siempre así? — Como tu hermano, quien te conoce de toda la vida, te pedí un té con esas especias del oriente que están de moda. —Hace una ademán para que me siente frente a él.

— Gracias. — Sonrío. Honestamente si me dieran a elegir entre té y café, mil veces elijo el té. — ¿Qué era lo ultra importante que tenías que decirme para citarme aquí?

—Hermano, primero que nada, cuéntame, ¿Cómo estás? ¿Cómo está Iris? Oh espera, ¿Sigues de pareja con ella no? —Aquí empieza el bombardeo de preguntas.

—Si, aún estamos juntos y estamos bien tanto en lo físico como en la relación. —Ante mi respuesta, Chris abre los ojos sorprendido.

— Wow Alex, no entiendo cómo es que aún no se han sacado la cabeza entre ustedes. —Comenta tras darle un sorbo a su café. — Y no exagero, he vivido contigo y al día siguiente ya te quería afuera. — Ríe a carcajadas e intenta que haga lo mismo, pero su comentario no me dio risa.

— Lo dices en base a todas tus relaciones exitosas, ¿no? — Decido devolverle el golpe. - Por cierto, ¿Cómo ha estado la curadora de arte que domina 7 idiomas? — Frunce el ceño sorprendido. — ¿Cómo se llamaba? ¿Ada?

— Eres malo Alexander Choi. — Esta vez soy yo quien ríe a carcajadas.  

Me impresiona como Christopher no ha cambiado, sigue siendo el mismo chico simpático quien se la pasaba estresado por sus clases de derecho. Solía reírme hasta no poder más de sus bromas, y sé que podría confiar en él, es más que un hermano es un amigo.

Recordar los tiempos de compañeros de piso y la niñez era efectivo para entrar en confianza. Aunque puedo presentir que seguro hay algo que está evitando decirme o que quiere retrasarlo lo más posible.

La anécdota terminó con un suspiro. Él carraspeó. Aquí viene la bomba. 

—Alex tengo algo que decirte. —Su rostro cambia de una sonrisa de añoranza a una seria.

—Sabía que todo esto de los recuerdos y las preguntas de como estoy no era lo que me tenías que decir. Suéltalo. —No sé qué esperar, preguntas como el típico ¿me voy de la ciudad? O me despidieron, son lo único que cruza mi mente.

—Es sobre nuestra madre. —El ambiente se tornó frío. 

—¿Qué hay con ella? — Bajo la mirada hasta la mesa mientras jugueteo con la taza que se encontraba vacía. — ¿Acaso abandonó a su otra familia y vino como el cliché de ser humano que es para arruinar nuestra paz? — Chris se limitó a resoplar con cansancio. Yo también estoy cansado, hermano.

—Mamá está en la ciudad y quiere vernos. — Muerdo mi labio y frunzo el ceño. Mis manos sueltan la taza y se forman un puño. No voy adejar que eso me afecto. No. No. No. Definitivamente no es lo que esperaba, es mucho peor. — Esta mañana me llamó, me dijo que su avión aterrizó ayer. Como le dieron vacaciones quiso aprovechar este tiempo para vernos y ponerse al día con nosotros.

—No, ni loco la volvería a ver. —No soy el tipo de persona que se enfada fácilmente, pero esta conversación está derribando el muro que me tomo años construir.

—Alex, por favor. — Veo como su mano se extiende e intenta llegar a la mía, la aparto en segundos.

—¿Qué quieres que diga? ¿Qué me alegro? Pues no lo hago. —Llevé mis manos a mi cara, respire profundo. —No necesito esto Christopher, estoy bien sin ella, lo estuve y te aseguro que lo estaré. — Busqué dentro de mi bolsillo y saqué unos billetes, sin contarlos los deje sobre la mesa. — Si vas a encontrarte con ella no me importa, hazlo eres libre, solo no me arrastres en tu plan. — Colgué la mochila en mi hombro y agarré los planos. — Fue bueno verte, Christopher.

Empuje con todas mis fuerzas el nudo en mi garganta y me apresuro a salir del local. A esta hora, el cielo se está oscureciendo y no hay muchas personas en la calle. La brisa suave me revuelve el cabello, me dejo acariciar. Cierro los ojos y todos los recuerdos de mi madre se hacen más vívidos. Como se separó de mi papá, cómo firmó esos papeles en el juzgado, como se deshizo de mi hermano y de mi dejándonos a cargo de mi destruido padre, cómo empacó sus cosas y se fue de nuestra casa, nuestro hogar. Destruyó todo lo que me hacía feliz sin necesidad de violencia física. El nudo se hace más grande y mis ojos se llenan de lágrimas. 

Si tanto no te importa como dices, ¿Por qué estas así Alex? La voz de mi cabeza tenía razón. 

Abro los ojos y una lágrima cae. Me la seco con brusquedad.

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Abro la puerta de mi departamento y las luces estaban encendidas. Cierro con cuidado, me saco los zapatos depositandolos en el mueble a lado de la puerta. Las pantuflas de casa me esperan, las calzo y me acerco hasta la cocina.

En la pequeña isla de la cocina encuentro un plato de comida frio. Ella me esperó. Dejo caer mis cosas. Me siento culpable, miro el suelo suspirando. ¿Qué estoy haciendo? Camino en zancadas hacia la habitación principal. 

Cuando entro la lámpara de la mesita de noche de Iris estaba encendida, pero ella estaba dormida. Sentí una punzada en mi corazón. Me acerco a ella sentándome en la cama y le acaricio la mejilla. 

- Hay cosas que me gustaría contarte, seguro tú me ayudarías a resolver todo este remolino de sentimientos que hay dentro de mi. - susurro con un hilo de voz. 

Suelto un pequeño jadeo cuando la veo moverse.  

— Alex ¿eres tú? — Sus ojos marrones más achinados por la luz me examinan, y como si fuera acto de instinto se sienta tomando mi mano. Su rostro irradia preocupación. — ¿Pasó algo en tu encuentro con Christopher? — Asentí. Si pensarlo dos veces, ella me rodea con sus brazos. 

Le correspondo envolviendo su pequeño cuerpo y me tomo el derecho de soltar un sollozo. Sus delicadas manos me acarician la espalda y me susurra palabras reconfortantes. Cada muestra de afecto que Iris hace son un puñal más en mi corazón. ¿Por qué siento que no te merezco? ¿Por qué siempre soy yo el que te necesita? 

Oh mi Iris de muchos colores, por favor no te alejes de este lienzo gris.

Acostados en la cama, ella me acaricia el cabello y yo estoy mirando el techo perdido en mis pensamientos.

—¿Quieres contarme lo que pasó? —Su voz me relaja. Niego con la cabeza y me giro para quedar frente a ella para buscar su calor.

Cierro los ojos y niego lentamente. Ella detiene su mano por un momento pero al instante continua. No me gusta tener que ocultarle esto, pero no quiero arriesgar lo que tenemos.

—Sea lo que sea, todo estará bien amor. — Al escuchar el sobrenombre de cariño. Me giro quedando frente a ella y me acurruco hacia ella. Siento sus labios en mi cabeza y la luz desaparece dejándonos a oscuras.

Milah.
>>Hace tres meses.

Él había comprado claveles a mi padre.

¿Pero qué carajo?

Apresuro la mano sobre la lápida quitando los pétalos caídos, no sé si es el calor lo que me hace actuar de manera nerviosa y estúpida pero termino metiendo las flores muertas a mi bolsa.

Me tomó una semana poder decidir si venir al cementerio era una buena idea.

― Me sorprendí cuando me dijeron que él quiso que lo enterraran. 

Por un momento siento como si el mundo se hubiera detenido con su llegada, con el aura lunática, tan lleno de emoción que de inmediato me siento en el ojo del huracán Nicholas. Siento como me invade. ― Por cierto, tu bolsa apestará a pecera sin lavar.

Da unos pasos hacia el pequeño florero de cristal que está sobre la piedra; verlo quitar el resto de las flores y vaciar sin cuidado alguno el agua a las plantas -mojando otras lápidas- me hace pensar que es el mismo Nicholas.

― Me dijeron que los claveles siempre llegaban por pedido, pero que este último mes un hombre joven de cabello ondulado los traía.― Nicholas tampoco despega su vista de la piedra. ― Y que pasa demasiado tiempo hablando solo. 

Bufa divertido.― Deben pensar que estoy loco.― Se sacude las manos contra los jeans antes de meterlas a los bolsillos, mi vista viaja hacia su rostro,  aunque traiga lentes de sol y esté a contraluz puedo ver un leve rastro de morado por el golpe que Killian le dio hace unos días. 

Debiste defenderte.


―Así que... ¿Sólo viniste a sentarte aun lado de su tumba? ¿Ni flores ni nada? ― Me pregunta y no puedo evitar poner los ojos en blanco. ―Demasiado pronto para una broma.― Se dice a si mismo y suspira: Quise disculparme... pero ya era tarde.

― Te deben faltar amigos para venir a hablar con un muerto. ―Intervengo antes de que continúe. ―En especial con él. 

―Tienes razón, pero era el único que podía contra los argumentos filosóficos de mi padre. ― Se encoge de hombros y comienza a moverse demasiado, el talón de sus Converse choca con el suelo más de lo que debería.― Admiraba a Theodore, y también lo amaba.

Me muerdo el interior de la mejilla con fuerza al escucharlo decir eso.  Me incorporó más rápido de lo que pretendo y me acerco a él con la intención de darle un puñetazo por hablar de mi padre pero cuando estoy a punto de hacerlo, a tan solo un segundo, me detengo.


Ya no soy esa persona. Ya no me dejo llevar por mis emociones. Ya no me meto en problemas.

Aunque Nick por el otro lado pega su rostro a mi palma en un impulso. Agradezco que traiga los lentes puestos y que no me permita verle a los ojos porque no quiero apostar a que sé que está pasando por su mente.

No importa los años que hayan pasado entre nosotros, mi cuerpo deja de tensarse al cabo de unos segundos y en cambio reacciona a él. Le tomo de la barbilla en un movimiento muy mio, donde mi pulgar se desliza contra sus labios. Pero Nicholas abre la boca y muerde mi pulgar tan rápido que me sobresalta. No puedo evitar darle una cachetada que hace que voltee el rostro en cuanto siento su lengua contra mi dedo.

Doy un paso hacia atrás, asustada. ―¡Mierda! ¡Yo no quise...

Pero el muy estúpido vuelve a reír como esa noche en el Theo's. Incluso le he tirado los lentes. 

―¿Qué está mal contigo? ¿Acaso te volviste masoquista en estos últimos años? Si vas por la vida dejándote golpear, terminaras muy herido. ― Le reclamo.  

Nicholas sigue riendo a carcajadas que creo que se seca una lagrimita. 

― Vamos, quita esa cara.―Dice como si nada. ―Y sólo para que lo sepas encuentro el masoquismo divertido sólo si es para otros fines.

Me cruzo de brazos e intento no pensar en ello. 

― Estoy seguro de que tu nueva personalidad te hizo abstenerte a dar el recorrido melancólico de la Roma de América ¿No es así, niña tonta?

― No somos amigos, Nicholas. ―Aclaro.

Nicholas no puede evitar hacerme una mueca, adolorido por eso último pero se recompone de inmediato. ― Sé que no. Pero aún así decide: ¿Tú casa o una vuelta por Nueva York?




―Sé que no lo ama, Billy. ― Niego con la cabeza mientras veo como mi único amigo me sirve el whisky de la botella que he comprado.― Si todos la conocieran tanto como yo, lo sabrían.― Dije con desdén recordando el tono de su voz cuando me dijo que sí se iba a casar. Y de eso ya hace una semana.

― Vamos, chico.― Dice Billy, el hombre que en todos estos años estuvo tras la barra y nos vio crecer a Bastian, a Lee, a Milah y a mi. 

Los Townsend siempre han sido amantes del alcohol por naturaleza, así que resultó un poco obvio que Theodore -siendo un privilegiado- quisiera abrir un bar Nueva York. Y no sólo eso, uno que terminó siendo de los más exclusivos en La Gran Ciudad.

¿Cómo pude olvidar que el Theo's estaba aquí la noche que me reencontré con Milah?

Solíamos venir siempre. Theodore era demasiado bueno convenciendo a mi padre, mientras que mi madre jamás le ponía un pero al alcohol gratis. Aún puedo recordar la vez que Monique gritó de repente, la mujer estaba eúfórica gritando: ¡Lo tengo! ¡Lo tengo!. Al principio nadie sabía que tenía. Pero luego al crecer, supimos que ella creo su "Noche de Apuestas" con el fin de que los cuatro pudieran sentirse menos culpables por beber los fines de semana sin razón.

Y luego a los pocos años, llegó nuestro Billy Roue.

Otro excéntrico amante del alcohol que nos adoraba a Milah y a mí casi tanto como nuestros padres. 

Una vez Billy nos dijo que Theodore le salvó la vida. Jamás nos dijo cómo pero sólo eso necesitó para dedicarle su vida al bar.

― Sé que eres joven... ― Dijo él pasándome mi trago, Billy sabría que decirme. Seguramente servir tras la barra por casi 15 años le había dado experiencia como consejero de vida. 

Pero los segundos pasaron y él no dijo algo. ― ¿Y qué más?

―¿Qué más de qué? ― Preguntó muy confundido.

― Dijiste que soy joven. 

― Oh, creí que lo habías entendido pero ya veo que no. 

― Dilo. ― Pedí. 

― Nada. Qué eres joven y obviamente muy estúpido. ― Cierro mis ojos con fuerza, me niego a no tener mi experiencia completa. Estoy dolido y necesito salir del bar con la razón. 

Para este punto ya ni siquiera siento el alcohol en la garganta, pero por alguna razón sigo muy consciente. ― Creo que me he vuelto inmune. ― Susurro meneando el whisky en las rocas. 

― Nicholas. ― Sé a lo que se refiere. 

A que si de verdad ella me importa debería hacer todo lo posible por quedarme en su vida, incluso si eso implica ser sólo "amigos". Después de todo, eso era lo que habíamos sido durante estos tres meses.

― Lo intenté, ¿sí? ―Me defiendo. ― Le dije: Felicidades por tu compromiso, aunque yo sepa que ni siquiera es tu tipo y que te vas a casar con él porque eres una caprichosa.


Porque no sé qué es lo que quieres de mi.

―¡Nicholas! 

― Ahg. Maldición. 

Bieeen.

No dije eso último, estaba tan desconcertado que ni siquiera recuerdo bien que es lo que cruzó por mi cabeza en cuanto me lo dijo. El problema de todo esto es que nadie entiende realmente como me siento porque ni siquiera saben qué es lo que sucede. 

― Además es rubio. ―  Mi frente choca con la barra y al levantarme de nuevo, un Billy orgulloso enarca la ceja acentuando lo obvio. 

Billy también es rubio.

― Que conste que no tengo nada contra los rubios, no me dejaste terminar, quiero decir que: ¿Desde cuándo son su tipo? Además, ¿de dónde carajos lo sacó? Es enfermamente guapo que parece salido de las playas de Cali con todos esos músculos y piel dorada.

Billy se mantiene en silencio mientras me escucha rezongar, escuchamos la campana que avisa que un nuevo cliente ha llegado y se dirige al extremo de la barra.

― A puesto diez dólares a que en verdad, en verdad, pero en verdad lo sacó de California. ― Cambié el whisky en las rocas por un shot triple. ―¡Y quién mierda se llama Fhinneas con efe!― Pensar en él me produce dolor de cabeza, debo estar más ebrio de lo que creo porque mientras espero a Billy, el recuerdo de una Milah de 17 años aparece a mi lado, tan real que tengo que resistirme a la idea de comprobar si está aquí. 

Si vas a apostar, hazlo bien. Que sean veinte, miedocito.

― Tal vez sí es de ahí.

Una voz tranquila interrumpe mi monólogo y me trae de vuelta a la realidad. ¿Estaba aquí cuando llegué? ― Pero eso no cambia nada. ¿O sí? ― Es un hombre joven con rasgos asiáticos que luce más o menos de mi edad, tiene el pelo negro y está vestido con pantalones de tela, como si fuera un personaje de drama: Un hombre que salió de la oficina y se vino directo al bar a deshacerse de su estrés.

Estoy a punto de preguntarle con quién habla pero me doy cuenta de que es a mí; se recarga sobre la palma de su mano y me mira de reojo. ― Lo hace. ― Respondo a penas recordando de lo que estaba hablando.― Puedo hacerme veinte dólares más pobre. ― Al escucharme cambia esa línea recta de su boca por una sonrisa. 

―¿Creí que habías dicho diez? 

―Cambie de parecer. ― Doy un vistazo a mi alrededor buscando a la Milah de 17, quién ya se ha ido.― ¿Qué te trae aquí a esta hora, extraño? ¿Un corazón roto? Comienzo a pensar que tal vez esté de moda estar en un estado de constante depresión y agonía. ― Estiro mi brazo para alcanzar la botella que he comprado y servirme mi propio trago.― ¿O vienes por un poco de clarividencia? Si necesitas a alguien que te escuche, mi amigo Billy es muy bueno con ello -lo señalo- por eso vengo al Theo's desde que tengo como 8.

―Cortesía de la casa.― Interviene Billy antes de que asuste a este cliente. Le llena su vaso vacio con un poco de mi whisky. 

El desconocido -sentando a mi derecha- seguro se pregunta cómo es que yo entraba al bar a los ocho.

― Es amigo de los hijos de los dueños del bar, y sus padres también son amigos. ― Le dice Billy avergonzado.

― Éramos. Pasado.

― Ya, cierra la boca. ― Billy cambia mi vaso lleno de alcohol por uno lleno de agua. 

Bebe antes de que te asesine.

Y decido hacerlo sólo por su paz. El desconocido sólo asiente y disfruta del trago gratis que le he conseguido. ―  No hay problema, lo encuentro entretenido de escuchar. 

Billy silva burlón.―Le prometo que generalmente no habla demasiado.

― Es que mi corazón roto me hace interesante... 

Espera. ¿Quéee? ¿Tengo el corazón roto?

No hace falta observar a Billy para saber que me está mirando como lo hizo Killian hace una semana.

―Oh, mierda.― Susurró tomando un poco de valor. Lo que menos quiero es volver a mi departamento. No me queda de otra que comenzar a recoger mis cosas, que es una mochila para esconder la botella. ― Voy tarde. ― Digo alertando a los otros dos.

― ¿Para hacer qué? 

― Conociéndome seguramente una estupidez.― Como volver a casa beber todo el alcohol que pueda hasta perder la noción de mi propia existencia.

Antes de que pueda dar un paso lejos de la barra, Billy extiende su mano. ―Tus llaves, Nicholas. 

Meto una mano en el bolsillo de mis jeans demorando un poco, sólo para que se enfade en cuanto lo diga.― Te engañe, ni siquiera vine en auto. 

El desconocido se guarda una sonrisa.


Milah
>>Actualidad, esa misma noche 40 minutos después ...


La última vez que ví a Tyler Harrison fue detrás del vidrio de un taxi que nos separaba. Lo había besado unos segundos antes y ni siquiera le dí tiempo de reaccionar porque al siguiente momento yo había bajado del auto. 

—¡Milah! — Gritó Tyler por dentro de la cabina.

—Gracias por el mejor día de mi vida, Ty Ty.— Dije con una sonrisa temblorosa y con la adrenalina en mis venas por la despedida. 

Así que sí. 

Me resulta difícil concentrarme con él a mi lado, observando atento cada movimiento que hago, cinco años después. Billy se ha llevado el trago de Tyler de lo que sea que estuviera tomando y en cambio me ha traído la botella de Armagnac que he pedido junto con nuestras copas. 

― No puedo creer que hayan pasado cinco años desde que te propuse huir conmigo. ― Me muerdo el labio inferior intentando no cohibirme después de lo sucedido; está más alto y tiene los hombros más anchos, el cabello arena ahora está ligeramente más corto pero igual de desordenado que la última vez dándole un aspecto mucho más maduro y varonil. — Escucha, tú padre necesita conseguirse una vida. No puede ser que estemos casi en la misma situación que la última vez. 

Al sonreír le aparecen esas pequeñas arrugas en sus ojos que lo hacen lucir adorable, acompañadas de una pequeña risa que emana de él. — Me hubiera gustado perseguirte a donde quisieras, pero tenía cosas que arreglar y aprender.―Levante mi trago en su dirección antes de beber.

Por los cinco años que te volvieron absurdamente más guapo. 

― Entonces tu padre aprueba a Ana para que puedas volver y entiendo que fue tu amor de la infancia pero…  ¿la amas? ― No sé si le sorprendió lo seco del alcohol o mi pregunta, pero tose un poco a mi lado. Billy le pasa una servilleta antes de volver a desaparecer a atender a otros clientes a lo largo de la barra.

― Será mi esposa. 

― No fue lo que te pregunte. ― Tomó lo que resta del brandy y él me sigue la corriente; me doy cuenta de que tiene el ceño fruncido como si estuviera pensando en lo que me acaba de decir y entonces creo que comienzo a entender lo que realmente está pasando. 

Esta vez, es él quién me sirve un trago. Se relame los labios y da un suspiro pesado. ― No espero que lo entiendas, Milah.  

― Ty Ty.― No sabía mucho sobre él ni de su religión y a decir verdad no hacía falta que me dijera más porque presentía que él lo haría. Lo que sea para estar bien con todos. Aún recordaba vagamente el rostro de su padre fuera de la capilla llamándolo por su nombre mientras escapábamos del templo. — ¡Ni siquiera deberías estar confundido! ¡No quieres hacerlo! ¡Y está bien, porque no es justo! 

— Milah.  

—¡¿Quién se cree?!— Señale. Bebo mi trago de un sólo sorbo que me hace carraspear ligeramente la garganta al terminarlo. ― Felicidades, cortesía de la casa. ― Decidida, me pongo de pie antes de pegar la botella de Armagnac a su pecho. ―Levántate, nos vamos. 

― ¿Irnos? ¿A dónde? 

— Divide et vinces. 


Tyler parece estar siguiéndome por falta de sentido común, obviamente. 

No lo dice pero está preocupado por lo que sea que vayamos a hacer. Él camina tras de mí sin saber bien qué decir mientras yo intento controlarme para no ceder ante mi propio enojo porque claramente ya había cedido ante un impulso y no podía retractarme. 

Frente a mi puedo distinguir las luces amarillas del Opera, así que me detengo en seco.

— Pusiste esa misma expresión cuando tomé tu mano y te dije que te quitarás esa camisa horrible. 

Me da una sonrisa liviana y despreocupada recordando. — Sí que era horrible. 

— Sabes que en la contra esquina, en la 65 está el templo. ¿No es así? — Tyler asiente mirando hacia donde le señale. — Nos conocimos ahí. Y  sólo quiero que sepas que aunque aún no lo entiendas, trato de devolverte un favor. 

Pero cuando pone un pie en nuestro destino, no puede ocultar su asombro.

—¡Wow! — Para ser precisos lo he obligado a ponerse de pie en medio del escenario dentro del Opera Metropolitan. Y no puede evitar quedarse con la boca abierta en cuanto enciendo las luces suficientes para alumbrar casi todo el lugar. —¡Asombroso! 

— ¿Quieres bailar? — Pregunto yo cuando llego a su lado. 

Tyler parpadea un par de veces recorriendo el complejo de arriba a abajo, de izquierda a derecha. Comienzo a sospechar que que él comenzará a creer que es el lugar más bello del mundo. — Por supuesto que quiero bailar contigo.— Suelta de pronto.

El tiempo se desvanece, dejándonos en una sincronía que parecemos conocer. Tengo la cabeza recargada en su hombro mientras él me sostiene con una mano en la cintura con un toque delicado, unidos por un baile sin música.

Lo que sentí por Tyler la primera última vez, fue algo que me tomó desprevenida. Necesitaba desesperadamente aferrarme a algo o a alguien. Y no sé si fue cosa del destino o una pequeña gran casualidad, pero Tyler necesitaba a alguien también.

Creímos que jamás nos volveríamos a ver. 

— Es injusto que te cases con alguien que … con alguien que no tiene ni una maldita idea de quién eres.— Digo de manera casi inaudible. 

— ¿Qué te hace pensar que Ana no sabe quién soy? ―Dice probando mi buen juicio.

Chasqueo la lengua con algo mejor. — Tú dime: ¿Lo hace?

— Prefiero guardarme esa respuesta. 

― ¡Por eso te traje aquí, Tyler! — Separo mi cabeza de su hombro sólo para poder mirarlo.— Sin ti yo jamás habría tomado ese vuelo. ¿Qué no te das cuenta? Tú salvaste mi vida.

― No digas eso. ― Susurra como si temiera que dijera otra cosa como esa. 

— Quiero ayudarte, Tyler.

— Hablemos de otra cosa, bueno tengo muchas preguntas. 

— ¿Cómo cuál?

― Bueno... podrías iniciar con la razón por la que llevas ese anillo en una cadena cuando debería ir en tu dedo.